Las corridas de toros entre independecias y revoluciones

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. UNA REVISIÓN HISTÓRICA.

MÉXICO, 2012 1


LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. UNA REVISIÓN HISTÓRICA.

MÉXICO, 2012

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

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José Francisco Coello Ugalde. 1ª edición publicada bajo el título de LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. UNA REVISIÓN HISTÓRICA. México, 2012.

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Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012.

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Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana, 2020 Reservados todos los derechos. 2020.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito, tanto del autor como del editor. Fotografías de la portada: Añejo retrato de Bernardo Gaviño y Rueda, torero de Puerto Real de España, avecindado en México desde 1835 y hasta 1886 en que muere víctima de herida por asta de toro. Fuente: La Fiesta, Nº 16, del 10 de enero de 1945. El gran ídolo Ponciano Díaz. Esta fotografía es genial en la medida en que nos representa a un torero con todo el carácter que se proyectaba en el pueblo. Fuente: La Lidia. Revista gráfica-taurina. (Ca. 1944). 4


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Esta obra la dedico al Lic. Guillermo H. Cantú

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INTRODUCCIÓN. Derivado de la convocatoria que se presentó para celebrar el Congreso internacional Dos siglos de revoluciones en México. Morelia, Michoacán, México 17 al 20 de septiembre de 2008, tuve a bien proponer un tema denominado: Las corridas de toros entre independencias y revoluciones, mismo del que me serviré para justificar el presente trabajo, alusivo a la revisión de la tauromaquia en los últimos dos siglos en nuestro país.

Señoras y señores: Vengo a proponer ante ustedes las condiciones que se dieron en la tauromaquia mexicana hace 200 y 100 años respectivamente; donde encontramos suficientes elementos para concluir que en efecto, también en los toros se registraron síntomas de independencia y de revolución. Una primera pregunta que nos planteamos es la siguiente: ¿Qué dejó a su paso el toreo durante el virreinato? Tras la intensa celebración civil, profana y religiosa plenamente establecida durante el período virreinal bajo la casa reinante de los Austrias, y que generó por consecuencia infinidad de festejos taurinos, se registró tan luego se puso en marcha el siglo XVIII una serie de cambios, muchos de ellos radicales en la práctica de la corrida de toros, detentada fundamentalmente por la nobleza y que pasó a manos del pueblo, debido en buena medida a la presencia de los borbones, franceses de origen que desdeñaron una tradición fuertemente arraigada que alteraba los principios establecidos por esa monarquía reinante pero ajena a la forma de ser y de pensar del español primero. Del novohispano después.1 Poco a poco, el toreo caballeresco quedó desplazado a un papel secundario, en tanto los “matatoros”, nueva especie encabezada por auténticos 1

Francis Wolff: Filosofía de las corridas de toros. Barcelona, Ediciones Bellaterra, S.L., 2008. 270 p., p. 146. Se ha podido decir que la corrida de toros moderna nación en el siglo XVIII, cuando las clases populares hicieron suya una práctica aristocrática, cuando el matador pasó a ser hombre del pueblo al tiempo que hacía suyos los valores y la tradición caballeresca. En el plano histórico, esa concepción es demasiado simplista, como han podido demostrar algunos historiadores, como, por ejemplo, Bartolomé Bennassar o Araceli Guillaume-Alonso, pero entraña una parte de verdad desde el punto de vista de los valores. La ética del torero es la ética aristocrática del pueblo, como lo era la moral estoica en la Antigüedad, moral de los esclavos maestros.

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representantes populares se adueñaban del control e imponían también nuevos procedimientos que maduraron hasta convertir la tauromaquia en un espectáculo profesional y crematístico. Por tanto, ¿qué fue del toreo ya no tanto en el curso del siglo XVIII, sino el que se desarrolla en el siglo XIX? Esta manifestación popular va a mostrar una sucesión en la que los protagonistas principales van a ser los de a pie, expresión que adquiría y asumía valores desordenados sí, pero legítimos. Y la fiesta en medio de ese desorden, lograba cautivar, trascender y permanecer en el gusto no sólo de un pueblo que se divertía; no sólo de los gobernantes y caudillos que hasta llegó a haber más de uno que se enfrentó a los toros. También el espíritu emancipador empujaba a lograr una autenticidad taurómaca nacional. Se ha escrito "desorden", resultado de un feliz comportamiento social, que resquebrajaba el viejo orden. Desorden, que es sinónimo de anarquía es resultado de comportamientos muy significativos entre fines del siglo XVIII y buena parte del XIX. El hecho de calificar dicha expresión como "anárquica", es porque no se da y ni se va a dar bajo calificación peyorativa. Es más bien, una manera de entender la condición del toreo cuando este asumió unas características más propias, alejándose en consecuencia de los lineamientos españoles, aunque su traza arquitectónica haya quedado plasmada de manera permanente en las distintas etapas del toreo mexicano; que también supo andar sólo. Así rebasaron la frontera del XIX y continuaron su marcha bajo sintomáticos cambios y variantes que, para la historia taurómaca se enriquece sobremanera, pues participan activamente algunos de los más representativos personajes del momento: Hidalgo, Allende, Morelos o el jefe interino de la provincia de México Luis Quintanar. Años más tarde, las corridas de toros decayeron (un incendio en la plaza San Pablo causó larga espera, desde 1821 y hasta 1833 en que se reinauguró). Con la de nuestros antepasados fue posible sostener un espectáculo que caía en la improvisación más absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas. Y aunque diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando, lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. 8


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Escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero tan de poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia.

Los toreros “insurgentes”. Nueva España en el avanzado siglo XVII, invadida de anhelos libertarios pronto fue llamada América Septentrional. Al interior de la misma, sonó con estrépito la consigna: “Yo no soy español, sino americano”. Y es que los modelos de la revolución francesa y la independencia norteamericana –años más tarde- violentaron la nuestra. El espíritu de arrogancia mexicana comenzó a manifestarse con los hijos de los conquistadores en el siglo XVI, que alentaron al optimismo nacionalista y que hicieron suyo los criollos novohispanos. Una evidencia de esto es no sólo la veneración a la virgen de Guadalupe. Dicha imagen enarbolada en pendones escoltó los ejércitos que combatieron al mal gobierno. Como posición militar. La intelectual recibe alientos enciclopedistas desde Europa hasta moldear formas demócratas y liberales, maduras ya en un avanzado siglo XIX. De ese modo, Hidalgo, dueño entre otras de la hacienda de Xaripeo, decía que realizando la independencia se desterraba la pobreza para que a la vuelta de pocos años disfrutaran sus habitantes de todas las delicias de este vasto continente. Concluyendo: la realidad nacional que descubre la posibilidad de una patria, provoca entre los criollos la necesidad de desligar a México del imperio español. O lo que es lo mismo: su independencia, sin más. Pocos son los datos que se conocen de la insurgencia torera. Ellos son, en todo caso, forjadores de la nueva patria que revelará un siglo sumido en los contrastes más diversos, reflejados en acontecimientos que la tauromaquia nacional también consideró como suyos, porque a partir de esa coyuntura adquirió forma y cuerpo hasta quedar definida al final del siglo que ahora nos congrega.

Acciones y reacciones

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Como una constante, el conjunto de manifestaciones festivas, producto del imaginario popular, o de la incorporación del teatro a la plaza, comúnmente llamadas “mojigangas” (que en un principio fueron una forma de protesta social), despertaron intensas con el movimiento de emancipación de 1810. Si bien, desde los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, las corridas de toros ya constituían en sí mismas un reflejo de la sociedad y búsqueda por algo que no fuera necesariamente lo cotidiano, se consolidan en el desarrollo del nuevo país, aumentando paulatinamente hasta llegar a formar un abigarrado conjunto de invenciones o recreaciones, que no alcanzaba una tarde para conocerlos. Eran necesarias muchas, como fue el caso durante el siglo antepasado, y cada ocasión representaba la oportunidad de ver un programa diferente, variado, enriquecido por “sorprendentes novedades” que de tan extraordinarias, se acercaban a la expresión del circo, condición parataurina lo cual desequilibraba en cierta forma el desarrollo de la corrida de toros misma; pues los carteles nos indican, a veces, una balanceada presencia taurina junto al entretenimiento que la empresa, o la compañía en cuestión se comprometían ofrecer. Aunque la plaza de toros se destinara para el espectáculo taurino, este de pronto, pasaba a un segundo término por la razón de que era tan amplio el catálogo de mojigangas y de manifestaciones complementarias al toreo, -lo cual ocurrió durante muchas tardes-, lo que para la propia tauromaquia no significaba peligro alguno de verse en cierta medida relegada. Así como alguna vez, los toros se metieron al teatro y en aquellos limitados espacios se lidiaban reses bravas, sobre todo a finales del siglo XVIII, y luego en 1859, o en 1880; así también el teatro quiso ser partícipe directo. Para el siglo XIX el desbordamiento de estas condiciones fue un caso patente de dimensiones que no conocieron límite, caso que acumuló lo nunca imaginado. Lo veo como réplica exacta de todo aquel telúrico comportamiento político y social que se desbordó desde las inquietas condiciones que se dieron en tiempos que proclamaban la independencia, hasta su relativo descanso, al conseguirse la segunda independencia, en 1867.

Una fiesta mestiza. Patriarcado de Bernardo Gaviño.

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Bernardo Gaviño y Rueda “el más ilustre y afamado de los lidiadores de México, era español, pues nació a los 20 días de Agosto del año 1812, en el lindo pueblo de Puerto Real, distante dos leguas de Cádiz”, como apuntaba Leopoldo Vázquez. Lo destacado de esta cita es que lo afirma con una doble nacionalidad, más mexicana7 que española, que fue ganándose lentamente hasta su muerte misma. En 1828 el espíritu de aventura llevó a Bernardo hasta una América rica en posibilidades. La decisión que toma para hacer ese viaje definitivo, para ya no volver a ver nunca más su Cádiz maternal, está sustentada en dos posibilidades que a continuación se enuncian. Una de ellas es la de que encontrándose dispuesto a abrazar tan difícil profesión, ésta se hallaba fuertemente disputada por otros tantos diestros que, además, alcanzaban renombre a pasos agigantados. ¿Cómo poder lograr un lugar de privilegio frente a Paquiro o a Cúchares, si ambos toreros gozaban del apoyo del pueblo al verlos este como parte de la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla; y todavía más: como alumnos favoritos del longevo torero, Pedro Romero? Otra es la que se fundamenta en el espíritu de conquista que Bernardo Gaviño decide, con la certeza de que América es un “filón de oro” y en ella no abundan los toreros españoles, menos aún cuando están ocurriendo los acontecimientos que cimbran el alma toda de poblaciones en reciente estado de independencia. Al despertar el siglo XIX, la fiesta taurina está convertida en un caldo de cultivo, en el que caben todas las posibilidades de invención, mismas que acompañaron durante un buen número de años al espectáculo hasta que este adquiere una personalidad propia, poco a poco más profesional y venturosa a la que matizan de un carácter propio, hasta pasar a manos de Bernardo Gaviño quien, dicho sea de paso estuvo activo en América 57 años, 31 de los cuales al menos, los consagró a México. Actuó 725 tardes entre nuestro país, Cuba, Venezuela y Perú. Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, incluía cosas tales como la lidia de toros "a muerte", como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia. Además:

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-Montes parnasos, cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales, hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. España reconoce la independencia de México hasta 1836. Gaviño es, en todo caso un continuador de la escuela técnica española que comenzaba a dispersarse en México como consecuencia del movimiento independiente, pero no un elemento más de la reconquista, asunto que sí se daría en 1887, con la llegada de José Machío, Luis Mazzantini o Diego Prieto "Cuatro dedos". Y no lo fue porque su propósito fundamental fue el de alentar –y aprovechar en consecuencia- el nacionalismo taurino que alcanzó un importante nivel de desarrollo, durante los años en que se mantuvo como eje de aquella acción.

República restaurada: Prohibición Reconquista vestida de luces.

con

tintes

liberales.

Treinta y cuatro años, salvo el periodo del General Manuel González (del 1º de diciembre de 1880 al 30 de noviembre de 1884), se identifican en la historia de México, entre dos siglos, el XIX y el XX como el Porfiriato, régimen que pasó del “orden y progreso” a la dictadura. Régimen que liquida la revuelta lerdista y que, en su acumulación de aciertos y desaciertos generó o alentó la difícil condición del movimiento armado que se desató en noviembre de 1910, provocando la dimisión del General Porfirio Díaz en mayo de 1911. Ese tercio de siglo representó para la sociedad mexicana un significativo avance, eso es innegable. El porfiriato, luego de la “restauración de la república” fue un periodo de relativa tranquilidad, en el que diversos sueños se tornaron terrenables, aunque otros tuvieron que frustrarse o modificarse para encontrar una justa adecuación en el escenario de los hechos nacionales. A tantos años de distancia, el sentido común y un juicio imparcial hacia los hechos que en él ocurrieron, es y será tarea de historiadores que hagan valer su presencia hasta encontrar el justo equilibrio de todos los actos, y un balance razonado que sirva para evitar, de aquí en adelante el argumento oficial u oficioso

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en el que suelen caer con frecuencia, periodos de tamaña relevancia de la historia de nuestra nación. Ya sabemos que la revisión de héroes o antihéroes como balanza maniquea es una muy buena herramienta. Pero a ello falta la tarea desmitificadora que nos deje acercarnos aún más a esos personajes de carne, hueso y espíritu que, entre aciertos y errores decidieron la vida del país en el momento tan peculiar donde nos hemos detenido para explorar a pie, con los ojos bien abiertos, y la mente clara y lúcida, los muchos acontecimientos del porfiriato. Diversos personajes de alto calado como presidentes de la república se acercaban a la fiesta para servirse de ella como un vehículo de propaganda o hasta como termómetro social. Allí está el caso evidente de, por lo menos quince ocasiones en que Antonio López de Santa Anna, asistió a los toros bajo la investidura de S.A.S. O los casos de Ignacio Comonfort, Félix Zuloaga, Benito Juárez, Luis G. Osollo, Juan N. Almonte y Leonardo Márquez; Maximiliano I y, desde luego Porfirio Díaz, que también van a las plazas. Y aunque extraordinario de suyo, esto era un hecho cotidiano. Sin embargo, al decretarse la Ley de Dotación... las corridas de toros fueron prohibidas en el Distrito Federal y en el año de 1867 porque no se cumplió con su art. 87, mismo que pedía se regulara el pago de impuestos, cosa que no cubrió el empresario. Los casi veinte años de ayuno taurino en la capital del país no se convirtieron en un daño irreversible para la fiesta. Más bien se introdujeron a un periodo de reposo que mantuvo la provincia mexicana, sitio a donde la fiesta encontró refugio y también continuidad, aunque esta no tuviera el ritmo que se dio en el centro neurálgico de la nación. La provincia fue un espacio importante para el desarrollo cíclico, mas no evolutivo de este fascinante espectáculo, donde se crearon feudos o monopolios territoriales donde tal o cual capitán de gladiadores o tauromáquico capitán tenía controlado esos dominios, impidiendo el ingreso de otros, a menos que fuera bajo ciertas condiciones o por competencias creadas (el caso de Lino Zamora y Jesús Villegas El Catrín en Guanajuato, allá por 1863 es evidente). Claro que hubo torero capaz de romper con esos cotos de poder, conquistarlos de alguna manera y apoderarse del mando. Ese personaje se llamó Ponciano Díaz, con quien nos encontraremos más adelante. Plazas como las de Puebla, Querétaro, Hidalgo, pero fundamentalmente del estado de 13


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México (Tlalnepantla, Texcoco, Cuautitlán y el Huisachal) fueron los mejores sitios para el desarrollo de esa tauromaquia aborigen, dueña de unas propiedades sumamente particulares, donde el concepto híbrido: a pie y a caballo, junto con ascensiones aerostáticas, locos, payasos, saltimbanquis, fuegos de artificio y otras cosas notables establecieron las condiciones con las que se condujo el toreo, de 1868 a 1886, antes de la etapa que llamo como la reconquista vestida de luces, la cual debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. A lo que se ve, el asunto tiene más picos que una custodia. Entre otras cosas, porque los mexicanos que hicieron suya esta manifestación, fueron fieles a la independencia taurina y esta dio pie a una libre y abierta expresión, que fue la que trascendió en México. Lo curioso es el afecto y admiración por el diestro gaditano, de ahí que considere a Bernardo Gaviño y Rueda como un español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. En ese sentido, Gaviño fue consciente de aquel estado de cosas y apoyó a los diestros nacionales en los términos que ya quedaron dichos. Pasemos a un necesario desglose de hechos y circunstancias que permitirán ver un panorama más claro al respecto de lo que vengo apuntando.

PRIMERO: Concentración masiva de diestros españoles. El grupo de diestros españoles que tiene aquí protagonismo central, aparece desde 1882, aunque los personajes fundamentales sean José Machío, Luis Mazzantini, Ramón López o Saturnino Frutos “Ojitos”, cuya llegada se va a dar entre 1882, 1885 y luego en 1887. Esa fue suma de esfuerzos que determinó una nueva ruta, afín a la que se intensificaba en España, por lo que era conveniente acelerar las acciones efectuadas en nuestro país, hasta lograr tener el mejor común denominador. Los toreros mexicanos –en tanto- no solo tuvieron que aceptar, sino adecuarse a esos mandatos para no verse 14


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desplazados, pero como resultaron tan inconsistentes, poco a poco se fueron perdiendo en el panorama. Pocos quedaron, es cierto, pero cada vez con menores oportunidades. Y Ponciano Díaz, que vino a convertirse en el último reducto de todas aquellas manifestaciones, aunque aceptó aquellos principios, no los cumplió del todo, e incluso se rebeló. Y es curioso todo el vuelco que sufrió el atenqueño, porque después de su viaje a España, a donde fue a doctorarse el 17 de octubre de 1889 tal circunstancia provocó un profundo conflicto, pues creyó que su regreso sería triunfal. Pero ello no fue así. Los aficionados maduraron rápidamente en aquel aprendizaje impulsado por la prensa, y se dieron cuenta por lo tanto que Ponciano ya no era una pieza determinante en aquel cambio radical que dio como consecuencia la instauración del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Más adelante abundaré en este caso particular. SEGUNDO: Reanudación de las corridas de toros en el Distrito Federal a partir del 20 de febrero de 1887. Fin de la Independencia y nueva reconquista. Con la reanudación casi 20 años después al decreto autorizado por Juárez, sucede lo que puede considerarse como un "acto de conciencia histórica", intuido por aquellos que lejos de la política intervinieron en la nueva circulación taurina en la capital del país. Se preocuparon por rehabilitar lo más pronto posible aquel cuadro lleno de desorden, un desorden si se quiere, legítimo, válido bajo épocas donde las modificaciones fueron mínimas. Uno de esos participantes fue el entonces popularísimo diestro Ponciano Díaz que si bien, pronto se alejó de esos principios y los traicionó, dejó sentadas las bases que luego gentes como Eduardo Noriega -dentro del periodismo-; los miembros del centro "Espada Pedro Romero" y el Dr. Carlos Cuesta Baquero, se convirtieron en representantes natos de aquella reforma que superó felizmente el crepúsculo del siglo XIX. Y Ramón López se suma a este movimiento.

TERCERO: Inauguración inmediata –entre 1887 y 1889- de varias plazas de toros. Entre otras: San Rafael, Colón, Paseo, Coliseo, Bucareli, una en la Villa de Guadalupe. Y, aunque de menor trascendencia, en el barrio de Jamaica se instaló la plaza Bernardo Gaviño. Se sabe que hubo una más por el rumbo de Belem, sin olvidar que en Puebla, Toluca, Tlalnepantla, Cuautitlán y Texcoco, seguían dándose festejos. 15


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CUARTO: Integración de un movimiento intelectual ubicado en diferentes tribunas periodísticas. Los comportamientos de la prensa taurina en los últimos 15 años del siglo XIX, determinaron un conjunto de decisiones con que pudieron definirse nuevos criterios que hicieron suyos los aficionados taurinos en su totalidad, tan necesitados entonces de una guía específica y doctrinaria. En 1884 aparece el primer periódico taurino en México: El arte de la lidia, dirigido por Julio Bonilla, quien toma partido por el toreo “nacionalista”. Bonilla es nada menos que el apoderado de Ponciano Díaz. Dicha publicación ejemplifica una crítica al toreo español. En 1887, en contraparte surge La Muleta dirigida por Eduardo Noriega quien estaba decidido a “fomentar el buen gusto por el toreo”. Un dato por demás curioso: entre 1884 y 1911 existe un registro de hasta 120 títulos de periódicos en todo el país que abordaron el tema. A lo anterior deben mencionarse las tareas del centro taurino “Espada Pedro Romero”, consolidado hacia los últimos diez años del siglo XIX, gracias a la integración de varios periodistas entre los que destacan: Eduardo Noriega, Carlos Cuesta Baquero, Pedro Pablo Rangel, Rafael Medina y Antonio Hoffmann, quienes, en aquel cenáculo sumaron esfuerzos y proyectaron toda la enseñanza taurina de la época. Su función esencial fue orientar a los aficionados indicándoles lo necesario que era el nuevo amanecer que se presentaba con el arribo del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna, el cual desplazaba definitivamente cualquier vestigio o evidencia del toreo a la “mexicana”, reiterándoles esa necesidad a partir de los principios técnicos y estéticos que emanaban vigorosos de aquel nuevo capítulo, mismo que en pocos años se consolidó, siendo en consecuencia la estructura con la cual arribó el siglo XX en nuestro país. QUINTO: Profesionalización de la ganadería de bravo, o cuando los hacendados se hicieron ganaderos. Iniciada la segunda mitad del siglo XIX, puede decirse que las primeras ganaderías sujetas ya a un esquema utilitario en el que su ganado servía para lidiar y matar, y en el que seguramente influyó poderosamente Gaviño, fueron Atenco, San Diego de los 16


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Padres, propiedades ambas de don Rafael Barbabosa Arzate, enclavadas en el valle de Toluca. En 1836 fue creada Santín, bajo la égida de José Julio Barbabosa que surtió de ganado criollo a las distintas fiestas que requerían de sus toros. Durante el periodo de 1867 a 1886 -tiempo en que las corridas fueron prohibidas en el Distrito Federal- y aún con la ventaja de que la fiesta continuó en el resto del país, el ganado sufrió un descuido de la selección natural hecha por los mismos criadores, por lo que para 1887 da inicio la etapa de profesionalismo entre los ganaderos de bravo, llegando procedentes de España vacas y toros gracias a la intensa labor que desarrollaron diestros como Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Fueron de Anastasio Martín, Miura, Zalduendo, Concha y Sierra, Pablo Romero, Murube y Eduardo Ibarra los primeros que llegaron por entonces.

SEXTO: Último aliento poncianista y su lamentable o benéfica extinción. De nuevo nos reunimos en torno a la figura ya de por sí mítica de Ponciano Díaz, formada en aquellos tiempos en los que se consagró a la inconfundible condición torera sobre dos sólidos andamios: a pie y a caballo, muestra impresionante del híbrido que supo dominar con notables muestras de capacidad, llevándolo a ocupar un auténtico imperio. Desde que sabemos un poco más de él, lo entendemos un poco más, aunque todavía no demasiado. Nuestra perspectiva a 113 años de su desaparición hace que lo comprendamos como un hombre de carne, hueso y espíritu, dueño de virtudes y errores, como cualquiera de nosotros. Solo que él, al convertirse en una figura pública, fue blanco de elogios y ataques. Desde luego que durante un buen número de años se privilegió más con aquello que con esto. Y esos privilegios estaban fundados en una fuerte devoción popular, enriquecida con una muy favorable difusión de sus hazañas o la de su sola imagen, a partir de perfectas y bien orquestadas campañas periodísticas. De igual forma, se escribieron alrededor de él medio centenar de versos en todas sus manifestaciones: poesía mayor y menor, corridos y canciones, juguetes cómicos (en su esencia puramente literaria), etc. No faltaron diversas ilustraciones, ya en cromolitografías, ya en grabados (como los de Manilla y Posada) o la serie de albúminas que, reflejadas en tarjetas de 17


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visita se distribuyeron masivamente. Surgieron piezas musicales como canciones, alguna zarzuela, donde el famoso grito de batalla: “¡Ora Ponciano!” desafiaba entre otros asuntos, la incómoda y sorpresiva presencia de los toreros españoles que comenzaron – quien lo habría de pensar- la reconquista, desde un estricto sentido taurino, desde 1887 y que terminó dando un vuelco a las manifestaciones detentadas por Ponciano Díaz, que tanto defendió y aún, casi al finalizar el siglo XIX, cuando prácticamente había desaparecido todo aquel esquema planteado por el torero de Atenco, por lo que este se convierte asimismo, en el último reducto de unas formas que entraron en desuso, por no decir que en extinción. Muere el 15 de abril de 1899, y con él fenece también lo poco que quedaba ya de aquella manifestación anacrónica. SÉPTIMO: La reconquista que no fue fruto de la guerra, sí de algunos actos violentos, como el del 16 de marzo de 1887. El 16 de marzo de 1887 en la plaza San Rafael se desarrolló una pésima corrida en que los toros de Santa Ana la Presa fueron malísimos. Sin embargo el sambenito de aquel desaguisado se le colgó a Luis Mazzantini, diestro español que toreó el 1º de diciembre de 1889 en El Paseo. La destrucción de la plaza, fue motivo más que suficiente que originó una nueva prohibición contra las corridas de toros. Su duración fue de cuatro años. Luis Mazzantini, tuvo que poner pies en polvorosa, y estando ya en la estación del ferrocarril, pronunció una frase rotunda que iba así: “¡De México, ni el polvo quiero!”. Claro, dijo la prensa: ¿Pero qué tal las talegas de dinero? Y es que aquella irrupción de toreros españoles, al principio de aquella re-volución, o reevolución tuvo tonalidades de riesgo, las que poco a poco fueron atenuándose conforme se entendían mejor sus principios y postulados técnicos y estéticos, con los que prensa y afición terminaron aceptando de manera definitiva. Ya no había otro camino. Renovarse, o morir. OCTAVO: Estable continuidad de aquel tránsito, donde entre fines del XIX y comienzos del XX, la presencia dominante es de españoles, inevitable o favorablemente. Para bien o para mal, nunca como sentido maniqueo, la presencia española en ruedos mexicanos, se consolidó como auténtica “reconquista vestida de luces”. Pocos fueron los 18


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diestros nacionales que pudieron ponerse a tono con los hispanos, por lo que tuvieron que pasar buen número de años en lo que surgía el más adelantado alumno de aquella naciente edad taurina mexicana, en la persona de Rodolfo Gaona. NOVENO Y DÉCIMO: Que ciertos personajes hispanos, como Ramón López o Saturnino Frutos, tuvieron una mirada objetiva para alentar los firmes y potenciales casos de toreros mexicanos, que se encuentran en estado embrionario. Rodolfo Gaona en escena. La del leonés no fue una presencia casual o espontánea. Surge de la inquietud y la preocupación manifestada por Saturnino Frutos, banderillero que perteneció a las cuadrillas de Salvador Sánchez Frascuelo y de Ponciano Díaz. Ojitos, como Ramón López decide quedarse en México al darse cuenta de que hay un caldo de cultivo cuya propiedad será terrenable con la primer gran dimensión taurina del siglo XX que campeará orgullosa desde 1908 y hasta 1925 en que Gaona decide su retirada. Rodolfo Gaona, el primero gran torero universal, a decir de José Alameda, rompe con el aislamiento que la tauromaquia mexicana padeció durante el tránsito de los siglos XIX y XX. Y Gaona ya no solo es centro. Es eje y trayectoria del toreo. Por eso fueron claves sus auténticas declaraciones de guerra ante José Gómez Ortega y Juan Belmonte, otros dos importantes paradigmas de la tauromaquia en el siglo XX.

La independencia taurina en la post-revolución mexicana. Esta es, además, la generación de varias rupturas, ya sea porque tienen frente a sí a un México que se ha levantado apenas del amargo capítulo de la Revolución, fenómeno a gran escala que no se daba desde hacía un siglo, independientemente de otras jornadas bélicas que alteraron los alcances de una paz deseada, la cual fue posible, “hasta el triunfo de la República en que se logra la conquista de la nacionalidad”, como apunta Edmundo O´Gorman, tras haber superado los pulsos más agitados, donde las más diversas filiaciones anhelaron el poder: realistas, independentistas, federalistas, centralistas, monarquistas y finalmente la dictadura. Un ámbito postrevolucionario, todavía con presidentes emanados de las filas militares puso a nuestra nación a prueba. Mientras tanto el espacio taurino comenzaba a verse enriquecido con la aparición masiva de matadores (otra muestra de ruptura, en este caso 19


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contra un índice de mínimo crecimiento), la cual consolidó una presencia aquí y allá que se emparejaba con el frente español y por ende entraban en confrontación más dinámica. Entre los últimos años de la segunda década y los primeros de la tercera, México y España vivieron la experiencia compartida, solo frenada por dos motivos: el “boicot del miedo” –término que acuño el diestro español Juan Belmonte- y encabezado fundamentalmente por Marcial Lalanda así como la guerra civil española. De aquello se originó una ruptura de relaciones taurinas recuperadas hasta 1944. De esto, además de que tuvo que darse un margen de espera, luego vendría la solidaridad, acogiendo el gobierno y el pueblo mexicano a los españoles trasterrados. Durante ese paréntesis hubo responsables que pusieron en uno de sus mejores esplendores al toreo en México. Fue así como surgieron entre otros: Jesús Solórzano, Alberto Balderas, Fermín Espinosa, Lorenzo Garza o Silverio Pérez. Este conjunto compacto de toreros mexicanos supo aprovechar unas circunstancias que llevaron a consolidar la famosa “época de oro del toreo en México”, época del “Renacimiento taurino” que, como aquel otro Renacimiento, surgido entre los siglos XIV y XVI se dio en Europa como movimiento social, humano, artístico y cultural, de intensa vitalidad creadora, donde el hombre aparece convertido en el centro del universo. Y ese mismo síntoma parece registrarse entre los años 30 y 50 del siglo XX, cuando la generación inmediata a Gaona aprovechó los vientos nuevos que revitalizaron en gran medida la posición de la tauromaquia mexicana, hasta ponerla en la cúspide. Fueron años que no pasaron en balde, no se desperdiciaron. Por el contrario, la aportación proporcionada por tantos y tan buenos toreros sirvió como movimiento vindicador de la expresión mexicana, que no tuvo en esos momentos (por lo menos de 1936 a 1945) ninguna “competencia” con los españoles, adecuando su proyección al gusto de la afición, hasta que, llegado el momento de la presentación de Manuel Rodríguez “Manolete”, estuvieron en condiciones de contender con esta enorme figura que no los apabulló, sino que pudieron ponerse en pie de guerra con todo un argumento técnico y estético, rico en condiciones de la más moderna manufactura, asimilada con creces, gracias a que existía una herencia aportada por diversos personajes emanados de la escuela de Saturnino Frutos “Ojitos”. 20


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No es casual que Rodolfo Gaona fuese el modelo a seguir. La doctrina de “Ojitos” fue decisiva para crear todo un concepto de nueva escuela mexicana del toreo, depósito de experiencias cuyas raíces nacen con Cayetano Sanz. Luego, su sólido tronco lo sustentan “Lagartijo” y “Frascuelo” y, la armonía de su ramaje se va distribuyendo bajo la contribución generosa (no por ello rígida) desplegada por Saturnino Frutos, que encontró en México un caldo de cultivo rico en posibilidades. Los resultados, saltan a la vista.

Apunte final. Independencia y revolución, en efecto son dos fenómenos que vivieron y pervivieron en un espectáculo que hoy día necesita con urgencia la conmoción, el agitamiento ya no entendido como brote social o político. Sí como única forma de su recuperación, pues el estado depresivo en que se encuentra lo pone muy cerca de su desaparición. Muchas gracias. Esta obra es resultado de los compromisos establecidos por el

M. en H. José Francisco Coello Ugalde. Director del Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. Morelia, Michoacán 19 de septiembre de 2008. México, Ciudad, noviembre de 2012.

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PRIMERA PARTE. SIGLO XIX.

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EL CRIOLLISMO Y LA TIBETANIZACIÓN: ¿EFECTOS DE LO MEXICANO EN EL TOREO? Una visión previa al apasionante siglo XIX. El barroco cobija y estimula todo sentido derivado de la fiesta, no sólo en España, también en la Nueva España. Surge en unos momentos en que el imperio español y sus colonias están harto necesitados en proyectar expresiones artísticas que se mantuvieron aisladas del mundo, debido al proceso introvertido que en lo personal tengo identificado como de la “tibetanización”. Así, mientras el medioevo se prolongó dejando pocas posibilidades de acción e influencia al renacimiento, el barroco permite la liberación de inquietas manifestaciones estéticas, siendo la integración y constitución del “siglo de oro de las letras españolas” el mejor ejemplo de entre los muchos alcances logrados en el ámbito cultural, lo mismo en Europa que en América. En esos años el pueblo es espectador y aunque deseoso de participar en diversas fiestas de carácter eminentemente oficial, tanto del poder político como del religioso, no puede. Quienes sí logran intervenir directamente en su ejecución son el clero y la nobleza, que por entonces detentaban importante influencia. Sin embargo, el calendario litúrgico dio motivo para que el pueblo aprovechara las diversas razones y pretextos, llevando a cabo una rica variedad de fiestas (fiestas de mayo y de la cosecha, carnavales, conmemoraciones, etc.), pasando de la observación a la ejecución, lo cual reafirmó el sentido de intensidad que con el tiempo ganó en cantidad. También en espectacularidad. Así que una y otra fiesta: oficial-religiosa y profana invaden el escenario en términos impresionantes, al mismo tiempo en que surge y se engrandece el barroco. Ya lo dice José María Díez Borque: “El poder genera en el XVII, una variada gama de fiestas, con funciones de

ostentación, propaganda, exhibición,

encaminadas a promocionar

fidelidades”. Para ello la casa real fue una de las principales promotoras al generarse a su interior diversas razones que por obvias razones [sic] no se quedaban en la simple celebración “doméstica”. Era preciso trascenderlas. Y para eso, allí estaba el pueblo, motor y vehículo masivos, quien se sumaba de manera multitudinaria al o a los festejos que van de los nacimientos y bautizos; a los matrimonios o nupcias reales; o de la proclamación de un nuevo rey y su opuesto: la muerte y los funerales.

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El regocijo se desbordaba en banquetes, correr toros,2 comedias, cañas,3 juego de la alcancía,4 juego de la sortija,5 fiesta de los encamisados,6 fuegos de artificio. El respeto y “fidelidad” en catafalcos y lujos funerarios. Entre gula y templanza de la destreza; entre el misterio espectacular de la cabal muestra del carácter caballeresco como señal orgullosa de una España que poco a poco se va quedando en el recuerdo, el siglo XVII es esa maravillosa y propicia región temporal donde ocurrieron semejantes grandezas.

Los señores de a caballo se van trotando, trotando hasta desaparecer. En medio de una nube de polvo el toreo se hace pueblo. Fuente: Archivo General de la Nación (A.G.N.)

César Oliva: “La práctica escénica en fiestas teatrales previas al Barroco” (p. 97-114). En DÍEZ BORQUE, José María, et. al.: Teatro y fiesta en el barroco. España e Iberoamérica. España, Ediciones del Serbal, 1986. 190 p. Ils., grabs., grafcs., p. 108-109. Correr toros. Ya se hace mención a esta fiesta en el Código de las Siete Partidas. Se trata de acosar al toro por hombres de a pie. Cuenta con gran participación popular, aunque el juego encierra su peligro, como atestiguan los cuatro fallecimientos en Tudela del Duero, en 1564. Entre sus innumerables variantes, estaba el acoso a caballo, como la principal: también diversas suertes, como el alanceo y la garrocha. La corrida no terminaba con la muerte del toro, aunque sí eran asaetados. 3 Op. Cit. Juegos de cañas. El caballero llevaba en una mano la caña, especie de fina lanza de madera, y en la otra, un escudo. Los hombres se agrupaban en cuadrillas, formadas por tres, cuatro, seis u ocho miembros. Cada grupo arrojaba sus cañas sobre el otro, volviendo grupas rápidamente, pues eran atacados por aquellos. El que los perseguidores se convirtieran en perseguidos, y éstos en aquellos, proporcionaba al juego un continuo movimiento, que duraba horas y horas. 4 Ibidem. Juego de la alcancía. Los caballeros se tiraban unos a otros, también dispuestos en grupo, gruesas bolas de barro secado al sol, del tamaño aproximadamente de una naranja. Al ir tales bolas rellenas de flores, y romperse en tales batallas, se esparcían por el lugar agradables olores, al tiempo que “la batalla” alcanzaba notable espectacularidad. 5 Ibid. Juego de la sortija. Los participantes lanzaban sus caballos sobre una serie de sortijas que penden a 2 ó 3 metros. Se trata de introducir la punta de su lanza por tales sortijas, que eran de hierro, de una pulgada de diámetro. 6 Ib. Fiesta de los encamisados. Se celebra la víspera de San Juan. “Fiesta que todas las naciones celebran”, dice Ginés Pérez de Hita en sus Guerras civiles... 2

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A todo esto se agregaba un calendario celebrativo que operaba al ritmo tanto de las estaciones como del santoral sin faltar el cumplimiento del rito ancestral. En palabras de Borque nos dice por tanto lo que va a ser la fiesta durante el barroco: “simular, ocultar, aparentar, crear nuevas realidades aparenciales, dar forma a los mitos...” tan inmediatos a todo lo desarrollado en el teatro, otra importante forma de expresión desbordada. No faltaban las mojigangas, forma primigenia de mascarada festiva, en la que el uso de trajes ridículos era señal del espíritu de simulación tan propio del teatro. Esto es, que entre la plaza y el teatro hubo un permanente sincretismo del cual la plaza pública, sitio propicio para la celebración oficial o religiosa, y también la profana, se benefició con un decorado magnífico que hizo suyo a partir de las expresiones del teatro, el cual, sin lugar a dudas compartió entre una infinidad de invisibles hilos conductores.

A la izquierda: El desjarrete. A la derecha: Un torero en peligro de ser embestido. Detalles de la fuente taurina de Acámbaro, Gto. En Revista de Revistas. El semanario nacional, año XXVII, Nº 1439, 19 de diciembre de 1937.

En medio de aquella “comunicación”, y con la decidida participación de protagonistas y espectadores, la respuesta que se tuvo fue un “desenfreno y un vértigo de la fiesta, que momentáneamente alteraba el orden, con lo que se recuperaba no sólo la estabilidad de clases sociales, sino también el oscuro origen de la moral y de la religión”, como lo apunta Antonio Bonet Correa. Y es que el mundo caballeresco y medieval fue aprovechado con objeto de reafirmarle poder e influencia en unos momentos en los cuales, la fiesta de toros, en cuanto tal, pudo encontrar condiciones propicias para su mejor organización e incluso para su primitiva codificación, con lo que habrán de verse las primeras condiciones de profesionalización, 25


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lo que no la distanciaba de su composición original. La ornamentación del barroco taurino permite una constante exhibición de diversas puestas en escena, ricas todas, y cada una de ellas diferentes a las demás, de no ser porque la lidia o el juego con un toro representa en sí misma la antítesis de la monotonía, en el entendido de la existencia de aquellas riquezas teatrales y parateatrales incorporadas ya sin ningún tipo de prurito o de inconveniente. Torneo y teatro en el mismo sitio, manifestación que, con sus variantes temporales, así como la llegada de nuevos modos y modas, se extendería hasta ya muy avanzado el siglo XIX. De ahí que en toda fiesta se reflejan las pasiones, los temores y las esperanzas de un pueblo o de una colectividad. En la época barroca, en especial en España, en la que la preocupación esencial era la salvación individual del hombre, la fiesta, fenómeno colectivo, estaba plena de contrastes. Frente al libre albedrío personal se oponía el rígido orden político y social. La sumisión al dogma y a la monarquía estaba fuera de discusión, de la misma manera que cada individuo pertenecía, sin posibles cambios, a un estamento o clase social. La fiesta era un espejo que devolvía a cada participante su papel e imagen en el mundo, fuera de su propio destino escatológico. De ahí que la fiesta estuviese organizada de acuerdo con las clases sociales, que cada una tuviese su puesto en ella, que pagase la parte que le correspondía, que desfilase o participase con sus comitivas y juegos y levantase sus propias arquitecturas efímeras. Aparte la ordenación general de la fiesta a cargo del Ayuntamiento, hay que contar con los ornatos y las luminarias que corrían a cuenta de las órdenes religiosas y de particulares adinerados. Pero no se puede comprender bien la fiesta si no se precisan cuáles eran sus partes y sus tiempos, los distintos actos y desfiles públicos. En la fiesta barroca, había la fiesta de los nobles, encargados de protagonizar los juegos de cañas, de sortijas, batallas simuladas, corridas de toros, cabalgadas, parejas y otros ejercicios y destrezas ecuestres. Junto con ella había la fiesta de las corporaciones o instituciones intelectuales –Universidades y Colegios- que sacaban sus carros y hacían sus mojigangas, justas poéticas u otros actos de carácter literario. A estas fiestas hay que añadir las que organizaban los conventos y las parroquias, con sus altares callejeros, procesiones, funciones y ejercicios piadosos de carácter festivo. Por último, debe añadirse la fiesta popular y “carnavalesca” de los gremios. Cada oficio concurría con sus cuadrillas y comparsas de a pie. Su cortejo era variopinto y de divertido aspecto. Su participación era la más proteica y numerosa. Abierta la marcha del desfile con los lucidos y elegantes juegos de equitación de los nobles, acababa con el mundo más a ras de tierra y pleno de simbolismos grotescos de lo popular (...) El fondo secular y milenario que compone el magma de la fiesta barroca se hace evidente al analizar sus componentes. Las jerarquías sociales constituyen su rígida estructura. Los nobles y la equitación son sus principales participantes en tanto que actores que se muestran al público con sus atributos de clase privilegiada. Son como galanes de cine, héroes valerosos y sin tacha que igual caracolean un caballo que alancean un toro o saludan al rey, el cual era su primo, el primero entre los pares. Cuando el rey Felipe IV bajó de su balcón a la plaza para abatir una fiera, como sucedió en una corrida de la Plaza del Parque en Madrid, de un arcabuzazo “sin perder la mesura real”, tal como lo cuenta José Pellicer de Tovar en su Anfiteatro de Felipe el Grande (1631), hacia un acto de valor y destreza en el que su condición de rey quedaba exaltada a lo máximo. Las batallas y combates simulados, los torneos fingidos con estafermos y las otras lides y juegos a la ginetas muestran los aspectos arcaizantes de las fiestas barrocas. Acabada la Reconquista y a medida que el feudalismo decaía, tomó auge la vida urbana y cortesana. Los nobles que habían abandonado sus solares y posesiones provincianas en el campo al habitar en la ciudad, sólo pueden mostrar su condición guerrera en las paradas y ejercicios militares de las fiestas. Su campo de batalla será la palestra de la Plaza Mayor, el Coso o la Corredera de una ciudad, luciendo su virtual valentía ante el rey, las damas y el público popular, buscando su aplauso y aclamaciones. Pero en donde todavía se hace más evidente el fondo viejo y ancestral de la fiesta barroca es en las mojigangas, en las que los enmascarados con figuras de animales recordaban el substrato totémico de

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. la fiesta. En todas las fiestas la realización de las mojigangas, que desfilaban con carros y cortejos haciendo un largo recorrido por la ciudad, correspondía a los gremios.7

Nada más parecido, como legítimo espejo de la realidad, lo vamos a encontrar en la fiesta novohispana, eso sí, con sus peculiares diferencias envueltas en el particular carácter americano.

Este biombo, fruto de manos anónimas, representa las fiestas con que se celebró la recepción del virrey don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez, Duque de Alburquerque en 1702 en el fantástico bosque de Chapultepec. Tríptico anónimo que representa diversas vistas del recibimiento que hizo la ciudad de México a su virrey don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, en el Alcázar de Chapultepec, en 1702. Perteneció a los duques de Castro-Terreño. Fuente: Banco Nacional de México. Colección de arte.

En ese pequeño universo de posibilidades, en la medida en que se acentuara la recreación, magnificencia y esplendor, tanto en los escenarios como en la forma de vestir y hasta de actuar de parte de los actores y los espectadores, en esa medida se lograba alcanzar con creces el propósito de toda la organización: una fiesta lucidísima que excitara en su totalidad los fines para la cual fue concebida, lo mismo para exaltar el motivo religioso, oficial o profano no dejando espacios por cubrir, porque Toda fiesta barroca aspiraba a dejar un recuerdo imperecedero para aquellos que tuvieran la fortuna de asistir a su celebración. También a causar la envidia universal de aquellos que, viviendo en otros lugares, no habían podido acudir al lugar mismo de la fiesta. Para dejar memoria y satisfacer la curiosidad de los lectores se creó un género –el de las Relaciones o Triunfos- que hacían el relato detallado de las solemnidades y describían minuciosamente los Cortejos, Carros, Arquitecturas y demás Ornatos efímeros. Obras literarias situadas entre el periodismo actual de reportaje informativo y la escritura laudatoria de tipo político, están en los mejores casos, ilustrados con grabados. El libro más bello de su género en el barroco español es el de Torre Farfán, Fiestas de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla al Nuevo Culto del Señor Rey San Fernando (Sevilla, 1671), en el que un tomo in folio se reproducen en láminas desplegables las obras efímeras de Murillo, Valdés Leal, Herrera el Mozo, Bernardo Simón Pineda, Arteaga, etc..., ejecutadas para tan fastuosas fiestas. 8

Pero en España y también sus colonias Los desastres de la guerra de la Independencia y la quiebra de la monarquía absoluta acabaron con el Antonio Bonet Correa: “Arquitecturas efímeras, Ornatos y Máscaras” (p. 41-70). En: DÍEZ BORQUE, José María, et. al.: Teatro y fiesta en el barroco. España e Iberoamérica. España, Ediciones del Serbal, 1986. 190 p. Ils., grabs., grafcs., p. 43-45. 8 Antonio Bonet Correa: “Arquitecturas efímeras..., op. Cit., p. 52. 7

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. equilibrio social y la conciliación política. A partir de entonces la fiesta pública en las calles y plazas de la ciudad declinó, desapareciendo el antiguo esplendor de las arquitecturas efímeras y la parafernalia de los cortejos, comitivas y comparsas lúdicas, a la vez que perdía todo su valor purificador y salvador de necesaria y de tiempo en tiempo obligada catarsis colectiva.9

Ese fue el tiempo en que las fiestas tuvieron que entrar en un receso obligado, para retornar vigorosas años más adelante y manifestarse –eso sí, bajo otras condicionesdurante una buena parte del siglo XIX. José Antonio Maravall nos permite entender y reafirmar que la fiesta del barroco no era espartana, sino de un ascetismo brutal, inhumano, en donde no se pretendía adormecer, sino anular primero toda autonomía en la conciencia del pueblo, para dominarlo después. Por su parte César Oliva, plantea que la fiesta que va desde mediados del siglo XIV y que luego se sofistifica durante el XVII, hay que entenderla como un todo, o como un espectáculo total, en donde las fronteras de los elementos constituyentes no son rigurosamente fijas. Es difícil, cuando no inútil, intentar separar dónde empieza, y dónde acaba el elemento festivo, y dónde acaba y dónde empieza el teatral; de la misma manera que es ocioso delimitar los elementos religiosos y profanos. Y es curioso, pero las fiestas sintetizan, casi rítmicamente, periodos de “gracia” y periodos de “pecado”, lo que nos hace volver los ojos a una de las más representativas, iniciada en la cuaresma y que culmina con el domingo de resurrección. Por otro lado, se encuentra aquella que se desata en ese mismo domingo de resurrección y explota en medio de muchas otras, hasta llegada la víspera del inicio de la cuaresma, luego de que el carnaval despidió al último pecador, cumpliéndose una vez más otro de los ciclos de que está constituido el calendario litúrgico, el que, independientemente de todos aquellos pretextos de origen político o social, seguía cumpliéndose en términos muy exactos. Durante este siglo se mantienen firmes las expresiones del toreo caballeresco, dominantes en la vieja y nueva España. Creció notablemente la afición de personajes de la nobleza, cuyas hazañas quedaron plasmadas en versos y relaciones de fiestas, que hoy son testimonio curioso. Tan es así que la poetisa María de Estrada Medinilla escribió en 1640 y, por motivo de la entrada del virrey don Diego López Pacheco (...) Marqués de Villena, la Descripción en Octavas Reales de las Fiestas de Toros, Cañas y Alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena. 9

Ibidem., p. 66-67.

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Dicha obra es muestra del esplendor taurómaco que se vivía por entonces. La misma autora en otra obra suya escribe: "que aun en lo frívolo, como son los toros, los juegos de cañas y las mascaradas, las que se celebran aquí serán mejores que las que puedan celebrarse en España". Y es que su afirmación contenía un sentido profundo de realidades y de diferencias, marcadas seguramente, por un efecto que comenzó a aislar a España del resto del mundo, y desde luego, de sus colonias, a las que afectó un fenómeno conocido como "tibetanización".10 Tal aspecto fue una hermetización del pueblo español hacia y frente el 10

Un tema que de siempre me ha causado especial inquietud es el de la forma en que los americanos aceptaron el toreo, tras el proceso conquistador, lo hicieron suyo y después le dieron interpretación tan particular a este ejercicio convirtiéndose en una especie de segunda sombra que ya de por sí, proyectaba el quehacer español. Segunda sombra pues sin alejarse del cuerpo principal se unía a la estela de la primera, dueña de una vigencia incontenible. Sólo que al llegar a América y desarrollarse en nuevos ambientes se gestó la necesidad no tanto de cambios; sí de distintas interpretaciones. Y esto pudo darse -seguramentepor dos motivos que ahora analizo: el criollismo americano y la "tibetanización" desarrollada en la península ibérica. Entendemos al criollismo como un proceso de liberación por un lado y de manifestación de orgullo por el otro, cuando el mexicano en cuanto tal, o el criollo, -incluso el indio- se crecen frente a la presencia dominante del español en nuestro continente. Maduran ante las reacciones de subestimación que se fomentan en la España del siglo XVIII que ve en el americano a un ser inferior en todos sentidos, incapaz de ser comparado con los hombres de espíritu europeo, que son los que ocupan los cargos importantes en la administración, cargos a los cuales ya puede enfrentarse el criollo también. David A. Brading nos dice que "las raíces más profundas del esfuerzo por negar el valor de la conquista se hallan en el pensamiento criollo que se remonta hasta el siglo XVI". Desde entonces es visible la génesis del nacionalismo o patriotismo criollos que va a luchar por un espacio dominado por los españoles, tanto europeos como americanos, los cuales disfrutaban de un virtual monopolio de todas las posiciones de prestigio, poder y riqueza. Poco a poco fue despertándose un fuerte impulso de vindicación por lo que en esencia les pertenece pero que el sistema colonial les negaba. De esa manera el criollo y el mestizo también buscan la forma de manifestar un ser, una idea de identidad lo más natural y espontánea posible; logran separarse del carácter español, pero sin abandonarlo del todo, hasta que comenzó a forjarse la idea de un nacionalismo en potencia. De ahí que parte del planteamiento de la independencia y de la recuperación de la personalidad propia de una América sometida esté dada bajo los ideales del patriotismo criollo y el republicanismo clásico que luego buscaron en el liberalismo mexicano sumergido dentro del conflictivo pero apasionante siglo XIX. La asunción del criollo a escena en la vida novohispana es de suyo interesante. Quizás confundido al principio quiere dar rienda suelta a su ser reprimido, con el que se siente afín en las cosas que piensa. Y actúa en libertad, dejándose retratar por plumas como sor Juana o Sigüenza y Góngora, por ejemplo. No faltó ojo crítico a la cuestión y es así como Hipólito Villarroel en sus "Enfermedades que padece la Nueva España..." nos acerca a la realidad de una sociedad novohispana en franca descomposición a fines del siglo XVIII y cerca de la emancipación. Pero es con Rafael Landívar S.J. y su Rusticatio Mexicana donde mejor queda retratada esa forma de ser y de vivir del mexicano, del criollo que ya se identifica plenamente en el teatro de la vida cotidiana del siglo de las luces. Precisamente en su libro XV Los Juegos aparece una amplia descripción de fiestas taurinas. La obra fue escrita en bellos hexámetros, es decir: verso de la métrica clásica de seis pies, los cuatro primeros espondeo o dáctilo, el quinto dáctilo y el sexto espondeo. Es el verso épico por excelencia. El poema nace en un clima espontáneo que armoniza los divergentes elementos de tres mundos: el latino, el español y el americano, amalgamados en la psicología del poeta bajo los fuegos vehementes del trópico guatemalteco, su cuna, y transidos por el espíritu de la altiplanicie mexicana, en la cual se desarrolló al arte y a la sabiduría. En el libro X: "Los ganados mayores" se apunta la vida del toro bravo en el campo. Pero, desde luego es el libro XV en el que se incluyen las peleas de gallos, las corridas de toros campiranas y las carreras de

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caballos. Nada, sin embargo, más ardientemente ama la juventud de las tierras occidentales como la lidia de toros feroces en el circo. Se extiende una plaza espaciosa rodeada de sólida valla, la cual ofrece numerosos asientos a la copiosa multitud, guarnecidos de vivos tapices multicolores. Sale al redondel solamente el adiestrado a esta diversión, ya sea que sepa burlar al toro saltando, o sea que sepa gobernar el hocico del fogoso caballo con el duro cabestro. Preparadas las cosas conforme a la vieja costumbre nacional, sale bruscamente un novillo indómito, corpulento, erguida y amenazadora la cabeza; con el furor en los ojos inflamados, y un torbellino de ira salvaje en el corazón, hace temblar los asientos corriendo feroz por todo el redondel, hasta que el lidiador le pone delante un blanco lienzo y cuerpo a cuerpo exaspera largamente su ira acumulada. El toro, como flecha disparada por el arco tenso, se lanza contra el enemigo seguro de atravesarlo con el cuerno y aventarlo por el aire. El lidiador, entonces, presenta la capa repetidas veces a las persistentes arremetidas hurta el cuerpo, desviándose prontamente, con rápido brinco esquiva las cornadas mortales. Otra vez el toro, más enardecido de envenenado coraje, apoyándose con todo el cuerpo acomete al lidiador, espumajea de rabia, y amenaza de muerte. Mas aquél provisto de una banderilla, mientras el torete con la cabeza revuelve el lienzo, rápido le clava en el morrillo el penetrante hierro. Herido éste con el agudo dardo, repara y llena toda la plaza de mugidos. Mas cuando intenta arrancarse las banderillas del morrillo y calmar corriendo el dolor rabioso, el lidiador, enristrando una corta lanza con los robustos brazos, le pone delante el caballo que echa fuego por todos sus poros, y con sus ímpetus para la lucha. El astado, habiendo, mientras, sufrido la férrea pica, avieso acosa por largo rato al cuadrúpedo, esparce la arena rascándola con la pezuña tanteando las posibles maneras de embestir. Está el brioso Etón, tendidas las orejas, preparado a burlar el golpe en tanto que el lidiador calcula las malignas astucias del enemigo. La fiera, entonces, más veloz que una ráfaga mueve las patas, acomete al caballo, a la pica y al jinete. Pero éste, desviando la rienda urge con los talones los anchos ijares de su cabalgadura, y parando con la punta metálica el morrillo de la fiera, se sustrae mientras cuidadosamente a la feroz embestida. El padre Rafael Landívar nació en la ciudad de Guatemala el 27 de octubre de 1731. En el curso de 1759 a 1960 Landívar pudo haber enseñado retórica en México, pero sus biógrafos se inclinan a que lo hizo en Puebla y en 1755 en México. El autor habla de su obra: Intitulé este poema Rusticatio mexicana (Por los campos de México), tanto porque casi todo lo que contiene atañe a los campos mexicanos, como también porque oigo que en Europa se conoce vulgarmente toda la Nueva España con el nombre de México, sin tomar en cuenta la diversidad de territorios. Viene ahora la continuación al libro XV: Pero si la autoridad ordena que el toro ya quebrantado por las varias heridas, sea muerto en la última suerte, el vigoroso lidiador armado de una espada fulminante, o lo mismo el jinete con su aguda lanza, desafían intrépidos el peligro, provocando a gritos al astado amenazador y encaminándose a él con el hierro. El toro, súbitamente exasperado su ira por los gritos, arremete contra el lidiador que incita con las armas y la voz. Este, entonces, le hunde la espada hasta la empuñadura, o el jinete lo hiere con el rejón de acero al acomete, dándole el golpe entre los cuernos, a medio testuz, y el toro temblándole las patas, rueda al suelo. Siguen los aplausos de la gente y el clamor del triunfo y todos se esfuerzan por celebrar la victoria del matador. Algunas veces el temerario lidiador, fiándose demasiado de su penetrante estoque, es levantado por los aires y, traspasadas sus entrañas por los cuernos, acaba víctima de suerte desgraciada. El toro revuelca en la arena el cuerpo ensangrentado; se atemoriza el público ante el espectáculo y los otros lidiadores por el peligro. Sucédense luego nuevas luchas, por orden, cuando se desea alternarlas con el fin de variar. Los mozos, en efecto, suelen aprestar para montarlo, un toro sacado de la ganadería, muy vigoroso, corpulento y encendido en amenazas de muerte. Uno de aquellos le sujeta en el lomo peludo los avíos, como si fuera caballo, y le echa al pescuezo un lazo; sirviéndose luego de él, impávido, a manera de larga brida, sube a los broncos lomos del rebelde novillo, armado de ríspidas espuelas y confiando en su fuerza. El animal, temblando de coraje, se avienta en todos sentidos, luchando violentamente por lanzar al jinete de su lomo. Ya enderezándose rasga el aire con los corvos cuernos, ya dando coces en el vacío arremete furibundo a todo correr, contra los que se le atraviesan; y cuando intenta saltar el redondel, alborota las graderías de los espectadores espantados. Como el líbico león herido por penetrante proyectil, amenaza con los colmillos, los ojos feroces y las

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mandíbulas sanguinarias, tiembla, se mueve contra sus astutos adversarios mostrando las garras, y ya se lanza por el aire con salto fulmíneo, ya corriendo velozmente fatiga a los cazadores; lo mismo el toro, encolerizado por el extraño peso, trastornando la plaza embiste ora a unos, ora a otros. Pero el muchacho sin cejar se mantiene inconmovible sobre el lomo, espoleándolo constantemente. Y aun también, el muchacho jinete blandiendo larga pica desde el lomo del cornúpeta, manda a los de a pie sacar otro astado de los corrales y a puyazos lo empuja gozoso por todo el llano. Atolondrado al principio por la novedad, huye precipitadamente de su compañero enjaezado vistosamente. Pero aguijoneando su dorso por la punzante pica, se enfurece encendido de cólera, embiste a su perseguidor, y ambos se trenzan de los cuernos en bárbara lucha. Mas el robusto jinete dirime la contienda con la pica, y continúa persiguiendo a los toros por la llanura, hasta que con la fatiga dejen de amenazar y doblegados se apacigüen. Toda ella es una hermosa, soberbia y fascinante descripción de la fiesta torera mexicana, con un típico y profundo sabor que, desde entonces comienza a imprimirle el criollo, deseoso por plasmar géneros distintos al tipo de fiesta que por entonces domina el panorama. Ese aspecto se determinaba desde luego por lazos de fuerte influencia española que aún se agita en la Nueva España en vías de extinción. A la pregunta de qué, o cómo es el criollo, se agrega otra: ¿quién permite el surgimiento de un ente nuevo en paisaje poco propicio a sus ideales? Una respuesta la encontramos en el recorrido que pretendo, desde la Contrarreforma hasta el siglo XVII en España concretamente. Este movimiento católico de reacción contra la Reforma protestante en el siglo XVI tiene como objeto un reforzamiento espiritual del papado y de la Iglesia de Roma, así como la reconquista de países centroeuropeos como Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Inglaterra instalados en la iglesia reformada. Pero la Contrarreforma fue a alterar órdenes establecidos. Italia fue afectada en lo poco que le quedaba de energía creadora en la ciencia y la técnica. José Ortega y Gasset escribió en la Idea del principio en Leibniz su visión sobre los efectos de aquel movimiento. Dice: Donde sí causó daño definitivo la Contrarreforma fue precisamente en el pueblo que la emprendió y dirigió, es decir, en España. Pero en el fondo la Contrarreforma al aplicar una rigurosa regimentación de las mentes que no era más que la disciplina al extremo logró que el Concilio de Trento celebrado en Italia de 1545 a 1563 restableciera -entre otras cosas- el Tribunal de la Inquisición. Por coincidencia España sufría una extraña enfermedad. Esta enfermedad -dice Ortega- fue la hermetización de nuestro pueblo hacia y frente al resto del mundo, fenómeno que no se refiere especialmente a la religión ni a la teología ni a las ideas, sino a la totalidad de la vida, que tiene, por lo mismo, un origen ajeno por completo a las cuestiones eclesiásticas y que fue la verdadera causa de que perdiésemos nuestro imperio. Yo le llamo "tibetanización" de España. El proceso agudo de esta acontece entre 1600 y 1650. El efecto fue desastroso, fatal. España era el único país que no solo necesitaba Contrarreforma, sino que ésta le sobraba. En España no había habido de verdad Renacimiento ni por tanto, subversión. Renacimiento no consiste en imitar a Petrarca, a Ariosto o a Tasso, sino más bien, en serlos. El fenómeno es fatal pues mientras las naciones europeas se desarrollan normalmente, la formación de España sufre una crisis temporal. Por tanto esto retardó un poco su etapa adulta, concentrándose hacia adentro en sus progresos y avances. En España lo que va a pasar entonces es una hermetización bastante radical hacia lo exterior, inclusive -y aquí nos fijamos con mayor atención- hacia la periferia de la misma España, es decir, sus colonias y su imperio. Coincide la tibetanización española -en la primera mitad del siglo XVII- con el movimiento criollista que comienza a forjarse en Nueva España. ¿Serán estas dos tremendas coincidencias: criollismo y tibetanización, puntos que favorezcan el desarrollo de una fiesta caballeresca primero; torera o pedestre después con singulares características de definición que marcan una separación, mas no el abandono, de la influencia que ejerce el toreo venido de España? Además si a todo esto sumamos el fenómeno que Pedro Romero de Solís se encargó de llamar como el "retorno del tumulto" justo al percibirse los síntomas de cambio generados por la llegada de la casa de Borbón al reinado español desde 1700, pues ello hizo más propicias las condiciones para mostrar rebeldía primero del plebeyo contra el noble y luego de lo que este, desde el caballo ya no podía seguir siendo ante la hazaña de los de a pie, toreando, esquivando a buen saber y entender, hasta depositar el cúmulo de experiencias en la primera tauromaquia de orden mayor: la de José Delgado "Pepe-hillo". Si el criollo encontraba favorecido el terreno en el momento en que los borbones -tras la guerra de sucesión- asumen el trono español, su espíritu se verá constantemente alimentado de cambios que atestiguará entre sorprendido y emocionado. Dos casos: la expulsión de los jesuitas en 1767, compañía que

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resto del mundo y que abarca la totalidad de la vida, lo que ocasionó la pérdida del imperio. Para mejor entenderlo, España no gozó el esplendor del Renacimiento. Su origen se remonta a la Contrarreforma que les impuso, a los españoles mismos, el Tribunal de la Inquisición.

Agradezco la gentileza de los maestros Dalmacio Rodríguez Hernández y Dalia Hernández Reyes el haberme facilitado copia facsimil del documento. Portada: FIESTAS / DE TOROS, / JUEGO DE CAÑAS, / y alcancías, que celebró la No- / Bilísima Ciudad de Mexico, a / veinte y siete de Noviembre / de este Año de 1640 / / EN / CELEBRACIÓN DE LA / venida a este Reyno, el Excelentísimo Señor / Don Diego Lopez Pacheco, Marques de / Villena, Duque de Escalona, Virrey / y Capitán General de esta Nueva / España, &c. / Por Doña Maria de Estrada / Medinilla / 11

Nos encontramos ante un nuevo horizonte, como los habitantes de aquella Nueva España, dedicados a seguir estableciendo no sólo un sistema político, sino también un sistema de vida más o menos paralelo al dominante en España. El temor de una reyerta, la Contrarreforma estimuló y en la Nueva España se extendió por todos los rincones y provincias. La ilustración, fenómeno que, bloqueado por las autoridades novohispanas y reprobado ferozmente por el santo Oficio sirvió como pauta esencial de formación en el ideal concreto de la emancipación cuyo logro al fin es la independencia, despierta desde 1808. Todo esto, probablemente sea parte de los giros con que la tauromaquia en México haya comenzado a dar frutos distintos frente a la española, más propensa a fomentar el tecnicismo, ruta de la que nuestro país no fue ajeno, aunque salpicada -esta- de "invenciones", expresión riquísima que dominó más de cincuenta años el ambiente festivo nacional durante el siglo antepasado. 11 Incluido en: Viage por tierra, y mar del Excellentissimo Señor Don Diego Lopez Pacheco i Bobadilla, Marques de Villena, u Moia, Duque de Escalona &c. Aplausos, y festejos a su venida por Virrey desta Nueva España. Al Excellentisimo Señor Don Gaspar de Guzman Conde Duque de Olivares, Duque de Sanlucar La Mayor &C. Dedicado por el Colegio Mexicano de la Compañía d IESVS. México: Francisco Robledo impresor, 1641.

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el de una invasión a esas construcciones de tipo renacentista, es decir, fortalezas, se terminó y las del XVI no existen más que como asentamientos a las del XVII, tales como las iglesias de Jesús Nazareno (1601); San Pedro y San Pablo (1604); Santiago Tlatelolco (1609); San Jerónimo (1623), etc. Fue entonces cuando las influencias como el barroco mexicano, o el manierismo en cuanto tal, se inyectaron en las bellas artes de aquel tiempo. En las letras –y particularmente en la poesía-, encontramos una continuada idealización del espíritu literario habida durante el siglo XVI, y que con el gongorismo o culteranismo se elevó a estaturas nunca antes concebidas.

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AGUSTIN DE ITURBIDE: CORRIDAS DE TOROS DURANTE SU REINADO, Y OTRAS CONTADAS POR CARLOS MARIA DE BUSTAMANTE. (1821-1823). Al anuncio de la coronación de Agustín de Iturbide, como Agustín I, no podían faltar las corridas de toros, de las que apenas existen algunas evidencias, contadas por la pluma de uno de los más importantes historiadores de aquel momento: Carlos María de Bustamante, quien parece darnos –además-, las suficientes pistas para conocer algunas de las incidencias que ocurrieron tanto con la plaza de toros de San Pablo, como con la “plaza de toros de México” en aquellos años. El “libertador” de México y la primera cabeza del Estado independiente de este país (primero como presidente de la regencia, luego como emperador), gobernó desde septiembre de 1821 hasta marzo de 1823, ciclo de los más fascinantes de la historia de México, puesto que en ese lapso enfrentó el reto de crear un gobierno y forjar una nación a partir de un vasto territorio que hasta entonces había sido una colonia de España, un territorio que entonces abarcaba buena parte de lo que hoy son parte de los estados del sur de Norteamérica. Luego de la emancipación, el problema fundamental de México estaba fincado en cómo organizarse a sí mismo como una entidad separada, asunto este que se encontraba en manos -fundamentalmente- de nuestro personaje. Sin embargo, Iturbide fue un fenómeno que no merece el estatus de no-persona. Tanto él como su imperio no son populares y hacia ambas figuras el odio popular fue sintomático. Finalmente, era un hombre de carne, hueso y espíritu, pero el pueblo y las figuras más importantes del ambiente político -Bustamante entre ellas-, lo atacaron de forma tal que acabaron destruyéndolo. En esta breve revisión que nos sirve para conocer el perfil de aquel periodo, vayamos ahora a conocer lo que Bustamante escribió en su Diario Histórico de México, larga reseña de varios años y de la que apenas se ha publicado lo escrito de diciembre de 1822 a diciembre de 1825. Otros cuarenta volúmenes aproximadamente, permanecen inéditos en una biblioteca zacatecana. La primer nota de tinte taurino, escrita por Bustamante -que tiene un carácter severamente crítico, puesto que el historiador mexicano no era aficionado y hasta repudiaba el espectáculo-, aparece el sábado 1º de febrero de 1823.

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En ella se desborda sobre los acontecimientos cotidianos que narra de la siguiente manera: Llegamos al tercer mes de la tercera revolución; quisiera abrir la escena dándote, hermana muy querida, una sinfonía tan alegre, como la que precede a la ópera del Barbero de Sevilla; pero no es dado a mi lira, ni tampoco a mi pincel trazarte un cuadro divertido; sin embargo, tu imaginación muy apta para fingirse monos, podrá trasladarse hasta la plaza de toros de México (ubicada en la ahora Plaza de la Constitución, y a un costado de la estatua de Carlos IV), que verá presidida de un Emperador por la Divina Providencia (si tal puede llamarse la voluntad del sargento Pío Marcha, Marqués del Bodegón, Conde S. Pedro del Álamo y chusma de borrachos del barrio del Salto del Agua), más gordo y cebón que un gato viejo del refectorio... porción de banderilleros y picadores, puestos de hinojos ante su Majestad Imperial implorando su bendición; no de otro modo que los hidalgos de Castilla, de los días de Sancho el Bravo, prestaban pleito homenaje; o sea como un Provincial del Carmen a quien saludan diciéndole su fraile: Benedicite... y él les responde, con gentil continente y gran mesura: id en paz... Tal es, pues, la escena que ha visto la gran México en estos días y que ha arrancado lágrimas a corazones sensibles, precisándolos a decir con un romano: ¡Oh! pueblo inmoral, encenegado en la apestosa cuitla (cuitla en idioma mexicano equivale a suciedad) de los vicios, formados en la escuela de los españoles, ¿cómo toleráis esta escena de ignominia?... ¡Ah!, mientras esto pasa a vuestra vista, los Bravos, los Guerreros, los Castros, los Espinosas, los Santa Anna, los Victorias y los Gómez, sostienen los derechos de vuestra libertad en los campos, y desafían a la tiranía cuerpo a cuerpo; esto hacen, mientras que vos, presidido de lo que llamáis nobleza magnaticia de los Leoneles y Cervantes, os humilláis a las plantas de un tirano, y quemáis vuestros inciensos ante ese ídolo de fatuidad... ¡Mexicanos! mirad el papel que representáis en la escena del mundo ilustrado! ¡conoced por estos trazos de mi torpe pluma todo el fondo de vuestra ignominia!... ¡Ah! ¡llenáos de mengua y confusión! Desaparezca México del rango de los pueblos libres... Húndase en el fondo de sus lagunas, y paseése por sobre ellas el lívido y espantoso genio de Maxtla y de Tezozomoc, de aquellos tiranos que cuatro siglos ha que la enseñorearon, y cuyo espíritu anima a sus degradados hijos... Basta de digresión y digamos que lo que está en boca de todos y de quienes sólo soy un eco.12

12

Carlos María de Bustamante: DIARIO HISTORICO DE MEXICO. DICIEMBRE 1822-JUNIO 1823. Nota previa y notas al texto Manuel Calvillo. Edición al cuidado de Mtra. Rina Ortiz. México, SEP-INAH, 1980. 251 pp. Tomo I, vol. 1., p.123.

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Don Carlos representa la figura de aquellos mexicanos deseosos de nuevos destinos, su espíritu es semejante al de fray Servando Teresa de Mier. Solo que la presencia obstaculizadora de un “tirano” como Iturbide en las aspiraciones en el nuevo destino de México, inspiraron en Bustamante un ambiente de animadversión y desacuerdo que iba moldeándose en cada una de las páginas del DIARIO durante el periodo reinante de Agustín I. Por supuesto que las notas relativas al acontecimiento reseñado, dejan ver también su rechazo a la costumbre y tradición española de los toros, que pasa a ser parte de “aquellos tiranos (también) que cuatro siglos ha que la enseñorearon, y cuyo espíritu anima a sus degradados hijos...”, escuela y escena de ignominia, tremendas y pesadas razones establecidas por los hispanos. Al mencionar la “plaza de toros de México” se refiere, como ya nos ha dicho, a la que se instaló de 1822 a 1825 aproximadamente en el espacio imponente de la “Plaza de la Constitución”, compartiendo hasta 1823 con la famosa estatua de Manuel Tolsá, conocida popularmente como “El Caballito” en que fue enviada al claustro de la Universidad. De los pocos datos existentes al respecto del coso “efímero”,13 y uno de ellos nos remite a la 13

Puede hablarse de un cambio de concepciones en cuanto a la posibilidad de hacer permanente el espectáculo en plazas que no guardan el síntoma de la permanencia-, debido a que se construyeron sus edificios a partir del apoyo de madera y nunca como posible escenario definitivo, sea este de mampostería, piedra u otros materiales. Se trata, en todo caso, de algo que puede ser calificado como de arquitectura efímera. Véase de Guillermo Tovar de Teresa: “Arquitectura efímera y fiestas reales. La jura de Carlos IV en la ciudad de México, 1789”. Artes de México, nueva época, Nº 1, otoño de 1988, p. 42-55. Otras plazas.-Sin afán de profundizar con detalles y minucias en plazas efímeras, dedicaré un poco de atención a aquellas que prestaron sus servicios de manera provisional. LUGAR

TIEMPO QUE SIRVE

Don Toribio Por 1813-1828 Jamaica Por 1813-1816 Plazuela de los Pelos 1803 Tarasquillo 1803 Volador 1803-1815 Villamil --------Boliche 1819 (?) Plaza Nacional 1822-? Necatitlán 1808?-1845 San Pablo 1815-1821 Como Real Plaza de Toros de San Pablo] 1833-1850 “ “ ? -1864 Paseo Nuevo 1851-1867

FORMA

Ochavada

CUARTONES

80

Circular Circular Circular Circular Circular

136 (palcos)

Datos tomados del trabajo de Benjamín Flores Hernández: “Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVIII”. México, ESTUDIOS DE HISTORIA NOVOHISPANA, vol. 7. (México, 1981). pp. 99-160, fots. (Pág. 158-160).

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corrida efectuada el domingo 15 de agosto de 182414 mientras sirve como sucedánea de la plaza de San Pablo, misma que se quemó en 1821 y desmantelada de nuevo en 1823, como lo anota el propio autor zacatecano: Jueves 3 de Julio de 1823 (Lluvioso). (...) Se está echando abajo la plaza de Toros, de orden del Gobierno, porque se denunció una conspiración, en cuyas operaciones horribles entraba como la primera a incendiar esa enorme montaña de madera.15 Respecto a algunos datos de la Real Plaza de toros de San Pablo me encuentro con un dilema: en 1815 se reconstruyó -en una de sus permanentes rehabilitaciones-, a partir del maderamen que dejó disponible el desmantelamiento de la plaza del Volador, ocurrido un año atrás. Fue durante el mes de abril de 1821 y luego el 9 de mayo de 1825 cuando la plaza sufrió sendos incendios, y no se tiene más noticia que la de su reinauguración, ocurrida en 1833. Bustamante aporta un dato interesante: Domingo 4 de enero de 1824 (Bello tiempo). Esta tarde ha habido una excelente corrida de Toros en la Plazuela de S. Pablo, cuios productos serán aplicados al reparo de la Plaza mayor. La función ha estado muy concurrida.16 Es decir, el Ayuntamiento interesado en la continuidad del espectáculo o por parte del asentista, que en aquella ocasión era el coronel Manuel de la Barrera, se propusieron remozar el coso y así dar continuidad a las fiestas, para permitir con ello el arreglo de la Plaza mayor misma que, seguramente, presentaba un panorama de descuido. Se ubicaba la plaza de toros en la manzana formada al norte, por la Iglesia de San Pablo el Nuevo, al oriente, callejón del Topacio, hoy tercera calle del Topacio, y por el poniente, con la segunda calle de Cuevas, hoy novena de Jesús María.17

Sin embargo, la Plaza Nacional de toros o la de San Pablo tuvieron un mismo destino: se quemaron. Fue el 9 de mayo de 1825, día de horrible calor, según Bustamante, que se 14

PLAZA NACIONAL DE TOROS Domingo 15 de agosto de 1824 (Si el tiempo lo permite) La empresa, deseando tomar parte en los justos regocijos por los felices acontecimientos de Guadalajara, no menos que en la debida celebridad del EXMO. SR. D. NICOLAS BRAVO, á cuya política y acierto se han debido, determina en la tarde de este día una sobresaliente corrida, en la que se lidiarán ocho escogidos toros de la acreditada raza de Atenco, incluso el embolado, con que dará fin. Con tan plausible objeto las cuadrillas de á pie y á caballo ofrecen llenar el gusto de los espectadores en cuanto les sea posible, esforzando sus habilidades. ENTRADAS Sombra: Con boletines que se espenderán á cuatro reales en la primera casilla Sol: Con boletines que se espenderán á 2 reales en las casillas 7ª y 8ª, y se entregaran en la puerta. Las lumbreras por entero se arrendarán a cuatro pesos cada una con boletines de ocho personas en la alacena de D. Anacleto González en el portal de Mercaderes, desde el día anterior hasta la una de este, y de esta hora en adelante en la puerta principal de la misma plaza. 15 Bustamante: Diario Histórico de ..., op. cit. Tomo I, Vol. 2. Julio-Diciembre de1823, p. 8. 16 Op. cit., T. I., Vol. 2, enero-diciembre 1824, p. 11. 17 Lauro E. Rosell: Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la Capital desde 1521 hasta 1936. México, Talleres Gráficos de EXCELSIOR, 1945. 192 pp. ils., fots. (pág. 18).

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incendió la Plaza de Toros “que la ha reducido a pavezas”. Un día después el mismo autor del Cuadro Histórico apunta: Mucho da que decir y pensar el incendio de la Plaza de Toros: a lo que parece se le prendió fuego por varias partes, pues ardió con simultaneidad y rapidez. ¿Quién puede haver causado esta catástrofe? He aquí una duda suscitada con generalidad, y atribuida con la misma a los Gachupines para hacerlos odiosos y que cayga sobre ellos el peso de la odiosidad y persecución, opinión a que no defiero, no por que no los crea yo muy capaces hasta de freirnos en aceyte, sino por que ellos obran en sus intentonas con el objeto de sacar la utilidad posible, y de éste ninguna sacarían. Otros creen que algún enemigo del asentista Coronel Barrera fué el autor de este atentado, y aún él mismo ministra fuertes presunciones para creerlo; en la postura a la Plaza se la disputó un Poblano tenido por hombre caviloso y enredador, y tanto como encargado por el Ayuntamiento de esta Capital de plantear la Plaza de Toros para la proclamación de Yturbide fué necesario quitarle la encomienda por díscolo: en el calor de la disputa dixo con énfasis a Barrera... Bien, de V. es la Plaza, pero yo aseguro a V. que la gozará por poco tiempo -expresiones harto significantes y que las hace valer mucho el cumplimiento extraordinario de este vaticinio. Se asegura que fueron aprendidos dos hombres con candiles de cebo: veremos lo que resulta de la averiguación (Encuadernado aquí el Impreso Poderoso caballero es don dinero. México, Oficina de D. Mariano Ontiveros, 1825, 4 p., firmado El tocayo de clarita) judicial que se está haciendo; por desgracia no tenemos luces generalmente de Letras sino de letras muy gordas y incapaces de llevar la averiguación acompañada de aquella astucia compatible con el candor de los juicios, ni hay un escribano como aquel Don Rafael Luaro que supo purificar el robo de Dongo en los primeros días de la administración del Virey Revillagigedo de un modo que asombró a los más diestros curiales. En el acto del Yncendio ocurrió la compañía de granaderos del número Primero de Ynfantería la que oportunamente cortó la consumación del fuego con la Pulquería inmediata de los Pelos el que pudo haverse comunicado al barrio de Curtidores: esta tropa al mando del Teniente Coronel Borja trabajó tanto que dexó inutilizadas sus herramientas. Del edificio no ha quedado más que el Palo de en medio donde estaba la asta bandera, e incendiado en la puerta, lo demás es un cerco de ceniza que aun no pierde la figura de la plaza. Desde el día anterior se notó que en la tarde procuraron apagar con el cántaro de agua de un vendedor de dulces el fuego que aparecía en un punto de la Plaza. Dentro de ella había quatro toros vivos, y tres mulas de tyro; todas perecieron, y ni aún sus huesos aparecen. De los pueblos inmediatos ocurrieron muchas gentes a dar socorro, pues creyeron que México perecía; tal era la grandeza de la flama que se elevaba a los cielos. El daño para el asentista es gravísimo, pues a lo que parece en la escritura de arrendamiento estipuló que respondía la Plaza si pereciese por incendio u otro caso fortuito. ¡Cosa dura vive Dios! que pugna con los principios de equidad y justicia. Además tenía contratada una gruesa partida de toros para lidiar al precio de 50 pesos al administrador del Condado de Santiago Calimaya de los famosos toros de Atengo. Todo esto nos hace sentir esta desgracia, y pedir fervorosamente al cielo no queden impunes los autores de un crimen de tanta trascendencia, y que envalentonará con su impunidad a los malvados a cometer otros de la misma especie.18

18

Bustamante: Diario Histórico de ..., op. cit. Tomo III, Vol. 1. Enero-Diciembre de 1825, p. 72-73. Lunes 9 de Mayo de 1825 (Horrible calor) Esta mañana a las 3 se anunció por la campana mayor de catedral el horrible fuego que apareció en la Plaza de Toros que la ha reducido a pavezas; mañana referiré las circunstancias de este suceso muy doloroso de que me estoy refiriendo. Además: PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO Bien sabido es, que por el dinero, y con el dinero se ha plagado el mundo de delitos, miserias y desgracias: por él se han suscitado las guerras, y con él se han emprendido, dándose al saqueo las ciudades, y a la destrucción los imperios: por el dinero se matan los hombres, y con el dinero viven y se engrandecen los oscuros y despreciables: por el dinero se levantan las más negras calumnias, y con el dinero se cubren y quedan sin castigo los crímenes más horrorosos: por el dinero se pierde la quietud, y con el dinero se corrompe el corazón. Esto, y muchísimo más, puede el dinero en grande; veamos como obra, respectivamente, en chico.

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El déspota particular con mucho dinero, de nada carece y cuanto quiere alcanza: acostumbrado a hacer su gusto en todo, se felicita y complace en la ejecución de sus más vergonzosas pasiones y soberbios caprichos, pues cuenta siempre con la ciega obediencia de los seres degradados que lo adulan. Así el hombre venal, orgulloso y dominador, si es rico, aunque se vea lanzado del alto asiento que usurpaba, y destituido del poder absoluto que ejercía sobre los demás, conserva una superioridad tan altanera, que casi se identifica con el mismo absoluto poder que ha perdido. De aquí pueden hacerse aplicaciones muy exactas con referencia a los casos que han acontecido y están aconteciendo desde nuestra emancipación política: hágalas, si gusta, el juicioso lector, y luego encárguese del objeto a que se dirige este papel para fallar imparcialmente, llevando por delante aquel refrán que asienta: por lo poco, se pasa al conocimiento de lo mucho. Después que por motivos bastante notorios estuvo sin ejercicio el coliseo de esta corte una porción de tiempo, los cómicos proyectaron y consiguieron su apertura, quedando responsables de mancomún al arrendamiento de la finca, y cuando habían dado muchas funciones, que el público vió con aprecio, regresó de la Habana en junio de 824 el gran cantador Andrés del Castillo, convencido de que no podía lograr colocación ventajosa fuera de este suelo que le dio tantos miles de pesos. Admitido nuevamente al teatro por la generosidad de sus arrendatarios, tuvo la desvergüenza de decirnos por medio de un manifiesto (tratando cohonestar su punible fuga) que se ausentó con el fin de ilustrarse y volver á servirnos con nuevas y selectas operas que había adquirido. Nos dio tres o cuatro en cansadas repeticiones de doble paga, y cátese agotado todo el tesoro de sus piezas cantables; bien, que cubrió esta falta con el trágico galán Diego María Garay, que vino en su compañía a probar fortuna. Nosotros estábamos bien hallados con nuestros antiguos y hábiles empleados en el teatro, recibiendo por uno de ellos, desde las tablas según costumbre, el aviso de la función que debía hacerse en la noche siguiente, cuando extendida la noticia de la llegada del hombre trágico, unos pocos de la luneta, no permitiendo que se diese la cita, pidieron a gritos por más de tres noches al señor Garay que al fin se colocó en el modo y términos que están en conocimiento del público (No se habla aquí de Fernández y Patiño, protegidos por Garay, porque éstos, sin plaza efectiva, solo nos atormentaban con sus bramidos declamatorios las noches en que trabajó el padrino). Concluida la temporada del año próximo anterior, y puesto el teatro en pregón para la del corriente, se presentaron Castillo y Garay, haciendo postura después de que recibieron el amargo desengaño de que no podían quedarse con la finca a la sordina; y se dice (no sé si con fundamento) que estos dos amigos, sostenidos por algunos de sus paisanos pudientes, llevaban la idea de tolerar a los cómicos del país solo el primer año, y al segundo dejarlos en la calle, pues entonces ya tendrían surtido el teatro de extranjeros, tanto para las plazas principales de representado, canto y baile, como para las de mites ó domésticos. Presentóse en la palestra el digno mexicano coronel Manuel Barrera (dueño hoy de la empresa) que adivinando los fines de ambición y parcialidad que impulsaban esta negociación, celebró su remate por cinco años en cantidad que no tiene ejemplar, y deshizo los planes. Aquí entra el título de este papel como el dedo al anillo: poderoso caballero es don dinero: ¡quien lo creyera!... Castillo y Garay, contando con el fuerte apoyo de sus protectores, revolucionaron en términos, que habiendo introducido la desunión en las compañías, arrancaron del teatro a algunas de sus primeras habilidades, y estas siguiendo indiscretamente la suerte de los cabecillas, andan ahora fuera de la capital separadas de sus familias: ya sentirán las resultas, y quizá cuando no haya remedio; pues aunque la construcción de un segundo coliseo en México les asegure un por venir lisonjero, podrá suceder... ¡quien sabe! Por lo poco se pasa al conocimiento de lo mucho: esta es una verdad bien acreditada. Si para el solo negocio teatral se han interpuesto tantos miles de pesos... ¿cuántos más se derramarían para volvernos a uncir al carro español si esto estuviera al arbitrio del que lo ocupa y bajo las fuerzas de sus agentes?... ¡Cuidado, compatriotas, que las trepidaciones políticas no se han acabado! (...) Por parte del dueño de la empresa, hay un grande y decidido empeño en servir a este público respetables, pues sin contar con las habilidades que lo abandonaron, está haciendo muchísimo más de lo que debía esperarse; y pagando sueldos de alto peso, e invitando a cuantos sean aptos para los ramos de que se compone el teatro, ha probado de una manera nada equívoca su deseo de agradar. Este lo llevó, ciertamente, a la (al parecer) temeraria empresa de ofrecer la operita del tío y la tía, y ya se vio que fue más que regularmente desempeñada: en la función que dio el sábado 23 de abril en honor de Jorge IV, rey de la Gran Bretaña, echó el resto, pues hizo adornar el teatro con todo el buen gusto y lujo que jamás se había visto. Diríase que soy un mercenario apologista; mas esto no será verdad, pues nunca he tenido, ni tengo, ni espero tener relaciones de confianza con el empresario. Oigo hablar mil despropósitos que distan muchísimo de los hechos, y he aquí el único motivo que tuve para publicar este papel: si lo dicho no basta, tírense pedradas, pero entiéndase que las rechazará con la rodela del desprecio.

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Por otro lado me amparo en Enrique de Olavarría y Ferrari quien nos dice: En cambio las lides de toros sufrieron un rudo golpe con la completa destrucción de la Plaza Nacional taurina, que en la madrugada del 9 de Mayo (de 1825) comenzó a incendiarse, cebándose las llamas en aquella enorme construcción de apolillada madera, con tal actividad, que en poco tiempo quedó reducida a cenizas.19

La confusión a que se expone el presente material es que se dice que estaba en servicio la plaza de San Pablo en 1824 (justo el 4 de enero, a pesar de que menciona a la de San Pablo), cuando sólo sabemos que era la Plaza Nacional de Toros (1821-1825), junto a las de don Toribio y Necatitlán, las que funcionaban por aquel entonces, a pesar de que como dice nuestro autor “Del edificio no ha quedado más que el palo de en medio donde estaba el asta bandera”, lo que complica nuestras perspectivas, pues solo la de San Pablo poseía tal ornato y no la “Plaza Nacional de Toros”, dato que se confirma del notable óleo sobre cartón que logró del escenario John Moritz Rugendas en 1833, donde aparece dicha columna rematada por la mencionada asta bandera. Asi que, ¿de cual plaza se trataba: de la de San Pablo o de la plaza nacional de toros la que definitivamente se quemó?

El tocayo de Clarita. 19 Enrique de Olavarría y Ferrari: Reseña histórica del Teatro en México por (...). 2ª. edición, México, Imprenta, Encuadernación y papelería “La Europea”, 1895. Tomo I. 383 pp. (pág. 222).

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Además, muy cerca de ahí se encontraba la famosa pulquería de “Los Pelos” y el barrio de Curtidores, que estaban inmediatos a la plaza de San Pablo, pues en ningún momento refiere que se tratara de la plaza ubicada en plena plaza mayor o de la “Constitución”. Independientemente de todo esto, las plazas de toros de San Pablo, 20 junto a la Plaza Nacional de toros, don Toribio y Necatitlán dieran corridas en aquellas fechas, lo cual significa que la ciudad de México y su población, gozaban del espectáculo de manera por demás bastante frecuente. Así que la plaza incendiada resulta ser nuevamente la de San Pablo, inmueble que seguramente movió a fuertes disputas por su regencia, como se aprecia a la hora en que Otros creen que algún enemigo del asentista Coronel Barrera fué el autor de este atentado, y aún él mismo ministra fuertes presunciones para creerlo; en la postura a la Plaza se la disputó un Poblano tenido por hombre caviloso y enredador, y tanto como encargado por el Ayuntamiento de esta Capital de plantear la Plaza de Toros para la proclamación de Yturbide fué necesario quitarle la encomienda por díscolo: en el calor de la disputa dixo con énfasis a Barrera... Bien, de V. es la Plaza, pero y aseguro a V. que la gozará por poco tiempo -expresiones harto significantes y que las hace valer mucho el cumplimiento extraordinario de este vaticinio-. La Plaza Nacional de Toros también de madera, seguramente cumplió el ciclo de su vida en ese mismo 1825, fecha que como ya vimos, nos facilita de pasada para información de su perecedera existencia; pues muchas de las plazas levantadas para celebrar corridas tenían una vida efímera al quedar inservible el material con que se construían y ambas plazas -ya desaparecidas en el mismo año- fueron sustituidas por otra que se levantó a un costado de la Alameda (en los rumbos de la Mariscala). Recordemos que en tiempos coloniales hubo alguna plaza que colindaba también con la Alameda y estaba a un lado del “quemadero” de san Diego (actualmente la Pinacoteca Virreinal). Años después, de nuevo funciona la de San Pablo (a partir de 1833), cuya vida se extenderá hasta 1864, año definitivo en que desaparece, no sin faltar otras interrupciones,

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Bustamante: Diario Histórico de ..., op. cit.,p. 74. Viernes 13 de Mayo de 1825 (Verano activísimo) (...) Parece que unos negociantes ingleses ofrecen reponer la Plaza de Toros de cal y canto, y que hacen proposiciones equitativas.

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como aquella de 1847, cuando la ciudad de México sufrió la invasión del ejército norteamericano y hubo necesidad de utilizar gran parte de tablas y tablones colocados en el coso para la defensa de dicha invasión, siendo formadas las trincheras por parte de los miembros del ejército nacional. Creo que el propósito por aclarar estos datos alcanza alguna luz, luego de separar la historia de cada plaza, que, por consecuencia se juntan en un momento muy cercano. Del brillante periodo de “Agustín I”, y digo brillante, pues es la primer manifestación donde un mexicano pretende proclamarse asimismo “Emperador”, luego de haberse conseguido el grado absoluto de madurez que, como independencia obtuvo nuestra nación luego de tres siglos de control hispano que ya no podía continuar, al agotarse las condiciones para soportar ese enorme peso que nuevos mexicanos estaban dispuestos a no permitir; fue como se hizo posible aquella situación, que luego devino desorden e inestabilidad, puesto que surgieron las pugnas por el poder y a cambio se tuvieron infinidad de líneas de gobierno las cuales, en aras de darle a México las garantías de seguridad y continuidad por la senda correcta que señalaba la libertad, se obtuvo un estado de cosas complicado, de dispersión y relajamiento que no solo fue político. También social, económico y hasta religioso. De ahí que el espectáculo de los toros hiciera suyo en alguna medida ese patrón de comportamiento y también se relajara, también se diera a la dispersión, lo que originó un escenario lleno de invenciones y recreaciones, en tanto no estuvieran dadas las condiciones para que el toreo lograra alcanzar un estado de madurez más concreto, como sí se iba logrando en España. Y a pesar de ese adelanto, la fiesta en México logró marchar, ya separada de influencias hispanas (eso fue lo que pensaron nuestros antepasados), pero ignorando que la huella y la influencia técnica y estética de la tauromaquia habían adquirido carta de naturalización, se habían hecho también mexicanas, pero bajo un desempeño que no negaba el peso hereditario, que luego vino a fortalecerse en buena medida con la presencia de Bernardo Gaviño y Rueda, torero español que se encuentra presente en nuestro país desde 1829, como él mismo afirmaba (dato corroborado en “El arte de la lidia”), aunque de manera fehaciente desde 1835.

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La Plaza Nacional de Toros, en una curiosa representación, hacia 1824. Vista general.

Detalle de la anterior. Fuente: “México y los grabadores europeos”. México, Artes de México, Nº 166, año XX, 1975. 92 pp. Ils., grabs., retrs., p. 60-61. De la exposición VIAJEROS EUROPEOS DEL SIGLO XIX EN MÉXICO, que fue montada en el Palacio de Iturbide en 1998, retomo unos apuntes personales que dicen: Esta es la Plaza de “la Constitución”, nombre que adquirió a partir de la constitución de Cádiz de 1812. Comparémosla ahora con esta magnífica recreación, para una plaza de toros que sí existió en este mismo sitio, visión realizada por Dante Escalante a partir de una retrospectiva de los ingleses William Bullock y Robert Burford, y que se remonta a un día cualquiera entre los años de 1822 a 1825. Para ver mejor el espectáculo nos colocamos desde un buen sitio, digamos Catedral, al pie de una de sus monumentales torres. Luego de admirar el imponente espectáculo, tenemos en primer término la Plaza Nacional de Toros, inaugurada hacia 1822, que sucedió temporalmente a la Real Plaza de toros de san Pablo, que se incendió en abril de 1821. En esta plaza se realizó un festejo el 15 de agosto de 1824 en el que participaron, muy probablemente los hermanos Luis, Sóstenes y José María Avila, figuras que por aquel entonces destacaban en la fiesta, entendiéndoselas con toros de Atenco. La corrida fue en honor de Nicolás Bravo.

Como se ha podido apreciar, gracias a los datos proporcionados por Carlos María de Bustamante, tan luego como México obtuvo el grado de nación libre e independiente, sucedieron durante el reinado efímero de Agustín de Iturbide diversas fiestas en, por lo menos los dos cosos que se han mencionado con mayor insistencia en este trabajo: La Real Plaza de toros de San Pablo y la Plaza Nacional de Toros, ubicadas ambas en el centro neurálgico de la capital y del país. Plazas que permitieron el curso de la fiesta 43


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torera, presencia española que decidieron adoptar y hacer suya los nuevos mexicanos que no la detestaron. Al contrario, permaneció y a esa permanencia se le agregaron nuevas condiciones, se le enriqueció con otros ropajes que lentamente le procuró una situación donde los mexicanos de aquellas épocas supieron valorarla, al extremo de que traspasó épocas tan difíciles, luego de haber superado la prueba de fuego: no desaparecer tan luego se emancipó México de España. En alguna medida ambas naciones quedaron hermanadas con un espectáculo cuyo arraigo les es consustancial, al grado de seguirse perpetuando en estos años de un avanzado siglo XXI. No quiero terminar sin antes mencionar las posibilidades de que se publique la obra completa de Carlos María de Bustamante, conforme a dos citas, una que apareció en La Jornada del 20 de diciembre de 1996, donde se apunta que “Al entregar a la cultura mexicana la primera edición microfílmica de 1,000 ejemplares del Diario de los acontecimientos ocurridos en México 1822-1841, el gobernador de Zacatecas, Arturo Romo Gutiérrez, señaló que con esto se da cumplimiento pleno al deber contraído con Carlos María de Bustamante en la historia de nuestra patria, con el propósito de ponerlos al alcance de los estudios de un periodo clave en nuestro devenir como nación. “Informó también que se hará el esfuerzo para que este material documental tenga una presentación en diskettes, para el pensamiento y la obra de Bustamante esté en las manos de todos los mexicanos. “Agregó que para esta edición de los 42 tomos del diario del célebre historiador oaxaqueño, cuyo original está guardado en la biblioteca Elías Amador, en el Museo Pedro Coronel de la ciudad de Zacatecas, se optó por la microfilmación en 16 milímetros para garantizar la exactitud de la reproducción de las reflexiones bustamantistas y los documentos agregados, para hacer posible una fácil consulta con el auxilio de microlectores. (...)”Ahora bien, no obstante la enorme importancia del diario bustamantino, el trabajo permaneció olvidado y víctima de las millonarias tribulaciones de los siglos XIX y XX. A pesar de los esfuerzos preliminares del maestro Elías Amador y del Instituto de Antropología e Historia, promoventes de la publicación de algunas partes, el manuscrito nos fue ajeno hasta el presente mes de diciembre. Una persistente voluntad de 44


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investigación y de aplicación de nuevas técnicas hizo posible al fin la edición microfílmica de los 42 tomos que comprenden casi dos decenios (1822-1841) fundamentales en nuestra vida pública, proyecto que se llevó a cabo gracias al apoyo y la inteligencia del gobernador Arturo Romo Gutiérrez”. Por otro lado, en la revista ACERVOS 12/13, boletín de los Archivos y Bibliotecas de Oaxaca, Vol. 3 Abril-Septiembre 1999, pp. 58-59 se apunta: En CD-ROM EL DIARIO HISTÓRICO DE MÉXICO. Un prestigiado grupo de trabajo coordinado por la Dra. Josefina Vázquez del Colegio de México y el también Dr. Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva, del CIESAS-MÉXICO se ha dado a la tarea de publicar completo en CD-ROM, la monumental obra del historiador oaxaqueño Carlos María de Bustamante el “Diario Histórico de México”. Este trabajo reseña día por día el recorrido histórico del país de la consumación de la independencia hasta la guerra con Norteamérica, asunto que actualmente se encuentra en proyecto.

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TESTIMONIO INFANTIL DE JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA A LA LUCHA DE UN TORO Y UN TIGRE REAL, EL 21 DE ABRIL DE 1838, EN PLENA GUERRA DE LOS PASTELES. Joaquín García Icazbalceta se consolidó como uno de los bibliófilos más connotados del siglo XIX. Reunió en su biblioteca, ejemplares y papeles de suyo valiosos a cual más. También legó escritos desde su infancia y su época madura en donde hay una notoria formación, pero también una profunda preocupación por y para la cultura no solo nacional. También universal. Icazbalceta, al lado de José María de Ágreda y Sánchez, de Vicente de P. Andrade, de Nicolás León, de José Toribio Medina, entre otros reconocidos buscadores de tesoros literarios, se unieron en una causa que nadie les dictó como una orden: rescatar bibliotecas, libros, papeles, manuscritos y mapas que luego de la desamortización de los bienes de la iglesia, y del periodo de la Reforma en adelante, se provocaron actos vandálicos por parte de muchos mercaderes, pero aún peor, el uso de añejos papeles convertidos en cucuruchos para la mercancía, envoltura de cohetes o la simple quema de papel viejo.

Aproximadamente en 1937, la colección “Joaquín García Icazbalceta”, pasó a España en una de sus partes. La otra, fue adquirida por la Universidad de Austin, Texas (E.U.A.),

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para incorporarla a la colección “Netiee Lee Benson”, formada por 247 volúmenes, 87 manuscritos de los siglos XVI y XVII; varias Relaciones Geográficas y 39 mapas. En materia taurina conocemos, por lo menos dos textos de don Joaquín, uno escrito en su infancia, allá por 1838. En el otro nos da noticia de las fiestas celebradas en la Nueva España con motivo del “Paseo del Pendón”, conmemoración del día 13 de agosto, con la cual se recordaba la capitulación de Tenochtitlán. Por su curiosidad, reproduzco a continuación

Facsímil del manuscrito de Joaquín García Icazbalceta. El Ruiseñor manuscrito. Número del 29 de abril de 1838 EL RUISEÑOR Nº 20. Lucha de un toro con un TIGRE REAL El 21 de abril de 838 Al sonar las cuatro de la tarde nos dirigimos a la plaza de toros de S. Pablo donde nos hallamos con que un inmenso gentío la ocupaba desde las 2, por lo cual no pudimos hallar asiento y tuvimos que colocarnos de pie en lo más alto de la plaza. Al cabo de un rato sonó la trompeta y en poco tiempo quedó limpia de la mucha gente que se paseaba en ella. Volvió a sonar y apareció la compañía de toreros los que después de hacer el saludo de costumbre se retiraron a sus puestos. Sonó por tercera

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. vez y salió un soberbio toro al que, después de lidiado y muerto, sucedió otro que tuvo igual suerte quedando la plaza en un profundo silencio esperando la lucha anunciada en los carteles. Entreabrióse una puerta de la fuerte jaula que debía ser el teatro de tan desigual combate y apareció la tremenda fiera capaz de imponer al ánimo más esforzado la que llegando a percibir por el olfato el lugar por donde se hallaba su contrario no se apartaba del, siendo preciso distraerlo para que no lo sorprendiera al momento de su salida lo que se consiguió. Abierta ya la puerta del toril aparece el TORO destinado a combatir con la fiera. Levántase la compuerta de la jaula y ya se hallan juntos los dos combatientes. Fortuna que el TORO puede coger al TIGRE por detrás pues estaba distraído con lo que pudo estropearle con una fuerte embestida por lo que no le dejó el tiempo necesario para hacer la faena según su costumbre y solo pudo hacerla en la cola con la boca y en un pie con las garras. Fue mucha la sorpresa del TORO viéndose con la fiera que no esperaba pues iba seguro sin pensar en ella. Deslumbrado con el tránsito de la oscuridad del toril a la claridad de la plaza no advirtió si el objeto que embestía era fiera o no porque si lo hubiera advertido no la hubiera acometido con tanta fuerza y acaso hubiera huido. Trabado en el combate trataba de huir el TORO pero el TIGRE no se lo permitía teniéndolo asegurado por un pie hasta que consiguió después de varias alternativas hacer presa en el cerviguillo del TORO.21

Ese 21 de abril de 1838, fue célebre la jornada, como algunas otras que también ocurrieron en las siguientes fechas: -Plaza de toros de San Pablo: octubre de 1845. Un toro vs. Un león africano. -Plaza de toros de San Pablo: 15 de noviembre de 1857: Un toro vs. otro toro. -Plaza de toros de San Pablo: hombres tigre y hombres oso vs. un toro. -Plaza de toros del Paseo Nuevo: 11 de octubre de 1863: Un león tehuantepecano vs. un toro.

Aviso. PLAZA DE TOROS. Domingo 26 de Octubre de 1845. Gran función extraordinaria, en la que luchará el León africano con un toro de la acreditada raza de Queréndaro. Imprenta de Vicente García Torres. Fuente: colección del autor.

Pero especialmente esta “lucha de un toro con un TIGRE REAL” se convirtió en otro elementos más para ser utilizado por el pueblo y así justificar de manera política los acontecimientos que se estaban dando en plena “Guerra de los pasteles”. El viajero y 21

Joaquín García Icazbalceta: Escritos INFANTILES. México, Fondo de Cultura Económica, 1978. 214 pp. Ils., facs. (pp. 206-208).

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novelista francés Isodores Loewwnstern dejó en su libro “Le Mexique. Souvenirs d´un Vayagueur” su primera visión sobre aquella curiosidad taurina, anotando: “La multitud se aglomeraba en la Plaza de Toros para presenciar el combate de un toro mexicano y de un tigre de Bengala, propiedad de dos americanos”. Armando de María y Campos en su libro Imagen del Mexicano en los Toros dice que no obstante que la nación mexicana estaba en guerra con la poderosa Francia de Luis Felipe, el Primer Magistrado asistió a la plaza. Lo era el general Anastasio Bustamante. Los apuntes de Loewwnstern respecto a la lucha del toro y el tigre real son más que evidentes, y complementan la visión de Icazbalceta, por lo que le solicitamos agregar aquí lo anotado por el francés. Por fin aparecieron los actores principales: el tigre, uno de los más grandes que jamás haya visto, fue introducido el primero en la lid y se echó confiadamente dentro de la jaula. El toro vino en seguida trotando de manera ágil y graciosa e hizo un gesto belicoso al encontrarse en presencia de su peligroso adversario. En ese rasgo reconozco mi sangre. El público, en un acuerdo espontáneo, decidió considerar dicho combate como aquellos que, en los antiguos tiempos, eran considerados como el fallo de Dios. Se decidió, pues, a considerar al toro, nacido en suelo mexicano, como campeón de la Nación, mientras al tigre, nacido en país extranjero, fue considerado como campeón de los franceses. El combate, que se entabló en seguida, fue, pues, seguido con creciente interés. Nunca se había mostrado el público más impaciente y ansioso de conocer el resultado final de la pelea. La probabilidades del campeón de la República Mexicana no eran las mejores. Como es costumbre, se le había cortado las puntas de los cuernos. Consciente de su inferioridad trató de evitar, valiéndose de una pronta retirada, a su feroz adversario de Bengala, el que ni corto ni perezoso de un salto detuvo toda tentativa prudente y, clavándole garras y dientes, lo obligó a cambiar de táctica. Por dos veces logró el toro escapar de las garras del tigre, que volvía a atacarlo. El dolor arrancaba rugidos terribles al pacífico morador de las praderas, al que su salvaje adversario mantenía como clavado en el suelo asiéndolo por el hocico y la nuca. La sangre corría abundante, los mugidos del toro se hacían más y más débiles. Pocos instantes aún y sucumbiría. Maria y Campos hace una acotación ¡Hay que imaginarse la angustia del público mexicano, tal vez la de los altos funcionarios que presenciaban el espectáculo, acaso la del señor Presidente de la República! Una especie de terror se apoderó del público al ver la derrota inminente, tan poco gloriosa, del campeón nacional. El silencio más absoluto reinaba y creo que en esos momentos hubiera sido aceptado el ultimátum francés. Desde hacía ya más de media hora el toro era torturado por su soberbio enemigo: todo parecía terminado, cuando de manera imprevista y con la fuerza que el dolor da al más débil, el toro se levantó. Un reflejo de esperanza iluminó los rostros; los espectadores suben sobre los bancos; los cuellos se alargan fuera de las barreras. El toro permanece en pie, pero a pesar de los esfuerzos violentos que realiza por echar por tierra a su vampiro, el tigre continúa adherido a su nuca, suspendido con todo su peso a la cabeza del noble bruto. De pronto, de un salto violento, el toro se arroja contra los barrotes de la jaula y con la cabeza y los cuernos tritura el cuerpo del tigre. La feroz bestia, aturdida, destrozada, abandona su presa y cae aniquilada a sus pies. Un solo grito, un solo delirio se levanta de la concurrencia. Los léperos aúllan, la concurrencia distinguida enloquece; los pañuelos, los chales flotan y se agitan en todo el recinto, la música toca una marcha triunfal. -¡Viva el toro” ¡Vivan los mexicanos” ¡Mueran los franceses! Mientras tanto, el toro, cual consumado guerrero, proseguía su encarnizada victoria haciendo, a su vez, sentir al adversario caído la fuerza de sus patas y de sus cuernos. Cansado al fin de patear a su víctima y adolorido el mismo por crueles heridas, decidió abandonar al tigre a su propia suerte, a pesar de los esfuerzos del público que lo animaba para que acabara con su adversario.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. -¡El toro!... ¡Traigan al toro!... El público se desgañita y, al fin, logra que saquen al toro de la jaula por medio de un lazo. El toro, en actor modesto, quiere sustraerse a los frenéticos bravos de un público agradecido. Los picadores y los chulillos, viéndolo en su terreno, creen que ha llegado el momento de acabarlo y de terminar la obra que el tigre había empezado tan bien. Un sentimiento unánime de magnanimidad, más fuerte que el de la piedad, desconocido hasta entonces en la Plaza, se apodera del público. A la defensa del toro se aúna un sentimiento nacional. El pueblo continúa vociferando: -¡Que viva el toro! ¡Fuera los toreros! Y es así como el toro, el primero de su raza, obtiene la gracia en la Plaza. El agradecimiento de los mexicanos por el buen augurio que venía de darles no se limitó a conservarle la vida y curar sus heridas, una suscripción de hizo en seguida para comprarlo al carnicero al que pertenecía y ofrecerlo al gobierno como un don nacional. Pero, ¡oh, dolor!... ¡oh, lágrimas!, el héroe, digno de mejor suerte, en vísperas de un porvenir tranquilo y feliz, sucumbió a sus terribles heridas mientras el tigre, campeón de los franceses, gracias a la robustez de su naturaleza, se restableció muy pronto quedando sano y salvo.22

El signo del orgullo nacional se dejó ver claramente en aquella tarde del mes de abril de 1838, hasta el extremo de que se tomó como pretexto aquella corrida de toros para acentuar el fervor y el partido que los mexicanos tuvieron ante los hechos de agresión.

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Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, "Al sonar el clarín", 1953. 268 pp., ils. (pp. 53-61).

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PARA 1844 HAN TRANSCURRIDO 34 Y 23 AÑOS RESPECTIVAMENTE DE LAS FECHAS QUE RECUERDAN EL INICIO Y CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA. POR TAL MOTIVO LAS CONMEMORACIONES SE DESBORDARON EN FIESTAS. Han transcurrido 34 y 23 años respectivamente de las fechas que conmemoran el inicio y consumación de la independencia. Como fruto de la exaltación natural que produce la emancipación del imperio español que durante tres siglos decidió por los mexicanos, se llegaba la hora de hacerlo por cuenta propia. A partir de 1821, la nueva nación en medio de una absoluta libertad, inició su marcha con un proyecto ideal pero impreciso, que se sumió en un mar de conflictos. Libres de todo peso, pusieron los ojos en una visión extralógica. El modelo era el país del norte que había logrado su independencia desde 1776, sustentada en condiciones concretas que muy pronto hicieron de los Estados Unidos de América una nación vigorosa y adelantada. Sin embargo sus principios anglosajones eran diferentes a los de un estado católico, sumamente burocrático como el español que hizo del reino de la Nueva España su mejor colonia, colonia que con el tiempo reflejó comportamientos peculiares. Fue notorio el contraste entre la nueva posición liberal que enfrentó la fuerte carga conservadora, mismas que se sumieron en intensa batalla, de la cual brotaron otros argumentos como los centralistas, monarquistas, moderados y hasta militares llegando con este último a la dictadura en ciertos, determinados momentos. Pero en 1844, las conmemoraciones se desbordaron en fiestas, siendo por los menos tres los festejos, que ocurrieron el 8, 16 y 27 de septiembre.

CORRIDA DE TOROS EN

LA PLAZA DE SAN PABLO

Función extraordinaria dedicada a los gloriosos aniversarios de la Independencia de México. Domingo 8 de septiembre de 1844. La junta Cívica de las solemnidades de los días 16 y 27 de septiembre, en que se celebra la heroica proclamación de la INDEPENDENCIA en el pueblo de Dolores, y la entrada triunfal del benemérito ejército trigarante en esta ciudad, ha dispuesto esta sobresaliente corrida, contando con la franqueza del empresario y de la comisión compuesta de los señores D. Pedro Jorrín, D. José María Cervantes Ozta, D. Javier Heras y D. José Juan Cervantes, á cuyo conocido celo encomendó todo lo relativo á que la función tenga cuantos atractivos son posibles. El dueño de la  acreditada hacienda de Atenco  ha ido personalmente á escoger los seis arrogantes toros que han de lidiarse. El programa es el siguiente:

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Después de hecho el despejo de la plaza, que será muy agradable á la concurrencia, se dará principio á la corrida lidiándose los primeros toros.-Por primer intermedio de la lid y á su debido tiempo, aparecerán en la arena con la más perfecta imitación, el ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha y el Caballero de los Espejos, cada cual con su escudero; y cuando los dos caballeros estén en el mayor ardor del desafío, en defensa de la sin par fermosura de sus damas, saldrá del coso un valiente toro que es probable interrumpa la lucha. En tan descomunal combate, los escuderos tomarán las armas en defensa de sus señores, y no obstante todos serán arrollados; pero volviendo el coraje al valeroso pecho de D. Quijote, desnudará su tizona, y hará morder el suelo a la arrogante fiera, dando cima a tan famosa aventura. Después de lidiados los otros toros y por segundo intermedio, saldrán dos ligeros de raza distinta, para que los coleadores los echen a tierra. La plaza se empavesará con todos sus adornos: dos músicas militares y la concurrencia de las autoridades a quienes se ha invitado, y si se logra la del EXMO. SR PRESIDENTE, BENEMÉRITO DE LA PATRIA, acabarán de dar al espectáculo todo el brillo posible, y será de todos modos digno del público mexicano. PRECIOS DE ENTRADA SOMBRA Lumbrera por entero con 10 boletos 6 pesos Boletos 0.4 rs.

SOL Lumbrera por entero con 10 boletos 1 ps. 4 rs. Entrada de general 0.1 rs.

Las lumbreras y boletos se expenderán en el estanquillo de la calle primera de Plateros en la alacena de D. José Antonio de la Torre, en el Portal de Mercaderes; en la sombrerería de D. Manuel Parada, Portal de Agustinos, y en la calle de Olmedo número 11, casa de D. Javier Heras. Los individuos que gusten tomar lumbrera o boletos, podrán ocurrir a dichos puntos desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, y el día de la corrida se despacharán en la administración de la Plaza, desde las diez de la mañana á las dos de la tarde. La función principiará a las cuatro y media de la tarde, si el tiempo lo permite. Imprenta de Vicente G. Torres.

Llama la atención el discurso con el que fue construido este cartel. Ya sabemos que existen dos grandes pretextos para los cuales se comisionaron a los señores Pedro Jorrín, José María Cervantes Ozta, José Juan Cervantes y Javier Heras. ¿Quiénes son ellos? Heras es el empresario en turno de la Real Plaza de Toros de San Pablo. José María Cervantes Ozta y José Juan Cervantes y Michaus, medios hermanos, hijos de José María Cervantes y Velasco, a la sazón, uno de los firmantes del acta de independencia en 1821. José Juan es en ese año de 1844 dueño de la hacienda de Atenco. Sobre Pedro Jorrín solo se sabe que fue gobernador del Distrito Federal en 1849, y no se tienen más datos. En seguida, y luego de mencionar que el dueño de Atenco, personalmente escogió los toros para la función, viene otra parte del discurso, ese sí, alucinante en sí mismo. Sin tener noticia sobre quienes fueron los espadas y sus cuadrillas, pero que suponemos se trata de Luis o Sóstenes Ávila, aunque probablemente pudieran ser también: José María Vázquez, Manuel Bravo o Andrés Chávez. No mencionaría en estos 52


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momentos a Bernardo Gaviño, quien se encontraba actuando concretamente en Puebla. Claro que esto no interesaba mucho cuando lo más destacado fue la mojiganga denominada “El ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha y el Caballero de los Espejos”, la que, como vemos trataba de integrar una perfecta actuación de ambos personajes, cada cual con su escudero. En los precisos momentos de su mejor estrategia para alcanzar el amor de las damas, saldría de modo sorpresivo un toro “que es probable interrumpa la lucha”. Ante un nuevo adversario, y teniendo nuevo pretexto para redoblar sus conquistas, D. Quijote y el Caballero de los Espejos se dispondrían a desnudar sendas tizonas. Deliberadamente solo sería el Quijote quien quedaría frente a frente al cornudo enemigo, a quien “hará morder el suelo..., dando cima a tan famosa aventura”. Como lo marcaba el uso y la costumbre, intervinieron en seguida los imprescindibles “coleadores”, quienes se concentraron en las suertes propias de este apartado, buscando echar por tierra a los toretes empleados para el caso. Además La plaza se empavesará con todos sus adornos: dos músicas militares y la concurrencia de las autoridades a quienes se ha invitado, y si se logra la del EXMO. SR PRESIDENTE, BENEMÉRITO DE LA PATRIA, acabarán de dar al espectáculo todo el brillo posible, y será de todos modos digno del público mexicano.

En esa ocasión, gobernaba el General Valentín Canalizo, quien participó en los hechos que consumaron el ardoroso deseo de la emancipación. Ese año de 1844, Lucas Alamán escribió sus Disertaciones sobre la historia de la República Mexicana desde la Conquista a la Independencia, obra en la que dejó plasmado un sentir fundamental, el de “variar completamente el concepto que se tenía a fuerza de declaraciones revolucionarias sobre la conquista, dominación española y el modo en que se hizo la independencia”. Y en aquel año, tal espíritu se unió vigoroso al propósito que se concentró en las magníficas celebraciones, ocurridas en el “mes de la patria”.

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NOTAS A UN ARTÍCULO DE LA “ILUSTRACIÓN MEXICANA” DE 1851 QUE NOS DESCRIBE PERFILES DE LA SOCIEDAD QUE ASISTE A UNA CAMBIANTE FIESTA TAURINA.

El artículo que reseño: “Plazas de toros” fue publicado en “La Ilustración mexicana”, T. I., XV, p. 312 del año 1851. Deduzco que salió a la luz en el primer semestre pues solo menciona la plaza de san Pablo. La del Paseo Nuevo se inauguró en noviembre de ese mismo año. Su contenido es un maravilloso retrato no solo del ambiente taurino sino de la vida cotidiana que se ve reflejada en ciertas actitudes, como esta de que “las familias de buen tono van por rareza, por excentricidad, ó porque el papá quiere ver hasta qué punto llega la sensibilidad de sus hijas”. Añora el articulista desde el comienzo de su colaboración aquellos “Felices tiempos los del toro de once, en que la plaza de toros solo veía toros, en que no había jamaicas, y en que todo lo permitido era el palo ensebado y el monte parnaso”. Dicha observación es interesante, en la medida en que durante los tiempos inmediatamente posteriores a la culminación de la independencia y hasta 1850; a lo que parece, solo se daban festejos que cumplían con esas condiciones, sin que se alterara con añadidos como el capricho de la moda y la exquisita sensibilidad del siglo XIX que devino en un carácter más relajado también para el espectáculo. Ya no asiste a la plaza más que un reducto de “familias de buen tono”, pero sí la colma un importante grupo de las otras que suelen andar en coche simón y comen cuanto encuentran... Se ve con frecuencia a meretrices de medio manto, pero sobre todo a jóvenes de a caballo que tutean al picador, gritan, chiflan, y “es aficionada a coleaderos, a encierros y á usar reatas, chaparreras, etc.” En otras palabras, habla nuestro desconocido autor de una gama emergente de nuevos elementos que condimentan un espectáculo cada vez más saturado de riqueza, en tanto ahogo que no deja admirar la esencia que a sus ojos se ha perdido, anhelo que se atenúa (sin ser mencionado; sólo insinuado) de “todo tiempo pasado fue mejor”, a decir de Jorge Manrique, en su verso recurrente que forma parte de las “Coplas a la muerte de su padre”. El palo ensebado o el monte parnaso aunque entretenimientos profanos, convocaban multitudes que de seguro irrumpían y alteraban el ya de por sí festivo ambiente que imperaba en la plaza, convertida en acumulación de intensidades colectivas dispuestas a divertirse. 54


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La actitud emancipadora desde luego que se apoderó de la plaza. Lo que está viendo el autor ya no es comparable con lo que pasa en tiempos anteriores a la independencia (la plaza de San Pablo fue levantada primitivamente en 1788, algunas reformas tuvieron que hacerse al cabo de los años, pero en abril de 1821 se quemó, siendo reinaugurada en 1833). Durante la invasión norteamericana fue desmantelada casi en su totalidad y su maderamen ocupado en las diversas trincheras que se cavaron en sitios estratégicos de aquella ciudad que vivió días amargos en 1847. Es en 1863 cuando desaparece.

Disponible octubre 31, 2012 en: http://www.hndm.unam.mx/# Es material que proviene de la Hemeroteca Nacional Digital de México.

