Fiestas Populares

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FIESTAS POPULARES

JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Un embolado. P. P. García. LA MULETA, Año I, México, Febrero 19 de 1888. Páginas centrales. Cromolitografía de “P. P. García”. Col. Julio Téllez García.


AFICIÓN y FESTEJOS POPULARES… EN MÉXICO. (APUNTES PARA UN ENSAYO). POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. Obligada justificación. Hablamos de fiesta, fiesta popular. ¿Qué significados posee esta sencilla y a la vez compleja expresión? Por siglos, las sociedades han buscado diversas formas para rodearse de elementos y circunstancias que le han permitido un mejor destino posible. Entre otros factores se encuentra el entretenimiento, el ocio, la risa o el sufrimiento que provienen de montajes o escamoteos de la realidad, una realidad trastocada, intervenida. Realidad también, en su sentido más profundo por estar cubierto por ese manto ritual es, entre muchas razones, la corrida de toros, manifestación ancestral que, por muchos siglos ha sido vista como la puesta en escena de un acto sacrificial, donde reunidos sus diferentes protagonistas, la han convertido en referente histórico sine qua non. No conforme con ello, ha adquirido otras facetas donde participan integrantes de culturas originarias, y en los propios lugares donde se desarrolla, se encargan de darle sentido propio de interpretación, por lo que el toreo a caballo, o el de a pie se transforma. De todo lo anterior en apenas estas sencillas ideas, nos permite entender que aún en estos casos, se mantiene intacto el propósito original; concebir la fiesta y servirse de la fiesta para alcanzar fines específicos algunos de los cuales veremos más adelante. En este avanzado siglo XXI, la fiesta popular en lo general parece no verse amenazada mientras suceden diversos cambios de comportamiento a nivel incluso global. En todo caso posee condiciones naturales para adaptarse y discurrir tan propia, con o sin mudanzas de por medio, y la fiesta de toros, nos sorprende plenamente ubicada en estos tiempos complicados, llenos de modernidad, procurando su existencia, claro está mientras tenga una mejor comprensión por parte de los opositores, y se fortalezca desde adentro, sin alteraciones deliberadas o sujeta al desdén de quienes las organizan o participan en ellas. Así que cabe preguntarse, ¿cómo entender el significado de festejo popular en la entraña de México? Tales expresiones son resultado de un largo proceso donde su forma de ser y de pensar ha quedado de manifiesto por siglos. Están presentes desde el periodo prehispánico, donde diversas culturas indígenas incorporaron, en su vida cotidiana, elementos que contribuyeron a fortalecer una presencia hegemónica, sobre todo cuando entraban en conflicto, o en rituales específicos donde lo lúdico, pero también lo sagrado o sacrificial imperaron a la hora de ser concebidos. No podemos olvidar que la fuerte influencia de los ciclos agrícolas o la mirada permanente a los cielos, dejó claro que todas esas observaciones culminaban en el cumplimiento cabal de fenómenos naturales como el equinoccio, por ejemplo, afirmado este por elementos arquitectónicos que hasta hoy, siguen demostrando una precisión que sorprende. Así que con el rico nutriente de toda esa fenomenología, vino a suceder desde 1519, con el inicio mismo de la conquista española no la alteración sino ese complejo y a la vez sencillo sincretismo entre dos culturas que alcanzaron, con el mestizaje mismo otros significados. De la piedra de los sacrificios a la plaza de toros.


Las culturas prehispánicas mantuvieron entre sus múltiples actividades, el sacrificio como un proceso enfocado a una condición ritual muy profunda ligada con los dioses, los ciclos agrícolas o el predominio y control militar, traducido entre otras circunstancias con la presencia de guerreros, convertidos en prisioneros y condenados a morir en actos sacrificiales. Ocurrida dicha circunstancia, los aztecas por ejemplo, consideraban esto como una demostración de superioridad y predominio. Se practicó la antropofagia como una forma específica que hoy podría escandalizar a más de uno, pero en aquel entonces representaba parte de una compleja mentalidad, vinculada a estos mecanismos.

En Rusticatio Mexicana (Por los campos de México) de Rafael Landívar. La imagen proviene de la edición de esta obra, publicada en Bologna en 1783, (entre p. 200 y 201).

Otra expresión popular fue el “volador”, rito practicado antes por totonacas y huastecos que luego, los mexicas mantuvieron para celebrar el décimo mes del ciclo ritual azteca, y a la fiesta Xipe Totec en el mes de Tlacatzipehualixtli, correspondiente al mes de febrero en el calendario occidental. Esa fiesta se asociaba también con el sacrificio humano. Con la conquista y los primeros años de colonización, se dieron las muestras más evidentes de un choque cultural primero. De asimilación y sincretismo después, lo que representó una enorme posibilidad para amalgamar una nueva expresión entendida como la suma de un conjunto de sociedades en la que convivieron personajes de distintas razas, creencias, costumbres y demás que trataron de homogeneizarse para encontrar el mejor medio de vida posible. Ello representó casi 300 años para integrar ese segmento social heterogéneo, con presencias e influencias difíciles de imponer pero que, al final de aquel periodo, representó el mejor resultado posible del mexicano en cuanto tal. Entre toda esa complicada red de circunstancias, se hallaban entremezclados componentes de vida cotidiana, de usos y costumbres que arraigaron hasta el punto de verse reflejados en lo particular del festejo popular, una más de las manifestaciones donde el


significado de lo taurino también se hizo presente. Por eso, no es casual referirlo desde el punto concentrador de una piedra de los sacrificios, razón que se extendió luego hasta la plaza de toros, lugar en el cual seguían apareciendo expresiones sacrificiales que una y otra sociedad, la europea y la americana tenían muy presente en sus códigos de valores. A todo lo anterior, se implantaron elementos como el calendario “juliano”, o el que mantuvieron los propios indígenas. En ambos, pudo ser posible que quedaran integradas todas las conmemoraciones religiosas posibles representadas en un referente fundamental: las “fiestas de tabla” o también “fiestas de corte”.1 También hubo presencia de las fiestas cívicas, o aquellas conmemoraciones denominadas “solemnes” o “repentinas”2; e incluso académicas. En suma, y durante buena parte del año, todo giraba en torno a la fiesta que, para materializarla, se ponían en funcionamiento los mecanismos esenciales para su correspondiente puesta en escena. Así, encontramos a lo largo del periodo virreinal una carga impresionante de festejos y conmemoraciones que nutrieron el imaginario colectivo, dando razón para alentar la fiesta popular, uno de cuyos efectos quedó plasmado en registros conocidos como “relaciones de sucesos”3 de las que se conocen alrededor de unas 350. 1

Se trata de las fiestas de carácter profano y religioso celebradas durante el virreinato, mismas que quedaron sujetas a un “calendario litúrgico”, pero también a los acontecimientos que se iban presentando conforme surgían de la corte, o de todos aquellos pretextos como los de la llegada de un nuevo virrey o un arzobispo, el fin de una guerra, entre muchos otros motivos. Por otro lado, las fiestas de tabla (así también llamadas por estar consideradas en aquel impresionante contexto de celebraciones novohispanas), fueron aquellas que, incrustadas en el ámbito cotidiano y por costumbre, consideraron entre otras, a la fiesta barroca concepcionista como celebración política, religiosa y cultural en Nueva España que dogmatizaban su condición. Donde la fiesta fue pretexto, esto se magnificaba con corridas de toros, peleas de gallos, mascaradas, representaciones de comedias -tanto en Palacio como en el patio del Hospital Real-, juegos como el palo encebado, la cucaña, los danzantes enmascarados, los fuegos de artificio, las carreras de caballos, las obras teatrales y muchas otras diversiones que desde fines del siglo XVI tuvieron espacios permanentes que enmarcaron la intrincada sociedad barroca novohispana. 2 Es importante conocer el procedimiento con que se efectuaron cientos, quizá miles de espectáculos, bajo dos principios fundamentales: fiestas “solemnes” que, a decir del investigador Germán Viveros (Escenario novohispano. México, Academia Mexicana de la Lengua, 2014) eran de origen generalmente eclesiástico y con fechas fijas, con intención doctrinaria destinada a españoles y criollos, y con nula participación de indios, mestizos y negros, con lo que quedaba anulada la integración social. Por otro lado, estaban las conmemoraciones “repentinas” con las cuales se celebraban sucesos de la vida laica, con carácter aleatorio y lúdico, opuestas al festejo eclesiástico. 3 Para las muchas conmemoraciones ya por motivo civil, religioso, académico o, de aquellas que dio pretexto la corona española misma, una de las más importantes fue la surgida desde el ámbito de la tauromaquia, expresada a caballo durante más de dos siglos. El resto de aquellos años, fue una puesta en escena compartida entre nobles caballeros y plebeyos a pie, hasta que hubo un tiempo en que el protagonismo recayó definitivamente en estos últimos, durante el curso del siglo XVIII. Pero, ¿qué son en realidad las “Relaciones de Sucesos”? En opinión de Judith Farré Vidal, se trata de “El despliegue espectacular del fasto público, efímero por naturaleza, concluye en el relato de su relación. La ocupación excepcional del medio urbano y la recreación de unas especiales coordenadas de espacio y tiempo que alteran el ritmo cotidiano de la ciudad, transformándola, adquieren plena trascendencia cuando se describen en el impreso de la relación. El testimonio escrito representa, por un lado, la oportunidad de que permanezca la experiencia del fasto y de esa realidad embellecida, y, por otro, permite revelar todas las claves de su entramado, desde la explicación simbólica del significado de las arquitecturas efímeras y de sus entresijos técnicos, hasta la identidad de sus mecenas. Por ello, este tipo de impresos están íntimamente ligados al “contexto ritual” en el que se proyectan, y se codifican según un “registro narrativo” sobre el que se asienta el modelo del género literario de las relaciones (mismas)”. En: Espacio y tiempo de fiesta en Nueva España (16651760). México, Bonilla Artigas Editores, S.A., de C.V., 2013. 311 p. Ils., facs., p. 51.


Luego se hicieron presentes una serie de interpretaciones, tanto en el toreo de a caballo como el de a pie; en la plaza o el campo; en el taller del artesano o registradas incluso en espacios públicos como fuentes o fachadas de iglesias. Entre otras, se encuentran los “juegos de cañas”.4

Portada del impreso que el Ayuntamiento de la Ciudad de México financió. El trabajo de impresión fue hecho por Francisco Robledo.

También privan en todas las manifestaciones del arte, hasta el punto de que sus creadores y hacedores han legado un cúmulo de expresiones que por sí solas, generan ya un amplio catálogo de obra, el cual se hace presente en piezas que recrean ese otro arte, efímero pero suficiente para conservarlo en testimonios imperecederos. Las hay en verso y prosa. Unas, escritas por célebres plumas como Carlos de Sigüenza y Góngora, el jesuita Rafael Landívar o Cayetano de Cabrera y Quintero. No faltan aquí otras celebridades como José de Hogal, autor e impresor, Bernardino de Salvatierra y Garnica, e incluso aunque de manera más informativa que descriptiva Gregorio de Guijo y Antonio de Robles que hicieron cada quien, en el célebre “Diario de Sucesos Notables”, auténtico registro de diversas circunstancias y acontecimientos, ocurridos de 1648 a 1703. Entre las muchas referencias destacan tres que no pueden eludirse, pues sus autores tratan el asunto con notable amplitud. Me refiero, en orden de aparición a María de Estrada Medinilla (1640), Alonso Ramírez de Vargas (1677) y Manuel Quiros y Campo Sagrado (1786). 4 En todo ese testimonio se percibe la constante referencia de los juegos de cañas los que, a decir de Manuel Romero de Terreros, Marqués de San Francisco: Torneos, mascarada y fiestas reales en la Nueva España. Selección prólogo de Don (...). México, “Cultura”, tomo IX, N° 4, 1928. 82 p. [estos fueron] “Copiados de las antiguas zambras de los moros, [de ahí que] estos ejercicios servían de pretexto para presentar vistosas cuadrillas con lujosas libreas y ricos atavíos. Cierto número de caballeros, bien montados a la jineta, y lujosamente vestidos, empuñando cada uno una lanza en la diestra y llevando una adarga en el brazo izquierdo, se dividían en escuadrones de diversas libreas, llamados Cuadrillas, cada uno con su Cuadrillero, o Capitán, que servía de jefe a cuatro, seis, ocho o más combatientes. Hacían su entrada a la plaza por cuatro distintas puertas, al son de oboes, sacabuches y otros instrumentos, y en los juegos más solemnes, cada cuadrilla iba precedida por numerosos pajes conduciendo mulas cargadas de cañas, que cubría un paño de brocatel.


Por todo lo anterior se entiende que de un comienzo nada fácil, se llegó a una comprensión que alcanzó sentido lúdico en esta o aquella fiesta; en esta o aquella manifestación en las cuales se pusieron en valor circunstancias que buscaban de fondo, la felicidad, el relajamiento o formas diversas de entretener a las capas sociales con razones que mantuvieron los niveles de diversión donde privaba el sentido dramático o festivo que culminaba como la aspiración por materializar al festejo popular, sin más.

“ESCENA VAQUERA EN LA CAMPIÑA MEXICANA”. Pintura de F. Alfaro. En: ARTES DE MÉXICO, año XXIII Nº 200, México 1960, p. 23.

Conviene mencionar que el espacio donde los aztecas practicaron el juego-ritual del “volador”, fue con el tiempo otro en el que por más de 250 años se utilizó para celebrar fiestas taurinas. A la plaza se le dio el nombre de el “Volador”, con lo que se mantuvo el sitio donde dos representaciones rituales, aquel juego de los voladores –hoy evocado en los de “Papantla”-, y el de toros que pervive, en este siglo XXI en la plaza de toros “México”, por ejemplo. Ellas, tan importantes la una como la otra y cada quien en su momento, representaron en el espacio urbano lo singular de aquellas fiestas. Y luego fue, en el resto del territorio novohispano donde la fiesta popular ligada con los toros, encontró en otras poblaciones y comunidades el abierto criterio que no solo fue asimilación, sino interpretación. En ese sentido, la fiesta popular de los toros mudaba en sus formas y decoraciones según lo entendieron sus ejecutantes que no necesariamente tendrían que someterse a las normas y expresiones que dominaban desde el centro novohispano. Allí, en la matria,5 desplegaron sus propias tauromaquias cuya índole rural, predominantemente terminó imponiéndose en suertes asombrosas. Como se podrá entender, cambiaba la forma, no el fondo. 5

Después de la “patria”, en su sentido más amplio, sigue, en opinión del historiador Luis González y González, la escala que él denominó “matria”, es decir el lugar o sitio donde habitan, desde su nacimiento, las personas que viven en espacios de las diversas provincias mexicanas y que, por razones muy especiales, convierten en algo entrañable.


Terminamos esta parte, incluyendo a continuación un poema que pareciera guardar una íntima relación con todo lo dicho hasta aquí, sobre todo porque muestra el hecho de que el aporte de uno y otro continente no son casuales. Son versos del reconocido poeta zacatecano Roberto Cabral del Hoyo. Nuevo y brevísimo viaje del Parnaso. Con amplias resonancias ecuménicas, enamorada a muerte y orgullosa de su regia raíz grecolatina, como en la España de los mil quinientos (desde entonces ornado de arabescos y ahora con alguna greca indígena el soberbio mural), hoy nuestra lengua vive de nuevo un siglo de oro. Es otro el mundo y el idioma cambia, muda el tiempo servicios y costumbres, pero es la misma plenitud, el mismo espíritu inmortal: grandioso el vuelo del pensamiento audaz, frescura innata de la imaginación, verdad y hondura en el sentir, rigor y ligereza La belleza formal. Enriquecida al contacto de América, acrecienta su divino esplendor la lengua hispánica. Ya Garcilaso, Góngora, Quevedo, Juan de Yepes, Fray Luis de León se llaman Vallejo, Pellicer, Pablo Neruda, Salvador Díaz Mirón, Rubén Darío, Lugones o Ramón López Velarde. El ingenioso don Miguel de la Mancha vuelve a nacer en Cuba y en Colombia; Gracián es argentino o mexicano; Rulfo y Rodolfo Usigli fraternizan con Fernando de Rojas y Tirso de Molina; logra Rodrigo Caro que retroceda el tiempo para el Tajín, la Venta o Machu Picchu; Lope de Vega y Calderón estrenan en Bogotá o en Taxco, en Buenos Aires o Montevideo, y la muerte anhelada por Teresa de Ávila es hoy muerte sin fin con José Gorostiza.


Con tan solo catorce endecasílabos y una horaciana pulcritud levantan perdurables y airosos monumentos Bartolomé y Lupercio de Argensola, y en estrofas y párrafos y parlamentos lucen leyendas mayas, amarguras incas, sagas caribes, glorias araucanas, ternura guaraní, gracia tolteca. En dos distantes épocas, dos mundos diferentes, alcanza nuestra lengua su reciedumbre máxima, en la España Imperial del Siglo de Oro y en esta Hispanoamérica convulsa durante el azaroso siglo XX.6

Grabado que elaboró Manuel Manilla para esta célebre competencia, ocurrida a mediados de 1887, siendo la plaza de toros “Colón”, en la ciudad de México, el escenario elegido. Col. del autor. 6

Roberto Cabral del Hoyo: Del milagroso amor, de tiempo y muerte. Zacatecas, Gobierno del estado de Zacatecas. Año conmemorativo del CDL aniversario de la fundación de la ciudad de Zacatecas, 1996. 102 p., p. 77-8.


Sin embargo, el siglo XIX es el espacio temporal en el que se desata la fiesta popular a dimensiones pocas veces vistas. Y es que el primer gran estímulo tuvo que ver con la emancipación misma, esto en 1810. El proceso de independencia estableció la que luego debemos entender como una aparente separación de toda influencia ejercida por los españoles, desatándose eso sí, profundas diferencias que exacerbaron los ánimos populares. El escenario donde el nuevo estado-nación se puso en marcha, llegó a mostrar condiciones de absoluta libertad en cuanto al anhelo de lo que significaba ser mexicano. Tres fueron al menos, las herencias visibles que siguieron imperando en esos tiempos que, aceptadas, continuaron su curso. Nos referimos a la construcción del milagro representado en la figura de la virgen de Guadalupe (desde 1531 y hasta nuestros días); el burocratismo impulsado desde el reinado de Felipe II…, y las corridas de toros. Desde luego, no podemos olvidar la sola presencia de la lengua, del habla español que logró un maridaje casi perfecto con las lenguas autóctonas conservadas hasta hoy. El mejor ejemplo de ello lo podemos encontrar en el de una sola población: San Juan Teotihuacan. Y luego, factores como el de la cocina donde el mestizaje de su manufactura nos sigue fascinando.

Mojiganga celebrada en la hacienda de Atenco a comienzos del siglo XX. Este tipo de representaciones iban en permanente tránsito por el campo y la ciudad. Col. del autor. Mientras tanto, en el espacio urbano o en el rural, los protagonistas con nombre propio o desde el anonimato seguían dando cuenta de sus asombrosas interpretaciones que solían ser complemento de la tauromaquia, misma que llegó a ese siglo bajo la influencia espiritual de la entonces moderna y novedosa versión de a pie y que un tratado de técnica y arte como el que puso a la consideración desde 1796 José Delgado “Pepe Hillo”, se convertía en el eje


rector del toreo no solo español; también mexicano.7 A ello se sumó todo un catálogo de manifestaciones concentradas fundamentalmente en las mojigangas. También hubo presencia, muy aceptada por cierto, de diversas prácticas de la charrería. Sorprende saber que el circo y el teatro también fueron partícipes, como ocurriría lo mismo con la pirotecnia o la aerostática. Todo esto y más…, en una sola tarde, y por un solo boleto. Sobre las “mojigangas”, puede anotarse lo siguiente: Como una constante, el conjunto de manifestaciones festivas, producto de la imaginaria popular, o de la incorporación del teatro a la plaza, comúnmente llamadas “mojigangas” (que en un principio fueron una forma de protesta social), despertaron intensas con el movimiento de emancipación de 1810. Si bien, desde los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX ya constituían en sí mismas un reflejo de la sociedad y búsqueda por algo que no fuera necesariamente lo cotidiano, se consolidan en el desarrollo del nuevo país, aumentando paulatinamente hasta llegar a formar un abigarrado conjunto de invenciones o recreaciones, que no alcanzaba una tarde para conocerlos. Eran necesarias muchas, como fue el caso durante el siglo antepasado, y cada ocasión representaba la oportunidad de ver un programa diferente, variado, enriquecido por “sorprendentes novedades” que de tan extraordinarias, se acercaban a la expresión del circo lo cual desequilibraba en cierta forma el desarrollo de la corrida de toros misma; pues los carteles nos indican, a veces, una balanceada presencia taurina junto al entretenimiento que la empresa, o la compañía en cuestión se comprometían ofrecer. Aunque la plaza de toros se destinara para el espectáculo taurino, este de pronto, pasaba a un segundo término por la razón de que era tan basto el catálogo de mojigangas y de manifestaciones complementarias al toreo, -lo cual ocurría durante muchas tardes-, lo que para la propia tauromaquia no significaba peligro alguno de verse en cierta media relegada. O para mejor entenderlo, los toros lidiados bajo circunstancias normales se reducían a veces a dos como mínimo, en tanto que el resto de la función corría a cargo de quienes se proponían divertir al respetable. Desde el siglo XVIII este síntoma se deja ver, producto del relajamiento social, pero producto también de un estado de cosas que avizora el destino de libertad que comenzaron pretendiendo los novohispanos y consolidaron los nuevos mexicanos con la cuota de un cúmulo de muertes que terminaron, de alguna manera, al consumarse aquel propósito. En lo que a fiesta de toros se refiere, desde el siglo XVI y hasta nuestros días se nos presenta como un gran recipiente cuyo contenido nos deja admirar multitud de expresiones, unas en desuso total; otras que en el ayer se manifestaron intensas, y que hoy, evolucionadas, perfeccionadas siguen practicándose. Pero más allá del contenido explícito que la fiesta de toros nos da en este depósito, vemos otras manifestaciones que en su mayoría desaparecieron y algunas más, como el toreo de a caballo y a pie pero a la mexicana, muy de vez en vez solemos verlas en alguna plaza. De todo aquello desaparecido, pero de gran valor son las mojigangas, representaciones con tintes de teatralidad en medio de un escenario donde lo efímero daba a estos pequeños cuadros, la posibilidad de su repetición, la cual quedaba sometida también a una renovación, a un permanente cambio de interpretaciones, sujetas muchas veces a un protagonista que no se “aprendía” el guión respectivo. Me refiero al toro, a un novillo o a un becerro que sumaban a la representación. ¿El teatro en los toros? Efectivamente. Así como alguna vez, los toros se metieron al teatro 7

