Antonio Bricio una lección de vida

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través de los siglos, por su inagotable carga de sentimientos y emociones, la fiesta de los toros es un pródigo detonante de las Bellas Artes. Como parte fundamental de los pueblos hispanos, el toreo ha sido abundante con grandes artistas por quienes aflora lo mejor del espíritu del hombre. Dicha riqueza -precisamente- Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana (FCTH) se ha dado a la tarea de transmitirlo. FCTH es consciente que la inevitable “globalización” une a los países del mundo; pero que induce también a homogenizar a los pueblos. Mas es también sabedor que las expresiones culturales individuales serán el único elemento que mantendrá la identidad y sana diferencia entre las naciones. Por lo tanto. Promover y difundir los valores culturales de la Tauromaquia Hispanoamericana es la honrosa Misión de nuestro Organismo. Este libro, “Antonio Bricio una lección de vida” narrado por el propio matador, es una recopilacion de vivencias por las que pasan muchos de los que sueñan primero en ser novilleros, luego matadores para llegar a ser figuras del toreo universal. El libro ha sido patrocinado por el empresario y ganadero de “SAN CONSTANTINO” Juan Pablo Corona Rivera, Presidente Honorario de Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana. Siendo esto una muestra mas de la labor en el rescate de la historia. Deseamos que la lectura del libro sea un gozo permanente, por la aportación que contiene en ayuda a mantener viva la afición a la fiesta.

Juan Pablo Corona Rivera Presidente Honorario

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AGRADECIMIENTOS: A mi esposa, Nayeli Galindo Azano A mis padres, Jesús Bricio y María del Toro A mis hijos, Mariana, Paulina y David A don Héctor Zúñiga

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PRÓLOGO

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l arte de lidiar reses bravas es heredera de aquel vilipendiado deporte de chulería, un oficio practicado antaño por guardias personales al servicio de arábicos mentores; tanto para cuidar la espalda de los amos en la calle, como para proteger sus cabalgaduras en prácticas de guerra con los toros bravíos que habitaron las serranías de la antigua Hispania. Sin embargo, cuando en 1492 los musulmanes fueron echados de la península, estos hombres quedaron desempleados. Sin adivinarlo siquiera, tales personajes delinearon los primeros bocetos del oficio taurino. Acostumbrados a jugarse la vida diariamente, no pusieron reparo en aceptar la invitación a retomar lo que hacían a favor de sus amos en las arenas guerreras. Ahora en las fiestas pueblerinas en honor de Santos Patronos de cada lugar. Por supuesto, esa aventura les ajustó como anillo al dedo. Apenas puedo imaginar sus andanzas, alejados de sus respectivas familias, sin apenas recursos para subsistir, y cómo se vieron obligados a “expropiar” bienes de incautos viajantes, que tenían la mala suerte de toparse con quienes portaban un chulo a la cintura –arma blanca parecida a la puntilla actual. En esa arma, se inspiró el vulgo para asignarles el apodo. En buena medida, se marcó para siempre la personalidad del oficio de los que peinan coleta: la premisa inherente de poner la vida en juego a cada día, y en cada tarde. Sin embargo, los tiempos actuales se han encargado de echar encima una especie de velo a la crudeza de que, en verdad arriesgan, y ocasionalmente pierden la vida, quienes se visten de luces. Hemos perdido, al menos en parte, la conciencia que los toreros son personajes de excepción. Depositarios del humano impulso ancestral de poner en juego la vida, porque sí. Me gustó éste libro, porque nos envuelve con sutileza, a veces apabulla, pero siempre remueve el sopor de nuestra adormecida conciencia, y que nunca perdamos de vista que la grandeza del toreo se encuentra, precisamente, en ese juego que suele ser fatal. En las páginas que leerás a continuación, Antonio Bricio nos lleva “de aventón” por caminos polvorientos de su Jalisco, en volandas por triunfos efímeros, hasta llegar al drama de un hombre que deambula por una oscuridad que le hace creer que todo está perdido. Con oportunidad cede a las plumas de, Magaly Zapata y Dikey Fernández, el encaje que solamente puede tejer un andino al hablar de Perú. Y a la inteligente, informada y fina lectura del maestro Paco Aguado, los pormenores de su campaña por toda la España taurina. En suma, Antonio Bricio, una lección de vida es un libro que nos muestra hasta dónde puede llegar nuestra incomprensión hacia los hombres que se enfundan en oro y seda: una profesión que exige absolutamente todo y, que a pesar de la entrega a tope, no concede garantía ninguna. ¿Cuántos no han perdido su vida, en la búsqueda inútil –para la inmensa mayoría– por convertirse en figuras del toreo? Por fortuna hay hombres de excepción. Aquellos, como Antonio Bricio, a quien los rudos avatares del oficio de los ruedos, le permitieron forjar una vida noble, productiva, y en total plenitud. Seguramente el lector disfrutará como yo, de ésta obra, editada con acierto por Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana. Enhorabuena a Juan Pablo Corona, su Presidente Honorario. Felipe Aceves Guadalajara, Jalisco, México. Noviembre 201 una lección de vida ANTONIO BRICIO

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INDICE 11 CAPITULO I Los inicios 10 Mi infancia 12 La faena soñada 14 Mis inicios 18 Mi familia 20 Ya no es Toño torero de a pie 22 Guadalajara su tierra 38 CAPITULO II Pastejé 40 La selección 42 La llegada a España 43 Año 2000 una temporada y un record, para la historia. Por Paco Aguado 58 La prensa Mexicana informo puntualmente su paso por España.

72 CAPITULO III La crisis

75 CAPITULO IV La forja

75 Un cuate muy peruano, por Magaly Zapata 85 Antonio Bricio en el Perú Taurino, por Dikey Fernández 84 Bambarca 88 Celendín 90 Chota 96 Impartiendo clases en Chota 98 Huamachuco 102 Trujillo 106 Carahua 108 Las Palmas 110 Matara 112 Pacaros 114 Chiclayo 116 Namora 117 Huaros 118 Ravira 119 Lachaqui 120 Canta 121 San Pablo, Tacamba y Agua Blanca 122 Ganadería Roberto Puga 126 Ganadería Montecarmelo 128 Ganadería San Pedro 129 Cali Colombia

EPILOGO

132 Ganadería San Constantino

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MI INFANCIA

Padrinos de bautizo Alberto Bricio y Elodia Villaseñor

Jesús Bricio y María del Toro

María del Toro 10

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CAPÍTULO I Los inicios

Desde torero.

que tengo uso de razón quise ser

Yo nací un 28 de febrero del 1979, y desde muy pequeño, mis padres me llevaron a los toros. Comenta mi madre –sospecho, con un poquitín de culpa– que en el séptimo, u octavo mes en mi embarazo, todavía asistió con mi padre a las últimas corridas que se dieron en la antigua plaza de toros “El Progreso” de Guadalajara (en enero de ese año, se había iniciado la demolición de ese añejo coso); platica también mi padre que, a los tres años jugaba a torear con una toalla de baño, y como buen aficionado vio que tomaba las cosas en serio, por lo que a manera de juego, claro, me decía – –Si no toreas, no te doy tu domingo– (se refería a una mesada que los padres en México asignan a sus hijos hasta la adolescencia, dicha asignación es entregada, precisamente el día domingo) De inmediato, yo cogía la toalla, y a torear se ha dicho ¡No era cosa de perder mi domingo! A los seis años tomé las cosas tan en serio, que fabriqué mi propio capote. Lo cosí de tal forma, que al mismo tiempo podía convertirlo en muleta. Si bien, varios de mis familiares por el lado paterno ejercen el oficio de la sastrería, todos los demás sabemos utilizar las herramientas propias del oficio. Así que a esa edad, ya me habían enseñado a utilizar hilo, agujas, máquina de coser, etc. Tomé una cobija (manta de lana), la corté a la mitad. Cogí enseguida un trozo de franela (tela roja de algodón), y con la máquina Singer que había en casa uní el par de medias lunas que había cortado, para confeccionar mi capa. Ese intento de capote podía doblarse a la mitad, se le insertaba un palo, y quedaba convertido en muleta. Ya se imaginarán lo que un aprendiz de sastre, con apenas seis años logró confeccionar ¡Pero ya tenía mis avíos de torear! ¡Ya podía –según yo– alcanzar mi sueño de tirarme de espontáneo! Esa idea nació, una tarde que me llevaron a la plaza de toros “Nuevo Progreso”; esa ocasión fui testigo asombrado de cómo a mitad de la faena del espada en turno, se tiraba al ruedo un joven, e intentaba pegar algún pase. La excitación del público a mí alrededor, me llamó poderosamente la atención. Pregunté, qué había sido aquello que provocó tanta conmoción, y me dijeron que era un espontáneo; un muchacho que quería ser torero, y como no se le daba la oportunidad de estar en los festejos formales, de esa manera buscaba llamar la atención de una lección de vida ANTONIO BRICIO

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LA FAENA SOÑADA

Antonio Bricio, Curro Vázquez y Cesar Gutiérrez

Con su hermano Luis Miguel 12

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Recibiendo la bendición de su abuela Eva


aficionados y empresarios ¡En ese momento decidí que yo sería un espontáneo! Con los años, me di cuenta que eso no te lleva a ninguna parte. De hecho –hasta donde yo recuerdo– de todos los cientos de espontáneos que se tiran a los ruedos por todo el mundo taurino, los únicos que lograron trascender fueron, Manuel Benítez “El Cordobés, Rodolfo Rodríguez “El Pana”, “Palomo Linares”, y alguno más que seguramente escapa a mi memoria. ¡Y llegó la oportunidad! –Según yo– en un pequeño cortijo llamado La Calesa (ya desaparecido) que se ubicaba al Oriente de la ciudad. Éste era propiedad de un gran aficionado práctico: el Ing. Raúl Barbosa Delatorre quien, por cierto provenía de una familia muy taurina, pues era sobrino de don Anastasio Delatorre, uno de los antiguos propietarios de la añorada, plaza de toros El Progreso. Ahí en esa placita, se montaban festejos, casi todo el año: vacadas, festejos para aficionados prácticos, fiestas privadas tipo taurino, etc. Esa tarde me enteré que mis padres me llevarían a una vacada, para aspirantes a novillero, y –claro– con la intención de tirarme, me llevé mi capote/muleta a la plaza. – ¿Y eso?... cuando ya salíamos rumbo a La Calesa, me preguntó mi papá – ¡Voy a tirarme de espontáneo! Respondí muy seguro. Sonrió, el muy cómplice. Inquieto, desde una grada de primera fila, junto a mis padres, yo observaba el festejo. Cuando saltó al ruedo la vaquilla más pequeña de todas, me tiré a la arena para quedar casi frente a ella. Pero sucedió algo que no me esperaba. En vez de que el espada en turno me bloqueara, como sucede con los espontáneos, a mí –¿Cómo olvidarlo?– al contrario, Iván Rodríguez “Canito”, novillero tapatío que rondaba entonces los trece años, me dijo con simpatía: – ¡Venga torero! ¡Péguele un muletazo! Como entre brumas recuerdo que, medio le pegué un trapazo a la becerra, luego me desarmó… y salí en estampida al burladero más cercano. Fue tan excitante, que después de tantos años, cuando eventualmente platico el día que fui un espontáneo, aún siento la fuerte emoción de ese momento. Esa sí no la olvidé. Durante los años siguientes seguí rotundamente enganchado con el toreo. Mi padre (De él recibí los conocimientos básicos: a coger la capa y la muleta; a cargar la suerte “echando la pata pa’lante –una premisa que nunca olvidé– etc.) me llevaba a la plaza de Guadalajara, y también a diferentes corridas en pueblos de Jalisco, muy particularmente, donde toreaba mi tío Alberto Bricio, hijo, “El Pelón”, novillero en activo. Cuando rondaba los 11 años, la inquietud ya era imparable y comuniqué a mi padre el deseo de aprender a torear. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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MIS INICIOS

Antonio Bricio, Oscar Rodríguez “El Sevillanito”, Misael Vela, Ernesto Castellón, Alfonso Hernández “El Algabeño” Omar Carvallar, Ulises Padilla, Israel “El patotas” Cesar Barragán, Beto Martínez, “El Camarón”

En el cortijo la Esperanza, Bricio, Misae

En Autlan de Navarro, Antonio Duarte “El Nayarit”, Paco Aviña, Oscar Rodríguez “El Sevillanito”, Ulises Padilla, Adrián “El Forcado” Alfredo Gutiérrez, Mauro Lizardo, Antonio Bricio, Manolo Lizardo, Israel “El Patotas”, Javier Salazar, Misael Vela

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Beto Martínez, Israel El Patotas, Ulises Padilla, Antonio el Vela, Cesar Barragán, Omar Carvallar

Oficialmente… yo quería ser torero. No le sorprendió mucho, puesto que en mi casa han sido muy aficionados, a más de que había un torero en la familia. Para seguir mi aprendizaje aprovechamos que yo estaba en periodo de vacaciones escolares, y me acercó al tío Beto, quien por cierto era también mi padrino de bautismo. Él ensayaba por las mañanas en la plaza grande, y fue quien me enseñó lo primero que se debe aprender: los ejercicios físicos: correr hacia atrás, hacia adelante, de costado por el lado derecho, por el lado izquierdo, a girar la cintura, a moverse por el ruedo, etc.; pero cuando volví a la escuela fue al turno matutino, por lo que había que buscar un maestro por la tarde. Ahí mismo – la Nuevo Progreso– me encontré con uno de los mejores profesores que tuve en mi vida. Sobre todo si hablamos de adquirir bases muy sólidas en el oficio. Dios puso en mi camino, no encuentro una mejor explicación, al matador, Antonio Duarte “El Nayarit”. Lo que a través de varios años aprendí con él fue importantísimo y trascendente, incluso para mi desarrollo cuando estuve en España. Don Antonio fue un maestro muy a lo tradicional, con él se nos infundía, primero que nada, la férrea convicción de ser torero. Que, al margen de conocer la técnica, para ser torero, primero hay que parecerlo afirmaba. Entonces, para llevar nuestros avíos teníamos que usar lío, anudada la camisa en la cintura, vestir ligeramente de lado la boina torera y el pantalón ajustado. Nos enseñaba a cuadrar la muleta, la colocación correcta, a embraguetarse… hacer el toreo más fajado con los toros. Para ir poniendo en práctica los conocimientos, el matador nos procuraba tentaderos. A los más avanzados, nos comenzó a llevar a jaripeos con toreadas en los pueblos (*1). Tenía ya casi trece años. (*1),- Durante muchísimos años, en casi todas las poblaciones del interior del estado mexicano de Jalisco, se festejaba al Santo Patrono del pueblo con nueve días de fiesta. En cada uno, se corrían toros y se realizaban jaripeos. Dichas festividades tienen parecido a lo que sucede en las poblaciones del interior de Perú.

Como auxiliares, mis compañeros y yo toreamos en varias poblaciones incluidos en diferentes cuadrillas. Entre varias más, la del torero bufo, Mario Rodríguez “Pipiolo”, la del novillero Víctor Manuel Ramos Lira, con la del matador tapatío, Alfonso Hernández “El Algabeño”, de quien guardo un recuerdo muy especial, y por supuesto, un agradecimiento eterno por los muchos conocimientos que compartió conmigo. Aquellos toros de los pueblos, los veía enormes… como de a mil kilos; me imponía cómo reparaban de un lado a otro y no sabías por dónde iban a embestir. Como era cosa de coger confianza poco a poco, primero actué como torero cómico. Me disfracé de varios personajes: como la India María, de Hombre Gordo (*2), me una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Debut en el Lienzo Charro Ignacio Zermeño Padilla

En el Cortijo “La Venta”

El Centenario de Tlaquepaque, Jal. 16

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Con el Matador Humberto Flores


vestí de payaso, y de otros más. Aunque fue una etapa muy dura, la verdad es que la gocé muchísimo; porque le salíamos a toros cebúes, muy resabiados en ocasiones e incluso vi a tres jinetes que murieron en el ruedo. Me tocó ir a quitarles el toro y levantarlos desfigurados de la arena. Fue muy impactante para mí. Pero el cansancio, las limitaciones etc., todo lo compensaban las sensaciones del ruedo, así como el muy especial trato que la gente de esas poblaciones tenía para nosotros. (*2).- El Hombre Gordo es un personaje que se “acolcha” profusamente el cuerpo con papel periódico arrugado, lo que hace ver muy gordo al torero. Esto, porque al citar a los toros a cuerpo limpio, los impactos en muchas ocasiones son de frente. De esa manera, en algo se amortigua el golpe.

En esa misma época, otro duro episodio en mi carrera fue haber presenciado la cornada y muerte de mi primo, Alberto Bricio, hijo. Un 6 de junio de 1993, por fin se presentaba “El Pelón”, como cariñosamente le apodábamos en la familia, en un coso de postín: la plaza de toros Nuevo Progreso, ante un encierro de “Iturbe Hermanos”, (Hierro de origen puro de la dehesa legendaria de “Piedras Negras”). Diego su hermano, hijo también de mi tío Alberto Bricio, en esa época era un novillero puntero, luego tomaría la alternativa en el carnaval de Autlán, (Diego es actualmente uno de los mejores toreros de plata de mi país). Esa tarde le sirvió las espadas, y yo fungí como su ayuda. Cabe mencionar que Diego y Alberto, como toreros tenían mucho celo; a pesar de que eran hermanos competían muy fuerte en el ruedo, así fuera hasta en algún tentadero. Alberto decidió recibir a porta gayola de hinojos al novillo que le correspondió en turno. Arrodillado, casi en el centro del ruedo, cuando Fistol apareció en el túnel de toriles, Alberto lo llamó, pero el animal salió al ruedo, paso a paso… enterándose. Así, andando, acortó el terreno entre él y Alberto. A pesar de la cortísima distancia lo llamó “El Pelón” ¡Ju! ¡Ju! ¡Ju!, Cuando Fistol, por fin sintió al torero, le embistió con mucha fuerza. Trató de pegarle un farol de rodillas, pero el novillo no alcanzó a tomar el engaño y lo prendió del muslo derecho. Lo lanzó hacia delante de él… Beto cayó de bruces, el novillo le hizo el viaje y lo prendió en seco por el periné. Lo cargó durante varios segundos que a nosotros y a la plaza entera sentimos eternos, hasta que por fin lo soltó. Alberto estaba herido de muerte. Fue un cornalón penetrante de vientre que le destrozó los intestinos. Llegamos impactados a la enfermería, Diego, mi tío Alberto y yo. Noté mucha sangre por todo el trayecto. El tenso ambiente podía cortarse con un cuchillo. A pesar de todo el esfuerzo y entrega del Dr. Jesús “Chucho” Arias y su equipo de médicos de plaza, Alberto Bricio falleció a una lección de vida ANTONIO BRICIO

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MI FAMILIA

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la una de la madrugada del 7 de junio. Fue un golpe muy duro para la fiesta de México, y particularmente para toda la familia. Como era de esperarse, la presión para que yo dejara el toreo subió muy fuerte de tono. Me decían en la familia que era muy riesgoso, que a pesar de tanto esfuerzo y sacrificio que se necesitaba, no había garantía de nada, que mejor estudiara, etc., etc. De ese tiempo tengo un recuerdo muy especial. En una ocasión, Omar Carballar, mi compañero de andanzas, actualmente un buen narrador en transmisiones de toros por televisión – como infinidad de veces antes, lo hicimos a otros sitios– hicimos viaje a la ganadería de La Llave, porque supimos que habría un tentadero. Primero de “aventón” por la carretera, y luego caminando por un largo tramo de terracería. Todo con la intención que nos dejaran pegar un capotazo. Esa ocasión agarramos camino hacia el rancho del Dr. Gabriel Delatorre. Era la primera vez que íbamos a esa ganadería. Salimos de Guadalajara –de aventón– hacia el pueblo de Tecolotlán, para de ahí coger el camino de terracería que llega al rancho. Cuando conversábamos por la terracería, a toda velocidad nos rebasó una camioneta que levantó una gran nube que, a Omar y a mí, nos dejó todos empolvados. Alcanzamos a ver que eran los toreros invitados: el matador Alfredo Lomelí, varios novilleros y Ulises Padilla, hermano del malogrado Alfredo Padilla “El Minuto”, un gran prospecto de mi tierra, quien falleció jovencísimo, debido a un problema renal. Por fin llegamos al rancho y nos dirigimos con el ganadero, a quien le pedimos permiso de torear y nos pusimos a sus órdenes, para realizar las tareas que fuesen, con tal de que nos dejara echar la capa. Naturalmente, como sucede cuando no estás invitado, nos dijo: – Aquí no se torea, si no estás invitado. Pueden ver el tentadero, pero no pueden quedarse a la comida. Pasó el tiempo, seguía yendo a los pueblos, pero estaba desesperado porque ya quería torear casta y nadie me ponía; ni siquiera a través del recurso de vender boletos. Decían que estaba nuevo. Fue la primera vez que pensé en darme por vencido y olvidar mi sueño. Mi familia insistió en hacerme ver los riesgos del oficio, y aprovecharon mis dudas para disuadirme, para que me olvidara de ser torero. Por fortuna, mi papá no dejó de apoyarme. Ya podrán imaginarse a la pobre de mi madre. Sin embargo, luego de una larga conversación, en la que muy serio, una y otra vez, le insistí que yo quería ser torero, que eso era mi vida, pues decidió respetar mi decisión y apoyarme en éste camino. Con mucho dolor, ahora lo sé, me dijo: una lección de vida ANTONIO BRICIO

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GUADALAJARA, MI TIERRA

– Si eso es lo que tú quieres hijo, Dios es muy grande y Él va a cuidarte. Yo voy a encomendarte a diario en mis oraciones, tú sigue adelante. Cuenta con nosotros. Aguascalientes. Seguí el aprendizaje en la recién instituida Academia Municipal Taurina de Guadalajara, pero yo veía que los alumnos de la institución hermana de Aguascalientes toreaban más, y que nosotros los tapatíos, sólo muy esporádicamente íbamos a ganaderías. No lo pensé mucho y tomé la decisión de irme para allá, así que ideé un plan. Con mi plan estructurado, entonces les dije a mis papás que me iba a estudiar allá. Como estaba seguro que no iban aceptar que me fuera a la aventura, les inventé que estaría bajo la tutela del matador, Fernando Ochoa. Como pude conseguí algo de dinero y me fui de aventón. Cuando llegué, me fui directamente a la plaza Monumental. Hablé con don Lucio – hasta la fecha, él es el guarda plaza– le pedí permiso de quedarme, muy amablemente aceptó y me dejó un cuartito. Obviamente, no era el de un hotel; de hecho los muros estaban sin enjarrar, y tampoco tenía muebles. Para mi ilusión, aquello era más que suficiente. Me preparé una cama con mi capote, un par de muletas, y la poca ropa que pude cargar por el camino. Ya instalado, me fui a buscar algún empleo que permitiera ganar algún dinerillo, aunque fuese para comer.

