Galería de Cuadrillas Mexicanas

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JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE GALERÍA DE CUADRILLAS MEXICANAS y EXTRANJERAS. DE A PIE y DE A CABALLO. SIGLOS XVI – y COMIENZOS del XX.

MÉXICO, 2020



JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

GALERÍA DE CUADRILLAS MEXICANAS y EXTRANJERAS. DE A PIE y DE A CABALLO. SIGLOS XVI – y COMIENZOS del XX.

MÉXICO, 2020


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José Francisco Coello Ugalde. Reservados todos los derechos. 2020. Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2020.

En realidad, la fotografía escogida para ilustrar la portada no tiene una autoría específica. Sin embargo, se trata del grupo que salió por delante, la tarde del 5 de febrero de 1946, cuando fue inaugurada la plaza de toros “México”. Los tendidos, estaban aún por llenarse, mientras lucía el sol con intensidad. Charro y amazonas, encabezaron el desfile de las cuadrillas, portando el lábaro patrio, lo cual dio a la escena un efecto particular, que debió tocar las fibras de quienes asistieron. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito, tanto de los autores como del editor.


JUSTIFICACIÓN al segundo título de la colección CINCO SIGLOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. GALERÍA DE CUADRILLAS MEXICANAS y EXTRANJERAS. DE A PIE y DE A CABALLO. SIGLOS XVI – y COMIENZOS del XX Es pertinente en esta ocasión, comentar a los lectores de FOMENTO CULTURAL TAUROMAQUIA HISPANOAMERICANA (http://www.fcth.mx/index.html) que, la cobertura alcanzada por el proyecto emprendido por Juan Pablo Corona Rivera y Óskar Ruizesparza está consiguiendo alto nivel de usuarios que visitan y consultan las diversas opciones que, materializadas en libros digitales, nos tienen en cercanía absoluta con el tema de la tauromaquia. Dicho estímulo nos lleva a entender cada vez más la realidad que priva en un mundo moderno, que en estos primeros meses de 2020 se ha visto afectado por la pandemia del “coronavirus”, lo que significará, tras el desconfinamiento, un severo escenario en todos los aspectos, de ahí que la reposición del espectáculo taurino en nuestro país, junto con la vida ordinaria, tomará un tiempo considerable. Por esta razón, y a sugerencia de FCTH, debemos estimar el hecho de que en el libro electrónico se tiene un importante respaldo de información. Por ello, en esta ocasión, la presente “Galería”, viene a enriquecer el bagaje con temática taurina, la cual además, recoge el testimonio de un pasado, a partir de las imágenes y evidencias sobre cómo se constituyeron las cuadrillas taurinas, explicando para ello su significado y organización. Va por delante, y encabezando el desfile de las cuadrillas, la imagen en portada, ejemplo claro de que en muchas ocasiones, integrantes de la charrería han dado el toque preciso con su presencia, encabezando decenas de ocasiones un desfile de cuadrillas. Para ello, basta con que una amazona o un charro gallardo empuñen el lábaro patrio, con lo que el significado de aquel “paseíllo” se torna aún más interesante. Veremos en el presente trabajo, diversos ejemplos que parte de la imagen misma, algunos de los cuales demandan ser explicados a partir de la información de que se dispone. Suenan parches y clarines, la puerta de cuadrillas se ha abierto en espera de que, bajo los acordes del pasodoble torero inicie el festejo en toda su dimensión. CDMX, abril de 2020 José Francisco Coello Ugalde Maestro en Historia.



PRESENTACIÓN. Una de las mejores explicaciones que he encontrado hasta ahora, y que se relacionan con el significado de las “Cuadrillas”, proviene de lo escrito por Manuel Romero de Terreros, en un antiguo texto del año 1918. Veamos. El origen de los torneos y justas se remonta a la costumbre, que antiguamente observaban casi todos los pueblos, de verificar simulacros de lances de guerra, para ejercitarse y adquirir seguridad y destreza en el manejo de las armas. En la Edad Media, constituían los torneos suntuosas fiestas públicas, y en la Moderna, siguieron celebrándose con más o menos lujo, para festejar los grandes acontecimientos. En el torneo, propiamente dicho, los caballeros peleaban en grupos; en la justa, el combate era singular, de hombre a hombre; y en el paso de armas, numerosos campeones a pie y a caballo simulaban el ataque y la defensa de una posición militar. Generalmente los torneos se resolvían en justas, con que terminaban. Estos ejercicios caballerescos fueron introducidos en México por los españoles desde los primeros tiempos del coloniaje, pero no queda noticia de alguno en particular, si se exceptúa el verificado en la Capital de la Nueva España, con motivo del bautizo de los mellizos de Don Martín Cortés. Posteriormente, cuando la fuerza iba cediendo el paso a la agilidad y a la destreza, usáronse otros simulacros, de los cuales fueron favoritos de los nobles y señores los Juegos de cañas. Copiados de las antiguas zambras de los moros, estos ejercicios servían de pretexto para presentar vistosas cuadrillas con lujosas libreas y ricos atavíos. Cierto número de caballeros, bien montados a la jineta, y lujosamente vestidos, empuñando cada uno una lanza en la diestra y llevando una adarga en el brazo izquierdo, se dividían en escuadrones de diversas libreas, llamados Cuadrillas, cada uno con su Cuadrillero, o Capitán, que servía de jefe a cuatro, seis, ocho o más combatientes. Hacían su entrada a la plaza por cuatro distintas puertas, al son de oboes, sacabuches y otros instrumentos, y en los juegos más solemnes, cada cuadrilla iba precedida por numerosos pajes conduciendo mulas cargadas de cañas, que cubría un paño de brocatel. Después de saludar cortésmente a la concurrencia, y de cruzar la plaza de un lado a otro, se reunían las cuadrillas en el centro y, entregadas las lanzas a los escuderos respectivos, tomaban cañas, y empezaban el juego, que consistía en diversas escaramuzas, combatiendo con dichas cañas y defendiéndose con las adargas. Esto se prestaba para grandes demostraciones de destreza y agilidad, pues no sólo se combatía de frente, sino que, en algunas figuras, era preciso echarse la adarga a la espalda para resguardarse de los golpes del contrario. Las cañas, sumamente frágiles, se rompían en grandes números, al chocar con las adargas, que eran escudos ovalados de cuero muy duro con dos asas por la parte interior para embrazarlos. 1 Con el paso de los años y las nuevas exigencias que el toreo demandaba en su presentación, fue necesario lo que se establece como una profesionalización del arte y su codificación, lo que significaba que quedara sometido a tratados específicos, como ciertas normas en el quehacer a caballo, pero también a pie, considerando que la primera “Tauromaquia” de a pie, se establece gracias a la participación conjunta, de José Delgado “Pepe Hillo” y José de la Tixera. Dicha normativa tuvo su primera edición en 1796. Cuarenta años más tarde, vino la de Francisco Montes “Paquiro”. Sin embargo, entre los usos y costumbres que iban marcando el devenir del espectáculo, se encontraba aquella representación emblemática del paseíllo, en el que las “cuadrillas” habrían de presentarse ante el público, perfectamente montadas, saliendo bajo el orden jerárquico o estamental que con el tiempo pudo marcarse claramente, hasta nuestros días incluso. En ese sentido, a lo largo del siglo XIX, por ejemplo, desfilaron infinidad de conjuntos de toreros de a pie y a caballo que, siguiendo una costumbre inveterada, no dejaron de hacerlo; y es más. 1

Pedro Romero de Terreros, Torneos, Mascaradas y Fiestas Reales en la Nueva España. Selección y prólogo de don (...) Marqués de San Francisco. México, Cultura, Tip. Murguía, 1918. Tomo IX, Nº 4. 82 p., p. 3 y 4.


Enriquecieron aquellos desfiles con tantos elementos complementarios como les fuera posible, así que de ese modo, el desfile de cuadrillas, o “paseíllo” cobró una verdadera importancia pues era y sigue siendo la señal de que el festejo se da por iniciado. Pues de dicho asunto, por lo que ya se lleva analizado, y de aquí en adelante, se verá profusamente ilustrado, con objeto de que la imagen sea la encargada de darnos todo el significado que sea posible.

Fiestas jesuitas en Puebla. Ilustraciones de Fernando Ramírez Osorio. En “Fiestas jesuitas en Puebla. 1623”. Anónimo. Gobierno del Estado de Puebla. Secretaría de Cultura, Puebla, 1989. 46 pp. Ils. (Lecturas Históricas de Puebla, 20).

Por su parte, José Alameda agrega que, la composición de las mismas cuadrillas, pero ya bajo el concepto tal y como hoy día desfilan en las plazas de toros, ocurrió tal cual comenta Teófilo Gautier, en su Viaje por España, [quien] escribe lo siguiente sobre una corrida que vio en Málaga: A las cinco en punto, se abrieron las puertas de la arena, y la cuadrilla que debía actuar dio la vuelta al ruedo en procesión. Marchaban a la cabeza los tres picadores: Antonio Sánchez, José Trigo, ambos sevillanos, y Francisco Briones, de Puerto Real; el puño en la cadera, la pica apoyada en el pie, con gravedad de triunfadores romanos que subieran al capitolio. Las sillas de los caballeros tenían escrito en clavos dorados el nombre del dueño de la plaza: Antonio María Álvarez. Les seguían los capeadores o chulos, con su montera, envueltos en sus capas de vivos colores; luego iban los banderilleros ataviados a lo fígaro. A la cola del cortejo avanzaban, aislados en su majestad, los dos matadores, los espadas, como se les llama en España: (Francisco) Montes de Chiclana, y José Parra, de Madrid. Montes llevaba su fiel cuadrilla, hecho


muy importante para la seguridad de la corrida, ya que en estos tiempos de discusiones políticas suele ocurrir que los toreros cristinos no ayuden a los toreros carlistas que se hallan en peligro, y viceversa. La procesión terminaba significativamente con el tiro de mulas, destinado a arrastrar a los toros y a los caballos muertos. Esta enorme diferencia en el orden del desfile –sigue diciendo Alameda- no puede producirse de golpe, sino necesariamente por etapas, en las cuales lo determinante es, desde luego, la posición y categoría de los componentes básicos, el matador y el picador. Por desgracia, según lo señalamos de entrada, no existen datos precisos sobre cada etapa, sino aproximaciones que nos permiten inferir cuál ha sido el desarrollo de este proceso. Hay una imagen fotográfica que Cossío reproduce en su enciclopedia Los Toros, tomo IV, página 912, con la siguiente leyenda al pie: “Desfile de cuadrillas en la plaza de la Puerta de Alcalá. Fotografía de hacia 1854”. Y en ese grabado aparecen por delante los espadas, los matadores de a pie y sólo en quinta fila los picadores.


A mayor abundamiento encontramos en el propio Cossío, tomo IV, pág. 849, la reproducción de una pintura con esta leyenda: “La plaza de la Maestranza de Sevilla, antes de terminarse la grada cubierta”. Y ahí también aparece la ceremonia del paseíllo con los toreros de a pie por delante. Ahora bien, es dato preciso que dicha obra de la grada cubierta se realizó en el decenio de 1850. Aparece fuera de dudas por ambos testimonios que en dicho decenio ya eran los matadores de a pie los que encabezaban el desfile.2

Así que, bajo ese principio podemos tener claro que “usos y costumbres” se imponen en esta pequeña escenificación simbólica la cual irrumpe al comienzo de cada festejo taurino en su forma ritual, causando la primera emoción de una tarde donde se celebra la corrida de toros.

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José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): EL HILO DEL TOREO. Madrid, Espasa-Calpe, 1989. 308 p. Ils., fots. (La Tauromaquia, 23)., p. 55-6.


CUADRILLAS CON LAS QUE ACTUABA PONCIANO DÍAZ EN SU ÉPOCA DE ESPLENDOR Y APOGEO.

Cuadrilla de Ponciano Díaz hacia 1885 con banderilleros y “topadores”. En “SOL Y SOMBRA. SEMANARIO TAURINO NACIONAL” del 19 de abril de 1943. Ponciano Díaz tuvo la costumbre de actuar en las diferentes plazas del país, siempre con diferente cuadrilla. No se estilaba como en nuestros días que cualquier torero de cartel se hace acompañar de sus peones y varilargueros de confianza, mismos que quedan colocados, generalmente para toda o casi toda una temporada. Yo no sé en qué medida era sana la situación de integrar una cuadrilla con diferentes subalternos, pues no existían desde luego las condiciones profesionales que caracterizan al espectáculo de nuestros días en este capítulo tan particular. Quizá, con esa decisión, Ponciano evitaba que alguien pudiera hacerle sombra. Quizá estaba en un proceso de escoger a los mejores elementos y entonces sí, tener una cuadrilla más o menos fija, pero también, la mejor. Entre los muchos elementos que acompañaron al atenqueño, citaré las cuadrillas que se formaron en las diferentes giras por donde anduvo el también considerado “Capitán de Gladiadores” Ponciano Díaz. Veamos. Por ejemplo, en octubre de 1885, en recorrido por Durango, su cuadrilla la formó con: Un segundo espada: Felícitos Mejía. Banderilleros: Tomás Vieyra, Carlos López, Jesús Fragoso, Porfirio Rodríguez y Jesús Girón. Picadores: Vicente Conde “El Güerito”, Atanasio Altamirano, Nieves González y Cándido Reyes quien murió en un percance. Al poco tiempo, y ya por Guadalajara salió acompañado de: Banderilleros: Braulio Díaz, Honorio Romero “Artillero” y Bernardino Flores. Topadores (picadores): José María Mota, Juan Zermeño “Brazo de Hierro” y Agapito Godines. Arrastradores: Carmen Ocampo y Teófilo Naveda. Como “candidatos” se anota a Atenójenes de la Torre, que funge algunas veces como capitán, Cornelio Ortiz y Pablo Castañeda, y topadores: Pablo Nuño y Nepomuceno Hernández. En mayo de 1886, cuando realizó viaje por Zacatecas se hizo acompañar de: Topadores: José María Mota, Ireneo García, Gabino Domínguez y Juan Luz “Recillas”, oriundo este


de Atenco. Banderilleros: Guadalupe Sánchez, Felícitos Mejía, Pedro García, Melquíades Guerrero, Eduardo Rojas “Carcachas” y Jesús Blanco. El domingo primero de abril de 1888, y en la plaza de toros de Bucareli, Ponciano presentó a los Banderilleros: Ramón Márquez, Rafael Calderón de la Barca, Carlos López “El Manchado”, Florencio García “El Tanganito” y José Escarcena. Picadores: José de la Luz Recillas, Celso González, Eulogio Figueroa y Pedro García. Lazadores: Vicente Cisneros y Luz Chávez. Años más tarde, y como diestro notable con cuacos y riendas, también se hizo acompañar de Celso González y Agustín Oropeza, que también eran una maravilla montando a caballo. Hasta que Ponciano, finalmente y como resultado de su viaje a España, montó una cuadrilla hispano-mexicana, formada por Saturnino Frutos “Ojitos”, y Carlos Sánchez, así como por dos picadores, uno de ellos apodado “Veneno” y otro que ha sido imposible identificar. También no olvidó sus raíces y a su vera lo acompañó, por lo menos en 1892, la famosa “cuadrilla Ponciano Díaz”, integrada, entre otros, por Gerardo Santa Cruz Polanco. El catálogo -como se ve- es enorme, si se considera que apenas se han dado a conocer unas cuantas cuadrillas, con las que Ponciano Díaz “trabajó” tanto en la capital, como en el interior del país. Como tema es interesante y más, cuando encontramos que los nombres de todos esos personajes, además de resultar novedosos, por la poca difusión que se les da, vienen a confirmar que existió una gama importante de banderilleros, topadores o picadores, y hasta de lazadores, elementos que uncían al toro de sus cabalgaduras para retirarlo del ruedo, luego de que sonaban los avisos con que algún astado regresaba a los corrales.


DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. ARTURO PARAMIO.

Todo parece indicar que, el personaje que está sentado a la derecha, y que en la vida real se llamó Arturo Paramio, para Daniel Medina de la Serna fue un “pícaro más en esa verdadera corte de los milagros que era nuestra fiesta de toros al finalizar el siglo antepasado” Y sigue diciendo Medina de la Serna: La importancia taurina de Arturo Paramio fue bastante menos que nula; pero su anecdotario bribiático, adornado de tornasoles rufianescos, nos parece interesante como interesantes son los de todos esos buscones, guzmanes de alfarache y canillitas que en el mundo han sido; personajes que en páginas literarias hacen de las suyas y bellaquean a más y mejor, exhibiendo y hasta alardando de sus torpes inclinaciones de buenos maulas y mejores bergantes. En el ambiente taurino, antes como ahora, y siempre, han pululado sollastres de igual calaña, formando un turbio estrato tan vergonzante como, al parecer, inherente a él. Y Arturo Paramio era uno de estos fanforros; un personaje rasgado y de toda broza, más para un estudio sociológico de la fiesta que algún día deberá hacerse, que para una crónica taurina. Hasta aquí, el autor, en este caso de una serie denominada “Mi cuarto a espadas”, en cuyo Nº 2, de mayo de 1986 encuentro esta sabrosa referencia que no tiene desperdicio. Paramio vino a México en el último lustro del siglo XIX, pero como si no hubiera venido, pues la prensa lo trató en términos bastante reducidos, al grado que esto aparecía publicado en El Popular, luego de una desastrosa actuación suya el 4 de junio de 1899 en la plaza de toros de Bucareli:


“Camelo-novillada. El ganado archimalo. Paramio, que de por sí es poco lo que puede, con tan malos elementos, pudo menos…” Esta y otras andanzas de contar son las que formaron el perfil –y concluyo citando a Medina de la Serna- (a) este tunante “Gaditano”; un pillo para nota roja, con mucha trastienda y con más gramática parda que Lepe, Lepijo y su hijo para eso de bribar y picardear; muy lince para dejar con un palmo de narices a alguaciles, sayones y gendarme y aun a la misma parca, si se terciaba… Para terminar, y como vengo advirtiendo desde la aparición del “Revelado” donde se aprecia el tumbo de “latiguillo” de la entrega pasada, mencionaba el uso de la vara de detener con la presencia del “limoncillo” (mismo asunto que también trato en el daguerrotipo de Magdaleno Vera). Pues aquí lo pueden apreciar ustedes, en esas varas que sostienen los tres picadores, integrantes de la cuadrilla de don Arturo. El detalle de la imagen es más que evidente.

Además, los tres “señores de a caballo” tienen una fuerte apariencia de personajes arrancados de las faenas rurales y que con frecuencia es posible encontrarlos en otras tantas imágenes. Llevando quizá una chaqueta de paño, bastante sencilla, habitual para ellos, tocados del sombrero de piloncillo, pero sobre todo del peculiar bigote, sello de la supervivencia de un influjo que Ponciano Díaz sostuvo hasta su muerte misma, ocurrida el 15 de abril de 1899. Todavía al despuntar el siglo XX, Arcadio Reyes otro de esos picadores imprescindibles, siempre hábil y cumplidor extendió el último suspiro de un toreo a la mexicana, no solamente poniendo banderillas a caballo, sino picando toros a ley.


EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. Esta efeméride sucedió el 7 de julio de 1839. El hecho al que hoy me refiero, fue dado a conocer en

En ese número, José Sánchez de Neira se refirió al contacto que tuvo con los escritores taurinos mexicanos Julio Bonilla, “Nemo” y “Don Gertrudis”, que “hacen propaganda” en publicaciones como El Arte de la Lidia, El Zurriago Taurino y El Estandarte. Estos tres personajes, junto a Eduardo del Frago, Eduardo Noriega y otros, comenzaron la interesante aventura de escribir de toros en momentos claves para el desarrollo de un nuevo capítulo que se gestó a partir de 1882 primero, con la presencia de José Machío y de Francisco Jiménez “Rebujina” que, como españoles, alternaron en sitios que permitía el “decano” Bernardo Gaviño. Luego en 1887, arribó un grupo sólido de toreros encabezados por Luis Mazzantini y Diego Prieto “Cuatro-dedos”. En 1884 comenzó a publicarse El Arte de la Lidia, primero bajo la égida de “Plutón” y poco tiempo después bajo la dirección de Julio Bonilla Recortes. En una investigación que poco a poco voy preparando, y que lleva el título “Julio Bonilla y El Arte de la Lidia. (Un guardado secreto de la prensa taurina en México. 1884-1909), me refiero en detalle a estos pasajes, de los que compartiré algunos adelantos en este blog. Pero el hecho es que en La Lidia. Revista taurina, Sánchez de Neira, importante tratadista de aquella época, refiere que recibió curioso obsequio por parte de dichos señores, consistente en un cartel en seda el cual encierra una serie de datos que marcan ciertos antecedentes alusivos a la suerte del quiebro que Antonio Carmona El Gordito ejecutó con mucha fama en sus mejores años. Pero esos hechos ocurrieron en la plaza de San Luis Potosí allá por 1839. Nada mejor que incluir su contenido.


Muchos de los festejos que ocurrieron a lo largo del XIX mexicano tuvieron la finalidad de estar dedicados a personajes públicos, políticos en su mayoría, con lo que se afirmaba su presencia. Tal es el caso del General de Brigada D. Isidro Reyes, encumbrado por alguna circunstancia de las muchas que sucedieron en ese siglo. Es el mismo Reyes quien, a través del discurso mostrado en el cartel, agradece a la Compañía de gladiadores, definición antigua de la actual cuadrilla, la cual y conforme a ciertos “usos y costumbres”, se permitían el atrevimiento de anunciar las incidencias y los detalles de cuanto iba a suceder en el ruedo, cosa por demás insólita, pues entre otras cosas, no nos imaginamos que habría sucedido con Casimiro Cueto quien “hará el salto mortal vendados los ojos”, ni de lo que ocurriría con Ildefonso García quien jineteando un toro, “y cuando éste se halle reparando en su mayor fuerza, se le pasará al pescuezo…” Acto seguido, Antonio Escamilla, “con los pies engrillados en el centro de la Plaza, pondrá dos banderillas”. También llama la atención, aunque no están incluidos todos los detalles aparecidos en ese “cartel de seda”, que en esa ocasión, actuó entre los “gladiadores” una mujer, quien se desempeñó como “picadora de toros”. Tal era Teresa Alonso. Su nombre, viene a enriquecer una importante nómina de toreras que, si me permiten mencionar, forma parte de uno de mis trabajos que ahora tengo listos para publicar:


Si la Compañía lograre con esta función el objeto que se propone, será una de sus mayores satisfacciones.


REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. SOBRE LA “CUADRILLA JUVENIL MEXICANA”. Hermosa composición a la que parece no faltarle nada, aún incluso llevando como telón de fondo el emblema de la bandera nacional. Hay equilibrio en sus líneas, hay armonía en el propósito que persiguen todos y cada uno de los que ahí están reunidos, para perpetuarse en una imagen, sujeta de los viejos cánones del principio de la fotografía. Además, en ella aparecen personajes con nombre y apellido, a saber: Picadores: Ramón Frontana, Luis Martínez, Cenobio Esparza y Arturo Frontana. Al centro: Manuel Rodríguez, Luis Frontana, José Ávila, Refugio Pérez, Macario Castelán, Mariano Rivera y Crescencio Torres. En la fila delantera: Manuel Martínez Feria, como director; Pedro López, Carlos Lombardini y Eduardo Margeli, comparecen como matadores.

Col. del autor. Se trata de la “Cuadrilla Juvenil Mexicana”, renovada presentación de las que fueron “Compañías de gladiadores” durante buena parte del siglo XIX para luego, al iniciar el XX, destacar la que encabezaba Saturnino Frutos “Ojitos” y de la que salió para darle lustre a la tauromaquia nacional, el célebre Rodolfo Gaona. La primera de las imágenes fue registrada en 1909. La segunda, debe haber sido tomada más o menos en 1906. En ambas, se adopta la influencia española en toda su dimensión. Una presencia como la de Saturnino Frutos, torero y banderillero que supo de las andanzas y picardías de la última etapa del toreo a la mexicana a finales del siglo XIX. O la de Martínez Feria, que ya junto a Margeli y su cuadrilla se presentaban en diversos ruedos desde 1908, como nos lo dice una nota en El Popular del 7 de julio de 1908:


La novillada próxima. Presentación de la cuadrilla juvenil Margeli-Feria. En grandes cartelones, fijados en los sitios de costumbre, se anuncia para el próximo domingo 12, la presentación de la notable Cuadrilla Juvenil de que son empresarios los señores Margeli y Martínez, y en la que figuran los matadores Lombardini y Pedro López, y de los cuales se cuentan infinidad de proezas. La empresa que explota hoy el coso de El Toreo, ha firmado escritura, por cuatro corridas, habiendo escogido toros de casta para todas ellas, siendo de Atenco los de la primera, que como decimos se verificará el próximo domingo.

Cuadrilla juvenil mexicana, dirigida por Saturnino Frutos “Ojitos”. Entre los más destacados alumnos, Rodolfo Gaona sería la pieza más acabada, heredero de las formas técnicas impuestas por Salvador Sánchez “Frascuelo” y las de carácter refinado que legó Rafael Molina “Lagartijo”. Al centro mírase al maestro “Ojitos”, y de izquierda a derecha aparecen Manuel Rodríguez, Blas Hernández, Antonio Conde, Rodolfo Gaona, Eustolio Martínez, Antonio Rivera, Pascual Bueno, Daniel Morán, Prócoro Rodríguez, Rosendo Trejo y Fidel Díaz. Fotografía de la Galería Taurina de don Celerino Velásquez. Fuente: La Lidia. Revista gráfica taurina, Nº 53, del 6 de noviembre de 1943. Col. del autor. Ya en esos primeros años del XX, hace poco más de un siglo, Frutos, Feria, pero también Ramón López o Diego Prieto, estaban más que convencidos de que en nuestro país existían condiciones para poner en marcha un buen caldo de cultivo que aceleraría el principio de la puesta en escena para materializar el toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Esos tiempos en los que si bien Arcadio Ramírez “Reverte Mexicano” o Alfredo Zayas “Zayitas” hacían su mejor esfuerzo, pero sin remontar las expectativas planteadas, sería Rodolfo Gaona el que se posicionaría en lugar de privilegio, hasta lograr una de las más caras condiciones: trascender y universalizar el toreo. Tal es una apreciación hecha a tiempo y en perspectiva por el recordado José Alameda, considerando para ello todas las condiciones que debían reunirse en un auténtico frente de guerra donde luchaban personajes como José Gómez Ortega, Juan Belmonte, Rafael Gómez Ortega, Rafael González, Ricardo Torres, Castor Jaureguibeitia, Vicente Pastor, Juan Silveti, Vicente Segura y otra pléyade de diestros más extranjeros que nacionales. Pero con Rodolfo bastaba para convertir todos esos propósitos en una realidad tangible. A su lado, marcharían otros personajes claves como Pedro López y Carlos Lombardini, aunque sin correr con la suerte del leonés. En justa como obligada recuperación de la memoria, estos nombres vuelven a ser aliento para recuperar a quienes se convirtieron en “héroes” e “ídolos” hace un siglo cabal.


EL MISTERIO DE UN ÓLEO CON TEMA TAURINO, PINTADO EN 1887. El creador de la presente obra, motivo de estas notas, pasa por ser todo un misterio. Y es que el óleo, que se remonta a finales de mayo de 1887, no tiene –por más que se ha buscado-, el sello o autoría. Esto nos lleva a la consabida especulación, para suponer de quién podría tratarse la presente obra, por lo que puede pensarse en artistas que habrían iniciado su trayectoria, influidos por un naturalismo presente, como tendencia pictórica imperante por aquellos días. Entre otros, se encuentran Daniel Dávila (1843-1924), nacido en Puebla, Alberto Bribiesca (1856-1909), Luis Monroy (1845-1918) y José Jara (1867-1939), que junto a Gonzalo Carrasco (1859-1936) es en quienes se inclina la posibilidad de esa misteriosa autoría. No puedo dejar de pensar que esta pintura, se hubiese producido en medio de un atrevido intento por parte de algún hacedor que, evitando dejar su nombre, sólo legara este ejercicio que párrafos más adelante comentaré en detalle. Pues bien, con los artistas ya indicados, aunque destacando dos: José Jara Peregrina y Gonzalo Carrasco, me detendré lo suficiente para valorarlos desde la apreciación hecha por Angélica Velázquez Guadarrama,3 quien comenta del primero: La pretensión del liberalismo de aniquilar mediante la promulgación de la legislación reformista las manifestaciones públicas de religiosidad popular, consideradas como actos de fanatismo, tuvo escaso éxito. Como ejemplo de ello puede mencionarse la celebración de las procesiones o de algunas festividades ligadas al calendario cristiano, como los carnavales que antecedían a la cuaresma. Tal es el tema de otra pintura de José Jara: El carnaval de Morelia de 1899. En esta obra, Jara representó una de las escenas más populares de las fiestas de carnaval vinculadas a un antiguo ritual campesino en el pueblo de Santa María, aledaño a la ciudad de Morelia, a la que el pintor se había trasladado desde 1891 para encargarse de la enseñanza artística en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo. Como señala Fausto Ramírez, 4 el artista exploró el encuentro entre dos clases sociales y dos culturas diferentes al pintar a su propia esposa y a su hija detrás de una ventana y a otros dos de sus hijos, de espaldas al espectador, 5 contemplando el espectáculo que ofrece el paso de “El torito” y su comitiva compuesta por una banda formada por cuatro músicos y tres personajes carnavalescos: un hombre metido en un caballo de cartón, personificación del capataz; un hombre vestido de mujer, el maringuía o “reina”, y un tercer personaje con una máscara colgando de su cuello y extendiendo una manta roja.6 El interés de Jara por la representación de las costumbres populares disociadas de notas moralistas vincula su producción con una de las corrientes estéticas que alcanzó su cristalización en la pintura del siglo XX. Si la representación de las prácticas sociales en la ciudad y el campo fueron asunto de la pintura, también lo fue la representación de los tipos urbanos y campesinos.

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Disponible en internet abril 27, 2020 en: http://caiana.caia.org.ar/resources/uploads/3pdf/Vel%C3%A1zquez%20Guadarrama_Ang%C3%A9lica.pdf. Angélica Velázquez Guadarrama, “La pintura costumbrista mexicana: notas de modernidad y nacionalismo”. En caiana # 3. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina # 3, diciembre de 2013. 11 p. 4 Fausto Ramírez, “Apogeo del Nacionalismo académico”, en Salas de la exhibición permanente. Siglos XVII al XX, México, Museo Nacional de Arte, [s/f], p.5. 5 Véase Alma Lilia Roura y Armando Castellanos, “Formación, vida y obra de José Jara Peregrina”, en José Jara (1867-1939). Una generación entre dos siglos: del porfiriato a la postrevolución, [Folleto de exposición], mayo-agosto, Museo Nacional de Arte-Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 1984. 6 Véase “Los toritos de petate”, La Aurora Literaria, Morelia, 1875, pp. 68-70.


José Jara, El Carnaval en Morelia, 1899, óleo sobre tela, 87 x 148.5 cm, Col. Particular, Fotografía Judith Puente. Edición digital Teresa del Rocío González Melchor, Archivo Fotográfico Manuel Toussaint, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM. Respecto a Carrasco: Los pescadores de Gonzalo Carrasco (1859-1936) conforman un par: así se puede inferir por la similitud de sus medidas y por la secuencia narrativa que presentan. 7 Un paisaje sirve de fondo a un pescador que, colocado a la orilla de un río, echa su red a las aguas. Tocado por un sombrero de paja y cubierto sólo por un pantalón de manta recogido hasta las rodillas, exhibe su cuerpo musculoso y bronceado. A un lado ha puesto una canastilla, su camisa y una manta blanca bordada. A pesar de la labor que realiza, los músculos del cuerpo no parecen llevar a cabo un gran esfuerzo. El mismo paisaje sirve de fondo al segundo cuadro, con la diferencia de que el cielo se ha cubierto de nubes y la luz ha disminuido, la jornada ha concluido con el atardecer y el pescador regresa a su hogar, se ha puesto la camisa, lleva su red al hombro y carga su canastilla con el producto recogido. Durante sus años de estudiante, Carrasco se había ocupado ya de este tema. 8 Sin embargo, cabe señalar la ruptura que estas dos obras presentan con las imágenes de pescadores pintadas hasta entonces. El pescador no es ya el tipo tomado de los modelos europeos en poses estatuarias y tampoco es la figura académica trabajada con la luz del estudio y trasladada al aire libre. Con los elementos de la pintura académica, Carrasco particularizó el tipo ubicándolo en una geografía autóctona y subrayando las características peculiares de su físico. De la misma manera, sus estrategias de representación, como los pantalones recogidos como una medida práctica para el desempeño de su oficio o la piel oscurecida por las constantes y obligadas exposiciones al sol, permiten descubrir la impronta del realismo académico y el interés por los campesinos locales en las últimas décadas del siglo.

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Con frecuencia, Carrasco firmaba sólo uno de los cuadros cuando éstos formaban un par. En la exposición de la ENBA de 1879 presentó una copia de El pescador de Rodrigo Gutiérrez (véase Romero de Terreros, Catálogos, p. 514) y en la Exposición Industrial de Toluca de 1883 participó con una pintura del mismo asunto, basada en un cuadro de Santiago Ramírez, con el que obtuvo un premio. Véase: Xavier Gómez Robledo, Gonzalo Carrasco. El pintor apóstol, México, Jus, 1966, pp. 35-36. 8


Así como el par de pescadores de Carrasco representa a un personaje de las clases más desfavorecidas en el campo, otros artistas se dieron a la tarea de representar a los personajes marginados en el ámbito urbano.

Gonzalo Carrasco, Pescador, ca. 1871, Óleo sobre tela, 91 x 76 cm, Col Particular, Edición digital Teresa del Rocío González Melchor, Archivo Fotográfico Manuel Toussaint, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM

Gonzalo Carrasco, El Pescador, 1871, Óleo sobre tela, 99 x 83.2 cm. Col. Particular, Fotografía Rocío Gamiño Ochoa. Edición digital Teresa del Rocío González Melchor, Archivo Fotográfico Manuel Toussaint, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

Pero, ¿quiénes son esos otros artistas? De acuerdo al estilo observado en ambos artistas, podemos percibir que no hay un punto donde pueda presumirse la tendencia pictórica del realismo. Si la autora refiere la posibilidad de “esos otros artistas”, lamentablemente no hay más nombres, y mucho menos cuando la obra que se pretende detallar aquí, no posee indicación de ninguna autoría. Lo único que nos deja ver en dicho lienzo es lo que anoto a continuación. El escenario es la plaza de toros del “Paseo”, y corresponde al festejo celebrado la tarde del lunes 31 de mayo de 1887 (agrego más adelante, las crónicas que se publicaron, tanto en El Arte de la Lidia como en La Verdad del Toreo). Nos muestra un lleno, donde la mayoría de los asistentes son hombres, sin faltar la escasa presencia femenina. Fue aquella una tarde soleada, y entre otros detalles se encuentra la presencia de al menos tres “burladeros” que no presentan –por otra parte-, la posibilidad de ingresar al callejón por medio de las troneras, lo que en ese tiempo era un auténtico escándalo. A la derecha, en el ángulo superior aparece parte de la murga, de la banda que amenizaba el espectáculo con los pasodobles, marchas y otras piezas de la época. Todos los asistentes van tocados del típico sombrero, siendo el más notorio el de ala ancha, conocido coloquialmente como de “piloncillo”, asoma por ahí una sombrilla o dos y ese puede ser, en consecuencia, el paisaje o telón de fondo. En primer término, aparecen 13 personajes que integraron la cuadrilla, uno más que lleva el traje corto andaluz y tres “monosabios”. Llama la atención que cada uno fue detallado e integrado a la


cuadrilla en forma particular, es decir que el artista realizó el trabajo previo, dando un efecto de cierta desproporción entre los rostros y cuerpos, así que nos encontramos con una hechura particular. ¿De quién se trata? En primer término, porque ha dado un pequeño paso, como el “Capitán de cuadrilla” o “Capitán de gladiadores”, no es otro que Rafael Calderón de la Barca, a quien presento en esta fascinante “tarjeta de visita”: CALDERÓN DE LA BARCA, Rafael: Aficionado mexicano, que al frente de una cuadrilla de jóvenes, toreaba en 1887, matando y banderillando, esto a caballo, con mucho arte y general aplauso. (L. V., 62).9

Rafael Calderón de la Barca que comenzó como banderillero en una cuadrilla juvenil, en León, Guanajuato hacia el año de 1887. LA LIDIA. REVISTA GRÁFICA TAURINA. SE APELLIDA CALDERÓN DE LA BARCA. NO ES PEDRO, PERO SÍ RAFAEL. El altivo personaje de la imagen, lleva un apellido emblemático: Calderón de la Barca, ni más ni menos. Sin embargo, no se llama Pedro, sino Rafael quien por algún tiempo abrazó la profesión de torero en su calidad de mero aficionado. La pluma inspirada de aquel autor teatral del siglo de oro de las letras españolas, se la hemos pedido prestada unos momentos para describir, lo mejor que se pueda, esa apostura un tanto fingida, un tanto envalentonada que asumió el diestro leonés, cuyos datos sobre su trayectoria profesional se pierde en la noche de los tiempos. Lo único que sabemos de él a ciencia cierta es que formó parte no sólo de la cuadrilla de Ponciano Díaz, sino de aquella falange de toreros que, al interior del país monopolizaron la fiesta de toros, siendo su asentamiento el bajío, y en lo particular León, Guanajuato. Feudos como el suyo fueron derribados en diversas circunstancias. Entre otras, por las siguientes razones: a)Por la aplicación de un efecto de conquista impuesto por Ponciano Díaz, quien al estar convertido en ídolo popular, no perdió de vista ampliar su radio de influencia, por lo que decide emprender con éxito esa empresa. b)Por una asimilación de conveniencia por parte de estos toreros provincianos que, al darse cuenta de la fuerza poncianista, no tuvieron más remedio que aliarse para realizar una actividad paralela, José Francisco Coello Ugalde, “Galería de toreros mexicanos y extranjeros. De a pie y de a caballo. Siglos XVI – XIX. México, Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana, 2020. El trabajo completo puede consultarse a través de la siguiente liga: http://www.fcth.mx/index.html 9


aunque sin garantías de éxitos acumulados como los que sumaba Ponciano, salvo la cuadrilla que, encabezada por Gerardo Santa Cruz Polanco y que adoptó el nombre del popular diestro, pero no en muestra de tributo o agradecimiento. No. Lo hizo por la sencilla razón de reclamarle a su antiguo jefe y luego principal enemigo, que sus acciones no estaban siendo congruentes con los tiempos que corrían. c)El último caso es que, a corto plazo, desaparecieron muchos toreros y sus cuadrillas que surgieron en esos rumbos provincianos que, además sufrieron dicha situación con un valor de nuevo peso: la reconquista vestida de luces, es decir, cuando salta a la palestra aquel grupo de toreros españoles que, desde 1884 se plantaron para constituir un pie de guerra contundente. Pero, ¿cómo nos explicamos esa reconquista vestida de luces? La reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar en lo espiritual al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera – chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no sólo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano, también universal que se llamó Rodolfo Gaona. Así que, con Rafael Calderón de la Barca, si no logramos dar un perfil de su personalidad, sí al menos del medio en que se desarrolló en los últimos años del siglo XIX, pues murió en Orizaba, víctima de una cornada, allá por enero de 1893. Rafael Calderón de la Barca, comenzó como banderillero en una cuadrilla juvenil, en León, Guanajuato hacia el año de 1887. Falleció en Orizaba, víctima de una “congestión cerebral”. Diario del Hogar N° 112, Año XII, del domingo 22 de enero de 1893. Por otro lado, “un señor Anaya, de Guadalupe Hidalgo –se lució- en tres buenas redondas” que eran las lazadas del coleadero, a que estaban acostumbrando los que salían montados a caballo.

Sin precisarlo, podría tratarse de algunos de los que aparecen a los extremos de este acercamiento y que no llevan los atuendos tauromáquicos, sino los del charro.


Uno más, es el picador Antonio Romero “Quintonil”, de acuerdo al siguiente programa anunciador…

…de apenas diez días después de aquel acontecimiento plasmado en el óleo.

¿Quién, entre los cuatro picadores es Antonio Romero “Quintonil?


Agréganse a este conjunto los datos de AGUIRRE, Francisco, Gallito: Banderillero moderno, cuyo nombre viene figurando en carteles desde fines de 1894. En 1895 acompañaba como banderillero al espada Timoteo Rodríguez. (L. V., 54).

Francisco Aguirre “El Gallito” Hermano de María Aguirre “La Charrita Mexicana”, estuvo en activo de 1887 a 1909. Falleció en la ciudad de México el 1° de junio de 1943. (H. L. II., 660). Y siendo una cuadrilla que organizó y preparó el célebre picador Juan Corona, nos pone en la duda sobre si el personaje que se encuentra a la derecha, tocado de torero traje corto andaluz, es ni más ni menos que el propio Corona.


Y de que a la izquierda, de quien se trata es el entonces empresario de la plaza del “Paseo”, el Sr. Ramón Hernández, que viste un sencillo traje de gala, y llevando al desgaire el sombrero charro.

Así que ya tenemos identificados hasta el momento a seis personajes. Algo más que ocurrió aquella tarde, y anotado en las crónicas es la presencia de dos bandas musicales, la de la Escuela Correccional y otra militar. De que Rafael Calderón colocó dos y medio pares de banderillas “a pelo” y de que entre otros asistentes, se encontraban diestros españoles como Diego Prieto “Cuatro Dedos”, “Bienvenida”, “Cantares” y algunos más que por entonces no solo visitaban el país, sino que actuaban en diversas plazas de la ciudad de México y otras provincias. En fin, creo que en lo sucesivo, existan algunos otros elementos con objeto de identificar a plenitud esta obra, en la que también llama la atención un detalle técnico: el artista misterioso, se apoyó de diversos retratos o “tarjetas de visita” para dejar en el equilibrio de un primer y segundo plano la presencia de la “cuadrilla”, donde además, pareciera que lo que montan los picadores son caballos de pequeña escala. LAS PRESENTES NOTAS, VAN DEDICADAS CON MUCHO AFECTO, AL DR. MARCO ANTONIO RAMÍREZ VILLALÓN, PROPIETARIO DE LA MISMA, Y QUE COMPARTE HOY DÍA EN EL “CENTRO CULTURAL Y DE CONVENCIONES TRES MARÍAS, EN MORELIA, MICHOACÁN.


Calendario elaborado por la casa de subastas Louis C. Morton para el año 2002, en el que ilustran con una muy interesante imagen (Anónimo, Escuela Mexicana, ca. 1900. Paseíllo. Óleo sobre tela, 90 x 150 cm). Evidentemente la fecha referida no es, ni por casualidad certera en función de que debe tratarse de una cuadrilla ¿la de Rafael Calderón de la Barca en León, Guanajuato; o la de Gerardo Santa Cruz Polanco, formada hacia finales de la octava década del siglo XIX? Este es un buen asunto a resolver. Col. Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías. Morelia, Michoacán. Dejo a disposición de los lectores las dos crónicas que detallan los acontecimientos de aquel 31 de mayo de 1887, en la plaza de toros del “Paseo”. Que las disfruten.





FRAGMENTOS y OTRAS MENUDENCIAS. En la que ya es una permanente búsqueda de aquellos datos que, por su curiosidad o rareza deben darse a conocer, para redescubrir aquellas circunstancias ocurridas en otros tiempos, esta semana, consultando el periódico El Popular, publicado en la ciudad de México entre los años de 1897 a 1908, me encontré con tres interesantes notas que corresponden al primer semestre de 1906 y que comparto ahora con ustedes, intentando en cada una, hacer los comentarios pertinentes. El Popular, D.F., del 23 de febrero de 1906, p. 2: De los toros lidiados el domingo 18, en Celaya, por la cuadrilla de Señoritas Toreras, dos fueron buenos y dos malos. Las matadoras “Angelita” y “Herrerita” estuvieron bien en los toros que salieron bravos, y Eloísa banderilleó a caballo, con su lucimiento. El domingo 25 torea la cuadrilla en Irapuato, su décimasexta corrida de temporada. Además, en El Popular, D.F., del 26 de febrero de 1906, p. 2, se dice lo siguiente: La cuadrilla española de señoritas toreras, que dirige Don Mariano Armengol, desde el 10 de Febrero de 1895, que debutó en Barcelona, hasta el 18 de Febrero de 1906, que trabajó en Celaya, Guanajuato, lleva toreadas en plazas de España, Francia, Portugal y América, las corridas siguientes: en España, en once temporadas, trescientas noventa; en Francia, veinticuatro; en Portugal, diez y ocho; en la República Mexicana, en 1898, veintiséis; en Buenos Aires, en 1899, veintidós; en Montevideo, en 1900, once; en la República de Venezuela; en 1904, treinta y una; en México y en los Estados, en 1905 a 1906, quince. Total de corridas toreadas, quinientas treinta y siete.

Esto quiere decir que no se trataba de cualquier cuadrilla. Al margen de que tuvieron muchas ventajas, toreando toretes o apenas algunos ejemplares que llegaban a la edad de novillos, el hecho es que las toreras se convirtieron en un referente por aquellos años, que van de 1898, en que llegaron a México, hasta por lo menos el de 1906 en que seguían actuando por aquí y por allá. EL POPULAR, D.F., del 26 de junio de 1906, p. 2: Para la corrida del domingo 24 en Morelia, el empresario Margarito de la Rosa compró ocho toros de la ganadería de Jaripeo, que estoquearon Corcito, Antonio Moreno Guerrilla y Copao. La corrida fue del agrado del público, tanto porque los toros resultaron buenos, como por el trabajo de los diestros. Corcito, quedó mejor matando y banderilleando con palitroques cortos; Guerrilla, estuvo valiente en la muerte de sus toros y como sus compañeros escuchó palmas. Moreno y Copao, estuvieron regulares.


Archivo General de la Nación: Mapas, planos e ilustraciones. Ramo Tierras, vol. 487, exp. 2, cuad. 2, f. 39. Se tiene la idea de que un siglo atrás a la fecha de esta nota, Miguel Hidalgo, era poseedor de las haciendas de Jaripeo y Santa Rosa, y que en ambas estaba incluida la crianza de toros de lidia. Incluso llegaron a lidiarse toros con esa denominación en la época en que el “padre de la patria” incendiaba el levantamiento popular que dio, por consecuencia, la deseada emancipación. Lo curioso aquí es que cien años después, el nombre de la hacienda de Jaripeo estaba todavía vigente, y era


una hacienda viva, que surtía de ganado a las diversas fiestas que debieron celebrarse con bastante profusión en el estado de Michoacán. EL POPULAR, D.F., del 14 de julio de 1906, p. 3: En la plaza de toros de Ciudad Guzmán, Jalisco, se celebró el domingo ocho del actual una corrida cuyos productos se destinarán a aumentar el fondo para el monumento del eminente Don Benito Juárez, que se está erigiendo en aquella población. Se lidiaron cuatro toretes de la Hacienda de la Cofradía del Rosario, por la cuadrilla mexicana de señoritas toreras del empresario señor José Rodríguez Hernández, cuyo personal es el siguiente: Matadoras: La Mexicanita y La Chiquita. Banderilleras: La Charrita y La Poncianita. Peón auxiliador: José Gómez “Fajerito”.

No sólo eran las “Señoritas Toreras” motivo de suspiros entre los caballeros que acudían en masa a las diferentes plazas de toros donde se presentaran las matadoras barcelonesas. También México tuvo una interesante réplica en esos tiempos y la mejor muestra queda evidenciada en la “cuadrilla mexicana de señoritas toreras”, a cuyo frente estaba José Rodríguez Hernández. En lo personal, tenía conocimiento de otra que dirigió Manuel Moreno “Costillares” en los años 20 del siglo pasado, para lo cual traigo hasta aquí la imagen que da “santo y seña” de ese grupo peculiar.


Recreación del “Paseo del Pendón”, inveterada costumbre que, ya para el siglo XVIII prácticamente había desaparecido, si no era por el impulso que daban a esto las distintas autoridades que recordaban la consolidación –ahora simbólica-, que la fecha del 13 de agosto representaba conmemorar la capitulación del imperio azteca.


Uno de los relieves que forman parte de la célebre “Fuente Taurina”, ubicada en la plaza principal de Acámbaro, Guanajuato. Fue tallada, según algunos alrededor de 1528 y 1530. Otros, afirman que este fue un trabajo más tardío, en pleno siglo XVII. El hecho, es que puede apreciarse el difícil momento en que uno de los de a pie, es derribado por un toro que acomete, mientras el otro diestro, también de a pie, y armado de un capotillo, intenta salvar de aquel peligro a su compañero con el “quite” de rigor.


UN BIOMBO NOVOHISPANO CON IMAGEN TAURINA. (1702).