De hecho, esta “Tauromaquia” fue conocida en nuestro país de manera tardía, pues se sabe que un ejemplar de la misma, fue incorporado a la rica biblioteca del entonces célebre José Justo Gómez, Conde de la Cortina, quien además elaboró una reseña que publicó en El Mosaico Mexicano, en su edición de enero de 1837.


y en aquellos limitados espacios se lidiaban reses bravas, sobre todo a finales del siglo XVIII, y luego en 1859, o en 1880; así también el teatro quiso ser partícipe directo. Para el siglo XIX el desbordamiento de estas condiciones fue un caso patente de dimensiones que no conocieron límite, caso que acumuló lo nunca imaginado. Lo veo como réplica exacta de todo aquel telúrico comportamiento político y social que se desbordó desde las inquietas condiciones que se dieron desde los tiempos que proclamaban la independencia, hasta su relativo descanso, al conseguirse la segunda independencia, en 1867. Ahora bien, y casualmente, el sello de todas esas manifestaciones “plaza afuera” no fueron a reflejarse “plaza adentro” (como ya lo hemos visto en estas notas introductorias). En todo caso, era aquello que hacía comunes a la fiesta y a la pugna por el poder: lo deliberado, lo relajado, sustentos de la independencia en cuanto tal; separados, pero siguiendo cada cual su propio destino, sin yuxtaponerse. “Plaza adentro” el reflejo que la fiesta proyectaba para anunciar también su independencia, fueron estas condiciones que la enriquecieron. Fulguraba riqueza en medio de un respiro de aires frescos, siempre renovados; acaso reiterados, pero siempre consistentes.

Mojigangas en la plaza de toros del “Paseo Nuevo”, a mediados del siglo XIX. Col. del autor.

Así como el toreo se estableció en el siglo XVI bajo las más estrictas reglas de la caballería a la brida o a la jineta, para alancear y desjarretar toros, también debe haber habido un síntoma deseoso de participación por parte de muchos que sintiéndose aptos lo procuraron, atentando contra ciertas disposiciones que les negaban esa posibilidad. Sin embargo, el campo, las grandes extensiones de tierras que sirvieron al desarrollo de la ganadería debe haber permitido en medio de esa paz y de todo alejamiento a las restricciones, la enorme posibilidad que muchos criollos y naturales deseaban para desempeñar y ejecutar tareas con una competente habilidad que siendo parte de lo cotidiano, poco a poco fueron arribando a las plazas, quedándose definitivamente allí, como un permanente caldo de cultivo que daba la posibilidad de recrear y enriquecer una expresión la cual adquirió un sello más propio, más nacional, a pesar de que el control político, y social estuviera regido en el núcleo que resultaba ser la Nueva España. Esta como entidad de poder, aunque vigilada desde la vieja España manifestaba una serie de reacomodos, de adaptaciones a la vida cotidiana eminentemente necesarios en ésta América colonizada, continente cuya población conformó un carácter propio. De no ser así, la rebelión era la respuesta a ese negarse a entender el propósito del destino que se construía de este lado del mundo. Y si la rebelión llevada a su máxima consecuencia fue la independencia, pues es allí donde


nos encontramos con la condición necesaria para el despliegue de todo aquello de que se vieron impedidos los que siendo novohispanos, además manifestaban el orgullo del criollo y todas las derivaciones -entiéndase castas-, que surgieron para enriquecer el bagaje social y todo lo que los determinaba a partir del “ser”, por y para “nosotros”. El complejo pluriétnico era ya una realidad concreta en el México del siglo XIX. La fiesta novohispana fue portadora de un rico ajuar, cuyo vestido, en su uso diario y diferente daba colorido intenso a un espectáculo que se unía a multitud de pretextos para celebrar en “alegres demostraciones” el motivo político, social o religioso que convocaban a exaltar lo mediato e inmediato durante varias jornadas, en ritmo que siempre fue constante. De nuevo, y al analizar lo que ocurrió en el siglo XIX taurino mexicano, exige una revisión exhaustiva, reposada, de todo aquello más significativo para entender que la corrida, la tarde de toros no era el marco de referencia conocido en nuestros días. La lidia de toros se acompañaba, o las mojigangas solicitaban el acompañamiento de actuaciones y representaciones de compañías, que como ya se dijo párrafos atrás, se producía la combinación perfecta del ”teatro en los toros”, o “los toros en el teatro”, dos circunstancias parecidas, pero diferentes a la hora de darle el peso a la validez de su representación. SIGLO XIX Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, y como consecuencia de acontecimientos que provienen del XVIII, concentraba valores del siguiente jaez: -Lidia de toros "a muerte", como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia. -Montes parnasos,8 cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales,9 hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. Se conocen también otras posibilidades.10 8

Benjamín Flores Hernández. Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces (tesis de licenciatura), p. 101. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto. 9 Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX (1810 a 1863). Dicho libro está plagado de referencias y podemos ver ejemplos como los siguientes: -Los hombres gordos de Europa; -Los polvos de la madre Celestina; -La Tarasca; -El laberinto mexicano; -El macetón variado; -Los juegos de Sansón; -Las Carreras de Grecia (sic); -Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas. 10 Flores Hernández, op. cit., p. 47 y ss. Basto es el catálogo de "invenciones" que se instalaron en torno al toreo. -Lidia de toros en el Coliseo de México, desde 1762 -lidias en el matadero; -toros que se jugaron en el palenque de gallos; -correr astados en algunos teatros; -junto a las comedias de santos, peleas de gallos y corridas de novillos;