Pintura realizada por Carlos Lomelí

No fue sencillo, porque fuera del tiempo de la Feria de San Marcos baja la actividad económica. Caminé muchas horas pinchando en hueso por varios sitios hasta que al anochecer cuando ya venía de regreso, cerca de la Monumental encontré abierta una taquería y, como decimos los toreros pedí una oportunidad. Con tan buena suerte, que don Manuel el dueño era –o es– un gran aficionado. ¡Ole! de inmediato me dio un trabajo, por la tarde y noche, de martes a domingo. Las taquerías en México, en su gran mayoría abren alrededor de las siete de la tarde, y cierran pasada la media noche. Eso me daba chance de entrenar por las mañanas y cumplir con mi trabajo después de la comida. Mi labor consistía en ayudar, primero, en el aseo del puesto callejero, para ya limpio el local recibir a los clientes. Luego seguía poner los platos en que se sirven los tacos, dentro de bolsas de plástico. Esta es una forma que los taqueros idearon para evitarse tener que estar, lave y lave trastes. Se hace de la siguiente manera: cada plato se introduce en una bolsa adecuada a su tamaño, y cuando el cliente termina de comer sus tacos, simplemente se retira la bolsa, con todo y los restos de comida. Luego el mismo plato se mete en una bolsa nueva, y queda listo para el siguiente comensal. Así ahorras tiempo y es muy higiénico. Bueno… más o menos. Ahí me ganaba veinte pesos diarios, más la cena. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Esa t co”,

Brindis en memoria de su tío Alberto Bricio

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tarde Antonio Bricio actue con Eulalio López “El Zotolu, y Julián López “El Juli” con un lleno hasta la bandera.

Ya podía hacerme un par de comidas: una muy modesta con el sueldo, y otra, más abundante, la que me daban en el trabajo. Estaba completo mi día. Por la mañana entrenamiento, a media tarde, me aseaba a jicarazos con agua de una cubeta, limpiaba mi cuartito, lavaba algún pantalón o playera en el lavamanos del sanitario más cercano, la dejaba secando en un tendedero improvisado, y estaba listo para irme a trabajar. En ese tiempo tuve la enorme suerte de conocer al matador, José Ma. Luévano. Él no me conocía, claro, pero a pesar de eso tuvo la gentileza de llevarme a varios tentaderos y también de compartir sus conocimientos. Con Luévano, a mi regreso de España tuve el privilegio de alternar, ya como matador de toros. Desgraciadamente, sólo una tarde; porque al poco tiempo sobrevino su accidente mortal. Esa corrida fue con toros de “La Llave”, en una población de Jalisco llamada Tuxcacuesco, en el cartel estuvo también el matador queretano, Óscar Sanromán. Ya le había cogido el temple a mi nueva vida, cuando pasadas algunas semanas, un compañero que también quería ser torero, me invitó a mudarme a su casa. Y, la verdad, como no era cosa de rechazar la invitación, pues allá voy. Me presentó con sus padres, quienes muy amablemente dijeron –Claro. Tú sigue entrenando y puedes vivir aquí con nosotros. Ya tenía casa, y hasta familia. Así con mayor tranquilidad pude seguir con mi rutina habitual: muy tempranito ayudaba a barrer y a trapear la casa, luego me iba entrenar, al mediodía comía en casa de mi amigo, y por la tarde me iba trabajar. Jamás imaginé que mi forma de vida iba a provocarle un conflicto muy serio a mi compañero de afición. Resulta que, con los veinte pesitos que me ganaba, pues aunque fuera modestamente trataba de cooperar con la familia, ya con un litro de leche, o 1 kilito de huevos, a veces fruta, o con lo que humildemente podía. La casa era más bien pequeña, y desde mi habitación, no era difícil escuchar las conversaciones. Resulta que un día, por supuesto sin proponérmelo oí que a mi compañero, quien había tenido notas muy bajas en la escuela, sus papás le llamaban fuertemente la atención. – ¿Cómo es posible, tú que tienes todo, que no trabajas, me traigas estas calificaciones? ¡Aprende a Toñito. Él anda fuera de su casa, lejos de sus familia, y no solamente se dedica a entrenar, además se lava su ropa, tiene un trabajo que lo obliga a llegar a medianoche, trata de cooperar con la casa, y tú no eres para ni siquiera tener buenas calificaciones! ¡No tienes vergüenza! Me sentí fatal. A mi amigo, que con tanta buena voluntad me había tendido la mano, yo estaba causándole un problema serio. Al día siguiente tomé mis cosas y me retiré. Antes les escribí una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Fotografías de Guadalajara Oskar Ruizesparza

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una carta a los papás de mi cuate, en la que les expresaba mi agradecimiento por haberme recibido en su casa y la dejé sobre la mesa del comedor. Había pasado varios meses muy gratificantes en Aguascalientes. Era tiempo de volver a Guadalajara. De nuevo en mi casa seguí con los entrenamientos y las toreadas en los pueblos, sin embargo quería torear más; diariamente pensaba en que me pusieran en algún cartel. Deseaba fervientemente debutar vestido de luces. Comenzó un nuevo peregrinar. Ninguna puerta se abría. Comencé a desesperarme... surgieron de nuevo las dudas. El debut: Para 1996, cuando menos lo imaginaba, se produjo el milagro: la oportunidad para mi presentación con ganado de casta. Los matadores tapatíos, Silvano González “Gallito” y “Pepe” Murillo montaron un serial de novilladas en el lienzo charro Ignacio Zermeño en Guadalajara. En una de ellas estaba anunciado Diego mi tío, quien seguía en activo, aún después de la muerte de Beto su hermano. Simultáneamente, en la plaza de toros “El Centenario” de la ciudad vecina de San Pedro Tlaquepaque se daba una temporada con festejos menores. Entonces, debido a que el mismo día, también habían anunciado una novillada, se inconformó la empresa de allá, y apeló a las agrupaciones taurinas para que no pudiera celebrarse el festejo del Lienzo Charro, so pena de vetar a ganaderos, toreros y empresarios involucrados ahí. Ante el riesgo de ser vetado y parada en seco su carrera, Diego decidió salirse del cartel y me propuso para tomar su lugar, aunque después me aconsejó que no lo hiciera. Pero no me importaba el veto. Yo quería torear, era tal mi desesperación, que así fuera la última vez que lo hacía, yo iba a torear. Les dije incluso a mis padres, que esa tarde sería debut y despedida. Surgió un problema –otro– antes de mi debut: no podían anunciarme, porque yo todavía no estaba inscrito en la Asociación Nacional de Matadores. Estar encuadrado es importantísimo, pues en caso de algún accidente, eso le garantizaba a la empresa que en caso de algún percance o cornada, los gastos serían cubiertos por el seguro de gastos médicos que tenemos los toreros. Con mucho empeño me dediqué a conseguir los trescientos pesos –eso costaba el registro en ese entonces– más el pasaje de ida y vuelta al Distrito Federal. Ya estaba listo y por fin abordaba el autobús que me llevaría a la ciudad de México. La emoción no me cabía en el cuerpo. Era tanta, que casi no dormí en el camino, a pesar que el viaje era nocturno. Llegué a la terminal de autobuses, alrededor de las siete de la mañana. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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El gusto me duró hasta el Metro Indios Verdes de la capital. A la salida de la estación, un par de rufianes armados con navaja, me arrinconaron y me exigieron que les entregara todo lo que trajera. No tuve más remedio que darles el dinero que llevaba: lo del registro y lo de mi pasaje de regreso a Guadalajara. Me dejaron tieso. ¿Qué hago? ¿A dónde voy? Se me prendió el foco ¿A dónde van los toreros, si no es a una plaza de toros? Cogí vereda rumbo a la plaza México, a ver si encontraba algún conocido, o tal vez un compañero que me hiciera el avío. Ese trayecto me llevó a caminar asustado por el robo, diez u once horas. Al no saber cómo se llegaba, me fui preguntando por el camino, pero algunos que tampoco sabían me desviaban sin quererlo y fueron pasando las horas. Cuando llegué a la plaza era ya de noche y todo estaba cerrado: puertas de acceso, oficinas. Todo cerrado. Busqué un rincón que me cubriera un poco del frío que suele hacer en la capital, y así pasé la noche. Por la mañana, cuando llegaron las secretarias del Dr. Herrerías, lo primero que hicieron fue saludarme muy amables. – Buenos días torero ¿Cómo está? ¿Qué anda haciendo? Pues fíjese que… y ya les platiqué que me habían asaltado, que me habían quitado todo, que a ver qué hacía, y eso. Su apoderado “El Capi” Calesero

– ¿Ya desayunó, torero? ¡No! ¡Desde ayer por la mañana, que no como nada! (han de imaginar, el apetito de un chaval de trece años). – ¡Véngase. Lo invitamos a desayunar! Muy lindas pagaron mi abundante desayuno, incluso una de ellas se ofreció a prestarme dinero, y con ese crédito fue que pude resolver lo de mi inscripción y pagar el boleto de regreso a Guadalajara. Resuelto ya el asunto de mi registro en la Asociación pude concentrarme en la novillada del Lienzo Charro. A pesar de que ahorita no recuerdo su nombre, nunca olvidé ese ángel disfrazado como secretaria quien, sin conocerme, se ofreció a prestarme un dinero que tanta falta me hacía en ese momento. Tiempo después regresé a ponerme a mano. Volví a verla el día de mi confirmación de alternativa. Quien conoce la plaza México sabe que los autos de los toreros llegan hasta la mismísima entrada del túnel que comunica a la puerta de cuadrillas. La vi entre la gente que se reúne a ver a los toreros, y prácticamente corrí a saludarla. Nos dimos un fuerte abrazo y lloramos de gusto. – ¿Te acuerdas Toño de aquel día? ¡Mírate ahora! una lección de vida ANTONIO BRICIO

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¡Claro que me acuerdo! ¡Muchas gracias de nuevo, nunca voy a olvidarla!

A pesar de no recordar su nombre, ella aún está en mis oraciones. Por fin se llegó el 9 de junio de 1996, la tan esperada fecha de mi debut. No dormí tan bien que digamos la noche anterior y me levanté muy temprano a revisar y poner a punto todos mis avíos. Para ser honesto esperar la hora del festejo fue muy complicado, pero salí puntual rumbo a mi compromiso. Cuando llegamos al Lienzo, los empresarios habían decidido que para evitar el veto a toreros y empresa, sin cobrar la entrada, y sin vestirnos de luces, solamente se mataría, a puerta cerrada, un novillo sorteado entre nosotros. Entonces sucedió algo emocionante. El público no estuvo de acuerdo, y quién más quién menos comenzaron a cooperar para cubrir el costo de un novillo más y que pudiéramos torear, Paco Aviña y yo. Motivado por la actitud de la gente, le corté las dos orejas al que me tocó en suerte. Poco después, se arregló el problema y pudo seguir aquella temporada. Entonces me anunciaron una vez más, por lo que recibí la dotación de 100 boletos que tenía que vender. ¡Oh sorpresa!… pocos aficionados me conocían, y se complicó la venta. Para ser sincero, estaba muy preocupado por mi petardo como vendedor. Entonces, alguien me sugirió que fuera con Héctor Zúñiga, un novillero en el retiro, porque me dijeron que siempre estaba dispuesto ayudar a los chavales. Investigué dónde vivía, me armé de valor y me presenté en su casa el viernes previo al domingo del festejo. – Matador. Estoy vendiendo boletos para torear en el Zermeño. – ¿Cuántos llevas? Pues… 30 don Héctor. – Ok. Te voy a comprar cincuenta, y el domingo iré a verte a la plaza. Si me gusta tu actuación, voy ayudarte. El domingo le brindé la muerte de mi novillo, y de nuevo corté dos orejas. Al terminar la novillada, me dijo muy serio: – Antonio. Tú vas a ser torero. De aquí en adelante cuenta conmigo. Ahí comenzó una fraternal amistad con don Héctor Zúñiga, quien a través de los años se convirtió en alguien fundamental en mí carrera, pero sobretodo en mi vida. Por él pude aprender hasta reglas de urbanidad. Me invitaba a comer o cenar con su guapa esposa, la señora Flora, me enseñó detalles, cómo usar con propiedad los cubiertos, entre muchas cosas más para convivir educadamente con la gente. Puedo una lección de vida ANTONIO BRICIO

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afirmar sin ninguna reserva, que de no haber sido por él y su esposa, yo no habría caminado en esto del toro, ni me habría formado como un hombre de bien. Por su influencia positiva, más la actividad que surgió a raíz de ese par de triunfos, mi afición cobró mayor fuerza. Como parte de mi preparación –lo que es la vida– aunque yo continué en la brega de los pueblos, don Héctor comenzó a llevarme a la ganadería del Dr. Gabriel Delatorre ¡Él era su gran amigo! Así que regresé a La Llave, ya no a pie, ni tampoco empolvado, ahora llegaba por la puerta principal. El ganadero no se acordó de mí, pero mientras fui novillero, nunca le mencioné cómo llegué una vez a su rancho. Con los años de gratísima amistad, siendo ya matador de toros, le compartí aquella anécdota. Le agradó que recordara el episodio y a partir de ese momento, a quien quisiera escucharlo, el Dr. Delatorre afirmaba que Antonio Bricio era el torero de la casa. En esa etapa, la exigencia de los entrenamientos, o salir a los pueblos, se convirtieron en algo que me llenaba de gusto. No me costaba trabajo levantarme temprano a la escuela, cumplir con mis tareas y por la tarde aprender con mi maestro “El Nayarit”. De su mano y de la de Héctor Zúñiga, me relacioné con más aficionados, toreros, ganaderos, etc. Por ese tiempo, otro momento clave se me presentó. Un gran aficionado y ganadero, don Paco Torre, me invitó a un tentadero a su rancho. El matador Guillermo Capetillo sería el tentador oficial, y yo sería uno de los auxiliares. Entre los poquísimos invitados estaba el Lic. Alfredo Sahagún. Recuerdo que hacía mucho viento, e iban a darle puerta a la última vaca, pero con mi ilusión de torear le dije al ganadero: – Ganadero ¿Me da las tres? – Toño, la vaca está muy astifina, y hace mucho viento. – No importa don Paco. No sé qué pasó. No me acuerdo si el viento amainó. Fue tal mi concentración, que no me importó nada y cuajé a la vaca muy a gusto; el caso es que Jorge Cuesta, el apoderado del matador Capetillo, le preguntó al empresario de la Nuevo Progreso: – ¿Quién es muchacho?

el

apoderado

– Nadie. Aún no tiene respondió Sahagún.

de

éste

apoderado,

le

– ¡Pues yo lo voy apoderar, y lo vas a poner en tú plaza! ¿Cuántas novilladas has toreado? (Me preguntó). Yo respondí una lección de vida ANTONIO BRICIO

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que cinco – ¿En dónde? Se sorprendió cuando le dije que toreaba en los pueblos, y solamente en cinco festejos de luces. – No, no, no ¿Cuántos novillos has matado? – Pues, uno por novillada. – ¡Válgame Dios! ¿Estás consciente que vas a torear una tercia en Guadalajara? ¿Puedes? – ¡Claro que puedo! fue mi respuesta. Y comenzó a presionar al licenciado para que me anunciara. A regañadientes, porque don Alfredo tenía pocas referencias de mí, confió en don Jorge para anunciarme en una novillada. Antes de la fecha pactada, mi recién estrenado mentor me ligó un par de tentaderos, uno en la ganadería “De Santiago”, con don Pepe Garfias, y el otro en lo del matador Teófilo Gómez. Con don Teófilo encerraron seis vacas para mí exclusivamente. Disfruté muchísimo, las toreé muy bien, y a Jorge Cuesta lo veía muy confiado. Al mes siguiente, un 7 de diciembre de 1997 fue mi presentación en la plaza grande –cosas del destino– ante una novillada de “La Llave”, en un cartel con los punteros, “Jerónimo” y Alberto Espinosa “El Cuate”. A ese gran compromiso llegué muy puesto. Había toreado muchos pueblos, trabajo físico intenso, y varios tentaderos. Al margen de conseguir una vuelta al ruedo solamente, causé un gran impacto en el exigente público de mi tierra; por ese triunfo, me programaron de nuevo para el cartel de la presentación de Julián López “El Juli”, para el 1º de enero de 1998. Una semana antes del festejo, durante el desembarque del encierro de “Puerta Grande” anunciado para ese día, se despitorró un ejemplar. Así como llegó el novillo a los corrales de la plaza –en puntas, como se lidia siempre en Guadalajara– la empresa me lo cedió para matarlo a puerta cerrada. Por desgracia, me pegó un cate muy fuerte que me atravesó el muslo derecho. Al hule por mes y medio. Adiós repetición. Adiós cartel con “El Juli”. Para mis ansias de torear, la rehabilitación fue desesperadamente lenta. Era lógico, porque no tomaba en cuenta que fue una cornada grande; limpia, pero grande. Dos trayectorias, una de 30 y otra de 25cms. Cuando apenas retomaba los ejercicios físicos, me ofrecieron una novillada para el ya cercano 12 de febrero. No me la pensé. Acepté que me anunciaran en la feria de Carnaval en Autlán, Jalisco, una de las fechas importantes del calendario taurino de México. Por la recuperación física, no tuve la posibilidad de torear ninguna vaca, mucho menos algún novillo para estar a tono. Tengo que aceptarlo, no estaba preparado para un compromiso de ese tamaño. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Todo se fue cuesta arriba; la víspera del festejo en Autlán, se descornó en los corrales un novillo del encierro que íbamos a lidiar, así que para completarlo, la empresa tuvo que echar mano de un toro muy serio que no se había lidiado en una corrida anterior. Por si fuera poco, me lo llevé en el sorteo. Además que tuvo las complicaciones propias de su edad y más, para colmo hizo mucho viento. No pude hallar la cuadratura, estuve muy desconfiado, francamente mal… muy mal. Fue una de esas tardes que no queremos los toreros. Petardo. De vuelta en el hotel, Jorge Cuesta estaba muy molesto, y me dijo – ¿Sabes qué Antonio? Tú no vas a ser torero, no tienes cojones. Piénsatelo bien a ver qué, y luego platicamos. Sentí mucha impotencia. Más que para asearme, entré a la ducha a llorar mi frustración y amargura ¡Claro que yo quería ser torero! ¡No había pasado tantas vicisitudes, como para darme por vencido! ¡De ninguna manera! Eso pensaba, mientras miraba la herida que aún no había cerrado completamente. De regreso en Guadalajara fui a buscar a mi apoderado, y pues uno sabe cuándo las cosas ya no pueden ser. Comenzaron las evasivas, a no recibir mis llamadas, etc. Particularmente, una ocasión que estuve esperándolo más de una hora comprendí que había terminado la relación profesional entre nosotros. Le dejé una carta en manos de su secretaria, en la que le agradecía todas sus atenciones, las oportunidades que me dio, el que hubiera tenido fe en mí, pero también que no lo molestaría más. Retomé con mayor fuerza los entrenamientos y me puse de nuevo a tocar puertas que no se abrían. Por fin, seis meses después del petardo en Autlán, conseguí que me anunciaran en una novillada de selección en la plaza Monumental Lorenzo Garza, de Monterrey, N.L. Estaba consciente que un festejo de selección, creía yo no era lo adecuado en ese momento, pero estaba dispuesto a torear lo que fuera, con tal de reencaminar mi carrera. Quería demostrarme, que era capaz. Quería gritarle a todo el mundo que podía ser torero. Sin dejarme nada en la espuerta, esa tarde en Monterrey, me pegué un arrimón y corté las orejas. Ahí me gané la repetición, pero esta vez, ya en una tercia. Volví con más entrega ante otro encierro de “La Playa”. Entendí a plenitud a mi segundo enemigo, y lo toreé muy bien; tanto me entregué, que me pegó una cornada en la pierna izquierda que me partió la safena. Antonio Contreras “El Chatito de Acámbaro”, mi peón de confianza esa tarde, trató de llevarme a la enfermería, pero cuando vio que me negaba rotundamente, me ayudó una lección de vida ANTONIO BRICIO

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hacer un torniquete con mi corbatín. La sangre corría hasta el tobillo, pero seguí toreando y gustándome mucho. Yo sentía al público tan emocionado como yo. Me tiré a matar dejando una estocada entera. Cuando el toro dobló y me concedieron dos orejas, entonces comencé a sentir que me daba vueltas todo, se me nubló la vista, y comencé a perder el conocimiento. Cuando el Dr. Benavides me estabilizó en la enfermería, lo primero que me dijo fue lo siguiente: – Mira muchacho, sé que ustedes los toreros están dispuestos a dejar todo en el ruedo; pero no vuelvas a hacer lo que hiciste; porque dos minutos más que tardes en venir hubiésemos tenido que amputar la pierna. Pon en la balanza, y decide qué es más importante: tú carrera, tú vida… o perder una pierna. No tuve que esforzarme por la respuesta. Había superado mentalmente –por fin– aquella cornada de Guadalajara. Después de ese triunfo, se ligaron aproximadamente quince tardes por toda la república. Guadalajara, Torreón, Atizapán de Zaragoza, (una ciudad cercana a la capital), Tlaquepaque, otra vez en el Zermeño, etc. Una buena racha que me dejó listo para comenzar la experiencia más importante de mi vida de torero.

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CAPITULO II Pastejé.

Por esas fechas estaban calando en la Hacienda de Pastejé a prospectos de todo el país. Quienes pasaran el examen, iban a incluirlos en un proyecto taurino muy ambicioso, del Lic. Carlos Peralta.

¡Por supuesto que me hizo gran ilusión! Pero… no sabía que el reclutador, Antonio Murúa, un veterano de las filas de los novilleros, desgraciadamente ya había cerrado el grupo de Guadalajara y no me tomó en cuenta. Me dolió mucho, porque yo pensaba que tenía los merecimientos para que me incluyeran. Tampoco sabía que no se llevaba bien con mis parientes toreros, y cuando vio los apellidos Bricio en un listado de prospectos sugeridos por taurinos importantes de mi tierra, automáticamente me descartó. Por esas fechas, casi no había fin de semana que don Héctor Zúñiga no me invitara al rancho. Ni tardo ni perezoso, durante el trayecto a La Llave le compartí mi frustración del porqué no me tomaron en cuenta para Pastejé. Tampoco le gustó lo que estaba pasando. Se disgustó mucho, y en ese momento buscó la manera de comunicarse con Murúa. Cuando por fin lo consiguió, Antonio y los jóvenes seleccionados estaban listos para trasladarse a la Hacienda. La llamada fue justo a tiempo. Conversaron por un rato que me pareció eterno. Cuando terminó la llamada volteó conmigo y me dijo: – Ya estás, Toño. Regrésate ahorita a Guadalajara, te vas a tu casa, haces rápido el equipaje, y te reportas con Antonio, porque ya se van y nada más te están esperando a ti. La noticia me sonó a música celestial. Lo más rápido que pude regresé a la ciudad, corrí a mi casa, les dije a mis papás a dónde iba y salí rumbo a la plaza de toros, que era el punto de salida. Cuando íbamos rumbo a la Hacienda, después de varias horas de camino y amena conversación, me dijo Antonio Murúa. –Tocayito agradécele a don Héctor Zúñiga y a tú manera de ser que te haya incluido; porque de otro modo no estarías aquí. Lo que nunca pude saber fue el porqué del mentado conflicto con mis parientes, que a punto estuvo de dejarme fuera. Con el tiempo, el trato y vivencias, Antonio se convirtió en un gran amigo mío. Por fin llegamos a la Hacienda, y nos incorporamos al grupo formado por varios mexicanos, el venezolano Morantes Pérez y Ramiro Cadena de Colombia. Estuvimos un par de días, a la espera de completar el grupo de novilleros convocados. Supimos que la prueba 38

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sería presidida por el maestro David Silveti. Y llegó el día de la prueba… La mecánica fue la siguiente. Encerraron cuatro novillos–toros de Real de Saltillo muy serios, que rondaban los quinientos kilos, mismos que fueron sorteados entre cuarenta toreros, aproximadamente. Así quedaba definido el orden en que nos tocaría salir al ruedo. Ya saben que la suerte no es una virtud mía, y me correspondió salir con el segundo toro… en el lugar número ocho ¡Siete antes de mí! Para colmo, el que salió a torear antes de mí –por obvias razones omito su nombre– ¡No se quedaba quieto, ni para saber cómo se sentía! En las gradas del tentadero, yo pasaba aceite; sabía perfectamente que a cada achuchón, el toro se resabiaba más y más. Cuando por fin terminó aquello, el animal ya no atendía a los engaños. – ¡Sigue Antonio Bricio de Guadalajara! Ya habían pasado diecisiete compañeros, diez con el primero de la tarde, y siete con el segundo en el orden, así que pude darme cuenta cómo rechazaban a quien no se quedaba quieto. Cogí la muleta y me fui al toro. Mientras me acercaba al de Real de Saltillo vino a mí mente la experiencia acumulada en los pueblos, con aquellos toros avisados. No tendría problema alguno para lidiarlo por la cara. Pero ese no era el caso, pensé: o me quedo quieto, o no paso la prueba. Tragué saliva, una bocanada de aire, cité… y me quedé quieto. A la primera embestida volé como chango. Ya tirado en la arena volvió el toro para darme una buena golpiza. Cuando me quitaban al toro, el maestro gritó: – ¡Bricio! ¡Coge otra vez la muleta! Me quedé quieto de nuevo, y otra golpiza. El toro ya no cogía el engaño, se iba directamente al cuerpo. De nuevo me lo quitaron. Como pude, me incorporé, me sacudí el polvo y pensé que era suficiente, que había demostrado que me quedaba quieto. – ¡Antonio! –Escuché gritar a Silveti– ¡Coge otra vez la muleta! ¡A ver si es cierto que tienes cojones cabrón! Levanté la muleta, le sacudí el polvo, y francamente enrabietado volví… para recibir la tercera tunda. De nuevo me quitaron el toro, pero ya no pude incorporarme solo. Antonio Murúa, y alguien más ayudaron a que me pusiera en pie, mientras revisaban que no llevara algún cate. En el trayecto a mi cuarto me echaron agua helada en la cabeza. Me llevó algunas horas reponerme, me dolía hasta la punta de la uña del dedo chiquito del pie derecho. Antes de la hora de la comida, me di un baño para estar presentable en el comedor. Por los dolores comí despacio, y se me acercó el maestro.


– Toño. Ya sabía que estabas calado. Hace unos días me llamó Jorge Cuesta, y me habló muy bien de ti, pero yo tenía que verlo con mis propios ojos. Bienvenido a Pastejé. Estás aprobado. A pesar de que me dolía todo el cuerpo, me sentí orgulloso. Don Jorge había dejado de apoderarme, no me perdió la fe. Digo esto porque, mientras comía en la casa, el día anterior a mi alternativa… – Tienes una llamada, hijo. Comentó mi mamá. Cuando tomé la bocina escuché al otro lado de la línea: – ¡Antonio Bricio! ¡Figura del toreo! ¡Porque va a ser figura del toreo! – ¿Quién habla? Pregunté. – Su ex apoderado, el señor Jorge Cuesta. – ¡Apoderado! ¡Qué gusto escucharlo! ¿Cómo está? – Muy orgulloso Antonio. No sabes el gusto que me da que llegues con todos los honores a la alternativa con tanta categoría. Conversamos largo rato acerca de muchas cosas. En esa charla sabrosa, hasta nos pusimos un tanto reminiscentes. En ese tiempo, don Jorge escribía para un diario de circulación nacional, desde Acapulco, Guerrero, a donde fue a pasar una larga temporada para abrir un restaurante. Hasta me hizo un bonito reportaje para ese periódico. Volviendo a lo de Pastejé. Al día siguiente comenzó la preparación física con el matador Alejandro Silveti y un especialista en equipos de futbol americano. Era un cubano metódico, muy exigente, disciplinado y muy capaz. Uno lo siente en su cuerpo, porque llegamos a un punto, en que fuimos capaces de correr 25 kilómetros un día; 15 al siguiente; para el que le seguía de nuevo 25. Al final de cada sesión, nos realizaba exámenes de pulsaciones, ritmo cardíaco, nivel de oxigenación, etc. De esa manera monitoreaba el avance físico de cada uno de nosotros. La rutina comenzaba a las 5 am. (Pastejé se encuentra cerca de la ciudad de Toluca y del volcán Nevado de Toluca, a 2,563 msnm) y a esa hora, la temperatura fluctuaba entre los 3º y 5º grados centígrados. Por el frío yo sentía que los nudillos de las manos se cortaban, que al correr en el campo, se me congelaba el sudor. Le seguía el entrenamiento taurino, todo el día, solamente con pausas para los alimentos. La disciplina era fundamental. Aprendimos a hacer nuestra cama, cuidar el aseo personal, después

de cada alimento recoger el plato de la mesa, mucho respeto por nuestros compañeros, etc. En suma, tuvimos una formación en todos sentidos. En la Hacienda tuve gratísimas vivencias. Particularmente con el maestro David. De él me impactó su manera de ver la vida. Se levantaba, aún más temprano que nosotros. En una ocasión que bajé a la cocina por un vaso con agua, lo encontré saboreando una taza de café y fumando tranquilamente un cigarrillo. Pude conversar con él ese día, que terminó siendo el primero de muchos más. A partir de esa ocasión, yo procuraba coincidir en la cocina. Luego salía a correr al campo con mis compañeros, y a las siete regresaba para acompañarlo a misa en la capilla del rancho. Recuerdo mucho sus conceptos, de cómo se unen el hombre y el toreo. Decía: – El toreo es un ejercicio espiritual. Una expresión del espíritu del hombre. Y ese hombre debe tener mucha capacidad de sacrificio. Con su preparación tendrá que inducirse el dolor. No como una actitud masoquista, no. Porque solamente así encontrará la capacidad de sacar esa expresión que está en el fondo de las entrañas y que lo llevará a ser figura del toreo. Reflexioné acerca de lo que me dijo, y me sentí bien. Yo había podido asumir con gusto muchos sacrificios; porque decidí hacerlos sin que nadie me los impusiera, acepté limitaciones de alimento en alguna ocasión, de dinero, de vestuario, de tiempo para diversiones, lejanía de mis seres queridos, y todo por la búsqueda de un sueño ¡Mí sueño de ser figura del toreo! Me sentí bien, a pesar de que los fines de semana que nos daban descanso y podíamos irnos a casa, yo no tenía dinero para ir y venir a Guadalajara cada semana, así que me quedaba solo en Pastejé. Mucho tiempo en soledad, pero muy oportuno para pensar, madurar, y fortalecer mis convicciones. Recuerdo que durante aquellos fines de semana, meditaba mucho en las conversaciones de madrugada con el maestro. Las experiencias que él vivió debido a sus lesiones en ambas rodillas. A pesar de ocho larguísimos años de rehabilitaciones dolorosas, los médicos aún afirmaban y se oponían terminantemente a que volviera a los ruedos. No se dejó vencer y se mandó hacer unos aparatos ortopédicos para las rodillas, que solamente le servían para sostener su peso corporal. Nada más; no lo ayudaban para moverse. – La única opción era –me platicaba emocionado– quedarme quieto y echar mano de todo el valor del que era capaz. Ahí encontré mi tauromaquia, Antonio. Como era una lección de vida ANTONIO BRICIO

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imposible reponerme aprendí a meter la muleta al hocico del toro, para engancharlo cuando volvía; por razón natural, el toro pasaba muy ceñido. Eso provocaba el gusto dramático que tanto enardecía al público, y a mí. Brotaba imparable la fuerza del espíritu que debe tener un torero. Fue en esa etapa cuando, precisamente en mi tierra comenzaron a llamarlo “El Rey David”. Si mal no recuerdo, el inolvidable cronista, poeta y escritor tapatío, Federico Garibay Anaya fue quien lo bautizó. Recordaba también a Arjona, aquel cantante guatemalteco. No tanto por sus canciones, sino porque me identificaba con los sacrificios que tuvo que hacer para alcanzar su gran éxito. Ricardo Arjona narraba que vino a México, porque un amigo y él echaron a la suerte ir a España o a México. Compartía su vivencia de las muchas puertas que tenía que tocar, en qué trabajó, y cómo hubo de superar, lo que parecían fracasos. Un tiempo, por la necesidad de pagar la renta de su departamentito, se dedicó a escribir canciones para otros artistas. Una de ellas, Detrás de mi ventana estuvo colocada en las primeras posiciones de la radio en México, pero Ricardo no ganó un clavo por concepto de las regalías que, por supuesto generaba la canción… era su representante quien se las embolsaba. A pesar de todo eso, él nunca se rindió, porfió hasta conseguir entrevistarse en persona con Emilio Azcárraga, a quien le explicó quién era y lo que sabía hacer. Ahí cambió todo. Lo presentaron en aquel programa “Siempre en Domingo” y de ahí pa’l real. Alcanzó la fama, el dinero, el reconocimiento y las comodidades. Sin embargo, aquella inspiración para componer canciones, cada vez le costaba más trabajo tenerla o, de plano ni siquiera llegaba. Para retomar esa inspiración decidió refugiarse en un alejado pueblito costero de México; sin hotel, sin agua caliente. En suma, cero comodidad. Después de un largo mes de sacrificio y limitaciones, por fin brotó de nuevo su capacidad creativa. Creo yo que algo similar sucede con José Tomás, por eso le gusta mucho estar consigo mismo. De esa manera puede estar en la búsqueda continua de la conexión de su espíritu divino con el torero. Con todo mi respeto para el maestro, me identifico con su manera de relacionarse con la gente; a mí tampoco me gustan las entrevistas. Ni en radio, ni en televisión. Nunca me gustaron, aunque claro, hice las que fueron necesarias. No soy para ese glamour que a veces envuelve algunos toreros. Nada tienen que ver las revistas del corazón con el toreo. Me gusta la soledad. Estar conmigo mismo. Esa forma de vivir como artista –a fin de cuentas un torero lo es– como la vive José Tomás. Para lo demás están los apoderados. Ellos saben hacerlo, muy bien. El torero donde se muestra es en el ruedo, 40

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delante de un toro. Todo esto rondaba mi cabeza, durante aquellos fines de semana en que, a pesar de la falta de compañía aprendí con satisfacción a estar conmigo. Mi fe se fortalecía. La selección. Del grupo que estábamos en la hacienda de Pastejé, nos escogieron a tres: Morantes Pérez, Arturo Prado de Aguascalientes, y a mí. Cada uno fuimos programados en dos novilladas del Encuentro Mundial de novilleros de fines del 98, y comienzos del 99. Como preparación, nos echaron a los tres un novillo. Con tan mala suerte –contra la costumbre, no para mí– el toro lesionó a Morantes y a Prado. Entonces, como los festejos ya estaban programados decidieron que los sustituyera en algunos de ellos. El programa de Pastejé era, con base en nuestras actuaciones enviar a España en la siguiente temporada, a los mejor preparados. Yo debuté en Juriquilla, Querétaro, en un cartel con el francés Juan Bautista y el español Rafael Ronquillo. En otra fecha del Encuentro Mundial de Novilleros, ahora en Guadalajara ante un encierro de Los Martínez, junto a Sebastián Castellá y el colombiano, Ramiro Cadena en el cartel, ya estaba muy centrado en mi vocación. Era el resultado de una preparación intensa en Pastejé, pero sobre todo, la guía del maestro David Silveti. El 14 de marzo de 1999, rumbo a la plaza Nuevo Progreso, el maestro David manejaba la camioneta y se dirigió a mí: – Antonio. Esta tarde vas a mandar a freír espárragos a todos tus paisanos –bueno, con palabras bastante más altisonantes–. Vas a demostrarles, quién es el torero de Jalisco, el que tiene más cojones, y el que mejor torea. Llegué, claro, muy mentalizado y a pesar que mi lote no dio muchas posibilidades realicé una muy buena faena. Cerca ya de tirarme a matar, el toro me cogió como para matarme. Me echó al lomo, la ropa quedó hecha una lástima, y recibí un rayón muy doloroso. Me dejó además, manchado de sangre por toda la ropa de torear, y muy atolondrado. Por la golpiza, lo pinché al primer viaje, pero a pesar de mi fallo con la espada, me concedieron una oreja; si hubiera acertado al primer intento, que la faena lo merecía, el juez me habría otorgado un par de trofeos ¡De Guadalajara! La siguiente fecha fue en la plaza San Marcos de Aguascalientes, con el español Sergio Aguilar, y el de la tierra, Efrén Adame, primo del maestro


Joselito. Fiel a su costumbre, Silveti habló conmigo: – Antonio. Ahí viene éste apoderado español con su torero ¡Quiero que le pegues un repaso! Me llevé el gato al agua con tres orejas. Esa tarde, el visor de Pastejé era, ni más ni menos que Antonio Corbacho ¡El apoderado de Aguilar!, responsable también de la preparación en España. Al terminar el festejo, el maestro Corbacho habló con David Silveti y le dijo: – David. A Bricio me lo llevo ahora mismo. Ya está listo. Esa noche en el hotel, después de la cena, Silveti me llamó aparte, y me puso sobre la mesa las opciones para que tomara una decisión: – Piensa bien las cosas ¿Te vas a España con Corbacho, o te quedas aquí conmigo? Si te quedas voy a hacerte una campaña de veinticinco novilladas muy escogidas, y voy a rematarlas con tu alternativa. Allá vas a la guerra, porque ya sabemos cómo es Corbacho. Eso sí, don Antonio es quizá el mejor maestro de toreros de aquí y de allá. Si tú quieres ser figura del toreo, el camino es Corbacho. Piénsalo, porque… Lo interrumpí para decirle que me iba. – No me respondas ahorita. Piénsalo muy seriamente, y por la mañana me dices tú decisión. Por enésima ocasión, no me dejó dormir la excitación. En la mañana fue lo primero que le dije: – Maestro, me voy a España. – Muy bien. Tramita el pasaporte, avisa en tú casa y haz la maleta. Vuelas el próximo viernes, yo me encargo de tú pasaje. Te felicito por tú decisión Antonio. Enseguida me dio un gran abrazo. Ya en Guadalajara, los días fueron de mucho ajetreo. A mis padres les dio mucho gusto, y a pesar de sus limitaciones hicieron un sacrificio para que me llevara un poco de dinero. La llegada a España El viaje fue muy pesado. No tanto por las once horas de vuelo, sino por tantas emociones encontradas, que no me permitieron descansar ni un poquito. A mi llegada al aeropuerto de Madrid, ya me esperaban Antonio Corbacho y mi paisano Ignacio Garibay. Ilusamente, yo creí que me llevarían a instalarme, o qué sé yo. Nada. Directo

al campo. Fuimos a la ganadería de “Zalduendo”, entonces propiedad de don Fernando Domecq, donde echaron cuatro vacas grandes, toreadas. Corbacho no me dejó torear, porque dijo: – Todavía no estás preparado, muchacho. Nada más dejó que ayudara en el ruedo. Salió al ruedo, para Nacho, la primera vaca. En un momento dado, le echó mano a Garibay, y me desprendí del burladero para quitársela. En ese momento, Corbacho me pegó un grito: – ¡Tápate, coño! ¿Tú eres su madre, o qué carajos? ¡Tápate hombre! Me quedé sorprendido. Ayudar a un compañero en apuros es algo que sentimos muy adentro los toreros. Preocupado, según yo, todavía hice el intento por ayudar a Garibay. – ¡Que te tapes, coño! Repitió Corbacho. ¡Eso era parte de la preparación! Si una vaca te cogía en un tentadero, nadie estaba autorizado a quitarte al animal. Como pudieras tenías que resolverlo tú mismo. Si te aflojabas podías hasta perder el conocimiento y quedar seriamente lastimado. Así que aprendías a escabullirte – digo yo– como gato. Pero sobretodo, aprendías a no dejarte vencer. A controlar el miedo, y a dominar tu instinto de conservación. En esas circunstancias, el aprendizaje con toros resabiados en los pueblos de Jalisco, de la mano de “El Nayarit” fue un gran recurso que en esas circunstancias, me dio muchos frutos. Aquellas grandes vacas, sí me cogían, pero muy poco, y cuando lo hacían, ya sabía cómo recuperarme pronto; pero mis compañeros, sin esa preparación pueblerina, sí que las pasaron negras. Como en los novenarios, lanceaba con el capote a la vaca al hilo de las tablas en terrenos naturales. Ya que apretaba pa’ los adentros – señal de que se había acordado– me la llevaba a los medios, pa’tras, pa’tras, pa’tras, hasta que en el momento adecuado, la remataba en los medios. Con la muleta, por ningún motivo la pasaba al principio; había que llevarla siempre, con el engaño por delante, con las piernas escondidas tras la franela, porque si le daba el muletazo completo, la vaca podía encontrarme ¡Y agárrate! Poco a poco la iba engañando. De repente, le dejaba cada vez más y más largo el viaje de la muleta; hasta que después de un buen rato –a veces una hora; no te limitaban el tiempo– terminaba por pegarle derechazos y naturales. El chiste de la faena era enseñarla a embestir de nuevo. Unas veces con muletazos de uno en uno; otras con series cortas. Si yo disfrutaba con ir metiéndola, poco a poco, con mucha paciencia y un ganchito, pegarle pases al final era como la gran cereza de un sabroso pastel. Lo gozaba mucho, porque era el reto inusual de decirte a ti mismo ¡Te voy a pegar pases, porque te los voy a pegar! ¡No me importan los golpes! una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Con Antonio Chenel “Antoñete”

Marcial Herce, Pepe Orozco “El Jalisco” Nacho Garibay, Mariano Del Olmo y Toño Bricio

Con Rafael de Paula

Con el Matador Raúl Galindo gerente de Tauromex Con Paco Izquierdo mozo de espadas 42

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Aprecié entonces las enseñanzas de Antonio Corbacho, a quien a primera vista lo miraba como un hombre sin sentimientos, pero tuve que reconocer pronto, que la dureza de sus enseñanzas me ayudó a fortalecer el espíritu y el carácter. A ver la vida en su real crudeza y reconfirmar que Dios es tú mejor apoyo. Lo había olvidado. Corbacho me ayudó a reencontrarlo. Que Él lo bendiga, dondequiera que esté.