Su reseña sobre la corrida, desde la llegada del “juez” y el “partimiento” por algún batallón hasta que el toro muere nos presenta las condiciones que prevalecieron en el toreo mexicano, justo a la mitad del siglo XIX. Sin embargo, el drama, la tragedia son elementos que no pueden faltar, imprescindibles en todo acto sangriento y cuestionado como el taurino. Una apología taurómaca es la que vemos casi al final del trabajo, la cual justifica el 55


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contexto histórico que ha acumulado en siglos este espectáculo y le plantea que no es del todo sanguinario, antes al contrario, son otros mil vestigios de barbarie los que la sociedad conserva y deben eliminarse. Por lo visto, el escritor es un taurino en toda la extensión de la palabra, dispuesto a dar un curso de tauromaquia, o a escribir las impresiones de una corrida al estilo de Dumas... Pero lo sorprendente de esta experiencia es la concepción arquetípica de la sociedad en primer lugar, y luego de lo estrictamente taurino con que nos deslumbra... ¿quien? No lo sabemos. Demos paso a la lectura. Felices tiempos los del toro de once, en que la plaza de toros solo veía toros, en que no había todavía jamaicas, y en que todo lo permitido era el palo ensebado y el monte parnaso. Después, después, ir a los toros ha dejado de ser de buen tono; y en esto ha influido el capricho de la moda, el gusto por dar vueltas en el paseo, y la exquisita sensibilidad que caracteriza al siglo XIX. Los robustos filántropos de nuestra época, se horrorizan con la espantosa lid; las niñas sufren de los nervios; los viejos no tienen aliento para hacer tan larga jornada; los ilustrados no quieren ver espectáculos tan bárbaros; el gobierno apenas de cuando en cuando honra con su asistencia la plaza, cosa que con letras enormes anuncian los carteles, como si se tratara de algún monstruo non descrito, o de alguna farsa grotesca. Pero qué mas, si hasta los representantes del pueblo han querido proscribir las corridas de toros, como si fueran jesuitas o garantías individuales. Todo esto naturalmente influye en que la concurrencia a la plaza de San Pablo no sea tan espléndida, ni tan deslumbrante como lo era en los tiempos anteriores a la independencia. Las familias de buen tono solo van por rareza, por excentricidad, ó porque el papá quiere ver hasta qué punto llega la sensibilidad de sus hijas. El resto de la concurrencia, en la sombra, se reduce a familias que andan en coche simón y comen cuanto encuentran; a gente de fuera, que siempre tiene aire de colonia ambulante; a hembras de las que el mundo condena por poco honradas, como si en realidad hubiera diferencia sustancial entre... ¡chitón!... a la parte de la clase media, que venera las sublimes tradiciones de nuestros abuelos, y a esa juventud de a caballo, que tutea al picador, grita, chifla, y es aficionada a coleaderos, a encierros y a usar reatas, chaparreras, etc. En el lado del sol el elemento dominante es el lépero, propiamente dicho, de ambos sexos, vivo, contento, audaz, glotón, insolente, y enemigo natural del roto y del catrín. Allí está el soldado, el albañil, el sirviente, con la china, la cocinera y la estanquera. Toda esta multitud se agita, grita, porque paga, regla de Boileau, que observan sin leerla todos los pueblos del mundo, y aplaude sin saber por qué, cuando llega el juez que preside la función. Los soldados parten la plaza, contribuyen a hacer vistoso el espectáculo, y sirven; en fin, para algo. Los toreros de a pie y de a caballo, los locos, y hasta las mulas que sirven de acompañamiento fúnebre al toro rendido en la lucha, se presentan a pasar revista ante el juez, y comienza la corrida. Una rosa en la frente al salir del toril, después lo capotean, lo pican, lo colean, lo banderillean, y al fin lo matan... y esto es todo con cada pobre animal que sale a la arena. Y comienzan esos lances de destreza, de valor y de temeridad que hacen del torero un ser excepcional, y que inspiran un interés irresistible, una fascinación completa, en que nuestra alma, como si sintiera un vértigo extraño, vacila en abrazar la causa del hombre ó de la fiera... Y la multitud está atenta, animosa, entretenida; pero una sola torpeza, por ligera que sea, la hace prorrumpir en silbidos y en amarga burla. El público más inexorable es el que la suerte depara al torero, este hombre es como el político, cualquier descuido le arranca toda su reputación. Y en los toros la generalidad de la concurrencia necesita, para quedar contenta, que ocurran accidentes desgraciados; muertes, heridas, caídas, golpes, etc. Las corridas de toros se deben a los árabes, y solo las adoptó la raza española. Ese continuo peligro, esa destreza, esa astucia, son propias de épocas en que el valor consistía en exponer la vida con temeridad. La tauromaquia es un arte completo, con sus preceptos, sus libros, sus escuelas, sus maestros y su gloria; y si bien no revela un gran adelanto de la civilización, nosotros, que no queremos ser declamadores, deseáramos que, antes que de los toros, se ocupara la sociedad de otros mil vestigios de barbarie que conserva.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Y aquí terminamos este articulejo, porque para seguirlo, tendríamos que recurrir a dar un curso de tauromaquia, o a describir las impresiones de una corrida en estilo de Dumas, o a comparaciones con las costumbres y con la política, puntos demasiado delicados y comprometidos en los quebradizos tiempos que alcanzamos.

Cuán interesante es hallar una evidencia, una interpretación más que nos descubre la fiesta y sus entornos. Más aún, cuando ese descubrimiento se trata de detalles sucedidos durante el siglo XIX mexicano, con el que su magia y su misterio cada vez se engrandecen, no por el difícil destino que se aleja de poderlo interpretar, sino porque con asuntos como el de la reseña, se descubren los encantos de que supo matizarse esta centuria toda ella llena de un generoso compendio de hechos que hoy hemos encontrado en medio de una fascinación maravillosa.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

PABLO Y BENITO MENDOZA. TOMÁS Y JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ, TOREROS DEL OTRO SIGLO QUE NO SE PERDIERON GRACIAS A SUS HAZAÑAS DE PRONTO OLVIDADAS. Pablo y Benito Mendoza. Tomás y José María Hernández fuera del espacio taurino decimonónico, serían cuatro ilustres desconocidos. Pasada la segunda mitad del siglo 19 surgieron estos protagonistas que parecen ocupar papeles secundarios y por eso la historia, junto a la escasez de testimonios no los valora en su exacta dimensión. Pero los cuatro, cada quien en su propio espacio, supieron forjar hazañas que buscaremos contar, a partir de diversos documentos que nos dan idea cabal de su existencia. Tengo ante mi vista un cartel que corresponde a la tarde del domingo 6 de septiembre de 1857. Aquella jornada, ocurrida en la plaza principal de toros, “en la de San Pablo”, se presentó Pablo Mendoza con su cuadrilla, en estos términos: PLAZA PRINCIPAL DE TOROS EN LA DE SAN PABLO. Domingo 6 de septiembre de 1857 La empresa de esta plaza, que sólo anhela á proporcionar al respetable público de esta capital, el que en los espectáculos que en ella tengan lugar, sean variados y desempeñados por las personas más inteligentes en el arte de torear, no ha omitido sacrificios ni gastos para formar una compañía de lo más escogido: al efecto, la que el día enunciado dará principio á sus tareas será comandada por el hábil cuanto diestro mexicano PABLO MENDOZA, el que infinitamente ha adelantado en tan arriesgada profesión, la ha formado con acuerdo de la empresa con los individuos que abajo se expresan para conocimiento de los aficionados á esta diversión, que tan bondadosamente la honra en la plaza. La empresa, pues, espera que tanto los españoles residentes en esta capital, que están acostumbrados a ver en su país las selectas y hábiles cuadrillas de lidiadores de toros, así como muchos mexicanos que en el espresado país también las han visto, y todos los que en las diversas ocasiones han presenciado en esta capital y en las de los Estados de la República el trabajo de variadas compañías, darán por sin duda su calificación favorable á la presente, la que á más de su diestra habilidad, está resuelta a desempeñar sus tareas con gusto, actividad y esmero. SEIS FAMOSOS TOROS de la estancia de Cerro-Bravo serán los que se presenten á la lid la tarde de este día; y como no habían visto gente hasta el tiempo que fueron á cogerlos en la estancia espresada, costó infinito trabajo para reunirlos; de manera que han dado mucho quehacer en el camino á sus conductores, y por lo mismo están tan soberbios y arrogantes, que merecen en sus juegos los aplausos debidos a su valentía. TRES TOROS para el coleadero cubrirán los intermedios, dando fin la función con el TORO EMBOLADO de costumbre, para los aficionados. PERSONAL DE LA CUADRILLA CAPITÁN Y PRIMERA ESPADA

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. PABLO MENDOZA PRIMEROS PICADORES Serapio Enriquez Caralampio Acosta SEGUNDOS PICADORES Teodoro Villaseñor Diego Olvera Joaquín Carretero Antonio Rea. SEGUNDA ESPADA Y BANDERILLERO, Pedro Córdova. BANDERILLEROS Victoriano Guevara Francisco Contreras Silverio Cuenca Félix Castillo CHULILLO Eugenio Friact. LOCOS José María Vargas Tranquilino Fernández CACHETERO Víctor Reyes LAZADORES Antonio Leiva.-Amado Guzmán.-Estanislao Franco

Pablo Mendoza repitió en la misma plaza ocho días después (con la salvedad que dicha corrida “no se dio el día que anuncia este programa sino el día 20...”). Regresó a la capital del país el domingo 25 de octubre del mismo año, lidiando CINCO SOBRESALIENTES TOROS. Después de recibir la muerte el segundo toro, se echarán a volar para dentro de la plaza, del alto de las cuatro puertas del circo de ellas, DIEZ Y SEIS PALOMAS adornadas con listones y monedas de ORO Y PLATA cada una, para que las tomen las personas adonde ellas vayan á parar en su vuelo. Los demás intermedios serán cubiertos por DOS TOROS PARA EL COLEADERO; dando fin la función con UN SOBERBIO TORO EMBOLADO de costumbre para los aficionados.

Continuando con la nómina de actuaciones donde aparece Pablo Mendoza, encuentro que durante varias tardes de aquel año de 1857 tuvo sí, sus primeras incursiones en la lidia de toros bravos. Ese año también fue crucial en el sentido de que fueron expedidas las Leyes de Reforma, divididas en los siguientes rubros: -Ley Juárez (1856), que fue el primer intento de igualdad civil, suprimiendo tribunales especiales. Siguieron subsistiendo los militares y eclesiásticos, pero sin meterse con asuntos civiles. -Ley Lerdo, que consideró la desamortización de los bienes de las corporaciones civiles y eclesiásticas. -Ley Lafragua, que reglamentó la libertad de prensa, eliminando las restricciones existentes desde la época de Santa Anna.

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-Ley Orgánica del Registro Civil, con lo que se le da cuerpo al registro civil y se le quitan dichas funciones a la Iglesia. -Ley Iglesias, ley sobre obvenciones parroquiales donde se suprime el pago obligatorio de derechos sobre los sacramentos (bautismos, casamientos, entierros, etc.) Pero el domingo 1º de noviembre del referido año 1857, Pablo Mendoza y su cuadrilla se presentan en la plaza principal de toros en San Pablo, donde además se incluyó la ”jocosa pantomima compuesta de dos Chinanecas, las muertes, o los Amantes de Teruel, a picar y banderillar al TORO NAHUAL”. Luego, en la misma plaza y el 22 de noviembre de 1857 se presentó un espectáculo harto interesante, variado y que, por su extensión me es imposible reproducir. Después de una ascensión en globo aerostático por parte del “joven mexicano Manuel M. de la Barrera y Valenzuela”, se efectuó una corrida de toros, bajo la dirección del hábil tauromáquico PABLO MENDOZA. Las tardes del domingo 29 de noviembre, 6 y 13 de diciembre de 1857 también se agregan seguramente, a la larga nómina de actuaciones que acumuló Pablo Mendoza. Armando de María y Campos nos cuenta un capítulo más de los Mendoza. DEBUTAN LOS NIÑOS TOREROS HIJOS DE PABLO MENDOZA (11 de enero de 1858) El domingo 11 de enero de 1858 (aclaro, el día correcto es el 10, tengo ante mi vista la mencionada “tira”. N. del A.), se celebró en la plaza principal de San Pablo, una corrida mixta con el concurso del entonces diestro mexicano Pablo Mendoza y con el aliciente de la presentación de una Cuadrilla de Niños, en la que figuraban dos hijos del célebre lidiador aborigen. Un programa de esa fecha me proporciona preciosos datos del espectáculo, ya que de ese festejo no publicaron reseñas los diarios metropolitanos al día siguiente. “Los toros de Cazadero -dice la tira- que justamente han tenido nombradía, y que el público ya los ha visto, harán que nadie deja de concurrir a la plaza; por ser los toros de una raza que ha dejado mucha fama en la de Querétaro, en donde los jugó el inteligente Pablo Mendoza, quien habiéndolos elogiado, tanto por su hermosa presencia, como por su bravísima condición, no se dudó un momento de mandarlos traer; y se lidiarán la tarde citada, por primera vez en la presente temporada, asegurando los que los han escogido, que desde luego no tendrán competidores. “La valiente Cuadrilla de Pablo Mendoza -sigue diciendo la tira, impresa en la Tipografía de M. Murguía-, lidiará, banderilleará y dará muerte a los toros que la luz de la tarde le permita”. “Para amenizar más esta famosa corrida, se presentará también a picar, a banderillear y a dar muerte bravos toretes, una Cuadrilla de Niños, adiestrada y ensayada por el experto capitán Pablo Mendoza, en cuya cuadrilla trabajarán dos de sus hijos, los que con tantos aplausos y gusto del respetable público, ejecutarán los lances de la tauromaquia”. Por el texto copiado nos enteramos de que por aquellos días se podían organizar festejos taurinos sin prevenir cuántos toros se lidiarán “mientras la luz lo permitiera”. No aclara la tira si la cuadrilla de Niños Toreros lidiaba sus toretes antes o después que lo hiciera el matador encargado de la lidia formal, o en algunos de los intermedios de los muchos que había durante el festejo, como lo demuestra la “nota” que trae el programa que uso para redactar esta efemérides. Dice la “nota” que “habrá también dos toros para Coleadero, que cubrirán los intermedios, terminando la función con un excelente toro embolado para los aficionados”.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. El programa contiene otra interesante “nota” que permite al lector imaginar el espectáculo. “La entrada a la media sombra, será por la puerta que ve al Paseo de la Viga, y la venta de estos boletos por una ventana de la Administración y los demás boletos y lumbreras se expenderán en la Administración de esta plaza, desde las doce del día anterior a la función, hasta la hora que comience, que será a las cuatro de la tarde”. Dos toros para Pablo Mendoza, dos para coleadero, uno, el embolado, para el pueblo, y diez toretes para la Cuadrilla de Niños debió haber alcanzado éxito porque continuó toreando muchos domingos seguidos; bien pronto tuvo imitadores -lo que se ve se imita-, y los grupos de “chamacos” toreros se multiplicaron en toda la República, llegando a constituir una epidemia, hasta que una Ley expedida por el Ayuntamiento de México, en 1887, vino a prohibir la actuación de los “Niños Toreros” en las plazas de toros del Distrito Federal, y qué, imitada por casi todos los Mandatarios de los Estados, puso coto a la muy legítima ambición de muchos excuincles (sic), de hacerse toreros en la infancia.23

El 18 de abril siguiente, según el cartel localizado, vuelve a presentarse en San Pablo, destacando “un dominguejo fulminante”. Ya en la plaza del Paseo Nuevo se presentó nuestro personaje el domingo 1º de diciembre de 1861, con toros de Atenco, junto a una mojiganga denominada LAS CRINOLINAS Y ARGELINOS, los que picarán en caballos de palo...” Domingo 14 y martes 16 de febrero de 1863 en San Pablo y del 26 de julio del mismo año, Pablo Mendoza vuelve a aparecer en escena, como ocurrió también la tarde de 11 de octubre de ese año cuando se anunció la “CUADRILLA MENDOZA con toros de Atenco, en la que también salieron DOS CABALLOS RELAJOS (sic) CON SUS GINETES ENCOHETADOS, echaron UNOS VALIENTES PERROS CON SUS GINETES, los que trabarán una SANGRIENTA LUCHA, y de la cual han de salir victoriosos. Otro intermedio lo cubrirán Dos Toros para el Coleadero y terminado que sea presentaré (dice Mendoza) un hermoso LEON TEHUANTEPECANO, el cual en una de las próximas corridas luchará con un bravo y arrogante toro...” Por su parte Heriberto Lanfranchi esboza dos perfiles biográficos concretos sobre Pablo y Benito Mendoza, como sigue: PABLO MENDOZA. Popular “capitán de cuadrilla” mexicano, que tuvo su mejor época a mediados del siglo XIX. Toreó a menudo en la capital de México, sobre todo en la plaza de “San Pablo”, aunque también algunas veces en la del “Paseo Nuevo”, cada vez que Bernardo Gaviño lo dejaba. Ya viejo, en 1880, aún seguía en activo, ayudando en lo que podía a su hijo Benito. BENITO MENDOZA. Hijo de Pablo Mendoza, estuvo en una cuadrilla infantil que organizó su padre en 1852 (sic) (el año correcto es 1858). Años después, ya por su cuenta, toreó con frecuencia por toda la república. Mucho tiempo estuvo en activo y aunque nunca se presentó en el Distrito Federal, sí lo hizo en la plaza de “El Huisachal”, Edo. de México, el 3 de diciembre de 1882.24

23

Armando de María y Campos, en su libro Imagen del mexicano en los toros. México, "Al sonar el clarín", 1953. 268 pp., ils., p. 179-182. 24 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots. Vol. 2, p. 658.

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También en la Biblioteca Nacional, de la Universidad Nacional Autónoma de México encontré informes que enriquecen el perfil de Pablo Mendoza, a sabiendas que predominan más los datos de sus actuaciones que de su propio hijo Benito. Por ejemplo el primer documento que lo menciona dice: Recibí de Dn. Pablo Mendoza la cantidad de doscientos pesos ($200) que pagó importe de cuatro toros brabos cuya cantidad dejo cargada en la cuenta del Sr. Dn. José Juan Cervantes y es correspondiente al deudo de los abonos vencidos. Y para seguridad del interesado le doy el presente en Toluca a 2 de mayo de 1869. Rafael Jaime (Rúbrica).25

Esto nos señala que tanto Mendoza como Gaviño en su momento, iban hasta la hacienda de Atenco a escoger el ganado -probablemente de su predilección-, liquidándolo allí mismo, para garantizar que el negocio se realizara sin ningún contratiempo. De nueva cuenta, don Pablo, ahora con la venia por parte de Bernardo Gaviño que se convirtió en enorme “obstruccionista”, le deja torear sin ningún tipo de condición, e incluso hasta alterna con el propio gaditano, por lo menos en la corrida del domingo 4 de noviembre de 1866, junto con Mariano González “La Monja”, quienes lidiaron un encierro de Atenco.26 25

Biblioteca Nacional. Fondo Reservado: Condes Santiago de Calimaya [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº. 6/18.8 4 [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 10/22 ESTADO GENERAL DE LAS CORRIDAS DE TOROS VERIFICADAS ENTRE LOS MESES DE ENERO Y DICIEMBRE DE 1866, EN LA PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO. 26

Día

Fecha

Utilidad

Ganancia

Repartido entre:

Domingo Domingo Domingo Domingo Martes (Toluca) Domingo Domingo Domingo Domingo Domingo Domingo Domingo

07.01.1866 14.01.1866 21.01.1866 11.02.1866 13.02.1866 01.04.1866 16.09.1866 30.09.1866 07.10.1866 14.10.1866 21.10.1866 28.10.1866 04.11.1866

$491.00 $629.60 $1242.50 $794.70 $1105.00 $388.40 $732.60 $1017.00 $979.70 $793.40 $570.10 $733.10 $889.40

$245.50 $314.50 $621.25 $397.50 $552.50 $194.20 $366.30 $508.40 $489.35 $395.25 $285.05 $366.05 $444.60

El Sr. Conde y Gaviño “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “ “

En esta corrida, Bernardo Gaviño toreó con Mariano González “La Monja” y Benito Mendoza. Domingo Domingo Domingo Domingo Domingo Domingo

14.11.1866 18.11.1866 25.11.1866 09.12.1866 16.12.1866 23.12.1866

$547.20 $572.00 $439.60 $386.20 $165.00 $18.60

$273.50 $286.00 $219.50 $193.10 $82.40 $9.30

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“ “ “ ” “ “


LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

En los dos documentos siguientes tenemos un panorama crítico “...ayer (Toluca 22 de noviembre de 1862) recibí una carta de Pablo Mendoza que verás y ya los toros estavan en camino, por este otro incidente de que el mismo domingo me pidió una corrida para mañana jueves en esta ciudad para el Hospital de Sangre lo que estava ya temiendo mucho por el datil, mas ce

aguardando el comunicado para afectarnos voy sabiendo que las horas son de D Rosa (?) con tal ocurrencia dispuse que ya no vinieran los de la hacienda pues para que la salida de los de Méjico que salen siempre el jueves y este día venían para esta ciudad, mandé que hoy salieran y no unos ni otros tanto que tube de venirme para (...) pero vayan el sábado porque se cayó esta venta, que en partes me alegro porque según supe querían toros a 20 pesos para la sangre de nuestros prójimos resultado que no hay para rayas y no hay recurso porque nadie compra nada, pues el que quería más lo quiere dado a 3 p.s por supuesto dije que no”.27

Y la situación en que quedaba ajustada la venta de los toros,28 junto con caballos que seguramente utilizaban para el arreo del ganado, a pesar de que éste sólo fue conducido a la plaza de toros de Toluca y no a la ciudad de México, como era la costumbre, pues la empresa capitalina, junto a Bernardo Gaviño eran los compradores potenciales más seguros en tal negocio.  En el caso de Tomás y José María Hernández, los datos también son de suma importancia. No se trataba de dos improvisados. Eran más bien, dos diestros aguerridos que ya veremos en la siguiente información de lo que eran capaces a la hora de ponerse delante de un toro, o de armar escándalo hasta con el administrador de la hacienda de Atenco. En el ya conocido Fondo de los Condes Santiago de Calimaya, que venimos citando, aparecen los dos siguientes documentos, cuyas particularidades comentaré en seguida. Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa de la remisión de 10 toros para una corrida que son de lo mejor según Cresencio, y que espera contestación con Zacarías.-Atenco, 9 de diciembre de 1857, 1f. “Muy Señor mío de todo mi afecto y respeto. “Llegó Tomás (¿Hernández?) con el objeto de que se hiciera la vaqueada de los toros para la corrida de la apuesta; pero como yo vine instruido de esa, ya con tiempo se había dispuesto todo lo concerniente para remitir los diez que hoy salen y que según Cresencio y todos es de lo mejor y aún Tomás quiso que recorriera el cercado para escoger alguno pero no encontró mejores que los expresados: se han puesto los medios: ahora falta la suerte (...)”

27

[B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 22/93 Lebrija, Agustín, carta a Da. Ana Ma. Lebrija de Cervantes en la ciudad de México, le informa de la salida de toros para corridas y de la cosecha de cebada y nabo.-Toluca 22 de noviembre de 1862. 2f. 28 [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 40/117)s/n Sr. D. José Juan Cervantes. Atenco mayo 10 de 1860. Conforme con lo que se sirva U. ordenarme en su at.a de 3 del presente, entregué a Pablo Mendoza cuatro toros que jugaron el domingo en Toluca y cuyo importe, a razón de 50 p.s cada uno, lo pagó después de la corrida: también se le mandaron los cuatro caballos de los cuales solo volvió tres, porque uno murió en la plaza. Ramón Ortiz y Arvizu (Rúbrica)

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Tomás Hernández, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa sobre la existencia de unos toros que a pesar de su mal color se puede disponer de ellos.-Atenco, abril 29 de 1862, 1f.29

Lo que llama la atención de entrada, es la manera en que Tomás Hernández juega un papel decisivo para valorar las condiciones del toro en el campo, antes de conducirlo a la plaza. Su opinión era determinante en la medida en que daba la última palabra al respecto de qué toros saldrían del cercado de Atenco, con dirección a las plazas, e incluso hasta llega a opinar sobre el hecho de que “unos toros que a pesar de su mal color se puede disponer de ellos”, como si existiera un criterio muy particular sobre las características de los toros atenqueños, mismos que, para la época salían al ruedo manifestando diversidad de capaz, como se puede comprobar en la primera crónica taurina publicada en México data de la corrida efectuada el jueves 23 de septiembre de 1852, y que apareció en El Siglo XIX Nº. 1367 del sábado 25 de septiembre. Heriberto Lanfranchi califica a la crónica de aquella tarde, como la primera de carácter taurino publicada en México. Creo que, dada la importancia del acontecimiento que se reseña, traslado aquí tal testimonio. En él, vamos a encontrarnos con características muy particulares de los toros lidiados aquella ocasión, y que cumplen con el fenotipo navarro. Enseguida de traer hasta aquí la reseña, me ocuparé de abordar un tema en el que la influencia del gaditano pudo dejarse ver en dicha situación. PLAZA DEL PASEO NUEVO.-Domingo 26 de septiembre de 1852. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Toros de Atenco. Deseando la empresa proporcionar cuanto antes a sus numerosos favorecedores, la diversión de toros de que han carecido por tanto tiempo, ha dispuesto comenzar sus corridas en este día. “Se lidiarán 6 toros de Atenco. En el intermedio se echarán dos toros para el coleadero, concluyendo la función con el toro embolado de costumbre. La función comenzará después de las cuatro, si el tiempo lo permite. (EL SIGLO XIX. No. 1367, del sábado 25 de septiembre de 1852). PRIMERA CRÓNICA TAURINA PUBLICADA EN MÉXICO: “FIESTAS DE CUERNOS.- ...En la tarde de antier se presentaron seis animalitos de la famosa raza (Atenco), chicos, vellosos en la frente y cuello, y ligeros como todos los de la hacienda de don J. J. Cervantes (el dueño de Atenco en 1852. N. del A.). La concurrencia fue numerosísima en la sombra; en el sol, como pocas veces la hemos visto; y la azotea bien coronada de gente. El interior de la plaza no ha presentado novedad alguna, ni la necesita, pues se conserva tan primorosa como el día que se estrenó; más el exterior que tiene el soberbio adorno en su frontis de una hermosísima casa, que según sabemos, se destina para café, billares, etc... “A las cuatro y cuarto de la tarde comenzó la corrida con asistencia del Exmo. Sr. Presidente. La cuadrilla de Bernardo se presentó formada de dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores, todos bien vestidos, como se acostumbra siempre en esta plaza. “Antes de comenzar nuestros artículos de cuernos, suplicamos a los peninsulares no establezcan comparaciones entre sus cuadrillas y las nuestras; pues en España, en primer lugar, se hace un estudio especial y detenido de Tauromaquia, y en segundo, allá los grandes toreros tienen sueldos que 29

[B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 18, exp. 113 y 163-B.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. equivalen a una fortuna, cosa que aquí no podría proporcionarse. Así, pues, huyendo de toda comparación y concretándonos a México, es como haremos nuestras calificaciones. “El primer toro que se presentó a la lid era colorado, muy velloso en la frente, corni-cerrado, muy bien armado, ligero y entrador: tomó cuatro varas de Ávila y tres de Magdaleno, una de éstas sobresaliente; y habiendo quedado muy mal herido su caballo, creemos que habrá muerto. Delgado y “El Moreliano” quisieron poner sus dos pares de banderillas adornadas, y sólo pusieron una cada uno; después puso el primero un par de corrientes bien, y otro regular, e igualmente “El Moreliano”, aunque el par que éste puso bien, nos gustó más que el de Delgado. La espada la tomó Bernardo Gaviño y mató al animal de un mete y saca regular. “Segundo toro. Colorado retinto, corni-cerrado, muy velloso, poco ligero y recelosísimo, pues rara vez se puso en suerte. Recibió cinco varas de “Champurrado” y dos de Cruz; del primero dos buenas, y una del segundo. El andaluz Joaquín le puso una banderilla muy adornada y dos corrientes, éstas bastante regular: al saltar este banderillero la valla, el toro quiso brincar tras él, y aunque no lo salvó, le rompió el calzón: repetidas desgracias de éstas le han sucedido y seguirán sucediendo a este andaluz por demasiado confiado al saltar la valla; mientras olvide que los toros de Atenco se distinguen por su tenacidad en seguir al bulto, recibirá más y más golpes, que algún día lo inutilizarán para siempre. Un nuevo banderillero que no conocíamos, José María, puso un par de banderillas adornadas y otro de corrientes bastante regular. Lo mató Mariano González de un mete y saca, que si hubiera sido un poco más alto habría recibido nuestros aplausos. “Tercer toro. Color oscuro, vulgarmente conocido bajo el nombre de hosco, y para que nos entiendan los rancheros, josco, corniabierto, el más grande de la corrida, muy ligero y entrador. Ahora es tiempo de hacer advertir a los picadores la ventaja que hay en esperar a los toros, sobre ir a buscarlos; cuando el animal sale del chiquero con toda su ligereza, corre por el circo deslumbrado, y si se le sigue, además de cansar al caballo, el toro se acostumbra a huir. Si nuestros picadores no abandonan esta manía de correr tras el bicho, y la de coger la pica larga, no saldrán nunca de chapuceros. Recibió cuatro varas de Ávila y ocho de Magdaleno, casi todas éstas buenas, una sobresaliente. “Champurrado” le dio un buen pinchazo, pero habiéndole derribado del caballo, el toro jugaba por el suelo con éste y su jinete; Bernardo, que nunca pierde de vista a toda su cuadrilla, cuando vio en tamaño conflicto al picador, tomó la cola al bicho, el que dando vueltas, hizo tropezar a aquél, y se vieron por algunos segundos a ambos toreros ser el juguete de los cuernos del animal. Sin embargo, se pararon ilesos, cosa que produjo un aplauso y entusiasmo en toda la concurrencia, difíciles de referir. Cruz dio dos piquetes, y en segundo hizo la barbaridad que otras veces, y que se le aplaude mucho en el sol, y por la que merece un mes de cárcel. El toro ensartó al caballo, y el picador se bajó de éste y cogió al bicho de los cuernos, queriendo dominarlo, como otras veces ha hecho con toros más chicos; el presente, que era grande y fuerte, no permitió el desacato, y a no ser por Bernardo, el bárbaro Cruz es víctima de su temeridad. No nos cansaremos en reclamar contra este acto de barbarie, digno de los comanches y apaches, ni de suplicar al empresario y a las autoridades que presiden, corrijan esta audacia imprudente que hará morir algún día a ese picador a la vista de todo el público. Delgado y “El Moreliano” pusieron cada uno su par de banderillas adornadas, y un chulillo, Manuel, clavó un par medio regular; no dudamos que llegue a ser un buen banderillero con el tiempo. Llevó la espada el capitán, y después de un golpe en hueso, le dio un buen mete y saca. “Toro cuarto. Del mismo color que el anterior, cornigacho y entrador. Recibió siete varas de “Champurrado” y seis de Teodoro: este muchacho acaba de salir de una larga enfermedad, así que nada extraño es que la falte pujanza para sostener a su cornudo antagonista; entre los piquetes del primero hubo tres buenos, y en uno de éstos dejó dentro la garrocha al toro por más de dos minutos; este bárbaro accidente, que llaman desabotonarse la pica, es visto con mucho desagrado por el público de la sombra, y quisiéramos que se tratara de corregir a toda costa. También vimos otra cosa que mucho nos desagrada, y es picar y poner banderillas al mismo tiempo. Esto fatiga mucho al animal y no le deja entrar bien para la muerte: hágalo enhorabuena Bernardo con el toro que ha de matar; pero no con los ajenos. Si este toro no hubiera sido por sí tan bueno, estamos seguros que Mariano habría degollado al bicho; Bernardo fue el único que puso banderillas, y fueron dos pares de adornadas con lujo y cinco pares comunes, todas bien puestas. El señor de la corrida fue Mariano González, que a la primera estocada en los rubios, o sea en la cruz, mató con gran primor al animal. Bien, muy bien don Mariano; si en las tres corridas siguientes dais la misma estocada, os ofrecemos llamarla, ya que hoy está de moda ese nombre, “la estocada Mariana”. ¿No veis el entusiasmo que produce en el público este modo de matar, mientras que da náuseas y horripila ver derramar bocanadas de sangre al pobre cuadrúpedo? Aplicaos a repetir la estocada de hoy, y contad con nuestros aplausos. “Toro quinto. Del mismo color que los dos anteriores; estaba muy corneado; recibió cuatro varas de Ávila, cuyo caballo murió; Magdaleno dio seis pinchazos, uno de ellos buenos, y otro Cruz; Delgado saltó bastante bien al trascuerno. Pusieron regular su par de banderillas muy adornadas, “El Moreliano”,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Joaquín y José María; éste, además, par y medio comunes, y Joaquín dos pares. Lo mató Bernardo a la segunda, de un bonito mete y saca. “Ultimo bicho. De color que llaman colorado bragado; era muy corniabierto y algo cansado: fue el único de la corrida que nos gustó poco. Las nueve varas que tomó de “Chapurrado” y Teodoro, no tuvieron nada de particular. “El Moreliano” puso muy bien su par de banderillas con esa audacia con que se mete al toro, y que al fin le ha de costar caro; además clavó cinco comunes; Delgado puso dos bien, cinco regular, todas de las comunes. El bicho pasó a mejor vida de manos de Magdaleno a caballo, del tercer pinchazo. “Entre el tercero y cuarto toros, hubo dos de cola muy mal servidos, a pesar de que el segundo era muy retrechero. Hablando en su idioma a los coleadores, les decimos que no refuerzan mucho el rabo, pues por esto se les queda en la mano, y ya no tienen modo de colear; que espíen el momento en que el toro queda parado en las cuartos delanteros, que es cuando más fácilmente va al suelo el animal. De siete veces que cogieron antier la cola los rancheros, sólo una tiraron al bicho. “Preciso es confesar que no obstante la tarde nublada y desagradable, la corrida estuvo muy bonita y animada, y si continúa el esmero por parte de la cuadrilla y de la empresa, las entradas seguirán en aumento. Se nos asegura que pronto será el beneficio del señor don José Juan Cervantes, dueño del ganado, y es de creerse que el de esa tarde sea de lo más bravo y escogido que haya pisado la plaza de Bucareli, pues además de que lo exige el honor de la persona, lo merecerá la concurrencia, que aseguramos ha de ser numerosísima”·. (El Orden. Nº 50, año I, del martes 28 de septiembre de 1852).30

En seguida comentaré las referencias que he destacado para mejor apreciarlas. Al mencionar dos toros para el coleadero y además, el toro embolado de costumbre, ello nos refleja el carácter de mezcolanza habido durante buena parte del siglo antepasado, anejo indispensable y complementario de las diversas corridas efectuadas tanto en la Real Plaza de toros de San Pablo, como en la Plaza de toros del Paseo Nuevo y que tanto gustaban al público de entonces. No concebían una corrida si no llevaba como uno más de sus actos, el coleadero y el toro embolado. Como vemos, la cuadrilla de Gaviño, independientemente de la que presentara Mariano González “La Monja”, constituida por: dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores. Es decir, un auténtico grupo formado con los elementos que por entonces exigía la tauromaquia concebida y realizada en México. Ávila y Magdaleno Vera eran, entre otros los picadores. Para la fecha, quiero suponer simplemente que al respecto del primero, se tratara de uno de los famosos hermanos Ávila, ya fuera Luis, Sóstenes o José María. En cualquiera de los casos, y si esto resultara verídico, encontramos que el torero mexicano aprovechaba cualquier circunstancia para poder actuar en la plaza, pero sobre todo cuando Gaviño tenía compromiso. Bernardo, en algún momento debe haber representado un centro de atención muy especial, puesto que la cantidad de festejos donde actuó marcan la línea de un “mandón” de los ruedos, influyente en todo sentido y capaz de tener finalmente controlado todo el sistema que se 30

Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España..., op. cit., vol. 1, p. 147-8.

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movía alrededor de las corridas de toros. En cuanto a José Delgado y “El Moreliano”, de este último puedo decir que pudiera tratarse de Jesús Villegas, más tarde conocido con el remoquete de “El Catrín”. Era un torero de Morelia que se entusiasmó tanto cuando vio a Gaviño actuar en alguna plaza michoacana, que dejó a la familia y se fue a hacer la legua con el gaditano. Sin embargo, es Francisco Soria el verdadero “Moreliano” quien pertenece a la cuadrilla del torero español. En todo esto no hay más que una coincidencia y casualidad al mismo tiempo. La suerte del mete y saca era tan común que hasta hubo manera de identificar a cada torero a la hora de ejecutarla. No es casualidad que a grandes estocadas, como las de Mariano González “La Monja” se le conocieran con denominaciones como la “estocada Mariana”. Adjetivos de grandeza y “eficiencia” también. Siguiendo con las referencias señaladas, es ahora el “Champurrado”, picador de toros y Joaquín, banderillero español, a quienes dedicamos estas líneas. “Champurrado”, aparte de ser el popular atole de masa de maíz con chocolate, leche, canela y azúcar, también es una denominación para calificar un mestizo a otro mestizo. En la época que nos detiene para su revisión el “Champurrado” debe haber sido un picador cuyas características nos pueden ser reveladas por esos maravillosos apuntes de costumbre, recogidos en ASTUCIA de Luis G. Inclán. Joaquín López, banderillero andaluz, quizá estuvo integrado a la cuadrilla de don Bernardo, como un subalterno más. Ya vimos que Gaviño no aceptaba “intrusos” que empañaran su trayectoria artística, sobre todo a la hora de las ganancias, pero también del renombre que tenía de sobra, ganado por nuestro torero español y mexicano al mismo tiempo. José María, otro de los picadores, Pilar Cruz, el bárbaro Cruz, es uno más de los varilargueros, temerarios y valientes como el que más, y Manuel Lozano García, banderillero. UN CASO DE LUCHA POR EL PODER Y EL CONTROL DEL GANADO BRAVO EN ATENCO ENTRE 1862 Y 1863: TOMÁS HERNÁNDEZ VS. AGUSTÍN LEBRIJA.

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A mediados de 1862 comenzó a darse en el cercado de Atenco un conflicto que alcanzó proporciones bastante delicadas, debido a que Tomás Hernández “El Brujo”31 era el “Caudillo”, o jefe de los “chilcualones”, encargados en las tareas de la vaquería. Tomás es en esos momentos un maestro consumado, porque sabe y conoce todos los secretos, todos los movimientos que ocurren en los cercados de la hacienda atenqueña. Esto le garantiza cierta inmunidad, en tanto privilegio que lo llevó a ser impune. Por eso Agustín Lebrija, entonces administrador de la hacienda, le dice a su hermana Da. Ana María Lebrija de Cervantes, a la sazón, esposa del Conde de Santiago de Calimaya, José Juan Cervantes, en carta fechada en Toluca el 29 de noviembre de aquel año lo siguiente: Toros, han ido y no he tenido razón ninguna así es que, si Tomás ha de hacer lo que quiere avísamelo para mi gobierno y dese mi responsabilidad en lo que hago el nuevo administrador esto solo a tí te lo digo de estos procederes estoy cansado, pues en el cercado han hecho prodigio y medio con los pastos, en fin pronto te escribiré largo sobre este asunto. Si consideras que hay incomodida por lo que no hables nada, pones en la misma tarde recibido que tu Conde escribió a Tomás para que le mandara la corrida y lo cierto es que yo no he visto tal carta y solo me avisó el Caudillo que se llevaban para Méjico seis toros que pedía el amo.32

Leyendo entre líneas percibimos una lucha por el poder entre Lebrija y Hernández (aunque este último garantizaba para sí mismo un coto cuyas barreras fueron sus amplios conocimientos que podía ocultar o condicionar, bajo el respaldo absoluto del Conde, del “l´amo”). De ahí que Agustín estuviese preocupado en buscar un “nuevo administrador”, que un poco más adelante veremos a quien se le designó la responsabilidad. Lebrija en cuanto tal, se siente rebasado, desplazado inclusive por un poder adquirido por el

Tomás Hernández “El Brujo”. De don Tomás se cuentan muchas cosas increíbles que parecen sobrenaturales, y por eso le llamaban “El Brujo” con sobrada razón. Hechizaba a los toros con sólo verlos; en el campo se metía entre ellos para darles de comer y, como mansos borregos se dejaban coger por el lomo. Don Tomás les pasaba su áspera mano haciéndoles caricias en la frente y en el hocico. Casi a diario hacía esta operación entre el espanto de los vaqueros y nunca sufrió el menor incidente porque siempre lo respetaron los toros. Mucha gente recuerda las hazañas de don Tomas, y por ejemplo una de ellas es contada así: En las plazas de toros del rumbo, bajaba al ruedo -vestido de civil- y entre el azoro de los espectadores comenzaba a dar gritos a los toros, aunque estuviera picado y banderillado, y caminando poco a poco en dirección del animal este se le arrancaba como demonio para ensartarlo; entonces la muchedumbre lanzaba un grito de terror, pero intempestivamente quedaba la plaza en completo silencio, hasta poderse oír el zumbido de una mosca, cuando el toro se quedaba enfrente de don Tomás, quien sin mostrar nada de miedo, sino al contrario con la sonrisa en los labios y con valor inaudito, se acercaba más al toro para acariciarle el hocico y la frente; sacaba un puño de yerba que llevaba en la bolsa del pantalón y le daba de comer. Luego regresaba paso a paso a la barrera, brincaba las trancas y subía a las gradas entre los abrazos y la gritería del público que lo aclamaba con delirio. Tomás Hernández salvó la vida del general don Manuel González y también al coronel Limón en una situación crítica cuando se vieron perseguidos por el general Ugalde. Fuente: REVISTA DE REVISTAS (s.a. y s.n. Méx., ca. 1935). 32 [B.N./F.R./C.S.C.], Caja Nº 22, documento Nº 94: Lebrija, Agustín, carta a D. Ana Ma. Lebrija de Cervantes en la ciudad de México le informa de las dificultades para vender maíz, de la cosecha de cebada y de toros para corridas. Toluca, 29 de noviembre de 1862.-2f. 31

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“Caudillo”. Derrama gotas de hiel, tiene coraje de los hechos que viene causando el “Brujo”, entre otros, los de “prodigio y medio con los pastos”. El prodigio como tal no existe. En todo caso se refiere a que cometió barbaridad y media, estropeando “los pastos”. Y lo puedo afirmar, seguro de lo que digo, con la carta que el mismo Lebrija fechó el 8 de marzo de 1863 que veremos más adelante. Por el momento, me concreto a terminar con este asunto. Ahora bien, el manejo independiente de correspondencia entre Lebrija y el Conde y de Tomás con don José Juan causaba “incomodida” al angustiado Agustín, porque “El Brujo” podía arreglar cualquier asunto con el Conde, dejando con un palmo de narices al administrador de la hacienda, que le pide a su hermana lo tenga al alba en tanto se entere de una carta que envió Tomás Hernández al Conde, concretándose este al mandar una corrida bajo su conducción y custodia, asunto que con toda seguridad era una tarea común, donde Tomás consumaba el privilegio de “hacer lo que quiere”. De esa forma hizo lo que quiso y se fue a la ciudad a dejar los toros para el PASEO NUEVO, 33 y de paso visitar al Conde, con quien existía completa libertad para platicar con él, darle su propia versión y sentirse protegido. Era pues, el “favorito” del Conde de Santiago de Calimaya. Las cosas se complicaron aún más en marzo de 1863. Agustín Lebrija vuelve a escribirle a su hermana Da. Ana María el día 8 de aquel mes en estos términos: Muy querida Gordita: con ancia de saber de Uds. y por saber hoy de un nuevo robo grande, dime y pongamos (sic) de acuerdo por lo que pueda suceder. Los toretes por fin no salieron porque hubo enfermedad en la corriente del Gral. Beltrán y ni así se fue Tomás y sin embargo de que Gregorio le dio tu recado desde hoy hace ocho días, pues como te dije, tu carta la recibí después de 8 días sin embargo en el acto dispuse se fuera. Te hablaré claro respecto a Tomás y familia que todos los mozos están muy disgustados con ellos, principalmente Guadalupe el Caudillo que es el responsable del cercado, y como a este le pido cuentas de los partes y muchas partidas las recoje José Ma. (Hernández) y solo Dios sabe lo que se vuelve, pues aunque este dice lo que recibe ya ha cojido varias denuncias como el que tu sabes. A Tomás respecto de esa nota te diré nada en su obsequio porque estoy satisfecho de su manejo, pero como tu sabes no es para nada de eso, y todo lo enreda, así es que José María es el bravo. Hace ocho días que se queja un vaquero de que José María le pegó y por tal asunto se sacaron prodigios. Las circunstancias me contienen para correjir sin embargo te lo aviso para que sepas y no te cuenten chismes, lo que hice fue regañarlos a todos. El sueldo de José María es nocivo a la raya porque ya no trabaja cosa en los corrales, así es que solo está ya de cuidador que con Tomás sobre pues ya las cobranzas ni caso hacen y todos los días digo 33

Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España..., ibidem., tomo 1 pág. 166. No hubo corridas de toros en todo el año en la ciudad de México, excepto una que se organizó en la Plaza del Paseo Nuevo el domingo 9 de noviembre, a beneficio de los hospitales militares, así como una de aficionados, también en la misma plaza, a fines de año. De enero a octubre, la plaza de toros del Paseo Nuevo sirvió primeramente de local para un circo ecuestre norteamericano y luego para que el profesor de la misma nacionalidad, Samuel Wilson, efectuara ascensiones en globo.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. que cobren, en esto hay mucho enmiendo como te diré en otra vez. Con disimulo no dejes de preguntarle a Tomás sobre cobros y si hay animales de pastos que paguen. 34

Dicha carta nos acerca a varios pasajes de vida cotidiana que bajo la historia de las mentalidades nos arrojaría vertientes interminables y muy ricas. Atenco era botín de constantes robos. En 1818 se acercó a estas inmediaciones el cabecilla cura Hidalgo sufrió esta hacienda una extracción considerable de reses... Además los yndios así arrendatarios y circunvecinos se insurgentaron (y) cada uno se tomó la cabeza [de ganado] que pudo, destruyendo zanjas y haciendo cuanto perjuicio pudieron...35

La corriente del Gral. Beltrán debe haber sido algún atajo o sitio donde se manifestaron condiciones epidémicas o de insalubridad que impidieron el paso de los toretes de un lugar a otro dentro de los mismos cercados, motivo suficiente para que Tomás no saliera de Atenco como era el deseo de Agustín. ¿Qué alboroto armaría Tomás que “todos los mozos están muy disgustados” con él y su familia? En esos momentos, “El Brujo” no era más que “El Brujo” y no ostentaba el grado de “Caudillo” que sí tuvo “Guadalupe”, o sea José Guadalupe Albino Díaz, padre de Ponciano, personaje de amplios conocimientos, pero incómodo al movimiento de rebeldía que encabezaban los Hernández, sobre todo Tomás y José María su hijo que está interviniendo e interfiriendo en los reportes que Guadalupe prepara para informar al administrador, Agustín Lebrija. “El Caudillo” y Lebrija sabían en esos reportes que existen varias denuncias (lógicamente perdedizas) “como el que tu sabes” refiriéndose abiertamente a Tomás, que no es “El Brujo”, sino el “Rebelde”. “A Tomás (...) te diré nada en su obsequio”. No hay elogios abiertos a quien se ha venido convirtiendo en un insurrecto, en el personaje que no llega a ningún acuerdo con Lebrija pero en relación al trabajo “estoy satisfecho de su manejo”. Lamenta Agustín que Tomás “todo lo enreda, así es que José María es el bravo”. Si Tomás “mete cizaña” y origina con ello un ambiente de intrigas, pues resulta que José María emplea la fuerza y hasta es capaz de golpear a un vaquero y decirse ambos lindezas y “prodigios” echando mano de un amplio repertorio de “palabrotas” que se “sacaron” cada quien enturbiando el 34

[B.N./F.R./C.S.C.], Caja Nº 22, documento Nº 100: Lebrija, Agustín, carta a D. Ana Ma. Lebrija de Cervantes en la ciudad de México le informa de toretes que no salieron y sobre disgustos con Tomás y familia y problemas con el sueldo de José María. Toluca, 8 de marzo de 1863. 2f. 35 [B.N./F.R./C.S.C.], Caja Nº 11, documento Nº 12: Testimonio de D. Martín Angel de Michaus sobre los productos y beneficios de la hacienda de Atenco, 1818, legajo 15f. (f. 3).

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ambiente. Lebrija se enfrenta a una situación crítica, la cual tiene un remedio: la reprimenda, el engaño: “lo que hice fue regañarlos a todos”, le escribe a su hermana. Mantener a José María que ya no trabaja más que como cuidador es un conflicto, pero su paga y la de Tomás se quedan “y todos los días digo que cobren” sin que se acerquen a cumplir con ese derecho, apunta Lebrija. Agustín le pide a su hermana esté atenta en cuanto vea a Tomás para preguntarle “sobre cobros y si hay animales de pastos que paguen”. Poco después “El Brujo” desapareció intencionalmente y el caos con el ganado que pastaba pero no podía beber agua, porque ahí el papel de los vaqueros es indispensable para conducir las cabezas de ganado de un lugar a otro, debe haber puesto las cosas al rojo vivo. ¿Vino la solución? Tal vez. ¿Qué quería Tomás demostrando con todo lo que hemos visto la antitesis de sus conocimientos? Probablemente: a)Operar con absoluta independencia, tomando acuerdos exclusivamente con el Conde. b)Desconocer con todas esas acciones ya referidas al “administrador”. c)Encabezar y hacer destacar a un grupo de expertos con amplios conocimientos quienes, en la posibilidad de verse bloqueados o frenados, ponen a funcionar la rebeldía como bandera. Al principio de estas notas hablé de la génesis y desarrollo del conflicto. ¿En qué terminó? Varios años después (1875)36 encontramos que Tomás Hernández ostenta el cargo de “Caudillo jubilado”, cargo vitalicio que le garantizó permanencia (de 15 años aproximadamente), así como el derecho de mantenerse firme en un cargo que nunca quiso perder, a costa incluso de rebeliones y levantamientos de él o con él y su familia. 36

[U.N.A.M./B.N./F.R./C.S.C.], Caja Nº 34, documento Nº s/n: Pormenor de Chilcualones de la hada. principal en la semana Nº 22 del 23 al 29 de mayo de 1875. Caudillo: Felipe Hernández Vaquero: Luis Díaz “ : José Díaz “ : Toribio Díaz “ : Miguel Díaz Carrocero: José María Hernández Caballerango: Quirino López Caudillo jubilado: Tomás Hernández

($1,00) ($1,00) ($1,00) ($1,00) ($1,00) ($5,50) ($0,50) ($2,00) $13,00

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Aquí pongo fin a un caso de lucha por el poder manifestado abiertamente entre Tomás Hernández “El Brujo” y “El Caudillo” al mismo tiempo, en contra del representante del Conde de Santiago de Calimaya, Agustín Lebrija. Esa lucha es por el control en el cercado, del ganado de bravo, de las tierras de que se nutren los toros. Y ambos personajes no aspiran más allá que a esto. El Conde sigue siendo, para uno y para otro “su” protector y quizás se sirva de ambos, aunque ambos entren en conflicto, el caso es que el ritmo de producción en Atenco no sea entorpecido, puesto que los toros siguen enviándose a las plazas con la periodicidad acostumbrada. Atenco es una hacienda que durante esos años en particular alcanza proporciones muy importantes en producción de cabezas de ganado vacuno en general, y toros bravos o para la lid, en particular. De José María Hernández, apunta Heriberto Lanfranchi: JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ. Nació en la hacienda de Atenco, donde empezó a torear. En 1869 estuvo de segunda espada en la cuadrilla de Manuel Hermosilla y con él toreo por los estados de Puebla y Veracruz. Luego, formó con sus hermanos una cuadrilla en la que Ponciano Díaz, por cierto, fue banderillero en 1878. Mucho toreó durante varios años; pero a partir de 1884, ya sólo lo hizo en Toluca y otros pueblos cercanos, no presentándose en la ciudad de México.37

Al pretender elaborar el perfil biográfico de estos cuatro personajes me encuentro con escasez de datos, resultado de esa vida de aventuras no sólo recorrida por ellos. También otros los que, en conjunto, desplegaron la esencia fascinante del velo de misterio, que así como llegaban, aposentándose como dueños de la situación, así también desaparecían. Únicos testimonios de su presencia son algunos carteles, fantasmas sobrevivientes de la itinerancia, camino de gitanos, presencia e influjo de duendes, capaces de encantar y desencantar sin que nadie se entere y cuando existe la oportunidad de sentarse a platicar con ellos, no acuden a la cita. Hasta ahora, solo podemos tener cierta idea sobre la vida de Lino Zamora, Pedro Nolasco Acosta, Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz. Seguramente, algún día surgirá por ahí un rasgo sobre la vida de cualesquiera de estos otros cuatro enigmáticos personajes que cubrieron el periodo decimonónico mexicano, con quienes seguiremos manteniendo una deuda permanente, debido a la magnitud de su trascendencia... que no fueron cuatro más en el panorama. De eso, Mendoza y Hernández, estén seguros.

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Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España..., op. cit., vol. 2, p. 658.

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BERNARDO GAVIÑO EN EL SIGLO XIX MEXICANO, MESTIZAJE DEL TOREO.

Quien no ha puesto su mirada y atención en el siglo XIX mexicano, no sabe en gran medida lo que significa nuestro país. Es, para decirlo de algún modo, el puente entre el virreinato y el México moderno. O dicho en otras palabras, una entelequia, el inestable enlace de unos tiempos que retardaron toda intención de progreso y que en el desarrollo de las inestabilidades de todo ese tiempo finalmente se consiguió algo más o menos inteligible. Luego entonces, ya comprendido en un primer acercamiento, el siglo XIX no es otra cosa que la acumulación de conflictos, encuentros y desencuentros políticos, sociales, económicos, militares, religiosos. En ese complejo escenario se involucró el torero español, de origen gaditano para mayor detalle, Bernardo Gaviño y Rueda. Su arribo al continente americano ocurrió entre 1828 y 1829, luego de abandonar Puerto Real a muy temprana edad, 16 o 17 años intentando alejarse de algún conflicto entre familiar o de indisciplina que fue cuestionada ya fuese por Francisco Javier Cienfuegos, “virtuoso obispo” de la capital gaditana y tutor de Bernardo o por su tío, el hecho es que ese intempestivo traslado pronto lo llevó hasta la nación de Uruguay la cual en sus primeros años independientes, conservó entre otros resabios, el de las corridas de toros, espectáculo en el cual ese joven Bernardo Gaviño encontró acomodo. Llamado a la aventura, pronto se traslada a la isla de Cuba en donde al figurar con luz propia, es contratado para actuar en México. Sea 1829 –como dice El arte de la lidia en 1884-, o 1835 como lo apuntan otras tantas fuentes con mucho mejor sustento noticioso, el hecho es que en abril de aquel año inaugura otra de las etapas de la Real Plaza de toros de San Pablo. Pronto, gustaron su estilo y personalidad, así como su forma de torear que vayan ustedes a saber dónde lo asimiló si ni por casualidad tuvo forma de incorporarse a la Real escuela de Tauromaquia impulsada por el rey Fernando VII, la dirigió el conde de la Estrella y estuvo bajo la égida del viejo torero rondeño Pedro Romero, desconociendo al menos en esos años la fama adquirida por Francisco Montes “Paquiro” y por “Cúchares” que no era otro que Francisco Arjona.

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Gaviño tuvo entonces que asimilar rápidamente lo que era la tauromaquia mexicana de aquellos primeros años suyos en nuestro país e imponer un toreo propio, a la luz de unas bases bastante inestables donde de seguro una intuición despierta asimiló y ordenó los principios básicos de lo que fue el arte de torear según Bernardo Gaviño, quien aprendió en sus años mozos los conocimientos generales que instruyó su primero y único maestro: Juan León López “Leoncillo”.

Comparto con los lectores, la fe de bautizo del matador de toros Bernardo Gaviño, que se publicó en Toros y Toreros. Órgano del Centro Taurino (Potosino). Nº 5, extraordinario. San Luis Potosí, 6 de enero de 1909, p. 16.

Bernardo impuso entonces un caldo de cultivo que se convirtió en el andamiaje del toreo decimonónico mexicano y ello tuvo que ser a fuerza de empeños y no otra cosa. Sabemos que hasta 1842, y gracias al conde de la Cortina, a la sazón amigo de gaditano, este contaba en su biblioteca con un ejemplar de la Tauromaquia de “Pepe-Hillo”, de la que sí pudo haber tenido conocimiento el joven Bernardo (¿o es que acaso Gaviño traería en su equipaje ese tratado técnico o mandó traerlo desde España para fundamentar la que fue su propia “Tauromaquia”?) Meros presupuestos y suposiciones.

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Su fama en la segunda mitad del siglo XIX ya era una realidad, alcanzando la misma que tuvieron los hermanos Ávila (Luis, Sóstenes y José María) ese trío que detentó un poder taurino entre 1808 y 1858, asunto este que lo convierte en apasionante y particular tema de estudio, digno de otra conferencia. No quedando claro hasta ahora si los Ávila alternaron con Bernardo Gaviño, el hecho es que ellos tuvieron que defender una parcela específica cuyos espacios de acción fueron lo mismo la plaza de San Pablo que algunos puntos como Aguascalientes. Gaviño hacía lo mismo en la de San Pablo que en el Paseo Nuevo integrando un número muy importante de carteles en compañía de algunos toreros que luego destacaron (como Fernando Hernández, Mariano González, Ignacio Cruz, Felícitos Mejías, Ponciano Díaz, entre otros), pero sobre todo por la intermitente compañía de mojigangas y cuadros teatrales de representación efímera que se presentaban de forma alternada y exitosa. Como dato curioso, debo apuntar que el gaditano, desde 1835 y hasta 1855, último en que aparecen registros suyos, actuó 39 tardes en San Pablo –relativamente muy pocas-. Pero en Paseo Nuevo quedó programado la friolera de 320 ocasiones de 1851 a 1867 de ahí que en el segundo escenario terminara sentando sus reales al monopolizar e imponer su imperio. De esas 320 actuaciones, en la mayoría de ellas lidió toros de Atenco, lo cual fue clara señal de que no sólo eran los mejores de aquellas épocas, sino que al involucrarse con sus propietarios, debe haber influido con sus opiniones para elegir el ganado más propicio para el toreo que puso en práctica. Pero vayamos por partes. La presencia de Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886) se abre como un gran abanico de posibilidades que nos permite entender a uno de los personajes más fascinantes que brillaron durante buena parte del siglo XIX en el México taurino, mismo que se vio iluminado por una poderosa influencia técnica y estética planteada sin mayores propósitos que los de aportar conocimientos aprendidos y aprehendidos también en la España que abandona entre 1828 y 1829, momento en que comenzó su largo peregrinar como torero en América. Llega a Montevideo, Uruguay en 1829, lugar en el que sus incursiones taurinas y más aún, los datos, son escasos. Pero el 30 de mayo de 1831 se presenta ante el público de la Habana, lugar en el que, durante tres años toreó alternando con el 75


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esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla. Bernardo Gaviño es un torero cercano a figuras de la talla de Francisco Arjona Cúchares o de Francisco Montes Paquiro, quienes fueron los dos alumnos más adelantados de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, impulsada por el rey Fernando VII y dirigida por el ilustre Pedro Romero. Antes de su salida definitiva de España, también se encuentra muy cerca de Juan León Leoncillo con quien asimila lecciones básicas del toreo que luego, en América, pero específicamente en México, pondrá en práctica. En búsqueda incesante de información al respecto de su incorporación o no a la mencionada Escuela de Tauromaquia en Sevilla no se ha encontrado información que permita deducir si efectivamente formó parte de dicha institución. Todo esto viene a cuento por la sencilla razón de que a modo particular pudo dejar huellas trascendentes que prendieron en el ánimo americano recién estrenado en independencias, las cuales mostraron el rechazo natural a aquello que resultara de origen español, y que ya veremos no lo fue en su totalidad, dadas las diferentes formas de sistema (más bien de intento) político que fueron dándose en nuestro país. Sin embargo una herencia tres veces centenaria como la española en América deja factores de arraigo muy marcados que difícilmente podían desaparecer de un panorama que había vivido y compartido durante todo ese tiempo en nuestra nación. Así, el religioso y el taurino sobreviven en algunos nuevos países dada la circunstancia de su independencia. México vivió bajo el impacto permanente de sinfín de condiciones políticas y sociales, las cuales dejaron continuar con estas dos muy importantes razones de ser, bajo características que eran a su vez, un modelo de lo español, pero bajo circunstancia americana. Esta nueva particularidad dio como resultado un conjunto de personajes que desearon el poder y lo hicieron suyo algunos de ellos, dándole giros de extravagancia; como el caso de “su alteza serenísima”, trato que se le dio a “don” Antonio López de Santa Anna. En medio de ciertas contradicciones y con rechazos emanados en esta nueva forma de vivir independiente, la fiesta de los toros se hizo cada vez más mexicana, pero sin renunciar a un pasado y a una influencia de puro sentido hispano que seguía siendo importante para el devenir de dicho espectáculo que se quedó entre nosotros. 76


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Bernardo, quien se presenta en las plazas de México a partir de 1835 (aunque hay datos que señalan el año de 1829 como el de su aparición en nuestro país) es aceptado a tal punto que lo hizo suyo la afición que aprendió a ver toros como se estilaba por entonces en España. Gaviño entendió muy pronto que apropiarse del control, no significaba ser el estereotipo de un español repudiado por la reciente estela de condiciones establecidas por un país que ha expulsado a un grupo importante de hispanos a quienes se les aplicó cargo de culpa sobre todo aquello que significó la presencia de factores de coloniaje. El toreo durante los primeros 50 años del siglo XIX va a mostrar una sucesión en la que los protagonistas principales, que fueron los toreros de a pie, mismos que desplazaron a los caballeros, serán a partir de esos momentos personajes secundarios; por lo que la fiesta adquirió y asumió valores desordenados sí, pero legítimos. Es más, En una corrida de toros de la época, pues, tenía indiscutible cabida cualquier manera de enfrentarse el hombre con el bovino, a pie o a caballo, con tal de que significara empeño gracioso o gala de valentía. A nadie se le ocurría, entonces, pretender restar méritos a la labor del diestro si éste no se ceñía muy estrictamente a formas preestablecidas. Benjamín Flores Hernández.

A su vez, las fiestas en medio de ese desorden, lograban cautivar, trascender y permanecer en el gusto no sólo de un pueblo que se divertía; no sólo de los gobernantes y caudillos que hasta llegó a haber más de uno que se enfrentó a los toros. También el espíritu emancipador empujaba a lograr una autenticidad taurómaca nacional. Y se ha escrito "desorden", resultado de un feliz comportamiento social, que resquebrajaba el viejo orden. Desorden, que es sinónimo de anarquía fruto de comportamientos muy significativos entre fines del siglo XVIII y buena parte del XIX. Vale la pena detenernos un momento para entender que el hecho de mencionar la expresión de "desorden", es porque no se da y ni se va a dar bajo calificación peyorativa. Es, más bien una manera de explicar la condición del toreo cuando este asume características más propias, alejándose en consecuencia de los lineamientos españoles, aunque su traza arquitectónica haya quedado plasmada de manera permanente en las distintas etapas del toreo mexicano; que también supo andar sólo. Así rebasaron la frontera del XIX y continuaron su marcha bajo sintomáticos cambios y variantes que, para la historia taurómaca se enriquece sobremanera, pues participan activamente algunos de los más representativos personajes 77


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del momento: Hidalgo, Allende, Morelos o el jefe interino de la provincia de México Luis Quintanar. Años más tarde, las corridas de toros decayeron (un incendio en la plaza San Pablo causó larga espera, desde 1821 y hasta 1833 en que se reinauguró). Prevalecía también aquel ambiente antihispano, que tomó la cruel decisión (cruel y no, ya que no fueron en realidad tantos) de la expulsión de españoles -justo en el régimen de Gómez Pedraza, y que Vicente Guerrero, la decidió y enfrentó-. De ese grupo de numerosos hispanos avecindados en México, había comerciantes, mismos que no se podía ni debía lanzar, pues ellos constituían un soporte, un sustento de la economía cabizbaja de un México en reciente despertar libertario. En medio de ese turbio ambiente, pocas son las referencias que se reúnen para dar una idea del trasfondo taurino en el cambio que operó en plena mexicanidad. Con la de nuestros antepasados era posible sostener un fiesta-espectáculo que caía en la improvisación más absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas, mezclados con nuevos factores de autonomía e idiosincrasia propias de la independencia durante buena parte del siglo pasado. Y aunque diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando, lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de toros de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. Fueron escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero de tan poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia. Así, con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cuba, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo, pero fundamentalmente tutor espiritual del toreo en nuestro país durante el siglo que nos congrega. 78


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La reinterpretación histórico-biográfica que vengo desarrollando tiene como objetivo desentrañar a un personaje del que se han escrito pasajes muy interesantes, pero que no nos dan todavía, un perfil exacto de su importancia. Bernardo Gaviño no era un torero más en el espacio mexicano. Con él va a darse la correspondencia y la comunicación también de dos estilos, el mexicano y el español de torear que, unidos, dieron en consecuencia con el panorama universal que, sin saberlo se estaba trazando. Más tarde, Ponciano Díaz, pero fundamentalmente Rodolfo Gaona remontan este nivel de calidad a su verdadero sentido que nutre -por igual- a España que a México. Bernardo, seguramente no se imaginó que su influencia marcaría hitos en el avance de una fiesta que, con todo y su bagaje cargado de nacionalismos, a veces eran llevados al extremo del chauvinismo o del jingoísmo por parte del pueblo (el concepto “afición”, con toda su carga de significados, despertará plenamente hasta 1887). Goza el gaditano de haber sido protagonista de epístolas y novelas (como las de Madame Calderón de la Barca o Luis G. Inclán). Su nombre adquiere fama en importante número de versos escritos por la lira popular y en más de alguna cita periodística de su época, lograda por plumas de altos vuelos literarios. Luego de su infortunada muerte se le recuerda con cariño, devoción y respeto por personajes que, o le vieron torear en sus mejores tiempos (Brantz Mayer), o en su decadencia (José Juan Tablada) o por aquellos a quienes se les contó parte de su vida relatada cual páginas noveladas, pero llevadas al campo de hechos más tangibles (Carlos Cuesta Baquero, Roque Solares Tacubac). Sobre todo con este último autor vamos a tener encuentros permanentes, puesto que se cuenta con una basta información de primera mano, no por tratarse de aquella escrita en la época de esplendor del gaditano. No. Se trata de recrear los pasajes que describe con amplitud luego de que los escuchó de boca de muchos viejos aficionados, o escritos por plumas de las primeras publicaciones taurinas que circularon en México, desde 1884 (El arte de la lidia, de Julio Bonilla). Gracias a dichos apuntes lograremos el mejor de los perfiles que actualmente deben tenerse ya sobre este personaje, quien decide el devenir de la fiesta en nuestro país. ¿Por qué devenir y no porvenir? Probablemente porque el porvenir propiamente dicho se dio a partir de 1887, año en que un grupo de diestros 79


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españoles comandados por Luis Mazzantini, José Machío, Diego Prieto, Ramón López, Saturnino Frutos y otros desplegarán toda la influencia que decidirá un cambio de suma importancia en el gusto de la afición en cuanto tal, apoyada en publicaciones y en direcciones técnicas establecidas por una prensa aleccionada gracias al apoyo de lecturas hechas a diferentes tratados, escritos por autores españoles que reconocían en el toreo un progreso, una evolución plenamente establecidos. Un devenir como sobrevenir, o suceder porque Gaviño se va a convertir en el encargado de dominar la situación taurina en el transcurso de 50 años, en los cuales impuso su poder, e incluso, hasta su tiranía. Ello, probablemente no permitió grandes avances a una tauromaquia, como la mexicana, misma que en medio de ese devenir, no pudo contemplar abiertamente el porvenir. Antes, permítaseme explicar que, al echar mano del término “mestizo” es porque lo considero como resultado de la mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva. El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal. Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena. La envidia que se revela… La envidia que se revela doquiera que el genio brilla, ha dicho en son de rencilla: “Ponciano no tiene escuela”. ¿Más con quién se te nivela que pueda ser superior, cuando fuiste lidiador, desde joven, desde niño, y del inmortal Gaviño el discípulo mejor? Por tu carácter sencillo,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. franco, sin ostentación, conquistas admiración y fama, renombre y brillo. No serás un Pepe-Hillo, Lagartijo ni Frascuelo, ni portarás el capelo de “taurómaco” modelo, porque no eres sevillano; no te preocupes, Ponciano: que ni valor ni osadía anhela de Andalucía nuestro pueblo mexicano, El lidiador solo fin en su pericia privada, y cuando da una estocada, buena o mala, la revela. ¿No tiene Ponciano escuela? Pues menos fama usurpada, Algunos explotadores pretendiéndote humillar han traído de ultramar crema del arte taurino, sin pensar que es tu destino solo triunfos alcanzar. Eres valiente, Ponciano, por más que ruja la envidia, genio audaz para la lidia y modesto mexicano

Y aquí, los versos nos refieren a un Ponciano Díaz como heredero de grandes influencias que ejerció Bernardo Gaviño y Rueda en sus muchos años de trayectoria taurina en nuestro país. Ponciano, en medio de su incomprendida trayectoria aprendió y aprehendió también lo bueno y lo malo de un diestro que español de origen, se mexicanizó y al hacerlo, su expresión adquirió la fascinación del ser mestizo. Ponciano: ¿Más con quién se te nivela que pueda ser superior, cuando fuiste lidiador, desde joven, desde niño, y del inmortal Gaviño el discípulo mejor?

En todo esto, me parecen oportunas las palabras con que José Alameda se refiere al papel de uno y de otro, reuniéndolos en un breve texto que va así: APUNTES SOBRE LA TRADICIÓN MEXICANA DEL TOREO. “El padre del toreo mexicano se dice que es el español Bernardo Gaviño. Sí y no. Sí, porque da a las corridas cierto cauce y orden, llevándolas a un terreno “profesional”. Pero Gaviño no era un torero mexicano, sin que con esto me refiera al lugar de su nacimiento, 81


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pues aun siendo de Cádiz, España, podía haber asumido alguna vivencia mexicana, como acontece con escritores y con artistas populares, de antes y de hoy, que sin haber nacido en México, han tenido una personalidad mexicana, desde Bernardo de Balbuena hasta Juan S. Garrido, chileno, pero autor de Pelea de gallos, la canción popular que se identifica con Aguascalientes. Gaviño era un torero español secundario y nada más, aunque sea simpática su figura por el papel que cumplió al encauzar las corridas de toros en México hacia los caminos prácticos del “oficio”. “El sabor mexicano, de raíz, aparece con Ponciano Díaz. Dentro del marco del oficio importado por Gaviño (tampoco específicamente español, sino simplemente técnico), mete Ponciano esencias mexicanas, de campo y de ciudad, de hacienda y de ruedo. Mexicanas, es decir de fermento indo-español, ni españolas sin más, ni simplemente indias; mexicanas. Llegan por el camino natural de la charrería. Toreo a pie que se hace a veces como a caballo; y a caballo que se hace a veces como a pie, por las mismas leyes y con olor, color y sabor a floreo de reata, a gracia banderillera y a barroco fino y campirano”.38 Algo que no puede dejar de mencionarse, es el hecho rotundo de que su trayectoria en los toros alcanza los 57 años en América, puesto que habiendo llegado en 1829 a Montevideo, y tras su cornada mortal en Texcoco a principios de 1886, demuestran que es una de las más largas carreras en la Tauromaquia universal. El poco tiempo que le debe haber tomado alguna práctica, ya en el matadero, ya en alguna plaza de la región andaluza –que no sabemos con precisión cuando pudo ser-, debido más bien a su corta edad; también se suman a ese largo recorrido que acumuló, infinidad de anécdotas, hazañas, desilusiones, actitudes, gestas..., recuerdos como el que ahora proponemos, el de un perfil biográfico donde pudimos entender no solo al personaje de leyenda. También al hombre de carne, hueso y espíritu. Hasta donde ha sido posible, nos hemos acercado entre tanta distancia temporal con Bernardo Gaviño y Rueda, a quien puede considerársele como un diestro de enorme peso e influencia en el toreo decimonónico mexicano, cuyo paso no fue casual. Su actividad encierra importantes, muy importantes situaciones que le dieron a la tauromaquia nacional 38

José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo. México, Grijalbo, 1980. 109 p. Ils., retrs., fots., maps. Pág. 71.

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el valor, la riqueza, elementos con los cuales hoy comprendemos tan importante dimensión, esperando haya quedado perfectamente entendida a lo largo de esta, su biografía, a la que todavía le agregamos un verso más, que vagamente lo recuerda. Es de la autoría de José Juan Tablada, escrito en 1890:

SINAFO, 28824. José Juan Tablada ANTOÑICA ¡Antoñica, si hubieras sido Como yo te imaginaba! Yo había puesto en tu alma Todo lo bello de mi alma De colegial intacto Donde aún perduraban Bajo las arideces aritméticas Fulgores de Cuentos de Hadas. Antoñica, rubia ramera Desde el parque frente a tu casa Te veía en el crepúsculo Palidecer y luego iluminarte Para el vivir nocturno... En tus cabellos brillaban Las onzas de oro De la “partida” de Tacubaya Y en tus ojos violeta un alcohol De veloces y azules flámulas.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Hoy, ya muerta te identifico Con las princesas De las miniaturas persas, Por sensual y por fina y rubia Con la Madona del Gran Duca. De tus amantes nadie te amó como ese niño. ¡Ni el general, ni el banquero, Ni el banderillero De Bernardo Gaviño! Como aquel niño ya poeta Que divinizó tus pupilas Como estrellas lejanas, Suaves como violetas, Y en su deliquio, cuando tú pasabas, Extraño al sortileño de tu sexo cruel Temblaba sin saber por qué. Y te veía alejarte, poniente en tus espaldas Las alas de su Ángel de la Guarda...

Para terminar, no me queda más que apuntar que la influencia de Gaviño durante buena parte del siglo XIX fue determinante, y si el toreo como expresión gana más en riqueza de ornamento que en la propia del avance, como se va a dar en España, esto es lo que aporta el gaditano al compartir con muchos mexicanos el quehacer taurino, que transcurre deliberadamente en medio de una independencia que se prolongó hasta los años en que un nuevo grupo de españoles comenzará el proceso de reconquista. Solo Francisco Jiménez “Rebujina” conocerá y alternará con Gaviño en su etapa final. José Machío, Luis Mazzantini, Diego Prieto, Manuel Mejías o Saturnino Frutos ya solo escucharán hablar de él, como otro coterráneo suyo que dejó testimonio brillante en cientos de tardes que transcurrieron de 1835 a 1886 como evidencia de su influjo en la tauromaquia mexicana de la que ha dicho, como ya vimos capítulos atrás Carlos Cuesta Baquero, autor imprescindible en el análisis de un trabajo que ahora concluye con esta sentencia: NUNCA HA EXISTIDO UNA TAUROMAQUIA POSITIVAMENTE MEXICANA, SINO QUE SIEMPRE HA SIDO LA ESPAÑOLA PRACTICADA POR MEXICANOS influida poderosamente por el torero de Puerto Real, España, Bernardo Gaviño y Rueda a quien hemos descubierto a lo largo de todo este recuento biográfico. CUATRO CORRIDOS QUE PARECÍAN OLVIDADOS. Común en aquella época, el corrido, fue (y creo que sigue siendo) una manifestación popular que emanaba casi siempre de la inspiración popular, y para quedar en ese territorio, muchas veces sin autor específico. Es decir, obra del anonimato, despertaba 84


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con su letra vibrante y nostálgica fuerte clamor que corría de boca en boca, hasta los rincones más alejados de la nación, para convertirse en una noticia nada ajena al pueblo, mismo que hacía suya la desgracia o el hecho sorprendente que transpiraban aquellos versos convertidos en voceros del acontecimiento recién ocurrido. Tal es el caso de dos corridos dedicados a Bernardo Gaviño, y que rescató, como muchos otros, el notable investigador Vicente T. Mendoza, brotados de sus obras clásicas: El romance español y el corrido mexicano y El corrido mexicano Como arrancadas de una hoja de papel volando, van aquí las letras de estos corridos: CORRIDO DE BERNARDO GAVIÑO. Bernardo Gaviño, el diestro Que tanto furor causó En la plaza de Texcoco Lidiando un toro murió. Su valor no lo libró De suerte tan desgraciada, Y aunque tenía bien sentada Su fama como torero, Un toro prieto matrero Lo mató de una cornada. Fue del pueblo mexicano El torero consentido, Y él fue el que le dio a Ponciano La fama que ha merecido, Siempre se miró aplaudido, Pues con su gracia y valor Supo granjearse el favor Del pueblo más exigente, Que vio en Bernardo al valiente Y sereno toreador. ¿Quién se lo había de decir después de tanto lidiar, que un toro de escasa ley al fin lo había de matar? Y quien no ha de recordar Con el placer más sincero Al simpático torero Que, sin mostrarse cobarde, Hacía de valor alarde Como matador certero? Pero un torito de Ayala La carrera le cortó, Y en la plaza de Texcoco Don Bernardo falleció; Todo México sintió La muerte de este torero, Que en el país fue el primero Por su arrojo y su valor,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Conquistándose el favor De todo el público entero.

 Y, entonados bajos el rasgueo de guitarras que marcan el ritmo incomparable, va la letra de este otro: DE BERNARDO GAVIÑO El treintaiuno de enero Don Bernardo suspiró. Y al ver un toro de Ayala Su corazón le avisó. Rosa, rosita/ disciplinada, Murió Bernardo Gaviño, Que era muy certera espada. Ya tenía ochenta y tres años (sic) Cuando a la plaza le entró Y ese torito de Ayala El corazón le partió. ¡Epa, torito,/cara de horror, que ahí está Bernardo Gaviño, de toreros el mejor! Al ver el toro tan bravo Se puso color de cera, Y dijo: -este toro prieto Viene a darnos mucha guerra. Rosa, rosita/de volcameria, Que a Bernardo le hirió el toro El último día de feria. A la vista penetrante Del toro nada escapó, Que a todos los picadores Los caballos destripó. Rosa, rosita,/flor de alelía, Murió el capitán Gaviño, Ésta su suerte sería. Sacando vueltas a brincos ¡ay!, don Bernardo esquivó las primeras puñaladas que el torito le aventó. Rosa, rosita,/flor de Castilla, Don Bernardo está enterrado En el panteón de la Villa. El Chiclanero famoso Su capote le tiró; Pero el torito de Ayala

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. A don Bernardo ensartó. Rosa, rosita,/flor de San Juan, Un toretito de Ayala Nos mató un buen capitán. Ese mentado “Zocato” Y el picador “Mochilón” No pudieron hacer nada Contra el destino de Dios. Rosa, rosita/ya se acabó Don Bernardo, el gran torero, En Texcoco concluyó. Mas como ya estaba escrito Su destino y le tocó, ¡pobre Bernardo Gaviño! En Texcoco se murió. Rosa, rosita/rosa de amor, Murió nuestro capitán, Lo lloramos con dolor. Se presentaba arrogante En cualesquiera corrida Y toreaba al mejor toro Sin miedo a perder la vida. Rosa, rosita,/flor de limón, Murió el once de febrero Muy cerca de la oración. Toreó a los toros de Atenco, También a los de Jagüey Y nunca les tuvo miedo Por más que tuvieran ley. Rosa, rosita/rosa amarilla, Con garbo siempre pegaba Al toro una banderilla. En la plaza de San Pablo Con garbo y gracia lidió, Que el toro de una estocada Siempre muerto lo dejó. Rosa, rosita,/ ¡oh infeliz suerte! En la plaza de Texcoco Halló Gaviño su muerte. Con su montera ladeada Y con su gran corazón, Murió Bernardo Gaviño Con la bendición de Dios. Rosa, rosita,/flor encarnada, Murió Bernardo en Texcoco A causa de una cornada.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. La mentada Malagueña Una rosita le envió, Pa´que tuviera presente El corazón que le dio. Rosa, rosita/ del mes de abril, Ya don Bernardo jamás Lo verán ante un toril. En fin, concluimos aquí Los versos del gran Gaviño, Y conservamos gustosos Su memoria con cariño. Rosa, rosita,/ flor de magnolia, Murió Bernardo Gaviño, Que Dios lo tenga en su gloria

 Los siguientes versos, fueron localizados en la Biblioteca Nacional, y al hacer un cotejo con los reproducidos por Vicente T. Mendoza, este autor suprime 10 cuartetas y una terceta. Veamos la reproducción completa. TESTAMENTO Y DESPEDIDA De Bernardo Gaviño Murió Bernardo Gaviño, Y murió como valiente, Puesto que murió luchando Con el toro frente a frente. ¡Ay toro!, torito prieto, ¿por qué a Bernardo Gaviño sin piedad dejaste muerto? En la plaza de Texcoco El último día de enero, Hirió a Bernardo Gaviño Un toro medio matero. Bernardo por fin murió El once del mes siguiente Y su recuerdo dejó Como un torero valiente. El día trece lo enterraron De la Villa en el panteón, Y allí sus restos quedaron En extranjera nación. Ahora los toreros deben Vestirse todos de luto, Pues murió el primer espada Entre las astas de un bruto. Al salir el toro dijo

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Con rostro firme y sereno: -Ese torito sí es bueno y nos va a dar mucha guerra. Y no se engañó Bernardo Cuando tal cosa decía, Pues a poco ni un caballo En toda la plaza había. -Aprended, hombres, de mí y mirad mi triste estado, ayer buen torero fui y hoy en el sepulcro me hallo. “¡Quién me lo había de decir que en Texcoco había de anclar, después de mucho lidiar a tanto toro atrevido! “Fui el decano conocido en el arte de los toros, hoy dejo mi testamento para mis amigos todos. “Al hacer mi testamento declaro que soy cristiano y dejo por heredero al valiente de Ponciano. “Pues le viene por derecho y porque así yo lo mando, que en el arte de la lidia es el primer mexicano. Cincuenta años he durado Jugando toros día a día, Y siempre salía triunfante, Y el público me aplaudía. Hoy la suerte me cambió Pues me llegó la de malas, Por un toro que me hirió La muerte me llevó en alas. “A todos los picadores les dejo también recuerdos, pues a muchos que enseñé no he sido ingrato con ellos. Que trabajen con cuidado No les vaya a suceder, Que en una mala tanteada Vayan la vida a perder. Al marchar ya de este mundo Solo llevo el desconsuelo De que dejo ya a este suelo Y a todos los mexicanos. “Siempre me estimaron bien,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. me trataron como hermano, nada tengo que sentir de este pueblo hospitalario. Quien me lo había de decir Oigan y pongan cuidado, Que por un toro maldito Ya los ojos he cerrado. Y por eso hoy les declaro Que marcho a la eternidad, Que ya no habrá otro Bernardo, En el arte de lidiar. Acabé mi testamento Adiós mis amigos todos Voy a partir de este mundo Para no volver jamás. Ya me llamó el Hacedor Parto pues a descansar, Adiós pues, voy en camino, Adiós, a la eternidad. Adiós, México querido, Ya me despido de ti, Porque en las llaves de un toro Vine por fin a morir. Adiós mis amigos todos Ya no volveré yo a ver, Aquellas plazas mentadas En que a muchos toros lidié. Yo siempre me presenté Con denuedo y con valor, Ante los toros más bravos, Que traían del interior. Con muchas razas lidié Y de las más afamadas, Y aunque fueran muy rejegas, Siempre caían a mis plantas. Lidiaba con arrogancia Nunca conocí yo el miedo, Y siempre en México fui El mejor de los toreros. En la plaza de San Pablo También en la del Paseo Dimos harto la función, Yo y mi compadre Gadea. Jugué ganado de Atenco De Santín, Guatimapé Pero un torito de Ayala, Me vino a imponer la ley. Por todo el país mexicano,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Siempre en triunfo me pasié, Y nunca pensé un momento El fin que había de tener. Andaba por el Bajío Y después por Guanajuato, Y el toro que desafiaba Luego me lo hechaba al plato. Dí corridas muy mentadas En Veracruz y la Habana, Y en todas estas dejé Los recuerdos de mi fama. Yo nunca había conocido A esta raza condenada, Que me puso el alma en paz Y ofuzcó toda mi fama. Pues ni aún en la misma Habana Que es el ganado cargado, No pude encontrar un toro Tan rejego y tan malcreado. No volveré a lidiar toros Ni a estar con mis compañeros, Que cuando tenían peligro Me presentaba yo luego. A libertarle la vida A aquel que se hallaba en riesgo, Y por eso me decían El mejor de los toreros. Adiós Ponciano querido, Ya te dejo en mi lugar, Te encargo mucho cuidado Cuando vayas a torear. No te vaya a suceder Lo que acaba de pasar, Que en la plaza de Texcoco, La suerte me fue fatal. En fin, ya me despido, Me encuentro ya hoy en la fosa, Ya no hay Bernardo Gaviño Hoy me cubre ya una losa. Llorad, llorad con cariño; Murió el rey de los toreros, Murió Bernardo Gaviño. Prop. De A. Vanegas.-Tip. Y Encuadernación, Encarnación 9 y 10.-México.

 Y por si faltara algo, para saber más de la doliente noticia, que tal estos 91


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VERDADEROS Y ÚLTIMOS VERSOS DE BERNARDO GAVIÑO Bernardo Gaviño el diestro Que tanto furor causó, En la plaza de Texcoco Lidiando un toro murió. Su valor no lo libró De suerte tan desgraciada, Y aunque tenía bien sentada Su fama como torero, Un toro prieto matero Lo mató de una cornada. Fue del pueblo mexicano El torero consentido, Y él fue el que le dio a Ponciano La fama que ha merecido. Siempre se miró aplaudido Pues con su gracia y valor, Supo grangearse el favor Del pueblo más exigente, Que vio en Bernardo al valiente Y sereno toreador. ¿Quién se lo había de decir después de tanto lidiar, que un toro de escasa ley al fin lo había de matar; ¿Y quién no ha de recordar con el placer más sincero, al simpático torero que sin mostrarse cobarde hacía de valor alarde como matador certero? Pero un torito de Ayala La carrera le cortó, Y en la plaza de Texcoco Don Bernardo falleció. Todo México sintió La muerte de este torero, Que en el país fue el primero Por su arrojo y su valor, Conquistándose el favor De todo el público entero. El treinta y uno de enero Don Bernardo suspiró, Y al ver un toro de Ayala Su corazón lo avisó. Rosa, rosita, rosa morada, Murió, señores, Gaviño Que era muy certera espada. Al ver al toro tan bravo Se puso color de cera, Y dijo: este toro prieto

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Nos viene a dar mucha guerra. Rosa, rosita, es cosa seria, Que á Gaviño le hirió el toro El último día de feria. A la vista penetrante Del toro, nada escapó, Que a todos los picadores Los caballos destripó. Rosa, rosita, flor de alelía, Murió el capitán Gaviño, Esta su suerte sería. Se presentaba arrogante En cualesquiera corrida, Y toreaba al mejor toro Sin miedo a perder la vida. Rosa, rosita, más de castilla, Don Bernardo está enterrado En el panteón de la Villa. Toreó a los toros de Atenco También a los de Jagüey, Y nunca les tuvo miedo Por más que tuvieran ley. Rosa, rosita, flor de San Juan Un toretito de Ayala Nos mató un buen capitán. Se presentaba en la arena El primero ante el toril, Y aunque el toro fuera bravo Nunca lo encontraba hostil. Rosa, rosita, ya se acabó, Don Bernardo, el gran torero En Texcoco concluyó. Ese domingo en la tarde Estaba bravo el ganado, Pues por un torito de ellos Está Gaviño enterrado. Rosa, rosita, flor de limón, Murió el once de Febrero Muy cerca de la oración. Todo el pueblo texcocano Está lleno de aflicción, De ver que murió Bernardo De la feria en la función. Rosa, rosita, rosa amarilla, Con garbo siempre pegaba Al toro una banderilla.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. El recuerdo de Gaviño Vivirá en los mexicanos, Porque a muchos enseño Y los miró como hermanos. Rosa, rosita, flor de coco, Hirió el toro a Don Bernardo En la ciudad de Texcoco. En la plaza de San Pablo, Con garbo y gracia lidió, Que al toro de una estocada Siempre muerto lo dejó. Rosa, rosita, ¡oh infeliz suerte! En la plaza de Texcoco Halló Gaviño su muerte. Los toreadores lo sienten Porque era su capitán, Y los defendió animoso Con orgullo y con afán. Rosa, rosita, rosa de amor, Murió nuestro capitán Recordamos con dolor. Quien se lo había de decir A Gaviño tan famoso Que de Ayala, al pobrecito Un toro diera reposo. Rosa, rosita, del mes de Abril, Ya a Don Bernardo jamás Lo verán ante un toril. Murió el valiente torero Sin quejas y sin lamentos, Mas con acerbos dolores En horribles sufrimientos. Rosa, rosita, flor encarada, Murió Bernardo en Texcoco A impulsos de una cornada. En fin, concluimos aquí Los versos del gran Gaviño, Y conservamos gustosos Su memoria con cariño. Rosa, rosita, rosa magnolia, Murió Bernardo Gaviño, Que Dios lo tenga en su gloria. Propiedad particular. Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, Santa Teresa número 1. Avenida Oriente accesoria 715.-México.

Estos versos, me fueron obsequiados en una copia, por el Lic. José Rodríguez, entusiasta aficionado, con quien cada domingo de toros, nuestros encuentros se 94


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alimentan con novedades y comentarios alrededor de libros de toros. Por su atención, muchas gracias.

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Fuente: Biblioteca Nacional, Fondo Reservado. UNAM.

Fuente: Cortesía del Lic. José Rodríguez.

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LUIS G. INCLÁN, EMPRESARIO DE LA PLAZA DE TOROS “EL PASEO NUEVO” EN PUEBLA Y LA CIUDAD DE MÉXICO. (ANÁLISIS A SU OBRA ASTUCIA).

Luis G. Inclán nacido en 1816 fue un hombre emprendedor, amante del quehacer campirano. Administra haciendas tales como Narvarte, La Teja, Santa María, Chapingo y Tepentongo poniendo en práctica conocimientos de la agricultura que le permitieron ser llamado en varias ocasiones a medir tierras, pero sobre todo, a administrar la plaza de toros de esta capital y en Puebla, cuando Bernardo Gaviño coqueteaba con la fama. Esto debe haber ocurrido entre la quinta y sexta décadas del siglo XIX. Este escritor, impresor, periodista y charro a la vez, tuvo el privilegio de publicarse asimismo “todos los recuerdos de cuanto había integrado su felicidad campirana”. Su quehacer literario incluye una excelente novela de costumbre: ASTUCIA. EL JEFE DE LOS HERMANOS DE LA HOJA O LOS CHARROS CONTRABANDISTA DE LA RAMA, cuya primera edición es de 1865. Tal novela, conjunto de estampas mexicanas de mediados del siglo XIX, cuya carga de valores son los de la injusticia social, es descubierta por Inclán en la persona de “Lencho” quien constantemente sentencia: “Con astucia y reflexión, se aprovecha la razón”. Los escenarios son diversos, pero nos detendremos en el actual estado de Puebla, sitio en que ocurren diversas jornadas, interesantes para nuestro estudio. En Inclán, como dice Salvador Novo no pasa desapercibido el mundo que retrató la Marquesa Calderón de la Barca, pero si está muy próximo a Payno e incluso a Zamacois, aunque todos “vibran (con) los estertores de la lucha entre contrabandistas y federalistas en que llega hasta la ciudad el eco remoto de un campo inconforme y desorientado”. De esta obra se ha escrito mucho. Sin embargo encuentro en Inclán a un autor con afición por los toros, un personaje ligado a las tareas del campo, a la charrería. Publica en 1860 “Reglas con que un colegial puede colear y lazar” así como “Recuerdos del Chamberín” en 1867. Cinco años más tarde la imprenta de Inclán saca a la luz “Coleadero en la hacienda de Ayala”. Además publica artículos en La Jarana de 1871 siendo más de una la crónica de festejos taurinos que salió de su exuberante pluma. No puede faltar en esta relación otra de sus obras, la cual, por cierto, descubrí hace muy poco tiempo en España. Se trata de: 96


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Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995. Don Luis es un guía perfecto en cuanto al personaje que combina el ejercicio charro con el taurino, cumpliendo un protagonismo ya como lazador o como ejecutante de suertes de la tauromaquia; ya como empresario de la plaza del Paseo Nuevo en Puebla, y la que lleva el mismo nombre, en la capital del país. Con toda seguridad conoce y vive de cerca con los actores principales del quehacer que por entonces destacan en el espectáculo taurino. Es muy seguro que tratara con empresarios como Vicente del Pozo, José Jorge Arellano y con toreros como Ignacio Gadea (de a caballo), Bernardo Gaviño y Mariano González “La Monja”. En el capítulo Nº 12 de ASTUCIA el autor nos obsequia con una hermosísima reseña de los hechos ocurridos en el poblado de Tochimilco (con “T” señor tipógrafo) en el estado de Puebla. Vale muchísimo la pena trasladarlo hasta aquí, para lo cual, es necesario elaborar apuntes al calce que sirvan de complemento, y como nota aclaratoria de cuanto significaba el protagonista LENCHO o ASTUCIA, para el pueblo y para el lector que encuentra un sinnúmero de cosas por explorar y conocer. ASTUCIA que así fue bautizado Lorenzo, “Lencho” es el héroe de la obra, una especie de superdotado que pasa de una etapa preparatoria, con su carga de amor imposible a otra que es la de un sucesivo beneficio y reconocimiento por parte de los “gallones”, esos personajes de rompe y rasga, que imponían respeto. Cabezas de grupo o gavillas siempre al tanto de cometer nuevas fechorías. El día señalado para la fiesta presenta el escenario perfectamente preparado. ASTUCIA no podía dejar de recordar ¿Quién me había de decir hace como tres años que me ocupaba en sermonear a Alejo para que no fuera contrabandista de la rama, cuando pasábamos los días enteros entretenidos en estudiar suertes de tauromaquia entre las barrancas de las lomas de Tepuxtepec, sorteando el ganado bravo que podíamos arrinconar, que ahora él fuera quien me enjaretara a pertenecer a los valientes Hermanos de la Hoja?

Esto nos hace recordar también otra cita que va así: 97


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(...)No todo estaba fincado en ser “contrabandista de la rama”. Otra de las ocupaciones para Lencho era estudiar suertes de tauromaquia, para lo cual el ganado bravo que se podía arrinconar se convertía en pieza indispensable.

Llama Inclán en boca de Lencho “ganado bravo” a todos aquellos bovinos que pastaban en las lomas de Tepuxtepec (en Puebla) como sitio destinado para aquellos quehaceres que no son propiamente campiranos. Son taurinos. Inclán comparte como ya vimos estos dos divertimentos. ASTUCIA con Luis G. Inclán a su vera, o ¿Luis G. Inclán, en cierto modo pudo ser el mismísimo ASTUCIA? está enterado de los menesteres taurinos y no es ajeno a ellos, puesto que practica y estudia las suertes de tauromaquia como cualquier buen charro no solo apegado a sus normas, sino que busca mezclar suertes nacidas o practicadas en el campo llevadas a la plaza o viceversa. ASTUCIA o Lencho se descubre pues como un personaje acorde con el espectáculo que a mitad del siglo antepasado era común denominador, con toda una serie de suertes ejecutadas a caballo por Ignacio Gadea fundamentalmente junto con algunos otros, como Lino Zamora, Alejo Garza “el hombre fenómeno” que faltándole los brazos desde su nacimiento, ejecuta con los pies unas cosas tan sorprendentes y admirables, que solo viéndolas se pueden creer: en cuya inteligencia, ofrece desempeñar las suertes siguientes: 1.-Ensartará una aguja de coser bretaña con una hebra de seda 2.-Prenderá la yesca con piedra y eslabón, encendiendo en ella un cigarro. 3.-Repetirá la tirada de la piedra con la honda. 4.-Barajará con destreza un naipe. 5ª y última. Escribirá su nombre, el cual será manifestado al respetable público. Y ¡A los toros! En medio de refranes tales como: “los mastines criollos y abajeños adonde afianzan el gaznate ahogan”, comienza el rito (...) mira, Pepe, en cuanto acabemos, te vas a ensillar mi prieto y que Reflexión se venga en el cuatralbo por si se ofreciere dar un piquetito, tráete debajo de la pierna mi espada, en la tienta el joronguito acambareño y procura representar tu papel para que le comamos el trigo al Buldog.

Ha pedido ASTUCIA a su amigo Pepe que ensille al “prieto”, alistando a Reflexión que se esté preparado “por si se ofreciese dar un piquetito”. Por lo importante de toda la descripción es mi deseo reproducirla con anotaciones al 98


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calce, mismas que buscarán complementar la reseña que hace del festejo con todos sus detalles Luis G. Inclán. -¿Qué te vas a meter a torear, Apolonio? -dijo la señora-, ya sabes que eso les causa mucho miedo a estas criaturas y si las hemos de llevar a mortificarlas, vale más que nos quedemos. -No, señorita, yo no he de torear, ya tengo el tablado dispuesto para ustedes y yo me estaré por allí inmediato por si algo se les ofreciere; el amigo Astucia que está ahora en su mero tejocote, es el que ha de entrar y tengo empeño en que monte al Chocolín que me regalaron ensillado los amos de la hacienda de... si es tan bueno como bonito, seguramente que se tiene que agradecer. -Por cierto de esos regalos, Apolonio, manos besamos que quisiéramos ver quemadas, esos mismos que así te regalan, por un lado te obsequian temiendo que caigas a sus haciendas y te despaches por tu mano, y por otro no perdonan medio para ver si consiguen exterminarte; Dios te libre de caer en desgracia, porque ellos serán los primeros en solicitar tu ruina. -Conque, señorita, dentro de un rato se van yendo para la plaza, que las acompañe Joaquín y Tomás, allá las espero para acomodarlas, o si usted dispone que vuelva yo por ustedes, me vendré luego. Reflexionó un rato y respondió: -Nos iremos solas, pues aunque aquí nadie me conoce, ni yo tengo que perder, siempre será bueno que ningún extraño sepa que tienes familia, para que no nos vayas a arrastrar contigo en un caso desgraciado.

Preparativos para un festejo que se antoja harto interesante, son los que se aprecian en el apunte anterior, donde Apolonio, ha tomado las providencias del caso, adecuando un “coso” que se ajuste a la corrida (¿y charreada a la vez?) que ya está levantando polvareda, porque allí, los charros van a demostrar lo mejor de su repertorio, admirados siempre por la grata presencia femenina en los tendidos. Los diálogos inmediatos me parecen tan curiosos, puesto que demuestran el carácter campirano que de seguro predominó y que recogió Inclán, probablemente matizados de mayor sabor a la hora de enfatizar el lenguaje, acompañado de floreos que resultan anacrónicos pero sabrosos al mismo tiempo. Esto es, la elocuencia se levanta y galopa. Se despidieron los huéspedes. Pepe se fue a ensillar el Prieto y Astucia arregló los estribos de la magnífica silla que tenía puesta el Chocolín, montaron a caballo y se fueron para la plaza; ya estaba allí el Buldog montado en un bonito caballo bayo lobo, haciéndose el gracioso lazando a varios de a pie de los macutenos de Río Frío. Ninguno le había visto a don Polo el Colorado y se imaginaron que era del charro, confirmándose en ello al ver que su vestido era competente al lujo y magnífico aspecto de tan precioso caballo. Luego que llegó don Polo se arrimó el Buldog a saludarlo, dándose cierta importancia y diciendo con una sonrisa sardónica: -No le doy la mano, señor don Apolonio, porque es el único a quien le alzo pelo, y estoy muy contento con tener mis tánganos en su lugar. -No se haga chico, comandante, que usted no deja de tener sus fuerzas, ya me han contado que anda por ahí haciendo chillar a los hombres; lo que sucede es que muy bien sabe con quién se pone y hasta ahora no ha encontrado quien le dé a entender que donde hay bueno hay mejor. -Eso es una verdad -dijo el Buldog-, y sin que se entienda que es fanfarronada, exceptuándose usted, con el que quiera me rifo. -Permítame, comandante, que le diga, que es mucha vanidad, y que donde vea que le cogen el falso se le sale. -Pues lo repito, no siendo con usted, con cualquiera me rifo -casi todos los que estuvieron en los gallos y presenciaron la escena de don Polo, estaban allí reunidos; no dudaron que Astucia le quitaría la vanidad a aquel hombre tan fatuo y todas las miradas se dirigían a él como incitándolo a que admitiera; Astucia haciéndose el indiferente veía con demasiado desprecio al Buldog, sonriendo irónicamente; don

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Polo le guiñó un ojo y sin esperar a más adelantó su caballo hasta ponerse frente al Buldog, diciendo con semblante poco serio: -Señor comandante, ha barrido con todos sin exceptuar más que al amigo don Polo; como su reto a todos nos humilla, yo se lo acepto por honor de todos, aquí está mi mano, no me jacto de fuerzudo, pero no consiento que ronquen más que los que duermen, y el que me busca me encuentra -aunque no dejó de sorprenderse el Buldog, el prurito y sobre todo su vanidad, lo hicieron tomar la mano que se le presentaba y desde luego conoció que su adversario era pollo de cuenta, por lo que maliciosamente quiso al instante cogerlo desprevenido y dominarlo; Astucia que no era lerdo penetró su designio y anticipadamente le dio tan fuerte agarrón que no lo dejó poner en planta sus mañas y magullándole los dedos, jugándole los tanganitos atrozmente, le decía riendo: -Apriete. El comandante soltó los estribos, se encogió en la silla, se mordía los labios, tenía el rostro lívido, las lágrimas asomaron a sus ojos y por más esfuerzos que hacía, no sólo no podía apretar, sino que ni defenderse le fue dado; por fin, le apretó otro poco Astucia, le dio otras jugadillas de tánganos y soltándolo dijo: -Este pichón no es para mí. -¿Qué hubo? -dijo don Polo. -Que este señor comandante se está haciendo chico, contestó Astucia, no ha querido agarrarse como los hombres, y si piensa que yo le he de apostar algún interés se equivoca. Y les hizo del ojo a los que lo rodeaban. -Me declaro insuficiente, señores, este caballero me ha hecho ver estrellitas, exclamó el Buldog sacudiéndose la mano y soplándose los dedos, retiro mis palabras y pido perdón a las personas que se creyeron insultadas. -Basta con esta expontánea confesión, replicó Astucia, nadie se dé por ofendido, pero si quiere la revancha, aquí está la zurda. -No, amigo... ¿cómo se llama?... para respetarlo. -Gambino, servidor de usted -le contestó Astucia, que fue lo primero que se le ocurrió. -Vamos al aserradero -dijo don Polo para evitar más explicaciones-, que abran las trancas, y les prevengo que no maltraten el ganado.

Pues bien, la corrida va a empezar. Quedaron atrás preámbulos, fuegos cruzados, un repertorio de afrentas, retos, provocaciones y demás lindezas, propias de los hombres de campo, acostumbrados a tratos tan ásperos. ASTUCIA, con su carácter dominante y mandón, va a organizar las cuadrillas entre picadores, lazadores, toreros de a pie, coleadores, capoteros y locos tal y como veremos enseguida. Unos entraron a la plaza y otros se subieron a los tablados; el Buldog renegado los siguió, pero tenía tan adolorida la mano, que no podía ni componer su reata, Gambino y su criado se acompañaron llevándose el primero la ventaja en el manejo de la reata, que tiraba con mucho acierto, mientras que el comandante estuvo errando lazos encuartándose y siendo el más chambón de todos, luego que entorilaron se salieron y don Polo facultó al supuesto Gambino para que arreglara todo y no se volviera desorden. -Señores -dijo Astucia- ¿les parece que improvisemos una cuadrilla? -Sí, sí -contestaron varios de los entusiastas- para entrar. -Pues párense aquí los que han de servir de picadores. Sólo tres se resolvieron. -Completa aquí las paradas, Pepe, monta el Cuatralbo y proporciónate garrocha que cuando te toque yo cubriré tu lugar. -Aquí están las picas- dijo Joaquín al asistente de don Polo que hacía tiempo había llegado con ellas. -Corrientes, ármense, señores, y por este lado estamos completos, ¿usted, comandante, no quiere dar un piquetito? -No, amigote, yo estaré de lazador. Enhorabuena, pues júntese aquí con don Polo, que entrará en el Chocolín para que me lo preste cuando se lo pida. A ver los coleadores fórmense. -Entresacó ocho y los numeró. -Señores -les dijo-, cuando les toque su turno estén listo, yo los llamaré por sus números y mientras no se colee, se están aquí afuera paraditos. Ahora vamos a la cuadrilla de a pie, ¿quiénes gustan de

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. acompañarme? -Yo, señor amo -contestó Reflexión disponiendo su sarapito y alzándose las puntas de las calzoneras, y yo, y yo -contestaron varios rancheros y peladitos. -Fórmense, fórmense aquí en ala.- Eran otros ocho. -¿Quién de ustedes banderillea? que dé un paso al frente.- Salieron tres. -Completa aquí Reflexión, dos para cada toro, primera y segunda parada, los demás son capoteros, y cuidado con hacerse bolas. Nos faltan dos locos. -Ahí andan los de los huehuenches y la danza, llámenlos -dijo don Polo. En un instante vinieron llenos de gusto, les advirtió Astucia su deber y estaban ya completas las cuadrillas. -Ahora sólo me resta decirles lo que debemos hacer, vámonos todos al mesoncito para ensayarnos mientras se hace hora.

Organizados y listos para la “corrida”, quieren estar lo mejor posible, con un ensayo previo. Las facultades concedidas y el aspecto de dominio que tenía Astucia hacían que todos se prestaran y obedecieran gustosos; allí solos en el mesón, les advirtió el cómo y lo que debían de hacer cada cual en su clase, mandó acomodar la música, se pusieron tranqueros en la puerta para que sólo entraran y salieran los que él determinara y coordinó con don Polo el modo de distribuir la diversión para hacerla lucida y variada, sin olvidarse del clarín de órdenes para la lumbrera del juez. A las tres y cuarto ya estaba todo listo, la plaza llena de gente y toda la concurrencia ansiosa de que comenzara la función.

Ya todo se encuentra listo para comenzar el festejo. Inclán no ha omitido detalle sobre el modo en que se desarrollaban los festejos por aquel entonces, y es de suponerse que aunque fuera en una población como Tochimilco, no se podían quedar atrás para celebrar con todo el aparato la mencionada diversión. Como veremos a continuación, el modo con que fue discurriendo el festejo, nos da idea del típico desorden que de seguro imperaba en esos pequeños puntos provincianos, que no eran ajenos al universo de la tauromaquia. Por fin llegó un indio a avisar que ya estaba el señor Subprefecto en su tablado; se formaron todos en sus respectivas colocaciones y capitaneados por Astucia que iba a pie, con su joronguito doblado en el brazo izquierdo. Llegaron a la puerta de la plaza, sonó un formidable trompetazo que puso en alarma a todos los concurrentes, la música comenzó a tocar una descompasada marcha y se presentó Astucia seguido de sus cuadrillas, atravesando el circo, llenando con su presencia la plaza, causando mucho entusiasmo y obteniendo multitud de aplausos. Llegaron frente al tablado de las autoridades, formaron en ala, hicieron un saludo y en el mayor orden salieron los coleadores y dos de los picadores para su sitio designado. Un picador se paró en un lado del coso, el otro al segundo tiro, los peones cubrieron el redondel; el capotero fue al reto, y el capitán se puso tras del primer picador para defenderlo de un embroque. Como el toril no estaba en forma, sino que sólo era un simple chiquero, fue necesario lazar adentro al toro designado para sacarlo; le dieron al Buldog la reata con el toro amarrado; al tiempo de salir a la plaza estaba atravesado, fue el primer bulto que descubrió, y partiéndole directamente no le dio tiempo para salirse de jurisdicción, por lo que en su viaje le dio al caballo una quemada en la nalga, y el hombre por librarse soltó la reata y echó a correr causando mucha risa a todos, que se burlaban de su torpeza; uno de los de a pie tomó la punta de la reata, se la dio a don Polo y siguió otra bola de silbidos pues el dicho Buldog erró cuatro o seis piales, hasta que estando el toro ahogándose cayó al suelo y allí lo despojó Astucia de la reata que tenía en el pescuezo, diciéndole al picador: -Párese aquí, amiguito. Ahí va la muerte muchachos. Le dio un manazo al toro en la panza y arrancó extendiendo su joronguito al estribo izquierdo del picador, el toro se paró hecho un demonio, y le partió, lo recibió bien, pero todo se descompuso y antes que recargara la suerte y perdiera la silla, se metió Astucia quitándoselo con limpieza, gritando: -¡Bien, muchachos. Bien! Todos lo imitaron aplaudiendo, y el hombre que picó, se figuraba que efectivamente había quedado

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. bien; así estuvo ayudando y defendiendo a todos, animándolos y aplaudiéndolos, pues siendo esa clase de entretenimiento su diversión favorita, se dedicó, aprendió y ejercitó en todo lo del ramo con empeño, por lo que el hombre estaba en su elemento.

Ya intervinieron el capotero y el primer picador, luego de ciertas dificultades para que el primer toro estuviera en la arena, para lo cual se tuvo que emplear la reata y, a fuerza de tirones, sacarlo al ruedo. Después todo fue emplear jorongos entre las habilidades propias de quienes estaban convertidos en toreros de a pie, contando con que lo hacían también a caballo. Los banderilleros no quedaron muy mal, a pesar de sólo hacerlo con una mano. Tocaron a muerte, armó Astucia con la muleta su joronguito, le dio Pepe su espada, pidió la venia, retiró la gente del circo y se presentó muy sereno a dar los pases; el bicho no había adquirido resabio, se presentó bien, humilló con franqueza, y con toda maestría le aplicó una buena estocada por el alto de los rubios, volvió sobre el bulto muy agraviado, le presentó Astucia la muleta, se contrajo, tosió con ansia, dio dos o tres oscilaciones y se clavó de cabeza al querer entrarle a la capa.

Esta parte de la reseña, bien pudo firmarla cualquier buen cronista de la época, puesto que refleja con toda claridad, el carácter que por entonces proyecta el quehacer taurino, sustentado por sus formas más técnicas que estéticas, porque el propósito fundamental por entonces era el de liquidar al enemigo a la mayor brevedad posible, bajo las consiguientes normas establecidas, que ya vemos, no distan mucho de las puestas en práctica en España. Por largo rato estuvo la concurrencia aplaudiendo frenética; nunca se había visto por allí un diestro más inteligente, más simpático ni más bien recibido. De todas partes llovían galas, todos demostraban su júbilo de mil maneras; mandó a los locos que juntaran, y generalmente a todos dio las gracias por su benevolencia, al recoger su sombrero. Se fue para la puerta de plaza y gritó: -Uno y dos, a la puerta del toril. Tres y cuatro, sáquense ese toro para afuera a que lo destacen. Tráete mi prieto, Reflexión, y tú, Chango, guárdame por ahí ese dinero –cosa de cuarenta pesos en toda clase de moneda que recogieron los locos, a quienes les dio un puño de tlacos y medios a cada uno; trajo Reflexión el prieto, y le dijo: -Móntate, acompáñate con los coleadores, y si te dejas ganar la cola te prometo un dulce. Les echó un toro manso, al cual sólo Reflexión pudo llevarse merced al buen caballo que montaba, mandó que saliera aquella parada e invitado por don Polo que quería verlo maniobrar en el Chocolín, siguió otro toro de cola para él y el comandante que mandó meter un bonito caballo melado; como eran los más guapos, llamaban la atención, con la diferencia que el uno había merecido silbidos, y el otro multiplicados aplausos; en lo poco que había usado el Chocolín, conoció que no era de gran empuje, que se cargaba un poco en la rienda, y que era necesario aprovechar los primeros arranques. -¿La toma, o me la deja, comandante? –le dijo al Buldog al estar esperando a la res. -Como usted quiera –le respondió. -Esa no es respuesta. -Pues que la coja, el que pueda. -Este no es lugar para disputarla, comandante, si estuviéramos en el campo no le preguntaría. -Corrientes, peor para usted, -y en este momento salió el toro al redondel-, ambos partieron, sacó la ventaja el comandante. Astucia se embarreró y cuando pensaba el Buldog que lo había dejado atrás y trataba de cerrarle el claro, se le pasó por la derecha como un rayo, tomó la cola con la mano zurda y violentamente amarró, le pegó un grito al Chocolín y rodó el toro por el suelo un gran trecho. Fue universal el aplauso que ya rayaba en delirio, y al ver a Astucia perfectamente sentado en el Chocolín, que con cariño lo aquietaba, echando de cuando en cuando unos fuertes volidos, tascando con furor el freno y disparándose a cada instante, no había persona que no alabara a aquel charro tan bien

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. montado. Se paró la res un tanto destroncada, la siguió el comandante solo, y a pesar de que no tenía competencia, sólo pudo medio trastornarla, pues abriéndose el caballo la estiró mal y de mala manera. Silbáronle los malditos que ya se habían propuesto hacerlo cuco. Volvió Astucia, le tomó el rabo, y sin gran dificultad le dio otra caída de chiflonazo y siguieron los aplausos; picando el Buldog se le pegó; pero ya el toro se había hecho remolón y en vano le metió tres arciones, no hacía más que cambiarle de dirección irritándolo más y más tanto silbido.

En la anterior descripción, encontramos una extraña mezcla entre el picador y los coleadores, como si estos se atuvieran al tercio de quites. La suerte de colear se hizo tan común en los festejos de buena parte del siglo XIX, que formaba parte sustancial del programa y ya no podían sustraerse tan fácilmente de los mismos, puesto que tarde a tarde era más celebrada su presencia, por lo que no se les podía excluir tan fácilmente. Desde luego que realizaban suertes con su carga de lucimiento. Desde que Astucia se presentó y empezó a ser aplaudido, una viejecita hermana del señor cura empezó con la tentación de saber quién era, por lo que a cada momento y a cuantos podía les preguntaba con empeño: -¿Quién es ese joven tan buen mozo y presentado? ¿Quién será? No faltó alguien que le contestara -si mal no me recuerdo, me parece que oí decir que se llamaba Gavino, no Cutino, ello es que su apelativo va por ahí, no lo recuerdo bien. -Gaviño querrá usted decir -repuso un fatuo que era tinterillo del juzgado de Letras y se daba importancia de conocer a todo el mundo.- Gaviño, sí, señor, el primer espada que trabaja en la capital, ¿no es así?

El comentario se dispersó como reguero de pólvora y, en un santiamén todos los asistentes en la plaza vitoreaban al “charrito tan guapo (que) es Gaviño”. -”¡Viva Gaviño! ¡viva Bernardo!” Cuando ya estaba el segundo toro, picado por ASTUCIA, que además banderilleó y le dio una buena estocada de vuela pie, las palmas atronaron como en la mismísima capital. Buldog, que era uno de los miembros de la “cuadrilla” no había estado del todo bien. Pero además, el hecho de que todo mundo ahora reconocía en “Lencho” a Gaviño, sirvió para que surgiera la envidia pero también la aclaración a todo aquel desconcierto. En uno de los intermedios vino el comandante agarrado del encoladito que afirmó que era Bernardo Gaviño, sosteniéndoselo a su buen amigo el Buldog que quiso salir de dudas. -Muy bien, Bernardo, muy bien -le dijo a Astucia cuando estuvieron enfrente del tablado en que estaba sentado con los pies descansando en las vigas que formaban el redondel. Astucia lo vio con indiferencia sin darse por enterado, entonces el tinterillo repitió sus alabanzas. -Bien, Bernardo, bien has quedado. -¿Con quién habla usted, señor mío? -Pues, ¿con quién he de hablar, chico, sino contigo? -¿Contigo? pues me gusta la confianza, y de veras que es ingeniosa la lisonja, ¿por quién me ha tomado usted, caballerito? -¿Cómo por quién? Por Bernardo Gaviño. -Está usted en un error, no me llamo Bernardo, y si lo fuera, ¿quién es usted para tutearme? ¿Qué, porque se presenta uno al público debe menospreciarlo cualquier charlatán?

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. -Pues ¿no es usted Gaviño; -repitió aquel hombre medio cortado por la reprimenda- yo lo he visto torear en Puebla y otras plazas. -¿A mí? -Sí, señor, a usted. -Pues entonces permítame que le diga que miente más que un sastre; aunque me nombran Gaviño, jamás me he presentado a torear en plazas públicas de paga, el mentado diestro con quien usted me confunde, es torero de profesión, el único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia; aquél es español, yo soy criollo, y la semejanza de apellido (recordemos que es Cabello) a nadie autoriza para que tan villanamente se nos trate con tal audacia, que se atreve a sostener en mis barbas su impostura.

Hasta aquí la cita de Luis G. Inclán. Ahora, analicemos un poco esta apología que don Luis hace del gaditano. Evidentemente Inclán es un gran aficionado y creo que no deja pasar la oportunidad de lanzar elogios al verdadero Bernardo Gaviño, que torea en Puebla y otras plazas. Pero además, lo describe como torero de profesión. En estas palabras ha forjado perfectamente el perfil de grandeza que Bernardo posee gracias a su popularidad: “Gaviño, sí señor, el primer espada que trabaja en la capital...” Con esto, aunque haya sido retratado dentro del contexto de la novela de costumbres mexicanas, percibimos el radio de acción que era capaz de alcanzar el diestro, siendo tal la resonancia de su fama no solo en la capital del país; también en la provincia: “El único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia...” Bastaron los alardes de “Lencho” Cabello o lo que es lo mismo ASTUCIA, para que se convirtiera momentáneamente en el más importante torero del momento, por un error de identificación, mismo que sirvió de pretexto a Inclán para dejar testimonio de aquel toreo “a la mexicana” practicado por “Lencho”, junto con todo el significado de influencia ejercido, ahora sí, por Bernardo Gaviño y Rueda. Páginas adelante, y dentro del mismo capítulo, volvemos a encontrar un nuevo diálogo que va así: ¿Dime Lencho, en dónde has aprendido a sortear un toro, que ya pareces un diestro consumado? -¿Cómo en dónde?, con Alejo y otros varios amigos de las mesas de Tepuztepec; hace más de tres años nos reuníamos con los Ruices de los molinos y otros traviesos, nos largábamos a las estancias en donde siguiendo las reglas prescritas, en un libro que tengo titulado “La filosofía de los toros” y está bien explicado el arte de torear, escrito por Francisco Montes, nos ensayábamos, comenzamos por amanillar un toretillo con que sin riesgo estudiar las suertes de capa, y poco a poco fuimos adelantando hasta que nos atrevimos a lidiar toros de bastantes libras, puntales fresquecitos, y sin tener más guarida que librarnos con los zarapes capeando o practicando recortes y galleos. Prendíamos banderillas con espinas de nopal por rejoncillos, y con una espada de encina con la punta untada de cal dejábamos marcadas las estocadas a los toros para calificar las direcciones, algunos toros que matamos de veras por vía de ensayos, procurábamos ocultarlos y que los perros se los comieran para que cuando los vaqueros los encontraran ocuparan a los lobos, o si había tiempo los enterrábamos sin dejar ningún rastro.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. En una de estas diversiones nos sorprendió el caporal en la estancia de la cocina, precisamente cuando ya en la suerte estaba yo armado para recibir al toro con la espada; todos se sorprendieron aterrados con su presencia, menos yo que sin perder de vista al bicho le dije: -Estése quieto, yo lo pago –y al instante lo despaché con una buena metida; nos armó mitote, fuimos a la hacienda, y merced a la franqueza de los muchachos Retanas que me dispensaban aprecio, la cosa se quedó en tal estado. Ahí verás cuando se vuelva a ofrecer que útil es Alejo, lo mismo que Juan el muerto, y el fandango que competían con Reflexión; ya están contestado, marchemos.

Inclán no es ajeno a la tauromaquia de Francisco Montes, puesto que da una precisa y exacta explicación sobre la forma en que un diestro interpretaba las suertes puestas al día en tal tratado técnico y estético, evidentemente adornadas de las típicas expresiones con que se lucían los toreros que surgían fundamentalmente del campo mexicano, y de los que hubo un amplio número de ellos, la mayoría desconocidos. Por esta, y por muchas otras razones, la novela de costumbres ASTUCIA, de Luis G. Inclán, nos permite entender el pulso campirano que se adhirió al que circulaba en las principales ciudades de nuestro país, al mediar el siglo XIX, pulso que se enriqueció gracias al permanente diálogo habido entre la plaza y el campo o viceversa.

Luis G. Inclán. Fotografía de la época. Hugo Aranda Pamplona. Luis Inclán El Desconocido. (Véase bibliografía).

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GUILLERMO PRIETO PRADILLO, Y UNA DE SUS “CHARLAS DOMINGUERAS”, A PROPÓSITO DE TOROS. En los toros, propiamente, no hay espectadores, todos son actores, tienen su partido toros y toreros, la ira, el amor, el susto, las derrotas y las satisfacciones, son para todos. Un toro valiente es casi un caudillo; si en un momento dado pudiera hablar, se hacía árbitro de los destinos de un pueblo. Fragmento de la “Charla Dominguera”, escrita por Guillermo Prieto, y publicada el 30 de mayo de 1875. A sugerencia del Lic. Julio Téllez García, reconocido bibliófilo taurino, fue como nos enteramos de un pasaje, legado de Guillermo Prieto cuyo gran dominio de recreación, nos transporta hasta una tarde de toros ocurrida allá por 1821, cuando el niño Guillermo seguramente fue testigo presencial de tan destacado acontecimiento que retuvo en su prodigiosa memoria, para luego desarrollar esa vivencia a partir de su invaluable e infatigable pluma en 1875. Con la presente Lectura Taurina que recoge y analiza a profundidad la “Charla dominguera”, esperamos su satisfacción y su deleite. Por todas estas razones agradecemos al Lic. Julio Téllez habernos puesto a disposición un maravilloso documento que queda al alcance de todos quienes a partir de ahora conocerán un asunto “a propósito de toros”. Conocer una verdadera descripción de la corrida de toros efectuada en México, en la primera mitad del siglo XIX es auténticamente un “garbanzo de a libra”, debido a los escasos ejemplos que existen, los cuales poseen un contenido eminentemente novedoso. Aquí nos encontramos con una que salió de la pluma abundante de Guillermo Prieto Pradillo (1818-1897), localizada en el Vol. XX de sus Obras Completas, (CONACULTA). Prieto, infatigable retratista de la vida cotidiana en nuestro país durante cerca de los 70 años que van de 1828, cuando comenzó a hacer recuento de las Memorias de mis tiempos y hasta casi el mismo año de su muerte, no sólo se concretó en obsequiarnos con su personal percepción sobre un ritmo y un pulso de vida como este; la política y la historia también fueron sus pasiones. Sin embargo la “Musa callejera” parece ser su obra

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más acabada, donde utiliza a la poesía traducida en pincel, paleta y lienzo como un perfecto maestro. Para concebir la “Musa callejera”, recorrió en su compañía plazas y mercados; se metió en vecindades y accesorias; estuvo en “luces” populares y fiestas de gente de rompe y rasga. Se divirtió con el pueblo -antes que “Facundo” tomara instantáneas de la clase media-, en bodorrios y sacamisas, convites y bailes,

como dice Francisco Monterde. De Fernández de Lizardi, pasando por José T. De Cuellar; del propio Guillermo Prieto hasta Artemio de Valle Arizpe o Salvador Novo, la creación de este conjunto de grandes cronistas y narradores, nos proporcionan en medio de la exhuberancia de sus escritos, un importante panorama de las costumbres y las tradiciones que sus plumas y estilos característicos supieron retratar cabal y fielmente, sin importar que el apunte se hiciera fuera de época, como es el caso de la “Charla dominguera” aquí reseñada e incluida. Porque hasta el mismo Guillermo Prieto justificaba esta apreciación panorámica y así se percibe en una de sus “Charlas domingueras”, la de 13 de junio de 1875, donde se permite acotar en estos términos: Cuando se reconstruye una época pasada, se suele especificar el tipo, se reproduce la constitución material, se individualizan los objetos; pero falta el espíritu que anima el conjunto, falta el sentir del autor conforme a la época que describe, sucede como cuando nosotros mismos nos vemos retratados niños, no nos sentimos en el niño, nos parece que se trata de otra persona que nos interesa mucho, o de nosotros cuando estuvimos en el mundo bajo otras condiciones.

Con las “Charlas domingueras” de Prieto tenemos el mejor ejemplo de esa descripción pormenorizada, que se mete en rincones del barrio, que explora hasta desmenuzarlo todo, que incluye personajes, actitudes, escenarios; y Guillermo, como “Fidel” se alimentan en la feria o en improvisados garitos. Las corridas de toros mueven su pluma y su pensamiento en un manejo selecto de páginas y citas inolvidables que describen con amplio lujo de detalles no sólo el acontecimiento en cuanto tal, viste sus descripciones en medio de un ambiente entre geniales toques mágicos que, al solo recorrido de la palabra escrita provocan un fascinante traslado al mismísimo escenario. La “Charla...” publicada en Revista Universal, del 30 de mayo de 1875, evoca un festejo ocurrido el año 1820 en la Plaza de Toros Principal de San Pablo, que “cuando se acabó el año pasado (1819) que se quiso estrenar en las fiestas del matrimonio de nuestro

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amado monarca Fernando VII, se perdía la gente”, nos dice Mauleón, uno de los principales protagonistas en estos apuntes. Don Santos y familia, son parte de la multitud de personajes incluidos aquí. En su convivencia con otros, nos enteramos de sus peripecias en un ambiente que es nuevo para él, en virtud de todo aquello que lo deslumbra, y de paso para nosotros, gracias a una completa descripción de hechos.

