6 minute read

El toro de México, Carlos Ruiz Villasuso

juventud, apoyado en el atril de la academia y la comunicación el periodista Francisco Aguado ha roto los esquemas tradicionales del análisis y del relato agregándole al periodismo la modernidad literaria junto a las herramientas de la investigación analítica. Su obra magna, Joselito, El Rey de los Toreros, abre caminos por sus muchos libros que han tenido que ver con el Joselito, el muchacho del Madrid de la juventud de Aguado, y con Morante de la Puebla, que lo canaliza en la ambición espiritual del toreo sevillano que, sin disimularlo, guarda pretensiones de entendimiento con el Gallito de Gelves.

EL TORO DE MÉXICO O MÉXICO EN UN TORO

Carlos Ruiz Villasuso (*)

El toro mexicano embiste de la forma en la que encontré a México cuando fui por vez primera: dormido. Siendo dormir la lentitud más lenta y siendo el toreo la búsqueda inalcanzable de lo despacioso, afirmo sin temor a al quebranto de acusaciones contrarias, que embestir dormido es la mejor de las embestidas para el mejor toreo posible. Más aún, sólo dormir invita a soñar y, siendo el toreo el sueño de la más lenta lentitud de un lance, un muletazo, concluyo que esa embestida mexicana es el sueño de las embestidas. No hay nada más igual a México que su toro bravo. El eco de España está en él por su irrenunciable deseo de supervivencia de algo acosado en estos tiempos. Y tiene el eco de los indígenas en una indescifrable bravura que pasa de la frontera de la indolencia propia de lo manso a la entrega propia del bravo. Tiene el toro mexicano a todo México dentro por ser ese rebelde con el que sólo los buenos toreros son capaces de hallar con el triunfo y gloria entre los olés largos y matizados y exaltados en un país de matices y exaltaciones. Se torea como se es, pero, no cabe duda de que también se embiste como se es. Como es el ganadero y como es su país.

A propósito de cómo somos, comencemos por el tamaño. En este traslado de imágenes que es la televisión, se envió a España una única visión del toro mexicano, el de la México. Del otro lado de este cante de ida y vuelta que es el toreo, desde España la televisión mandó a México el toro de Madrid y el de los Sanfermines. Me topé entonces, en plazas, tertulias y conversaciones entre tequila y su bis, una feroz autocrítica de mexicanos respecto a su toro. Por chico. Pequeño. Quienes así ejercían de inquisidores consumían el toro grande de la televisión que mandaba España. Un toro que en mi país tiene adeptos en cierto tipo de

aficionados quizá preocupados por la potencia de las mulillas cuando lo arrastran.

Era la época de Rafael Herrerías, al que no demonizo, pero si señalo como alguien que manejó La México entre afectos y desafectos con figuras del toreo españolas que, más que aliviarse en natural tendencia, se pasaron menospreciando a toros y a todos con sus corridas. Por mucho que insistía en España que ese toro no era el toro de México, sino el de La México, la visión degradada del toro mexicano se permeabilizó en el aficionado de mi país. Minusvalorado el toro, se devaluó el toreo que se hace en México.

Pero, sinceramente, el tamaño del toro es de una importancia menor que sus hechuras por razón de origen de tal forma, que se impone el criterio del tamaño, encastes que no lo soportan, desaparecen.

Eso ha pasado en mi tierra. Este desapego y descrédito del toro mexicano y, por ende, de su toreo, no solo me perece injusto sino absolutamente conquistador de nuevo. El toro mexicano nace un toro emigrante desde aquí, de líneas breves , mansedumbre probable y bravura grande.

Una vez, en una cena con aficionados en Guadalajara, me atreví a decir que ser torista en España es de idiotas, pero que serlo en México era de pendejos. Me salvó la vida la cortesía. Pero que conste que soy torista empedernido, pues serlo no implica desear un único toro de tamaño sino anhelar el toro en tipo, limpio, de buenas hechuras.

Y, sobre todo, el toro mexicano desea explicar siempre el toreo mexicano. Creo que ha sido un error mandar a tanto adolescente por hacer a España con la doble creencia de que, si se quedan en México, no crecen y que sólo en España pueden hacerlo. Pierden lo que son. Su mexicanidad. Al tiempo, uno no sabe si son iglesia o catedral, mexicanos o de un lugar de la Mancha. Jodido asunto porque el toreo es señala de identidad, personalidad y naturalidad de genes. Lo otro es impostación o conquista.

Regreso al toro. Como todo el desafecto o descrédito injusto respecto a “lo mexicano” en el toro, resulta que en España tenemos una frase que pretende calificar la excelsa profundidad de una inmejorable embestida: “emitió como un toro mexicano”. Coño. ¿Pues en que quedamos si resulta que el toro mexicano es nada y al final resulta que es paradigma de una embestida profunda y lenta?

El toro mexicano, por su origen, no sólo se retrata en tipos distintos al español, sino que conserva una embestida, en mi opinión y modo de entender el toreo, genial. Es un toro que niega la inercia muchas veces. Es decir, que el toro bravo y bueno no va y viene a la velocidad de cite en distancia y se va y regresa. No va y viene. Se le trae y se le lleva. Embiste de detenido, de parado, en la distancia que marque. Más que venir y pasar, hay que ir donde el dice y pide y traerlo. Y esa es, entre otras, su mexicanidad, que permite esas faenas largas que, en España, son un toro de movilidad exaltada y cuerpo lleno, es impensable.

Y embiste sobre las manos y cuartos traseros, como gateando, en el paso lento del caracol. Lo que exige tener valor, pulso, firmeza de piernas, manos y brazos. Por eso quizá el ole de España es rondo, seco, duro y breve y mas largo y musical el olé mexicano. Además, el toro mexicano, el bueno, permite lo que he llamado alguna vez como “reducir las embestidas”, es decir, que, entrando en el embroque despacio, el torro puede hacer que ese paso sea aún mas lento, casi dormido. De tal forma que algo se detiene por hondo, profundo.

El toro español se abre al final casi por inercia, el mexicano se va hasta donde le dice el vuelo de la muleta. Y coloca la cara, que dicen ahora, cuando siempre se dijo que embestía con el pitón de dentro. Es decir, que, además de humillar, hace esa forma de pasar en modo avión, con la cabeza inclinada en un giro de entrega hacia los vuelos de le muleta. Lo que permite el toreo en una línea mas curva, menos recta. Mas profunda. Menos horizonte. Más tierra. Reducir. Que viene después de negar el movimiento de la pura inercia. Que exige un gran valor, un gran concepto y escaso errores en cites, toques, movimientos. Porque esa lenta embestida esconde un precio alto por el error, una fea cornada ya que, cornicortos respecto al español, es mas certero., Ahí está la historia para confirmarlo. El toro mexicano descubre al torero efectista, al de escaso temple en la sangre. Esa lentitud dormida tiene su cara y su cruz.

Como México.

O se le coge el paso y el compás con el alma rota, o te parten el alma en mil pedazos.

Carlos Ruiz Villasuso (*)

Carlos Ruiz Villasuso, gallego de nacimiento, castellano por crianza y madrileño de toda la vida. Su trayectoria como periodista le ha llevado a trabajar en medios de comunicación como TVE, Vía Digital,

This article is from: