Escribir de tauromaquia en el año 2022 “El hombre es un ser social por naturaleza”. Aristóteles.
E
l año nuevo ya va partiendo plaza y lleva cantidad de interrogaciones.
Antes, cuando los reencuentros y reuniones sociales en vivo eran lo normal, casi siempre, en medio de las charlas me hacían la misma pregunta, ¿Y… todavía escribes temas sobre tauromaquia? Como si se tratara de un discurso con argumentación absurda o anacrónica, hoy en día, sin necesidad de convivencias presenciales en la que también se organizan reencuentros a través de plataformas como zoom para llevar a cabo un brindis de fin de año, recibí la misma pregunta, a la cual, sigo respondiendo muy orgullosa, ¡claro que sí!; escribo diversos temas de tauromaquia, palabra que abarca dimensiones inimaginables para compartir no solo con aficionados, también para no aficionados, pero que tienen la mente abierta para leer un texto taurino. Me percato que hay quienes no saben que escribir, ya es una disciplina, y de tauromaquia otro tanto, es todo un compromiso que representa
varios alcances, lleva un lenguaje especializado, además hay un ejercicio intelectual, todo un método aplicado de investigación de acuerdo al estudio de caso, incluso escribir es tan profundo que conduce a una catarsis, efecto similar a lo que es torear en el sentido de volcar los sentimientos, también en un texto “se carga la suerte”, como si fuera un lance en armonía en el que se cita, templa y manda, incluso, se transita de un párrafo al otro “a compás”, ya que también se intenta plasmar un cúmulo de sentimientos humanos a través de la palabra. En la actualidad solo decir el término “toros” es ya polémico, incluso satanizado por los grupos taurófobos, que de manera violenta y oscurantista tiran portales de Internet, agreden de manera verbal, minimizan nuestro trabajo e incluso lo discriminan, cuando se supone pregonan discursos hablando de una sociedad tolerante, multicultural e incluyente, pareciera que hasta en el mundo cibernético existieran algoritmos que detectan palabras taurinas para inmediatamente decir que es “contenido delicado” “no apto para menores” y censurarlo todo, aplica incluso en fotografías y videos que “previenen” antes de abrirlos.
El toreo siempre ha vivido soles, lunas y eclipses, hoy en día, no atraviesa precisamente un momento idóneo, pero esto ha ocurrido muchas veces a lo largo de toda su vida, ha inquietado a tanta gente, presidentes, ministros, reyes, papas y hasta activistas posmodernos, en ello radica su grandeza, quita el sueño y logra hilvanar otros sueños, incluso vivir en ellos, por esto y más, es necesario rescatar las grandes riquezas que la fiesta contiene en su entraña y reafirmar siempre el porqué de su vigencia, incluso es una responsabilidad darla a conocer a niños, adolescentes y jóvenes que tuvieron un rezago histórico-taurino por diversas causas, por citar alguna, porque sus familias aficionadas en una de las tantas crisis internas de la fiesta brava, prefirieron ausentarse a vivir y caminar sin brújula, en otras plazas pero no de toros, más bien plazas comerciales, esos ganchos de consumismo sin arenas y pasodoble. Pero en el reencuentro por zoom que describo, alguien insiste y exclama: ¡pero si ya quieren prohibir las corridas, no es posible que todavía sigas trabajando en ello! ¿Cómo para qué? Y respondo, hay que tener un poco de empatía, ¿no? ya sé que también hay dictaduras taurofóbicas, que van repletas de rechazo, pero el toreo es precisamente la puesta
en escena que exhibe todo, como el descaro de la vida y la muerte en un ciclo infinito, es el último ritual de sacrificio que prevalece. En la arena vemos el lucimiento del toro de lidia como especie, es un tótem sagrado, un mamífero ancestral que nosotros los taurófilos, lo acompañamos en todo su ciclo e incluso a morir con honorabilidad, incluida la posibilidad de ver su propio indulto. Acudimos a la plaza a admirar un hombre creando, recreándose y recreándonos en la edificación de una obra de arte efímera y logramos seguir unidos en una colectividad que desde siglos atrás converge en complicidad de afición, nos une el rezo, es un cántico único, el olé; palabra en árabe ¡wa-llah! que significa ¡por, Dios! así que cada uno tiene la libertad de ir o no ir a sus templos, pero si tratar de vislumbrar las libertades. Poco a poco fui logrando hacer un momento de silencio en lo que comenté, hubo un poco de reflexión, expuse a la vez que dentro del periodismo cultural, más no deportivo, debe ir el taurino, las diversas plumas tienen un estilo de escritura, además de hacer una nota informativa, una crónica, un ensayo, una entrevista, estas pueden forjar hasta una estrofa hecha poesía en su contenido, menciono por ejemplo lo grande que fue el maestro cronista y escritor José