Este biombo, fruto de manos anónimas, representa las fiestas con que se celebró la recepción del virrey don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez, Duque de Alburquerque en 1702 en el fantástico bosque de Chapultepec. Tríptico anónimo que representa diversas vistas del recibimiento que hizo la ciudad de México a su virrey don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, en el Alcázar de Chapultepec, en 1702. Perteneció a los duques de Castro-Terreño. Obra perteneciente al Banco Nacional de México. Colección de arte. De la misma, puede apreciarse, en los tableros centrales, la fantástica escena taurina con que el artista, anónimo, dejó plasmado uno de los varios festejos celebrados en honor de la recepción del virrey Duque de Alburquerque. Allí está una cuadrilla –de a pie y de a caballo-, interviniendo en el improvisado ruedo de aquella plaza que, para el efecto, se construyó en sitio apropiado por los rumbos del cerro de Chapultepec. Los caballeros, ostentan –si nos acercamos lo suficiente- la cruz de Calatrava, lo que señala el posicionamiento en la élite novohispana que era una de las más activas que, hasta en los “cuadrilleros” se dejaba notar aquel protagonismo. Un año antes, se daba a conocer la obra mejor conocidos como Vuelos de la Imperial Águila Tezcucana, 1701, (…) descríbelos, con una pluma de la sobredicha Águila de su patrio nido, José de Isla y así describe el acontecimiento que aquí pongo a la consideración de los lectores: Jura de D. Felipe V, en Texcoco, 1701. (Del Cortejo y el Tocotín) En un Melado bruto, en encarnada silla de fondo carmesí lucido, con hebillaje y clavazón dorada, jaez amarillo y encarnado unido, Juan de Vergara lleva en agraciada color roja los cabos del vestido, a que la plata dio bordadas haldas, y el cintillo y la joya de esmeraldas... Francisco de Bañuelos, una Aurora por joya lleva, de oro en esplendores; filigrana el cintillo le labora,


y en blanco, negros cabos superiores; una trenza Morisca le mejora a la Jineta silla las labores; aderezos que viste su cuidado a un veloz Alazán, bruto Tostado. Juan Pérez, de diamantes una Rosa por joya de su pecho va luciendo, con el cintillo igual; tela costosa cabos de encaje blanco guarneciendo; de plata sobre azul, silla vistosa, brida, luz Milanesa repartiendo; y da de movimiento a un Moro bello morisca trenza, que le adorna el cuello...10 La anterior expresión de octavas nos lleva de seguro a un juego de cañas o al alanceamiento de toros, o a la danza de moros y cristianos, que es un producto de la época medieval. Su origen puede precisarse, temporal y geográficamente, alrededor del siglo XII en alguna parte del oriente de España, posiblemente Aragón, ya libre de la dominación sarracena. El combate fingido, antecedente formal de la danza de moros y cristianos, es uno de los temas más antiguos de la historia de la danza en Occidente. Y por tanto, la danza de moros y cristianos fue seleccionada como parte de la cultura de la conquista. No lo fue por ser anónima ni por típica, sino porque desempeñaba un papel en el proceso de la conquista. Pero –aun sin ditirambos-, resultan deleitosos, y miliunanochescos en su pueblerino teatro “Imperial”, sus gallardos jinetes, rigiendo sus “melados” o “alazanes”, con sus galas verdes y oro o plata y azul, fúlgidas de diamantes o esmeraldas. Del mismo autor El Alférez Real. El Pegaso corrido vuele veloz, pues queda deslucido y su color nevado de más cándida piel se ve burlado, cuando Alpe se previene aquél en que el Real Alférez viene: ¿con qué brío, qué gala, qué donaire huella ligero, no la tierra, el aire! A la Brida ensillado de verde tela está, clavo pasado, de oro a flores lucida y de los mismos fluecos guarnecida; a que le dio el cuidado freno, estribera, hebillas de oro ahumado jaez sobre espumilla pajiza, verdes flores de bandilla; y en la frente a los vientos arboladas, un penacho de plumas encarnadas... ...de teletón vestido, 10

Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte segunda. Estudio, selección y notas de (...). Universidad Nacional Autónoma de México, 1945. LXXIII-229 p. (Biblioteca del Estudiante Universitario, 54)., p. 151-152.


por de color de Príncipe escogido, costosamente brilla a la Española gala de golilla que sobrepone hermosa realzada de Milán franja curiosa, a que dio peregrina la hechura de fino oro y plata fina. Al desgaire la capa al brazo asida, casi nada tapa, y en nevado decoro los cabos le releva plata y oro. Es la joya una Rosa y de diamantes Flor de Lis costosa, que sobre el noble pecho pone ufano el signo de Filipo soberano; y el cintillo no escaso de esmeraldas ajusta con un lazo, que da al sombrero francos vuelos al aire, con penachos blancos... ...doradas las espuelas son, del nevado Mar, no remos, velas; y un espadín aseado sobre plata también lleva dorado; y en Armas de Castilla y de León muestra, cogido el Real Pendón con mano diestra...11 El Pegaso (el caballo blanco)12 del Alférez, se compara a un Alpe (a un picacho nevado), y luego (por su color, y la agitación, y las espumas con que tascaría el freno) a un nevado Mar... Y notar la rima de escaso y lazo... –la narración de la Jura, culmina con las salvas y regocijos, en que hay buenos rasgos: El Alférez Real fauces desata en monedas que son lenguas de plata...

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Proviene de: 1701 Isla (José Francisco de): BUELOS de la Imperial Aguila Tetzcucana, A las radiantes Luzes, de el Luminar mayor de dos Efpheras. Nuestro Ínclito Monarca, el Catholico Rey N. Sr. D. Phelippe Qvinto [Que Dios guarde] Cuia fiempre Augufta Real Mageftad, aclamó jubilosa la Americana Ciudad de Tetzcuco, el día 26 de Junio de efte año de 1701. Siendo Alferes Real en ella El Cap. don Andrés de Bongoechea y Andvaga, Alcalde, que fue de la Santa Hermandad, por los Hijofdalgo de la Villa de Oñate, fu Patria en la Noble Provincia de Guipufca, en la Cantabria. Descrivelos [Con vna Pluma de fobredicha Aguila, de fu Patrio nido] Joseph Francisco de Isla: Dedicándolos Al Cap. Don Miguel Velez de la Rea, Cavallero del Orden Militar de Santiago, Diputado Mayor de la Contratación de la Flota de Efpaña, etc. De cargo del Almirante General D. Manuel de Velasco. Con licencia: En México, por los herederos de la viuda de Bernardo Calderón. Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Segunda parte) Impresos mexicanos relativos al arte del XVIII. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 414 p. Ils., facs. (p. 11-16). 12 Véase: Guillermo Tovar de Teresa: Pegaso o el mundo barroco novohispano en el siglo XVII. México, Editorial Vuelta-Ediciones Heliópolis, 1993. 99 p. Ils.


VIRTUDES DEL BUEN GOBIERNO. BIOMBO NOVOHISPANO (Ca. 1750).

Se trata de una pequeña imagen, la que se encuentra en uno de los ocho tableros del biombo novohispano mejor conocido como “Virtudes del buen gobierno (detalle), ca. 1750


Sobre el mismo, he encontrado un texto muy apropiado, que escribió y publicó en su momento el Dr. Pedro Pedro Ángeles Jiménez. Por la naturaleza de su contenido, conviene traerlo hasta aquí. Alegoría del buen gobierno Pedro Ángeles Jiménez13 ¿Qué puede decirnos una obra de arte de su entorno cultural? ¿qué podemos hacer para leer las múltiples miradas, los textos y contextos que nos ofrece? He aquí un esfuerzo incompleto, una más entre todas las puertas abiertas que ofrece el arte de la Nueva España. Esta nota fue la participación que se presentó bajo el título “El desfile regio en un biombo novohispano del siglo XVIII”, en el marco del Primer Simposio Internacional Literatura novohispana. Revisión crítica y propuestas metodológicas, el 19 de noviembre 1993. Apareció publicado en: Pedro Ángeles Jiménez, “Alegoría del buen gobierno en un biombo novohispano del siglo XVIII”. Literatura novohispana. Revisión crítica y propuestas metodológicas, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1994: p. 276287.1. A la memoria del maestro Xavier Moyssen (1924-2001) Son varios los biombos del mundo novohispano que han llegado a nosotros. Cada uno, con diversidad en sus valores artísticos, nos muestran aspectos importantes de los artistas y la sociedad que los produjo, y son, por la peculiaridad de su iconografía, muestras fieles del complejo mundo cultural en que se movieron sus antiguos dueños. Los biombos producidos en la Nueva España no variaron la forma tradicional de este mueble, el cual se conforma por una serie de hojas plegadizas unidas por bisagras,2 en realidad, los grandes cambios se dieron en los programas iconográficos pintados en ellos; en sus generalmente extensas superficies, se encontró el lugar idóneo para realizar obras con un carácter eminentemente profano, costumbrista, mitológico o literario, por lo que ese tipo de obras permiten echar una mirada a esa otra parte de la cultura novohispana, la cual para el caso de la pintura, escasamente se ha conservado. ¿Cuál fue el proceso que llevó a los artistas novohispanos que pintaron biombos, a hacer de este mueble un punto de contacto de tan notoria importancia entre el arte de la pintura y la literatura? A vuelo de pájaro me imagino las siguientes respuestas. Tan luego se establecieron los primeros contactos entre Nueva España y el mundo oriental, a la vista de las primeras importaciones de este género, los biombos producidos en México debieron apegarse a temáticas y fórmulas determinadas por la novedad y la técnica; como reflejo de aquellas obras, se puede citar el Biombo del palacio de los virreyes, perteneciente al Museo de América de Madrid, en donde se distingue cómo unas nubes de corte chinesco surcan el cielo de la capital novohispana, y en otros biombos cuya cronología va desde fines del siglo XVII hasta avanzado el siglo XVIII, se aprecian fondos bermellones con aplicaciones en color dorado, dragones, pagodas y otras figuraciones del mundo oriental, apenas cercano a Nueva España por medio del intermitente hilo que forjaron las naos que atracaban en el puerto de Acapulco, por esporádicas noticias sacadas a la luz por diversos impresores, o por la imaginación. Un claro interludio de esa paulatina fusión entre la pintura y literatura lo constituye un biombo de dos caras en donde se representaron a Las artes liberales y Los cuatro elementos: la Tierra y el Aire, debido al pincel de Juan Correa3. Antes de pasar a formar parte de las colecciones del Museo Franz Mayer, hasta fechas más o menos recientes, esta obra se localizaba en España, en poder de una línea de descendientes colaterales de fray Payo Enríquez de Ribera, a la sazón arzobispo y virrey de la Nueva España entre los años de 1667 a 1679. María Josefa Martínez del Río de Redo, en un interesante estudio sobre este biombo de Juan Correa, considera la posibilidad de que fray Payo actuara como patrono de la obra, dictando además el culterano programa iconográfico al pintor 13

Disponible en internet abril 30, 2020 en: https://pedroangeles.wordpress.com/2007/03/26/alegoria-del-buengobierno/


novohispano4, y que una vez concluida su labor de gobierno temporal y espiritual, llevase dentro de su ajuar al apreciable biombo, obra que posibilita conocer la forma en la que Ovidio, Virgilio y distintos tópicos de la cultura clásica, se utilizaron dentro del ámbito novohispano. Otras representaciones que encontramos en los biombos de fines del siglo XVII y principios del XVIII, se refieren a retratos pormenorizados de la entonces esplendorosa ciudad de México, entre los que se puede citar el plano del conde de Moctezuma, obra atribuida a la mano de Diego Correa, que actualmente se conserva en las colecciones del Museo Nacional de Historia, o biombos que tratan otro tema caro a la conciencia criolla de aquel momento: la conquista de México, asunto que se maneja con desenvoltura en diversas obras de este tipo, las cuales aluden a distintos momentos de la gran epopeya cortesiana, como el encuentro de Cortés y Moctezuma, o el asedio de Tenochtitlan. Tocó a la pintura del siglo XVIII, desarrollar en los biombos otras temáticas, tales como los saraos o escenas de cacería, la danza del palo volador, el placer de un paseo por el florido canal de la Viga, y ya en un entorno directo con la literatura, escenas de la vida de Inés de Castro, o momentos y avatares acontecidos ni más ni menos que al Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Pero esta es sólo una parte de la historia y del problema. Recientemente, a la luz de una exposición titulada Biombos mexicanos, asiáticos y europeos. Siglos XVII-XX organizada por Fernando Gamboa en 1987, Santiago Sebastián estableció que una serie de medallones pintados en un biombo expuesto en esa muestra, tenía relación a lo menos seis casos, con emblemas extraídos de una obra de Vaenios titulada Theatro Moral5. Véase por ejemplo el medallón que ilustra el emblema 10, En medio está la virtud, o el emblema 45, la todavía actual e ilustrativa Incomodidad de la pobreza. Con ello se vino a corroborar que el mundo artístico del barroco hispanoamericano, fue deudor, como el europeo, de las enseñanzas y fórmulas jeroglíficas inventadas años atrás por Andrea Alciato y otros tantos humanistas6, y que el ambiente cultural novohispano propició, junto a la Ratio studiorum de los jesuitas y su infinidad de certámenes literarios, un mundo en el que el emblema, como en sus orígenes, se aplicaba como fórmula didáctica al ejercicio del intelecto, y con el fin profundo de propiciar la correcta conducción y buena moralidad de los príncipes profanos y religiosos, de los doctores, clérigos, bachilleres y avanzados estudiantes de las escuelas novohispanas, y al final, de la sociedad en su conjunto. (1607) Biombos de tema costumbrista, ilustrados con medallones de regular calidad pictórica, y acompañados con versos de segunda categoría que rayaban en simples refranes, no serán más vistos de esa manera. La presencia de la emblemática en los biombos viene a ampliar las perspectivas en los estudios de la historia del arte novohispano, pues pone en la mesa de discusión, además de la posible identificación de una fuente como rectora de un determinado programa iconográfico, si en efecto, en tanto obra de encargo, dicho programa se debía al culterano capricho del patrono, si era copia de los tantos y tantos monumentos efímeros que se ilustraban con emblemas o empresas, o eran urdidos por un pintor que compartía con el resto de la sociedad, el gusto y conocimiento por estos requiebres del intelecto. Perteneciente a una colección particular, y estudiado parcialmente por Maria Josefa Martínez del Río de Redo y Teresa Castelló Yturbide, les presento un biombo, cuyo tema, según dichas autoras, refiere la Entrada de Felipe V a Madrid7, y en donde además, en compañía del tema principal de la obra, se aprecia un agrupamiento de 24 emblemas -dos en cada lámina del biombo-, cuya fuente todavía no se ha identificado. En la pintura novohispana, aunque hoy escasas, se realizaron distintas obras de corte conmemorativo cuyo objeto fue el guardar imágenes visuales de los festejos y ocasiones importantes en la vida del virreinato, tal sería el caso de un lienzo anónimo -en colección particular-, que representa el Arco de la entrada a la ciudad de México del Virrey marqués de las Amarillas, documento plástico de inestimable valor, en donde se observa el aparato y lustre que tales ocasiones alcanzaron en el ambiente del mundo novohispano8. Otro ejemplo podría ser el biombo que hoy se comenta, en donde, como tema central, se representa en su tercio inferior un desfile de varias agrupaciones de caballería, que sirven de cortejo a la figura de un gobernante. La presencia de obras de corte conmemorativo en la Nueva España no debe resultar extraño. Desde el siglo XVI, son numerosas las noticia de las celebraciones o festejos, acompañados de arquitectura


efímera o túmulos funerarios, que se levantaron en la capital del virreinato con ocasión de la entronización o muerte de algún príncipe civil o religioso, ya de la metrópoli, ya del mismo virreinato. La mayoría de las veces, dichas celebraciones se acompañaban de misas, sermones, textos aclaratorios y composiciones literarias, que aludían al personaje y la ocasión que se tratara. Por ello, no sería difícil que el momento ilustrado en esta obra, formaran parte de un programa relacionado a los festejos en honor de la figura del gobernante que preside el desfile -representado entre las hojas 5 y 6 del biombo-, y digo gobernante, pues por el momento resulta difícil precisar de quién efectivamente se trata. Las autoras ya citadas consideran que este personaje es Felipe V (1683-1746), y por consecuencia, ubican la factura del biombo sobre la primera mitad de siglo XVIII9. Sin embargo, algunas características formales presentes en esta obra hacen posible una reconsideración al respecto: Efectivamente fue en tiempos de Felipe V que el tricornio y las galas a la francesa, se adoptaron en los usos y costumbres de la España de principios del siglo XVIII y los confines de su reino. Baste ver algunas imágenes elocuentes, como el Felipe V a caballo pintado por Ranc, o la familia del mismo príncipe, ejecutada por Van Loo10. El uso de pelucas tan altas, por sólo citar un elemento, se correspondería de manera más directa con obras anteriores o contemporáneas de Juan Rodríguez Juárez, como lo demuestran sus retratos de Fernando Alencastre Noroña y Silva, duque de Linares11 o del don Juan de Acuña, marqués de Casafuerte12. Un cambio paulatino en la moda, con mayor correspondencia a la representada en este biombo, se dará a mediados del siglo, en donde las pelucas se hacen menos copetudas y aparatosas, y en cambio diferentes partes del vestido masculino se enriquecen con exhuberantes brocados de oro o plata. Podría servir de ejemplo el retrato del conde de Revillagigedo pintado por Miguel Cabrera13, y otros tantos retratos que rebasan el 1750. Por otro lado, la presencia de la rocalla que modela los marcos de los emblemas que aparecen en los tercios superiores, o la encarnadura tan sonrosada de todos los personajes, serían otros tantos elementos que posibilitan pensar que la factura del biombo se ubica sobre la segunda mitad del siglo XVIII. De manera que, si no es Felipe V, ¿quién preside el regio desfile? Existen diversas descripciones y aún pinturas y grabados que refieren esos magnos acontecimientos de la vida política y social del imperio español, mediante las cuales se distinguen dos formas en la ceremonia de entrada de un gobernante a la metrópoli: una, cuando ya dispuestos los arcos triunfales, tablados y toda suerte de aparatos efímeros en un recorrido predeterminado, los nuevos monarcas montados en sendos carruajes, iniciaban su recorrido a la capital desde los jardines del Buen Retiro -tal como lo ilustran dos grabados de La entrada de Felipe V a Madrid-, y otra, cuando ya realizada la ceremonia anterior, se hacía la entrada pública del rey, quién bajo palio y montado en un corcel, era acompañado por nutrida concurrencia de señores de corte y otros principales, y diversos destacamentos militares de caballería. Como se observa al efecto, este segundo momento es el que ilustra el biombo en cuestión, lo cual por otra parte explicaría por qué razón no se observa la presencia de algún aparato efímero en el recorrido del ecuestre desfile. Un destacamento de tambores, trompeteros y soldados se ubica en el inicio de la procesión, y claramente muestran, así como los pajes y el palio coronado del gobernante, las armas de los reinos españoles. A esa comitiva precede un rico despliegue de señores y principales que acompañan al gobernante, quién monta un corcel blanco enjaezado, como corresponde a su dignidad, con ricos arreos cuajados de oro; finalmente, tras el séquito central, se observa otro destacamento de caballería encabezado por una fila de clarineteros. De todas las partes del biombo, ésta es sin duda la que mayor expresión narrativa concede, punto que puede comprobarse en la representación de la muchedumbre que ya de pie, montada en cabalgaduras o ganando la vista desde una arquitectura que semeja un acueducto, observa el paso del cortejo. Hay trozos de deliciosa delicadeza. El mejor, tal vez, lo constituye el único personaje que mira la procesión del mismo lado que espectador -en la hoja 8-, y el par de niños que de la mano le acompañan. Este conjunto de personajes destaca además, como un recurso que el pintor utilizó para hacer al espectador, otro partícipe de lo que se describe.


En conjunción con ese panorama, sólo cabe pensar que además de las diversas relaciones y noticias que andando el tiempo, llegaban impresas al virreinato, el pintor que realizó este biombo tuvo a la mano otra fuente que no debió desdeñar: las procesiones y entrada de virreyes a en la Nueva España. Entre la nutrida concurrencia que observan con gusto la parafernalia que despliega el desfile del biombo en cuestión, se observa la preferente representación de mujeres: lucen rica variedad de vestidos, abanicos tocados y rebozos, típicamente novohispanos. Al leer una parte de la descripción que hiciera Cristóbal Gutiérrez de Medina sobre la entrada a la ciudad de Puebla de su señor, el virrey marqués de Villena (1640), no se puede menos que evocar cierta correspondencia con las imágenes mencionadas: En las cercanías de Puebla había tanta gente, que parecían ejércitos distribuidos en el campo, bandas de mujeres que, olvidadas de su encogimiento y llevadas de su afecto, en tropas con gritería le echaban [al virrey] mil bendiciones; unas decían: "Su cara dice que es hijo de un Serafín"; otra, "Linda cara tienes, buenos hechos harás", que fue lo del filósofo: bona facies, bona facies; otras: "Sea bien venido el Virrey grande y el deseado de todos". El enjambre de los muchos muchachos, que fue increíble, daban voces con muchas banderillas, diciendo: "¡Viva el Duque Marqués de Villena!…14 Todas las galas de un rey y su entrada pública inmersas en un ambiente novohispano. Ello sólo se explica acabalando la descripción de los tercios superiores. Sobre el fondo bermellón, como se dijo, el artista distribuyó una serie de 24 emblemas divididos en dos hileras. Cada emblema inicia con venera en la que se dispuso, alternativamente, el expresivo rostro de una dama o el de un caballero. De la base de la venera se abren dos guías compuestas por formas vegetales y roleos, que modelan un marco dentro del cual se representaron distintas imágenes simbólicas que ilustran los motes y epigramas en forma de quintetos, completan las cuales que completan los tres elementos básicos del emblema. En torno de los emblemas, pueden observarse dibujados con hábiles trazos en dorado y negro diversos pájaros, mariposas y otros animales de la naturaleza americana, africana o mitológicos, como el venado, la gacela, el unicornio, el pavo real, los leones, el toro, un caballo, un venado, un perro y junto a ellos, evidenciando la separación del mundo natural con el mundo moral, de policía y buen gobierno, se representó a un par de indios. Veamos algunos ejemplos de los emblemas: Hoja 5. Emblema superior. En el primer plano, con la vista hacia el espectador, aparece un hombre ricamente ataviado mientras en el fondo se distingue dos casas: una con techo de cristal y otra de teja simple. Mote y epigrama: Tecto vitreo, ne le_das Vicino Teme un contrario baiben quando â otro le hicieres mal pues esta seguro quien a otro techo le hase bien siendo el suio de christal Emblema inferior. En el fondo de la escena, un par de hombres miran el disparate de cómo un ciego guía a otro ciego. Mote y epigrama: Ambo candente [Ambos caen] De una duda en la porfía el Sabio solo te advierta que cuando a el necio se fia y un ciego a otro guía la cayda de ambos es cierta


Hoja 6. Emblema superior. Un hombre trabaja en mover una pila de pacas. Mote y epigrama: Laxus, fit, Amplexus El que todo lo procura tiene de necio la marca quererlo todo es locura y asi mui poco asegura el hombre q’ mucho abarca Emblema inferior. En medio del jardín, un hombre se lleva su mano derecha a la boca, en actitud de guardar silencio. Silere tutum [El silencio lo es todo] De este mundo en la batalla la lengua da mayor guerra el silencio la abasalla y errando el q’ nunca calla el q’ mas habla mas yerra Hoja 9. Emblema superior. Una dama y un caballero platican en una elegante estancia. Mote y epigrama: Verbun nequam Simili De la injuria en el exeso la voz con el eco lucha el qe se habla haze regreso al que lo dise i por eso qn mal habla mal escucha Qué relación tiene el desfile y la serie de 24 emblemas? En parte, al explicarse esta obra como un biombo conmemorativo, se ha dicho que los programas literarios no eran ajenos a acontecimientos relevantes, como una elevación al trono, o la muerte de algún ilustre personaje -reyes, reinas, virreyes, arzobispos-. La serie de emblemas que ilustran en el biombo, se hilvanan de tal manera que, aún cuando ilustras diversas cuestiones, coinciden en aparecer como máximas de sabiduría ligadas a una conducta moral y ética: se exaltan temas como la prudencia, la discreción, la oración, la modestia, la sabiduría, la razón, frente a vicios como la codicia, la blasfemia, la murmuración. El medallón inferior de la hoja 12 representa a un pastor y su rebaño: puede ser el gobernante y su reino, y el resto de los emblemas las conductas y virtudes que de él se espera que evite o aplique, de forma que en su conjunto, esta obra, única por su temática e importante pieza del arte del virreinato, mostraría en su lectura general un espejo político del buen gobierno, de manera que, aún cuando el gobernante que se representó en este biombo fuera, como supongo, Felipe VI, la particularidad de la obra se ampliaría a la generalidad de los gobernantes del imperio español, se trate de reyes o virreyes. El biombo, mobiliario indispensable en el ajuar de las casas y palacios de los ricos potentados de la Nueva España, tiene sin duda en la obra que hoy se comenta uno de sus más extraordinarios ejemplos. Obra monumental por su composición, su compleja iconografía y extraordinaria ejecución, logra advertirnos de la rica ostentación a la que llegaron sus patronos, permitiéndonos además, adentrarnos en el gusto literario y culterano de la sociedad que lo produjo. Los emblemas Hoja 1. Medallón superior. Participan en la escena dos mujeres arrodilladas que escuchan a un hombre, quién a su vez señala a otro personaje lisiado y con muletas.


