Capea o la mágica ensoñación del toreo Por Juan Antonio de Labra, fotos Oskar Ruizesparza
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l maestro celebró su cincuentenario con una tarde histórica.
Si a Fray Luis de León se le atribuye aquella famosa frase de “Decíamos ayer…” cuando retornó a su cátedra en la Universidad de Salamanca, luego de permanecer varios años en la cárcel, el maestro Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea” superó con creces esa serenísima evocación del que no guarda rencores y se atrevió a desdeñar, en este caso, el paso del tiempo. Y hoy volvió a “decir” EL TOREO, con mayúsculas y en primera persona, vestido de luces, por el gusto de celebrar medio siglo como matador de toros, también como esa primera vez en Bilbao, aquel 19 de junio de 1972, fecha que marcó su lanzamiento a la competida y hermosa década dorada de las grandes figuras de aquí y de allá; figuras, pues, universales que ya forman parte de la historia del toreo. En este caso, el compromiso de hoy fue triple. Por una parte, tener el arrojo, a sus casi 70 años, de vestirse de luces y salirle al toro; en segundo lugar, de lidiar una corrida de su ganadería y, además, de alternar con dos toreros de una generación muy posterior a la suya. Si alguien especuló con la posibilidad de que esta corrida “familiar” podía ser una fiesta íntima y triunfalista, se equivocó. Quienes acertaron en venir a ver al maestro, reconocieron que lo visto arrebató los sentidos, porque los transportó en el tiempo, gracias a la magia del toreo, que no entiende de años ni edades, pero sí de sentimientos. Y cuando Pedro se plantó delante de ese primer toro, el que abrió plaza, y le tendió la suerte con su característico
donaire, su toreo a la verónica brotó diáfano, bello, y evocó esos años de lucha en que aquel niño salido de las capeas de Castilla La Vieja, arribó al toreo para hacerse de un nombre, ganar fama y dinero, pero, sobre todo, ser alguien en la vida a través de su inmensa vocación. Minutos después, como si de una sabia cátedra de Fray Luis de León se tratase, El Capea demostró algo que hoy parecería imposible: que sí se puede cortar un rabo a un toro con una faena de 25 muletazos. Porque la verdadera esencia del toreo es la concreción de un discurso, en este caso breve, conciso e intenso, como fueron los redondos con los que se rompió de cintura con un toro al que toreó girando acompasadamente en los talones y ancladas las zapatillas en la arena, con una afición y una entrega desbordantes. Y de la “apasionada entrega” que acuñó el maestro Pepe Alameda, que narró su alternativa en Televisión Española, a esta tarde de hoy en Guijuelo, cincuenta años después, Pedro demostró que el toreo es eso: esencia, pura y dura, ausente de florituras vagas, cargada de emoción y torería que tocó todo lo que hizo. El público le jaleó con fuerza cada pase, cada detalle, cada adorno, consciente de que lo visto en sus trazos atesoraba el sabor añejo de su toreo, ese que afinó en México a mediados de los ochenta, cuando conoció el temple del toro mexicano; el toro al que había que acariciar con capotes y muletas; el toro del que se enamoró y aprendió el secreto de la caricia. De eso estuvo hecha esta primera faena, rubricada con una estocada que ejecutó despacio, deletreando la suerte de matar con la misma rotundidad con la que había toreado. En la vuelta al ruedo, su rostro expresaba