En tiempos libres conociendo Sevilla

Ese día de mi llegada, Corbacho le había dicho al ganadero que buscara uno grande: me entorilaron un utrero, cercano ya a los cuatro años, con más de quinientos kilos. La gran ventaja es que los machos en las ganaderías de todo el mundo taurino, jamás son toreados. Ese fue el recibimiento para el recién llegado. El resto de 1999 fue de preparación intensa: toreo de salón, mucho campo, toros muy serios a puerta cerrada, y vacas grandes y toreadas. La campaña española Acerca de mi campaña, el gran periodista hispano, don Paco Aguado, a quien le agradezco profundamente sus letras, la describe mejor que yo. AÑO

2000: UNA TEMPORADA, Y RECORD, PARA LA HISTORIA

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Por Paco Aguado A Antonio Bricio, en agradecimiento a aquel brindis del 6 de septiembre en Torrelaguna “Aterrizó en España para torear apenas una novillada de prueba y se quedó para hacer historia. Ese es el resumen telegráfico del hito que, para el toreo mexicano, firmó Antonio Bricio el mítico año 2000, en el que cuajó una campaña novilleril sin precedentes en ruedos españoles. Justo en el salto de milenios, el torero de Guadalajara estableció, sumando tarde tras tarde hasta 51 actuaciones, un récord que casi dos décadas después aún no ha sido superado, ni parece que todavía pueda serlo a medio plazo, por ningún otro compatriota”. “Pero no adelantemos acontecimientos y comencemos desde el principio, desde esa decisiva tarde de la primavera del 99 a orillas del río Tajo, en la que llaman la Ciudad Imperial que un día fue capital de un reino en el que no se ponía el sol y que, sobre todo, fue un hermoso crisol de culturas: la Toletum romana, la Tulaytulah árabe, la Toldoth judía... Sí, aquella novillada del 18 de abril de 1999 en Toledo iba a ser la piedra de toque que decidiría el futuro de la carrera de Antonio Bricio”. “Los responsables de Tauromex, el pionero gran proyecto dirigido y patrocinado por el ganadero Carlos Peralta para la formación y lanzamiento de novilleros a nivel internacional, decidieron que era el momento de poner a prueba la evolución de aquel chaval de una lección de vida ANTONIO BRICIO

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SEVILLA

Castillo de Las Guardas cerca de Sevilla

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Guadalajara que había destacado en los cinco festejos que toreó hasta entonces en el capítulo mexicano del que dieron en llamar Encuentro Mundial de Novilleros”. “Formado en la Academia Taurina de Pastejé, el rancho ganadero de Peralta en Toluca, la evolución de Bricio en México estaba siendo notable, pero los responsables del proyecto quisieron que cruzara el Atlántico para probarle, aun en un único festejo, con el novillo español y observar así la posibilidad de que hiciera campaña en ruedos europeos la temporada siguiente. Y, aunque no tuvo un triunfo rotundo con los utreros de Zalduendo, a Bricio no le fue nada mal en aquella novillada toledana, al menos a ojos de los dos expertos con los que Tauromex contaba en España, los toreros retirados Raúl Galindo y Antonio Corbacho, que decidieron que el novillero azteca ya no volviera a México sino que se quedara a seguir su preparación a ese lado del charco”. “Así que Bricio anuló el billete de vuelta y tomó camino de Castillo de las Guardas, un pequeño pueblo de la sierra de Sevilla donde el inflexible Corbacho, que había sido el hombre clave en la consagración de José Tomás, se encargaba de forjar con sus estrictos métodos la evolución de los aspirantes tutelados por el proyecto. Aislado prácticamente del mundo, rodeado de ganaderías donde ejercitarse y en contacto únicamente con el resto de compañeros de “escuela”, el mexicano se entregó por completo al exigente proceso de aprendizaje con el que el antiguo banderillero madrileño, un auténtico “brujo” de las claves del toreo, inculcaba los valores más sagrados de la profesión, incluyendo el máximo espíritu de sacrificio, físico y mental”.

San Sebastian Encuentro Mundial de Novilleros

“Todo ese verano, más el otoño y el invierno siguientes, estuvo Bricio encerrado en aquella pequeña aldea sevillana, compartiendo habitación con compatriotas como Ignacio Garibay, que tomaría la alternativa en España a finales de aquel año 99 después de 23 novilladas, y los como él novilleros Pepe Orozco “El Jalisco” y Arturo Macías, además del madrileño, de Vallecas, Sergio Aguilar. Decenas de tentaderos y de novillos estoqueados a puerta cerrada, no sin sudor y dolor, le sirvieron para irse cuajando más y mejor como torero, como pudo apreciarse en los dos únicos paseíllos más que hizo esa temporada, en julio en Colmenarejo (Madrid) y en agosto en el mismo Castillo de las Guardas donde residía y cortó el rabo de uno de sus novillos” “San Sebastián, punto de Encuentro”

Alternando en Linares con Sergio Aguilar y Antonio José Lorite

“Preparándose, pues, a conciencia, Antonio Bricio solo tuvo ocasión de hacer una corta escapada a México para pasar las Navidades con su familia, pues para el 4 de febrero, nada más comenzar el segundo milenio, estaba fijado ya el inicio de la que una lección de vida ANTONIO BRICIO

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sería la temporada clave de su carrera. Ese día en concreto echaba a andar el tercero de los Encuentros Mundiales de Novilleros organizados en España por Tauromex y que, por primera vez, iba a tener una sede fija: el flamante y moderno coso cubierto de Illumbe, en la ciudad norteña de San Sebastián, que regentaba la familia Chopera, potentísima empresa taurina que también colaboró en la organización de este evento con intención globalizadora del toreo. El novillero de Guadalajara iba a tener así posibilidad de demostrar sus avances en una plaza de máxima categoría, con novilladas de ganaderías de primera línea y en liza con doce de los novilleros más destacados del momento, como eran entonces El Fandi, Sebastián Castella, Fernando Robleño, Sergio Aguilar, Rafael de Julia, Javier Castaño o el colombiano Ramiro Cadena”. “Aquel primer viernes de febrero del añ0 2000, Antonio se anunció con el malagueño Martín Antequera y el sevillano Antonio Barea para lidiar reses de la divisa jerezana de Martelilla, de origen Marqués de Domecq. Y no en una novillada más sino en la primera que se celebraba en una plaza inaugurada dos años antes para romper una racha de más de dos décadas sin toros en la lujosa ciudad vasca. Además, para sumar nuevas efemérides, Bricio iba a convertirse también en el primer aspirante en pasear una oreja por su ruedo, tras cortársela al primero de su lote”. “La faena premiada tuvo el mérito evidente del temple, con el que no solo consiguió asentar a un astado que flojeó de salida sino que le sirvió para cuajarle muy buenas tandas de naturales. El mexicano culminó además su solvente trabajo con una estocada de rápido efecto, al revés de la que ejecutó con el sexto, ante el que necesitó usar el descabello, perdiendo la posibilidad de obtener un segundo trofeo pero no de dar una merecida vuelta al ruedo”. “Con ese balance consiguió Bricio clasificarse para la siguiente novillada eliminatoria del Encuentro, prevista para el sábado 26 de febrero, justo un día después de su debut en Francia, en concreto en el anfiteatro romano de Nimes durante un festejo de carácter internacional, con ocho utreros para otros tantos aspirantes de siete nacionalidades distintas. Representando a México, el jalisciense no pudo más que estar entonado ante el único novillo que estoqueó de un duro y mal encierro de la divisa gala de Hubert Yonnet”. “Pero seguro que su mente estaba puesta en esa segunda novillada de San Sebastián, en la que tuvo tiempo de pensar toda esa noche mientras cruzaba Francia desde el Mediterráneo al Atlántico para poder pasar a España por la frontera de Hendaya. Antonio había quedado seleccionado entre los seis mejores novilleros del Encuentro y estaba anunciado ahora junto a dos de los más destacados, el francés Sebastián una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Castella y el salmantino Javier Castaño, con los que tenía que sortearse los seis ejemplares de la prestigiosa divisa de Torrealta, en la segunda de las dos novilladas de clasificación para la final”. “Lamentablemente, el primero de su lote se partió una mano en el último tercio y no le dejó opción alguna de lucimiento, por lo que estaba obligado a echar el resto con el cuarto de la tarde si quería llegar a hacer ese tercer y decisivo paseíllo en Illumbe. Pero la suerte le compensó con un novillo encastado y con picante en sus exigentes embestidas, con las que, por eso mismo, pudo demostrar a la perfección su capacidad y sus avances en el oficio. Siempre compuesto y entregado, el mexicano le ligó al bravo “torrealta” varias series largas por ambos pitones con las que lo sometió hasta tumbarlo de una estocada sin puntilla y cortar así una oreja de mucho peso. Sus compañeros también se lucieron con la buena novillada, con otro trofeo para Castella por los dos que paseó Castaño del sexto antes de salir a hombros. Tanto que los tres pasaron directamente a la final, para la que, en festejo de cuatro matadores, ya se había ganado un puesto el madrileño Sergio Aguilar”. “Un arranque “de primera” “Con el aval de esos dos apéndices obtenidos en las novilladas previas se presentó Antonio Bricio en la final donostiarra del 4 de marzo, para la que se enlotó una seria novillada de la ganadería salmantina de Puerto de San Lorenzo, de origen Atanasio Fernández-Lisardo Sánchez que acabaría dando un juego muy desigual. El peor lote fue, precisamente, el suyo, por mansurrones y deslucidos, como tampoco se prestó demasiado al lucimiento un tercero que tuvo que matar por la cornada que, a cambio de una oreja, Javier Castaño sufrió con el primero de los suyos. Aunque este último se movió descoordinadamente por el ruedo, Bricio consiguió equilibrarlo y torearlo con pureza hasta matarlo de una buena estocada antes de dar la vuelta al ruedo. Un balance a todas luces insuficiente para competir con las tres orejas que obtuvo un pletórico Castella, que no pudo salir a hombros por resultar también herido pero que resultó el triunfador de este III Encuentro Mundial de Novilleros y salió lanzado desde Illumbe hasta la alternativa y la fama”. “Aun así, como era la intención de sus organizadores, el certamen proyectó también a varios novilleros más, y entre ellos a Antonio Bricio, que se ganó definitivamente con su buen hacer la credibilidad de sus mentores y de las empresas para poder hacer una temporada completa en España, la misma que tuvo su siguiente capítulo dos semanas después en la ciudad minera de Linares. El coso de Santa Margarita, escenario medio siglo antes de una de las más grandes tragedias de la historia del toreo, contempló un nuevo triunfo del azteca, una lección de vida ANTONIO BRICIO

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que obtuvo una oreja de la novillada de Giménez Indarte que lidió con Sergio Aguilar y Antonio Lorite y tras la que volvió a encerrarse en el campo con Antonio Corbacho para comenzar una intensa primavera de tentaderos, en la época en la que en España estos son más frecuentes”. “Mes y medio después, el 30 de abril, el novillero de Jalisco volvía a hacer el paseíllo vestido de luces, esta vez en la Monumental de Barcelona, la plaza, hoy lamentablemente cerrada por cuestiones políticas, que a lo largo de la historia siempre fue, gracias a la receptividad de la empresa Balañá, clásico puerto de llegada de los toreros mexicanos que se aventuraban a viajar a España. Y como poseído por el espíritu de tantos compatriotas como antes triunfaron en ese ruedo, Antonio Bricio dio en la Ciudad Condal una pletórica tarde de toros”. “Los bravos novillos del gran encierro embarcado en la finca ganadera del gran torero Joselito permitieron al de Guadalajara desplegar aquel 30 de abril todo su repertorio, desde las largas cambiadas de rodillas con que saludó a los dos de su lote hasta los dos rotundos espadazos con que los echó a tierra. Y entre medias, toda su entrega con el capote, a la verónica y en los quites, haciendo alarde de variedad, así como dos faenas de muleta con pases templados y de gran calidad, pagando el precio de una aparatosa maroma y con el único pero de, por una lógica inexperiencia, no redondear algo más su labor para poder cortar la segunda oreja de a ambos”. “Con todo, la de Bricio en Barcelona fue la tarde que, hasta ese momento, mejor definió su ambición y sus ganas de ser torero, reflejadas en una triunfal salida a hombros que compartió con el mayoral de la ganadería y que le convirtió en el novillero triunfador de la temporada en la monumental catalana”. “Casi otro mes de tentaderos hubo de pasar hasta su siguiente actuación vestido de luces, fijada nada menos que en la Real Maestranza de Sevilla, donde se lloraba aún el fallecimiento de su popular empresario, el manchego Diodoro Canorea. El propio torero aseguraba entonces que cuando le dieron la noticia de que estaba anunciado para el 25 de mayo en el coso del amarillo albero se le saltaron las lágrimas de la emoción. Y no era de extrañar: en todo el largo año que ya llevaba en España, concentrado en Castillo de las Guardas, su únicas y esporádicas salidas al mundo exterior tenían como destino la cercana ciudad de Sevilla, por donde le gustaba pasear recreándose en la belleza de las estrechas calles del barrio de Santa Cruz, en sus monumentos airosos, en las luminosas orillas del Guadalquivir, en la honda Triana, pensando siempre en el día en que viera su nombre en los carteles de toros que colgaban de las tabernas de la ciudad”.

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“Estar anunciado en Sevilla es lo más bonito que me ha pasado en la vida”, le confesó Bricio a un periodista que le entrevistó en las horas previas a cumplir su gran sueño. Pero los novillos de Juan Pedro Domecq no se lo pusieron fácil ni colaboraron a que el sueño tuviera un final muy feliz, ya que el primero de su lote, tras cuajarle un buen recibo a la verónica y un espectacular quite por zapopinas, llegó al último tercio descompuesto. Aunque logró ligarle algunos buenos naturales, la faena no tomó altura antes de que llegara a fallar finalmente con el descabello y se le tributara una sonora ovación de reconocimiento. Seguro que mucho menos de lo que él había soñado tantas noches antes”. “Tampoco consiguieron lucir ante los “juanpedros” sus compañeros de cartel, el sevillano Juan Manuel Benítez y el dinástico novillero hispano-venezolano César Girón, antes de que el quinto, de nerviosas embestidas, obligara a Bricio, tras otro excelente quite por gaoneras, a hacer un notable esfuerzo que tampoco tuvo recompensa tangible por sus fallos con la espada”. “No hubo orejas, evidentemente, pero la actuación del mexicano dejó buen ambiente en la capital andaluza, donde gustó sobre todo su decisión, reflejada también en su saludo al segundo novillo de su lote, al que esperó de rodillas frente al legendario túnel de chiqueros, cuya gran anchura, al ofrecer a los toros una salida más abierta al ruedo, complica más aún la suerte de la portagayola, que allí ha costado gravísimas cornadas, como las de Paquirri o Pepe Luis Vargas”. La ratificación de Madrid “A esas alturas de la temporada, a las puertas ya del largo y taurinísimo verano español, el novillero jalisciense estaba más que preparado para encarar todo lo que se le viniera por delante. No en vano, de los siete festejos sumados hasta entonces, seis habían tenido como escenario cuatro plazas de primera categoría -San Sebastián, Nimes, Barcelona y Sevilla- y una de segunda, la de Linares, con toda la exigencia que eso supone: públicos entendidos y nada complacientes y, sobre todo, novillos con cuajo y seriedad al alcance únicamente de aspirantes capacitados. Sin duda, Bricio había pasado la prueba. Y con nota”. “Se abría entonces para él un ilusionante resto de temporada, con muchos contratos en plazas menores y mayores de toda la geografía taurina europea en los que redondear su preparación, aunque sin que sus mentores aún tuvieran conciencia de llegar a las insuperables cifras con que se remató la campaña. El único objetivo que se habían fijado a medio plazo era la presentación de Bricio como novillero en Madrid”. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Ganadería El Marquez de Domecq

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“Antes de que esta llegara, el de Guadalajara sumó otras siete novilladas más. Las dos primeras fueron en localidades de la muy taurina sierra de Madrid, las de Alpedrete y Colmenar Viejo (otro ruedo con reciente historia trágica, la de José Cubero “Yiyo”), en las que salió a hombros. Los días 24 y 25 de junio toreó en Francia, concretamente en Sain-Sever y Béziers, con suerte desigual y alternando en esta última plaza, en sesión matinal, con su compatriota Fabián Barba, que debutaba con picadores. Y, ya metidos en el mes de julio, hizo el paseíllo en Grijota, en plena Castilla, en la conquense Palomares del Campo, con corte de cuatro orejas y un rabo, y en la extremeña Moraleja”. “Aparentemente, casi todas eran plazas pequeñas, portátiles o de pueblo, donde se podría pensar que la exigencia era menor. Pero en España, dependiendo de la afición o de la tradición de cada zona, hay lugares donde las circunstancias para un novillero puede hacerse tanto o más duras que en las más encopetadas plazas de primera. Y ese fue el caso de la novillada que tuvo que lidiar en la citada Moraleja, una localidad cacereña, cercana a la ganadería de Victorino Martín, donde, aun con solo tres años, los encierros suelen ser auténticas corridas de toros”. “Así que el 14 de julio, solo una semana antes de su debut en las Ventas, Bricio se enfrentó allí a una voluminosa y seria novillada de la divisa de Criado Holgado, en la que se incluyó un utrero que había estado de sobrero en Las Ventas y que entró como segundo de su lote en el sorteo matinal. Cuando salió a aquel reducido ruedo, el cuajado ejemplar se hizo el amo, y más aún cuando, de tanto empujar, consiguió lanzar al picador al otro lado de la barrera, que luego cedió entera por su empuje al caballo desmontado”. “Pero el mexicano no se amedrentó sino que se creció ante la dificultad y consiguió doblegar al animal, que apenas sangró, con una gran capacidad resolutiva. Había sido, sin duda, su experiencia más dura en España hasta ese momento, aunque también es cierto que superarla con valor y con un oficio ya bien aprendido fue también la mejor inyección de moral que podía tener de cara a su presentación en la primera plaza del mundo, prevista para el día 21 de ese mismo mes”. “En novillada nocturna, dentro del certamen organizado por la cadena de televisión de pago Vía Digital, Bricio hizo el paseíllo en Las Ventas vestido con un terno gris tórtola y oro, flanqueado por el sevillano Luis Vilches y el valenciano Tomás López. En chiqueros esperaban seis utreros de la divisa andaluza de Román Sorando y en los tendidos los 15.000 espectadores que cubrían aproximadamente los dos tercios del aforo de la plaza en una noche agradable, más lo otros miles que presenciaban una lección de vida ANTONIO BRICIO

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el festejo por la pequeña pantalla”. “El novillo de su debut, de sangre Núñez, se llamó “Auxiliador”, era negro bragado, estaba marcado con el número 16 y dio 471 kilos de peso en la báscula. Y Bricio le cortó la primera de las cuatro orejas que se pasearon esa noche por el ruedo madrileño. La faena, abierta en los medios con un pase cambiado por la espalda, estuvo marcada por un toreo de muleta de mucha calidad y hondura, con buenas series por ambos pitones y especialmente una con la derecha de mano muy baja, llevando siempre muy embebidas las embestidas en el trapo, antes de cerrarla con unos arriesgados molinetes de rodillas”. “La enorme satisfacción por un éxito tan notable se reflejaba en su rostros durante la aplaudida vuelta al ruedo con el trofeo aferrado a su mano derecha. Pero lo mejor de todo es que Bricio había dejado ver, nada menos que en Madrid, la madurez alcanzada en un año de intensa preparación y había podido evidenciar la mentalidad de triunfador con la que llegó al, hasta entonces, compromiso más importante de su corta carrera”. El maratón del verano “Luego, el gran triunfo que alcanzó Vilches con el cuarto, al que desorejó por partida doble para abrir la codiciada Puerta Grande madrileña, dejó la actuación del mexicano en un segundo plano en las reseñas de prensa, pero, no obstante, la excelente imagen que ofreció, aun sin poder redondear con un sexto novillo deslucido, fue el mejor aval para que su campaña española del 2000 siguiera creciendo en cantidad y calidad”. “Porque aún sumó el mexicano cuatro novilladas más antes de que finalizara el mes de julio: la primera, muy cerca de Las Ventas, en la localidad madrileña de Colmenarejo; la segunda en la navarra Tudela, alternando aquí por primera vez con el que iba a ser su más directo rival para liderar el escalafón a final de año, el madrileño Julio Pedro Saavedra; y las dos últimas en las ciudades francesas de Garlin, donde salió a hombros en las mismas barbas de un Castella a punto de tomar la alternativa, y Hagetmau, esta vez lidiando, sin cortar trofeos, pero con gran suficiencia una novillada del legendario y temido hierro de Miura. Ambas fueron la cuarta y la quinta de las seis actuaciones que Bricio alcanzó ese año al otro lado de los Pirineos”. “Con diecinueve novilladas toreadas llegó el mexicano al mes de agosto, sin saber que aún iba a sumar más del doble para alcanzar una marca que ni él ni sus apoderados llegaban todavía ni a plantearse. Y es que los meses de agosto y septiembre son los más taurinos en España, aquellos en los que, coincidiendo con el final de la cosecha de cereales o el inicio una lección de vida ANTONIO BRICIO