Guillermo Prieto. Carte de visite (tarjeta de visita). Ca. 1890. SINAFO, 451646.

Prieto, que confesaba tener una obsesiva necesidad de creación, se ocupa de la fiesta taurina no sin antes hacer el riguroso y amplio cuadro de una fauna sumida en un barrio tan popular como San Pablo, con sus mesones y sastrerías, donde por cierto, don Santos mandó hacerse varias prendas, salidas de la mano de Cienfuegos, el sastre “que era de lo principal en México”. Don Santos, acompañado de Apolonia su esposa y de Chucha y Pepito, sus hijos, aprovechan su paso por el rumbo para proveerse de lo mejor en menesteres y ropajes. Al aparecer Mauleón con el boleto de una lumbrera para asistir a una de las corridas de la plaza de San Pablo, todo fue emocionarse para iniciar un interesante coloquio que mejor reservamos para su lectura completa más adelante, en el entendido de que se trata de una riquísima descripción de la plaza, de los toreros y del ganado. Eran corridas que se 108


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caracterizaban por ser estupendas, “en que había por lo bajo tres o cuatro heridos de muerte y hasta media docena de caballos despanzurrados”. Todos se frotaban las manos ante la inminente llegada a la plaza, donde pudieron apreciar la lidia de toros de “Atengo de los señores condes de Santiago (...), y las hazañas de Rea, Corchado, el “Compadrito”, “Caparratas”, el “Cantarito”, Clemente, Palomo, Legorreta, Manjares, Dionisio y el Morado, cuadrillas de toreros o gladiadores, la mejor en su momento”, sin olvidar que los hermanos Sóstenes, Luis, José María y Joaquín Ávila justo en aquel momento, están convertidos en los más importantes, en una época que abarca los años de 1808 a 1858. Se trata de una magnífica descripción que, aunque aparecida en 1875, recrea hechos ocurridos 55 años atrás. Hasta antes de su publicación, solo teníamos idea de algunas reseñas escritas por Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825 y quien dejó impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con la intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del "Monte Parnaso" y la "jamaica", de las cuales hizo un retrato muy interesante. En el capítulo "Escenas de la vida mejicana" hay una descripción que tituló “Perico el Zaragata”, en la que nos da un retrato fiel del carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, para llegar finalmente a la plaza. Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad

Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el "Monte Parnaso" y la "jamaica", (...)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una "jamaica".

Poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos un excelente retrato, aunque es de destacar la actitud tomada por el pueblo que pierde los estribos al compenetrarse en aquella suma de elementos fascinantes bajo un ambiente único. O también, la considerada primer crónica taurina, que data de la corrida efectuada el jueves 23 de septiembre de 1852 y que se publicó en El Siglo XIX (Nº 1367 del sábado 25 de septiembre), la cual es una evidencia clara de que ya interesaba el toreo como espectáculo más organizado, precisamente en un momento en que también goza de múltiples atractivos que lo tornan fascinante. No debemos dejar pasar esta obra que recrea un momento y una circunstancia especiales sin hacer una anotación, sobre la posible animadversión de Prieto hacia el espectáculo taurino, cuyos matices trágicos lo caracterizaron durante ese siglo fascinante. Instálense en el sillón más cómodo de su sala, bajo la luz de la mejor lámpara. Acompáñense de un espumoso chocolate o de un hirviente café; enciendan -si lo deseanel cigarrillo de su gusto o predilección, y tomen la Revista Universal del 30 de mayo de 187539 Todo lo que tuvo la familia de don Santos de cauta y recogida, de tímida y ceremoniosa en sus primeros días de estar en México, cuando tuvo el padre Varguitas de consagración a la Iglesia y a los agasajos de sus prelados, se había vuelto jolgorio en todas las personas de la comitiva, sin exceptuar a los cocheros ni a Bruno, que dio una despertada que sólo para visto. Mientras don Santos acudía a citas reservadas y a reuniones en sacristías, casas de canónigos y altos personajes de la política, doña Apolonia era el centro de un círculo de señoras exaltadas, que organizaban novenas, fomentaban triduos y funciones de iglesia, y ponían su granito de arena para oponerse a los avances de la impiedad que desde España venía amenazando, tomando los demonios la forma de masones liberales.40 39

Guillermo Prieto: Obras Completas. (Actualidades de la Semana, 2) Presentación, compilación y notas: BORIS ROSEN JÉLOMER. México, CONACULTA, 1996. Vol. XX. 610 pp. (pp. 241-251). Publicado originalmente en: Revista Universal, 30 de mayo de 1875, pp. 1-2. 40 En la siguiente y breve exposición, se pretende conocer la forma en que la masonería tuvo origen, desarrollo en influencia entre la sociedad decimonónica mexicana. Luego de que se obtuvo la categoría de nación, intereses de distinto orden surgidos de su propio seno o provenientes del extranjero, ocasionaron diversas conmociones que marcharon por rutas de diverso sentido, pero también encaminaron el destino: La Iglesia, los masones, los liberales, los conservadores, los federales, los centralistas, los monárquicos, los republicanos, en suma los que dejaban de lado la preocupación nacional desde el punto de vista interior, en conjunto eran los elementos que rivalizaban en la pugna por definir la evolución de México. Véase: Carlos Bosch García. Historia de las relaciones entre México y los Estados Unidos 1819-1848. 3a. época. México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974. (Obras Monográficas, 3). Colección del Archivo Histórico Diplomático mexicano. 221 pp. (pág. 10). La novedosa situación del país quedó sometida a aspectos muy dispares. Dejaba de ser lo que fue durante tres siglos, según la opinión optimista de liberales y se resistía a un nuevo concepto, que atentaba el sistema establecido; que así puede entenderse la visión de los conservadores. Véase: Edmundo O'

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Pero, como la mosca en la leche, como periquito entre ellas, estaba el padre Varguitas con sus monjitas, sus hijas de confesión y sus buenas relaciones. Corría de la elección al monjío, del monjío a la reja, y de la reja al capítulo de los frailes, cantaba en los estrados y en una pastorela casera se había convertido en alma y dirección; en una palabra, no había sino registrar su equipaje para convencerse de su alta popularidad y de su doble representación de temporal y eterno, que le convertían en un tipo realmente característico. Amitos y corporales para su iglesia en que se ostentaba el lujo de relindos, deshilados y encarrujos, cigarreras de chaquira de colores con unos sombreados que no había ojos con qué ver, bolsitas para los santos evangelios y palabras de la Purísima que parecían hechas por manos de arcángeles, y sobre todo, bolsitas para los instrumentos, con la cifra del santo sacerdote, forro de raso color de rosa, y una Gorman, México. El trauma de su historia. México, Universidad Nacional Autónoma de México (Coordinación de humanidades), 1977. XII-119 pp. (pág. 32). Nos interesa sobremanera y particularmente este enorme problema. O' Gorman resume magistralmente estos enfoques, confrontando las posibilidades a que se orientan cada una de las vertientes: la liberal y la conservadora. De esa forma conviene remitirse a la válida visión de nuestro historicista, quien postula: LA TESIS CONSERVADORA (Propósitos)

LA TESIS LIBERAL (Propósitos)

Constituir a la nueva nación de acuerdo con el modo de ser tradicional, aceptando como vigente el legado de la Colonia; pero no como mera prolongación estática, sino logrando un progreso social y material que rivalice con el de Estados Unidos, pero siempre en lo compatible con el modo de ser tradicional.

Constituir a la nueva nación de acuerdo con el modo de ser de Estados Unidos. Se alcanzará así la prosperidad social y material logrado por el modelo norteamericano.

Luego va planteando todos los problemas que sorteó cada alternativa, los avatares, hasta la obtención de mezclas extrañas de esas dos entidades. La conclusión de O' Gorman es como sigue: LA TESIS CONSERVADORA (Propósitos)

LA TESIS LIBERAL (Propósitos)

La tesis conservadora postula explícitamente como esencia el modo de ser colonial, pero implícitamente, quiere el modo de ser norteamericano. Es decir, quiere mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad, o para decirlo de una vez, solo quiere de ésta su prosperidad. En suma, la tesis conservadora acaba por reconocer el a priori de la tesis liberal, es, a saber, la necesidad de la prosperidad de Estados Unidos.

La tesis liberal quiere explícitamente el modo de ser norteamericano, pero implícitamente, postula como esencia el modo de ser colonial. Es decir, quiere adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición, o para decirlo de una vez, solo quiere de aquella su prosperidad. En suma, la tesis liberal acaba por reconocer el a priori de la tesis conservadora, es, a saber, la necesidad de mantener el modo de ser colonial.

Ante esos dos frentes de lucha se incrustaron esquemas que aprovechaban el caos para influir ideológicamente en la sociedad. Desde 1806 hay indicios de la masonería en México, pero es hasta la llegada de Joel R. Poinsett cuando esta acaba por tomar una fuerza notable. Recordemos que el fin de la masonería es y ha sido llevar la razón del concepto, luchar contra la ignorancia, el fanatismo y el dogmatismo. Génesis de la masonería en México. "La separación de España y la independencia se suponían sinónimos -apunta Timothy E. Anna-, lo cual ayuda a explicar por qué pocos autores han observado que el resultado del Tratado de Córdoba no fue la independencia, sino la autonomía". Véase: Timothy E. Anna. El imperio de Iturbide. México, Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes-Alianza Editorial, 1991. (Los Noventa, 70). 261 pp. (pág. 17). Independencia, autonomía, emancipación fueron los signos con que se manifestó la presencia de un cambio en el camino de la búsqueda por la Nación. Los años iniciales del siglo XIX y los que le siguieron fueron el caldo de cultivo de un sinfín de intentos contradictorios. Llama la atención que hombres convencidos del progreso y no del regreso; no dejaban de aparecer de continuo en la línea de batalla, enfrentándose con el sistema tradicional.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. larga cinta terminada en su borlita de chaquira. Los instrumentos, como se sabe, eran eslabón, piedra y yesca, de los cuales, el primero tenía su ojo para colocarse en el dedo meñique después que ardía la yesca, y un sirvo a mi dueño, que era, como quien dice, de rigor para que se viera lo adrede de la expresión del cariño.41 Pepito galleaba con petrimetres y lechuguinos42 de su edad, haciendo acopio de modales cortesanos, crónicas escandalosas, y dando pábulo a los impulsos de la edad, y Pepita se iba frecuentemente a comer con sus amigas, haciendo su repertorio de modas, y hasta de frases y maneras de la alta sociedad. En los rincones del cuarto del mesón, veíanse prestos para empacarse los encargos, que no tenían aún la debida ordenación por las frecuentes deserciones de Bruno, que pidiendo licencia para frecuentar la Villa y el templo de Nuestra Señora de la Soledad, iba a remanecer sin saber por qué causa a las pulquerías de la Nana, de La Garrapata o de Los Pelos, que era de las más afamadas y en donde los envueltos y quesadillas no tenían rival.43 La importancia de las visitas de don Santos, y más que todo ir a presentar en Puebla el reflejo de su baño de corte, lo hizo llamar al sastre, para aprovechar los buenos efectos que habían llegado, según Mauleón, a la casa, no recuerdo si de los Isitas o de los Mecas, que eran la flor y la nata del Parián. Entonces no eran las sastrerías estos templos de la moda, en que se ven cascadas de casimires y de paños riquísimos, en que sofás y espejos suplantan la elegancia de los salones, en que retretes esmerados como el tocador de una gran señora inician al elegante en los misterios de la moda, entre correos, ilustraciones y revistas del gran tono; por último, en que lo capital es el comercio y lo accesorio el sastre, no, entonces, el maestro sastre era el hombre del oficio, y pare usted de contar. Fue Bruno al llamar al maestro Cienfuegos que con decir que estaba situado en la calle de San José el Real, ya se dice que era de lo principal en México. Mostrador y percha, en un cuarto desmantelado y con cada hendidura en las vigas que parecía sepulcro, he ahí el templo de la moda. La percha, sobre todo, era lo típico y tanto que cuando se trataba de las correcciones a un vestido, se encargaba que no le hicieran compostura de percha, es decir, que no le colgaran en la percha sin ponerle mano, como era la costumbre de algunos hijos de San Homobono. Cienfuegos era un hombre flaco y de ojos hundidos, patilla rala y boca desdentada, largos uñosos y delgados dedos y maneras sumisas y respetuosas. 41

Enrique Krause: Siglo de caudillos. Biografía política de México. 1810-1910. México, Tusquets, Editores, 1994. 349 pp. Ils., retrs., maps. (Andanzas, biografía, 207) (p. 82). La apelación religiosa a las masas que habían “hecho el papel principal” en la revolución de Hidalgo se formalizó, con Morelos (ambos, comprometidos en labores religiosas; más tarde, sediciosas. El subrayado es mío), hasta teológicamente: era lícita –así lo prescribían los neoescolásticos como Francisco Suárez- la insurrección contra el tirano, en este caso contra un gobierno “hereje”, “impío”, “idólatra”, “libertino”, compuesto por “jacobinos terroristas”, “entregado a Bonaparte”. Era lícita, además, porque desde su acceso a la Corona española a mediados del siglo XVIII, los propios Borbones habían ido arrebatando a la Iglesia, tanto en la metrópoli como en los dominios de ultramar, los tradicionales fueros, inmunidades y privilegios que ahora los caudillos insurgentes de Nueva España –sacerdotes en gran medida- pretendían reivindicar. No era casual que la divisa militar del cura Matamoros fuese “morir por la inmunidad eclesiástica”, ni que en uno de sus primeros decretos el Congreso dispusiera la vuelta de los jesuitas a México. En ese sentido, contradictoriamente con sus ideas políticas, su lucha tenía carácter liberal frente a la monarquía absoluta de España pero antiliberal frente al poder espiritual y terrenal, no menos absoluto en México, de la Iglesia. Los insurgentes querían acabar con unos privilegios, los de la Corona y los peninsulares, pero restaurar plenamente otros, los de la Iglesia. No veían la contradicción porque equiparaban la libertad civil con la libertad de la Iglesia frente a la Corona. Tal es la condición de la iglesia en fechas posteriores al inicio del movimiento independiente, y que pervivió –incluso- hasta el propio año de 1820. 42 Petimetre, del francés petit-máitre: Joven elegante y demasiadamente compuesto; currutaco, lechuguino (Sinónimo: Elegante). 43 Ya lo dice Prieto: Eran las pulquerías de moda, donde podían degustarse los curados típicos de piña, plátano, sandía, chirimoya, tuna, apio, chile o canela. O los pulques añejos, el de muñeco, en medio de frases estimuladoras: ¡Hasta el fondo!; ¡Hasta no verte, Jesús mío! Desde luego, servidos en un decimal, una de a dos, una chica o una catrina, que costaban respectivamente, uno, dos, tres y seis centavos; o un pinto, tres tlacos (equivalente a cuatro y medio centavos). Otras medidas son: el tornillo, el chivato, la cacariza, el camión o maceta, la tripa, la jarra o torreón, la reyna, y hasta las pruebas o en jícaras.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Vestía pantalón de paño y chaqueta de indiana, sombrero tendido y capa redonda de paño color de aceituna con su broche de plata. Luego que llegó al mesón y saludó a don Santos, haciendo que se colocase frente al balcón, sacó su medida y puso manos a la obra; pero es el caso que la medida merece una descripción particular. Como el papel genovés que se gastaba en México era de muy exiguas proporciones, la medida, que era de papel, se componía de fracciones de acanaladas tiras de a cuarta o de a sesma, cosidas con seda blanca hasta formar una sola tira de poco más de a vara y de un dedo de ancho. Se tomaba la medida, llevando la tira, por ejemplo, del hombro al codo y del codo a la mano, y para señalar estos tramos, llevaba el sastre a prevención en el bolsillo del costado unas malas tijeras, con que daba sus piquetes convencionales en el papel; pero estos piquetes eran jeroglíficos, eran signos cabalísticos, eran misterios del arte que no se alcanza cómo se hacían inteligibles, cuando una sola medida servía para cinco o seis personas de diferentes tamaños. Tomada la medida, se preguntaba al sastre las varas que necesitaba para las diferentes piezas del traje, comprometiéndose a ir al cajón a elegir los cortes con la mayor deferencia, bien entendido de que cuando se entregara el vestido había de llevar en una de las bolsas los retazos del género sobrante, bien para vestir botones, o bien para remendar, que mucho suele ofrecerse. Don Santitos terminaba sus ajustes con el sastre; doña Apolonia con la raya partida, el fleco a los ojos, el corpiño del túnico bajado y detenido a la cintura, con la escobeta en la mano y en un papel la pomada junto, reposaba; Chucha se medía con impaciencia unos zapatitos, bajos por supuesto, rebeldes, sin decidirse por ninguno de los pies que habían mandado en una canasta de la zapatería, bajo la garantía de una cuchara de plata, y Pepito husmeaba desde el balcón a una vecina de no malos bigotes, cuando se entró de rondón Mauleón, alborotando las conciencias y llenando de pronto a los circunstantes con la buena nueva de que llevaba en el bolsillo nada menos que el boleto de la lumbrera44 para la corrida de toros del siguiente día, corrida estupenda, en que había por lo bajo tres o cuatro heridos de muerte y hasta media docena de caballos despanzurrados.45 Ni sueltas migajas en estanque cristalino, lleno de peces, ni el tintín argentino de una campanilla entre dispersas abejas, ni una luz prendida en el espacio en que vagaban leves palomillas de San Juan, nada es comparable con el gozo, con el ahínco, con el arrebato con que se agolparon jóvenes y viejos, amos y criados alrededor de Mauleón. -Ya verá usted –decía Mauleón a don Santos- lo que es una gran plaza, como puede que no la haya en el universo mundo.

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Lumbrera: localidad en la plaza de toros, cuya capacidad era de ocho asientos. Resultados como el que anota Prieto, son a lo que parece, un balance normal en las corridas de aquella época. Desde luego un aspecto como este escandalizaba a autores como Carlos María de Bustamante, José Joaquín Fernández de Lizardi o aquel que solo firmaba sus escritos con las iniciales F.P.R.P., de quien es el siguiente 45

SONETO Ved aquí para siempre ya extinguida, Sangrienta diversión que fué dictada, Por la barbarie más desapiadada, Del siglo de crueldad empedernida. Que vil preocupación envejecida, Mantuvo con tenacidad porfiada, A pesar de verla ya tan odiada, Y de la culta Europa aborrecida. Mas sabia ilustración ya le condena, Aboliéndola alegre y compasiva, De la Española gente que sin pena, Proclama ya gozosa á la atractiva, Dulzura, á la que en fin á boca llena, Con deliciosa voz dice que viva. Véase: Lecturas Taurinas del Siglo XIX (Antología). México, Socicultur-Instituto Nacional de Bellas Artes, Plaza & Valdés, Bibliófilos Taurinos de México, 1987. 22 pp. facs., ils. (pág. 59).

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. -Mire usted –replicaba don Santos- que en el frente de la Universidad quedaba muy bien la plaza, aunque era molesto hacer rodar todos los cajones del Volador para que quedara espacio suficiente.46 -Pero mira, Santitos, no es lo mismo una cosa así –interrumpía doña Apolonia- que una cosa de al propósito con todas sus cosas de firme. -No crea usted –decía don Santos-, siempre se les quita mucha majestad a los toros; con que se alejen del Palacio, desde donde por un cobertizo pasaba el señor virrey con su familia a su lumbrera sin pisar la calle saliendo por una ventana de los entresuelos abierta a propósito con tal objeto.47 -Oh, amigo –replicaba Mauleón-, usted no ha visto este San Pablo, en su postura ni en su compartimento, con la gracia de haberse hecho entre los muladares de este cacahuatal que usted sabe que estaba inmirable.48 Don Santos: ¿y es muy extensa? Mauleón: Ya lo verá usted, es inmensa. Cuando se acabó el año pasado (1819) que se quiso estrenar en las fiestas del matrimonio de nuestro amado monarca Fernando VII, se perdía la gente.49 46

Enfrente de la Universidad estuvo, hasta 1815, la plaza de toros El Volador, cuyo maderamen sirvió para una más de las obras provisionales de la de San Pablo que pasó a la condición de “edificio” en 1819. En 1586 una plaza de toros ocupó por vez primera el sitio que se destinaba para el antiguo juego del Volador, desde esa fecha y hasta 1815. Esta construcción no era permanente pues se levantaba para servir como escenario UN determinado tiempo y luego se desmantelaba para dejar paso a un mercado conocido con la misma denominación. Quienes padecían verdadera angustia eran los estudiantes de la Universidad, ya que el primitivo edificio escolar se hallaba a un costado de aquella plaza por lo que ya podrán imaginarse el revuelo que causaba el anuncio de nuevas corridas de toros. Además: Benjamín Flores Hernández: "Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVIII", Estudios De Historia Novohispana, vol. 7. (México, 1981). pp. 99-160, fots. (pp. 144-5). La plaza a la que nos estamos refiriendo, ubicada aproximadamente en el predio que actualmente ocupa el edificio de la Suprema Corte de Justicia, era conocida también como de las escuelas y de la universidad. El nombre de el Volador le vino, según asegura González Obregón, de que en tiempo de los aztecas se realizaba allí el juego de tal nombre, consistente en el descenso de cuatro indígenas, sostenidos por sendas cuerdas, de lo alto de un palo de altura considerable, dando vuelta alrededor de él. La tal explanada, de forma cuadrada, era bastante grande, pues cada uno de sus lados medía unas cien varas -ochenta y tres metros y medio- de largo. Entre ellas y el palacio del virrey, precisamente por donde ahora corre la calle de Corregidora, pasaba una acequia o canal de agua por el que continuamente circulaba gran número de canoas y otras embarcaciones que llevaban fruta, legumbres y toda clase de mercancías rumbo al mercado que se hacía en el propio Volador. Dicha acequia quedaba unas veces dentro y otras fuera del recinto de los cosos construidos para lidiar toros; y es cosa curiosa saber que en ocasiones se aprovechaba para algunas de las diversiones que acompañaban los actos taurinos; por ejemplo, organizando en ella regatas o combates simulados entre embarcaciones. Su situación por lo céntrica, era privilegiada, pues favorecía la concurrencia de gente de todos los rumbos de la ciudad; empero, al mismo tiempo, la estrechez de las calles que conducían a ella provocaba grandes congestionamientos entre los coches que llevaban a las personas que iban a disfrutar de las corridas. 47 En efecto, cierto aparato protocolario creaba auténticas representaciones efímeras, como esta, consistente en que los virreyes llegaran a la plaza de toros, luego de cruzar un pasaje privado que les daba cierta “majestad a los toros” o que utilizaban por simples razones de seguridad 48 Gabriel Ferry (Seudónimo de Luis de Bellamare): La vida civil en México por (...). Presentación de Germán List Arzubide. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1974. (Colección popular Ciudad De México, 23). 111 pp. (p. 21). El barrio de San Pablo, se parece mucho al retrato que hizo de otros rumbos, el viajero extranjero Luis de Bellamare, quien “...en medio de esa muchedumbre ociosa y chillona que me atraía cada noche a la Plaza Mayor, mi atención se desviaba fácilmente de la gente escogida para fijarse en los grupos de descamisados que me ofrecían a la vez una expresión más triste y más verdadera de la sociedad mejicana. Nunca había encontrado un lépero en todo el pintoresco destrozo de su traje sin sentir el deseo de observar de cerca esta clase de gitanos que me recordaban los héroes más interesantes de las novelas de costumbres picarescas. Parecíame un estudio curioso comparar este hijo impuro de las grandes ciudades con los salvajes aventureros que había encontrado en los bosques y en las desiertas y espaciosas llanuras”. 49 So pretexto de celebrar grandes fiestas, quizás las últimas bajo el dominio de la Corona, que no reportan en fuentes conocidas como las obras de Nicolás Rangel (en su libro sólo se mencionan las fiestas de 1817) o la de Heriberto Lanfranchi. Es en la misma obra de Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y España. 1519-1969. México, Ed. Siqueo, S.A. de C. V., 1969-1978. 2 V. Vol. 1, p. 119, donde encontramos el siguiente dato, curioso, si hacemos un balance por el cual fueron a celebrar fiestas ya en 1817 o en 1819. Resulta que Fernando VII

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. “En el inmenso círculo exterior hay una alta barda de más de tres varas con sus puertas; la principal al norte, llamémosle la puerta de sombra, la del oriente, o de sol, y la de el sur, por donde entra gente de a caballo que es una temeridad. “Unidas a la barda tiene usted muchas oficinas, como la Contaduría con su escritorio y su caja y su mostrador para contar dinero, el cuarto de toreros, con sus departamentos para que se vistan, y sus lugares para enfermos y su tramo en que está la imagen de nuestra Señora de la Soledad, con sus cirios de cera ardiendo mientras dura la corrida. Allí ve usted el sillón de vaqueta en que se sienta el padre capellán, con los santos óleos listos para cualquier accidente. Tiene usted el cuarto de banderillas, con los tendederos para flores y banderillas de fuego. “Adherido a la barda está el corral del encierro, comunicado con el toril, que tiene sus cajones en que aprisionan los toros, con su techo de parrilla para calentarlos desde allí los toreros y ponerles sus flores; de tramo en tramo por último, está en la muralla abiertos huecos para los expendios de boletos”. 50 -Digno de verse es todo esto- exclamó Pepito, echando los brazos al cuello de Mauleón, que se pavoneaba con los triunfos de su talento descriptivo. Don Santos no pudo resistir a su emoción; doña Apolonia sonreía satisfecha; Pepita hacía aspavientos, considerando los riesgos de los toreros y las embestidas de las fieras... que vaciaban el estómago (no había nervios entonces) con las acometidas a los cristianos, y reían las criadas, carcajeándose con las gracias de los locos, consistentes en hacer desaparecer en sus bocas una naranja íntegra, o pepenar por el fondillo un chico descuidado, haciéndole dar vueltas en el aire como a un can de la cola, y soltándolo atarantado y aturdido, en medio de las palmadas, del griterío y del regocijo universal. Don Santos, apelando a sus sabios recuerdos de campesino, se informaba de la calidad del ganado de las corridas, a lo que contestaba Mauleón en estos semejantes términos: -Vea usted, señor don Santos, como usted sabe, estos toros de Atengo51 de los señores condes de Santiago no tienen gallo hasta ahora; ágiles, pequeños,52 vivos, bien cortados y bravos como leones, son los que valen más; no hay entre ellos ningún toro chicharrón. expidió en 1814 un decreto que prohibía de nuevo las corridas de toros en España; pero al año siguiente, lo anuló. Como apunte complementario, Ma. Cristina de Borbón (1806-1878) fue la última esposa de Fernando VII. En 1817, Fernando casa con la princesa de Portugal, y si entre los avatares propios de la emancipación, no llegaron pronto los ecos de aquel sonado acontecimiento, es probable que tuvieran que esperar hasta dos años después, como queda consignado en los apuntes de Prieto. 50 Hasta ahora sólo teníamos conocimiento de la reseña que nos presenta Lauro E. Rosell y que viene a complementarse perfectamente con la aquí recogida. Lauro E. Rosell: Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la capital desde 1521 hasta 1936. Miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y del Instituto Nacional de Antropología e Historia. México, Talleres Gráficos de Excelsior, 1935. 192 pp., fots., retrs. ils. 51 Durante mucho tiempo apareció en muchos carteles el nombre de Atengo escrito de manera incorrecta, pues es “Atenco” el adecuado. Siempre han habido algunas alteraciones al pronunciar ese nombre; lo mismo que con el pueblo cercano que es Santiago Tianguistenco que muchos lo pronuncian como: Tianguistengo. 52 Pequeños, como dicen que eran los toros navarros... Y va de historia. Cierta tarde de noviembre de 1884, cuando José María Hernández el Toluqueño y Juan Jiménez Rebujina andaban haciendo ruido por Toluca, surgió la opinión de algún aficionado quien se adelantó a lo que en 1924 publicaría Nicolás Rangel en su Historia Del Toreo En México. 1521-1821, en relación al pie de simiente, génesis de la ganadería de Atenco. Seguramente conocedor de los menesteres propios de la hacienda mexiquense, afirmaba a un amigo: Las reses que se lidiaron en la plaza de Toluca fueron de la acreditada hacienda de Atenco, y al mentar esta ganadería, no se puede decir nada de elogios, porque la verdad, la cosa está probada con hechos muy grandes. Son toros de origen de raza navarra, de buena ley, listos, valientes y de mucha gracia y renombre en la República (...) Los toros que se jugaron en esta corrida, fueron como vulgarmente se dice, de rompe y rasga, es decir, que se prestaron con brío, ligereza y empuje a todas las suertes de los diestros”. Me sorprende esta afirmación tan novedosa ya que, como vemos, un nuevo rasgo afirma el perfil de estos toros, que tanto lustre dieron a la divisa azul y blanco durante el siglo XIX y buena parte del XX. Los toros “colorados, muy vellosos en la frente”, “colorado retinto” “morados hoscos” o “joscos”, que se describen en las crónicas, como aquella primera que se publicó en El siglo XIX de septiembre de 1852 no pueden hacer

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. -Señor Mauleón, ¿qué es eso de toro chicharrón? –interrumpió Chuchita. -Un toro anunciado con gran pompa, como si fuera león, traído con mil precauciones, que hacía temblar las carnes de cada bramido, y que cuando salió a la plaza, después de espantar con su fiera presencia, se puso a trotar como un desdichado, como un bendito, huyendo de todo mal y peligro, hasta que murió entre colas y silbidos. Don Santos: Por eso a todo matasiete cobarde se le llama el toro chicharrón. -¿Y de qué otros puntos vienen toros bravos? –dijo Pepito al compadre Mauleón. -Vienen –respondió el compadre- de la Llave,53 de la Estancia54 y del Jaral,55 que tienen un modo particular de jugarse, por lo cual se dice: “Pa los toros del Jaral, los caballos de allá mesmo”. Devorando con inquietud las horas, la familia alcanzó como supremo bien las tres de la tarde; don Santos estaba listo con su levitón color de haba y su pantalón azul de casimir; Pepito con su levitón mezclilla, y las señoras con sus vestidos de indiana masona, sus buenos tápalos de Macedonia y sus zapatitos bajos de raso, en que la media de la patente color de carne iba provocando las miradas. Por el Puente del Fierro y calles de la Quemada el gentío era inmenso; las banquetas se desbordaban como ríos; era el lucir de los buenos jorongos y de los sombreros galoneados, de las calzoneras abiertas y de los zapatos de ala, de los castores con lentejuela, de las camisas de la mala palabra, y de los zapatitos cruzados y de pala baja, para que luciera el empeine del pie. Pero entre la “gente baja” abundaba con profusión la manta por toda cubierta, y cubierta de medio cuerpo, porque la camisa no era de uso común; todo el abrigo de pecho y espalda era un enorme rosario de cuentas gruesas, terciado desde el hombro hasta debajo del opuesto brazo, sombrero de petate, y en esto de calzado, cuando se llegaba a la incivil vaqueta de Puruándiro, ya era un paso avanzado en la senda de la civilización. 56 Llegaron mis viajeros a la plaza, y a la verdad se sorprendieron con ese hermoso aspecto. Su inmenso círculo, limitado por la amplia valla y la empinada gradería, se coronaba por las lumbreras, el tendido y el techo con su balaustrado y sus airosos jarrones de trecho en trecho. Dividíase la plaza en dos secciones inmensas de sol y de sombra. En la primera y desde las gradas, bajo improvisados toldos de sarapes, mantas y frazadas, hormigueaba el público inquietísimo, y se presentaban en animado mosaico castores y estampados, indianillas y chitas, así como cueras, cotonas, mangas y rebozos. El agolpamiento de la gente era sobre toda ponderación, parecía el tendido hirviente catarata que derramaba sus ondas abundantes a las lumbreras y las gradas cayendo y arremolinándose fervorosa. Atravesaban aquel oleaje de cabezas, brazos, piernas, perros y chicos náufragos, vendedores de dulces, de naranjas y cañas, de tamales y granas de loco que era un dulce detestable. Del lado de la sombra eran en el tendido empleados y dependientes pobres, y en las lumbreras, joyas, plumas y sedas, casimires y artículos elegantes de la aristocracia. En una palabra, la hermosura al aire libre, fresca y airosa con joyas y con plumas, dando aire de torneo y de magno encanto al espectáculo. En las gradas estaba la flor y gala de la juventud, los parianistas aficionados por demás a los bichos y los picadores y niños de casa grande que tenían a buen tono el tuteo con los toreros, la iniciación en sus chismes y reyertas, ir al “encierro”57 con ellos desde por la mañana y plantar una flor o sacar una vuelta cuando era necesario. Gran parte de estos niños finos asistía a la corrida vestidos de charro, con sombreros en cuyas toquillas había diamantes y perlas, con botonadura de plata en las calzoneras y con sorprendente lujo, habían dejado sus cuacos en la parte de la plaza destinada al efecto y se entraban de cuarta y de espuelas como dispuestos a cualquier lance.58 En un lugar a propósito y dominante se situaba la música de viento.

más evidente aquella soterrada y misteriosa influencia, proveniente de la región norteña de la península española. 53 La Llave, hacienda ubicada probablemente cerca de San Juan del Río, Querétaro. 54 Estancia, solo se conoce así a uno de los anexos de la hacienda de Atenco. 55 El Jaral, hacienda ubicada cerca de San Miguel, hoy estado de Guanajuato. 56 Anota Guillermo Prieto: “...paso avanzado en la senda de la civilización”; muestra de que siendo el pueblo bajo partícipe importante en la celebración de la fiesta, es un amasijo incluyente, que también da colorido a la diversión”. 57 “Encierro”, término que define la forma rutinaria de llevar el ganado a la plaza. Muy cerca de la de San Pablo se encontraba un rastro, es probable que su traslado fuera entre esos dos puntos. 58 Desde entonces están marcadas las diferencias sociales de quienes asisten a la plaza y que en conjunto, disfrutan del mismo espectáculo.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. El conjunto animadísimo, el estadio de la plaza barrido y regado, los ecos de la música, los gritos de la plebe, los caballeros paseando pegados a la plaza y el aire indescriptible de bulla y alegría, hacían del cuadro un espectáculo animadísimo. Y la gala era gritar hasta desgañitarse, interpelar al juez, reclamar trámites; soltar pullas, azuzar a toros y toreros, en una palabra, la holgura en toda su expresión, el grito libre en toda su alborotadora desnudez... El compadre Mauleón estaba en el auge de la satisfacción viendo la sorpresa y el contento de nuestros viajeros. -Ya ven ustedes -decía, señalando una lumbrera-, ese que llega es el juez, 59 ¿ven ustedes el que se sienta a un lado con una trompeta en la mano? Ese es Simón, el que anuncia con la trompeta el orden de la función.60 -Por eso –advertía don Santos a doña Apolonia- son las palmadas y los gritos. -Vea usted a la puerta, Chuchita –notaba Mauleón-, ahora llega el batallón del comercio, esos soldados que vienen primero, entran al despejo de la plaza. 61 En efecto, llegaba el batallón del comercio, con sus grandes, colosales, monumentales gorras de pelo, seis cazadores con sus inmensas barbas postizas y sus mandiles de badana blanca. Entre las músicas y el contento, partía la plaza la tropa haciendo evoluciones caprichosas. Marchas y contramarchas, desfiles, asaltos, cuanto tenía de más curioso el repertorio de un cuartel salía allí a lucir, no faltando florones ni galanterías que costaban afanosos ensayos a los soldados. Terminó la partición de plaza, abriéndose los soldados en amplio círculo para dejar percibir en uno de los guiones un ¡Viva Fernando VII! que arrancó aplausos sinceros a los unos, y ciertas burletas a los que barruntaban la independencia. 62 De todos los ángulos de la plaza se alzó el grito de: “Toca, Simón; Simón, toca, ¿qué no te han pagado? ¿Tienes cerrado el pecho?, y otras majaderías por el estilo. La trompeta de Simón sonó por fin, abriéronse de par en par las hojas de una de las puertas de la plaza y se dejó ver en todo su esplendente, su deslumbrante lujo la cuadrilla. -Ponga usted cuidado señora doña Apolonia –decía el compadre Mauleón cargado de obra-, esos que marchan en primera línea con los locos a los lados son los primeras espadas. -El vestido de raso verde con medias de seda y esa chaquetilla con alamares y bordados de oro es Rea,63 mata a la primera; pero se pica, por eso le gritan: “bien, Rea, que te lo hacen”; el que viene a su lado es Corchado, segundo espada; ese moreno ancho de espaldas, estevado ¿cómo se llama?... Mauleón: Ése es el Compadrito, va como rebozado en la capa para ocultar dos dedos de la mano que le faltan, y le arrancó una mula de una mordida. -¿Y ese, señor Mauleón, tan desparpajado y alegre que viene tras de Rea? -Ése es Caparratas, audaz y chistoso por lo mismo, con gran partido entre la gente baja. Tras de los primeras espadas64 marchaban como los otros con sus capitas encarnadas, sus zapatos bajos y sus vestidos a la usanza de toreros españoles, los banderilleros, distinguiéndose, en primera 59

La corrida de toros cuenta ya con un juez como fruto y resultado de la evolución del espectáculo, que comienza a ser objeto de normatividades, primitivas si se quiere, pero en búsqueda de mejores condiciones. El jefe superior interino de la provincia de México, Luis Quintanar expidió el 6 de abril de 1822 un AVISO AL PUBLICO que pasa por ser uno de los primeros reglamentos (aunque desde 1768 y 1770 se dispusieron medidas para el buen orden de la lidia). 60 Era famoso Simón, quien con su instrumento de aliento realizaba los anuncios que le iba marcando el juez de plaza. 61 Fue costumbre por aquel entonces, la participación de diversos batallones, primero para despejar el ruedo invadido por el público y que ante esa maniobra, tomaba su lugar en los tendidos. La presencia de alguaciles, al estilo de Felipe IV, vino a darse muchos años después, prácticamente cuando la fiesta de toros en nuestro país tomó su nuevo derrotero a partir de 1887. 62 Eran los últimos alientos de aquellos a favor de la etapa colonizadora, condición que fue diluyéndose frente al nuevo estado de cosas. 63 Benjamín Flores Hernández: La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas, México, 1982 (tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 262 pp. (pág. 317). José Antonio Rea: Torero profesional de a pie. Fue segundo espada en la temporada ofrecida en el Volador a principios de 1815, cuando la boda de Fernando VII, y capitán de una de las cuadrillas que tomaron parte en los festejos con los que en 1817 se celebró en la Real Plaza de Toros la boda del mismo rey de España. A principios de 1819 era uno de los matadores mejor pagados de los que trabajaban en el referido coso de San Pablo. 64 Lanfranchi..., op. cit., p. 120. La cuadrilla más completa que actuó en 1815, estaba formada por:

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. línea, Clemente, inimitable para el capeo, el Cantarito para el trascuerno, y el Palomo que despuntaba como pocos para la vara y el volapié. En pos de los picadores con sus sendos sombreros tendidos, sus cueras y calzoneras, sus botas de campana y sus grandes espuelas venían los picadores siguientes: Legorreta,65 Manjares, Dionisio y el Morado. Cerrando la procesión en grupos lazadores y coleadores, y al fin escoltadas por los muleros y el cachetero, las mulitas con sus gualdrapas encarnadas y sus penachos ruidosos de cascabeles y campanitas. La procesión lujosa se detenía frente a la lumbrera o palco del juez, saludaba, se desembarazaban los toreros de los accesorios de lujo, corrían los picadores a la puerta del coro, los locos con sus contorsiones y monadas bailaban de punta y talón en el centro de la plaza hasta ser espantados con la presencia del bicho, que al toque de Simón salía del coro como una flecha disparada del arco. Gritos y palmadas saludaban al toro; el lindo animal, erguido, brioso, ligero, se plantaba en el centro del circo, recorría con la mirada la plaza, azotaba con la cola sus ijares, veía con extrañeza a su enemigo garrocha en mano, provocándole con su voz temblorosa... atento a su oreja con el gurguz en dirección de la paletilla... y le embestía frenético... Era un momento terrible, el choque había sido espantoso, un momento se encabritó el caballo, por un instante se vio vacilar al hombre sobre el animal.66 Las viejas: ¡Jesús lo ampare! ¡Jesús sea con su alma! Los rancheros: ¡Métete, no te zafes!, oblígalo. La multitud: ¡Que viva Manjares! A veces el caballo arqueaba, el toro hundía sus astas en la barriga del caballo; toro, caballo y jinete formaban un nudo de carne, cueros y animales y hombre agonizante...67 Acudían los toreros todos, espantaban al toro, mantas y frazadas envolvían al jinete mal herido... sacaba la cabeza tras de la valla el capellán que se aprestaba a auxiliar al moribundo, y mientras la algazara salvaje continuaba, y los muleros llegaban con su carrito con tierra a borrar el rastro horrible que había dejado en el suelo la sangre humana. Doña Apolonia se había llevado el pañuelo a los ojos; Chuchita, inquieta y trémula, quería dejar aquel sitio, y Pepito reía satisfecho, porque se hubiera reputado por malandrín y por cobarde al que no se hubiera mostrado habituado con tales peripecias. Tocó Simón la trompeta, y una parvada de banderilleros vinieron sobre el toro que había estado entretenido con un loco que desde dentro de un hoyo le llamaba, y al acercarse cerraba la puerta de la trampa con un contento del público que celebraba la destreza del juglar favorito. Hubo la tarde que asistió la familia, juego de banderillas de mano y de fuego, divirtiéndose los espectadores con el martirio del toro y con verle arrojar humo por la boca y narices como a un endemoniado. 68 Para complemento de esa parte de la función, se colocó en el centro de la plaza un barril, y sobre él, de pie, engrillado y con los ojos vendados, al Cantarito con sus banderillas de fuego en las manos,

Felipe Estrada, Capitán; José Antonio Rea, Segundo espada; José María Ríos, José María Montesino, Guadalupe Granados y Vicente Soria, banderilleros; José Manuel Girón, José Pichardo y Basilio Quijano, supernumerarios; Javier Tenorio, Francisco Álvarez, Ramón Gandazo y José María Castillo, picadores. 65 Flores Hernández..., op. cit., p. 310. Legorreta: Nicolás Rangel cita este apellido como el de uno de quienes –no sabemos si a pie o a caballoentraron a torear al ruedo de la plaza de San Pablo cuando las fiestas de la boda de Fernando VII, en el curso de 1817. No viene en la lista de pago a los lidiadores de dicha temporada que he consultado en el Archivo del ex – Ayuntamiento. 66 Estos apuntes dan una idea del juego que daba el toro en aquella época. 67 En efecto, la suerte de varas por entonces era tremenda. Sin embargo, debemos entenderlo así en función del tiempo en que ocurre y no cuestionarla con ligereza. En todo caso, significa valorar el acontecimiento hasta su entraña misma para comprender mejor ese tipo de situaciones tal y como ocurrieron, no en el sentido con el que Leopold Von Ranke vislumbró su idea de la historia, pero sí tratando de ir más allá para acabar entendiendo que un hecho del pasado ya ocurrió. Lo más importante es instalarlo en el escenario donde transcurrió. Es decir, plantearnos de una vez por todas el marco histórico. 68 Este era otro acto de tormento primitivo alevosamente infringido al toro, que llega hasta nuestros días convertido en el uso de las banderillas negras (pero ya no de fuego), mismas que se emplean sólo en el caso de que una vez salido el último reserva persista la mansedumbre.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. llamar al toro, embestir, caer barril y cantaritos, tronar los cohetes, sonar música y gritos y levantarse el banderillero triunfante, todo fue obra de un momento...69 Paseóse el Cantarito cerca de la valla, recogiendo las monedas que le arrojaban de gradas y lumbreras, y paseándose después por el sol, donde la sonrisa de alguna indina le daba el codiciado lauro de su temeridad. En los toros, propiamente, no hay espectadores, todos son actores, tienen su partido toros y toreros, la ira, el amor, el susto, las derrotas y las satisfacciones, son para todos. Un toro valiente es casi un caudillo; si en un momento dado pudiera hablar, se hacía árbitro de los destinos de un pueblo. Al cachetero que se acerca quedo, que camina sesgo, que abraza para matar, se le odia como se odia a todos los traidores. Judas fue el primero de los cacheteros. Mató perfectamente Rea al primero de los toros, las mulitas acudieron, el cadáver del toro forma una ancha curva en la tierra, camino de la carnicería. Así, con más o menos accidentes, siguieron cuatro toros, hasta convertir en vulgar el peligro, en monótono el espectáculo de la sangre y la matanza. Anuncióse el toro embolado, entonces desaparecieron picadores, espadas y banderilleros.70 Del tendido, de las lumbreras y de las gradas se descolgaban y caían en la valla gentes medio desnudas; muchachos y rancheros con palos en las manos coronaron el toril, se derramaron por la plaza entera y se agolparon en el tránsito probable del toro. De los antros del toril se disparó la fiera a los ecos de la trompeta de Simón; y en su carrera de huracán dejó regados en la plaza multitud de pelados, que contusos y mal parados dieron sobre el toro, le cercaban, le pinchaban, le azuzaban, le jalaban y aturdían, le formaba cerco y hacían llover sobre él puñetazos, sombrerazos y palos. Al fin el toro sucumbió, el tumulto era inmenso, con cara de sordo sin deliberación aturrullado el animal infeliz, quedó inmóvil en medio de las víctimas de su furor, sufriendo las consecuencias de su primitivo arrojo. 69

La suerte mencionada, a pesar de su grado de dificultad, fue adoptada por otros toreros y en sitios como la isla de Cuba, cuando actuó por primera vez el gaditano Bernardo Gaviño. Fue en la Habana, donde tuvo lugar su presentación ante el público el día 30 de mayo de 1831. De alguna de sus actuaciones nos dice José Ma. de Cossío Es curioso el anuncio que, en 1832 y con el título de “Corrida sobresaliente y divertida”, aparece en el diario habanero El Noticiero y Lucero. “Juan Gutiérrez -comenta- dará el gran salto por encima del toro y en otro pondrá las banderillas de nueva invención desde lo alto de un taburete. “El beneficiado (Bernardo Gaviño) matará el segundo toro sujetándose los pies con un par de grilletes y en otro se burlará de su fiereza bailando la cachucha sobre una mesa al compás de la música con castañuelas. Antonio Fernández montará el tercer toro a pelo”. Una nota luctuosa: el 28 de junio de 1845 murió en La Habana, víctima de cogida, el novillero José Díaz Mosquita. En: José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974, T. 6, p. 724. La nota sobresaliente que marca este acontecimiento se descubre al ejecutar suertes como la de “sujetarse los pies con un par de grilletes” y la de bailar “la cachucha sobre una mesa al compás de la música con castañuelas”, mismas que vemos reproducidas -con más o menos semejanza- en los geniales apuntes de Francisco de Goya y Lucientes como en el que retrata para la posteridad al célebre Martincho. En la Tauromaquia del gran “Paco, el de los toros” quedan registrados los diferentes modos en que un pueblo manifiesta su sentir al afinar cada vez más los destinos de la tauromaquia moderna. Entonces, al finalizar el siglo XVIII y despertar el XIX la fiesta de los toros está convertida en un caldo de cultivo en el que caben todas las posibilidades de invención, mismas que acompañaron durante un buen número de años al espectáculo hasta que adquiere una personalidad propia, más profesional y venturosa para las nuevas generaciones que van haciendo suyo un divertimento al que matizan de un carácter propio gracias a todas esas formas de expresión que se desarrollaron desde Goya, pasando por Bernardo Gaviño quien desde Montevideo y Cuba las transportó a México, desde su llegada, en 1835, hasta su muerte misma, en 1886. Un dato que debe quedar asentado, es que de 1829 a 1886, Bernardo Gaviño estuvo activo en América durante 57 años, 31 de los cuales al menos los consagró a México. Datos de mi libro: Bernardo Gaviño Y Rueda: Español Que En México Hizo Del Toreo Una Expresión Mestiza Durante El Siglo XIX. (Inédito, 271 hojas). México, 1998. 70 Embolado: toros embolados que no podían matar, pero que podían ser muertos por los toreros, acosado constantemente por el público, que bajaba al ruedo, luego de presenciar la corrida.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. La sombra de la noche había caído entretanto, y en las gradas lucían las buenas piedras de chispa. La música se retiraba tocando sus sonatas marciales entre el gentío que, boruquiento, alegre y satisfecho, se convidaba para la próxima corrida. El compadre Mauleón, no satisfecho del todo con el espectáculo, decía: -No, no han visto ustedes nada, la corrida ha estado flojita, sólo ha habido dos lastimados, que son el caballo y Manjarrez, pero qué, si hay tardes que no queda títere con cabeza. 71 -Y no ha habido figurones,72 que dizque son muy divertidos. -No –seguía Mauleón-, ni palo ensebado, ni Monte Parnaso, que es lo mejor. -¿Cómo es el Monte Parnaso? –dijo Chuchita. -Monte Parnaso –dijo don Santos dándosela de entendido- es una montaña artificial que se forma en el centro de la plaza, con gruesos tablones y ramas de árboles; entre esas ramas hay calzones, camisas y sombreros, paliacates y rebozos, bandas y monedas de plata para que se apodere de esos objetos el que quiera a la hora del toro embolado. Suena la trompeta, la multitud de agolpa y escala el Monte Parnaso, sale el toro, embiste contra ramas y tablones, se cimbra y se hunde el monte en medio del contento universal, y entonces el toro hace de las suyas hiriendo a muchos y algunas veces causando la muerte a uno que otro atrevido. -¡Ay! Jesús nos acompañe –dijo doña Apolonia. -Como que no puedo olvidar –replicó Chuchita- a aquel toro prieto tan hermoso, que herido y en cada arqueada arrojando plumeros de sangre, como que trastabillaba y gemía, y empañados los ojos y sin tino, tenía una agonía espantosa, hasta que hizo como rueda y cayó... -Pues eso no es lo más bonito –dijo Mauleón-, lo bonito es que carga primero una espada... por aquello de que el vivo se cayó muerto... -Ha de ser mejor el toro de once...73 -Es mejor –dijo doña Apolonia-, por cuanto a que el señor cura de San Pablo, como reza el cartel, tiene celebrada contrata con el asentista74 para decir antes del toro la misa de once en la parroquia, y así ya va uno a la diversión, después de cumplir con sus deberes de cristiano.75 71

¿A dónde podía llegar ese extremo? ¿Al que señala Prieto en boca de Mauleón? Con toda seguridad era un síntoma cotidiano al que se acostumbró el público y por el que se escandalizó un buen número de viajeros extranjeros que dejaron detalle de aquellas imágenes en sus memorables relatos. Por ejemplo, W. H. Hardy visitó México en 1825; justo el 10 de diciembre llegó a Maravatío Grande; la población celebraba el "aniversario de su constitución" y llamado por la curiosidad llegó hasta la plaza de toros: justo a tiempo de ver el último toro aguijoneado a muerte por los patriotas pueblerinos, armados de lanzas en la Plaza Grande; el recinto estaba rodeado de grandes bancos donde se sentaban señoras bien vestidas, de todas las edades para ver ese espectáculo y aplaudir todo acto de crueldad cometido por los combatientes. Me alejo rápidamente de ese desagradable espectáculo, lamentando que madres e hijas se embotaran con él, ya que tiende a apartarles del cumplimiento de los oficios humanitarios que son el atributo de su sexo. Véase: Margo Glantz: Viajes en México. Crónicas extranjeras. Selección, traducción e introducción de (...). Dibujos de Alberto Beltrán. 2a. edición, México, Secretaría de Obras Públicas, 1959. 499 pp., maps. (p. 125-6). No cabe en Hardy la menor duda de su desagrado y rechazo del espectáculo, recriminando de pasada el hecho de las mujeres asistentes que deterioran sus mentes en vez del "cumplimiento humanitario" que manda en su sexo. 72 Figurones o “dominguejos: los dominguejos. En aquella época no había en las haciendas que tenían toros destinados para la lidia, la costumbre de hacer la operación que nombran tienta y que actualmente es reputada indispensable en las ganaderías bravas, pero sí había la precaución de calar a los toros que habían de ser vendidos para las plazas. El modo de calar consistía en hacer que los toros embistieran a un dominguejo, zarandeándolo repetidamente. El toro que hacía tal era considerado apto para la lidia. Para apartar al toro de aquel engaño era precisa la intervención de algunos toreros o de los propios vaqueros, puesto que la cala era practicada uno o dos días antes de que salieran para la plaza. 73 El toro de once. Por lo menos desde 1734 existen evidencias de la celebración de añadidos como el que aquí se anota. Era un capítulo previo, y gozaba de gran poder de convocatoria ya que reunía a los espectadores desde horas muy tempranas, generalmente en día de fiesta que culminaba con la corrida vespertina. 74 Es decir: El Empresario. 75 Como se ve, aquello funcionaba como un método condicionado o de chantaje, perfectamente orquestado.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Frente por frente de la fuente de la Merced, llevaban nuestros viajeros estas pláticas, cuando de entre las piedras brotó el padre Varguitas a quien doña Apolonia creyó haber visto en los toros cerca del padre capellán; pero que no dijo nada por no dar escándalo. -Eh –dijo el padre Varguitas-, ya veo a ustedes en camino de la nevería... Así era en efecto. Fidel.

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UN DÍA EN LA VIDA DE PONCIANO DÍAZ: MITAD CHARRO Y MITAD TORERO. I La vida rural, la vida urbana en el último tercio del siglo XIX mexicano, nos da como resultado el desarrollo de lo cotidiano que se concentró -entre otras cosas- en el toreo durante la vigencia de Ponciano Díaz Salinas (1856-1899). Es importante destacar que en lo rural personajes de la ganadería tales como los caudillos, vaqueros y caballerangos, dueños de una destreza a toda prueba, desarrollan actividades que dan brillo e intensidad al conjunto de labores propias del campo. En la ciudad, independientemente de los acontecimientos políticos o económicos del momento, el pueblo quiere divertirse, y qué mejor manera de hacerlo que acudiendo a las corridas de toros, donde va a encontrarse con un mosaico de situaciones que llegan directamente del campo y se depositan en las plazas, escenarios donde el arte y la técnica se dan la mano, igual que lo campirano y lo taurino. En este sentido, dos factores de profundo carácter de lo mexicano destacan como símbolo que se representa abiertamente en las plazas de toros: el nacionalismo y la patriotería. Las historias nos cuentan al respecto de las corridas en que actuaba, que demostraba buena voluntad para agradar y la modificación en el modo de herir, hicieron que renaciera la idolatría que por él había, considerándole no solamente al nivel sino superior a los toreros “gachupines”. Estos dijeron sus partidarios, sin considerar que su modo de torear en lo relativo al manejo del capote y la muleta era el mismo porque no podía modificarlo. No se aprende a torear en un día, de la noche a la mañana y menos cuando ya está entronizado un estilo, que es base de la personalidad artística. Pero, recobrado el inmenso cariño del público, cuando dio alguna corrida a su beneficio en la plaza de toros COLÓN, nuestro “nacionalismo taurino” le realizó antes de comenzar una apoteosis, que tuvo duración de quince minutos, en los cuales los concurrentes, especialmente los de localidades de “sol”, estuvieron vitoreando al “torero adorado sobre todos los toreros habidos y por haber”. Así se expresó el periódico EL ARTE DE LA LIDIA y era verdad, porque Ponciano era amado sobre todos los existentes y... sobre los venideros, no estando entonces prevista la aparición de Gaona. Siendo esta una auténtica 122


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muestra de patriotería que perdió totalmente los estribos. En aquella época nuestro “nacionalismo taurino” relacionaba estrechamente ser torero con ser “charro”, con saber manejar un caballo, proviniendo esa unión de que bastantes de los toreros aborígenes fueron hombres de campo, radicados en las fincas rústicas -en las haciendas- ocupándose en domar potros y conducir ganados bovino y caballar. El mismo Ponciano tuvo esas ocupaciones en su adolescencia.

Ponciano Díaz, mitad charro…

La siguiente es una apreciación de Carlos Cuesta Baquero, testigo presencial de muchos de los acontecimientos en que Ponciano fue protagonista: “No llegamos en “nuestro nacionalismo” a los desmanes que en las épocas de Bernardo Gaviño y Ponciano. No hubo francos apóstrofes de “mueran los gachupines”, ni hubo lapidaciones, pero si severidad extrema para juzgar a los españoles y benevolencia igualmente extremada para juzgar a nuestro compatriota. A los toreros españoles les pesábamos miligramo por miligramo su potencialidad artística, a nuestro compatriota le dejábamos fallas de hectógramos. Para los otros las dificultades, para el nuestro las facilidades a finalidad de que triunfara y fuera apabullador”. Los aficionados a la fiesta brava se divierten plenamente, aunque de pronto el nacionalismo podía trocarse en patriotería, por lo que el ambiente en distensión, pasaba a la tensión más declarada al rojo vivo que en cualquier momento amenazaba con estallar. ¿Se imaginan contar historias sobre Porfirio Díaz y Ponciano Díaz, ambos personajes 123


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públicos, ambos populares, y los dos compartiendo en alguna de las plazas de toros levantadas a partir de 1887? Los tendidos además de estar colmados de entusiastas aficionados, era un entramado donde las modas imperantes aprovechan la pasarela de la de SAN RAFAEL, PASEO, COLÓN, COLISEO o BUCARELI para mostrar el repertorio de rasos y sedas, sobre todo en vestidos de gran elegancia lucido por algunas de las mujeres de la sociedad que comienzan a acudir a las corridas, pero también los sombreros de bombín o los populares “de piloncillo”.

…mitad torero.

Existen infinidad de reseñas que nos cuentan lo ocurrido en alguna tarde especial, hay carteles cuyas descripciones son crónicas por adelantado de las corrida y retratos que complementan la visión de un espectáculo que ya se beneficia del uso de la fotografía, la cual nos va dejando testimonios ricos en detalles que escapan a las descripciones de periodistas cuyo oficio se encuentra sustentado por juicios que recién han llegado de España gracias a la literatura, como ciertas tauromaquias y tratados técnicos del más riguroso y avanzado modelo del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna que ya impera en la península. Literatura traída bajo el brazo de algunos toreros hispanos que lograron, a partir de 1885, la reconquista taurina, asunto este que desplaza poco a poco un nacionalismo taurino del que Ponciano será último reducto, pues habiendo tantos toreros de estilo común al que el atenqueño abrazó, se rindieron ante ese nuevo amanecer o terminaron -como terminó Ponciano- en el refugio provinciano, a donde 124


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el citado “nacionalismo” dio sus últimas boqueadas. Ponciano Díaz fue motivo que tomaron artistas de corte popular como Manuel Manilla o José Guadalupe Posada, y también los que surgen del anonimato para representar en versos, grabados y caricaturas distintas facetas que se ocuparon en realizar. Asimismo escritores y poetas mayores como Juan A. Mateos o Juan de Dios Peza quienes publicaron sendos trabajos que trascienden el quehacer del “torero con bigotes”. La fotografía, como ya vimos, hizo su parte extendiendo por todos los rincones taurinos del país la figura ya popular de este diestro fuera a pie o a caballo. El cine también tuvo como protagonistas al “valiente torero”, filmando los señores Churrich y Moulinie una primitiva película en Puebla, allá por agosto de 1897 que titularon: “Corrida entera de la actuación de Ponciano Díaz”. En fin, solo faltaba que Ponciano vistiera la casaca de don Porfirio y que este se tocara de un buen sombrero jarano para que las cosas llegaran a terrenos de lo inverosímil. Debemos recordar dos detalles que pintan por sí mismos el perfil del espada atenqueño. Uno de ellos refiere la comparación de Ponciano Díaz con los curados de Apam, pero también con el culto a la virgen de Guadalupe, asunto que por su trascendencia nos habla del significado que se le prodigó al torero. El otro asunto tiene que ver con una sabrosa anécdota que contaba el filósofo Porfirio Parra en estos términos: -Es cierto, habemos dos Porfirios. Don Porfirio y yo. El pueblo le hace más caso a don Porfirio que a mí. Que le vamos a hacer. -Pero tengo mi desquite. También hay dos Díaz, Ponciano y don Porfirio. El pueblo le hace más caso a Ponciano que a don Porfirio. Todos estos motivos son suficientes para armonizarlos en esta exposición que nos presentan aspectos de UN DÍA EN LA VIDA DE PONCIANO DÍAZ: MITAD CHARRO Y MITAD TORERO. Puede sonar cursi o a lugar común, pero de esa manera podemos entender porqué Joaquín de la Cantolla y Rico durante la inauguración de la plaza de BUCARELI, ocurrida el 15 de enero de 1888 bajaba al ruedo en su globo aerostático para abrazar a Ponciano. O porqué la compañía de ópera italiana que entonces visitaba la ciudad se integró al festejo para cantar un himno triunfal mientras se realizaba el desfile 125


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de cuadrillas. Y las hojas de “papel volando”, las coronas de laurel, las bandas tricolores, las palmas entusiastas de miles de poncianistas entregándose cada tarde, sin que falten también otras tardes de negro recuerdo, como todo torero puede llegar a tener. El resultado de la fiesta podía ser comentado durante varios días en los cafés, en las calles. La prensa se atrincheraba en dos frentes: el proponcianismo pero también en el del prohispanismo que lo criticaba, y severamente. II PONCIANO DÍAZ: EL PRIMER "TORERO MANDÓN" DE MÉXICO. Yo no quiero a Mazzantini ni tampoco a "Cuatro dedos" al que quiero es a Ponciano que es el rey de los toreros.

La vigencia de Ponciano Díaz como el "torero mandón", el primero que realmente tiene México desde el siglo XIX, sin olvidarnos de los hermanos Ávila, de Jesús Villegas; de Pedro Nolasco Acosta o de Lino Zamora se va a dar potencialmente durante la octava década de ese siglo, aún y cuando su trayectoria va más allá de los veinte años de actuaciones profesionales (1876-1899). Dueño de especial carisma se convierte en un símbolo de suyo popular, al grado de que fue considerado "ídolo", imagen elevada entre versos, canciones, zarzuelas y el típico grito de batalla lanzado por sus seguidores que fueron legión. Me refiero al de "¡Ora Ponciano!". Ese grito, considerado un llamado a la exaltación se queda plasmado en infinidad de obras, como la que escribió Juan de Dios Peza, juguete teatral que llevó música del maestro Luis Arcaraz y que fue un resonante éxito, a tal grado que luego de varias representaciones, tuvo que salir a escena el propio matador agradeciendo las muestras de afecto desbordadas por un público que lo transformaba cada vez más en un "ídolo". Un hecho similar ocurrió con el intento de la zarzuela "Ponciano y Mazzantini" con letra de Juan A. Mateos y música de José Austri, y que, por razones muy extrañas, no pudo ser. Sin embargo, en otros momentos y por otras circunstancias sí se llegó a las manos por tratar de dilucidar cuál de los diestros toreaba mejor. Bueno, se llegó al extremo de querer contratar el Gran Teatro Nacional, con objeto de 126


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que en dicho escenario se verificasen varias corridas de toros nocturnas donde alternarían Luis Mazzantini y Ponciano Díaz para que allí quedaran en claro las cosas sobre quién era el mejor. El perfil de Ponciano Díaz Salinas (1856-1899) surge en medio de aquel ambiente que recreado por las plumas de Guillermo Prieto o Manuel Payno se entendería muy bien; y con las escenas de Morales o de Icaza llevadas al lienzo, que nos proporcionan realidades de lo campirano, la idea del "torero con bigotes" se explicará mejor. Ponciano cuya cuna es Atenco, ganadería de historial hasta entonces tres veces centenario, se forma como el perfecto jinete y el mejor lazador para las constantes tareas que exigían las jornadas cotidianas del lugar. A su vez, padre, tíos y hermanos también ligados con aquellos quehaceres, pronto se dedicaron a ser hábiles no solo en lazar y pialar; también y algunos de ellos- en torear. Por supuesto que Ponciano asimiló todo aquel esquema y en Santiago Tianguistenco el 1º de enero de 1877 actúa por primera vez de modo profesional. Poco a poco fue ganando terreno, haciéndose de arraigo entre el pueblo y este lo elevó a estaturas insospechadas. Esos tiempos, esas formas de torear hoy en día quizás causen curiosidad -en unos-, repudio -en otros-. Pero en su época así era como se toreaba: a la mexicana, sello original de lo que el campo proyectaba hacia las plazas sin olvidar bases de la tauromaquia española, que no quedaron olvidadas gracias a la participación del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, quien actuó de 1835 a 1886 en nuestro país. Ponciano no solo se concretó a ser el torero nacional (El Diario del Hogar daba noticia en su momento -1885-: Podemos asegurar que ninguno de los toreros extranjeros que últimamente han toreado en esta capital está a la altura de Ponciano Díaz). Sus actuaciones en el extranjero son muestra ejemplar de ser el mejor aquí y allá. Quizás sea el primer torero -en la historia de esta diversión- que tuvo oportunidad de actuar en varios países: España, Portugal, Cuba y Estados Unidos de Norteamérica. Pero a su vez quizás sea el primer que rompe con la tradición feudal impuesta por toreros de la provincia quienes, apoderándose de un terreno donde podían moverse a sus anchas, logrando todos los beneficios posibles, no permitían la entrada a intrusos. Y la sola presencia del atenqueño aminoraba aquella influencia por lo que alternó con los señores "toreros" 127


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feudales de diversas regiones del territorio mexicano. Es importante destacar -por otro lado- sus habilidades como charro, siendo diestrísimo con la reata y como jinete, de lo mejor, al punto tal que fue "caballerango" (algo así como el hombre de sus confianzas) del señor Antonio Barbabosa. Esto es, gozaba de un conocimiento notable sobre toros y caballos. Era un excelente caporal y muchas de sus habilidades las puso en práctica en cuanta plaza actuara, para beneplácito y admiración de todos. Como punto culminante es preciso abordar su relación con la fuerza penetrante que tuvo el toreo español a partir de 1885, y del cual Ponciano opuso resistencia al principio, después terminó convenciéndose pero no aceptando del todo este género que ponía en peligro su vida profesional. José Machío en ese 1885 y luego su compatriota Luis Mazzantini de 1887 y hasta 1904 que actúa en México, se van a encargar junto con otro grupo de toreros hispanos de imponer por la vía de la razón el toreo a pie, a la usanza española y en versión moderna, que no se conocía plenamente en nuestro país. A todo ello se unieron poco a poco grupos de aficionados, como el "Centro taurino Espada Pedro Romero" quienes encabezados por Eduardo Noriega "Trespicos" y del Dr. Carlos Cuesta Baquero "Roque Solares Tacubac" emprendieron una intensa campaña fomentando los principios de ese toreo con enfoques y análisis técnicos a la vez que estéticos. Poco a poco los públicos fueron aceptando la doctrina y rechazando el quehacer torero de figuras nacionales interpretado bajo muy particulares connotaciones. Ponciano al viajar a España para recibir la alternativa en Madrid el 17 de octubre de 1889 traslada las formas que eran comunes por acá y resultaron novedades por allá. Creo, sin temor a equivocarme que el transcurso de tiempo que ocupó su viaje a Europa, sirvió para que los públicos quedaran más que aleccionados luego de recibir intensa información en las distintas publicaciones prohispanistas de aquel entonces; "La Muleta" entre otros, se significó como la bandera de lucha por destronar una forma de torear a la mexicana, a la cual ya le llegaba su turno de ceder lugar a otras manifestaciones. Ponciano, como muchos otros toreros vigentes en los últimos treinta años del pasado siglo lucen bigotones en contrapartida con los españoles, quienes patilludos o afeitados 128


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imponen su recia personalidad. Si se nos permite suponer diremos que unos y otros encontraron en bigotes, patillas y rostros chapeados la mejor demostración de virilidad y de señalarse asimismo como toreros, como matadores de toros, pues estos, ya en su quehacer hacían pasar a un término secundario esos pequeños detalles, colocando, ese sí, en primerísimo orden su expresión taurómaca, fuese técnica o estética. Ponciano Díaz es el torero que de sus ganancias levantó la plaza "Bucareli" estrenada el 15 de enero de 1888, es el diestro de mayor fama en todo el siglo XIX; con situaciones como esta pronto se vio en el dilema por decidir qué hacer con su destino. Y si bien hizo suyas algunas cosas (vistiendo a la española y matando al volapié), coqueteó con el resto. Fue algo así como no querer enfrentar la realidad, por lo que poco a poco fue relegado de la capital, buscando refugio en la provincia pero también en la bebida, destinos ambos que lo pusieron al borde del olvido total y de la muerte fatal, misma que ocurrió el 15 de abril de 1899. Con el siglo que a poco concluyó se fue también Ponciano Díaz y su perfil del torero nacional quien gozó de popularidad sin igual, enfrentó luego su desaparición casi total tras la llegada y asentamiento del nuevo amanecer taurómaco conducido por los toreros españoles en la persona fundamental de Luis Mazzantini y de Ramón López también. Con Ponciano pues, se cierra el ciclo de toda una época que ya no tuvo continuidad, más que en el recuerdo. Ha concluido ya su historia... Ya no existe aquel Ponciano; el arte también concluye y lloran los mexicanos.

Como lloró el mismo Ponciano en sus propias "memorias", apuntes de su vida que alguna vez existieron y fueron vistos por un sobrino bisnieto quien nos comentó: "Recuerdo haber leído algunas páginas y me llamó la atención -dice José Velázquez- una de ellas, en la que observé rastros quizás del llanto, pero también la marca de un vaso. Ponciano acabó sus días bebiendo demasiado". Otro hecho significativo es el registro fílmico donde Ponciano quedó inmortalizado en apenas unos pies de vieja película que los señores Churrich y Maulinie lograron en "Corrida entera de la cuadrilla de Ponciano Díaz" exhibida en Puebla allá por agosto de

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1897. Es de lamentar la pérdida de dicho material, pero queda evidencia de un personaje que no se sustrae de los propósitos establecidos por el naciente cinematógrafo que nos deja otras imágenes sobresalientes, tales como paradas militares, escenas cotidianas o alguna aparición pública del general Porfirio Díaz. Aquí viene al caso recordar la sabrosísima anécdota de la que es protagonista el Dr. Porfirio Parra quien comentaba más o menos así: En efecto, habemos dos Porfirio: don Porfirio y yo. El pueblo respeta y admira más a don Porfirio que a mí. Qué le vamos a hacer. Aunque tengo mi desquite. También hay dos Díaz: Ponciano y don Porfirio, el pueblo le hace más caso a Ponciano que a don Porfirio.

Así entendemos una vez más la popularidad del "torero con bigotes". El acontecimiento mayor que ahora nos congrega es la exhumación de los restos de Ponciano, que descansaron 95 años cabales en el Panteón del Tepeyac y ahora vuelven al lugar que un día lo vio nacer. Hace relativamente poco tiempo ocurrió lo mismo con otro personaje mítico de los toros: Carmelo Pérez. Su hermano Silverio llevó la urna y la depósito en un nicho localizado en la nueva basílica de Guadalupe. Nuevas generaciones no olvidan a Ponciano. Lugares que de suyo fueron familiares a este gran torero, como Atenco y Santiago Tianguistenco celebran su regreso, como aquellas que fueron moldeando al ídolo desde su presentación considerada "profesional", precisamente en Santiago, el 1 de enero de 1877; y de ahí "pa'l real". Como esta fecha significativa del 13 de abril de 1996 en que Ponciano vuelve a ser noticia una vez más. 76

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Texto leído en ocasión del homenaje que celebró la comunidad de Santiago Tianguistenco, conmemorando el 97 aniversario luctuoso del gran diestro mexicano Ponciano Díaz Salinas, el día 13 de abril de 1996.

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LAS PRIMERAS LECTURAS LLEGADAS A MÉXICO DESDE ESPAÑA. LA IRRUPCIÓN DE LA PRENSA TAURINA. OTRAS TAUROMAQUIAS REEDITADAS EN MÉXICO. DOMINGO IBARRA. I De entrada, sorprende el anuncio publicitario que apareció en El Universal, D.F., del 11 de agosto de 1852, p. 4, donde se invita a los interesados a adquirir una de las más recientes obras llegada a la otrora reconocida librería Museo Bibliográfico, ubicada en la 3ª calle de San Francisco núm. 2, como sigue:

Para tener una posible idea sobre la edición que refiere la inserción acudí a la página de internet GARBOSA (http://www.bibliotoro.com/), la cual nos permite tener una mirada a la colección del Dr. Marco Antonio Ramírez, bajo la administración de Salvador García Bolio. Así, al ir proporcionando datos en el cuadro de “Búsqueda” en uno u otro sentido, la coincidencia permitió llegar a la siguiente conclusión:

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Claro, la que vemos es una edición facsimilar de aquella publicada por Lake Price y Richard Ford en 1852, única obra que coincide con las referencias que leíamos en El Universal. La referencia bibliográfica pasa a ser la primera que se publicita y se pone a la venta en la ciudad de México, adelantándose con mucho, a las que ya, en los comienzos de la octava década llegaron a enriquecer el abanico de posibilidades, permitiendo con ello una mayor amplitud entre aficionados a los toros en potencia que se estaban formando en diversas partes del país. Pero sobre todo, en San Luis Potosí, Orizaba, Puebla y la ciudad de México. Vaya este recuerdo acompañado de otro, entrañable y triste a la vez, pues cuando se menciona la calle de San Francisco, que no fue otra que la de los Plateros, y no es otra que la actual calle peatonal de 5 de mayo, allí en esa rúa, casi esquina con la de Filomeno Mata, estuvo hasta hace unos meses la emblemática librería “Madero”, en Madero 12 administrada estos últimos años por mi buen amigo Enrique Fuentes, quien la ha llevado a otro sitio: San Jerónimo e Isabel la Católica. Librería que al ingresar, se producía un extraño encanto de admiración al verla toda ella colmada de atractivos volúmenes, mismos que acomodados en viejos y tallados muebles de madera, daban la impresión de que se detenía el tiempo. Entre aquellos plúteos, estaban obras admirables, inconseguibles y apetecibles también de las que don “Enrique” con guasa muy particular, siempre tenía, sigue y seguirá teniendo una razón a flor de labios.

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Saludos, don Enrique Fuentes, ya nos veremos uno de estos días, en espera de que pueda conseguirme la HISTORIA DEL TOREO que anuncian en El Universal…

Por otro lado, Carlos Cuesta Baquero supone que nuestro nacionalismo taurino fue causante de que estuviéramos aferrados al estilo anticuado de torear, al que usaba Pedro Romero “Pepe-Hillo”, Jerónimo José Cándido, Juan Jiménez “El Morenillo”, Juan León “Leoncillo” y los hermanos Ruiz (Antonio y Luis) apodados “Los Sombrereros”, todo a través del eslabón o pieza del engranaje que jugó en su momento Bernardo Gaviño, diestro español radicado en México entre 1829 y 1886, junto a una serie de discípulos que hicieron suya su enseñanza. “Especulaban con el odio atávico hacia el “gachupín” y cuando arribaba algún espada español inmediatamente comenzaban la cruzada en su contra haciendo reminiscencias de la avaricia de los conquistadores, de las violaciones que habían hecho en las indias, del tormento que dieron al monarca azteca Cuauhtémoc y llegaban hasta la época contemporánea aludiendo a la usura de los agiotistas españoles, especialmente a los que tenían casas de préstamos facilitando dinero mediante la pignoración de prendas, aludiendo a la rapacidad de los hispanos comerciantes en comestibles de abarrotes, aludiendo a los exiguos jornales que los braceros tenían en las fincas rústicas propiedad de hispanos y los despóticos tratamientos que se les daba a esos jornaleros. Esa era la campaña preparatoria para despertar el ancestral rencor y a la vez despertar las antipatías en contra del lidiador debutante”.77 Hayan sido o no las causas, el hecho es que tal síntoma tuvo tanta repercusión que se dejó notar en la poca apertura a nuevas fronteras taurómacas manifestadas con el natural desarrollo del progreso habidas en España. De ahí que la Tauromaquia de Montes fuera conocida hasta el año de 1862, pero continuará siendo la de José Delgado la encargada de seguir dictando los cánones, bajo una evolución demasiado ralentizada, porque fue la de “Hillo” la de mayor difusión en aquellos años, anteriores a 1862. Carlos Cuesta Baquero (seud. Roque Solares Tacubac): “Nuestro nacionalismo taurino. Comentarios al margen de un artículo. (Trabajos inéditos (1920-1945. Obra mecanuscrita). Número de Referencia: 7, 56 p., p. 5-6. 77

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El propio Cuesta Baquero proporciona un apunte preciso sobre la forma en cómo fueron llegando poco a poco las primeras publicaciones en forma de libro o de periódico o revista a nuestro país, hasta muy entrados los años 80 del siglo XIX. No sé cuál fue la causa por la cual en la República Mexicana fue tardío el arribo de la literatura taurina española y por consiguiente el nacimiento y desenvolvimiento de la similar mexicana. Desde hacía muchos años que en España era costumbre escribir y publicar descripciones de las corridas de toros, titulando a esas producciones literarias con el nombre de “Reseñas”. Así aparecieron en Sevilla aquellas famosas tituladas Cartas de Don Clarencio, escritas en versos por Don José Velásquez y Sánchez. Así aparecieron en Madrid aquellas festivas firmadas con el pseudónimo Don Éxito, escritas por el señor Don José de la Loma, padre de quien años después fue famosísimo cronista escribiendo con el pseudónimo Don Modesto. Así habían aparecido los trabajos serios de crítica doctrinaria, técnica, juzgando de la labor de los toreros escritos primeramente por Don Mariano Gariduain Blanco en el periódico taurino titulado El Mengue, y luego por Don José Carmona y Jiménez en el titulado El Enano (Boletín de Loterías y Toros) y habíase desarrollado ese género de literatura y alcanzaban a casi un centenar las publicaciones periodísticas que había en toda España. Igual acontecía en cuanto a los libros didácticos de la Tauromaquia. Primeramente había sido publicado uno pequeño titulado Cartilla del Arte de Torear, dictada por el matador José Delgado Guerra alias Pepe Illo, después hubo segunda edición aumentada, escrita por Don José de la Tixera (aficionado preeminente). Pocos años después salió a publicidad la Filosofía de las Corridas de Toros, libro que trae adicionado un Tratado de Tauromaquia, escrito por Abenamar, pseudónimo del señor Don Santos López Pelegrín. A seguida vino El Arte de Torear, atribuido al espada Francisco Montes Paquiro, pero según decires no escrito por él sino únicamente revisado y sancionado, pero escrito por el antes citado Abenamar. Luego, otra segunda edición de tal libro, escrita, corregida (fijarse en el calificativo) y aumentada por el aficionado Pilatos, pseudónimo del Señor Don José Santa Coloma. Luego el conocido y ahora ya casi olvidado libro titulado El Toreo. Gran Diccionario de Tauromaquia escrito por el aficionado Señor Don José Sánchez de Neira.78 Y aún quédanse en el tintero los títulos de algunos otros, en no exiguo número. Era bastante nutrido el bagaje de libros docentes de Tauromaquia. Pero, a pesar de tal profusión en España, en las librerías de aquí no había a la venta ni libros ni periódicos taurinos y tampoco los había en los centros públicos de lectura como son las bibliotecas. Solamente algunos particulares tenían algunos libros anticuados –El Toreo escrito por Bedoya-, una colección de reseñas de las corridas que hubo en la plaza de toros de Madrid, en el año de 1851, cuando la famosa competencia entre José Redondo El Chiclanero y Francisco Arjona Cúchares y El Arte de Torear, edición de 1804, escrito por Don José de la Tixera, aprovechando apócrifamente la firma del recientemente fallecido espada Pepe-Illo. Los libros modernos eran enteramente desconocidos. Fue hasta finalizar el año de 1882 cuando comenzaron a llegar a las librerías obras tauromáquicas, siendo de las primeras El Toreo. Gran Diccionario de Tauromaquia, escrito por Don José Sánchez de Neira, edición segunda aumentada y corregida por Pilatos (don José Santa Coloma). Entre los periódicos el primero que llegó, causando verdadero deleite igualmente por sus estampas que por sus escritos correctamente literarios, fue La Lidia, publicada en Madrid, bajo la dirección del Señor Don Juan Martos Jiménez de pseudónimo Alegrías. Después llegaron otras publicaciones periodísticas: El Enano, continuación del famoso Boletín de Loterías y Toros, El Toreo, antiquísima publicación, El Sinapismo, El Burladero, El Loro (periódico sevillano) y EL ARTE DE LA LIDIA, editado y dirigido por el sempiterno aficionado, escritor y anticuario taurino don Leopoldo Vázquez. Escribo con letra mayúscula el título de este último citado periódico porque fue el progenitor del primero de los periódicos taurinos mexicanos, titulado igualmente El Arte de la Lidia, editado por don Julio Bonilla, militar apasionado por la fiesta tauromáquica.79 La Lidia. Revista gráfica taurina. México, D.F., 15 de enero de 1943, Año I., Nº 8. De la serie: “Periodistas taurinos mexicanos, Don Pedro González Morúa, “La Monja”, (Boceto por P.P.T. –Carlos Cuesta Baquero-). Por mi consejo compró –Pedro González Morúa- el “Diccionario de Tauromaquia” escrito por don José Sánchez de Neira, y allí comenzó a estudiar el modo de estudiar el modo de torear el modo de torear que practicaban los hispanos... transformándose su ideología. Por esto el cariz de la publicación “El Correo de los Toros”, simultáneamente, empezó a hacer crítica adversa a los lidiadores mexicanos y elogiosa a los hispanos que así la merecían. 79 Op. Cit., p. 8-9. 78

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El Dr. Carlos Cuesta Baquero, Roque Solares Tacubac, en compañía del torero español Ignacio Sánchez Mejías. Ca. 1921. SINAFO, 13523

Incluyo a continuación las que pudieron ser las primeras “otras” lecturas que por ende, comenzaron a dar forma y conciencia a la opinión de los “aficionados” en aquella época. Los datos provienen de: The Mexican Pamphlet Collection, 1605-1888. From the holdings of the Sutro Library, California State Library Primary Source Microfilm an imprint of the Gale Group The Mexican Pamphlet Collection, 1605-1888. Reel Index Series 3 Parts 1-4 California State Library, 2003. ISBN: 1-57803-280-6. 1.-El Gladiador. [México]: Imprenta á cargo de Tomás Uribe, calle cerrada de Jesús Nº. 1., 1830. v. 2.-Rivera, Martin. Mortal estocada al toro. -- México, Imp. del autor. [1832] [4]p. 3.-Juguetillo de los Toros. Puebla de Los Ángeles, imp. en la Oficina de Don Pedro de la Rosa. 1793. [8] p.; 15 cm. 4.-[H. D. L. V., A. L.]: Quien llama al toro, sufra la cornada. México, oficina de la testamentaria de Ontiveros. [1826] [4]p. 5.-PLAZA DE GALLOS. México, imp. de C. Alejandro Valdés. [1827] [4]p. 6.-Plaza de toros. Ahora sigue el provisor de toro, y viene a torearlo el difunto pensador. Diálogo veinte y cuatro. [México: s.n., 1828], p. 69-76. 7.-LOS TOREROS de la plaza de Méjico celebran y proclaman: Viva la Unión. [Méjico, s.n., 1821] [1]-L.

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8.-R. P., F. P.: El Mexicano enemigo del abuso más seductor. México, imprenta de D. Juan Bautista de Arizpe. [1820] 8p. 9.-[N., D.]: Pan y Toros... Oración apologética en defensa del estado floreciente de la España, dicha en la plaza de toros por D. N. el año de 1794. Méjico, imprenta de Ontiveros. [1820], 16p. 10.-[Fernández De Lizardi, José Joaquín]: Quien llama al toro, sufra la cornada por el Pensador Mexicano, ó sea contestación al indecente papelucho titulado: PIÉNSALO BIEN. Méjico, Imp. de Ontiveros. [1820] 7p. 11.-[Fernández De Lizardi, José Joaquín]: Vida y entierro de D. Pendón. Por su amigo el Pensador. México, Oficina de D. José María Ramos Palomera. [1822], 7p. 12.-[Fernández De Lizardi, José Joaquín]: El pendón se acabó y la memoria de Cortes quedó. [México: Oficina de Betancourt, 1822], [4] p. 13.-[Fernández De Lizardi, José Joaquín]: El mentado Chicharrón por (…). [[México]: Imprenta de Doña María Fernández de Jáuregui, [1815]], 4 p. 14.-[Fernández De Lizardi, José Joaquín]: Toros y toros y la miseria en corriente. Méjico, Imp. de D. J. F. L. [1823], 4p. 15.-[San Pableño, Pseud.]: Delirio del San Pableño. Señor Pensador Mexicano: Aunque V. no me conoce á mi, yo sí tengo la ventaja de conocerlo (…); [México: 1822. Oficina de D. José María Ramos Palomera, [1822]] [4] p. 16.-[Amante De Su Patria, Pseud.]: Si el Parián no se enmienda será preciso quemarlo. México, oficina de D. José Maria Ramos Palomera. [1822] 2p. 30cm. 17.-Nueva corrida de toros. [México: 1827. Imprenta de las Escalerillas, a cargo de Manuel Ximeno, [1827]. 18.-El Toro. [Mexico: Imprenta del ciudadano Alejandro Valdes, [1829]] v. 19.-Plaza de toros. Vaya un torito travieso al congreso de Veracruz por su lindo manifiesto. Diálogo veinte y tres. [México: 1827. Imprenta en la Ex-inquisicion a cargo de Manuel Ximeno., 1828]] p. 49.-68 20.-Dávila, Rafael: Ahora se queman los fuegos: ó sea defensa del papel intitulado: Concluye el monte parnaso... [México], Imprenta en la ex-Inquisición, á cargo de Manuel Ximeno. [1827] 24p. 21.-Plaza de toros. Estos son fuegos muy buenos: los toros son gachupines, mexicanos los toreros. Díálogo decimo quarto. [[México]: Imprenta del ciudadano Alejandro Valdés., [1827]] p. 93-104. 22.-Plaza de toros. Siguen los fuegos muy buenos con gachupines de toros y mexicanos toreros. Diálogo décimo quinto. [[México]: Imprenta del C. Alejandro Valdés., [1827]] p. 105-120.

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23.-Plaza de toros. Hasta que salió Fagoaga80 vestido de toro sierpe. Diálogo décimosesto. [[Mexico]: Imprenta del C. Alejandro Valdés., [1827]], p. 121-136. 24.-Plaza de toros. Ahora sigue el señor Álvarez general de división á dar una diversión. Diálogo décimo séptimo. [[México]: Imprenta del C. Alejandro Valdés., [1827]] p. 137-152. 25.-Plaza de toros. Esta función es muy buena, se le dedica á Vivango y también á Michilena. Diálogo décimo octavo. [[México]: Imprenta del C. Alejandro Valdés., [1827]] p. 153-168 26.-Plaza de toros. En esta función si salen varios sugetos de nombre como el Sr. Elizalde. Diálogo decimonoveno. [[México]: Imprenta del C. Alejandro Valdés., [1827]] p. 169-180 27.-Plaza de toros. Una tarasca sale á luz, y se dedica al congreso de Veracruz. Función estraordinaria. Dialogo veinte. [México: 1827. Imprenta en la Ex-inquisición á cargo de Manuel Ximeno, [1827]] 20 p. 28.-Plaza de toros. Ahora se le ponen bombas, mechas y cohetes de luz al congreso tarasca de Veracruz. Diálogo veinte y uno. [México: 1827. Imprenta en la ex-Inquisición á cargo de Manuel Ximeno, [1827]] p. 21-32. 29.-Plaza de toros. Veremos al señor bravo qué hace en la plaza de toros. Diálogo veinte y dos. [México: 1827. Imprenta en la ex-Inquisición á cargo de Manuel Ximeno, [1827]] p. 33-48. 30.-Plaza de toros. Ahora sigue el provisor de toro, y veinte a torearlo el difunto pensador. Dialogo veinte y cuatro. -- [[México]: Imprenta en la ex-inquisición á cargo de Manuel Ximeno., 1827]], p. 69-84. 31.-Plaza de toros. Se sigue D. Tremebundo. Dialogo veinte y seis. [[México]: Imprenta en la ex-inquisición á cargo de Manuel Ximeno, [1827]] p. 97-104. 32.-Plaza de toros. Monte parnaso. Dialogo veinte y siete. [México: 1827. Imprenta en la ex-inquisición, á cargo de Manuel Ximeno, [1827]], p. 105-116. 33.-Plaza de toros. Continúa el monte parnaso. Dialogo veinte y ocho. [México: 1827. Imprenta en la ex-inquisición, á cargo de Manuel Ximeno, [1827]] p. 133-148. 34.-Concluye el Monte Parnaso. [México: 1827. Imprenta en la ex-inquisición, á cargo de Manuel Ximeno, [1827]] p. 149-164. 35.-Plaza de toros. Dialogo veinte y nueve. [México: 1827. Imprenta en la ex-Inquisición á cargo de Manuel Ximeno, [1827]] p. 165-176. 36.-Vaya un torito encohetado al congreso del estado. [[México]: Reimpreso en la oficina del C. Alejandro Valdés., [1827]] 8 p. 37.-Vaya un torito encohetado al congreso del estado. Diálogo Segundo entre un cohetero y un tamborilero. [México: 1827. Imprenta de la calle de Ortega num. 23., [1827]] 8 p. 80

Se refiere al autonomista prominente José María Fagoaga.

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38.-Vaya un toro coatezón al congreso de la unión. Diálogo noveno. [[México]: Imprenta del ciudadano Alejandro Valdés., [1827]] p. 25-36. 39.-Vaya un torito matrero para Pedraza y Guerrero. Ó sea conversación de cuajo largo en el purgatorio con el pensador mexicano. Diálogo cincuenta. [[México]: Imprenta de la esquina de Tacuba, á cargo de José María Gallegos, [1828] p. 359-374. 40.-El Toro. Dialogo cuarto entre la muger del cohetero, y cuajo largo el tamborilero. [México: 1834. Imprenta de la testamentaria de Valdés, á cargo de José M. Gallegos, [1834]] 12 p. 41.-El Toro. Dialogo tercero entre la muger del cohetero, y cuajo largo el tamborilero. [México: 1834. Imprenta de la testamentaria de Valdés, á cargo de José M. Gallegos, [1834]] 12 p. 42.-El Toro. Un torito del ocote. Para tanto Sansculote. Diálogo primero. [México: 1834. Imprenta de la testamentaria de Valdés, á cargo de José Gallegos, [1834]] 12 p. 43.-Casanova, José y Landaluce, Víctor: Un paseo a Santa Anita. Opera cómica de costumbres mejicanas en dos actos y original de D. ... y D. ... Música de A. Barili. Puesta en escena en el Gran Teatro Nacional de Méjico, la noche del Jueves 17 de Noviembre de 1859. [Méjico], lit. de Decaen. [1859] 62 p. 44.-Barrera, Manuel De La: Esposición que acerca de la contrata de vestuarios para los cuerpos del ejercito hace el que suscribe. México, Imp. por José Uribe y Alcalde. [1837], 36p. 45.-[Fernandez De Lizardi, Jose Joaquin]. Toros y toros y la miseria en corriente.--Mejico, Imp. de D. J. F. L. [1823] 4p. Todo este conjunto, merece un detenido análisis que nos lleve a comprender algunas de sus particularidades, sobre todo en materia política, donde los diversos discursos que emanan de la presente relación, parecen estar tomando como pretexto la tauromaquia, asunto que en diversas épocas inmediatamente posteriores a la declaración de independencia, o durante los años que siguieron a la consumación de la misma estuvo bajo la lupa de auténticos antitaurinos como el propio José Joaquín Fernández de Lizardi o Carlos María de Bustamante, entre otros muchos. Recordemos que, inmediatamente después de iniciado el movimiento de independencia, la respuesta y la actitud más claras fueron las del rechazo a todo aquello que tuviera valores y significados españoles. Es curioso, pero hoy que han transcurrido casi doscientos años, podemos entender también que hubo tres fuertes elementos que no fueron afectados del todo. Me refiero a la burocracia, a la religión y a las corridas de toros. En el caso particular que nos atañe, la fiesta taurina, enfrentó una serie de embates 138


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dirigidos por algunos personajes bien identificados que utilizaron sus influencias acompañadas de una fuerte carga de valores para atenuar su significado no tanto por el hecho de que era un espectáculo bárbaro y sangriento, del que tampoco olvidaron esas sustancias, sino por el hecho de que al sobrevivir de la emancipación se convertían en un síntoma de pervivencias que iban en contra de los principios de libertad. Los nuevos ciudadanos de esta nación sabían perfectamente que el toreo formaba parte de la herencia española, pero se enfrentaban al hecho de que a lo largo de 300 años, la estructura técnica y estética de tal diversión popular se había permeado de unos elementos espirituales eminentemente americanos primero; novohispanos luego. Mexicanos después. Por tanto, no era fácil eliminar, como tampoco ocurrió con la religión o el burocratismo un sistema que se había integrado a la vida cotidiana en reflejos que pueden percibirse en este mismo trabajo, donde la poesía nos habla de esa penetración que hicieron suya los pobladores del que para entonces ya era el México independiente. Fue tal la carga de especificidades que era imposible arrancar lo que se había procesado en esos tres siglos. Sin embargo, figuras de la política, pero sobre todo del periodismo como José Joaquín Fernández de Lizardi y Carlos María de Bustamante trabajaron intensamente en diversas colaboraciones que intentaron convencer a congresos y a sus integrantes, pero también a otras autoridades y al público en general a que se desistieran de aquel asunto, que significaba, por otro lado, una marca más del pasado del que empezaban a desasirse los mexicanos. Sin embargo, una persistente muestra la cual pusieron a prueba, fueron los constantes oficios que realizaron nuestros personajes cuya labor hizo efecto en algunas reacciones, incluso entre propios y extraños, los cuales, para mejor entenderlas, es preciso que traiga hasta aquí una serie de apuntes que elaboré a propósito del asunto en tratamiento. Para 1845 una comisión del periódico El Siglo XIX se reunió a discutir severamente el comportamiento y las consecuencias que arrojaba por entonces el espectáculo de toros al considerar que eran (un) indicio seguro de varvarie (sic). Entre los integrantes de la comisión que lanzó la iniciativa se encuentran redactores como Manuel Payno, entre otros. Y es que la idea ilustrada aún se respira profunda y potente, deseosa de trascender y de marcar un hito en las aspiraciones que se orientan hacia el progreso. 139


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Otro grupo que remarca la índole discriminatoria de y para la fiesta es encabezado por Antonio García Cubas, Alfredo Chavero, José T. de Cuellar e Ignacio Manuel Altamirano, mismo con el que culminamos la visión de los autores nacionales para llegar a la confrontación final del presente capítulo, en cuanto idea de rechazo o aceptación hacia el espectáculo. Acercarse a El libro de mis recuerdos de García Cubas81 es encontrarnos con una proporción amplificada de ese debate antitaurino sustentado en posiciones muy ilustradas. Abundante es su apreciación y por ello acudiremos a citas bien específicas que no por seleccionadas- pierden el valor de su idea. De entrada se refiere a un tipo de costumbre "que permanecen estacionarias", sostenidas a su vez por el bajo pueblo. Y que siguen estando en el gusto general sin poderse desarraigar. Los recuerdos de nuestro autor se remontan a octubre de 1853, una tarde en la cual la función taurómaca se dedicó en honor de Santa Anna. Pormenorizada descripción nos da idea del ambiente, sin que por ello falte una serie de elementos que enriquecen la concepción del ejercicio de esta técnica y su estética. Hasta que desemboca en apreciaciones tan parecidas a las de PAN Y TOROS y de las de Chavero, que veremos más adelante. Por ejemplo: (...) El espectáculo de la corrida de toros es para mí horripilante, y lo considero como indigno de la cultura de un pueblo, tanto como la bárbara costumbre de los boxeadores de la ilustrada Inglaterra, y de la no menos culta nación norteamericana. Tal es mi opinión.82

No niega García Cubas oposición, paralelismo a las ideas que son lugares comunes en muchos que, como él traslucen sus pretensiones bien manifiestas de progreso. Toro y caballo son las víctimas con las cuales no satisfecho el hombre de llevarles al "cruento sacrificio", les martiriza y se convierte en modelo de la crueldad. Pero, ¿y el torero? Ese me causa doble pena, porque a la vez tiene que atender a la fiera toro y a la fiera público. Este nunca se halla contento, por más que aquél demuestre valentía y arrojo y se esfuerce en complacerle procurando ejecutar las suertes con la mayor limpieza. Una cogida que le dé el toro puede acabar con su vida; pero una cogida del público lo lastima y lo ultraja con sobrada injusticia.83

81

Antonio García Cubas. El libro de mis recuerdos. (Véase bibliografía). Op. cit., p. 359. 83 Ibidem. 82

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Ese público que naufraga entre licores, gritos, denuestos y que pierde toda compostura, es el público de una corrida de toros, donde no se marca con mucha claridad eso de las diferencias sociales pues unos y otros se demuestran en feroz rivalidad para nada y para nadie, la mejor especie del repertorio de gritos. Es la idea de estos "cuadros de costumbres" insistir con afanes de ilustración, enfocar mejor los recursos destinados a un vestigio del pasado que el de fijarlos en la instrucción educativa. Por eso La patria tiene necesidad del valor de sus hijos, pero no de ese valor brutal, sino el que infunde la dignidad, bellísimo don que sólo se adquiere por medio de las virtudes cívicas. 84

Pero es aún más importante un juicio crítico que García Cubas vierte al declararse enemigo total de las corridas de toros por lo que pretende encauzar por la senda civilizadora a los hombres de su tiempo, cosa que no pudo conseguir. Ese ideal a continuación reproducido no deja de mostrar formas comparativas de un pasado que por supuesto ya no existe; pasado de cuyo contenido se extrae la suma de modelos nefastos, los cuales van a ponerse en la balanza de los juicios enfrentados: pasado y presente como forma de advertencia. Historia correctiva o demoledora de principios que sobreviven en una y otra generación sin que hábitos o arraigos, a pesar de su intención de arrancarlos de raíz, desaparezcan. Hase dicho en favor de las corridas de toros, parodiando la primera proposición de la famosa ley de la gravitación, que "la virilidad de un pueblo está en razón directa de sus espectáculos", 85 falsa proposición, porque en el presente caso, la segunda, que se ha omitido, destruye por completo a la primera enunciada. Esa segunda proposición es: "y en razón inversa del cuadrado de la inmoralidad", la que tiene su comprobación en los mismos hechos declarados, que fueron la causa de la destrucción del poderoso imperio, minado en sus cimientos por la moral cristiana y herido de muerte por los pueblos germanos, viriles y vigorosos, sin estar habituados a los sangrientos espectáculos de los Calígulas, Nerones y Domicianos.86

Hombres casados con la idea del progreso continuaron mostrando un afán persistente, del que tarde o temprano encontrarían una respuesta, como la hallaron en su momento los ilustrados españoles ya conocidos de nosotros. Uno más, abanderado de la idea conformadora y a su vez hombre íntegramente preparado es Alfredo Chavero, cuyo papel en la monumental obra México a través de los siglos dirigida por Vicente Riva Palacio,

84

Ibid., p. 361. Ha dicho José Ortega y Gasset que la historia de España no puede ser comprendida como tal si no van de por medio las corridas de toros. 86 García Cubas, ibidem. 85

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lo coloca en lugar reconocido. Chavero -de quien se han encontrado nexos con la masonería- nos deja en sus Obras87 vivo relato de su visita a Colima 88 hacia 1864 sin omitir sus reacciones al presenciar una corrida de toros. En tal descripción es notable una ambivalencia en cuanto conceptos rechazo y aceptación a la fiesta que él presencia. En el Manzanillo los hombres de ese momento y esa circunstancia "se entregan al placer y a las fiestas hasta consumir su último centavo". Los más "guapos muchachos" van a capear y jinetear toros. El autor describe por otro lado esa original y nacional muestra de vestir, de enriquecer el espectáculo. Ya estamos en la plaza y Chavero diserta: Los toros son entre nosotros la sola diversión del pueblo. Luchar con fieras fue para los romanos la última señal de degradación. El César, después de recibir a las legaciones victoriosas, pensaba que esos hombres libres y valerosos podrían recordar las glorias de la República y los mandaba a entretenerse con los sangrientos espectáculos del circo. El circo sería también para distraer el hambre del pueblo.89

Tal parece -en estos apuntes- florecer la erudición absoluta al referir con la toma de modelos (lugares comunes), ese sentido de confrontar a la luz del pasado unos hechos que siguen estando activos en el presente, con sus naturales transformaciones; aunque en el fondo ocurra lo mismo. "No hemos avanzado mucho. Se mata bestialmente o con educación y decencia, pero se sigue matando". 90 Ese acudir de continuo a las civilizaciones o culturas como la de los griegos o los romanos, es ir retomando de ellas sus vicios, sus males públicos, lo degradante en una palabra que puede tener una sociedad en cualquier tiempo en que ésta se estructure. Y mientras mayor sea el grado de descomposición o de barbarie -en nuestro caso-, mayor será por lógica, la manera de su severo juicio. A todo ello Además, sus instintos valerosos [de los hombres], y, si se quiere decirse, sangrientos, necesitaban contentarse de alguna manera. Pero no fue el hombre arrojado a la fiera, no: fue el hombre luchando con ella y venciéndola, el hombre que satisfacía sus instintos de valor, el pueblo que educaba su corazón y lo fortalecía; mas ya con el menor sacrificio posible de humanidad.

Los toros han venido a ser un progreso en la historia.91 87

Alfredo Chavero. Obras. Tipografía de Victoriano Agüeros, México, 1904, pp. 1-54. Servando Ortoll (Compilador): Por tierras de cocos y palmeras. Apuntes de viajeros a Colima, siglos XVIII a XX (...) Compilador. México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987 (Testimonio, 45). 246 p., p. 65-80. 89 Op. cit., p. 71. 90 Víctor Alfonso Maldonado: "De la muerte legal y sus variantes". La Jornada Nº 2651 del miércoles 19 de enero de 1992, p. 7. 91 Véase John Bury. La idea del progreso. Madrid, Alianza Editorial, 1971. (El libro de Bolsillo, 323). 327 p. 88

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¿Pero es ya tiempo de que se dé otro paso más en esa senda, y los suprimamos? Aquí entra una cuestión social, no ajena de este lugar: describimos costumbres, y debemos examinarlas. 92

Recordar: 1864 como año de las impresiones manifiestas en Chavero, las cuales no niegan ese sentido liberal que se acusa en el texto ahora analizado. No se aleja en ningún momento del juicio dado a un efecto del pasado. Es más, sugiere como lo hace F.P.R.P. y luego también García Cubas la ya permanente solución a ese problema: cuando el pueblo no está instruido, y por lo mismo, no tiene manera de entretener su inteligencia y sus instintos, los gobiernos deben hacerlo. La diversión pública llena ese vacío; pero para ser eficaz, es indispensable que sea una diversión del agrado del pueblo. Bajo este aspecto son necesarios los toros. Suprimidlos y el pueblo, sin ese espectáculo, donde desahogue sus instintos de matar, se irá a matar a sí mismo.93

Y en seguida, su ambivalencia o contradicción. Luego de pronunciarse en contra del espectáculo, nos sorprende un sentido de resignación pues así como exalta al pueblo del Manzanillo -que como otros- cuenta también con mejor instinto que los gobernantes más sabios, "recibió, según habíamos dicho, a los toros, con las mayores muestras de Además, José Francisco Coello Ugalde: "La fiesta como belleza o la fiesta como violencia" en Multitudes Nº 199, noviembre de 1991, p. 18. Las sociedades cambian, evolucionan y una nueva rechaza los progresos de la anterior calificándolos de anacronías o sin espíritu universal de prosperidad. John Bury recoge en La idea del progreso todo un conjunto de ideas de pensadores que ya aspiran por un período progresivo, lo planean y le dan forma llamándolo "Renacimiento" que duró desde el siglo XIV hasta el XVII propiciando la avanzada idea del progreso que, hacia 1870 y 1880 se convirtió en artículo de fe para la humanidad. Y es que la idea del progreso humano es, pues, una teoría que contiene una síntesis del pasado y una previsión del futuro. Las cosas humanas no son perpetuas: todo recorre un ciclo idéntico de nacimiento, progreso, perfección, corrupción y muerte. Esa idea de progreso, por ejemplo en Condorcet se basa en que "no habrá una recaída en la barbarie". Por su parte Giambattista Vico en su obra: "Principios de una ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones", trata al hombre, a la sociedad y su cultura. Este pensador le plantea a la historia una dinámica que va más allá de San Agustín con sus ideas maniqueas de rigor. Esa visión es que toda la historia del hombre es natural, normal, el hombre va haciendo su historia, combinada entre la providenciaDios y organización de las cosas a partir de un patrón o modelo cíclico de tres elementos: Dioses, héroes y hombres que son tres edades fundamentales que se manejan por lo que llama Vico "corso y ricorso". Esto es, en corso ocurre el desarrollo de las 3 edades en un ciclo complejo de cada una de ellas y vuelve a ocurrir en el ricorso su reproducción. Progreso que es hablar de belleza en el toreo, regreso que es citar a la violencia o a la barbarie, son estos los elementos que juegan un papel permanente entre el gusto o el rechazo de quienes son testigos de la fiesta torera. El progreso puede estar determinado justamente a partir de lo que nos ha dicho Condorcet (...), o que esa barbarie es la que se debe evitar dándole al espectáculo nuevos sellos de armonía. El carácter violento, bárbaro, sangriento son engranes insustituibles que dan a las corridas de toros su significado, su etiqueta frente a las demás diversiones. Justo esos elementos que son asimilados por el aficionado, consciente de la integridad de la fiesta, son los que rechazan el auténtico símbolo de barbarie y reprueban por tanto, no sólo al espectáculo; también a todos aquellos que lo aceptan. Sensibilidad, espíritu anglosajón, protección a los animales, son resultados de una idea de progreso que no es compatible con un aspecto fundamental de la cultura mexicana que, explicada a la luz de la historia y sus resultados luego de la conquista, encontramos en ella sellos de originalidad que la distinguen como una sociedad ecléctica; esto es, que su espíritu guerrero asimila caracteres de una y otra dimensión. Cultura dominada por una fuerza ajena pero que no por eso, deja entrever su antiguo y fogoso esplendor, el cual se desenvuelve entre mitos, dioses, sacrificios y la muerte misma, razones todas estas que, unidas o fusionadas con el toreo, han perdurado largos 470 años en nuestro territorio. 92 Ortoll: Por tierras de cocos y..., op. Cit., p. 73. 93 Ibidem.

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regocijo". Y poco más adelante proporciona una corta pero bien elaborada reseña de la fiesta desarrollada aquella tarde en esa costa mexicana. Y bien, falta por incluir a José T. de Cuellar y a Ignacio Manuel Altamirano. De aquel

94

y

de este95 contamos con apreciaciones cuyo giro no deja de perder el tono de la posición liberal. "Facundo", el de la Linterna mágica, autor que recrea costumbres mexicanas no parece ser más que un vocero de las opiniones vertidas por el público, y del cual salió aquella nota cuyo objeto era desarraigar el toreo vísperas del anuncio oficial de prohibición. Altamirano -a su vez- y en ese año de 1867 cambia la espada por la pluma (que de hecho fue su primera ocupación y que nunca había abandonado) se propone a ser el impulsor de la cultura nacional y funda el periódico El Correo de México al lado de Ignacio Ramírez y de Alfredo Chavero, quienes pugnaron por el respeto a la Constitución del 57 y se opusieron al reformismo de Juárez. Apoya la independencia de Cuba, funda la sociedad de Libres Pensadores, entre otras muchas actividades. Hasta aquí las reflexiones que consideré oportunas para justificar los textos “taurinos” divulgados durante el proceso de emancipación. Y es que en cuanto a su contenido eminentemente taurino, como habrá podido percibirse en el estudio, no podemos entenderlos como tales, pero sí como una trinchera de carácter político en la que la fiesta se convirtió en baluarte para defender y defenderse de diversos argumentos que arreciaban sin consideración de los frentes, a veces liberales, a veces conservadores. Otras tantas veces, influidos de ideas ilustradas o provenientes de la masonería. Todos y cada uno de los textos merecen una revisión que, a la vuelta de ser ubicados, habrá que 94

El correo de México, Nº 13 del 16 de septiembre de 1867, p. 3. No más toros.-¿Por que no se dan al pueblo espectáculos que lo instruyan, en vez de las escenas del tiempo del retroceso y los virreyes? No más toros.-La civilización rechaza los espectáculos de sangre: no más sangre, tinta en vez de sangre; ilustración y no barbarie: educación al pueblo: diversiones en lugar de mojiganga; periódicos en vez de banderillas; el cincel y no el puñal del carnicero. La veterinaria y la ley sobre el trato a los animales útiles, en vez de la risa por la horrible agonía de un caballo indefenso. El teatro por los toros. El teatro a precio ínfimo para el pueblo. Enseñar a pensar y no a matar. Moralizar en vez de corromper. Por todos los artículos sin firma: José T. de Cuellar. 95 El Correo de México Nº 85 del 9 de diciembre de 1867. Decía este abanderado del pensamiento republicano y liberal: Ayer tuvo lugar la corrida que dieron algunos jóvenes aficionados á beneficio de los habitantes de Matamoros. Los jóvenes que creyeron conveniente poner la barbarie al servicio de la filantropía, hicieron todos los esfuerzos posibles para lucirse; pero el público los silbó desapiadadamente desde el principio hasta el fin, no concediéndoles sino uno que otro aplauso. El público no tuvo consideración que los aficionados se exponían delante de la fiera por favorecer a los menesterosos de Matamoros. Con esta corrida que se permitió a la caridad, concluyeron para siempre en nuestra capital las bárbaras diversiones de toros, a las que nuestro pueblo tenía un gusto tan pronunciado desgraciadamente. Los hombres del pueblo saben más de tauromaquia que de garantías individuales.

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estudiarlos entendiendo con mucha mayor razón los argumentos que empuñaron aquellos autores como Martín Rivera, José Joaquín Fernández de Lizardi, Rafael Dávila, y otros que se escudaron en seudónimos para evitar la persecución. Llama la atención el hecho de que al hacer uso de lenguaje, actitudes, circunstancias y demás especificidades taurinas, se entraba en sabrosas polémicas, ácidos comentarios y se podían admirar cruentas batallas, muchas de las cuales terminaban en el congreso, en la cámara, tal y como terminan algunos desmanes callejeros: siendo embestidos por el mentado Chicharrón, nombre con el que fue bautizado algún toro famoso de la época (no sabemos si fue muy bravo o muy manso) y que de inmediato sirvió para trasladar los hechos en torno a su lidia al terreno político. Volviendo a la relación de obras con que abrí este segmento, son de llamar la atención los siguientes títulos: LOS TOREROS de la plaza de Méjico celebran y proclaman: Viva la Unión. [1821]; El mentado Chicharrón (…) [1815]; Toros y toros y la miseria en corriente [1823]; Si el Parián no se enmienda será preciso quemarlo [1822];96 Plaza de toros. Vaya un torito travieso al congreso de Veracruz por su lindo manifiesto [1827]; Plaza de toros. Estos son fuegos muy buenos: los toros son gachupines, mexicanos los toreros [1827]; Plaza de toros. Siguen los fuegos muy buenos con gachupines de toros y mexicanos toreros [1827]; Plaza de toros. Hasta que salió Fagoaga vestido de toro sierpe [1827]; Plaza de toros. Ahora sigue el señor Álvarez general de división á dar una diversión [1827]; Plaza de toros. Veremos al señor [Nicolás] Bravo qué hace en la plaza de toros [1827]; Vaya un torito encohetado al congreso del estado [1827]; Vaya un toro coatezón al congreso de la unión [1827]; Vaya un torito matrero para Pedraza y Guerrero. Ó sea conversación de cuajo largo en el purgatorio con el pensador mexicano. [que, a lo que se ve, nos habla de la manera en cómo se traía de encargo a Fernández de Lizardi el autor anónimo de varios de estos opúsculos encabezados por la expresión Vaya un torito…] [1828]; El Toro. Un torito del ocote. Para tanto Sansculote [1834]; Toros y toros y la miseria en corriente [1823], y Casanova, José y Landaluce, Víctor: Un paseo a Santa Anita. Opera cómica de costumbres mejicanas en dos actos y original de D. ... y D. ... Música de A. Barili [1859].

De este último, se puede anotar que, aunque no siendo un documento político con tintes taurinos, sí tuvo una relación directa con este fascinante espectáculo en el siglo XIX, por el hecho de que dicha “ópera cómica” fue incorporada como mojiganga en varios festejos celebrados, sobre todo a mitad de aquel enigmático siglo. Avanzado ya el siglo XIX, se sabe que el torero potosino Pedro Nolasco Acosta, adquirió un ejemplar de la obra de Leopoldo Vázquez con la cual se sirvió para difundir ese conocimiento en un pequeño círculo de amigos, entre los cuales se encontraba

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Esto, aludiendo al incendio que destruyó la plaza de toros de San Pablo en 1821 y cuyo movil tuvo trasfondo político.

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Carlos Cuesta Baquero, entonces joven y entusiasta aficionado, cuya labor crearía y provocaría un vuelco sin precedente años más tarde junto a otro grupo que comulgó con la idea precisa de que todo habría de cambiar en aras de una serie de postulados venidos de las obras que siguieron llegando de España o se publicaron en México. A ese cambio se sumó aquel grupo de toreros españoles, los cuales consumaron "la reconquista vestida de luces", y desde luego el interés creado por una afición formada bajo el nuevo credo, cuyo sustento fue el principio teórico y práctico del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Ese cambio desde luego que estimuló los deseos de lectura y alentó a una serie de creadores a producir obra, fuera en términos periodísticos, literarios o seudo literarios que los hubo en buena cantidad. Como resultado de una ponencia que abordaba asuntos del toreo mexicano, durante el porfiriato,97 me parece oportuno extraer la parte correspondiente al estudio que, sobre la prensa taurina realicé en ese trabajo. II INTEGRACIÓN DE UN MOVIMIENTO INTELECTUAL UBICADO EN DIFERENTES TRIBUNAS PERIODÍSTICAS. Dedico enseguida unos apuntes al asunto relacionado con el papel que desempeñó la prensa taurina en los últimos 15 años del siglo XIX, y que determinaron la serie de decisiones tomadas para definir nuevos criterios que hicieron suyos los aficionados taurinos en su totalidad, tan necesitados entonces de una guía específica y doctrinaria. Es a partir de 1884 en que aparece el primer periódico taurino en México: El arte de la lidia, dirigido por Julio Bonilla, quien toma partido por el toreo “nacionalista”, puesto que Bonilla es nada menos que el representante de Ponciano Díaz. Dicha publicación ejemplifica una crítica al toreo español que en esos momentos están abanderando los toreros ya citados en el primer punto. La participación directa de una tribuna periodística diferente y a partir de 1887, fue la encabezada por Eduardo Noriega quien estaba decidido a “fomentar el buen gusto por el La “reconquista vestida de luces” (Las corridas de toros y su entorno, en el México de 1877 a 1911). Conferencia dictada en la Casa de la Acequia, sede del Ateneo Español de México, A.C, el 24 de julio de 2002, dentro del ciclo “El Rescate de la memoria”, organizado por el Centro de Estudios Histórico del Porfiriato, A.C. 97

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toreo”. La Muleta planteó una línea peculiar, sustentada en promover y exaltar la expresión taurina recién instalada en México, convencida de que era el mejor procedimiento técnico y estético, por encima de la anarquía sostenida por todos los diestros mexicanos, la mayoría de los cuales entendió que seguir por ese camino era imposible; por lo tanto procuraron asimilar y hacer suyos todos los novedosos esquemas. Eso les tomó algún tiempo. Sin embargo pocos fueron los que se pudieron adaptar al nuevo orden de ideas, en tanto que el resto tuvo que dispersarse, dejando lugar a los convenientes reacomodos. Solo hubo uno que asumió la rebeldía: Ponciano Díaz Salinas, torero híbrido, lo mismo a pie que a caballo, cuya declaración de principios no se vio alterada, porque no lo permitió ni se permitió tampoco la valiosa oportunidad de incorporarse a ese nuevo panorama. Y La Muleta, al percibir en él esa actitud lo combatió ferozmente. Y si ya no fue La Muleta, periódico de vida muy corta (1887-1889), siguieron esa línea El Toreo Ilustrado, El Noticioso y algunos otros más. A la vera de estas publicaciones –casi siempre efímeras- surgieron nombres a partir de 1884, y por lo menos hasta 1911, año en que termina el porfiriato como los siguientes: 1871

1880

Juan Panadero. “Por la razón y la fuerza”. Semanario político de actualidades, cosquilloso, retozón y amante de las grescas. Jalisco, 1871. 1878

Garrocha. (Puebla, Pue.)

El Torito. “Este animalito que rabiaba de hambre, brincando las trancas salió del corral. Periódico humorístico”. (Oaxaca, Oax.) El Torito. “Periódico humorístico y enemigo de las adulaciones”. (Orizaba, Ver.) 1884

1882 El Torito. Redactor: Salvador Orozco y Ramón Castellanos. Colima, 1882.

1901 El Arte de la Lidia (México, D.F.) 1885 El Banderillero. “Periódico político, democrático, satírico, humorístico, retórico y verídico”. (Mérida, Yuc.)

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Don Simplicio (México, D.F.) El Látigo. Semanario de toros y teatros (México, D.F.) Don Tancredo (México, D.F.) 1902


LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. 1887 El arte de Cúchares (México, D.F.) El diablito taurino (México, D.F.) Toros y Toreros (San Luis Potosí, S.L.P.) La Lidia (Mazatlán, Sin.) El Ranchero (Irapuato, Gto.) Toros y Toreros (San Luis Potosí, S.L.P.)

El arte de Ponciano (México, D.F.) El Correo de los Toros (México, D.F.) El Mono Sabio (México, D.F.) El Toro (México, D.F.) El Toro de Once (México, D.F.) El Volapié (Puebla, Pue.) El Volapié (México, D.F.) La Banderilla (México, D.F.) La Banderilla (Orizaba, Ver.) La Divisa (México, D.F.) La Divisa (Puebla, Pue.) La Lidia (San Luis Potosí, S.L.P.) La Lidia (México, D.F.) La Muleta (México, D.F.) La Verdad del Toreo (México, D.F.) La voz del toreo (México, D.F.) Toros en Puebla (Puebla, Pue.) La sombra de Gaviño (México, D.F.) La sombra de Pepe-Hillo (México, D.F.) El Toro. (Sinaloa, Sin.) 1888

1903

El Cencerro (México, D.F.) El Eco Taurino (México, D.F.) El Estoque (Puebla, Pue.) El valedor taurino (México, D.F.) El Estoque (Puebla, Pue.) 1889

La Careta (México, D.F.) Claro-obscuro (México, D.F.) Fra-diávolo (México, D.F.) Ratas y Mamarrachos (México, D.F.)

El Boletín Taurino (México, D.F.) La Garrocha (Puebla, Pue.) El Embolado (México, D.F.)

Don Clarencio (México, D.F.) México Taurino (México, D.F.) El Tío Timplao. Semanario Taurino-Teatral (México, D.F.) La Banderilla (México, D.F.) Don Ramón. Semanario de Toros y Teatros (México, D.F.) 1905

1904

1890 El Picador (México, D.F.) El Zurriago Taurino (México, D.F.)

El Garrotazo Taurino (México, D.F.) El Puntillero (México, D.F.) El Torilero (Torreón, Coah.) 1906

1892 Pimienta y Mostaza (Mérida, Yuc.) El Correo Taurino (México, D.F.) El Loro (México, D.F.)

La Lumbrera (Puebla, Pue.)

El Teatro Cómico (México, D.F.) El Toreo Ilustrado. Semanario Imparcial (México, D.F.) La Lidia (México, D.F.) La Lidia (San Luis Potosí, S.L.P.) La Puntilla (México, D.F.) 1893 La Divisa. “Semanario de Tauromaquia” (San Luis Potosí, S.L.P.) 1894 El Fandango Taurino. (México, D.F.) La Lidia (México, D.F.)

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. la Muleta (México, D.F.) El Correo Taurino (México, D.F.) El Loro (México, D.F.) La Puntilla (México, D.F.) El Puntillero (México, D.F.) El Teatro Cómico (México, D.F.) El Toreo. Ilustrado. Semanario imparcial. (México, D.F.) La Lidia. (San Luis Potosí, S.L.P.) 1895

1907

El Estoque (México, D.F.) El Toreo. Semanario Ilustrado (México, D.F.) Floridón (México, D.F.) La Divisa (México, D.F.) Oro y Azul (México, D.F.) 1896

El Imparcial Taurino (México, D.F.)

El Sarpullido (Villahermosa, Tabasco) La Muleta (San Luis Potosí, S.L.P.) Sol y Sombra (México, D.F.)

Sangre y Arena (México, D.F.) El Hule (México, D.F.) Divisa. (Puebla, Pue.) El tío Jindama. (Puebla, Pue.) 1909

1908

1897 El Almizote Taurino (México, D.F.) El sinapismo (México, D.F.) Toros y Toreros (México, D.F.) El Currito (México, D.F.) El tío cacica (México, D.F.) El tío jindama (México, D.F.) ¿Ratas y Mamarrachos? (México, D.F.) El Sinapismo (México, D.F.) La Muleta. D. Fernando Quijano, Félix Andrés, Luis Gutiérrez y Eugenio Labarthe (San Luis Potosí, S.L.P.)

1899 El Tío Jindama (Puebla, Pue.)

Correo de los toros. Semanario Ilustrado (México, D.F.) El Disloque (Puebla, Pue.) Sol y Sombra (México, D.F.) La divisa (Puebla, Pue.) El Cencerro (Monterrey, N.L.) El enano (México, D.F.) Monterrey Taurino (Monterrey, N.L.) Los Toros en España (México, D.F.) La Lidia (México, D.F.) Programa de toros. (México, D.F.) Respetable público (México, D.F.) El Cencerro. (Puebla, Pue.) Sol y Sombra (Puebla, Pue.) El Torito. (San Juan Bautista, Tabasco) 1910 Los toros en España (México, D.F.) Programa de Toros (México, D.F.) 1911

1900

La Temporada. Semanario Taurino (México, D.F.) Los Toros (México, D.F.)98 98

Para integrar esta tabla, fue consultada la obra de Salvador García Bolio: EL PERIODISMO TAURINO EN MÉXICO. Historia. Fichas técnicas. Cabeceras. Con un prólogo de Alberto A. Bitar Letayf “A.A.B.”, Director de “El Redondel”. México, Bibliófilos Taurinos de México, s.a.e., s.p.i., 120 p. Ils., facs. Del mismo modo, también revisé: Florence Toussaint Alcaráz, Rosalía Cruz Soto, et. al.: Índice Hemerográfico. 18761910. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Centro de Estudios de la Comunicación, 1985. 259 p. (Cuadernos del Centro de Estudios de la Comunicación, 11). De esta última fuente son los siguientes títulos: El Torito. Red. Salvador Orozco y Ramón Castellanos. 1882, Colima., p. 32. Juan Panadero. “Por la razón y la fuerza”. Semanario político de actualidades, cosquilloso, retozón y amante de las grescas. 1871. Jalisco, p. 81. El Torito. “Este animalito que rabiaba de hambre, brincando las trancas salió del corral. Periódico humorístico”. 1878. Oaxaca, p. 127. Cencerro. Puebla. 1909., p. 131.