una felicidad inmensa, la que da el torear para sentirse vivo; vivo y contento de poder estar hoy en este recoleto coso de Guijuelo en medio del cariño de tanta gente: profesionales, partidarios, amigos y familiares, así como un público respetuoso con el que se compenetró de principio a fin. Espoleados por el viejo maestro, su yerno, Miguel Ángel Perera, y su hijo, “Perico”, salieron a dar la réplica cada uno con sus argumentos, en sendas faenas meritorias y valientes, con dos toros nobles, a los que había que torear, como todo el encierro de encaste Murube, que también fue noticia y habló de un hombre dedicado con orgullo y esmero a la crianza del toro bravo. Y si Perera estuvo templado y terso con el segundo, al que hizo una faena estructurada y recia, Pedro hijo salió a hacer lo suyo en medio de ese fervor del público que, a estas alturas de la tarde ya se frotaba las manos para ver de nuevo al maestro con el segundo de su lote. El cuarto fue otro toro al que había que torear con suavidad, entender sus distancias, la altura de los engaños, y la precisión en la colocación. Y el maestro Pedro volvió a dar otro recital de toreo que tuvo su clímax inicial con una media verónica señera, arrebatada, por ceñida y lánguida, en la que desmayó los brazos con un arte exquisito que generó uno de los olés más sonoros de la corrida. Después, en un palmo de terreno, como tienen que ser las faenas buenas, y con la medida del tiempo contenido en sus muñecas de terciopelo, el maestro repitió la misma ambición, la misma entrega desplegada minutos antes, en otra obra torera de magnífico acabado, que repitió la conmoción en el tendido. Cuatro cosas bien hechas, fundamentales, profundas por su sencillez. La verónica,
la media, el redondo o el natural, el de pecho o y el de la firma… Así toreo hoy el salmantino, y dictó cátedra con dos faenas en las que resumió todos los valores del toreo, un arte fugaz, efímero; el arte de los privilegiados. Si no mató a la primera, y se enrabietó por ello, eso fue lo de menos. Porque lo que había hecho ya había tocado fibras sensibles y corazones y se había incrustado en el corazón de quienes lo recibieron. En ello reside la magia del toreo, un arte que, cuando se hace de esta manera, subyuga por sincero y único. Otra vuelta al ruedo coreada con entusiasmados gritos de “¡torero, torero!”, antecedió dos faenas valerosas de sus alternantes, que también habían disfrutado viendo a esta figura del toreo de otro tiempo, y se afanaron en estar a la altura de tan difícil compromiso y hacer bien las cosas, a sabiendas de que “el jefe” ya había acabado con el cuadro. Al final de esta corrida tan maravillosa, por intensa y diferente, con un protagonista a hombros de los propios toreros, El Capea, ese león viejo de apacible mirada y aguda inteligencia, hoy volvió a educar con el ejemplo, como tantas veces que su raza de figura se vio amenazada; con la idéntica ambición de unos años que ya están perdidos en el tiempo y hoy resucitaron al calor de su entrega. Guijuelo fue testigo de que el toreo no conoce de edades, y mientras un hombre que es torero tenga el corazón bien puesto, y su mente mantenga la serenidad del que sabe estar delante del toro, lo demás es un “decíamos ayer” con un socarrón talante desdeñoso y un sutil “ahí les dejo eso”. Olé, maestro. F i c h a Guijuelo, España.- Plaza de Guijuelo. Lleno en tarde agradable. Corrida por los 50 años del maestro Capea. Toros
de Capea y Carmen Lorenzo (1o., 2o., y 4o.), correctos en presentación, de buen juego en su conjunto, de los que destacó el 1o. por su clase y transmisión. Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”: Dos orejas y rabo y oreja. Miguel Ángel Perera: Dos orejas y dos orejas. Pedro Gutiérrez “Capea”: Dos orejas y dos orejas. Incidencias: Al concluir el paseíllo se guardó un minuto de silencio a la memoria del maestro Andrés Vázquez, en tanto que al terminar la corrida los nietos del maestro le cortaron la coleta en el centro del redondel.