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LA PRENSA MEXICANA INFORMO PUNTUALMENTE

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E SU PASO POR ESPAÑA

de la vendimia, cientos de pueblos de toda la geografía celebran sus fiestas patronales. La primera quincena de agosto el ritmo comienza a aumentar hasta que en torno al día 15, festividad de la Virgen, llega una auténtica explosión de festejos de todo tipo: corridas de toros, novilladas, festivales, rejones...” “Hasta ese señalado día, Antonio Bricio marcó en el calendario las fechas del 3, del 5 y del 14 de agosto, cuando hizo el paseíllo en Lodosa (Navarra), Pedro Muñoz (Ciudad Real) y Cebreros (Ávila), siendo en la segunda donde consiguió su mayor triunfo con cuatro orejas cortadas y compartiendo salida a hombros con un recién debutante con caballos con el que alternaría muchas más tardes hasta el final de la temporada, el madrileño Matías Tejela. Después vendrían las otras cuatro de sus siete actuaciones de agosto, en Cantalejo (Segovia), Valtierra (Navarra), Añover de Tajo (Toledo), y Robledo de Chavela (Madrid), cortando orejas en todas ellas salvo en la segunda y lidiando novillos de las más variadas sangres, como debe exigirse a cualquier aspirante que quiera tener un mejor conocimiento del toro y del oficio”. “Finalizado el octavo mes del año, Antonio Bricio alcanzaba ya, afianzado en los primeros lugares del escalafón, un total de 26 novilladas, en las que había lidiado 52 utreros a los que cortó un total de 30 orejas y un rabo, después de presentarse en plazas como Madrid, Sevilla, Barcelona y San Sebastián, además de en varios ruedos franceses”. “Y en esas llegó, al fin, septiembre. En España, el mes por excelencia de las novilladas, con un estallido de festejos en toda Castilla y, sobre todo, en los alrededores de Madrid. Y con la celebración de varias ferias de prestigio que, desde hace años, se encargan de promocionar y premiar a los mejores y más destacados aspirantes del escalafón menor. Arnedo y, después, Algemesí y Arganda, la conocida como triple A, fueron las pioneras de una forma de ayudar a los novilleros que con el tiempo ha ido cundiendo y extendiéndose a otro buen número de localidades y ferias”. “Como no podía ser menos, Bricio actuó en todas y cada una de ellas, hasta el punto de que de los treinta días de septiembre llegó a hacer el paseíllo en diecinueve, en un continuo ajetreo de viajes con Madrid como centro de operaciones, desde ese apartamento que Tauromex alquiló para la intendencia de sus pupilos a escasos metros de la famosa Venta del Batán, donde aún se exponían los toros a lidiarse cada feria de San Isidro”. “Como novillero puntero que era, el mexicano ya tenía una cuadrilla más o menos habitual, en la que los banderilleros madrileños Fernando Galindo, Antonio Briceño y Pedro Lara se alternaban como lidiadores, con la constante presencia de Ángel Majano como una lección de vida ANTONIO BRICIO

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“tercero”. Por su parte, Lolo Espinosa y Joaquín Sevillano eran los picadores más o menos fijos, mientras que el joven Paco Izquierdo le asistía permanentemente como mozo de espadas”. Ileso en un año sangriento “El maratón septembrino comenzó para Antonio Bricio el día 2, en la localidad arrocera de Calasparra, que celebra una feria marcada, como casi todas, por la imponente presencia de los utreros. En su caso fueron de la recién creada divisa de Fuente Ymbro, con los que el de Guadalajara logró dar una vuelta al ruedo. Más de quinientos kilómetros tuvo que hacer el coche de cuadrillas esa noche para llegar al día siguiente a El Barco de Ávila, donde el matador paseó tres orejas de otra voluminosa novillada del que fuera gran torero manchego Pedro Martínez “Pedrés”. El día 4 tocó Torrelaguna, en la provincia de Madrid, para tumbarle el rabo a un quinto novillo de José Luis Sánchez premiado con la vuelta al ruedo; el 5 llegó a Peralta, en Navarra, sin gran lucimiento; y el 6 volvió a Torrelaguna, donde volvió a “tocar pelo”. “Tras un breve descanso el día 8, retomó la campaña con otra tacada de cinco festejos seguidos, solo que uno de ellos, el del domingo 10, tenía un carácter muy especial: su segundo paseíllo en Las Ventas, ahora a la luz del día. Tras salir a hombros en la madrileña Pozuelo de Alarcón, el azteca salió con urgencia hacia Arles, a unos mil kilómetros de distancia, para actuar en el festejo matinal de la Feria du Riz, en la arena de otro de los anfiteatros romanos que se usan como plaza de toros en la orilla francesa del Mediterráneo. Una dura novillada de Olivier Fernay puso muy caro el triunfo, tanto que el aragonés Ricardo Torres tuvo que pagar su intento con la sangre que se derramó por la herida de una grave cornada”. “Y es que esa temporada del 2000 fue especialmente cruel para los novilleros en cuanto a percances, con varios de gran calado. Sin ir más lejos, su compañero en Tauromex Sergio Aguilar sufrió en la primavera de Las Ventas una durísima lesión de ligamentos de la rodilla derecha, la temida pentada, de la que tuvo que ser intervenido y tratado en una clínica de Houston. Un par de meses después, en la feria de julio de Valencia, una lesión ósea impidió a Javier Castaño tomar la alternativa prevista en la feria de Salamanca. Y ya en septiembre, además del de Ricardo Torres en Arles, entre otros muchos fueron noticia inquietante los “tabacazos” que los novillos les infirieron en localidades menores a Jesús del Monte, a Jaime Reyes y a David Santos, todos con grandes destrozos vasculares en femoral y safena, hasta el punto de que llegó a temerse por la vida del último de ellos”. “Afortunadamente, Antonio Bricio no sufrió ningún percance de este tipo a lo largo de su extensa temporada novilleril. No se libró, una lección de vida ANTONIO BRICIO

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evidentemente, de unas cuantas maromas producidas a causa tanto de su incompleto rodaje como de su apuesta por el triunfo, pero solo una llegó a ocasionarle apenas una molesta pero poco duradera lesión de costillas”. “Alguna de esas volteretas estuvo a punto de llevarse precisamente en Madrid, en aquella vuelta a Las Ventas el 10 de septiembre. Esta vez una honda y seria novillada de Sorando, cuyo propietario es familia del ganadero de los utreros de su presentación en julio, resultó tan deslucida que a Bricio no le quedó otra que echarle arrestos y fibra para intentar sacar un mínimo resultado positivo en una tarde que debía confirmar su proyección profesional. Tras pasar en blanco con su primero, puso toda la carne en el asador con el cuarto de la tarde, sin regatear esfuerzos, como sucedió en la intervención en todos los quites a los que tuvo derecho. Pero con lo único que pudo destacar finalmente fue con las dos excelentes estocadas con que acabó con su lote, lo que ni siquiera llegaron tampoco a conseguir sus dos compañeros de cartel: el cordobés Reyes Mendoza y el albaceteño Sergio Martínez. Al salir de la plaza, le quedaba, al menos, el consuelo de haber podido cortar en su otra actuación una de las dieciocho orejas que ese año pasearon los novilleros por el ruedo de Las Ventas”. “Pero no había tiempo para lamentarse, porque la temporada de novilladas y su propia agenda de contratos no daban ni un momento de respiro. Y, al día siguiente de hacer su segundo paseíllo en la primera plaza del mundo, le tocaba hacerlo, en un marcado contraste escénico, entre las talanqueras de la plaza mayor de Arganda, apenas a 18 kilómetros de la Puerta del Sol, para lidiar novillos de la siempre encastada divisa de Baltasar Ibán. De nuevo sin suerte con su lote, Bricio vio como esa misma tarde el madrileño Rafael de Julia, uno de los más duros rivales con que se encontró en España, hacía méritos suficientes para llevarse el trofeo al triunfador de la famosa feria de novilladas de la Comunidad de Madrid”. El récord y el liderato “El del día 12 en la también madrileña localidad de Villa del Prado cerró esa tacada de festejos septembrinos, para, con un nuevo día de descanso, arrancar en Fuente del Maestre (Badajoz) otra serie de cinco actuaciones al hilo que continuó en tierras de Madrid por Majadahonda, Los Molinos y Mejorada del Campo y en el pueblo alcarreño, no mucho más alejado, de Yunquera de Henares, con una cosecha total de cinco orejas”. “Fue quizá durante los cuatro días de descanso que mediaron hasta su siguiente actuación cuando Bricio y sus mentores cayeron en la cuenta de que el de Guadalajara llevaba ya sumadas 41 novilladas esa temporada, es decir, solo dos menos de las que Luis Castro una lección de vida ANTONIO BRICIO

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“El Soldado” toreó en España en 1934 y con las que fijó un récord que no hasta entonces había podido batir ningún otro novillero mexicano en plazas europeas. Una marca histórica que, a poco que le respetaran los novillos en los compromisos que tenía ya cerrados, Antonio estaba a punto de pulverizar”. “Tras triunfar en Moralzarzal (Madrid), igualó el récord el día 24 de septiembre en la localidad toledana de Consuegra, donde para celebrarlo se encargó de cortarle cinco orejas y un rabo a los tres novillos de Hermanas Marín Trigueros que tuvo que estoquear por percance de su compañero Pedro Lázaro. Claro que la felicidad no pudo ser completa, una vez que su banderillero Antonio Briceño sufrió un grave desagarro del pabellón auricular en una de las fases de la lidia”. “Igualada, pues, la marca de El Soldado, el tramo final de la campaña de Bricio iba a definir hasta donde llegaría el nuevo registro, logrado en una época muy distinta a aquella en la que Luis Castro compitió rabiosamente en plazas hispanas con su compatriota Lorenzo Garza, y en especial en la de Madrid, donde la rivalidad alcanzó cotas memorables. Sin paisanos con que pelear, Antonio la superó en 44 el 29 de septiembre en Guadarrama, el pueblo que da nombre a la sierra madrileña, paseando una oreja de un astado de Miguel Zaballos”. “Eso sucedió justo un día antes de debutar en otra de las grandes ferias de novilladas, la valenciana de Algemesí. Entre los estrados de madera del rectángulo de arena que es aquella singular plaza, el mexicano se enfrentó esta vez, en una tarde ventosa, a una novillada de Mari Carmen Camacho de bonitas hechuras pero de escasas fuerzas y poco juego con la que no pudo lucir más que en los saludos a la verónica”. “Cerró así el último día un intenso e histórico mes de septiembre, para iniciar el sprint final que le llevaría a cumplir más del medio centenar de novilladas en el último tramo del año taurino español. El día 1 de octubre pasó sin eco por Las Rozas, a un salto de Madrid, y viajó directamente a Arnedo, en La Rioja, para unas horas después presentarse también en la más prestigiosa de las ferias de novilladas, pues pone en liza para el triunfador el prestigioso “Zapato de Oro”, símbolo de la clásica y pujante industria del calzado que sostiene la localidad”. “Llegó Bricio con ambiente a la coqueta plaza arnedana, donde el día anterior había impresionado el valor de su compañero y paisano El Jalisco con una novillada de Adolfo Martín. Pero, como ya parecía ser aciaga norma, al de Guadalajara le correspondió el peor lote, con diferencia, del encierro salmantino de Adelaida Rodríguez con el que sí que lograron salir a hombros sus compañeros Luis Vilches, que se hizo con el codiciado trofeo, y Javier Valverde, una lección de vida ANTONIO BRICIO

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ambos con tres orejas en el esportón. Bricio, en cambio, no pudo más que mostrar una vez más su ya más que asimilado oficio”. “Además de Vilches y Valverde, Castaño y De Julia, Castella, Tejela, Pedro Lázaro, Martín Antequera, Iván Vicente, Paulita o el portugués Luis Vital “Procuna” fueron, entre otros, los novilleros con los que más toreó ese año Antonio Bricio en España. E incluso lo hizo junto a un matador de toros, el alicantino Juan Antonio Esplá, en la corrida mixta que tuvo lugar el 15 de octubre en la plaza toledana de Bargas, a pocos kilómetros de donde había toreado aquella novillada decisiva un año y medio antes. Pero, ya en la recta final, sus verdaderos rivales fueron el madrileño Julio Pedro Saavedra y el albaceteño Abraham Barragán, con los que se disputaba numéricamente el liderato del escalafón de novilleros de esa campaña del 2000. Junto a Bricio, formaban la terna que ocupaba las plaza de podio, a una distancia siempre en torno a diez novilladas con respecto al cuarto, el madrileño De Julia”. “Así que, en fechas tan poco taurinas como las de la segunda mitad de octubre, se estableció un duro duelo entre los tres por hacerse con el oro simbólico de la temporada. Aún toreó Bricio tres novillos el día 21 en Villanueva del Pardillo, localidad que siempre cierra el año en la Comunidad de Madrid, y otros dos en la novillada organizada en la bella ciudad de Granada para el día de su patrona, la Virgen de las Angustias, último sábado de septiembre. Pero, justo cuando la terna de aspirantes había empatado a cincuenta paseíllos, el mexicano aún hizo uno más, no previsto en principio pero definitivo para destacarse de sus dos rivales y colgarse al cuello la simbólica medalla de oro. Fue el que le llevó a sustituir a su paisano El Jalisco, repentinamente “indispuesto”, en el festejo celebrado el día 29 en la localidad malagueña de Estepona, donde cortó la última oreja de su histórica campaña a un novillo de la legendaria divisa de Conde de la Corte”. “Con esas 51 novilladas, en las que estoqueó 104 utreros y cortó 57 orejas y 3 rabos, Antonio Bricio no solo batió el que parecía inalcanzable récord de actuaciones de un aspirante mexicano en España, esas 43 de El Soldado en1934, sino que además se encaramó al primer puesto del escalafón menor, lo que tampoco había sucedido desde entonces en toda la historia del toreo. Finalizada la temporada, el de Guadalajara figuraba así en lo más alto de la lista de 294 novilleros que ese año aspiraron a la gloria, entre los que también hubo un puñado de mexicanos, como Alejandro Amaya, que sumó veinte paseíllos, Leopoldo Casasola (8), José Luis Angelino (5), El Jalisco (4) y Fabián Barba (1)”. “El hito de Bricio fue, en suma, una de las notas más sobresalientes de una temporada del 2000 que, entre los matadores de toros, una lección de vida ANTONIO BRICIO

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lideraron El Juli y Enrique Ponce, ambos por encima de las cien corridas, y en la que reapareció en los ruedos José Miguel Arroyo “Joselito” para aliarse con José Tomás en defensa de los intereses de los toreros frente a las grandes empresas y al abuso indiscriminado de corridas televisadas. También en esa primera temporada del siglo XXI en España se hicieron notar los matadores mexicanos, como fue el caso de Zotoluco, que toreó 18 tardes en las que lidió varias corridas de Miura y Victorino Martín, toros estos a los que cortó tres orejas en la feria de Julio de Valencia y con los que también destacó su picador Efrén Acosta, que hizo todo un grandioso espectáculo de la suerte de varas en Las Ventas. Por su parte, Ignacio Garibay actuó en quince ocasiones, entre ellas la de su confirmación en Madrid y la de su cornada grave en Villacañas, mientras que Antonio Urrutia hizo un alarde de bizarría el 15 de agosto en Las Ventas ante una armadísima corrida de El Sierro”. “También ese año el ganadero Pepe Chafik daba sus primeros pasos en España con su hierro de San Martín. Y, en otro orden de cosas, el 7 de mayo tomaba la alternativa en Ciudad Real el novillero local Reina Rincón, de cuya trágica muerte en Lima años después fue sufrido testigo el mismo Antonio Bricio con quien compartía apartamento en la capital peruana”. “Pero esa ya es otra historia, no adelantemos acontecimientos. Porque para entonces, tras esa incomparable campaña de novillero en España, Bricio estaba pensando en su alternativa. Preparado a conciencia, una vez que Tauromex se encargó de encauzar su carrera durante casi dos años y los exigentes Antonio Corbacho y Raúl Galindo perfilaron su estilo y le adentraron en los arcanos del oficio, el de Guadalajara era un torero mucho mejor que aquel que llegó en abril del 99 a la plaza de Toledo. Frenadas sus ansias iniciales, esa vocación por echarse de rodillas para mostrar descarnadamente su valor, o de banderillear con más arrojo que conocimiento, Antonio fue consciente de que sentía realmente el toreo de otra manera, más puro y profundo. Y aprendió a citar mejor colocado, ofreciendo el pecho, a un novillo español más voluminoso que el mexicano y que no perdonaba fallos”. “El proceso de aprendizaje hacia la madurez había sido el ideal y terminó por dar sus frutos en la forma de hacer y de torear de un novillero puntero que, a tenor de las buenas noticias que llegaban de España, ya estaba esperando la afición mexicana. Solo una novillada más en Lima, la de la despedida del escalafón menor, mediaba hasta una alternativa de máxima categoría en la Monumental de su tierra, de Guadalajara, allí donde Antonio Bricio, cuando solo tenía catorce años, había visto morir de una cornada a su primo Alberto entonces novillero. Qué caprichoso puede llegar a ser el destino...” una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Esta imborrable tarde que menciona Paco, Alberto vistió de Grana, con bordados en oro. En su honor, para el día de mi alternativa decidí vestir igual. Jamás he olvidado esa tarde aciaga, ni a mi primo “El Pelón”. Hay una anécdota de ese tiempo en España, que recuerdo con mucho agrado. Desde mi primera etapa como novillero en México tengo una amistad muy grata y que mucho me honra, con la Sra. Laura de Villasante, ganadera de “Carranco”. La respeto y la estimo muchísimo. En muchas ocasiones he sido invitado a su casa ganadera. Cuando viví en España, esporádicamente me las vi muy duras en cosas de dinero. Vivíamos en El Castillo de las Guardas, un lugar que nos asignaron cerca de Sevilla, y pues mi familia no tenía posibilidades para apoyarme. Tan limitado llegué a estar, que una ocasión tuve que aguantarme con los zapatos tenis rotos. Tenía que estirar mis pocos centavos, y que pudiera alcanzarme para las prioridades de la profesión; porque iba a comenzar a torear en plazas importantes. En esa ocasión me encontré con Antonio Murúa, y cuando me vio un tenis roto, me dijo: – ¿Cómo puedes traer así los tenis, tocayo? ¿Cómo es posible? No pasa nada, le contesté tranquilo. Hay ocasiones que se debe hacer un esfuerzo. Cuando Murúa volvió a México, doña Laura, quien procuraba estar al tanto de mí, le preguntó: ¿Cómo está Toñito? y el otro, como es buen amigo, pues le platicó lo que había visto. – Muy mal ganadera, muy mal. Es muy triste que mi tocayo le batalle de esa manera ¡Anda hasta con los tenis rotos! Entonces doña Laura, como sabía que Murúa iba a regresar acá, le dio un dinero para mí. Cuando nos vimos en España, inmediatamente me lo entregó. – Toma Antonio (100 dólares) la ganadera te manda esto, para que te compres unos tenis. Mi reacción fue de enojo; me sentí frustrado, impotente, lastimado en mi amor propio, y le reclamé: –

¿Cómo fue posible que le hayas dicho a la ganadera de mis tenis?

– No lo tomes así tocayo. Es un gesto de amistad y aprecio de la señora.