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Dos épocas, dos extremos. El Torito, de 1871 y La Temporada de 1912, principio y fin en cuanto a la información reunida en el cuadro anterior.

A todo este conjunto de datos, no puede faltar una pieza importante, alma fundamental de aquel movimiento, que se concentró en un solo núcleo: el centro taurino “Espada Pedro Romero”, consolidado hacia los últimos diez años del siglo XIX, gracias a la integración de varios de los más representativos elementos de aquella generación emanada de las tribunas periodísticas, y en las que no fungieron con ese oficio, puesto que se trataba –en todo caso- de aficionados que se formaron gracias a las lecturas de obras fundamentales como el “Sánchez de Neira”, o la de Leopoldo Vázquez. Me refiero a personajes de la talla de Eduardo Noriega, Carlos Cuesta Baquero, Pedro Pablo Rangel, Divisa. Puebla. 1908., p. 134. Garrocha. Puebla, 1880., p. 136. Sol y sombra. Puebla, 1909., p. 146. Tío Jindama. Puebla, 1889., p. 146. El Tío Jindama. Puebla, 1908., p. 146. La Divisa. “Semanario de Tauromaquia”. San Luis Potosí. Enero de 1893., p. 160. La Lidia. San Luis Potosí. Enero de 1894., p. 165. La Muleta. San Luis Potosí. 1896., p. 166. La Muleta. D. Fernando Quijano, Félix Andrés, Luis Gutiérrez y Eugenio Labarthe. 1897., p. 166. Toros y Toreros. D. Abraham Loyola. San Luis Potosí. 1902., p. 172. El Toro. Sinaloa. 1887., p. 181. El Torito. San Juan Bautista, Tabasco. 1909., p. 199. El Torito. “Periódico humorístico y enemigo de las adulaciones”. Orizaba, Ver. Junio de 1878., p. 217. El Banderillero. “Periódico político, democrático, satírico, humorístico, retórico y verídico”. Mérida, Yuc. 1885., p. 220.

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Rafael Medina y Antonio Hoffmann, quienes, en aquel cenáculo sumaron esfuerzos y proyectaron toda la enseñanza taurina de la época. Su función esencial fue orientar a los aficionados indicándoles lo necesario que era el nuevo amanecer que se presentaba con el arribo del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna, el cual desplazó cualquier vestigio o evidencia del toreo a la “mexicana”, reiterándoles esa necesidad a partir de los principios técnicos y estéticos que emanaban vigorosos de aquel nuevo capítulo, mismo que en pocos años se consolidó, siendo en consecuencia la estructura con la cual arribó el siglo XX en nuestro país. Se cuestiona Roque Solares Tacubac sobre la manera en por qué llegaron a las librerías todas aquellas publicaciones hispanas que fueron mencionadas párrafos atrás, y su respuesta la afirma en el hecho de que En esa época hubo una floración en la literatura tauromáquica hispana y esa floración se esparció hasta la Hispanoamérica y por ende a la República Mexicana. La realidad consistió en que esas publicaciones llegaron a los anaqueles de las librerías y de allí a las manos de personas cultas y por consiguientes curiosas por leer. Así pasaron a los domicilios de estudiantes, profesionistas y periodistas, que las leyeron por curiosidad primeramente, pero luego ya con el interés de aleccionados en lo que habían ignorado las releyeron, las comentaron, y al hacerlo quedaron convertidos en verdaderos aficionados no en simples concurrentes a las corridas de toros. A esa pléyade cada día mayor porque lo aprendido lo enseñaba por la conversación, ya no fue posible hacerla integrante incondicional de nuestro nacionalismo taurino fundamentado en el odio ancestral al gachupín y en la hipotética superioridad del estilo de torear mexicano. Esa pléyade fueron los artilleros que manejaron los cañones constituidos por las publicaciones tauromáquicas y esos cañones estuvieron formando baterías emplazadas las posiciones campales de los toreros hispanos que después fueron arribando. Esos toreros ya tuvieron metralla con qué responder a los cacharrazos y botellazos que les lanzaban los todavía incondicionales nacionalistas taurinos, ya tuvieron razonamientos técnicos que oponer a los insultos, a las injurias, a las vejaciones. Ya no estuvieron aislados, solitarios, sino que tuvieron valerosos acompañantes, que de la conversación pasaron a la mayor publicidad y difusión sirviéndose del periodismo. Pocos meses después surgió en México el primer periódico taurino mexicano El Arte de la Lidia, hijo en cuanto al encabezado de aquel editado en España. Meses después de la aparición de ese periódico taurino hubo ya en la prensa política y noticiera las reseñas de las corridas de toros y apareció el segundo periódico taurino titulado El Correo de los Toros, escrito y editado por el Señor Don Pedro González Morua, tipógrafo en la imprenta del periódico Diario del Hogar, propiedad del conocido periodista señor Don Filomeno Mata. En seguida ya se generalizó la literatura taurina mexicana, recurriendo también a ella para defenderse los paladines de nuestro nacionalismo taurino, editando un periódico titulado La Sombra de Gaviño porque el célebre don Bernardo ya había fallecido trágicamente, a consecuencia de una cornada. El Pontífice entonces de nuestro nacionalismo taurino era Ponciano Díaz. Y también en la prensa política y noticiera hubo adalides defensores de aquel nuestro nacionalismo taurino y la contienda se entabló entre los mexicanos netos, según se calificaron los nacionalistas y los agachupinados, los chaquetas, según calificaron a los que aleccionados por los periódicos y libros tauromáquicos habían evolucionado hacia otro estilo de torear. Esa contienda plena de incidentes, de apasionamientos, de actividad, de vitalidad, igualmente por ambos bandos, duró cinco años, desde 1885 hasta 1890. Entonces, ya quedó completamente derrotado nuestro nacionalismo taurino fundamentado en el odio al gachupín y en la superioridad hipotética del estilo mexicano de torear.99

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Cuesta Baquero: “Nuestro nacionalismo...”, op. Cit., p. 10-11.

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Un referente de valor es el compendio denominado LECTURAS TAURINAS DEL SIGLO XIX,100 antología preparada por Bibliófilos Taurinos de México en 1987, con motivo de los cien años de corridas de toros en la ciudad de México. Allí están reunidas las más representativas, pero no todas, las cuales son: 1) José Joaquín Fernández de Lizardi: “Sobre la diversión de toros”. Publicada por la Imprenta de doña María Fernández de Jáuregui, el jueves 4 de mayo de 1815., p. 15-28. 2) José Joaquín Fernández de Lizardi: “Alacena de Frioleras”. Sábado 13 de mayo de 1815. “Las sombras de Chicharrón, Pachón, Relámpago y Trueno. Conferencia”, p. 29-33. 3) ARROYAL, León de: Pan y Toros. Oración apologética en defensa del estado floreciente de la España, dicha en la plaza de toros por D.N. en el año de 1794. Imprenta de Ontiveros, 1820., p.33-51. 4) F.P.R.P.: El mexicano. Enemigo del abuso más seductor. México, Imprenta de D. Juan Bautista de Arizpe, 1820., p. 53-59. 5) EL CATOLICISMO Y LAS CORRIDAS DE TOROS. OPÚSCULO. ESCRITO PARA LA ESCLARECIDA DIÓCESIS DE PUEBLA Y OFRECIDO RESPETUOSAMENTE A SU DIGNÍFISIMO OBISPO Y VENERABLE CLERO. Tacubaya, Febrero 15 de 1887. Un Católico., p. 61-96. 6) TIO PUNTILLA: “RECUERDOS DE BERNARDO GAVIÑO. Rasgos biográficos de su vida y trágica muerte por el toro CHICHARRÓN, en la plaza de Texcoco el 31 de enero de 1888//Versos de su testamento y canción popular á PONCIANO DÍAZ”. Orizaba, Tip. Popular, Juan C. Aguilar, 1888. 16 p. (p. 97-124). 7) Francisco Sosa: EPÍSTOLA A UN AMIGO AUSENTE. México, Imp. de la Secretaría de Fomento. Calle de San Andrés número 15. 1888., p. 115-124. 8) Agustín Rivera: ENTRETENIMIENTOS DE UN ENFERMO. EL TORO DE SAN MARCOS, O SEAN MUCHOS CONCEPTOS DE FEIJOO SOBRE LA MATERIA, COPIADOS POR (...). Lagos (de Moreno, Jalisco), 1891 Ausencio López Arce, Impresor. 5ª de la Estación, Número 42., p. 125-142. 9) Rafael Medina (Seud. Pedro Arbués): Taurinas. Colección de cuentos, epigramas, anécdotas, chascarrillos, etc. Escritos por (...). Prólogo de P. Drin, Intermedio de Villamelón y Epílogo de Trespicos. México, 1896. s.p.i. 80 p. Grabs., p. 207-208. Un prólogo firmado por “nadie” (hora es de que ese “nadie” vaya teniendo nombre y apellido. Malo es que no pueda hacerlo a mi nombre, en mi nombre. Esos costos, se pagan caros). En cuanto al resto de las obras que fueron publicadas en México y que hoy día se conocen, contamos con la siguiente información:

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LECTURAS TAURINAS DEL SIGLO XIX (Antología). México, Socicultur-Instituto Nacional de Bellas Artes, Plaza & Valdés, Bibliófilos Taurinos de México, 1987. 222 p. facs., ils.

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INCLÁN, Luis G.: ESPLICACIÓN (sic) DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995. FRONTAURA, Carlos y Joaquín Gaztambide: EN LAS ASTAS DEL TORO. Zarzuela en un acto y en verso, original de (...) y música de (...). México, Imprenta de Juan Nepomuceno del Valle, Puente de San Pedro y San Pablo, Nº 8, 1869. 16 p. (EL TEATRO. Enciclopedia dramática). DELGADO, José (Seud. Pepe Hillo): LA TAUROMAQUIA O ARTE DE TOREAR. OBRA UTILÍSIMA PARA LOS AFICIONADOS DE PROFESIÓN, PARA LOS AFICIONADOS, TODA CLASE DE SUJETOS QUE GUSTEN DE TOROS. POR (...). México, Imprenta de I. Cumplido, Calle del Hospital Real Nº 3, 1887. 58 p. + II de índice. --: Tauromaquia ó arte de torear. Orizaba, Imp. “Popular” de Juan C. Aguilar, 1887, 58 p. --: La Tauromaquia o Arte de Torear. Obra utilísima para los toreros de profesión, para los aficionados y toda clase de sujetos que gustan de toros. Por (...). Primera edición mexicana, corregida al estilo de las suertes del país y aumentada con el uso del manejo de la reata y el jaripeo. Añadido con un vocabulario alfabético de los nombres propios de la Tauromaquia para la mejor comprensión de las suertes. Orizaba, Imprenta “Popular”, Juan C. Aguilar, 1887. 72 p. + 2 de índice. EL ARTE DE MAZZANTINI o MANUAL PARA ASISTIR A LAS CORRIDAS DE TOROS, por DOS BARBIANES. San Luis Potosí, 1887. IBARRA, Domingo: Historia del toreo en México que contiene: El primitivo origen de las lides de toros, reminiscencias desde que en México se levantó el primer redondel, fiasco que hizo el torero español Luis Mazzantini, recuerdos de Bernardo Gaviño y reseña de las corridas habidas en las nuevas plazas de San Rafael, del Paseo y de Colón, en el mes de abril de 1887. México, 1888. Imprenta de J. Reyes Velasco. 128 p. Retrs. LÓPEZ DE MENDOZA, Rafael: “Fotografías instantáneas. Cuadros Críticos. Escritos en verso por el Gral. (...). Las Corridas de Toros”. México, Librería LA ILUSTRACIÓN, 1888. 16 p. III EL CENTRO TAURINO "ESPADA PEDRO ROMERO", LAS OBRAS DE RAFAEL MEDINA. Este centro fue una institución que sesionaba en algún lugar de Tacubaya, hacia la última década del siglo XIX. Allí, se reunieron diversos personajes como Eduardo Noriega, Rafael Medina, Carlos Cuesta Baquero, Eduardo Hoffmann, entre otros, quienes en medio de acaloradas discusiones alrededor de la tauromaquia, entregaron también sus propias conclusiones, cuya memoria fue divulgada en periódicos y revistas de la época. De hecho, 153


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“Taurinas” se convirtió en un divertimento literario y no en el comunicado perfecto sobre la declaración de principios de este cenáculo. Sin embargo, las disecciones teóricas trascendieron gracias a su consistencia, gracias al espíritu de convencimiento que impusieron y se impusieron para aleccionar a una afición –“no en simple concurrencia a las corridas de toros”- como calificó en su momento Cuesta Baquero a esos grupos de asistentes a festejos taurinos que estuvieron privados durante mucho tiempo de la auténtica idea y formación que luego cuajó en el “aficionado” en cuanto tal. Dicha evolución pudo lograrse tras intensa labor comenzada desde 1887, y culminada años después con la presencia de estos encauzadores –refiriéndonos a los integrantes en pleno del Centro Taurino “Espada Pedro Romero”-, mismos que dejaron preparado el terreno para recibir de forma madura y consciente el siglo XX. No se trata de un grupo numeroso, pero sí selecto, cuya capacidad se reflejó en el amplio conocimiento, en una cultura ejemplar y una formación movida por su espíritu inquieto, todo ello en conjunto, razón suficiente para sacudir el viejo esquema que imperó durante cerca de 60 o 70 años, tiempo en el cual se intensificó el “nacionalismo taurino”, detentado en lo fundamental por Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz. Tal periodo – independientemente de su brillantez-, ocasionó estancamiento, un estancamiento de conveniencia favorable a estos dos diestros y a la “afición” o concurrencia, convencida de aquella forma de operar, la cual parecía estar segura de no encontrar obstáculos no tanto en su progreso, objetivo éste el menos prioritario. Sino a la manera en que debía mantenerse estable, sin motivos aparentes de alteración. Es sabida la intensidad, riqueza, invención y reinvención que operaron durante esos años hegemónicos en el toreo nacional, bajo la tutela tanto del gaditano como del atenqueño, aunque en su mayoría, al margen de los postulados teóricos, de los que México estuvo privado, no por desconocimiento (ya hemos visto la cantidad de Tauromaquias de José Delgado o de Francisco Montes que circularon en varias ediciones por aquel entonces) sino por conveniencia, vuelvo a reiterar. No era posible desentenderse o desvincularse de una estructura cuasi corporativa que dejaba buenos dividendos, quedándose eso sí, en un segundo término, la posibilidad laissez faire, de permitir la natural y urgente evolución y actualización de la tauromaquia, conforme a los últimos patrones de comportamiento 154


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experimentados en España, país del cual llegaron los dictados y fundamentos del toreo a pie a la usanza española en versión moderna, todo ello a partir de 1882, pero que se dejaron notar contundentes cinco años después, ocasionando, por consecuencia, el derrumbe de aquella anacrónica estructura levantada y defendida por Bernardo y por Ponciano, incluso hasta su muerte misma, ocurridas, la de aquél en 1886; la de este, en 1899. Por último, debo apuntar que el paso del Centro Taurino “Espada Pedro Romero” fue efímero, pero dejó escuela en el “Centro Taurino Potosino” que desde el centro del país, siguió impulsando la teoría durante buen número de décadas del siglo antepasado.

Un libro dedicado a tan célebre centro de reunión, y algunos de sus integrantes más connotados. Esto, a finales del siglo XIX. Col. del autor.

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ESPECULACIONES HISTÓRICAS. DE LA CREDIBILIDAD A LA SOSPECHA. UNA REVISIÓN MINUCIOSA A “LAS CORRIDAS DE TOROS” DE RAFAEL LÓPEZ DE MENDOZA.

Las presentes notas, corresponden a las “Fotografías instantáneas. Cuadros Críticos. Escritos en verso por el Gral. Rafael López de Mendoza. Las Corridas de Toros”. México, Librería LA ILUSTRACIÓN, 1888. 16 pp. Debo el obsequio de este ejemplar fotocopiado al Lic. José Rodríguez. Apenas un año atrás, y en febrero de 1887, las corridas de toros retornaron a la ciudad de México; precisamente el 20 de febrero101 luego de ser derogado el decreto de prohibición, emanado de la Ley de dotación de fondos municipales del 28 de noviembre de 1867. Diversos empresarios, en sociedad con algunos toreros, pronto se dieron cuenta de las enormes posibilidades económicas generadas por la opción que representaba la recuperación de un espectáculo que, al margen de la prohibición en la capital del país, podían disfrutarla los espectadores en plazas como la del Huisachal, Cuautitlán, Puebla, Texcoco, Tlalnepantla, Toluca que eran las más inmediatas a la ciudad capital. Fue tal aquella condición que pronto inició la construcción de diversas plazas, a las que se sumó un verdadero movimiento de la prensa, desde la cual se establecieron diversas tribunas que alentaron el entusiasmo. Plumas y voces como las de Enrique Chavarri “Juvenal”, Francisco Sosa o de Rafael López de Mendoza mostraron su rechazo de diversas formas entre la oleada sin precedentes de aquella movilización extraordinaria. Entendiendo la visión crítica de estas ideologías, puede percibirse el conjunto de excesos que representaba vivir bajo el síndrome taurino que se registró en lo particular durante el año de 1888. Mientras la prensa taurina pro-nacionalista o pro-hispanista contó 101

PIEZA -Cartel taurino. -Medidas: 17.4 x 57.8 cm. -Características principales: PLAZA DE TOROS / CALZADA DE San RAFAEL / ¡¡Primera Corrida de Estreno!! / PARA LA TARDE DEL / DOMINGO 20 / DE FEBRERO DE 1887. / Selecta Cuadrilla escogida / por el Célebre y popular / Diestro Mexicano / Ponciano Díaz, / Compuesta de 3 Espadas, 6 Picadores, / 6 Banderilleros, etc., etc. / Se lidiarán / ¡6 TOROS! / A MUERTE / De la ya muy Acreditada Hacienda / De Parangueo / Escogidos también por el mencionado Primer Espada MEXICANO / Terminando la Corrida con un 7 TORO EMBOLADO / Para los aficionados. / La corrida empezará a las 4 en punto / AL DAR LA SEÑAL LA AUTORIDAD / Las puertas de la plaza se abrirán a la una. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Fuente: Colección del autor. -Imprenta: Tip. Callejón del Ratón núm. 2.

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con elementos de más para publicar y difundir sus ideas en diversas publicaciones, en las que también no dejaba de hablarse de los abusos, corruptelas y otras guasas de empresarios, toreros, ganaderos y hasta subalternos con lo que los aficionados tenían motivo suficiente para soliviantarse, estallando en broncas de pronóstico que terminaron en más de una ocasión con la destrucción parcial o total de la plaza. Todos estos factores dieron motivo para que las autoridades dispusieran la prohibición como medida no represiva, sino correctiva para hacer ver que disturbios como aquellos, nada bueno traían. Si esta reflexión provenía de la prensa taurina, qué se podría esperar de la prensa diaria o de los semanarios que veían desde fuera todos los síntomas registrados por un espectáculo que se relajaba más y más, sin que pudieran verse cambios significativos, sobre todo en lo referente a corregir lo incorregible en unos momentos en los que la fiesta de toros, a pesar de aquellos inconvenientes, encontraba misteriosos estímulos, los cuales empujaban por caminos indeseados a toda la estructura participante que, en medio de la fascinación no se daban cuenta cabal del enrarecido ambiente, causante de aquel estado de cosas. Mientras unos advertían, otros festinaban. Algunos más, lanzaban opiniones críticas y centradas sobre aquellos excesos, traducidos en las nueve plazas, cuatro escuelas de tauromaquia y la irrupción de toreros españoles que se sumaron a una inestable presencia de los nacionales, encabezada fundamentalmente por Ponciano Díaz. Dicha inestabilidad fue el resultado de la dispersión de toreros inmediatamente después de haberse puesto en práctica el decreto prohibitivo de 1867, creándose pequeños feudos o monopolios en los estados más representativos, donde la afición a los toros era sólida e intensa. El retorno que estimuló la reactivación (a partir del 20 de febrero de 1887), no presentó cosas favorables para los diestros mexicanos, quienes se encontraron con un panorama cubierto ampliamente –pero no en su totalidad-, por toreros hispanos los que, desde 1882 comenzaron a ubicarse en puntos estratégicos, dejando o quedando sitios de privilegio para Ponciano Díaz, Ignacio Gadea, Pedro Calderón de la Barca, Gerardo Santa Cruz Polanco, Timoteo Rodríguez y algunos más. Por eso, los versos de López de Mendoza se refieren a esa circunstancia y no a otra. Más bien, encontramos en su discurso poético –tan parecido desde luego al de Francisco 157


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Sosa en su Epístola a un amigo ausente del mismo año-, la crítica acerca de las actitudes populares fuera de control, donde solos o en masa eran capaces de cometer excesos ya por lo ridículo en uno o lo espantoso en muchos. Los hay que quieren hacer réplica del personaje más “chic” del momento y se convierten en una mala y hasta ridícula copia. Esta crónica citadina en verso, retrata y reprocha a los buenos estudiantes, a los jornaleros que se dejan llevar por el encanto de Tauro. Habla del lenguaje florido, lo mismo en La Concordia que en cualquier plaza de toros. Sin embargo, lo que más apunta es de las corridas de toros, ese estereotipo que si no renació de las cenizas, casi..., se constituyó en un símbolo emblemático sin parecidos con el comportamiento –por ejemplo, de este mismo espectáculo durante el año de 1852, cuando entre las plazas de San Pablo y Paseo Nuevo se dieron alrededor de 53 festejos (los que se localizaron en diversas fuentes hemerográficas y bibliográficas plenamente sustentadas) que apenas registran un pequeño incidente ocurrido no en ese año, sino en noviembre de 1851, justo el 30 de aquel mes. Era la segunda corrida luego de la inauguración del coso. Actuaba Bernardo Gaviño y su cuadrilla con siete toros, incluso el embolado de la hacienda del Cazadero102. Y aunque desde 1887 y 1888 se pretende reglamentar el espectáculo taurino

102

Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 140. “ESCÁNDALO.-Ayer, en la nueva plaza de toros, la fuerza armada que la autoridad envía para cuidar del orden mostró el mayor empeño en alterarlo y en insultar y atacar a los concurrentes. “En esa diversión ha sido siempre costumbre que el público grite aplaudiendo o censurando los lances que ocurren en la corrida y jamás ha resultado de esto daño alguno. “Pero ayer los soldados quisieron imponer silencio a algunas personas y para ello aun usaron de sus fusiles, dando culatazos, calando bayoneta y queriendo hacer fuego y si no ocurrió una desgracia lamentable, esto se debe sólo a que entre los concurrentes hubo quienes no permitieron a los soldados consumar sus atentados. La autoridad permaneció impasible. “El público, justamente indignado, comenzó a gritar: ¡Fuera, los soldados!, y estos se retiraron... “Triste es que quienes así se conducen sean hombres que sirven en lo que se llama guardia nacional, y muy sensible que las autoridades no repriman sus escesos. Es muy de notar que todo esto pasó en presencia del Sr. Presidente de la República, que honraba con su asistencia la corrida de toros”. (El Siglo XIX, Nº 2836, del martes 2 de diciembre de 1851). Por su parte, MIGUEL MARÍA DE AZCÁRATE, coronel retirado y gobernador del Distrito Federal, hizo del conocimiento “Que entretanto se publica el reglamento que he creído conveniente para la diversión de Toros, con el deseo de evitar los peligros a que se exponen los toreros, cuando se arrojan a la plaza frutas o cáscaras de éstas y cualquiera otro objeto, que pueda ocasionarles resbalones o caidas, he dispuesto lo siguiente: ART. ÚNICO. Se prohíbe en las diversiones de Toros tirar a la plaza frutas, cáscaras, ó cualquiera otro objeto que pueda causar algún mal a los toreros, bajo la pena de 5 a 50 pesos de multa, o de tres días a tres meses de grillete, sin perjuicio de la que imponga la autoridad competente por el daño que se ocasione. Y para que llegue a noticia de todos mando se publique por bando en esta capital, y en los demás lugares de la comprensión del Distrito fijándose en los parajes de costumbre. México, Diciembre 28 de 1851. Miguel M. De Azcárate Mariano Guerra, secretario.

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–disponiendo para el caso de la vieja norma de Luis Quintanar de 1822, y algunos bocetos de un reglamento, modelo de la anterior disposición, elaborados en 1852-, fue hasta 1895 en que estuvo vigente un reglamento en toda forma. Tantos años como estuvo acéfalo el espectáculo, con apenas algún intento de control, permitió que ocurrieran aquellos excesos, provocando algunas suspensiones temporales entre el periodo 18901894103. Las autoridades no contaban con elementos legales emanados del espectáculo que en sí mismo debía regirse con criterios establecidos por los usos y costumbres. La crónica en verso de López de Mendoza es un vivo retrato de la realidad. Este personaje extraído de las milicias porfirianas, pero que parece traer una trayectoria donde parece haber participado en diversas batallas importantes, resultaba un desconocido hasta que tuve oportunidad de conocer otra obra suya, publicada y representada en 1887104, junto a otros “juguetes cómicos” y obras de teatro menor. López de Mendoza parece ser el autor de otros trabajos bajo la idea de esos “Cuadros críticos”, donde temas como: Los Empeñeros, Los jugadores y los dueños de garitos, Los Lagartijos y las pollas del día; o Los mendigos de levita, Las Garbanceras y los Catrines fueron recogidos en

José Francisco Coello Ugalde: “CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MEXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICION. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, 1996 (tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 238 pp., pp. 205-206. 103

OTRA PROHIBICION, DESAHOGO Y REFUGIO. El día 2 de noviembre de 1890 se arma tremenda bronca en la plaza de toros "Colón" donde se jugaron astados de Guanamé por Carlos Borrego "Zocato" y Vicente Ferrer. Fue tan malo el ganado y causó tal malestar que obligó a las autoridades a suspender las corridas de toros por cuatro años. Y como ya hemos visto, los incidentes de aquella tarde se desarrollaron en medio de actos violentos. Ponciano Díaz, por su cuenta, emprende una campaña taurina por todos los puntos de la república, encabezando su cuadrilla hispano-mexicana y aprovechando públicos marginados en información. La pléyade de toreros españoles en México nunca tuvo respuesta de intercambio, ni siquiera mínima en la península. ¿Qué toreros nuestros con mérito hubieran podido cruzar el charco si los alcances artísticos y técnicos eran despreciables? Por eso en nuestra nación abundaron diestros mexicanos y españoles que con verdades y mentiras sostuvieron una fiesta prácticamente desordenada de nuevo. Y aquella empresa de sólida estructura, la que mostraba el edificio del toreo moderno en adecuadas condiciones de operación, llegó a tambalearse peligrosamente en una oscilación cuya intensidad fue 1890-1894. Se antoja proponer a aquellos años como de "ensayos y pruebas" donde a partir de 1887 y hasta el año de 1907 -momento de la aparición del gran Rodolfo Gaona- se suceden situaciones que convergen y divergen en una marea sin descanso. 104 Rafael López de Mendoza: TOREROS EN MÉXICO. A PROPÓSITO. EN DOS CUADROS Y EN VERSO. ORIGINAL DEL GENERAL (...). Estrenado la noche del Domingo 9 de Octubre de 1887, en el Teatro Abreu, por la Compañía Dramática del primer actor español D. Segismundo Cervi. México, Antigua Imprenta de Murguía, 1887. 40 pp.

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aquellas “fotografías instantáneas”, de las que no escapó el mismísimo Ponciano Díaz en la obra denominada “Ahora Ponciano”, del propio General Rafael López de Mendoza. Al margen de su posición, el autor nos obsequia una puntual crónica de toros, aderezada de retratos a veces no muy agradables, porque los registra en algunos casos con malestar. En otras con repugnancia, porque “En nuestras rancias costumbres / ... en México se desata / un furor... diz que taurino...”, causante de una alteración extraordinaria registrada por los habitantes de la capital del país. 1888105 resultó ser un año muy intenso en actividad taurina que no daba respiro suficiente para asimilar uno, cuando llegaba otro, en ocasiones hasta cuatro veces por 105

Coello Ugalde, op. Cit., pp. 198-203. Apud., Heriberto Lanfranchi. La fiesta brava..., op. Cit., T. II., p. 655-8. Además: Torero (T), Picador (P), Banderillero (B), Otros (O). -José de la Luz Gavidia "El Chato" (T) -Atenógenes de la Torre (P) -Rafael Calderón de la Barca (T) -Felícitos Mejías "El Veracruzano" (T) -Genovevo Pardo "El Poblano" (T) -Carlos Sánchez (B) -José Ma. Mota (P) -Agustín Oropeza (P) -Celso González (P) -Carlos López "El Manchao" (B) -Abrahám Parra "El Borrego" (T) -Pedro García (B) -Natividad Contreras "El Charrito del siglo) (T. y desde el caballo) -Ramón Márquez (B) -Pompeyo Ramos (B) -Casto Díaz (B) -Antonio Vanegas "Chanate" (B) -José Basauri ()T) -Timoteo Rodríguez (T) -Jesús Adame (T) -Ignacio Gadea (desde el caballo) -Antonio González "El Orizabeño" (T) -Refugio Sánchez "Lengua de Bola" (B) -Valentín Zavala (T) -Francisco Aguirre "Gallito" (B) -Adalberto Reyes "Saleri mexicano" (B) -Miguel Acevedo (P) -Francisco Anguiano (P) -Jesús Carmona (P) -Vicente Conde "El Güerito" (T) -Juan Corona (P) -Ireneo García (P) -Piedad García (P) -Antonio Mercado "Santín" (P) -Cándido Reyes (P)

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DIESTROS ESPAÑOLES -Carlos Borrego "Zocato" -Juan Antonio Cervera "El Cordobés" -Antonio Escobar "El Boto" -Francisco González "Faico" -Antonio Guerrero "Guerrerito" -Manuel Hermosilla -Joaquín Hernández "Parrao" -Juan Jiménez "El Ecijano" -Gabriel López "Mateito" -José Machío -Valentín Martín -Luis Mazzantini -Tomás Parrondo "El Manchao" -Diego Prieto "Cuatro Dedos" -Enrique Santos "Tortero" NOVILLEROS -Joaquín Artau -Leopoldo Camaleño -Manuel Cervera Pacheco -Antonio Díaz Lavi -Manuel Díaz Lavi "El Habanero" -Juan José Durán "Pipa" -Pedro Fernández "Valdemoro" -Andrés Fontela -Fernando Gutiérrez "El Niño" -Juan León "El Mestizo" -Manuel Machío -José Machío Trigo -José Martínez Galindo -Juan Mateo "Juaniqui" -Juan Moreno "El Americano" -Vicente Navarro "El Tito" -Arturo Paramio -Diego Rodríguez "Silverio Chico" -José Romero "Frascuelillo". Por otro lado y en la permanente revisión de fuentes para lograr un panorama más amplio sobre el ambiente del espectáculo, luego de su recuperación en la ciudad de México, encontré en la obra majestuosa del COSSIO (T. 9, p. 315-7) una importantísima reseña publicada en España, y en El Toreo Sevillano (enero de 1889) que presenta un resumen de la temporada del año anterior en nuestro país y en la que se puede observar la relevancia que habían adquirido en el país las corridas de toros; el gran número de ganaderías y toreros de la tierra, así como el número de corridas celebradas: AÑO DE 1888 Temporada Taurina EN MEXICO Desde el primero domingo de Enero hasta el domingo 30 de Diciembre del año 1888, se han celebrado en las cinco plazas de la capital de la República 127 corridas lidiándose 723 toros de ganaderías mexicanas y españolas como se verá por los siguientes datos: Plaza de Bucareli Idem del Paseo Idem del Coliseo Idem de Colón Idem de San Rafael Total

35 corridas 31 " 31 " 27 " 3 " 127 corridas.

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Se jugaron en dichas corridas 723 toros de 53 ganaderías mexicanas y 9 españolas, bajo esta forma: Ganaderías mexicanas.-Venadero 61, Cazadero 44, Atenco 42, San Simón 41, Canario 41, Soledad 30, Jalpa 23, Cieneguilla 22, Guanamé 21, Mezquite Gordo 21, Jalapilla 19, Salitre 18, Desconocidas 18, Ramos 17, Santín 15, Buenavista 14, Guatimapé 13, San Diego de los Padres 12, Parangueo 12, Canaleja 12, Montenegro 12, Maravillas 12, Meztepec 11, Bramino de Arandas 11, Estancia Grande 10, Santa Cruz 10, Fortín 10, Cercado de Bayas 9, San Pedro Piedra Gorda 7, Ortega 7, Cuatro 7, Nopalapan 6, Jaral 6, San Francisco 6, Guaracha 6, Sauceda 6, Rosario 6, Cubo 6, Santa Lucía 5, San Antonio 5, Calera 5, San Diego Xuchil 5, Ayala 5, Plan de la Barca 4, Tulipan 4, Bringas 4, Noria de Charcas 3, Hacienda de la H 3, San Isidro 3, San Gerónimo 3, San Cristóbal 3, Santa Rosa 1, San Clemente 1.-Total 697 toros. Ganaderías españolas.-De Heredia 6, Hernán 3, Saltillo 3, Benjumea 3, Conde de la Patilla 3, Concha y Sierra 3, Miura 2, de procedencia desconocida 2, Anastasio Martín 1.-Total 26 toros. De éstos, dos no se mataron, siendo uno de Concha y Sierra y otro de Anastasio Martín. En las 127 corridas verificadas en México en el año 1888, han tomado parte en la lidia 170 diestros y 35 aficionados. Espadas.-Artau Joaquín, Borrego Carlos "Zocato", Díaz Ponciano, Díaz Lavi Manuel el "Habanero", Fontela Andrés, Flores Antonio, Gadea Ignacio, Gutiérrez Fernando el "Niño", González Antonio "Frasquito", Hermosilla Manuel, Jiménez Juan el "Ecijano", López Gabriel "Mateíto", Lobo Fernando "Lobito", Leal Cayetano "Pepe-Hillo", León Juan el "Mestizo", Mazzantini Luis, Martín Valentín, Machio José, Moreno Juan el "Americano", Navarro Vicente el "Tito", Prieto Diego "Cuatro dedos", Parrondo Tomás el "Manchao", Polanco Gerardo, Zavala y otro espada. Picadores.-Blázquez Laureano, Carmona Jesús, Carmona Pedro, Conde Vicente el "Güerito", Conde Vicente (h), Conde Emilio, Camacho Antonio, Cueto Félix, Figueroa Eulogio, Gómez Cornelio, García Piedad, García Ramón, García Pedro, García Federico, García Ireneo, García Juan, Bayard José "Badila", González Celso, Gochicoa Federico, González Filomeno "Cholula", González Nieves, Hernández J.M., Mota J.M., Mota Domingo, Mercado Ramón "Cantaritos", Mercado Pablo, Morales Guadalupe, Mosqueda Francisco, Morales Amado, Oropeza Agustín, Oropeza I.M., Pérez Antonio el "Charol", Pérez Manuel el "Sastre", Reyes Arcadio, Rodríguez Manuel "Cantares", Reyes Adolfo, Recillas Juan de la Luz, Romero Antonio, Reyes Ramón, Rosas Manuel "Pelayo", Rodríguez Antonio el "Nene", Ramón Jesús, Nava Manuel, Sánchez Enrique el "Albañil", Saez Rafael el "Pintor", Sierra Benigno, Talavera Demetrio, Tovar Pascual, Vargas Juan "Varguitas" y un desconocido. Banderilleros.-Anaya Anastasio, Adame Angel, Blanco Manuel "Blanquito", Bonar Francisco "Bonarillo", Barreras Elías el "Aragonés", Antúnez Antonio "Tovalo", Calderón de la Barca, Blanco Jesús, Cañiveral Ramón el "Campanero", Cermeño Juan, Carbajal Francisco el "Pollo", Cortés José León, Cao Faustino el "Rochano", Diego Francisco "Corito", Delgado Luis S., Domínguez Manuel, Escacena José, Fragoso Jesús el "Mutilado", García Antonio el "Morenito", Gómez Antonio el "Chiquitín", González Antonio el "Orizabeño", Galea José, Gallegos Vicente, Gadea Amado, Gadea I.M., Gadea Ignacio (h), González Patricio, Garnica Emeterio, García Emeterio, García Florencio el "Tanganito", García Carlos, Gutiérrez Benito el "Asturiano", Gudiño Juan, Girón Aurelio, García Antonio "Alegría", Hernández José el "Americano", Hernández Mauricio, Hernández Francisco, Lobato Francisco, López Ramón, López José "Cuquito", Lobo Antonio "Lobito Chico", Lara Eugenio el "Maestro", Muñóz Joaquín el "Belloto", Muñóz Rafael el "Mochilón", Mejía Francisco, Manero Manuel "Minuto", Mercado Jesús, Miranda Antonio el "Pipo", Morales Manuel "Mazzantinito", Mendoza Diego el "Curro", Marquina Francisco "Templao", López Carlos el "Manchado", Mejía Manuel "Bienvenida", Machio Manuel, Mazzantini Tomás, Monje José "Candelas", Márquez Ramón, Mercadilla Antonio "Zenzontle", Navarro Miguel el "Cartagenero", Nava Julián, Pujol Alberto el "Cubano", Pardo Francisco el "Trallero", Osed Agustín, Pérez Ramón, Pardo Genovevo, Pompeyo José, Paredes Salvador "Redondillo", Romero Juan "Saleri", Recatero Victoriano "Regaterín", Recatero Luis "Regaterillo", Orozco José "Laborda", Sánchez Carlos, Sánchez Francisco, Sosa Darío, Sánchez Hipólito, Torre Atenógenes de la, Vaquero Francisco "Vaquerito", Vieyra Tomás, Villegas Francisco "Naranjito", Vázquez Enrique "Montelirio", Velázquez José "Torerito", Zayas Antonio, (tres peones cuyos nombres no dieron los carteles y otro banderillero desconocido). Puntilleros.-Audelo Inés, Reyes I.M., (h), Puerta Romualdo "Montañés". En las corridas formales del año de 1888, el número de toros que cada espada ha matado, es el siguiente: Ponciano Díaz Carlos Borrego "Zocato" Vicente Navarro "El Tito" Diego Prieto "Cuatrodedos" Gabriel López "Mateíto"

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145 87 60 58 43


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semana. El Distrito Federal se ahogaba en toros, y ese agobio era respuesta de la puesta en escena de un buen número de festejos que alcanzaron incluso, a varios teatros a donde iban a dilucidarse si Mazzantini era mejor que Ponciano o viceversa. En el fondo, se estimulaba el patrioterismo, causante de pleitos y disputas por un patriotismo mal entendido. La música, las hojas de papel volando se sumaron a aquella exaltación que no se había dado en tales términos de exageración. Creo que por estas razones, creció el malestar de quienes no siendo afectos al toreo, tenían que soportar aquella invasión, la cual alentaba su rechazo absoluto. No todo es “corrida magna”, pues de ahí se podía pasar a la agitación de “las humanas oleadas / encima de los andamios, / cuando se escuchan bravatas / y hay muertos, golpes y heridos...” Y efectivamente, la prensa de la época, tanto los periódicos taurinos como los de noticias generales nos hablan de aquellos pasajes en donde la bandera de la patriotería ondeaba en medio del desconcierto más absoluto. Parece que el ardiente fervor estaba herido en el fondo por la presencia española, aquella “reconquista vestida de luces”106 que con sus métodos positivos y negativos también impuso sus reales para Fernando Lobo "Lobito" Manuel Hermosilla Juan Jiménez "El Ecijano" Luis Mazzantini Valentín Martín Otro matador Joaquín Artau Valentín Zavala Gerardo Santa Cruz Polanco Cayetano Leal "Pepe-Hillo" Antonio González "Frasquito" Juan León "El Mestizo" Antonio Flores Tomás Parrondo "Manchado" Díaz Lavi "El Habanero" Ignacio Gadea José Machío Juan Moreno "El Americano" Andrés Frontela Fernando Gutiérrez "El Niño" Total 106

34 22 22 21 21 21 18 15 14 9 8 6 6 5 5 3 2 2 2 2 631

La reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión

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extirpar de una vez por todas las formas del quehacer nacionalista, encabezado por Ponciano Díaz y sus huestes, que defendieron a ultranza una posición amenazada. Sin embargo una serie de síntomas extraños comenzó a operar con tal velocidad, siendo el propio Ponciano el primero en resentirlos violentamente. Sucede que siendo un auténtico ídolo antes de su viaje a España, donde asumió el doctorado en tauromaquia (acontecimiento que ocurrió el 17 de octubre de 1889 en la plaza de toros de Madrid, alternando con Salvador Sánchez “Frascuelo” y Rafael Guerra “Guerrita”, en la lidia de toros del Duque de Veragua y Orozco), esto representaba una bofetada a las pasiones encendidas, lo que en otras palabras se entendía como una “traición al toreo nacional”. A su regreso –finales de 1889-, las cosas ya no fueron como antes. Empezó su rápido declive, y también la pérdida de popularidad que, para recuperarla tuvo que meterse a empresario. Los resultados no fueron nada agradables, pues presentando ganado de procedencia desconocida, ofreciendo un mal juego en lo general, le generaba severas reprimendas de la prensa, o ridiculizándole en caricaturas y editoriales feroces, donde lo que no se le dijo en su momento por devoción, se le dijo en otro por convicción, instándole a retractarse, cosa que no se consiguió. Algunos otros toreros mexicanos entendieron que ya no podía hacerse más, por lo que desaparecieron del panorama, o tuvieron que aliarse a la nueva situación. Pero también los españoles tenían lo suyo. Así como los hubo entregados a su oficio, los hubo deshonestos y abusivos. Del incidente del 16 de marzo de 1887, donde Luis Mazzantini protagonizó un escándalo mayor, debido en buena medida a los “pésimos toros” de Santa Ana la Presa. Terminada la corrida tuvo que salir de la plaza bajo el resguardo de la policía, evitando así más agresiones. Al llegar a la estación del ferrocarril, apresurando su salida del país, todavía vestido de luces, se quitó una zapatilla y sacudiéndola con desaire expresó: “¡De este país de salvajes, ni el polvo quiero...!” Sin embargo la prensa – quisquillosa que era-, respondió: “¡pero qué tal las bolsas de dinero!” Allí está el caso de mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

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Diego Prieto quien timó a más de un ganadero deseoso de mejorar su raza bovina..., con toros de desecho ofrecidos por el “Cuatro dedos”. Este es, en parte, el estado que guarda la fiesta taurina en 1888, dejando de poner la debida atención a aspectos de la técnica y la estética que empiezan a tomar auge. También no puede dejar de mencionarse el papel que jugaron los hacendados que se volvieron ganaderos y en fin, otro conjunto de cauces registrados en un año que reporta una de las actividades taurinas más intensas que se recuerden. El toreo habría de salvar muchas irregularidades entre las cuales, una desmedida pasión, como reflejo fanático de patrioterismo fue de los primeros aspectos atendidos para evitar su proliferación, con lo cual se atenuaría la desbocada atención de quienes siendo feroces espectadores, se convirtieron en más o menos sensatos aficionados. El verso que aquí se anota y se incluye, no necesita de un análisis literario profundo, no porque no lo requiera, tratándose de una construcción más bien sencilla, sino porque nos muestra verídicamente qué pasaba en los toros, a los ojos de una mente que maduró su crítica, teniendo como parámetro su obra teatral TOREROS EN MÉXICO, de 1887 en la que quedaron exaltados los ámbitos de un espectáculo el cual en ese año tan especial, fue adquiriendo la figura proporcional primero; luego desproporcionada que se desbocó en 1888, cuando en la ciudad de México operan hasta seis plazas al unísono. Y lo que comienza siendo un negocio seguro, pronto se alteró, enfrentándose a la inminente catástrofe, porque de las plazas llenas en un principio, se pasó a plazas a medio llenar o semivacías, debido a la desgastante competencia, a la sobreexplotación de ganado, lidiándose lo mismo de haciendas reconocidas que de las de origen incierto (del agarradero se dice en el medio taurino). Finalmente, el papel de la prensa funcionó, porque su labor de convencimiento encauzó la diversidad de opiniones al menos por el camino deseable: la razón. Quedó atrás una inestabilidad encontrada, en la que el toreo nacional terminó asimilándose y adhiriéndose al capítulo del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Quedó atrás todo ese conjunto de desórdenes que alcanzó niveles de relativa calma o tranquilidad hasta el último lustro del siglo XIX, tiempo en que para bien o para mal, dominaban los españoles, con ganado hispano, mientras se esperaba la presencia de toros mexicanos cuya cruza 165


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entre castas y razas diversas, diera como resultado el tipo de toro que necesitaba la fiesta, porque en medio de cualquier caos, el toro es eje fundamental y es quien define, como se definió a finales del siglo XIX; o como se establece en este amanecer del XXI el ritmo de un espectáculo peculiar que superó aquellos capítulos de desorden en unos momentos en que se establecía el origen de una nueva edad o época que cambió en buena medida el destino de la fiesta que rebasa el siglo de evolución bajo ese concepto, pero dentro de los casi 475 años de recorrido total en estas tierras. A continuación, incluyo la obra completa de estos versos de Rafael López de Mendoza. RAFAEL LÓPEZ DE MENDOZA: “Fotografías instantáneas. Cuadros Críticos. Escritos en verso por el Gral. (...). Las Corridas de Toros”. México, Librería LA ILUSTRACIÓN, 1888. 16 pp. LAS CORRIDAS DE TOROS Estamos ya colocados Según Zúñiga y Miranda, Bajo el dominio de Tauro; La elíptica está cambiada En nuestras rancias costumbres Y en México se desata Un furor... diz que taurino, Que parece arte de magia Ver cómo ha cambiado todo En unas cuantas semanas. Solo se piensa en piquetes, En las buenas estocadas, En los buenos capotazos, Verónicas y Navarras, En el quiebro y el requiebro, En la metida de vara Y en un buen par delantero Hasta la merita chapa Del alma del animal; Se entiende, la cosa es clara: En saltar bien la barrera Con mucha soltura y gracia, En el breve descabello A puro pulso, no es nada; En el pase de telón Que al cornúpeto desarma; Naturales y de pecho Con mucha destreza y calma, En los lujosos recortes Limpiando al bicho la baba Y en otros mil perendengues Que hoy tenemos en usanza. En los bichos corni abiertos Asti-finos y de lámina, En el poder del cornúpeto Y su colosal pujanza,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. En su codicia al buscar Al chulillo de la capa, Encajándole algún cuerno En el Portín Calatrava Dejándole tan mal trecho, Que cual bandera, en un asta Se lleva los intestinos Paseándolos por la plaza. Hoy; los buenos estudiantes No concurren a las aulas, Porque dejan los estudios En unión de camaradas Que se van a contemplar A Diego Prieto y comparsa. Hoy; los empeños negocian Como nunca negociaran, Que la gente jornalera Por ir al toro, empeñara Hasta la única camisa Que tienen puesta, de manta. El comercio, nada vende, Los negocios ya no marchan, No se escucha más que ¡toros! ¡Toros ¡ ¡Toros! Y no es nada, Lo que es peor todavía Mil pleitos y puñaladas, Borracheras a granel Y pendencias en las plazas, En presencia de señoras Que tienen de hielo el alma. Los teatros no tienen gente, La concurrencia es escasa: Y es tal la costumbre ya Que tiene, de batir palmas Creyendo estar en los toros Entre bulla y algazara, Que hasta el pobre alumbrador De un teatro de cuarta escala Fue victima ya hace días De insolencias y amenazas. Son tantos los personajes De coleta que aquí vagan, Que a México han declarado Completo corral de vacas, Hagamos pues el retrato De esta gente tan bizarra. Una trenza delgadita Perfectamente trenzada Debajo del occipucio Como un galeno llamara; Unas mechas a los lados En las sienes, aplastadas, Y un mechón sobre la frente A lo Bell; lampiña cara; Y un fieltro cual quesadilla

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. De muy regulares alas. Una chaquetilla corta Cayendo sobre una faja De trescientos mil colores Perfectamente ajustada, Camisa de fina tela Con la pechera ahuevada, Chaleco a todo descote Con leontina aquilatada Semejante a un calabrote Con dijes y faramallas; Anillos en cada dedo Do se fijan las miradas De todos los lagartijos Y de espumosas lagartas. Pantalones ajustados Donde señalan las nalgas Y... las piernas, por supuesto Nada más eso faltara Que no enseñaran sus formas, Figuras tan... ¡lengua calla! Que hay verdades como un dulce Y que sin embargo amargan Porque no saben comerlas Los que tienen que tragarlas. Pues bien: van á la Concordia, Invaden toda la casa, Forman diversos corrillos Y en ellos lanzan palabras Tan soeces y groseras Que causa grima escucharlas, Y aquel centro de reunión De gente bien educada En otros tiempos, hoy es Una perfecta cloaca. Los días de toros ¡Jesús! De fantasía se acicalan Y acuden á la corrida. A ser héroes en la plaza, Y por verlos torear Escuchan lo que allí pasa: Hombres, mujeres y niños Se agrupan allá en la entrada, Se machucan y apabullan, Se esprimen si no se aplastan, Se roban unos a otros, Se lanzan fieras palabras, Salen a luz los puñales, Los tranchetes y navajas, Pistolas y cortaplumas Y tiradas de naranjas; La tropa da culatazos A la terrible oleada De gente, que se desquicia Por penetrar a la plaza; Una vez en los lugares

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Que han tomado con mil ansias, Sale al ruedo la cuadrilla Precedida de una marcha Y cambiados los capotes Como es allí de ordenanza, Sale a la arena el primero, De muchas libras y estampa. Recorre el toro el anillo Rugiendo feroz de rabia Y desde el opuesto extremo En vez de caballo, un arpa, Vé que monta un picador Que allí le espera con calma; Llega, la puya se siente Sobre el morrillo, y el asta Introduce con encono Del animal en la panza, Vaciando completamente La cavidad que formara: El picador cae al suelo, Con trabajos se levanta Mientras que al quite se pone Según el arte, el espada A cubrir al desdichado Con una suerte de capa. Esta cosa se repite Muchas veces, la algazara, Los gritos y los denuestos Se ponen allí e privanza, Y grita el pueblo sediento ¡Más caballos a la plaza! .......... ........... Tocan a cambiar la suerte Y el banderillero marcha En pos del fiero enemigo; Poco a poco se le encara Con un palo en cada mano; El bicho le vé, le arranca Y aquel hombre se le escurre Clavándole el par; las palmas Retumban por el espacio, Suenan después las dianas, Unos tiran sus sombreros, Otros puros, otros plata, Y una completa ovación Termina la suerte. Calma Su furor la plebe luego Porque la corneta marca Que es la hora de la muerte, Y a la lid, sale el espada. Con ella y con la muleta A la presidencia avanza Y una breve alocución Como Juvenal llamara, Autoriza al matador

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. A dar al bicho de baja. Llega, le da varios pases Y cuando el toro se iguala, Le tiende presto en la arena De una soberbia estocada. Salen después las mulillas Compuestas o enjaezadas, Y cargan con el cornúpeto Hacia un corral de matanza. Así se lidian seis toros Y la sangre se derrama Sin compasión en el circo Y el pueblo grita y aclama En confusa vocería Y frenéticas palabras A todos y a cada uno De los toreros; la calma Tan solo se restablece Al prevenir cada tanda. No siempre sucede esto Porque esta es corrida magna Y está mejor y es más buena Si un toro a un torero mata, Como pasó con Saleri En la semana pasada, Pero cuando más se agitan Las humanas oleadas Encima de los andamios, Cuando se escuchan bravatas Y hay muertos, golpes y heridos Y prisiones y amenazas, Es cuando los toros malos No destripan a las arpas. Entonces, ¡poder de Dios!... Vienen sillas a la plaza, Arrancan tablas, tablones, Las barreras y las vallas Y volcán en erupción Es aquel lugar; la zambra No termina sin sus muertos Y algunos por las pedradas, Hasta que la policía Interviene en la cruzada. Estos, estos son los toros, En nuestra querida patria; Estas son las diversiones Que tenemos en usanza Y el resultado se ve De una manera muy clara. ¡Quién! ¡quien nos hubiera dicho Que el destino reservaba A la gran Tenoxtitlán Tanta y tanta y tanta plaga! El juego, las espumosas,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Los toreros, frailes, nanas De aquellas de caridad, Misioneros y comparsa Que acaban con el dinero Que se acuña en mil semanas. ¿Y después?... toman el flete Volteándonos las espaldas Y sacudiendo la ropa, (no los costales de plata) y exclaman ya en el vapor ¡Este país, sí que es Jauja! ¡Estúpidos mexicanos! ¡Qué necios son! Por la pascua Tornaremos otra vez Que son buenas las ganancias! No ha mucho que alguien decía Que el pueblo que dá pedradas A los toreros, no es pueblo Sino salvajes... ¡Que infancia! Cuando ese pueblo a mi ver, Ese pueblo, hablando en plata Da prueba de su cultura Obrando así; no maltrata Ni ha maltratado jamás A la Patti o la Peralta, Recompensa a los artistas Que de aquí van a su patria Llevando gratos recuerdos Y halagüeñas esperanzas. Hoy ya tenemos los pleitos Por mayor; ha unas mañanas Que un Cuatro dedos y otros En unión de ciertas damas Del callejoncito aquel, Ya saben, aquel de marras; Se arañaron y pegaron En Capellanes; navajas Según nos cuentan salieron A relucir, sevillanas, Y hubiera sido un motín Si no ocurre la montada. Ya ven pues nuestros lectores Que nada, nada nos falta Y que si Dios no lo enmienda Viviremos entre astas Por conceptuar feliz A nuestra querida patria. En vez de teatros y escuelas Hoy tenemos nueve plazas; Que han costado capitales De regular importancia: Una: “Plaza de Colón” Frente a Pane situada; Dos en el Paseo Reforma;

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. “El Huisachal”, “Tlalnepantla”, “San Rafael y Belem, “En la Viga y Tacubaya” Y tres más que hay en proyecto Según la prensa diaria. Hay además, cuatro escuelas Llamadas de tauromaquia, Otra en Toluca, otra en Puebla, Otra en la culta Orizaba Y otra, entre nosotros mismos Cuatro veces por semana. Los cuernos por todas partes Con profusión se propalan Y con frecuencia hay quien sufre Continuamente cornadas. Bueno será que el Congreso, Con una buena plumada, Suspenda de entre nosotros Esa diversión tan bárbara; Que viene siendo terrible, Más que terrible una plaga, Que arruina a la sociedad Y a la patria mexicana. FIN

Cuadrillas de Diego Prieto “Cuatrodedos” y de Eduardo Leal “Llaverito”. Además: Enrique Merino “El Zocato”, “Naranjito”, “El Pipo”. “Torerín” y el “Madrileño”. (ca. 1895). C.B. WAITE, fotógrafo. Fuente: Colección Julio Téllez García.

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EL TORO EMBOLADO (1888) En un curioso texto decimonónico107 aparece la colaboración que Federico de la Vega intituló EL EMBOLADO. Allí se plantea una situación al borde del fanatismo por parte de un aficionado, Juan de nombre, carpintero de oficio, el que tenía por los toros singular inclinación. Tanta era, que lo poco ganado con el sudor de su frente lo discutía con Chucha, su esposa a la hora de repartirlo en el gasto, por cierto miserable, mismo que daba “a cuenta gotas” para la manutención de los niños, quienes debían andar más tiempo en la calle, nada más que para distraer el hambre. Pero Juan no escarmentaba. Frente al llanto de la Chucha y sus reproches, en una de sus conversaciones volvió a salir el tema taurino mostrando el indino un boleto para la siguiente corrida, por cierto donde actuó Ponciano Díaz. No lo hubiera hecho, su mujer auténticamente indignada reclamó lo que Juan hacía, dejándolos a ella, al Andrés y a la Lupe en el total desamparo yéndose tan campechanamente a los toros. Además, en esa corrida no faltó la diversión complementaria del “toro embolado”, tan añeja como que desde el siglo XVIII ya estaba metida en las corridas de toros. Si el festejo tuvo defecto y malos, el “embolado” no. Aunque a Juan y sus ciegos propósitos, el costo fue dar al hospital con tres costillas rotas. Chucha sólo se preguntaba: ¿Qué comerán mis hijos mañana? A continuación, presento completo el texto para que nos demos cuenta de lo que, alrededor de aquel divertimento podía pasar con una pareja sumida en la miseria, siendo el tema de los toros el que causaba mayor inquietud. EL EMBOLADO I Había toros en la Plaza de Bucareli ¡Toros! ¡El supremo deliquio! ¡Y lidiados por Ponciano! ¡el rey de los matadores! ¡el ídolo del pueblo! ¿Qué cabeza mexicana podía estar tranquila en tan solemne día! Ninguna Y la de Juan menos que la de nadie. Porque Juan, como diría un discípulo de Lavater, había nacido con la protuberancia taurómaca. O como diríamos nosotros, dignos descendientes de Pepe Hillo y Costillares, Juan tenía sangre 107

Gracias al amigo Cándido Morgan quien radica en Santiago Tianguistenco, México, por facilitarme copia de dos páginas de la publicación denominada La Familia Año V, México, viernes 24 de febrero de 1888, N° 8 (pp. 329-330).

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. torera. ¡Sí, la tenía hasta la última gota! Un par de banderillas puestas al cuarteo le entusiasmaban. Una estocada en la cruz lo sacaba de quicio. Para Juan, el gran Ponciano, pasando de muleta á un toro de Atenco, tenía seis codos más de estatura que Morelos en la defensa de Cuautla. II Juan era carpintero. Pero desde que los padres de la patria autorizaron las corridas en el Distrito, para mayor honra y gloria de la civilización, la garlopa y el escoplo andaban como Dios quería. A lo mejor, nuestro torero abandonaba el taller y se iba a la pulquería de la esquina a discutir con otros aficionados los conmovedores lances de la corrida del último domingo. ¡Y con qué calor se comentaban las suertes! La sangre hervía, los puñetazos menudeaban sobre el mostrador, y algunas veces iban desde el mostrador á las narices de los contendientes. Pero las cosas no habían pasado á mayores, es decir, no habían llegado á puñalada limpia. III En el día á que hacemos referencia, Chucha, la mujer de Juan, salía de la cocina, á tiempo que entraba su marido en el humilde cuarto que ocupaba en una casa de vecindad del callejón del Manco. -¡Está la comida? -preguntó el carpintero. -¡Hace una hora! –respondió Chucha con acento desagrido. –Para lo que había que guisar... -¿Qué hay que comer? -Frijoles. -¿Nada más? -¿Querías que te pusiera mole de guajolote con los dos reales que me diste ayer? -Y medio esta mañana. -Sí, pero esta mañana se hizo el desayuno, y tú no dejaste de tomar tu café con leche. -¿Y los chicos? -Por la calle. -¿Y qué hacen en la calle? -Distraer el hambre. -¡El hambre! Cualquiera que te oiga dirá que aquí no se come. -Pues ese cualquiera no andaría muy equivocado. Antes, había semana que me dabas quince pesos para el gasto. ¿Cuánto me das ahora? -¿Qué sé yo! No llevo cuenta. -Pues yo sí. ¡Veinte pesetas a lo sumo! ¡Y para cinco bocas! ¡Y haga usted milagros! ¡Y póngale usted al señor n cada comida tamales y carnero en barbacoa! ¡Maldita sea hasta la hora en que se hizo la primera plaza! -¿Ya vas á armarme el mitote? -¡Siempre! Que con tus condenados toros entró la miseria en esta casa. -No es cierto. Es que ahora no hay trabajo. -¡Lo que no hay es vergüenza; ni ganas de trabajar! -¡Chucha! No me andes pasando de muleta, porque te embisto. -¡Mejor fuera que embistieras á otro! -Cuando lo haya. -No te falta. Mejor fuera que hicieras menos visitas a la pulquería... -¿Cuándo voy, habladora? -Siempre. No paso una vez por el taller que no estés allá, gastando el tiempo y el dinero con otro holgazán como tú. -¡Chucha! Mira que yo no aguanto banderillas y que vas á llevar un revolcón! ¿Más revolcada de lo que uno está con tus malditas aficiones? -¡Silencio! ¡Y la comida! -¿Estás de prisa? ¡Ah! Vamos, ya sé por qué. -Pues si lo sabes, cállatelo. -¿Vas hoy también de toros?

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. -Y si fuera, ¿qué? Un rayo de cólera brilló en los ojos de Chucha. Pero se dominó, fue á la cocina, trajo una cazuela de frijoles y un puñado de tortillas y puso ambas cosas encima de la mesa.

Cromolitografía de P.P. García, dibujante que colaboró en La Muleta, publicación de la que fue su director Eduardo Noriega Trespicos entre 1887 y 1889, en la ciudad de México. IV La comida empezó en silencio. A la mitad de la misma, preguntó Juan: -¿No hay pulque? -Creí que tenías ya bastante en el cuerpo. Pero si me das para la cena iré a buscarlo. -No tengo nada que darte. -Pues entonces pásate sin él. Otro momento de silencio, durante el cual asomaron dos lágrimas á los ojos de Chucha. -¡Juan! Dijo enjugándolas con el revés de la mano. -¿Qué hay? –respondió el carpintero alzando los ojos. Y añadió viendo que su mujer lloraba: -¿Riego de plaza tenemos; -¡No hagas caso! ¿quieres hacerme favor de escucharme? -¡Habla! Si es que no dices muchas tonterías. Chucha sacó un papel del bolsillo. -¿Sabes lo que es esto? –dijo. -Sí, un boleto. -Pues mañana se cumple, y vamos a perder la colcha y los zarapes, mientras que los chiquillos pasan la noche tiritando de frío. -¡Bah! ¡exageraciones tuyas! ¡A esa edad de cualquier modo se duerme bien! -Además, Andrés está desnudo... -¿Y qué? -Y Lupe anda ya enseñando los codos. -¿Y qué? -Que necesito comprar algunas varas de manta. -Pues ahora no hay dinero. -¡Juan! -¿Todavía... vas á llorarme más lástimas? -No, voy a pedirte un favor. -¿Cuál?

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. -¡Que no vayas hoy á la corrida! ¡Que me des el peso que vas á gastar en esa barbaridad! -¿Estás loca...? ¿No ir á la corrida, cuando hay embolado? ¡Juan! ¡dame ese peso que me hace mucha falta! ¡Que no quiero perder esa ropa! ¡Que necesito vestir a los muchachos! -¿Pero no oyes que hay embolado? -¡Juan! ¡por la Virgen de Guadalupe! ¡Por el amor de tus hijos! ¿Qué tendrá que ver el amor de mis hijos con los toros? ¡Ya se arreglará todo eso! -¿Cuándo? -Cuando se pueda. -¡Juan! -¡Que me dejes en paz! ¡Pues no faltaba más sino que no pudiera uno ir a distraerse un rato! Chucha saltó en la silla como una leona. -¡Vete! ¡vete á gastar en cuernos el pan de tus hijos! –gritó echando chispas por los ojos. –Vete á cometer la infamia de que se avergonzaría el último ladrón! Se oyó el ruido de una tremenda bofetada y Chucha cayó a plomo sobre la silla. En esto, aparecieron en la puerta de la vivienda, tres chiquillos, rotos, como tres adanes, sucios, desgreñados, polvorientos. El mayor no pasaba de ocho años: el más pequeño no había cumplido cuatro. ¡Papá! ¡Papá! –gritó uno de ellos lloriqueando. -Anselmo el tuerto me ha hecho una herida en este hombro, jugando el toro! ¡Hiji! ¡Hiji! El carpintero se encasquetó el jarano, se abrió paso por en medio de su prole y se dirijió rápidamente hacia el Salto del Agua. V La corrida fue mala, considerada bajo el punto de vista artístico. Los toros, demasiado civilizados, no echaron al aire sino cuatro ó cinco bandullos de jamelgo. ¡Y qué es esto para dar al pueblo ideas viriles? ¡Nada, ó casi nada! El pueblo, para que tenga grandes y robustos sentimientos, necesita que en cada uno de esos espectáculos haya muchos metros de tripas chorreando sangre, arrastrando por la arena. Verdad es que un picador fue a la enfermería, a consecuencia de un batacazo. Verdad es que el mismo Ponciano sufrió un achuchón, sin consecuencias. Pero ¿qué es este magro contingente para dar realce a una corrida? Para colmo de males, los animalitos se entableraron, y el afamado diestro tuvo que matarlos como Dios quiso. A estocada de ciego, sin reparar si daba en pleno morrillo o encima del ramo. Pero, en cambio, si la corrida fue mala, el embolado fue bueno, demasiado bueno. Tanto, que merecía haber tenido las puntas libres. No hacia medio minuto que estaba en el redondel, y ya había una docena de barriles de pulque, digo, de pelados mordiendo el polvo. Nuestro amigo Juan, chaqueta en mano, le dio cuatro o cinco quiebros dignos de Costillares. Pero al sexto, el emboladito despreció el trapo, se fue al bulto, y Juan se encontró, sin saber cómo, á tres, o cuatro metros sobre la cabeza de la fiera. La ley de la gravedad le hizo descender; pero cayó en plena cuna, y efectuó una nueva ascensión. VI Dos horas después, entraba una vecina apresuradamente en la vivienda de Chucha. -Vecina –le dijo- tengo que darle una mala noticia. -Hable usted, vecina. Hace tiempo que no espero ninguna buena. -Pues es el caso de su marido... -¿Ha habido mitote en la plaza? ¿Está en Belem? -No señora, lo cogió el embolado... -¡Jesús! -Y está en el hospital con tres costillas rotas. Chucha se llevó las manos a la cabeza. Y luego murmuró con voz sorda: -¡Dios mio! ¡Dios mío! ¿Qué comerán mis hijos mañana? Febrero de 1888.

FEDERICO DE LA VEGA.

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JOSÉ JUAN TABLADA: UN PASAJE DE LA FERIA DE LA VIDA COMO APRECIACIÓN DE LA REALIDAD DEL ESPECTÁCULO TAURINO EN MÉXICO A FINES DEL SIGLO XIX. Creo que mi tema pasión es, y sigue siendo el de la tauromaquia mexicana durante el siglo XIX. En ella encontramos la más variada gama de situaciones puesto que constantemente se está inventando el toreo. Vive de enriquecerse tarde a tarde con una exploración que aunque intensa, es efímera. Siempre es interesante dar con las crónicas de aquellos hechos donde ocurren las cosas más inverosímiles e increíbles a la vez. Durante la época del dominio poncianista sucedieron hechos que revaloraron y acomodaron el toreo de tal forma que este llegó al fin de sus límites deliberados en desorden para obtener el nuevo giro de una distinta expresión a la que se irán acostumbrando rápidamente los aficionados de aquella época, contagiados ya de la modernidad taurina. Sin embargo, algunos autores como José Juan Tablada nos describe ese estado de resistencia que mantenía el ambiente torero nacional ante la avalancha del nuevo orden, encabezado como ya sabemos, por Luis Mazzantini fundamentalmente. Es por eso que al encontrarme en La feria de la vida con una visión distinta, y concebida por un escritor de altos vuelos como es el caso de Tablada no puedo ocultar mis deseos de analizar su CAPITULO X.-Bacanales Taurinas.-Villaverde, el Viejo Machío, el Mestizo y Rebujina.-Villamelón y triunfante.-Un grito a tiempo.-Los bigotes de Ponciano. Del libro: La feria de la vida. México, Ediciones Botas, 1937. 456 pp. Todo él es un fiel retrato de la sociedad porfirista de fines de siglo, regida por ciertas condiciones, propiedad exclusiva del pueblo que se manifiesta abiertamente rebelde frente a los principios de una fuerte carga de influencias que provienen del extranjero. Rememorando hoy aquella concupiscencia de la vida urbana y la pecadora ciudad en cuyo riñón cantinas y casas públicas ofrecían constante tentación, intensificada por el diario desfile de las daifas a lo largo de las calles céntricas, disculpo los extravíos en que la juventud de aquellos tiempos haya podido incurrir y me asombro de que los estragos no hayan sido mayores. La perversión moral creada por aquel estado de cosas llegaba al grado de identificar la hombría y la fuerza masculina con la práctica de todos los vicios y la exhortación a quebrantar las prohibiciones tomaba la forma de una disyuntiva imperiosa. Frente al primer cigarro, la primera copa de alcohol o el primer intento de escapada nocturna, el amigo corruptor que había pasado con orgullo por semejante ordalia, decía invariablemente: -Si no haces esto, no eres hombre. Y ante los temidos epítetos de "joto", "marica", "poco hombre", etc., el neófito tenía que sucumbir a pesar de las nauseas físicas o morales que el tabaco, el alcohol y la hembra de voz ronca y rasgados ademanes, pudieran producir en su sensibilidad de adolescente.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

Una forma de "acallar", de "controlar" estos reparos sociales fue la de encontrar en las diversiones

públicas

una

válvula

de

escape

ad

hoc

que

permitiera

alejar,

momentáneamente de su tensión y su preocupación a las masas, ávidas no solo de romper con la vida cotidiana, sino de su necesario entretenimiento. Para estimular y favorecer esos exhortos se abría la ciudad ostentando todas las tentaciones y para sublimar ímpetus regresivos y bajos, domingo a domingo las plazas de toros de Cuautitlán y del Huisachal atraían trenes de seres humanos convertidos en energúmenos. Porque debe saberse que los aficionados a toros de la época presente son suaves y seráficos junto a las turbas frenéticas que las mañanas dominicales salían de la ciudad a bordo de los convoyes pletóricos rumbo a las plazas de los aledaños.

José Juan Tablada, en una fotografía que se obtenían entre los reconocidos gabinetes que se establecieron en la ciudad de México, a finales del siglo XIX. SINAFO, 28826

Esta visión que nos aporta Tablada en donde contrasta tiempos y épocas, da idea de otra civilización cercana a la salvaje, en la cual los aficionados que se reunían en torno a los "templos" de Cuautitlán o del Huisachal, además de encontrarse con que el ayuntamiento de la ciudad de México tiene prohibidas las corridas desde 1867, quieren descargar sus iras, sus tensiones desde el parapeto anónimo de la multitud. Era el frenesí licencioso de los antiguos carnavales, pero sin atenuación de arte o de ingenio; era la brusca explosión de un salvajismo latente que gozaba en afirmarse al aire libre y bajo el sol. Viejos atavismos de sangre irrumpían en la convencional civilización que los subyugaba artificialmente, sin destruirlos ni siquiera quebrantarlos y desgarrando velos de falso civismo, surgía el espíritu de los sanguinarios cultos, uniéndose al ímpetu batallador de moros e iberos cuya sangre se mezclara con la de los hijos de la tierra...

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Era aquel espectáculo algo terrible que la fuerza de la costumbre nos hacía tolerar, pero que hubiera aterrado y consternado a un espectador extraño confrontado de pronto con él.

Gracias al sincretismo que se produjo en tres siglos de colonización (y procuraré no llamarlos más que de esta manera, antes de entrar en la penosa polémica de sojuzgamientos, represiones y demás adjetivos con que muchos se cierran para no reconocer un hecho consumado, como el de la conquista, acontecimiento doloroso en cuanto a la derrota -no pérdida- de nuestra más importante cultura indígena: la azteca), es posible entender la forma en que se integraron estas dos culturas fundamentales y pudieron conciliar perfectamente, hasta lograr que los toros, como influencia y costumbre ibérica se quedaran definitivamente en el país. Por todo esto es que "un espectador extraño" difícilmente puede entender el espíritu que emana de una diversión, salvaje por naturaleza, pero diversión que el hombre ha podido contener en el ámbito de la sensibilidad compartida con esquemas de la técnica y la estética. Un fenómeno que fue común denominador durante la época de transición es el de la deformación y uso mal habido del símbolo de la patria, al enajenarse en patriotería, término extremoso que orilló a demasiados fanáticos -aún no conversos- a escudarse en hechos taurinos que convertían en auténticos motivos de discusión histórica como para llevarlos a todas las mesas de debate, sin más desahogo que gritar entre enajenados y exaltados ¡Viva Ponciano Díaz! La patriotería más irracional, más intolerante y agresiva encontraba en la tauromaquia su mejor pretexto y su más salvaje desahogo... Más que una virtud, aquel patriotismo parecía una enfermedad, una epilepsia convulsionaria y ululante... Para las muchedumbres contagiadas de aquel delirium tremens, el héroe máximo y epónimo era el torero y como poseer el mejor de ellos era la gloria suprema de la Patria, había que disputar y reivindicar el valor de Lino Zamora sobre Bernardo Gaviño; del banderillero peninsular y, principalmente del matador nacional Ponciano Díaz "que hacía rodar al toro a la primera estocada", sobre sus osados competidores Juan León, "El Mestizo", el ponderado y austero Villaverde y el cásico Viejo Machío... ya no se diga sobre la tropa de toreros mínimos, Díaz Laví, "El Habanero", el gitano "Rebugina" y otros novilleros desconocidos en España y aquí notorios.

Y es que Ponciano, por encima de Lino Zamora y de Gaviño, era el non plus ultra de la torería nacional, por lo que su símbolo nacionalista -válgase la redundancia-, operaba bastante bien como el motivo de enfrentamiento que los aficionados pusieron ante los españoles que poco a poco comenzaron a apoderarse del terreno. Ahora bien, coincido en lo que a continuación escribe Tablada, ya que en esas palabras queda definido cierto y vago panorama de lo que como sentido tiene la fiesta de los toros, sobre todo para un

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intelectual como nuestro autor. Debe admitirse que la tauromaquia es un arte, aunque ínfimo, por poseer un conjunto de conocimientos y reglas relativos a la lidia y matanza de toros para deleite público y de ese arte, en aquel entonces, eran los españoles maestros únicos y discípulos, malos discípulos, los mexicanos que en su abono solo podían aducir una cualidad indiscutible: el valor... Virtud negativa y adversa en muchos casos, pues por el orgullo de ser valientes, hemos dejado de ser otras cosas, menos brillantes y teatrales, pero más constructivas y más útiles... Así el valor de los toreros nuestros, admirable a veces como ímpetu suicida, pero ineficaz para el lucimiento de las suertes, siempre deslucido y con frecuencia grotesco hasta la ridiculez... Estaban entonces muy lejanos los tiempos en que un indio, Gaona, sometiéndose a las disciplinas españolas había de realizar su valor inaugurando la casta de verdaderos toreros mexicanos. Pero de aquellos tiempos calamitosos la barbarie de Villamelón consistía en pretender que el derroche de valor podía suplir las disciplinas especiales y pasarse de las reglas instituidas por moros y españoles tras de centurias de experiencia y observación. Los viejos toreros clásicos, Villaverde y Machío conocían ese arte en todos sus detalles, hasta el punto de haber llegado a "recibir toros", sin lograr conmover a un público ignaro que prefería ver caer al toro degollado tras de aquellos estoconazos que "cuarteando" o "a paso de banderillas" y sin previa faena de muleta, propinaba Ponciano Díaz. De aquella diferencia de criterios nacían los conflictos. Un mínimo grupo de españoles y mexicanos que había leído a los árbitros de la materia, Sánchez de Neira, Peña y Goñi, aplaudían y emulaban los esfuerzos de los viejos toreros de España mientras que la inmensa mayoría de villamelones ignorantes y patrioteros veían en esas fulminantes, pero innobles estocadas de Ponciano el desiderátum del arte o la mejor prueba de la supremacía nacional... Las triunfantes Nikés y el augusto Paladión estaban confiadas a las manos del torero!

Vemos que también se ocupa en dar razón de los aficionados de avanzada, esa pequeña élite afortunada en discutir temas de actualidad con ideas tan importantes y valiosas como las de Sánchez de Neira o Peña y Goñi "árbitros de la materia", con quienes se hará un trazo más correcto de la tauromaquia que merece México y que gracias al papel de José Machío, Luis Mazzantini, Ramón López, Diego Prieto y otros, fue posible cristalizar aquel proyecto. Ahora bien, sobre el acontecimiento que nos describe a continuación se exhiben las condiciones intolerantes de muchos que aun se niegan a aceptar el toreo, por condescender a las formas nacionales que han dominado durante muchos años el ambiente del espectáculo en México, mismo que comienza a desmembrarse ante lo que ya es toda una realidad. Sale a flote el síntoma de "patriotería", arrebatado y descontrolado también. El choque de mexicanos con españoles adquiere resonancias de escándalo, de "vendettas" en el que el arreglo por la vía de la violencia es el último recurso para salvar el honor de lo que apenas unas horas antes -durante la corrida- no pudo quedar resuelto, porque cada grupo es partidario de "su torero". En el patio del F.C. Central, regresando de la plaza de toros de Cuautitlán, recuerdo haberme

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. encontrado de pronto y sin saber como, en el núcleo mismo de una de esas batallas callejeras. Los energúmenos patrioteros vitoreaban a Ponciano Díaz y vomitaban los más soeces insultos y las más rabiosas maldiciones, contra "Rebujina" o Rebujiña que había toreado aquella tarde y como la propia madre del torero fuese objeto de las inverecundas blasfemias, el númen de la razón y de la justicia apareció de pronto, de la manera más inesperada... Apareció personificado en un muchacho español, de blusa y boina, con espíritu de paladín y vocación de mártir, que alzando los brazos al cielo, como tomándolo por testigo de la injusticia que reivindicaba, clamó en patética explosión: -Pero sheñores, paisanos... qué tienen que ver en eshto México y España y nueshtrash madresh y nuestrosh padresh?... Su impresión justa y castiza provocó solo un denuesto más ultrajante y entonces el joven astúr, dándose cuenta de que la razón naufragaba entre los putrílagos del pulque, apeló a los puños y cargando contra los energúmenos a puñetazo limpio, derribó a tres empulcados, hizo huir a los demás y operó el vacío en torno suyo y luego satisfecho de haber cumplido con un deber, pero incapaz en su inocencia de medir el peligro que en derredor preparaba fatales represalias no halló otra mejor que cruzarse de brazos. Repuestos de la arrolladora acometida los hampones preparaban la embestida gregaria; uno de ellos alzó una enorme piedra del suelo, otro se llevó la mano al cinto, apercibiendo la traidora "charrasca" y más allá otra voz intentó lanzar el botafuego gritando enronquecida: -¡Al hígado... con los gachupines! Yo sentí claramente que la tragedia iba a precipitarse y súbita inspiración me movió a conjurarla de la única manera posible. Me puse de acuerdo con mis amigos y señalando a un grupo indistinto de jinetes que a lo lejos culminaba sobre la multitud, rompimos a gritar con entusiasmo: -¡Allí está Ponciano, señores...! ¡Vamos a vitorearlo! Tratando de reconocer al ídolo, el siniestro y amenazante grupo de poncianistas, hizo un movimiento hacia los charros y aprovechando el movimiento estratégico obligamos al mozo español a subir con sus amigos en una carretela que pasaba y que al punto se alejó... El mozo que me identificó más tarde y me brindó generosa amistad convertido en próspero industrial, jura y perjura que fuí su salvador... Casó con mexicana, tiene cinco hijos mexicanos, dos profesionistas distinguidos y los demás industriales e inventor uno de ellos... Imagínese que estrago hubiera causado aquel puñal poncianista que detuvo mi mañoso grito! Por lo demás aquel Ponciano cuya fanática idolatría causaba tales paroxismos era buena persona, aunque pésimo torero. Como jinete era excelente y maestro en las lucidas y útiles faenas del jaripeo, muy varonil, muy pintoresco y muy nuestro... En las dehesas de Atenco, Ponciano era el charro de más renombre, pocos le aventajaban en los donaires del lazo, en la difícil suerte de derribar reses coleándolas y ninguno lo superó en la de banderillar a caballo que ejecutó en la Plaza de Toros de Madrid, mereciendo ovaciones y la distinción de aparecer en "La Lidia", el semanario consagrador de héroes taurinos, en una litografía a colores, ejecutando la suerte tan arriesgada y difícil que nadie después de Ponciano Díaz, su inventor, ha vuelto a ejecutar desde entonces. Cuando Ponciano capeó y mató el primer toro en alguna encerrona y por ello fué celebrado, no imaginaba sin duda que iba a ser proclamado prócer del toreo, capaz de competir con los españoles amaestrados y duchos y aun de ofuscarlos... jamás sospechó que iba a ser objeto de aquella popularidad tumultuosa y batalladora y obligado a pesar suyo a pugnar por aquella competencia insostenible en que lo arrojaba el delirio popular...

Con respecto a Ponciano Díaz, de una cosa estaba totalmente convencido: del uso de sus bigotes, señal de hombría en su persona y que lo fue para los patilludos en España, aunque mal visto en nuestro propio país. De las respuestas que formuló a Eduardo Noriega, su crítico más declarado, bien puede afirmarse que podría aceptar todo cuanto de novedad se estaba imponiendo en el toreo de México, puesto que se ve, consideró su actitud; pero sin saber en qué términos de honestidad, pues diversas actuaciones del diestro en la última década del siglo XIX, dan idea de un fiasco tras otro. Precisamente "La Muleta" publicación periódica, fue tribuna para esa nueva expresión

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del toreo español asentado en México, pero asimismo partidaria incondicional en el nuevo amanecer de esta etapa del toreo. Su hispanismo logró que todo aquello nacional impuesto por Ponciano fuera desapareciendo gracias a una sistemática campaña que luego continuó el mismo Noriega en "El Noticioso". Ponciano era modesto y nada tan ajeno a su carácter como las fanfarronadas y las golferías comunes a la andante torería. Recuerdo haber asistido a una entrevista en que don Eduardo Noriega, el más inteligente y culto aficionado de entonces y cuya autoridad en toros demostró "La Muleta", aquel semanario nuestro, muy semejante a "La Lidia" matritense, trababa de convencer a Ponciano de la urgente necesidad de torear de muleta, de parar los pies, de evitar los herraderos, de verter a picadores y peones con la propiedad requerida, de corregir, en una palabra las mil transgresiones a las enseñanzas clásicas de que eran reos Ponciano y su cuadrilla... Con respetuoso acatamiento a la inteligencia y a la autoridad de su consejero Ponciano asentía, dándole en todo la razón y estimulado por aquella docilidad, don Eduardo abordó un punto que de seguro le pareció cosa fácil y mero detalle, sin importancia: -Por ejemplo, Ponciano, decía el director de "La Muleta", en la época cuyo traje han adoptado los toreros, con ligeras alteraciones, no se usaban los bigotes... El efecto de los bigotes con ese traje es grotesco; es un terrible anacronismo... Creo que el más resabioso toro de Atenco no desconcertó a Ponciano tanto como aquellas palabras. Quizás la voz "anacronismo" le pareció especialmente peligrosa y de muchísimo sentido. El caso es que alarmado e indignado ante el probable y urgente sacrificio de sus apéndices subnasales y super labiales, salió como nunca de "estampía", interrumpiendo a don Eduardo que a duras penas contenía la risa: -¡No, don Eduardo... eso sí que no! ¡Yo no me rasuro los bigotes! ¡Haré lo que usted quiera... recibiré toros... me dormiré en la cuna, me atracaré de toro... no moveré los pies! ¡Pero rasurarme los bigotes... Qué va! ¡Lo menos que podría sucederme era que me gritaran gachupín y me quemaran la plaza!

Ante Ponciano, la realidad del anacronismo se funde en una sola pieza y acaba por absorberlo. Muere en el crepúsculo del siglo XIX llevando consigo un pasado que ya no corresponde con el sentido vigoroso de lo que es esa otra tauromaquia que probablemente se negó a hacer suya, a asumir y a practicar, convencido de que "su" manifestación se convertía en el último reducto de algo propio, algo de lo que él acepta como depositario de búsquedas e invenciones en medio de toda esa libertad que permitió un siglo que, como el decimonónico dejó que el libre albedrío se expresara como una más de las formas del ser del mexicano, libre de todo atavismo con lo español, aunque esto no sea del todo correcto, pues las desviaciones que enfrenta la nueva nación son de orden social y político muy profundas.

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UN FOTO-REPORTAJE OBTENIDO EN LA PLAZA DE TENANGO DEL VALLE, ESTADO DE MÉXICO, EN EL MES DE ENERO DE 1898.

Sin proponérselo -ni C.B. Waite ni tampoco su compañero W. Scott- van a encargarse de rescatar por medio del testimonio de la imagen dos importantes acontecimientos que refuerzan el esquema de los antecedentes en la fotografía junto al quehacer de Juan Laurent (ca. 1860) en España. Se trata de un trabajo que corresponde a una misma tarde (por haberse obtenido el material durante la corrida). Este fue logrado en las cercanías de Toluca, hacia noviembre de 1897 o enero de 1898, donde va a darse una de las últimas actuaciones de Ponciano Díaz quien alterna para sorpresa de unos y admiración de otros con Ignacia Fernández "La Guerrita". El conjunto fotográfico se significa como un amplio foto-reportaje taurino, el segundo que en México se va a registrar en tamaña proporción y en fechas que nos marcan sin duda alguna la llegada de estos fotógrafos con fines utilitarios y con intuición y búsqueda por lo cotidiano. En cuanto al primero, este se obtuvo en la plaza de toros “Bucareli” la tarde del 26 de diciembre de 1897, hasta lograr más de 30 imágenes. 108 En ambos, la presencia de Ponciano Díaz y Luis Mazzantini, es clara muestra del fin de una época y nacimiento de otra; ocaso de un ídolo, ascensión de otro con apoyo de patrones tauromáquicos novedosos y los esperados ya en México luego de gran separación ocurrida por otra también muy larga prohibición de corridas de toros en la capital del país (1867-1886). Y bien, en este conjunto fotográfico vemos a dos protagonistas fundamentales: Ponciano Díaz Salinas y a Ignacia Fernández "La Guerrita". Ponciano, netamente mexicano en sus expresiones, nacido y creado en la hacienda de Atenco (1856-1899) adquiere gran fama y ésta lo transforma en el "ídolo" taurino que tuvo México durante la octava década del siglo pasado. Vive la época decisiva y de transición por el toreo a la española. Ponciano, el torero con bigotes, el "mitad charro y mitad torero" acepta estas formas pero no las hace suyas de manera total. A su muerte, muere también una manera muy peculiar de combinar las suertes campiranas con los esquemas Marcial Fernández “Pepe Malasombra”, Francisco Montellano Ballesteros y José Francisco Coello Ugalde: Mano a mano en Bucareli. Primer foto-reportaje taurino. México, Ficticia, 2001. 99 p. Ils., retrs. 108

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netamente hispanos. Ignacia Fernández "La Guerrita", torera española pasaba por nuestro país, llevando el "remoquete" de uno de los "Califas"; nada menos que de Rafael Guerra. Y ante nosotros se muestra con toda la coquetería y gracia que pueda tener una mujer, antes que ser aguerrida. Toda una casualidad es haber alternado con Ponciano y es haber sido retratada no solo en la plaza. A CONTINUACIÓN EL FOTO-REPORTAJE.

FOTO 1.-Aquí vienen en medio de la expectación de los pobladores de Toluca o Tenango del Valle nada más y nada menos que Ponciano Díaz e Ignacia o Juana Fernández "La Guerrita". Detrás, las cuadrillas, mezcla extraña de infanterías entre lo mexicano y lo español. Más atrás los picadores, charros que forman un cuadro rarísimo: sombrero de ocasión, vara en ristre, y los caballos portando algo muy parecido al actual peto, no siendo más que cueros que hacían las veces de protección. Se les llamó despectiva y peyorativamente "baberos". Al fondo de la imagen, un conjunto de sorprendidos aficionados, luciendo sus mejores galas: sombrero de piloncillo ellos; rebozo ellas. Algunos guardias son enviados para evitar desmanes y quizás, en el ambiente, el grito sonoro de ¡Ora Ponciano! bajo un sol esplendoroso iluminando el doliente gesto de un ídolo que poco a poco se diluía.

FOTO 2.-En acción los picadores de Ponciano. Por entonces la suerte de varas se ejecutaba en cualquier zona del ruedo, el caso era buscar la embestida de los toros. Y si un picador diestro pudiera fallar, el otro estaba en guardia por si se necesitaba intervenir de inmediato. Los tendidos ya están totalmente ocupados, y los paisanos, atentos a los detalles en el ruedo parecen no moverse. No quieren perderse un solo detalle.

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FOTO 3.-Era por entonces la suerte de varas el acto principal de las corridas. Sellos auténticamente mexicanos evidencian cuanto quedará posteriormente establecido. Si no, obsérvese el burladero. ¿Será que la emoción crece a cada instante, que la gente ya no se conforma con estar sentada? ¡Ya están de pie! observando un puyazo donde el picador se propone defender la cabalgadura que ya ha sido despojada de cueros y se queda solo con los ojos cubiertos con un paliacate, en tanto que el otro jaco parece de piedra ante la escena de que es testigo. ¡Qué lástima de aquellos ocho "colados" en la azotea!, parece que perdieron detalle de esos momentos.

FOTO 4.-¿En qué medida los "morenos de Toluca", pudieron entender un par al sobaquillo, ejecutado totalmente a "la española"? Con toda seguridad Ponciano hizo suyas las influencias hispanas, aunque no las aceptó plenamente y siguió demostrando sus sellos como último reducto del toreo nacional, hasta su muerte ocurrida un 15 de abril de 1899. Ese abigarrado conjunto del fondo, vistiendo la manta por montones y los sombreros por igual, deben haberse animado para asistir a la corrida llegando de las rancherías más próximas al solo llamado de Ponciano y "La Guerrita", curiosa combinación de cartel para tarde de toros.

FOTO 5.-En otro ángulo de la plaza, el torillo ya se aquerenció en tablas. "La Guerrita" que parece más bien admirar los toros desde un palco, algo comenta con Ponciano quien espada en mano espera un buen momento para un "mete y saca" de los suyos o un volapié de los que Mazzantini puso de moda. Atenta, la banda, descansa un poco, pero no ha dejado de sonar, tocando una marcha y luego un pasacalle de la zarzuela de moda, más entre el desafinado acorde que con la cordura y uniformidad que exige obra del género menor; aunque manifestación mayor, sin duda.

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FOTO 6.-Por unos momentos se ocultó el sol, y de nuevo permitió a nuestros fotógrafos captar el instante en que "La Guerrita" pone en suerte a otro que encontró cobijo en las tablas. Ea, Un momento de atención. Por aquí muy cerca, dos "entendidos en la materia" conversan sobre "La Guerrita". Escuchemos. -Dicen que es una real hembra y que deja muy atrás en cuestión de cuernos a un maleta cualquiera. -¡Claro, al fin mujer!... exclama el otro. -Lo cierto es que las del sexo femenino se están apropiando todo lo concerniente a los hombres. Cosas veredes. Y ese toro sigue amarrado, está muy rejego. Crédito fotográfico: Las imágenes utilizadas en esta parte del texto, corresponden al fondo fotográfico que se encuentra bajo custodia del Archivo General de la Nación. Colección C. B. Waite.

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EL IMAGINARIO NACIONAL, O PARA QUÉ INVENTAR UNA NACIÓN.

Origen del toreo a pie en México: ¿Puede remontarse al siglo XVI?

¿Desde cuándo el toreo de a pie se presentó como parte de una inquietud entre los hombres por dominar a una fiera y lograr con ella momentos de lucimiento técnico y estético? Las evidencias están plasmadas desde el contacto de estas dos fuerzas, que podemos admirar gracias al lienzo de cuevas que dieron cabida a la expresión del hombre primitivo. Trasladémonos al periodo que comprende los años 711 a 1492, en plena confrontación de moros y cristianos. Tal situación se da, entre otras cosas, gracias al apoyo del caballo. Con y sobre el caballo inició la demostración de alancear toros, desde un punto de vista de entrenamiento que sirviera asimismo para atravesar, más tarde y durante las batallas, lo mismo godos que árabes. Hasta aquí una visión de conjunto. Ahora ubiquémonos en México. La conquista como anejo extemporáneo de la guerra de ocho siglos también se apoya, en gran medida, en el caballo. El torneo y fiesta caballeresca fueron privativos de conquistadores primero; de señores de rancio abolengo después. Personajes de otra escala social, españolesamericanos, mestizos, criollos o indios, se puede decir que estaban restringidos a participar en los orígenes de la fiesta española en América. Pero supongo que ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones deben haber estado secundadas por la rebeldía. El papel protagónico de estos personajes, como instancia de búsqueda y de participación que diera con la integración del mismo al espectáculo en su dimensión profesional, va a ocurrir durante el siglo XVIII. Pero volvamos al XVI. El indígena quedó privado de montar a caballo, gracias a ciertas disposiciones dictadas durante la segunda audiencia, aunque ello no debe haber sido impedimento para saciar su curiosidad, intentando lances con los cuales aprendió a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que fue depurando al cabo de los años. Esto debe haberlo hecho gracias a que comenzó a darse un gran e inusual crecimiento del ganado vacuno en buena parte del territorio novohispano, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de 187


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sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Salvo los relieves de la fuente de Acámbaro que nos presenta dos o tres pasajes de los llamados empeños de a pie, comunes en aquella época es como conocemos algo de su participación. Dicha fuente pudo haber sido levantada por algún alarife español en 1527 a raíz de la introducción del agua potable al poblado guanajuatense, debido a las gestiones hechas por fray Antonio Bermul, lo cual mueve a pensar que por esos años se construyó la fuente taurina, misma que representa escenas de la lidia de reses bravas. Una de ellas da idea del uso de la "desjarretadera", instrumento que servía para cortar los tendones de las piernas de los toros (aunque “instrumento” de uso posterior a los primeros años de vida taurina en la Nueva España). En el desjarrete se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Otra escena nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el "quite". Pero en el XVIII se dieron las condiciones para que el toreo de a pie apareciera con todo su vigor y fuerza. Un rey como Felipe V de origen y formación francesa, comenzó a gobernar apenas despertado el también llamado "siglo de las luces". El borbón fue contrario al espectáculo que detentaba la nobleza española y se extendía en la novohispana. En la transición, el pueblo fue beneficiado directamente, incorporándose al espectáculo desde un punto de vista primitivo, el cual, con todo y su arcaísmo, ya contaba con un basamento que se formó desde el siglo XVI y logró madurez en los dos siguientes. Un hecho evidente es el biombo que, como auténtica relación ilustrada de las fiestas barrocas y coloniales, da fe de la recepción del duque de Alburquerque (don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez) en 1702. Para ese año el toreo en boga, es una mezcla del dominio desde el caballo con el respaldo de pajes o lacayos que, atentos a cualquier seña de peligro, se aprestaban a cuidar la vida de sus señores, ostentosa y ricamente vestidos. He allí una señal de lo que pudo haber sido el origen del toreo de a pie en México, primitivo sí, pero evidente a la hora de demostrar la capacidad de búsqueda por parte de los que lo ejecutaban, en medio de sus naturales imperfecciones. Síntomas originales del toreo mexicano hacia el siglo XVII. 188


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En la continuación de nuestras apreciaciones que identifican al toreo mexicano con respecto al español, vayamos ahora al siglo XVII. Durante este siglo se mantienen firmes las expresiones del toreo caballeresco, dominantes en la vieja y nueva Españas. Creció notablemente la afición de personajes de la nobleza, cuyas hazañas quedaron plasmadas en versos y relaciones de fiestas, que hoy son testimonio curioso. Tan es así que la poetisa María de Estrada Medinilla escribió en 1640 y, por motivo de la entrada del virrey don Diego López Pacheco (...) Marqués de Villena, la Descripción en Octavas Reales de las Fiestas de Toros, Cañas y Alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena. Dicha obra aunque desaparecida es muestra del esplendor taurómaco que se vivía por entonces. La misma autora en otra obra suya escribe: "que aun en lo frívolo, como son los toros, los juegos de cañas y las mascaradas, las que se celebran aquí serán mejores que las que puedan celebrarse en España". Y es que su afirmación contenía un sentido profundo de realidades y de diferencias, marcadas seguramente, por un efecto que comenzó a aislar a España del resto del mundo, y desde luego, de sus colonias, a las que afectó un fenómeno conocido como "tibetanización". Tal aspecto fue una hermetización del pueblo español hacia y frente al resto del mundo y que abarca la totalidad de la vida, lo que ocasionó la pérdida del imperio. Para mejor entenderlo, España no gozó el esplendor del Renacimiento. Su origen se remonta a la Contrarreforma que le impuso a los españoles mismos el Tribunal de la Inquisición. Mientras Europa se desarrolla y progresa, España regresa a un proyecto sin sentido que afecta a sus colonias y el imperio mismo. Coincide la tibetanización española -en la primera mitad del siglo XVII- con el movimiento criollista que comienza a forjarse en Nueva España. ¿Serán estas dos tremendas coincidencias: criollismo y tibetanización, puntos que favorezcan el desarrollo de una fiesta caballeresca primero, torera después, con singulares características de definición que marcan una separación, mas no el abandono, de la influencia que ejerce el toreo venido de España? Además si a todo esto sumamos el fenómeno que Pedro Romero de Solís se encargó de llamar como el "retorno del tumulto" 189


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justo al percibirse los síntomas de cambio generados por la llegada de la casa de Borbón al reinado español desde 1701, pues ello hizo más propicias las condiciones para mostrar rebeldía primero del plebeyo contra el noble y luego de lo que este, desde el caballo ya no podía seguir siendo ante la hazaña de los de a pie, toreando, esquivando a buen saber y entender, hasta depositar el cúmulo de experiencias en la primera tauromaquia de orden mayor: la de José Delgado "Pepe-Hillo". Todavía para 1677, a raíz de las fiestas que conmemoran la asunción al poder de D. Carlos II a la corona, D. Alonso Ramírez de Vargas escribe el "Romance de los Rejoneadores", bella pieza que deja evidencia de la actuación de dos nobles caballeros, Peralta y Madrazo a los que les Salió un feroz Bruto, josco dos veces, en ira y pelo, el lomo encerado, y de Icaro el atrevimiento.

Y Peralta (Francisco Goñi de Peralta) Quebró veinte y seis rejones, y según iba, de fresnos dejara la selva libre, quedara el bosque desierto, y -a ser la piel de Cartagoen cada animal horrendo Reino la hiciera de puntos con Repúblicas de abetos.

Esto es parte de una gran pieza poética que, en muchas ocasiones de fiesta quedó como testimonio de importantes conmemoraciones, conservada en la memoria del siglo XVII, mismo que comienza a mostrar pequeñas pero definitivas modificaciones en el curso de un espectáculo que durante el siglo que nos congrega, vivirá cambios telúricos definitivos. Siglo XVIII: la alquimia taurina con sus primeros y más firmes resultados. Atrás quedaron viejas estampas de rancia expresión caballeresca que comenzarán a sustituirse lentamente por nuevos esquemas. El siglo XVIII para el toreo en México es revelador en cuanto sentido de modificación. Asume el poder de la corona la casa de los borbones, cuyo origen es francés y, en consecuencia afecta las tauromaquias al mostrar indiferencia, aspecto que aprovechó el pueblo llano para incorporarse rápidamente a la escena. 190


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El giro más radical comenzará a desarrollarse a partir del primer tercio del también llamado "siglo de las luces", siglo donde imperó una conciencia intelectual de altos vuelos, donde las ideas y la filosofía se desarrollaron ampliamente. En México, el nacionalismo criollo mostraba síntomas que pasaban de la experimentación a la forma más decidida por definirse hacia una emancipación y mostrarse ante el mundo con una capacidad igual o quizás mejor que los europeos. El mexicano quería ser universal. En el giro taurino, los toreros de a pie, muchos de ellos personajes anónimos, desplazan con acelerada rapidez a quienes alguna vez fueron protagonistas, los caballeros, que deseando no perder colocación, se prestan a cambiar su papel por el de “señores de vara larga” o lo que es lo mismo: picadores, que hoy en día se mantienen vigentes. Las variaciones experimentadas en nuestro territorio guardan una marcada diferencia respecto a las desarrolladas en España. Mientras existe una preocupación por proporcionarle un carácter de estructura ordenada que concluyó con la publicación de la tauromaquia de José Delgado en 1796, nuestros antepasados solían divertirse inventando formas de toreo acordes con el espíritu americano. No éramos ajenos a España. Tomás Venegas "El Gachupín Toreador" llegó a México en 1766 y se quedó entre nosotros, influyendo seguramente en los quehaceres taurómacos. A su vez Ramón de Rosas Hernández "El Indiano", negro oriundo de Veracruz surcó el Atlántico y demostró en ruedos ibéricos que acá también había buenos toreros. La observación de "divertirse inventando..." hecha líneas atrás, da pie a un largo anhelo de los mexicanos por definirse así mismos como seres diferentes de quienes los conducían política, religiosa, moral y socialmente, resultado este del largo periodo colonial. En algún momento deben haberse cuestionado sobre su papel, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos? logrando superar el estado en que se encontraban. Estoy convencido de que el mejor retrato de lo que vengo analizando lo dibujó fielmente Rafael Landivar S.J. en su obra Por los campos de México. Allí van a plasmarse las formas de ser y de vivir del mexicano, del criollo que ya se identifica plenamente en el teatro de la vida cotidiana del siglo en cuestión. "Nada, sin embargo, más ardientemente ama la juventud de las tierras occidentales 191


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como la lidia de toros feroces en el circo". Son las primeras visiones de Landivar -hechas probablemente antes de la expulsión de los jesuitas en 1767-, donde "sale al redondel solamente el adiestrado a esta diversión, ya sea que sepa burlar al toro saltando, o sea que sepa gobernar el hocico del fogoso caballo con el duro cabestro". La formación de Landivar como jesuita permite contemplar un amplio espectro de la sociedad en general, y del espectáculo en particular, por lo que en otra parte de sus apuntes anota: "Preparadas las cosas conforme a la vieja costumbre nacional..." con lo cual encontrarnos que el toreo en México ya se hallaba constituido de una forma más integral, no ordenada, pero sí con unas bases que ya le daban carácter al espectáculo, mismo que presenció en alguna provincia, puesto que no vemos en su descripción ninguna referencia a plaza "formal". Salió el novillo "indómito, corpulento, erguida y amenazadora la cabeza" y ante él, el lidiador quien "presenta la capa repetidas veces a las persistentes arremetidas (donde) hurta el cuerpo, desviándose prontamente, con rápido brinco (que) esquiva las cornadas mortales". Estamos ante el origen mismo del toreo de a pie en su forma definitiva (para el siglo XVI sólo se coqueteaba con el mismo sin más propósito que experimentar el peligro de un toro bravucón o de leyes que prohibían a todo un conjunto de aspirantes tal quehacer). Para los últimos años del siglo XVIII es toda una realidad la expresión taurómaca que por fin encontraron los toreros de a pie en su versión primitiva. La fiesta que presenció Rafael Landivar deja ver sorpresas reveladoras. Luego de admirarse de la bravura de aquel toro "más enardecido de envenenado coraje", salió el lidiador "provisto de una banderilla, mientras el torete con la cabeza revuelve el lienzo, rápido le clava en el morrillo el penetrante hierro..." Por los campos de México está escrita en bellos hexámetros, es decir: verso de la métrica clásica de seis pies, los cuatro primeros espondeo o dáctilo, el quinto dáctilo y el sexto espondeo. Es el verso épico por excelencia. En la continuación, y ya que el toro tiene clavada una banderilla, "el lidiador, enristrando una corta lanza con los robustos brazos, le pone delante el caballo que echa fuego por todos sus poros, y con sus ímpetus para la lucha. El astado, habiendo, mientras, sufrido la férrea pica, avieso acosa por largo rato al cuadrúpedo, esparce la arena rascándola con la 192


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pezuña tanteando las posibles maneras de embestir". Toda esta escena es representativa del modo inverso en que se efectuaba la lidia: es decir, banderillaban primero y después lo picaban, e incluso, deben haberse mezclado las suertes aprovechando una ciega bravura del toro, dato que sorprende pues revela una acometividad hasta entonces desconocida (he escrito en alguna otra parte que: En tanto el ganado que se empleaba para las fiestas poseía una cierta casta, era bravucón, y permitía en consecuencia el lucimiento de los caballeros y las habilidades de pajes y gentes de a pie. El abasto -disponiendo de la coyuntura del rastro-, y la plaza, son los únicos destinos del ganado, aunque al parecer no fue posible que mediara entre ambos aspectos alguna condición particular. No había evidencia clara en la búsqueda de bravura en el toro, desde un punto de vista profesional). "La fiera, entonces, más veloz que una ráfaga mueve las patas, acomete al caballo, a la pica y al jinete. Pero éste, desviando la rienda urge con los talones los anchos ijares de su cabalgadura, y parando con la punta metálica el morrillo de la fiera, se sustrae mientras cuidadosamente a la feroz embestida". Fascinante descripción de la suerte de varas, misma que se efectuaba seguramente con ciertas semejanzas de la actual, aunque con la diferencia de que los caballos no llevaban peto. Presente una autoridad que ordena "que el toro ya quebrantado por las varias heridas, sea muerto en la última suerte" es seña de la formalidad que se pretendía darle al espectáculo que, a pasos agigantados se alejaba de una improvisación muy marcada, para convertirse en antesala de las fiestas regidas por un orden y, en consecuencia, por un reglamento, que, para 1766 tiene un claro antecedente de su existencia. "...el vigoroso lidiador armado de una espada fulminante, o lo mismo el jinete con su aguda lanza, desafían intrépidos el peligro, provocando a gritos al astado amenazador y encaminándose a él con el hierro". Momento de encontradas situaciones: el matador y el jinete decidiendo por un mismo fin: la muerte del toro. Parece como si todavía permanecieran grabadas las sentencias que impuso la nobleza al atravesar con la lanza un toro y así, dar fin a un pasaje más del espectáculo. Pero allí estaba el de a pie, como resultado de la experiencia libertaria, enfrentando al de a caballo. Sin embargo, Landivar marca un lindero entre ambos: 193


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"El toro, (...) arremete contra el lidiador que incita con las armas y la voz. Este entonces, le hunde la espada hasta la empuñadura, o el jinete lo hiere con el rejón de acero al acometer, dándole el golpe entre los cuernos, a medio testuz, y el toro temblándole las patas, rueda al suelo. Siguen los aplausos de la gente y el clamor del triunfo y todos se esfuerzan por celebrar la victoria del matador". El "matador" finalmente es el torero de a pie, quien expone su vida en esos difíciles momentos, convertidos en el feliz advenimiento del siglo XIX, que recibirá un toreo por muchos años alterado, como reflejo y efecto de los acontecimientos del siglo decimonónico, del que ya nos ocuparemos en detalle del mismo. Para entender la transición y todos los comportamientos ocurridos entre los siglos XVIII y XIX, me atengo a una excelente “editorial” cuya autoría es de Ilán Semo: SOBRE LA HISTORIA (ÉTNICA) DE LA INDEPENDENCIA. Es costumbre afirmar que el movimiento de independencia que se inicia en 1810 tiene una historia doble: de un lado, fue una lucha por separar de España al virreinato de la Nueva España, para formar una nueva nación; del otro, una revolución social, política y cultural que transformó –o que quería transformar- a la sociedad que la Colonia heredó al siglo XIX. Si algo distinguió a la rebelión de los insurgentes mexicanos de los otros movimientos de independencia en América Latina fue su radicalidad: O´Higgins o Bolívar representaron fuerzas de reducidas elites criollas que apenas conmovieron a sus sociedades; en cambio Hidalgo, ya en noviembre de 1810, no sabía qué hacer con esa vistísima fuerza de indígenas, mestizos, y mulatos que estuvieron a punto de ocupar la ciudad de México y que aparece en escena desde el mismo 16 de septiembre. Todos los testimonios sobre las cruzadas insurgentes abundan en la misma impresión: una guerra civil y cruel, que devasta a las más disímbolas regiones del país y que se prolonga durante más de una década. El término “revolución” aparece desde las versiones más tempranas sobre la Independencia, que datas de los años 20 del siglo XIX. En general, quieren equiparar, así sea con la fuerza de la imaginación a la guerra de Independencia con lo acontecido en las revoluciones de Estados Unidos y Francia varias décadas atrás; pero terminan casi siempre describiendo turbas urbanas y populares (Hidalgo todavía emplea el término peyorativo de “plebe”) que linchan peninsulares en nombre de Fernando VII, comunidades indígenas que arrasan con autoridades criollas en la sierra de Atlixco, pueblos de mulatos que expulsan o matan a comerciantes y usureros mestizos en Guerrero, mulatos que se alían con mestizos en Veracruz para combatir españoles, criollos que se alían con indígenas en contra de los mestizos en Oaxaca, y así sucesivamente. Si nos atenemos a los modestos significados que se le confieren a la palabra “revolución” en la época (y prescindimos de los que se derivaron de ese sintagma casi teológico que pobló el imaginario radical del siglo XX), la noción no es del todo imprecisa: la sustitución violenta de un orden por otro. La Independencia cifró el paradigma político que dominó al país hasta la República restaurada 60 años después: ¿monarquía o república?, según la inmejorable definición de Edmundo O´Gorman. Fijó el imaginario económico de una nación constituida utópicamente por pequeños propietarios privados; postuló la primera Constitución cuasiliberal, de alguna manera democrática (y afamadamente fallida), otra gran utopía nacional. Pero sobre todo, antes que una conflagración política y social, la guerra de Independencia fue un conflicto esencialmente étnico. O más precisamente: un conflicto social y político que se desarrolló a lo largo del correlato de un mosaico identitario, es decir, étnico. Al menos esa es la imagen que se entrevé en los dos estudios recientes más meticulosos y logrados sobre la microfísica de la Independencia (Peter F. Guardino, Peasant, politics, and the formation of Mexico´s national state, 1996, y Eric van Young, The other rebellion: popular violence, ideology, and a Mexican struggle for Independence, 2001). En cierta manera, se trata de una imagen, digamos, “lógica”.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. En 1810, la sociedad novohispana era un orden que regulaba sus relaciones, percepciones y contradicciones por medio de un régimen basado en correlatos étnicos: las castas. Españoles, criollos, indígenas, mestizos, negros, mulatos (y las más de 30 posibles combinaciones entre ellos) se percibían a sí mismos en un orden de sujeciones y atribuciones. Así se representaban también los mundos de la “economía”, la “política” y la religión. Es natural que al plantearse la pregunta por la construcción de una nueva sociedad, la Independencia haya partido de ese mosaico étnico, incluso para abolirlo, como en el caso del programa confeccionado por las fuerzas radicales de Morelos. Sin embargo, en la historiografía mexicana tradicional no hay un solo vestigio de la dimensión étnica de la Independencia como uno de los centros de su conflictividad. La disputa por la etnicidad conforma en ella una suerte de punto ciego o de terra incógnita o non grata. Es una ausencia también comprensible. Si el siglo XIX puede ser entendido como un cúmulo de cruzadas por desindigenizar al país, no es casual que la escritura de la “historia nacional” se desarrolle como un cúmulo de intentos por desindigenizar la escritura de la historia. Una historia de la Independencia basada en la pregunta por la dimensión étnica de su incendiaria conflictividad podría revelar universos inéditos y esenciales. Uno evidente es el tema de los orígenes del nacionalismo mexicano. Una visión que se ha constituido en una suerte de doxa histórica es la de atribuir los orígenes de la producción del imaginario nacional al exclusivo mundo de los criollos. Según esta divulgada visión, fueron las elites criollas quienes cifraron el inventario de sentimientos y relatos que habrían de codificar a la emergente nación. ¿Dónde queda entonces la historia de las versiones de la nación confeccionadas por alianzas tan vastas y populares como las de Morelos o Guerrero, que responden a fuerzas indígenas, mestizas, mulatas, y cuya trama está enfrentada al criollismo de herencia novohispana? ¿Dónde queda en general lo que Hobsbawm llamó alguna vez “el protonacionalismo popular”, ingrediente esencial en la formación de cualquier Estado nación? ¿Basta con referirlo a la Virgen de Guadalupe? ¿Y cuáles son los orígenes del nacionalismo mestizo, ese grupo étnico y social pequeñísimo en 1810 que acabó hegemonizando la conformación de la nación entera después de las catástrofes provocadas por el “nacionalismo” criollo? Es imposible prever los pasados que nos aguardan. Pero la pregunta por la naturaleza étnica del conflicto iniciado por los insurgentes en 1810 podría revelar una historia que apenas podemos intuir.109

La urgencia de una nueva nación, desde luego que originó, entre otras muchas cosas, el consiguiente caos el cual devino en la indeseable reacción de la lucha y ambición por el poder, cuyo reflejo se proyectó en el pueblo, conglomerado que resintió los innumerables cambios y embates impuestos por aquella desbocada realidad, la cual mantuvo a México en constantes sobresaltos. Poco más de 50 años –de 1810 a 1867-, quedaron sometidos a la inestabilidad, condición que no permitió un avance representativo y sí la incertidumbre, por lo cual el ciudadano común y corriente no encontró demasiadas oportunidades, pero tampoco la cancelación a sus diversos proyectos. En el ámbito taurino, independientemente de la especulación política se pudo percibir algo que no era nuevo. Diversos levantamientos durante otras tantas épocas del virreinato, sirvieron como pivote fundamental, que se mantuvo no necesariamente bajo el reposo, porque al interior de la tauromaquia novohispana se dan muestras evidentes de una dinámica que operó, sobre todo en la ubicación estratégica de los de a pie, 110 quienes 109

La Jornada (Nº 6483, del 13 de septiembre de 2002, p. 21. José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs. 7ª parte: “Los señores de a caballo se van trotando, trotando hasta desaparecer. en medio de una nube de polvo el toreo se hace pueblo”. 110

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ya en el siglo XVIII se movilizan con mayor independencia y predominio, luego de las reacciones generadas por la actitud de la nueva casa reinante: los Borbones, quienes Al comenzar el siglo XVIII, el agotamiento del toreo barroco en las dos Españas es evidente. El papel protagónico de la nobleza está amenazado con desaparecer luego de resentir el desdén con que trató a la fiesta de toros Felipe V, el primer rey español de la dinastía francesa de los Borbones. Dicho fenómeno ocasionó otro, el cual fue calificado por el reconocido investigador español Pedro Romero de Solís como el retorno del tumulto, esto es, cuando el pueblo se apoderó de las plazas para experimentar en ellas y trascender así su dominio. La aristocracia tuvo que bajarse muy pronto del caballo, a tal grado que con la gran fiesta del 30 de julio de 1725, afirma Moratín que se “acabó la raza de los caballeros”. El contraste fue el desarrollo de un movimiento popular con el que empiezan a tener éxito las corridas de a pie. La caballería estaba en quiebra. Pueblo y toro van a hacer la fiesta nueva, por lo cual todo está preparado para darle realce a aquel cambio con el que la tauromaquia sumará un nuevo capítulo en su trayectoria. Y ese pueblo comienza por estructurar la nueva forma de torear matando los toros de un modo rudimentario, con arpones y estoques de hoja ancha, y torean al animal con capas y manteos o con sombreros de enormes alas. Los de a pie ya no servirán a los jinetes, sino estos a aquellos. Los nuevos actores, muchos de ellos personajes anónimos, desplazan con acelerada rapidez a quienes alguna vez fueron protagonistas, los caballeros, que deseando no perder colocación, se prestan a cambiar su papel por el de “señores de vara larga” o lo que es lo mismo: picadores, que hoy en día se mantienen vigentes. Las variaciones experimentadas en nuestro territorio guardan una marcada diferencia respecto a las desarrolladas en España. Existe una preocupación por darle orden, misma que propició la publicación de la tauromaquia de José Delgado en 1796, nuestros antepasados solían divertirse, “inventando” formas de toreo acordes con el espíritu americano. Aunque no éramos ajenos a España. Tomás Venegas "El Gachupín Toreador" llegó a México en 1766 y se quedó entre nosotros, influyendo seguramente en los quehaceres taurómacos de estas tierras. A su vez Ramón de Rosas Hernández "El Indiano", mulato veracruzano quien emprendió viaje a España, actuando por allá en los últimos años del siglo XVIII, demostró en ruedos ibéricos que acá también había buenos toreros, sobresaliendo en las suertes de montar los toros, templando “ya sobre él, una guitarra y [consumada la suerte] cantará con todo primor el sonsatillo”. El "divertirse, inventando..." da lugar al anhelo de los novohispanos por definirse así mismos como individuos diferentes de quienes los condujeron política, religiosa, moral y socialmente, durante el largo periodo colonial. En algún momento deben haberse cuestionado sobre su papel, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos? Se aproximaban con rapidez a lo que será para ellos la independencia. Con este movimiento de liberación el mexicano aprendió a dirigirse por sí solo, en el toreo podemos encontrar esa evidencia, dándola a conocer cada tarde torera. Fue necesario incluir una riquísima gama de posibilidades que permitieron demostrar una capacidad creadora como nunca antes había ocurrido. Más adelante, podremos conocer parte de esas “locuras” o “frutos del ingenio” llevados a escena en las plazas de toros. Un importante código de valores permiten distinguir las jerarquías con que aparecían en escena todos los protagonistas. De ese modo, al traje que portaron aquellos personajes poco a poco comenzaron a añadírsele bandas distintivas, y luego las aplicaciones en metal -oro o plata- que definitivamente diferenciaron a las cuadrillas, tal y como llegan hasta nuestros días. Los primeros intentos que desplegaron los lidiadores americanos al acometer la nueva empresa, se dieron desde 1734, cuando Phelipe de Santiago, Capitan de los toreadores de a pie, intervinieron en las fiestas que se efectuaron aquel año, en “celebridad del ascenso al Virreynato de estta Nueva España del el Excmo. N. Sor. Dr. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta”, quien gobernó de 1734 a 1740. Aquí, Phelipe de Santiago y su cuadrilla salieron con vestidos “adornados con listón de Napoles encarnado, de seda fina torcida, camisas de platilla, mitán amarillo, rasó de España amarillo también, para vueltas de los gabanes, y buches de los calzones elaborados con paño de Querétaro. Medias de capullo encarnadas y las toquillas de los sombreros finos con listón de China amarillo labrado, y corbatines adornados con encajes”. Más tarde encontraremos a un conjunto de “toreros” anónimos que, a los ojos de Rafael Landívar S.J., imprimieron el verdadero sabor de la tauromaquia autóctona mexicana, precisamente a la mitad del siglo XVIII, asunto del que daremos cuenta en capítulo posterior. Mientras tanto, toreros de la talla de Felipe Hernández “El Cuate”, Juan Sebastián “El Jerezano”, Alonso Gómez “El Zamorano”, Felipe “El Mexicano”, Cayetano Blanco, y José de Castro, se encargaron de avivar el fuego que iba en aumento conforme se acercaba la época en que el toreo en el nuevo país se colocó a la altura del practicado en España.

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desairan no solo el toreo, sino mucho de su circunstancia que lo rodea, en tanto esencia española. Así que esa primera independencia en buen sentido provocada por el establecimiento de franceses en el reino español, sirvió para que el pueblo español y desde luego el novohispano, pasara de la mera ubicación estratégica de los de a pie, a la práctica más contundente, aunque para ello fuera necesario someterse a la anarquía, porque ese “retorno del tumulto” –Romero de Solís dixit- encontró el natural acomodo en medio de insuficientes argumentos que quedaron reunidos en una tardía, pero a la vez primer gran Tauromaquia, la de José Delgado, publicada en 1796. En el periodo que va de 1766 a 1886, ocurre una declarada y novedosa condición, fundada no solo en el toreo de a pie, sino en la peculiar demostración expresiva de ese toreo, enriquecida por lo que yo he llamado “aderezos imprescindibles y otros divertimentos de gran atractivo en las corridas de toros”. Me refiere concretamente a las mojigangas, las que se reafirmaron en este periodo, pero que ya estaban incorporadas desde por lo menos el siglo XVII, y que siguieron manifestándose hasta los últimos años del siglo XIX, en que prácticamente desaparecen, aunque quedan resabios y estos se refugian en la provincia, pero sobre todo en sitios harto curiosos como haciendas y rancherías, donde hoy día es posible percibir esas reminiscencias. En México, el toreo ya independizado, aunque todavía bajo la égida de la corona española, atiende y cumple unos principios que marchan en paralelo con la actividad hispana, aunque distanciados por espíritus propios, distantes pero que no son ajenos, porque se identifican. Los marca en todo caso un estilo peculiar con el que ambas realidades marchan, para encontrarse con una segunda década del siglo XIX bajo el rigor de violentas rebeliones intestinas tanto aquí como allá. Todo eso no afectó demasiado lo que pasaba en el toreo, porque simple y sencillamente el toreo, respecto a la independencia es mayor de edad. Que afecte la convulsión política y social es en realidad un factor al cual tendrán que adaptarse los protagonistas, aumentando o disminuyendo los decorados, pero no los papeles principales en los cuales se establecen personajes perfectamente identificados los cuales, incluso, se afirmaron durante periodos muy largos (hay dos casos evidentes: los hermanos Luis, Sóstenes y José María Ávila, que consolidan su hegemonía de 1808 a 1858 y el muy particular del diestro hispano Bernardo 197


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Gaviño, el cual permanece cinco décadas en un imperio que supo forjarse entre los años de 1835 a 1886). Sin embargo, todo el conjunto de diestros no ostentaban la alternativa como culminación profesional, porque por lo menos en México no era común esa práctica, que se va a dar hasta 1887 (la de Francisco Jiménez “Rebujina”, concedida en Puebla el 13 de marzo fue la primera bajo ese ceremonial en nuestro país). En España se consolidó desde los inicios del siglo XIX, y aunque Gaviño no la recibiera, pero que tampoco la proporcionara (hay una dudosa alternativa que concedió el 13 de abril de 1879 a Ponciano Díaz en Puebla, así como otra a Andrés Frontela en 1881 y una más, a Genovevo Pardo el 26 de octubre de 1884, en la plaza de toros del Huisachal), es el torero con bigotes –Ponciano Díazquien abre el historial de las alternativas cedidas a los diestros mexicanos en España, recibiéndola el 17 de octubre de 1889 en Madrid. De regreso a los acontecimientos anunciados, sobre lo que significó un toreo aderezado por las mojigangas (circunstancia que tiene una profunda raíz que proviene desde la época medieval), tengo la impresión de que transitó desplazándose, pero sin evolucionar. Era muy rica, exuberante esa expresión pero solo se daban reacomodos o estos variaban con el cambio de nombre en una misma suerte o representación. Y Gaviño en esto, influyó mucho, porque no le convenía alterar ni que alteraran por fuera su predominio, donde incluso se enfrentó a varios riesgos. Sin embargo, su habilidad fue tal que movilizando a sus seguidores, estos reaccionaban levantándose contra el que era sujeto y blanco de ataques para descalificarlo, pero por encima de todo, para liquidarlo, resurgiendo victorioso el gaditano. Además Bernardo era quien junto a Mariano González o los hermanos Ávila –entre otros-, impulsaban aquellas demostraciones alucinantes cuyo catálogo es amplísimo. Véanse algunos ejemplos: -Los hombres gordos de Europa; -Los polvos de la madre Celestina; -La Tarasca; -El laberinto mexicano; -El macetón variado; -Los juegos de Sansón; -Las Carreras de Grecia (sic); -Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas.