Parum vitat perdere lucri15 De el mucho logro en el ancia siempre la codicia abusa y es conocida ignorancia porque la poca ganancia la mucha perdida escusa Medallón inferior. Un hombre tapa sus oídos con sus manos, mientras dos personajes más le instigan con palabras necias. Insipiente Surdesco16 Necedades no te opriman si de discreto te precias que estas en nada se estiman y â oidos sordos no lastiman Jamas las palabras necias Hoja 2. Medallón superior. Desde una ventana, una mujer observa la escena en la que aparecen un viejo y un joven, quienes representan dos distintas etapas de la vida que a pesar de todo ha de acabar en la muerte, representada por un esqueleto con su guadaña y una calavera. Virtus vt Salus17 En este mundo engañoso anda el discurso perplexo sin quererse fiar, dudoso ni de la virtud del moso ni de la salud del viejo Medallón inferior. Mientras un personaje recoge nueces del suelo, otro las recibe en una batea. Rumor Venus18 La modestia en traje i trato es para el hombre advertido y de el vano desbarato en palabras y aparato dizen q’ mas es ruido Hoja 3. Medallón superior. En un taller de carpintería, se observa a un artesano y su hijo trabajar; a la virtud del trabajo el carpintero añade la virtud de la oración, representada por el rosario que lleva en una de sus manos. Cabe señalar que esta composición recuerda otras pinturas de corte religioso que tienen por tema El taller de Nazaret, donde el hombre barbado es José y el niño Jesús. Ora et Labora19 Mui poco premio se alcanza solo en el trabajo dando nunca assi el hombre descansa que el logro de la esperansa se consigue a Dios rogando Medallón inferior. En el plano profundo de la escena, un viajero en cabalgadura voltea y observa que su compañero rezagado es atacado por un par de bandoleros. Retrorsum pro perat20


Mucho consigue quien tira â el bien que lograrse pueda cuando â otro fin no conspira que el q’ adelante no mira de ordinario atras se queda Hoja 4. Medallón superior. en el interior de una rica estancia un personaje observa a un par de enamorados. Por su composición, este fragmento de la obra guarda alguna relación con pinturas que tienen por tema los desposorios de María y José. Operibus crede21 Hazer no ofrecer favores el que es discreto aprendio porque desterrando errores obras solo son amores que buenas razones no Medallón inferior. Una mujer sentada observa como un hombre de rica cabalgadura al escupir al cielo se ensucia el rostro con su misma saliva. Se non Celo conspuit22 Vituperar sin recelo a el mayor, locura es clara y advierte que en tal anhelo a quien escupiere el Cielo cae la saliva en la cara Hoja 5. Medallón superior. En el primer plano, mirando al espectador, aparece un hombre ricamente ataviado mientras en el fondo se distingue dos casas: una con techo de cristal y otra de teja simple. Tecto vitreo, ne le_das Vicino23 Teme un contrario baiben quando â otro le hicieres mal pues esta seguro quien a otro techo le hase bien siendo el suio de christal Medallón inferior. En el fondo de la escena, un par de hombres miran el disparate de cómo un ciego guía a otro ciego. Ambo candente24 De una duda en la porfía el Sabio solo te advierta que cuando a el necio se fia y un ciego a otro guía la cayda de ambos es cierta Hoja 6. Medallón superior. Un hombre mueve una pila de pacas marcadas. Laxus, fit, Amplexus25 El que todo lo procura tiene de necio la marca quererlo todo es locura


y asi mui poco asegura el hombre q’ mucho abarca Medallón inferior. En medio del jardín de las virtudes, un hombre se lleva su mano derecha a la boca, en actitud de guardar silencio. Silere tutum26 De este mundo en la batalla la lengua da mayor guerra el silencio la abasalla y errando el q’ nunca calla el q’ mas habla mas yerra Hoja 7. Medallón superior. En una rica estancia, un hombre se aleja de otro que permanece de pié y con vista al espectador. Alter, Alterius de trahit27 La murmurasion se ataja, porqe la razon la obliga y el qe en murmurar travaja en otro ojo ve Paja y no ensobre sí la viga Medallón inferior. En un jardín adornado con árboles frutales, aparece un cordero. Hodie et quotidie perdam28 El daño esta cierto y claro en el que tiempo no gana el descuido custa caro y assi vusca oi el reparo, no de mañana en mañana Hoja 8. Medallón superior. Dos niños contemplan cómo un cuervo ha entrado a la habitación en que se hallan. Non amplius niger29 Si es negra tu suerte, calla q’ en el q’ otra busca, observo, el herror q’ le abasalla i en medio de esta Batalla no sera mas negro el cuerbo Medallón inferior. Un plácido jardín es el escenario de un hombre perseguido por una monstruosa bestia. Juge si vinceres vis30 Nunca la verdad convence si con la malicia arguye nadie de ella triunphar piense que la ocacion no la vence sino solo el q’ la huye Hoja 9. Medallón superior. Una dama y un caballero platican en una elegante estancia.


Verbun nequam Simili31 De la injuria en el exeso la voz con el eco lucha el qe se habla haze regreso al que lo dise i por eso qn mal habla mal escucha Medallón inferior. En un bosque se desarrolla una escena de cacería. Un hombre en su cabalgadura persigue a un par de liebres. Neutrum capit32 Sola una empresa te obligue para salir con fortuna la codicia se mitigue porque qn dos liebres sigue no podra alcanzar alguna Hoja 10. Medallón superior. Desde una ventana, una mujer observa cómo un hombre armado con garrote persigue a otro asustado personaje. Ab extra ejicitur extra33 Si descuidado te encuentro te doi por perdido ya y saliendo de tu centro no busques el daño dentro porque de fuera vendrá Medallón inferior. En un jardín, un caballero elegantemente vestido observa la formación de una enorme fogata que representa una aparición demoniaca. Nec circa, neclonge34 En huir de el grande bien hazes y mas si acercarte sueles estando en cuerdos disfrazes ni tan cerca qe te abrazes ni tan lexos que te yeles Hoja 11. Medallón superior. En el interior de una habitación, un asno marcado mira los libros guardados en una hermosa estantería. Copiat, qui potest35 Si ignoras ô entiendes mal pierdes de sabio el laurel en tus dudas desigual q’ no es culpado el panal porq’ se hizo la miel Medallón inferior. Un caballero elegantemente ataviado, abre sus brazos. Volens omnia, cuneta perdit36 El ambicioso se muerde si de tener yerra el modo


mas, sera vien qe se acuerde que todo lo que pierde aquel que lo quiere todo Hoja 12. Medallón superior. Un hombre porta una vara de medidas con la que parece medir al niño que le acompaña. Tua metieris, mensura37 Quando notar a otro quieres ba tu dictamen perdido porque seas tu quien fueres con la bara que midieres con esa seras medido Medallón inferior. En un bosque, un pastor cuida a su rebaño. Ad quide, neçodor nec fotor38 Lo racional siempre hable qe es lo qe en el hombre exede y en quien le falta es provable una vida vejetable con qe ni huele, ni hiede Notas 1La presente versión presenta algunos cambios. 2. Al parecer, la palabra biombo proviene "del japonés byo, protección y bu, viento; protección contra el viento. De oriente pasó a Portugal donde le fue añadida la m epéndica portuguesa convirtiéndola en biombo" vid: Marita Martínez del Río de Redo y Teresa Castelló Yturbide, Biombos mexicanos, México, INAH, 1972: p. 11. 3. Vid un profundo estudio sobre estas obras de Juan Correa en: Maria Josefa Martínez del Río de Redo, "Dos biombos con tema profano", Juan Correa. Su vida y su obra, t. IV, v. II, p. 453-468. 4. Ibidem: p. 458. 5. Sebastián, Santiago, El barroco iberoamericano. Mensaje iconográfico, Madrid, Ediciones Encuentro, 1990. 6. Andrea Alciato, Emblema liber, 1531. 7. Ibidem, p. 76-79. El biombo, pintado en óleo sobre tela, consta de 12 hojas que miden desde su base, 245 cm. A su vez, cada hoja tiene un ancho de 42 cm, por lo que la longitud total del biombo abarca 504 cm. 8. El 10 de noviembre de 1755, Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas recibió el cargo de virrey de la Nueva España. (cuadragésimo segundo) 9. Marita Martínez del Río de Redo y Teresa Castelló Yturbe localizan a esta obra en la primera mitad del siglo XVIII. Vid: Ibidem, p. 76. 10. Ambas obras en el Museo del Prado. 11. Fernando Alencastre Noroña y Silva, duque de Linares y marqués de Valdefuentes, recibe el cargo de virrey de la Nueva España (trigésimo quinto) el 15 enero de 1711. 12. Juan de Acuña, marqués de Casafuerte recibe el cargo de virrey de la Nueva España (trigésimo séptimo), el 15 de octubre de 1722. 13. Francisco de Güemes, Conde de Revillagigedo, es nombrado virrey de la Nueva España (cuadragésimo primero) hacia el 9 de julio de 1746) 14. Cristóbal Gutiérrez de Medina, Viaje del virrey marqués de Villena, introd. y notas de Manuel Romero de Terreros, México, Imprenta Universitaria, 1947: p. 63-64. 15. [Perder la vida por lucrar poco]. De el mucho logro en el ansia/siempre la codicia abusa/y es conocida ignorancia/porque la poca ganancia/la mucha perdida excusa. Tema: Lucro inútil. 16. [Sordera insolente]. Necedades no te opriman/si de discreto te precias/que éstas en nada se estiman/y a oídos sordos no lastiman/jamás las palabras necias. Tema: La discreción. 17. [La virtud como la salud]. En este mundo engañoso/anda el discurso perplejo/sin quererse fiar, dudoso/ni de la virtud del moso/ni de la salud del viejo. Tema: La apariencias engañan.


18. [Alarde del encanto]. La modestia en traje y trato/es para el hombre advertido/y del vano desbarato/en palabras y aparato/dicen que mas es ruido. Tema: La modestia. 19. [Reza y trabaja]. Muy poco premio se alcanza/solo en el trabajo dando/nunca así el hombre descansa/que el logro de la esperanza/se consigue a Dios rogando. Tema: Trabajo en tanto obras no valen a los ojos de Dios. 20. [*] Mucho consigue quien tira/a el bien que lograrse pueda/cuando a otro fin no conspira/que el que adelante no mira/de ordinario atrás se queda. Tema: La prudencia. 21. [Cree en las obras]. Hacer no ofrecer favores/el que es discreto aprendió/porque desterrando errores/obras sólo son amores/que buenas razones no. Tema: las obras por encima de las palabras. 22. [No escupir al cielo]. Vituperar sin recelo/a el Mayor locura es clara/y advierte que en tal anhelo/a quien escupiere el cielo/cae la saliva en la cara. Tema: La blasfemia es locura. 23. [*] Teme un contrario vaivén/cuando a otro le hicieres mal/pues está seguro quien/a otro techo le hace bien/siendo el suyo de cristal. Tema: La transparencia de las obras. 24. [Ambos caen]. De una duda en la porfía/el Sabio solo te advierta/que cuando a el necio se fía/y un ciego a otro guía/la caída de ambos es cierta. Tema: El mal camino, la mala guía. 25. [Amplio pero abrazable; el que mucho abarca poco aprieta]. El que todo lo procura/tiene de necio la marca/quererlo todo es locura/y así muy poco asegura/el hombre que mucho abarca. Tema: Prudencia en el trabajo. 26. [El silencio lo es todo]. De este mundo en la batalla/la lengua da mayor guerra/el silencio la avasalla/y errando el que nunca calla/el que mas habla mas yerra. Tema: el silencio prudente. 27. [Del trato de otros]. La murmuración se ataja,/porque la razón la obliga/y el que en murmurar trabaja/en otro ojo ve Paja/y no sobre sí la viga. Tema: La murmuración. 28. [Todos los días algo se pierde]. El daño esta cierto y claro/en el que tiempo no gana/el descuido cuesta caro/y así busca hoy el reparo,/no de mañana en mañana. Tema: No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. 29. [No hagas más triste tu suerte]. Si es negra tu suerte calla/que en el que otra busca observo/el error que le avasalla/y en medio de esta Batalla/no sera más negro el cuervo. Tema: No ayudar a la infortuna. 30. [Si los venciste, únetelos*] Nunca la verdad convence/si con la malicia argüye/nadie de ella triunfar piense/que la ocasión no la vence/sino solo el que la huye. Tema: La verdad todo lo vence. 31. [*] De la injuria en el exceso/la voz con el eco lucha/el que se habla hace regreso/al que lo dice y por eso/quien mal habla mal escucha. Tema: 32. [*] Sola una empresa te obligue/para salir con fortuna/la codicia se mitigue/porque quién dos liebres sigue/no podrá alcanzar alguna. Tema: 33. [*] Si descuidado te encuentro/te doy por perdido ya/y saliendo de tu centro/no busques el daño dentro/porque de fuera vendrá. Tema: 34. [*] En huir del Grande bien haces/y más si acercarte sueles/estando en cuerdos disfraces/ni tan cerca que te abraces/ni tan lejos que te yeles. Tema: Huir del mal. 35. [*] Si ignoras o entiendes mal/pierdes de sabio el laurel/en tus dudas desigual/que no es culpado el panal/porque se hizo la miel. Tema: Sobre el buen entendimiento. 36. [Quién todo lo quiere, todo lo pierde]. El ambicioso se muerde/si de tener yerra el modo/mas sera bien que se acuerde/que todo lo que pierde/aquel que lo quiere todo. 37. [Mídete]. Cuando notar a otro quieres/va tu dictamen perdido/porque seas tu quien fueres/con la vara que midieres/con esa seras medido. 38. [*] Lo racional siempre hable/que es lo que en el hombre excede/y en quien le falta es probable/una vida vegetable/con que ni huele, ni hiede.


Anónimo. La Villa de Guadalupe en el siglo XVIII. Óleo sobre tela, siglo XVIII. Colección particular, Madrid, España (Fragmento). Se trata de una obra de Manuel de Arellano: “Traslado de la imagen y dedicación del Santuario de Guadalupe, 1709”. Óleo sobre tela 176 x 260 cm.


“Códice de Tlatelolco de 1733”, resguardado en el CC3M. En: El toreo en Morelia. Hechos y circunstancias. Sus autores: Luis Uriel Soto Pérez, Marco Antonio Ramírez Villalón y Salvador García Bolio. Morelia, Mich., Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías, 2014. 223 p. Ils., fots., facs., cuadros., p. 19. En ella puede apreciarse la forma en que un toreo primitivo se instala en la forma de ser y de pensar del novohispano. Pero también es la expresión que el indígena hace suya justo a su llegada desde otras latitudes. La asimila y le da un sentido propio que es el que queda plasmado en esta imagen, misma que se inserta en el prodigio de un códice, testimonio importantísimo en el registro de la vida cotidiana de una cultura que ya no es ni indígena, pero tampoco española. Resultado de aquello es ese mestizaje que se intensificó en forma majestuosa durante el virreinato.


Es esta una fiel representación del sabor barroco mexicano de fines del siglo XVIII, cuando el virrey Conde de Gálvez, uno de los más entusiastas taurinos de aquella época pudo admirar esta estampa, reproducida en un biombo. ”Corrida de toros”. Siglo XVIII. Col. Pedro Aspe Armella. En ARTES DE MÉXICO. La ciudad de México I. Enero 1964/49-50.


Recreación de una estampa taurina que imperó durante los últimos años del siglo XVIII y primeros del siglo XIX en España. Como puede apreciarse, los picadores quedan ya en un segundo plano y son los de a pie quienes protagonizarán, a partir de aquellos momentos, el papel principal del espectáculo taurino.


La inauguraciรณn de la estatua de Carlos IV. Sin embargo, el festejo taurino en cuanto tal no ocurriรณ en la plaza mayor. Fue la plaza del Volador el sitio en que se efectuaron las corridas. Fuente: Antonio Navarrete: TAUROMAQUIA MEXICANA.


Corrida de toros en la Plaza de San Pablo, John Moritz Rugendas, 1833. Óleo sobre cartón. Fuente: Colección del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, México. REINAUGURACIÓN DE LA PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO, EL 7 DE ABRIL DE 1833. I A unos cuantos días de este acontecimiento, El Telégrafo, Periódico Oficial del Gobierno de los Estados-Unidos Mexicanos, del miércoles (santo) 3 de abril de 1833, Nº 323, p. 4, todavía dejaba ver algunos conflictos previos que se dieron entre quienes ya habían comprado o adquirido cuartones que integraban la plaza de toros de San Pablo que, unos días más tarde iba a reinaugurarse.


Cuando la empresa se propuso repartir la Plaza de toros de S. Pablo por cuartones, no llevó otra mira que la de que el público disfrutase de la diversión al menor precio posible, sacrificando en su obsequio la parte de utilidad más que pudo quedarle vendiéndola por boletines. Desgraciadamente el éxito no ha correspondido a sus deseos pues se ha hecho granjería con los cuartones vendiéndolos y revendiéndolos con notable perjuicio del público y de la empresa. Aún de que esta tenga conocimiento de los individuos que han comprado aquellos y pueda deshacer las dudas y malas inteligencias que tengan, les suplica se sirvan estar el sábado de gloria a las 11 de la mañana, en sus respectivos cuartones, cuya compra acreditarán presentando el recibo respaldado por el que se los vendió, para de este modo evitar toda diferencia que podía suscitarse el día de la función. México, Abril 3 de 1833. Es decir, se puede ver a las claras que el negocio y la especulación estaban detrás de ese anunciado “repartimiento” del que la empresa, a la sazón, el General Manuel Barrera Dueñas, parece ser consentía y hasta entraba en extraña y sospechosa complicidad. Allá por los años de 1825 a 1845 aproximadamente surgió en la escena pública un personaje que acaparó la atención, pero también una serie de circunstancias en donde ejerció el poder, convirtiéndolo con mucha rapidez en un hombre influyente, con la capacidad de resolver sin fin de circunstancias. No sólo estaba al tanto de lo que eran las corridas de toros, espectáculo del que era asentista -o empresario, en la jerga moderna-. También lo era de los principales teatros, contrataba lo mismo navegantes aéreos, artistas que toreros; y hasta se metía en los terrenos repugnantes de la basura, desecho que también tuvo y tiene intereses de fondo. Me refiero al coronel primero; al general después, Manuel Barrera Dueñas. Este fue uno de esos hombres emprendedores, que, al involucrarse en asuntos de su personal interés, era capaz de llevarlo hasta sus últimas consecuencias Según declaraciones aparecidas en el periódico EL MOSQUITO MEXICANO (1834-1837), de la Barrera confesó más o menos en estos términos sus objetivos: “...me enriquezco porque yo soy el asentista universal”. “Todos los recursos los tengo yo”.


Tales palabras parecen pesadas sentencias de implacable espíritu ambicioso que lo llevó a ser temido y envidiado por todos aquellos quienes osaran estar cerca de él. Mis apreciaciones las refiero en un sentido, donde analizo no solo el papel crematístico, sino también todo aquello donde su presencia significara provocación, insinuación y ambición de poder que llegó a ejercer contundentemente. Este señor, todo un caso que debe estudiarse con reposo, ocupó diversos cargos políticos de importancia y ejerció influencias como las que ya hemos visto líneas arriba. Para 1829, Manuel Barrera Dueñas ostentaba el rango militar de coronel. Originario de la ciudad de México, donde había nacido alrededor de 1782 y murió en 1845, según los datos aportados por Ana Lau Jaiven, en un artículo que forma parte de su tesis doctoral que abarca la vida económica y política de Manuel Barrera.14 Al igual que su padre se dedicó durante la Independencia a la venta de paños con lo que logró desde entonces, obtener contratas para la fabricación de vestuarios para el ejército, empresa lucrativa que mantendría hasta su muerte. En 1829 era Coronel de infantería retirado y poco después sería ascendido a General de Brigada. Empezó a acumular fortuna a raíz de los nexos que mantuvo con los personajes importantes de la política y de la economía, entre los cuales Anastasio Bustamante, su compadre, fue de los principales. Además de las contratas establecidas con el Ministerio de Guerra, fue el asentista de los teatros Provisional y del Coliseo. Ambas ocupaciones le proporcionaban ingresos suficientes para poder ofertar para adjudicarse los inmuebles y con ello extender su área de influencia hacia otras actividades mercantiles y de influencia política. Su fuero y su grado constituyeron un factor primordial que le permitió lleva a cabo los remates con amplia ganancia.15 Y respecto a sus influencias, baste un ejemplo. Allá por los años veinte del siglo XIX, la Plaza Nacional de toros ¿o la de San Pablo? tuvieron un mismo destino: se quemaron. Fue el 9 de mayo de 1825, día de horrible calor, según Bustamante, que se incendió la Plaza de Toros "que la ha reducido a pavezas". Un día después el autor del Cuadro Histórico de México apunta: Ana Lau Jaiven: “Especulación inmobiliaria en la ciudad de México. La primera desamortización. El caso de Manuel Barrera”. En: Las ciudades y sus estructuras. Población, espacio y cultura en México, siglos XVIII y XIX. Sonia Pérez Toledo, René Elizalde Salazar, Luis Pérez Cruz, Editores. México, Universidad Autónoma de Tlaxcala. Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 1999. 275 p. Ils., maps., cuadros., p. 171-180. 15 Op. cit., p. 172. 14


Mucho da que decir y pensar el incendio de la Plaza de Toros: a lo que parece se le prendió fuego por varias partes, pues ardió con simultaneidad y rapidez. ¿Quién puede haver causado esta catástrofe? He aquí una duda suscitada con generalidad, y atribuida con la misma a los Gachupines para hacerlos odiosos y que cayga sobre ellos el peso de la odiosidad y persecución, opinión a que no defiero, no por que no los crea yo muy capaces hasta de freirnos en aceyte, sino por que ellos obran en sus intentonas con el objeto de sacar la utilidad posible, y de éste ninguna sacarían. Otros creen que algún enemigo del asentista Coronel Barrera fué el autor de este atentado, y aún él mismo ministra fuertes presunciones para creerlo; en la postura a la Plaza se la disputó un Poblano tenido por hombre caviloso y enredador, y tanto como encargado por el Ayuntamiento de esta Capital de plantear la Plaza de Toros para la proclamación de Yturbide fué necesario quitarle la encomienda por díscolo: en el calor de la disputa dixo con énfasis a Barrera... Bien, de V. es la Plaza, pero yo aseguro a V. que la gozará por poco tiempo expresiones harto significantes y que las hace valer mucho el cumplimiento extraordinario de este vaticinio. Se asegura que fueron aprendidos dos hombres con candiles de cebo: veremos lo que resulta de la averiguación (Encuadernado aquí el Impreso Poderoso caballero es don dinero. México, Oficina de D. Mariano Ontiveros, 1825, 4 p., firmado El tocayo de clarita) judicial que se está haciendo; por desgracia no tenemos luces generalmente de Letras sino de letras muy gordas y incapaces de llevar la averiguación acompañada de aquella astucia compatible con el candor de los juicios, ni hay un escribano como aquel Don Rafael Luaro que supo purificar el robo de Dongo en los primeros días de la administración del Virey Revillagigedo de un modo que asombró a los más diestros curiales. En el acto del Yncendio ocurrió la compañía de granaderos del número Primero de Ynfantería la que oportunamente cortó la consumación del fuego con la Pulquería inmediata de los Pelos el que pudo haverse comunicado al barrio de Curtidores: esta tropa al mando del Teniente Coronel Borja trabajó tanto que dexó inutilizadas sus herramientas. Del edificio no ha quedado más que el Palo de en medio donde estaba la asta bandera, e incendiado en la puerta, lo demás es un cerco de ceniza que aun no pierde la figura de la plaza. Desde el día anterior se notó que en la tarde procuraron apagar con el cántaro de agua de un vendedor de dulces el fuego que aparecía en un punto de la Plaza. Dentro de ella había quatro toros vivos, y tres mulas de tyro; todas perecieron, y ni aún sus huesos aparecen. De los pueblos inmediatos ocurrieron muchas gentes a dar socorro, pues creyeron que México perecía; tal era la grandeza de la flama que se elevaba a los cielos. El daño para el asentista es gravísimo, pues a lo que parece en la escritura de arrendamiento estipuló que respondía la Plaza si pereciese por incendio u otro caso fortuito. ¡Cosa dura vive Dios! que pugna con los principios de equidad y justicia. Además tenía contratada una gruesa partida de toros para lidiar al precio de 50 pesos al administrador del Condado de Santiago Calimaya de los famosos toros de Atengo. Todo esto nos hace sentir esta desgracia, y pedir fervorosamente al cielo no queden impunes los autores de un crimen de tanta trascendencia, y que envalentonará con su impunidad a los malvados a cometer otros de la misma especie.16 16

Bustamante, Carlos María de: Diario Histórico de México. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1982. 168 pp. Tomo III, Vol. 1. Enero-Diciembre de 1825., p. 72-3. Además: PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO Bien sabido es, que por el dinero, y con el dinero se ha plagado el mundo de delitos, miserias y desgracias: por él se han suscitado las guerras, y con él se han emprendido, dándose al saqueo las ciudades, y a la destrucción los imperios: por el dinero se matan los hombres, y con el dinero viven y se engrandecen los oscuros y despreciables: por el dinero se levantan las más negras calumnias, y con el dinero se cubren y quedan sin castigo los crímenes más horrorosos: por el dinero se pierde la quietud, y con el dinero se corrompe el corazón. Esto, y muchísimo más, puede el dinero en grande; veamos como obra, respectivamente, en chico.


El déspota particular con mucho dinero, de nada carece y cuanto quiere alcanza: acostumbrado a hacer su gusto en todo, se felicita y complace en la ejecución de sus más vergonzosas pasiones y soberbios caprichos, pues cuenta siempre con la ciega obediencia de los seres degradados que lo adulan. Así el hombre venal, orgulloso y dominador, si es rico, aunque se vea lanzado del alto asiento que usurpaba, y destituido del poder absoluto que ejercía sobre los demás, conserva una superioridad tan altanera, que casi se identifica con el mismo absoluto poder que ha perdido. De aquí pueden hacerse aplicaciones muy exactas con referencia a los casos que han acontecido y están aconteciendo desde nuestra emancipación política: hágalas, si gusta, el juicioso lector, y luego encárguese del objeto a que se dirige este papel para fallar imparcialmente, llevando por delante aquel refrán que asienta: por lo poco, se pasa al conocimiento de lo mucho. Después que por motivos bastante notorios estuvo sin ejercicio el coliseo de esta corte una porción de tiempo, los cómicos proyectaron y consiguieron su apertura, quedando responsables de mancomún al arrendamiento de la finca, y cuando habían dado muchas funciones, que el público vió con aprecio, regresó de la Habana en junio de 824 el gran cantador Andrés del Castillo, convencido de que no podía lograr colocación ventajosa fuera de este suelo que le dio tantos miles de pesos. Admitido nuevamente al teatro por la generosidad de sus arrendatarios, tuvo la desvergüenza de decirnos por medio de un manifiesto (tratando cohonestar su punible fuga) que se ausentó con el fin de ilustrarse y volver á servirnos con nuevas y selectas operas que había adquirido. Nos dio tres o cuatro en cansadas repeticiones de doble paga, y cátese agotado todo el tesoro de sus piezas cantables; bien, que cubrió esta falta con el trágico galán Diego María Garay, que vino en su compañía a probar fortuna. Nosotros estábamos bien hallados con nuestros antiguos y hábiles empleados en el teatro, recibiendo por uno de ellos, desde las tablas según costumbre, el aviso de la función que debía hacerse en la noche siguiente, cuando extendida la noticia de la llegada del hombre trágico, unos pocos de la luneta, no permitiendo que se diese la cita, pidieron a gritos por más de tres noches al señor Garay que al fin se colocó en el modo y términos que están en conocimiento del público (No se habla aquí de Fernández y Patiño, protegidos por Garay, porque éstos, sin plaza efectiva, solo nos atormentaban con sus bramidos declamatorios las noches en que trabajó el padrino). Concluida la temporada del año próximo anterior, y puesto el teatro en pregón para la del corriente, se presentaron Castillo y Garay, haciendo postura después de que recibieron el amargo desengaño de que no podían quedarse con la finca a la sordina; y se dice (no sé si con fundamento) que estos dos amigos, sostenidos por algunos de sus paisanos pudientes, llevaban la idea de tolerar a los cómicos del país solo el primer año, y al segundo dejarlos en la calle, pues entonces ya tendrían surtido el teatro de extranjeros, tanto para las plazas principales de representado, canto y baile, como para las de mites ó domésticos. Presentóse en la palestra el digno mexicano coronel Manuel Barrera (dueño hoy de la empresa) que adivinando los fines de ambición y parcialidad que impulsaban esta negociación, celebró su remate por cinco años en cantidad que no tiene ejemplar, y deshizo los planes. Aquí entra el título de este papel como el dedo al anillo: poderoso caballero es don dinero: ¡quién lo creyera!... Castillo y Garay, contando con el fuerte apoyo de sus protectores, revolucionaron en términos, que habiendo introducido la desunión en las compañías, arrancaron del teatro a algunas de sus primeras habilidades, y estas siguiendo indiscretamente la suerte de los cabecillas, andan ahora fuera de la capital separadas de sus familias: ya sentirán las resultas, y quizá cuando no haya remedio; pues aunque la construcción de un segundo coliseo en México les asegure un por venir lisonjero, podrá suceder... ¡quien sabe! Por lo poco se pasa al conocimiento de lo mucho: esta es una verdad bien acreditada. Si para el solo negocio teatral se han interpuesto tantos miles de pesos... ¿cuántos más se derramarían para volvernos a uncir al carro español si esto estuviera al arbitrio del que lo ocupa y bajo las fuerzas de sus agentes?... ¡Cuidado, compatriotas, que las trepidaciones políticas no se han acabado! (...) Por parte del dueño de la empresa, hay un grande y decidido empeño en servir a este público respetable, pues sin contar con las habilidades que lo abandonaron, está haciendo muchísimo más de lo que debía esperarse; y pagando sueldos de alto peso, e invitando a cuantos sean aptos para los ramos de que se compone el teatro, ha probado de una manera nada equívoca su deseo de agradar. Este lo llevó, ciertamente, a la (al parecer) temeraria empresa de ofrecer la operita del tío y la tía, y ya se vio que fue más que regularmente desempeñada: en la función que dio el sábado 23 de abril en honor de Jorge IV, rey de la Gran Bretaña, echó el resto, pues hizo adornar el teatro con todo el buen gusto y lujo que jamás se había visto. Diráse que soy un mercenario apologista; mas esto no será verdad, pues nunca he tenido, ni tengo, ni espero tener relaciones de


Por otro lado me amparo en Enrique de Olavarría y Ferrari quien nos dice: En cambio las lides de toros sufrieron un rudo golpe con la completa destrucción de la Plaza Nacional taurina, que en la madrugada del 9 de Mayo (de 1825) comenzó a incendiarse, cebándose las llamas en aquella enorme construcción de apolillada madera, con tal actividad, que en poco tiempo quedó reducida a cenizas.17 La confusión a que se expone el presente material es que se dice que estaba en servicio la plaza de San Pablo en 1824 (justo el 4 de enero, a pesar de que menciona a la de San Pablo), cuando sólo sabemos que era la Plaza Nacional de Toros (1821-1825), junto a las de don Toribio y Necatitlán, las que funcionaban por aquel entonces, a pesar de que como dice nuestro autor “Del edificio no ha quedado más que el palo de en medio donde estaba el asta bandera”, lo que complica nuestras perspectivas, pues solo la de San Pablo poseía tal ornato y no la “Plaza Nacional de Toros”, dato que se confirma del notable óleo sobre cartón que logró del escenario John Moritz Rugendas en 1833, donde aparece dicha columna rematada por la mencionada asta bandera. Asi que, ¿de cual plaza se trataba: de la de San Pablo o de la plaza nacional de toros la que definitivamente se quemó? Además, muy cerca de ahí se encontraba la famosa pulquería de “Los Pelos” y el barrio de Curtidores, que estaban inmediatos a la plaza de San Pablo, pues en ningún momento refiere que se tratara de la plaza ubicada en plena plaza mayor o de la “Constitución”. Independientemente de todo esto, las plazas de toros de San Pablo, junto a la Plaza Nacional de toros, don Toribio y Necatitlán dieran corridas en aquellas fechas, lo cual significa que la ciudad de México y su población, gozaban del espectáculo de manera por demás bastante frecuente. Así que la plaza incendiada resulta ser nuevamente la de San Pablo, inmueble que seguramente movió a fuertes disputas por su regencia, como se aprecia a la hora en que Otros creen que algún enemigo del asentista Coronel Barrera fué el autor de este atentado, y aún él mismo ministra fuertes presunciones para creerlo; en la postura a la Plaza se la disputó un Poblano tenido por hombre caviloso y enredador, y tanto como encargado por el Ayuntamiento de esta Capital de plantear la Plaza de Toros para la proclamación de Yturbide fué necesario quitarle la encomienda por díscolo: en el calor de la disputa dixo con énfasis a Barrera... Bien, de V. es la Plaza, pero y aseguro a V. que la gozará por poco tiempo -expresiones harto significantes y que las hace valer mucho el cumplimiento extraordinario de este vaticinio-. La Plaza Nacional de Toros también de madera, seguramente cumplió el ciclo de su vida en ese mismo 1825, fecha que como ya vimos, nos facilita de pasada para información de su perecedera existencia; pues muchas de las plazas levantadas para celebrar corridas tenían una vida efímera al quedar inservible el material con que se construían y ambas plazas -ya desaparecidas en el mismo año- fueron sustituidas por otra que se levantó a un costado de la Alameda (en los rumbos de la Mariscala). Recordemos que en tiempos coloniales hubo alguna plaza que colindaba también con la Alameda y estaba a un lado del "quemadero" de San Diego (actualmente la Pinacoteca Virreinal). Años después, de nuevo funciona la de San Pablo (a partir de 1833), cuya vida se extenderá hasta 1864, año definitivo en que desaparece, no sin faltar otras interrupciones, como aquella de 1847, cuando la ciudad de México sufrió la invasión del ejército norteamericano y hubo necesidad de utilizar gran parte de tablas y tablones colocados en el coso para la defensa de dicha invasión, siendo formadas las trincheras por parte de los miembros del ejército nacional. Creo que el propósito por aclarar estos datos alcanza alguna luz, luego de separar la historia de cada plaza, que, por consecuencia se juntan en un momento muy cercano. Por cuanto hemos visto hasta aquí, encontramos que Manuel de la Barrera jugaba unos intereses

confianza con el empresario. Oigo hablar mil despropósitos que distan muchísimo de los hechos, y he aquí el único motivo que tuve para publicar este papel: si lo dicho no basta, tírense pedradas, pero entiéndase que las rechazará con la rodela del desprecio. El tocayo de Clarita. 17 Enrique de Olavarría y Ferrari: Reseña histórica del Teatro en México por (...). 2ª edición, México, Imprenta, Encuadernación y papelería "La Europea", 1895. Tomo I. 383 p., p. 222.


bastante poderosos, al grado de verse amenazado de palabra y de hecho por la intriga y deseo de poder ejercidos por Andrés Castillo y Diego María de Garay que le hicieron la vida bastante difícil y pesada, hasta consumar sus ambiciones, mandando quemar la plaza de la que entonces era asentista este señor que llegó a afirmar, seguro de sí mismo: “...me enriquezco porque yo soy el asentista universal”. “Todos los recursos los tengo yo”. Ambas frases me han parecido oportuno repetirlas una vez más por el fuerte contexto con que están construidas y que señalan, de pasada, el radio de influencia que tuvo este señor en su momento. Como habrán podido percibir, estamos ante la inminente inauguración de la Real Plaza de Toros de San Pablo, hecho que ocurrió el 7 de abril de 1833. Ya en el plano de Diego García Conde del año 1793, aparecían, en la maravillosa traza de la entonces capital del virreinato, tanto la plaza del Volador como la antigua disposición ochavada de la de San Pablo, que había sido inaugurada cinco años antes.

Y para mayor detalle, nos acercaremos un poco más, en fingido vuelo de globo aerostático, anhelo y pretensión que por aquellos años ya comienza a dar frutos en algunos aventurados émulos de Ícaro.


He aquí la evidencia del “sobrevuelo”. Con los años, este mismo plano, sufrió algunas modificaciones o adecuaciones, como la que se presentó en 1830, cuando volvemos a ver la misma plaza, ahora bajo la circular disposición.

En la inscripción “Plaza de Toros antigua”, tal debe haberse plasmado bajo el criterio de que, estando fuera de servicio por el incendio de 1821 y que aquí se ha relatado, se conservaba el predio y la disposición de un foro que, al parecer funcionó de manera intermitente e irregular por aquellos años, hasta la fecha de su nueva refundación, la de 1833.


II Mathieu de Fosey, viajero extranjero y visitante distinguido, no deja pasar la oportunidad de retratar -literalmente hablando- los acontecimientos de carácter taurino que presencia en 1833 pero que aparecen hasta 1854 en su obra Le Mexique. El capítulo IV se ocupa ampliamente del asunto y recogemos de él los pasajes aquí pertinentes. Durante su tiempo de permanencia -que fue de 1831 a 1834- no dejaron de darse corridas, (especialmente en una plaza cercana a la Alameda) pero no había en él esa tentación por acudir a uno de tantos festejos hasta que Acabé por dejarme convencer; pero la primera vez no pude soportar esta escena terrible más de media hora... [Algún tiempo después volvío...] y acabé por acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes que tenía que resistir hasta el final del espectáculo...18 En esa visión se encierra todo un sentido por superar la incómoda reacción que opera en Fosey quien, al ver esos juegos bárbaros, tiene que pasar al convencimiento forzado por "acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes" propias del espectáculo que presencia en momentos de intensa actividad "demoníaca" (el adjetivo es mío) pues es buen momento para apuntar justo el tono bárbaro, sangriento de la fiesta, mismo que se pierde en una intensidad de festivos placeres donde afloran unos sentidos que propone Pieper así: Dondequiera que la fiesta derrame incontenible todas sus posibilidades, allí se produce un acontecimiento que no deja zona de la vida sin afectar, sea mundana o religiosa. 19 No nos priva de un retrato que por breve es sustancioso en la medida en que podemos entender la forma de comportamiento entre protagonistas. A veces actúan toreros españoles, pero no son superiores a los mexicanos, ni en habilidad ni en agilidad. Estos están acostumbrados desde la infancia a los ejercicios tauromáquicos, en los campos de México, igual que los pastores de Andalucía en las praderas bañadas por el Guadalquivir, y saben descubrir como ellos en los ojos del toro el momento del ataque y el de la huida. A caballo lo persiguen, le agarran la cola y lo derriban con gran facilidad; a pie, lo irritan, logran la embestida y lo esquivan con vueltas y recortes. Este juego casi no tiene peligro para ellos...20 De esto emana el propósito con el que la fiesta torera mexicana asume una propia identidad, nacida de actividades que si bien se desarrollan con amplitud de modalidades cotidianas en el campo, será la plaza de toros una extensión perfecta que incluso permitirá la elegancia, el lucimiento hasta el fin de siglo con el atenqueño Ponciano Díaz, sin olvidar a Ignacio Gadea, Antonio Cerrilla, Lino Zamora y Pedro Nolasco Acosta, fundamentalmente. Los prejuicios van de la mano con nuestros personajes quienes no ocultan -unos-, su desaprobación total; y otros diríase que a regañadientes aceptan con la mordaza debida el festivo divertimento, porque una "nefasta herencia española" lastima el ambiente por lo que fue y significó la presencia colonial "desarraigada" pues, como dice Ortega y Medina: los sedimentos hispánicos son sacados a la superficie (por esta suma de viajeros y otros que cuestionan las condiciones del México recién liberado), expuestos a la luz crítica de la razón liberal protestante y extranjera para ser abierta o veladamente censurados como muestra de un pasado histórico y espiritual antediluvianos, antirracionales; es decir, de un pasado que mostraba 18

Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 128. 19 Josef Pieper: Una teoría de la fiesta. Madrid, Rialp, S.A., 1974 (Libros de Bolsillo Rialp, 69). 119 p., p. 44. 20 Lanfranchi, op. Cit.


huellas de animosidad, de oposición, de manifiesta tendencia a ir contra la corriente. 21 El espíritu crítico seguirá siendo la manera de su propia reacción22 y ya no se detendrá para seguir acusando una fobia que por progresista no se adecua a primitivos comportamientos de la sociedad mexicana que aun no se deslinda de toda una estructura, consecuencia del rechazo o, para decirlo en otros términos es esa visión de pugna entre lo liberal y lo conservador, terreno este que se somete a profundas discusiones puesto que entenderlo a la luz de una razón y de una perspectiva concreta, es llegar al punto no de la pugna como tal; sí de una yuxtaposición, de esa mezcla ideológica que se detiene en cada frente para proporcionarse recíprocamente fundamentos, principios, metas que ya no reflejan ese absoluto perfecto pretendido por cada grupo aquí mencionado desde su génesis misma. Aquí, la descripción completa23 de nuestro “visitante”: Tiene su entrada el paseo de la Viga por la plaza de San Pablo, en la cual está construida la plaza de toros. Se acabó ésta en 1833, y la función que hubo el día de su apertura, fue la primera que presencié en mi vida: aunque hacía ya dos años que vivía en México, no había caído en la tentación de ir a ver estas diversiones bárbaras, bien que hubiese una función todos los domingos en otra plaza cerca de la Alameda. Por fin, me dejé llevar de la corriente; pero la primera ocasión no pude aguantar este espectáculo más de media hora: volví a casa entregado a un sentimiento de horror con que me había llenado la vista de la sangre derramada. Más tarde volví a verlas; y aunque se mantuvo oprimido mi pecho todo el tiempo, al fin, sin embargo, me acostumbré bastante a las impresiones fuertes que me causaban, para poder esperar hasta que concluyesen, y aun para encontrar un cierto deleite cuando salía más enfurecido el toro y aumentaba el peligro.

21

Juan Antonio Ortega y Medina; México en la conciencia anglosajona II, portada de Elvira Gascón. México, Antigua Librería Robredo, 1955. 160 p. (México y lo mexicano, 22)., p. 73. 22 Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México)., p. 86. A cada paso se encuentran, pues, en las reseñas toreras de aquellos viajeros, expresiones de horror ante la barbarie de la fiesta y de suficiencia al pretender explicarla como lógica consecuencia de toda una manera de ser en absoluto desacuerdo con las reglas de comportamiento dictadas por la modernidad. 23 Mathieu de Fossey: Viaje a México. Prólogo de José Ortiz Monasterio. México, CONACULTA, 1994. 223 pp. (Mirada viajera). Cap. V, p. 129-137.


Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 127. Reproducción de El Telégrafo del 22 de marzo de 1833.


En resumen, no es por efecto de una rareza que me es peculiar; al contrario es un efecto natural y fácil de explicarse. Si sale malo el toro, esto es, si es pacífico, corren menos riesgo los toreadores, es verdad; pero también no se presencia sino el martirio del bruto. Viéndola atormentar y luego degollar, si no media ningún otro interés que haga superar el disgusto que se experimenta, no se tiene delante otra cosa sino una escena de carnicería, de la cual se retira uno con el alma lacrada. Si al contrario está embravecido el toro; si arroja rayos por los ojos; si patea el suelo, levantando el polvo con sus manos y llenando el aire con sus siniestros mugidos; si atentos a sus movimientos los toreadores giran en torno de él más expuestos y circunspectos; si, con una embestida inopinada, está pronto un banderillero a recibir la muerte, o si la evita con una treta hábil, y que resuenen por la plaza estruendosos palmoteos, entonces queda como suspensa la vida en aquellos momentos; llega a lo sumo el interés, desapareciendo la sensibilidad del espectador bajo la poderosa emoción que le infunde esta lid de la muerte a las manos con la destreza. Repetidas veces se han descrito estas corridas; así es que las plazas de toros de España han sido fuentes abundantes de episodios para los noveladores; con todo me parece bien trazar en este lugar un bosquejo de las de México, procurando darlo en breves palabras por huir del fastidio anexo a toda repetición, cuando es oscura la pluma que va describiendo. Honraba los toros aquel día con su presencia el señor presidente de la República, y con motivo tan plausible me llevaron algunos amigos a ver la función, asegurándome que sería excelente. Estaba la ciudad toda alborotada, pues antes de las cuatro de la tarde se veían numerosos grupos de aficionados dirigiéndose hacia San Pablo, y de consiguiente era inmensa la concurrencia de espectadores; así es que no bajaba de ocho mil su número en aquella ocasión, bien que podían caber aún más en el anfiteatro, construido de madera por el estilo de los de Madrid y Sevilla. Es capacísima su plaza enteramente circular, por manera que la de Nos sería una miniatura en comparación; pero es verdad que estaba destinada a una clase de lides que no exigía mucha plaza, muy distintas de las evoluciones tauromáquicas, que tanto más lucidas son cuanto mayor es la escala por la cual se celebran. Está cerrado su recinto con una valla de unos cinco pies de alto, la que salvan los toreadores de a pie perseguidos del bruto: detrás de ésta le da la vuelta redonda un corredor que la separa de las gradas, detrás de las cuales se levantan tres hileras de palcos ocupando la mayor excentricidad del circo. Llenaba los palcos del lado de la sombra la gente principal de México, ostentando las señoras sus vestidos de gala, con mantillas de blonda blanca y ornado el pelo con flores. Las gradas del mismo lado estaban también ocupadas todas por hombres bien vestidos, de suerte que esta primera mitad del recinto presentaba una vista hermosísima, que hacían mágicas las tamañas dimensiones del circo y la elegancia y lujo de los vestidos. Pero muy distinto era el aspecto del lado opuesto, donde se veían en derredor de la valla y en los terceros palcos un mar de gentío cuyas últimas filas se arrojaban en las primeras, contrastando su miseria y desaseo con el lujo asombroso de los demás concurrentes. Al entrar el presidente tocó una sinfonía la música del cuerpo de artillería, que era la mejor de México; y los que debían correr los toros desfilaron dos en dos, precedidos de cuatro locos, especies de payasos insulsos. Visten los toreadores, como Fígaro, con calzones y almilla de raso de color, medias de seda blancas y garbín, el verdadero vestido andaluz, a la vez lucido y cómodo para los lidiadores, cuyos movimientos en nada estorba. Entre éstos suelen encontrarse algunos toreadores de España; pero no se aventajan a los mexicanos ni respecto a la destreza ni en punto a agilidad, porque acostumbrados éstos a torear desde su infancia en los campos de México, así como los vaqueros de Andalucía en las praderas regadas por el Guadalquivir, saben lo mismo que ellos reconocer en los ojos del toro cuándo se debe acometer y cuándo conviene huir de él. A pie lo persiguen, lo agarran de la cola y lo vuelcan con la mayor facilidad; y luego a caballo lo hostigan hasta que se abalance a ellos, y lo evitan dando una vuelta o contravuelta que lo deja burlado, en tal conformidad que este juego casi carece de peligro para ellos. Pero en la plaza ya es otro cantar, pues no siempre son felices sus retiradas, mayormente cuando empeñados en merecer los aplausos se ponen en condición por lograrlos.