Cuando regreso a mi país fue para una ceremonia de entrega de trofeos taurinos que se realizó en un restaurant –muy de caché– en Juriquilla, Querétaro. Había ganado ya en España, algunos premios importantes, y en esa entrega iba a recibir el trofeo Domecq, como El mejor novillero mexicano del año 2000. Ahí coincidí con muchos amigos toreros, banderilleros, picadores, etc., a quienes saludé con mucho gusto. Muy quitado de la pena, me senté con ellos a una mesa, no muy cercana al presídium. Cuando llegó doña Laura De Villasante –que era la organizadora del evento– me buscó. Alguien le dijo dónde estaba sentado, se acercó y me dijo: – Toño ¡Cómo es posible que estés por acá! Tú tienes que estar en la mesa principal. Este evento se hizo por ti. Ahorita vamos a entregarte el trofeo. Recuerdo esos meses, y automáticamente sonrío. Qué tiempos aquellos. Con el apoyo de la Escuela de Pastejé pude hacer una carrera importante como novillero, particularmente en España. Viví el privilegio de convivir con el maestro David Silveti, quien más que la técnica, me contagió la convicción de ser torero, me enseñó la forma de sentir, de vivir el toreo en toda su intensidad. Me enseñó una premisa que llevo conmigo hasta la fecha: Para un torero, llega el momento en que torear se vuelve una necesidad, y vivir sólo es una circunstancia. Llega, a ser tanta, que solamente el toreo es capaz de satisfacerla. Inclusive la Casa Chopera habló conmigo para apoderarme; pero mi agradecimiento era tal –y aún lo es– para con Pastejé, que a pesar de saber que era una grandísima oportunidad para mi carrera en España, y que hasta con base en algún tipo de acuerdo entre las partes podía lograrse, respetuosamente rechacé la oferta. Yo desconocía muchas cosas. Simplemente toreaba e hice lo que dictó mí corazón, qué era lo correcto en ese momento. Me gustaría decir que le tengo un agradecimiento enorme, inmenso, a Pastejé y a don Carlos Peralta. Él me llevó a España, y cuando tuvo la posibilidad de estar más dedicado a ella, su organización fue el artífice de la importancia que tuvo mi carrera como novillero. Pero es un hecho que las condiciones cambiaron radicalmente. Aunque son cosas que te hacen madurar como torero, como hombre debo decir que la causa de las “vacas flacas”, no fue sólo responsabilidad de ellos; pero sí propiciaron que estuviera consciente de las malas decisiones personales.

Me dio vergüenza no tener dinero, ni para unos zapatos tenis ¡Si no soy capaz de molestar a mis padres por esas cuestiones, mucho menos incomodar a alguien como la señora De Villasante! Eso me marcó muy fuerte. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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CAPITULO III La crisis

C erca del final de mi contrato por cinco años, como matador de toros con Pastejé, las cosas comenzaron a cambiar drásticamente. Bajó mucho el nivel de los carteles, la cantidad de fechas, hasta que éste llegó a su fin.

No paró mi lucha, y de manera incansable seguí en la búsqueda de consolidar mi carrera. José Antonio Ramírez “El Capitán” La temporada 2005–2006 fue la mejor de mi carrera. Durante la misma tuve el honor de que me apoderara el matador, José Antonio Ramírez “El Capitán”. Fue un proceso corto, pero muy intenso. Con “El Capi” mantuve una muy buena relación. Además, el matador sentía la tauromaquia, exactamente como el maestro David Silveti. Esa concepción del toreo… con esa pureza, con la misma espiritualidad que me enseñó el maestro David, el matador José Antonio Ramírez, también la siente profundamente. A su lado me sentí más pleno como torero. Con su apoyo conseguí alcanzar plenitud y una entrega inolvidables. Me enseñó a librarme de ataduras, y pude conseguir logros muy satisfactorios. Fue una cosa muy bonita; porque me hizo recordar aquella historia del apoderamiento de Manuel Sánchez “El Pipo” a Manuel Benítez “El Cordobés”. Yo busqué al matador, para que me apoderara, pero en el primer encuentro en su restaurant de Guadalajara, me dijo que tenía muchísimo trabajo en sus negocios, por lo que no podía disponer de tiempo suficiente para dedicarlo a la administración de un torero. No dejé ahí las cosas, al día siguiente, al otro, y al otro volví a buscarlo. Le supliqué… ¡Ayúdeme matador. Por favor apodéreme! A tanta insistencia, me respondió: – ¿Sabes qué? –a pesar de que yo estaba en línea y en activo– me dijo: como primer requisito quiero que estés seco. Quítate unos cinco kilos. Voy hablar con la empresa de Zacatecas, para que te pongan en una corrida, y según como salgan las cosas, pues ahí vamos viendo. En lo que yo pueda apoyarte cuenta conmigo, pero no me comprometo, porque ahorita no me es posible estar contigo de tiempo completo. Salí muy contento. Con mucho optimismo fui a dar a mis padres la que era para mí, una gran noticia. De inmediato intensifiqué mi preparación. Me apegué a una dieta muy rigurosa, bajo la constante vigilancia del Dr. Javier Gutiérrez, un amigo además nutriólogo, quien se negó rotundamente a cobrarme. Dice un dicho mexicano: Cuando Dios te quiere dar, hasta por abajo te ha de entrar. No 72

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sólo cumplí con la primera condición del “El Capi” sino que mi disciplina para cumplir al pie de la letra el régimen que me indicó, y la supervisión de Sergio bajé diez kilos. El doble del objetivo. No pasó mucho tiempo para que “El Capi” me diera la buena noticia: ya estaba colgado en un cartel en aquella plaza tan bonita. Ilusionado intensifiqué aún más mi preparación. Llegué la noche anterior de la corrida a Zacatecas, pero no me encontraba aún con él. En la mañana del día de la corrida, llamó al hotel y me preguntó: – ¿Qué vestido te vas a poner? Yo tenía un azul marino y oro, y otro color mercurio, que es un color muy claro, casi blanco. Me voy a poner el color mercurio, matador. – Antonio, yo creo que será mejor que te pongas el azul marino; un tono obscuro cubre más, y vas a verte mejor. Matador, deje que me vea puesto el mercurio; con ese toreé en Madrid, y se me ve perfecto… es más, ya me queda hasta flojito. – ¿De verdad? Cuando me vio por fin, ya vestido, en puerta de cuadrillas, me dijo: – ¡Toño, qué bien te ves cabrón! No creí que fueras a ponerte así de flaco y bien afilado de la cara. Perfecto. Bien, muy bien torero. La primera prueba, ya la pasaste. En el sorteo, me había llevado un toro con mucha cara. Pero ese día estuve muy bien, a pesar de que fue parado y reservón. Le aguanté parones escalofriantes, le sacaba las embestidas con tirabuzón, e incluso dos veces me puso los pitones en el pecho. Me pegué un arrimón. Cuando me tiré a matar, lo pinché en el primer viaje, y en el siguiente, la espada se me fue baja, pero le di el pecho y lo maté. Se me entregó la plaza entera de una forma impresionante. Con todo y eso sentí que había fallado, que había dejado ir un triunfo por la espada. Volví al callejón, totalmente derrotado. Me había jugado la vida. Había sufrido mucho por esa oportunidad. Estaba casi llorando. “El Capi” se me quedaba viendo; luego se vino hacia mí, y me dijo: – ¿Así, todavía quieres que te apodere? Maestro discúlpeme… – ¡Pues desde hoy te apodero cabrón! ¡Te voy a poner en Guadalajara. Te voy a poner en México! ¡A pesar del pinchazo y que la espada quedó abajo, la presión del público fue impresionante, y con mucho tino, el juez atendió la exigencia de los tendidos! Le había arrancado el par de orejas, a un toro que no valía ni siquiera para una.


Y empezamos a tambor batiente. En Guadalajara pegamos un zambombazo Alterné esa tarde con el matador hispano Antonio Barrera, y cerraba el cartel mi paisano, Guillermo Martínez. La corrida anunciada fue de “José Julián Llaguno” pero mis dos toros se lesionaron durante la corrida y el juez de plaza los sustituyó, al primero, con uno de “El Junco”, y en lugar del segundo de mi lote entró un toro precioso de “San Marcos”. A éste le corté una oreja, por una de las mejores faenas que tuve en Guadalajara. Me sentí muy seguro, con madurez; con desmayo; con mucha quietud. Todo se conjuntó en esa tarde emocionante. Aunque viví otras faenas que me gustaron muchísimo, la que realicé con ese toro del Arq. García Villaseñor fue inolvidable para mí. Una faena para el torero. Me vacié, literalmente. Después de la corrida fuimos a cenar al restaurant de “El Capi” –habían apostado él y Sahagún– porque el Lic. Alfredo era el apoderado de Antonio Barrera, y pues yo había sido el triunfador. Parece que apostaron una cena… o, algo así. La verdad, ni supe cuál fue. Antes de la cena habíamos ido a la radio y a la televisión. “El Capi” estaba muy contento, muy motivado. Esa noche fue en la que mejor he dormido en toda mi vida. Después fuimos a México y conseguí otro buen triunfo. Estaba en un buen momento, embalado y con mucha proyección. Luego me llamó el Lic. Sahagún, para decirme. – Oye Antonio, te quiere apoderar “Curro” Leal, (En ese momento, empresario de La México, debido a que el Dr. Rafael Herrerías estaba fuera del país, pues lo habían involucrado en un desfalco al club de futbol Veracruz. Algo así). ¡Qué bueno! pero “Curro” tiene que hablar primero con “El Capi”. Él es mi apoderado”, le dije. – No. Primero habla tú con Curro Leal. Te conviene Antonio. No. Voy a ver qué hago; yo no soy así. Entonces le llamé a “El Capi” ¿Cómo está, maestro? Fíjese que me habló Sahagún, y me dice que “Curro” Leal quiere apoderarme; pero a mí no me interesa. Yo quiero seguir con usted, a mí no me gusta eso. Con esa pregunta siento yo que lo herí. – Toño, él es ahorita el empresario de la plaza México… vete con él, torero. ¡No maestro! ¡Cómo que vete con él! ¿Cómo cree? ¡Yo estoy con usted! Estoy seguro que se sintió, que mi error fue haberle preguntado. Fue un malentendido que yo provoqué, por ser honesto.

– Te voy ayudar, pero ya no como tu apoderado, me contestó. Yo insistí: ¡No maestro vamos a seguirle! Ya no fue igual. Creo que “El Capi” se sintió en ese momento, y fue por eso que se enfriaron las buenas relaciones entre nosotros. Errores que uno quisiera no haber cometido. “Curro” Leal Cerca de los meses finales en 2006, después de la etapa con José Antonio Ramírez, me buscó “Curro” Leal. Escuché su oferta, y llegamos a un acuerdo. La primera corrida que me contrató fue en San Cristóbal de las Casas, capital del estado sureño de Chiapas, en un cartel con Eulalio López “El Zotoluco” y el tlaxcalteca, José Luis Angelino. Llegué muy preparado, por mi reciente etapa con El Capi. El encierro fue del hierro “De Santiago”, propiedad de don Pepe Garfias. El primero de mi lote se acalambró, y no pude hacer nada con él; pero al segundo le hice una faena, que considero fue una de las mejores de mi carrera. La plaza entera pedía el indulto. Decidí entrar a matar y corté dos orejas. “El Zotoluco” esa tarde se llevó una. Esa noche, mientras cenaba con “Curro”, mi nuevo apoderado estaba eufórico. Al grado que me dijo: – ¡Antonio! ¡Yo no sé qué va a pasar, si cuajas una faena como ésta, en la Plaza México! ¡No sé qué va a pasar! ¡Te voy a poner en 25 tardes, antes de anunciarte de nuevo en México! Al día siguiente, los diarios de circulación nacional encabezaban su nota con un triunfo de Eulalio, y que Bricio cortó una oreja en cada toro. Durante cinco meses, el apoderado no me contrató una sola corrida. Algo de campo, y párale de contar. Con esa “ardua preparación”, me puso en la capital en un cartel de muchísimo compromiso, el 19 de noviembre de 2006. Fue en la confirmación de José Mari Manzanares, hijo, de manos de Julián López “El Juli”. José Luis Angelino y yo fuimos los testigos, ante un encierro de “Los Encinos”. Esa tarde, nada significativo. No toreé ninguna corrida, hasta el 27 de enero de 2008 en la México. Esa tarde fue la del indulto del toro “Pitito” de Barralva. Le confirmé al hispano Javier Valverde, e Israel Téllez fungió como testigo de la ceremonia. Otra vez las puertas cerradas. Con mucho dolor, inclusive en la plaza de mi tierra. Insistí ese año, y seguí en 2009 tratando de torear en México cuando Rafael Herrerías había vuelto a la administración de la Monumental.

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CAPITULO IV La forja. Un cuate muy peruano Por Magaly Zapata

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“ abía venido a torear de novillero a la feria limeña de Acho con la aureola de haber sido el líder del escalafón en España y volvió años después convertido en matador de toros a mi patria, Perú”. “Antonio Bricio, a quien desde entonces llamo cariñosamente “cuate”, retornó luego por varios años para torear en ruedos peruanos”. “Pero la amistad se empezó a forjar en aquellos intensos días taurinos que vivimos antes, durante y después de la Feria de Chota del 2002. Antes, porque junto con un grupo de aficionados compartimos tertulias de radio y de casas y hasta el campo. Durante, porque si algo tiene esa feria cajamarquina es que nos permite compartir día a día con los toreros, en ciudad extraña, todos los llegados somos como una cuadrilla. Aquel año fue especial porque fue la última participación del peruano Gastañeta, torerazo, y desde otro lado desventuradamente lo fue también para el español Reina Rincón. El caso es que aquella feria marcó sensiblemente el recuerdo nuestro. Fue hablando con Gastañeta que me surgió la idea de que los toreros hicieran “escuelita” en el ruedo chotano esa mañana, aceptó y tras él Bricio y Gómez Escorial. Fue emocionante verlos hacer de toro y enseñar a torear a los niños. Bricio casi adoptó uno, mismo al que por la tarde brindó su faena. Nos dejó ver su sensibilidad y gran corazón. Después de la feria, y en plenos sucesos de Reina Rincón desaparecido, vivió momentos muy duros, pero con amigos como Ena y Agustín estuvimos en todo momento a su lado. Desgraciada circunstancia que nos unió más allá del toro. Volvió muchos años más, hizo temporadas largas en el país, toreándolo de lado a lado de esta intrincada y sinuosa piel de toro que te sube y baja de Los Andes a la Costa. Pero quedaba la espinita de Acho, nosotros también queríamos ver al amigo volver a pisar nuestra Catedral americana ya doctorado y nos dimos el gusto de verlo hacer el paseíllo. Algunos tequilas y pisco sours compartidos, entre radios y cenas, amenizadas con rancheras y poesía taurina que pocos declaman como él, taquiza incluida, son vivencias de cuates que, sus amigos peruanos tuvimos la dicha de pasar con él, con nuestro cuate muy peruano, porque algún valsecito también le entró. Me van a permitir la licencia los lectores que me aleje de los números y estadísticas porque si hay algo que el toro nos deja es amigos, y por los años compartidos, entre sus vueltas a casa o sus viajes por el Perú, Bricio nos regaló calidad humana y calidez, sencillez y cordialidad, tanto como gusto, arte y torería derrochó por los pueblos taurinos de mi país, que también lo siente suyo, lo sé”. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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La primera vez que actué en Perú fue como

broche de oro a mi temporada del año 2000. Terminé como primero en el escalafón de España, y mi casa de apoderamiento decidió que mi última tarde como novillero fuera en la prestigiosa Feria de Acho, en Lima. Esa tarde inolvidable del 1º de noviembre de 2000 fue ante un encierro compuesto por cinco ejemplares de don Juan Manuel Roca Rey, tío de Andrés, y uno de Roberto Puga De ahí vengo a mi tierra a tomar la alternativa. Era empresario en Lima, don Roberto Puga –para mí uno de los mejores, si no el mejor ganadero de Perú– con quien pude tener una relación de amistad muy cercana. Don Roberto a su vez mantenía estrecha amistad con el ganadero español, don Juan Pedro Domecq. De hecho, por la confianza que había entre ellos fue el ganadero Domecq quien recomendó. – Tienes que poner a Antonio; porque además de ser el puntero, Acho es una plaza muy similar a Sevilla. A los aficionados limeños, también les gusta el buen toreo. Es una plaza con mucha sensibilidad. Como ejemplo de esa afirmación es el cariñoso recuerdo que de Manuel Rodríguez “Manolete” tienen los peruanos. Incluso, cuando vuelvo a la Feria de Lima en el 2003, ya como matador de toros, el cartel fue ante un encierro mexicano de “Real de Saltillo, con David Fandila “El Fandi” y Vicente Barrera, un torero muy “amanoletado”. Por esa expresión, Barrera cayó de pie, y en Lima se convirtió en un ídolo. Fue una tarde muy importante para mí. Para mi compromiso Limeño llegué quince días antes, durante los cuales tuve la oportunidad de hacer campo, y de esa forma comenzar una gratísima relación con el ganadero Puga. Él, junto con otro empresario y picador de toros, César Caro, posteriormente me llevaron a torear corridas en provincia. Fue una temporada corta, de un mes y medio, en la que toreé cinco corridas: 3 en Chota, 1 en Trujillo y otra más en Chiclayo. Particularmente Chota, para mí fue muy importante; corté 5 orejas en tres tardes. Por esos triunfos, me llamaron para el año siguiente. Recuerdo con muchísimo gusto la primera vez que toreé en esa ciudad. A su plaza le caben más de 10 mil personas. Ahí lo hacen todo bien organizado, y muy bien estructurado. Cuando llegué por la mañana –es una ciudad pequeña– la población se me figuró, como un pueblo fantasma; porque vi muy poca gente por sus coquetas calles muy limpias, bonitas, pero solas. Yo me preguntaba ¿Cómo va a llenarse la plaza? ¿De dónde va a salir la gente? le pregunté una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Mi ultima actuación de Antonio Bricio como novillero la realizó en Lima Perú dentro de la Feria del Señor de los Milagros de la plaza de Acho.

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Fotografías del Perú: Agustín Carbone

a César Caro, y él me sacó de la duda. – Verás Antonio, pues, literalmente bajan de las montañas. Entonces recordé cómo por la carretera que va de Cajamarca, desde más de una hora antes de llegar a la ciudad –hay que tomar en cuenta que, son ocho horas de viaje en autobús aproximadamente– comencé a ver casas en las faldas de las montañas, a personas en el campo con su ganado. Ahora una casa, más adelante dos o tres más. Se va uno acercando, y de repente encuentras más casas juntas ¿Cómo lo explico? Muy parecido a las pequeñas rancherías de México. Pues la gente llega a la plaza desde las casas dispersas. Luego de haber caminado un trayecto de varias horas, se unen a los habitantes de Chota. Eso me pareció hermoso. Otro detalle que también me llamó la atención fue que el precio de las entradas: es muy barato. Quizá –pensaba yo– los peruanos de las provincias no tienen dinero; pero también me sacaron de esa duda: la gente tiene su ganadito, sus cultivos. Tienen recursos, claro. Lo que no existe –por fortuna– es la nociva cultura nuestra del consumismo. A cambio, sus costumbres son más nobles. Porque muchas veces, quien me contrataba, no era un empresario con la imagen pre–concebida que tenemos acerca de estos. Que se mueven en un auto caro, que tienen un fuerte respaldo económico, o poseen una organización, que a veces manejan varias plazas a la vez, y esas cosas. La manera de organizar las corridas en las ciudades pequeñas de Perú es muy bonita. En algunas de ellas, se conforma una especie de comité en el cual participan familias de la localidad que dicen, por ejemplo: ¡Yo regalo un toro para el próximo año! algunos de los donadores viven en Lima, en otras localidades, o gente nativa que viene de USA dice ¡Yo regalo la cuadrilla!, y en el transcurso del festejo que estás toreando anuncian por el micrófono ¡La familia “tal” regala un toro –o equis– para el próximo año! El público los festeja con aplausos y gritos de júbilo, la banda toca una “Diana” y todo mundo se alegra. Así es en la mayoría de Perú; en ciudades medias (Chota, etc.) la cosa ya es diferente. Las plazas de la provincia peruana, me hicieron recordar aquello que nos platicaban en mi tierra, los toreros mayores. En largas conversaciones, nos relataban cómo eran celebradas las fiestas en Jalisco durante, no sé, doscientos años. Aunque en mucha menor cantidad, cuando me tocó andar en la legua, todavía las pude vivir en los años 80’s. Las plazas se llenaban a reventar; la gente les tenía gran admiración a los toreros; los miraban como semidioses. En los “Novenarios”. El pueblo se volcaba hacia los toreros, y hasta las muchachas de la localidad, nos ponían el ojo encima. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Plaza de Acho en Lima, Perú ya de matador de toros, dentro de la Feria del Señor de los Milagros

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Ahora que, como en todos lados, también hay en Perú organizadores que no les cumplen a los toreros o a los ganaderos. Por fortuna, los mismos lugareños los marginan y, claro, los toreros pasamos la voz entre nosotros de quién es serio, y quién no. Por fortuna, cada vez hay más unión entre la torería. De esa forma hemos conseguido un mejor trato para los matadores y los criadores. De la primera vez que fui, comparado con la última temporada que hice en esta bendita tierra noté que ese problema, se había resuelto en gran medida. Con gusto aporté mi granito de arena para que eso fuera posible. Por las buenas relaciones que siempre mantuve con los comités de varias poblaciones, los ayudé a diseñar contratos, que posteriormente pudieran ser firmados, entre ellos y los concesionarios para las corridas, cuando era el caso. Lo que son las cosas, yo mismo fui beneficiado por uno de esos contratos. La historia fue de la siguiente manera: Pablo Miramontes, uno de los mejores subalternos que tuvo México, mi apoderado en 2011 fue conmigo a tierras andinas, y previo a su llegada yo tenía firmados festejos, en tres días seguidos. La primera en Celendín, al norte, luego Canta, rumbo al sur, a mitad del país y regresamos de nuevo al norte a Santa Cruz. Llegamos muy aporreados por tantos kilómetros de carretera a Santa Cruz, apenas una hora antes de partir plaza. Nada más llegar, después de los abrazos y los saludos, le pidieron a Pablo que fuera el juez de plaza. Y la verdad, no previmos ningún inconveniente, así que mi apoderado, esa tarde sería el flamante juez de la corrida. Resulta que –después lo supimos– para organizar el festejo se había producido un conflicto entre dos comités y, durante la corrida, los simpatizantes del comité perdedor, vamos a llamarlo así, le increpaban todo al juez… que si los toros, que si los toreros, que si los picadores ¡Todo! Mientras yo toreaba el último de la tarde alcancé a darme cuenta del fuerte barullo en los tendidos. El H. juez de plaza, debido a que las protestas durante todo el festejo habían subido cada vez más y más de tono, hasta convertirse francamente en agresiones decidió bajar al callejón a solicitarle a la empresa protección policiaca. Pues hasta ahí siguieron a mi apoderado un par de tipos muy agresivos, y comenzaron los manotazos. Regresé al ruedo a despachar el toro, para que pudiéramos salir de la plaza, la cuadrilla, mi apoderado y yo. Ese par se convirtió en un grupo que nos siguió, no sólo en el pueblo, sino también a la carretera. Luego de pocos minutos, en que vimos que no podíamos dejarlos atrás decidimos parar la camioneta y enfrentarlos. No sobra decir que, tanto los toreros, como los banderilleros estamos siempre muy fuertes por una lección de vida ANTONIO BRICIO