Alameda pues en ello radica la diferencia entre los textos. Continué hablando y diciendo que en la corrida hay que saber hacer la diferencia entre el ver y el mirar, cuando esto sucede, se suspende la percepción ordinaria del suceso, se abren los sentidos y es entonces que se pueden apreciar diferentes elementos que permiten fluir en la escritura; por ejemplo, percibir las otras partes que existen en el preámbulo de la faena antes de llegar a “cortar las orejas o el rabo de un toro”, es decir, rescatar los aspectos emocionales y psicológicos del torero. Se vive el juego de azares, el peligro de un par de pitones acariciando femorales, en ese despilfarro de erotismo en la arena, incluso la sociología que es otra puesta en escena en la que se vive la cohesión del público, hasta la etología del toro bravo que va al combate; después se trasciende a escribir y describir algo más que la estadística o el balance de la corrida. El “ir por uvas”, no siempre logra obtener el vino, pero a veces sí, cuando la estocada es perfecta y se consuma la faena fulminante, es la apoteosis que incita al aleteo de los pañuelos en los tendidos de la plaza, como si fueran el despertar de cientos de palomas en el aire, por ello, se aprecia la sublimación de algunos toreros, cuando rompen, elevan el es-
píritu y lo logran transmitir. Los diestros entran en situación de espiritualidad máxima, se abandonan en los brazos del arte a través de su obra, logran consumar la pureza del toreo y como esto es tan profundo, se percibe también que ronda la muerte en este espacio ceremonial de claroscuros; se contempla un rayo de sol que deslumbra al tocar las lentejuelas de oro del traje de luces que por un instante nos deja ciegos. Vemos también que, en una tarde de lluvia, el agua y la sangre en la arena conjugan símbolos de vida, como lo es el momento cumbre del parto. La tauromaquia es una representación de rituales dignos de descubrir y describir, la época actual ya poco se conoce de ritos, por ello muchos antitaurinos solamente se quedan en el iceberg y no se preocupan por investigar su grandeza, sensibilizarse un poquito y permitirse entender que en la ética posmoderna también encaja un torero. Repiten frases tan trilladas como cuando vociferan que el “toreo no es arte ni cultura, es tortura”, jamás podrán sentir el estado de gracia, que nos puede llevar el ver torear a la verónica o llorar en conjunto ante aquel soberbio trincherazo lleno de embrujo de Rodolfo Rodríguez, “El Pana” al toro “Rey Mago” de Garfias.
La fiesta de los toros alimenta el alma con su honda esencia, invita a derramar el color de la tinta de los escritores, poetas; existe toda una narrativa y literatura documentada, en diversos países, aquí en Ciudad de México, por ejemplo, en El Archivo General de la Nación, bibliotecas y filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México. Los toros han sido parte de muchas culturas antiquísimas unidas en una misma esencia llamada arte, palabra que pocos se esfuerzan en conocer su anatomía. México un país de magueyes, tierra noble y fértil ha visto crecer y reproducirse al ganado bravo desde la Conquista, se fundaron ganaderías emblemáticas para luego seguir su trayecto a los alberos. Traspasar todo eso a través de una pluma fue una necesidad histórica y social necesitó un relato, que describiera sus diferentes etapas a lo largo de los siglos, muchos se dieron a la tarea de hacerlo. Y en este, nuestro momento histórico, llegada esta etapa, seguimos escribiendo de toros y sus acontecimientos en las diferentes formas y medios de comunicación, llámese periódico, algunas revistas o lo que prolifera hoy, los portales de Internet, pero estamos uniendo esfuerzos, comunicando lo que es la dimensión de la fiesta brava y eso, merece un serio respeto.