Cuando llegó la cuadrilla de toreadores al centro de la plaza, hizo la venia al presidente dispersándose en seguida; entonces resonó la trompeta dando la señal y todas las miradas se dirigieron hacia la puerta del toril. Ábrese ésta y un toro negro con manchas blancas se arroja brincando por la plaza. Atónito con el estampido de la música y de los palmoteos, pausa para reconocer el terreno, y paseando la vista por todo lo que lo rodea, parece indeciso sobre lo que va a hacer; en esto andan los toreadores en derredor de él excitándolo con la voz, y haciendo fluctuar delante de él unas capas coloradas; pero adivinando su peligro el bruto, no trata sino de evitarlo, y al efecto, huyendo por las paredes de la valla, busca una salida. ¡Vana esperanza! le queda cerrada la retirada, chasco que manifiesta dando un mugido afligidísimo. Sin embargo, su ademán fiero y sus ojos avivados y chispeando dejan traslucir que va a vender cara la vida. Azótase los ijares con la cola preparándose a la venganza, al tiempo que un chulillo, acercándose a él hasta cuatro pasos, con su capa en la mano, parece en ademán de ofrecerse en sacrificio: al instante embiste a este débil oponente; pero sabiendo éste como lo ha de parar a tiempo, no obstante la corta distancia que lo separa de él, le abandona su capa y, mientras sacia su coraje en este velo y lo pisotea, se escabulle el toreador, supliendo su lugar otro. De repente suelta su inútil presa el toro, corriendo sobre su nuevo agresor, que también se le va al mismo momento en que, agachando la cabeza, va a darle el golpe mortal, y sólo hieren el aire sus astas al levantarla. Irritado más y más, menea los ojos en su órbita arrojando centellas. Mira como calculando el medio de saciar su venganza en otra cosa que no sea una visión, y arranca de nuevo; pero le atajan el camino los chulillos, e incontinenti se retiran; luego le vuelven al encuentro, burlando así durante algún tiempo los esfuerzos de su enemigo; mas, al fin, un lance raro vino a parar en mal para uno de ellos, lo que dio lugar a un arrebatamiento de alegría por todo el anfiteatro. Éste, huyendo del toro, se acogió detrás de la valla; pero lo seguía con tanta furia el bruto que no le valió, pues no bastó a contenerlo ésta y, habiéndola salvado, cayó al corredor sobre aquel desgraciado, a quien sacaron fuera con la cabeza ensangrentada y el cuerpo abrumado. Causó este brinco inesperado una retrocesión en las gradas, vaciándose el corredor en un abrir y cerrar de ojos delante del toro que siguió su carrera por aquel estrecho pasadizo hasta llegar a una puerta de la plaza, la que se le abrió. Habiendo dado fin a esta primera parte de la función otro floreo de la trompeta, armáronse los toreadores de banderillas, especie de venablos largos de dos pies, a los cuales se afianza un cohete, adornándolos listas de papel de color. Salió el primer banderillero dando brincos delante del toro; lo llamaba silbando; y agachando el toro la cabeza, arremetió con el agresor, el que, cuando lo iba a alcanzar, hizo una gentil treta clavándole detrás de la oreja sus dos banderillas; pasó su piel el encorvado venablo y, por más que sacudió su cabeza el bruto, quedó firmemente afianzado en ella: reventando de sopetón el cohete, sus chorros de fuego duplicaban su tormento y su rabia; forcejeaba, brincaba y prorrumpía en sordos gemidos; cuando de repente lleno de furor se arrojó a acometer sin dar tregua, con tales extremos que por un momento sólo trataron los combatientes de evitarlo. No obstante, arrostró su bravura un joven banderillero que se había hecho notar por la precisión de sus movimientos y, en el momento en que temblaban todos por su vida, le clavó la rosa (placa redonda de papel recordado a imitación de esta flor, se afianza ésta por medio de una tachuela rematando con un gancho) en medio de la frente, dando un cuarto de vuelta que lo salvó. Resonó el anfiteatro con los gritos de viva y víctores de toda clase, estremeciéndose el toro con tanta humillación. Ya se habían presentado muchos banderilleros uno tras otro con igual suerte, cuando cambió ésta con ellos: uno recibió una cornada que, bien que ligera, lo inutilizó por aquel día; y el otro, a quien primero derribó el toro, fue cogido en peso y arrojado a más de ocho pies de alto, de cuya elevación vino a dar de bruces en el polvo. Estaba perdido, si no hubieran conseguido sus compañeros, por medio de sus velos colorados, distraer al vencedor encarnizado en su venganza. Con todo jadeaba el gallardo bruto, chorreando por sus ijares, humeando y lacerados, la sangre y el sudor, pues se meneaban en su martirizada piel más de veinte banderillas. A la sazón llamó a la lid otra tercera señal a los picadores, vestidos estos nuevos combatientes como los charros de tierra adentro, esto es con calzoneras, chaqueta de cuero y botas vaqueras; van armados de una garrocha, con la cual pican al toro sobre la cabeza o en el pescuezo cuando se


abalanza a ellos, obligándolo así a tomar otra dirección. Esta clase de lid es menos peligrosa para los hombres que para los infelices caballos, que salen horriblemente maltratados, pues a menudo quedan despanzurrados uno o dos en cada función. A veces tienen que taparles los ojos porque, aleccionados por la experiencia a temer la embestida del toro, huyendo él cuando se acerca, al paso que ignorando el peligro, se encaminan atrevidos hacia donde los guían sus jinetes. Pero las más veces van estos nobles animales a la lid sin llevar esta precaución y, viendo a su enemigo sin temor, corren a su encuentro lleno de ardor. Salió mal el primer picador que se presentó, ya porque no acertase a clavar su garrocha, o ya porque él mismo no estuviese listo; lo cierto es que no pudo evitar la embestida del toro y fue con su caballo a rodar por el polvo. Ni uno ni otro estaba herido; pero volvió el toro a cargarlos cuando estaban los dos todavía aturdidos de la caída, y antes que los demás picadores hubiesen logrado alejarlo a garrochazos, ya había despanzurrado el caballo, al que llevaron fuera de la plaza arrastrando tras sí las entrañas. Contribuyeron al lucimiento de la función otros dos lances iguales; y no cabe duda que nuevas exequias hubieran precedido las del toro si hubiese durado más tiempo la lid a caballo; pero tocó a degüello la trompeta, y el primer matador salió con la espada desenvainada a saludar la lumbrera del presidente. Desde luego no quedaron en la plaza más que dos campeones, el toro y el matador; pero esta vez la pelea era de muerte; así es que cautivó del todo la atención de los concurrentes esta vista que, aunque la más bárbara, es la que excita el mayor interés. Habiendo cubierto la espada con su capa, dirigióse el matador hacia el toro, procurando una posición favorable al ataque: dos ocasiones lo embistió el toro, y otras tantas veces blandió en sus manos la flamante espada; pero obligándolo el inminente peligro en que estaba, renunció por entonces a darle, con intención de aprovechar mejor la ocasión. Sin embargo, no por eso desmayó el ardor en la pelea, pues apenas se vio fuera del alcance del toro cuando le volvió a salir al encuentro; lo excitaba silbando y mantenía sin pestañear los ojos clavados en los de su víctima, la que, ataviada con los mil colores de las banderolas, por tercera vez se arrojó al sacrificio; pero había de ser la última, pues en ésta tropezó con el hierro exterminador, el que, hiriéndola en la cruz, se hundió hasta seis pulgadas del áliger, y le atravesó los bofes. Le clavó su estocada con tanta rapidez y destreza que todavía dudaba yo si le había acertado a dar al bruto, cuando, con la espada, chorreando sangre, volvió el matador a saludar al presidente, el que recompensó su destreza con una bolsa llena de pesos, que se le tiró a la plaza. Entre tanto el infeliz toro, herido de muerte, forcejeaba con el desfallecimiento que iba apoderándose de sus miembros, y echaba apagados gemidos que salían de su pecho con torrentes de sangre; dio algunos trémulos pasos más, y cayó de rodillas; entonces le dieron una cuchillada en la nuca y exhaló al instante el postrer aliento. Habiendo tocado el clamoreo de su muerte, salió a la plaza un tronco de tres mulas hitas empenachadas; engancharon el toro de sus tiros y, echando a correr a galope, se llevaron el cuerpo inerte de aquel hermoso bruto, poco antes tan brioso y tan temible. Apenas hubieron los mozos cubierto con polvo las manchas de sangre que surcaban la plaza, cuando soltaron otro toro tan formidable como el primero, pero más joven y por lo mismo más incauto. Por largo rato parecía estar retozando más bien que lidiando; después de haber dado una carrera, paraba posando con ademanes raros y de estudio, siguiendo con la vista a los toreadores que caracoleaban en derredor de él. Al hacer ánimo de embestir, su piel, de un gris oscuro, se fruncía en su ancho pecho, manifestando a los que lo miraban toda la pujanza que le cabía a este atleta del desierto. Dejaba a sus agresores muy poco campo y muy pocas probabilidades de éxito el descomunal tamaño de sus astas, encorvadas hacia adelante; no obstante alegraba el notar esta ventaja en las armas, pues se había cautivado el interés general en tanto grado que poco faltaba por llevarse los votos con detrimento de los que lo acosaban. Sin embargo, a pesar de todo lo que se anticipaba, sólo quedó muerto un caballo y derribado ileso un banderillero en las varias embestidas que dio. En esta ocasión le tocó la espada tauricida a un matador de a caballo; su empeño era dos veces más arduo y peligroso; pero luego que se acertó que existía entre el jinete y su caballo simultaneidad de voluntad y de acción, luego que se le vio trabajar


volteando con el acierto más brillante y la mayor desenvoltura, se conjeturó bien pronto cuál sería el resultado de este segundo duelo, proclamando de antemano al víctor. Efectivamente, en la primera embestida, herido en el mismo corazón, cayó el toro a los pies de su diestro vencedor, como si el rayo lo hubiese tocado; y fue acogido el triunfo de aquél con el debido tributo de víctores a que era acreedor. Ya se habían inmolado sucesivamente cinco más víctimas cuando tocaron el martirio del toro embolado, esto es, cuyas astas están afianzadas en unos bolos que atemperan lo peligroso de sus cornadas, y por otra parte siempre lo escogen de entre los más pacíficos. Después de haberlo así hecho inofensivo, lo entregaron al populacho que, afluyendo por todos lados, salvaron el vallado, e inundando la plaza empezaron la parodia de los lances que acaban de declarar. Cuélganse unos de la cola del bruto; otros se montan en él, y otros se hacen volcar en el polvo; pero no por eso deja esta diversión de tener fatal desenlace para el desgraciado bruto, pues es fuerza que sea degollado como los demás, después de haber sido atormentado de mil modos. Es rudísimo este último acto, así es que jamás he visto de él más que sus preludios. Concluyó con fuegos artificiales esta función en la que quedaron heridos cuatro hombres y despanzurrados seis caballos; y en seguida se retiraron todos satisfechos con el número de las víctimas, y muy complacidos con lo buena que había salido la corrida.

La Antorcha, Distrito Federal, del 7 de abril de 1833, p. 4. Repítense cada domingo y todos los días de fiesta estas funciones, por manera que se cuentan hasta ciento al año. ¡Así deben ascender a quinientos o seiscientos el número de los toros que en ellas se degüellan, viniendo a ser de este modo el empresario de estas diversiones uno de los principales abastecedores de las carnicerías de la capital...! III Tres hermosas láminas, recrean exterior e interior de la plaza en épocas que se aproximan a sus composiciones. La primera de ellas es de John Moritz Rugendas, quien nos deja un óleo sobre cartón denominado “Corrida de Toros en la Plaza de San Pablo”, mismo que se encuentra fechado en 1833, por lo que es muy probable que haya sido testigo de aquella reinauguración aquí referida. Rugendas quedó seducido, como muchos otros viajeros de aquella visión tan natural y espontánea del México que le toca admirar, un México apenas emancipado y cuyo reflejo se queda para siempre en sus diversos cuadros y apuntes que realizó en diversas regiones del nuevo estado-nación. Por eso, la pequeña obra, que hoy día puede admirarse en el Museo Nacional de Historia, en el Castillo de Chapultepec es una maravillosa escena donde puede apreciarse el caos a que estaban sujetas las cotidianas puestas en escena de la tauromaquia mexicana durante el primer tercio del siglo XIX, lo que nos permite entender el estado de cosas que guardaba el toreo por entonces.


He aquí a John Moritz Rugendas llevando un poncho sudamericano, punto que incluyó su periplo, tras su viaje por México.

El golpe de vista que causó la corrida de toros presenciada por el genial pintor. Una escena más es la que recreó Heredia:


Heredia ilustró, Cumplido publicó. Escena fascinante de la REAL PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO. La fiesta poco a poco va mostrando signos de lo que ya es para la tercera década del siglo XIX. Fuente: Colección del autor.

MÉXICO PINTORESCO. COLECCIÓN DE LAS PRINCIPALES IGLESIAS Y DE LOS EDIFICIOS NOTABLES DE LA CIUDAD. PAISAJES DE LOS SUBURBIOS. L. 1853. INTRODUCCIÓN POR FRANCISCO DE LA MAZA. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1967. X + 46 p. Ils. Exterior de la plaza de toros de San Pablo, hacia 1853, veinte años después de los acontecimientos que aquí se han recordado. CONCLUSIONES.Tras este largo ensayo o reportaje, quedan algunos puntos por aclarar. Uno de ellos tiene que ver con el hecho de saber quién o qué toreros participaron en aquella jornada. Lamentablemente no hay ningún dato que afirme, con nombre y apellido la presencia de este o aquel torero. Supondría dos escenarios:


1.-Que Bernardo Gaviño, del cual El Arte de la Lidia en 1884 afirma que este gaditano ya se encontraba en nuestro país desde 1829, haya sido uno de los participantes. 2.-Que quienes estuvieron presentes hayan sido los hermanos Ávila. El caso de los hermanos Ávila se parece mucho al de los Romero, en España. Sóstenes, Luis, José María y Joaquín Ávila (al parecer, oriundos de Texcoco) constituyeron una sólida fortaleza desde la cual impusieron su mando y control, por lo menos de 1808 a 1858 en que dejamos de saber de ellos. Medio siglo de influencia, básicamente concentrada en la capital del país, nos deja verlos como señores feudales de la tauromaquia, aunque por los escasos datos, su paso por el toreo se hunde en el misterio, no se sabe si las numerosas guerras que vivió nuestro país por aquellos años nublaron su presencia o si la prensa no prestó toda la atención a sus actuaciones. Sóstenes, Luis y José María (Joaquín, mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México, cometió un homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo) establecieron un imperio, y lo hicieron a base de una interpretación, la más pura del nacionalismo que fermentó en esa búsqueda permanente de la razón de ser de los mexicanos. Un periodo irregular es el que se vive a raíz del incendio en la Real Plaza de Toros de San Pablo en 1821 (reinaugurada en 1833) por lo que, un conjunto de plazas alternas, pero efímeras al fin y al cabo, permitieron garantías de continuidad. Aún así, Necatitlán, El Boliche, la Plaza Nacional de Toros, La Lagunilla, Jamaica, don Toribio, sirvieron a los propósitos de la mencionada continuidad taurina, la que al distanciarse de la influencia española, demostró cuán autónoma podía ser la propia expresión. ¿Y cómo se dio a conocer? Fue en medio de una variada escenografía, no aventurada, y mucho menos improvisada al manipular el toreo hasta el extremo de la fascinación, matizándolo de invenciones, de los fuegos de artificio que admiran y hechizan a públicos cuyo deleite es semejante al de aquella turbulencia de lo diverso. De seguro, algún viajero extranjero, al escribir sus experiencias de su paso por la Ciudad de México, lo hizo luego de presenciar esta o aquella corrida donde los Ávila hicieron las delicias de los asistentes en plazas como las mencionadas. De ese modo, Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825, dejó impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con la intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del "monte parnaso" y la "jamaica", de las cuales hizo un retrato muy interesante. En el capítulo "Escenas de la vida mejicana" hay una descripción que tituló “Perico el Zaragata”, el autor abre dándonos un retrato fiel en cuanto al carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia, que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, para llegar finalmente a la plaza. Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el "monte parnaso" y la "jamaica", (...)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una "jamaica".


La verdad que poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos un excelente retrato, aunque es de destacar la actitud tomada por el pueblo quien de hecho pierde los estribos y se compenetra en una colectividad incontrolable bajo un ambiente único. De todos modos, lo poco que sabemos de ellos es gracias a los escasos carteles que se conservan hoy en día. Son apenas un manojo de “avisos”, suficientes para saber de su paso por la tauromaquia decimonónica. Veamos qué nos dicen tres documentos. 13 de agosto de 1808, plaza de toros “El Boliche”. “Capitán de cuadrilla, que matará toros con espada, por primera vez en esta Muy Noble y Leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.-Segundo matador, José María Ávila.-Si se inutilizare alguno de estos dos toreros, por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermano de los anteriores y no menos entendido que ellos. Toros de Puruagua”. Domingo 21 de junio de 1857. Toros en la Plaza Principal de San Pablo. Sorprendente función, desempeñada por la cuadrilla que dirigen don Sóstenes y don Luis Ávila. “Cuando los habitantes de esta hermosa capital, se han signado honrar á la cuadrilla que es de mi cuidado, la gratitud nos estimula á no perder ocasión de manifestar nuestro reconocimiento, aunque para corresponder dignamente sean insuficientes nuestros débiles esfuerzos; razón por lo que de nuevo vuelvo a suplicar á mis indulgentes favorecedores, se sirvan disimularnos las faltas que cometemos, y que á la vez, patrocinen con su agradable concurrencia la función que para el día indicado, he dispuesto dar de la manera siguiente: Seis bravísimos toros, incluso el embolado (no precisan su procedencia) que tanto han agradado á los dignos espectadores, pues el empresario no se ha detenido en gastos (...)”. Aquella tarde se hicieron acompañar de EL HOMBRE FENÓMENO, al que, faltándole los brazos, realizaba suertes por demás inverosímiles como aquella “de hacer bailar y resonar a una pionza, ó llámese chicharra”. Al parecer, con la corrida del domingo 26 de julio de 1857 Sóstenes y Luis desaparecen del panorama, no sin antes haber dejado testimonio de que se enfrentaron aquella tarde a cinco o más toros, incluso el embolado de costumbre. Hicieron acto de presencia en graciosa pantomima los INDIOS APACHES, “montando á caballo en pelo, para picar al toro más brioso de la corrida”. Uno de los toros fue picado por María Guadalupe Padilla quien además banderilló a otro burel. Alejo Garza que así se llamaba EL HOMBRE FENÓMENO gineteó “el toro que le sea elegido por el respetable público”. Hubo tres toros para el coleadero. “Amados compatriotas: si la función que os dedicamos fuere de vuestra aprobación, será mucha la dicha que logren vuestros más humildes y seguros servidores: Sóstenes y Luis Ávila”. Todavía la tarde del 13 de junio de 1858 y en la plaza de toros del Paseo Nuevo participó la cuadrilla de Sóstenes Ávila en la lidia de toros de La Quemada. Destacan algunos aspectos que obligan a una detenida reflexión. Uno de ellos es que de 1835 (año de la llegada de Bernardo Gaviño) a 1858, último de las actuaciones de los hermanos Ávila, no se encuentra ningún enfrentamiento entre estos personajes en la plaza. Tal aspecto era por demás obligado, en virtud de que desde 1808 los toreros oriundos de Texcoco y hasta el de 58, pasando por 1835 adquirieron un cartel envidiable, fruto de la consolidación y el control que tuvieron en 50 años de presencia e influencia.


Ayer y hoy. Estas serían dos estampas comparativas sobre la situación en que se encontraba la plaza de toros de San Pablo y lo que en nuestros días se puede percibir circulando por esos rumbos del barrio de San Pablo mismo. Otro, que también nos parece interesante es el de su apertura a la diversidad, esto es, permitir la incorporación de elementos ajenos a la tauromaquia, pero que la enriquecieron de modo prodigioso durante casi todo el siglo XIX, de manera ascendente hasta encontrar años más tarde un repertorio completísimo que fue capaz de desplazar al toreo, de las mojigangas y otros divertimentos me ocuparé en detalle más adelante. Los Romero, que en realidad son cinco: Francisco y sus hijos: Juan Gaspar, José, Pedro y Antonio, representaron la raíz y el primer tronco del toreo estimado como de a pie, y que cubrió un periodo de 1725 a 1802. Además, la etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio espectro del arte taurino. Escuela “rondeña” o “sevillana” en España; “mexicana” entre nosotros, no son más que símbolos que interpretan a la tauromaquia, expresiones de sentimiento que conciben al toreo, fuente única que evoluciona al paso del tiempo, rodeada de una multitud de ejecutantes. Otro aspecto que llama poderosamente la atención, es el hecho de que la empresa, o el asentista, pretendiendo seguir y adoptar el método antiguo de "vender la plaza por cuartones, como se hacía en las fiestas que se llamaban reales, y después nacionales", puso a disposición de los interesados los cuartones de que estaba formada la plaza. Lamentablemente un síntoma de especulación y reventa, así como los excesos que esos manejos fueron generando, terminaron en un desagradable y amargo desenlace, apenas resuelto la víspera, cuando hubo necesidad de citar a los que realizaron tal operación, con objeto -y esto es muy probable-, de estabilizar y tranquilizar la incómoda situación que se presentó tras el anuncio de la venta de los mencionados "cuartones". Finalmente, sobre el ganado tampoco hay ninguna noticia cuya certeza permita afirmar de dónde fueron los toros lidiados en esa y otras jornadas posteriores a la reinauguración. También la especulación lleva a suponer que pudo haberse tratado de un encierro de Atenco, que por esos años se encontraba en uno de sus mejores momentos, o también de los de Sajay de la Cueva o también de Molinos de Caballeros, fracción de la misma hacienda atenqueña.


Johann Salomón Hegi (1814-1896): “Cuadrilla española en la plaza de toros”. Siglo XIX. Acuarela sobre papel. 54 x 74 cm. Col. Salomón y Brigitte Schäter, Zurich, Suiza. En Gustavo Curiel, et. al., Pintura y vida cotidiana en México. 1650-1950. México, Fomento Cultural Banamex, A.C., Conaculta, 1999. 365 pp. Ils, retrs., grabs., p. 183.


Cartel de la plaza de toros DEL PASEO NUEVO para el domingo 10 de octubre de 1858. Fuente: Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938.


Cartel del Gran Teatro PRINCIPAL para el viernes 4 de febrero de 1859. Fuente: José María de Cossío. Los toros. Tratado técnico e histórico. T. 4, p. 153. GRAN TEATRO / NACIONAL / Magnífica, sorprendente y variada función / extraordinaria / PARA EL / VIERNES 4 de febrero de 1859, / A BENEFICIO DE / JUAN ZAFRANE / Primer actor y director de la Compañía. (...) IV.-En esta parte variará el espectáculo completamente, y por final se pondrá en escena una graciosa pieza en un acto, titulada EL APRENDÍZ DE TORERO. / En esta pieza aparecerá una vistosa PLAZA DE TOROS, en la que se lidiará / UN VALIENTE TORO DE ATENCO, / por el simpático actor D. JOSÉ MIGUEL, acompañado del acreditado torero D. BERNARDO GAVIÑO y su cuadrilla, los que han tenido la amabilidad de prestarse generosamente en mi obsequio para amenizar esta función. De la misma Plaza se elevará hasta el público / UN BONITO GLOBO, / el que ha su tiempo se transformará en / UN VISTOSO TEMPLETE, / del que saldrán DOCE PALOMAS, llevando en el cuello cada una de ellas UN BILLETE DE LA LOTERÍA, para obsequiar a los que tengan la suerte de cogerlas. / RIFA DE UN TORO. / Se efectuará de uno expresamente escogido para esta rifa, el que estará adornado, y no será el que se lidie. Con cada boleto de entrada se dará un número de la rifa, siendo el agraciado el que se extraiga delante del público. TIP. DE N. CHÁVEZ, CALLE DE LA CANOA N. 5. COSSÍO, José María de: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 19741997. 12 v. Véase además en Tomo IV (3ª ed., 1971), p. 153.


ESCENA TAURINA reproducida en un cartel de mediados del siglo XIX. En José María de Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, T. 4, p. 143.


Esta imagen corresponde al cartel del domingo 13 de diciembre de 1857. En tal ocasión, la plaza principal de San Pablo fue escenario, entre otras curiosidades, de un “intermedio divertido. En el que se presentarán CUATRO ORANGUTANES, dos montados en burros, dos a pie y un matrimonio de ancianos en zancos, a lidiar con UN TORO EMBOLADO. Fuente: colección del autor.


En 1870, cuando Ponciano estaba metido en aprender un pial o una mangana, estas “figuras” divertían a la afición michoacana. En “Revista de Revistas” Nº 1394, del 7 de febrero de 1937.


El grabado, de José Guadalupe Posada, muestra la suerte de varas, tal y como se practicaba en el Aguascalientes de los años 1870. Allí están presente, por lo menos, el “Capitán de cuadrilla” o “Capitán de gladiadores”, el picador y un banderillero, lo que significa observar la participación de al menos estos tres elementos que integraban una cuadrilla.


Toros en Tlalnepantla (hacia 1880). Anónimo. Colección: Julio Téllez García.

Ejemplar que actualmente se encuentra en la biblioteca “Salvador García Bolio” (GARBOSA) en el Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías. Morelia, Michoacán.


Pedro Nolasco Acosta “Capitán de gladiadores” y cuadrilla. San Luis Potosí, 1885. En Heriberto Lanfranchi, La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. I., p. 25.


Curiosa fotografía de una cuadrilla de aficionados, tomada el año de 1885, en la que figura como matador el joven Pepe Basauri. Fuente: “León taurino y deportivo”. 1ª época, León, Gto. Julio de 1938, Nº 1. Col. Julio Téllez García.


Cuadrilla de toreros mexicanos, hacia 1885. Una rareza como documento gráfico. Fuente: “EL REDONDEL” Nº 2,904 del domingo 16 de diciembre de 1984, p. 12.


En “Revista de Revistas” Nº 1394, del 7 de febrero de 1937.


“Revista de Revistas” Nº 1394, del 7 de febrero de 1937.


En Sol y Sombra. Madrid, 20 de octubre de 1898, N° 79.


El diestro “El Orizabeño” con los miembros de su cuadrilla, cuando actuaba como espada en los redondeles mexicanos. En “LA LIDIA. REVISTA GRÁFICA TAURINA”.


Cuadrilla de “Jóvenes sevillanos”. Sentados: “Lobito” y “Blanquito”. De pie (de izq. A der.): “Vaquerito”, “Bonarillo”, “Lobito chico” y “Mazzantinito”. Se presentó en México en la plaza “Hipódromo Coliseo” el 4 de marzo de 1888. En “La Temporada. Semanario Taurino Ilustrado”, México, año 1, Nº 11, febrero de 1912.


Así lo apunta Guillermo Ernesto Padilla: Una interesante fotografía tomada el año de 1888 en México. aparecen en ella el diestro sevillano Diego Prieto “Cuatrodedos” (sentado) con sus banderilleros Ramón López (después famoso empresario), Juan Sal “Saleri” (muerto trágicamente en la plaza de Puebla aquel mismo año), Antonio García “Morenito”, Manuel Mejías “Bienvenida” y el notabilísimo peón sevillano Manuel Blanco “Blanquito”. “Cuatrodedos”, ya retirado de la profesión taurina tuvo una breve pero fructífera actuación como empresario de novilladas en la plaza de “El Toreo”, en el verano de 1910, pues se recuerda aún cómo de la serie citada salió la primera pareja novilleril que apasionara a la afición mexicana: aquella que formaron Luis Freg y Merced Gómez.24

24

Guillermo Ernesto Padilla, Historia de la plaza EL TOREO. 1907-1968. México. México, Imprenta Monterrey y Espectáculos Futuro, S.A. de C.V. 1970 y 1989. 2 v. Ils., retrs., fots., T. I., p. 51.


LA CUADRILLA DE MAZZANTINI COMPLETA E IMPECABLE.