Todo esto se dio en menor medida en ruedos españoles, en los que maduraba el toreo no solo con la Tauromaquia de José Delgado. También con la reciente que publicó en 198


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1836 y puso en vigor Francisco Montes. Tanto Pepe Hillo como Paquiro son las figuras que reconocen el avance adquirido por un ejercicio que no solo se sustenta por fundamentos de la técnica, sino que esta debe estar acompañada por la estética. La teoría de estos dos tratados, impulsó los avances de un espectáculo perfectamente articulado y profesional, construyéndose unos perfiles en los que el torero se volvió no solo figura protagónica, sino segundo eje de ese sistema (recordemos que el primero es el toro), en torno del cual giró una emblemática representación, cuya puesta en escena ya nada más esperaba –en medio de su madurez-, proyectarse por otros espacios. De regreso por nuestro país, la tauromaquia en tanto raíces soterradas, pero evidentes para sostener aquel andamiaje, era un concepto aborigen, a veces ajeno a lo acontecido en España, pero con fuertes soplos de influencia, debida a aislados, pero no por ello débiles vasos comunicantes que se dieron gracias a la difusión de las dos tauromaquias aquí mencionadas. En 1851 el Conde de la Cortina publicaba en el Mosaico mexicano un análisis a la de José Delgado. En 1862, Luis G. Inclán, escritor, editor e incluso empresario y protagonista en más de una tarde de toros, en la ciudad de México o Puebla, sacaba a la luz una versión de la de Francisco Montes,111 acompañada de una gran estampa que reproducía las diversas suertes allí indicadas, pero con una interpretación mexicana, en cuanto a la forma en que percibieron e interpretaron ese conjunto de circunstancias quienes en esos momentos eran protagonistas del toreo. Entre los ochenta primeros años del siglo XIX estudiados aquí, se encuentran actuando las siguientes figuras: (T) Torero;

(B) Banderillero;

(P) Picador;

(O) Otros.

-Felipe Estrada (T) -José Antonio Rea (T) -José María Ríos (B) -Guadalupe Granados (B) -Vicente Soria (B) -José María Montesinos (B) -Joaquín Roxas (O) (Loco) -José Alzate (O) (Loco) -Xavier Tenorio (P) -Ramón Gándara (P) -Ignacio Álvarez (P) 111

Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. -José Ma. Castillo (P) -Luis Ávila (T) (desde 1819) -Sóstenes Ávila (T) (desde 1808) -José María Ávila (T) (desde 1808) -Basilio Quijón (T) (ca. 1820) -Bernardo Gaviño y Rueda (T) (desde 1835) -José Sánchez (T) (español) -Victoriana Sánchez (T) -Caralampio Acosta (P) -Pablo Mendoza (T) -Andrés Chávez (T) -Victoriano Guevara (T) -Vicente Guzmán (P) -José González "Judas" (B) -Juan Corona (P) -Dolores Baños (T) -Soledad Gómez (T) -Manuela García (T) -Mariano González "La Monja" (T) -Antonio Duarte "Cúchares" (T) (español) -Francisco Torregosa (T) -Ignacio del Valle (B) -José Delgado (B) -Antonio Campos (B) -Manuel Lozano García (B) -José Arenas, de Chiclana (P) -Juan Trujillo, de Jeréz (P) -Pilar Cruz (P) -Diego Olvera (P) -Tomás Rodríguez (B) -Magdaleno Vera (P) -Refugio Macías (Picadora) -Ignacio Gadea (O) (banderilleaba desde el caballo) -Serapio Enríquez (P) -Antonio Cerrilla (O) (desde el caballo) -Fernando Hernández (T) -Lorenzo Delgado (B) -Joaquín López "El Andaluz" (B) -Lázaro Sánchez (B) -Francisco Soria "El Moreliano" (B) -Tomás Rodríguez (B) -Manuel Gaviño (B) (hermano de Bernardo) -Esteban Delgado (P) -José Ma. Castillo (B) -Lázaro Caballero (P) -Antonio Escamilla (P) -Antonio Rea (P) -Cenobio Morado (P) -Francisco Cuellar (B) -Joaquín Pérez (B) -Alejo Garza, "El hombre fenómeno" (O) (se le llamaba así por faltarle los brazos y realizar durante sus participaciones una diversidad de actos y de suertes inverosímiles). -Ireneo Mendez (B) -Ángeles Amaya (T) -Mariana Gil (T) -María Guadalupe Padilla (T) -Carolina Perea (T) -Antonia Trejo (T) -Victoriana Gil (T) -Ignacia Ruiz "La Barragana" (T) -Antonia Gutiérrez (O) (de a caballo)

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70 figuras -de una lista que puede aumentar- son las que conforman el espacio ya indicado y en el cual podemos apreciar la participación directa de mujeres y aquellas consecuencias del quehacer campirano que encontró extensión en los ruedos. La conveniencia, y mantener este quehacer significó estabilidad, pero también la garantía de una continuidad, aceptadas ambas razones por quienes gozaban el espectáculo de esa época que parecía mantenerse así, de no ser porque en 1867 enfrentó una de las alteraciones más graves, no tanto por el estado que guardaba el espectáculo, sino por razones meramente administrativas, ajenas al curso de las corridas de toros mismas, pero que significaron un fuerte golpe, pues aunque se refugiaron en la provincia y desde allí procuraron darle permanencia algunos personajes como los que acaban de citarse, ya no fue igual. Incluso fueron perdiendo fuerza, a pesar de los numerosos escenarios en donde podían efectuarse los festejos. A pesar de que entre esos puntos y las haciendas siguiera notándose una dialéctica o, en otras palabras, ese intercambio entre lo que ocurría en la plaza y las suertes campiranas, comunes en las haciendas ganaderas, junto con la práctica constante sujeta al calendario religioso –e incluso agrícola-, sin faltar las grandes fiestas patronales que dieron lustre a esos pequeños poblados del interior del país. Como se ve, existen suficientes argumentos para vindicar aquella gran independencia taurina, la cual, a partir de 1882 comenzaría a verse amenazada de lo que he llegado a llamar como la “la reconquista vestida de luces”, es decir: La reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera – chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales – quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica,

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por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona. La “reconquista...” fue un aspecto que colapsó el reposo taurino nacional, a pesar de la resistencia ejercida por Ponciano Díaz y sus huestes. Bernardo Gaviño por su propio anquilosamiento y decrepitud ya no representaba un peligro mayor, y aunque sigue toreando, ya es en menor medida. Su muerte en 1886 culminó con una época singular, la cual estudié profundamente en un trabajo que aún permanece inédito.112 Finalmente, el caso específico de Ponciano Díaz nos muestra también el último capítulo de esa “independencia taurina”, que para el imaginario nacional representó una experiencia muy rica en sus mejores años –que fueron de 1877 a 1890-. Los últimos nueve de su trayectoria ya no fueron ni sombra de aquel esplendor, mismo que quedó absolutamente apabullado por la etapa de la “reconquista...”, a la que si no se sometió, por no convenir a sus intereses, al menos la enfrentó, en un caso tan similar al que vivió Moctezuma, cuando secuestrado por los españoles es llevado a Tlaxcala y muerto allí por los propios indígenas. Es decir, la propia afición mexicana de fin de siglo XIX, perfectamente enterada de lo que significaba aquel nuevo amanecer para el toreo de nuestro país, no concibe que Ponciano Díaz deba seguir ocupando un sitio que no corresponde con la realidad, una realidad que está a punto de transitar en su condición secular, aunque, eso sí, lo suficientemente madura y preparada para aceptar y reconocer un toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna el que luego de los años difíciles de asimilación, pero también de madurez y sobre todo, de convencimiento, sirvieran para recuperar el tiempo perdido por un lado. Y por otro, de que la afición formada ya con ese concepto, aprobara su establecimiento de por vida, apoyado con una muy inteligente campaña difundida a través de la prensa, para lo cual surgieron diversas publicaciones, más a favor que en contra de aquel concepto puesto en marcha por los José Francisco Coello Ugalde: (Aportaciones Histórico Taurinas Nº 10: “BERNARDO GAVIÑO Y RUEDA: ESPAÑOL QUE EN MÉXICO HIZO DEL TOREO. UNA EXPRESIÓN MESTIZA DURANTE EL SIGLO XIX. (BIOGRAFÍA)”. México, 1998. 320 pp Ils., retrs., grabs. Inédito). 112

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nuevos “conquistadores” del toreo que comenzó un periplo que luego, años después, Rodolfo Gaona lograría hacer universal, gracias al hecho de que este gran torero tuvo la virtud de regresarles la “conquista” a los españoles, en un acto de consolidación taurómaca sin precedentes.

La artesana mano interpreta la forma de ser del toreo encabezado por los estamentos en el inicio del siglo XVIII mexicano. Archivo General de la Nación [A.G.N.] Ramo: Tierras, vol. 1783, exp. 1, f. 21v. Códice “Chapa de Mota”.

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SEGUNDA PARTE. SIGLO XX.

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SIGLO XX Raro es el siglo que tiene la particularidad de iniciar su marcha temporal junto con otros procesos sociales o políticos. Estos más bien, hallan un puente por donde cruzar y por donde seguir. El siglo XX mexicano aparece en escena con un síntoma de continuidad en el régimen porfirista, lo que por un lado marca cierta estabilidad económica y política; por el otro, la intranquilidad social. Sin embargo, la respuesta de muchos inconformes, merece una atención especial. Por una parte los trabajadores de algunas fábricas despertaron el ánimo rebelde que llegó a oídos de muchos integrantes del pueblo113 que probablemente no imaginaron sumarse a la bola, término que se le dio a las multitudes que participaron en el movimiento armado de 1910. La bola bien a bien no tuvo una idea clara que sí tuvieron sus dirigentes, cabecillas y “caudillos”, los cuales, además de tener bien definido el propósito de eliminar todo rastro de la dictadura sostenida por el General Porfirio Díaz,114 aprovecharon la coyuntura para encaramarse en puestos estratégicos de la lucha por el nuevo poder, independientemente de que operó un constituyente el cual, para el 5 de febrero de 1917 logra poner en circulación un nuevo documento rector para la nación, desplazando al que estuvo en boga desde 1857. Por otro lado, se tenía la idea de que el trabajador en las haciendas mexicanas fue un elemento de explotación indiscriminada. Pero en muchas de ellas se ha encontrado un paternalismo entre el hacendado y los peones. Esos arreglos de conveniencia hacen ver que las relaciones laborales, determinada por ciertas presuposiciones en torno al peonaje, de la transmisión hereditaria de deudas, de la ruindad de la “tienda de raya”, 115 así como de los créditos y adelantos impuestos a los trabajadores, del pago del salario en “vales” o “fichas”, del empleo de deportados a la fuerza pero sobre todo, de la utilización de la 113

Para mí el concepto "pueblo" es utopía al no existir una razón que lo defina como tal. Las luchas civiles entre señores -durante el siglo XIX, el XX y el que ya transcurre-, utilizan las masas humanas como instrumento para conseguir intereses personales, sustentados en el término pueblo, el mismo que funciona para satisfacer -sí y solo sí- los intereses. Cubierta esa necesidad, el pueblo vuelve a su estado utópico, en tanto que terrenable es o son masas (todo ello bajo el entorno latinoamericano). 114 Los gobiernos del General Porfirio Díaz en plena República Central van del 5 de mayo de 1877 al 30 de noviembre de 1880; posteriormente del 1º de diciembre de 1884 al 25 de mayo de 1911, con una breve interrupción que recayó en su “compadre” el General Manuel González del 1º de diciembre de 1880 al 30 de noviembre de 1884. 115 La expresión “tienda de raya” implica el reproche de que la tienda en las haciendas fue un instrumento de explotación en manos del hacendado o de su administrador, a través de la sustracción directa del salario (rayar = remunerar).

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violencia física, ha hecho que muchos autores encuentren una relación entre las características del sistema y las acciones de la revolución agraria. Ahí se condensan los atributos del sistema de hacienda supuestamente inaguantables, vistos en conjunto como la variable independiente de una considerable, si es que no decisiva, participación de los trabajadores agrícolas en la revolución de 1910-40.116

Una expresión, la del toreo rural, tuvo todavía fuerte presencia entresiglos, el XIX y el XX en nuestro país. De ahí que su discurso entrara en diálogo con el toreo urbano. SINAFO, 5933.

En la peculiar rareza del inicio de un siglo que no tiene ninguna necesidad de partir de su principio elemental (ahí está el caso de que para el XXI, su crudo comienzo tuvo lugar el 11 de septiembre de 2001), esto va a ocurrir en el toreo mexicano. Poco más de 10 años bastaron para que la expresión nacionalista encabezada fundamentalmente por Ponciano Díaz fuera liquidada por la “reconquista vestida de luces”, que se estableció en México desde 1882. Ya sabemos que aquel grupo de diestros españoles encabezado por José Machío, Luis Mazzantini, Ramón López o Saturnino Frutos Ojitos, junto con la labor doctrinaria de la prensa cimbraron la estructura de la tauromaquia mexicana, resultante de una sustancia híbrida –a pie y a caballo-, enriquecida con los “aderezos imprescindibles” denominados mojigangas, ascensiones aerostáticas, fuegos de artificio y otros. El débil andamiaje que todavía quedaba en pie en el postrero lustro del XIX fue defendido por el 116

Herbert J. Nickel (ed): Paternalismo y economía moral en las haciendas mexicanas del porfiriato. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, 1989. 217 p. Ils., grafs., tablas. (V Centenario 1492-1992. Comisión Puebla. Gobierno del Estado).

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último reducto de aquella manifestación. Me refiero de nuevo a Ponciano Díaz quien con su muerte, ocurrida el 15 de abril de 1899 se lleva a la tumba la única parcela del toreo nacional que quedaba en pie, pero que ya no significaba absolutamente nada. Era ya sólo un mero recuerdo. 1901 amaneció para México dominado por la presencia torera española, en contraste con una floja puesta en escena de diestros nacionales, encabezados por Arcadio Ramírez “Reverte mexicano”, lo que representaba un desequilibrio absoluto, una desventaja en el posible despliegue de grandeza, mismo que se dejará notar a partir de 1905, con la aparición de Rodolfo Gaona.

Eduardo Leal “Llaverito” y Luis Freg, encuentro entre el final de un siglo, el XIX y el comienzo del XX. Ambos, en el patio de cuadrillas en la plaza de toros “El Toreo” de la colonia Condesa. (Ca. 1912). SINAFO, 15639.

La del leonés no fue una presencia casual o espontánea. Surge de la inquietud y la preocupación manifestada por Saturnino Frutos, banderillero que perteneció a las cuadrillas de Salvador Sánchez Frascuelo y de Ponciano Díaz. Ojitos, como Ramón López decide quedarse en México al darse cuenta de que hay un caldo de cultivo cuya propiedad será terrenable con la primer gran dimensión taurina del siglo XX que campeará orgullosa desde 1908 y hasta 1925 en que Gaona decide su retirada. Rodolfo Gaona Jiménez, había nacido el 22 de enero de 1888 en León de los Aldamas, estado de Guanajuato. Con rasgos indígenas marcados, y sumido en limitaciones 209


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económicas, el muchacho, solo no tenía demasiado futuro. Se dice que Saturnino Frutos emprendió el difícil camino de buscar promesas taurinas en el bajío mexicano, sitio en el que estaba gestándose uno de los núcleos más activos, sin olvidar el occidente, el norte y el centro del país. El encuentro de Frutos y Gaona se dio en 1902, imponiéndose desde ese momento una rígida preparación, bajo tratos despóticos soportados entre no pocas disputas o diferencias por Rodolfo, único sobreviviente de una primera cuadrilla que luego se desmembró al no soportar el ambiente hostil impuesto por el viejo banderillero, convencido de la mina que había encontrado en aquel joven que lentamente asimiló el estudio. Pero sobre todo el carácter. El “indio grande”, el “petronio de los ruedos”, el “califa de León” y otras etiquetas determinaron y consolidaron la presencia de ese gran torero quien, como todo personaje público que se precie, también se involucró en algunos oscuros capítulos, que no vienen al caso. Rodolfo Gaona, el primer gran torero universal, a decir de José Alameda, rompe con el aislamiento que la tauromaquia mexicana padeció durante el tránsito de los siglos XIX y XX. Ello significó el primer gran salto a escalas ni siquiera vistas o comprobadas en Ponciano Díaz (14 actuaciones de Ponciano entre España y Portugal en su primera y única temporada por el viejo continente), no se parecen a las 81 corridas de Rodolfo solo en Madrid, repartidas en 11 temporadas, aunque son 539 los festejos que acumuló en todo su periplo por España. Sin embargo, los hispanos se entregaron a aquel “milagro” americano. Gaona ya no sólo es centro. Es eje y trayectoria del toreo aprendido y aprehendido por quien no quiere ser alguien más en el escenario. Independientemente de sus defectos y virtudes, Rodolfo –y en eso lo ha acentuado y conceptuado con bastante exactitud Horacio Reiba Ibarra-, sobre todo cuando afirma que Rodolfo Gaona es un torero adscrito al último paradigma decimonónico. Y es que el leonés comulga con el pasado, lo hace bandera y estilo, y se enfrenta a una modernidad que llegó al toreo nada más aparecieron en el ruedo de las batallas José Gómez Ortega y Juan Belmonte, otros dos importantes paradigmas de la tauromaquia en el siglo XX. 210


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Tal condición se convirtió en un reto enorme para el torero mexicano-universal, sobre todo en un momento de suyo singular: la tarde del 23 de marzo de 1924, cuando obtuvo un resonante triunfo con QUITASOL y COCINERO, pupilos de don Antonio Llaguno, propietario de la ganadería de San Mateo. Esa tarde el leonés tuvo un enfrentamiento consigo mismo ya que, logrando concebir la faena moderna sin más, parece detenerse de golpe ante un panorama con el que probablemente no iba a aclimatarse del todo.

Saturnino Frutos “Ojitos” y la cuadrilla leonesa, en imagen obtenida más o menos entre 1905 y 1907. En Toros y Toreros. Órgano del Centro Taurino. Nº 5 extraordinario. San Luis Potosí, 6 de enero de 1909. De la colección del autor.

Los toros de San Mateo no significaron para Gaona más que una nueva experiencia, pero sí un parteaguas resuelto esa misma tarde: Me quedo con mi tiempo y mi circunstancia, en ese concepto nací y me desarrollé, parece decirnos. Además estaba en la cúspide de su carrera, a un año del retiro, alcanzando niveles de madurez donde es difícil romper con toda una estructura diseñada y levantada al cabo de los años. Es importante apuntar que la de San Mateo era para ese entonces una ganadería moderna que se alejó de los viejos moldes con los que el toro estaba saliendo a las plazas: demasiado grandes o fuera de tipo, destartalados y con una casta imprecisa. El ganado que crió a lo largo de 50 años Antonio Llaguno González recibió en buena medida serias críticas más bien por su tamaño –“toritos de plomo”- llegaron a llamarles en términos bastante despectivos. Pero en la lidia mostraron un notable juego, eran ligeros,

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bravos, encastados; incluso una buena cantidad de ellos fueron calificados como de “bandera”. Volviendo con Gaona, su quehacer se convirtió en modelo a seguir. Todos querían ser como él. Las grandes faenas que acumuló en México y el extranjero son clara evidencia del poderío gaonista que ganó seguidores, pero también enemigos.

De regreso a la hazaña con el toro QUITASOL de San Mateo ocurrida el 23 de marzo de 1924, con ella concibe el prototipo de faena moderna. Si JOSÉ ALAMEDA da a Manuel Jiménez “Chicuelo” el atributo de haber logrado con CORCHAÍTO de Graciliano Pérez Tabernero ese nivel,117 nosotros se lo damos al leonés con aquella obra de arte que un polémico periodista de su época, Carlos Quiroz “Monosabio” recoge en espléndida reseña que presentamos en su parte esencial. Aquella tarde sucede un hecho memorable: Rodolfo Gaona, en una de las varias vueltas al ruedo que emprendió para agradecer las ovaciones, se acompañó de don Antonio Llaguno. Fue la única ocasión en que Gaona lo hizo con un ganadero, mismo que está proporcionándole a la fiesta un toro nuevo y distinto. El toro moderno para la faena moderna que a partir de esos momentos será una 117

La faena a Corchaíto, que fue una maravilla en sí misma, tuvo sobre todo el don de la oportunidad. El “milagro” ocurrió en Madrid (el 24 de mayo de 1928) precisamente cuando el público intuía, sentía, “necesitaba” que a los toros ya más afinados se les hiciera otro toreo: el toreo ligado, enlazado, que permita la unidad de la obra y la prolongación de la faena, sacándola del reducido molde belmontino en que venía manteniéndose. Pues si el toro verdaderamente propicio no salía todas las tardes, digamos, con la liberalidad de ahora, salía ya con la relativa frecuencia necesaria para que la evolución del arte pudiera producirse.

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auténtica realidad. Además, “Monosabio” logró conseguir un perfil biográfico junto con la obra humana y artística del “petronio de los ruedos” en MIS VEINTE AÑOS DE TORERO,118 libro llevado a la prensa en dos ediciones con miles de ejemplares vendidos, y que hoy está convertido en verdadera reliquia de bibliotecas. PAGINAS TAURINAS DE MONOSABIO ¿CUAL DE LAS DOS? Han pasado ocho días y aún se comentan las faenas que Gaona realizó con los toros "Quitasol" y "Cocinero", de la ganadería de San Mateo. Todavía no nos hemos puesto de acuerdo acerca de cuál de ellas tuvo mayor mérito. Unos juzgan que la de "Quitasol" fue una maravilla de acabado. Perfecta obra de orfebrería. Dechado innegable de perfeccionamiento en el manejo de la muleta. Y es que consideran que las condiciones en que "Quitasol" llegó a poder del matador: sosote, obedeciendo despacio y aún tuvo momento en que quiso trotar al hilo de las tablas. Y otros, resueltamente, votan por la faena de "Cocinero", el cuarto, que acometió con más nervio y tuvo más poder y traía la cabeza suelta. Y fue que si en la primera contemplaron suprema sapiencia en la aplicación de la flámula, en ésta hubieron de certificar no sólo esa maestría insuperable, sino algo que es más raro: la inteligencia, el dominio que con la muleta puede alcanzarse. Sí: porque todos vimos que al cuarto muletazo "Cocinero" que empezó achuchando y revolviéndose codicioso, estaba con la lengua fuera, muy quieto y permitió que el leonés le volviese la espalda, cual si ya lo considerase enemigo insignificante. Es verdad que en la faena del primer bicho se realizó el milagro de ligar seis pases naturales sin perder terreno en ninguno, haciendo que el bruto girase en torno al diestro. Seis pases naturales que en realidad constituyeron uno sólo: en redondo y que fueron rematados con el clásico pase de pecho, complemento obligado del pase natural. Seis pases en los que el diestro sujetó al toro para que no saliera de la muleta. Pero -agregamos no pocos- con todo y haber sido una maravilla la faena de "Quitasol", siempre, la de "Cocinero", queda algunos codos más alta. En "Cocinero" hubo más enemigo; más nervio, mayores dificultades que vencer. Por eso, su mérito es más grande, incuestionablemente. Sin embargo, no han faltado los Zoilos de ordenanza, pretendiendo aguar la fiesta. Sueñan con tapar el sol con un dedo. Basta lijera -sic- glosa de sus afirmaciones, para darse cabal cuenta de lo qué entienden de estas materias. Uno dice: "En banderillas se resiste a entrar -habla de "Quitasol"-. Escarba y huele, y nada. Un banderillero arroja su montera a la jeta del burel, mas este se contenta con juguetear y no arranca..." "El bicho ha llegado a la muerte como una seda. Ideal. El bicho sigue el engaño como babosa. Y no pierde de vista la muleta. En cualquier momento lo único que llama su atención es el trapo rojo..." Y allí, al lado de tan luminosas frases, una pequeña instantánea del Indio muleteando a "Quitasol". En ella se mira cómo "Quitasol" se marcha al hilo de las tablas, y el Indio que le mete la pierna en los ijares y le flamea la muleta para recogerlo... Luego, no en todos sus movimientos lo único que llamaba la atención de "Quitasol" era la muleta. Y cuando un toro se queda y echa la jeta por los suelos -como dice que hizo "Quitasol"- ya no es tan de seda. Alguna aspereza debió tener. Y torearlo primorosamente como lo toreó Gaona, es indudable que representa no poco esfuerzo, máxime si hay momento en que el enemigo intente marcharse con viento fresco. Del cuarto, dice: "Un toro que comienza saltando al callejón, que sigue dando brincos. Que se queda en varas... ¿Acaso toro en tales condiciones es un pedazo de azúcar? 118

Carlos Quiroz (Monosabio): Mis veinte años de torero. El libro íntimo de Rodolfo Gaona. México, Talleres Linotipográficos de “El Universal”, 1924. 279 p. Ils. Fots.

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CONVENGA O NO Hay quienes reprochan al Califa el poco clasicismo que empleara al torear a "Quitasol". Hubieran preferido de buena gana que, después de los seis pases naturales y el de pecho, hubiese entrado a matar: habría sido faena completa y clásica, porque así debió haberlo hecho el propio "Chiclanero". ¿Para qué torear con la diestra, cambiándose de mano el engaño, etc? Y, si Gaona hace tal, entonces las exigencias serían de otro género. Esa faena impecable la entenderíamos media docena de los que estábamos en la plaza, no los doce mil que había en los tendidos. Y, como el sol sale para todos, hay que contentar a la mayoría. De lo contrario, aparte de que la brega habría tenido menor emoción y escaso lucimiento, le pondrían toda suerte de reparos: éste, diría que no supo sacar el partido a que obligaba la nobleza del cornúpeto; aquél, quizás dudaría de la afición del torero, de su deseo de complacer a la clientela; porque, si con un borrego no se hacía aplaudir a rabiar, quien sabe para cuando reservaría su tan decantada maestría. El caso era poner laguna tilde, conviniese o no. Y no todos están por los clasicismos, que es éste un capítulo en el que se "vacila" más de lo necesario. Cuando, después de meternos en el cráneo algún pesado librote taurómaco entramos a la realidad de las cosas, salimos pidiendo a gritos el toreo clásico: mucha mano izquierda; torear exclusivamente con los pases fundamentales: el natural y el de pecho. La estocada recibiendo... Con arrebatadora suficiencia doctrinamos de esta guisa, queriendo reducir a la nada algún diestro que tarde a tarde se lleva de calle a los públicos: -Mientras no reciba un toro, no puede considerársele un gran estoqueador!... Y resulta que ejecuta exclusivamente los pases naturales y los de pecho, y viene la consumación de la suerte máxima, y aplaudimos, pero no hemos quedado satisfechos. Y ya estamos poniéndole reparos y nos hundimos en prolijas disquisiciones acerca de si debió o no debió haber recogido el pie izquierdo, o el derecho, o levantado más la mano. Y unos dicen que recibió a ley, y otros lo niegan y el torero con cuatro palmadas no queda contento, y jura no volver a meterse en semejantes belenes. Todo se debe a que, la verdad, la suerte que creímos portentosa ya de viso nos parece tener poca miga. Esperábamos que despertaría mayor alboroto, que nos causaría más impresión. Y no. Lo acabamos de certificar recientemente: Nacional recibió cuatro, cinco veces. Y ya nadie se acuerda de eso. Y no porque Nacional hubiese consumado la suerte suprema con mayor o menor perfección, que en alguna llenó todos los trámites- hemos de confesar que sea consumado estoqueador, un Maestro. No. Comprendimos que su talla aventajada le permite intentar la suerte de recibir; pero que todavía está verde para codearse con los Mazzantini. En cambio, después de ver torear a Gaona un toro, chico o grande, como los ha toreado en esta temporada, tenemos que concluir perfectamente convencidos: es un maestro. Y han sido porque en esa faena ha despertado emoción. Ha dado el sello de su personalidad inconfundible, como en la de "Quitasol" que no la redujo al clásico capítulo inicial, del toreo sobre la zurda, el que le enseñara "Ojitos", sino que, al prolongarla, buscó no caer en monotonía. De aquí que sus hazañas fueran todas distintas. Y la faena de "Quitasol" en nada se pareció a la de "Cocinero". Si los dos toros eran igualmente nobles y faltos de respeto, como se dice por allí, cualquier otro lidiador los hubiese toreado con el mismo procedimiento, hasta hacer creer que era uno mismo. Y esto lo vemos a diario: antes de que extienda la muleta el matador, ya sabemos que va a hacer y hasta podemos irle marcando el repertorio. Porque es uno mismo, reducido, monótono, falto de interés. Gaona, en estas dos faenas tan diferentes, probó no sólo que es quien más domina con la muleta, quien en ella posee positiva arma ofensiva y defensiva, sino que es el más "largo". El único, en los tiempos que corren, capaz de entretener y entusiasmar a los aficionados y sumirlos en un mar de perplejidades, porque, como hoy ocurre, no sabe por cual decidirse: si por la faena arrobadora en que brillan los seis pases naturales ligados a la perfección, como brillan sobre el terciopelo los brillantes y las perlas, o por la faena de dominio absoluto, de ligereza asombrosa y de adorno variado e inagotable. Y hoy no se habla de estocadas, sino del toreo de muleta. El torero ha vencido al matador, lo cual no es una novedad porque así ha ocurrido siempre. No voy a negar que los grandes estoconazos levanten en vilo a los públicos y arrancan ovaciones estruendosas. Pero es cierto que jamás el matador ha podido aplastar al torero: "Lagartijo" no fue opacado por "Frascuelo"; ni "Guerrita" por don Luis; ni Fuentes por "Algabeño". "Machaquito", con lo valiente y seguro estoqueador que fue, vio con pena que el cetro no estuvo en sus manos, sino en las de "Bombita", que era el torero.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. CUALQUIER TIEMPO PASADO… Y al pretender menguar el mérito de lo que viéramos hacer con "Quitasol" y "Cocinero", se hace hincapié en que fueron toros chicos. Terciados, no chotos, como dicen. En efecto: la corrida de San Mateo fue una corrida terciada, adelantada. Pero los más terciados fueron los dos últimos, que no correspondieron a Gaona. Y sin que yo pretenda hacer el elogio de los toros chicos, sí debo recordar que no sólo los toros grandullones saben dar cornadas, ni son los que mayores dificultades ofrecen a los lidiadores. A menudo los chicos y escurridos de carnes tienen más ligereza y nervio que los regorditos y corpulentos. Tenemos un caso reciente: Los toros de San Mateo lidiados en la corrida a beneficio de la Casa de Salud del Periodista. El más corpulento y en mejor estado de carnes, fue el "Silveti", toro bravísimo y de nobleza ideal, que se dejó hacer cuanto quiso el "Hombre de la regadera". Y el de menos libras, pero con mucho poder y nervio, fue el más pequeño: el "Facultades", aquel que ya con todo el estoque hundido en lo alto y listo para que de él diera cuenta el puntillero, se levantó y persiguió a Paco Peralta de tercio a tercio, y por poco le echa mano. "Relojero", de Piedras Negras, el bicho que cogió a Nacional, no fue un toro grande. Nacional toreó a muchos otros de mayor respeto, y el que le atravesó un muslo fue el de menor tipo... Y, se explica: todos traen cuernos y sangre; y las cornadas no las dan con los años, sino con lo que llevan en la cabeza. Siempre, es costumbre inveterada que quienes han conocido otros tiempos se entreguen a lanzar suspiritos de monja, añorando aquellas épocas en que veían lidiar reses con los cinco años cumplidos, con muchos kilos sobre el lomo y con pitones kilométricos. Y lo creen como lo dicen. Están convencidos de que conocieron algo mejor de lo que nos sirven hogaño. Hace veinte años yo escuché los mismos suspiros. Entonces se envidiaba a nuestros abuelos, que no vieron lidiar chotos. En aquellos tiempos, yo ví a Mazzantini lidiar seis becerros del Cazadero, muy bravos, por cierto; y con ellos Don Luis y Villita dieron la más lucida tarde de aquella temporada. En la extinta plaza "México", Minuto y Fuentes, torearon seis ratitas de Saltillo, noblotas y bravas. Fue corrida brillantísima y fue entonces cuando Antonio ensayó la suerte de recibir, con el cuarto. A Mazzantini, a Lagartijillo y a Fuentes, yo los ví lidiar la primera corrida de Piedras Negras, con cruza española. Fueron seis bichos pequeños y de asombrosa bravura. ¿Bueyes? En aquéllas épocas pretéritas se lidiaban a pasto. Pocas veces escapaban los toros del Cazadero sin ser quemados. Atenco estaba por los suelos. Dígalo aquella bronca de la segunda corrida de Reverte. Cuando Reverte volvió a torear en la plaza "México", domingo a domingo, se las veía con mansos, sacudidos de carnes y mal encornados de San Diego y de Santín. En cambio, a últimas fechas y a partir de las corridas que se dieron en Tlalnepantla, han menudeado los toros bravos en todas las ganaderías. Hemos visto bravura ejemplar en algunos bichos de Atenco y San Diego de los Padres, de Piedras Negras, La Laguna, Zotoluca, Coaxamaluca, y San Mateo. Y, si ayer Tepeyahualco presentaba corridas de soberbio trapío, hoy La Laguna nada tiene que envidiarle. En el beneficio de Gaona, Atenco mandó una corrida grande, brava, gorda y de largos pitones. De San Diego este año hemos visto una corrida muy dura, y de San Mateo una con un nervio que no conocieron nuestros padres. Sin embargo, los abuelos repiten su vieja cantinela. ¡Ah, aquellos tiempos!''' Suspiran por los días en que también se lidiaban mansos, y chotos, como ahora y como siempre. Jorge Manrique lo dijo: Cómo a nuestro parecer Cualquier tiempo pasado Fue mejor. Pero estar repitiendo tonterías, resulta una necedad. MONOSABIO.119

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El Universal. El gran diario de México. Director: José Gómez Ugarte. Domingo 30 de marzo de 1924. Año IX, Tomo XXX, Nº 2716, Cuarta sección, pág. 4.

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FERMÍN ESPINOSA ARMILLITA, FORJADOR DE UN GRAN IMPERIO. Hace poco más de dos décadas que Fermín Espinosa Armillita dejó la mortalidad para incluirse en el terreno de los inmortales. Después de Rodolfo Gaona, el diestro saltillense abarca un espacio que comprende la “edad de oro del toreo” en su totalidad (1925-1946) extendiendo su poderío hasta el año 1954. O lo que es lo mismo: treinta años de dominio y esplendor. Como se ve, al cubrir las tres décadas se convierte en eje y timón para varias generaciones: una, saliente, que encabezan Juan Silveti y Luis Freg, la emergente, a la que perteneció; y más tarde otra en la que Alfonso Ramírez Calesero, Alfredo Leal, Jorge Aguilar El Ranchero o Jesús Córdoba -entre otros- se consolidan cada quien en su estilo. Para entender a Fermín debemos ubicarlo como un torero que llenó todos los perfiles marcados en las tauromaquias y reclamados por la afición. Federico M. Alcázar al escribir su TAUROMAQUIA MODERNA en 1936, está viendo en el torero mexicano a un fuerte modelo que se inscribe en esa obra, la cual nos deja entrever el nuevo horizonte que se da en el desarrollo del toreo, el cual da un paso muy importante en la evolución de sus expresiones técnicas y estéticas.

Fermín Espinosa “Armillita” camino de convertirse en figura del toreo. SINAFO, 14625

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España es caldo de cultivo determinante y decisivo también en la formación de Armillita a pesar de que en 1936, el “boicot del miedo” encabezado, entre otros, por Marcial Lalanda intenta frenar la carrera arrolladora del “maestro”, y aunque regresa a México en compañía de un nutrido grupo de diestros nacionales, su huella es ya insustituible. Fermín nace en casa de toreros. Su padre, Fermín Espinosa ha ejercido el papel de banderillero. En tanto, Juan y Zenaido hermanos mayores de Fermín hijo, buscan consagrarse en hazañas y momentos mejores. Juan recibe la alternativa de Rodolfo Gaona en 1924, y años más tarde se integra a las filas de los subalternos, convirtiéndose junto con Zenaido en peones de brega y banderilleros, considerados como mejor de lo mejor. Ambos, trabajaron bajo la égida de Fermín. Gaona se despide el 12 de abril de 1925. Ocho días después, Fermín actúa en la plaza de toros CHAPULTEPEC, obteniendo -como becerrista- un triunfo mayor, al cortar las orejas y el rabo de un ejemplar de la ganadería de El Lobo. Uno se va el otro se queda. Sin embargo, la afición no asimila el acontecimiento y cree que al irse el “indio grande” ya nada será igual, todo habrá cambiado. Ese panorama “pesimista”, se diluyó en pocos años, justo cuando “Armillita chico” está convertido en figura del toreo. Al lado de los hispanos Victoriano de la Serna, Domingo Ortega, Joaquín Rodríguez Cagancho, y de los mexicanos David Liceaga, Alberto Balderas, Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado y José González Carnicerito protagonizan una de las mejores épocas que haya registrado la tauromaquia mexicana del siglo XX. Fermín acumuló infinidad de grandes faenas que dejaron una huella imborrable en la memoria del aficionado, quien recuerda con agrado los mejores momentos que han llenado sus gustos, las más de las veces “muy exigentes”. CLAVELITO de Aleas en España, JUMAO, PARDITO o CLARINERO en México son apenas parte del gran abanico que despliega este poderoso torero a quien llamaron el “Joselito mexicano” pues mandando con el capote y la muleta fue capaz de dominar a todos los toros con que se enfrentó. La técnica, la estética se pusieron al servicio del diestro de Saltillo, siendo el primer concepto el que predominó en manos de quien fue el “maestro de maestros”, atributo mayor, etiqueta envidiable que se han ganado pocos, muy pocos. 217


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Analizando a Fermín Espinosa Armillita con la perspectiva que nos concede la historia, apreciamos a un ser excepcional que por ningún motivo podemos ni debemos matizar en grado superlativo, porque esto nos pierde en las pasiones y por ende no nos deja ver el panorama con toda la claridad necesaria para el caso. Por eso, lo que normalmente apreciamos en la plaza y nos conmociona en extremo es emoción que con el tiempo se atenúa. Aquella gran tarde de gozo y disfrute, termina siendo acomodada en los anaqueles de nuestra memoria.

Fermín, más que poderoso y dominador… con las banderillas. SINAFO, 119105

Armillita nos deja apreciar a un torero completo en todos los tercios, favorito de multitudes, que se ganó el aprecio de la afición en medio de la batalla más sorda, desarrollada entre toreros que también hicieron época. No podemos olvidar sus tardes apoteóticas al lado de Jesús Solórzano, lidiando toros de LA PUNTA. De alguna de estas jornadas fueron recogidas las escenas de la célebre película SANGRE Y ARENA, protagonizada por Tyron Power. Armillita surge en unos momentos en que la revolución culminó como movimiento armado, y brota el cristero con toda su fuerza. En el campo cultural se da un reencuentro generoso con los valores nacionalistas que “revolucionaron” las raíces “amodorradas” de nuestra identidad, las cuales despertaban luego de larga pesadilla matizada de planes, batallas y luchas diversas por el poder.

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Sin embargo, el toreo se mantenía al margen de todos estos síntomas, como casi siempre ha ocurrido. Fermín, al igual que otros toreros, iba reafirmándose como cabeza principal de su generación, en la cual cada quien representó una expresión distinta que siempre sostuvo el interés de la afición, misma que gozó épocas consideradas como relevantes en grado máximo. Al romperse las relaciones taurinas entre México y España, se gestó un movimiento auténtico de nacionalismo taurómaco el cual alcanzó estaturas inolvidables. Fermín permeó a tal grado aquel espacio que su quehacer vino a ser cosa indispensable en todas las plazas donde le contratan, garantizando la papeleta pues su compromiso fue nunca defraudar. Que tuvo enemigos, todo gran personaje los acumula. Se le señalaba frialdad mecánica en sus faenas, un mando de la técnica por encima de la estética, aspecto que no prodigaba a manos llenas por no ser un torero artista. Pero no se daban cuenta de que cualquier gran artista primero forja su obra en planteamientos que van rompiendo el recio bloque o dando color a un lienzo blanco, enorme dificultad a la que se enfrenta hasta el mejor de los pintores. Y así, cualesquier torero plantea su faena moldeando y mandando al toro. Dominándolo en consecuencia. Fermín ya lo he dicho, tuvo en todos sus enemigos, animales a los que entendió y “dominó” en su plena dimensión. Por eso, el trauma de BAILAOR nunca pasó por su mente. BAILAOR fue el muro que detuvo la carrera de otro torero considerado “poderoso”: José Gómez Ortega Joselito aquel 16 de mayo de 1920 en Talavera de la Reina. Curiosamente llegó a decirse que, para ver a Juan Belmonte -pareja de José- había que apurarse, pues cualquier día lo mataría un toro. Juan se suicidó en 1962 víctima de la soledad. En cambio Joselito o Gallito quien demostraba con su toreo ser indestructible ante los bureles, fue liquidado por uno de ellos. Armillita ya no solo parecía llenar, llenaba todos los perfiles de un gran torero que España conoció en una proporción menor a la de México. Sin embargo en nuestro país es donde alcanza estaturas mayores. Sólo cuatro cornadas, una de ellas en San Luis Potosí, el 20 de noviembre de 1944 desequilibran el concepto de invencible que hasta entonces se tenía de él. En 1949, precisamente el 3 de abril, se retira como los grandes encerrándose con 6 punteños, en la plaza capitalina, dejando testimonio de su grandeza 219


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al ejecutar 18 diferentes quites, banderilleando a tres de los seis toros. Sus faenas no brillaron tanto porque aquella fue una tarde en la que el viento se apoderó por completo del escenario y poco pudo vérsele. Sin embargo, “hubo doblones, naturales, pases de la firma, de pecho, de pitón a rabo, el de la muerte, el cambio por delante, los de tirón para cambiar de terreno, los trincherazos rematados rodilla en tierra…”, como nos dice “Paco Malgesto” en el libro ARMILLITA. EL MAESTRO DE MAESTROS. XXV AÑOS DE GLORIA del año 1949.

Armillita el Joselito mexicano agradeciendo la ovación de sus seguidores. SINAFO, 119144

Años después tuvo necesidad de regresar, demostrando que seguía siendo tan buen torero como antes, maduro, dueño de sí mismo. Conchita Cintrón al escribir ¿Por qué vuelven los toreros? los encuadra dentro de esa búsqueda por las palmas, pero sobre todo por el placer de sentir que nadie ha ocupado el lugar que dejaron desde su retirada. Fermín pasaba por un mal momento, pero aún así fue capaz de mostrar su poderío. Con el paso de los años y ya en el retiro definitivo fue llamado a participar en infinidad de festivales siendo uno de los últimos el que se celebró el 18 de noviembre de 1973 en la plaza de toros MÉXICO que resultó inolvidable pues alternaron con él figuras como Luis Castro El Soldado, Silverio Pérez, Alfonso Ramírez Calesero, Fermín Rivera y Jorge Aguilar El Ranchero. Muere el 6 de septiembre de 1978 en la ciudad de México, habiendo nacido el 3 de mayo de 1911 en Saltillo, Coahuila. 220


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Sus hijos Manuel, Fermín y Miguel han perpetuado la dinastía en diferentes proporciones y de ellos se espera que la cuarta generación se aliste en el inminente siglo XXI. Fermín Espinosa, 1ª generación; Fermín Espinosa Saucedo, 2ª generación; Manuel, Fermín y Miguel, 3ª generación, todos con el sello de la casa Armilla constituyen una de las familias taurinas que viene heredando la estafeta en armónico cumplimiento generacional, como ha pasado con otros casos: los Litri, los Bienvenida, los Girón, los Rivera de Aguascalientes, los Solórzano, los Caleseros, los Vázquez de San Bernardo.

MANOLO MARTINEZ: DE LA VIDA A LA LEYENDA. Manolo Martínez pertenece a la inmortalidad desde el 16 de agosto de 1996, al abandonar este mundo luego de haber logrado uno de los imperios taurinos más importantes del pasado siglo XX. Cuando me integré de lleno a la fiesta, el diestro de Monterrey mandaba y regía en el espectáculo de modo muy especial. Era la figura torera por antonomasia. Ocupaba el lugar de privilegio que tuvieron en su momento figuras como Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa, Lorenzo Garza, Silverio Pérez o Carlos Arruza. Sin embargo me consideraba antimartinista porque en esos años ejercía un papel de mando que hacía infranqueable cualquier posibilidad para que algún torero se acercara a sus terrenos. Eso por un lado, y por el otro realizaba un toreo que atentaba los cánones más puros al abusar de ciertos privilegios que da el mando y el control sobre los demás, a partir de un ejercicio donde lo limitado de su quehacer, así como detalles en el uso y abuso del pico de la muleta y lo crecido de ésta, daban la impresión de un marcado exceso cercano más a la comodidad que al compromiso por ser modelo a seguir. Ahora, al paso de los años, de sensibilizar más en el significado de la fiesta en cuanto tal, me doy cuenta de ciertas equivocaciones. Mi cerrazón como aficionado tradicionalista o conservador no me permitieron observar una serie de situaciones que hoy analizo con más reposo. Una de ellas, creo que la principal, es su personalidad, dueña de un carisma cercano al aspecto dictatorial. Mi observación no pretende calificar con tono peyorativo su papel protagónico, pero el hombre se convierte en una figura emergente que poco a poco se fue adueñando del terreno que pisaba siempre con mucha fuerza, aspecto que al final 221


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convenció a miles de aficionados que, por "istas", fueron legión. Verle caminar con aquel donaire y desaire a la vez lo convierte en centro de atención y polémica. Manolo se desenvuelve con un desenfado y una arrogancia que no compró ni copió a nadie. El mismo supo crearse esa imagen que pocos toreros han logrado.

Manolo Martínez, figura en potencia. Col. del autor.

Su sola presencia inmediatamente alteraba la situación en la plaza, pues como por arte de magia, todos aquellos a favor o en contra del torero revelaban su inclinación. Parco al hablar, dueño de un gesto de pocos amigos, adusto como pocos, con capote y muleta solía hacer sus declaraciones más generosas, conmoviendo a las multitudes y provocando un ambiente de pasiones desarrolladas antes, durante y después de la corrida. Mientras, en los mentideros taurinos se continuaba paladeando una faena de antología o una bronca de órdago. Ese era Manolo Martínez, el hombre capaz de provocar las más encendidas polémicas entre aficionados y prensa, como de entrega entre estos mismos sectores cuando se dejaban arrobar por una más de sus hazañas. Surge el regiomontano en una época donde la presencia de Joselito Huerta o Manuel Capetillo determinan ya el derrotero de aquellos momentos. Dejan ya sus últimos aromas Lorenzo Garza y Alfonso Ramírez Calesero. Carlos Arruza recién ha muerto y su estela de gran figura pesa en el ambiente. 222


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En poco tiempo Manolo asciende a lugares de privilegio y tras la alternativa que le concede Lorenzo Garza en Monterrey (la continuidad de la jerarquía, el mando y la personalidad están garantizadas), inicia el enfrentamiento con Huerta y con Capetillo en plan grande, hasta que Manolo termina desplazándolos de la escena. Su ascensión a la cima se da muy pronto hasta verse sólo, allá arriba, sosteniendo su imperio a partir de la acumulación de corridas y de triunfos respectivamente. Pronto llegan también a la escena Eloy Cavazos, Curro Rivera, Mariano Ramos y Antonio Lomelín con quienes cubrirá la época más importante del quehacer taurino contemporáneo. Por muchas razones, su mejor y más importante presencia queda plasmada en México, al cubrir todos los rincones del país, llegando incluso a darse una etapa de corridas que se montaron en improvisadas plazas de vigas. Un hecho sin precedentes. Alrededor de su carrera taurina siempre están las estadísticas y los datos fríos que permiten entender la grandeza donde supo mantenerse. He aquí el concentrado de 26 años de trayectoria: COMO NOVILLERO Novilladas Novillos Orejas Rabos Patas

COMO MATADOR DE TOROS Corridas 1344 Toros 2943 Vueltas 220 Orejas 1500 Rabos 189

34 73 15 3 1

Cornadas Patas Avisos Percances

1 3 101 17

Como puede verse en la frialdad de los números, éstos no determinan la totalidad de su trayectoria y su quehacer. En todo caso, como torero, un término estadístico dice mucho,120 pero dice aún más el quehacer en su conjunto, el que acumuló a partir de su presencia y permanencia como "figura del toreo". En eso, nadie le pondrá alcance, pues cada diestro, dueño de aura y estela propias, determinan la trascendencia a que se han hecho acreedores luego de un largo trayecto, mismo que ha servido para moldear el estilo

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Guillermo H. Cantú: Manolo Martínez un demonio de pasión. México, Diana, 1990. 441 p., ils., fots.

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propio, la línea original que, como ser humano se ha propuesto lograr. Hombre solitario, artista capaz de dar rienda suelta a sus emociones internas, a través del capote y de la muleta. Un artista, por lo general es introvertido, alejado del mundo, dispuesto a renunciar a la vida común y corriente para asumir la de aquellos pocos seres humanos cuyo destino es haber sido elegidos por la mano bondadosa de la virtud estética. Carácter recio, diríase que despótico, era su característica principal en la plaza. Indiferente, reacio e incluso, insolente se dejaba ver a la hora de desbordar su propio caudal de misterios profundos, muy suyos. Al ver las escenas de antiguos tiranos o dictadores como Hitler o el "Ducce" Mussolini, parece que en ellos veo la imagen de Manolo Martínez quien, con su peculiar forma de ser en el ruedo causaba el ambiente propicio de "pasiones y desgracias", como dijera Miguel Hernández.

Actuaba en plan de arrollador en cuanta plaza lo contrataban en su etapa de primera madurez. Aquí, en el viejo “Progreso” de Guadalajara.

Martínez poseía algo más allá que la sola personalidad. Era la viva imagen del "mandón" en la fiesta. LOS MANDONES EN LA HISTORIA. Una rápida mirada a la tauromaquia en los últimos cien años nos da idea de lo poco numerosos que han sido los mandones en la fiesta. Durante la postrer década del siglo antepasado solo sobresalen dos cabezas: Ponciano Díaz en México y Rafael Guerra "Guerrita" en España. Ambos toreros juegan en solitario, sin pareja, sin rival permanente, invadiendo terrenos y ganando batallas hasta quedarse solos mientras el boomerang de su propia dictadura se vuelve contra ellos. El primero fue sacado con lujo de fuerza. Su éxito le había proporcionado medios económicos para construir su propia plaza en la capital mexicana: la de Bucareli. Ahí se había instalado para vivir en compañía de su venerada madre y en ese mismo templo de su magisterio recibe, sin estar en casa, a la furibunda turbamulta, que acude vengativa a cobrar los "agravios". La tromba humana, vigorizada por la gota que derramó el vaso, arremetió sin gobierno, destruyendo todo lo que encontró a su paso.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. En tiempos mejores se decía que en México había tres indiscutibles. La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apan. No faltó el aficionado que mantuviera prendida una veladora ante la imagen del Charro de Atenco, ni los que apedreaban a los "agachupinados" que se atrevían a elogiar a Luis Mazzantini, el elegante diestro importado de la época. Mismo destino de terminación abrupta sufriría Rafael Guerra en España cuando" "Tras desnudarse, con lágrimas en los ojos, dijo: no me voy, me echan". Las carreras de ambos toreros finalizan en 1899. Ponciano descansa para siempre en el mes de abril [de 1899] y El Guerra se retira a la vida privada en octubre del mismo año, junto con el siglo XIX. A ninguno de los dos lo sacó otro torero sino los anticipos de la muerte, el tedio o la volubilidad de los aficionados. Es curioso, pero ninguno de los mandones de la fiesta ha sido movido de su pedestal por otro torero, como veremos más adelante. No se puede ser mandón sin ser figura. No es mandón el que manda a veces, el que lo hace en una o dos ocasiones, de vez en cuando, sino aquel que siempre puede imponer las condiciones, no importa con quién o dónde se presente. Ser mandón tiene mucho que ver con el carácter del individuo, con su estructura psicológica, su fuerza natural, sus maneras de enfrentar al mundo y con su capacidad para conjugar a su favor las necesidades internas del hombre cara a la presión del ambiente externo. El mandón es dueño de la determinación de hacer valer su voluntad por sobre todas las cosas, sin importarle el costo, es decir el esfuerzo que eso requiera. Puede sostenerse firme en su atalaya psicológica porque, al contrario de los demás, esto refuerza el andamiaje básico de su personalidad. En la fiesta han habido muy pocos mandones y bastante menos los que han podido aquí y allá. Por un tiempo mayor a dos temporadas ninguno. Es muy difícil mantenerse en el mando. El toreo es de machos, de hombres valientes, de ejercicio continuo de la voluntad, de control de las emociones, de dominio del miedo, de seguridad interior, de aguante. En esta profesión, nadie se deja... si puede. Por eso, ser mandón se da muy pero muy ocasionalmente. Exige una concentración agotadora, demanda olvidarse casi de todo lo demás. Pocos han estado dispuestos a pagar el precio. Por eso, llegar a ser un mandón resulta poco menos que inaccesible.121

El significado que adquiere la figura de Manolo Martínez se convierte en la que les confiere a monarcas y su cetro, ese sentido de jefatura que controla el horizonte que se le pone enfrente, que elimina enemigos y se hace de muchos correligionarios. Desmenuzando el acontecimiento que nos congrega, me doy cuenta que mucha gente, incluso poco afecta a asistir a la plaza, se entera del sucedido y hasta cuenta sus propias experiencias luego de haber sabido algo, o de haber tenido la suerte de presenciar cierta corrida cubierta de recuerdos o de anécdotas, como aquella en la que las cosas no iban bien para Manolo. El público, impaciente, comenzaba a molestarlo y a reclamarle. De repente, al sólo movimiento de su capote del que se bordó una chicuelina, aquel ambiente de incomodidad pasó a uno de reposo, luego de oírse en toda la plaza un ¡olé! que hizo retumbar los tendidos. Para muchos, el costo de su boleto estaba pagado. Otros también me cuentan que aunque no les parecía nada agradable su carácter, éste era capaz de dominar a las masas, de guiarlas por donde el regiomontano quería, hasta terminar convenciéndolos de su grandeza como "mandón". "Mandón" -que ya vimos en qué consiste-, es también una forma que rebasa todo lo previsible, sin darnos oportunidad más para contemplar, antes que examinar y comentar 121

Op. Cit., p. 87-93.

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el quehacer torero en su justa medida. Así logró muchas, muchas tardes uno y otro triunfo, así como fracasos de lo más escandaloso el diestro neoleonés. Con un carácter así se llega muy lejos. Nada más era verle salir del patio de cuadrillas para encabezar el paseo de cuadrillas, los aficionados e "istas" irredentos se transformaban y ansiosos esperaban el momento de inspiración, incluso el de indecisión para celebrar o reprobar su papel en la escena del ruedo. De Manolo Martínez se ha escrito la interesante biografía realizada por Guillermo H. Cantú. Ahora, sólo basta dejar que pasen los días inmediatos a su muerte, donde trascienden datos de frialdad estadística que no dicen demasiado si no buscamos dar con el perfil real de su personalidad. Mientras todo esto ocurre, recuerdo que, a la muerte de Ponciano Díaz (15 de abril de 1899) la afición de hace poco más de un siglo lo veneró, e incluso hasta se suspendió la corrida más inmediata a su deceso que se efectuaría en la plaza de toros "Bucareli", su plaza, la plaza que, sin saberlo, levantó como un monumento propio y donde dio rienda suelta a sus mejores expresiones taurómacas y charras. Años más tarde, el 17 de enero de 1907 moría, víctima de una cornada el diestro español Antonio Montes a quien el pueblo mexicano hizo suyo. Antonio Fuentes tomó entonces la iniciativa de suspender la corrida del domingo siguiente. Viene a la memoria el recuerdo por la muerte de Alberto Balderas, aquel 29 de diciembre de 1940. El "Torero de México" estaba en el corazón de muchos aficionados. A los ocho días, se congregó en la plaza "El Toreo" un público que, respetuoso guardó "un minuto de silencio" y si bien, la corrida no se suspendió, ésta se celebró dentro del más emotivo de los recuerdos. Carlos Arruza moría el 20 de mayo de 1966, víctima de un accidente en carretera. Apenas unas semanas antes del deceso, toreaba y triunfaba vestido de corto en la plaza "México". También -al parecer- suspenden en señal de duelo, la novillada que se efectuaría el domingo siguiente a su muerte. Rodolfo Gaona nos deja en mayo de 1975. La distancia de su época de mayores glorias y los escasos aficionados que sobreviven a la misma, no alcanza las proporciones que creo yo, merecía el "indio grande". Recuerdo también las muertes inmediatas y cercanas de Lorenzo Garza y de Fermín 226


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Espinosa Armillita, allá por 1978. A cada cual se le prodigó un sentido homenaje, pero nunca, en las proporciones que ahora vemos con el caso de Manolo Martínez. Esta revisión necrológica no puede ignorar la tarde en que las puertas de la plaza de toros de san Marcos se abrieron para recibir los restos de Rafael Rodríguez, que también fueron llevados en andas por sus seguidores. También he de mencionar una novillada, allá por 1990, cuando por la puerta de cuadrillas salió Curro Rivera llevando en sus manos la urna que contiene las cenizas de su padre. Aquella escena fue conmovedora. Reposan los restos del gran diestro potosino en la capilla de la plaza de Insurgentes. Ante lo apuntado hasta aquí, nada es comparable con las muestras de cariño que se dieron en el homenaje póstumo a Manolo Martínez. Creo que es de mal gusto comentar situaciones generalmente llevadas a la intimidad familiar, pero el sólo nombre de Manuel Martínez Ancira fue suficiente para celebrar una misa de cuerpo presente en el ruedo de la plaza de sus triunfos. Luego, sin que se pudiera evitar, fue el público quien se volcó sobre el féretro y lo paseó una, dos, quizás tres veces al ruedo deseando en aquel momento eternizar los instantes. Las escenas, conmovedoras en sí mismas, evocaron aquella ocasión en que también los restos de Antonio Bienvenida fueron paseados en andas por sus seguidores. En algunas imágenes que la televisión preparó y difundió al mundo, podemos apreciar las muestras de cariño, devoción y fanatismo prodigadas por unos 15 mil aficionados que se dieron cita aquella tarde del lunes 19 de agosto a la plaza de toros "México", como sabemos, la plaza de sus triunfos. Homenajes al héroe, al gran personaje, al mito, como he escrito párrafos atrás, no lo había visto sino hasta esta ocasión. La muerte, por sí misma, crea un impacto y un halo de misterio cercano sólo a la intimidad. Aquí nada de eso existió. Todo fue espontáneo, como las flores, los ramos, las coronas, los gritos ensordecedores de "¡Manolo, Manolo y ya!". "¡Torero!" "¡¡Torero!!" "¡¡¡Torero!!!". Ese acto espontáneo y popular se lo han ganado unos pocos. Y en el toreo, parece que el recuerdo va a acaparar las muestras de cariño y de devoción que desbordó la afición para con su torero. Por la noche de aquel 19 de agosto, sus restos "polvo eres, y en polvo te convertirás" descansan en un nicho, pequeño punto del gran monumento que ahora es su morada. 227


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Discutible el asunto, pero fue, al fin y al cabo, decisión final de un hombre que dejó lo mejor de su vida en ese recinto, lugar que lo proyectó a estaturas muy elevadas y donde supo mantenerse, admirando y teniendo el mando, durante muchos años, siempre desde arriba, sin riesgo alguno de perderlo. De Manolo Martínez hay mucho que escribir, mientras no sea la verborrea que por montón se ha desatado. Manolo también es un ser humano, de carne, hueso y espíritu al que le toca protagonizar un papel hegemónico de la mayor importancia en los últimos 30 años de nuestro siglo XX. Manolo Martínez procedía de una familia acomodada, desde temprana edad dio muestras de rebeldía lo que provocó el rechazo familiar, él quería dejar fluir sus instintos, sus necesidades que se dejan ver en actos de riesgo, en un permanente enfrentar a la muerte no sólo ante los toros, sino también en otras circunstancias como la de tomar una moto y buscar los caminos más difíciles y riesgosos, pilotear una avioneta y describir piruetas en el aire ante el asombro de muchos. Quizás su fuerte no fue su facilidad para expresarse oralmente y externar sus emociones. Sin embargo, como artista tenía una fuerza poderosa capaz de demostrar su yo interno, donde aquellos hilos de comunicación se entrelazaban en un diálogo estentóreo, misterioso que conmocionaba los cimientos de cualquier plaza, causando un caos de emociones fuera de sí. Como figura fue capaz de crear una serie de confrontaciones entre sus "istas", que eran legión y los enemigos. Su quehacer evidentemente estaba basado en sensaciones y emociones, estados de ánimo diverso que decidían el destino de una tarde y así como podía sonreír en los primeros lances, afirmando que la tarde garantizaba un triunfo seguro, también un gesto de sequedad en su rostro podía insinuar una tarde tormentosa, tardes que, con un simple detalle se tornaban en apacibles, luego de la inquietud que se hacía sentir en los tendidos. Ese tipo de fuerzas conmovedoras fue el género de facultades con que Manolo Martínez podía ejercer su influencia, convirtiéndose en eje fundamental donde giraban a placer y a capricho suyos las decisiones de una tarde de triunfo o de fracaso. Era un perfecto actor en escena, aunque no se le adivinara. De actitudes altivas e insolentes podía girar a las 228


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de un verdadero artista que no estaban dispuestas en el guión de la tarde torera. Pesaba mucho en sus alternantes y estos tenían que sobreponerse a su imagen, puesto que en apenas unos movimientos de manos y pies, conjugados con el sentimiento, se transformaba todo el sentido de un momento. Manolo era Manolo, diría Perogrullo. Yo soy yo y mi circunstancia, apuntaba José Ortega y Gasset, nada era imitación, todo era natural y espontáneo en él, de ahí que esto influyera para que las huestes martinistas aumentaran considerablemente, sin faltar aquellos aficionados desbocadamente locos que lanzaban al ruedo el bastón, sombrero, saco, chaleco... (¿recuerdan a Don Susanito?). Hacedor de un perfil distinto, lo supo mantener durante toda su trayectoria como matador de toros, incluso a su retorno y en los momentos más difíciles de esta segunda época, cuando ya no era el Manolo de los primeros años, con facultades físicas mermadas que lo llevaron a algunas escenas desagradables. A partir de estos momentos, nos encontramos apostados en el horizonte de la revisión del papel que ejerció Manolo Martínez durante su vigencia como matador de toros. En vida se le criticó y se le alabó en ambos sentidos. Hoy, las perspectivas deben ser distintas y suficientes para entenderlo durante su predominio como figura del toreo. Así como a Ponciano Díaz o a Rodolfo Gaona ya se les ha revisado con minuciosa precisión, es el momento de hacerlo con el diestro de Monterrey. Todos quienes tenemos un acercamiento a la fiesta, en cualquiera de sus sentidos, debemos despojarnos de la camisa de las pasiones y de los alegatos sin sentido, para ir entendiendo la misión del martinismo en México. Su extensión hacia otros países también deja una honda huella que se reconoce perfectamente, a pesar de las posibles omisiones, inválidas a partir de este momento, puesto que bien o mal, su obra quedó escrita en el universo taurino. Me reconozco un arrepentido que ahora intenta revalorar toda esta suma de condiciones que alteraron la historia taurina de México en la fase terminal de nuestro siglo XX. Manolo Martínez al trascender como un novillero de peso, se gana la alternativa y sus pasos se convierten en amenaza para otros tantos diestros que lo enfrentan y hasta se ven derrotados o desplazados por su fuerza arrolladora. Como no recordar las jornadas 229


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donde se puso al tú por tú con Joselito Huerta y sobre todo con Manuel Capetillo, dos figuras que poseían un sitio, pero así como lo tuvieron, así también lo vieron amenazado hasta que Manolo se apoderó de todo el terreno, en un alarde de señor feudal que se apoderó del control y terminó por mandar, terminó por imponerse. Un quehacer de esta índole se ve de vez en vez y hasta el momento, no ha habido nadie que se atreva a realizarlo. El lugar que deja es un trono vacío, a la altura de sus circunstancias, un lugar enorme, sin dimensiones. La tauromaquia martiniana es una obra perfectamente condensada de otras tantas tauromaquias que pretendieron perfeccionar este ejercicio. Sus virtudes se basan en apenas unos cuantos aspectos que son: el lance a la verónica, los mandiles a pies juntos y las chicuelinas del carácter más perfecto y arrollador, imitadas por otros tantos diestros que han sabido darle un sentido especial y personal, pero partiendo de la ejecución impuesta por Martínez. En el planteamiento de su faena con la muleta, todo estaba cimentado en algunos pases de tanteo para luego darse y entregarse a los naturales y derechazos que remataba con martinetes, pases de pecho o los del "desdén", todos ellos, únicos en su género, puesto que el sentido impreso a cada uno de ellos creaban un estado de emociones muy intensas y emotivas. La plaza era un volcán invertido, cuyas explosiones se desbordaban hasta que el estruendo irrepetible de cien o más pases dejara pasmados y sin ya más que fuerzas para agitar las manos, después de tanto gritar. Capote y muleta en mano eran los elementos con que Manolo Martínez se declaraba ante la afición. Lo corto de sus palabras quedaba borrado con lo amplio y extenso de su ejecución torera. Era su auténtica y genuina forma de comunicación con los aficionados que encontraban a un Manolo Martínez totalmente despojado de sus adentros, vacío, pero satisfecho de la obra que acababa de realizar. El toreo es un arte efímero que se goza al instante y se evoca, por instantes a lo largo del recuerdo que nos otorga la vida. Las faenas realizadas por Manolo Martínez son muchas, todas ellas, de una u otra forma recreadas por sus seguidores y/o correligionarios. Es ahí donde debemos hacer descansar el peso del examen a su vida y trayectoria. Alrededor de él existen una serie de testimonios que, por lo menos para mí, no vienen al caso mencionarse y son todos aquellos que sirven para crear la imagen del torero fuera de la plaza, del ciudadano 230


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Manuel Martínez Ancira que se hizo rodear de un grupo de personas de toda condición, pero también de toda laya, broza y baja estofa. Qué mejor recuerdo que vestido de torero, haciendo subir y bajar el termómetro de las pasiones a escalas inverosímiles. Sus tardes de apoteosis, de bronca, de "nada de nada" son las que dicen, una a una, el sentido de majestad y grandeza asumida por el gran diestro neoleonés. Sus competencias con los toreros ya mencionados son gestas difíciles de olvidar. Si volvemos la vista a la prensa escrita y hojeamos las miles de páginas que se prodigaron a su favor o en contra, encontraremos de todo, pero desde luego una riqueza excepcional de información que forja la perfecta imagen de un personaje dueño de un destino sin igual, convertido ahora en leyenda. ¿Que tuvo muchos enemigos? Desde luego. Y de ese conjunto algunos que pesaron mucho en su carrera. Se trata de ciertos periodistas que, o no lo entendieron, o se quejaron de modo subterráneo por no haber recibido favor alguno del diestro. Entre la prensa, se tiene la idea de que sin dinero de por medio no pueden escribirse crónicas sentidas. Por supuesto hay evidencias significativas desde hace un buen número de años. No referiré, porque no viene al caso, el ambiente donde giran algunos personajes de la prensa, pero es un hecho que bajo el mando de Manolo las cosas se dieron en ese sentido. También se dio con él otro aspecto que era el del frente de periodistas incondicionales que se desbordaron en crónicas, elogios y otros inciensos que proyectaban al diestro al Olimpo. Manolo veía todo desde la cima, controlaba muy bien su imagen partiendo del hecho de sus propios actos, consolidados en imagen gracias a la administración que tuvo de su lado. Probablemente dicho sistema haya sido culpable en elevar más allá de un sentido racional lo que debía conservar una imagen más original. El hecho es que la época martinista deja descubrir infinidad de situaciones que ponen en un lugar más ponderado al diestro de Monterrey. El solo hecho de que la afición lo recuerde acudiendo a infinidad de sucedidos, es la mejor forma en que su testimonio como torero se fortalece cada día que se separa del parteaguas de la mortalidad con respecto a la inmortalidad. Manolo Martínez cimenta durante todo su recorrido profesional la imagen que ahora, en su etapa inicial de recuerdos se fortalece gracias al sin fin de acontecimientos de que fue 231


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capaz. Hombre de contrastes y de situaciones extremas podía alcanzar la gloria pero tambalearse en el fracaso. Era, a fin de cuentas una actitud asumida por los grandes artistas, por los genios que no se conforman con medias tintas. Tan particulares personajes exponen su riqueza de conocimientos en las pruebas. El artista también lo hace frente al lienzo, a la partitura por iniciar, a la hoja blanca donde esbozar todas las ideas del sentimiento o del pensamiento, al bloque de piedra que al cabo de un tiempo nos mostrará la fuerza de la creación. Pero cuando no logran dar con el ideal, todas esas obras quedan inconclusas o destruidas. Aunque puede suceder lo contrario. Sus logros creativos alcanzan estaturas inconcebibles. Es decir, hablamos de un extremismo maniqueo, del bien o del mal, del amor o del odio. De la vida o la muerte. Mis respetos a este tipo de artistas que por eso han trascendido a niveles universales. Y Manolo Martínez, con todo lo que para el toreo representa, se convierte también en una figura por recordar. Manolo supo forjar momentos de grata memoria, pero también de aciaga condición. Quizá se quedó en algún momento compartiendo con la incertidumbre de los términos medios, de la mediocridad, pero me convenzo cada vez más que lo que él quería era compartir su obra con los grandes de todos los tiempos.

Ahora, en el “Nuevo Progreso”, paseando por el ruedo dos orejas después de una notable actuación.

EL HILO CONDUCTOR DE LA TAUROMAQUIA ENTRE MANOLO MARTÍNEZ Y ENRIQUE PONCE.

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Sin afán de polemizar, sólo de aclarar, ofrezco a continuación mi postura sobre la discutida e interesante tesis que planteó Julio Téllez en su programa TOROS Y TOREROS del canal 11 de televisión mexicana, en el sentido de que Enrique Ponce debe buena parte de su toreo a la influencia ejercida por el desaparecido Manolo Martínez. Fue en la emisión del día 28 de febrero de 1999 hizo un planteamiento, que aún no termina, el cual sostiene que la tauromaquia de Enrique Ponce se encuentra enriquecida por el efecto manolomartinista, en cuanto a que el diestro neoleonés es hoy en día una fuente de inspiración, no sólo para el valenciano. Lo es para muchos de los toreros que forman parte de la generación inmediata a la que perteneció el torero mexicano. Y no se trata sólo de los nacionales. También del extranjero. Esto es un fenómeno similar al que se dio inmediatamente después de la despedida de Rodolfo Gaona en 1925; muchos toreros mexicanos vieron en “el petronio de los ruedos” un modelo a seguir. Querían torear, querían ser como él. No estaban equivocados, era un prototipo ideal para continuar con la tendencia estética y técnica impuesta durante casi veinte años de imperio gaonista. Sin embargo estaban llamados a ser representantes de su propia generación, por lo que también tuvieron que forjarse a sí mismos, sin perder de vista el arquetipo clásico heredado por Gaona. Pero el asunto no queda ahí. La tauromaquia tiende a renovarse, y aunque pudiera darse el fenómeno de la generación espontánea, en virtud de que algunos toreros importantes se formen bajo estilos propios, estos se definen a partir de cimientos sólidamente establecidos por diestros que han dejado una estela destacada que se mete en la entraña de aquellos quienes llegan posesionándose del control, para convertirse en nuevas figuras. En el mismo programa TOROS Y TOREROS, surgió una razón que explica el dicho anterior. En inteligente entrevista formulada a Julián López El Juli se le preguntó: -¿Quién es para ti el “paradigma de todas las virtudes”? A lo que contestó el joven espada: -Desde luego Manuel Rodríguez Manolete, José Gómez Ortega. Y luego refirió el nombre de otros personajes trascendentales en su formación. Es decir: El Juli, Enrique Ponce o quien sea, no pueden hacer hablar sus tauromaquias 233


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si no las sustentan en el “abc”, en el vocabulario o las “reglas gramaticales” que dejaron a su paso los “paradigmas” que han ejercido poder y presencia en el toreo como expresión universal. Y digo universal porque ya no puede considerarse ni local, ni tampoco como resultado de una escuela específica, y mucho menos nacional. El toreo es en nuestros días una manifestación universal debida a la nutriente que circula por sus misteriosos vasos comunicantes cuyas salidas secundarias son las plazas de tienta. Las primarias, son las plazas de toros. En esa permanente convivencia ha trascendido el quehacer taurino de la que no es ajena el público, la afición en su conjunto. Así como es testigo presencial de la consolidación mostrada por el torero que ha llegado a su punto de madurez profesional, también aprecia la puesta en escena de quien se incorpora como candidato a ser un modelo establecido. Y aún más, el “paradigma de todas las virtudes” para toreros de generaciones venideras que ocuparán sitio de privilegio. Y aquí surge ya el argumento que fortalece esta disección: las generaciones, el ritmo generacional con que también las sociedades han consolidado su presencia a través de los años, en un constante renovar que se genera. Hoy hablamos de Pepe Illo, de Paquiro o del Guerra porque dejaron a su paso la experiencia del quehacer taurino a fines del siglo XVIII; el primer tercio del XIX y finales de este. En sus “tauromaquias” se concentró la summa de sus correspondientes generaciones, recordando que summa es la reunión de experiencias que recogen el saber de una gran época. Se habla de las escuelas “rondeña” sustento que viene desde el esplendor de los Romero de Ronda, de estilo pulcro. La “sevillana” de Cúchares, salpicada de “duende”. Incluso se menciona la escuela “mexicana” del toreo. El caso de Silverio se revisa aparte. La sola mención de Silverio Pérez como uno de los representantes fundamentales de tal “escuela”, nos lleva a surcar un gran espacio donde encontramos junto con él, a un conjunto de exponentes que han puesto en lugar especial la interpretación del sentimiento mexicano del toreo, confundida con la de “una escuela mexicana del toreo”. La etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio 234


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espectro del arte taurino. Escuela “rondeña” o “sevillana” en España; “mexicana” entre nosotros, no son más que símbolos que interpretan a la tauromaquia, expresiones de sentimiento que conciben al toreo, fuente única que evoluciona al paso del tiempo, rodeada de una multitud de ejecutantes. Que en nuestro país se haya inventado ese sello que la identifica y la distingue de la española, acaba sólo por regionalizarla como expresión y sentimiento, sin darse cuenta de su dimensión universal que las rebasa, por lo que el toreo es uno aquí, como lo es en España, Francia, Colombia, Perú o Portugal. Cambian las interpretaciones que cada torero quiera darle y eso acaba por hacerlos diferentes, pero hasta ahí. En la tauromaquia en todo caso, interviene un sentido de entraña, de patria, de región y de raíces que muestran su discrepancia con la contraparte. Esto es, que para nuestra historia no es fácil entender todo aquello que se presentó en el proceso de conquista y de colonia, donde: dominador y dominado terminan asimilándose logrando un producto que podría alejarse de la forma pero no del fondo, cuyo contenido entendemos perfectamente. La frase de Silvio Zavala nos ayuda a comprender este complejo panorama: Los mexicanos tenemos una doble ascendencia: india y española, que en mi ánimo no se combaten, sino que conviven amistosamente. Entramos a terrenos más complejos, pues del orden generacional pasamos al sincretismo, argumento que si utilizamos con prudencia -para no perdernos en el mar de explicaciones-, resulta bastante útil si pretendemos manejarlo como elemento que nos aclare la superposición y fusión de circunstancias de distinta procedencia. Los toreros de estilo definido como Antonio Bienvenida o Antonio Ordóñez, surgidos ambos de familias con fuerte dosis de influencia taurina, aunque no se constituyan como efecto directo para un Enrique Ponce, torero cuya expresión experimentará la transición de siglos y de milenios también, acoge en su interior la misteriosa presencia de estos dos enormes “paradigmas”. Su razón no es torear como ellos, ser una réplica barata y estandarizada de los prodigios mencionados. Lo que sucede es que gracias a ellos se debe la respetable conducción del toreo por rutas más definidas, donde sus capotes son lienzos para la belleza, soportados por una técnica impecable. Y luego, gracias al planteamiento original en sus faenas de muleta, que desarrollado devino obra maestra, 235


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permitió los grados de perfección que conocemos. Bajo este influjo escalaron sitios preponderantes en el toreo. Enrique Ponce, seguramente se mira en ellos a través de un espejo, pero sin que deje de ser el mismo Enrique Ponce plantado en su propio presente. El debate sobre la estética y la técnica que Ponce ha puesto en evidencia, se debe a que ha encontrado techo, límite en su quehacer. Esto no significa obstáculo, sin más. Es el reto a trascender otro nivel de expresión, totalmente nuevo, apoderándose de él con fuerza y dominio hegemónicos. Para él la consigna es NO CLAUDICAR. Dicen muchos que Ponce, torea “bonito”. Esa calificación, en el fondo ligera, o si se quiere “kitsch”,122 puede interpretarse también peyorativa. Con todo esto, Enrique Ponce asume un enorme reto. También, y en esa misma proporción un riesgo. Como “figura” se le exige cada vez más, así se le exigió a Manolo Martínez y a muchos otros toreros de esta talla. Y Manolo, y los otros respondían, sabían que no perder el control y manejar la situación como el mejor estratega significaba volver a la normalidad después de la tormenta, disfrutando una vez más las mieles del triunfo, del afecto popular. Manolo Martínez legó al toreo cosas buenas y malas también. Ese espejismo maniqueo posee un peso rotundo cuyos significados se revelan a cada tarde, como si durante cada corrida de toros se leyera una página del testamento DE LA DOBLE M donde quedaron escritas muchas sentencias por cumplir o excluir. Ese legado, entendido como una tauromaquia subliminal para muchos diestros, herederos universales de aquel testimonio sigue provocando controversias, polémicas como todo lo causado ahora con la influencia o no por parte de este último “mandón” del toreo mexicano, del que a continuación presento un perfil por demás, necesario. En sus inicios como torero, el regiomontano Manolo Martínez, comparte una época donde la presencia de Joselito Huerta o Manuel Capetillo determinan ya el derrotero de

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Jean Duvignaud: El juego del juego. México, 1ª ed. en español, Fondo de Cultura Económica, 1982. 161 p. (Breviarios, 328), p. 144 y 150. Como es sabido, la palabra aparece en Europa Central a fines del siglo pasado, para designar al “mal gusto” de las clases sociales que hasta entonces permanecían ajenas a la estética de las élites. Clases que por entonces ingresan, de manera más o menos fácil, en el mercado de la creación. Al parecer, el kitsch es la negación de la estética pero también es en sí una estética. Una estética sin “arte”, una libre investigación de lo imaginario hundida en la trama de la vida que, pro primera ocasión, se siente “moderna”, es decir, contemporánea de sus propias ideas y necesariamente perecedera...

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aquellos momentos. Dejan ya sus últimos aromas Lorenzo Garza y Alfonso Ramírez Calesero. Carlos Arruza recién ha muerto y su estela de gran figura pesa en el ambiente. En la plaza, el público, impaciente, comenzaba a molestarlo y a reclamarle. De repente, al sólo movimiento de su capote con el cual bordaba una chicuelina, aquel ambiente de irritación cambiaba a uno de reposo, luego de oírse en toda la plaza un ¡olé! que hacía retumbar los tendidos. Para muchos, el costo de su boleto estaba totalmente pagado. Con su carácter, era capaz de dominar a las masas, de guiarlas por donde el regiomontano quería, hasta terminar convenciéndolos de su grandeza. Como ya se dijo: No se puede ser “mandón” sin ser figura. No es mandón el que manda a veces, el que lo hace en una o dos ocasiones, de vez en cuando, sino aquel que siempre puede imponer las condiciones, no importa con quién o dónde se presente. (Guillermo H. Cantú). El diestro neoleonés acumuló muchas tardes de triunfo, así como fracasos de lo más escandalosos. Con un carácter así, se llega muy lejos. Nada más era verle salir del patio de cuadrillas para encabezar el paseo de cuadrillas, los aficionados e "istas" irredentos se transformaban y ansiosos esperaban el momento de inspiración, incluso el de indecisión para celebrar o reprobar su papel en la escena del ruedo. Manolo también es un ser humano, de “carne, hueso y espíritu” al que le tocó protagonizar un papel hegemónico dentro de la tauromaquia mexicana en los últimos 30 años de nuestro siglo XX. Manolo Martínez nace el 10 de enero de 1947 en Nuevo León. Sobrino-nieto del presidente constitucionalista Venustiano Carranza, mismo que, de 1916 a 1920 prohibió las corridas de toros en la ciudad de México, por considerar que ...entre los hábitos que son una de las causas principales para producir el estancamiento en los países donde ha arraigado profundamente, figura en primer término el de la diversión de los toros, en los que a la vez que se pone en gravísimo peligro, sin la menor necesidad la vida del hombre, se causan torturas, igualmente sin objeto a seres vivientes que la moral incluye dentro de su esfera y a los que hay que extender la protección de la ley.

Su padre, el Ingeniero Manuel Martínez Carranza participó en el movimiento revolucionario, para lo cual se unió a las filas del Ejército Constitucionalista, llevando el grado de Mayor. A su madre, doña Virginia Ancira de Martínez le hizo pasar tragos amargos, porque Manuel, desde un principio dio muestras de rebeldía, integrándose a la práctica de la 237


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charrería que combinaba con sus primeros acercamientos al toreo, gracias a que su hermano Gerardo contaba con una ganadería, no precisamente de toros bravos. Todo esto motivó el rechazo familiar. El colmo es cuando anuncia que deja los estudios de veterinaria en la Facultad de Ingeniería del Tecnológico de Monterrey para cumplir con su más caro deseo: hacerse torero. “Déjenle que pruebe sus alas y sus ilusiones...” dijo doña Virginia a la familia. Y antes de partir a los sueños impredecibles, le advirtió a Manuel: “Ve, anda, si quieres ser torero, demuestra tu valor. Si no eres el mejor, regresa al colegio. Recuerda que en esta casa no hay cabida para los mediocres...” Tales palabras sonaron a sentencia en los oídos del joven, que ya no tenía más voluntad que la de convertirse en una gran figura del toreo. A pesar de que no había problemas económicos en la familia Martínez Ancira, Manuel se marchó empezando sus correrías sin más ayuda que su deseo por verse convertido en “matador de toros”. Puede decirse que a partir del domingo 1 de noviembre de 1964, tarde en la que triunfó en la plaza de toros AURORA, comienza a bordar el sueño que lo obsesiona. Nace así, la gran figura del toreo mexicano. Consagrado sufrió serias cornadas, siendo la de BORRACHON, de San Mateo la que lo puso al borde de la muerte, dada la gravedad de la misma. Fue un percance que alteró todo el ritmo ascendente con el que se movía de un lado a otro el gran diestro mexicano. De hecho, la muerte casi lo recibió en sus brazos, de no ser por la tesonera labor del cuerpo médico que lo atendió. Tal herida causó un asentamiento de firmeza en el hombre y en el torero. Se hizo más circunspecto y calculador. De ahí probablemente su altivez, pero, al fin y al cabo una altivez torera. Ese tipo de fuerzas conmovedoras fue el género de facultades con que Manolo Martínez pudo ejercer su influencia, convirtiéndose en eje fundamental donde giraban a placer y a capricho suyos las decisiones de una tarde de triunfo o de fracaso. Además, era un perfecto actor en escena, aunque no se le adivinara. De actitudes altivas e insolentes podía girar a las de un verdadero artista a pesar de no estar previstas en el guión de la tarde torera. Pesaba mucho en sus alternantes y estos tenían que sobreponerse a su imagen; apenas unos movimientos de manos y pies, conjugados con el sentimiento, y Manolo transformaba todo el ambiente de la plaza. 238


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Quienes estamos cerca de la fiesta, al acudir a la razón, tenemos que despojarnos de la camisa de las pasiones y de los alegatos sin sentido, para ir entendiendo la misión de uno de los más grandes toreros mexicanos. Su proyección hacia otros países también deja una honda huella que se reconoce perfectamente, a pesar de las posibles omisiones, su obra queda inscrita en el universo taurino. El toreo es un arte efímero, pero gracias a la memoria podemos retenerlo y evocarlo a lo largo de la vida. Las faenas realizadas por Manolo Martínez son muchas, todas ellas, de una u otra forma recreadas por sus seguidores y correligionarios. Manolo Martínez cimentó durante todo su recorrido profesional la imagen que nos dejó, ahora perdura sólo el recuerdo del gran torero olvidando rencillas y rencores inclusive entre sus más declarados enemigos. Hombre de contrastes y de situaciones extremas podía alcanzar la gloria pero tambalearse en el fracaso. Era, a fin de cuentas una actitud asumida por los grandes artistas, por los genios que no se conforman con simples apuntes de una obra que pretenden mayor. Sus triunfos, pero también sus fracasos como torero dejaron huella. Es decir, hablamos de los extremos, del bien o del mal, del amor o del odio, de la vida o la muerte. Manolo supo forjar momentos de grata memoria, pero también de aciaga condición. Como todo gran torero, España fue otra meta a seguir. En 1969 logra sumar 49 actuaciones a cambio de tres cornadas que le impidieron llegar a las 80 corridas. El espíritu de conquista se dio con Manolo, puesto que logró convencer a la exigente afición hispana. España es un terreno difícil de conquistar por parte de extranjeros que intentan izar su bandera junto a la nacional que ondea en todas las plazas de la península. Manolo el hombre, la figura que, enfundada en el hábito de los toreros -el majestuoso traje de luces-, legó multitud de recuerdos que hoy nos causan emoción. He aquí un pequeño rasgo de la majestad torera, del sentido humano alcanzados por el mejor torero mexicano de los últimos tiempos: MANOLO MARTINEZ. Si con todo esto aún no es suficiente entender que una influencia de semejantes magnitudes como la de Manolo Martínez en el ejercicio tauromáquico de Enrique Ponce 239


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no ha bastado, pues entonces sepamos, para decirlo de una vez, que los aspectos hereditarios en su entorno más íntimo y misterioso se filtran en el espíritu de muchos matadores de toros que trascienden su arte y su técnica a partir de los basamentos con que se constituyen para proyectar su propia voz en el concierto al que fueron convocados. Sin embargo, cada quien hablará de su expresión con una tesitura distinta y particular. De ahí que encontremos siempre estilos distintos. Concluyo el presente ensayo, afirmando que en este caso, con Manolo Martínez y Enrique Ponce encontramos dos etapas de una misma obra de creación personal dueñas de su propia circunstancia.

Para muchos, una figura inolvidable. SINAFO, 502063

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UNA DIMENSIÓN QUE PERTENECE AL ABSTRACTO.

Sin afanes de petulancia o de arrogancia alguna, vengo aquí para presentarles diversos y distintos panoramas sobre lo que fue, es y será el espectáculo de toros en nuestro país. Sobre lo que será, cualquier planteamiento me parece bastante atrevido, porque es difícil prever el futuro y apenas es posible dar una contemplación desde nuestra perspectiva, convertida a su vez en prospectivas con diversas trayectorias, aunque la “balística” planeada, con toda seguridad no tendría la o las trayectorias pensadas. Y aunque acudiendo a cierta metáfora de que “el futuro es hoy”, aún así es difícil pensar lo que puede suceder en una dimensión que pertenece al abstracto. El toreo, resultado de largos siglos y milenios, con todas las dificultades que entraña en la actualidad, permanece vigente. Quienes acudimos con frecuencia a la plaza de toros sentimos una intensa tristeza la cual no concibe el estado de cosas que guarda al enfrentarse a otra más de las reincidentes crisis, punto en el que confluyen infinidad de circunstancias que, para bien o para mal, intervienen en su difícil transitar. Al hacer esta primera reflexión, es porque, invocando la grandeza y el esplendor, eso deseamos profundamente para no seguir contemplando el panorama tan desolador que viene azotando a peculiar diversión pública. Hay en todo esto un contraste abismal con otras épocas que tampoco están alejadas de nuestro tiempo. Sin embargo allí cambian muchos aspectos que indican el grado de importancia donde se refleja la asistencia masiva de aficionados entusiastas llenando los tendidos en su totalidad, cosa que en nuestros días es imposible. Busquemos algunas explicaciones. Tomando como caso particular el de la ciudad de México en tres épocas aleatorias: primera, quinta y última décadas del siglo XX. Aquellos primeros diez años representaron para el toreo nacional estabilidad y equilibrio. Surgen Rodolfo Gaona, Vicente Segura y Juan Silveti que enfrentan al numeroso grupo hispano que dominaba el escenario siendo muy pocas las posibilidades para aquellos. Afortunadamente en poco tiempo lograron verdaderas confrontaciones, divulgadas en un importante número de publicaciones periódicas que informaron con amplitud aquellos hechos. Entonces, la capital del país, que no era ni por casualidad lo que hoy es, y más 241


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bien era una especie de ciudad provinciana, contaba con alrededor de 100,000 habitantes, los cuales gozaban de espectáculos como teatro, zarzuela, cinematógrafos y otras áreas de esparcimiento como parques y jardines. Conforme se acercaba el año de 1910, las condiciones sociales y políticas, junto con las económicas entraron en una difícil tensión debido al cuestionamiento al que quedó sujeto el régimen de Porfirio Díaz que llegaba a poco más de 30 años entre notables avances económicos, pero también amargos retrasos sociales. La sentencia del héroe de la batalla del 2 de abril se cumplía exactamente: “Mucha política. Poca administración”.

El matador de toros, ha realizado la suerte suprema. Se desconoce su nombre. Es la plaza de toros “El Toreo”. Ca. 1907-1908. SINAFO, 15853

Durante los últimos 15 años del siglo XIX y de manera intermitente hasta 1945, se consolidó un proceso en el que el aprovechamiento de la cruza de ganado español con el nacional fue permitiendo que la ganadería se constituyera perfectamente, dejándose ver un estilo propio, donde el caso particular de San Mateo adquiere una trascendencia singular, que hasta nuestros días no hemos terminado de entenderla en su exacta dimensión, porque en todo esto se han incrustado una serie de intrigas, de políticas, problemas emanados de la Revolución mexicana misma, cuyo reparto agrario afectó sensiblemente a las grandes extensiones de las consideradas unidades de producción agrícolas o ganaderas, cuyo periodo de esplendor terminó con el movimiento armado de 1910.

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He ahí, en pocas palabras lo que sucedía en esos primeros años del siglo XX que se vivieron bajo un ritmo a veces violento, a veces sosegado que mostraba –sobre todo-, a un Rodolfo Gaona encumbrado, dueño de la situación aquí y allá, provocando al solo anuncio de sus actuaciones llenos completos, fuera en la plaza “México” de la Piedad, fuera en el coso de la colonia Condesa, apenas inaugurado en 1907. El disfrute de la afición era máximo. No se nos olvide que en la época de su “imperio”, el cinematógrafo fue un instrumento de divulgación que superó, incluso, la notoriedad que buscaba el mismo el Gral. Porfirio Díaz, pues entre los años que van de 1895 a 1911, se tienen consignados alrededor de 125 títulos con tema taurino, contra 41 en los que Porfirio Díaz o su familia fueron motivo de propaganda.

¡Qué poderío, el de Gaona! El Toreo. Madrid, 6 de julio de 1914

Durante los años cincuenta nos encontramos ante una ciudad en expansión, alejada de cualquier provincialismo y colocada en el concepto cosmopolita que se acusa desde el sexenio de Miguel Alemán, quien empuja aquellos cambios, mejorándose muchas condiciones y quedando otras en el abandono más notable. A los medios de comunicación masiva como el periódico y la radio que a mitad del siglo XX conservan su jerarquía, se suma la televisión que se convirtió en un instrumento insustituible debido a la extraordinaria herramienta que era en aquel entonces, siendo la transmisión de las corridas de toros un excelente vehículo de divulgación que ya se ve, no representaba riesgos para la empresa que no gozara con el valioso apoyo de la programación. Existen casos evidentes donde habiendo corridas tanto en la plaza 243


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“México” como en el “Toreo de Cuatro Caminos” ambas se llenaban, a pesar de que en una de ellas se estuviera transmitiendo el festejo. La población debe haber oscilado entre los 3 y 4 millones de habitantes, la cual tenía ante sí una opción múltiple de formas para divertirse: el teatro, el cine, hipódromo, estadios de futbol y beisbol, donde la televisión poco a poco no solo se sumaría a este conjunto de entretenimientos, sino que los desplazaría y absorbería para que desde ahí y en la comodidad de la casa, los ciudadanos comunes y corrientes, con o sin afición; con o sin intereses definidos comenzaron a ver reunidas con la opción del cambio de canales, toda esa gama de posibilidades. Sin embargo, empiezan a darse una serie de cambios que se están adaptando a los nuevos tiempos debido al ritmo revolucionado de la vida, a su mutante y sintomática patología. Debemos entender hasta aquí, que también operaban una serie de cambios de mentalidad, producidos por la forma de ser y de pensar de las sociedades, puesto que se estaba pasando de una que se conjugaba entre aquellos citadinos y los que viniendo de provincia, se integraban a ese modelo, a otra que comenzaba a hacer del consumo una nueva posibilidad de lograr la satisfacción y el confort, como resultado de los cambios impuestos por una nueva “revolución industrial” que evoluciona en términos sumamente rápidos. Entre los acontecimientos actuales, colocándonos en la última década del siglo XX y los primeros cinco años del nuevo siglo XXI, se tienen factores tales como el crecimiento desmesurado de la ciudad (cuya mancha urbana, al unirse al estado de México hace que se tenga una concentración de poco más de 20 millones de habitantes), o el de una impresionante posibilidad de medios de comunicación, incluyendo la internet. Pero también un debilitado intento del manejo de la situación a través del último de nuestros empresarios: Rafael Herrerías quien, apoyado por no sé qué extraños influjos y por amigos o sociedades que le tienden todo tipo de tratos y favores, logra como resultado plazas semi-vacías, a veces con asistencia de 1000 o 2000 aficionados, promedio más bajo en las últimas temporadas, el cual ha sido la media estándar no solo en los tiempos de “Herrerías”, sino de otros empresarios, incluyendo Alfonso Gaona quien teniendo la sartén por el mango, para organizar buenos carteles, después ya no supo cómo manejar 244


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ese asunto en un puesto donde se eternizan y ni Dios puede con ellos. Quitarlos menos. Gaona empleaba métodos oscuros de chantaje sentimental, donde o se empeñaba en dar carteles hasta la mitad de la semana o simplemente cerraba la plaza argumentando diversos pretextos. Por su parte, Rafael Herrerías, quien desde su llegada a la administración de la plaza “México” ha mostrado un perfil basado en métodos contraproducentes y represivos, lleva 12 años al frente de la empresa del coso capitalino, montando temporadas que, para el caso de las que ocurren entre los meses de noviembre y marzo, presenta un elenco previo y resulta otro (aunque en pocos casos se haya cumplido la sentencia de que unos las firman y otros las torean), por lo que las alteraciones al “derecho de apartado” son graves. A menos que me equivoque, pero no he sabido de más que de un caso de demanda levantada para cuestionar legalmente dichos incumplimientos, mismo argumento que se tiene como prueba en el caso del ganado a lidiar, donde se anuncia uno y se lidia otro, además de que es bajo sospecha de no tener la edad reglamentaria pocas veces comprobada a la luz de exámenes post morten, o de haber sido víctimas de alteraciones en la cornamenta, sin que ello deje de presumir el caso de otras agresiones en órganos vitales. Bajo ese reino de impunidad hemos vivido desde hace doce años, reino cuyo reflejo o reacción natural es el que muestra la afición no acudiendo a la plaza, en un alejamiento forzoso, plagado de decepciones por parte de aquellos que sienten agredida su larga trayectoria, incluso sus recuerdos que son violentados gracias a estos métodos de represión. Sin embargo, ciego de poder, nuestro empresario proclama que no hay tal, que todo, al mismo estilo de nuestro actual presidente, va viento en popa y nada se interpone en el buen curso de la fiesta que él, junto a una controlada complicidad con otros empresarios a quienes no queda más remedio que apoyarlo de “dientes para afuera”, pero que en su interior no soporten tal humillación y connivencia no deseada. Estos hechos no pueden quedarse en la mera exposición de argumentos para declarar solo, una sentencia sumaria. Por qué no ver ahora qué los genera y alguno o algunos razonamientos que indiquen hacia dónde va todo esto, pero que también apuesten por una salida más favorable, digna, incluso para el bien y prosperidad deseados. Esto 245


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debemos propagarlo y además analizarlo para eliminar todo factor de ruido que nos genera duda, indiferencia y desacuerdo. Insistiendo sobre el asunto, yo no sé en qué medida esto se esté convirtiendo más en un juicio que en una lección. Sin embargo, es preciso hacer notar la suma de circunstancias que en una y otra dimensión, han participado en beneficio o en perjuicio del buen curso de una fiesta que no siempre es lo que se dice que es, pues vive bajo el régimen de una encontrada marcha, porque por un lado están quienes sin intereses de por medio, la defienden; y por otro se encuentran aquellos que la utilizan para sus propios intereses, ganando un prestigio despreciable. Leonardo Páez apuntaba123 que algunas plazas provincianas como la de San Luis Potosí o la de la Villa Charra de Toluca, tuvieron que suspender festejos debido a la escasa concurrencia, faltándole a esto un poder de convocatoria capaz de convencer a los más incrédulos y resistentes. Dice Páez: Los falsos empresarios taurinos, lejos de corregir los vicios que han sacado a la gente de las plazas, exhiben una serena negligencia, hasta cancelar las posibilidades de realizar buenos negocios taurinos, evidenciando sus intereses en beneficios extrataurinos con el pretexto de hacer fiesta. Por lo pronto, el mercurio de tan singular termómetro ya tocó fondo y el porvenir que espera a unos empresarios taurinos tan soberbios como desunidos no puede ser más oscuro. El de San Luis Potosí se vio en la necesidad de suspender la corrida programada para ayer domingo, tras constatar la pobre entrada del mero día de la feria, el pasado 25 (de agosto), en que a una plaza para seis mil gentes entraron 2 mil, y el de la Villa Charra de Toluca debió hacer lo mismo el pasado sábado (...).

Además -como si les apuraran a ciertos personajes incrustados en la misma organización de esos festejos, lo que los hace siniestros- a tomar la puntilla para cometer pillerías como la ocurrida en la plaza de toros de Tlaxcala el 1° de septiembre de 2002, cuando a un ejemplar de "Brito" -por cierto, ganadería propiedad de Carlos Slim-, y que le tocó en suerte a Christian Aparicio, se hizo harto notorio el pésimo, deliberado y descarado despunte. Ya lo dijo Julio Téllez: "los novilleros están empezando como terminan las figuras del toreo".124 Es decir, dueños de la situación, con privilegios de seguridad y comodidad en eso de buscarse oscuros "colaboradores" para torear las más veces posibles en medio de condiciones envidiables. Qué terrible es apreciar ciertos cambios, promovidos con las mejores y buenas intenciones de una organización, cuando

123

Leonardo Paez: ¿La fiesta en paz? (La Jornada, Nº 6471, del 2 de septiembre de 2002, p. 18a). (Toros y toreros, programa del 2 de septiembre de 2002, transmitido por canal 11 de televisión mexicana). 124

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esta, ignorándolo o solapándolo también, encubren el ejercicio indebido de personas non gratas que perjudica en vez de ayudar a que se den avances representativos. Estas son, apenas, unas cuantas advertencias del riesgo que se puede correr en caso de no ser atendidas con verdadera precaución, porque aquí, de lo que depende, es aplicar medidas precautorias para evitar que la fragilidad del espectáculo termine fracturándose o, peor aún, fragmentándose en una ruptura irrecuperable e irreversible, en medio de un síntoma que forma parte de las constante crisis 125 que enfrenta la fiesta de los toros en nuestro país. Veamos el caso de la fiesta que se celebra en España, donde una de las principales condiciones para realizar este tipo de espectáculos es convocando a los diversos postores que, en algo parecido a una licitación, presentan sus mejores ofertas. Aquel que es aceptado deberá satisfacerlas plenamente durante una temporada con los naturales beneficios económicos tanto para la empresa como para el estado (o la comunidad). La periodicidad de este emplazamiento permite que, al año siguiente, tanto el empresario vigente como otros vuelvan a proponer la celebración de la nueva temporada y así, sucesivamente, hasta generar una confiable estabilidad de lo que se convierte más en una industria que en un negocio o empresa. Hasta el momento esto no ha ocurrido en nuestro país, y ya sabemos que los empresarios permanecen durante varias temporadas, lo que provoca resultados desagradables, cuya mejor respuesta de parte del aficionado es su ausencia, señal de protesta. Pero la réplica de los empresarios es en muchos casos más incómoda: tener la plaza cerrada. Sin embargo, son tan grandes y lejanas las diferencias entre España y nuestro país, que no es lo mismo la industria en cuanto tal, a aquello que en nuestros días se llama, en lenguaje puramente foxiano “changarro”. 125

Nicola Abbagnano: Diccionario de filosofía. Traducción de Alfredo N. Galletti. 7ª reimpresión. México, Fondo de Cultura Económica, 1989. XV-1206 p., p. 262. Crisis. En la Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX (1807) Saint-Simon afirmaba que el progreso necesario de la historia está dominado por una ley general que determina la sucesión de épocas orgánicas y de épocas críticas. La época orgánica es la que reposa sobre un sistema de creencias bien establecido, se desarrolla de conformidad con tal sistema y progresa dentro de los límites por él establecidos. Pero en cierto momento, este mismo progreso hace cambiar la idea central sobre la cual giraba la época y determina así el comienzo de una época crítica. (...) ninguna época denominada orgánica, ni siquiera la Edad Media, ha estado exenta de conflictos políticos y sociales incurables, de luchas ideológicas, de antagonismos filosóficos y religiosos que testimonian la fundamental incertidumbre o ambigüedad de los valores de la época misma. Cuando al diagnóstico de la crisis se añade el anuncio del inevitable advenimiento de una época orgánica, cualquiera que sea, la noción misma revela con claridad su carácter de mito pragmático, ideológico o político.

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Para darnos una idea de lo que significan esas dos distancias, veamos el balance arrojado en 2001: Número de corridas de toros en España:

Número de corridas en México:

934

379

Número de novilladas con y sin picadores en España:

Número de novilladas con y sin picadores en México:

704

216

Los tres primeros toreros de alternativa, en el Los tres primeros toreros de alternativa, en el escalafón actuaron en la siguiente cantidad de escalafón actuaron en la siguiente cantidad de festejos: festejos: “Finito de Córdoba": 102 Enrique Ponce: 100 Julián López “El Juli”: 88

Guillermo González “Chilolo”: 48 Jorge Gutiérrez: 45 Rafael Ortega: 43

Los tres primeros novilleros en el escalafón actuaron Los tres primeros novilleros en el escalafón actuaron en la siguiente cantidad de festejos: en la siguiente cantidad de festejos: Leandro Marcos: 68 Serafín Martín: 59 César Jiménez: 46

Mario Zulaica: 24 Mauro Lizardo: 23 Miguel Ortas: 21

Las tres principales ganaderías que dotaron de toros Las tres principales ganaderías que dotaron de toros de lidia fueron: de lidia fueron: Núñez del Cuvillo: 135 toros lidiados (T.L.) Alcurrucén / Lozano Hermanos: 126 T.L. Gabriel Rojas / El Romeral: 109 T.L.

Cerro Gordo: 80 toros lidiados (T.L.) San Martín: 79 (T.L.) Santiago-Pepe Garfias: 65 (T.L.)

Las tres principales ganaderías que dotaron de Las tres principales ganaderías que dotaron de novillos de lidia fueron: novillos de lidia fueron: Galindo: 52 novillos lidiados (N.L.) Cerro Viejo: 39 (N.L.) Manuel de Haro: 24 (N.L.)

No se encontraron datos.

Este comparativo no pretende poner en evidencia o destacar grandezas o miserias. Pero es la mejor escala que nos deja entender entre sus naturales realidades, las notables diferencias de dos países que históricamente conservan entre sus tradiciones las corridas de toros como fenómeno social e histórico con un arraigo secular importante. Finalmente, queda nuestra propuesta de la convocatoria a licitación entre quienes, teniendo la capacidad de proponer y afrontar una temporada lo hagan, en el entendido de ofrecer garantías de continuidad, si para ello se cuenta con toda la infraestructura: plazas, toros en las ganaderías, matadores de toros y novilleros, el apoyo mediático y la siempre fiel presencia de aficionados que, convencidos de una notable mejoría, regresen y llenen los tendidos de las plazas de toros, con lo que cualquier empresa esté plenamente 248


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correspondida. Por otro lado, al declararme agnóstico es porque creo en el misterio. Pero cuando manifiesto mi escepticismo, es porque lo pongo en duda. Por cierto, Antonio Caballero ha dicho de esto último que “Nuestro santo patrón es Santo Tomás Apóstol, aquel escéptico que se negaba a creer en la Resurrección del Señor mientras él mismo en persona no metiera su puño en la llaga del lanzazo de su costado”.126 A esta circunstancia se agrega la sentencia de Santo Tomás de Aquino que dijo “Hasta no ver, no creer”. Lo anterior viene al caso como el método de asepsia mental que pongo en práctica no solo en mi vida común y corriente, sino como aficionado a los toros, luego de haber superado ese estadio de contemplación gozosa pero falsa que produce una fascinación de todo aquello que se nos impone pero que no podemos cuestionar (como la religión, por ejemplo), o de hacernos creer que la excelsa tauromaquia de fulano o sutano diestro es o ha sido como tocar el cielo con una mano. Cuando una institución como la iglesia está detentada por una serie de individuos que imponen no el espíritu inicial concebido bajo postulados tan diferentes a los que hoy pretenden que se pongan en práctica, con el agregado de ciertos condicionantes, me parece que lo único que se está creando es dogma y fanatismo. De igual forma, cuando cierto sector de la prensa taurina nos habla de los portentos de tal torero, primero es o porque están convencidos de su ejercicio o están comprometidos por razones tristemente lucrativas. Por todo lo anterior, es que he aprendido a usar el escudo del agnosticismo y el escepticismo al mismo tiempo. Habría que decir que conforme el aficionado a los toros va madurando –los hay que nunca maduran, quedándose bajo la figura de villamelones-, entiende el trasfondo, el intríngulis o, como lo dijo José Bergamín: El arte del birlibirloque que flota en un mar revuelto, huraño, difícil, donde navegan embarcaciones cuyas tripulaciones se someten a esos vaivenes tempestuosos, pero también a una fauna acuática peligrosa, semejante a las orcas, tiburones y pirañas (cualquier semejanza con alicatas o víboras, es mera coincidencia). 126

Antonio Caballero: 6TOROS6, Nº 443, del 24 de diciembre de 2002, p. 40.

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Todo ello deriva en infinidad de intereses, oscuros intereses que nos marginan, pero porque entienden que esa marginación es posible, debido a la poca solidez que mostramos los aficionados, ya sea por nuestro aislamiento o por la limitada consistencia de los pocos grupos de combate que quedan en el tendido, mismos que se han conformado solo a lanzar además de su grito de batalla, alguno que otro reclamo el cual no encuentra eco, a menos que la falta cuestionada tenga todos los elementos de inconsistencia y de desfachatez. Pero hay más. El protagonismo de quienes detentan el poder o de quienes se empeñan en darnos gato por liebre y luego hasta nos reprochan, o acusan a aquella prensa honesta de intolerante, producen un desaliento mayor, porque su doctrina simplemente no es hacer su trabajo con vistas a conseguir calidad. Y no dudo de sus quehaceres y sacrificios cotidianos. Dudo de sus resultados que, deliberadamente se proponen conseguir, pues lo que se nos muestra es francamente desalentador. Por todo esto, y por muchas otras razones es por lo que al declararme agnóstico y escéptico al mismo tiempo, lleva en el fondo un velo de desconfianza, y si la desconfianza tiene que ver con la pérdida de la fe, del amor o de la pasión, ¿en qué creer entonces? Y por si no lo saben esas personas, ya estamos en el año 2005, bajo la era de infinidad de conceptos donde la sociedad en su conjunto, se mueve en medio de factores como el de la calidad total y su certificación. Nuestro actual empresario taurino tiene para con el instrumento legal que rige los destinos de la fiesta un verdadero rechazo, acusando a diestra y siniestra al o a los “estúpidos” que lo redactaron, olvidándose que este documento ha sido consecuencia histórica de las necesidades que la autoridad ha tenido para lograr controlar el desorden, evitando no solo los desmanes públicos. También los excesos de asentistas del pasado y empresarios del presente. Yo quisiera saber o escuchar de nuestros gobernantes cualquier reproche sobre la “Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos”, cuando de tal instancia emanan sus privilegios de elección popular que los obliga a cumplir principios y compromisos con la sociedad. Claro, la “Constitución”, desde 1917 y hasta la fecha ha sufrido innumerables modificaciones o cambios conforme la época o los criterios que prevalecen. Bajo esa misma circunstancia, el reglamento para las corridas de 250


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toros ha sufrido, a lo largo de 240 años diversas alteraciones, las que seguirán presentándose en aras de hacerlo cada vez más perfectible. Si el reglamento taurino que viene ordenando el espectáculo en nuestro país –a través del tiempo-, por lo menos desde 1765 -y hasta nuestros días- ya no es viable. Y si a eso pretenden desregular dicha diversión, pues nada mejor que someterse a los principios de la calidad total y a una rigurosa vigilancia, determinada por certificaciones permanentes (cada temporada, por ejemplo), conscientes de que si no cumplen sean sancionadas las partes infractoras hasta no lograr el orden de nueva cuenta, recuperándose las condiciones normales por donde tiene que transitar un espectáculo cuyas bondades lo hacen ver merecedor de otros tratos, y no bajo la deleznable presencia del imperio de la soberbia, del despotismo y de la falta de escrúpulos y vergüenza profesional que respiramos hasta la nausea. El criterio de la certificación, es decir, aplicar la norma ISO9000-2000 viene imponiéndose cada vez con mayor relevancia al interior de las empresas, públicas y privadas, en aras de mejorar el servicio o producto que ofrecen directamente al usuario, al cliente, quien es su certificador más exigente, pues con un sencillo “lo toma o lo deja” decide escoger el mejor producto conforme a sus conveniencias. Probablemente sea un término al que tendremos que irnos acostumbrando para encontrar la fiesta deseada. Dicho lo anterior: ¿Qué les parecen estas propuestas? Así, hasta nuestra creencia sería terrenable y no utópica.

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POLEMICA CON EL AUTOR DE ¡ABAJO LOS TOROS! Acudí a la cita. Me esperaba el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores en su despacho. De inmediato y sin mayores preámbulos pasamos a una discusión que tanto en 1906 como en 1995 o como en este 2009 o 2010 sigue teniendo la misma vigencia. De la imprenta de D. Mariano Viamonte Zuleta acaba de recibir el primer ejemplar de su texto ¡Abajo los toros! dedicado al señor presidente de la república General de División don Porfirio Díaz. Me llama la atención que, sin ningún empacho pide nuestro personaje a don Porfirio "suprima en México, la bárbara, sangrienta y bochornosa diversión de los toros". Apenas terminé de revisar la portadilla, don José López Portillo y Rojas suelta los primeros ataques discriminando y cuestionando la fiesta de toros.

Ficha del texto aquí reseñado. Disponible noviembre 6, 2012 en: http://www.bibliotoro.com/

José López Portillo y Rojas (JLPyR). Es un hecho que entristece, la inmensa y progresiva aceptación que va teniendo en nuestro país el espectáculo de los toros, el cual puede compararse con un mal ya endémico, que se extiende todos los días y convierte en más y más virulento. José Francisco Coello Ugalde (JFCU). El pueblo ha hecho suyo el espectáculo, desde el momento en que culmina la conquista. El mundo español lo aposentó, el americano lo enriqueció con su carácter propio y así ha discurrido por más de cuatro siglos y medio. JLPyR. Sería posible aún poner remedio al mal, porque el toreo no adquiere todavía carta de nacionalidad mexicana.

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JFCU. Se ve don José que usted de plano no se ha dado una vueltecita por la plaza México de la Piedad, o no se ha enterado que con la influencia de Bernardo Gaviño primero; y la presencia hegemónica de Ponciano Díaz después, surge la expresión original de una escuela mexicana del toreo -discutible pero también indiscutible- que luego llevarían a niveles privilegiados Rodolfo Gaona, Silverio Pérez o Manolo Martínez, cada quien en su momento. JLPyR. Usted sabe que si esa plaza [el Toreo de la Condesa] llegase a levantarse en nuestra capital, sería un monumento erigido a nuestra barbarie. JFCU. Déjeme decirle que la vida de dicho coso alcanzó en ese sitio la friolera de 39 años y luego pasó su esqueleto a terrenos de Cuatro Caminos, inaugurándose en 1947 para reinaugurarla más tarde, en 1994. Pronto, en 1997 será su cumpleaños número 90. En cuanto a la mencionada barbarie estoy de acuerdo con usted en aceptar su afirmación porque finalmente se trata de una tortura que concluye en la muerte del toro y va contra los principios del raciocinio humano. Pero esta diversión se sustenta en muchos siglos de formación, y por culturas que en general son bárbaras en cuanto idea de dominio sobre otras. Romanos, hispanos e incluso la fusión -para bien o para mal- (nunca como justificante maniqueo) de la española e indígena que devino en mestizaje. Nuestros antepasados indígenas dominaban férreamente, controlaban a otros grupos que se arrogaban en un vasallaje el cual se trastocó en guerra por alianza habida con los hombres blancos y barbados llegados desde el mar. Por ese aspecto es como se refleja la permanencia de las corridas de toros en lugares donde Hispania primero, España después se aposentó con poderosa influencia cultural y sus pueblos -independizados de ella aunque con un idioma común-, a través del tiempo han aceptado como algo que los constituye, al espectáculo de toros con sus partidarios y no partidarios también. Nervioso veo al señor ministro que quiso interrumpirme en varias ocasiones durante mi intervención y de nuevo se apresta a participar. JLPyR. Quiero hablarle de la suerte de varas. El caballo, herido y moribundo, queda tirado en la arena sin que nadie lo defienda, y el toro en sus vueltas y carreras furiosas por el coso, le asesta nuevas cornadas cada vez que junto a él pasa; en tanto que el 253


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desventurado animal, que no ha logrado ni siquiera ver a su verdugo, levanta del suelo difícilmente la cabeza y, por instinto de propia defensa, tira al aire débiles, patéticos é inútiles mordiscos. Dígame usted: ¿Es esto hermoso? ¿Es estético? ¿Es pintoresco? De ningún modo, sino feo; mas que feo, horrible; más que horrible, repugnante. JFCU. De ninguna manera es hermoso, pero como aficionado le diré que es necesario. Pasaron ya los tiempos en que el caballo salía a la plaza sin peto y estamos en una época donde el maxipeto protege la humanidad del equino, solo que los de a caballo aprovechándose de semejante muralla yerran muchas veces al principio de la suerte, reciben al toro para de inmediato atacarlo con puyazos diversos, tapándole la salida, corrigiendo y barrenando de lo lindo. Allí es donde se deforma la suerte que al cumplirse cabalmente se realiza dejándose llegar el toro hasta la jurisdicción, clavando la puya en lo alto del morrillo y sin soltar la vara resistir el empuje del toro sin más propósito que descongestionarlo y prepararlo para la faena de muleta. Además es una prueba que por indispensable la esperan todos los ganaderos para valorar las cruzas, la reata de los toros, el cúmulo de años de esfuerzo y sacrificio para, en esa forma poder continuar o corregir a tiempo alguna posible desviación genética. Asimismo el espada en turno calibra qué tanto de poder debe eliminarse para aprovecharlo en la faena de muleta, detalle que las mayorías ignoran y de pasada reclaman airadamente. Este viaje por el tiempo me permite asistir a la plaza de toros "México" en la Piedad, donde hoy se levanta el Cine México una más de las víctimas del progreso al quedar convertido en un espacio que al interior presenta la división en varias y nuevas salas de exhibición. Y la corrida a la que asisto es de las mejores de aquel año de 1906. Fue la tarde del 14 de enero en la que se reunieron tres diestros españoles: Antonio Fuentes, Antonio Montes y Ricardo Torres "Bombita" entendiéndoselas con 6 de Piedras Negras. El de Tomares, y en el sexto de la tarde de tan arriesgado que estuvo en su actuación fue herido gravemente en el pecho. Lo destacable es que los tres espadas fueron congeniando con el nuevo estilo de torear, fueron moldeando ese toro propicio para la faena moderna, condición que le faltaba bien poco para entrar a escena. Fuentes, en artista, Montes con facturas de valiente y "Bombita" fuente de sabiduría a la hora de lidiar 254


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toros. Olorosas tazas de café acompañan la cada vez más interesante plática. JLPyR. Los banderilleros ponen las banderillas donde pueden, y a veces resulta alguna moña clavada en un ojo de la fiera, y el espectáculo se hace intolerable. Los matadores degüellan al toro con harta frecuencia, haciéndole toser y vomitar sangre, ó bien le hieren los tendones de los cuartos traseros ó delanteros y le toman cojo en el acto. Y por regla general, cuando la fiera puede ya apenas moverse por tantas estocadas como ha recibido, y sangre como ha perdido, es cuando se ve solicitada por la muleta del matador para que embista, y cuando al moverse pesadamente sobre la capa, recibe la estocada que le derriba. Convengamos en que esos espectáculos son hechos para contristar, y no para regocijar el corazón del público. JFCU. La culminación de una faena no se reduce a la sola representación de cuanto usted reseña. Llega a ocurrir sí, pero el propósito de todo torero, tras una labor de mérito es rematar con una gran estocada evitando, en la medida de lo posible lo que puede ser visto o considerado como una agonía desagradable. Ahora bien don José, su discurso está basado en una explosiva crítica sin tomar en cuenta la real dimensión de lo que somos como mexicanos, como pueblo al que agrada y acepta este espectáculo, de lo cual ya hemos hablado y discutido bastante desde hace un buen rato. JLPyR. Correcto, pero dígame para todo esto se necesita haber perdido hasta la más remota noción de humanidad para dar cabida en el pecho a tales y tan feroces sentimientos. Y es un hecho que el placer de los toros conduce a mirar con indiferencia los dolores y la muerte del prójimo y a guardar para solos los caballos todas las ternuras del alma, queda con eso mismo comprobado que la diversión de que se trata, deforma, endurece y corrompe el corazón, rompe los vínculos de solidaridad que la naturaleza ha criado entre los individuos de la misma especie, y es, por lo mismo, altamente antisocial y funesta para el conjunto. Por lo tanto, no puede ya pretenderse que el espectáculo sea hermoso, porque debajo de la capa brillante con que se envuelve y disfraza en el prólogo, oculta en su acción y desarrollo, escenas espantosas, antiestéticas, contra las cuales se elevan las protestas clamorosas del corazón, de la razón, y hasta del simple buen gusto. 255


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JFCU. No es nada nueva su propuesta respetable señor, pues Gaspar Melchor de Jovellanos, José de Arroyal y otros escribieron cosas tan parecidas a las suyas. Aquí tenemos que reconocer las luces de la razón, ese pensamiento de avanzada con el cual enfrentaron una sociedad amalgamada en las más diversas fuerzas de tradición a veces con un arraigo tan cercano al anacronismo que para esas sociedades es vigente, pero para ustedes no. JLPyR. Los españoles, según Sánchez de Neira,127 son los únicos hombres capaces de irritar, burlar y vencer al toro, y no ha habido hasta ahora otro pueblo que haya podido imitarlos. Démoslo por sentado; ese antecedente, no reza con nosotros, pues no somos españoles ni tenemos habilidad para el toreo. Y aun tomándolo en cuenta desde el punto de vista español, de él nada se deduce. JFCU. La ventaja de los diestros mexicanos es que han universalizado el toreo ya que, luego de asimilar la experiencia española en América han hecho posible una fiesta española a la mexicana, proyectando de América a Europa lo que son de este lado del mundo. Las figuras que han conquistado un lugar en la tauromaquia nacional han tenido abierta pugna con los de su generación y así, por ejemplo Rodolfo Gaona, que seguramente ya habrá oído hablar de él, luchará denodadamente con "Joselito" o Belmonte, sosteniendo cabalmente su hegemonía hasta retirarse como los grandes; es decir, en plenitud de facultades y dueño de la situación. Don José yo entiendo muy bien su postura como antitaurino, pero es preciso decir que la costumbre de lidiar reses bravas la absorbe nuestra nación sin solapar lo que en el pasado significó el carácter colonial con el que se impuso España al conquistar la más importante de las culturas indígenas de Mesoamérica: la azteca. Quizá fue un mal necesario que históricamente quedó asentado, trastocando radicalmente parte esencial de nuestro ser. Pero al quedar superado ese trauma con la independencia, México es una nación vigente en el orden y en el concierto de la vida moderna y del desarrollo. Si la 127

José Sánchez de Neira, español de origen, fue un tratadista fundamental que perteneció a una generación que comenzaba a entender la tauromaquia como concepto que había alcanzado niveles de madurez, es decir durante el último tercio del siglo XIX. Sus aportaciones determinan puntos de vista que permiten apreciar al toreo en su condición e interpretación no sólo técnica. También estética. De ahí que las Tauromaquias como tratados específicos lograran su punto más alto de reflexión que luego se reflejó en obras analíticas como las del propio Sánchez de Neira, cuya influencia alcanzó al México taurino, de 1880 en adelante.