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tanto entrenamiento, lo que nos permitió ganar por KO la batalla campal. En eso estábamos, cuando afortunadamente llegó la policía y se llevó presos a los tipos, quienes todavía amenazaron a gritos que, en cuanto salieran de la cárcel regresarían por nosotros; pero ahora para matarnos. Por fin pasó el susto; durante el trayecto a Chota, donde pasamos la noche recuperamos el buen humor y hasta nos reímos del incidente. Esa noche en la cena, mi apoderado nos compartió solemnemente que, después de meditarlo profundamente había tomado la decisión de terminar su carrera como juez de plaza. Todos nos reímos de buena gana. Al despertar a la mañana siguiente noté pequeñas gotas de sangre en mi almohada. Asustado, Pablo trajo un doctor, quien preocupado indicó que me tendría que realizar algunos exámenes. Resultó que el asunto era más grave de lo que yo imaginaba: Aneurismas. Sin embargo ––Diosito que no me suelta– esos coágulos, afortunadamente se habían reventado, por eso las gotitas de sangre en la almohada. Fue de tanto cuidado, que tuve que regresar a México a seguir un tratamiento. Yo estaba en mi casa, tranquilo y casi recuperado, pero con la recomendación del médico que esperara unos días más, para torear de nuevo. Y aquí va lo que generó éste relato. Resulta que me llamó un empresario, con quien yo había firmado una fecha. Ese tipo, eventualmente fue mi apoderado (por respeto voy a obviar el nombre del empresario y de la población) y a quien tuve que despedir, debido a que se quedaba con la mayor parte del dinero cobrado por mis honorarios. Me llamaba para exigir el cumplimiento de esa fecha. Como yo sabía por cuánto era el monto de la sanción –una fuerte cantidad, por cierto– en caso de que yo no me presentara, le dije que estaba imposibilitado para torear, y que le enviaría el parte médico oficial. Se enojó mucho y trató de amenazarme. Se me prendió el foco en ese momento y comencé a negociar de nuevo los honorarios, a los que agregué pasajes de avión y gastos ¡Yo había diseñado ese contrato! Para no extender el relato, el acuerdo quedó en el 60% de lo que podría ser el monto de la onerosa sanción. De acuerdo a mis instrucciones, me depositó lo acordado, y en la corrida en la que había contratado con él corté las orejas y el público salió toreando de la plaza. El mismo día, algunos anti-taurinos fueron a hacer su bien conocido proselitismo tramposo, en esa bonita población; la gente se indignó tanto, que los expulsaron, hasta con machete en mano – ¡Fuera! ¡Fuera¡ Aquí no van a quitarnos nuestra fiesta! Para mí es el país que mejor defiende las corridas de toros. Y me atrevo a decir, que es en Perú donde más festejos taurinos se dan una lección de vida ANTONIO BRICIO

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BAMBAMARCA

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actualmente. La reciente irrupción de Andrés Roca Rey vino a darle un importante apoyo y difusión a su fiesta de los toros. La campaña peruana. Realizar campaña en Perú fue una transición muy importante en mi vida como torero; pero sobretodo como persona, como hombre. Al margen del gratísimo recuerdo de mis tardes como novillero y matador, la relación fraternal entre nuestros países hermanos –incluido el toreo– fueron también el irresistible imán que me atrajo al país andino. Es tan rico el intercambio, que sólo un experto, como Dikey Fernández puede explicarla con acierto. Brindis a los subalternos

Antonio Bricio en el Perú Taurino Por Dikey Fernández “Me he sentado frente de la computadora varias veces y no sabía por dónde empezar, y es que, me es difícil dejar de pensar en tantos nombres que revolotean en mi mente de mente, cuando pienso en “toreros mexicanos”, por su puesto a los que he leído y a los que he visto, en ésta segunda parte los que he visto en Acho y los que pude ver por los ruedos del Perú, pero me voy a dar la licencia del tiempo para hablar un poquito de la historia de toreros mexicanos en el Perú”. “Como es de conocimiento la historia taurina del Perú ésta se inicia según crónicas encontradas y reproducidas luego por Ricardo Palma que la primera corrida de toros fue celebrada en la Plaza Mayor de Lima (Plaza de Armas o Plaza Principal) con reses de Maranga (hoy un distrito a pocos minutos de la referida plaza), pero la historia cuenta que se atribuye a don Francisco Pizarro, fundador de la ciudad de Lima y primer Virrey del Perú, quien alanceó un toro, dando muerte como se ejecutaba en esas épocas. Aquella corrida quedó grabada en las plumas literarias por la consagración de los óleos en la Catedral de Lima, bendición que estuvo a cargo del Obispo Fray Vicente de Valverde. Siempre que escribo cosas del pasado mi memoria se remota al cómo habrá sido ese espectáculo taurino y cómo habría sido el comportamiento del público para con los actuantes. Queda pues en la memoria e imaginación lo que no se escribió y que hace que la historia sea aún más interesante en su investigación”. “Pero la Plaza de Toros de Lima conocida como la Plaza de Acho, tiene 252 años de inaugurada y por ella han pasado miles de toreros, desde los de mayor renombre o como se les dice ahora “figuras”, hasta los más modestos que pasaron una vez y de ellos no se supo nada, por eso insisto que la historia es investigación, porque si no sería simplemente cuentos populares. Y en esas tardes de ratón de biblioteca he podido registrar muchas fechas en el calendario taurino peruano que se ha una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Antonio Bricio, Anibal Vazques Matador y ganadero, Roly mozo de espadas y Fernando Roca Rey

Juan Carlos Cubas, Milagros Sรกnchez, Fernando Roca y Antonio Bricio 86

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sucedido en Acho, y justamente al inicio de éste artículo para un torero como Antonio Bricio que ha dejado huella a su paso por los ruedos del Perú, es que hacer una introducción a sus colegas y compatriotas, se me hace necesario para ubicarnos en el contexto real y la dimensión de cada uno de ellos”. “Siendo el Virreinato del Perú (sobre la conquista del Imperio de los Incas por Francisco Pizarro y Diego de Almagro) muy similar al Virreinato de México (cuando Hernán Cortés conquistó la antigua México-Tenochtitlan, fundando la Nueva España, nombre que los conquistadores le dieron a la actual ciudad de México); entre las costumbres que trajeron los españoles a las nuevas tierras de América llamadas de transculturación, fueron nada menos que las Corridas de Toros, enhorabuena, porque gracias a ellos hoy estoy escribiendo y desarrollando lo que más me ha fascinado en la vida: la historia. Por ello debemos recordar que estando geográficamente México más cerca de Perú –por vía marítima– teníamos que tener la influencia del ganado mexicano y con ello la participación de toreros mexicanos en el Perú”. “Con el devenir de los años y la ola emancipadora de los pueblos subyugados por la corona española, en el Perú se logra la independencia en 1821 gracias a la participación del General José de San Martín y años más en 1824 tarde la consolidación con el Mariscal Simón Bolivar. En enero de 1826 tras una férrea defensa en la fortaleza del Real Felipe donde el líder hispano Ramón Rodil hizo la última férrea defensa por conservar el virreinato, se ratifica la independencia del Perú, pero que tiene todo esto que ver con los toros y sobre todo con Antonio Bricio que debe estar sentado leyendo y buscándose en esa época. Muy fácil. Es que al ser expulsados los españoles de la nueva República del Perú se prohibió el ingreso de españoles y con ello los toreros que venían hacer temporada de diciembre a marzo de cada año, en la antigua plaza de Acho, ya no pudieron hacerlo. Nuestros toreros de casa eran en número y calidad insuficientes, pues en su mayoría de los diestros peruanos eran negros esclavos que pertenecían a una u otra hacienda, que los dejaban salir a torear defendiendo la casa que los alimentaba, porque los toreros negros de esas épocas llevaban el apellido de los dueños de las haciendas, como ejemplo el dueño de la Rinconada de Mala (fundo al Sur de Lima) era don José de Asín y varios capeadores a caballos, esclavos negros, se anunciaban con su apellido, y ahí va de ejemplo Juan Gualberto de Asín. Aquí viene el porqué de tanta historia. Entonces, al estar prohibido que vinieran buques españoles se optó por la traída de “cuadrillas mexicanas” que llegaban en vapor al puerto del Callao, donde había una placita de toros de madera la misma que los alojaban y éstos daban un espectáculo de bienvenida a los porteños. Las reseñas dicen que el 14-011871 se estrenaron en la Plaza del Callao, los una lección de vida ANTONIO BRICIO

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CELENDIN

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toreros mexicanos José de la Cruz Avilés, Felipe Chávez “Moreliano”, Silverio Cuenca, Francisco Palomino, José Perea y Narciso Orostia, es decir toda una cuadrilla de toreros mexicanos. Pero hubo muchas antes, sólo se mencionan, pero es digna de destacar, pero no de aburrir, ejemplo en 1847 se estrenó José María Hidalgo “Mexicano” de remoquete”. “Los revisteros de las diferentes épocas marcan el primer hito taurino en Lima la llegada de Rodolfo Gaona al puerto del Callao de ahí a Lima en medio de gran recibimiento. En 1917 se estrenó en la vieja Plaza de Acho, aquella construida por Agustín Hipólito de Landaburú en 1766. Pero en ese vetusto coso recinto de grandes tardes de gloria, torearon otros grandes coletas mexicanos, me refiero a Salvador Freg, Fermín Espinoza “Armillita”, Carlos Arruza, Jesús “Chucho” Solórzano, Silverio Pérez, Luis Procuna, Luis Freg. Un día en el Museo Taurino de Acho conversando con los desaparecidos el cronista Néstor Carpio Becerra “Don Nadie” y el gran aficionado Vladimiro Harles Siancas, mencionaron que hubo un gran torero banderillero en la plaza antigua, se referían a Carlos Vera “Cañitas”, otros como: Jesús Guerra “Guerrita”, Rafael Osorno, Andrés Blando, Ángel Isunza, Fermín Rivera, Alfonso Ramírez “El Calesero”, José Antonio “Chato” Mora, Rutilio Morales, Valdemaro Ávila, Antonio Márquez, Eliseo “Licho” Muñoz, Julio Reyna, Sergio Muñoz “El Huero”, Tomás Ordóñez, Jorge Aguilar, Carmelo Torres, Arturo Álvarez “El Vizcaíno”, Manuel Gutiérrez “El Espartero”, Luis Castro “El Soldado”, Eduardo Solís, Juan Silveti, Joselito Huertas, Antonio del Olivar, Gregorio Puebla, Alfredo Leal, Jorge Carrillo, Humberto de la Peña, Gabino Aguilar, Jaime Rangel, Raquel Martínez, etc. Posteriormente he tenido la suerte de ver a los toreros de gran renombre como Lorenzo Garza, Eloy Cavazos, Manolo Martínez, Mariano Ramos, José Pastor, Ignacio Garibay, Joselito Adame, Héctor de Granada, Fabián Barba, Fernando Ochoa, Juan Manuel Montoya “Montoyita”, Aldo Orozco, Arturo Macías, Javier Solís, Diego Silveti quien se estrenó en Lima el 7.11.2010 y éste 2018 retorna al coso de Acho como matador de toros nada menos que en la postinera feria de Lima. Otros más como Amado Ordóñez, Sergio Flores, Juan Pablo Llaguno. Recordemos también a los hijos de toreros como Fermín y Miguel Espinoza. En la Plaza de Chacra Ríos actuaron en 1948 Gregorio García y, Antonio Velásquez”. “Pero quiero mencionar algunos casos especiales Armando Chávez “Carnicerito de Puebla” aquí “Carnicerito de México”, también Eulalio López “El Zotoluco”, en el primer caso toreo y se afincó al sur del Perú por casi dos décadas, y en el segundo caso sólo vino a una placita de toros ya derruida en La Victoria (Lima) de nombre “Sol y Sombra” actuando sólo ahí, después se hizo figura y fue difícil que regresara a torear al Perú. Guillermo Capetillo que siendo artista de telenovela causó gran una lección de vida ANTONIO BRICIO

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CHOTA

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revuelo sus presentaciones en el mundo de la farándula. Hijos de toreros mexicanos como Fermín Espinoza “Armillita” y Miguel Espinoza “Armillita Chico”, los Silveti, Capetillo y Manolo Arruza”. “Aquí va lo bueno, dicen que los últimos son los mejores. Hay casos emblemáticos de toreros mexicanos que se hicieron ídolos en éste país Inka toreando por las diferentes plazas de los pueblos: Álvaro Cámara, David Bonilla, Antonio Urrutia, Carlos Rondero, Marcial Herce, Antonio Bricio, Israel Téllez, Uriel Moreno “El Zapata”, “El Canelo”, Manolo Juárez “El Poeta”, Michel Lagravere Peniche “Michelito””. “El torero de Guadalajara Antonio Bricio del Toro llegó como novillero a estrenarse en la Plaza de Acho a los 21 años, y regresó al Perú cuantas veces los organizadores de corridas en el interior de éste país lo requirieron para sus actuaciones, llegó y se quedó una década entre vuelos de avión, carreteras, hoteles y plazas de toros. Meses después de haber debutado en Lima como novillero tomó la alternativa en la Plaza Nuevo Progreso de Guadalajara. Un año más tarde confirmó el doctorado. Pero llegó a Lima y empezó a caminar por los ruedos del Perú. Se hizo ídolo en esa década, teniendo que alternar con los toreros que eran líderes como el español David Gil y el peruano Pablo Salas. Radico inicialmente en Lima, luego se trasladó a la ciudad de Trujillo y estuvo albergado con el venezolano Javier Cardozo, el español Tomás López y el colombiano Cristóbal Pardo”. “En la primera plaza de Acho, se puede verificar las actuaciones”: “Antonio Bricio se estrena como novillero en la Plaza de Acho en la Feria Taurina del Señor de los Milagros, el 01 de noviembre del 2000 alternando con los novilleros españoles Rafael Rodríguez Escribano “Rafael de Julia” y Rafael Sánchez Pulido, esa tarde se lidiaron cinco novillos de Juan Manuel Roca Rey y uno de Roberto Puga”. “Antonio Bricio parte plaza del viejo coso bajopontino en la segunda corrida de toros de la feria limeña el 09 de noviembre del 2003, ésta vez el paseo de cuadrillas lo hace al lado de Vicente Barrera y David Fandila “El Fandi”, quienes lidian toros del destacado hierro mexicano de “Real de Saltillo””. “Agradezco la oportunidad a Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana y poder hablar de Antonio Bricio y de sus demás compatriotas que han pasado por los ruedos del Perú Taurino”. Continuando con mis vivencias Había tenido una trayectoria de gran nivel. Apoyado por la Escuela de Pastejé tuve la carrera más importante en la historia de un novillero mexicano en España. Fechas, plazas, y carteles una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Antono Bricio, Ängel Gómez Escorial y Castañeta 92

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de tronío por toda América y Europa. Eso era historia. Grata, muy grata, pero solamente historia. Había vuelto en 2009 al martirio de tocar puertas. Lo más que lograba eran promesas que no se cumplían. La enésima vez que fui a México a pedir que me pusieran en una corrida, en las oficinas de Herrerías me encontré con el ganadero de Barralva. Nos saludamos y me preguntó: – Hola ¿Cómo estás? ¿Cuándo toreas en México? – No lo sé ganadero. Vine precisamente a ver si consigo una fecha. – Ah, no te preocupes. Yo hablo con Herrerías para que te ponga. Llámame el lunes de la próxima semana, para invitarte al rancho, te echo unas vacas y aprovechamos para que veas a Pitito, el toro que indultaste de la casa. Como él me indicó, le llamé ese lunes. Tomó la llamada… – Antonio estoy en una junta. Llámame en una hora. Prudentemente esperé dos horas y le marqué de nuevo. – Toño, se me complicó el trabajo. Mejor llámame el lunes de la próxima semana. Para darle un prudente margen de tiempo, le llamé hasta el martes. Cogió la llamada, y me contestó enojado: – ¡Ah cómo mueles! ¿Tú piensas que estoy nada más para tus asuntos? – Discúlpeme ganadero. De ninguna manera fue mi intención molestarlo, le marco porque usted me indicó que lo hiciera… y colgué. Meses después de ese mal trago, en Guadalajara se presentó un reportaje acerca de los toros indultados de Barralva, entre ellos “Pitito”, y otro que Alfredo Ríos “El Conde” había indultado en la Nuevo Progreso, y ambos fuimos como invitados de honor. Cuando terminó la proyección que vimos en primera fila, encendieron las luces y presentaron al ganadero. En ese momento, me levanté de mi asiento, y me retiré incómodo de la sala. Después me comentaron, que el ganadero había expresado maravillas acerca de mí.

Ángel Gómez Escorial Español de Madrid y Antonio Bricio a hombros

Fue la gota que derramó el vaso. Me había casado en 2006, ya antes había nacido Marianita, la mayor de mis hijas, y Nayeli mi esposa estaba en los primeros meses de embarazo, de Paulina, mi segunda hija. Decidí olvidarme de los toros y ponerme a trabajar. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Pablo Salas Peruano, Rafael Castañeta Perú, Ángel Gómez Escorial Español Madrid y Antonio Bricio

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Monté un pequeño restaurant, y acepté con gusto la sugerencia de mi mujer, de que se especializara en pescados y mariscos; porque desde hace muchos años, en su familia son mayoristas de productos del mar. La calidad de nuestro menú estaba garantizada. Me dediqué de tiempo completo atender el negocio, para que, poco a poco, nuestro restaurante se hiciera de clientela. Dejé totalmente los entrenamientos, porque el negocio ya no me daba tiempo. Había que generar ingresos para cubrir los honorarios del personal, cuentas de los servicios, etc. Con mucho esfuerzo íbamos levantando el local. En esas labores andaba, cuando me llamó desde Perú, don Hernán Vázquez, un hombre a quien aprecio mucho, por noble, además de afable a más no poder, y empresario de Bambamarca, una de las plazas con mayor prestigio en la provincia. – ¡Don Bricio! ¿Cómo está? ¡Quiero que venga a torear a mi plaza! – Don Hernán ¡Qué gusto saludarlo! Muchas gracias que se acordó de mí, pero ya no toreo, ahora soy restaurantero. – ¡No me diga que no! ¡Ya lo puse en los carteles! ¡Torea en un mes! ¡Viene con dos corridas contratadas; y si triunfa, le doy la tercera! Le voy a pagar 3,500 USD por corrida. Hacía cuatro meses que no entrenaba, y ni siquiera una vaca había toreado. Estaba metido en el negocio, y también algo subido de peso. – Gracias don Hernán, pero no es por el dinero. – Mire don Bricio, le voy a dar 4,000 dólares por corrida. – De verdad. No es por los honorarios. – ¡No me diga más! ¡Voy a darle 6 mil! ¡Le paso a mi secretaria para que se coordinen con los pasajes de avión ¡Acá lo espero! ¡Porque si no viene, lo mando traer! Me puse hacer cuentas de los gastos del negocio, a cuánto ascendían las ventas, cuánto me quedaba libre, y la verdad sea dicha, me ganó la necesidad. Acepté las dos corridas, con la seguridad que iba a torear las tres tardes, y ganarme el dinero extra. Siguió el paso más complicado: hablar con mi esposa. –…amor, nada más voy por esas dos tardes y te prometo que es la última vez. – Así me dijiste el año pasado. –…mira Nayeli, ya hice cuentas. Con esos dieciocho mil dólares podemos estabilizar el negocio. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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IMPARTIENDO CLASES EN CHOTA