Dado el compromiso que conlleva en esta época escribir sobre tauromaquia es importante saber complementarse, tener información de lo que sucede en el mundo de manera global, ¿pero esto que tiene que ver con las corridas? Se relaciona porque la tauromaquia también es un centro de cuestiones que llevan intereses políticos, y un cúmulo de influencias que la interfieren, hay hasta quienes pagan campañas a sus detractores, fuertes corrientes anglosajonas, manipulación de ideologías de acuerdo a las circunstancias sociales que se vive, esto ayuda a demarcar el toreo en su contexto, situarlo en una posible teoría de entendimiento, sobre todo cuando se vive en un país corrupto en que se quiere usar a la tauromaquia para atrapar miradas en un momento demagógico y oportunista en la que surgen constantemente “animalistas” intransigentes que confunden la verdadera profundidad que tiene una corrida, sin saber el culto y esfuerzo de los ganaderos por conservarlo, aun teniendo pérdidas económicas; ni que decir lo ocurrido en medio de la pandemia por la Covid-19 que multiplicaron esfuerzos en su cuidado y preservación como especie, cuando se paralizó el mundo, incluso sirve como sustento para poder defenderla ante la postura de un vegano irrespetuoso, que puede ser tan violento
que se transforma en terrorista verbal afuera de las plazas de toros y en sus constantes marchas. De la misma forma se puede enfrentar a una persona que dejó de ser “amigo”, al saber que uno, entre otras cosas, también se dedica al tema táurico tras un reencuentro efímero en una red social, que se enfurece al escucharme hablar con tanto amor, espiritualidad y compromiso de nuestro quehacer en la materia, trabajo que merece reconocimiento. Escribir tauromaquia en sus diferentes contextos es también no dejar pasar por alto la crítica al interior de la misma fiesta tal y como lo que es, una compleja estructura social. Darle un pase por alto sería como no denunciar la violencia, el delito de un pederasta, una violación o un feminicidio, el acoso sexual en el área laboral. No estamos para dar coba y ser una sociedad de elogios y claveles a lo que requiere cambios y readaptaciones positivas de cara al futuro, con una perspectiva de vida en medio de sus realidades. Hay que tener cuidado al escribir lo que acontece en la periferia de las empresas, sus organismos, en los coso, en los que, se desarrolla este ritual atávico de sacrificio ante el cielo, la risa del sol y la colectividad presente que acompaña al toro
en su último aliento o al torero que se juega la vida, si es que la tragedia se suscita, al igual que hablar de lo que hace daño a la misma fiesta manteniendo aspectos que deben tener un refresco, como la misma sangre del ganado bravo en el momento de los empadres de finos sementales. También el compromiso de ejercer la pluma implica hablar de analizar la posibilidad de cambiar con algunos modelos y paradigmas en los tercios de la lidia, aclaro, (no su esencia) porque no es posible pasarnos romantizando la fiesta sin hacer cambios de cepa, y por supuesto, ser propositivos. El ejercicio de escribir lleva también hilvanados alamares, que deben hacer deslumbrar una tauromaquia que encaje en este momento no podemos ser ciegos ante ello, sería como no ver la desigualdad social y la pobreza que tanto nos lastima, ver pasar de largo a los migrantes a bordo del tren de “La Bestia” que nos deja impávidos de dolor, o irnos a otra geografía y pensar en la guerra entre Israel y Palestina. Escribir de toros pareciera obsoleto, incómodo o una broma de mal gusto, pero en ello hay cientos de valores humanos, sí “humanos” que debieran rescatarse hoy más que nunca, como la integridad, el pundonor, la honestidad, y la vergüenza, conceptos que los supuestos taurófobos,
no tienen absoluta idea de lo que esto significa, la tauromaquia es también en paralelo, parte de la historia política y social de los países que la llevan a cabo, y hasta los que no la ejercen han volteado a ella; pareciera ser parte del clima político de conveniencia ventajista cubierta de ignorancia para manipular grupos a conveniencia, hoy en día sus detractores son a la vez un hecho social vigente y activo que se siente atraído buscando identidades, y pertenencia, fijan su energía en ella porque su oros y plata, llaman la atención de cualquiera, al final, son parte de un sector lleno de demagogia desmedida en una era en que entre la juventud impera ser antisistema, antirreligioso, antisocial y antitaurino. La corrida de toros ha sido parte de la movilidad social de los pueblos y por lo tanto le pertenece al pueblo, es parte de la cultura e identidad, es una reliquia viva llena de significados antropológicos, arqueológicos y más, aunque incomode o haga salivar amargo a muchos, por ello, el toro como especie animal, logró agrupar alrededor de él, a diversas civilizaciones que lograron la construcción de todo un culto hecho fenómeno de masas, que lleva siglos respirando, toda una historia sociológica, que se desarrolló por diversas geografías hoy vivas.