Forma esto un básico. Ese gran contexto se entremezclaba bajo cierto orden, esquemáticamente hablando. La reunión popular se encargaba de deformar ese proceso en un feliz discurrir de la fiesta como tal. En un cartel decimonónico parece sintetizarse todo ese estado de cosas. Se trata de una de las muchas actuaciones que representó Bernardo Gaviño en 1855. Veamos. Plaza de toros en el Paseo Nuevo. Función de beneficio de las haciendas de Atenco y el Cazadero. Magníficos fuegos de artificio. Iluminación general de la plaza. Domingo 4 de febrero de 1855. SOBRESALIENTE Y EXTRAORDINARIA FUNCIÓN. Que los dueños de las haciendas de Atenco y el Cazadero, dedican a S.A.S. el general presidente de la República, D. Antonio López de Santa-Anna, general de división, benemérito de la patria, Gran Maestre de la nacional y distinguida orden mexicana de Guadalupe, caballero gran cruz de la real y distinguida orden española de Carlos III; y a su muy digna esposa la serenísima Sra. D.a Dolores Tosta de Santa-Anna. Teniendo los propietarios de dichas haciendas por su contrata el derecho de elegir el día de su beneficio, se han apresurado a verificarlo en el presente, con el objeto de dedicarlo a SS. AA. SS., y deseando que la función sea digna de la alta categoría de las personas que la honran, y de la respetable concurrencia que tanto gusto ha demostrado por esta diversión en la presente temporada, -ningún elenco se consideraba completo mientras no contara con un "loco"; -otros personajes de la brega -estos sí, a los que parece, exclusivos de la Nueva España o cuando menos de América- eran los lazadores; -cuadrillas de mujeres toreras; -picar montado en un burro; -picar a un toro montado en otro toro; -toros embolados; -banderillas sui géneris. Por ejemplo, hacia 1815 y con motivo de la restauración del Deseado Fernando VII al trono español anunciaba el cartel que "...al quinto toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la plaza, para que sentados a ellas los toreros, banderilleen a un toro embolado"; -locos y maromeros; -asaetamiento de las reses, acoso y muerte por parte de una jauría de perros de presa; -dominguejos (figuras de tamaño natural que puestas ex profeso en la plaza eran embestidas por el toro. Las dichas figuras recuperaban su posición original gracias al plomo o algún otro material pesado fijo en la base y que permitía el continuo balanceo); -en los intermedios de las lidias de los toros se ofrecían regatas o, cuando menos, paseos de embarcaciones; -diversión, no muy frecuente aunque sí muy regocijante, era la de soltar al ruedo varios cerdos que debían ser lazados por ciegos; -la continua relación de lidia de toros en plazas de gallos; -galgos perseguidores que podrían dar caza a algunas veloces liebres que previamente se habían soltado por el ruedo; -persecuciones de venados acosados por perros sabuesos; -globos aerostáticos; -luces de artificio; -monte carnaval, monte parnaso o pirámide; -la cucaña, largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él. Además encontramos hombres montados en zancos, enanos, figuras que representan sentidos extraños.


han marchado los dueños de Atenco y el Cazadero a sus respectivas fincas, para escoger personalmente los toros que se han de lidiar en su beneficio, de más bravura y valentía entre sus ganaderías; así lo han hecho en efecto, probándolos a su satisfacción antes de traerlos a México, y pueden asegurar que nada dejarán que desear a los espectadores. Deseando igualmente que la función tenga algo de extraordinario, se lidiarán, sin matarse, una o dos vacas de la raza de Atenco, para que los señores concurrentes conozcan la bravura de ellas, proporcionando por primera vez este arriesgado espectáculo en México. Además, después de la corrida se iluminarán las lumbreras y corredores de la plaza, y se quemarán unos magníficos fuegos de artificio, hechos y dirigidos por el aplicado mexicano que dispuso los de las funciones anteriores, habiéndose esmerado para los presentes, que serán más variados y vistosos. La plaza estará completamente adornada. El orden de la función es el siguiente: Tan luego como se presenten en la plaza SS. AA. SS., la tropa designada de uno de los cuerpos de preferencia hará los honores debidos y despejo de la plaza, como siempre se ha verificado. En seguida la acreditada cuadrilla de Bernardo Gaviño lidiará hasta OCHO TOROS, si la tarde alcanzare, alternándose de las mencionadas casas, y distinguidas como lo ha hecho siempre la empresa, con divisas encarnadas los de Atenco y amarillas los del Cazadero. En uno de los intermedios se presentarán, como se ha indicado ya, UNA O DOS VACAS de la referida raza de Atenco, que serán lidiadas de una manera conveniente sin darles muerte, cuyo espectáculo por ser la primera vez que se verifica, ha de sorprender sin duda a la concurrencia. Para mas amenizar la función, y por ser diversión que siempre agrada, se ha elegido uno de los mejores toros de Atenco para ser lidiado por LA CUADRILLA EN ZANCOS, con la valentía y destreza que lo ha hecho siempre que la empresa lo ha determinado, concluyendo la corrida con el Toro embolado de costumbre. En seguida se iluminará el interior de la plaza de una manera muy agradable, y tendrán lugar los magníficos FUEGOS DE ARTIFICIO que como se ha dicho, ejecutará el empeñoso pirotécnico mexicano, que con tanto gusto y vistosas transformaciones ha desempeñado otros en la misma plaza a satisfacción de todos los espectadores. Esto han dispuesto los interesados en la función, y los señores concurrentes conocerán que, más que su interés particular, han consultado el deseo de agradar y de manifestar su gratitud, por la


predilección con que siempre se han recibido sus ganados. Si esto han conseguido, estarán cumplidas sus aspiraciones. PRECIOS DE LAS LOCALIDADES. Lumbreras por entero con 8 boletos Entrada general de sombra, sea en grada, Tendido o lumbrera no arrendada Entrada general de sol

10 ps. 10 rs. 3 rs.

NOTA.-Los boletos se expenderán en la librería del Portal de Agustinos número 3, Tercena del tabaco frente a la Profesa, nueva sedería de la Sirena en el Empedradillo, cerería del Hospital Real número 7.-Estanquillo del Puente de San Francisco.-Los sobrantes se expenderán el día de la función en las casillas de la plaza. La corrida comenzará tan luego como se presente SS. AA. SS.

Cartel donde destaca la actuación del torero portorealeño Bernardo Gaviño y Rueda, quien permaneció en México, de 1833 y hasta su muerte, en 1886. Corresponde a la tarde del 2 de diciembre de 1866. Col. del autor.


Entre muchas otras representaciones, cuya lista y detalle pueden ser amplísimos, me decanto por las VERTIENTES DEL CARNAVAL QUE INFLUYEN EN EL RELAJAMIENTO TAURINO DURANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX. La génesis del toreo en México entra por la villa rica de la Vera cruz. Entre los nuevos hombres y el ganado que traen consigo, hay quien marca sus propósitos de instalar y aclimatar el gusto por las diversiones. Por el puerto jarocho cruzaron todos estos símbolos durante un buen número de años. Pero en ese sitio histórico se asentaron otro tipo de manifestaciones sociales, culturales, étnicas o religiosas que comunicadas entre sí lograron enriquecer el espectro de vida, enraizado en bellas manifestaciones de la tradición, que pervive hasta nuestros días.