Gracias al esfuerzo que, de muchos años para acá viene obteniendo la cada vez más notable colección del Dr. Marco Antonio Ramírez, materializada en la biblioteca taurina “Salvador García Bolio”, ubicada en el “Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías”, en la ciudad de Morelia, Michoacán, es posible apreciar, a través del recurso que por internet podemos tener de la misma (aquí la liga: http://www.bibliotoro.com/) un conjunto homogéneo de documentos e impresos dedicados a la tauromaquia, que no se reduce a libros. También encontramos hemerografía, fotografía y otras fuentes que permiten acercarnos a poco más de 13,300 referencias provenientes de diversos países e idiomas. Así, podemos saber, por ejemplo, y en la última actualización (la del 20 de enero) que España tiene un aporte de 7981 registros; México, 2001; Francia, 1391; Estados Unidos de Norteamérica, 374; Portugal, 232; Inglaterra, 122; Colombia, 77; Perú, 72; Venezuela, 48; Alemania, 59. Total, 10 países que concentran la mayor parte de los títulos, sin faltar curiosidades como las publicadas en Japón o en China, por ejemplo. Entre ese mundo de información, al que en lo personal, he tenido la suerte de acceder, se encuentra la maravilla fotográfica que, en esta ocasión he elegido para su debido “revelado”. Luis Mazzantini apenas tenía unos días de haber llegado a México, por Veracruz, directamente desde Cuba, donde ya había toreado previamente. Así que, antes de su llegada a la capital, pasó por Puebla, donde toreó el 27 de febrero, y luego 6 y 13 de marzo de 1887. Desde luego, se aproximaba la triste jornada del 16 de marzo, donde sucedió tremenda bronca en la plaza de “San Rafael”, frente a un pésimo encierro de Santa Ana la Presa, que es tanto como decir que se trataba de toros “cuneros” que, como decía el Dr. Carlos Cuesta Baquero lo eran “sin ascendencia de casta, sino formada con reses bravuconas, broncas mejor que bravas”. Regresando al análisis de la imagen, diré que la compañía acudió completa, y además todos vistieron, para aquella ocasión, rigurosamente de luces. Esto sucedía en el puerto de Veracruz, como ya se dijo, aunque quizá con más precisión hacia la última semana de febrero del 87´. De hecho, a todos se les ve relajados, pero quizá el gran mérito es que el Sr. Ibáñez e Hijo logró convencer al guipuzcoano de hacerse este retrato, donde aparece sentado, al centro, rodeado de sus peones, banderilleros y picadores que, reconocidos en la “marialuisa” que adorna discretamente la


fotografía resultan ser, de izquierda a derecha (de pie): Luis Recatero (Recaterillo), Francisco Diego (Corito), Manuel Pérez (Sastre), Manuel Martínez (Agujetas), Tomás Mazzantini, José Bayard (Badila), Manuel Rodríguez (Cantares), Ramón López y Romualdo Puerta (Montañés). Sentados: Victoriano Recatero (Regaterín), Valentín Martín, Luis Mazzantini, Gabriel López (Mateíto) y José Galea.

[GARBOSA]. Todos firmaron atrás y dedicaron el retrato a “nuestro apreciable amigo el Señor General D. Feliciano Rodríguez”. Casi es un hecho que lograda tan impresionante composición, armónica y con el debido equilibrio en el gabinete del Sr. Ibáñez, esta compañía salió con destino a la Puebla de los Ángeles para cumplir con el contrato previamente acordado de aquellas tres actuaciones, en las que se lidió ganado de San Diego de los Padres. Seguramente todos los integrantes de la compañía contaron con el agradable recuerdo de aquel retrato y lo conservaron con el agradecimiento de que, en el fondo se les recibía como héroes en este país. Otros tantos ejemplares, debieron venderse directamente por Ibáñez y el que hoy apreciamos, que además tiene el valor de llevar nombre, firmas o seudónimos, debe haberse quedado en el arcón de los recuerdos de algunos de estos altivos señores para gozo, hoy día de tan admirable trabajo, en el que el fotógrafo se valió de aquellos lienzos que, como telón de fondo quedaron registrados en cientos de imágenes que nos permiten observar actitudes, poses y demás gestos de tanta y tanta gente que logró tener un retrato, una auténtica “tarjeta de visita” con qué identificarse ante los demás. Muchas de ellas solo conservan lo curioso de ese propósito, pues desconocemos de quien o quienes se trata. En este caso, la “Célebre Cuadrilla de D. Luis Mazzantini” se desvela en lo imponente que trasciende ese retrato en tono sepia, con lo cual tenemos ahora clara idea de quienes se presentaron ante la afición mexicana y tuvieron en Puebla feliz presentación. Como ya lo adelantaba, el episodio del 16 de marzo, marcó para Mazzantini y miembros que le acompañan, un quiebre en sus destinos, pues con la tremenda bronca que se suscitó en la de San Rafael; la huida hacia la estación del tren


con ganas de salir a donde fuera; y luego pronunciar su célebre frase: “¡De este país de salvajes, ni el polvo quiero…!”. Cambió el destino para quien, con los años, regresaría curado en salud, y montando año tras año, y hasta más o menos 1904 su célebre “Temporada Mazzantini” en las que, el monopolio de don Luis, tuvo muy buenos dividendos.

Ficha obtenida en el propio portal GARBOSA.


Ponciano Díaz, Celso González y Agustín Oropeza en España. Fuente: José María de Cossío. LOS TOROS. TRATADO TÉCNICO E HISTÓRICO, T. III., p. 240. Además en: Pan y Toros, Año 2, N° 49, del 8 de marzo de 1897, p. 3.


Don Ponciano estrechando la mano de su banderillero Carlos Sánchez. También en la fotografía los picadores “Veneno” y Francisco Franco. Retrato tomado en Puebla, y junio de 1895. Fuente: Cortesía, Guillermo Ernesto Padilla.


Cuadrilla de aficionados que actuaron la tarde del 25 de enero de 1895 en la plaza de toros Bucareli. Es de lamentar que no haya podido ubicar los nombres de quienes participaron en el festejo.


”Silverio chico” y cuadrilla. Ponciano le concede la alternativa en la plaza BUCARELI el 13 de octubre de 1895. Foto: C.B. Waite. En “LA LIDIA. REVISTA GRÁFICA TAURINA”.

En ambas fotografías, obtenidas seguramente por Winfield Scott, compañero de C. B. Waite, en actividades que ambos no solo realizaron debido a contratos previos con empresas constructoras, sino por el puro placer de recoger diversos pasajes de la vida cotidiana desde finales del siglo XIX y, por lo menos hasta 1913, logra ambas imágenes –quizá hacia 1895-, donde puede observarse, en el mismo orden a Francisco Aguirre “Gallito”, Diego Rodríguez “Silverio chico” –al centro-, y luego a la derecha, Eduardo Margeli. Los otros dos banderilleros, podrían ser “Fatigas” y “Ostión”, es decir, se procurará identificarlos a plenitud.


Plaza: Tenango del Valle, Edo. de Méx. (ca. 1897). Ponciano Díaz e Ignacia Fernández “La Guerrita”. Foto W. Scott. Aquí vienen en medio de la expectación de los pobladores de Tenango del Valle, que celebran fiestas durante la mitad del mes de enero de 1898, nada más y nada menos que Ponciano Díaz e Ignacia Fernández "La Guerrita". Detrás, las cuadrillas, mezcla extraña de infanterías entre lo mexicano y lo español. Más atrás los picadores, charros que forman un cuadro rarísimo: sombrero de ocasión, vara en ristre, y los caballos portando algo muy parecido al actual peto, no siendo más que cueros que hacían las veces de protección. Se les llamó despectiva y peyorativamente "baberos". Al fondo de la imagen, un conjunto de sorprendidos aficionados, luciendo sus mejores galas: sombrero de piloncillo ellos; rebozo ellas. Algunos guardias son enviados para evitar desmanes y quizás, en el ambiente, el grito sonoro de ¡Ora Ponciano! bajo un sol esplendoroso iluminando el doliente gesto de un ídolo que poco a poco se diluía. Fototeca del INAH (Archivo “Casasola”). Ex-convento de san Francisco, Pachuca, Hgo.


Cuando Luis Mazzantini vino a México, luego de que pasaron varios años de su conocido fracaso en marzo de 1887, tuvo la suerte de organizar, durante varios años la “Temporada Mazzantini”, haciéndose acompañar, en la mayoría de los festejos de Nicanor Villa “Villita”. Por lo menos, desde 1897 y hasta 1904, los éxitos fueron permanentes y la presente imagen corresponde quizá, con alguna de aquellas ocasiones. Se trata de la plaza de toros “Bucareli”. Una tarde soleada, probablemente durante el invierno, deja notar también el lleno completo, mientras el de Guipúzcoa realiza el “paseíllo” al frente de sus cuadrillas.


Cuadrillas que toreó la última de las corridas formales que hubo en la plaza de toros “Bucareli”. De pie (izquierda a derecha): Luis Leal, Simón Leal, Enrique Merino “el Sordo”, Antonio Escobar “el Boto”, Antonio Villarreal, Diego Prieto “Cuatro dedos”, Eduardo Leal “Llaverito”, Joaquín González “el Madrileño”. A caballo, picadores: José de la Vega “Costanero”, Ángel Sánchez “Arriero chico”, José Fernández “el Portugués” y José Sánchez “Arriero grande”. Los dos personajes que van tocados del traje charro, son los arrastradores. (Ca. 1898). C.B. WAITE, fotógrafo. Fuente: Colección Julio Téllez García.


Eduardo Leal “Llaverito” y cuadrilla. Fotografía, C.B. Waite (Ca. 1895).


LAS SEÑORITAS TORERAS. En mi libro (inédito): LAS NUESTRAS…,25 incluyo los siguientes versos, publicados en 1898: Las señoritas toreras. Sensacional hoy en México de las muchachas toreras que se burlan de las fieras con un valor estratégico y manejan el estoque la capa y las banderillas con saber. Esas chiquillas van a causar el disloque quizás harán furor o han de hacerlo, sin quizás, en México, nada más, por su gracia y su valor. Dolores Pretel, LOLITA Diez y siete abriles. Es ni muy bonita ni fea, y guapa cuando torea con valentía a la res. De su carrera a través justas palmas alcanzando y entusiasmos mil causando, deja siempre impresión grata con los palos, cuando mata, lo mismo que rejoneando. Salerosa, bien apuesta, de facultades y vista palmas nutridas conquista sin dejar de ser modesta. hizo, en la taurina fiesta revolución femenil y ha probado, veces mil, soberanas condiciones para llevar pantalones con entereza vil. Sabe Lolita Pretel, aunque parezca inconexo, las labores de su sexo practicar de un modo fiel. y a pesar de su cartel, José Francisco Coello Ugalde: “Las Nuestras: Tauromaquia mexicana con toque femenino. Desde los siglos virreinales y hasta nuestros días”. México, 2011. 330 p. Ils., fots., facs. (Serie: Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas Nº 77. Subserie: Curiosidades Taurinas de antaño, exhumadas hogaño y otras notas de nuestros días, 27). 25


como buena matadora, es también cortés señora al hablar; sabe solfeo y ha de escribir, según creo, de manera encantadora. Ángela Pagés, ANGELITA. Es hoy continuo reflejo de habilidad consumada en el difícil manejo de la muleta y la espada. Ha sufrido tres cogidas de la lidia en el fragor, y ¡oh rareza! esas heridas aumentaron su valor. Cuadra bien, con perfección ante los toros, y aprieta con la espá hasta el corazón porque se encuna completa. Ella y Lolita, primores bordan con las banderillas y ¡cómo gustan, señores, en el cambio de rodillas! No es cual Lolita elegante mas sí como ella valiente de los becerros delante… o Sánchez de Neira miente. Los cronistas de cartel han comparado a Angelita con Juan Molina, con él; y a la Lolita Pretel, casi nada, con Guerrita. Esta nueva novedad que en México se presenta y con partidarios cuenta ya por toda la ciudad, me dará oportunidad para apreciar tal valer y mis revistas hacer -que son todo mi recreohablando de su toreo como Dios me de a entender. Alsásua.26 26

El Popular, D.F., del 4 de febrero de 1898, p. 1.


Esa cuadrilla, hizo campaña en nuestro país entre 1897 y 1904, aproximadamente. Su primera presentación sucedió la tarde del 20 de febrero de 1898 en la plaza de toros de “Bucareli” en estos términos: 6 toros y toretes de muerte de Tepeyahualco. Estreno en México de la notable cuadrilla de Señoritas Toreras. 4 toretes de Tepeyahualco. Matadoras: Dolores Pretel “Lolita” y Angela Pagés “Angelita”. 2 toros de Tepeyahualco, lidiados por una cuadrilla que capitanean los dos auxiliares de las SEÑORITAS TORERAS, matando los dos toros el valiente diestro José Huguer MELLAITO. Luego, en 1902 y 1904, respectivamente surgieron otras dos cuadrillas, una que se presentó en la plaza de toros “Chapultepec” la tarde del 25 de diciembre de 1902, cuando se presenta la nueva “Cuadrilla de Señoritas Toreras”. Matadoras: Dolores Pretel “Lolita” y Emilio Herrero “Herrerita”. Cinco toretes de San Diego de los Padres. Banderilleras: Rosa Simó, Encarnación Simó y Dolores Prats. ¡Un lleno total! Mucho gustó toda la cuadrilla y todas ellas fueron aplaudidas de continuo por los entusiastas espectadores. “Lolita” mató de un estoconazo al tercero de la tarde y le dieron una oreja. Luego, en el siguiente novillo, salió montada en un garboso caballo, vestida ya no de luces sino con falda de terciopelo negro, chaqueta corta y un calañés en la cabeza, para clavar lucidamente algunos rejoncillos. (H. Lanfranchi). Y la que actuó en la plaza de toros “México” de la Piedad, en novillada extraordinaria para el viernes 1º de enero de 1904. Presentación de la cuadrilla de SEÑORITAS TORERAS. 5 toretes de San Diego de los Padres. Lidiadoras: Emilia Herrero “Herrerita”, Isabel Guerro “Joseita”. Sobresaliente, Josefa Molas “Pepita”. Gran novedad! Rejoneo en bicicleta por “Pepita”. Afortunadamente de esta última cuadrilla, existen algunas imágenes que permiten identificarlas con la plenitud de sus encantos. Por ejemplo Elvira Herrero y Luisa Comes, calificada como “dos excelente banderilleras”, empezaron a torear el año de 1895, a las órdenes de la tan conocida matadora Emilia Herrero “Herrerita”, conocida por toda la república. Dichas banderilleras dejaron evidencia –donde toreabande un marcado éxito por todas partes, siendo muy aplaudidas. Luisa, por ejemplo, se distinguía en la tan arriesgada como difícil suerte de Don Tacredo, ejecutándola con la mayor serenidad. Josefa Molas, banderillera también, empezó a formar parte en la cuadrilla de Lolita y Angelita en el año de 1894, y fue tanto el éxito alcanzado por ella, que al año siguiente formaba como sobresaliente de espada, siendo muy querida y ovacionada en cuantas plazas se presentara. Además, entre sus virtudes, contó con el hecho de que rejoneaba a caballo. Todas ellas se encontraban apoderadas por el señor José C. Beltrán.


Cartel anunciador de la cuadrilla de las señoritas toreras, que actuaron en plazas mexicanas entre los últimos cinco años del siglo XIX y los primeros cinco del XX. Fuente: Colección Julio Téllez García.


“LOLITA” Y LA “SUERTE SUPREMA”. Hace relativamente poco, hubo oportunidad de apreciar en las famosas “Rejas de Chapultepec”, una exposición denominada “10 años del Museo Archivo de la Fotografía, testimonio de un siglo de historia”, organizada por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México. En su contenido se incluyó una interesante reproducción que corresponde al momento en que Dolores Pretel “Lolita” se dispone a consumar la suerte suprema en el ruedo de la plaza de toros “Chapultepec”, seguramente durante la tarde del jueves 25 de diciembre de 1902, según puede apreciarse en el cartel de aquella jornada, cartel que nos informa y confirma a la vez que en esa ocasión, se lidiaron “a muerte” 5 bravos toretes de la afamada ganadería de San Diego de los Padres. Y es que el tamaño del burel así lo permite corroborar. La torera, con cierta desconfianza consuma la suerte suprema, saliéndose de la suerte, “yéndose del mundo”, como decían los antiguos revisteros a la hora de indicar que el torero ni siquiera conseguía “hacer la cruz…”, porque “el que no hace la cruz, se lo lleva el diablo” terminaban sentenciando en sus mismas reseñas.

Col. del autor. Precisamente buscando notas que la prensa desplegó al respecto, ubico una en La Patria, del 27 de diciembre de 1902 que ofrece la siguiente información: Las señoritas toreras. Muy buena entrada en ambos tendidos, mucha gente y sobre todo mucho entusiasmo, fue lo que hubo antier en la plaza de Chapultepec. Los toretes estuvieron superiores dada su edad, sobre todo el 4° de hermosa lámina y el último más grande que los demás y bastante entero, tanto que el público no quería que lo estoqueara “Lolita”.


LAS TORERAS.-Superiores las matadoras y no desmereciendo las demás. “Lolita” posee regulares conocimientos y a la “Herrerita” lo que le falta en esto le sobra en valor. Todas derramando la sal “a mares” y el valor a ídem “Lolita” en hermoso caballo negro señaló dos rejones y no dejó ninguno a causa de estar malos [los rejones]. Los ayudantes excelente y trabajando toda la tarde, merecen aplausos y felicitaciones sinceras. La corrida estuvo buena y el público galante. Firma CACHIGORDA CHICA.

“La Lolita” entrando a matar. Colección Gustavo Casasola. Impresión original. Sección: Toros / Espectáculos. Quien aparece a su vera, con traje corto y un capote en la diestra, seguramente es uno de los “Auxiliadores”, y debe tratarse de José Huguet “Mellaíto”. Obsérvese el lleno que lucen los tendidos de aquella añeja plaza, ubicada al pie del bosque de Chapultepec, pero también obsérvese el rostro compungido de la señorita torera, misma que intenta señalar la estocada en lugar propicio. “Mellaíto” en natural desparpajo seguramente le va indicando cómo ejecutar la suerte en instante que todo torero busca afortunado. Tiempos en que fotógrafos como Lauro E. Rosell, y el propio Carlos Quiroz se armaban cámara en ristre para documentar las crónicas que entonces eran enviadas a través del hilo telegráfico para luego verlas publicadas –varias semanas después- en la célebre publicación Sol y Sombra o La Fiesta Nacional, por ejemplo. Gracias a este testimonio, hoy podemos comprobar la presencia una vez más, de la famosa cuadrilla de “Señoritas toreras” que causó furor en aquellos años iniciales del siglo XX en diversas tardes, y compartiendo -al menos en lo que a noticias concierne-, con otra torera: Juan Fernández “La Guerrita”, quien también actuaba por estos lares.


Cuadrilla de señoritas toreras. Matadoras: Dolores Pretel “Lolita” y Emilia Herrero “Herrerita”. Banderilleras: Rosa Simó, Encarnación Simó y Dolores Prats. Se presentó en México desde 1897. Fuente: Colección Diego Carmona Ortega. La foto, cuidadosamente iluminada, fue obtenida en el célebre gabinete de los hermanos Valleto al finalizar el siglo XIX.


Cabeza del cartel (mutilado) que corresponde a la actuación de la cuadrilla de toreras, en la plaza de toros Chapultepec, la tarde del jueves 25 de diciembre de 1902. Heriberto Lanfranchi nos dice: presentación de la nueva “Cuadrilla de Señoritas Toreras”. Matadoras: Dolores Pretel “Lolita” y Emilia Herrero “Herrerita”. Cinco toretes de San Diego de los Padres. Banderilleras: Rosa Simó, Encarnación Simó y Dolores Prats. ¡Un lleno total! Mucho gustó toda la cuadrilla y todas ellas fueron aplaudidas de continuo por los entusiastas espectadores. “Lolita” mató de un estoconazo al tercero de la tarde y le dieron una oreja. Luego, en el siguiente novillo, salió montada en un garboso caballo, vestida ya no de luces sino con falda de terciopelo negro, chaqueta corta y un calañés en la cabeza, para clavar lucidamente algunos rejoncillos. Col del autor.


Cuadrilla de Señoritas Toreras, que vinieron a México a finales del siglo XIX. Fotografía probablemente tomada por C.B. Waite. Fuente: “La Fiesta. Semanario gráfico taurino”. Nº 127. México, D.F., 26 de febrero de 1947.


Cuadrilla de “Señoritas toreras”. En La Lidia. Revista gráfica taurina. México, D.F., 7 de mayo de 1943, Año I., Nº 24.


El Enano. Madrid, 15 de agosto de 1896. Cuadrilla de señoritas toreras encabezada por Dolores Pretel “Lolita” y que se publicitaba para nuevas actuaciones, sobre todo en ruedos americanos.


“Alvaradito”, el apoderado, tuvo a bien integrar esta otra cuadrilla de señoritas toreras, quienes actuaban, previa contratación, por algunos ruedos en las provincias mexicanas a comienzos del siglo XX.


José Villegas “Potoco” fue uno de tantos diestros españoles que vinieron a México a finales del siglo XIX, con objeto de colocarse entre los favoritos de la afición. Claro, tenía que enfrentar el posicionamiento de otras tantas figuras que ya habían echado raíces y estaban convertidas en “ídolos” de la afición”.


El Empresario de la Plaza de Toros “México” don Ramón López (del paisano) con el matador don Luis Mazzantini y su cuadrilla momentos antes del paseo. Fuente: Efemérides Ilustradas del México de ayer. 1901. Por Gustavo Casasola. México, Ediciones Archivo Casasola (s.a.), p. 182.


Paseíllo de la tarde inaugural en la plaza “México” de la Piedad. Al frente de las cuadrillas Antonio Fuentes y Enrique Vargas “Minuto”. Esto ocurría la tarde del 17 de diciembre de 1899, cuando fue inaugurada la plaza de toros “México”, ubicada por los rumbos de la Piedad. Fuente: Archivo General de la Nación. Fondo: C.B. WAITE.


En “Revista de Revistas” Nº 1394, del 7 de febrero de 1937.


Jaripeo en algún pueblo de dios, en la provincia mexicana, al comenzar el siglo XX. Es una cuadrilla improvisada que se formó, con toda seguridad por algunos vaqueros y más de algún aspirante a novillero. No lleva, ninguno de ellos más prenda torera que el capote de brega. Colección del autor.


Para los espectadores que asisten a las corridas de toros, el toreo es una fiesta de luz y de color, en la que los diestros, ataviados de seda y oro, triunfan de la muerte -o caen gloriosamente heridos-, bajo un sol esplendoroso y nimbados por la aureola del éxito. Lo que desconocen quienes así piensan es el riesgo que corren los hombres por pura afición, llevados tan sólo del afán de sentir cómo la muerte los roza con sus alas, y cómo su arte les permite burlar la fiereza del toro... En esta foto, de un sabor mexicano insuperable, unos indios del Estado de Veracruz, -aficionados de verdad a los riesgos de la lidia-, torean con sus sarapes a un toro, al que jinetea otro aficionado. No hay colores brillantes de púrpura de capotes ni de sedas joyantes en la foto. Tampoco la sonrisa de una mujer premiará la hazaña cuando la hazaña se realice. Ni se escucharán ovaciones, porque no hay público que presencie y aplauda los lances y la destreza de quienes los realizan. A ellos les basta el aplauso íntimo de su afición satisfecha. Que por algo son aficionados puros y en sortear al toro, y en burlar a la muerte, encuentran tanto placer como pueda encontrarlo el diestro famoso que da la vuelta al ruedo cosechando ovaciones y con la oreja del toro en la mano... Fuente: “El Ruedo de México”. Fundador y director: Manuel García Santos. Año IX N° 139, México, D.F., 1° de marzo de 1954, p. 5.


Efectivamente, no es sino un cartel de becerristas, donde bajo todas las formalidades, se organizó aquel festejo, muy al comienzo del siglo XX en la plaza de “Ramón”, es decir, la plaza de toros “México” de la Piedad.


Rafael Gómez “El Gallo” y su cuadrilla en la plaza del “Progreso”, Guadalajara, Jal. Hacia 1905. Entre otros, puede apreciarse a Abraham Lupercio, de civil y a la derecha de Rafael Gómez, llevando sombrero y fumando un habano. Colección: Dr. Luis Javier Padilla.


Esta es la cuadrilla con la que Antonio Fuentes se presentó ante los aficionados de México entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Fotografía que si bien, no aparece identificada, debe corresponder al quehacer de Winfield Scott.


De izquierda a derecha: Luis Roura “Malagueño” (banderillero), José Aguilar “Carriles” (picador), José Creus “Cuco” (banderillero”. Al centro, Antonio Fuentes, y a su lado Manuel Valencia (banderillero). Manuel Valencia (banderillero), Manuel A. Carriles (picador) y el mozo de espadas. La foto fue obtenida por E. Lange en 1902, año en que Fuentes visitó México por segunda ocasión.