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– Entonces, no son dos. Son tres corridas ¿Lo ves? –…mi vida, me voy a ir. Solamente son quince días. Como lo había pensado, triunfé en las dos primeras tardes, me gané un lugar en la corrida de triunfadores, y cobré puntualmente mi dinero. Don Hernán es un hombre serio a carta cabal. La cuestión es que, cuando llegué al hotel, después del triunfo, ya estaban esperándome los empresarios de las ferias de todos lados. – Matador, lo queremos contratar para equis población, o para tal fiesta ¿Cuánto nos cobra? Los quince días planeados, se convirtieron en seis meses. Esa noche le llamé a mi esposa para decirle que me habían salido más corridas, y que estaría en Perú, quince días más; pero a un contrato se le sumaba otro, y así fueron alargándose los meses. Firmaba un contrato y el pago lo ajustábamos de acuerdo a la población o el aforo de la plaza. Llegué a cobrar hasta 8 mil dólares americanos por una tarde. Y lo que menos cobré fueron 500 dólares… y los gastos. En realidad fue la manera que tuve esa ocasión para agradecer las atenciones que tuvo conmigo una familia que yo aprecio mucho. El caso es que, en un pueblo pequeño, por ahí cerca de Lima fue una fiesta muy bonita. En esa primera temporada en provincia, sumé 35 festejos, aproximadamente. Recuerdo varias poblaciones: Bambamarca, Celendín, Cuterbo, Canta, Celendín, San Miguel, Huamachuco, Santiago de Chuco, Huaraz, Santa Cruz, San Marcos, etc., y algunas más, que se me escapan sus nombres. Muchos de los viajes, la cuadrilla y yo los hicimos en camionetas Volkswagen Combi, en las que a veces, nos acomodábamos, quince, dieciocho, y a veces más pasajeros. Los provincianos llevaban en muchas ocasiones sus gallinas, algún chanchito, fruta, flores, etc. Algo que me gustaba muchísimo era el paisaje ¡Cómo lo disfrutaba! A pesar de ir como sardinas en lata, la gente era muy afable y conversadora. Sobre todo, cuando notaban que éramos toreros. En esa forma viajábamos, para llegar a torear a los pueblos, que muchos dicen “Están olvidados de la mano de Dios” ¡Al contrario! Yo afirmo que Él está muy presente. Por qué lo digo; porque la cantidad de percances fatales debido a que los servicios médicos se encuentran muy alejados; por lo que se lidia y cómo se lidia, pues tendría que haber muchísimas lesiones graves que podrían inclusive ser mortales. Sin embargo, Dios está ahí para evitarlo. Yo sentí su mano misericordiosa. De la última temporada que hice recuerdo una tarde particularmente difícil. Me puse muy enfermo en Huaraz, una población que está a una lección de vida ANTONIO BRICIO

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HUAMACHUCO

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más de 3 mil metros sobre el nivel del mar. Por la altura, hace muchísimo frío, hasta sientes que te falta el aire para torear, aunque a los toros, también les afecta. Pero hay corridas criadas en esa región… y no les pega en lo más mínimo. Tienen un motor, que no veas. Ya desde que te vistes, con la presión del momento, te duele la cabeza y las dificultades para el aire, hacían que me sintiera mareado, etc. Son cosas muy duras que te forjan el carácter. Recuerdo que después de torear llegué al hotel, con tan mala suerte, que no había agua caliente. Si difícilmente yo puedo soportar más de un día sin bañarme, empapado en sudor y polvo después de torear, no me aguantaba. Así que, a pesar que el agua estaba helada, me duché como pude. El resultado fue que cogí una enfermedad respiratoria de aquellas. Comenzó la fiebre. Al día siguiente toreaba en San Marcos, una feria muy bonita, donde cada año montan una plaza portátil. Llegué con 40 grados de temperatura, con vómito, y dolor de cabeza. Me sentía muy mal. Mí mozo de espadas de entonces, Gilván Sánchez, quien estuvo siempre conmigo por allá, me decía: – Matador, tú no puedes torear en ese estado. Yo le respondí : –

Gilván tengo un compromiso y voy a partir plaza.

Por si fuera poco, a la hora de la corrida comenzó a llover. Se lidiaba un encierro de la ganadería de “Amorín”. Eso es muy bravo, pero sale bueno, grande y en puntas, como en todas las plazas de la provincia peruana, a más de astifina hasta decir basta. Por esas tierras ¡Que ni se te ocurra arreglar un toro! ¡Te lincha la gente! Cuida muchísimo sus toros. En puerta de cuadrillas, antes de partir plaza comencé a vomitar. Yo sudaba; temblaba, sentía que me iba a morir. Yo fui primer espada. Partimos plaza. Saltó primero en el orden, un “pedazo de toro”. Salió el picador al ruedo, en el único caballo que había disponible, lo tumbó el de Amorín, y caído en la arena, le pegó una cornada al picador y sin que pudieran hacer nada los peones de brega, cogió a nuestro único caballo y lo mató. El varilarquero, ni siquiera alcanzó a picarlo. Imagínate aquello. Yo con fiebre, el frío que calaba los huesos, la lluvia, una corrida grande, muy brava, astifina… y sin picar. Es la tarde en que más estuve a prueba en toda mi carrera. Cuando menos lo esperaba, me cogió el toro y me pegó una paliza de aquellas. Por fortuna, como te comentaba, esos pueblos no están alejados de Dios, al contrario, Dios protege mucho a los toreros, y por eso no me hundió el pitón. Eso sí, me sacudió en serio. Rayones en el cuerpo al por mayor, varetazos por todos lados. Como pudo, la cuadrilla me hizo el quite. Cuando me levanté estaba tan golpeado, que no una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Fernando Roca Rey, El Renco, Antonio Bricio

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podía cargar la muleta. Por un momento sentí impotencia. Estaba seguro que me iba a morir esa tarde. Mis compañeros me decían – Matador ya vente, métete al callejón, que maten al toro como puedan. Pero la gente embravecida gritaba ¡Que lo mate el torero! El público se puso, verdaderamente “de uñas”. –

No –dije– lo tengo que matar. La gente pagó por Antonio Bricio. En su enojo y desesperación al ver el estado en que me encontraba, mi apoderado se enfrentaba con la gente a gritos.

– ¡No saben lo enfermo que está el matador! ¡No entienden cómo está el hombre toreando! El toro crecido, se había emplazado en los medios. La lluvia seguía. Entre la fiebre, el dolor de cabeza, los mareos y el peso de la muleta, no podía ni llorar. Se me cerró la garganta, tenía la boca seca, casi prefería morirme en ese momento, que seguir sintiendo aquel sufrimiento. Cada que recuerdo esa tarde, aún se me enchina la piel. Me fui a los medios por el de Amorín. A duras penas dejé un pinchazo hondo. Tenía que tirarme de nuevo a matar. Por lo resabiado que ya estaba el animal, las cuadrillas no conseguían retirarle la espada. Tuve que entrarle, dos o tres veces más, hasta que por fin dobló. Así fue, prácticamente con todo el encierro. Al final, la gente reconoció el gran esfuerzo que hicimos todos esa tarde, y se portó muy cariñosa con nosotros. De regreso al hotel, por la fiebre altísima, se sacudía incontrolable todo mi cuerpo. Mi gente fue a buscar un doctor, pero como estaban de fiesta, pues no aparecía por ningún lado. Por fin lo encontraron, aunque en estado, no muy conveniente que digamos. De fiesta pues. – Por favor doctor vamos. Es una urgencia. Mientras, en mi habitación, yo estaba mal, muy mal. Sentí que de verdad iba a morirme. Cuando por fin llegó el doctor pasado de copas, la verdad es que me auscultó con mucho cuidado determinó los medicamentos necesarios, y se retiró a seguir en la verbena. El siguiente paso fue conseguir la medicina. Averiguaron que la enfermera del pueblo tenía la única farmacia de la localidad. Cerrada, claro, por la fiesta. Localizaron, por fin a la señora; cuando supo que era para mí la medicina, muy amablemente accedió abrir el establecimiento. El medicamento eran inyecciones de una penicilina, de no sé cuántos miles, o millones de miligramos. No recuerdo, pero algo muy fuerte. Mientras la cuadrilla y mi apoderado andaban una lección de vida ANTONIO BRICIO

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TRUJILLO

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en esos duros menesteres, me quedé sólo en la habitación. De verdad, lo juro, me quería morir. Todo lo que pasó en esa tarde me llevó al límite. No sólo por aquellas horas, sino por tanto sacrificio y tanto esfuerzo que arrastraba, que me parecían en vano. Una impotencia de que las cosas no se daban para mí. Eso creí en aquel difícil trance.

Alfonso Simson, Antonio Bricio, Octavio chacón

Cuando regresé a mi tierra al final de esa temporada, sentí que me había ganado la suficiente autoridad moral para afirmar: ¡Tengo unos antecedentes de primera línea! ¡Una gran disposición, además, un rodaje intenso en ferias de las provincias peruanas! ¡Estoy como navaja de rasurar! ¡Ahorita es mi momento! ¡Yo estaba seguro de que algo importante iba a pasar! Con la petición de que me pusieran en mi plaza, Guadalajara, me apalabré con la empresa. Alfredo Sahagún, lacónicamente me dijo: – Ah sí, has toreado mucho. Pero fue en Perú. ¡Claro! ¡Fue en Perú! –pensé. Yo estaba orgulloso –aún lo estoy– de esa gratificante gira por las provincias andinas. No soy el único torero a quien le ha pasado. Hay muchos compañeros, que están a punto de “romper”, y es triste que, irremediablemente, ese “momento” se pierda.

Con el sastre peruano, Aristedes Vargas

Pude ver en España y en Perú, a colegas españoles y mexicanos, que luchan a brazo partido, y cuando por fin alcanzan ese momento preciso, tristemente pasan de largo. Recuerdo a Francisco Corpas, Octavio Chacón, a quien me dio muchísimo gusto, aunque sea a través de la televisión, verlo triunfar en Pamplona, a un hombre que lleva diez años luchando a brazo partido. Y ahí está hoy… triunfador en San Fermín. Estoy seguro, que va a seguir por ese camino. Así, como él hay otros que esperan trascender. Cuando te metes en el círculo vicioso, ya es muy difícil salir: en esa órbita complicada de matar, a cambio de muy poco dinero, encierros que nadie quiere y, dicho sea con respeto, pero también con realidades, que eres forzado alternar con espadas que no le aportan nada a tu cartel. Difícil. Muy difícil. Ves con tristeza, como se van apagando, apagando, apagando. A mí, siempre me fue difícil pedir cosas o adular a alguien, nunca me gustó hacerlo. Tal vez, y digo sólo tal vez, me hizo falta hacerlo para ascender en mi carrera. No supe administrarme en ese sentido… pero soy así, y así voy a seguir.

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Antonio Bricio , Ángel Gómez Escorial, Castañeta

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LAS PALMAS

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Ondeando las banderas de Perú y México

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MATARA

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NAMORA

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HUAROS

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RAVIRA

Juan Manuel Roca Rey aficionado prรกctico, Fernando Roca Rey y Antonio Bricio

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LACHAQUI

Con el ganadero Roberto Puga

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En San Pablo con Alberto Simpson

En Tacamba brinde a los subalternos

Agua Blanca

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GANADERIA ROBERTO PUGA

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Fernando Roca Rey, Cecilia Puga, José Alfredo Koechlin, Roberto Puga y Antonio Bricio

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Picador Cesar Caro, Antonio Bricio, Curro Martínez, Juan Manuel Roca Rey, Roberto Puga y Ángel Gómez Escorial

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GANADERIA MONTECARMELO

Gil Alvarado, Lucho Sánchez, Givan Sánchez, Ronald Sánchez, Antonio Bricio, Ganadero Manuel Sánchez, Sastre José González

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GANADERIA SAN PEDRO

Juan Carlos Cubas, Fredy Villafuerte, Antonio Bricio y Cesar Caro picador.

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CALI COLOMBIA

Brindis al maestro Joaquín Bernado

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EPILOGO

Cuando

regresé de Perú, particularmente después de aquella temporada en que estuve muy enfermo en San Marcos, pude valorar entonces cosas que antes no fui capaz de ver. Cosas que me parecían tan simples, tan sencillas; cosas como abrir la llave del agua caliente en casa, un lujo que no es posible tener por esos pueblos de Dios. Allá tienes que juntar leña para hacer un fuego, poner agua a calentar en una cubeta; a veces por falta de tiempo, ni siquiera eso podías tener y, ni modo hay que bañarse con agua helada de las montañas. Cuando llegué a casa era ya de noche, entré al cuarto de baño para darme un duchazo y decidí no encender la luz. Cuando comencé a sentir, a saborear en la oscuridad aquella agua tibia, mi esposa entró desconcertada, escuchaba correr el agua y el cuarto de baño estaba a oscuras. Me encontró sentado en el piso, bajo la regadera. Encendió la luz, y le pedí por favor que la apagara. – ¿Qué tienes? Me preguntó. Yo estaba llorando… disfrutaba tanto aquello tan sencillo que vemos todos los días, como si lo mereciéramos automáticamente. Recordé aquella gente buena con la que por meses conviví, y que no tiene esa posibilidad, tan común para nosotros. Ahí pude valorar todas las comodidades que uno tiene, y que tan fácil perdí de vista. Al año siguiente fui de nuevo a la guerra. Ya no sólo por mí carrera; porque las puertas seguían cerradas, y no iba a quedarme así. No podía – ni quería– detenerme. Pues regresé, y tampoco me pusieron en Guadalajara, ni tampoco en México. Ahí fue cuando explotó esa olla de presión que llevaba dentro. Lo acepto, me sumí en una depresión. Me abandoné, dejé de entrenar, y claro, subí de peso. Una de esas noches horribles, me senté en la sala de mi casa a escuchar música, a ver videos de toros… y en ocasiones a llorar en silencio. Sin darme cuenta me quedé dormido. Mi hijo David, en ese entonces con dos añitos, me despertó, porque me acariciaba el rostro. Le vi su mirada tan triste, que en ese momento me cayó el veinte y reaccioné. Había tocado fondo. Supe que había sido egoísta, que no podía quedarme así, que no debía seguir así, que debía ser un ejemplo para mis hijos y que no iba a seguir sumido en esa horrible depresión. Así que me dije, Antonio, reponte y a otra cosa. 130

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Con esfuerzo retomé el equilibrio anímico. Poco a poco tuve que recuperar a ese Antonio Bricio luchador y entregado. Había que dejar atrás el gusto por la constante zozobra que vivimos los toreros. Por la adrenalina que se genera cuando a cada tarde no sabes, a pesar de tener firmadas (porque llegué a tenerlas) diez o quince fechas, si vas o no a volver a torear. Ese no saber qué va a pasar. Sabemos que la temporada hay que irla construyendo, ir guiándola con base en los triunfos, o con la falta de ellos, o incluso con los percances, cuando los haya. Es muy sufrido, más aún cuando tienes una familia que depende de ti, hasta para lo indispensable. Ya no puedes –como antes– decir ¡No pasa nada! No, forzosamente ya tienes que ganar dinero, porque tienes una responsabilidad grande. En tal circunstancia, no es sencillo admitir que te saquen de un cartel, o que no te incluyen en otro. Sé que puede sonar extraño, pero a mí –como a todos los toreros– la incertidumbre de esa vida también me gustaba. Aunque te pierdas –como en mi caso– cuando hice mi segunda temporada en Perú, algunas vivencias familiares. Salí de viaje, cuando mi esposa tenía tres meses de embarazo, y regresé apenas quince días antes de que diera a luz a Paulina, mi segunda hija. O que no pude ver sus primeros pasos, que sólo por minutos podía verla por allá, a través del Internet. Sin embargo, entreverado con todo el sufrimiento encontré la esencia del toreo. Que es una búsqueda de libertad del ser humano. Ese riesgo implícito, que muchas veces no te da nada material: pero a cambio te concede una libertad y una alegría, que no te lo da nada. Nada te lo da. Nada. Porque torear permite que seas tú, te incita a sobrepasar una línea donde se coinciden la muerte y la vida. Cuando logras pasar el límite, y sigues vivo… entonces tocas el cielo. Es la libertad de expresar tus sentimientos con plenitud, de gritar a los cuatro vientos ¡Yo soy el rey!, y alguien dirá: bueno ¿Qué chiste hay en eso? ¿Qué ganas, qué te da eso? Bueno, pues te da precisamente algo que es invaluable e insustituible: ¡La libertad! Por fortuna, no pasó mucho tiempo para colocarme. Había sabido hacer buenos amigos – Óscar Ruizesparza Bolívar, entre ellos. Su apoyo fue clave, para que fuera nombrado Director de la Academia Municipal Taurina de Guadalajara. El Patronato confiaba en que podría transmitirle a los alumnos mi experiencia, y las enseñanzas de los maestros, Antonio Duarte “El Nayarit”, José Antonio Ramírez “El Capitán, de la Escuela Pastejé en México, y lo que aprendí en España con Antonio Corbacho en España. Y muy importante, la fortaleza personal que me regalaró las experiencias de aquellas tan duras, como gratificantes campañas en Perú. Al país y a su gente, les estoy y estaré, eternamente agradecido. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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GANADERIA SAN CONSTANTINO Fotografias Oskar Ruizesparza

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E n una ocasión, el ganadero Pablo Moreno, quien era miembro del Patronato de la Academia Taurina programó un tentadero en su rancho El Siete e iba a permitir que mis alumnos tuvieran oportunidad de torear. Ese día llegamos a la casa, donde nos sirvieron un rico desayuno. Conversamos un rato, y cuando llegó la hora de echar las vacas, el ganadero Juan Pablo Corona me invitó a que lo acompañara en su vehículo hacia la plaza de tientas. Ahí me compartió:

– Antonio, tengo grandes planes para San Constantino. Me gustaría contar contigo. No lo pensé dos veces. Era uno de mis sueños: tener o administrar una dehesa. Cuando menos lo imaginaba llegó a mi vida la posibilidad de cumplirlo. ¡Claro ganadero! ¡Con mucho gusto! Pero tengo un contrato y debo respetarlo. En cuanto finalice mi compromiso, me dedico de lleno a su proyecto. Juan Pablo es una persona que vive profundamente el toreo con una gran entrega. Que se enamoró de la fiesta. Que la apoya mucho. Inspirado por él, en ésta etapa de mi vida, por fin puedo ser yo. Como torero lo fui en el ruedo; pero fuera de él me costaba trabajo. Dios acomodó así las cosas. Me puso en un lugar donde puedo ayudar a que él mantenga esa ilusión. Que yo pueda, con mucho respeto ayudar a que ese hilo de gusto, de amor, de pasión intensa que él tiene, nunca se rompa. Por hoy estoy entregado al 100% al rancho y la ganadería, disfruto lo que hago. Además de que el toreo es mi vida y mi pasión, lo hago también como una manera de agradecer lo que ha hecho –y hace– por la fiesta, por mí, por mí familia. Qué cosas. Cuando decido retirarme de las plazas, una de las razones fue para disponer de mayor tiempo para mi familia. Pues resulta que ahora estoy igual, o menos días con ellos. A pesar de eso, ahora estamos más unidos, la relación con Nayeli mi esposa y mis hijos, Mariana, Paulina y David es muy sólida y profunda. Mí compañera conoce a fondo mi vida. Aceptó con todas las implicaciones que soy torero, y juntos hemos superado momentos y experiencias muy difíciles. Recuperé la Fe en que Dios pondría oportunidades de nuevo en mi –puedo llamar– nueva vida. Oportunidades que en honor a mi esposa, a mis hijos, pero sobre todo por mí, no quería, no podía, no debía desaprovechar. Hoy, junto a mi familia y mis amigos puedo gozar –y apreciar– la vida y la fiesta de los toros a plenitud; desde otra forma, con otro aire. Todo lo que he vivido –lo bueno y lo no tan bueno– de alguna manera me preparó para lo que hoy vivo y soy. Antonio Bricio Del Toro, Matador de toros una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Debut de la ganadería con una novillada, en la plaza San Marcos de Aguascalientes

Vuelta al ruedo en representación del ganadero Juan Pablo Corona, a un toro que Emiliano Gamero le corto un rabo

Presentación en la Plaza México con una novillada una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Francsco Rivera “Paquirri”

Rafael de la Serna, Antonio Bricio, Juan Pedro Barroso, Juan Pablo Corona, Marcela López de Corona, Juan Pablo Sánchez y Juan Pablo Corona López una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Javier Garfías, Antonio Bricio y Juan Pablo Corona Rivera

Antonio Bricio, Juan Pablo Corona y Oscar Rivera

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Juan Pedro Barroso, Antonio Bricio y Juan Pablo Corona


Martín Carrillo, Curro Vivas, Paco Ureña, Juan Pablo Corna, Andres Roca Rey, Antonio Bricio y Andre

Andre, Antonio Bricio, Eulalio López “El Zotoluco”, Marcela de Corona, Juan Pablo Corona, Juan Pablo Corona Jr., Fermin IV, Fermin Espinosa y Alonso Cuevas

Andre, Juan Silveti, Alejandro Fernández, Antonio Bricio, Marcela de Corona, Diego Silveti, Ortega Cano, Juan Pablo Corona y Juan Pablo Corona López. una lección de vida ANTONIO BRICIO

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Entregando a los ganaderos Marcela López de Corona y Juan Pablo Corona Rivera el traje de mi alternativa, que para mi representa los sacrificios, sinsabores y alegrías en mi carrera taurina y como un agradecimiento y confianza que han depositado en mi persona para estar al frente de su ganadería San Constantino.

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CREDITOS Dirección y Diseño Oskar Ruizesparza Textos Paco Aguado Magaly Zapata Dikey Fernández Adaptación crónica de Antonio Bricio Felipe Aceves Bravo Fotografía Agustín Carbone Oskar Ruizesparza Del álbum de Antonio Bricio.

Esta es una publicación coordinada por la Editorial México Mío los derechos son reservados de Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana. Av. Chapultepec 15 Interior 11B 1 www.fcth.mx Guadalajara, Jal., a 10 de noviembre de 2018 144

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