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fiesta aun permanece entre nosotros es porque su carácter encarna una realidad afín al ser que nos corresponde y nos pertenece. Y si algo es tan vivo en este momento como el culto a la virgen de Guadalupe, principio tan español y tan católico establecido apenas unos años después de iniciado el proceso de la Nueva España, es porque arraigó profundamente en la sensibilidad del mexicano. Así los toros. Más de cuatro siglos y medio no lo pueden ocultar. JLPyR. Pues aun así no me convence. Nuestros padres los españoles, se dice, han sido afectos a los toros desde la antigüedad más remota, y han hecho de ellos su diversión nacional. Nosotros, que somos sus hijos, hemos heredado, como es natural, esa misma inclinación. Debemos, pues, conservarla como marca de familia y distintivo de raza. Si es buena o mala, es inútil discutirlo; lo único que podemos hacer es verla como un hecho legítimo, dimanante de la generación; y por amor a nuestros padres y respeto a la tradición, debemos conservarla, pues hacer otra cosa, sería traicionar nuestro origen y nuestra historia. JFCU. De hecho no estamos tratando de ningún patriarcado sino de una costumbre, de una tradición bien habida en nuestro pueblo y que allí está, creciendo, manteniéndose en el gusto de muchos que la aceptan y la aplauden. Hoy en día se extiende por los lugares más inhóspitos e increíbles donde no se pensaba algún día que se efectuaran corridas para celebrar las fiestas de un pueblo, siempre vinculadas al santo patrono del lugar, o las de una feria donde el comercio hace acto de presencia (le recordaré la feria de Xalapa, la de san Juan de los Lagos, la de san Marcos, entre otras). Me parece que los ánimos de don José se están alterando y, sin dejar de mencionarle otros lugares de fiesta, me aborda de nuevo. JLPyR. ¿Por qué hemos de vivir condenados a llevar a cuestas el sambenito de los toros, sólo por ser de origen español? ¿No hemos dado el grito de Dolores? ¿No conquistamos nuestra independencia a costa de once años de lucha? Pues si nos hemos emancipado de la antigua metrópoli en lo político, no hay motivo para que continuemos uncidos a ella, en sus vicios y defectos. Imitemos a los españoles en lo que tienen de bueno: en su patriotismo, en su energía, en su ardiente amor al arte y a la belleza; no en sus defectos, máculas y deficiencias. No parodiemos a los malos poetas, que, no pudiendo igualar a 257


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Byron en la inspiración, le imitan en la borrachera. JFCU. Tampoco es bueno caer en los extremos ni ser tan rígido ni dogmático, ni intolerable a las cosas que ya forman parte de la costumbre y de la vida cotidiana en nuestro país. Que el toreo sea un espectáculo bárbaro o sangriento, no significa que los españoles ni los mexicanos tengan que ser necesariamente seres salvajes. La fiesta brava de siglos atrás ha tenido que compartir lo irracional en sus principios pero, precisamente por ser un entretenimiento en el que va de por medio la superioridad del hombre sobre la fuerza bruta del toro es cuando ha sido necesario recurrir a métodos que probablemente no sean los indicados, pero sí los adecuados en eso de dominarlo. Y si al haber dominio existe también una práctica que tiende a la estética efímera, pues lo totalmente salvaje se contiene al darse un balance de fuerzas, mismas que atraen al público, el cual termina por aceptar o rechazar lo que el torero y los demás actores en escena realizan en el ruedo.

El Lic. José López Portillo y Rojas, autor de la publicación que aquí se desmenuza. SINAFO, 20273

JLPyR. Puédese afirmar, por lo tanto, que esta simple expresión "me gusta esto o aquello", cuando no va adminiculada con un razonamiento serio y juicioso que la fundamente, carece de importancia desde el punto de vista de la razón. Así, los aficionados al toreo que no aducen en favor de éste más defensa que su gusto, no le justifican ni legitiman, y aun puede decirse que dan su voto en blanco. Hoc volo, sic jubeo; 258


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sil pro ratione voluntas, es una frase lógica en la boca de la mujer frívola y caprichosa de Juvenal; pero no en la de un pensador, un sociólogo y un patriota. JFCU. Legión de intelectuales han preferido a la fiesta, dedicando al espectáculo buena parte de su producción artística, movidos por la emoción que les produce, en conjunto el embrujo de la fiesta. Al tener la oportunidad de gozar la diversión, de sumergirse en la fiesta -válgase la redundancia-, y de mirarla con ojos de reflexión, la aceptamos como es, dueña de su propia historia, que, sin temor a correr riesgos mayores, puedo afirmar que es paralela a la historia de México misma. Don José: tanto usted como yo sostenemos nuestros principios e ideas, los defendemos, pero respetamos lo que cada uno afirma. Esto es importante y, como todavía hay tela de donde cortar, que le parece si salimos por ahí, a estirar las piernas, a caminar simplemente para desahogar lo que todavía nos queda en el tintero. ¿Le parece? JLPyR. Pues vamos jovencito. Pero le aseguro que no me convence ninguno de sus argumentos. Vamos. Y en pleno recorrido por esas maravillosas calles de la añeja ciudad de México, le pregunto: ¿A qué llama usted “la apoteosis de la brutalidad? JLPyR. Degollar al buey o al cordero, coger en el anzuelo al pez y cazar aves delicadas y de plumaje espléndido, es doloroso y hasta cierto punto humillante para nuestras aspiraciones idealistas; pero consuela al menos considerar que todo ello lo hacemos por necesidad imperiosa, y no por el único y perverso placer de causar daño. Pero las lidias de toros no tienen ese carácter, pues no lleven por objeto saciar exigencias de la vida, de la ciencia o de la industria, sino simplemente el de gozar con el espectáculo de los sufrimientos y de la muerte. JFCU. Usted menciona toda clase de atentados a seres de la naturaleza y donde el hombre participa para proveerse de alimentos con el fin de “saciar exigencias de la vida, de la ciencia o de la industria” como ha ocurrido desde los tiempos más primitivos hasta nuestros días. Tal necesidad a veces ha sido rebasada por actos abusivos que agreden a buen número de especies, muchas en vías de extinción. De eso, ¿ha reflexionado usted todo el panorama que se vivía en su época, y hoy lo 259


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percibimos alarmados? En cambio, el sufrimiento y la muerte no son privativos en el toro de lidia. Que esto se maneje a través de un espectáculo público le da otro cariz, es cierto. Pero es un fenómeno de gran arraigo, tan añejo que ha transitado varios siglos, adquiriendo carácter primero de diversión, sin más. Funcional después. Por eso es que de dos siglos y medio para acá el carácter profesional ha penetrado de tal forma que su solidez ha permitido un amplio espectro comercial favorable a infinidad de empresas y particulares. Y embiste encolerizado don José diciendo: JLPyR.: El objeto final del espectáculo es el de gozar con el martirio y la muerte de los toros (y me digo que sus palabras ya están llegando a terrenos harto peligrosos como para pensar que siga sosteniéndose la plática), el martirio y la muerte de los caballos y, cuando menos, el peligro mortal de los toreros. He aquí por qué es desmoralizadora la fiesta, porque falsea y desnaturaliza los sentimientos y degrada y pervierte a los hombres. Además, es en las plazas de toros donde ocurre el doloroso paréntesis de la civilización porque la crueldad es el sentimiento dominante en ellas y hay quien goza gritando e insultando; rabian por ver peligro, sangre y muerte. Aquello no es una diversión; es un manicomio sublevado, un banquete de caníbales, un infiero iracundo y clamoroso. JFCU. Licenciado: su postura es en extremo radical y creo será muy difícil que acepte la realidad tal cual es. La forma en que las corridas de toros se han establecido definitivamente en varios países americanos y también en Francia y Portugal demuestra lo penetrante de su colorido en el gusto de estos pueblos, mismos que en su formación se ha hecho patente la presencia de este divertimento entremezclado con pasajes propios de la guerra. JLPyR. ¿Y qué tienen que ver las guerras en todo esto? JFCU. Le menciono el caso de dos de ellas: España y México. Pero antes, se ha preguntado: ¿Desde cuándo el toreo de a pie se presentó como parte de una inquietud entre los hombres por dominar a una fiera y lograr con ella momentos de lucimiento técnico y estético? Las evidencias están plasmadas desde el contacto de estas dos fuerzas, que podemos admirar gracias al lienzo de cuevas que dieron cabida a la expresión del hombre primitivo. 260


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Trasladémonos al periodo que comprende los años 711 a 1492, en plena confrontación de moros y cristianos. Tal situación se da, entre otras cosas, gracias al apoyo del caballo. Con y sobre el caballo inició la demostración de alancear toros, desde un punto de vista de entrenamiento que sirviera asimismo para atravesar, más tarde y durante las batallas, lo mismo godos que árabes. Hasta aquí una visión de conjunto. Ahora ubiquémonos en México. La conquista como anejo extemporáneo de la guerra de ocho siglos también se apoya, en gran medida, en el caballo. El torneo y fiesta caballeresca fueron privativos de conquistadores primero; de señores de rancio abolengo después. Personajes de otra escala social, españolesamericanos, mestizos, criollos o indios, se puede decir que estaban restringidos a participar en los orígenes de la fiesta española en América. Pero supongo que ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones deben haber estado secundadas por la rebeldía. El papel protagónico de estos personajes, como instancia de búsqueda y de participación que diera con la integración del mismo al espectáculo en su dimensión profesional, va a ocurrir durante el siglo XVIII. En México, la conquista y luego la colonización cumplieron un papel que permeó entre los conquistados y colonizados, al grado de mezclarse dos formas que ostentando un culto religioso opuesto, hubo entre ambas un punto común: el sacrificio acompañado de la consecuencia última en dicho acto: la sangre y la muerte. Por supuesto más válido para los grupos indígenas, aunque llevado al extremo por la espada y la cruz -ambos iconos en una sola pieza- del español. En todo caso, don José, usted hace un severo juicio sociológico que emana del espectáculo. JLPyR. Así es, en efecto. Las plazas de toros forman un doloroso paréntesis a la civilización. La crueldad es el sentimiento dominante en ellas; su atmósfera despierta los instintos feroces dormidos en el fondo de nuestra naturaleza. Los dilettanti del toreo gritan, insultan; rabian por ver peligro, sangre y muerte; y la rudeza, la ordinariez y la grosería de las más bajas heces sociales, salen a flote en aquel lugar y se imponen a todo el concurso. Los caballeros más pulcros y cumplidos, cuyo trato suave y cortés forma el encanto de los salones, aparecen allí transformados y degradados; echado atrás el 261


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sombrero, revuelta la cabellera, apoplético el rostro, febriles los ojos, manoteando con furia, gesticulando, apostrofando a los lidiadores para que vuelen al peligro y a la muerte; y silbándolos, insultándolos y escarneciéndolos cuando son indóciles a sus indicaciones y exigencias salvajes. Aquello no es una diversión; es un manicomio sublevado, un banquete de caníbales, un infierno iracundo y clamoroso. Que la corrida no satisfaga por cualquier motivo los deseos o el capricho del público (bien porque sean malos los toros o porque el juez del espectáculo carezca de conocimientos) ya tenemos a la muchedumbre furiosa e indignada, arrojando al redondel botellas, sombreros, palos, cojines y sillas, arrancando las puertas de los palcos y lanzándolas al redondel, gradería abajo, sin consideración a la gente que puebla los tendidos, y a salga lo que salga. El populacho furioso se apodera de aquellos despojos, los amontona en medio del redondel y les prende fuego, ávido de desahogar la infernal sugestión producida por el torero, y de saciar sus instintos de destrucción, con las rojas llamas que se elevan de la pira y con el humo negro y sofocante que todo lo envuelve. Flota en la atmósfera un viento de barbarie primitiva, digno de los tiempos del mastodonte y del oso de las cavernas. Los rostros palidecen y se contraen como en el manicomio y en las encrucijadas, como bajo el soplo de la locura o del crimen. Hay deseo general, potente, invencible, de insultar, dañar, destruir y, sobre todo, de reñir y de matar. JFCU. Y ahora voy con lo histórico, faltaba más. Con la diversión de los toros, España, que vive intensamente el espectáculo sostenido por los estamentos, va a encontrar que estos no tienen ya mayor posibilidad de seguir en escena, pues el agotamiento que acusa el toreo barroco se vio, desde los primeros años del siglo XVIII, acentuado por el desdén con que Felipe V, el primer rey español de la dinastía francesa de los Borbones trató a la fiesta de toros.128 128

Pedro Romero de Solís, Antonio García-Baquero González, Ignacio Vázquez Parladé: Sevilla y la fiesta de toros. Sevilla, Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento de Sevilla, 1980 (Biblioteca de temas sevillanos, 5). 158 p. ils., p. 62. Una idea de corte totalmente opuesto pero que es interesante considerarla, la ofrece Enrique Gil Calvo en Función de toros. Una interpretación funcionalista de las corridas. Madrid, Espasa-Calpe S.A., 1989. 262 p. Ils. (La Tauromaquia, 18)., p. 144. 1.-La institucionalización de las corridas es consecuencia de un hecho crucial, acaecido durante el siglo XVII, en la articulación de la estructura española de clases. 2.-Ese hecho, trascendental para todo el posterior desarrollo de la España moderna y contemporánea, supone la auténtica diferencia específica de la estructura de clases española, que así la separa y distingue del resto de estructuras de clase europeas. Y consiste en la inversión de la función de liderazgo: las clases antes dirigentes -durante el imperio de los Habsburgo- dimiten de su liderazgo social, cuya función queda

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De tal suerte que lo mencionado aquí, no fue en deterioro de dicho quehacer; más bien provocó otra consecuencia no contemplada: el retorno del tumulto, esto es, cuando el pueblo se apodera de las condiciones del terreno para experimentar en él y trascender así el ejercicio del dominio. Sin embargo "José Alameda" (Carlos Fernández Valdemoro) dice que el carácter que Felipe V tiene de enemigo con la fiesta es refutable. Refutable en la medida en que La decadencia inevitable de la caballería y el cambio social con que la clase burguesa va desplazando a la aristocrática bajarán pronto al toreo del caballo.129

Sobre esta transformación, Néstor Luján ofrece factores testimoniales de acentuado interés al tema. Señala como una de las causas principales el cambio de manera de montar: pues se pasó de la ágil "a la jineta" a la lenta brida, con lo cual era difícil quebrar rejones. Con este sistema, es lógico que, refrenados los caballos se usase la vara de detener, que es la de los picadores. Sea como fuere, el caso es que las fiestas de toros a caballo empezaron a desaparecer. Con la gran fiesta de 1725 (del 30 de julio de 1725), afirma Moratín que se "acabó la raza de los caballeros". Y entonces, como paralelamente a esta desgana de los próceres por lo español, se desarrollaba un movimiento popular totalmente contrario, empiezan a tener éxito las corridas de a pie.130

Por su parte Alameda aduce que a Felipe de Anjou se le achaca el haber puesto fin a las fiestas del toreo a la jineta por despreciables, contribuyendo a su inmediata liquidación. Indudablemente esto último es cierto. Pero ahí se detienen sus críticos, a quienes se les olvida o desdeñan el resto de la cuestión, su contrapartida.131

Justifica este autor una serie de razones como el amanecer ilustrado que fue dándose en el curso de esa centuria, la más revolucionaria en el sentido de la avanzada racional. Pero estamos en el tramo comprendido entre 1725 y 1730. Ha pasado ya un cuarto de siglo luego de la toma del poder monárquico en España por parte del quinto Felipe. La caballería se halla en quiebra. El toreo a la jineta es un muerto en pie, que sólo necesita un empujón para derrumbarse. Pero el toro, raíz de la Fiesta, sigue ahí plantado en el plexo solar de España. Y frente a él está el pueblo. Pueblo y toro van a hacer la fiesta nueva. No el monarca (...).132 así vacía y vacante. Consiguientemente, y en ausencia de élites dirigentes, el casticismo más plebeyista se impone, el liderazgo se invierte y son ahora las élites quienes imitan modos y maneras del vulgo y la plebe. 3.-En consecuencia, a resultas del casticismo de las élites, y vacante la función de liderazgo social por ausencia dimisionaria de quienes debieran desempeñarla, se produce en ensimismamiento y tibetanización de la nación española, que queda así clausurada -colapsada y bloqueada- por su desarticulación social invertebrada. Estos planteamientos que el autor destaca a contrapelo de la obra Goya y lo popular de José Ortega y Gasset, también se anteponen a la tradicional concepción de la permuta del toreo a caballo por el de a pie, debido a movilizaciones ideológicas de la cúpula monacal. 129 José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): EL HILO DEL TOREO. Madrid, Espasa-Calpe, 1989. 308 p. Ils., fots. (La Tauromaquia, 23)., p. 41. 130 Nestor Luján: Historia del Toreo. 2a. edición. Barcelona, Ediciones Destino, S.L. 1967. 440 p. ils., retrs., grabs., p. 13. 131 Alameda, op. cit. 132 Ibidem.

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Y ese pueblo comienza por estructurar el nuevo modo de torear matando los toros de un modo rudimentario, con arpones y estoques de hoja ancha, y torean al animal con capas y manteos o con sombreros de enormes alas, que promovieron, al ser prohibidos, el grotesco y sangriento motín de Esquilache. Benjamín Flores Hernández acierta en plantear que El arte taurómaco se revolucionó: la relación se había invertido y ya no eran los de a pie los que servían a los jinetes sino estos a aquellos.133

Todavía llegó a más el monarca francés: apoyó por decreto de 18 de junio de 1734 al torero Juan Miguel Rodríguez con pensión vitalicia de cien ducados. Apoyó asimismo la construcción de una plaza de madera para el toreo de a pie, cerca de la Puerta de Alcalá, que se inauguró el 22 de julio de 1743. Y todo ello ¿con qué propósito? (...) halagar al pueblo y mostrarle que está con él. No es permisible que Felipe realizara aquellos actos por lo que llamamos afición a los toros, por taurinismo, sino para ganarse su simpatía y su apoyo. Ello parece obvio.134

Antes de entrar en materia puramente política, para establecer el panorama que vive España durante el XVIII, conoceremos una visión general del papel que Felipe V, Fernando VI y Carlos III juegan a favor o en contra del toreo. Luego con un planteamiento de Jovellanos veremos como su fuerza influye en los valores populares. Anota Fernando Claramount que a partir de mediados del siglo XVIII ocurre el triunfo de la corriente popular que partiendo del vacío de la época de los últimos Austrias, crea el marchamo de la España costumbrista: los toros en primer lugar y, en torno, el flamenquismo, la gitanería y el majismo.135

Abundando: "gitanería", "majismo", "taurinismo", "flamenquismo" son desde el siglo que nos congrega terribles lacras de la sociedad española para ciertos críticos. Para otras mentalidades son expresión genuina de vitalidad, de garbo y personalidad propia, con valores culturales específicos de muy honda raigambre.136

JLPyR. Entre nosotros, es fácil aún poner punto a ese bárbaro pasatiempo, porque el pueblo mexicano se adapta sin resistencia a cuantas disposiciones suele dictar a este propósito la autoridad pública. Así lo demuestra la circunstancia de que en varios Estados 133

Flores Hernández, ibidem., p. 31. Alameda, ibidem., p. 43. 135 Fernando Claramount: Historia ilustrada de la tauromaquia. Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1988. 2 v. (La Tauromaquia, 16-17). T. I., p.156. Apud. Vicens Vives. Aproximación a la Historia de España. 136 Op. cit., p. 161. 134

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(Veracruz, Oaxaca, Jalisco y Yucatán según nuestros informes) de la Unión están prohibidas las corridas de toros, y de que aun en el mismo Distrito Federal lo hayan estado por varios años (diez y nueve años: de 1867 en que los abolió el Benemérito Juárez, hasta 1886), sin que nadie murmure, ni haya habido el más leve peligro de perturbación del orden y de la tranquilidad por ese motivo. Bastaría, por lo mismo, que nuestras clases directoras se propusiesen llevar a cabo tan saludable reforma, para que fuese admitida en el Distrito y en todas la entidades federadas, sin serias ni peligrosas resistencias; en tanto que sería doloroso que, dejándose pasar más largo tiempo, fuese el mal tomando creces, hasta llegar a convertirse en gigante.

Este es uno de los últimos gabinetes que encabezó el Gral. Porfirio Díaz, al comenzar el siglo XX. Entre otros personajes, podemos apreciar a Justo Sierra, a José Ives Limantour y a Ramón Corral. SINAFO, 6240

JFCU. Permítame aclararle mi posición al respecto de esta prohibición. Dediqué 10 años a un trabajo que comprende tal análisis y con la siguiente conclusión de dicho trabajo, expreso a usted mis puntos de vista: De la revisión amplia y generalizada al motivo de la prohibición y bajo el planteamiento de doce exposiciones,137 es de considerar -en primera instancia-, la participación directa de todos los elementos ofreciendo el análisis a doce propuestas que se sugieren para explicar causa o causas de la prohibición en 1867. Los doce planteamientos: 1.-Caos y anarquía en el espectáculo; 2.-El antitaurinismo de

José Francisco Coello Ugalde: “CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MEXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICION. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, 1996 (tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 238 p: CAPÍTULO III: MOTIVOS DE RECHAZO O CONTRARIEDAD HACIA EL ESPECTACULO. 137

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Juárez; 3.-Incidencias probables que arroja el "Manifiesto del gobierno constitucional a la nación" el 7 de julio de 1859; 4.-La prensa: factor influyente del bloqueo a las aspiraciones del espectáculo taurino en 1867; 5.-Influencia de los liberales y ellos acompañados de la tendencia positivista; 6.-Posible presencia de simpatizantes al imperio de Maximiliano, los cuales pudieron haber girado en torno a la órbita taurina; 7.-Un incidente de Bernardo Gaviño en el gobierno de Juárez en 1863; 8.-Con la reafirmación de la segunda independencia, ¿sucede la ruptura?; 9.-La masonería: ¿intervinieron sus ideales en la prohibición?; 10.-Federalismo; 11.-Temor de Juárez a un levantamiento popular recién tomado (o retomado) el destino del gobierno) y, 12.-De que no se expidió el decreto con el fin exclusivo de abolir las corridas, sino para señalar a los ayuntamientos municipales cuales gabelas eran de su pertenencia e incumbencia. Por eso el decreto fue titulado "Ley de dotación de fondos municipales y en él se alude al derecho que tienen los ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos y para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales, la de toros resultó ser la más afectada), como asociación de un momento histórico sometido a los rigores de la transición, a la renovación, tratando de superar la crisis nacional y procurando también la modificación de los valores ideológicos propios de una época cuyos contextos significaron arraigo mental significativo que se proyectó en la forma de ser y de pensar; tanto en sus costumbres como en su forma de vivir. Si la fiesta de toros se consideró contraria a la civilización y el progreso, era de esperarse un combate directo para eliminarla, de ahí todos los argumentos manejados por los hombres de esa época, hombres con ideas liberales, deseosos de un cambio que tardaba en darse o de aparecer en escena, como deslumbramiento y azoro del esfuerzo mayor impuesto a tales ambiciones. Por eso, la fiesta torera concentraba de una forma especial, los ingredientes del carácter contra el cual se atentaba y pugnaba por su desaparición en consecuencia. De esa forma caos y anarquía, o el antitaurinismo de Juárez (si es que lo hubo), aunque lo fue y lo sigue siendo para muchos, son dos aspectos que animaron el estudio, pero han perdido peso al no encontrar en ellos el soporte necesario para continuar. El sentido de la imposibilidad de 266


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realizarse la nación como tal no sin antes eliminar, para permitir tal realidad los aspectos de "hipocresía, inmoralidad y de desorden" que desde 1859 fueron señalados abiertamente en el "Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación", el cual cuestionó hasta llegar a la propia médula- las costumbres, los hábitos, los privilegios "y -más profundamente- contra el modo de vivir y pensar de la mayoría de los mexicanos de aquella época" según nos lo muestra O' Gorman. Que la prensa jugó un papel determinante en este asunto, es indudable. No fue masivo el comportamiento, aunque sí incisivo por parte de quienes no dejaron de insistir en la necesidad de su erradicación, resolviendo la propuesta por una mejor educación que generara factores de cultura importantes. Por eso, "moralizar en vez de corromper" fue la bandera instituida. Liberales y positivismo también son parte del nuevo panorama y no es que no existieran. Surge una filosofía donde el orden y progreso se postulan como razones existenciales para una nueva época por venir. De lo que sucedió durante el Imperio de Maximiliano, apenas deja entrever intentos de prohibición que se resolvieron en los mejores términos sin alterar en consecuencia, un espectáculo al que era afecto el emperador (aunque solo haya asistido -no tengo más datos-, a dos corridas en 1864). Si lo que apunté sobre Gaviño y Juárez como incómodo encuentro allá por 1863 y luego manera de arreglo o desarreglo en la corrida del 3 de noviembre de 1867, en que vuelven a verse las caras, resulta un modo de afectación al bloqueo, es o sería insignificante pensarlo como tal, pues esto se supone entonces en un arreglo de cuentas personales y nada más que eso. En alguna medida la reafirmación de la segunda independencia abrió caminos para el logro de objetivos muy claros. Disipó -por algún tiempo- rencillas de todo tipo y solo se puso como constante recuperadora de lo que una primera independencia no había podido lograr. Razón emergente seguía siendo la de separarse o divorciarse de las "costumbres y los hábitos heredados de la época colonial" horizonte todo este que marca el arraigo mental tan pronunciado entre aquellos que, emancipados de una manera solamente formal, no habían conseguido las formas de independencia legal, social y hasta 267


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económica. De ahí la vicisitud que afectó una razón de ser tan indefinida de mexicanos quienes se dedicaron a la provocación, al desorden y a la lucha por el poder; todo esto en conjunto, permitió en consecuencia el avance de "las costumbres y los hábitos heredados de la época colonial" alterado si se quiere de forma, pero no de fondo, puesto que se estaba ya en épocas distintas. Gran parte de esa lucha ideológica y por el poder la mantuvieron los masones, personajes de gran inteligencia y astucia quienes lucharon abiertamente contra la ignorancia, el fanatismo y el dogmatismo fenómenos los tres, que dominaban el ambiente mexicano en el cual sus valores culturales escaseaban por lo cual el riesgo de infección por falta de preparación era mayor. Hemos visto que el federalismo favorece la fiesta por la conformación de estados libres y autónomos agrupados entre sí. Por tanto, esa autonomía si bien, consiguió que la afectación ocurriera en el Distrito Federal, no sucedió así en el resto del país, en el cual las corridas de toros continuaron desarrollándose normalmente, tanto en pueblos como en ciudades. El temor de Juárez a un levantamiento popular producido por todos aquellos que fueron licenciados luego de la lucha por la causa liberal puede ser en buena medida, fuente o brote de sospechas a nuestro estudio. Se esperaba que aquellos no-bandidos regresaran a su anterior forma de vida. Solo que ocurrió lo contrario. El bandidaje resultó ser la respuesta a aquella condición que incluso acarreó el malestar de 60 mil hombres alineados a la causa, de la cual no obtuvieron ningún reconocimiento; mucho menos un ofrecimiento de mejora en sus vidas. Esto, en su conjunto significaba un riesgo, pero la plaza de toros seguía siendo el centro de reunión colectiva donde la gente gozaba de todo cuanto en ella sucediera. Sin embargo, llegamos a lo que sentimos como el alma de todo este asunto, esto es, lo relacionado al cobro de impuestos, pues era preciso que el (o los) ayuntamiento(s) supiera(n) cuales "gabelas" eran de su pertenencia o incumbencia y sabemos que GABELA tiene un significado de tributo, contribución o impuesto. Como se puede comprender, gabela es, ante todo, una exacción (o impuesto en resumidas cuentas) que los antiguos señores feudales imponían a sus vasallos, arbitrariamente y sólo con el objeto de emplearlos en comodidad propia. Esto lleva a pensar en una aplicación de 268


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sentido feudal por su género, de suyo arbitrario. Pero sobre todo es la forma en que la ley de Dotación de Fondos Municipales logró un control de los impuestos, control que requería una renovación o un ajuste ante los abusos cometidos. Ahora bien, la Constitución de Cádiz al referirse al papel de los municipios es clara y abierta, por lo que se adelanta en mucho a las condiciones de beneficio común que estos deben ofrecer, lejos ya de toda evidencia del pasado. Por lo que respecta a las medidas, estas se basan en disposiciones que se remontaban al año 1854; la ley de 1862, primer aviso de suspensión no cumplida, aunque aplicada la duplicación del impuesto fijado a las corridas de toros en abril de 1865 y luego, la puesta en vigor del art. 87 de la ley de dotación, el cual no otorga ipso facto la concesión de licencias para el desarrollo del espectáculo, esto como una medida que atentaba los intereses de la empresa, comandada por Manuel Gaviño, quien seguramente no llevaba bien el estado administrativo-económico de la plaza, lo cual tampoco satisfacía las peticiones del ayuntamiento por hacer la repartición equitativa y porcentual de los impuestos que debían ingresar al ayuntamiento, soporte de los fondos municipales, utilizados en las mejoras de la condición urbana, desagüe, alumbrado y otros servicios públicos. De esa forma, podemos concluir que el motivo que llevó a no conceder las licencias para el desarrollo del espectáculo fue, única y exclusivamente administrativo, lo cual nos hace entender que si bien son implícitos los conceptos que promueven la prohibición entendida como tal, aunque el art. 87 de la ley de Dotación de Fondos Municipales de 1867 en ningún momento indicaba se procediera con dicha aplicación-, es más directo el factor relacionado con los impuestos. Lo curioso es que en esos justos momentos se concentraban las ideas, formulaciones y demás aspectos que decidí analizar, por lo que resulta aún más atractivo el conglomerado de propuestas. CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MEXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICION. Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX, parecía al principio un tema ligero que, sometido al rigor y a la razón histórica pudo haber quedado reducido a su mínima expresión. Conforme pasaba el tiempo adquiría importancia hasta el grado de convertirse en tema formal para proponerlo como tesis. Se ha dicho ya, que historiar las diversiones públicas no es común y ahora 269


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amplío la exposición apuntando que es el toreo un campo cada vez más identificado y reconocido por historiadores e investigadores quienes se acercan a analizar los comportamientos sociales que ya no están inmersos solamente en esas actitudes masivas propias de la guerra, o la política; la religión y también las economías. El pueblo se relajaba en diversiones públicas y, la de toros en México se ha convertido en amplio espectro de posibilidades. Por eso propuse como trabajo "curioso" este que ahora remato y del cual referiré mis conclusiones. No viene al caso hacer cita de lo relevante examinado aquí. En todo caso, dedicaré una visión general a todo aquello que se involucra con la que ahora resulta una sucesión de historias. Esto es, la manera de relacionar acontecimientos que, a primera vista no tienen una implicación o mejor dicho, afectación en otros venideros y así, sucesivamente. Es obvio verlo así, pero al cabo de lo recorrido me doy cuenta que las circunstancias propias del siglo XVIII, siglo que con sus hombres se ubicó en altas razones del pensamiento logró emanciparse de viejos o anacrónicos sistemas del raciocinio para poner en práctica aquello que casaba con ideas más elevadas, con orientación hacia el progreso y una forma de mentalidad más abiertas, son trascendentes para exigir observación precisa de su tránsito. España recibe tardíamente esto, aunque a buena hora sus ilustrados iniciaron campaña reñida con aspectos propios de una sociedad inmersa en el más puro estancamiento. La élite se afrancesaba dramáticamente y ello daba visos de transformación radical, pues el pueblo (dramática forma de distinguir los niveles genéricos de una sociedad en cuanto tal) se dejaba llevar por el relajamiento asumiendo gallardamente sus formas toscas de expresión, en cuanto razón de ser. Ya lo hemos visto con el aspecto en el que, dejando los nobles caballeros de ostentar el papel protagónico en las fiestas, es el pueblo llano quien asume esa nueva responsabilidad, aplicando, en un principio, normas bastante primitivas con las cuales trataba de darle vida a la expresión de lo que concebían como toreo. La presencia Borbónica en gran medida propició dicho comportamiento al tratarse de una casa reinante de origen francés (aunque los Austria tampoco lo fueron en un principio). Lógico, tuvo que transcurrir un tiempo considerable para percibir el nuevo ambiente, por lo que ya para el arranque del segundo tercio del XVIII, las fiestas caballerescas se encuentran amenazadas de desaparecer porque los 270


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burgueses ligados a la corona ya no aceptan cabalmente un espectáculo que pronto se verá en manos del pueblo, quien lo hizo suyo en medio de formas muy primitivas y arcaicas de expresarlo. Todo ello fue adquiriendo visos de lo profesional y también de lo funcional por lo que las corridas de toros se sometieron a un esquema más preciso, alcanzado a fines de aquel siglo y logró constituirse como una diversión de la cual podían obtenerse fondos utilitarios para beneficencia de hospitales y obras públicas. Como un efecto de réplica, en medio de sus particularidades ampliamente referidas, lo anterior ocurre en América y muy en especial, en la Nueva España, lugar que también se sometió a severos cuestionamientos sobre su desarrollo y utilidad. El tiempo continuaba y se presentó luego la etapa transitoria de independencia como germen definitivo que permitiría la formación de esa nación presentida, pero no constituida sino reiterada más de medio siglo después cuando en su contenido fueron a darse conmociones y encontradas respuestas que solo frenaron o bloquearon el buen curso de una normalidad casi inexistente. Entre todo esto, el toreo -herencia española yaseguía seduciendo por lo que arraigó; aunque sometido a un deslinde entre lo español y lo producido por los mexicanos. Todo aquello propiciaba en gran medida revitalización del espectáculo dándole a este el concepto de algo ya muy nacional (y que conste: la de toros es en España la "fiesta nacional") por lo que se engendró un sin fin de aderezos, sin faltar quehaceres campiranos. Sin embargo no quedó soslayado el toreo español, mismo que fue abanderado tras pocos años de contar sin tutela por Bernardo Gaviño, diestro gaditano que por cincuenta años representó la única vertiente del toreo español, asimilada de enseñanzas proyectadas por Pedro Romero, Juan León "Leoncillo" y recibida por Francisco Arjona "Cúchares", Francisco Montes "Paquiro", alumnos distinguidos de la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla. Cerca, muy cerca de ambos, está Gaviño quien para 1835 se encuentra ya en nuestro país. Todo eso se empantanó en el dominio del gaditano quien, a su vez, prohibió que se colocaran paisanos suyos, diestros que hacían campaña en América. Caería en el riesgo de citar aquí lo tanto ya analizado sobre todo en el capítulo III. Lo que sí es un hecho, es para mí esa forma de enlace entre esos vasos comunicantes, 271


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interrelacionados en forma tan intensa que promovieron en mayor o menor medida el efecto de la prohibición. Uno, sin duda asume el peso de responsabilidad y es el administrativo pues se ha visto que tras darse a conocer las disposiciones que para octubre de 1867 se expusieron como lógica posición a evitar el descontrol que sobre impuestos y su actualización, no tenía por entonces el ramo correspondiente; la respuesta, fue que se puso en vigor la Ley de Dotación de Fondos Municipales. Su artículo 87 significó el oprobio o el desacuerdo habido entre empresa y autoridades hacendarias, porque su orientación se da sin conceder licencias para llevar a cabo corridas de toros en el Distrito Federal. De ese modo, la fiesta pasó a formar parte de la vida provinciana durante el tiempo en que no se permitieron en la capital del país los espectáculos taurinos. Fueron casi 20 años. Lo que puede llamarse una continuidad pero no una evolución es todo acontecer de la fiesta de 1867 a 1886. Surgieron figuras popularísimas (Ponciano Díaz es el modelo principal), se gestaron feudos -cerrados unos, dispuestos los otros a un intercambio y comunicación, y también fueron llegando los primeros matadores españoles, de no mucha importancia, como la que sí tendrían a quienes les prepararon el terreno. José Machío llegó en 1885 y tuvo que soportar desprecios, indiferencia, amen de ser visto como un espécimen raro, sobre todo en la plaza de El Huisachal. Sucedió a fines de 1886 en que la derogación fue lograda, no sin someterse a dificultades. Largos debates, muy cerrados y peleados también condujeron al alumbramiento en México de la nueva época del toreo moderno de a pie, a la usanza española. Ello ocurrió a partir del 20 de febrero de 1887 con la presencia trascendente de toreros como Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López o Saturnino Frutos, como cuatro columnas vertebrales sólidas, vitales para el nuevo amanecer taurómaco que se enfrentaba al potente género de lo mexicano, abanderado por Ponciano Díaz, Pedro Nolasco Acosta, Ignacio Gadea, Gerardo Santa Cruz Polanco y algunos otros quienes poco a poco se fueron diluyendo, porque el toreo español ganaba adictos, adeptos y sobre todo terreno. La prensa hizo su parte, se sublevó, encabezada por la "falange de románticos" y logró abiertamente el cúmulo de enseñanzas entendidas tras largas horas de lectura y 272


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deliberación en tratados de tauromaquia (lo teórico) y lo evolucionado que se mostraba el toreo en la plaza (lo práctico). Y Ponciano Díaz que no aceptó pero que tampoco rechazó aquello no propio de su género, va a convertirse en el último reducto de esa expresión netamente mexicana, pues el "mitad charro y mitad torero" se gana gran popularidad e idolatría -como pocos la han tenido-, pero al suceder su viaje a España donde obtiene la alternativa en 1889, en esa ausencia, la prensa aprovechó y corrigió a fanáticos poncianistas, quienes reaccionaron pronto a aquel correctivo. A su regreso, a fines de ese mismo año, si bien se le recibe como a un héroe, pronto esa "reacción" en los públicos será muy clara y le darán las espaldas. En la prohibición de 1890-1894 Ponciano no tiene más remedio que refugiarse en la provincia en búsqueda del tiempo perdido, de la exaltación y el tributo que todavía alcanzará a conseguir. Para 1895 vuelve sin fuerza a México. En 1897 y 1898 actuará en festejos deslucidos y cada vez más atacados por la prensa. Muere hecho casi un "don nadie" en 1899. Reinaba ya ese toreo moderno y un ambiente españolizado en México. El siglo XX recibe y da grandes experiencias así como muestras potenciales inmensas de toreros españoles quienes van forjando la expresión que cada vez es más del gusto de aficionados entendidos como tal. Y ante ellos, surgen figuras nuestras que ya podían enfrentarse y ponerse a alturas tan elevadas como las de Fuentes, "Machaquito" o Vicente Pastor, por ejemplo. Me refiero a Arcadio Ramírez "Reverte mexicano", Vicente Segura, pero sobre todo Rodolfo Gaona, figura que va a alcanzar calificativos de torero de órdenes universales, porque les regresa la conquista a los españoles en sus propias tierras (o mejor dicho en sus propios ruedos) para lograr junto con José Gómez Ortega "Joselito" y Juan Belmonte la puesta en escena -grandiosa por cierto- de la "época de oro del toreo". Sin otro propósito que conseguir una historia -que a ratos intenté hacerla como la quiere O ‘Gorman-. Erudita a veces, rigurosa y desalmada por momentos también, me dispongo a la suerte suprema, de lo cual solo nace mi incertidumbre de si saldré en hombros y por la puerta grande, o bajo una lluvia de cojines y denuestos. La lección con que terminamos estos apuntes, proviene del recordado Dr. Edmundo 273


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O´Gorman: Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia sólo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte, cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable.

JLPyR. Su largo discurso, sí que me causa una reflexión que no esperaba de usted. Pero los espectáculos taurinos resultan, además de lo dicho por mí, ruinosos para la clase proletaria, porque, como cosa exquisita y etérea, son de precio muy alto. El de la entrada ínfima a las plazas, es con mucho superior al de las óperas más selectas, pues mientras el boleto de galería alta en los teatros no suele valer más de cincuenta centavos, no baja de dos duros el más barato de los que permiten el goce de las corridas. JFCU. Su argumento puede que tenga un peso en esta discusión. Incluso, hubo algunas crónicas (como la de La Familia”),138 donde aparece un delicioso texto de Federico de la Vega, quien recrea en EL EMBOLADO una situación al borde del fanatismo por parte de un aficionado, Juan de nombre, carpintero de oficio, el que tenía por los toros singular inclinación. Tanta era, que lo poco ganado con el sudor de su frente lo discutía con Chucha, su esposa a la hora de repartirlo en el gasto, por cierto miserable, mismo que daba “a cuenta gotas” para la manutención de los niños, quienes debían andar más tiempo en la calle, nada más que para distraer el hambre. Reconozco, hasta en nuestros días, los precios de las entradas son verdaderamente elevados, y aún con ese inconveniente la afición va a las plazas. Claro, el tipo de espectáculos que presentan las empresas en nada compensa lo que cobran. Parece que a tan elevado costo se incluyera otro tipo de atractivos que por sí solos pagarían el precio de los boletos. JLPyR. Así, al periodo de exaltación, revuelta y delirio de nuestra sociedad, ha seguido el de reflexión, serenidad y sensatez, que es el que vamos alcanzando; y hecha tabla rasa con los antiguos sistemas, ponemos ya la mano a construcciones altas, simétricas y bien cimentadas. La revolución con sus estragos, echó por tierra las paredes vetustas del 138

La Familia” Año V, México, viernes 24 de febrero de 1888, N° 8 pp. 329-330.

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régimen antiguo, y llenó con sus escombros el negro abismo de nuestros viejos problemas; y sobre su suelo reciente, duro y firme, van levantando las nuevas generaciones el monumento de la patria moderna. JFCU. Tenemos que empezar a reconocer que su época y la mía son distintas. Sus apreciaciones con respecto a ésta también manifiestan diferente perspectiva, pero sobre todo que usted efectúa todo este análisis, como fruto de su “antitaurinismo”. Y si lo declaró en el texto que tuvo a bien presentarle a don Porfirio, creo que al “héroe de Tuxtepec”, con tantas asistencias a las plazas de toros, tantos toros que se le brindaron, lo único que podría causarle su lectura es muhina. En todo caso a quienes pudo haber hecho entrar en razonamientos más extremosos es al grupo de “científicos” que le rodearon. Pero como ve, don José, lo único que probablemente pudo haber entrecortado el curso del espectáculo es la Revolución y ese decreto que impuso el Gral. Venustiano Carranza entre 1916 y 1920. No más. JLPyR. Resto vergonzoso de la antigua barbarie, es un anacronismo en el siglo XX; y no se explica cómo ese monstruo sangriento y feo, puede alentar en época como la nuestra, tan poco a propósito para su supervivencia. No solamente el deber moral y el instinto del progreso aconsejan borrar esa mancha de los pueblos de habla española; sino también y de consuno lo reclaman la conveniencia y la dignidad de esos mismos pueblos, a quienes el porvenir parece reservar brillantes destinos. JFCU. Desde luego estoy de acuerdo en que es “un resto vergonzoso”, anacrónico y sin cabida exacta en el siglo XX que ya termina. No es posible explicarnos como, en medio de la modernidad, del confort en que nos acomodamos, siga siendo del gusto popular y general también esa fiesta sangrienta. Que lo fue más en su época, donde entre otros, fueron víctimas multitudinarias decenas y decenas de caballos que morían de cornadas arteras, y que los aficionados de su tiempo soportaban, como resultado del desarrollo que alcanzó el desagradable “espectáculo” que entonces se daba. Dentro de su atraso, pudo evolucionar, puesto que todos, quienes han participado en la evolución del mismo, han pretendido mejorarla, modernizarla, en una palabra. Así, desde que el pueblo llano se apoderó del control del mismo, no tuvo otro remedio que irlo depurando, matizándolo de distintas tauromaquias, como procesos correctivos que no han tenido otro propósito que el 275


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de conducir el destino del “arte de torear” hasta esa frontera, como punto inalcanzable, como meta y destino adecuados al tiempo y espacio que van encontrando. Y si esos encuentros se dan precisamente al sucederse las generaciones que imprimen un sello acorde a la época que se vive, entonces encontramos en todo esto única y exclusivamente evolución, sin más. JLPyR. Sacudamos este último resto de la tutela colonial, y seamos ahora, como lo hemos sido siempre, un pueblo digno de su independencia y de su suerte. JFCU. Y la alcanzamos, don José, alcanzamos la independencia que usted cuestiona. Evidentemente no ha sido fácil desprenderse de una herencia que entrañó en el modo de ser y de pensar de nosotros, los mexicanos, que no podemos ocultar esa presencia profunda y oscura que nos persigue, sobre todo en asuntos que tienen que ver, por ejemplo con la burocracia, esa marca de fuego que quedó señalada desde los tiempos de Felipe II, cuando este mal social alcanzó uno de sus niveles de obstrucción más elevados. Y no se diga con el aspecto católico. La independencia no pudo erradicarlo. ¿Por qué Hidalgo tuvo que empuñar un pendón que llevaba la imagen de la virgen de Guadalupe? No es mera casualidad. La presencia religiosa, influyente en el carácter de los mexicanos se ha cultivado con tal fuerza, que inmediatamente después de la conquista, la creación o no del mito guadalupano arraigó tremendamente en los novohispanos primero; en los mexicanos después. Incluso, llega hasta nuestros días fortalecida y reactivada cada 12 de diciembre, que para convencerse tiene usted que darse una vuelta por la Villa de Guadalupe y todos aquellos sitios donde la veneración por la “morena” es una verdadera fiesta, y no un mero acto donde se cumple con venerar por venerar. No. Y eso es nada más un ejemplo. Ahora, si tengo que mencionar las secuelas españolas con las que no pudo la independencia y toda esa idea de rechazo que muchos tuvieron hacia lo que se nos impuso por la fuerza, el toreo es otro de esos géneros que perviven, eso sí, en medio de sus naturales inconsistencias, pero allí lo tenemos. Acabándose de celebrar apenas el último domingo que ha pasado. Y no necesariamente un domingo. También los días de fiesta, de feria, de motivo y pretexto, son la ocasión perfecta para acudir a las plazas y congregarse, y divertirse. 276


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Que vive altibajos marcados, eso parece ser el nuevo síntoma, sobre todo en mi época, con sus mismos vicios y sus mismas virtudes que la exaltan o la aquejan, según sea el tipo de personajes que la engrandecen o la convierten momentáneamente en miseria y basura. Estoy convencido de que burocracia, religión y toros, son tres fenómenos sociales y de culto profundo que a donde quiera que vaya, se los va a seguir encontrando. Con la burocracia, ¡cuidado!. Con la religión hallará verdaderas muestras de culto, en las ciudades cosmopolitas y en los rincones provincianos. En tanto, la fiesta de los toros también mantiene sus valores como costumbre inveterada, hecha al gusto de cada época. JLPyR. Es cuestión de patriotismo y de bien parecer extirpar de nuestro suelo esa planta venenosa y parásita: una medida de esa especie, alcanzará incalculable resonancia entre los pueblos cultos y hará más en favor de México, que un número crecido de libros, opúsculos y periódicos laudatorios, nacionales o extranjeros. JFCU. En nuestros días, he de reconocerle, hemos llegado a pensar que la fiesta no tanto debe ser extirpada. Comprendemos que ha alcanzado los límites de la evolución a la que estuvo condicionada en sus principios como un espectáculo que necesitaba llegar a unos límites de perfección y de calidad que ahora van a la baja, sobre todo si en el medio se encuentran infiltrados unos personajes perversos, que hacen y deshacen a su antojo. Mire, vea usted estos ejemplares de los periódicos y revistas de mi tiempo en donde las hechuras de un “toro” no van con el TORO que deseamos aparezca más frecuentemente en los ruedos. Pero si a los toreros que mandan, o los que condicionan esos “toros” les vienen bien, y si la prensa condicionada aprueba, y si los públicos benevolentes aceptan, pues ya está. JLPyR. Abrigamos la firme convicción de que al hombre eminente que rige los destinos de México (refiriéndose evidentemente al Gral. Porfirio Díaz), le está reservado el introducir en nuestro país, por su influjo y prestigio, tan necesaria reforma, enriqueciendo con este nuevo laurel, la corona de su grandeza; y de que, cuando la posteridad enumere sus altos hechos, hará especial mención de éste, con grande aplauso y encarecimiento. Pues, bien que el Sr. Gral. Díaz haya puesto por obra tantas cosas admirables así en la paz como en 277


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la guerra, la medida de que se trata, por su carácter particular de humanidad y cultura, no pasará inadvertida para sus biógrafos: como no ha olvidado la historia referir que don Alfonso el Sabio, Isabel la Católica y Carlos III fueron enemigos de los toros, a pesar de que el primero hizo las Partidas, la segunda contribuyó al descubrimiento del Nuevo Mundo y el último fue un grande y glorioso reformador de la nación española; y como no olvidar tampoco que el Benemérito de la Patria don Benito Juárez, apenas reinstalado en México después de la caída de Maximiliano, abolió esa sangrienta diversión, que había alcanzado tanto favor en tiempo de los gobiernos militares e imperialistas. JFCU. El Gral. Díaz tuvo que huir materialmente del país al poco tiempo de que comenzó la Revolución, empezando así otro momento y otra época que marcaron rutas distintas para el devenir de nuestro país. Pero no se convirtió en el enemigo público como lo fueron en su momento algunos monarcas. Y también, como ya vimos hace un rato, Juárez fue per se un declarado antitaurino. Firmó el decreto de la ley de Dotación de Fondos Municipales, y si asistía o no con la frecuencia que marcaron sus antecesores a las plazas de toros, no significa que atentara contra la diversión pública. Aprobó, entre otros, el art. 87 de dicha ley porque se consideró que la empresa que llevaba los destinos en el Paseo Nuevo no estaba cumpliendo cabalmente con el pago de impuestos, lo que significaba una irresponsabilidad que había que controlar. Y más tarde, como ya se vio, también el Gral. Venustiano Carranza arremetió contra las corridas, pero eso fue apenas un periodo de cuatro años que en nada alteraron a la afición, misma que fue a refugiarse a algunas plazas de provincia, sobre todo, a aquellas muy cercanas a la capital del país. En el inmediato tránsito de siglos y milenios que está por darse en pocos meses, la fiesta de los toros tiene una dinámica intensa en nuestro país, probablemente mal administrada, porque no han visto el lado empresarial tal y como lo entendería un hombre emprendedor en estos negocios, dispuesto más a ganar que a perder. Pero algunos de los que pretenden hacer “fiesta”, pierden dinero, credibilidad y reputación. José Carlos Arévalo, un periodista muy importante en el medio, ha dicho que el toreo en España no es un negocio. Es una industria perfectamente instalada para dar servicio a cuantos la requieran, porque cuenta con elementos de alta calidad. Mientras tanto, en nuestro país, 278


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la sufrida fiesta vive una de sus peores crisis de valores, embestida por esos antiempresarios que la dañan, y esa prensa tolerante, ese público que dejó de tener afición en tanto se tuvo un crecimiento masivo de las ciudades y estas se modernizaron. En una palabra, llegó el progreso, y qué bueno. Pero ciertas costumbres y tradiciones fueron modificándose al grado que la de toros es una de las más alteradas. Yo no se si el destino final para el espectáculo de los toros en México haya llegado. Pero es un hecho que si las cosas siguen así, pronto, muy pronto, iremos a su entierro. Ya no quiero darle más elementos, como para que su obra ¡ABAJO LOS TOROS! se nutra de esos valores con que usted defiende su respetable postura. En estos momentos un grito de ¡ABAJO LOS TOROS! es como convocar a los grupos antitaurinos y ecologistas que hacen ruido, probablemente soterrado, pero que lo hacen. Y si entre otras de sus razones puede encontrarse el derribar –para ellos- ese “muro de Berlín”, es porque están dadas las condiciones para hacerlo. No me extremo en mis comentarios. A veces he sido demasiado optimista, pero encuentro muy dañada la imagen del espectáculo taurino en México. Muchos aficionados hacemos verdaderos esfuerzos por quitar de en medio el cáncer que lo agrede y lo limita a sobrevivir. Don José López Portillo y Rojas: le confieso que ya no puedo seguir, y no por inconsistente, ni por falta de elementos, sino por un desánimo que me atormenta. La fiesta que he visto durante 30 años vive en estos momentos la más difícil prueba que puede apuntar a dos sitios: el exterminio o su continuidad asegurada. Apuesto por lo segundo. Respeto su opinión, pero ya quedó en el pasado y si se planteó la sola posibilidad de que el Gral. Porfirio Díaz atendiera sus observaciones y críticas, su intento hubiese quedado en el fracaso. Pero hoy, don José, hoy, probablemente su postura tendría eco frente a todo lo que están cometiendo con la fiesta. Ya no tanto por sangrienta, que de suyo es un valor intrínseco. Sino por toda la agresión –que ya hemos visto-, comenten contra ella. Me despido de usted, esperando volvernos a encontrar en otra ocasión. Por ahora, cada quien aprendió una lección distinta sobre un mismo fenómeno que entraña nuestras personales preocupaciones.

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EL TOREO ES ALGO QUE SE APOSENTA EN EL AIRE Y LUEGO DESAPARECE. (Lope de Vega lo señaló. Pepe Luis Vázquez lo reafirmó). Dos opiniones despertaron mi curiosidad por ir al más allá del pasado para considerar qué influencia de peso tiene en el presente, como soporte poco confiable para el futuro taurino en general. Va opinión de Ignacio Solares: "La emoción, hay que reconocerlo, está en relación directa al peligro. Dominar a un toro con peligro es la esencia misma de la fiesta. Por eso, precisamente, es un espectáculo absurdo, retrógrado, sin futuro". Toda técnica y toda estética tienden siempre a transformarse, a renovarse y en el toreo ha sucedido, pero casualmente estas dos condiciones se hayan gobernadas por una fuerza que las obliga a no separarse, a guardar una estrecha relación que así como parte de un determinado momento y se deposita en el nuestro, por otro lado parece detenerse. Es para mejor entenderlo, un juego de posiciones donde técnica y estética quedan iluminadas de continuo por la tradición, siempre detrás de ellas. Tres piezas elementales de un cuadro que se aferra a no desaparecer. Con palabras a un paso de la sentencia o del teorema, Solares condensó una de las muchas "leyes" del toreo: la emoción está en relación directa al peligro. Por lo tanto dominar a un toro con peligro es la esencia misma de la fiesta. Solo que el resultado no es sino la misma y esperada condición fascinante y alucinante y por eso, precisamente es un espectáculo absurdo, retrógrado, sin futuro. Como saber que siempre aprenderemos la misma lección. Entonces ¿en dónde radica el encanto que nos seduce y nos hace acudir religiosamente una y otra vez a la plaza de toros? Parte de esta pregunta la resuelve José Carlos Arévalo, de quien va aquí, la segunda opinión: "La técnica del toreo no responde a cánones inmutables que un día se dieron por eternos y universales, sino a la más profunda comprensión de las embestidas, para que el torero las provoque y las toree exactamente como corresponde". Principios del encuentro del hombre con un toro como visión prehistórica o contemporánea son: conocer, luchar, dominar y ganar uno al otro en reñida pelea. Entre esos dos extremos caben siglos como tauromaquias de evolución existen hasta lograr el 280


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destino de que goza hoy la fiesta. Es más, "...se toreo como lo pida el toro, por lo cual hay muchas maneras de interpretar los cánones, siendo válidos aquellos que mejor consiguen la embestida del toro" (de nuevo Arévalo).

Aquí otro momento de la célebre faena de Rodolfo Gaona a “Quitasol” de San Mateo, faena de la que me he ocupado páginas arriba. Col. del autor.

En todo esto vemos la influencia y el peso que tiene el toro (y a veces es en quien menos nos fijamos). Gracias al toro bravo y a sus distintos comportamientos es que el espectáculo se concibe bajo sinfín de interpretaciones por lo que siempre mantenemos nuestra atención en algo que logrado se torna en fiesta, algo efímero que experimentamos profundamente y queremos volverlo a gozar. El gozo se debe a una tabla de valores que indica los momentos de mayor emoción y hasta los de profundo misterio. Quizá porque sea algo "que se aposenta en el aire y luego desaparece" (Lope, siempre Lope al quite), entonces es constante el deseo de repetición, irrepetible en sí mismo. Ya lo dice Michel Tournier en su novela "Medianoche de amor": La danza, arte del instante, efímera por naturaleza, no deja huella alguna y sufre el no enraizarse en continuidad alguna. La escultura, arte de la eternidad, desafía el tiempo al buscar materiales indestructibles. Pero en ello lo que encuentra finalmente es la muerte, pues el mármol posee una evidente vocación funeraria.

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Eso es una cuestión de ritmos, de inspiraciones, de elementos que, como el toro son indispensables para su celebración y consumación. Por todo esto el presente artículo quiere destacar entre otras cosas al toro, elemento trascendental para el buen curso de la fiesta y gracias a pieza tan vital reproduce las jornadas históricas y las de sello emocional que siguen dando brillo y lustre a la más bella de todas las fiestas.

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EL TOREO COMO BELLEZA O EL TOREO COMO VIOLENCIA. CAPÍTULO NUEVO DE VIEJAS DISCORDIAS. También a este capítulo podría titularlo: “Culturas bárbaras vs. culturas sometidas: ¿Una forma de permanencia del toreo, o el elemento eterno de su discusión?” Cuando me ocupé del tema en varias colaboraciones publicadas en MULTITUDES139 puse ante el lector todo un conjunto de ideas y panoramas que, al cabo de los siglos se han manifestado en un permanente y constante sube y baja, ya que parece haberse convertido en un conflicto eterno. Planteamiento de liberales y conservadores expuestos en la tribuna de la historia, defendiendo cada cual su idea del toreo, es esa la imagen que entendemos entre quien favorecen y repudian el espectáculo. Pero, ¿cuál es el motivo? Es lo relativo a si la fiesta es barbarie o es belleza. Los recientes acontecimientos ocurridos a nivel cámara de representantes en el Distrito Federal con respecto a apuntalar y a formalizar el espectáculo cada vez más con un reglamento acorde a los tiempos que corren, pero sobre todo a los gustos de una afición que constantemente se renueva, contrastan al surgir también grupos protectores de animales que dan su opinión concreta: prohibir las corridas. Así el 27 de julio de 1995, a las afueras de la Cámara de Representantes del Distrito Federal se apostó un grupo de protectores de animales encabezados por Super Animal para exigir que las corridas de toros sean eliminadas totalmente. Los inconformes, pertenecientes al Frente Nacional para la Liberación Animal, señalaron que la tauromaquia es un espectáculo artero y alevoso donde se tortura y se da muerte a los animales. Ante el edificio de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, agregaron que la llamada fiesta brava exalta los más bajos instintos del hombre y traumatiza al niño, poniéndole en situación de peligro moral. Este Espectáculo, dijeron, agrava el estado de los neurópatas atraídos por la fiesta brava, degenera la relación entre el hombre y el animal y constituye un espectáculo de dolor y de muerte.140

El mismo día, pero dentro de las instalaciones de la Asamblea Legislativa, un grupo de personas directamente relacionadas con el espectáculo proponía cambios de diverso calibre para fortalecer las condiciones legales que transcurren durante la celebración de corridas de toros o novilladas. 139

Multitudes, fue una publicación periódica que circuló en el Distrito Federal, cuyos primeros números datan de 1939. Sin embargo, en una nueva época, la que va de 1981 a 1993 es la que, a través de su editor, Rafael Fernández Gallegos, se incluyen colaboraciones de este servidor. 140 La Jornada Nº 3911 del viernes 28 de julio de 1995, p. 62.

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Se acerca el siglo XXI y con él, una serie de nuevas condiciones que por ende deben indicar un alejamiento más significativo de las viejas formas de vivir, para acercarse a las del confort que ofrece la que será esa distinta manera de pasarla en medio de tecnologías sofisticadas y comodidades de todo tipo. Sin embargo, el toreo es una tradición arraigada que difícilmente podrá sufrir algún daño. No olvidemos que la cultura occidental nos legó una religión como la católica, que se mantiene lúcida y fresca; como que no podemos subestimar los acontecimientos de cada 12 de diciembre, por ejemplo. Bueno, hasta modos del sistema burocrático tan común durante la colonia y del que, con todo y apoyo de la computadora no podemos separarnos de él tan fácilmente. Así el espectáculo de los toros cuya aceptación por parte del mexicano se ha extendido por casi todo el territorio nacional, de modo que hay plazas desde Tijuana hasta Mérida. Y si la cuestión es montar un espectáculo en algún pueblo perdido de nuestra geografía, pues hasta él van a instalarse plazas improvisadas donde sus habitantes gozan de las grandezas de los "maestros" que acuden hasta esos lugares.

Composición a partir de dos imágenes del gran fotógrafo Juan Pelegrín. Tomadas de: http://www.las-ventas.com/

Las agrupaciones que muestran rechazo a la fiesta van en aumento, pero siguen sin resultar peligrosas, por la sencilla razón de que sus partidarios activos no son legión. En España, por ejemplo, ahora mismo resultan incómodos por ser este país un pequeño punto en medio del progreso manifiesto en Europa, continente que nos sorprende de sus maravillas. Y usted se preguntará, ¿qué no estamos cerca de los Estados Unidos de Norteamérica? Su cultura, su formación es tan ajena a toda aquella a la que nos debemos, pero tan alejada de lo que pueda ser un reproche de ellos hacia nosotros, por respeto entre las naciones. Creo que habrá otro tipo de situaciones, pero no cabe aquí -a 284


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mi juicio- la alteración de culturas, y sobre todo, de costumbres seculares. Probablemente en otros órdenes de la vida, la influencia norteamericana se haya hecho sentir; por ejemplo, en las modas. Ahora mismo, el aspecto más difícil para la fiesta es que ha perdido una continuidad. El ritmo se desacelera, hay una crisis momentánea que afecta sus valores. Da la impresión que una etapa como la que cubrió Manolo Martínez se queda acéfala. Su imperio, su mando, su control, su carisma, sus vicios y virtudes se extrañan hoy, en que hay figuras, pero no con esa imagen de gran aureola. Quizás factores de esta índole son los que dan pie a encontradas opiniones ya sea entre los aficionados que pugnan por el esplendor de la fiesta, o por aquellos que encuentran motivo para enjuiciarla, denigrarla y hasta sentenciarla.

El Maletilla. Fotografía de Sanz Lobato. En: El País, edición México, D.F., del 4 de febrero de 2012, p. 31.

Todavía, el argumento de la crítica al toreo por parte de quienes la rechazan por "retrógrada", se manifiesta con los resultados del Primer Congreso Internacional Antitaurino en México, mismo que culminó el 7 de octubre de 1995. Por la importancia de lo que allí se comentó, reproduzco a continuación la nota que apareció en La Jornada del 8 de octubre de 1995: Dijo Carlos Monsiváis: "Las corridas de toros son uno de los métodos pedagógicos para habituar a los pueblos al gusto y el placer por la crueldad: No hay arte, sólo la emoción de saber que el espectáculo de la corrida regocija. Pronunciarse en contra de las corridas de toros es actuar a favor de los principios del humanismo". Y agregó: "Hoy, todavía la fuerza de una industria y de una tradición actúan en favor de las corridas

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. de toros, con su lenguaje cursi y su atroz apariencia artística". El mensaje cayó como bálsamo en esas voces reunidas en la culminación de tres días del primer Congreso Internacional Antitaurino, realizado precisamente en México, uno de los principales países que junto con España, Portugal y algunas plazas de Sudamérica son generadores de la violencia taurina. Se calcula que al año mueren más de 15 mil toros y lo que se maneja como arte o deporte se convierte en una movilización de masas gustosa de la crueldad excesiva y sádica. "¡No es arte!...¡No es cultura!... ¡Es negocio!", reza la consigna de los antitaurinos, cuya organización afilia a 300 asociaciones en 60 países y recibe donativos y ayudas de la Organización Mundial de la Salud y la UNESCO; su objetivo es "abrir conciencia a la gente en las corridas de toros" a través de programas, carteles, demostraciones, videos, simposios e incluso pretenden desarrollar una fuerte campaña en toda Latinoamérica y España. Para el costarricense Gerardo Huerta, director regional de la Sociedad Mundial para la Protección Animal (WSPA, por sus siglas en inglés), "la batalla, mas no pelea, es sensibilizar" a los taurinos en el sentido de que no necesitan "martirizar a un animal" o "divertirse con la crueldad", cuando en este caso el toro sale con desventaja al ruedo al ser sometido a las formas más tortuosas que puede incurrir una mente criminal. Aunque reconocen que la tarea de la WSPA no es imposible, dada la tradición taurina de casi 700 años, ellos vislumbran un panorama alentador, toda vez que han recibido apoyo de los gobiernos, a tal grado que en España se ha contrarrestado un poco la agonía del animal al ponerse en práctica el uso del pistolete al momento de terminar la corrida. Algo curioso, anota Huerta, es que siendo México un país con un gran número de taurinos "nunca hemos sido agredidos", incluso ni por el gobierno, pese a que el regente Oscar Espinosa Villarreal es un apasionado de la fiesta taurina. Sin embargo, sugiere que ambos bandos deben dialogar y buscar una "verdad universal", y tal vez "presenciar una corrida de toros sin torturar al animal". El próximo congreso será en Colombia, en 1997.

Es pues, muy interesante analizar el aspecto de crítica que enfrenta la fiesta, a partir de su revisión histórica, pero sobre todo, como un género utilitario que mantiene en su contexto, el polémico carácter de lo salvaje, de siempre implícito a la hora de entender como espectáculo algo que se desenvuelve con la muerte de un ser vivo a cuestas.

El quite de “Periquito”. Fotografía: Julián Madrigal. Disponible noviembre 6, 2012 en: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=4963&codigo_seccion=5

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ALGUNAS NUEVAS CONSIDERACIONES PARA EL TOREO, A TRAVÉS DE UNA LECTURA DE MARIANO PICÓN-SALAS.

En 1944 apareció el gran trabajo DE LA CONQUISTA A LA INDEPENDENCIA (TRES SIGLOS DE HISTORIA CULTURAL HISPANOAMERICANA) del eminente venezolano Mariano Picón-Salas. Fue esta una completísima visión sobre la forma de ser y de pensar que se dio en territorio americano, cuyo encuentro, accidental o no; provocado o no, logró de la cultura en el nuevo continente un escenario de suyo interesante y valioso, por ende sin desperdicio alguno. La reseña que pretendo para este libro, busca acercarnos al territorio taurino, para comprender ciertas situaciones que definieron lo que han dado en llamar la “fusión” cultural. Por ejemplo, Pedro Henríquez Ureña, en su NOTA dice de entrada: La cultura colonial, descubrimos ahora, no fue mero trasplante de Europa, como ingenuamente se suponía, sino en gran parte obra de fusión, fusión de cosas europeas y cosas indígenas. De eso se ha hablado, y no poco a propósito de la arquitectura: de cómo la mano y el espíritu del obrero indio modificaban los ornamentos y hasta la composición (...) La fusión no abarca sólo las artes: es ubicua. En lo importante y ostensible se impuso el modelo de Europa; en lo doméstico y cotidiano se conservaron muchas tradiciones autóctonas. Eso, desde luego, en zonas donde la población europea se asentó sobre amplio sustrato indio, no en lugares como el litoral argentino, donde era escaso, y donde además las olas y avenidas de la inmigración a la larga diluyeron aquella escasez. Las grandes civilizaciones de México y del Perú fueron decapitadas; la conquista hizo desaparecer sus formas superiores: religión, astronomía, artes pláticas, poesía, escritura, enseñanza. De esas civilizaciones persistió sólo la parte casera y menuda; de las culturas rudimentarias, en cambio, persistió la mayor parte de las formas.141

Lo que debe entenderse de inmediato es el proceso de encuentros que se asimilaron para convivir en un nuevo ambiente. Ambas culturas no buscan desaparecer, se afanan en demostrarse mutuamente lo que son. El tiempo hace entender que las dos formas comprendan que el maridaje es necesario y que reñir no es la solución. Es cierto, la conquista, como dice Henríquez Ureña “hizo desaparecer sus formas superiores” de dos grandes civilizaciones, como las de México y el Perú. No obstante, y a pesar de lo agresivo del proceso, esto trajo como consecuencia que su espíritu quedara presente en un medio que se construye alentado por las diferentes aportaciones en el trayecto de varios siglos.

141

Mariano Picón-Salas: DE LA CONQUISTA A LA INDEPENDENCIA (TRES SIGLOS DE HISTORIA CULTURAL HISPANOAMERICANA. 8ª reimpr. México, Fondo de Cultura Económica, 1982. 261 p. (Colección popular, 65), p. 9-10.

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Síntomas de la conquista: batallas declaradas. Allí, la espada fue un elemento fundamental. Con el tiempo, la cruz se convirtió en instrumento de afirmación.

Picón-Salas maneja una frase contundente que dobla los esquemas sobre las discutidas y encontradas propuestas que existen al respecto de lo que significó el encuentro de dos culturas en un momento histórico definitivo. Apunta: José Ortega y Gasset ha dicho que el español se transformó en América, pero no con el tiempo, sino en seguida: en cuanto llegó y se estableció aquí.142

Esto es, al asimilarse se logró entre ambos el objeto de integración que surgió tras las jornadas militares de la conquista. Y como ya sabemos, tras la conquista violenta surgió la espiritual. De ambas emanó un concepto conciliador que se sujetó a la aceptación del dominador sobre el dominado hasta que -en cierto modo- fue posible mantener la relación, sin que faltaran los estados de desequilibrio determinados por un conjunto de manifiestas inconformidades de tipo social. El aspecto político, pero fundamentalmente el religioso mantuvieron firmeza, como paliativos frente al descontento que tuvo dos fuentes esenciales: la económica y social. Desde luego, la enorme influencia del espíritu americano pudo adherirse a las formas de vida que se desarrollaron durante la época colonial, y en esto, el toreo no fue la excepción. Todo el esquema que establecieron los

142

Op. Cit., p. 12-13.

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abanderados de la tauromaquia del más rancio sabor hispano, se permeó de la esencia brotada de este continente. Sin embargo no se desconoció el valor de las raíces que incluso, fomentaron y cultivaron muchos personajes de la tauromaquia novohispana. En todo caso, esa ánima vino a enriquecer la escenografía que ganó en colorido, dado -a veces- lo estruendoso de su interpretación. Toreo con alma híbrida. Por eso, el español tuvo que adecuarse de inmediato al nuevo terreno que pisaba. Y ese español establecido en América, resignado a no poder regresar a su patria, pero decidido a quedarse en una nueva, creó una escenografía que no olvidaba sus más hondas raíces, pero daba al escenario la oportunidad de incorporar elementos con los que representó la obra que otros siguieron, probablemente desmembrados en el universo de las castas que devino representación de una gran concierto del que la Nueva España primero; México después, hicieron suyo al grado de que conformaron y definieron su carácter, hasta obtener lo que somos hoy. Por eso El mestizaje americano consiste en mucho más que mezclar sangres y razas; es unificar en el templo histórico esas disonancias de condición, de formas y módulos vitales en que se desenvolvió nuestro antagonismo. Ni en la más coloreada historia de Herodoto pegada todavía a los linderos angostos del mundo clásico, pudo contarse una experiencia humana tan ambiciosa, una tan extraordinaria confluencia de elementos disímiles, aquella mezcla de pánico y maravilla que hacía decir a Bernal Díaz junto a los muros de Tenochtitlán “que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís”.143

El mestizaje, fruto del antagonismo no podía quedar convertido en un mero proyecto sin alma. La conquista y luego la colonia enseñaron subrepticiamente, y haciendo a un lado el culto al pesimismo, que el sentido de vida que comparten marido y mujer a la fuerza (válgase, tras penosa búsqueda lo que parece ser la metáfora más indicada) tuvo en sus hijos mestizos o criollos la mejor de sus experiencias. Que siguieran manteniendo abiertamente el conflicto, fue debido a esa razón propia de la naturaleza en que se desarrollaron. O era uno, o era el otro. La experiencia demostraba que ni estos -los americanos- ni aquellos, -los españoles- podían soportar de nuevo el episodio vergonzoso de la injuria llamada dominador sobre dominado. De ahí que la independencia se convirtió en la consecución de aspiraciones populares y llegó en momento propicio para que 143

Ibidem., p. 50.

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el español viera en la tierra mexicana ya no un teatro para la aventura militar efímera, sino sitio para arraigar y quedarse, y que el indio colabore, también, en la formación de la nueva sociedad, es entonces el designio de un Cortés, en el que coincide curiosamente con el de un organizador religioso como Zumárraga.144

Labor misionera, de evangelización, y donde al principio de la que fue Nueva España, algunos indígenas conversos aceptaron la religión católica.

Fue así como la magnitud de aquella experiencia recayó en esas dos enormes baldosas influyentes que siguen causando controversia, al grado de que casi quinientos años después, el trauma y la experiencia perviven. Casualmente el toreo transitó en terreno imparcial; por eso su capacidad se sobrepuso y hasta se sirvió de una y de otra circunstancias. Con la de Cortés que apenas instruía para levantar en una ciudad destrozada -México-Tenochtitlán-, la fastuosa capital del reino de la Nueva España, ya celebraba en compañía de sus soldados un primer festejo, limitado en la majestuosidad que posteriormente alcanzarían multitud de fiestas. Así, el 24 de junio de 1526 los militares dejan las lanzas para atravesar los “ciertos toros” que nos cuenta el propio conquistador Hernán Cortés en su “quinta carta de relación” en vez de hacerlo con valientes guerreros indígenas. Del mismo modo, la iglesia tomó como pretexto esas mismas fiestas para celebrar infinidad de conmemoraciones emanadas del calendario litúrgico que enriqueció el esplendor. Aunque también el opuesto, como sentido profano se adhiere a los pasajes taurinos que alcanzan con la presencia del “diablo” una más de sus facetas. 144

Ibid., p. 77.

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“El diablo es personaje familiar en las crónicas inquisitoriales, un diablo también barbarizado por el medio americano, que en su trato con indios y negros aprendió las más toscas recetas”, dice al respecto el autor, debido, por cierto al siguiente caso recogido en el auto de fe del 6 de abril de 1646 contra el zambo mexicano Francisco Rodríguez, “de edad de cuarenta y tres años, de oficio cochero y vaquero”, quien se denunció de “que había tenido pacto con el demonio, dándole adoración y héchole escritura de esclavitud por nueve años y que cumplidos, lo llevase consigo al infierno”. La ventaja que, según la literatura de los inquisidores, habría obtenido Rodríguez en el sobrenatural negocio (en testimonio del cual el diablo le ofreció “una figura suya, estampada en un pergamino”) era “poder pelear con mil hombres; alcanzar las mujeres que quisiese por más pintadas que fuesen; el poder torear y jinetear sin riesgo alguno; ir y venir en una noche a esta ciudad y a otras partes, por muy lejos que estuviese y otros atroces y gravísimos acontecimientos, indignos de referirse por no ofender los oídos de los católicos”. El caso de Rodríguez, que la justicia moderna resolvería mandándolo al sanatorio, merece de la Inquisición mexicana que el penitente se exhiba con “vela verde en las manos, soga a la garganta, coraza blanca, abjuración de leví, doscientos azotes” y el conocimiento del infierno en vida, remando en las galeras de Terremate.145

Aquí me detengo a examinar el significado de este aspecto, el opuesto, el que se deja llevar por un abierto y declarado contrasentido que representa valores excesivamente “puritanos”, como si no faltaran hasta “beatas embaucadoras” para empañar el horizonte. Y es que el “diablo” se posesionó como historia oscura en la mentalidad de muchos novohispanos y más tarde de mexicanos decimonónicos (incluso, hasta nuestros días) con esa fuerza que hace creer sinfín de pasajes. Pero el diablo también se convirtió en un personaje indispensable en infinidad de representaciones que llegaron al teatro mismo. En los toros no fue la excepción. Incluso, existen pasajes como los de una célebre corrida efectuada allá por 1843 (véase la décimo octava parte de LA NOVÍSIMA GRANDEZA DE LA TAUROMAQUIA MEXICANA).146 Sin embargo, recalca Picón-Salas: Lo bizarro y lo peregrino sirven a este juego, a la vez cortesano y erudito, que entretiene los ocios de la minoría. Asentada ya la vida en las capitales de los virreinatos, cerrado el ciclo épico de la Conquista, se superponen sobre la inmensidad semibárbara del medio americano estas formas de complejo refinamiento.147

Refinamiento que la literatura vino a consolidar, a reafirmar los significados de la presencia ajena y forzada de los españoles en territorios conquistados y colonizados. No les resultó fácil desembarazarse del “trauma” conque convivieron generaciones 145

Id., p. 116. José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., maps, facs, (p. 110115). 147 Picón-Salas: De la conquista a la…, op. Cit., p. 131. 146

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completas,

las

cuales

se

enfrentaban

permanentemente

pretendiendo

ocupar

orgullosamente el papel protagónico, mismo que se encargaba de dirigir las conciencias hasta lograr el derecho de la libertad con la independencia, espacio que liberó a nuestros antepasados del pesado yugo de verse y sentirse representado por figuras ajenas, con las que, a contrapelo apenas si se logró algún avance significativo, en el entendido de que el carácter mexicano buscaba un mejor papel en el escenario. Este libro: DE LA CONQUISTA A LA INDEPENDENCIA, aunque viejo postulado, sigue vigente en el mar de las explicaciones sobre lo que fueron ayer, y sobre lo que somos hoy, ese conjunto de pobladores del espacio geográfico americano, forjados por un interminable número de circunstancias que afectaron -pero que también beneficiaron- su propio entorno. Cada nación, cada región también se han posesionado de un carácter propio, inconfundible a la hora de hacer el recuento necesario para valorar y decir que de cinco siglos para acá, la vida no ha representado un fracaso. Más bien, una afortunada respuesta de significados que nos constituyen, fundados en la rica experiencia, donde el sacrificio de muchos otros nos imprime suficiente fuerza para continuar, metidos en el proyecto que cada país busca día con día.

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LOS TRES MOSQUETEROS Y 50 AÑOS DESPUÉS.

El hecho de que un simple aficionado a los toros como me puedo considerar, luego de poco más de 30 años de navegar por esos mares de pasión, fanatismo y reposos pocas veces controlados, tenga que hablar o escribir de personajes que no vio, y de los que solo tiene evidencia o noticia de ellos a través de los testimonios orales de viejos aficionados, o de las múltiples lecturas que existen alrededor de sus hazañas o tardes aciagas, me parece un auténtico riesgo más que un atentado, porque una cosa es avalar sin más cualquiera de estos aspectos, confiables, como el oral o escrito. Pero otra es dejarse llevar por la fascinación sin tener posibilidad alguna de imponerse ciertos márgenes de duda, solo comprobables a la luz de un ejercicio que la historia como tal nos impone a quienes la hemos estudiado y practicado, primero bajo todos sus principios académicos, y luego con el gozo de que a través de ella podemos tener, cuando los pasajes sobre tal o cual torero –en este caso específico y particular-, atañe a nuestro compromiso de someter y pasar por el laboratorio de la comprobación todos esos pasajes, aderezados de su respectiva dosis de entretenimiento. En el caso particular de los “Tres Mosqueteros”, que no son otros –para el toreo mexicano-, que Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, hacer una instrospección a sus trayectorias a 50 años vista de su aparición y amplio desarrollo, implica una tarea harto comprometida, pero fabulosa, en el entendido de que puedan obtenerse resultados inesperados como los que a continuación ofrezco a los pacientes lectores. RAFAEL RODRÍGUEZ, "VOLCÁN DE AGUASCALIENTES" (. . . . . . . . . .) Cuánto te añoro aún Cuánto te quiero. No importan mis carnes desgarradas, Ni mi sangre regada sobre el ruedo; Ni tampoco las tardes de desdicha Ni tristeza que hiere mi recuerdo. No podría olvidarte, aunque quisiera. Vivirás siempre en mí. ¡Cuánto te quiero! ¡Cuán lejos te apartas día tras día! Mas no se vivir sin ti, Sé que no puedo... (Versos de la inspiración del torero hidrocálido Rafael Rodríguez).

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Col. del autor. Rafael era un místico del toreo, así lo concebía en los últimos años de su trayectoria profesional, luego de que en buena parte del camino como matador de toros, sustentara su tauromaquia en el "tremendismo", esa forma en la que la difícil acumulación de los conocimientos se supera con ganas, voluntad y valor, sobre todo valor, y de eso, sabía un rato Rafael Rodríguez, de quien dicen nunca aprendió a torear, y que por eso era un valiente a toda prueba. Pero que cuando logró aprender los secretos, su quehacer perdió mucho de aquel sello inconfundible que lo acompañó en diversos ruedos mexicanos y extranjeros. Es cierto que en los últimos años de su paso por los ruedos, el reposo era un precioso instrumento con el que desplegó lo mejor de su ejercicio. Esa es la contraparte de sus inicios, desarrollados en medio de un despliegue irracional, cosa más natural cuando surgen figuras de esta magnitud. Rafael en sus principios no tenía muy clara idea de lo que significaba la técnica, por lo que tuvo los arrestos de ponerla en práctica con el consiguiente riesgo, el cual se proyectaba hasta los tendidos, provocando tensiones. Rafael Rodríguez (17 de agosto de 1926-16 de octubre de 1993), formó parte de la famosa representación de los "Tres mosqueteros", grupo inconfundible que causó conmoción desde 1948, cuando unieron sus voluntades en una peculiar tregua el propio

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Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, a quienes se les unió Paco Ortiz, el "D´Artagnan" de esta historia dumaniana. Los viejos aficionados recuerdan infinidad de grandes faenas, que quizá no tenga aquí un caso significativo, porque lo que queremos es destacar la trayectoria de conjunto, o lo que es lo mismo, la summa de su obra, la cual representa simplemente una evolución que representa la tormenta y la paz, porque eso, precisamente eso fue el camino que tomó Rafael Rodríguez, pasando de las más tremendas agitaciones a un reposo permeado de misticismo, mismo que se declaró la tarde del 26 de abril de 1971, cuando Rafael Rodríguez se despide de la afición aguascalentense. Luego, aconsejado por las voces del misterio, Rafael tomó la pluma y se dejó llevar escribiendo los recuerdos, ya en verso, ya en prosa, en una obra que descubre a otro torero escritor, como es el caso de Ignacio Sánchez Mejías. Ojalá que un buen día exista la sensibilidad de un buen editor y rescate estos trabajos. MANUEL CAPETILLO VILLASEÑOR, DEL MODESTO“SOBRESALIENTE” A “EL MEJOR MULETERO DEL MUNDO”. 12 de octubre de 1947, plaza de toros “El Progreso” de Guadalajara, Jalisco. Esa tarde, un muchacho alto, espigado, con figura de torero y que actuó como sobresaliente en el cartel formado por Luis Solano y Fernando López con novillos de Lucas González Rubio, conoció por primera vez el triunfo luego de interpretar dos quites, única opción que llegan a tener los sobresalientes en un mano a mano. Pues fue tal el escándalo que armó con un quite por gaoneras y otro por fregolinas, que esto lo catapultó a un sitio envidiable, el que muy pronto le permitió presentarse en la plaza de toros “México”, en medio de una circunstancia de suyo particular: se trata de que junto a Manuel Capetillo (1926) surgieron otros fenómenos de la novillería que causaron revuelo en 1948. Me refiero a Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba y Paco Ortiz, quienes constituyeron el famoso grupo de los “Tres mosqueteros y D´Artagnan”. Manuel gozaba de una personalidad que lo distinguió de todos los demás, una especie de charro cantor y torero, que luego –por azares del destino- fue aprovechado por algunos directores de cine que lo convirtieron en actor de buenas y malas películas. Pero en lo 295


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taurino, su fama creció como la espuma del mar, y tanto, que Alfonso de Icaza “Ojo” lo definió desde las páginas de El Redondel como “el mejor muletero del mundo”, o de aquella calificación de José Alameda, mientras transmitía la faena de Tabachín de Valparaíso –la que, a juicio de Heriberto Lanfranchi148, fue la mejor faena de su vida- : “Estamos viendo lo que no se podía ver en el toreo, lo que nunca supusimos que pudiera verse”149. Es decir, en la medida en que esta importante figura tapatía trascendiera más y más su quehacer, en esa medida crecían la admiración no solo de los medios de comunicación, sino de los aficionados a su favor, que fueron legión. Otra buena cantidad de cronistas y aficionados no estuvieron tan convencidos de aquel ejercicio –cosa más natural en el toreo-, por lo que hubo para Capetillo juicio y entrega.

Col. del autor.

Y Manuel fue víctima de serios percances, uno de los cuales fue parteaguas en su vida taurina. Fue la tarde del 22 de marzo de 1959, cuando Camisero de La Laguna, le pegó una cornada en el pecho, que lo tuvo al borde de la muerte. Y del sinsabor a la gloria, porque Manuel Capetillo, además de la célebre faena a Tabachín, del 17 de febrero de 1963 logró remontar importantes triunfos por ruedos nacionales y extranjeros. 148

Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots. (Vol. 2, p. 673). 149 Manuel Capetillo: Más allá de la leyenda. Prólogo de Ignacio Solares B. México, Pearson Educación de México, S.A. de C.V. 192 pp. Ils., fots., p. xvi (en el prólogo de Ignacio Solares).

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Su reciente biografía muestra lados y aristas casi siempre desconocidas en cualquier torero, que como un personaje público, suele ser blanco de rumores e intrigas, siendo el propio Manuel Capetillo quien, o desmiente o alienta todo aquel halo creado alrededor de su figura, sea porque tuvo un serio altercado con Pedro Infante, sea porque fue un mujeriego empedernido. Pero por otro lado, también nos muestra la parte de aquellos años cincuenta o sesenta que vivió intensamente en México y el extranjero. JESÚS CÓRDOBA RAMÍREZ Nació en el estado norteamericano de Kansas el 7 de marzo de 1927, cuando ya la familia se encontraba prácticamente establecida, luego de que tuvieron que encontrar refugio al huir de León, Guanajuato tras la entrada de las tropas de Pascual Orozco, durante los primeros años de la Revolución mexicana. Fue del grupo de los Tres mosqueteros, el que demostró mayor capacidad en el aprendizaje, más sereno que Capetillo y Rodríguez. Y no sabemos si esa serenidad era más que nada precaución, porque fue muy castigado por los toros. Poseía una carga académica que lo condujo por senderos en donde se ganó fuertes críticas –“mister Frigidaire Córdoba”, o Chucho Córdoba, el Holiday on Ice del próximo domingo-, como lo dijo en su momento Carlos León150. Pero Jesús Córdoba, me atrevo a decir, era un torero para toreros, de ahí que le llamaran el pequeño maestro, puesto que demostraba enormes cercanías con el ejercicio de Fermín Espinosa Armillita, quien además fue su padrino en la alternativa que le concedió el 25 de diciembre de 1948 en Celaya, Guanajuato, con lo cual estaba garantizada la continuidad del quehacer técnico aportado por nuevos toreros mexicanos dueños de tan peculiar capacidad. Aunque no estamos ante un caso aislado, Córdoba se concretó a ejercer su profesión con disciplina por ruedos nacionales y extranjeros, sobresaliendo en tardes memorables, con un despliegue maravilloso de técnica, perfectamente compaginada en momentos de inspiración por la irresistible estética con la que se prodigó. 150

Guarner, Enrique: Crónicas de Carlos León. Selección e introducción de Enrique Guarner. México, Editorial Diana, 1987. 437 pp., p. 148 y 157.

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No todo eran críticas a su ejercicio. Veamos qué dijo de él Carlos León en su actuación del 26 de marzo de 1961: Aunque fue fugaz su paso por el ruedo, Chucho tuvo una breve pero aplaudida actuación. Tropezó con un buen toro (de Tequisquiapan), pero que necesitaba de un torero poderoso, de un diestro con sitio, y Jesús se viste pocas veces de luces para estar placeado y poder con un bicho de encastada bravura, como lo fue el primero de la lidia ordinaria. Obvio sería decir que se mostró frío al saludarlo con el capote. (...) El principio de su labor con la sarga fue prometedor de que íbamos a ver faena. Ligando hasta en tres ocasiones los pases de trinchera con los de la firma, arrancó la ovación fuerte y sonó la alegría de la diana. Crecido el diestro, se puso la muleta en la mano torera. No fue sino un natural, pues el aire lo descubrió y el toro lo lanzó a las alturas, haciendo que, al caer, se fracturara una clavícula. Venciendo su dolor, toreó magníficamente en redondo y por abajo con la mano derecha. Apuradillo a ratos, pero mandón a veces, fue ligando varias tandas de derechazos que alborotaron los graderíos. Y luego mató muy bien, de magnífica estocada; le aplaudieron fuerte, dio la vuelta al anillo y se esfumó por la puerta de la enfermería, para no volver más151 (4).

Sus conocimientos no se quedaron en el arcón de los recuerdos. Ya retirado, se sumó al grupo de maestros que se integraron a la escuela “Ponciano Díaz”. De igual forma, se desempeñó como Juez de Plaza, papel que cumplió con rigor, a veces rayando en la exageración del cumplimiento cabal que debía darse al reglamento taurino, lo que le hizo acreedor a severas críticas.

Col. del autor.

Jesús Córdoba, protagoniza una época notable gracias a la avanzada que el toreo están ganando al comenzar la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces, siguen surgiendo 151

Op. Cit., p. 217.

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enormes diestros que dan dimensión a lo universal y entre ellos, nuestro protagonista, de quien Enrique Guarner apunta que era un torero elegante, poseedor de un extenso repertorio, ejecutante de casi todas las suertes. “Su defecto principal fue la vanidad, que lo hacía aparecer algo amanerado en su estilo. No creo que haya carecido de valor, como lo prueban las diez gravísimas cornadas que sufrió. Tal vez si no hubiera tenido tanta mala suerte y resultado cogido con demasiada frecuencia, su calidad se habría logrado imponer y con ella alcanzado la cima” 152.

152

GUARNER, Enrique: Historia del toreo en México. México, editorial Diana, 1979. 524 pp. Ils., retrs., fots., p. 361.

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FUGÁCES Y EFÍMEROS: FÉLIX GUZMÁN, EDUARDO LICEAGA, “JOSELILLO” Y VALENTE ARELLANO. CUATRO COLUMNAS DEL TOREO QUE CAYERON, INESPERADAMENTE, ANTES DE TIEMPO. El toreo es en sí, una expresión artística, un ejercicio espiritual sometido a lo efímero, sujeto al dogma que Lope de Vega afirmó y Pepe Luis Vázquez reafirmó: “El toreo es algo que se aposenta en el aire, y luego desaparece”. Estamos pues ante la esencia y el significado de un arte perecedero en su presente; imperecedero desde que lo aborda el pasado. Dos magias rotundas y fascinantes desplazadas solamente por el tiempo, rango espacial que convoca a la emoción y al recuerdo. Dos condiciones, al menos que causan agitaciones colectivas en la plaza y conmoción de neuronas cuando es preciso rememorar la jornada gloriosa a través del tiempo. El tiempo, de nuevo el tiempo, fue lo que finalmente no les alcanzó a cuatro columnas del toreo que cayeron inesperadamente..., antes de tiempo. Su vida fue demasiado para un tiempo que les cobró la factura por adelantado. Y se fueron, uno a uno apenas dieron seña de su paso contundente, arrojado y arrebatado también, porque fueron capaces de tener en un grito a la afición. ¿Inconformes por la vida? Yo no lo creo. ¿Predestinados a morir así, antes de esperar la muerte en otras circunstancias? Probablemente sí. El hecho es que Félix, Eduardo, José y Valente apenas tuvieron tiempo, el suficiente tiempo para demostrar sus enormes cualidades, alteradas por ese profundo deseo de trascender, lejos de cualquier condición que no fuera la impuesta por ellos mismos. Cada quien en su espacio y su momento (su tiempo), esbozaron no esos rasgos finos, sino firmes de una tauromaquia personal, más allá de convencionalismos, capaz de rebasar horizontes que en un tiempo normal les hubiera tomado espacios quizás más largos. Sin embargo, para la historia, los “hubieras” no existen. Están fuera de todo contexto. ¿Qué hubiera pasado si los cuatro no mueren? Caemos en el absurdo. Mejor analicémoslos dentro de su heroica tragedia que nos obliga a ser cuidadosos para no 300


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empañar cuatro trayectorias, comportadas como cuatro estrellas fugaces en el firmamento taurino. PRIMER CAPÍTULO DE LA TRAGEDIA: FÉLIX GUZMÁN

De cualquier forma, y aunque parece demasiado sentencioso, Félix Guzmán estaba condenado a morir. Las tardes en que se le llegó a ver en la plaza capitalina, era un auténtico martirologio, debido a su ciega e incondicional posición, convirtiéndose en auténtica “carne de cañón”, toreando a su leal saber y entender diversos enemigos a los que, de tanta entrega, andaba atropellado y constantemente por los aires, sin plantearse un reposo y mucho menos un aplomo en sus faenas. Desde luego que hay momentos donde afortunadamente tiene la fortuna de ver pasar a este o aquel novillo por delante, sin los apuros del resto de sus actuaciones. Félix, fue un novillero que asimiló el toreo a fuerza de la violencia, retribuida por aquellos instantes en que su incipiente tauromaquia se colmaba de gloria, una gloria celebrada por multitudes que creyeron y vieron en él a la nueva figura en cierne, cuando el toreo mexicano no atravesaba por ninguna crisis de valores. Antes al contrario. En la medida en que se incrementara el número de grandes diestros, tanto mejor. Aquellos primeros años de la cuarta década del siglo XX

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representaban una capitalización poderosa, un rico patrimonio como pocas veces se ha visto. Conocedor de la arquitectura de la tauromaquia, aún no estaba capacitado para las grandes obras, ni las grandes construcciones, a pesar de su desmedido empeño en lograrlas. Algo de Carmelo Pérez se depositó en él, (seguramente ni siquiera lo haya visto, como también nosotros), pero intuía ese valor espartano e ilimitado que caracterizó a Armando Pérez “El Loco”, aquel que llegó a conocerse como el “novillero que asusta” y que luego, en su hermano Silverio tuvo la antítesis, discrepancia que exige una detenida contemplación para entender dos estilos totalmente opuestos, pero que maravillaron a la afición mexicana, gracias a la difícil condición de que ambos fueron dueños de recias personalidades, ese maravilloso don que no a todos les es dado. Félix Guzmán proponiéndoselo o no, se fue deslizando terrible y peligrosamente a la muerte, porque no pudo superar la inmadurez, remontada solo gracias a su loco empeño por ser alguien en la fiesta. Ha dicho Fernando Vinyes: “Aunque parezca una paradoja la definición, Félix era un torero de valor, pero de valor endeble. Su base de apoyo para arrimarse era la desesperación de la necesidad, que le hace tomar más riesgos de los estrictamente racionales, y la falta de recursos técnicos, lo que le tenía a merced de los novillos y de sus pitones”.153 Al morir Félix Guzmán, hubo un acto desagradable cometido por ciertos revisteros que, sin mengua de la sensibilidad, los escrúpulos y el sentido común, acudieron con la desconsolada madre de la víctima no a extenderle sus condolencias. No. A lo que iban era a cobrar el favor que en sus notas hicieron de los avances del recién desaparecido, quien ya no pudo resolver ni arreglarse con ellos. Pero ellos tenían que dejar satisfechos sus intereses. Seguramente no lo lograron, aunque lo único que sí provocaron fue que se pronunciara el dolor maternal. Poco a poco aquella mujer se convirtió en víctima de la tristeza y la nostalgia. Comenzó a tener serios trastornos que causaron la locura. Fuera de sí, salía a las calles invocando como la “llorona”·misma al hijo desaparecido.

153

México: Diez veces llanto. Presentación de Manuel F. Molés. Madrid, Espasa-Calpe, 1991. 305 pp. Ils., retrs., fots. (LA TAUROMAQUIA, 36), p. 158.

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De aquella mujer, de delgadas facciones, que conservaba en su madurez los encantos de la juventud, ya no se supo nada después. Lamentablemente Félix no tuvo tiempo, el suficiente para aprender a torear como era su deseo. Aquellas tardes en “El Toreo” de la Condesa, quienes más sufrían seguramente eran los aficionados, que lo consintieron tanto, al grado de pasearlo en los mismos tendidos del coso capitalino. Guzmán, por más que apelaba a los principios de la tauromaquia en su más pura esencia, era despojado de esos propósitos por sus enemigos, que le castigaron severamente. Y es que era demasiado lo que arriesgaba en cada pase el malogrado novillero. Rebasaba los límites permitidos entre los terrenos propios del torero y los que pertenecen al toro, con lo cual este tenía mayores ventajas de embestir no al engaño, sino al cuerpo. Son apenas unas cuantas crónicas, unas pocas fotografías, y apenas un puñado de imágenes cinematográficas las que nos dan aproximada idea de esta columna fracturada en su parte más sensible, incapaz de resistir las batallas, a pesar de que en buena parte de ellas tuviera ánimos de mantenerse en pie, demostrando con olores de tragedia su paulatina merma que acabó asaltada por la muerte. SEGUNDO CAPÍTULO DE LA TRAGEDIA: EDUARDO LICEAGA.

EDUARDO LICEAGA Era una flor su sonrisa, Sonrisa en luz cenital. Era una flor que fulgía En los labios del chaval.

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“¡Ay, Lalo, que el toro achucha! ¡Ay, Lalo, no expongas más! ¡Que ese toro es mucho toro! ¡Que es un toro de verdad Y eres mocito que empieza “Entoavía” a torear!” Y Eduardo se sonreía: -¡Ale, torito, a pasar! ¡Que voy a cortar tu oreja Para prenderla en mi ojal! Y la flor de su sonrisa Se abre en luz de eternidad. Y ríe, mientras claveles Recoje en vuelta triunfal. El perfume de tu risa Ya nadie lo olvidará: Era sol en que envolvías Tu majeza al torear; Era la sal de tus lances; El oro de tu percal. Manojo de nardos era En el vaso de cristal De tu pecho de mocito Que aun no aprendiera a llorar. ¡Cómo la Virgen Morena, Humilde en su Majestad, Esperaba el homenaje De tu risa de chaval! La flor más amada era Que florecía en su altar. ¡La flor que, después de un triunfo, Siempre le fuiste a ofrendar! ¡Vengan toritos a Lalo! ¡Vengan toros a rodar envueltos entre las luces de su sonrisa triunfal! ¡Ay, Lalo! ¡como me acuerdo -¡Quién no habría de acordar!Cuando, ante doce puñales, Hubiste, en risas, triunfar! -¡Ale, torito, torito, Que mañana cruzo el mar! ¡Que voy a la madre Patria a ofrecer mi mocedad envuelta en traje de luces verde, de verde nopal; Verde como la esperanza; Verde en luces de ultramar; Verde en aurora de estrellas; Verde en flores de cristal! Y ante el sol de Andalucía Volvió tu risa a brillar.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Diste a Castilla la gloria De ese claro manantial Que brotaba de tus labios Al ver al toro pasar. Las flores que allá en Valencia Nunca hubieran un rival Se rindieron a la rosa Que era risa en tu rosal. ¡Ríe, torito, que Lalo también ríe al torear! ¿No ves cómo ríe, toro? ¡Ale, torito, a pasar! Que si él ríe ante la Muerte, Tú la sabes esperar. ¡Ay, torero de esmeraldas! ¡Ay, mi valiente chaval! ¡El de los azules giros! ¡El de los verdes-nopal! ¡Quien te dijera que un día Se te habría de cuajar La flor de aquella sonrisa Perenne de luz astral! ¡Quien dijera que en San Roque, Pueblo escaso de historial, La rosa de tu sonrisa Se habría de marchitar! Desde San Roque a Algeciras, Allá, frente a Gibraltar, Un sendero de claveles Rojos, dejaste al pasar. Esos claveles, Eduardo, Siempre frescos estarán. ¡Como aquella risa tuya que nadie podrá olvidar! ¡Llora, torito, torito, Que eduardo no ríe ya! ¡Llora, toro, que su risa no te encelará jamás!154

Creo que la mejor manera de describir el paso por el toreo es este pasaje poético que condensa su ejercicio espiritual. TERCER CAPÍTULO DE LA TRAGEDIA: “JOSELILLO” Joselillo, el tercero de aquel martirologio de 1947. Hasta el momento, la mayoría de las apreciaciones hechas para esta obra, son fruto de una contemplación imaginada, cuyo sustento es la lectura de múltiples obras, periódicos, 154

Matías Conde: Cuatro romances de toreros (E. Liceaga, Joselillo, Carnicerito y Manolete). Edición Romántica. Ilustraciones de Germán Horacio, Por (...). México, editorial Malvis 1949. Ils. 46 pp., p. 11-16.

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escritos y testimonios de diversa índole. Para conformar el perfil de cada uno de los protagonistas ha sido necesaria una imparcialidad a la que se le ha marcado la sana distancia con las pasiones encontradas. Y es que un novillero como Laurentino José López Rodríguez, mejor conocido como Joselillo, fue capaz -en su corta aparición en escena-, de provocar pasiones encontradas debido al personal discurso que propuso, basado en una tauromaquia profundamente dramática, escalofriante, donde al parecer se desquiciaban todas las normas de la tauromaquia que quedaban sujetas al riesgo y a la emoción del vértigo.

Laurentino José López Rodríguez, había nacido en el pueblo de Nocedo de Curueño, provincia de León, España el 12 de julio de 1925. Apenas un adolescente en cierne, llega a nuestro país en el verano de 1932, quien junto con su hermano José Luis atenderían diversos negocios en una tienda de abarrotes. A finales de 1944 Laurentino viste por primera vez el traje de luces en Tepeji del Río, estado de Hidalgo, aunque fuera solo para permanecer la mayoría del tiempo detrás del burladero. José, seguramente quiso someter la técnica y la estética con un estilo que iba camino de la madurez, aunque para eso fuera necesario más tiempo, y no pudo ser. Tuvo que ponerse al tú por tú con una buena cantidad de novillos, a los cuales aprovechó hasta donde pudo, empleando métodos poco escolásticos pero convincentes y tanto, que la popularidad de su quehacer y su figura pronto se ganaron lugar destacado en el ambiente 306


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taurino mexicano, por el cual pasó en fugaz trayectoria entre los años de 1944 y 1947. Lamentablemente, en la mayoría de sus apariciones, sufría más de un susto o percance, de ahí que Rodolfo Gaona dijera de él: “No le he visto aunque por lo que me han dicho, parecer ser un chico muy valiente, que sin embargo está casi siempre a merced de los toros...”155. Joselillo estaba absolutamente convencido de lo que quería: convertirse en una gran figura del toreo, aunque para ello le fuera la vida. Y así fue. Cada lance, cada pase elevaban la tensión ya por lo arriesgado, ya por el drama consumado en permanentes percances. Y en medio de esos vaivenes, la alternativa estaba planeándose para que Luis Procuna fuera su padrino, ocurriendo tal acontecimiento en la próxima feria del Señor de los Milagros, precisamente para el 19 de octubre de 1947 en la plaza de "Acho", en Lima, Perú. Calificado de “fenómeno” en más de una crónica, fue capaz, con su sola presencia de convocar a la afición de diversas latitudes, provocando llenos y pasiones en medio de una trayectoria cubierta de irregularidades, aunque destacando en aquellas donde el triunfo era legítimo. Pero por otro lado, “Don Martín”, escribía en el Excelsior del 22 de septiembre de 1947: “Para el sensacional Joselillo hay una exigencia cruel y un ambiente de hostilidad que no se justifica. A su toro lo saludó con verónicas limpias, citando desde largo, y en su faena de muleta hubo destellos de arte, de valentía, de aguante como en esos derechazos profundos y en esas manoletinas en que envolvió todo su cuerpo en caricias de la muerte. Mató de media estocada en todo lo alto y mientras la mayoría aplaudía con fervor, los eternos reventadores chillaban de lo lindo. ¡Cuántos quisieran ver al ídolo ensartado entre los cuernos como un pelele trágico! Pero Joselillo ya está aprendiendo el oficio y no quiere ser carne de enfermería”156.

El percance del 28 de septiembre de 1947 en la plaza "México", cuando Ovaciones de Santín le pegó una cornada fue en principio muy grave. El buen desempeño del cuerpo médico lo ponían lejos de todo peligro, aunque no los dejara tranquilo la presencia de una infección mayor. Los días de recuperación pasaron sin mayores complicaciones. Lamentablemente una complicación cardiaca segó amargamente la ilusión del toreo y de la afición en un momento que esta seguía padeciendo las tremendas sacudidas que estaban ocasionando las recientes muertes de "Manolete" y de "Carnicerito de México", presencias las dos que no era posible aceptar como ausencias de una manera tan 155

José Ramón Garmabella: Joselillo. Vida y tragedia de una leyenda. México, Panorama, 1993. 168 pp. Ils., fots., p. 137. 156 Op. cit., p. 136.

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violenta, tan rápida, sin permitir tomarse apenas un respiro, y ahora un nuevo golpe llegaba con la noticia amarga de que Joselillo también se marchaba el 14 de octubre, cerrándose de momento aquel martirologio. En su figura más bien delgada se agitaba no un guerrero. Más bien todo un ejército, dispuesto a mantenerse en la línea de fuego. Que una acción más rápida del enemigo obligara esa terrible derrota, pudiera parecer un acto normal en medio de lo que para muchos es simplemente la guerra. Joselillo, a los 55 años de su desaparición sigue siendo un icono entrañable, a pesar de lo fugaz y efímero de su presencia, y de que se convirtió -lamentablemente- en una esperanza frustrada. JOSELILLO -¡Ay, rapaz! Una amapola Yo la vide sobre el mar. -No era amapola, mi padre, Y el mar muy lejos está. Era el sol que se escondía Para no verte llorar Y vertió su sangre de oro En las platas de un cendal. No llores, padre, que rosas En mi huerto crecerán. Una estrella va en mi hatillo, Que para mi brillará. ¡Mira padre, aquel lucero! En su espejo me verás Cuando la noche en tus noches Te rondará en tu velar. No llores, padre, que vamos Caminando cara al mar, Y tras el mar, ilusiones Mi ilusión florecerá. Que llevo, en mi hatillo, estrellas Envueltas en flor de azahar Y las estrellas con flores Aromas de luz darán. ¡No llores, padre, que vamos caminando cara al mar! -¡Ay, que vide una amapola! ¡Ay, que la vide, rapaz! Mejor será que a Nocedo Volvamos los dos en paz, Que amapolas traen sangre Y yo no la tengo ya Y ha de ser tuya, mi hijo,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. La sangre que correrá. Y el mozo dejó a Nocedo. Y el padre volvió al hogar. Y el lucero llevó triunfos, Nuncios de marcha triunfal. Claveles rojos prendían En el pecho del rapaz. Oro, sedas y caireles. Y, entre dos soles, amar. Y rosarios de rubíes Colgados de un alamar. El sol lloraba de miedo Viendo a José torear. Pero el mozo, bello y rubio, Jamás miraba hacia atrás; Que frente tenía al toro, Y detrás del toro, el mar, Y detrás del mar, Nocedo, Donde crecía un rosal Que sembrara en una tarde En que comenzó a soñar. Y fue un día... un ¡ay! Quebróse Después de un ¡olé! Triunfal. Y en azabaches, rubíes Comenzaron a cuajar. ¡Ay, que el rosal que plantares ya nadie lo regará! ¡Que en Nocedo ya no hay rosas desde que murió el rapaz! ¡Una amapola de sangre florece en ese rosal: ¡La amapola que el buen padre viera una tarde rondar! Hoy, Joselillo, las rosas Te las vengo yo a ofrendar ¡Que yo también un buen día, camine de cara al mar!157

CUARTO CAPÍTULO DE LA TRAGEDIA: VALENTE ARELLANO Cuando mi afición a los toros se encontraba absolutamente consolidada, tuve oportunidad de ser uno más de los aficionados que disfrutaron el capítulo protagonizado por tres novilleros que le dieron al espectáculo taurino una de las etapas más brillantes en, por lo menos, los últimos 25 años del siglo XX. Me refiero a la aparición en escena de Valente Arellano, Ernesto Belmont y Manolo Mejía. De los tres, solo Manolo Mejía 157

Matías Conde: Cuatro romances de toreros (E. Liceaga, Joselillo, Carnicerito y Manolete). Edición Romántica. Ilustraciones de Germán Horacio, Por (...). México, editorial Malvis 1949. Ils. 46 pp., p. 19-23.

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sobrevive, en medio de ciertas adversidades que no le han permitido lograr apuntalarse total y absolutamente en un medio que se niega a reconocerlo. Negativa que se da luego de la demostración de arrogancia que tuvo el diestro de Tacuba una noche al afirmarse como el “Nº 1” cuando no ha podido demostrarlo cabal y permanentemente en cada temporada que transcurre.

El caso evidente de Valente Arellano se constituye como uno de esos “novilleros” que se convierten en iconos, o, para mejor entenderlo, en el caso peculiar de aristotipo, o lo que es lo mismo: en modelo de toreros. Torero para toreros, dirá más de uno cuando tenga que afirmar la forma en que Valente se identificó con una fiesta a la que se consagró en cuerpo y alma, demostrando una capacidad creativa como pocos lo habían hecho hasta ese año de 1982, cuando surge a la escena. Y así como pudo demostrar una capacidad creativa, también creó en torno suyo una capacidad de asombro y admiración que le permitieron gozar de las mieles del triunfo. Lamentablemente poco le duraría el gusto. En él siempre hubo una fuerza interna que permanente y constantemente lo orilló al abismo, al suicidio que, por azares del destino consiguió fuera del ruedo. ¿Qué era Valente Arellano en el ruedo? Era una summa auténtica de inquietudes, un pozo de sabiduría que, de modo interminable producía y producía, lo que ocasionó una recuperación del “tiempo perdido”, 310


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causado por otras generaciones que le antecedieron, que no deslegitimamos, pero a las que les faltó ese sello que identifica de siempre al novillero ansioso de gloria. Ya habían pasado novilleros como Rodolfo Rodríguez, César Pastor, Ángel Majano, José Lorenzo Garza, Martín Agüero, Félix Briones, Alfonso Hernández y otros que crearon un ámbito de ilusiones frente a la decisión que en esos momentos significaba la inminente desaparición de los ruedos de “Manolo” Martínez, quien, en 1982 decide “irse” por primera vez (aunque algunos años más tarde retornaría para confirmar la sentencia de que “nunca segundas partes han sido buenas”). Sin embargo, con Valente Arellano se articulaba una sólida posibilidad de tener al más claro sucesor de “Manolo” en cuanto a esa capacidad de “arrastre” creada por otros toreros o novilleros que también lo lograron, aunque pocos trascendieron luego como “matadores de toros”. El caso de Valente tomaba otro derrotero. Tras su alternativa, lamentablemente quiso su administración mantenerlo como “novillero”, lidiando con muchas comodidades ganado que no correspondía a la estatura a la que se propuso llegar el lagunero intrépido, por lo que devino cierto desencanto. Valente Arellano tuvo en los tres tercios de la lidia suficiente territorio para la creación, para la inventiva y para la recreación de suertes que sacó materialmente del “arcón de los recuerdos”. Con él, la fiesta se mantuvo en niveles económicos favorables, porque las plazas se llenaron nuevamente (incluso, con el festejo que protagonizaron los tres novilleros más destacados de la temporada 1982, justo el 28 de noviembre de ese año, fueron capaces de llenar el coso de Insurgentes, cosa que no se había visto en muchos años). Valente fue “ídolo” de la afición. Pero Valente Arellano apenas si duró un suspiro en los cuernos de la gloria, luego de su trágica desaparición en accidente automovilístico, que era la obsesión que lo perseguía. Es probable que, al margen de la negativa en el seno familiar de abrazar tan arriesgada profesión, el joven novillero no solo demostrara que sí era posible conseguir lo que se proponía. En el fondo, también estaba una más complicada situación de enfrentamiento con los suyos, en cuanto al hecho de que era capaz de arriesgar la vida, de ser necesario, en caso de que no se le permitieran trascender los caprichos de su vida. Tal parece que la amenaza se cumplió puntualmente. 311


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Hasta hoy, pasados casi 20 años de su muerte, no había escrito algo acerca de este diestro que causó las debidas conmociones en el ambiente taurino mexicano, hasta arrancarle el letargo en que luego llega a caer la fiesta, la que, de modo permanente pide a gritos su estado de reposo, pero un reposo de dicha, con los acontecimientos palpables de grandeza que con frecuencia llega a padecer. Estamos en el año 2003, y apenas han comenzado a surgir auténticos nombres que le permiten ese deseo al espectáculo taurino. Allí están Eulalio López “El Zotoluco”, Ignacio Garibay, José María Luévano o Fermín Espínola, a quienes he hecho alternar con Valente Arellano, la ausencia más importante de este cartel que no ha de celebrarse. Valente Arellano, in memorian. A VALENTE ARELLANO Fuiste grito de angustia Y alarido De triunfo al rojo vivo En río de sangre desbordado. Incontenible En la arena de los ruedos Nada ni nadie pudo detenerte. Y los rezos y ruegos De tu gente devota Te pusieron a salvo en la derrota. Pero náufrago eterno En el río luminoso Ya se cernía el invierno Sobre tu primavera florecida Como herida Mortal, inclemente, Valente Arellano. Y no caíste, no, Ante las astas Del toro que te diera Nombre y fortuna, Fama y jerarquía. Fuiste víctima más Del cruel asfalto, De la velocidad, Del sobresalto, De la tecnología desesperada Que en una madrugada Al borde y desamparo Del Valle del Silencio Dejó en suspenso El tesoro más caro,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. El valor más amado De la Fiesta de Toros. Y te lloramos todos Valente Arellano, Pero muy, mucho menos De lo que te queremos, De lo que te admiramos. Oíste el gran reclamo Y te apagaste, lucero Del ruedo Nazareno. Mas no te olvidaremos Por hombre y por torero De los ruedos primero VALENTE ARELLANO..158. Alférez

NOTA: Me parece que las cuatro imágenes seleccionadas se convierten en algo así como “cuatro canciones sin palabras”.

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Juan Manuel Alférez Chavarría (Alférez): POESÍA Y RETRATOS TAURINOS de (...). Apuntes de: Cobo, Álvarez, Solleiro y José Daniel. Presentación de Roberto Diéguez Armas. Prólogo de Rafael Solana. 2º ed. México, Banco Nacional del pequeño comercio, SNC, Miguel Ángel Porrúa, 1989. 125 pp. Ils., p. 113-114.

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¿QUÉ ES LO CLÁSICO EN EL TOREO?

Constantemente somos bombardeados por un verdadero dogma que entendemos como lo “clásico”; o en otros términos como “clasicismo”. Sin valernos de diccionarios, enciclopedias o libros que han hecho tratado de este término, me atrevería a apuntar que lo “clásico”, o el “clasicismo”, independientemente del periodo histórico que lo define, es un entorno que por su consistencia –estética, en este caso-, deja huella perenne, hasta entenderlo no solo en su momento sino en otros posteriores y más alejados. Por ejemplo, ya no se sabe muy bien si la música “clásica” es simplemente música de concierto. ¿Por qué Beethoven sí y Penderecki no? ¿Por qué Miguel Ángel, ya no tanto renacentista, “clásico”, incluso universal, y no Sebastián, escultor mexicano? ¿Por qué Belmonte más que Ordóñez o viceversa? Entonces, ¿dónde queda el “clasicismo; qué es entonces lo “clásico”? “Clásico” es lo que queda y permanece, “clásico” es lo que perdura por encima de pasajeras circunstancias que por inconsistentes se desvanecen, enfrentando la solidez de una circunstancia que garantiza al individuo el uso de formas y métodos confiables, como instrumentos no solo de interpretación sino de proyección, lográndose de ese modo lo perdurable, independientemente de las expresiones particulares y diferentes de creadores que se amparan en ese modo de creación e interpretación, e incluso, en su maleabilidad, lo modifican, pero sin separarse de los límites establecidos. Esos “límites establecidos” no son un cerco. Al contrario, se enriquecen, manteniéndolo plenamente vivo, al grado de que hoy día, entre la modernidad, la postmodernidad y lo iconoclasta en donde se mueven diversas expresiones de la técnica o la estética, convive con ellos lo “clásico” sin posibilidad de conflicto alguno, porque esas expresiones se identifican, respetando su territorio. Y en los términos estrictamente taurinos, lo “clásico” y el “clasicismo” permean con una fuerza indescriptible pues de ambos depende –en buena medida- su pervivencia. “Clásicos” son Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa o “Manolo” Martínez, las tres columnas 314


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fundamentales del toreo en el siglo XX mexicano. Esto quiere decir que otros no lo fueran, pero ha habido barrocos, postmodernos, nacionalistas, iconoclastas o heterodoxos. Es decir, que al no estar reñidos, fortalecen la expresión conjunta del espectro universal. He aquí que lo omnipresente de lo “clásico” no lo abarca todo, pero sí una gran mayoría. No abarcará todo, pero sí lo comprende todo, como una obra sinfónica. ¿Confusión, juego de palabras o de intereses para ajustarse a la conveniencia más apropiada? Quizá. El hecho es contundente. Hay una condición de lo “clásico” y el “clasicismo” que campea orgullosa incluso en estos tiempos que ya rebasaron la barrera del siglo XXI, cuando el espectáculo sigue y seguirá cuestionándose por el fuerte contenido de anacronismos que carga desde hace varios siglos. Esto parece ser un obstáculo para que se considere que entonces lo “clásico” se enfrenta a esa enorme carga secular, y no hay más remedio que presenciar un despliegue minimizado del “clasicismo”, como intento y no como sólida presencia. Además, lo “clásico” en su concepto expresivo por parte de los toreros, se empantana en la ociosa declaración venida del reino de los lugares comunes de que son unos “clásicos”, si para ser “clásico” es lo que queda y además permanece. Y si el ejercicio de ciertos matadores corre el riesgo de su efímera declaración, entonces esta debe ser capaz de hacer permanente lo que tiende a desaparecer. En una rebuscada metáfora, intentan salvar lo irremediable, hacerla pervivir durante su recorrido activo y además trascenderla por la vía de los recuerdos que sostienen ese andamiaje viajando en la memoria colectiva, a través de la transmisión oral que, de generación en generación hacen posible y tan vivos a Gaona, “Armillita” y a “Manolo”, a pesar de que ellos ya dejaron este mundo, pero no sus hazañas que son finalmente las que asumen no la eternidad, sí la perpetuidad. Allí están –por ejemplo- las ruinas de diversos imperios: como el romano, el egipcio, el teotihuacano o maya que, con su sola majestad demuestran cuán grandes se manifestaron como aglutinamiento en tanto sociedad, cultura, economía, religión, conflictos bélicos y otras circunstancias que los integró como un todo en su tiempo. Y hoy, reconocemos esas capacidades, y nos admira, nos sorprende.

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Allí están, y vuelvo a reiterar los ejemplos “clásicos” de Gaona, Espinosa y Martínez como ese concepto mayor donde se concentra la summa de aquellas experiencias vivas, tangibles, que se han transmitido generacional, profesional y temporalmente y cada quien se ha convertido en modelo (la asimilación dependerá de nuevos actores, quienes establecerán su estilo propio, al cual sumarán –si así lo deciden-, matices de lo que ya es “clasicismo”). En este complejo de la realidad puede seguirse navegando sin llegar a ninguna conclusión concreta, porque la etiqueta de “clásico” no está permitida para todos, a pesar de que todos por obligación profesional tienen que matizar su ejercicio de esta condición para no distanciarse de ese ámbito y no entrar en la condición espacial de la utopía. He allí lo notable que puede ser el complicado pero a la vez sencillo concepto que es en sí mismo lo “clásico”, como condición y realidad que queda y permanece.

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LA LIDIA: UTOPÍA DE LA TAUROMAQUIA. I Hace unos días, al leer dos juicios críticos sobre la técnica del toreo, tanto José Carlos Arévalo como Paco Aguado, columnas vertebrales de 6TOROS6, me daba cuenta de lo lejos que estamos de los principios teóricos en cuanto se refiere a la forma de lidiar un toro. Es la utopía de la tauromaquia. Esa lidia –requiere por demás- de una idea básica de terrenos, de la colocación en los mismos, incluso si es para evitar en ciertos casos, por un lado, la incómoda presencia del viento; y por otro el riesgo siempre presente de un percance. Saber lidiar no solo es un aspecto el cual se encarga de dirigir el primer espada, conduciendo la interpretación de la obra, dejada llevar de la inspiración de cada uno de sus ejecutantes. Significa también, llevar la lidia, conducirla con mandato de imperio y autoridad. El caso de Antonio Bienvenida es ejemplar puesto que se ha convertido en paradigma para muchos toreros. Dicen que tuvo el acierto de saber andar en el ruedo, de dirigir y estar pendiente de la lidia, no solo de sus toros, sino del resto. Era, por lo tanto, un ángel guardián.

Antonio Bienvenida, uno de los grandes toreros y directores de lidia. Fotografía: Cano.

A lo que se ve, ser torero no solo significa superar y alcanzar esas aspiraciones, encumbrarse y gozar de privilegios. El torero en cuanto tal debe ser capaz de entender las condiciones y dificultades que ofrece un toro en el ruedo, también significa saber qué terrenos se pisan y como aplicar la eficacia en la lidia. Para ello, las tauromaquias han 317


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hecho su parte. Afortunadamente, las tauromaquias y su discurso se han ido transmitiendo oralmente de generación en generación, adaptándose a cada época que transcurre, pero sobre todo poniéndose al día. Es un tanto cuanto contradictorio hablar de un ejercicio antiguo puesto al día, ya que sus anacronismos resultan ser parte fundamental de la esencia del principio, de aquellas bases primitivas con las que un buen día se gestó la razón por la que el hombre de unas determinadas sociedades, tuvo para enfrentarse ante un ser animal con los solos recursos de sus habilidades físicas, apoyados por ciertos instrumentos y otras formas que le ayudaron a superar tal reto. Unidos al paso del tiempo, esos diferentes eslabones, permitieron las condiciones necesarias para construir una estructura capaz de integrarse en una auténtica profesión que, por varias razones requería de la especialidad que, junto a la habilidad y el valor, dieron como resultado el quehacer taurino sin más, con todo y la carga de todo ese sentido que lo condujo por el sendero que la convierte en profesión remunerada. No me detendré en especificar tales o cuales circunstancias que determinan ese recorrido, ese tránsito histórico a lo largo de varios siglos. Más bien, atenderé de ellas las que atañen a la elaboración de tratados técnicos, cuyo procesamiento supone la suma de experiencias acumuladas desde la que se considera primera tauromaquia de a pie, elaborada por un torero analfabeta pero experto en estos menesteres: José Delgado, quien encontró apoyo en José de la Tixera. Este, recogió la experiencia de aquel y la tradujo en un tratado capaz de explicar los secretos a que se enfrenta un torero. Pepe Hillo, siguiendo los principios establecidos de manera ortodoxa e implacable, da rienda suelta a su explicación con argumentos que demuestran su asimilación de la técnica, a la cual agrega su propia interpretación, argumento en el cual trasciende el arte y la inspiración por añadidura. Por lo demás, es muy probable que estemos viendo desarrollar ese oficio tal y como lo marcan esos principios que se remontan al lejano 1796, pasan por el rasero de la siguiente tauromaquia detentada por Francisco Montes Paquiro y Santos López Pelegrín, que circuló desde 1836; se confirman en las Tauromaquias de Rafael Guerra –al finalizar el siglo XIX-, y la de Federico M. Alcázar de los años treinta del siglo pasado, hasta que aterrizan en su real y auténtica explicación en la faenas apenas realizada en el último de los festejos. Ese largo transitar en apenas tiempo fugaces, efímeros, como es el toreo, 318


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pero suficientes para demostrar a cabalidad el grado de suficiencia al que ha llegado esa expresión, demuestra también ese otro grado de perfección al que se atiene el ejercicio tauromáquico. Como vemos, nada es casual. Se han construido muchos cimientos y grandes edificios para ese orbe taurino que se mantiene de pie en pleno arranque de siglo XXI. Esto quiere decir que, contra todos los pronósticos el toreo tiene garantías de permanencia, aún y cuando proviene de un espacio que no encaja en estos tiempos que corren, los cuales han superado la posmodernidad misma. Este fascinante andar nos ha obligado a detenernos en fundamentos vitales de la tauromaquia y para ello hay que trascenderlos, evidenciarlos hasta su máxima capacidad para decir cuan importantes resultan. Aquí, apenas algo se ha dicho al respecto. Sin embargo queda un largo camino que recorrer, esperando tener la capacidad para explicar sus misterios más profundos, que no lo son tanto, si para ello echamos manos de argumentos precisos. No basta decir que “el toreo es algo que se aposenta en el aire, y luego desaparece”. Requiere explicaciones precisas, fundadas en la experiencia secular del espectáculo; si así no fuera, seguiría hundida en el caos y la descomposición.