El “juego de la oca”, ilustrado por José Guadalupe Posada, parece sintetizar todo el estado de cosas que privó, en lo taurino a finales del siglo XIX mexicano.

Para entender a la fiesta como fuente de identidad, matizado entre lo pagano y lo religioso


en su amplio recorrido secular o milenario, es preciso saber que hay un origen surgido del caos, pero al que hay que regresar tan luego el orden lo controle. En un principio surgió la idea de la orgía carnavalesca, ya que debían violarse todas las reglas imperantes y desordenar el mundo por completo para simular el caos, de donde todo renacería.

Curioso cartel que refiere la presentación de Luis Mazzantini y su cuadrilla en México, hecho que ocurrió en Puebla entre febrero y marzo de 1887. La composición del documento, presenta diversos elementos que lo hacen todo un atractivo. Los grabados son hechura de Manuel Manilla. Col. del autor.


El origen a estas explicaciones surge de la antigua Roma, en la que, durante los días de carnaval, mientras imperaba el trastocamiento general del orden, los amos servían a los siervos y se borraban parcialmente las distinciones de clase. Carnaval, carrus navalis en el que llegaba el dios Baco a Roma, carne vale ó carrelevare significa un adiós a la carne, la aceptación de la abstinencia. En Veracruz, el carnaval se remonta al siglo XVIII precisamente en momentos donde el periodo colonial se encuentra maduro, aunque pasa por un severo cuestionamiento social. La población dominante en el puerto se constituye de negros, mulatos (de procedencia africana y afroantillana), criollos y mestizos, con menor presencia indígena que luego se fusionó. Con todos estos elementos, el sincretismo se apoderó del escenario, haciendo participar en conjunto a todos los ingredientes étnicos, quienes dieron carácter al espíritu veracruzano en particular. Aquí destaca algo muy importante: Durante la colonia, en las fiestas carnavalescas se celebraban sobre todo bailes de disfraces. Al integrarse los elementos afroantillanos con los europeos, surgieron las comparsas y mojigangas. Negros y mulatos se disfrazaban, ridiculizando a la clase dominante como forma de protesta social. Dicho medio de interpretación social se preservó, se extendió también a otras latitudes claro, sin el nivel de éxito adquirido en el puerto jarocho-, pero con toda seguridad llegó a las grandes ciudades donde las connotaciones allí impresas, comenzaron a diferir, sin perder su esencia festiva. Surgidas las mojigangas a fines del XVIII (de origen español aunque con fuerte influencia cubana), esos enormes muñecos se integraban a las comparsas a mediados del XIX y servían para ridiculizar a la religión y a la milicia. Ahora bien, el carnaval de su condición de fiesta religioso-popular se tornó laica-popular en la transición de la colonia al siglo XIX compartiendo el desequilibrio social y político que se mantuvo durante buena parte de dicho periodo. Creo que todo esto permeó en los toros, aunado al propio sentido del circo que se reafirmó adecuándose en las plazas o el toreo en el circo; y más bien, en el teatro. Fue así como las corridas lograron aquella articulación perfectamente concebida. El caos, el relajamiento, pero también un esquema preconcebido de creaciones y recreaciones, hizo posible el cumplimiento de un ciclo persistente, el cual arrojaba por ejemplo, la celebración del carnaval, con una corrida de toros donde las mojigangas jugaron un papel central, anunciándose, además, la presentación de otros tantos números que lograron adecuarse al relajamiento con todos sus elementos propiciatorios: el disfraz, la máscara, la parodia. Casualmente el teatro fue sitio adecuado para que las parodias alcanzaran tonos de crítica social o política. Al terminar la corrida, el festejo en cuanto tal, se había cumplido con retornar a un estado de la vida cotidiana, para lo cual el reinicio o camino al caos ocurría con pocos días de diferencia. Para esto la siguiente explicación. En el cuadro aquí trazado vemos que el trayecto entre un punto y otro, hasta abrirse en cinco posibilidades, nos dice la forma en que se fragmenta esa unidad cotidiana, alterada por la ruptura.


1 - 2 : Lo cotidiano 2 - 3 : Convocatoria a la ruptura 3 - 4 : Ruptura 4 - 1 : Recuperación con vistas a la normalidad 1 - 2 : Vuelta a lo cotidiano, sin más. De esto se puede decir que lo excepcional que significa la diversión (o ruptura) vulnera la situación presente, pero no la violenta y tampoco la pone en riesgo. Nuestro entorno hoy ve como excepcional aquellas diversiones. Nos sorprenden pues abrían las puertas a lo fascinante. También y aunque parezca extraño, resultaban edificantes y perniciosas al mismo tiempo. Bajo estas condiciones operaron muchos de los espectáculos, no solo taurinos, sino de otra índole. En el caso de los toros, entre lo cotidiano y la ruptura existieron razones de cierta complicidad, pues entre una y otra las necesidades por mantenerse, hicieron que veladamente la ruptura sometiera a lo cotidiano. Funcionaba muy bien aquella especie de complemento maniqueo donde lo sagrado perdonaba los pecados profanos y estos, al caer en tentación una vez más, forzaban a lo sagrado para continuar con su misión. Una misión interminable. El sacerdote y el pecador frente a frente, círculo vicioso formado entre ambos. Uno perdonando, otro cayendo en tentación. Valga tal ejemplo para entender este aspecto, que no es sino el alma de este maravilloso conflicto. Ya lo afirma Teresa E. Rohde: “El homo ludens vuelve a ser sencillamente homo faber al abandonar el juego ritual y la fantasía mítica para retornar a las labores agrarias, a las complejidades del mundo tecnológico, o a la cotidianidad burocrática del tiempo profano”11. Durante la Colonia, en las fiestas carnavalescas se celebraban sobre todo bailes de disfraces. Al integrarse los elementos afroantillanos con los europeos, surgieron las comparsas y mojigangas. Negros y mulatos se disfrazaban, ridiculizando a la clase dominante, a la religión o a la milicia como forma de protesta social. He allí el sentido que se enunció en la introducción de este trabajo. En 1776 la Santa Inquisición encontró en el Chucumbé la forma de esa protesta o reclamo, ya que sus coplas y bailes lascivos, así como los adornos utilizados representaron un dejo subversivo que, con el tiempo devino danzón, sacamandú, contradanzas, fandangos, boleras y zarabandas aceptadas por la autoridad civil y religiosa como forma de expresión popular. 11

Teresa E. Rodhe: Tiempo sagrado. México, Planeta, 1990. 199 pp. (Fronteras de lo Insólito). Pág. 75.


También la “oca” ilustrada por Manuel Manilla, nos permite admirar la manera en que ese artista popular vio e interpretó otro espectáculo popular. Es oportuno apuntar lo que el viajero Thiery de Menoville pudo presenciar en una visita hecha al puerto de Veracruz en 1777, respecto a su apreciación sobre aquellas “mojigangas”, situación que deja ver las condiciones que imperaban respecto a esa forma rebelde de expresión: Se ven al frente seis figuras gigantescas, representando un indio y una india, un negro y una negra, un castellano y una castellana llevada por ganapanes y con una danza alemana viva y alegre. Viene después un gran bromista portando una figura francesa de paja toda descaderada y cuyos miembros están dislocados –destaca aquí el desprecio popular tras la intervención gala-. Siguen otros diez pícaros enmascarados como pescado llevando en la punta de un bastón una vejiga llena de frijoles con los cuales golpean a los que se encuentran”12.