Cuadrilla de Luis Mazzantini, tal y como se presentaba en ruedos mexicanos al comienzo del siglo XX. Allí están Luis Leal, “El largo”, Tomás Mazzantini…


Adoptando poses diversas, este otro retrato también nos muestra el paso que por México tuvo en sus ruedos el diestro Luis Mazzantini y Eguía, acompañado de su cuadrilla, pudiendo observarse, entre otros, a Simón Leal, Tomás Mazzantini, Luis Recatero y “El largo”, esto al finalizar el siglo XIX.


Ramón López ya retirado, se dedicó a la labor de empresario. Aquí con Antonio Reverte y “Chicuelo” padre. Archivo General de la Nación [A.G.N.] Fondo: C.B. WAITE., ca. 1900.


Ramón López, ese gran visionario, conquistador espiritual. Aquí en compañía de D. Luis Mazzantini. En Pedro Cervantes y de los Ríos, DIEZ LUSTROS DE TAUROMAQUIA.


Manuel Hermosilla había venido a México desde 1869, y aunque encontró pocas oportunidades para colocarse, dado que privaba la prohibición a las corridas de toros, regresó nuestro país en 1887. Supo mantenerse en activo por otros tantos años, hasta comienzos del siglo XX en que se retiró definitivamente.


Cuadrilla Juvenil Mexicana, enseñada y dirigida por el ex-banderillero de Salvador Sánchez “Frascuelo”, Saturnino Frutos “Ojitos”. Matadores: Rodolfo Gaona y Samuel Solís. Col. del autor.






Uno más de aquellos retratos necesarios para fortalecer la publicidad, ya bien adquirida, que estaba dando fuerza a la naciente “Cuadrilla juvenil mexicana”, comandada por Saturnino Frutos “Ojitos”.



La Cuadrilla Juvenil Mexicana como fue presentada por Saturnino Frutos. Al centro mírase al maestro “Ojitos” y de izquierda a derecha aparecen Manuel Rodríguez, Blas Hernández, Antonio Conde, Rodolfo Gaona, Eustolio Martínez, Antonio Rivera, Pascual Bueno, Daniel Moran, Prócoro Rodríguez, Rosendo Trejo y Fidel Díaz. Fotografía de la Galería Taurina de don Celerino Velázquez, facilitada gentilmente a LA LIDIA. Revista gráfica taurina, que se publicó en el N° 53, del 5 de noviembre de 1943.


Una fotografía más, de las muchas en que posó la recién formada “Cuadrilla juvenil mexicana”, dirigida, como ya sabemos, por Saturnino Frutos “Ojitos”, desde 1903, y que dos años más tarde ya se presentaba con bastante éxito en diversas plazas del centro de nuestro país.


Imagen tomada en 1904.


Esta cuadrilla estuvo formada por Agustín Velasco, Pascual Bueno y Samuel Solís, Prócoro Rodríguez, Blas y Narciso Delgado, Jesús Tenes, así como los hermanos Blas y Narciso Delgado. Todos ellos, pupilos de Enrique Merino “El Sordo” y que actuaron la tarde del 22 de septiembre de 1907, inaugurándose en aquella ocasión la plaza de toros “El Toreo” de la Condesa.


El Eco Taurino de México. Revista de información, opinión y comentario. Año IX, del 14 de noviembre de 1933, N° 324.


Esto, al comenzar el siglo XX y en la plaza de toros “México”.





Aquí, Luis Freg con Antonio Conde, Luis Leal y Refulgente Álvarez.



Cuadrilla que encabezó Arcadio Ramírez “Reverte mexicano”, quizá en alguna de sus célebres actuaciones en la plaza de toros “México” de la Piedad, al comenzar el siglo XX. Cortesía de Miguel Ángel Llamas.


La fotografía, rescatada gracias al apoyo digital de la internet, nos muestra una cuadrilla de jóvenes, imagen que hoy día se ubica adornando alguno de los muros en la casa principal de la ganadería de Golondrinas. Probablemente se trate de alguno de los hijos de D. Pascual Lecea, de origen vasco, quien fundo la emblemática hacienda en 1870. Quizá aparezcan en la imagen tanto Jacobo como José María Domínguez Lecea. Disponible en internet abril 29, 2020 en: http://www.ganaderiagolondrinas.com/


Cuadrilla de señoritas toreras al comenzar el siglo XX en México. En Heriberto Lanfranchi, La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. II., p. 788. La fecha, 20 de marzo de 1921. Se trata de Luz Rojas, Juana Lara, Rosario Madrigal y Luz González. Fot. Casasola.


Toreros en Chihuahua, a principios del siglo XX. Se trata, más bien, de una cuadrilla improvisada de aficionados que, bajo la idea del algún festejo benéfico, actuaron en forma generosa, sumándose al altruismo de por medio.


Fotografía obtenida en la Hacienda de Cristalaco, Tlaxcala el 16 de septiembre de 1909. En ella aparecen, como Capitán, Alberto Altamirano. Banderilleros, David Pérez, Erasmo Rodríguez, Luis Cuellar y Carlos Fernández. Como Picador, Eduardo Zamora. En De seda, oro y plata. Textiles taurinos (febrero 2-abril 3, 2005). Catálogo. Museo Franz Mayer, México, Imprenta Litosanca, S.A. de C.V., 2005. 59 p. Ils., fots.




Tres toreros vestidos de seda y oro viejo. Es un retrato de gabinete a plena luz del día, quizá obtenido en un patio de la misma plaza o en el ruedo. No hay más información al respecto y lo único que desvela esta imagen iluminada, es una curiosidad que no podía quedar sin incluirse en la presente “Galería”.


Abraham Lupercio, además de ser un espléndido fotógrafo, fue un taurino declarado. Por tanto, participaba activamente en festejos donde cuadrillas como la presente, lucían sus habilidades ante los becerros. En más de algún momento, Abraham vistió de luces, y existe algún retrato que declara tal atrevimiento en sus andanzas. Fotografía hecha al comienzo del siglo XX. Col. Luis Javier Padilla.



Esto, en 1913. Tan significativo personaje. HabĂ­a muerto el 25 de octubre anterior.


José Romero “Frascuelillo” formó, a lo largo de muchos años, diversas cuadrillas, y aquí podemos observar a un “maestro” con el peso de los años, procurando que, para la foto, los tres aspirantes, lucieran gallardamente la figura torera con que se materializaban las lecciones de salón. Después de todo esto, el ruedo era la principal razón de sus aspiraciones. (Ca. 1930).


Sรณlo se tiene el dato de que la imagen fue tomada en Torreรณn, Coahuila en 1910. Por lo tanto, se desconoce hasta ahora, a los diestros actuantes.


(El Universal Taurino, N° 50, 22 de septiembre de 1922).


Fotografía iluminada que nos presenta el momento en que las cuadrillas, encabezadas por Rodolfo Gaona, Juan Belmonte y Bernardo Casielles, parten plaza en el “Toreo” de la Condesa. Esto ocurrió la tarde del 15 de enero de 1922. La tercia, despachó un encierro de Zotoluca.


La despedida, ocurriรณ el 12 de abril de 1925.


Universal Taurino. T. VIII, N° 180 del 6 de abril de 1925.


La presente, es una representación que, el reconocido pintor tamaulipeco, José Reyes Meza pudo recrear, en lápiz de grafito sobre papel, para ilustrar lo que el artista consideraba una cuadrilla de toreros bigotones, registro de la influencia que pervivió durante buena parte del siglo XIX mexicano.


Todavía, en una última búsqueda realizada en http://www.bibliotoro.com/, y en su banco de información que procede de GARBOSA, encontré este interesante registro:

Que ya detallado en su portada, lo podemos apreciar como sigue:


ALGUNAS TIEMPOS.

REPRESENTACIONES

ANTIGUAS,

RECUPERADAS

EN

NUESTROS

Recreación de un festejo a la antigua, en plena plaza mayor de Madrid. Esto ocurrió en el año 1970, de acuerdo al reportaje que publicó MUNDO HISPÁNICO Nº 269. Agosto 1970.





La Plaza Mayor de Madrid durante la celebración de las brillantes Fiestas Medievales organizadas por el Círculo de Bellas Artes. En MUNDO HISPÁNICO Nº 269. Agosto 1970.


Juego de caĂąas celebrado en el siglo XVI en la plaza Mayor de Madrid.


Antonio Navarrete supo recrear en forma muy particular, una serie de expresiones ocurridas en el pasado taurino mexicano. Esta imagen, por ejemplo, permite observar la forma en que un paje o lacayo entrega una lanza al “Cuadrillero” que se encuentra a punto de intervenir en la suerte de la “lanzada”, de práctica común durante por lo menos, aquellos primeros años después de la conquista, y hasta mediados del siglo XVIII.


Si bien los alguaciles, que recuerdan la la guardia implantada por Felipe IV, y que después –como hasta hoy-, fungen como los que encabezan el desfile de cuadrillas, en una época tuvieron funciones para despejar la plaza mayor, antes de comenzar los festejos reales.


Plaza Mayor de Madrid. "Fiesta Real en la Plaza Mayor" (1623), รณleo atribuido a Juan de la Corte, Museo de Historia de Madrid. Disponible en internet abril 30, 2020 en: http://baulitoadelrte.blogspot.com/2016/10/el-madrid-de-los-siglos-xvi-al-xix.html


Escuela de español. Vista de la Plaza Mayor durante las ferias. Mariana de Austria y Carlos II. Siglo xvii. Madrid, museo público. Ubicación: MUSEO DE HISTORIA-pinturas, España.


Vista de la plaza mayor de Madrid en la tarde del 10 de julio de 1803.


Detalle.


Museo Taurino Real Maestranza de Caballería. Festival taurino en la Plaza Mayor de Madrid. Anónimo, Escuela de Madrid 1679. Óleo sobre lienzo.


Escaramuzas, segĂşn D. Bruno de Morla Melgarejo, 1889.


Juegos de caĂąas y escaramuzas que desarrollaban los caballeros en Jerez de la Frontera, EspaĂąa. Disponible en internet abril 30, 2020 en: http://www.juntadeandalucia.es/cultura/archivos_html/sites/default/contenidos/archivos/aga/difusion/docu mentoMes/Dxpticos/Dxptico_mar_2013.pdf


Poco a poco, las cuadrillas de los señores de a caballo fueron siendo desplazadas, sobre todo durante el siglo XVIII y toda la fuerza que las ideas de la Ilustración trajeron a las nuevas sociedades. En ese sentido, el considerado “retorno del tumulto”, de acuerdo a la opinión de Pedro Romero de Solís, se deja ver en esta imagen que recrea un momento en que los primitivos toreros de a pie, se apropiaron de la tauromaquia, sin más.


En Pan y Toros. Madrid, aùo II, N° 55 del 19 de abril de 1897, p. 15.


Orden y desorden en las cuadrillas. En la fotografía superior, un conjunto militar deja ver lo perfecto que puede ser un desfile. En la imagen inferior, momento en que el “desfile de cuadrillas” se rompe con una alteración imprevista que el fotógrafo registró para la posteridad. Esto debe haber ocurrido hacia 1889 o 1890.


Hermosa y evocadora postal que nos aproxima al paseĂ­llo, en alguna plaza mexicana al finalizar el siglo XIX, y donde los de a caballo, ostentan en su mano diestra la vara de picar.


22 de septiembre de 1907. Inauguración de la plaza de toros “El Toreo” de la colonia Condesa en la ciudad de México.


En Sol y Sombra. El semanario Taurino Nacional. Noviembre, 1942.


Con los años, y para conmemorar la presencia e influencia dejadas por Francisco de Goya y Lucientes en los toros, se le recordó en las primeras corridas “Goyescas” que se celebraron en España desde los años 20 del siglo pasado. Hoy día, dicho espectáculo ha cobrado singular importancia, sobre todo en la plaza de Ronda.


Desfile de charro, que encabezรณ uno de los varios festejos que se celebraron durante la conmemoraciรณn del Centenario de la Independencia, esto en el curso de septiembre de 1910.


CONVITE TAURINO, OTRA FORMA EN QUE SE PRESENTABAN LAS CUADRILLAS. Convite se llama en el más puro lenguaje taurino a aquel acontecimiento donde toreros venidos de la “legua” (de todos esos caminos, de pueblo en pueblo y de “novenario” en “novenario”), y que han llegado a otro pueblo más, anuncian su participación en la fiesta que habrá de darse por la tarde, yendo por las calles principales a pie o en algún carromato, o en un vehículo descubierto, ataviados con los trajes que lucirán en ese festejo tan “publicitado”, que por eso lo llaman así: Convite. Convidan, invitan a los lugareños para que asistan por la tarde a la plaza o al lienzo de la localidad, presentándose también la cuadrilla, el zarzo de banderillas y todo al son de pasodobles, marchas y otras piezas del repertorio de la charanga que les acompaña. En fin, la compañía que actuará buscando complacer y divertir a la población que decida asistir a esa “grandiosa corrida”, de la que queda constancia en los carteles que obsequian a su paso, y de otros cuyo fin son algunas esquinas, a donde se acercan los curiosos para enterarse de “santo y seña” de la “corrida de postín” que habrá de celebrarse horas más tarde.

Procesión en la fiesta de la santa patrona. México. Gustave Janet. (ca. 1840). Esta es una tradición que persiste, quizá en menor medida porque finalmente los tiempos que corren marcan otras pautas o porque ya no nos enteramos de tan curiosos pasajes, los cuales se quedan muchas veces en esas poblaciones, que son refugio de ilusión. Nuestra ciudad, seguramente por contar con otra dimensión en cuanto a fiesta taurina se refiere, solo registra en algunos de sus barrios esta curiosa forma de publicidad de torerillos que se quedaron en el camino y uno que otro corrió con mejor suerte. Sin embargo, es en el corazón mismo donde ocurrieron, desde temprana fecha: 1526 los primeros festejos, peculiares por cierto, que en nada se parecen a lo que vemos en nuestros días. Poco a poco iremos contando algunos de los múltiples acontecimientos que cimbraron estos rumbos de la capital, y también de la provincia, sobre todo entre los siglos XVI al XIX cuando hubo en ella distintos escenarios en sitios inverosímiles donde ocurrieron numerosas fiestas, las cuales se celebraron por motivos y razones diversas. Los siguientes datos corresponden a la forma en que Los convites se celebraban –y siguen celebrándose- en el actual estado de Querétaro. Veamos. Los convites


Ahora hablaremos de los desfiles o paseos que se efectuaban para dar a conocer la próxima realización de un espectáculo y que servían para invitar al público a asistir a los mismos, la invitación así realizada recibe el nombre de convite.

Preciosa recreación del “convite” por el artista jalisciense Luis Gómez. El convite de los toros Valentín Frías nos describe cómo se realizaba el convite de la hoy llamada fiesta brava en 1850, mismo que salía de la Plaza de Toros de la Huaracha (Reforma entre Juárez y Vergara), y después de hacer un recorrido, que también detalla, regresaba a su punto de origen. La comitiva era como sigue: El payaso con silla vaquera en un caballo tordillo, rodeado de muchachos, llevando en la mano un puñado de anuncios y gritando más o menos lo siguiente: "Conque muy temprano las espero, chachitas -dirigiéndose a las señoritas de las ventanas-, a la corrida. Se lidiarán cuatro toros arrogantes de la Hacienda de Miranda; habrá palo encebado en el que se pondrán ricas prendas para el que guste subir a cogerlas y terminará la función con el embolado y la pantomima, tan divertida, de los hombres gordos... -y levantando la voz gritaba-: ¿Es verdad? y contestaban también a grito abierto: ¡Síiii!.... y aventando el gorro para arriba espoleaba al caballo y corría aventando anuncios a las multitudes, diciendo chistes que hacían reír a los muchachos[1]. Como a cien pasos de distancia llevaban monos, monas, pericos, cuervos, payasos, floricuernos, ramos de flores, macetones, etc.[1] Poco detrás, la música de viento tocando la marcha "Las Amazonas" o algún paso doble. Enseguida, la cuadrilla a caballo de tres en tres como sigue: El capitán muy elegante en medio y a sus lados dos banderilleros poco menos elegantes; todos con sombreros charros de toquilla gruesa, de galones con grandes chapetones de plata, forrados los sombreros por debajo de seda verde, azul o roja, con grandes barboquejos de seda colgando hacia atrás [1]. Luego seguían tres toreros de capa, los banderilleros y los picadores con garrocha en mano. Después, los monos sabios; dos llevando un tronco de mulas enfloradas; otro con una carretilla pintada de azul y otros tres sin nada. Estos iban vestidos de blanco con sombreros chilapeños con una ala arriscada adornada con un plumón de color[1]. Los hombres gordos iban tras de la cuadrilla, antes de los monos sabios, en burro. Estos eran cuatro, vestidos de blanco con sorbetes, llevando el traje muy amplio pero rellenado de paja, haciendo una figura muy risible, entrando el paseo a las dos de la tarde[1]. Comenzaba la función a las cuatro, retirando antes la música los carteles de los parajes públicos y enseguida seguía la música tocando en el pórtico de la Plaza hasta poco antes de la corrida, hora en que entraba tocando, en medio del griterío del, tanto entonces como ahora, exigente público [1].


Hasta aquí el relato de Alter, en lo referente al paseo previo, pues continúa describiendo la plaza y las suertes de la fiesta. En otra crónica, Frías describe como era este convite en 1870, refiriéndose al que hacía la empresa de la Plaza de Toros de Occidente ubicada en la ahora esquina de Ezequiel Montes y Avenida del 57.

Del mismo Luis Gómez es esta otra estampa Del “Convite”. Los sábados a las once, se lidiaba, más bien se fastidiaba a un pobre bicho que la empresa prestaba al público, a manera de reclamo, para que se divirtiera con él y así calificar el valor de la corrida que se daría al día siguiente [2]. Esta diversión que se le conoció como el toro de once, consistía en un toro embolado que se usó después al fin de las corridas [1]. Concluido el toro de once, salía el paseo, o convite, de la misma plaza a recorrer algunas calles. Aquí se presentan estas variantes, una es que hay un toro que se suelta al público como parte del atractivo, aún cuando veladamente lo cita en el relato anterior. Además cita nombres de los participantes, identificando a Miguel Segura como el payaso de fama, al Maestro Aguilar como el director de la música, a Lino Zamora como el capitán de la cuadrilla, como antes se le denominaba a lo que ahora conocemos como matadores, por otro lado, les comentaremos que este Zamora está considerado el primer queretano matador de toros. Frías también cita en este relato, que en el centro iba Mónica, la mimada del público del sol y galería, sin dar mayores detalles [2]. Otro elemento que agrega Frías es el siguiente: De intento dejamos para lo último el zarzo de banderillas que ocupaban en el paseo el segundo lugar de la comitiva, y el cual lo componían hasta dieciséis curiosas banderillas, que representaban floricuernos, payasos, monas, pericos, macetones, etc., teniendo por remate el asta del zarzo un gran macetón de flores [2]. De aquí nos surge una duda: Los monos, monas, pericos, cuervos, etc., que cita en el primer relato, ¿se refiere a animales o al zarzo de las banderillas? Frías continúa diciendo: en 1900, ya todo había cambiado; pues los toreros salen al paseo en carretelas abiertas, solamente con chaquetín y gorra de partida, de lado, suprimiendo los picadores y demás comparsa, por descontado que mi buen vecino, el payaso, fue nulificado para siempre jamás. El toro embolado ya sólo se usa en las corridas bufas, y mucho menos las pantomimas y el palo ensebado [1]. Si Frías se lamenta que para 1900, ya todo había cambiado, para el 2000, ya nada de esto se usa, sin embargo todavía en tiempos en que operaba la Plaza de Toros Colón (hoy edificio Colón 2) desaparecida en 1962, el convite, muy simple, se realizaba la noche anterior a la corrida y


consistía en pasear a una banda de música colocada en la plataforma de un camión en la que se exhibía el zarzo con las banderillas; sólo en el caso que se promoviera un festival de lujo o de beneficio, se hacía acompañar a este vehículo de otros más en los que viajaban las reinas, quienes eran unas señoritas especialmente invitadas que iban ataviadas con trajes de "manolas" y luego formaban parte del paseíllo para partir plaza al inicio del espectáculo. Ahora, lo más que se hace en estos festivales es incluir a las damas en el momento de partir plaza pero sin vestimenta especial. También se consideran en estos casos el convite del teatro, de los circos, de las fiestas de navidad, de los cines y del box y la lucha libre, sin faltar los que hoy día se realizan, siguiendo la costumbre, aunque con otras infraestructuras. En cuanto al Bando Solemne Una forma de dar a conocer al pueblo las nuevas disposiciones legales o al ganador de las elecciones, era a través del llamado bando solemne, que consistía en que la autoridad, precedida por una banda de música, llegaba a un punto clave en el cual se congregaban los ciudadanos y daba lectura al decreto correspondiente, el cual posteriormente se fijaba a la pared para que quedara a la vista de todos. Este ritual lo repetían en varios lugares. Así Luis F. Pérez, Secretario de Gobierno en ese entonces, fue el responsable de ejecutar el bando correspondiente a la promulgación de la Constitución en 1917.

Los toreros y sus cuadrillas, incluyendo el zarzo de banderillas, camino a la plaza. Autor desconocido. Conclusión Esta forma de hacer partícipe al público de los espectáculos que se ofrecerán, ha sido sustituida por los medios masivos de comunicación, sin embargo fue nuestra intención informar a los jóvenes como se realizaba esto en antaño y tratar de que los no tan jóvenes evocaran estos acontecimientos. Después de las elecciones del próximo 2 de julio, estaremos atentos para ver si se utilizará el Bando Solemne, para dar a conocer, de una manera formal, quién es el Presidente Electo, a todos los habitantes de nuestro Querétaro. NOTAS [1] FRIAS, Valentín F.-Leyendas y Tradiciones Queretanas III-U.A.Q.-Qro.-1988-p. 281 y ss. [2] FRIAS, Valentín F.-Leyendas y Tradiciones Queretanas II-Ed. Provincia-Qro.-1976- p. 220 y ss. [3] RODRIGUEZ FAMILIAR, José-Efemérides Queretanas - Qro.-1973-T. IV p.182 y 236. Estas notas aparecieron en: “NUESTRO QUERÉTARO”. Editor: José Sosa Padilla. Semanario, Nº 103, 26 de junio de 2000.


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La Muleta, 1888. El Puntillero, 1894. Pan y Toros, 1897. Sol y Sombra, 1895. El Toreo. Semanario Ilustrado. 1894-1896. El Popular. 1898. El Universal Taurino; Toros y Deportes (1921-1928). El Universal. El gran diario de México. 1924. El Eco Taurino (1925-1939). La Lidia. Revista gráfica taurina. 1942-1946. Sol y Sombra. El Semanario Taurino Nacional, 1942. Mundo Hispánico, 1970. CONSULTAS POR INTERNET https://torerosmexicanos.blogspot.com/search?q=SIGLO+XIX http://torerosmexicanos.blogspot.com/2010/04/refulgente-alvarez.html http://caiana.caia.org.ar/resources/uploads/3pdf/Vel%C3%A1zquez%20Guadarrama_Ang%C3%A9lica.pdf https://pedroangeles.wordpress.com/2007/03/26/alegoria-del-buen-gobierno/ http://www.ganaderiagolondrinas.com/ http://gestauro.blogspot.com/ http://baulitoadelrte.blogspot.com/2016/10/el-madrid-de-los-siglos-xvi-al-xix.html http://www.juntadeandalucia.es/cultura/archivos_html/sites/default/contenidos/archivos/aga/difusion/d ocumentoMes/Dxpticos/Dxptico_mar_2013.pdf http://www.bibliotoro.com/, y https://ahtm.wordpress.com/



ÍNDICE

Pág.

JUSTIFICACIÓN del segundo título de la colección CINCO SIGLOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. ESPECIAL PARA FOMENTO CULTURAL TAUROMAQUIA HISPANOAMERICANA.

5

PRESENTACIÓN

7

CUADRILLAS CON LAS QUE ACTUABA PONCIANO DÍAZ EN SU ÉPOCA DE ESPLENDOR Y APOGEO.

11

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. ARTURO PARAMIO.

13

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. (7 DE JULIO DE 1839).

15

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. SOBRE LA CUADRILLA JUVENIL MEXICANA.

18

EL MISTERIO DE UN ÓLEO CON TEMA TAURINO, PINTADO EN 1887.

20

FRAGMENTOS y OTRAS MENUDENCIAS.

32

UN BIOMBO NOVOHISPANO CON IMAGEN TAURINA. (1702).

37

VIRTUDES DEL BUEN GOBIERNO. BIOMBO NOVOHISPANO (Ca. 1750).

40

LA CUADRILLA DE MAZZANTINI COMPLETA E IMPECABLE.

94

LAS SEÑORITAS TORERAS

105

ALGUNAS REPRESENTACIONES ANTIGUAS, RECUPERADAS EN NUESTROS TIEMPOS.

169

CONVITE TAURINO, CUADRILLAS.

192

OTRA

BIBLIOHEMEROGRAFÍA

FORMA

EN

QUE

SE

PRESENTABAN

LAS

196



 EN MÉXICO, CIUDAD EN EL DÍA 30 DE ABRIL DEL AÑO DE GRACIA DOS MILÉSIMO VIGÉSIMO LAVS

DEO



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