De Cayetano Sanz a Diego Silveti. La imagen de la izquierda proviene de la emblemática publicación La Lidia, de finales del XIX. La de la derecha, es una imagen captada durante la confirmación de la alternativa de Diego Silveti, en la madrileña feria de San Isidro del año 2012. (Fot. “opinionytoros.com”).

De todo lo anterior, tenemos que decir –una vez más- de cómo se ha perdido un valor 319


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que es recuperable: el de la dirección de la lidia por un lado. El de la lidia, sin más por el otro, estableciendo las condiciones necesarias para diferenciarlas. II Ahora bien, ¿qué fue lo tratado por Arévalo y Aguado? José Carlos destacaba la ausencia de lidia nada menos que en Madrid, esa catedral que se quedó sin cátedra por lo menos la tarde del sábado 4 de octubre, solo con la inquieta, absurda y arrogante actitud de los del “siete”, ese tendido plagado de iconoclastas y extremistas que ni el molesto viento impidió que fueran lanzadas –y bastante lejos- todas esas actitudes perversas, alejadas de la natural aceptación del toreo, sin alteraciones pues ya se sabe, las Ventas de Madrid es la cúspide de las aspiraciones de todos quienes participan en el espectáculo: toreros, ganaderos, empresarios, prensa, público. Esa plaza es la universidad, es el punto culminante del que dependerá el futuro o el ostracismo de quien desee pasar por ahí. Nada fácil para nadie en la papeleta. Veamos el apunte de José Carlos Arévalo. Sólo he visto, en la plaza, una corrida de la última Feria de Otoño, la primera del serial. Se corrieron toros de El Pilar y dos sobreros de El Sierro. Fue una corrida boicoteada por el viento, por el 7, por el sistema taurino imperante, y, en parte, por los toreros. Empecemos por los últimos. Pecaron de obedientes. Por no cambiar la lidia de terrenos, como indicaba el viento, para no incomodar a los intransigentes del 7. hace años vi, en idénticas circunstancias, cómo Bienvenida, Ordóñez, y muchos otros, recibían al toro, con su peón, en el burladero del 4 porque así lo aconsejaba el viento, y luego lo picaban en el 5 porque, guarecidos del viento, ahorraban capotazos inútiles al morlaco. Aquellos toreros sabían que una corrida de toros no es un tentadero, sino algo mucho más serio: el toro va a morir y es prioritario a cualquier otra consideración, torearlo, darle la lidia que las circunstancias requieren. Eso hubieran debido hacer las cuadrillas aquella tarde, pues así lo indicaban las banderas y los papeles, quietos en torno al burladero del 4. y si protestaban los del 7, oídos sordos, y si se lo reprobaba el delegado de autoridad, que le recordaran quien dirige la lidia. El viento provocó capotazos sin cuento, que desarbolaron las embestidas y provocaron peligros innecesarios. Únicamente Morante se decidió, en el último tercio del quinto, a proceder como un lidiador. Su faena, la que podía ser con aquel viento y aquel toro, tuvo torería, valor y aroma antiguo. La disfruté con tristeza por culpa de esa minoría intolerable que une el desconocimiento a la falta de sensibilidad. En otros tiempos hubiera puesto en vilo a los aficionados. Pero el patio ya no quería ver torear. Y si hubo toreo cada vez que Morante se hacía presente, lo ignoraron. Peor para ellos y para la plaza. La verdad es que el público estaba cabreado porque los toros de El Pilar se caían o no embestían. Normal, el viento disloca los engaños y rompe las embestidas. Pero, además, no eran toros hechos para embestir, por mucho que los enterados argumenten que, procedentes de Aldeanueva, son animales de gran volumen. No es cierto, con esa altura de agujas, con esos pechos, con esos morrillos achichonados, con esas carnes, no embiste ni el toro que creó la ganadería (...).159

6TOROS6, Nº 485, del 7 al 13 de octubre de 2003., p. 3. “Prosigue la campaña antitaurina en Las Ventas”, por José Carlos Arévalo. 159

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Esto, y un poco más de añoranzas y rigurosos análisis desplegó en su acostumbrado “editorial” el buen amigo José Carlos. Como ya hemos visto, esa tarde toreaba Morante de la Puebla, el que por ahora es heredero seguro –junto a Javier Conde, que también alternó con José Antonio, y que le confirmaron la alternativa a Salvador Vega-, de los sitiales dejados por Curro Romero y Rafael de Paula. Parece ser que la sucesión, que ocupar las sillas desocupadas en la Academia de Tauromaquia no permitió ni al tiempo ni a la especulación dar motivos de rumor o de espera. José Antonio Morante, joven aún, con amplios conocimientos en su quehacer fue ignorado por los iracundos e intachables del 7, y no porque fuera primer espada –en ese caso lo son los tres espadas, con el consiguiente y respetuoso trato o deferencia que lleva, eso sí, el de mayor antigüedad-. José Carlos Arévalo destaca que uno de los toros no fue picado en terrenos apropiados y eso, quiérase o no, marca el resto de los acontecimientos en la lidia de un toro. Para muchos de los “dogmáticos” pasó desapercibido y ello es muestra de que, por encima de apariencias, hay desconocimiento, una ignorancia protegida por el reclamo visceral e inconforme, siempre inconforme de aquellos que se hacen pasar por auténticos conocedores. Las corridas de toros son un espectáculo plagado de intocables, pero también de “intolerables”,aficionados que lo dicen saber todo y lo vociferan a los cuatro vientos. ¡Cuidado con ese tipo de personajes! Son peligrosos, pero lamentablemente tienen seguidores que son legión. Aquel aficionado inteligente no se exhibe ni se pone en evidencia con ese tipo de actitudes. En todo caso es prudente, sereno, conciliador y sabe equilibrar los razonamientos. Por lo demás, se trata de una gran lección que nos recuerda que no podemos descuidar el curso de la lidia. Por su parte, Paco Aguado anotó: Durante casi tres siglos, la Tauromaquia ha ido evolucionando y desarrollando las claves de la técnica con que afrontar la lidia y muerte de reses bravas. Desde los inicios de la corrida moderna han sido muchos los intentos de redactar, casi con intenciones científicas, catones y normas a seguir por los nuevos espadas, especies de guías profesionales con vocación totalizante que, a medida que avanzaba el toreo iban quedando obsoletas por culpa, como en todas las artes, de aquellos hombres que eran capaces de descubrir nuevas fronteras y de hacerse preguntas distintas. Aquellos del siglo XIX eran tiempos de arranque, de descubrimientos, y el vacío de pericia de los espadas era tal, y tan duro y sangriento el aprendizaje, que esos afanes se centraban básicamente en conocer y dominar los instintos y querencias de aquellos toros imprevisibles, apenas seleccionados, para reducir en lo posible las muchas dificultades que su lidia debía entrañar. Pero llegado el siglo XX, con el peto y la depuración de la casta, la lidia se simplificó en busca de otros resultados. Y la propia evolución de la corrida como espectáculo artístico, aceptado unánimemente por los públicos, fue dejando a un lado cuestiones del oficio de torear que, pese a todo,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. siguen siendo fundamentales. Pueden haber cambiado los gustos y el sentido de la corrida, pero la lidia, el conocimiento de las suertes y de las condiciones de los toros, es el único y auténtico armazón del toreo. No ya como parte primordial del espectáculo –el alarde de esos conocimientos era lo que más se valoraba en los maestros decimonónicos- sino como sustento técnico de esa expresión artística que busca y justifica el espectáculo actual. Es ahí donde radica su vigencia.160

Y sigue la lección. De pronto, ambos apuntes producen un sacudimiento para reflexionar que el arte consumado del toreo es una circunstancia de la que con frecuencia nos olvidamos de su sólida estructura para dedicarnos a sondear por los territorios de algunos sucios rincones, donde va a juntarse una basurilla capaz de ocasionar escándalos de banqueta o de tendedero, pero no la discusión inteligente y respaldada por elementos como los que acabo de recoger. No quiero decir que ni Arévalo ni Aguado sean profetas, pero sí un par de plumas reconocidas, capaces de reflexionar en materia tan compleja como es la de comprender el sentido de la tauromaquia en toda su dimensión técnica y estética, las cuales, vaciadas en el molde de un torero –cualesquiera que este sea, pero con las capacidades de manifestar esas expresiones- terminan demostrando que la tauromaquia tiene sentido, mucho sentido.

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Op. Cit., p. 4. EN EL SITIO. “Desviaciones de la lidia”, editorial de Paco Aguado.

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DAVID, ¿POR QUÉ TE ABANDONASTE? La ronda macabra llamó a su puerta, sin que nadie advirtiera que Juan Belmonte o “Nimeño II” vinieran en espíritu hasta Salamanca para reclamar compañía a ese ejemplo de virtud torera que fue David Silveti (3 de Octubre de 1955-13 de noviembre de 2003), pero que la gloria le negó el paso al territorio de los “mandones” dada la vulnerabilidad de su cuerpo. Esa fragilidad casi de cristal, que cuando quedaba rota, se resistía a ser echada de la escena, no pudo ahora con toda la consecuencia y acumulación de circunstancias ocurridas durante su accidentada carrera, en la que, a pesar de todo, pudo ser capaz de sumar 551 festejos toreados, lo que, para su estado físico resulta toda una hazaña.

Tu toreo, tu toreo nos marcó con fuego de pasión torera, como pocas veces lo ha experimentado toda esa afición que nos entregamos a ese quehacer sumido en el embrujo en donde cada lance o cada pase tuyo, se convertían en lentos y mortales episodios de tragedia. Estábamos sumidos en tu propia angustia. Cada momento era el drama mismo. Sin embargo, el drama era un trasvase inmediato de belleza y de arte, que solo bastaba algo de ti –que era mucho, sin embargo-, para quedar exhaustos y agradecidos de que esa concesión estética, soportada en débil estructura física, se convirtiera en la experiencia pasional absoluta, que se nos fue hasta el fondo mismo de la memoria, a ese territorio donde los recuerdos brotan como manantial. No todo en el toreo es fácil recordarlo. Pero lo tuyo fue el recorrido privilegiado por un museo donde puede mostrarse de vez en cuando lo mejor de su colección. Y más aún, si ese recinto guarda las colecciones más importantes del arte en sus más diversas y enigmáticas manifestaciones. No he de preguntarte ahora qué te orilló al suicidio, cuando cada tarde morías un poco.

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Creo que al final, casi nada quedó de ti y aún así hubo dos tardes explosivas, rotundamente violentas que pusieron al descubierto el que puede ser tu último gran esfuerzo, telúrico, de estaturas inimaginadas, poseído por los duendes, y el aquelarre juntos.

En tarde triunfal. Fotografía: Alfredo Flórez.

Lamento tu partida. De la primera de esas tardes, rescato de mi bitácora lo siguiente: (...)LA BREVEDAD MARAVILLOSA DE DAVID SILVETI QUE LOGRA RECUPERAR ALIENTOS EN UNA FIESTA SOMETIDA. Apuntes para la décima primera corrida de la temporada 2002-2003. David Silveti, Manolo Mejía y “Finito de Córdoba”, con seis toros de Fernando de la Mora, ocurrida el domingo 12 de enero de 2003, en la plaza de toros “México”. (...) Indudablemente David Silveti fue quien salvó la tarde de la inanición. Sus males óseos, su fragilidad recalcan aún más la que pudiera ser una deliberada puesta en escena, que además le va muy bien, pues se mueve como príncipe en palacio: con majestad y aires de “lord” inglés, cuya flema podría ser – para algunos-, harto chocante. Ya lo decía Artemio de Valle Arizpe, “cuando en mi casa estoy, rey me soy”. Pero eso, ¡qué importa!, pues viniendo del llamado “Rey David”, nada de esto parece incómodo a la afición que celebró su retorno a la plaza de sus anhelos. Es decir, de alguna manera, la plaza “México” recuperó a un torero con personalidad quien tuvo que lidiar a sus dos enemigos bajo cuidados extremos por parte de su cuadrilla, debido a que no contaba con la capacidad suficiente en sus piernas para moverse con tranquilidad y salvar cualquier apuro, cosa que ocurrió en varios momentos, los cuales no pasaron del sobresalto. Como intérprete de la “verónica”, hace gala de exquisitez. Se recrea y al hacerlo de este modo, dicho lance recupera su valor original, expulsando literalmente a los mercaderes que han tergiversado esa magistral interpretación, haciéndolo pasar como cualquier cosa, y no como dolorosa y bella expresión que recuerda a Verónica, esa mujer que se lanza –en la ruta del Calvario-, a enjugar el sudor y la sangre de un Jesús camino al martirologio con la cruz a cuestas. Y vaya momentos de intensidad, de belleza, de creación y de sentimiento, que en los brazos de Silveti, la “Verónica” no solo se mece, sino que adquiere perezosa dimensión, en por lo menos esos cuatro lances magistrales y la media con que remató tal portento durante los momentos iniciales de la lidia de su segundo “enemigo”. Esa circunstancia la valora a fondo la afición y se siente retribuida en algo de lo mucho que ha perdido la fiesta en su extrema estandarización, por mencionar apenas uno de esos factores que han atenuado sus principios a lo largo de muchas décadas.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. David Silveti nos permite recuperar el aliento que como aficionados hemos perdido en la noche de los tiempos... inútiles, donde ha transcurrido apenas una ligera insinuación de que sigue existiendo la fiesta, sometida, subordinada a los dictados y caprichos de ciertos y oscuros personajes que han manejado tamaños intereses que desvían de su curso original la nobleza de ese río histórico que no proviene de una casualidad, sino de una circunstancia concreta que dentro de 23 años exactos cumplirá el medio milenio de andanzas en este espacio llamado México. ¡Con qué aires de majestad se movió en escena David Silveti! Como ya vimos, no bastaron aquellos cuatro portentos y medio en la verónica. También con la capa logró en ambos ejemplares otros dibujados lances por gaoneras, tafalleras y por chicuelinas andantes. La faena de ese segundo que, en su conjunto fue una demostración limitada de recursos, sometida por el sobresalto, tuvo por momentos, esencia pura que la paciencia de cada uno de nosotros supo entender, ya que hacía mucho tiempo no gozábamos no tanto el prodigio de lo caudaloso; más bien eran apenas unas cuantas notas de imponente sinfonía la que, a la manera de Bruckner o de Malher nos conducen al sobresalto. No de otra manera, sino de esta es como se dio el reencuentro con lo sublime, con lo perfecto que quiere la vida de ciertas cosas y sucedió como un milagro. Ya en otro texto he plasmado mi principio declarándome agnóstico, porque creo en el misterio. Y a esto no le agrego –por ahora-, mi escepticismo, que al poner en duda el dicho misterio, desmorona la obra “llena de gracia, como el ave María”, que nos ofreció el milagro de la vida que se llama David Silveti. De regreso al quehacer de David Silveti, inconmensurable, fuera de toda dimensión, donde lo cuantitativo quedó rebasado por lo cualitativo. No era necesaria una faena de muchos pisos (de muchas series). Bastó con aquellas pinceladas surrealistas -¿acaso cubistas?- donde dichas obras en los lienzos por ejemplo- están recargadas no tanto en color, sino en idea, en construcción concreta, capaz de obligarnos a pensar con mucha mayor noción y no de pasar de largo ante ese mismo microcosmos estético. Eso produjo David que, con su misma debilidad no pudo rematar a sus ejemplares correcta y debidamente. Pero aún así, en el cuarto de la tarde fue obligado a salir al tercio y la vuelta al ruedo resultó merecida, muy merecida (...)

A partir de este momento, todo el cúmulo de maravillas que desplegaste tendremos que revalorarlo de otra forma. Imposible no recordar ahora mismo la verónica en manos de David Silveti, lance que en tus manos adquirió una dimensión distinta, sobria y elegante, con un reposo, como el que requiere ese nombre para comprenderlo perfectamente a la luz de una tersura inexplicable en otras manos. Entre los elegidos, cumpliste con el cometido exacto y puntual de saber bordar ese lance sin los descompuestos estertores de otras manos y otros pies que no supieron valorar tamaña dimensión. ¡Qué forma de padecer en la vida! ¡Qué forma de padecer la muerte! Resulta difícil entre los toreros, la construcción de una impronta que los caracterice de por vida. Ya lo dijo el peculiar estilo de Rafael Avilés “Lumbrera chico”: Silveti estaba petrificado porque era incapaz de mover las piernas, extendía la muleta (prolongación de la mano) y la hacía girar en redondo y por abajo en pases de trazo corto pero de enorme emoción, porque todos sabíamos que en caso de un derrote, un extraño, una distracción del cornudo, sería empitonado y caería al suelo partido en muchos pedazos. Era un gesto de autoinmolación, como se supone que debe serlo en todo momento el toreo, que por eso es arte y no negocio de mercachifles. Y cómo le temblaba la mano izquierda cuando no la apoyaba contra la nalga para disimular su espanto, y cómo sonreía con pavor mientras el hocico del hico le arrojaba un chorro de aire caliente al corbatín y los pitones le rozaban los dibujos de la taleguilla. Pocos artistas de hoy, cualquiera que sea su disciplina y género, han manifestado con tanta fuerza la profunda insatisfacción de nuestra época, la enorme estafa que nos propone este siglo, la cristiana infelicidad a la que tratan cínicamente de resignarnos. Silveti luchó con todo lo que tenía a su alcance –un ego del tamaño del mundo (sin el cual jamás

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. habría sido artista), un estoicismo ilimitado, un misticismo que a la hora de la hora pesó menos que su sentido de la dignidad –y con esas armas cayó peleando, pero una vez que se encontró vencido, en vez de aceptar la compasión general como homenaje, la cristiana resignación como recompensa, terció la muleta, entró a matar por derecho y dejó un estoconazo hasta los gavilanes en todo lo alto en su pobre espejo. A ver quien borra eso...161

Y aunque tu tauromaquia haya estaba fundamentada por el sobrio lance a la verónica, y aquella otra brevedad consistente en la construcción estruendosa del quehacer muleteril, soportado por el natural y el natural ayudado, eran esas realidades de arriesgarlo todo, esos generosos y lucidos remates entre serie y serie; o lo que es lo mismo, ese toreo por la cara ya desaparecido, el sello de toda tu entrega. No podía pedírsete más, si ya el sacrificio se había consumado. Es más, sabiéndote poco certero con la espada, para qué exigir el fin de todo si con lo que habías sido capaz de concedernos, era suficiente para habernos sentido satisfechos, como cuando el pecador, tras haber recibido la comunión, percibe un descanso espiritual de volver a Cristo, tras haber sido tentado por Satanás, del que se ha liberado.

Col. del autor.

Tu toreo, y para decirlo de una vez, “detuvo el tiempo”, frase que acuñó el desaparecido compositor Salvador Moreno, que algo de esto dijo cuando escuchó cantar a la memorable Monserrat Caballé en la sala Nezahualcóyotl hace ya algunos ayeres. Dice Moreno que al concluir aquel recital, toda la asistencia quedó atónita, fuera de sí, sin 161

La Jornada, Nº 6906, del 17 de noviembre de 2003, p. 19 a.

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poder articular conscientemente su respuesta más inmediata y por tanto, eufórica: la ovación. Esta reacción ocurrió en el momento en que se dieron cuenta de lo que habían sido testigos. Del silencio misterioso, se pasó a una atronador aplauso, o lo que es lo mismo, regresaron a la realidad tras haber sido envueltos por el manto seductor de aquella voz indescriptible y única. En fin, David Silveti, has provocado en nosotros diversas y encontradas reacciones por tu muerte repentina. Ya no tiene caso hablar de ese momento amargo con el que recibimos la dolorosa noticia. Ahora, es necesario establecer los parámetros de “tu” propia tauromaquia de la que apenas hemos hecho algunos esbozos. Espero que el tiempo sea capaz de proporcionarnos los elementos y las herramientas indispensables para descifrar el contenido de tan soterrado misterio y entenderte como torero.

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TERCERA PARTE. SIGLO XXI.

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LA PARADOJA DEL TOREO MEXICANO. PRIMER LUSTRO DEL SIGLO XXI. I Paradoja,162 en su más amplio sentido, y según nos lo dice Nicola Abbagnano es, como sigue: Lo contrario a la “opinión de los más”, o sea al sistema de creencias comunes al que se hace referencia, o bien, lo contrario a principios que se consideran bien establecidos o a proposiciones científicas. (...) Paradoja es la totalidad de la fe según Kierkegaard, porque todas las categorías del pensamiento religioso son impensables y no obstante la fe cree todo y asume todos los riesgos. Kierkegaard vio en la paradoja la relación misma entre el hombre y Dios: “La paradoja no es una concesión, sino una categoría, una determinación ontológica que expresa la relación entre un espíritu existente y cognoscente y la verdad eterna” (Diario, VIII, A 11).163

Pues bien, bajo estos principios es como pretendo realizar un balance sobre lo que ha significado el avance o retroceso de la tauromaquia mexicana, si es que estamos entrando en un terreno donde van a ser frecuentes las contradicciones u opuestos en el discurso positivo o negativo –maniqueo, al fin y al cabo- que impera en la condición más profunda de un espectáculo sometido a este tipo de encontradas condiciones reflexivas. La paradoja, en tanto reflexiva, mueve a contradicciones, pero también a la negación de lo bueno, del otro; es también lo diametralmente opuesto y otras condiciones maniqueas. Sí, tenemos que reconocer cual es esta más o menos condición de la tauromaquia en México, ahora que ya se recorrió el primer lustro del presente lustro. De un primer balance nos encontramos ante una severa crisis de valores. Es cierto, debemos reconocer el elevado número de aspirantes en la novillería y también entre las filas de los matadores. Sin embargo, son muy pocos, contados incluso los que figuran como sobresalientes y no siempre subidos en el galopante caballo de las guerreras batallas. Esto es una paradoja, como paradoja es la nula presencia de los nuestros en el extranjero. Pareciera que los pésimos manejos diplomáticos de este sexenio cuyo desenlace urge, estén convertidos en el espejo de cuanto es la imagen mexicana en los foros internacionales. Debo el motor o estímulo de estas reflexiones a la reciente lectura de El lenguaje del músico, discurso de ingreso al Colegio Nacional del eminente músico y compositor Mario

162

Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de los hombres. // Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera. // Figura del pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción. 163 Nicola Abbagnano: Diccionario de filosofía. Traducción de Alfredo N. Galletti. 7ª reimpresión. México, Fondo de Cultura Económica, 1989. XV-1206 p., p. 888.

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Lavista, ocurrido hacia 1999. Avanzada su lectura, Lavista cita a John Cage quien en su libro Silence apunta: “Donde quiera que estemos lo que más oímos es ruido. Cuando lo ignoramos nos molesta. Cuando lo escuchamos nos parece fascinante”. Sonido y silencio, dos expresiones que entran en conflicto. Son contraste, son ambivalencia, es bipolaridad incluso. Es uno en oposición del otro. Es paradoja. Y Alejandro Rossi, quien contestó el discurso del autor de Reflejos de la noche afirma lo dicho por Lavista a partir de lo que un crítico musical alemán, Eduard Hanslik expuso en 1854 en Vom Musikalisch-Schönen definiendo el “Purismo musical” así: La diferencia consiste en esto: que en el lenguaje el sonido es sólo un signo, o sea, un medio para expresar algo completamente extraño a este medio, en tanto que en la música el sonido tiene importancia por sí mismo, es decir, es finalidad por sí mismo. La belleza autónoma de las bellezas sonoras aquí y el absoluto predominio del pensamiento sobre el sonido como sobre un puro y simple medio de expresión allá, se oponen de manera tan definitiva que una mezcla de los dos principios es una imposibilidad lógica.164

Esto es, sonido se convierte en el necesario elemento de estímulo que nos produce reacciones emocionales colocadas en el límite del vértigo, de lo inconcebible, del orgasmo en el que habitan en ese solo instante fantasmas y fantasías. Pero cuando el silencio invade estos territorios (recordemos que el propio Cage aporta un “sonido” a la música con su famosa y radical 4´33” en la que el único elemento que se indica en la partitura es la duración, Mario Lavista dixit) el propio silencio no dice en concreto nada, a no ser que sea capaz ese espacio o esa dimensión en provocar reflexión, meditación, dolor o tristeza. De ahí que el discurso del toreo actual podría navegar entre sonidos y silencios. Unos y otros por extrañas razones causan emoción y desagrado. Pero esa emoción y ese desagrado constituyen complejos síntomas que lindan con la paradoja. Doy un ejemplo: No se puede hablar del Quijote sin haberlo leído. No se puede hablar de toros sin tener alguna experiencia acumulada. Y aún más. Una mujer puede ser bella, pero no el paradigma. Es decir, la belleza al principio nos emociona, nos cautiva, pero la belleza al cabo del tiempo puede cansar, puede perderse incluso y ser, sobre todo con el tiempo antítesis de su propio origen. 164

Mario Lavista: El lenguaje del músico. Discurso. Alejandro Rossi, respuesta. México, El Colegio Nacional, 1999. 59 p. Fot., p. 54-55.

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El espectáculo de los toros está poblado de sonidos y silencios, de tantos humanos que son espejo de esa paradoja: sonido-silencio. Pero el espectáculo se articula con una población fija y mutante, más de la segunda que de la primera y esa segunda puede ser la causante de los conflictos en que aquellos que son fijos o estables a veces enfermizos, a veces dogmáticos y radicales; ora nostálgicos, ora puristas. Con esas condiciones se enfrentan a la posible ligereza de los demás que asisten más por circunstancia y curiosidad que por convicción. Pero todos ven un espectáculo al modo de sonido y silencio, acorde a la tonalidad y a la nada. ¿A dónde voy? Al punto donde surgen todas estas emociones-desilusiones: el ruedo. Y en él, un toro y un torero cumpliendo una vez más con el acto sacrificial en plena modernidad. Esto es, la razón originaria vs. su propio destino. ¿Cuánto de pureza conserva el toreo? ¿Cuánta corrupción puebla sus entrañas? A esa paradoja voy. Cuántos negarán lo positivo y cuántos aceptarán lo negativo. Este maniqueísmo ha operado siempre causando las más polémicas posibles, absurdas unas, legítimas otras. ¿Pero qué es lo absurdo y lo lógico si los confrontamos con la verdad absoluta? Absurdo-lógico enfrentado a esa “verdad absoluta” no nos va a traer sino un complejo análisis que tendremos que dejar como se deja en sus primeras páginas una mala novela, por ejemplo. Debemos, en todo caso tratar de convenir con otro tipo de verdad: la relativa en este caso para no caer en extremismos dogmáticos y radicales. Sin embargo relación toro y torero se funden en la lógica de un solo principio: toro de cinco, torero de veinticinco, como reza la conseja. Esa sería la lógica más llana a cumplirse como cuando se oficia, a la vista de muchos ojos y muchos pensamientos el ritual de la misa. Toda esa grey o comunidad cree –en esos momentos-, en la sangre y el cuerpo de Cristo, cuando que lo único a su vista, es una hostia y una copa dorada a la que se acaba de escanciar una porción de vino. Y sin embargo, son la sangre y el cuerpo de Cristo. Toro en el ruedo, a la vista de quienes asisten a la plaza es o debe ser, a la vista y conciencia de todos algo simplemente como esto 2 + 2 = 4. Y me supongo que esto no convoca al engaño, pero son otros los que pretenden desequilibrar la sencillez de esa ecuación. De ahí la paradoja más profunda, la que se ve alterada por el descrédito de la 333


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mentira. Pero aún así, hay quienes ven la hostia y el vino como el cuerpo y la sangre de Cristo, constituidos en una oblea de harina y un vino de mala calidad que emborracha sacerdotes, mientras estos, en su pésima condición pueden dar incluso, un tono distinto a su sermón, atentando contra lo establecido en su doctrina, de ahí que quienes detentan muchas veces el poder se conviertan en manipuladores, en ejes del mal. Esa es la tremenda y desnuda realidad del toreo, la que nos hace creer que son toros y no novillos o viceversa lo que sale al ruedo para ser lidiado por hombres o mujeres vestidos en sacerdotales ropajes exclusivos de una fiesta-ceremonia secular y milenaria. II Ya abordamos la primera y más tremenda paradoja: la del sonido y el silencio, la de la hostia y el vino, cuerpo y sangre de Cristo. En otras palabras, la del toro que nuestros tiempos modernos y la costumbre le han establecido mayoría de edad a partir de los cuatro años cumplidos, así como un fenotipo específico. Ahora veamos la que corresponde al opuesto geométrico, es decir, analizamos ya la horizontal. Veamos la vertical: el torero. De nuevo es Lavista el referente gracias a una pequeña cita de su discurso en el que apunta: “...en Estados Unidos Ferry Riley y Steve Reich escriben obras minimalistas, cuyo principio estructural se basa en la repetición y transformación constante de unos cuantos elementos...” He dicho en otros apuntes que el progreso del arte y la técnica han llegado a su más acabada expresión, que parece ya no habrá más que hacer sino depurar, pulir, refinar esa manifestación para que, en 20 o 50 años se conciba como otro capítulo que por ahora desconocemos cómo habrá de desempeñarse. Sin embargo, opera el principio minimalista al que ha sido reducida una rica, riquísima expresión del arte y la técnica tauromáquicas, acordes con los tiempos que van corriendo. El minimalismo más claro es esa síntesis de dos o tres lances con el capote, y otro más o menos variado pero limitado repertorio muleteril, como si con eso se consagrara la versión más moderna del toreo, aproximación legítima, resultado concreto y hasta lógico que los toreros han pretendido dar –por ahora- a su oficio. En música, la tonalidad reinó durante 300 años, pero se hizo necesaria la llegada de 334


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aires renovadores con lenguajes como la atonalidad, el dodecafonismo y el serialismo, la bitonalidad y la bimodalidad. El ya conocido minimalismo y hasta la electroacústica, medios todos ellos que están al servicio del sonido. En los toros, las tauromaquias de José Delgado y Francisco Montes (1796 y 1836 respectivamente) están superadas. Ya lo dijo José Carlos Arévalo en recientes apreciaciones editoriales. El actual director de la revista 6TOROS6, quien ha abrevado y ha hecho suya la obra de José Alameda, reconociéndola ya como fuente indispensable, se sustenta en ella para afirmar: Las corridas de toros siempre respetaron celosamente el rito. Pero el toreo es una de las artes más evolutivas. La lidia ya codificada en tres tercios absolutamente definidos, la de los tiempos de Paquiro, nada tiene que ver con la lidia actual. Es posible que ni los aficionados más conocedores supieran seguirla, comprenderla, sentirla, si pudieran verla hoy tal como era ayer. Pero no la cambió el rito, que permanece inalterable, ni los reglamentos posteriores, que la sometieron a ley, sino el arte del toreo. Es decir, las historias que el hombre es capaz de contar con un toro: su actitud ante el peligro, su capacidad para trocar la violencia del animal en una cadencia estética impuesta por su sabiduría y por su sentimiento.

Pero viene aún algo muy importante: Ni Joselito, ni Belmonte, ni Manolete tuvieron que cambiar una coma de los reglamentos a los que sucesivamente se sometieron para que las corridas, siempre iguales, fueran distintas. ¿Quién le impuso a José la regeneración, por él ordenada, de la suerte de varas para que abriera el camino hacia un mayor repertorio del toreo de capa? ¿Le protestaron las cuadrillas cuando les ordenó abandonar el ruedo durante la faena de muleta? ¿Qué reglas rituales contradijo Belmonte para hacer del toreo un acto dramático más estético? ¿Qué ley hubiera tenido potestad para impedir el toreo versificado en series de Manolete, ese hallazgo que transformó y amplió hasta en su misma esencia la faena de muleta?165

¿Qué destino, qué futuro, qué fin se pronostican para el toreo? ¿Meras paradojas o realidades nuevamente tangibles a la luz de los tiempos que, de aquí en adelante correrán augurando lo hoy imprevisible? Recordemos que el protagonismo en la tauromaquia se encuentra detentado por los españoles y un puñado de mexicanos, latinoamericanos y franceses. Pero México, en ese sentido, no se ha adherido con justicia al concierto de las naciones. La marginación no es gratuita, pero se ha dado por otras razones. Servilismo, malinchismo y ninguna capacidad para compartir con esa avasalladora maquinaria que mantiene o sostiene una auténtica industria, y no el simple negocio o “changarro”, esa triste y peyorativa realidad que predomina en nuestro país, en uno de los sexenios más mediocres que hemos padecido. A ese fenómeno –por desgracia- nos hemos acostumbrado como parte de las pocas 165

6TOROS6 Nº 574, del 28 de junio al 4 de julio de 2005, p. 3. José Carlos Arévalo: “Libertad y tabú”.

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expectativas ofrecidas por apenas dos o tres figuras nacionales pero no internacionales. En la ópera, Ramón Vargas triunfa fuera de nuestras fronteras, a la sombra incluso de la trilogía Carreras-Pavarotti-Domingo. Cada presentación suya en el extranjero es aureolada y exaltada por melómanos y prensa. Su nombre se suma al de otras grandes luminarias del bel canto. Y Ramón es mexicano, e insisto triunfa allende el mar. ¿Por qué? En esto, claro que funciona muy bien el aparato publicitario, pero también las ganas de promoverse y promoverlo. Entonces porqué el México taurino depende desde hace algunos años de un solo torero: Eulalio López que no ha alcanzado los máximos rangos de figura internacional o la escala de “mandón”. El “Zotoluco” se ha quedado solo “como los muertos”, tal cual lo escribiera Gustavo Adolfo Bécquer en su rima Nº LXXIII: Cerraron sus ojos que aún tenía abiertos, taparon su cara con un blanco lienzo, y unos sollozando, otros en silencio, de la triste alcoba todos se salieron. La luz que en un vaso ardía en el suelo, al muro arrojaba la sombra del lecho; y entre aquella sombra veíase a intérvalos dibujarse rígida la forma del cuerpo. Despertaba el día, y, a su albor primero, con sus mil rüidos despertaba el pueblo. Ante aquel contraste de vida y misterio, de luz y tinieblas, yo pensé un momento: —¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!

Y en esa soledad, sin aliados poco puede hacer. La maquinaria industrial de la tauromaquia en España no se va a andar molestando por un extranjero más. Lo que interesa es garantizar la celebración de espectáculo en sus tres modalidades (corrida de toros, novillada o corrida de rejones), siempre alentada por el estado, que es otro factor capaz de garantizar la buena marcha de tan próspero negocio.

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Quien manda en México, al parecer no es “El Zotoluco”. Son los empresarios ambiciosos, los que piensan no solo en Eulalio (que eso no tenemos porqué reprocharlo). Pero piensan en función de cómo organizar carteles con la presencia de diestros hispanos como si Eulalio fuera uno más en el cartel. Pero con “El Zotoluco” y su administración no conseguiremos que el mesianismo se cumpla tal y como ocurrió con su último exponente: Manolo Martínez. He ahí las contradicciones que son más frente a la poca iniciativa por atenuarlas, por erradicarlas pues, a lo que parece, el toreo seguirá siendo suma de complejas realidades y así habrá que entenderlo, como lo que es: un eterno misterio, una misteriosa paradoja.

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REPLANTEAMIENTOS A LA TAUROMAQUIA MEXICANA EN EL SIGLO XXI. I La tauromaquia, ese viejo ejercicio de encuentro entre el hombre y el toro, por circunstancias misteriosas, pervive, y ocurre en un momento en el que la historia del hombre ha alcanzado nuestra época. Es decir, los primeros años ya, del siglo XXI. Siempre es difícil predecir cual puede ser su destino, sobre todo cuando se trata de que asimismo se garantice la permanencia en medio de diversos factores en contra, como la propia postmodernidad, sumida en una sociedad de consumo que todo lo rebasa, bajo el asedio de la impresionante fuerza mediática, e incluso por los grupos ecologistas que siempre la tienen en la mira, como un factor que contraviene los principios establecidos por aquellos que han venido creando auténticos cinturones de seguridad entre diversos ciclos alterados de la naturaleza, para lo cual procuran la protección hacia la vida del ganado de lidia, actitud muy loable pero que desconocen el complicado esquema que han establecido los criadores en el campo para mantener vigente una raza que por ahora no corre el peligro de la extinción. Viene ahora un análisis detenido sobre lo que está ocurriendo al interior de la tauromaquia mexicana, entendida como la acumulación de elementos técnicos y estéticos que, depositada en sus intérpretes, encuentra un distinto medio de expresión. Tenemos perfectamente aprendido el principio de que en particular, nuestra tauromaquia, posee tales riquezas no solo traducidas en aportaciones de parte de diversos matadores, sino de su personal ejecución. Sin embargo, es un bagaje poco explotado, que queda reducido a unos cuantos lances, así como a otros tantos pases con la muleta. De ahí en fuera, no encontramos variedad, a pesar de que allí está el repertorio, en espera de ser utilizado. También es cierto, de que para que podamos comprobar su existencia, es necesaria la aparición de una figura capaz de poner en práctica todos esos elementos del discurso disponible. Después de la retirada de Manolo Martínez, tuvieron que pasar un buen número de años para que ocurriera ese renacimiento, ahora en posesión de Eulalio López El Zotoluco. Entre aquella figura emblemática, cuyo quehacer estaba soportado por una limitada tauromaquia, pero suficiente para convencer a los más exigentes, o recuperar la condición en momentos complicados y el planteamiento de este nuevo representante 338


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mayor del toreo en México, existen enormes diferencias, establecidas también por los márgenes de tiempo entre uno y otro. Pero también, cuando hay que abrir un paréntesis entre el corchete izquierdo que es Manolo y el derecho que es el Zotoluco, existen una importante cantidad de diestros que no han podido trascender como fuera nuestro deseo, si se trata de que encontremos en todos y cada uno de ellos la relevancia no solo nacional. También internacional. Más de uno se preguntará: y Eloy Cavazos, Curro Rivera, Mariano Ramos, Antonio Lomelín, Jorge Gutiérrez, Miguel Espinosa Armillita, ¿qué no cuentan? Desde luego que cuentan, pero no han sido los parámetros definitivos para medir esos valores. Seis toreros, seis diferentes estilos que tampoco han dejado mal parada a la tauromaquia mexicana, pero que algo ha faltado para incluirlos en el concepto mayor. Universal en consecuencia. No en balde se ganaron la etiqueta de mandones Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa y Manolo Martínez... después de ellos, todo parece indicar que los acompañará Eulalio López. Sin embargo, la tauromaquia tiene tales elementos de capacidad sobre todo en estos momentos, que permitiría un auténtico vuelco de otros tantos matadores que no se deciden por ese comprometido camino, y parecen preferir lo fácil. Muchos de ellos podrían argüir sobre el hecho de que hay pocas oportunidades y esas pocas oportunidades, quedan controladas por un grupo minoritario, sostén de privilegio que mantienen vivos unos cuantos empresarios que organizan carteles con esa minoría, a la que incluyen en esos pocos espacios disponibles algunos toreros jóvenes que no siempre procuran aprovechar las oportunidades, debido, en primera instancia a su falta de lo que ahora llaman “rodaje”. No es comparable el síntoma de fiesta que ocurre en España, con respecto al de México. Con mucho, nos rebasan, a pesar de que aquí se cuenta con la infraestructura necesaria, lo cual es un freno a las posibilidades de mejoramiento de la tauromaquia misma. España no es una plaza fácil, dispuesta a recibir a los toreros de fuera como sí ocurre aquí, por lo que pocos son los diestros que podrían estar dispuestos a “conquistar” a aquel público, y aquella prensa que, salvo honrosas excepciones, nos tienen reducidos a la nada. México no existe para ellos, pero tampoco aquí hay posibilidades para un numeroso grupo de jóvenes matadores de toros que, en su mayoría quedan marginados, 339


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a no ser porque ocurra un auténtico milagro, como fue el que ocurrió en la persona de José María Luévano, a quien ya habíamos olvidado y que de pronto, prácticamente de la nada surge estrepitosamente para ascender a sitios de privilegio debido a los elementos de que echó mano para romper con aquel ostracismo doloroso que ya había construido como resultado de la tan traída y llevada marginación. Y ahora, José María se encuentra renovado, pero necesita mantenerse en pie de lucha una tarde sí, y otra también primero, para convencernos una vez más, y segundo para conseguir los deseos de todo aquel que se viste de luces: convertirse en figura del toreo. Luévano podría tener en contra cierta irregularidad –artista, al fin y al cabo-, pero que sabiéndose manejar no solo en esa constante, sino en la línea ascendente, habremos de tener tema para rato. La tauromaquia no puede ser entendida sin el toro, y de ello adolece en lo general. Sigue saliendo a las plazas eso es cierto, pero cada vez con menos frecuencia, para ser desplazado por un remedo que ha venido imponiendo a todas luces un pequeño coto de poder, el cual se atreve a decirnos que es el toro que debe lidiarse y no otro. Incluso, están obstinados en declararse convencidos de lo que dicen, cuando ni siquiera les asiste la razón, sino otra, la estrictamente comercial, la del negocio fácil, incurriendo en abusos que ya han colmado la paciencia de muchos aficionados, cuya sola respuesta a esa actitud es abandonando las plazas, cuyo efecto sigue. Tardes van, tardes vienen, y solo vemos los tendidos de la plaza “México” ocupados por la desolación, y un número menor de aficionados, junto a la compañía de espectadores transitorios, llamados más por la curiosidad que por ese hábito alimentado domingo a domingo con el que se forma cada uno de esos locos que somos conocidos como “aficionados”. Ahora bien, sin intenciones de alejarnos más de la posible explicación acerca del entorno del terreno estrictamente técnico o estético que constituye a la tauromaquia como medio de expresión, es pertinente una disección del mismo, desde diversas perspectivas. La primera se traduciría en la forma como los toreros han sabido interpretar el soporte técnico. En primer lugar deberemos hablar de las escuelas, sobre todo para los novilleros, cuyo número sigue siendo muy bajo, pues ahora mismo solo tengo presente dos: la de Pastejé, cuya dirección se quedó acéfala con la lamentable pérdida de David Silveti y la otra, que encabeza Enrique Martín Arranz, sin que falten algunos maestros que por su 340


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cuenta proveen de tan imprescindibles elementos a un puñado de aspirantes. Allí están Rutilo Morales, José Antonio Ramírez, Jaime Rangel y otros, dispuestos a proporcionar enseñanzas. El resto, tiene que padecer algunas tribulaciones para acomodarse con algún “maestro” improvisado que cuenta con ciertos conocimientos que el joven aspirante a novillero bebe desesperadamente. Después se encuentra la circunstancia de pocas oportunidades, a pesar de que organizaciones como TAUPRO o TAUROMEX vienen organizando diversas temporadas como “El presente del porvenir”, o el “Encuentro mundial de novilleros”, ambos aspectos, apoyados por el Ing. Carlos Peralta y por todas aquellas empresas y plazas donde se celebran tales festejos. Durante la pasada temporada chica 2003 que se celebró en la plaza capitalina, se pudo percibir un síntoma doloroso, que nos habla de las pocas oportunidades con que vienen caminando los muchachos, resultado de unas pocas tardes en la provincia o plazas aledañas a la ciudad de México. Pero cuando llegan a la plaza capitalina se desinflan y no pueden sostenerse como sería su deseo. Ese resultado debe frustrarlos pues regresan – en la mayoría de los casos-, al mismo punto de partida y otros deciden “doctorarse” al vapor, pero sin formarse debidamente, con lo que no se saca nada en claro para revitalizar las posibles filas de matadores preparados para entrar en los frentes de lucha u ocupar sitios que van quedando libres luego de alguna retirada. Respecto a los matadores jóvenes, como Jerónimo Aguilar, Fermín Espínola, José Luis Angelino, Ignacio Garibay también se encuentran con un limitado espacio de movimiento y acción que nada resuelve su incierto destino, para lo cual tienen que aprovechar hasta el límite mismo la o las oportunidades donde llegan para actuar. José María Luévano tiene en ese sentido buenas garantías, pero como esto es una lucha permanente, mientras menos confiado se muestre y mantenga clara su declaración de principios, creo que estamos frente a un caso que puede sonar, y sonar fuerte. Ahora bien, ¿qué uso están haciendo de los elementos teóricos y técnicos también con que cuenta la tauromaquia en nuestros días? Creo que las verdaderas demostraciones de maestría, de mando, y sobre todo de entender qué cosa es, o como se come aquello de la dirección de la lidia, distan mucho de la realidad y solo es posible apreciar algunos momentos en los que tal o cual espada echa 341


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mano de los recursos para plantear la estructura de la faena, distante del territorio exclusivo de la lidia, ese otro elemento que requiere de gran capacidad física y mental para enfrentarse con un toro que ofrece todas las dificultades habidas y por haber. Vayamos por partes. Todo novillero o matador de toros al encabezar un cartel se convierte automáticamente en director de lidia en general, así como en el propio director en sus propios ejemplares, con lo que debe demostrar una capacidad para saber dirigir a las cuadrillas y la lidia en todos sus aspectos. Probablemente para el caso del novillero no sea tanta la exigencia, pero sí para los matadores de alternativa, quienes ya no tienen disculpa alguna, puesto que conviven permanentemente con otros de mayor antigüedad y de ellos se debe aprender (siempre y cuando se conviertan en maestros, asunto que tampoco es común en algunos de ellos). Ya sabemos que en este giro, pocos han sido los considerados –y con mayúsculas-, DIRECTORES DE LIDIA. Allí está el caso de Antonio Bienvenida, al parecer el único caso que se ha visto con mucho respeto. Torero que vivió una importante transición, puesto que en su primera época convive con diestros de una generación que se dedicó a un quehacer donde la lidia estaba por encima del toreo en cuanto tal. Y en su segundo aire, comparte cartel con otros que ya tienen mucho más asimilado el toreo que la lidia, por lo que estando en medio de ese equilibrio, no tuvo más remedio que imponerse en tanto director de lidia, el cual encontró notables ausencias de valor en la aplicación de métodos tan necesarios como efectivos para dominar a toros que requieren del uso conveniente de la técnica, por encima de la estética. De igual forma, también existen toros que llegan bastante quebrantados al tercio final, y donde se deben aplicar procedimientos para lidiarles o torearles a media altura, aprovechando los últimos alientos que conservan en ese punto final de sus vidas. De este aspecto se adolece marcadamente en nuestros días. En realidad, son pocos los matadores de toros que poseen ese tipo de virtudes, como lo que se podría llamar “servicios agregados”, es decir, que sean capaces de ofrecernos una garantía de mando, control, y absoluto liderazgo. Esa condición es implícita en cualquier torero que se precie, pero el hecho de que no sean capaces de proyectar semejante grandeza, los minimiza. ¡Qué lástima! Finalmente, y a modo de cortesía, diré que uno de los últimos toreros mexicanos que 342


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gozan de esta virtud es Mariano Ramos, quien ya casi ha desaparecido del panorama. En él, podíamos apreciar esa difícil demostración al aplicarse en tan detallado pasaje de la tauromaquia, misma que se ha pronunciado en un discurso que solo se lee entre líneas, sobre el cabal aprovechamiento de personajes capaces no solo de permanecer pendientes de la lidia de sus toros. También de los del resto de una corrida, por lo que se aprecia con mayor atención la labor complementaria que ejerce en el ruedo, e incluso fuera de él, cuando esa labor también se aplica en el campo, sea en las tientas a campo abierto o en la plaza de tienta de las propias ganaderías. II Ingresamos ahora a un terreno fascinante como es el del arte, esa difícil facilidad con que cada torero expresa el sentimiento, fruto de una creación e interpretación personal, nada fácil, como se verá. Una cuantiosa terminología permite calificar -apenas acercarse a ese territorio misterioso-, el encanto que produce una faena matizada de valores estéticos, resultado de aquella transición entre la frontera de la lidia –técnica estrictamente hablando-, y el arte, donde se aprovechan al máximo las condiciones de nobleza, fijeza, casta y bravura que se consiguieron calibrar luego de aquel otro procedimiento indispensable para pulir asperezas propias del toro que les toca en turno. El basto catálogo de creaciones tanto con la capa, las banderillas y la muleta, se constituye en estos precisos momentos como un principio común de obligada aplicación por parte de aquellos diestros “artistas” por antonomasia. Y es que existen dos tipos de aplicación directa en este espacio. Allí están los toreros cuya suficiencia no solo se sustenta en la técnica. A esta agregan el valor implícito del arte, prueba irrefutable de un equilibrio donde ambas expresiones se complementan. También encontramos a los toreros que se deben a la sola manifestación del arte, por lo que la técnica es apenas un soplo de aliento en su quehacer, pero que sin él, simplemente sería imposible que existieran, puesto que no basta el arte por el arte. Todo toro, requiere ser descifrado, y si alguna aspereza demuestra, es preciso echar mano del recurso técnico, de eso no hay la menor duda. Sin embargo, creo que en ese aspecto, es cuando los artistas saben perfectamente si se aprovecha o no la embestida del astado para lograr momentos de inspiración. Cuando eso no ocurre, entonces se ven rebasados, e incluso se niegan a 343


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poner la técnica al servicio de su oficio, y es cuando ocurre la debacle, el ridículo fenomenal. En consecuencia, el mitin o la bronca. En México, para no tener que acudir a la manifestación universal del arte del toreo, han ocurrido en los últimos años, verdaderos ejemplos de faenas plenas de arte, aunque aisladas y distanciadas, lo que produce una espera aún mayor. Allí están los casos extraordinarios de Fedayín, toro con el que se consagró efímeramente Jesús Solórzano. Pelotero, novillo que permitió a José Antonio Ramírez El Capitán colgarse de los cuernos de la luna. De igual forma, la extraordinaria faena de Gallero que Guillermo Capetillo interpretó con un sello personal. De estos tres personajes no recordamos sino la inconsistencia o la irregularidad de sus caminos (tanto fue que, en el caso de José Antonio Ramírez, tan luego tomó la alternativa, más pronto que nada se diluyó, no quedando siquiera, las cenizas de aquel que pudo ser un gran artista, como si lo fue en el caso de su padre, Alfonso Ramírez Calesero). También es preciso agregar a esta nómina al recién desaparecido David Silveti, quien durante dos tardes, una en enero y otra en febrero de este año, se entregó en cuerpo y alma a la última muestra de aquella mística especial que le rodeó, dejando testimonio de un par de faenas emblemáticas e inolvidables al mismo tiempo. El suyo, fue un caso de autosacrificio, mensaje cifrado de lo último que le veríamos en vida, y que lo vació en el crisol de la plaza “México”. Ese par de obras póstumas quedaron inscritas en lugar especial del Olimpo taurino, en auténtico olor de santidad. La ética, estética y patética de David Silveti durante aquellas dos tardes soleadas, se derramaron como llanto, diciéndonos: “¡Ahí queda eso!” “En fin, David Silveti, has provocado en nosotros diversas y encontradas reacciones por tu muerte repentina. Ya no tiene caso hablar de ese momento amargo con el que recibimos la dolorosa noticia. Ahora, es necesario establecer los parámetros de “tu” propia tauromaquia de la que apenas hemos hecho algunos esbozos. Espero que el tiempo sea capaz de proporcionarnos los elementos y las herramientas indispensables para descifrar el contenido de tan soterrado misterio y entenderte como torero”. Es bajo un particular estado de gracia en el que ocurren estos fenómenos aislados y efímeros de arte taurino, que además se desbordan en una circunstancia tan especial, que para que se produzcan, es necesario el curso de varios años entre una y otra. Puede 344


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haber en una temporada faenas inolvidables, que difícilmente se nos puedan quitar no solo de la retina, sino de la memoria. Pero como las que he referido, suceden bajo unas condiciones especiales e inesperadas. Esas cuatro obras de la genialidad estética se han presentado en aproximadamente los últimos 30 años, lo cual indica cuán extraordinario puede ser ese acontecimiento. Y es que en esos toreros se produce una circunstancia misteriosa, donde, aconsejados por los duendes, se aprovecha el momento preciso. Qué digo momento. El instante apenas indicado para que fluya la condición desde la entraña misma. Las condiciones en ese preciso suspiro de la vida, están dadas para que se desaten todos los enigmas. Y como la virgen, transcurre la faena, toda ella... “llena de gracia”. Lo demás, es apenas un intento de acercamiento para intentar explicar qué está ocurriendo realmente. Es el vértigo que parece producirse entre la pareja que, al unir sus cuerpos incondicionalmente, no saben en qué momento pueda presentarse el lindero mismo entre la vida y la muerte como búsqueda del goce pleno, mismo goce que ocurre cuando un espectador, en la sala de concierto pudiera experimentar al escuchar las notas y compases más vibrantes de una obra. Finalmente, la borrachera que, en cosa de minutos deja exhaustos a los aficionados en la plaza, al darse cuenta de lo que sus ojos están viendo. No dan crédito. Quizá por eso, traten inútilmente de detener el tiempo, poder del que sí pueden ser capaces esos sacerdotes vestidos de toreros. “¡Detuvo el tiempo!” es la frase recurrente que se pronuncia para explicar lacónicamente lo que acaba de ocurrir apenas, pero que ya se desvaneció. (Cuánta razón tenía Pepe Luis Vázquez, cuando afirmaba que “El toreo, es algo que se aposenta en el aire, y luego desaparece” – dixit Lope de Vega-). De hecho, al pretender explicar en qué consiste el acto de oficiar el arte en el toreo, no ha habido más remedio que acudir a ejemplos tan evidentes como estos. En esencia, el tema ahora bajo análisis, pretende argumentar los elementos de que echan mano esos toreros, sabiendo, como ya se dijo, que en ese sentido, hay un catálogo amplio, rico en variedad. Tampoco se trata de que ese tipo de toreros nos vengan con el cuento de que, previamente

escogieron tal

o

cual lance

o

pase de

muleta.

Estos,

surgen

espontáneamente, como un soplo de inspiración. Evidentemente, cada torero sabe que existe una estructura de la que difícilmente pueden separarse, puesto que por sentido 345


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común hay que conocer la embestida del toro. De otra forma, es imposible empezar a fabricar la posible obra. Ahora mismo recuerdo uno de esos últimos ejemplos, surgidos del espíritu de José Antonio Morante, luego de su faena que, como matador de toros realizó a un novillo de Julio Delgado el 25 de diciembre de 2000. De aquella jornada escribí lo siguiente: “Pero también hay otras dimensiones, como las del arte que en las manos de “Morante de la Puebla” adquirieron un valor trascendido con el que no nos topábamos desde hace un buen tiempo, en que dejamos de tener contacto con ese nivel que no eleva cualquiera. “Si me dijeran que hay un nuevo concepto del arte en manos del sevillano lo creería indudablemente, porque su concepto no viene a cambiar el fondo, sino a modificar la forma, dándole los matices claros de la frescura, del cántico riachuelero de un amanecer, despertándose de una larga noche que no daba señas tras las discreta pero no por ello conmovedora despedida de “Curro” Romero. “Por otro lado hablan ya de que la sucesión ha quedado resuelta con la aparición majestuosa y no por ello sumida en un encanto de este “Morante de la Puebla”. “¿Qué milagro consumó su espíritu? Espíritu que le vimos surgir desde las entrañas, aposentándose en sus manos de gloria torera, desde su primer despliegue con el capote en el que varios trazos por “verónicas” causaron la primera conmoción. A ese despliegue le siguen algunas chicuelinas y otras sutilezas manifiestas. En el turno de la muleta, si en el primero el trasteo fue insuperable –a pesar de la debilidad de ese presunto enemigo de Julio Delgado-, en el segundo consumó una faena que escaló los niveles ya no sólo telúricos. Abandonó lo soterrado hasta aposentarse en un sitio sin tiempo por naturales y pases ayudados por la derecha que luego, rematados con pases de pecho y forzados idem, le dieron el matiz con el que se grabó la faena, rematada con varios intentos a recibir, consumados finalmente con la suerte a un tiempo, lo que acabó con hacer cumplir el anhelo de todo gran torero que conquistó una oreja que me parece auténticamente ganada”. También el 2 de diciembre, pero de 2001, este sevillano escribió otra página parecida. Veamos.

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“En estos días, leía un interesante ensayo de Rubén López Cano intitulado “La ineludible preeminencia del gozo. El Tratado de las pasiones del alma de Renè Descartes, en la música de los siglos XVII y XVIII” (Armonía, número 10-11, año 4 (enero-junio 1996). Órgano oficial de la Escuela Nacional de Música de la Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 5-17). Dicho análisis dio luces muy sólidas que se armonizan con el maravilloso escenario ocurrido durante la faena del “toro de regalo” que ofreció José Antonio “Morante de la Puebla”. “Dice el autor que, para comprender mejor el mecanismo del sistema cartesiano de generación de pasiones, presentamos algunos ejemplos que el propio filósofo nos ofrece: En el amor, se asienta en el Tratado, los espíritus animales provocan que la sangre “entre más abundante en el corazón y produzca en él un calor más intenso (...) lo cual hace que éste envié también espíritus al cerebro (...) y estos espíritus, fortaleciendo la impresión producida por el primer pensamiento del objeto amable, obligan al alma a detenerse en este pensamiento”. A nivel de la sintomatología somática, “el latido del pulso es igual y mucho más grande que de costumbre”, se siente un “dulce” calor en el pecho y la digestión se hace más rápidamente. Por eso “esta pasión es útil para la salud”. El odio, continúa Descartes, se origina cuando un individuo percibe un objeto que le causa aversión y sus espíritus animales se conducen inmediatamente hacia los músculos del estómago y del intestino. Entonces los espíritus animales se concentran en “los pequeños nervios del bazo y de la parte inferior del hígado donde se encuentra el receptáculo de la bilis”, asimismo se “fortalecen las ideas de odio” conduciendo al “alma a pensamientos llenos de acritud y de amargura”. En la somatización del odio, afirma el filósofo, el pulso es desigual, débil y a veces más rápido. “Se sienten fríos entreverados de no sé qué calor áspero y agudo en el pecho”. El estómago rechaza los alimentos y los vomita, los corrompe o, al menos, los transforma en malos humores. En la alegría los nervios más estimulados por los espíritus animales son los que están “en torno de los orificios del corazón”. La acción de los espíritus propicia una extrema dilatación de estos orificios facilitando que un mayor volumen de sangre circule constantemente un mayor número de veces. Así la sangre se filtra más finalmente hasta producir “espíritus muy sutiles”. En la alegría el movimiento de espíritus animales provoca que el pulso sea “igual” y más rápido que de costumbre aunque “no tan grande como en el amor”. Se siente un calor agradable en el pecho y en todas las partes que son recorridas por la sangre que fluye en abundancia. En ocasiones se pierde el apetito. En la tristeza, en cambio, la acción de los espíritus animales provoca que los orificios cardiacos se cierren, por lo que la sangre no se “agita” y no llega en abundancia al corazón. En la tristeza el pulso es débil y lento. “Se siente en torno del corazón como ataduras que le aprietan y témpanos que le hielan y comunican su frialdad al resto del cuerpo”. No se deja de tener buen apetito, a menos que la tristeza se combine con el odio, lo cual ocurre muy frecuentemente. El deseo, como fuerza vital de la voluntad, provoca un gran desplazamiento de espíritus animales del cerebro hacia todas las partes del cuerpo, en especial hacia el corazón para que el cerebro reciba un mayor volumen de sangre y de espíritus animales. En el deseo los movimientos de espíritus animales “avivan más todos los sentidos y hacen más móviles todas las partes del cuerpo”, pues esta pasión es la que mueve un mayor número de espíritus animales al cerebro y de éste a todos los músculos. (...) Uno de los mayores atractivos de la teoría cartesiana de las pasiones es la naturaleza generativa de sus principios. Según Descartes todas las pasiones por completas que puedan parecer, pueden reducirse a seis fundamentales. Para el filósofo existen solo seis pasiones básicas: admiración, deseo, amor, odio, alegría y tristeza. De la interacción de estas seis pasiones, así como de la eventual intervención de otros elementos, se generan todas las demás pasiones. Por ejemplo: de la pasión básica admiración se derivan, según la grandeza o pequeñez del objeto admirado, la estimación o el desprecio; según la comparación que hagamos de nosotros mismos con el objeto que admiramos, el

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. orgullo y la humildad; y según la capacidad de los objetos estimados o despreciados para hacer el bien o el mal, la veneración y el desdén.

“Hasta aquí con semejante y maravillosa apreciación cartesiana, para comprender la admirable y efímera obra de arte realizada por José Antonio “Morante de la Puebla”, que para entenderla, nada mejor que este marco de referencia. “Ya había pasado todo. José Antonio daba evidencia de su profunda conmoción con un detalle que rubricaba la trascendencia apenas concluida unos momentos antes. Con paso lento fue hasta el centro del ruedo, enterró la espada de descabellar que quedó allí fija, como quedó para los pocos afortunados que decidimos esperar la revelación del misterio: totalmente acariciada por la gracia, experiencia que ocurre tan de vez en vez. Por lo menos en mi caso, yo no me había emocionado tanto desde 1986 cuando Pedro Gutiérrez Moya se consagró con SAMURAI y luego José Miguel Arroyo hizo lo mismo hace un par de temporadas. Y todo en el mismo escenario capitalino. “Al solo anuncio del regalo que “Morante de la Puebla” ofreció para resarcir su labor apenas a medio tono con su lote en la lidia ordinaria, todo esto parecía avisarnos un nebuloso estallamiento, en el que la gracia tocada de delirio iba a causarnos tremenda alteración. El obsequio no fue ni en presencia ni en juego lo esperado. Sin embargo la obra de arte efímero que pudimos presenciar rebasó lo previsible. Es decir, ingresamos afortunados a uno de los territorios del privilegio convocado por los dioses fallidos de San Mateo, pero que dejaron su aroma encargado en la inspiración del sevillano, que no ocultó su raza. Al contrario, la trascendió, ¡y a qué esferas! “CHARRITO se llamó el obsequio, un novillote castaño oscuro y cariavacado de Julio Delgado que sin ser bravo, que sin ser noble, al menos permitió que la grandeza del toreo volviera a afirmarse. “El capote de José Antonio parecía tener alma propia. El temple de la verónica vibró en tonos de cante jondo, sacudiendo hasta lo más profundo de nuestro ser, porque además en su medio remate, y no conforme de consumarlo, todavía lo acentuó más con el hecho del profundo aviso que llegó con la sonora acentuación tridimensional que parecía empalmarse a la ya original. Fue un movimiento de más, exacto, pero también conmovedor, cuya fuerza se elevó al horizonte sin límites, infinito. Celestial.

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“Las soberbias series de naturales, los adornos exquisitos entre una y otra, el toreo andándole por la cara, que “lleno era y fue de gracia”, como el Ave María, sacudieron el polvo que cubrió durante la tarde y hasta esos momentos todas las almas que soportaron inquietas y desilusionadas el llamado de los dioses sanmateínos que nunca llegó. Los trazos que se bordaron fueron el justo equilibrio de una gran faena, como hacía muchas tardes no llegaba, como no llegaban a nosotros los amores del pasado que conmovieron, que provocaron la pasión, la ilusión y también el desencanto. Amores que al fin y al cabo conservamos en la memoria restañada de sus heridas y de sus recuerdos. “Esa fue la reacción provocada no solo por una faena, sin más. Fue la obra contemplada, que luego de recoger toda su dimensión hasta quedar fascinados, queremos recogerla, guardarla en la memoria, para no olvidar los colores y los matices. Los gestos y actitudes. El movimiento. Incluso la paz que se congregaron en apenas estos breves momentos espirituales que el infortunio quiso no fuera la dicha perfecta luego de dos pinchazos en lo alto. Recuperados lentamente, regresando a la realidad tras el orgasmo, la ovación surgió también desde las profundidades, lentamente, hasta desgranarse absolutamente entregada, sin miramientos. Sincera. “Despiertos, otra vez en la realidad, pudimos darnos cuenta del manifiesto estético desbordado por obra y gracia de José Antonio “Morante de la Puebla” que, con paso lento pero victorioso, aunque en el fondo con el dolor de la amargura en su rostro, fue hasta los medios, clavó en la arena su espada y se retiró con un pedazo del alma herida, pero satisfecho tras la victoria. “El símbolo de aquella espada parecía representar la herida postrera que un Olimpo en decadencia no pudo concederle el envidiable privilegio de la gloria. Nosotros mortales, se la concedemos. “Ni una palabra más, memoria. Todo lo anotado me permite darle a usted la más cercana apreciación para explicarnos el misterio que se produjo tras la impresionante obra maestra de José Antonio “Morante de la Puebla”. No hay más, y hacerlo es pretender ir tras las más extrañas utopías”. Esta es apenas una prueba de la conmoción que puede producir una manifestación humana llamada arte. Y si ese “arte” se produce bajo la condición peculiar de la 349


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tauromaquia, pues es entonces cuando tenemos que encontrar los términos y las palabras adecuadas para la explicación más ecuánime. III Va llegando la hora de las conclusiones. Técnica y estética son los soportes fundamentales con el que se conciben todo ese tipo de obras efímeras que, por alguna razón especial buscan trascender. No basta el solo hecho de fabricar, sino de construir, en el caso de una sólida faena cuyo sustento es la técnica. Todo aficionado que se precie, recuerda todavía la imborrable faena de Mariano Ramos a Timbalero de Piedras Negras, que desde su creación se convirtió en paradigma, lo que en otras palabras se le tiene como “vara de medir” para calibrar otros esfuerzos que podrían ser de igual o superior calado. Sin embargo, es la hora de que tal gesta aún no ha sido rebasada. Ahora bien, que por encima de las emblemáticas faenas de Jesús Solórzano, José Antonio Ramírez o Guillermo Capetillo, haya evocado con mejores referencias el quehacer de José Antonio Morante y David Silveti, es por el hecho de que ambos testimonios produjeron en mí una profunda emoción. De hecho, de todo este selecto conjunto de obras efímeras, tuve oportunidad de admirar también la de José Antonio Ramírez, (sin embargo, era un chaval), por lo que en ese sentido, está muy bien soportada la teorización que ahora viene intentando rematar la presente faena discursiva. Imposible olvidar el andamiaje técnico, pues sin él, cualquier obra se vendría abajo, y menos en estos tiempos en los que el toreo ha sufrido alteraciones importantes, a partir de la presencia de un toro distinto, cuya crianza está al servicio de esa tauromaquia que ha conseguido alejarse de los viejos y guerreros procedimientos. Hoy, asoma un ejercicio más perfeccionado, con sus pinceladas de tragedia, sometidas al atenuante respectivo que ha sido todo aquel principio que los ganaderos inscritos en la línea comercial, han conseguido. En realidad, aunque viene diciéndose que en nuestros días se lidia el toro de mejor presencia (aunque no siempre con la edad reglamentaria), este concepto es del todo sospechoso, sobre todo entre aquellas ganaderías privilegiadas por un coto de poder que ha permeado el espectáculo hasta extremos nunca antes vistos, pero que se traducen en el desencanto de la afición, de los “cabales” que se han ido de las plazas. Ellos, tienen ante sí el dilema de si el toreo debe continuar bajo los principios ya referidos, 350


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o refugiarse en sus recuerdos, en el pasado, en ese pasado utópico que recuerda las grandes hazañas, y las faenas memorables, salpicadas de arte. Pero ese recuerdo pesa debido a la notable presencia de la nostalgia. De igual forma, una nueva generación de aficionados que se viene formando bajo otros criterios, entiende y asimila la tauromaquia de cara a los tiempos que corren, quizá con menos prejuicios, pero también distante de los valores románticos que hacen de esta diversión pública un fenómeno de encontradas circunstancias. El pasado y el presente luchan para sobrevivir en el futuro, y esa pugna es ideológica por un lado. Pragmática por otro, en tanto demostración de las realidades que pueden palparse entre una y otra fuerza. Ya lo decía Juan Ruiz de Alarcón: “De tan verdadera, la verdad se vuelve sospechosa”.

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HACIA LA VERSIÓN MÁS MODERNA DE LA TAUROMAQUIA, A PIE Y A CABALLO, EN ESTE YA AVANZADO SIGLO XXI.

Diversa ha sido mi preocupación al paso de los años respecto a la necesidad o no de una nueva TAUROMAQUIA escrita.166 O para mejor entenderlo, de la puesta al día del tratado o el arte de torear en plaza tanto a pie como a caballo, cuyos elementos más sólidos siguen siendo el de José Delgado (1796) y de Francisco Montes (1836). Antes y después de ambos testimonios, hubo y ha habido otros que han consolidado el quehacer tauromáquico hasta llevarlo a su último estado de expresión apenas puesto de manifiesto en el más reciente de los festejos. La inercia del pasado, la de los ritos y todos los discursos aledaños, siguen siendo elementos que se declaran en voces, unas más marcadas que otras, pero todas en conjunto hablan según la circunstancia del momento. Como se ve, es la forma, no el fondo lo que ha cambiado. Y sin embargo, esa actualidad perentoria requiere de nuevas apreciaciones. El toreo y todas sus formas sigue allí, declarándose tal cual es, solo falta el argumento, la idea, la tesis escrita. En esta evolución adquirida, en esa construcción que afirma la estructura toda del quehacer –a pie y a caballo-, le hace falta un desglose, una reposada deconstrucción para entender todas y cada una de las piezas del armado, así como el análisis de las distintas trayectorias por donde ha transitado y los caminos porvenir. Por estas y otras razones es necesario volver la vista a la tauromaquia escrita. De este propósito habría que tomar en cuenta tres obras esenciales, aunque cada una separada naturalmente por el motivo con el que fueron creadas para no caer en la incertidumbre de sus pretensiones. En primer lugar me referiría a Los toros. Tratado técnico e histórico (1974-1997), obra monumental en sí misma, en la que José María de Cossío emprendió semejante hazaña y luego continuó un selecto equipo de trabajo, hasta lograr publicar 12 voluminosos tomos

166

Fondo: José Francisco Coello Ugalde. Sección: Aportaciones Histórico Taurinas Nº 68, Serie: Curiosidades Taurinas de Antaño exhumadas hogaño, y otras notas de nuestros días Nº 22, en sus artículos 16.-La lidia: Utopía de la tauromaquia, 22.-Replanteamientos a la tauromaquia mexicana en el siglo XXI. De igual forma, la AHT Nº 72: Especiales para “Matador” y otras notas Nº 4, en sus artículos 6.-¿Necesita la tauromaquia una edición corregida y aumentada? y 19.-La tauromaquia más moderna, sustento del pasado que aplica en el presente, con una perfecta conciencia de lo que será también el porvenir).

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con sus consiguientes ediciones y reediciones en otros tantos formatos, bajo el sello inconfundible de ESPASA-CALPE. Sigue a esta obra EL HILO DEL TOREO, del recordado José Alameda. Cuando estuvo integrada la comunidad de Bibliófilos Taurinos de México, antes de su amarga ruptura, que devino continuidad y renovación con otros nuevos elementos, incluyendo algunos de sus fundadores, el reconocido autor de LOS ARQUITECTOS DEL TOREO MODERNO confirió el honor de que se publicara HISTORIA VERDADERA DE LA EVOLUCIÓN DEL TOREO en 1985, llevando el logotipo de B.T.M. como editores, aunque título original del ya mencionado HILO DEL TOREO, que apareció en Madrid en 1989, también, bajo el sello de ESPASA-CALPE. Ese trabajo logró alcanzar cotas importantes de interpretación sobre la forma en cómo evolucionó el toreo desde los intérpretes decimonónicos hasta los que Alameda pudo contemplar antes de su muerte. En conjunto, es un estudio serio sobre las modificaciones técnicas y estéticas que impulsaron diversos protagonistas, la mayoría de ellos emblemáticos. Descifró perfectamente la forma, estilo y línea que detentaron diestros de la talla de Paquiro, Lagartijo, Frascuelo, Antonio Fuente, Rodolfo Gaona, Joselito, Belmonte, Chicuelo, Manolete, Antonio Ordóñez y otro grupo cimero de la tauromaquia. Finalmente mencionaré TODAS LAS SUERTES de Santi Ortiz quien, preocupado por este mismo principio, logró un resultado interpretando las suertes hoy día en boga, agregando el testimonio personal de cada uno de sus intérpretes, lo que permite tener ante nosotros un completo escenario sobre el significado en el empleo y uso de la capa, las banderillas y la muleta, con lo que se tiene idea general de los alcances propuestos por infinidad de diestros, dando al quehacer taurino la afirmación del tema y sus variaciones respectivas. Estas tres obras escogidas deliberadamente entre infinidad que tratan el mismo tema, llenan en primera instancia el requisito primordial de la interpretación pertinente en tanto tauromaquia. Son tres trabajos serios, dueños de una capacidad intachable respecto a los fines que persigue el intento para el mejor alumbramiento de ese tratado en momentos precisos como estos. La TAUROMAQUIA MODERNA de Federico M. Alcázar (1936), fue un prospecto acertado, pero solo quedó en buenas intenciones pues no se le recuerda en 353


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los mismo términos de las ya anotadas y que, a mi juicio poseen infinidad de valores que no pueden dejarse de considerar si el objetivo es trabajar en la versión más moderna de la tauromaquia, tanto a caballo como a pie. Este proyecto podría emprenderlo cualquier aficionado, eso sí con un amplio bagaje, una reconocida trayectoria y años, muchos años de respaldo. Además, el siempre indispensable buen estilo literario para entregar un buen trabajo que además, es urgente en este ya avanzado siglo XXI. ¿Alguien desea tomar dicha estafeta?

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ANTE EL CÚMULO DE SITUACIONES ENCONTRADAS, ¿QUÉ FIESTA POSIBLE QUEDA POR VER EN MÉXICO. 167 Una vez más, al salir de la plaza, a pesar de algunos pasajes positivos que se dieron durante el festejo del domingo 9 de enero de 2005, como aficionado que me considero, sentí el terrible abatimiento, la tremenda derrota, frente a la inmensa muralla que han levantado diversas figuras cuyo protagonismo entraña hoy día uno de los más espantosos escenarios, por cuya consecuencia se debate entre la vida y la muerte la fiesta de toros. No podía ser más pesimista el comienzo de estas notas, pero es que por enésima vez, volvieron a repetirse una serie de idénticos acontecimientos que despertaron, entre otras cosas, distintas actitudes que manifestó el público en un repudio colectivo a la luz de ciertas situaciones encontradas, que, por su profunda y complicada circunstancia, ameritan un desmenuzamiento, hasta llegar a la causa, pero también a su posible remedio. Once años consecutivos bajo el mismo mandato empresarial, se han convertido en un mal crónico con resultados terriblemente dramáticos, donde habiendo cura posible, se ha dejado crecer el mal, siendo ese mal en su conjunto el que se ha apoderado de los pequeños y grandes huecos, como un cáncer. El poder del sólo personaje ya insinuado ha sido insólito, pero también inexplicable. Nadie que se precie de amable y respetuoso puede ocupar un cargo donde al parecer es necesario alguien con un perfil tan característico como el de Rafael Herrerías: bragado, tosco, altanero, bravucón, insolente, con una inteligencia magnífica pero ocupada en cómo hacer el mal. Dominante y amenazador al mismo tiempo, todos quienes le rodean tienen que rendirle cuentas y pleitesía para no ser víctimas de semejante sistema represivo. Protegido por otro poder, y este del todo político y empresarial, detentado por el ex-gobernador de Veracruz, Miguel Alemán Velasco y su hijo del mismo nombre y apellido, que al parecer aún no se han dado cuenta del “Frankestein” que han producido, o ya se les salió de control, al grado de que la sed incontenible de poder y anarquía han hundido el poco nivel de credibilidad que se tenía para con la fiesta, y no hay quien apueste un quinto por ella. 167

Apuntes a la décima corrida de la temporada grande 2004-2005. Domingo 9 de enero de 2005. Humberto Flores, José Luis Angelino e Israel Téllez, con seis ejemplares de Carranco.

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Este fenómeno no es nuevo. Ya en otras ocasiones, me he ocupado de desmenuzar los imperios empresariales que construyeron Ramón López, Eduardo Margueli, Antonio Algara, “Carcho” Peralta o Alfonso Gaona, sin olvidar la etapa oscura manejada desde el Patronato taurino. Es decir, pocos recuerdos agradables, más bien aislados de este conjunto de personajes que en su momento administraron las empresas de plazas como “El Toreo” de la Condesa, “El Toreo” de Cuatro Caminos y la plaza de toros “México”. Eran otros tiempos, y otras las circunstancias y, para bien o para mal, la fiesta se mantenía de pie, eso sí, pero sin los riesgos a que ha sido expuesta desde hace once años, hasta ponerla en un estado de desgracia, condicionada a una posible salvación, aunque con daños irreversibles, que tardaría años en recuperar no se si el brillo que nuestro idealismo romántico ha construido alrededor de ella; pero al menos lo que de mínima dignidad debe tener para volver a ocupar espacios de peso e interés en la vida nacional. Pero es que esta descomposición no viene sola. Los gobiernos populistas primero, y los del neoliberalismo después han contribuido para que el espectáculo taurino esté a un paso de su fase terminal (y no se trata de ser alarmistas ni amarillistas). Las condiciones políticas y sociales de los últimos 30 años (donde se ha sumado un gobierno tan cerca de la utopía y tan lejos de la descarnada realidad), han marginado la condición de muchos mexicanos, hasta llegar al extremo de perder terreno en el ámbito competitivo en todos sus sentidos, que ni el mismo Tratado de libre comercio firmado en 1994 ha servido para maldita la cosa. Toda esa patología, por desgracia, viene a reflejarse en el contexto taurino, hasta ponerlo en vilo y bajo condiciones de riesgo mayor. Aquella etapa cubierta por Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Mariano Ramos y Antonio Lomelín estremeció la fiesta en el último cuarto del siglo XX. Y lo hizo en varios sentidos. Uno, en el que estimuló cierto nivel de importancia, debido al notable número de festejos que se celebraron con su participación. Otro, el fomento al becerrismo y a ese desmadejado y anárquico crecimiento de plazas efímeras por aquí y por allá, hasta dejar exhausta a la ganadería, donde cierto número de propietarios se unieron a la orgía que terminó en violación masiva. Después de aquel sueño y pesadilla, funcionaron de manera aislada ciertos agentes que, alentados por aquel caos, creyeron que su “fiesta” continuaría. Y así 356


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fue, en efecto, pero con resultados bastante desalentadores desde el punto de vista económico, porque la credibilidad de cientos y cientos de aficionados quedó afectada hasta el grado de que se alejaron de las plazas como síntoma y respuesta a su desacuerdo. Como es lógico, se sintieron engañados. Lo visto en los últimos festejos se ha convertido en el primer gran reclamo colectivo, que aún no alcanza los grados de riesgo mayor, aunque el termómetro social se ha activado lanzando señales color ámbar, cual si se tratara de un semáforo de alerta. Primero fue la tarde del 21 de noviembre; luego el 5 y 12 de diciembre. El vaso colmado se derramó la jornada del 9 de enero, donde al lidiarse 6 ejemplares de sospechosa edad y presencia de Carranco, y al lidiarse el quinto de la infausta tarde, el público se sintió ofendido en sus intereses, dando la espalda al ruedo como respuesta del ¡Ya basta! En tiempos en los que cierto sector de la ciudadanía está haciéndose justicia por propia mano (recordemos el triste caso de San Juan Ixtayopan), nada difícil ni lejano se ve el día que en la propia plaza de toros, o en cualquier otro espacio de esta naturaleza, se desate la protesta en términos más violentos. Una bien percibida ausencia de la autoridad de la autoridad, así, aunque suene reiterativo el presente significado, nos va a llevar a conocer inéditas expresiones de desacuerdo. Jueces que parecen sometidos al capricho del “Señor Empresario”, ausentes de la capacidad de resolver con la ley en la mano cualquier conflicto, evitando en lo posible que crezca la dimensión de cualquier problema. Jueces que se encuentran en el desamparo, porque justo cuando se espera el apoyo de la jurisdicción delegacional, ésta lanza su incapacidad a la jefatura de gobierno, y la jefatura a la delegación, convirtiendo el inconveniente en una ambigüedad que luego se somete al enrarecimiento más desagradable. Por supuesto que quien gana es el empresario. Pero, ¿cuál es esa ganancia, si para donde se mire todo es pérdida? Con una plaza semivacía no hay garantías económicas para decir que esto es un negocio. Con cierto sector de la prensa al servicio de la empresa, no hay condiciones de credibilidad alguna. Con otro sector de la misma prensa, y que se enfrenta a la propia empresa, empeñado en manejar argumentos razonables, sin compromiso de ninguna 357


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especie, tiene como respuesta la intolerancia, la persecución, el acoso, y hasta el paso prohibido, por lo que los aficionados se ven impedidos de conocer la otra parte de la historia, reducida al simple recuento condescendiente, sin complicarse la vida, porque lo único que se va a encontrar son notas color de rosa, al estilo de Aldos Huxley y su “Mundo feliz”. ¿Qué se está esperando? ¿La tormenta? Aunque incluso la pasividad puede ser otro tipo de respuesta, pero un estado pasivo y estacionado puede ser altamente peligroso. Un inesperado acontecimiento puede sacudirlo todo y entonces sí, las consecuencias pueden ser más graves de lo previsto.

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CUANDO EL TEMPLE ES EQUILIBRIO. 168

Entre los pocos, poquísimos aciertos de Rafael Herrerías en 12 años de padecer su imperio-impunidad y su dictadura, lo que ocurrió la tarde del 16 de octubre fue reunir a 7 novilleros con enormes posibilidades de colocarse en un sitio envidiable para, en el momento más apropiado ser merecedores de la alternativa. El que parecía oportuno inicio de temporada con una novillada de selección se convirtió, paradojas de la vida,169 en la culminación de la irregular y no por ello mediocre serie novilleril, cuyo balance en muchos sentidos fue pobre. Mi opinión viene soportada por varias razones de peso que aparecerán anotadas en la reseña de una larga como interesante tarde de toros que presenciamos. Dejándome por ahora de estas erradas especulaciones, me ocuparé de los quehaceres puestos de manifiesto por el conjunto novilleril actuante la tarde de ayer. El andamiaje de la tauromaquia ha cambiado hoy día de soportes, a tal grado que la actual generación, no sólo de novilleros; también de aficionados debutantes o en formación ignoran –son ellos los menos culpables-, que torear no solo implica técnica o arte. También historia y su respectivo y congruente análisis. Sí, son ellos los menos culpables porque quienes tienen la obligación de cumplir con esa cíclica y convencional transmisión del testimonio oral, somos apenas unos cuantos. No es este un pésimo saldo de guerra, pero se parece. De la vieja guardia son cada vez menos, y los que podríamos hacer esa tarea, también nos vamos reduciendo y en esa medida, lo poco o mucho por decir tenemos que contárselo a unos cuantos que a veces no garantizan soportar la lección, retirándose entonces del salón de clases imaginario. Si eso está pasando en el tendido, ¿qué no ocurrirá en el ruedo, en el callejón; en el campo, en la plaza de tienta, o en aquellos lugares donde se practica, por ejemplo, el

Crónica de la vigésima y última novillada de la temporada. Plaza “México”, 16 de octubre de 2005. Juan Luis Silis, Paul Cortés, José Mauricio, Fermín Rivera, Rodrigo Muñoz “Gitanillo de Tlalpan”, Juan Chávez y Juan José Vián López “El Palentino”, con 7 novillos-toros de Marco Garfias. 169 El País (Suplemento), del 16 de octubre de 2005, p. 38-46, p. 41. esto me recuerda una pregunta hecha al cantaor Enrique Morente, cuando se le pide sincerarse sobre sus experiencias en la Alhambra en estos términos: Entonces la Alhambra es metáfora de varias de sus paradojas... Y él responde: Sí, una vez más, ahí están todas mis contradicciones... 168

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toreo de salón? Los novilleros, y me ocupo de ellos con profunda atención y vehemencia, porque veo en ellos el futuro o porvenir del espectáculo, pero también de sus propios destinos, hoy día tienen una formación y una información limitadas. Los siete muchachos que actuaron el domingo por la tarde, tiene posibilidades, por eso se les incluyó en el cartel. Eso no es una casualidad. Sin embargo, manifiestan una ausencia terrible relativa a la puesta en escena, de qué hacer o cómo resolver cualquier situación ante la cara del enemigo y eso como resultado, muchas veces de una comunicación interrumpida, alterada o limitada que mantienen con el apoderado, cuando existe, y si no de o de los asesores que le rodean, no siempre los más apropiados. La forja del novillero hoy día en cuanto dificultad, tiene diferentes matices a los del pasado, pero vienen siendo en esencia la misma cosa. Pocas oportunidades, padrinos de ocio y casualidad, apoderados no siempre con la experiencia de los que representan a las figuras del toreo. Gente en fin sin oficio ni beneficio. Es notoria la ausencia de un guía espiritual, de un maestro capaz de instruir, corregir y reprender cuando sea necesario, sin dar coba, de ahí la vigente necesidad de alentar escuelas (allí está el modelo de la de Madrid). Y con esto, no quiero decir que no las haya en México. Allí están la “Ponciano Díaz”, la de Aguascalientes, la de Pastejé, por citar las más renombradas. Lo deseable es que funcione una sí y otra también. De esas escuelas, de sus rigurosas lecciones y oportunos consejos –que también puede ser obra de un maestro en solitario-, los aspirantes deben salir al ruedo concientes de la responsabilidad que asumen, del terreno que pisan, así como de todo aquello que significa conocer la tauromaquia en su “abc” elemental, que lo demás viene por añadidura. Viendo hace unos días una vez más las imágenes filmadas por Daniel Vela, en un disco DVD que me toca producir con la UNAM, 170 me doy cuenta del potencial de aquellos novilleros de hace 60 años, inexpertos también, pero con unas ganas y una afición que no les cabía en el cuerpo. Su repertorio en los tres tercios era amplio, en medio de una

170

José Francisco Coello Ugalde: TESOROS DE LA FILMOTECA DE LA U.N.A.M.: TAUROMAQUIA. Vol. I: “Daniel Vela: 1941-1946”. (Año de edición: 2002).

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competencia feroz, sobre todo en el oportuno tercio de varas, donde los quites se intensificaba, evitando el tumbo o consumado este, eran capaces de quitar. Hoy, el quietismo, prevalece, y no son los novilleros, salvo honrosas excepciones, sino las infanterías los que cumplen con ese papel protagónico pero privativo al matador en turno, que se marginó debido a la falta de imaginación y al minimalismo de un pequeño conjunto de lances: verónicas, chicuelinas y gaoneras. ¿Qué es necesario comparar? Sí, pero porque son novilleros y en ellos están recayendo el futuro de una fiesta incierta, soportada por una minoría de toreros con alternativa que son muchos, frente a pocas oportunidades y estas, por desgracia, se encuentran repartidas para un grupo muy reducido. Hablo de: Eulalio López “El Zotoluco”, Rafael Ortega, Eloy Cavazos, Jorge Gutiérrez, Alejandro Amaya..., junto a la otra torería extranjera: Enrique Ponce, Julián López, César Rincón, “Finito de Córdoba”, “El Fandi”, “Morante de la Puebla”, e incluso Pablo Hermoso de Mendoza. Y son todos, pero ese “todo” es poquita cosa para un México taurino mucho más amplio. Por todo eso, veo un futuro incierto y no creo que en tres o cinco años vea colgados en los carteles, nombres como los de Juan Luis Silis, Paul Cortés, José Mauricio, Fermín Rivera, Rodrigo Muñoz, Juan Chávez, o Juan José Vián en medio de la inercia presente y patente. Juan Luis Silis, tiene nociones y las sabe aprovechar con una claridad que va resolviendo sobre la marcha y siempre en la cara del novillo. No deja que los tiempos muertos se apoderen de la situación y su faena del domingo quedó salvada gracias a esa virtud que puede explotar. Es cierto, son pocas y aisladas las oportunidades y ante ese muro, cualquier ilusión termina impactando como golpe seco en ese mismo y terrible muro. Juan Luis Silis tiene con qué, pero su tiempo como el tiempo de otros se va consumiendo. Esperar, desesperar, tomar la alternativa es suicidarse. Este es su dilema. Un esfuerzo como el de Paul Cortés tiene sus pros y sus contras, porque es uno entre muchos que se han empeñado en abrirse paso, y aunque fue de los que en la limitada cosecha de apéndices algo colectó, no es suficiente, como no es suficiente lo hecho en el 361


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ruedo de Insurgentes el domingo 16 de octubre. Voluntarioso, aunque es también víctima del quietismo y el minimalismo, justo es decirlo que tendrá que ofertar su quehacer tauromáquico por lo menos un año más, si quiere llegar poco más maduro y mentalizado a la alternativa. La alternativa en José Mauricio es asunto consumado, pero la pongo en duda, y no porque no haya fecha, sino por el potencial que, como matador de toros en cierne tendrá que arriesgar, si no quiere ser otro marginado más. No se lo deseo, pero sí se lo advierto. Esa transición representa poner en juego su futuro y tan joven, lo deseable es que no se frustre una carrera tan particular como la de doctor en tauromaquia. El domingo nos demostró parte de esa capacidad, pero solo una parte, se nos puso envidioso y no prodigioso, como lo esperaba una asistencia que lo alentó, a pesar de la falta de entrega del novillo que fue áspero, después buscó como herir y terminó haciendo cosas de manso. Salió al tercio. “Arlequín” era un novillo pequeño de caja y de estatura, recibió un castigo prudente y resultó ser el mejor ejemplar de la tarde, el más potable. Leí con atención lo escrito por Jaime Avilés y no coincido con él. Su opinión habla de un Fermín Rivera dueño de todas las malas mañas y no, me parece que a su edad y con el mínimo de consejos que lo han venido formando, no están en él esas intenciones, que si así las ve “Lumbrera chico”, es muy su problema. Una cosa es dar coba a los tendidos a otra que yo llamaría éxtasis o estado de gracia en que Fermín, y lo sabe muy bien, abrevó el espíritu del abuelo y del tío para destilarlo en un momento clave para su vida torera. Y en la descalificación de Avilés que aún no termina, apunta: “El cornúpeta le iba y venía alegremente, pero Riverita (no se si empleó el diminutivo por su inmadurez, por diminutivo mismo o como calificación peyorativa) se limitó a torearlo a media altura (las caudalosas, prodigiosas series por ambos lados, además de cumplir con los cuatro tiempos: citar, templar, mandar y ligar, gozaron de ese otro “plus”, de ese otro “temple” que se atesoró viéndole torear como lo hizo, llevando de aquí hasta allá al cornúpeta en un desmayo permanente de la muleta que por lo menos yo, juro no haber visto nunca torear o llevar la muleta a media altura, salvo aquellos necesarios momentos para hacerse del novillo o adornarse, que también lo hizo). 362


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Recuperando el texto de “Lumbrera chico”, decía que lo toreó a media altura, “sin bajarle la mano jamás, y su trasteo se hizo más falso que un billete de dos pesos con 50 centavos. La gente pidió el indulto, el niño mató mal y tardó en descabellar con tino, pero el juez se comió los dos avisos que debió tocarle y le concedió la oreja. Es decir, simuló un éxito en aras del exitismo.171 Toda la temporada “más chica” fue así.172 Conozco a Jaime Avilés, y lo considero mi amigo, pero sus juicios radicales, extremosos y cuasi terroristas, (es justo recordar a José Alameda y su trabajo “Sobre las navalonas y los maribisos”) me sacan de mis casillas. No soy “ista” de nadie, pero el conjunto de la obra realizado por Fermín Rivera no sólo me dejó grato sabor de boca, se lo dejó a otros cinco mil o siete mil asistentes que acudieron como yo al tendido. Nadie nos lo cuenta, lo vimos, fuimos testigos de ese no milagro pero sí prodigio que tan de vez en vez nos proporciona el destino. Que ciertos aficionados con largas horas de vuelo lleguemos con el dogma del prejuicio, y listos a proclamar sentencias como autos de fe sean necesarios, queriendo liquidar de un plumazo lo que no nos parece, es una actitud de prepotencia, de suficiencia intelectual elevada a no sé qué escala, cuando lo prudente es observar y analizar como aficionado, dueño de una razón y un equilibrio en el que la justicia sea bandera. La imparcialidad también. Saludo y celebro el quehacer de Fermín. Si en frío es capaz de autocriticarse o autocensurarse, habrá un Fermín Rivera centrado, dueño de sus actos y también de sus locuras que a esa edad, nadie, que no sea el criterio lo podrán detener. Rodrigo Muñoz apechugó con un novillo al que pudo sacarle mejor partido, pero no lo comprendió, estaba fuera de sí, desubicado y hasta temeroso. No se si el recuerdo-dolor de la peligrosa herida de hace unos domingos regresara sin dejarlo estar a su “aire”. Juan Chávez, luego de una afortunada intervención en el novillo de Fermín, donde dibujó tersas chicuelinas, se adelantaba a anunciarnos, con esa declaración de guerra algo de lo que veríamos en el sexto. Pero el inconciente, o el subconsciente hicieron polvo

171

El análisis de cada uno de los triunfos y de la muy discutible solidez de las improbables figuras del día de mañana, incita a pensar que en realidad existió el exitismo, al que se prestaron de manera vergonzosa los jueces designados por el Gobierno del Distrito Federal, que regalaron apéndices a granel. 172 La Jornada, Nº 7595, del 17 de octubre de 2005, p. 50.

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al consciente de Juan quien se mostró temerario en grado sumo. La suerte incluso le favoreció con apenas unos golpes y demasiados sustos, sin ponerlo al borde de un percance mayor. Se atracaba de novillo, y de tanto ser presa de su propio laberinto, no encontraba salida fácil, solo los pitones que le prendían una y otra vez. Por fin, cuando recuperó la conciencia de este peligroso momento, ya era tarde. A casi tres horas de iniciado el festejo, nadie se movía esperando se develara el secreto de “El Palentino”. Este, se plantó en la boca de riego, y al salir su enemigo le bordó dos gaoneras o intento de gaoneras. Al perder el engaño, y salir las infanterías, me parece que perdió los papeles y desde ahí, hasta que se retiró al burladero terminada su labor, no vimos un planteamiento claro. Sí, se quedó quieto, corrió la mano pero sin ese dejo de angustia y emoción con que alteró a la afición hace tres semanas. No cabe duda, el hombre es un ser voluble y esto se nota más en un torero. Pero si es artista, aún más. Juan José Vián reúne esas virtudes y hoy, a sus 25 años las ha alcanzado, solo que cuando la temporada de novilladas termina. Será difícil una oportunidad, no lo sentencio. Ojalá que esas dos orejas de domingos pasados las sopesen otros empresarios y encuentre él, el ritmo de la continuidad y esté preparado para recibir ese momento de la decisión crucial con una respuesta oportuna y no a destiempo. Ya lo he dicho, a su edad, es un joven con futuro prometedor, pero en los toros, el tiempo se le está yendo de las manos. Insisto, ojalá que no se cumpla en él, la terrible sentencia de una amarga condición llamada olvido.

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RODOLFO RODRÍGUEZ “EL PANA”…, FUEGO A PUNTO DE EXTINGUIRSE. 173 Rodolfo Rodríguez tiene todo lo que va de su vida toreando. No exagero. Y una buena parte de ella pudiera ser en sentido figurado, porque no necesariamente tuvo que hacerlo frente a los pitones de los toros aunque sí ante la descarnada realidad de su existencia a la cual se enfrenta todo aquel que pretende escabullirse de la pobreza y la marginación. El resto de sus otros años sí que ha visto los pitones de muchos toros y hasta los ha padecido en serios percances que lo pusieron fuera de circulación o al borde del peligro. Pero también durante ese largo trecho de andanzas, aventuras y desventuras, este personaje de la picaresca taurina no vio un "pitón" como dicen los que dicen, sufren y padecen el boicoteo o una mala administración. Diestro longevo, ronda ya los cincuenta y cinco de su edad. Peina canas y unos arrugones que no sólo son de esa vejez anunciada e inocultable sino la suma de todas sus tribulaciones que no han sido pocas. La afición mexicana supo de él gracias a sus estrepitosos y arrolladores y no menos apasionados triunfos y fracasos durante la temporada de novilladas de 1977 o 1978. Es decir hace la friolera de 30 años. En esas tres décadas, los altibajos de este prototipo de héroe y antihéroe taurino al mismo tiempo han marcado su destino. Surge El Pana en pleno imperio manolomartinista y en declarada rebeldía se enfrentó a aquel monopolio. Su escurridiza lengua también le vino a estimular el boicot, los bloqueos, las consignas. El castigo en consecuencia. Fue como irse a las patadas

frente

a

Sansón

y

las

declaraciones

del

"fuego

amigo"

resultaron

contraproducentes. Sin embargo, la leyenda de Rodolfo Rodríguez se levantaba frágil unas veces; enigmática y escandalosa otras tantas. Verlo anunciado en los carteles siempre provocó un importante poder de convocatoria por lo que la asistencia popular en las plazas fue mayoritaria. Y esos públicos urdidos de curiosidad querían apagarla viéndole actuar en medio de todos los misterios provocados por su sola presencia en el patio de cuadrillas. Me da la impresión de que este actor se encargaba de poner en práctica todo un montaje diseñado bajo los dictados de su propio capricho. Llegar en calesa, con un Apuntes y reflexiones a la décima corrida de la temporada 2006-2007 en la plaza “México”. Domingo 7 de enero de 2007. Rodolfo Rodríguez “El Pana”, Serafín Marín y Rafael Rivera, en la lidia de 6 de Javier Garfias. 173

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habano así de grande, afectada la figura y el capote de paseo a sus espaldas saludando a diestra y siniestra como héroe salido de aquella novela romántica de Próspero Merimee. Conforme se acercaba a la plaza el rumor crecía y estando al borde de la entrada del coso, los aficionados y curiosos lo recibían en medio de vítores y palmas. "Clásico" le dirían unos. "Payaso", otros. Pero el hecho es que ya provocaba las primeras reacciones en pro y en contra. Y en esa extraña asimilación de haber entendido o comprendido a los héroes del pasado que así como cuentan las crónicas y las leyendas sucedía la revelación de sus actos, El Pana le daba a esas lecturas su propia interpretación. En el ruedo se transfiguraba y poseído por no se que misteriosa fuerza echaba a andar una auténtica puesta en escena peculiar, como de actor autodidacta, peleado con guiones y repartos. Y ajeno a las más rancias normas tauromáquicas iniciaba el paseíllo como hasta hoy sin liarse el capote de paseo, andando a su paso, con un estentóreo y desmayado andar de "patas chuecas" arrastrando los pies, sintiéndose figura heroica sin serlo ante el destino que solo le concedía el derecho de la duda. Mientras sus alternantes ya habían llegado al borde de la barrera y habían mostrado cortesías al juez de plaza, a Rodolfo Rodríguez le quedaba un largo trecho, que con ese paso suyo, hasta su cuadrilla tenía que graduar el ritmo para no terminar afectando el paso. Una y otra bocanada al cigarro puro, un alto en el camino y el voltear para sentir que los suyos no se alejaban, le obligaban de nuevo reponer la figura y continuar el camino hasta la barrera misma. Después todo dependía del destino para verle triunfar o fracasar aunque tuvo el privilegio de contar con un trato especial, seguramente por el hecho de que era El Pana y no cualquier chalao de novenario ni de torero urgido de oportunidades. Eso sí, un auténtico romántico del toreo. Por eso creo que, al margen de todos los adjetivos fijados a su alrededor, fue, es y será ese torero de leyenda, figura en extinción y último sobreviviente de la parte más colorida y hasta folclórica de la tauromaquia mexicana de los últimos tiempos. ¿Quién otro como él? A no ser que se le tenga que comparar con Mariano González La Monja, Lino Zamora o Ponciano Díaz. Quizá con Arcadio Ramírez, Edmundo Zepeda o tantos y tantos novilleros de épocas gloriosas. Aquellos tres del siglo XIX. Estos últimos del XX.

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Hoy, 7 de enero dice adiós a los toros y creo que lo hace más en acto humanitario a su propia persona, mermado ya de condiciones, sabiendo gracias a muy buenas referencias, al hecho de que es un adorador consuetudinario del pulque, esa milenaria bebida de los dioses, tentación de libaciones y provocadora de alucinaciones, como la que estimuló durante, 30, 40 o 50 años de andar en esto, luego de dejar el digno oficio de panadero que no le tenía garantizada sino la única posibilidad de convertirse en patriarca de cocoles, conchas y bolillos por el resto de sus días. Lo que pueda vérsele esta tarde del adiós será -me adelanto a sospechar-, polvo de otros lados que serán celebrados entre la nostalgia de ya no volver a ver más tal leyenda. Y la voz de mi sentencia tuvo un equívoco impresionante. Con cierta urgencia por llegar a la plaza de toros “México”, y conforme me acercaba a ella me fui dando cuenta que la entrada iba a ser de las de día grande. Y aunque sólo hubo casi media entrada, ésta ha sido, hasta lo que va de la temporada, la mejor. Los tendidos se mostraban rebosantes y alegres como es y debe ser este espectáculo que ya desde días atrás había provocado comentarios en los medios de comunicación y entre muchos que ya ansiaban presenciar el festejo. Cuando la autoridad dio la señal para que se desarrollara el paseíllo, resulta que Rodolfo Rodríguez, quien había llegado en calesa, pretendía hacerlo subido en dicho medio de transporte, cosa que fue impedida por la autoridad, de ahí que pasaran algunos minutos en medio de la incertidumbre. Pero al fin salió por la puerta de cuadrillas el diestro de Apizaco en medio de enorme expectación y el paseíllo ocurrió de manera triunfal. Rodolfo Rodríguez fue esta tarde un actor consumado, el centro de todas las miradas y para ventaja suya, cuanto realizó fue maravilla tras maravilla. Sin dejar de apuntar lo que hayan hecho sus alternantes, pero el hecho es que tanto el torero catalán Serafín Marín, como Rafael Rivera, quedaron totalmente opacados no sólo por lo que realizó de manera genial El Pana, sino por el hecho de haber tenido un lote poco propicio al que no pusieron empeño ni técnico ni estético para salir airosos del asunto. A Rodolfo, así como lo recordamos muchos que le vimos hace 30 años, también tiene una capacidad para estimular otro tipo de evocaciones y que tienen que ver con la de 367


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aquellos viejos aficionados que tuvieron oportunidad de ver a otras tantas generaciones de novilleros o matadores de alternativa totalmente distintos a los que hoy están en el candelero. Y Rodolfo, como ya lo dije en algún momento, asimiló y aprehendió esas cosas, bien o mal entendidas, pero lo ha hecho a su manera, y esas maneras, hoy especialmente fueron motivo de celebración, la mayoría de los casos, sin faltar ciertos detalles de hilaridad o que movían a risa. Y comenzó el periplo de las interminables vueltas al ruedo (seis, incluyendo aquella en que fue levantado a hombros) y en todas, Rodolfo era visto como el héroe de esta y otras tantas batallas, por lo que la afición se rindió en cada una de esas peculiares vueltas al anillo. El Pana enfrentó el mejor lote de la tarde, noble el primero de ellos, y de nombre REY MAGO, cuyos despojos terminaron siendo llevados al destazadero a paso lento. Con el de Garfias, nos emocionó con los primeros lances a la verónica, que arrancaba de las viejas páginas color sepia para rematar con garboso y lucido recorte. Del mismo modo, otras tantas chicuelinas a su estilo causaron delirio. La faena de muleta empezó con un cambiado por la espalda o “vitolina” y la armónica serie de pases de diversas marcas, donde lucieron lo mismo varios trincherazos que los naturales con la derecha con un sabor tan nuestro que evocaba, no podía ser de otra manera, a Silverio Pérez, por ejemplo; o a Luís Procuna en otros casos. Y salieron tan rematados, tan bien elaborados que nos rendimos ante cada una interpretación celebrada clamorosamente. No puedo olvidarme de los largos, larguísimos pases de pecho arrimándose como un novillero desesperado. Pero los de trinchera especialmente lo conmovieron, al grado de salir de cada uno de ellos como en estado de gracia, alucinado, tras lograr un orgasmo irrepetible y gozoso. Vino otra serie de pases, algunos de ellos surgidos nada más que de la inspiración y de la espontaneidad que producía en él aquel gozo de tener en frente al toro de la ilusión. Y se fue de nuevo a enfrentarlo, ahora por “Sanjuaneras”, creación única de Luís Procuna, que también elevaron los grados de tensión y emoción. La plaza era un estremecido espacio de perturbados que sólo se dejaban llevar por la emoción, misma que se quedó a medio camino luego de los tres pinchazos que junto a una casi media remataron la gesta. Y Rodolfo Rodríguez El Pana daba otra más de sus vueltas triunfales al redondel. 368


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En el cuarto de la tarde, aunque las cosas no pintaron nada bien con el capote, sí que se superó con las banderillas, dejando dos cuarteos, el primero en excelente colocación, el otro un poco más atrás y caído. Remató el tercio con el de “Calafia” cerrado en tablas, un poquito abajo, pero suficiente para la otra vuelta al ruedo. Y la expectación crecería con su faena, la del adiós, que ahora no es tan definitivo, pues ya se rumora que podría estar en la tarde del 5 de febrero, alternando, entre otros, con “Morante de la Puebla” y César Rincón. Pues bien, con muleta en mano, nos regaló otra de sus misteriosas faenas, llenas de sabor antiguo, sin el equilibrio de las que pudiera estar consiguiendo cualquiera de los del candelero. Eso sí, con un sello que ninguno de los colgados hoy en los cuernos en la luna podría repetir. Volvimos a disfrutar, los derechazos largos, los de trinchera, algún cambiado pero sobre todo, la original puesta en escena, mientras sonaban en las alturas “Las golondrinas”, esa dolorosa melodía que a más de uno puso en situación melancólica. Y El Pana otra vez, en estado de gracia, celebrado en cada detalle por una afición que se le entregó incondicional, sabiendo que estaba viendo el fuego a punto de extinguirse. ¡Qué entrega de la afición! Hacía mucho tiempo que no presenciábamos una despedida como la que ahora ya es registro histórico. Amigos como Julio Téllez rememora la despedida de Fermín Rivera como la más emotiva que recuerde en su larga vida como aficionado, pero esta también tuvo lo suyo. Y Rodolfo citó a recibir, y si en el primer intento no consiguió sino un pinchazo en lo alto, en el segundo dejó una estocada desprendida pero que causó los primeros estragos en CONQUISTADOR que así se llamó el toro del “adiós”. Un descabello vino a culminar aquella tensión y entonces se agitaron cientos, miles de pañuelos que convirtieron aquella demanda simbólica en dos orejas que nadie reprochó. Rodolfo, las paseó en olor de santidad durante las tres vueltas al ruedo que siguieron a la larga lista, como las que dicen ocurrieron las tardes heroicas de Rodolfo Gaona, Alberto Balderas o Lorenzo Garza. Terminado el memorable festejo, Rodolfo fue llevado en hombros por los entusiastas aficionados que seguían bajo los efectos de aquel embrujo. Así, al parecer, concluye un capítulo poblado de leyendas, construidas una a una por este peculiar personaje, que ya he dicho, parece salido de la picaresca taurina, ese 369


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segmento de la fiesta a punto de desaparecer pero que la personalidad arrolladora de Rodolfo Rodríguez y de alias El Pana se encargó de revivir, como el ave fénix para ocasión tan especial.

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EVOCANDO A SILVERIO PÉREZ. SILVERIO PEREZ (PASODOBLE) Letra y música de Agustín Lara Mirando torear a Silverio Me ha salido de muy hondo Lo gitano de un cantar. Con la garganta sequita Muy sequita la garganta Seca de tanto gritar. Silverio, Silverio Pérez, diamante del redondel, Tormento de las mujeres A ver ...quien puede con el. Mirando torear a Silverio, etc. Silverio, torero estrella, El príncipe milagro, De la fiesta más bella. Carmelo que esta en el cielo, Se asoma a verte torea... Silverio, torero estrella, etc. Monarca del "trincherazo" Torero, torerazo... Azteca y Español, Silverio, cuando toreas, No cambio por un trono Mi barrera de sol...

¿Qué opinión hay al respecto de la interpretación que Genaro Salinas hizo de este emblemático pasodoble? Silverio De la inspiración de Agustín Lara, es uno de los pasodobles más reconocidos e interpretados en la historia del género. Hay dudas en cuanto a su fecha de composición, puesto que tanto Genaro Salinas como Néstor Mesta Chaires lo grabaron hacia finales de 1942 o a principios 1943 bajo el sello Peerles. La tradición asegura que este pasodoble nació a raíz de la inolvidable corrida de aquélla tarde de enero del año de 1943 y que de acuerdo a varias versiones de conocedores, ahí nació un nuevo ídolo en la capital mexicana, Silverio Pérez, luego que la afición enloquecida le da ocho vueltas al ruedo en hombros, debido a la grandiosa faena “considerada la más grande del mundo taurino” la que propinó al toro “Tanguito”. El 371


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mismo Silverio Pérez parece desmentir esta versión. Quizá 1943 fue el año de su consagración, aún cuando ya estuviera escrito el mencionado pasodoble. Recordemos que Silverio Pérez nació el 20 de noviembre de 1915 en la comunidad de Pentecostés del municipio de Texcoco, a los 17 años decide dedicarse al toreo, tras la muerte de su hermano Carmelo Pérez, quién contaba con 21 años de edad, esto lo hace reflexionar de su determinación de ser boxeador, ciclista y corredor de fondo, y en el año 1932 debuta en la plaza “El Toreo”. Y desde ese año hasta que se retiró en el año de 1953 recorrió triunfalmente las plazas de toros, luego de haber realizado 372 corridas durante 42 temporadas. Muere en su natal Texcoco, el 2 de septiembre de 2006. Sobre el marco de circunstancias en que nació el famoso pasodoble, el mismo Silverio Pérez comentó en una entrevista: "Este pasodoble lo analizo como un himno para mí. Es uno de los pasodobles más bellos, y no es porque haya sido dedicado a mi persona, pero es precioso por su música y por su letra. Me llena de satisfacción cada vez que lo escucho, y bendigo siempre al maestro Agustín Lara, sobre todo porque se fijó en mí, para componerlo. Todo fue a raíz de que le brindé un toro en una corrida de la Covadonga, y aunque no tuve suerte, él me lo compuso. El viernes siguiente del festejo, me habló para invitarme a comer a su casa. Fui con mi esposa, la Pachis, una vez que habíamos acabado de comer, el maestro Lara me dijo sentado en su piano: ‘escucha lo que te he compuesto’, y lo interpretó. Pero hay una faceta de la letra que dice ‘… tormento de las mujeres’, pensé… con este físico qué tormento podría ser de las mujeres, y fue precisamente mi esposa, la que le preguntó: ‘¿por qué tormento de las mujeres?’, y el maestro Lara, contestó: ‘No crea que es porque su esposo sea apuesto, sino porque cuando toreaba, si atormentaba a los hombres… ¡cómo no iba atormentar a las mujeres!". Entre las grandes intepretaciones de "Silverio" destaca la grabación de Genaro Salinas, a principios de 1943, para la Peerles, donde se aprecia a un tenor muy joven de vibrato rápido y timbre maravilloso, con un buen dominio de la línea de canto, legato y fraseo firme. Ya es notable su facilidad para el registro agudo.

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Néstor Mesta Chaires, en su grabación de 1946 para la RCA Victor hace una magnífica caracterización del pasodoble donde muestra su dominio de los melismas, la extensión en el fraseo y un genuino sentimiento gitano. El tenor venezolano Alfredo Sadel se une a esta tradición utilizando un acompañamiento de mariachi. Destaca su expresividad y elegancia al cantar, partiendo de una caracterización bien proporcionada. Hay buen gusto y elocuencia en el discurso musical. Recientemente, grandes exponentes de la lírica internacional también incluyeron este pasodoble en sus respectivos repertorios, como es el caso de Plácido Domingo (1996) y Ramón Vargas (2000). El primero se hace acompañar de una banda taurina, en un novedoso arreglo que respeta fielmente la estructura musical. El segundo rescata el acompañamiento original y se hace acompañar de la Orquesta Camerata de las Américas, dirigida por Enrique Barrios. Contrasta la voz más densa, cuasi baritonal de Domingo con la voz más ligera de Vargas que, basándose quizás en Mesta Chaires, hilvana unos melismas al final de la pieza, precedidos de un momento de suspenso. Parece ser el instante donde los espectadores retienen el aliento. Allí es donde se agiganta la figura de Silverio Pérez "el monarca del trincherazo", que a sus 91 años sigue toreando en el ruedo de la vida. Alguna vez escribí estas líneas evocando, en merecido homenaje, el paso de Silverio Pérez por este mundo. SILVERIO PÉREZ: INTERPRETACIÓN PURA DEL SENTIMIENTO MEXICANO DEL TOREO. La sola mención de Silverio Pérez nos lleva a surcar un gran espacio donde encontramos junto con él, a un conjunto de exponentes que han puesto en lugar especial la interpretación del sentimiento mexicano del toreo, confundida con la de “una escuela mexicana del toreo”. La etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio espectro del arte taurino. Escuela “rondeña” o “sevillana” en España; “mexicana” entre nosotros, no son más que símbolos que interpretan a la tauromaquia, expresiones de sentimiento que conciben al 373


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toreo, fuente única que evoluciona al paso del tiempo, rodeada de una multitud de ejecutantes. Que en nuestro país se haya inventado ese sello que la identifica y la distingue de la española, acaba sólo por regionalizarla como expresión y sentimiento, sin darse cuenta de su dimensión universal que las rebasa, por lo que el toreo es uno aquí, como lo es en España, Francia, Colombia, Perú o Portugal. Cambian las interpretaciones que cada torero quiera darle y eso acaba por hacerlos diferentes, pero hasta ahí. En la tauromaquia en todo caso, interviene un sentido de entraña, de patria, de región y de raíces que muestran su discrepancia con la contraparte. Esto es, que para nuestra historia no es fácil entender todo aquello que se presentó en el proceso de conquista y de colonia, donde: dominador y dominado terminan asimilándose logrando un producto que podría alejarse de la forma pero no del fondo, cuyo contenido entendemos perfectamente. Es, en apariencia algo que encontramos durante el conflicto entre liberales y conservadores durante el siglo pasado cuando plantean: Que la tesis conservadora, postula explícitamente como esencia el modo de ser colonial, pero implícitamente, quiere el modo de ser norteamericano. Es decir quiere mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad, o para decirlo de una vez, solo quiere de esta su prosperidad. Que la tesis liberal quiere explícitamente el modo de ser norteamericano, pero implícitamente, postula como esencia el modo de ser colonial. Es decir, quiere adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición, o para decirlo de una vez, solo quiere de aquélla su prosperidad. En suma, la tesis liberal acaba por reconocer a posteriori el a priori de la tesis conservadora, es, a saber: la necesidad de mantener el modo de ser colonial.

Estas reflexiones al puro estilo del recordado maestro Edmundo O´Gorman, nos enseñan a entender que algo de esto, también ocurrió durante el proceso de conquista y colonia, aunque allí, influyó mucho la pesada losa que comprende la “visión de los vencidos”, estigma del que todavía no nos recuperamos, a la hora de revalorizar el papel que jugaron culturas indígenas de alto valor político, guerrero, económico de antes de la conquista. Todo esto era necesario para entender también a Silverio, aunque no lo crean, diría Ripley, pero es que Silverio, nuevo Rey de Texcoco, se enfrentó a un grupo de españoles con objeto de ganarles más de alguna contienda, solo que ahora, el campo de batalla es el ruedo. En 1940 la ciudad de México todavía conservaba un sello provinciano, Alfonso Reyes lo expresa así: “viajero, has llegado a la región más transparente del aire”, aunque ya

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invadían las calles algunos packards, lincoln´s y cadillacs. La ciudad va adquiriendo un aspecto cosmopolita. En aquellas épocas se puso de moda vivir en las Lomas de Chapultepec, jugar canasta uruguaya, ir de vacaciones a Acapulco, apostar en el Hipódromo de las Américas, hacer ejercicio en el Deportivo Chapultepec, beber whisky y cocteles y hasta irse a la cama con.... un cobertor eléctrico. En el año de 1946 ocupa la presidencia el Lic. Miguel Alemán Velasco, el primer civil en muchos años, luego de un largo control del poder detentado por los militares durante el movimiento armado que inició, como ya todos sabemos, en 1910. Hasta esos momentos la Revolución ya había tocado fondo y comenzaba a quedar en el pasado como una experiencia dolorosa, pero también edificante para el México por el cual se luchó. De movimiento armado pasó a un proceso doctrinario en el que la ideología y algunos otros principios se volvieron sus principales armas, las que con el paso de los años perdieron frescura y vigencia. Uno de los testimonios de aquel movimiento, que anunciaba su fin en sí mismo, apuntando que ya habían pasado sus mejores días fue el que planteó Daniel Cosío Villegas en su ensayo La crisis en México, crítica por cuyas afirmaciones se ganó serios reproches de los conservadores más recalcitrantes de la “revuelta” que comenzaban a pasar de moda, en medio de un nuevo esquema que funcionó bajo el régimen del conocido “Cachorro de la Revolución”. Alemán, intervino y alentó en su momento una nueva revolución de tipo eminentemente industrial y modernizadora por lo que México ingresó al concurso de las naciones en vías de desarrollo. En México, el ascenso de la población se reflejaba en grandes ciudades como el Distrito Federal, que vio surgir en sitios inverosímiles un “Viaducto”, un “Periférico”, una gran “Ciudad Universitaria” o la construcción de multifamiliares como el “Miguel Alemán”. El progreso y los avances tecnológicos no se detenían. La radio mantenía a un auditorio cautivo que aprendió a soñar las historias, las novelas, las narraciones -como la de una

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buena corrida de toros-, por ejemplo, que surgían de aquellos robustos aparatos instalados en gran cantidad de hogares mexicanos. La C.T.M. adquiría un poder que controló por más de cincuenta años el recientemente desaparecido líder obrero Fidel Velázquez; confederación que en sus inicios vivió grandes momentos al tener muy cerca a otro entusiasta luchador que puso en alto las razones del trabajador en nuestro país. Nos referimos a Vicente Lombardo Toledano, sin embargo los obreros prefirieron a Fidel Velázquez quien se quedó con el control que acumuló en el seno de la C.T.M. durante varios sexenios. Pero no todo lo que pasaba en nuestro país se inclinaba a la política. La segunda guerra mundial había terminado, nuevos estilos de vida se impusieron, entre otros, las formas de divertirse, en los salones de baile el Cha-cha-cha, el mambo y los danzones estremecieron la vida nocturna; el teatro de revista estaba también en sus mejores momentos, a pesar de que la televisión poco a poco iría desplazando estas formas convencionales que imperaron durante un buen tiempo. Silverio Pérez representó una fuerza que fue a unirse a aquella majestuosa expresión del nacionalismo cultural como medida de rescate, al recibir su generación todo lo que queda del movimiento armado que deviene movimiento cultural, en inquieta respuesta vulnerada entre el conflicto de quienes pretenden extenderla como signo violento o como signo demagógico. Pero en medio de aquel estado de cosas, Silverio Pérez al incorporarse al esquema de la otra revolución, la que enfrenta junto a un contingente de extraordinarios toreros y una tropa de subalternos eficaces, genera una de las marchas artísticas y generacionales de mayor trascendencia para el toreo de nuestro país. Presenciamos el desarrollo de la “edad de oro del toreo”. Es el México “postrevolucionario”, un México donde el sentimiento por el toreo está encontrando en Silverio a un exponente distinto, dado que su quehacer se aleja de los demás, dándonos a entender que había llegado la hora de conocer a un torero de manufactura netamente nacionalista, en idéntica proporción a la etapa dominada por Ponciano Díaz, a quien hemos revisado páginas atrás.

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Silverio, hubo dos, y los dos, geniales por donde quiera vérseles. Uno, en el “cante jondo”, el otro, en el toreo mexicano. Aunque a veces podía pesar más la insolencia y simplemente Silverio Pérez no se acomodaba… y a otra cosa. Silverio ha confesado no solo miedo, también pavor y en contraste con su hermano Armando, es decir Carmelo; Carmelo, es decir Armando, predominó un carácter en cierta medida medroso, pero un carácter capaz de contar con el valor suficiente para ver pasar los toros a milímetros de su cuerpo y así, alcanzar la cima en faenas que se recuerdan en medio de la nostalgia. Ahora recuerdo la polémica que mantuvieron Carlos Cuesta Baquero y Flavio Zavala Millet acerca de la faena que bordó Silverio al toro TANGUITO de Pastejé, la tarde del 31 de enero de 1943, en el TOREO de la Condesa. Dicha obra sirvió para enfrentar dos posiciones: la del pasado, desde la trinchera de “Roque Solares Tacubac” (anagrama de Cuesta Baquero) y la del presente por “Paco Puyazo” (alias de Zavala Millet). Cada quien manifestó una actitud que justificaba ambos espacios temporales, uno, el del ayer que presenció el Dr. Cuesta con todo su carácter bélico y guerrero. El autor potosino, era un apasionado de las tauromaquias de Lagartijo y Frascuelo, que impusieron en nuestros ruedos Luis Mazzantini y todo el grupo de la “reconquista” de 1887 en adelante, contra las últimas manifestaciones del toreo nacionalista que abanderadas por Ponciano Díaz estaban siendo llevadas al extremo de la patriotería decadente. Por su parte, el joven Zavala manejaba en su discurso una serie de apreciaciones que iban de la mano con la modernidad alcanzada en el toreo, suma de expresiones que ya habían superado la prehistoria, siendo el arte un fin y un propósito puestos en marcha desde los tiempos de Pepe-illo y su Tauromaquia (1796), lo mismo que la de Francisco Montes Paquiro (1836), hasta las primeras grandes demostraciones estéticas logradas por Rafael Molina y Cayetano Sanz. Más tarde, Antonio Fuentes, Rafael Gómez “El Gallo”, Rodolfo Gaona. Como continuador legítimo de aquellas expresiones, encontramos a Silverio Pérez, quien todavía imprimió un fuerte sello de lo mexicano, enriqueciendo a la tauromaquia con valores que han identificado a los toreros de este país, y al darle con su sentimiento grado de TAUROMAQUIA mayor, esta se eleva, se sublima y, en el mejor de los casos, se enriquece con la renovación (cuán 377


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contradictorio resulta “renovar” un espectáculo en sí mismo anacrónico, matizado de tintes salvajes), con la llegada de nuevas generaciones que la hacen suya, por lo que cada uno de los grandes toreros le da un sello propio, pero convocan, al fin y al cabo a la tauromaquia, que es una, transformada al paso de los siglos, para hacerla dinámica, puesto que ya no puede permanecer estática. Y en todo esto, el papel protagónico de Silverio Pérez, con su peculiar y personal expresión de la tauromaquia, nos dice que una vez más esta grande expresión de arte y de técnica, se abrió para acumular el sello propio de un gran torero, exponente quintaesenciado que por ningún motivo representa a una escuela mexicana del toreo, fabulosa invención que lo único que consigue es confundir unos cuantos árboles con el gran bosque. A 68 años de su alternativa, y con un afán honesto de legitimar el quehacer del torero texcocano, dedico este ensayo a comprender el tránsito del “compadre”, durante sus años hegemónicos, que dieron, junto a su interpretación, el valor que hoy, orgullosamente sigue representando. En la poesía también encontramos diversas manifestaciones. 1931 GLORIA Y PASIÓN DE CARMELO PÉREZ Confunda Dios a “Michín”, el marrajo de San Diego que una tarde de noviembre acribillara a Carmelo. El sol se viste de gala y derrama su oro nuevo sobre la gente apiñada en las gradas de “El Toreo”. De las lumbreras abajo, de las barreras al cielo, ruedan las aclamaciones y estallan los clamoreos. Dianas suceden a dianas y un pasodoble torero canta a la fiesta gallarda con voces de plata y hierro. Y después del frenesí un espantado silencio se enseñorea de la plaza al ver torear a Carmelo. ¡Torero de non, coloso! ¡Loco perfilado en genio! En el silencio espantado sólo se oye el martilleo

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. de la sangre en las arterias y el corazón en el pecho. Cuando un pase natural, -alegre como un requiebro, solemne como la misa-, esculpe en un solo cuerpo al toro y al matador, huye acosado el silencio por los vítores y aplausos que festejan a Carmelo. ¡Pasmo de los redondeles! ¡Pauta, arquetipo y portento! Dispensador de belleza, emperador de los ruedos, eras hecho de emoción. ¡Poeta del rostro negro y el corazón encarnado, de la tragedia unigénito, la Muerte te dio la Vida, la Gloria te crió a sus pechos! Mas ¡ay que su vida estaba a merced de algún berrendo! ¡Ay, que la Muerte envidiaba prendida con alfileres y oscilando entre los cuernos, las hazañas de Carmelo, señor de las multitudes, su afirmación y su ejemplo! Y una tarde de noviembre un torillo de San Diego despedazó la leyenda, bordó de coral el ruedo y al héroe nubló los ojos con un velo rojinegro. Las águilas de los montes ya remontaron el vuelo; crespones prenden al sol y gimen su amargo duelo. Los árboles de los bosques sus penachos abatieron. En las tierras de Texcoco querellas cortan el viento, como si Netzahualcóyotl pulsara el laúd de nuevo. El día se trueca en noche, la noche llora luceros y a la Gloria se le ponen, de llorar, los ojos negros porque un torillo retinto quitó la vida a Carmelo. Desde entonces los domingos hay en el cielo jaleo porque los ángeles corren a ver torear a Carmelo. ¡Torero de non, coloso!