“Fue una tarde fantástica”: El Capea Por Juan Antonio de Labra, fotos Oskar Ruizesparza
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l maestro dio sus primeras impresiones tras su gran triunfo
Luego de su triunfal tarde en Guijuelo, en la que cortó tres orejas y un rabo a toros de su propia ganadería, Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”, dijo sentirse muy feliz y pleno por haber celebrado así el 50 aniversario de la alternativa que recibió en Bilbao en 1972. Quizá ni en el mejor guion de una película se hubiera escrito que tanto los toreros que salieron a hombros como el encierro haya sido excepcional en esta tarde. “Yo creo mucho en mi gente, sabía que yo tengo amor propio, siempre lo he tenido. Sabía que mi yerno es número uno, que tiene un valor fuera de lo normal, que no se quería dejar ganar la pelea ni por el suegro y mi hijo también tiene el oficio de la casa, necesario para no quedarse atrás. Yo sí pensaba que era así. Nos daba mucho miedo la corrida, cuando la escogimos para que no pudiera fallar nada, creo que también hemos acertado y eso ha sido el resultado, creo que ha sido una tarde fantástica”, expresó el maestro salmantino. Y habiendo lidiado toros de su propia ganadería, señaló que hubo una buena materia prima que dio gran juego. “Me ha gustado mucho el lote mío, porque lo he sentido, pero en conjunto la corrida ha propiciado el éxito que es lo que queríamos, unos un poco más unos un poco menos, pero todos los toros han enseñado un “son”, una forma de embestir pausada, rítmica como tiene que ser. Si no se tiene eso no se puede torear despacio y no hay cosa
más hermosa que ver torear despacio”, afirmó. Por su parte Miguel Ángel Perera, yerno del maestro y quien cortó cuatro orejas, dijo que se sintió muy contento que el aniversario de El Capea padre, haya sido así de triunfal. “Son de esos días que lo ha soñado mucho mi suegro. Todos lo hemos soñado lo hemos soñado, pero también lo hemos sufrido. Dios está arriba y puso las manos para que todo salga bien. El lote suyo ha sido el idóneo para él, toros con calidad, pero qué forma de torear con casi 70 años, qué raza, qué forma de ponerse, con qué verdad, con qué amor propio y un cúmulo de sensaciones, primero el sufrimiento como yerno, pero también la satisfacción como torero de ver a una figura del toreo histórica con esa raza, ese amor propio y esa forma de estar que es un privilegio para todos los que hemos estado aquí y que lo dejó Dios contar también”, señalo el diestro extremeño.
“...El maestro Capea dictó cátedra desafiando al toro y al tiempo...” Por Juan Antonio de Labra, fotos Oskar Ruizesparza
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espués de varias jornadas de reflexión, aún retumba en el ambiente lo que hizo el otro día el maestro Capea en la plaza de Guijuelo, porque no sólo fue torear dos toros de su ganadería con una asombrosa solvencia a la edad de 69 años, sino exponer la conclusión de una vida equilibrada; una vocación profunda, y una congruencia con todo aquello que le ha conferido relevancia y carácter a su rica existencia. Y de esa sencillez castellana tan propia de su idiosincrasia campirana, su toreo fluyó suavemente, de forma natural y relajada, que le permitió expresar sentimientos que cautivaron a un público sensible y nostálgico que vibró con cada uno de los pasajes de una corrida que quedará registrada como la de su despedida, pues fue ahí, sin premeditación, que el veterano torero salmantino decidió cortarse la coleta en medio de la atónita mirada de sus nietos. Al día siguiente, Capea estaba exultante, henchido de felicidad en el salón de su finca de Espino Rapado, donde compartió con emoción los pormenores de un acontecimiento inolvidable que terminó por se noticia en distintos medios de comunicación generalista, un hecho que, sin duda, realza los valores de la tauromaquia en tiempos difíciles. De todas las lecturas posibles de su paso por Guijuelo, destaca su enorme afición, ya que, de otra manera, no sería lógico pensar en el compromiso que se había echado a cuestas por el simple placer de torear, por el gusto de conmemorar sus 50 años como matador de toros, sin importar la exigencia que supone aventurarse en una empresa de tal magnitud, a una edad en que los años ya suelen pesar mucho.
Pero quizá él sabía perfectamente que era capaz de resolver la papeleta de manera favorable y sobreponerse al reto que se había impuesto varios meses atrás. Así fue como superó con creces las expectativas de lo que, de antemano, se esperaba que fuera una tarde muy especial, pero tal vez sin el impacto que provocó para quedar inscrita en los anales del toreo moderno. La mayor enseñanza que nos dejó el maestro nacido en el barrio de Chamberí, fue su alegría por la vida: su desbordante pasión; su raza de figura del toreo y, en suma, la congruencia con su propia historia, en la que están inscritas más de mil 800 corridas toreadas a lo largo de una época maravillosa para la Fiesta. Así fue como se ha marchado de los ruedos, con una última corrida en la que dictó cátedra sobre la arena del recoleto coso de Guijuelo, desafiando al toro y al tiempo, en una actividad tan compleja, riesgosa y comprometida, como es el toreo a través del que el diestro de Salamanca volvió a demostrar su grandeza como persona y como torero.