Y si la protesta siguió siendo el mecanismo para hacerse notar, el carnaval fue a su vez el vehículo con el que se trasmitió aquel síntoma. Un caso evidente ocurrió en Mazatlán, Sinaloa el año de 1827, cuando la tropa dispuso de la mascarada y la comparsa para exigir al gobierno el pago de sus haberes. 12

Arturo Jiménez: “Veracruz, una fiesta de la carne a pleno sol” (primera de cuatro partes), en La Jornada, del sábado 13 de febrero de 1999, pág. 17. (Lo anterior fue citado por Roberto Williams en Yo nací con la luna de plata, a su vez recogido por Baca Rivero en su “Microhistoria del carnaval”, publicada en tres partes en El Dictamen, del 16 al 30 de enero de 1997).


Para los espectadores que asisten a las corridas de toros, el toreo es una fiesta de luz y de color, en la que los diestros, ataviados de seda y oro, triunfan de la muerte -o caen gloriosamente heridos-, bajo un sol esplendoroso y nimbados por la aureola del éxito. Lo que desconocen quienes así piensan es el riesgo que corren los hombres por pura afición, llevados tan sólo del afán de sentir cómo la muerte los roza con sus alas, y cómo su arte les permite burlar la fiereza del toro... En esta foto, de un sabor mexicano insuperable, unos indios del Estado de Veracruz, -aficionados de verdad a los riesgos de la lidia-, torean con sus sarapes a un toro, al que jinetea otro aficionado. No hay colores brillantes de púrpura de capotes ni de sedas joyantes en la foto. Tampoco la sonrisa de una mujer premiará la hazaña cuando la hazaña se realice. Ni se escucharán ovaciones, porque no hay público que presencie y aplauda los lances y la destreza de quienes los realizan. A ellos les basta el aplauso íntimo de su afición satisfecha. Que por algo son aficionados puros y en sortear al toro, y en burlar a la muerte, encuentran tanto placer como pueda encontrarlo el diestro famoso que da la vuelta al ruedo cosechando ovaciones y con la oreja del toro en la mano... En El Ruedo de México. Fundador y director: Manuel García Santos. Año IX N° 139, México, D.F., 1° de marzo de 1954, p. 5.

Arraigada esta forma entre los carnavales más importantes desarrollados en nuestro país, más tarde se integró a diversas celebraciones, enriqueciendo el bagaje de la fiesta popular o religiosa. En cuanto a la fiesta taurina, esta no fue la excepción y durante buena parte del siglo XIX alcanzó a tener verdaderas muestras en un notable catálogo recogido en diversos carteles que en sección aparte tendremos oportunidad de conocer. Más aún, y debido a la guerra entre Cuba y España (1868-1878), muchos trabajadores y músicos isleños emigraron a Veracruz y algunos llegaron a vivir al barrio de la Huaca. “Como consecuencia, las comparsas y mojigangas en extramuros –afuera de la muralla- fueron influidas en gran medida por la música cubana. “Contaban con un carácter muy peculiar: máscaras, encapuchados, hombres vestidos de mujeres, instrumentos musicales de percusión, como latas, pedazos de hierro y tambores, además de flautas y cornetas”. En ellas participaban los gremios de panaderos, carpinteros, torcedores de tabaco, sastres, peluqueros, ebanisteros, muelleros marinos y otros. Como puede apreciarse, nuevas influencias con un carácter tan significativo como este


seguían llegando al puerto de Veracruz, punto receptor del que más tarde se enviaban a todas las partes posibles esos influjos de cultura eminentemente popular. Son estas las principales raíces que destacan sobre la forma en que fueron apareciendo las mojigangas, escenografías efímeras que nos permiten ser puestas al descubierto para entender como se ha desarrollado el entorno común a varios espectáculos, haciendo de la burla, por un lado; del entretenimiento por otro su mejor instrumento de comunicación.

Arcadio Reyes “El Zarco”, uno más de los compañeros de andanzas de Ponciano Díaz, llegó a picar toros y a dominar la suerte de banderillas a caballo como su contemporáneo, el espada de Atenco. Brilló “El Zarco” entre los últimos tres lustros del XIX y los dos primeros del XX. EN: LA FIESTA Nº 192, del 25 de noviembre de 1948. Col. del autor.

En realidad, la culminación de aquel espacio temporal, alcanzó sus mayores cotas con la presencia del diestro Ponciano Díaz Salinas (1856-1899), quien lo fue a pie y a caballo, convirtiéndose en representante legítimo de la tauromaquia mexicana que había heredado – plena ya de mestizaje- de su maestro el hispano Bernardo Gaviño y Rueda. Al final de su vida profesional, Ponciano se enfrentó a la potente presencia de algo que hoy entendemos como la “reconquista del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna”, encabezada fundamentalmente por Luis Mazzantini y Diego Prieto “Cuatro Dedos”, ello a partir de 1887. Con esto, el toreo en México, alcanzó niveles nunca antes vistos y pudo ponerse al “tú por tú” con el practicado en ruedos ibéricos.


Una de las representaciones donde lo taurino es llevado a límites nunca antes vistos, sucede al surgir el “ídolo”, esa figura que simbolizó el paradigma de lo mexicano. Nos referimos a Ponciano Díaz y que, al aparecer su efigie en la portada de un periódico cuyo título lo dice todo, no podemos sino entender el significado que cobró aquel episodio. Col. del autor.

SIGLOS XX y XXI. Durante el siglo pasado, y el que ya transcurre, pervivieron y siguen perviviendo estas expresiones, quedando marcado cierto distanciamiento natural ocurrido entre la tauromaquia y la charrería, lo cual permite que una y otra transiten en rumbos distintos, con encuentros circunstanciales que en nada perjudicaba su destino. Sus principales ejecutantes nunca imaginaron que en 2016, y con la declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad a favor de la charrería, el reencuentro con los toros habría de dar un importante giro del que ya se mencionará su parte más notable en cuanto nos ubiquemos en ese espacio temporal.


Plaza de toros “La Petatera”, en Villa de Álvarez, Colima. Fotografía: Ramón Herrera. Disponible en internet octubre 3, 2018 en: https://www.archdaily.mx/mx/02-334456/la-petatera-enmexico-una-plaza-de-toros-temporal-de-madera-cuerdas-y-petates

Plaza de toros en Tizimín, Yucatán. Disponible en internet octubre 3, 2018 en: http://tizimin.gob.mx/primera-corrida-de-postin-con-4-matadores/

Hoy día, además de las grandes plazas, existen otros espacios para la representación de la fiesta popular de los toros. Nos referimos a la antiquísima plaza ubicada en la población de Cañadas, Jalisco, la cual presenta una forma rectangular y cuya construcción se remonta a 1680. También se encuentran la de Villa de Álvarez, Colima o las que se levantan en el


enorme espacio de la península de Yucatán (concretamente en Tenabo, Temak, Seybaplaya (Campeche) o Xiulub, provincia de Valladolid, Dzibikak, provincia de Umán (en Yucatán). Estas, entendidas como plazas efímeras, las cuales se arman con materiales naturales, resisten grandes cargas y se usan en festejos donde se siguen unas reglas que vigilan celosamente su cumplimiento personajes conocidos como “mayordomos”.