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. ¡Pauta, arquetipo y portento!174 1931-1932 CARMELO... Carmelo de grana y oro, con garbo cita a “Michín” un toro de gran trapío, que como rayo, le vino a herir. El torero, casi un guiñapo, fue fácil presa para “Michín”, ni Márquez ni el gran Ortiz se lo pudieron quitar de allí. En brazos de los “monosabios”, va el ídolo de la afición... ¡Carmelo, pobre Carmelo! La muerte fuiste a encontrar. Pero lo salvaron de los brazos de la parca esos dos portentos que merecen una estatua, los sabios doctores Ibarra y Rojo de la Vega... y fue la Madre España, quien lo vio morir.175 1936 Carmelo. Elegía mexicana. Oh milagroso torero indiano, temperamento de sobrehumano gran lidiador; habla la historia de aquel monarca timbre de gloria por su valor; de aquel monarca que fue tu hermano, “rayo del cielo” que en el lozano campo de anáhuac, fue el soberano y emperador. Y fuiste triste como el indiano, parco en el modo, grande como él; gesto arrogante, nervios de acero, y en la alegría como el guerrero, fue tu sonrisa deshecha en hiel. Cruzaste al paso por el fracaso de nuestro siglo como un torrente, alta la frente, fiero arrebol; luces del Sol finjían tus lances maravillosos 174

Mario Colín: El corrido popular en el Estado de México. Dibujos de Jesús Escobedo. México, Imprenta Casas, S.A., 1972. 556 p. Grabs., ils. (Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, XXV)., p. 448-450. 175 Martínez Remis: CANCIONERO POPULAR..., op. cit., p. 32.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. llamas que el viento prendía en los cosos de Nueva España, fuego y ardor. Alma torera que ingente brilla, desde los machos de la montera a donde es negra la zapatilla. Fue en una tarde que se alumbraba con la fogoza luz de Castilla, cuando a mi vera triste pasaba y amargas coplas así cantaba mi Carmelita la gitanilla. Torea Carmelo la negra muerte, carga la suerte con genio y brillo, pasan rosándole los puñales el frágil vuelo del capotillo. Fuiste Toledo, último ruedo… blanco santuario de inspiración; y fue su temple tan grande y fiero, como tu acero de fundición. …………………………………… Y era gris la tarde que muerto viniste, todo sollozaba todo estaba triste, trajeron tu cuerpo marchito, marchito… brotó de mis ojos un lloro infinito, tañeron los vientos dolientes plegarias y en las altas torres siempre solitarias, doblaron a muerto los bronces sonoros… se vistió de duelo el azul del cielo el rey de los astros la corte y su luz; y allá en los pastales bramaron los toros y en las soledades de negros picachos las águilas reales, sus alas potentes abrieron en cruz. Desde que las sombras del negro cortijo cubrieron las glorias y triunfos del hijo de mis patrios lares que lejos cayó; nadie ya a la tumba del audaz que ha muerto a regar con rosas gragantes ha vuelto, está su sepulcro huérfano de flores… falto de cariños y falto de amores… y en torno a su loza la flor del olvido su nombre cubrió. Anda salamera riesga con tu llanto mi amargo quebranto, y hablándole quedo, quedito, en voz baja, dile que en su caja desde que murió; sin heberle estado siquiera esperando, sin saber de dónde ni cómo ni cuando…

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. le estaba guardando dentro de mi pecho, la rosa en botón. Anda mexicana reina soberana, póstrate de hinojos entre los abrojos rézale en silencio mística oración; pon sobre su fosa mi lida serrana, la rosa más guinda la rosa de grana, la rosa marchita de mi corazón. Oh la azteca raza de vieja solera bravo fue aquel noble que pujanza diera, gran magnificencia de tu audaz valor; fue aquel esforzado sin igual guerrero que corriendo el tiempo se sintió torero porque ahí en el pecho tenía un sol entero si en el ancho ruedo no brillaba el sol. Paladín augusto de la torería, fuiste el alma bruja de la patria mía, para ti estos versos, tu la raza azteca, la elegida y brava, para ti los versos que mi mente graba lo que ha mucho tiempo grabara un pitón, lo que no se borra, lo que siempre queda… grabado en el rojo capote de seda de mi corazón. Febrero de 1936. José D. Gómez Campos.176 1942 SILVERIO, EL POETA DEL TOREO Pueblo de Pentecostés; peña brava encielo abierto, nidal de toreros hondos, raza de antiguos guerreros. Netzahualcóyotl se duerme, y es ritmo su pensamiento; entre el polvo de los siglos está su voz resurgiendo grandilocuente y sublime, clamando con limpio acento por las llanuras bravías: “Maravilla de estos tiempos... cumbre de las altas cimas, asombro de los toreros, magia oriental en tus lances, bravuras de león en celo, los ciclos universales que tendrá el toreo moderno, 176

El Eco Taurino. Año XI, México, D.F., 12 de marzo de 1936, Nº 402.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. se han de dividir en antes y después del gran Silverio”. “Por tu vena negra y honda corre de raza el aliento, un soplo divino anima tu brazo frente al misterio”. “Eres torero tan indio tu sabor tan puro y seco, tu templar tan agotante, tu lance tan largo y lento, que cuando torear parece que están ensoñando un sueño fabuloso y milenario, entre las ruinas de un templo donde los ídolos duermen las grandezas de un imperio pavoroso y legendario, en donde el valor escueto gestara la esencia heroica en el mar, grande silencio, de aquel corazón viviente que un día se llamó Carmelo, gigantesco monolito hecho de sangre y de gente”. “Hermano tenías que ser de tu carísimo ancestro, mas tu llama no es violenta, tu fuego es un fuego lento como aquel que relamiera la arrogancia de Cuauhtémoc y que el pulir de los siglos tornó en sagrado y eterno”. “Acerca tu real figura, deja que te ponga al cuello este collar de los grandes caballeros de este reino: ocho cabezas de toro en obsidianas de ensueño, con sus diez y seis espinas irán pregonando al viento: “Guitarrista” y “Pescador”, “Moreliano” y “Pispireto”, a “Cantarito” y “Mariachi”, a “Traguito” y “Peluquero”; ahora sí, ve por el mundo a sojuzgar en los ruedos a las fieras mugidoras, con el poder de tu gesto, aniquilando su casta con el filo de tu acero, que para eso cuentas ya con mi más férvido anhelo”. -Apagó Netzahualcóyotl de su voz vibrante el eco, y su visión se perdió entre la peña y el cielo; pueblo de Pentecostés cobijado de silencio,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. echa a rodar tus campanas, suena el caracol guerrero, que ya el rey poeta tiene un prepotente heredero a quien el mundo le dice en la música de un verso: “Torero de todo el toro que sale por los chiqueros” y en un alarido enorme, ¡Torero cumbre, torero!177 JOSÉ DANIEL Noviembre de 1942. SILVERIO Revolución audaz ha provocado al ambiente taurino del momento, haciendo germinar el pensamiento de que está por Carmelo iluminado. En escuela científica formado tuvo empeño de cambiar procedimiento, yendo en pos de alcanzar el firmamento como estrella, habiéndolo logrado. Recordando el ejemplo de Belmonte que Carmelo siguiera en su carrera, abrió para el toreo nuevo horizonte. Al triunfo consagró su vida entera sin dejar al fracaso ni una parte: ofrece a la afición valor y arte. El-hombre-que-no-cree-en-nada 1945 MONÓLOGO TAURINO ¡Y olé! Y ¡olé! En Córdoba fue: nació Manolete y ¡olé! Pero oiga usté: En Texcoco fue: Nació el gran Silverio ¡y pa´ qué! En Córdoba la sultana nació el MONSTRUO del toreo, y se desmayó su hermana al ver un crío tan feo. Y en Texcoco, indiano suelo, nació Silverio ¡arma mía! y al verlo azotó Carmelo que era más feo todavía... 177

MULTITUDES. Año IV. México, Lunes 28 de diciembre de 1942, N° 211.

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En Córdoba fue... nació Manolete ¡Y olé! Y ¡olé! Y en Texcoco fue: nació el gran compadre ¡y pa´ qué! Manolete, Manolete, arte, señorío y coraje, que al torear se está más quieto que la Torre el Homenaje. Silverio, Silverio Pérez, faraón de Faraones, ¡Ay compadre qué feo eres! ¡Pero con cuántos calzones! Julio Romero de Torres debió pintarte, Manuel: Tal pintor pa´tal torero, tal arte pa´tal pincel. Y a ti, Silverio, aunque fuera el que un cuadro te pintara el propio Diego Rivera ¡Hasta guapo te sacara! Serio torero izquierdista, asombro del natural, temple, quietud, señorío, quintaesencia escultural: Lentitud, mando, arrogancia, arte clásico y profundo: ¡Ay Córdoba, tu fragancia aromando al nuevo mundo! Porque sí señó en Córdoba fue: Nació Manolete y ¡olé! Y ¡olé! Pero todo eso se acaba cuando un indio no se humilla y saca de un trincherazo sangrando la taleguilla; cuando un Procuna refina gracia, tragedia y sabor y hasta la manoletina le mejora a su inventor; cuando con todos los toros siempre maestro y confiado liga Fermín su faena en medio metro cuadrado. Pensando en México siempre en los toros nos montamos

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. porque si "allá" tienen casta aquí hasta les regalamos. Dizque era el número uno Manolete el cordobés; porque no había ninguno que le parara los pies; Y vino a darnos picones sin ver que en estos confines ante un Silverio a los monstruos les dan hasta colerines. Y pa´demostrar que es cierto más de un cilindrero queda: ¡También en Texcoco hace aire y en Saltillo polvareda! Y ya el señó Manué como -bonitos o feoslos aztecas no se rajan ¡Mas que no les den trofeos! Porque sí señó en Córdoba fue: Nació Manolete y ¡olé! Y ¡olé! Pero óigame usté en Texcoco fue: Nació el gran Silverio -¡¡¡y pá´qué!!! GUZ AGUILA.178 Ca. 1945 CORRIDO A SILVERIO PÉREZ Con música de salterio y sin brincar del huacal, hoy viene a hablar de Silverio el oaxaqueño Abascal. Trata en alegre corrido y sin asomos de inquina, un caso muy discutido, o sea la cuestión taurina. Y aquí viene la canción. óiganla con devoción: Si les gusta oír cantar 178

Daniel Medina de la Serna: "Mi cuarto a espadas". Gaceta personal de (...), miembro de Bibliófilos Taurinos de México, año 3, número 31, mayo de 1987. GUZ ÁGUILA (Antonio Guzmán Aguilera) fue un poeta festivo que desarrolló su actividad, principalmente, como autor de revistas teatrales con decidido contenido político; entre ellas podemos citar: "El diez por ciento" (1917), "La presidencial se divorcia", "La exploración presidencial", "Los hijos de Pancho Villa", "Mujeres de México" (1927) y sobre todo su mayor y más trascendental éxito: "La huerta de don Adolfo".

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. nomás pónganme cuidado, que un corrido va a empezar a Silverio dedicado. P´al hermano de Carmelo yo compuse la rimada, vuela palomita luego, a buscarle la tonada. ¡Qué gusto me da mirarte entre toda tu cuadrilla, cuando vas partiendo plaza gran torero maravilla! El que mira una faena al torero texcocano, más que se quede pelón al ruedo tira el jarano! Va Silverio el Faraón por todos los redondeles, cada vez un faenón y conquistando laureles. En Jalisco, en Monterrey, donde quiera que has toreado, a los toritos de ley oreja y rabo has cortado. Más no faltó quien dijera rabiando de pura envidia, que Silverio con la izquierda no sirve para la lidia. Tú no pongas atención a quien no se la merece, te aseguro con razón que un Villamelón fue ese. Porque pisas el terreno donde cuajas muletazos, Silverio, tú eres torero, no necesitas zurdazos. Por tu faena a Tanguito un homenaje te harán, un torero y un torito tu monumento serán. De Pastejé fue ese toro, al que tú inmortalizaste. esa tarde en “El Toreo” tu fama la consagraste! Dicen que van a venir los españoles toreros, con el de Texcoco acá... guerra tendrán los iberos. Y que pase la pelada

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. no me parece tan peor; ¡que vengan los españoles a alternar con lo mejor se oye decir a la gente con sus palabras cabales: para torero... ¡Silverio! ¡Dos no tenemos iguales! ¡Ah, qué cierto y qué legal lo que las voces dijeron! Porque toreros como él al mundo pocos vinieron. Vuela, vuela, palomita, vuélale como de rayo, porque si hay otro Silverio, verdá de Dios que me callo. Ya se va el aficionado el que compuso el corrido y si en algo quedo mal, que lo disculpen les pido... Ya llegó la obscuridad: ya nos vamos al descanso que duerman con suavidad y en apacible remanso. ANÓNIMO. SILVERIO Para Paco Prieto Fue la más fina de tus cosas finas: al arroparte en tu capote lento cambiaste chicuelina en sentimiento, metal éste muy puro de tus minas. Y por tal emoción, las golondrinas que al crepúsculo son filas del viento, trazaban el adiós del firmamento arriba de tus torres chicuelinas. Eso sí, tu muleta era vehemente temple de tu derecha, presentía, asentía, consentía el torrente, ¿Y qué tu trincherazo y tu agonía? Águila que devora una serpiente, miedo de tu gigante torería. Ernesto Ortiz Paniagua.179 Ca. 1945

“Ixtus. Espíritu y cultura”. De Dios y de los toros. Homenaje a David Silveti. México, 2003, Nº 42, año XI. 116 p., p. 51. 179

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. I Silverio. Es una tarde caliente… es una tarde de toros, el gran maestro Silverio nos tiene en suspenso a todos… De Pastejé es el ganado, buen trapío, muy buen peso, y con una encornadura para que se luzca bien, nuestra primer gran figura… Ya se efectuó el paseíllo… ya se lucieron los capotes… se humedeció la muleta, solo falta la señal y del toril, se abra la puerta… Metido en el burladero con la quijada en el pecho, espera nuestro gran torero, que le salga su primero… Empieza a tocar la banda el pasodoble “Silverio”. Se nos estremece el alma con vibración de salterio… Las verónicas empiezan tan ajustadas y lentas, dejando caer los brazos con cadencia y sin violencia… ¡Qué gran torero es Silverio! Ha pasado el primer tercio… se nos hizo tan ligero… Y con rapidez ya vemos al primer banderillero… El Faraón de Texcoco se dirige al burladero, y tomando la muleta, en medio del redondel con el burel se embragueta… ¡Con qué alegría cita al toro! Cómo lo recibe en suerte… la muleta es abanico, es péndulo que hipnotiza, es fuego rojo que quema, en el tendido a la gente… Ahí está Silverio Pérez acariciándole al toro desde la punta del cuerno, a la mitad de la frente…

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. El engaño ya está listo, y buscando la igualada, en lo alto del morrillo, logró una gran estocada… Monarca del trincherazo ahí tienes a tus pies a la fiesta fulminada… ¿Qué locura… qué ovación! El público rinde a tu arte, una fina devoción… Se desprende desde el cielo un rojo clavel reventón, te lo regala tu hermano que en los ruedos también fuera, un artista… un valiente, y un mandón. José Loarca Muñóz.180

¿Y qué decir de la recreación escultórica? Así como Mariano Benlliure logró perpetuar la famosa “Estocada de la tarde”, esa escena torera en que Rafael González “Machaquito” remataba a uno de los tantos toros que estoqueó en su vida, así Humberto Peraza también consiguió trasladar en su monumental “Trincherazo” la esencia más pura de aquel arranque de voces y gritos tan mexicanos que se sintetizan en pase tan singular, tan bello, tan hermoso que reúne en esa pieza lo que le dio Silverio al toreo: sentimiento, voz, pureza, misterio, música callada del toreo que dijera José Bergamín para otro torero del mismo corte: Rafael de Paula, pero perfectamente acomodado para entender la grandeza de la fiesta.

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José Loarca Muñóz: Antología poético taurina. Querétaro, Municipio de Querétaro, Presidencia Municipal de Querétaro, 2006. 116 p. ils., retrs., fots., p. 11-12.

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EL PRURITO ACADEMICISTA VS. LOS TOROS. A solicitud del Lic. Julio Téllez, me ha pedido que juntos emitamos una serie de opiniones al respecto de la literatura que habiendo sido producida por editoras o autores importantes de nuestro tiempo, hoy día se han empeñado en minimizar el tema taurino, sobre todo cuando se abordan los asuntos relacionados con tradiciones, entre las cuales, y de manera varias veces secular se encuentra la fiesta de los toros. Pero sobre todo, del síntoma de desprecio que una buena parte de la comunidad intelectual tiene para con este espectáculo que consideran como “bárbaro” y “retrógrado”. El asunto no comienza con ese síntoma que transpiran a modo de prurito, tanto por parte de un sector de la academia (por fortuna no son todos) como por el hecho contundente de que esa misma academia argumenta que los toros son un tema menor. Ernesto Lemoine me enseñó a entender mucho mejor este aspecto cuando me dijo que estudiaba los toros como una historia paralela a la historia misma de México. El tratamiento de indiferencia se va a tiempos bastante remotos. No es el caso ocuparnos de lo que sucede en España, pero tampoco podemos permanecer ajenos a esa circunstancia, por lo que uno de los primeros comportamientos ocurrieron con la publicación de algunas bulas papales que negaban los toros en virtud de los actos de desacralización que se generaban al utilizar o manipular las imágenes religiosas en cuanto festejo se organizaba al llamado o pretexto de la celebración donde el culto iba de por medio. Ocurrió lo mismo cuando Isabel la Católica repudiaba los toros. De igual forma, el fenómeno se repite de manera intermitente y consistente también cuando se desarrolla el siglo de las luces, aquel siglo XVIII en que las ideas ilustradas pretenden la separación de usos y costumbres de un pasado monolítico para ver hacia delante en plena coincidencia con los principios propuestos por Rousseau, Diderot, Jovellanos, y otros hombres del pensamiento de avanzada. Pero la tradición taurina mexicana comienza en el momento mismo en que Hernán Cortés está reportando en su quinta-carta de relación enviada al rey Carlos V, un hecho que por insignificante, no debe perderse de vista. Se trata de la celebración de un festejo donde se lidiaron “…ciertos toros”. El dato se remonta al 24 de junio de 1526, y muchos apelamos a él dando por hecho la génesis del toreo en México. Con el paso del tiempo, 391


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con la asimilación del padre español y la madre indígena, con la integración y madurez del mestizaje sobrevino toda una serie de fenómenos sociales que permitieron la viva e intensa representación de cuadros de vida cotidiana en los que la fiesta taurina se encontraba perfectamente articulada a la forma de ser y de pensar de los habitantes de buena parte del virreinato de la Nueva España. Por eso no es de sorprender el hecho de que entre el calendario religioso, el político o de otra índole, la fiesta siempre estuvo presente, al grado de que hoy es posible tener registros cercanos a las 400 relaciones de fiestas, lo que es apenas un referente de aquel boato, de la ostentación que se prodigaba para organizar aquellas celebraciones. Y no podemos olvidar que buen número de aquellas fiestas organizadas durante el virreinato sirvieron como apoyo para la obra pública. Otro tipo de registro es la iconografía rica en su paleta de colores, pero también intensa en la serie de representaciones, unas burdas, otras más elaboradas que nos dan idea cabal de la impresión que tuvieron aquellos artistas nacionales o extranjeros que se identifican por su estilo o por la firmeza de sus rasgos más peculiares. Pero en el discurrir del virreinato no faltaron los enemigos a la fiesta, estando entre ellos la mismísima autoridad. Es allí donde entendemos perfectamente lo que un académico antitaurino, pero congruente con la historia, Juan Pedro Viqueira Albán logró con su “Reacción y los toros”: explicar los diversos y encontrados comportamientos que generaba por entonces el espectáculo bajo análisis. Tuvo que llegar el siglo XIX para entender que las ideas no sólo de la ilustración, sino también de todo aquello con espíritu liberal, estimulado por la independencia permeaban en la nueva nación mexicana. Sin embargo, con todo y que las corridas seguían celebrándose ahora bajo el nuevo arquetipo del toreo moderno que imperaba en España, pero con la consiguiente interpretación o espíritu que los diestros nacionales daban a este ejercicio, no faltaban algunos antitaurinos. A pesar de esa posición, Carlos María de Bustamante y su “Diario Histórico de México”, registro monumental de hechos políticos y de vida cotidiana, entre otros tantos temas ocurridos entre la segunda y tercera décadas del XIX, logra que el tema de los toros no quede fuera, repudiado y todo, pero como espectáculo no pasan por alto debido a que gozaban de un importante significado que se debatía en un mar de opiniones encontradas sobre todo por la transición ocasionada a 392


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partir de la emancipación. Curiosamente, el toreo se extendió orgulloso y nacional durante el siglo antepasado, sin que faltaran los comentarios o argumentos que iban en contra de su pervivencia. Es por eso que, pido a dos memorables maestros universitarios: Juan Antonio Ortega y Medina y Edmundo O´Gorman dicten cátedra con sendas apreciaciones al respecto. Juan A. Ortega y Medina refiriéndose al viajero extranjero Branz Mayer dice: (quien) estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vio como un contraste entre la vida y la muerte; un "sermón" y una "lección" que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.181

Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que Edmundo O'Gorman se encarga de envolver este panorama: Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del confort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: "el ser para la vida" y el "ser para la muerte", y todo en el mismo domingo.182

No podemos olvidar que buena parte de los personajes públicos de aquel siglo fueron capaces de compartir con el pueblo una expresión como la taurina. Allí están los casos – muy numerosos, por cierto- de la aparición en la plaza del “antihéroe” Antonio López de Santa Anna. Allí aparecen también doña Margarita Maza de Juárez y su marido, el benemérito de las Américas, haciéndose el remolón hasta en cuatro ocasiones: -27 de enero de 1861. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran Función extraordinaria dedicada al Exmo. Sr. Presidente interino de la República D. Benito Juárez quien la honrará con su presencia. Toros de Atenco. Bernardo Gaviño y su cuadrilla. Graciosa mojiganga y magníficos juegos artificiales dirigidos por el afamado pirotécnico D. Severino Jiménez. -9 de noviembre de 1862. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Corrida a beneficio de los Héroes de Puebla. Cinco toros escogidos de Atenco para la cuadrilla de Pablo Mendoza. Dos para el coleadero y el embolado de costumbre. 183 181

Juan Antonio Ortega y Medina: México en la conciencia anglosajona II, portada de Elvira Gascón. México, Antigua Librería Robredo, 1955. 160 p. (México y lo mexicano, 22)., p. 76. 182 Op. Cit., p. 77. Cfr. Edmundo O'Gorman. Crisis y porvenir de la ciencia histórica. México: Imprenta Universitaria, 1947, p. 346. 183 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España. 1519-1969. T. I., p. 166.

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-22 de febrero de 1863. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Gran corrida de toros a beneficio de los hospitales militares de la Santísima y de las Vizcaínas. Cuadrilla de Pablo Mendoza.184 -3 de noviembre de 1867. Plaza de toros del Paseo Nuevo. Beneficio de los damnificados del huracán en Matamoros. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, toros de Atenco. Toro embolado, mojiganga y toros para el coleadero. Como se ve, quienes iban a mostrarse tan contradictorios de la fiesta no desdeñaban entonces usarla como instrumento para agenciarse recursos financieros con los cuales sostener su lucha. 185

Tras la “restauración de la república”, que no fue otra cosa que la declaración de una “segunda independencia”, las corridas de toros se prohibieron en la ciudad de México. En esos momentos, opiniones como las de Ignacio Manuel Altamirano o de José T. de Cuellar, convencidos liberales, aclamaron la medida restrictiva aplicada para el espectáculo de toros. Más tarde se unió a este grupo Enrique Chavarri “Juvenal”, Francisco Sosa, Rafael López de Mendoza o José López Portillo y Rojas, que fueron etiquetados por el Dr. Carlos Cuesta Baquero, eminente cronista de toros, como “chimborazos taurinos”. Bajo el régimen de Porfirio Díaz se recuperó la tradición y aquella ciudad ya más urbanizada gozó el privilegio de contar con ocho plazas de toros en un margen de tiempo bastante reducido (entre 1887 y 1895), si tomamos en cuenta que su construcción estaba hecha a base de madera y no de mampostería como ocurrió en 1907 con la plaza de toros “El Toreo”. El recordado Vicente Guarner apuntaba: Al espectáculo taurino asiste la mayor parte del pueblo, sin que en ello falte ningún representante social. Lo mismo acuden obreros que comerciantes; artesanos que profesionales; ricos que cortos, y artistas en todos los menesteres. Y aristócratas de nuestra nobleza de hoy: la política, que es la única estirpe de "alcurnia" existente en nuestro mundo. La plaza de toros es, en la mayor parte de los países hispano parlantes, en los portugueses parlantes y en ciertas regiones de los mismos franco-parlantes, el lugar físico y social en el cual la totalidad del pueblo alterna en una convivencia igualitaria. Un escenario en el que se vive intensamente el mismo paroxismo sicológico y colectivo. Donde el ministro comenta los pormenores con su vecino y lo mismo le alcanza la llama de la emoción y levanta los brazos en pleno éxtasis, que increpa al matador con aspavientos y, a veces, hasta con improperios...186

184

Op. cit., p. 167. Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México)., p. 122. 186 Vicente Guarner: “Y algo más sobre toros, su soledad sonora”, en: El Búho, 286. Sección cultural de Excelsior. 3 de marzo de 1991. 185

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Y el toreo como expresión de arte fue hecho suyo por otros tantos artistas, lo mismo populares que surgidos de la academia. De buenas a primeras nos encontramos con el catálogo fascinante de los propios viajeros extranjeros, quienes en su mayoría experimentaron la misma sensación que madame Calderón de la Barca tuvo al presenciar su primer festejo allá por 1840: Los toros son como el pulque. Al principio les tuerce uno el gesto… Después les toma uno el gusto… Allí está también la obra intensa e inmensa de José Guadalupe Posada y su contemporáneo Manuel Manilla. No puede faltar el quehacer que dedicaron convencidos artistas de la talla de un José Clemente Orozco, Diego Rivera y más tarde, más ligado a nosotros, un gran maestro como lo fue Raúl Anguiano. En el campo de la fotografía, C. B. Waite logró un rico muestrario que arroja infinidad de imágenes tanto de la ciudad de México como de algunos puntos provincianos a donde llegó atraído por el sólo motivo de una corrida de toros. La fotografía y el cine también se involucraron de manera especial con las fiestas de toros hasta realizar todo un montaje que da muestra clara de la importancia que tuvo el espectáculo entre finales del siglo XIX y principios del XX para estos dos asuntos que adquirían auge. Desde luego la fotografía, cuenta con registros en este tenor desde 1857 y el cine desde 1896, por lo que al realizar la revisión exhaustiva de sus elementos, encontramos una gama muy rica en posibilidades que nos vuelven a dar la razón acerca de la fuerza que el toreo como una tradición tiene en nuestro pueblo. Así que, sin encontrar otra causa específica, podemos concluir que la ignorancia de algunos autores consagrados o editoriales de primer orden es ciega, obtusa y sistemática respecto al tema taurino. Este ha aportado a lo largo de casi cinco siglos un conjunto impresionante de elementos en diversos órdenes de la cultura. Y la cultura popular cuenta, como el respiro, como el elemento vital de que se constituye nuestra forma de ser y de pensar. Así como cuando ahora anuncian que el genoma mexicano se constituye de hasta 58 razas diferentes, una de ellas, también demasiado amalgamada como la española se inserta en nuestra alma. Que la contundencia con que debe asimilarse la conquista nos lleva a pensar los duros y sinuosos siglos de andar y andar hasta conseguir ser lo que somos como cultura y sociedad en estos momentos del siglo XXI; ha permitido entender a la mayoría de quienes integramos la sociedad mexicana el significado de 395


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aquel maridaje forzoso entre hispanos e indígenas, pero que trajo consigo otras tantas consecuencias de distinto y complejo significado. Nuestro tiempo nos ha enseñado que debemos recuperar la memoria. Por fortuna existen los elementos necesarios para reconstruirla e interpretarla a la luz del presente que nos pertenece. Pero es también el pasado quien se convierte en el escenario perfecto en el que se han integrado diversas circunstancias que por otro lado quedan testimoniadas en infinidad de libros y otros documentos de importante valía. No entendemos cual es esa terca y desdeñosa actitud de deslinde, de actuar sesgadamente para evitar en lo posible que obras editoriales de la naturaleza de las que se han publicado recientemente, se empeñen en no incluir en alguno de sus capítulos el tema de los toros. Esta defensa pretende explicar que su paso por los siglos no es ninguna casualidad. Es ahora cuando resuenan con más fuerza, como llamado a la guerra esas palabras que me dirigió el entrañable Dr. Lemoine en virtud de mi defensa al tema de los toros al interior de la Universidad: “estudia usted los toros como una historia paralela a la historia misma de México…” Por fortuna nuestra Universidad, con su representante principal el rector Juan Ramón de la Fuente se ha marcado definitivamente la frontera entre un antes y un después. El reciente reconocimiento popular de que fue motivo con una de las ovaciones más sentidas y sinceras que se hayan escuchado en la plaza de toros “México”, que es, por otro lado, un gran termómetro social, habla de una actitud honesta por parte de un personaje que se encargó de separar de la diáspora a una Universidad en crisis para ponerla en condiciones inmejorables, con un lugar de privilegio entre las mejores del mundo. Y ese rector es taurino “manque les duela…” dirá el dicho popular. Por lo tanto, el fondo de este reclamo va contra aquel sector duro de la academia que se niega a aceptar entre las tradiciones, la taurina por considerarla no sólo bárbara. También anacrónica y fuera de contexto. Para su información les diremos que existe una impresionante gama de elementos literarios en todos sus órdenes dispuesta a darles la razón y a explicar los significados de una fiesta esplendorosa como la taurina, hoy no sólo amenazada con el hecho de que los antitaurinos van cerrando filas con más y más partidarios. No sólo amenazada con el hecho de que empiezan a desaparecer las plazas 396


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de toros (caso Tijuana). No sólo amenazada por los propios taurinos que se empeñan en abusar de ella. También por el hecho de que quienes siendo abanderados de la cultura nacional ignoren olímpicamente y de un plumazo el fuerte sello que como valor de vida cotidiana tiene el toreo, todavía en este 2007. Por último, esa crítica que se plantea quisiera encontrar argumentos suficientes en el índice de la monumental obra IMÁGENES DE LA TRADICIÓN VIVA, cuya autoría es de Carlos Monsiváis. La Virgen de Guadalupe El arte indígena Los siglos virreinales Las tradiciones en el siglo XIX La dictadura de Porfirio Díaz La memoria histórica y la tradición popular José Guadalupe Posada y la calavera catrina La escuela mexicana de pintura El centro histórico

El laberinto de la soledad Las tradiciones en constante formación La utopía romántica de Ramón López Velarde Hispanidad y etnicidad Las tradiciones de la música popular Las tradiciones televisivas Las tradiciones de la caricatura Paisaje, profecía y estado de ánimo La tradición de los viajeros La Revolución mexicana como tradición

Este libro encierra en su temario una rica variedad de explicaciones que sólo son posibles a la luz de una sólida tradición que ha permanecido y se ha sostenido en un país como el nuestro, de tal forma que bajo la lupa de varios de ellos, el toreo puede hacerse presente sin duda alguna. Lamentablemente el autor de un impresionante catálogo de otros tantos títulos, todos ellos emblemáticos; además de conferencias, ensayos y que ha sido condecorado con múltiples reconocimientos, desconoce en su colección particular al tema taurino. Lo hace por su posición antitaurina, eso puede disculparse, pero el infinito acopio de esa gran colección desdeña incorporar un amplio muestrario de elementos donde la fiesta salta a la vista con su peculiar colorido entre sus diversas expresiones. Otro gran esfuerzo de producción editorial, es el que consiguieron Rosa Casanova y Adriana Konzevik en Luces sobre México. Catálogo selectivo de laFototeca Nacional de INAH (publicado en 2006). El libro se hace acompañar de un disco compacto y ambas recopilaciones son un esfuerzo notable que refleja el esfuerzo por recuperar parte de la memoria fotográfica que ha formado parte de diversos procesos históricos y sociales que ha vivido nuestro país desde mediados del siglo XIX a nuestros días. Sin embargo, el tema de los toros (que aparece en el CD), de no ser por una reducida selección habría sido borrado del mapa irremediablemente. Volvemos a hacernos varias preguntas: 397


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¿Dónde está el libro, trabajo o investigación que reconozca el valor de la fotografía taurina, tan rica en México desde 1857? ¿Qué factor impide a la comunidad de investigadores no reconocer la tauromaquia como tema de estudio? ¿Son los propios y escasos estudiosos del toreo en México, culpables de esa irreparable falta? Debe estimularse la industria editorial, debe impulsarse a los creadores, hacedores, investigadores y demás gente que participan en una labor de amplia difusión que busca revalorar desde diversas perspectivas y apreciaciones el sentido que tiene para nuestra cultura el toreo. Ante la sistemática amenaza de una baja de calidad en el espectáculo es necesaria, incluso, la participación del estado desde su estratégica cartera de cultura que busque hacer suyo este fenómeno como elemento de análisis bajo los distintos niveles de reflexión que involucra lo mismo a escritores que a historiadores, antropólogos, etnólogos, sociólogos o artistas en sus diferentes expresiones. De otro modo, la lucha estará perdida.

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JOSÉ TOMÁS O LA SEDUCCIÓN DEL HEDONISMO… 187 Quienes aficionados ayer, en tanto historiadores, sociólogos, antropólogos u otras ciencias afines, pudimos presenciar, ser testigos del fenómeno tomista o tomasista, gozamos la oportunidad de comprender mejor esa dimensión que se torna misteriosa por desconocida (o enigmática más bien) como es el toreo. Mientras, a una gran parte del público asistente le ocurría un poco lo que alguna vez apuntó Pablo Neruda en un verso de los “20 poemas de amor…”: y es que estaba como ausente, nunca se dejó llevar como los amantes, tras la música callada del toreo (dixit José Bergamín), pero tampoco por el cántico marcial de las trompetas de la guerra, entonadas por el de Galapagar en el otro episodio bélico del que además fue incomprendido drama. José Tomás en su vuelta que tiene anhelos de Guillermo el Conquistador y de El Cid juntos, a pesar de salir a hombros de la plaza, se fue de la plaza misma en medio de cierto distanciamiento, resultado en primera instancia, de que su expresión se halla a varios años luz del común de los mortales, una expresión de tanta honestidad que tan prístina situación pasó de noche ante los asistentes que no disfrutaron a plenitud tal gesta, o al menos esa es la impresión que tengo para manifestar mi desconcierto pues por momentos la entrega era incondicional. Por otros reservada y hasta condicionada a no se que aura predispuesta por miles de asistentes que no guardaban la comunión de los “cabales”. Y no quiero caer con lo anterior en el purismo, ni tampoco en los lugares comunes que se dan la mano con esas bien trazadas y supuestas actitudes que debe mostrar el aficionado en cuanto tal. Sus lances de recibo a pies juntos, caudalosos y las gaoneras que no se parecen a las de Rodolfo Gaona mismo, sino que lindan con las de Joselillo o el tapatío Manuel Capetillo por ajustadas y atrevidas, eran suficiente material explosivo como para causar los primeros “daños” (y entiéndase por daño el nivel de locura y conmoción colectiva). Sin embargo ni siquiera había señal de alarma alguna. Y José Tomás en la demostración plena de saberse no solo dueño de la situación sino la reencarnación de Manolete y quizá hasta de Manolo Martínez y cuyos patrones personales quedaron de manifiesto en Crónica al primer festejo de la temporada 2007-2008. Plaza de toros “México”. 4 de noviembre de 2007. Rafael Ortega, José Tomás y Alejandro Amaya con 6 toros de Barralva. 187

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inmortal remembranza, nos demostró luego, en la pureza de aquella primera faena la seducción del hedonismo, el panegírico del minimalismo como muestra de que la misma capacidad de síntesis puede ser vista o entendida como una nueva lámpara de Diógenes, dispuesto a iluminar con ella el oscurantismo del toreo. Desató emociones pero no la tormenta alimentada por su impronta más personal de arrebatos y adjetivos a cual más llenos de admiración. Su estudio de ejecución trascendental con la muleta –insisto- no fue comprendido del todo, solo por aquellos que quedaron sometidos a la introspección de ese hombre que poco habla y lo demás lo dice en el ruedo. Aquello alcanzó las estaturas sinfónicas de Malher, aunque no me atrevería a citar a Bruckner para evitar discusiones vanas. Fijo como un faro en medio del mar citaba una y otra vez, enmendando lo justo, corriendo la mano, ligando como hacía tiempo no se veía tal alarde en torero hispano siempre predispuestos a los cánones de series cortas y el remate, siempre limpios, siempre justos. No. En José Tomás, la dimensión que fue adquiriendo su puesta en escena tuvo los indicios de evidentes razones conocidas que rasgaban, junto al aire frío los corazones emocionados de quienes se enteraron de que el milagro ocurría. Y en medio de toda aquella fascinante realidad, continuaba seduciendo, toreando por nota por uno y otro lado, rematando con el ímpetu del torero que ha logrado resumir la tauromaquia en nuestros tiempos, como una expresión perfecta, en donde además aplicó la difícil teoría del mínimo esfuerzo, eliminando los pasos entre los pases y concentrándose en torear. De pinchazo hondo y efectos fulminantes se quitó de en medio a su primer “enemigo” y como ondearan pañuelos de disculpa, los tendidos se tornaron palomar que reclamaban la oreja, que se concedió. Al salir el quinto de la tarde, con el cual podríamos decir que concluyó lo más relevante del festejo, luego de la desafortunada actuación de Alejandro Amaya quien vio regresar a los corrales a su primero luego de eternizarse en la suerte suprema, de la que ni él mismo salía de su asombro, y aunque en el sexto pudo levantar algo la cara para salir dignamente de la plaza, muchos de los asistentes ya habían decidido retirarse sin haber siquiera comprendido otro de los capítulos tomistas, ese en el cual nos demostró un hecho poco común. La faena parecía haberse excedido en tiempo, y hubo “aficionados” 400


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que reclamaron, reprocharon al juez de plaza impusiera los avisos reglamentarios de manera tajante, sin miramiento alguno, porque no comprendieron aquello de lo que fue capaz el torero español. Si bien lo recibió con verónicas de trámite, en las chicuelinas se recreó al grado de traer desde el olimpo mismo a Manolo Martínez, pues esa serie de lances, si bien rutinarios, se tornaron aires de renovación en manos de José Tomás. Al pasar a la muleta, en auténtica introspección, se dedicó a gozar el toreo, en atrevida actitud de intimidad. El de Barralva pasaba, y pasaba bien, con algunas asperezas, pero que no significaron ningún inconveniente para que José Tomás dictara una cátedra digna de unos cuantos que supieron comprender todo aquel sumum del toreo. Y ante los gritos de desacuerdo, la desesperada actitud alarmista de “aficionados” más bien preparados para un pega-pases que otra cosa, se deslumbraron tras aquella estocada en el tercio, donde ciertamente, con algún defecto, materialmente partió en dos al toro que salió muerto del encuentro. Los asistentes volvieron a reconocer aquella más que hazaña, gesta y reclamaron la concesión auricular, concedida sin miramiento alguno por la autoridad. De Rafael Ortega debemos decir que es dueño ya de una madurez torera que no desmiente luego de su largo andar por los ruedos, y aunque joven en edad, tiene 37 años, cuenta ya con 17 años de alternativa, lo que indica el haber asimilado con bastante solvencia la tauromaquia. Sin embargo, Rafael sigue manteniendo el tenor de ser ese diestro quien “a oreja por tarde” resuelve su destino justo cada ocasión –no en todas, desde luego-, pero es una especie de común denominador. Bien, muy bien con el capote. Traicionado por alguna carga de nervios no estuvo en lo buen banderillero que es y con la muleta terminó resolviendo de forma bastante correcta el término de sus faenas, sobre todo la del primero de la tarde, donde su mando y dominio se vieron muy a las claras. Iniciar y terminar todo su planteamiento en un mismo punto del ruedo habla de que él era el que mandaba y no el toro. Lo supo meter en la muleta, le corrió la mano, entusiasmó al cotarro pero siento que faltó ese puntito para alcanzar lo extraordinario. En la suerte de matar no fue lo certero que esperábamos y aunque la estocada tuvo los efectos deseados, no estuvo del todo bien colocada, aún así la petición de oreja se hizo notar en

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los tendidos y el juez tuvo que conceder lo que terminó siendo escondido por Ortega ante el reclamo de un sector del público que no estuvo conforme con aquel otorgamiento. Los de Barralva tuvieron la justa presentación, eran toros sin más, nada extraordinario y en el juego que demostraron se notó la aspereza y la casta, pero también la nobleza que permitieron, en conjunto el lucimiento de los toreros. Durante el curso de la tarde inaugural, vimos otros aspectos que son destacables. A las afueras de la plaza, se apostó un grupo más o menos numeroso quienes bajo el sonoro “cacerolazo” se hicieron ver y notar con sus protestas antitaurinas de barbarie, frente al asesinato que supone para ellos, el sacrificio y muerte de un toro, ritualidad metida hasta la médula milenaria y secular de un espectáculo que se conserva como tradición en países que han convertido tal expresión en una auténtica cultura, independientemente de todas las connotaciones que implica el factor que esos antitaurinos mismos reclamaban ruidosamente, distantes del conocimiento que supone entender la cultura occidental, e incluso oriental hasta la entraña misma. De otra forma es imposible hacer un reproche correcto si antes no cuento con los datos precisos para sustentarlo, y si para eso existe la salida fácil de los “gritos y sombrerazos”, pues tal actitud me parece poco afortunada.

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JUNTO A LAS CATEDRALES Y SUS MISAS, LAS PLAZAS DE TOROS Y SUS CORRIDAS.188 Muy cerca de donde habito, se encuentra una pintoresca capilla, de la que justo antes de las diez de la mañana, y desde su todavía más curiosa torre se dejan escuchar las campanadas que llaman a misa, por lo que debo confesar que no pude resistir la tentación y acudí al ritual matutino, no con otra intención que limpiarme de pecados de toda índole, para luego ir a la plaza de toros en absoluto estado de gracia, en acción preventiva por aquello de que se desataran los duendes… o los demonios. Y es que este asunto, no me lleva sino a aquella hermosa cita que recoge Juan A. Ortega y Medina refiriéndose a Brantz Mayer, viajero extranjero que vino a México hacia el primer tercio del siglo XIX, el cual estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vio como un contraste entre la vida y la muerte; un "sermón" y una "lección" que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.189

Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que Edmundo O'Gorman se encarga de envolver este panorama: Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del confort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: "el ser para la vida" y el "ser para la muerte", y todo en el mismo domingo.190

Así que ufano, en paz con Dios y con toda la humanidad, ya estaba en la plaza una hora antes de iniciar el festejo para transitar de lo apolíneo a lo dionisíaco sin mayor mediación y condena. Esperé, como muchos lo hicieron, la llegada de los toreros, y cual no sería la sorpresa de que tanto “Morante de la Puebla”, como “El Pana”, que arribaron casi juntos, con su solo poder de convocatoria y todo aquel arrebato del que fueron capaces, forzaron al tiempo y de pronto, nos vimos retrocediendo décadas, muchas décadas atrás para experimentar un acontecimiento que también hace muchos años no se veía. Para ello,

Crónica al décimo festejo de la temporada 2007-2008. Plaza de toros “México”. 6 de enero de 2008. Rodolfo Rodríguez “El Pana” mano a mano con José Antonio Morante, “Morante de la Puebla”, con seis toros de Los Ébanos. 189 Juan Antonio Ortega y Medina: México en la conciencia anglosajona II, portada de Elvira Gascón. México, Antigua Librería Robredo, 1955 (México y lo mexicano, 22). 160 pp. 190 Op. Cit., p. 77. Cfr. Edmundo O'Gorman. Crisis y porvenir de la ciencia histórica. México: Imprenta Universitaria, 1947, p. 346. 188

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creo que será necesario dar testimonio fehaciente agregando las fotografías que he obtenido previas al inicio del festejo.

¡Qué expectación aquella! Del de Tlaxcala, es ya conocida su peculiar forma de llegar a la plaza de toros, en calesa, como seguramente lo hicieron muchos diestros decimonónicos. Rodolfo se dejaba querer. El de la Puebla del Río sólo me llevaba a recordar una vieja imagen arrancada del celuloide donde vemos a Rodolfo Gaona, allá por 1912, abordando un automóvil descubierto de la época. “Morante” parece ir repartiendo bendiciones a diestra y siniestra, y Rodolfo otro tanto. A las cuatro de la tarde, sonaron parches y clarines, saliendo a recibir la primera gran ovación los dos toreros, uno, de verde olivo y cabos en negro; el otro, de negro con cabos en blanco y medias en el mismo color. Ambos, con aires de ilustrísimas, avanzaron partiendo plaza, trocando “El Pana” su capote de paseo por un colorido sarape de Saltillo, detalle que rebasó a la autoridad, a la costumbre y a todo un ritual que se derrumbó con ese desacato que en “El Pana” pasaría a ser apenas una especie de toque de gracia, más que de insulto a la costumbre más recalcitrante, dogmática y heterodoxa. José Antonio se lió un capote de paseo más que negro, de luto, frente y vuelta, que fue, seguramente otra señal del sacramento como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: "el ser para la vida" y el "ser para la muerte", y todo en el mismo domingo que ya nos lo dijo párrafos atrás el recordadísimo maestro de tantas y tantas generaciones de historiadores, Edmundo O´Gorman. 404


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Y vino la lenta, muy lenta puesta en escena, deliberada y maliciosamente intencionada por parte de Rodolfo Rodríguez quien, conocedor de los instintos y comportamientos populares, asumió una actitud sigilosa, que quiso aprovechar en una tarde en la que la mayoría de los asistentes estaban gracias a él. Dilatando los tiempos, extendiéndolos como el compás largo y final de una melodía iba y venía por el ruedo; se le veía y sentía dueño absoluto de la situación. En fin, todo lo tenía controlado. Sin embargo, de tanto alargar las condiciones, creo que desaprovechó al primero de su lote, un toro que, como todos, no tenía la suficiente presencia, pero se equilibraba con la sobrada casta, el genio que, en extensión, se nos figuraba como el genio de su original criador, “Manolo” Martínez, ganadería que en nuestros tiempos lleva su viuda. Provocaron cinco tumbos, varios de ellos, creo yo debido a la debilidad de los remos del caballo de recibo en contraquerencia, porque el peto actual y su consistencia se encuentran planteados para impedir el tumbo y poner en práctica el ejercicio del varilarguero de manera eficiente. Y empujaron, vaya que empujaron pero no eran catapultas. Pues bien, volviendo a los quehaceres de Rodolfo Rodríguez, he de acotar diciendo que no pudo lucirse con el capote en ninguno de los tres que enfrentó. Meros vientecillos de aquellas lejanas tormentas… y fue hasta el tercero al que banderilleó de forma lucida, sobre todo el cuarto par al violín y en el tercio, del que, ya sabemos, por sí mismo, pero con la aprobación popular, nuevamente el viejo lobo de mar en acción, se puso en marcha para dar la que finalmente sería la única vuelta al ruedo. Si en el primero, le espantó las moscas y se deshizo de él como pudo, con dos avisos encima, en el segundo, tras bordar algunos pases con hechura “panista”, extendió tanto una faena ausente de estructura que sólo fue sancionada desde el palco de la autoridad con los tres avisos, por lo que vio regresar a ese toro, cuyos comportamientos, tan semejantes con sus otros hermanos, fue el de un muy acelerado desarrollo de sentido que, también por otro lado, terminaba mezclándose con el simple aburrimiento, con la huída mansurrona del encuentro. Buscaban embestir, sí, pero a los cuerpos de sus matadores, y uno entre muchos de esos intentos terminó siendo causante, incluyendo el exceso de confianza, de la cornada que se llevó el “Pana”, quien no pudo concluir la que fue, finalmente su mejor intervención, con el quinto de la tarde. Se avizoraba una faena importante, con sus naturales 405


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irregularidades, causadas, por toro y torero cada quien con su carga correspondiente de responsabilidad. Era el momento de desatar la furia, pero la furia no llegó. De pronto los ánimos se estimulaban con aquellos derechazos únicos, personales de Rodolfo Rodríguez, los remates, los forzados de pecho a los que no pudieron unirse los pellizcos de trincherazos ausentes que, aunque los intentó nunca pudo concretarlos. Y vino el momento del percance. Rodolfo se encontraba en el climax de lo mejor que había logrado de la faena, tampoco, como ya quedó insinuado, la faena cumbre, cuando dejó tiempo y espacio suficientes, adelantando la suerte para que el de Los Ébanos se le echara encima en un movimiento tan rápido que no nos dio oportunidad para valorar si el pitón derecho había hecho de las suyas o simplemente lo había encunado. Ya en la arena, no tuvo otra forma que reaccionar que la de un guerrero vencido, quien se entregó en manos de los compañeros que pronto lo levantaron para conducirlo a la enfermería, de la que ya no salió. Un ambiente extraño, de silencio primero, de arrepentimiento después se sentían en los tendidos de la plaza, luego de que tanta gente despotricó contra el tlaxcalteca y ahora lo veían herido en el campo de batalla. “Morante de la Puebla”, lo pasó de muleta, cuando ya no era un toro, sino un galimatías, lleno de problemas, quitándoselo de encima con brevedad, y a otra cosa. Lástima grande que no hayamos podido confirmar el triunfo, la gesta que vino a declarar en la que fue tarde de despedida para Rodolfo Rodríguez “El Pana” hace justo un año, cuando el 7 de enero de 2007 pretendía irse de los toros como un artista y un genio, un iconoclasta también desperdiciado por las empresas tuertas y miopes que abundan en este país y que no vieron el potencial que derramaba frecuentemente este torero que en el año que ya corre iniciará campaña por ruedos españoles. Le deseamos todo tipo de buenaventura. La relajada actitud que asumió José Antonio fue un permanente reactivo que daba positivo en cuanto sitio del ruedo se plantara “Morante de la Puebla”. José Antonio ha regresado a los toros luego de su intempestivo anuncio del corte de temporada española 2007 justo en el mejor momento de la misma con malentendidos administrativos hoy día superados con esta reaparición, afortunada a todas luces. Inmenso con el capote y en los

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breves momentos de llevarlo en sus manos, se sublimó por verónicas, porque el ganado, también no favoreció el personal estilo de torear del sevillano. Dictó cátedra con la muleta en el cuarto y también en el sexto de la jornada. Con aquel primero se vieron las caras para imponerse la razón sobre las atropelladas embestidas, gracias a un poderío que también posee el torero español. Se dobló con amplia sabiduría, y aquel trabajo duro, difícil, lo fue matizando de galanuras estéticas in crescendo. Final apoteósico de aquella serie inicial de faena a la que se sumaron varias más, unas mejores que otras, pero siempre con la sabiduría de sentirse el amo y señor de esta y todas las demás batallas por venir. En ese tenor, hizo vibrar a los aficionados que sintieron el arte, la extensión del mismo en series que primero fueron muy al estilo hispano y que luego se prodigaron en el caudal muy mexicano de pases y más pases. Se le veía en “Morante”. Al dejar una estocada entera, la petición fue unánime y el juez concedió merecida oreja, como lo haría, en forma más reprimida con el último del festejo, del que José Antonio volvió a demostrarnos sus capacidades al remontar una faena hecha a un torillo que sólo era dechado de malicias al embestir y que pudo controlar con su mando y su poder para luego dejar grabada una faena no precisamente en el corte más puro, sino acompañada de sus dificultades, pero cuando podía correr la mano, lo hizo con plena convicción de su oficio. “Morante” salió por la puerta grande y a hombros, mientras su compañero de cartel tuvo que hacerlo a bordo de una ambulancia sin que pudiésemos saborear de verdad aquel tesoro tlaxcalteca incalculable, ¡Una lástima!, pues era el mejor momento de sumar a su célebre triunfo un año atrás, la nueva hazaña, esa de ver a un hombre que no se ha dejado vencer ni por los malos espíritus, ni por las tentaciones, por más fascinantes que estas sean. Con 57 años y haciendo estas cosas, es para agradecérselo.

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…como un CANTAR DE LOS CANTARES. La épica gloriosa en el toreo mexicano entre Independencias y Revoluciones a los ojos de la poesía.

INTRODUCCIÓN

El toreo como diversión popular, tiene en nuestro país cerca de 500 años. Tras el capítulo de la conquista, y ocurrido el proceso de asimilación de las dos culturas: europea y americana, se dio una nueva forma de ser y de pensar que entendemos como mestizaje. Entre sus nuevos elementos, la corrida de toros pudo incorporarse de manera natural, y donde las expresiones de una y otra cultura definieron el nuevo estado de cosas. A lo largo del período virreinal, el espectáculo –por demás español en sus formas arquitectónicas-, se hizo mexicano en carácter y espíritu hasta que quedaron definidos sus caracteres más esenciales. A lo largo de los tiempos que dieron lugar a la emancipación, se adaptó a las nuevas circunstancias sin que se ofrecieran mayores dificultades, salvo por la presencia de un conjunto de protagonistas que fueron a convertirse, lo mismo en libertadores en momentos decisivos que en participantes de diversas jornadas taurinas, mientras tomaban aliento entre lance y lance. Por motivo de la independencia pensaríamos que se rompió con todo un pasado. Sin embargo, esto no ocurrió así. Entre los personajes históricos que integraron aquel movimiento libertario, destacan Miguel Hidalgo como ganadero, dueño, entre otras haciendas de la de Xaripeo; Ignacio Allende metido a torero, José María Morelos como buen conocedor de labores ganaderas o Luis Quintanar, funcionario de altos niveles el cual modeló uno de los primeros reglamentos de que se tenga memoria; quienes –como ya vimos- entre batalla y batalla, dedicaron tiempo al toreo. Por fortuna, la tauromaquia se mantuvo, y hasta se enriqueció de diversas formas, siempre en medio de sus naturales reacomodos que permitieron se convirtiera en un foco de atención popular al grado que convivieron una serie de personajes del más rico colorido social que va desde presidentes de la república, militares, literatos y desde luego el pueblo llano. Se estimuló el proceso de la ganadería, misma que alcanzó sus niveles profesionales a partir de los últimos 20 años del siglo XIX y se potenció durante buena parte del XX gracias a la combinación de

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elementos que participaron integrándola en forma por demás consistente. De igual forma, hubo plazas de toros y alrededor de ello todo un universo de protagonistas de los que, invariablemente los matadores de toros, ocuparon un lugar privilegiado. No podemos olvidar los casos emblemáticos de los hermanos Ávila, Bernardo Gaviño y Rueda, Lino Zamora, Ignacio Gadea o Ponciano Díaz para el siglo XIX; o los de Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”, Silverio Pérez, Alfonso Ramírez “Calesero”, Fermín Rivera o “Manolo” Martínez dentro del venturoso siglo XX y los actuales Eulalio López “El Zotoluco”, o “Joselito” Adame, quienes se ocupan de preservar el testimonio de la torería en pleno arranque del siglo XXI. Doscientos años han transcurrido para tener una idea más clara de la riqueza acumulada en expresiones y manifestaciones de todo tipo, contenidas en un espectáculo que, como el taurino, ha proporcionado diversas formas de interpretación, con ricas escenografías que han permitido la posibilidad de toda una recreación en ordenes como el literario, el pictórico, el periodístico y hasta de la fotografía y el cine, entre otros. Por eso, es importante destacar estos elementos para decir cuán importante es la presencia histórica de la diversión popular de los toros en el imaginario colectivo de un país que llega a sus dos siglos de existencia en plena vitalidad. Es cierto, la aquejan unos factores de deterioro que han intentado dañarla, excluirla parcial o totalmente de su avance, y es en estos momentos con proyectos como el que se plantea, el punto preciso en que pueda recuperar todo su brillo gracias a la suma de situaciones con que se aspira dar forma a la Corrida del bicentenario. Por circunstancias muy especiales se acerca el momento de recordar, revalorar y reflexionar las gestas que son motivo para considerar al 2010 como un año eminentemente histórico. Por lo tanto, no quisiéramos sustraemos al intento de proponer algunos elementos de carácter histórico y literario –concretamente enfocados en la poesía- con fuerte carga emblemática, que sirvan para recuperar parte de esa memoria viva en el entorno de la vida cotidiana y que conocemos como tauromaquia. Estos tiempos que corren, cada vez más cerca de uno de los acontecimientos nacionales de mayor trascendencia y que nos tocará presenciar durante el curso de todo 409


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el 2010, se convertirán no sólo en la razón festiva, en el hecho conmemorativo. También en la pausada forma de reflexionar todo lo introvertido y lo extrovertido que ha sido para el estado-nación llamado México, un conjunto de condiciones que se ven regidas por el paso de los tiempos y cuyo destino ha sido la acumulación de diversos comportamientos que han generado síntomas depresivos o estimulantes que han conducido a nuestro país por esos senderos en los que, por ocasiones aparece la estabilidad y en la mayoría de los casos se expone a los duros golpes que emanan de sus entrañas o soplan desde fuera esos vientos enrarecidos que lo colapsan; lo opacan o lo polarizan. 2010 por tanto, será el año en que tendremos que detenernos a hacer un análisis, de tal modo que seamos los mexicanos todos, conscientes del país que estamos formando en ese momento, como resultado de un largo proceso de siglos, donde se han acumulado factores positivos y negativos, nunca vistos o entendidos como una mera condición maniquea que, al jugar con lo bueno y lo malo y solo traer eso como referente en mera actitud positivista de la acción, no nos dejan contemplar con claridad el cúmulo de situaciones regidas, por lo menos, en lo tridimensional del tiempo: pasado, presente y futuro. Y si 2010 quedó cercada como una fecha oficialmente definida, considerando, como ya todos sabemos que son en el calendario tanto el 15 como el 16 de septiembre puntos clave de conmemoración, junto a otras tantas fechas que corresponden al movimiento revolucionario de 1910; deberíamos recordar diversos alzamientos que se dieron desde el mismo siglo XVI y que continuaron –de una u otra forma- generando un caldo de cultivo contestatario, que se enfrentó a la represión y aún así, llegó al punto en que, como lo indica el mismo programa de este evento: de que Con la insurrección de Madrid del 2 y 3 de mayo de 1808, se inicia la lucha por la independencia y la conformación de juntas revolucionarias en España y América. El 19 de julio de 1808, el cabildo de la Ciudad de México, en un acto solemnísimo, planteó el desconocimiento del gobierno de Bonaparte y que por tanto la soberanía del reino regresaba al pueblo. Con este acto se inició la lucha por la independencia de México.

Sin embargo, en medio de todas estas tensiones hubo también un tiempo para las distracciones; para relajarse o para divertirse. Por lo tanto, nada mejor que asistir a los toros, por ejemplo. Por eso, las corridas de toros como referente de las diversiones públicas que desde la conquista y hasta nuestros días se mantiene por sectores de la 410


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sociedad perfectamente definidos aunque mutantes y que la han sostenido por el solo afán de su supervivencia, asunto que por otro lado es cada vez menos seguro, debido al hecho de que ha perdido valores y esencias, tiene también a sus héroes, muchos de ellos exaltados desde la figura literaria de la poesía, que es donde pretendo fijar la atención de esta ponencia. Tanto el siglo XIX como el XX nos permiten acercarnos a un conjunto notable de personajes, de los cuales entresacaré a los que, por razones específicas se distinguen e ingresan a dicho rango de celebridad, al punto de encontrar una acumulación de datos sumamente atractiva y que nos permiten perfilar el grado de importancia adquirido, entre otros por Bernardo Gaviño, Ponciano Díaz, Lino Zamora, para el siglo XIX. Rodolfo Gaona, Alberto Balderas, Silverio Pérez, Manolo Martínez y David Silveti, por lo que respecta al siglo que ha quedado atrás. El tema que a partir de este momento se aborda, parecerá ligero. Incluso frívolo y falto de sustento teórico. Pero no olvidemos que como en el terreno patrio, así como hubo héroes y antihéroes, en el taurino se dieron esas mismas circunstancias, e incluso con el concurso de los personajes ya referidos se pudo definir el destino de este país dentro del concierto de las naciones. Priva, en la mayoría de los casos un fermento que proviene del anonimato, esa voz del pueblo que se dejó escuchar a través de corridos y canciones que, en su contenido, exaltan la labor de gesta que cumplieron como héroes temporales y atemporales que son todos ellos, por lo que a pesar de los años que han transcurrido en el registro de hazañas y de tragedias, cada personaje adquiere una dimensión especial pero nunca la más terrible que podría ser la del olvido. Al conjunto de creaciones ya apuntadas, se sumaron las de una mejor calidad literaria, e incluso hubo plumas muy reconocidas y de notable valor que también dejaron plasmado su sentir sobre tal o cual episodio donde estos protagonistas cumplieron un papel determinante en el curso histórico del toreo de los últimos 200 años.

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Procuraré, a partir de este momento, escoger un poema por cada torero traído hasta aquí, sobre todo por el hecho de que la obra poética en honor de estos personajes rebasa, por ahora los márgenes de extensión.191 El 15 de febrero de 1852 actúa en "El Paseo Nuevo" Bernardo Gaviño y, la musa popular le canta los siguientes versos: 1852 A BERNARDO GAVIÑO en su función de Beneficio. Bernardo insigne, la parlera fama, tu nombre lleva por el ancho mundo, y en tu arte fuerte, sin rival te llama; y México en su afán noble y profundo rey en la lid y sin igual te aclama. Del toro altivo la feroz bravura sereno burlas con ligera planta, y ruge viendo tu destreza tanta, y vengar no pudiendo su tortura la arena al viento con furor levanta. Y crece más y su furor se enciende cuando tú más sobre la plaza brillas y cuando herirte sin cesar pretende, tu clavas audaz dos banderillas y el público a aplaudirte solo atiende. Y ese valor que en tí, Bernardo se halla, y que te ha dado plácido renombre, no tan solo se ve junto a la valla, sino al frente también de fieros hombres, y en medio de horrísima batalla. De Durango lo diga el rico Estado, donde unido tan sólo a tus toreros, contra ciento y aun más comanches fieros, siete horas combatiste denodado, muertos quedando allí tus compañeros. Y aunque te hallabas, tú del brazo herido combatiendo seguiste siempre fuerte, y el estar a la muerte decidido te libertó, Gaviño de la muerte y de que fueras por tu bien vencido. Gloria a tí, pues con empeño tomas cuanto te puede dar lustre en el suelo, 191

Las demás referencias poéticas son posibles consultarlas en José Francisco Coello Ugalde: Antología de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI. Prólogo: Lucía Rivadeneyra. Epílogo: Elia Domenzáin. Ilustraciones de: Rosa María Alfonseca Arredondo y Rosana Fautsch Fernández. Fotografías de: Fumiko Nobuoka Nawa y Miguel Ángel Llamas. México, 1986 – 2006. 776 p. Ils. (Es una edición privadadel autor que consta de 20 ejemplares nominados y numerados). Una segunda edición, ahora denominada Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI (…) México, 2008, alcanza las 1144 páginas y preparo la tercera edición, que ha llegado a rebasar las 800 muestras.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. gloria claman también bajo del cielo, estas que echamos cándidas palomas, que el aire cortan con su raudo vuelo. Bernardo, acoge, como siempre humano, de nuestras almas el afecto ardiente, y del pueblo español y el mexicano, que forman uno solo el mundo vano los vivas oye con serena frente.192 1884

Un traje verde y plata tuvo que guardarse. Lino Zamora lo tenía preparado para vestirlo el domingo 17 de agosto de 1884. Los carteles quedaron a merced del viento y este los terminó arrastrando hasta perderse calles abajo de una plaza que mantuvo cerrada sus puertas en señal de luto. La ciudad de Zacatecas lloró su muerte. A los pocos días, y en todo México unas "hojas de papel volando" comenzaron a divulgar la noticia en los "Legítimos versos de Lino Zamora traídos del Real de Zacatecas" y que cuentan la tragedia. Legítimos versos de Lino Zamora traídos del Real de Zacatecas Pobre de Lino Zamora, ¡Ah!, que suerte le ha tocado, que en el Real de Zacatecas un torero lo ha matado. Rosa, rosita, rosa romero ya murió Lino Zamora, qué haremos de otro torero! Al salir de Guanajuato, cuatro suspiros tiró, en aquel Cerro Trozado su corazón le avisó. Rosa, rosita, rosa peruana. Ya murió Lino Zamora; la causa fué Prisciliana. Lino le dijo a Braulio que se fuera para Jerez, que fuera a hacer la contrata y que volviera otra vez. Rosa, rosita, flor de alelía, ya murió Lino Zamora, pues así le convendría. Cuando vino de Jerez el jueves por la mañana, le dijo Martín su hermano: -Lino está con Prisciliana.

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Núñez y Domínguez: Historia y tauromaquia..., op. cit., p. 120-2.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Rosa, rosita, flor de granada, ya murió Lino Zamora. Por causa de una tanteada. En la calle de Tacuba estaba Lino Parado, -Aquí te vas a morir y aquí te quedas tirado. Rosa, rosita, rosa morada, ya murió Lino Zamora que fuera el primer espada. Ese gracioso de Carmen pronto lo agarró del brazo. Llegó el cobarde de Braulio, y al punto le dió el balazo. Rosa, rosita, flor de clavel, ya murió Lino Zamora. No lo volverás a ver. El día 14 de agosto, era jueves por la tarde, -se quedó Lino Zamora revolcándose en su sangre. Rosa, rosita, flor de romero, ya murió Lino Zamora, el padre de los toreros. Toda la gente decía: -Hombre, ¿qué es lo que has hecho?... Lo mataste a traición. No le hablaste por derecho. Lo traía por buen amigo. Lo traía por compañero. Lo traía en su Compañía por primer banderillero. Rosa, rosita, flor de clavel, ya murió Lino Zamora. Dios se haya dolido de él. La traían por muy bonita, echándosela de lado, y era infeliz mujer la Prisciliana Granado. Rosa, rosita flor matizada, al toro siempre mataba de la primera estocada. La traían por muy bonita, la traían por muy veloz, la traían por muy honrada... ¿Cómo mancornó a los dos?... Rosa, rosita, flor de alelía, nunca culpes a ninguno, pues así le convendría.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. De todos ya me despido, porque la agonía ya entró. Que rueguen a Dios por mi alma, eso les suplico yo. Rosa, rosita, flor encarnada, para el final de mi vida, ya casi no falta nada. Lloraba su pobre madre. lloraba sin compasión, al ver a su hijo querido que lo echaban al cajón. Rosa, rosita, flor de clavel, al enterrar a Zamora no lo volverás a ver. Lloraba su Compañía, lloraba sin compasión, de ver a su Capitán que lo llevan al Panteón. Rosa, rosita de Jericó, su primer banderillero de un balazo lo mató. Es muy triste recordar dice don Ponciano Díaz, que Lino Zamora, ya acabó sus tristes días. Ya con esta me despido. Con los rayos de la aurora. Aquí se acaban cantando los recuerdos de Zamora. Rosa, rosita, flor de Belém, ya murió Lino Zamora, requiescat in pace. Amén.193

PONCIANO DÍAZ ÍNTIMO. Siguiendo la línea de José Luis Blasio y su MAXIMILIANO ÍNTIMO (libro que escribió movido por la ira que le causó la discusión sobre las traiciones de Leonardo Márquez y de Miguel López, de las que dice tener la absoluta seguridad), recordemos hoy a Ponciano Díaz Salinas a poco más de 100 años de su desaparición. De aquí en adelante, podrá entenderse qué ha significado para la tauromaquia mexicana la presencia de este diestro, “mitad charro y mitad torero”. Que fue un gran ídolo, es indiscutible pues el pueblo, lo aclamó hasta el punto en que un “¡ORA PONCIANO!” se convertía más que en glorificación, en exaltación y se 193

Vicente T. Mendoza: El corrido mexicano. 3ª reimpr. México, Fondo de Cultura Económica, 1976. 467 p. (Colección popular, 139)., p. 317-321.

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generaliza como grito de batalla en cuanta plaza presenta su espectáculo: toreo a caballo y suertes campiranas, combinadas con el ejercicio del toreo de a pie en su forma intuitiva, que se enfrentó con la expresión que vino a instituirse definitivamente en la reconquista de 1887, año en que se establece en nuestro país el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna. Ponciano nació en Atenco el 19 de noviembre de 1856. Hijo de Guadalupe Albino Díaz y de María de Jesús Salinas. A Guadalupe Albino le decían “el Caudillo”, calificativo de uso común en aquellas épocas, con el que se conocía al jefe de los caporales. Apenas cumplió Ponciano los siete años, lo mandaron sus padres a Santiago Tianguistenco para que aprendiera las primeras letras, en la escuela de don Mariano Urrieste, pasando después a la de don Eulalio Serrano. A los trece años se dedicó al oficio de sastre, y cada ocho días, los sábados por la tarde, iba a ver a sus papás a la hacienda de Atenco. Allí, pasaba el tiempo toreando vacas y toros bravos para ejercitarse, y, además, en el rastro del pueblo mataba toros casi a diario. La hacienda de Atenco tiene un historial impresionante cuyo papel protagónico en el espectáculo decide buena parte de jornadas taurinas durante varios siglos, siendo el decimonónico, el más intenso debido a la cantidad tan elevada de toros que se enviaron a diferentes plazas del centro del país. Ponciano Díaz es heredero de ricas tradiciones que se intensifican al materializarlas en el campo y en la plaza. Como charro fue consumado en la reata, manejando las riendas diestramente, además de ostentar el traje con gallardía. Aprende de forma imaginaria las reglas con que un colegial pueda colear y lazar que Luis G. Inclán hereda a los charros de México en 1860. Y precisamente en Atenco, entre aquellos toros, adquiere dominio y mando en estos menesteres, con lo cual “se cocía aparte”. Sin embargo, su avanzado aprendizaje le inspira un deseo que capitalizará en 1877, cuando se presenta por primera vez, vistiendo el traje de luces, ante la afición de Santiago Tianguistenco. Esto ocurrió el 1º de enero de aquel año. Ponciano, además de recibir lecciones del torero español Bernardo Gaviño, también estuvo a la vera de José María y Felipe Hernández, hijos de don Tomás “El Brujo”, compañero de jornadas camperas de “El Caudillo”. Por cierto, José María Hernández “El Toluqueño” fue segundo espada de Manuel Hermosilla quien toreó en Veracruz, allá por 416


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1869. Junto a ellos no descuidó el ser caballista y “charro”, consumando con perfecta ejecución de suertes tales como: echar “piales”, “manganas” y “colas”, toreando también a caballo, pero en lo que más se distinguía era poniendo banderillas con las dos manos, soltando las riendas de su magnífico penco. Esta suerte mexicana, causó enorme alboroto en España, cuando Ponciano fue a ese país a tomar la alternativa de matador de toros que le dio Salvador Sánchez “Frascuelo”, en la plaza de Madrid el jueves 17 de octubre de 1889. En 1879 Bernardo Gaviño vuelve a los ruedos mexicanos, luego de varios años de ausencia. En esa ocasión se presenta en Puebla como empresario y como torero también. La más recordada tarde de aquel año se va a dar el 13 de abril, cuando Gaviño concede la “alternativa” a Ponciano Díaz, quizás, su alumno más adelantado. Sin embargo, el tema nos exige una revisión más minuciosa, en virtud de que se ha calificado de “apócrifa” dicha elevación al rango de “doctor en tauromaquia”, puesto que Gaviño no ostentaba el grado otorgado como ya lo marcaba la costumbre. Incluso, Francisco Montes “Paquiro”, contemporáneo suyo, obtuvo la borla el 18 de abril de 1831. Además, su TAUROMAQUIA (1836) es el mejor modelo del ejercicio del “arte de torear en plaza”, tal y como se practicaba en una época de la que muchas cosas hizo suyas el de Puerto Real. Nos dice Carlos Cuesta Baquero: “Hay algunos aficionados antiguos y todos los modernos, que suponen y dicen que Ponciano fue discípulo de Gaviño y que de sus manos tomó “alternativa”, en la mencionada fecha. “El periódico tauromáquico LA MULETA, publicado ocho años después, también así lo afirma. Y el escritor español José Sánchez de Neira en la segunda edición de su libro titulado Diccionario de Tauromaquia, da igual fecha; aunque dice “Se presentó como jefe de cuadrilla”, no afirmando haya recibido “alternativa”. El escritor español copió la fecha, ya tantas ocasiones citada, del periódico La Muleta, publicado en 1887, siendo el libro de Sánchez de Neira publicado -en la edición mencionada- en el año de 1896 o sea nueve años después que el periódico. “Puedo asegurar que no hubo tal “alternativa”. Puedo afirmar que Ponciano no recibió de parte del Patriarca Gaviño esa autorización tauromáquica. Puedo asegurar que no 417


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hubo tal “espaldarazo” para “armarle caballero tauromáquico”. He preocupádome por averiguar tal hecho. No he conseguido un cartel de aquella corrida sino solamente de las que hubo en fechas cercanas, pero ya posteriores (algunos carteles correspondientes a corridas efectuadas en el mes de mayo. Anunciando al “VALIENTE ESPADA PONCIANO DÍAZ, que además de estoquear BANDERILLARÁ A CABALLO. “TOROS DE ATENCO” EN LA ÚLTIMA PARTIDA DE TREINTA QUE FUE ENVIADA A ESTA CIUDAD”). “Pero, desde hace años cuando di comienzo a tal investigación procuré platicar con aficionados poblanos, que en aquella época hayan asistido asiduamente a las corridas y por lo mismo hayan presenciado la que hubo en la indicada fecha. Corrida que por la novedad que ofrecía, ha de haber resultado un suceso taurino. Además, que tales aficionados hayan sido sabedores, conscientes, de lo que es el “dar la alternativa”. “Entre las personas que tenían estos requisitos estuvo el Señor Don Juan Trasloheros, años después radicado en la ciudad de México. Siendo primeramente empleado de categoría en la sedería “EL PAJE” y después estableciéndose con una fábrica de sombreros de paja “Jollinver y Cía” establecida en la tercera o cuarta de las calles de “Cuauthemozin”. “El referido señor Trasloheros comentó a Cuesta Baquero lo siguiente: “El viejo Don Bernardo Gaviño no dio “la alternativa a Ponciano”. Eso son visiones, cuentos después forjados. Cuando Don Bernardo supo que Ponciano iba a torear en Puebla, expresó que lo conocía por haberlo visto en Atenco, en ocasiones cuando había ido a comprar toros. Es un muchacho valiente y como joven ha de estar ágil”. Esa fue la opinión que dio el TATA, según llamaban a Gaviño los toreros que formaban su cuadrilla. Pero fue lo único que Gaviño hizo en relación con Ponciano. Y el testimonio del Señor Trasloheros tiene gran valimiento porque llevó amistad con Gaviño y sus familiares, concurriendo en compañía de ellos a las corridas. “EN LA REPÚBLICA MEXICANA, A PONCIANO DÍAZ NADIE LE DIO “ALTERNATIVA”. En aquellas épocas el ceremonial para el oficio de torero no tenía la seriedad y rigidez ahora acostumbradas. Ningún espada alegaba derechos de “antigüedad”, por ser más anterior que otros estoqueando toros. Cuando dos “ASES” estaban reunidos en una corrida, si era la primera vez que eso acontecía el “AS” feudal cualquiera que fuese la 418


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fecha que tenía de ser matador de toros, cedía el primero al “AS” forastero. Pero, en las siguientes corridas, el “AS” feudal ya recobraba su puesto de primer espada, estoqueando antes que el otro. O dejaba que éste en algunas ocasiones lo hiciera antes que él, si así convenía a los dos. No había el rigorismo de la “antigüedad”. Por consiguiente no existía el acto de la “alternativa”. “Por la carencia de esa pauta para normar el orden en que habían de estoquear, en ocasiones los “ASES” tenían discusiones y aún forcejeos pretendiendo arrebatarse muleta y estoque, porque uno iba a estoquear al toro que el otro deseaba. Cuando Gaviño era el acompañante de algún “AS”, el Patriarca tomaba para él, los dos o tres primeros toros y dejaba al acompañante los restantes, uno o dos porque ya dije que las corridas eran solamente de cuatro o cinco toros, no de seis como después y actualmente lo son”. Hasta aquí Carlos Cuesta Baquero. Para la época que nos ocupa, sólo Cuesta Baquero aporta datos que, a la sazón, vienen a convertirse como de “primera mano” en razón de que otras fuentes apenas si se ocupan del acontecimiento, y si lo hacen, mencionan el hecho sin darnos una explicación razonada. Gaviño con todo un prestigio a cuestas tuvo las garantías de convertirse en “maestro” y, sin haber obtenido el ascenso correspondiente en la España que deja a temprana edad, pudo lograr en nuestro país el valor que lo señalaba como indicado para proveer a Ponciano de una “alternativa” que, concedida o no para los registros taurinos, era una señal de estatura que se incluye en el largo “curriculum vitae” que acumuló en 51 años de actividad taurómaca. De siempre han existido personajes que, sin haber cursado estudios superiores cuentan con una amplia cultura que ostentan orgullosos. Por eso, el caso específico del torero de Puerto Real viene a unirse a esta larga lista de quienes se han formado de manera “lírica”. Al respecto de su actuación principal en ruedos españoles, cuando se le concedió el grado de “matador de toros” en la desaparecida plaza de toros de la Carretera de Aragón, en el otoño de 1889, José Sánchez de Neira escribe: “...El toro de la alternativa de Ponciano fue un veragüeño, berrendo en colorado, con cinco años largos, de muchas arrobas y muy bien puesto de cuerna. Lo mató Ponciano con una estocada superiorísima, 419


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entrando recto, marcando perfectamente la salida e hiriendo en todo lo alto, hasta la guarnición del estoque, al volapié, en las tablas, y en un terreno a donde muy pocos entran...” Cuando Ponciano al regreso de España, ya no despotricaba en contra de los “gachupines” sino que se le declaró “agachupinado” y sus últimos partidarios le volvieron la espalda. Así terminó el “nacionalismo taurino”, cuyo sustento era el odio ancestral al “gachupín” y el “estilo de torear mexicano”. Ponciano Díaz fue representativo absoluto del “nacionalismo taurino” que no sólo impuso, sino que impulsó como resultado de las manifestaciones de otros diestros pretéritos que, como él, enaltecieron esa bandera, fruto de total independencia, extensión de la propia emancipación que logró la nueva nación desde 1821. Pero será el propio torero de Atenco quien también dé el golpe de gracia al “estilo de torear mexicano”, al modificar en su modo de ser artístico lo único que podía modificar: el modo de estoquear. Era su costumbre esperar a los toros. No practicaba el volapié, la estocada “arrancando”, ni la de “a paso de banderillas” porque él, igual que otros espadas mexicanos, no sabían estoquear “haciendo por el toro” (lo que es lo mismo, yéndose hacia el toro) sino que esperaban a que “el toro hiciera por ellos” (a que el toro embistiera a la muleta y viniera toreado), pero modificó su modo de herir, haciéndolo en todo lo alto y dejando el estoque sin echar mano de la suerte del mete y saca que entonces desquiciaba a los públicos asistentes a las plazas y que lo exaltaban con el “¡ORA PONCIANO!” que se escuchó durante muchas tardes. El fanatismo en pro de Ponciano era extremo. Se dice que, cuando Mazzantini llegó a la Puebla de los Ángeles allá por febrero de 1887, su recepción fue apoteósica. Pero la de Ponciano -que fue a recibirlo- es de una rendición absoluta pues todo fue llegar a la angelópolis y al enterarse un sector del público de su arribo, acudió éste a la estación del tren, de la que salió un carruaje que conducía al atenqueño. De repente fue tomado por una turba exaltada que desenganchó a las bestias y tirando de la misma, la gente enloquecida, lo condujo hasta el hotel. Era tanta la popularidad del diestro de Atenco que incluso tenía su club: la “Sociedad Espada Ponciano Díaz” que presidía el general Miguel Negrete, héroe de la batalla del 5 420


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de mayo en Puebla y que más de una vez, recibió sendas llamadas de atención por salir enarbolando el pendón de la sociedad, enfundado en su mismísimo traje militar. En las conversaciones de aquella época hubo frases usuales para denotar admiración, relacionándola con la que promovía el espada aborigen. Así fue aquel decir, aquel modismo: ¡Ni que fuera usted Ponciano!... En los festejos familiares que nombramos “las posadas”, era recordado el espada porque los festejos al rezar la letanía contestaban en coro y de manera irreverente: “¡Ahora, Ponciano!”, sustituyendo con la taurómaca exclamación al religioso: “Ora pro nobis”. A la epidemia de gripe de 1888, se le llamó “el abrazo de Ponciano”. Don Quintín Gutiérrez socio de Ponciano Díaz y abarrotero importante, distribuye una manzanilla importada de España con la “viñeta Ponciano Díaz”. Por su parte, José María González Pavón y el General. Miguel Negrete le obsequia al diestro mexicano los caballos “El Avión” y “El General” y es el mismo Ponciano quien se encarga de entrenarlos. La misma poesía popular se dedica a exaltarlo, al grado mismo de ponerlo por encima de los toreros españoles. Yo no quiero a Mazzantini Yo no quiero a Mazzantini ni tampoco a “Cuatro Dedos”, al que quiero es a Ponciano que es el padre de los toreros ¡Maten al toro! ¡Maten al toro!

El “padre de los toreros”, cómo no lo iba a ser si en él se fijaban todos los ojos con admiración. A Ponciano tributaban aplausos en lugares lejanos y sin ocasión de la fiesta de toros. Cuando el espada recorría las principales calles de la ciudad de México, los transeúntes le aplaudían y vitoreaban. Su vida artística o popular se vio matizada de las más diversas formas. Le cantó la lírica popular, lo retrataron con su admirable estilo artístico Manilla y Posada en los cientos de grabados que circularon por las calles de aquel México y de aquella provincia. He aquí otro caso.

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En los días de mayor auge del lidiador aborigen, el sabio doctor don Porfirio Parra decía a Luis G. Urbina, el poeta, entonces mozo, que se asomaba al balcón de la poesía con un opusculito de “Versos” que le prologaba Justo Sierra: -Convéncete, hay en México dos Porfirios extraordinarios: el Presidente y yo. Al presidente le hacen más caso que a mí. Es natural. Pero tengo mi desquite. Y es que también hay dos estupendos Díaz Ponciano y don Porfirio-: nuestro pueblo aplaude, admira más a Ponciano que a don Porfirio.

Y aquí una curiosa interpretación: En aquellos felices tiempos, comenta Manuel Leal, con esa socarronería monástica que le conocemos, había tres cosas indiscutibles: La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apam...

Su figura fue colocada en todos los sitios, aún en bufetes, oficinas de negocios, consultorios de médicos; en fotografías, o en litografías en colores y a una sola tinta, publicados en periódicos mexicanos o españoles como LA MULETA, EL MONOSABIO, LA LIDIA, EL TOREO CÓMICO que ilustró sus páginas -este último- con un retrato del torero mexicano del mismo tamaño que los que había publicado de “Lagartijo”, “Frascuelo”, “El Gallo”, Mazzantini y “Guerrita”. La “sanción de la idolatría”, a más de entenderse como aplauso, como anuencia, como beneplácito; es también castigo, pena o condena. Y es que del sentir popular tan entregado en su primera época, que va de 1876 a 1889 se torna todo en paulatino declive a partir de 1890 y hasta su fin, nueve años después. El mundo de la música se acerca también a Ponciano Díaz, y en el año de la reanudación del espectáculo taurino -1887-, se estrena el juguete “¡Ora Ponciano!” escrito por don Juan de Dios Peza y musicalizado por don Luis Arcaraz, donde se aprovechaba en él la fiebre que había en la capital por las corridas de toros y se glorificaba al ídolo taurino del momento: Ponciano Díaz. La piececilla gustó mucho y se repitió innumerables veces, hasta culminar con la aparición del propio matador en la escena durante dos o tres noches.

Se tiene la creencia de que Juan A. Mateos escribió en 1888 la zarzuela PONCIANO Y MAZZANTINI, con música del maestro José Austri. No fue así. Algún problema de tipo legal, lo impidió. Lamentablemente la idea de que esa obra de Mateos se encontraba en circulación, debe quedar diluida con el caso mismo que se ventiló en la prensa de la época, a su debido momento. Sin embargo, y debido a la gran pasión despertada por estos dos espadas. Incluso (varias) veces hubo que se llegó a las manos por dilucidar cuál de los diestros toreaba mejor.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Los actores vistieron trajes de luces pertenecientes a los espadas y el Teatro Arbeu fue insuficiente para dar cabida a tanto número de espectadores llegando aquello al paroxismo total. A Mazzantini aquella idea de verse representado en un escenario le gustó y aceptó la sugerencia de presentarse como actor en el Teatro Nacional en una función de beneficencia a la que asistió don Porfirio Díaz. El buen éxito alcanzado animó al diestro a presentarse dos veces más en diferentes obras. Y como el público le aplaudió más que a los otros actores, el matador seguramente creyó que era tan buen autor como buen torero.

Entre el 25 y el 31 de diciembre de 1888 algunos aficionados llegaron al extremo de alquilar el Gran Teatro Nacional arreglándolo de tal modo para que pudieran darse en él algunas corridas de toros en las noches, toreando las cuadrillas de Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Hoy, esa especie provoca estruendosa carcajada, pero entonces se la acogió como verosímil y aún hubo quien hiciera proyectos de reventa de boletos. Ese notición fue publicado en el periódico taurómaco EL ARTE DE LA LIDIA. En Ponciano Díaz, la suerte de banderillear a caballo alcanzó un notable rango y puede decirse que si bien la afinó, viéndola practicar a Ignacio Gadea y a Lino Zamora, acabó por perfeccionarla dándole un sello distintivo que quedó impreso en dos conocidas imágenes: una caricatura que dice PONCIANO DÍAZ pareando a caballo aparecida en EL MONOSABIO Nº 5 del 14 de enero de 1888. Otra más, esto en cromolitografía, es una estampa increíble aparecida en LA LIDIA del 9 de septiembre de 1889 ilustrada por Daniel Perea con el título, Toreo mexicano. Banderillas a caballo, en pelo. Ponciano Díaz combinaba los dos tipos de torear, el que le aprendió a Bernardo Gaviño y a otros toreros, modelos de inspiración que poseían normas anacrónicas propias de un momento en el que la tauromaquia mexicana no está sujeta a las reglas españolas establecidas. Y ese otro toreo, el campirano que hizo suyo aprendiéndolo con perfección no sólo en Atenco sino en cuanta ganadería haya pasado alguna estancia. Con respecto a la plaza de toros BUCARELI, recordemos ahora una crónica de suyo importante, debido a sus características de “inédita”. ...tarde del 15 de enero de 1888, inauguración de la plaza de toros BUCARELI. Media hora antes que hicieran el despeje del redondel, no había en las localidades sitio donde poner un alfiler. Imponente era aquella muchedumbre, aunque regocijada y llevando por armas ramos de flores. Porque la inauguración de la plaza de toros BUCARELI fue un verdadero símbolo de apoteosis del espada indígena y hasta el adorno del edificio era adecuado. Desde los corredores exteriores hasta la azotea había bandas de listón y gallardetes y en el interior desde la barrera hasta las lumbreras grímpalas y gardenias. En la parte alta del palco presidencial, lujosamente alfombrado y con un cortinaje de terciopelo rojo, ondeaba una bandera de lienzo blanco que tenía dibujado en el centro, en color rojo, un toro. Sobre el cornisón del mismo palco estaba un trofeo taurómaco consistente en una cabeza de toro disecado y colocada entre los instrumentos que sirven para la lidia (seguramente aquel conjunto se formó con: la cabeza disecada del toro CHICHARRÓN de Ayala que mató al “Patriarca” Bernardo Gaviño, una muleta, un estoque y dos

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. garrochas de picador, pertenecientes al anciano Juan Corona, picador que estuvo en la cuadrilla del mencionado Gaviño). Dos fanfarrias, una en la sombra y otra en el sol, tocaron durante la corrida, pero en la sombra había también una música de instrumentos de cuerda y tenía por misión ser acompañante en un himno que cantaron los coros de una compañía de opera italiana que estaba en México. Las cuadrillas hicieron el paseo bajo una lluvia de ramos de flores y escuchando incesantes aplausos y luego continuó no una ovación, sino una verdadera apoteosis para Ponciano. Cantaron el himno, en que se ponderaba su valor y destreza, y a la vez le coronaron. Dos niños vestidos de indígenas tlaxcaltecas, le ofrecieron obsequios, entre ellos un estoque con puño de plata, dedicado por el gremio de cigarreras, al que meses antes había regalado los productos de una corrida. Además la niña María Martínez, ciñó a Ponciano una corona de laurel y una banda, que tiene grabada la leyenda: “Viva el toreo mexicano. Viva Ponciano Díaz”. A su vez se le colocó otra más que simplemente lleva las iniciales “P.D” grabadas en hilo de oro. Lorenzo Vázquez y Ángel Ordóñez también hicieron lo mismo colocándole otra banda más que lleva escritos sus nombres, acompañados de la leyenda: “padrinos de Ponciano Díaz”. (Total, Ponciano debe haber ofrecido una curiosa imagen semejante, quizá, a la de cualquier icono religioso al que el devoto se acerca pidiendo consolación. N. del A.). La glorificación era interminable porque sucediéndose los obsequios, sin que faltare don Joaquín de la Cantolla y Rico, el celebérrimo aeronauta y poncianista rabioso, que descendió en su globo aerostático en mitad del ruedo. El consejal que presidía, el señor don Abraham Chávez, tuvo que ponerla fin dando orden de que saliera el primer toro, después de transcurridos veinte y cinco minutos desde aquel en que fue el hecho el paseo. La cuadrilla era hispano mexicana, porque a los antiguos banderilleros acompañaban dos que eran españoles: Ramón Márquez y Antonio Mercadilla. En ésta ocasión el espada vestía con toda propiedad, pues se ataviaba con un traje, de color morado y adornos de oro, que “Cuatro Dedos” le trajo de España. Los toros fueron de la ganadería de “Jalpa” y de la de “Maravillas”. Reses de romana y de buena edad, pero basta y con poca sangre brava. No obstante, por el poder que tuvieron hicieron en el primer tercio pelea que dejó contentos a los concurrentes que juzgaban de la bravura de ellos por el número de batacazos que daban a los picadores. A banderillas y muerte llegaron aplomadas y dando a conocer la mansedumbre, pero exceptuando la lidia en el quinto turno que tuvo intención aviesa, las otras la adquirieron y se dejaron torear sin exceso de peligro. Enorme, frenética, fue la ovación que hicieron a Ponciano Díaz por la muerte del tercer toro que dobló por una estocada completa y exactamente en las péndolas, dada recibiendo al estilo anticuado, el de Pepe Illo. También fue buena la media estocada, igualmente “a la española”, con que mató al segundo toro. A los otros los despachó “a la mexicana”, lo que equivale a decir que les dio estocadas de mete y saca; que también fueron muy aplaudidas. Toreando con la muleta y en la brega demostró lo limitado de la anticuada escuela de toreo, aunque estuvo más aliñado que en otras ocasiones. No hizo uno solo de los quites. Esa tarea la desempeñaron Ramón Márquez y Felícitos Mejía. Banderilleó a caballo al sexto toro. En el quinto toro, en una colada que dio el bicho cuando le toreaba con la muleta, le entró pánico al espada y tirando el engaño salió huyendo, perseguido por el marrajo que le hubiera cogido, si Márquez no interviene oportunamente.

¿De quién es tal reseña? Ni más ni menos que del importante cronista taurino Carlos Cuesta Baquero, mejor conocido por su anagrama: Roque Solares Tacubac, testigo presencial de aquella jornada memorable y personaje cuyas interpretaciones del toreo en esas épocas permiten entender cómo era el toreo, de qué manera se manifestaba en medio de las transiciones que comenzaron a darse a partir de 1887, año en el que, además de reanudarse las corridas de toros en el D.F., luego de larga prohibición de casi 20 años, se incorpora el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna, representada, entre otros por: José Machío, Luis Mazzantini, Diego Prieto, Manuel Mejías, Ramón López y, poco más tarde, Saturnino Frutos.

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De aquella tarde es célebre esta anécdota: Ante la expectación que causó el anuncio de la propia plaza de Ponciano Díaz, el 15 de enero de 1888 acude uno de sus más entusiastas seguidores: su propia madre. Para ella es el brindis del que abre plaza Por mi Patria y por ti, madre mía... La providencia ha querido que preste a tu vejez, el humilde fruto de mi trabajo.

Esos tiempos, esas formas de torear hoy en día quizás causen curiosidad -en unos-, repudio -en otros-. Pero en su época así era como se toreaba: a la mexicana, sello original de lo que el campo proyectaba hacia las plazas sin olvidar bases de la tauromaquia española, que no quedaron olvidadas gracias a la participación del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, quien actuó de 1835 a 1886 en nuestro país. Ponciano no sólo se concretó a ser el torero nacional (El Diario del Hogar daba noticia en su momento -1885-: “Podemos asegurar que ninguno de los toreros extranjeros que últimamente han toreado en esta capital está a la altura de Ponciano Díaz”). Sus actuaciones en el extranjero son muestra ejemplar de ser el mejor aquí y allá. Quizás sea el primer torero -en la historia de esta diversión- que tuvo oportunidad de actuar en varios países: España, Portugal, Cuba y Estados Unidos de Norteamérica. Pero a su vez, quizás sea el primer que rompe con la tradición feudal impuesta por toreros de la provincia quienes, apoderándose de un terreno donde podían moverse a sus anchas, logrando todos los beneficios posibles, no permitían la entrada a intrusos. Y la sola presencia del atenqueño aminoraba aquella influencia por lo que alternó con los señores "toreros" feudales de diversas regiones del territorio mexicano. Es importante destacar -por otro lado- sus habilidades como charro, siendo diestrísimo con la reata y como jinete, de lo mejor, al punto tal que fue "caballerango" (algo así como el hombre de sus confianzas) del señor Antonio Barbabosa. Esto es, gozaba de un conocimiento notable sobre toros y caballos. Era un excelente caporal y muchas de sus habilidades las puso en práctica en cuanta plaza actuara, para beneplácito y admiración de todos. Como punto culminante es preciso abordar su relación con la fuerza que tuvo el toreo español a partir de 1885, y del cual Ponciano opuso resistencia al principio, después

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terminó convenciéndose pero no aceptando del todo este género que ponía en peligro su vida profesional. José Machío en ese 1885 y luego su compatriota Luis Mazzantini de 1887 y hasta 1904 que actúa en México, se van a encargar junto con otro grupo de toreros hispanos de imponer por la vía de la razón algo que ya vimos: el toreo a pie, a la usanza española y en versión moderna, que no se conocía en nuestro país. A todo ello se unieron poco a poco grupos de aficionados, como el Centro taurino Espada Pedro Romero quienes encabezados por Eduardo Noriega Trespicos y de Carlos Cuesta Baquero Roque Solares Tacubac emprendieron una intensa campaña fomentando los principios de ese toreo con enfoques y análisis técnicos a la vez que estéticos. Poco a poco los públicos fueron aceptando la doctrina y rechazando el quehacer torero de figuras nacionales interpretado bajo muy particulares connotaciones. Ponciano, como muchos otros toreros vigentes en los últimos treinta años del siglo antepasado, lucen bigotones en contrapartida con los españoles, quienes patilludos o afeitados imponen su recia personalidad. Si se nos permite suponer diremos que unos y otros encontraron en bigotes, patillas y rostros chapeados la mejor demostración de virilidad y de señalarse asimismo como toreros, como matadores de toros, pues éstos, ya en su quehacer hacían pasar a un término secundario esos pequeños detalles, colocando, esa sí, en primerísimo orden su expresión taurómaca, fuese técnica o estética. Ponciano Díaz es el torero que de sus ganancias levantó la plaza "Bucareli" estrenada el 15 de enero de 1888, es el diestro de mayor fama en todo el siglo XIX; con situaciones como ésta pronto se vio en el dilema por decidir qué hacer con su destino. Y si bien hizo suyas algunas cosas (vistiendo a la española y matando al volapié), coqueteó con el resto. Fue algo así como no querer enfrentar la realidad, por lo que poco a poco fue relegado de la capital, buscando refugio en la provincia pero también en la bebida, destinos ambos que lo pusieron al borde del olvido total. Con Ponciano pues, se cierra el ciclo de toda una época que ya no tuvo continuidad, más que en el recuerdo. Ha concluido ya su historia... Ha concluido ya su historia...

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. ya no existe aquel Ponciano; el arte también concluye y lloran los mexicanos.

Como lloró el mismo Ponciano en sus propias "memorias", apuntes de su vida que alguna vez existieron y fueron vistos por un sobrino bisnieto (el señor José Velázquez Díaz) quien comenta: "Recuerdo haber leído algunas páginas y me llamó la atención una de ellas, en la que observé rastros quizás del llanto, pero también la marca de un vaso. Ponciano acabó sus días bebiendo demasiado". Hubo en el último tercio del siglo XIX un auténtico personaje popular al que poetas de esas dos vertientes lo cantaron y lo repudiaron; lo elevaron a niveles nunca concebidos y lo hundieron casi hasta el fango: Ponciano Díaz Salinas es su nombre. El romanticismo y el modernismo con sus distintas corrientes, amén de otro género, el lírico-musical “que el pueblo de México ha venido cultivando con amor desde hace más de un siglo: El corrido”, tal y como lo afirma Vicente T. Mendoza. Con excepción de Francisco Sosa en su Epístola a un amigo ausente (1888), el mayor número de las composiciones dedicadas al torero son de auténtica raigambre popular, producto de lo que les mandara su inspiración, una inspiración sincera e ingenua, o combativa y de advertencia. De hecho, en los tiempos del esplendor porfirista y los primeros del desorden revolucionario el modernismo comienza, evoluciona y muere entre los últimos veinticinco años del siglo antepasado y el primer cuarto del XX. Quedan, como es lógico, resquicios de un romanticismo decadente que gusta todavía en nuestro tiempo, como lo hacen esas grandes expresiones surgidas en otras épocas. Una cantidad respetable de composiciones emanadas de dichos estilos, se han localizado repartidas en diversas publicaciones que van desde las hojas volantes hasta lo registrado en libros, afines o no, al tema en estudio. Es por esto que vale la pena citar apenas algunos ejemplos del más de medio centenar que se le escribieron y que se han localizado. 1890 DE PONCIANO DÍAZ Alcanzó muy alta fama, fue de mucha valentía; en muchas plazas toreó

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. con valor y gallardía. Su fama no desmintió, pues en las plazas de España manifestó que era bueno, y de paso buena espada. Desde su muy tierna edad se dedicó a ser torero, pues nacido y creado fue allá en la hacienda de Atenco. Su padre bien lo enseñó: fue charro a prueba cabal, y en lazo y en la cola no tuvo ningún rival. Banderilleaba a caballo a cualquier bicho rejego, y esto lo subía de fama y aquilataba su precio. Como torero moderno alcanzó bastantes glorias, y en las plazas que lidió dejó muy gratas memorias. Por la muerte de Gaviño, que fue excelente torero, su puesto ocupó Ponciano con bravura y con denuedo. Muy hábil diestro salió: nunca desmintió su fama, y en el arte de la lidia hizo muy grandes hazañas. Si antes de morir Gaviño hubiera visto a Ponciano, hubiera sido el primero en tratarlo como hermano. Se acabaron los toreros de aquella época pasada, en que había diestros muy buenos y de veras se lidiaba. Ponciano fue de esa plaza, siempre lidio con limpieza, no tenía miedo a los toros al empuñar la muleta. No hubo plaza en que no fuera de todo el mundo apreciado, luego que se presentaba gritaban: “¡Ahora, Ponciano!” Siempre con trajes lucidos salía, pues, al redondel, y los vivas a Ponciano era lo que había que ver. Aun el mismo Mazzantini

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. su valor con él midió, y tuvo el gusto Ponciano de ser un buen toreador. En Jalisco, en Monterrey, en Coahuila, en Zacatecas, en Puebla y en muchas partes sus glorias están aún frescas. En Puebla tuvo la gloria de que el público entusiasta quitó las mulas al coche para llevarlo a la plaza. Bandas y coronas tuvo, como se dice, de a bola, porque siempre fue simpático y elogiado a toda hora. fue un hijo muy obediente, a su madre quiso mucho, y quizá la muerte de ella lo hizo bajar al sepulcro. Esa parca fiera y cruel del mundo se la ha llevado, pero nos deja recuerdos a todos los mexicanos. Ha concluido ya su Historia: y no existe aquel Ponciano, el arte también concluye y lloran los mexicanos. Mas en esa losa fría que deposita sus restos, nuestros recuerdos reciba rezándole un Padre Nuestro. Los toreros españoles también deben de sentirlo, pues los trató con aprecio y se mostró buen amigo. Adiós, querido Ponciano, nos dejas gratos recuerdos, y desde el punto en que estés te enviaremos nuestro afecto. En fin, se acabó Ponciano, ya no volverá a torear: ha pasado ya a la historia: duerme para siempre en paz.194 1921 A RODOLFO GAONA Nunca el verso cantar ha sabido lo que al verte torear he sentido, ¡Oh, Petronio, de augusta memoria!; faltan vida y calor a mi estro... ¡Salve artista, glorioso maestro, 194

Mendoza: El corrido mexicano..., op. cit., p. 369-372.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. las campanas de León, tañen gloria... Yo te he visto triunfante en el ruedo despreciando la vida y sin miedo, a las fieras retar con bravura... si realizas tu clásico lance, siempre sales airoso del trance y se impone tu inmensa figura... Tu figura de artista, invencible; tu figura gallarda y plausible, que levanta alborozo profundo, cuando esquivas, airado, a las fieras y ejecutas tus bellas “Gaoneras” que no tienen igual en el mundo... Y moviendo el percal con soltura, aparece tu egregia figura como un cuadro de plásticas luces, y ejecutas, sereno la suerte, sin pensar que tan cerca la muerte desafiándote está en los testuces... Y preludian clarines guerreros al compás de timbales severos, anunciando que el tercio fenece, y te vas con el arma en la diestra, y ejecutas faena maestra y tu nombre de artista se acrece... Los clamores del pueblo que grita proclamaron tu gloria infinita, que en el Arte Taurino es inmensa; sin que puedan menguar esa gloria, ni la envidia que nace en la escoria, ni el despecho... que es odio y ofensa... Tu renombre que vuelve de España, -tierra Madre que a México entraña, y que es cuna y es Reina del Arte-, proclamó que tu fuiste el ungido... Podrá haber quien pudiera igualarte; pero nunca quien te haya vencido... Y tampoco podrán en la vida arrancar de tu historia querida, que cual flor de laureles deshaces porque en ella la fama pregona, esta frase que es himno: “GAONA” primer “AS” entre todos los “ASES”... Nunca el verso cantar ha sabido, lo que al verte torear he sentido, ¡oh, Petronio, de augusta memoria!; faltan vida y calor a mi estro... ¡Salve artista... glorioso maestro, las campanas de León tañen gloria!...195 CARLOS EZETA Coyoacán, 3 de enero de 1921.

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GAONA. PERIÓDICO TAURINO. Director: Carlos Ezeta. Vol. I. México, 20 de octubre de 1921. N° 1.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. Febrero 2 de 1936 CORRIDO DE LORENZO GARZA ¡Abran paso al vendaval! Aquí está Lorenzo Garza. El coso le viene chico pero con él se agiganta. ¡Todo el Cerro de la Silla está plantado en la plaza! Inmóvil y trepidante se unta a la muerte en la faja, y en trueno y escalosfrío los tendidos se levantan. ¡Aquí está el de Monterrey: sismo y estatua! Fundido en fierro y acero (para algo tenemos fábrica) mírenlo entre los pitones que le bordan filigranas: ¡La muerte en los alamares y la sonrisa en la cara! Levántase fray Servando Gonzalitos se prevenga por si médico nos falta; derroche Ramos Martínez el color a cataratas; y en prosa de Alfonso Reyes, dure, nítida, la hazaña. Ebrio de líquidos oros brinde el sol su Carta Blanca, y estallen cristalerías de la Vidriería, en las dianas. ¡Aquí está el de Monterrey: sismo y estatua! Y esfumada, allá muy lejos, como en neblina de lágrimas, pone una madre en angustia perspectiva de plegaria. ¡Madre! Te oyeron arriba: seca y alegra esa casa. ¡Ya, dando tumbos de gloria, se despeñan las campanas! Ya el hijo de Monterrey se untó la muerte en la faja, y con ella de trofeo sale en hombros de la plaza. ¡Abran paso al vendaval: Aquí está Lorenzo Garza! ¡Este es el de Monterrey: sismo y estatua!196 Alfonso Junco. 1940 196

La Lidia, Nº 53, del 16 de noviembre de 1943.

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CORRIDO DE LA COGIDA Y MUERTE DE ALBERTO BALDERAS EN LA PLAZA DE “EL TOREO” En diciembre veintinueve año cuarenta de veras en la Plaza del Toreo fue muerto Alberto Balderas. Con terno canario y plata iba vestido el torero guapo y erguido, valiente de figura, un pinturero. Ni siquiera imaginaba que la muerte traicionera oculta muy bien estaba en palco contrabarrera. “Estoy muy triste” le dijo, a uno que le preguntó cómo le iba en esa tarde en que la vida dejó. Salió del corral “Rayao” buen toro que hará memoria Balderitas en la brega cubierto quedó de gloria. Pobre de Alberto Balderas mala suerte le tocó en la última del año que aquí en México toreó. Quién había de decir, tan valiente como estaba; era domingo en la tarde. ya la muerte lo acechaba. Con “Rayao” se había lucido y hasta una oreja cortó, cuando salió “Cobijero” ése que lo asesinó. Negro, meano, grande y hondo era tal bandido fiero, que antes de morir luchando lo empitonó traicionero. Le paró pies Carnicero, los de a caballo picaron y los de las banderillas al asesino adornaron. Carnicero brinda el toro cerca de la Presidencia. más “Cobijero” lo vió con mucha mala tendencia. Se le arranca por detrás y Balderas, buen amigo: “No lo agarres a la mala.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. métete mejor conmigo”. Y se le fue derecho al toro con la capa a medio abrir, mas “Cobijero” no quiso al nuevo engaño acudir. ¡Ay, Virgen de Guadalupe! ¡Madre nuestra del Consuelo! En menos que se los cuento Alberto estaba en el suelo. Fue tan adentro el pitón que el hígado le rompió así como las arterias por cerca del esternón. Señores, de que me acuerdo me dan ganas de llorar Balderitas quedó herido y se pudo levantar. ¡Que venga mi hermano Pancho! ¡Que estoy muerto de verdad! ¿Qué será de mis hermanas? Se quedan en la orfandad. Un monosabio lo agarra; Balderas no podía andar, lo llevaron para adentro echando sangre, la mar... Cuando Rojo de la Vega vio que Balderas... caía se fue junto con Ibarra corriendo a la enfermería. Primero fue un tropezón pero ese toro maleado le tiró una puñalada en el merito costado. Ibarra corrió a su lado la herida quiso tapar; pero la sangre brotaba como un pozo al reventar. Rojo de la Vega, Ibarra con Herrera y otros más, lo acostaron en la mesa donde lo iban a operar. Dijo Vega a la enfermera: -Una aguja de inyección ¡Pronto, pronto señorita! Esto me huele a panteón. Pidió Ibarra adrenalina en bastante cantidad, para inyectarla en el pecho era grande la gravedad. Ya Balderitas no hablaba,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. era tanta la emoción que hasta le inyectaron sangre buena pa´la transfusión. Luego me salí, señores, por montañas y praderas pa´decir cómo murió el diestro Alberto Balderas. A poco entró un sacerdote y le echó la “absolución”. ya estaba pa l´otra vida... se le paró el corazón... Dijo Francisco Balderas: Alberto ya falleció... Ahora nos quedamos solos mis hermanitos y yo. Alcázar y sus muerteros a poco se lo llevaron dentro de caja de mimbre en donde lo colocaron. Por la noche en el velorio llegaron muchos toreros, los de la “porra” y amigos así como revisteros. De la raya nadie pasa, tampoco Alberto pasó; murió por buen compañero, a “Carnicero” salvó. Adiós Alberto Balderas, ya te llevan a enterrar, te acompañan tus amigos. todos te van a llorar. Mandó Francisco Balderas: “Lo entierran junto a mi padre. allí en el Panteón Moderno, a las cinco de la tarde”. Ya murió Alberto Balderas, el Torero Mexicano. aquí se acaba el corrido que le escribí muy temprano. “Jacobo Dalevuelta” 1942 Fermín Espinosa “Armillita” Es su poder, su fuerza, su maestría imán que el triunfo a su designio atrae; está en la cumbre, pero nunca cae, ni se rinde a la “noche”… ¡Siempre es “día”! Vencedor del espanto y de la muerte, amplio y dominador, firme y entero,

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES. vive dentro de sí, recio guerrero que hace de su valor, sublime suerte. Muleta, espada, capa y banderilla, símbolos son en manos de este “Armilla” MAESTRO DE MAESTROS, acatado. Cerebro, corazón, arte y destreza, en Fermín, el torero no igualado, forman un bloque pétreo, de una pieza… Anónimo.197 1990 A MANOLO MARTÍNEZ Sobre la arena irrumpe la furiosa verdad del toro, arcilla que destella olas de asombro y alas de centella que iluminan la tarde esplendorosa. En suave conjunción, la mano airosa del matador se acopla a la querella del bruto: en su percal brilla la estrella que guía aquel incendio hacia la rosa. Contra viento y marea, fluye el brío que habrá de sucumbir en la certera quietud, como la yedra fatigada, porque el diestro, al brindar su poderío y detener el tiempo en su carrera, levanta una columna sosegada.198 Alí Chumacero.

Los toreros. Publicación realizada y coordinada por Fidel Solís “El Torilero” para la temporada 19421943. Se publicó en la ciudad de México hacia 1942 y contiene 80 p. Ils., fots., p. 6. 198 Cantú: Manolo Martínez..., op. cit., p. 11. 197

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PRESENCIA y VIGENCIA DE LA TAUROMAQUIA EN EL MÉXICO DEL SIGLO XXI. Y ya, en pleno desarrollo del siglo XXI, hay un conjunto de toreros que se han ido convirtiendo en referente de la afición mexicana. Así como la fiesta es universal en su sentido más amplio, es y ha sido posible también que en los diversos ruedos nacionales comparezcan una serie de “matadores de toros” venidos de otras latitudes, lo mismo europeas que centro y suramericanas. Algunos de ellos se consolidaron en los últimos años del siglo pasado y arribaron al presente ya en plena madurez. Entre los diestros que poco a poco han entrado en el gusto de un toreo sensible, por un lado; del toreo poderoso y eficaz por otro, encontramos a los siguientes: Juan Carlos Cubas (peruano), Leonardo Benítez (venezolano), Sebastián Castella (francés). Imposible olvidar a quien hasta hace unos años era el referente colombiano: César Rincón, y de quien sigue sus pasos de manera muy cercana Luis Bolívar. Entre los españoles se cuenta con un amplio despliegue de “figuras”, “promesas” y hasta de “mandones” como: Alejandro Talavante, Antonio Barrera, Cesar Jiménez, “El Juli”, Enrique Ponce, José Mari Manzanares padre e hijo, José Tomas, “Morante de la puebla”, José Ortega Cano, Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la capea”, sin olvidar el caso particular de Cristina Sánchez, quien consiguió entrar en el gusto y el corazón de la afición mexicana. Ahora bien, entre nuestros “paisanos” podemos apreciar estos nombres: Jerónimo Aguilar, Mario Aguilar, Aldo Orozco, Alfredo Gutiérrez, Alejandro Amaya, José Luis Angelino, “Manolo” Arruza, Arturo Macías, Arturo Saldivar, Antonio Bricio, Leopoldo Casasola, Diego Silveti, Eloy Cavazos, Fermín Espínola, Miguel Espinosa “Armillita”, Eulalio López “El Zotoluco”, Fabián Barba, Rodolfo Rodríguez “El Pana”, Ignacio Garibay, Guillermo Capetillo, Jorge Gutiérrez, Humberto Flores, Hilda Tenorio, Israel Téllez, Jorge de Jesús “El Glison”, José Mauricio, “Joselito Adame”, Juan Pablo Sánchez, Alfredo Lomelí. No pueden olvidarse tampoco a los llorado José María Luévano, “Manolo” Martínez, “Curro” Rivera, David Silveti o Mariano ramos. “Manolo” Mejía, Octavio García “El payo”, Oliver Godoy, Alfredo Ríos “El Conde”, Uriel Moreno “El zapata”, Omar Villaseñor Omar y Mario Zulaica y ahora, que ya lo es también Michael Lagravere y quien apenas acaba de recibir la “borla” de matador de toros en la plaza de Mérida, el pasado 25 de noviembre de 2012. Como podrá apreciarse, la veta de toreros mexicanos es amplia, sólida, incluso permite pensar que la fiesta en sus manos garantizará una permanencia por lo que resta, no digo que del siglo, sino al menos de un buen número de años y donde es deseable que la tauromaquia perviva en sus manos, en sus destinos. NOTA: Las imágenes que aparecen a continuación, son las que se reproducen en la edición del libro electrónico, propuesta diseñada por Oskar Ruizesparza.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

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ÍNDICE

7

INTRODUCCIÓN. PRIMERA PARTE. SIGLO XIX. EL CRIOLLISMO Y LA TIBETANIZACIÓN: ¿EFECTOS DE LO MEXICANO EN EL TOREO? Una visión previa al apasionante siglo XIX.

23

AGUSTIN DE ITURBIDE: CORRIDAS DE TOROS DURANTE SU REINADO, Y OTRAS CONTADAS POR CARLOS MARIA DE BUSTAMANTE. (1821-1823).

34

TESTIMONIO INFANTIL DE JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA A LA LUCHA DE UN TORO Y UN TIGRE REAL, EL 21 DE ABRIL DE 1838, EN PLENA GUERRA DE LOS PASTELES.

46

PARA 1844 HAN TRANSCURRIDO 34 Y 23 AÑOS RESPECTIVAMENTE DE LAS FECHAS QUE RECUERDAN EL INICIO Y CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA. POR TAL MOTIVO LAS CONMEMORACIONES SE DESBORDARON EN FIESTAS.

51

NOTAS A UN ARTÍCULO DE LA “ILUSTRACIÓN MEXICANA” DE 1851 QUE NOS DESCRIBE PERFILES DE LA SOCIEDAD QUE ASISTE A UNA CAMBIANTE FIESTA TAURINA.

54

PABLO Y BENITO MENDOZA. TOMÁS Y JOSÉ MARÍA HERNÁNDEZ, TOREROS DEL OTRO SIGLO QUE NO SE PERDIERON GRACIAS A SUS HAZAÑAS DE PRONTO OLVIDADAS.

58

BERNARDO GAVIÑO EN EL SIGLO XIX MEXICANO, MESTIZAJE DEL TOREO.

73

LUIS G. INCLÁN, EMPRESARIO DE LA PLAZA DE TOROS “EL PASEO NUEVO” EN PUEBLA Y LA CIUDAD DE MÉXICO. (ANÁLISIS A SU OBRA ASTUCIA).

96

GUILLERMO PRIETO PRADILLO, Y UNA DOMINGUERAS”, A PROPÓSITO DE TOROS.

“CHARLAS

106

UN DÍA EN LA VIDA DE PONCIANO DÍAZ: MITAD CHARRO Y MITAD TORERO, y PONCIANO DÍAZ: EL PRIMER "TORERO MANDÓN" DE MÉXICO.

122

DE

SUS

LA PRENSA TAURINA EN EL MÉXICO DEL SIGLO XIX. I LAS PRIMERAS LECTURAS LLEGADAS A MÉXICO DESDE ESPAÑA. LA IRRUPCIÓN DE LA PRENSA TAURINA. OTRAS TAUROMAQUIAS REEDITADAS EN MÉXICO.

131

II INTEGRACIÓN DE UN MOVIMIENTO INTELECTUAL UBICADO EN DIFERENTES TRIBUNAS PERIODÍSTICAS.

146

451


LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

III EL CENTRO TAURINO "ESPADA PEDRO ROMERO", LAS OBRAS DE RAFAEL MEDINA.

153

ESPECULACIONES HISTÓRICAS. DE LA CREDIBILIDAD A LA SOSPECHA. UNA REVISIÓN MINUCIOSA A “LAS CORRIDAS DE TOROS” DE RAFAEL LÓPEZ DE MENDOZA.

156

EL TORO EMBOLADO (1888).

173

JOSÉ JUAN TABLADA: UN PASAJE DE LA FERIA DE LA VIDA COMO APRECIACIÓN DE LA REALIDAD DEL ESPECTÁCULO TAURINO EN MÉXICO A FINES DEL SIGLO XIX.

177

UN FOTO-REPORTAJE OBTENIDO EN LA PLAZA DE TENANGO DEL VALLE, ESTADO DE MÉXICO, EN EL MES DE ENERO DE 1898.

183

EL IMAGINARIO NACIONAL, O PARA QUÉ INVENTAR UNA NACIÓN.

187

SEGUNDA PARTE. SIGLO XX. SIGLO XX.

207

UNA DIMENSIÓN QUE PERTENECE AL ABSTRACTO.

241

POLEMICA CON EL AUTOR DE ¡ABAJO LOS TOROS!

252

EL TOREO ES ALGO QUE SE APOSENTA EN EL AIRE Y LUEGO DESAPARECE. (Lope de Vega lo señaló. Pepe Luis Vázquez lo reafirmó).

280

EL TOREO COMO BELLEZA O EL TOREO COMO VIOLENCIA. CAPÍTULO NUEVO DE VIEJAS DISCORDIAS.

283

ALGUNAS NUEVAS CONSIDERACIONES PARA EL TOREO, A TRAVÉS DE UNA LECTURA DE MARIANO PICÓN-SALAS.

287

LOS TRES MOSQUETEROS Y 50 AÑOS DESPUÉS.

293

FUGÁCES Y EFÍMEROS: FÉLIX GUZMÁN, EDUARDO LICEAGA, “JOSELILLO” Y VALENTE ARELLANO. CUATRO COLUMNAS DEL TOREO QUE CAYERON, INESPERADAMENTE, ANTES DE TIEMPO.

300

¿QUÉ ES LO CLÁSICO EN EL TOREO?

314

LA LIDIA: UTOPÍA DE LA TAUROMAQUIA.

317

DAVID, ¿POR QUÉ TE ABANDONASTE?

323

TERCERA PARTE. SIGLO XXI. LA PARADOJA DEL TOREO MEXICANO. PRIMER LUSTRO DEL SIGLO XXI.

331

REPLANTEAMIENTOS A LA TAUROMAQUIA MEXICANA EN EL SIGLO XXI.

338

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LAS CORRIDAS DE TOROS ENTRE INDEPENDENCIAS Y REVOLUCIONES.

HACIA LA VERSIÓN MÁS MODERNA DE LA TAUROMAQUIA, A PIE Y A CABALLO, EN ESTE YA AVANZADO SIGLO XXI.

352

ANTE EL CÚMULO DE SITUACIONES ENCONTRADAS, ¿QUÉ FIESTA POSIBLE QUEDA POR VER EN MÉXICO.

355

CUANDO EL TEMPLE ES EQUILIBRIO.

359

RODOLFO RODRÍGUEZ “EL PANA”…, FUEGO A PUNTO DE EXTINGUIRSE.

365

EVOCANDO A SILVERIO PÉREZ.

371

EL PRURITO ACADEMICISTA VS. LOS TOROS.

391

JOSÉ TOMÁS O LA SEDUCCIÓN DEL HEDONISMO…

399

JUNTO A LAS CATEDRALES Y SUS MISAS, LAS PLAZAS DE TOROS Y SUS CORRIDAS.

403

…como un CANTAR DE LOS CANTARES. La épica gloriosa en el toreo mexicano entre Independencias y Revoluciones a los ojos de la poesía.

408

PRESENCIA y VIGENCIA DE LA TAUROMAQUIA EN EL MÉXICO DEL SIGLO XXI.

436

BIBLIOGRAFÍA Y HEMEROGRAFÍA

443

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