Al final, se sigue hablando y escribiendo de toros, somos herederos de una fiesta transcultural, la que algún día nos ha dado tardes apoteósicas de faenas que se quedaron tatuadas en el corazón de nuestros abuelos y padres y que nos transmitieron en la sangre este bienaventurado “veneno taurino”, a través de sus miradas y voces, generacionalmente nos estremece, por esto y más, escribir letra a letra llenando una página en blanco, esa “ensabanada”, la que siempre resplandece como un par de pitones astifinos, la vamos esbozando con gusto, como cuando los toreros emprenden el paseíllo y dejan sus zapatillas marcadas en la arena… Estamos entre grupos seudo “ecologistas” y “animalistas” deformados, más no informados, son visitantes de parques con mascotas con ropa de bebé en carriola, que etiquetan a los taurófilos como promotores de la violencia y que nada importa si son ganaderos, monosabios, artesanos, bibliófilos, escritores que si al escribir hacemos una oda a un castoreño a una montera que vuela como golondrina de azares o un par de alegres banderillas de vivos colores, nada importa, porque ni lo perciben. Escribir de toros es un acto de profunda fe. Y sí, claro, sigo y seguiré escribiendo textos taurinos, en un mundo de complejidades culturales,
en el que todos los días tiene el desafío de la supervivencia ante un virus lleno de “malaje” que embiste a payos y gitanos, taurinos y antitaurinos, de cualquier raza humana y cualquier credo, eso sí, con extrema democracia, tan lúdico en sus variantes Ómicron o Delta, que pareciera retomar aquel juego de niños “las traes”, pero de manera macabra y despiadada, para el cual hay que ser si nos embiste, un portento de entereza. Es la época del súper individualismo posmoderno, en que querer prohibir produce un placer hedonista, no importa si entre esto está la destrucción de toda una cultura, se trata de una intensa lucha de poderes sedientos de protagonismo. Mientras tanto en la plaza de toros existe un ruedo en el que sí se circunda empatía, se apuesta al amor y las libertades, los activistas pagados, no saben de dónde viene el largo hilo del ovillo de Ariadna que siguen trayendo en la espuerta los matadores de toros de la posmodernidad, y lo traemos toda la afición hasta bordado en el alma. Mientras tanto, en las ganaderías de bravo se siguen conjugando armonías que siguen uniendo el campo y la ciudad con el símbolo arquetípico del toro de lidia y llega a su clímax en medio de este binomio entre el toro y el hombre, que nos conjunta y distingue como aficionados en
una complicidad que jamás entenderán que el mismo existencialismo que coexiste en el toreo es una profunda muestra de humanismo y arte. Trabajar en diversas áreas difundiendo la tauromaquia requiere de nuevas metas y paradigmas de cara a la vida voraz y la labor de protegerla de sus detractores, en algunos sitios ya se ha logrado, requiere unir más esfuerzos. Escribir es también una cuestión que requiere entrega, silencio y madrugada, para recrear faenas, voces y murmullos que se escuchan en la plaza; sentir el clima que se vivió en una tarde junto con el olé que se lleva en los tímpanos, es relatar la mirada de un niño en la barrera, narrar la imagen de esa muleta que se movió como el volante de una falda de flamenco y que solo cambió el tablao por la arena. Es ver el puño de la camisa del torero empapada de sangre al ejecutar la suerte suprema, cargar con cientos de imágenes y símbolos, para llegar a revivir cada escena y poder transformarla en palabra, antes que la idea eleve el vuelo, se esparza en el cielo o se la lleve la luna en el recuerdo… Al final les dije en el zoom tinto en mano. ¡Vamos, los invito a la plaza, feliz año nuevo!