Hermoso cartel, en cuya composición y diseño, se emplearon elementos que recrean la presencia de reyes indígenas con la fuerza de otro indígena: Rodolfo Gaona, a quien la afición conoció como el “Indio Grande”. La reafirmación de esa presencia especial, queda plasmada en la parte inferior, al recrear el célebre “Par de Pamplona” que Rodolfo consumó aquel 8 de julio de 1915 y que el famoso fotógrafo Rodero acabó por consagrar en ese registro que hoy día, sigue siendo tema de conversación. En: PINTURERÍAS. El arte del arte taurino. México, INBA, Fundación Cultural Artención, A.C., 1994. 159 pp. Fots.


Decíamos líneas atrás que, con la afortunada designación que otorgó la UNESCO, reconociendo a la charrería como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en diciembre de 2016, se le concede a una más de las manifestaciones de la fiesta popular, el nivel con el que instituciones de esta jerarquía garantizan su preservación, pues todos los integrantes de esa comunidad se saben comprometidos. En ese sentido, extienden su apoyo incondicional a la tauromaquia, en el entendido de que ambas fueron, desde hace varios siglos, razones de una actividad compartida. Que hubo una natural separación, es comprensible, pero hoy han vuelto a darse la mano, y lo hacen en términos solidarios. Ambas expresiones y todos quienes la integran, entienden que la permanencia de estos legados debe continuar, por lo que han de tomarse todas las medidas posibles para que esto suceda de manera afortunada.

Bella manifestación del “torito” de fuego, el que además va no solo vestido, sino revestido por toda una fantasía de papel en diversos colores. El viento descubre tímidamente la imagen de la virgen de Guadalupe, por lo que el sentido y el propósito de la religión así como de la fiesta popular, se resignifican en esta imagen llena de luminosidad.


CONCLUSIONES. A lo largo de este panorama general, se ha puesto en valor el profundo significado de la fiesta, sobre todo esa que llega o proviene de entornos populares. Hemos entendido también su profunda relación con lo ritual. Lo anterior, permite entender que todas las comunidades involucradas con ellas, procuran conservarlas, integrándolas cada vez más en su vida cotidiana. Esto ha permitido la segura construcción de un andamiaje que lograrán su permanencia en el curso de las próximas generaciones, siempre y cuando persista el cuidadoso empeño de todos quienes se interesen por preservarlas o conservarlas en su condición esencial más pura. Del mismo modo, también se mantiene un obsesivo propósito de ciertos sectores de la sociedad por eliminarlas. Ese deseo de negar el pasado y no considerar los significados que este tipo de representaciones tiene para la historia de un país como el nuestro; con toda esa carga ritual que lleva a cuestas. Pero también por todo lo que significa la compleja red que se ha tejido para que hombres y mujeres construyan los diversos mercados creados alrededor de esas expresiones, podrían convertirse en un retroceso cultural inevitable. Y la fiesta popular –no podía ser la excepción-, también es solidaria. Los recientes temblores de 2017, dejaron claro que una vez más hubo señales de auxilio incondicional gracias a los festejos taurinos. A lo largo de varios siglos en que las corridas de toros llevan de convivir con nuestra historia, ha habido muestras de apoyo para paliar el dolor, la pérdida que se enfrenta como resultado de fenómenos asociados con la naturaleza –temblores, huracanes, e incluso aquellos provocados por guerras, entre otros muchos-. Por ello el beneficio, la solidaridad se hacen presentes de manera incondicional. En ese sentido, recordamos el último festejo celebrado con esa intención el 12 de diciembre de 2017, en la plaza de toros “México”. Sobre la fiesta popular de los toros y sus inmensos derivados, y quienes la vivimos o sentimos tan cerca como nos es posible, solo deseamos que perviva de conformidad al significado más profundo con que fueron concebidas. Actividades como la del 2° Congreso Internacional: “La Tauromaquia del siglo XXI” (Murcia, 18-21 de octubre de 2018), intensifican su conocimiento y diseminación, sobre todo en términos de información puntual, elaborada por especialistas y con la debida difusión que en este aquí y ahora representa la era digital. Muchas gracias. Guadalajara, Jalisco, octubre de 2018.


DATOS DEL AUTOR. JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. San Juan del Río, Querétaro, 27 de julio de 1962. -Ingeniero Mecánico Electricista por la U.N.A.M. (graduado en 1988); Maestro en Historia por la U.N.A.M. (graduado en 1996). Tiene la candidatura al grado de Doctor en Bibliotecología y Estudios de la Información en la U.N.A.M. con la tesis: "Los impresos y documentos taurinos en México. Siglos XVI al XXI. (El caso de dos bibliotecas y hemerotecas taurinas: Madrid y Morelia)”. -Es Director del “Centro de Estudios Taurinos de México, A.C.” Pertenece a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (Sección Historia) y desde el 24 de agosto de 2018, funge como Director de la fundación “Juan de Dios Barbabosa Kubli, A.C.” -La U.N.A.M., el I.P.N. y la U.A.N.L. han editado algunos de sus trabajos de investigación. -Director del Archivo Histórico de Luz y Fuerza del Centro, de noviembre de 2005 y hasta octubre de 2009. -Responsable de los siguientes blogs: APORTACIONES HISTÓRICO-TAURINAS MEXICANAS: (http://ahtm.wordpress.com/) y LUZ y FUERZA DE LA MEMORIA HISTÓRICA: (http://kilowatito2009.blogspot.mx/) -Desde el 22 de marzo de 2018, circula digitalmente la revista bibliographica, edición del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. En el Vol. 1, núm. 1, primer semestre 2018, se publica en la sección “Bibliothecae” el artículo “Colección taurina Javier Sánchez Gámiz, Biblioteca Nacional de México” de mi autoría. El presente es un registro más para conocer el desarrollo de la integración bibliohemerográfica con tema taurino en este país. Se trata de una publicación arbitrada. La liga a la que se debe acudir para su consulta es la siguiente: (http://www.iib.unam.mx/index.php/instituto-deinvestigaciones-bibliograficas/publicaciones/revista-bibliographica), o teclear directamente en su navegador http://bibliographica.iib.unam.mx. (Con este registro, el autor alcanza ya las 113 publicaciones). -Con la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México, produce y edita la colección de cuatro discos DVD denominada “Tesoros de la Filmoteca de la U.N.A.M.: serie TAUROMAQUIA”, entre 2002 y 2007. -De 1985 a la fecha ha dictado 88 conferencias, la última de ellas en España. Aquí los detalles: Seminario denominado “Los impresos y documentos taurinos en México. Siglos XVI al XXI. (El caso de dos bibliotecas y hemerotecas taurinas: Madrid y Morelia)”, mismo que fue impartido en la Universidad de Murcia (España). Dirigido a alumnos del grado en Periodismo e Información y Documentación. Dicha actividad, se realizó el 14 de octubre de 2015. (México, octubre de 2018).


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