JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
LA HISTORIA TAURINA EN MÉJICO. APUNTES y RESEÑA A UNA SERIE DE BENJAMÍN BENTURA REMACHA, BARICO II.
CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO, y OTRAS NOTAS DE NUESTROS DÍAS.
APORTACIONES HISTÓRICO - TAURINAS MEXICANAS Nº 145. CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO, y OTRAS NOTAS DE NUESTROS DÍAS. LA HISTORIA TAURINA EN MÉJICO. APUNTES y RESEÑA A UNA SERIE DE BENJAMÍN BENTURA REMACHA. BARICO II.
JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE
LA HISTORIA TAURINA EN MÉJICO. APUNTES y RESEÑA A UNA SERIE DE BENJAMÍN BENTURA REMACHA, BARICO II.
CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO, y OTRAS NOTAS DE NUESTROS DÍAS.
MÉXICO, 2018
© José Francisco Coello Ugalde. Reservados todos los derechos. 2018.
© Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2018. Imagen de la portada: Danzante mexicano. Fotografía de Luis Márquez Romay, publicada en El Ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año XI, Madrid, 21 de enero de 1954, N° 500. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito, tanto del autor como del editor.
Este trabajo lo dedico al Sr. Dn. Antonio Petit Caro, responsable del portal de internet “Taurología.com”
INTRODUCCIÓN. SOBRE LA VISIÓN QUE BENJAMÍN BENTURA REMACHA “BARICO II” TUVO DE LA HISTORIA DEL TOREO EN MÉXICO HACIA 1953 y 1954. Los materiales que se divulgan a continuación, fueron consultados previamente en la opción digital que ofrece la “Biblioteca Digital de Castilla y León”, al incorporar en abierto la colección del semanario “El Ruedo”. Antonio Petit Caro, responsable del portal “Taurología.com”,1 y a quien agradezco desde aquí dar cabida a este y otros textos de mi autoría previamente publicados, indica con toda claridad la liga correspondiente.2 En la emblemática publicación de El Ruedo: Semanario gráfico de los toros, edición semanaria sin igual, se publicó entre el 19 de noviembre de 1953 y el 18 de febrero de 1954 una interesante serie denominada “La historia taurina de Méjico”, cuyo autor sólo está referido con el seudónimo “Barico II”.3 Desconocía hasta hace un tiempo de quien se trataba. Por fortuna, siguiendo el curso de sus trabajos, ello me permitió dar con Benjamín Bentura Remacha, 4 el mismo que puso los ojos en un tema harto complicado, pues ello implicaba la lectura a fuentes primarias para elaborar dicha serie, con fines más que de investigación, de divulgación. Tengo la sospecha de que para su construcción, se valió de la ya entonces bastante difundida Historia del toreo en México de Nicolás Rangel, cuya primera edición se remontaba al año de 1924. Sin embargo, lo que hizo “Barico II” fue ir encontrando la forma de hacer de aquella propia lectura su original e interesante versión, con la que contemplaba desde el otro lado del mundo la serie de acontecimientos que destacaron en forma notoria entre el virreinato y por lo menos el primer tercio del siglo XIX donde se detiene, o concluye la serie aquí comentada. Fue interesante cruzarse con ella, pues lo que va planteando el autor es un recorrido paralelo al de Rangel mismo, sólo que con la visión absolutamente española, lo que no genera ningún prejuicio, ni altera en el fondo lo que las circunstancias de cada suceso o proceso histórico incluidos o analizados aquí representan en sí mismas. Por otro lado, hay un toque de desparpajo que le da originalidad misma a esos once apuntes con los que tenemos al final una poco conocida “…historia taurina de Méjico” que se integra a estos apuntes, con objeto de que los lectores tengan oportunidad de conocerla. Me parece oportuno explicar que por aquellas épocas, justo cuando se publicó la serie (entre 1953 y 1954), apenas comenzaba a darse una difusión más o menos pertinente sobre la historia del toreo en México, y eran pocos los autores, además de Nicolás Rangel quienes hicieron eco a dicha labor. 5 Además, y ya metidos en lo placentero de la lectura, no estaba sometida dicha “historia” a los rigores que suele exigir la academia, de ahí que dichas publicaciones adolezcan de tal debilidad, misma que vino a enmendarse con la aparición de los primeros trabajos “profesionales” y cuyo autor es el Doctor en Historia Benjamín Flores Hernández6 a partir de 1976. Conviene hacer una reseña detenida en cada uno de esos once capítulos, con objeto de reforzar algunos aspectos que, desde nuestra perspectiva histórica resulten convenientes analizar. Y esto no con 1
https://www.taurologia.com/ Para acceder a la colección de El Ruedo, puede utilizarse la siguiente dirección electrónica: http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/publicaciones/numeros_por_mes.cmd?idPublicacion=352&anyo=1975 3 en principio creí que se trataba del periodista español Benjamín Bentura, quien se identificaba con el seudónimo “Barico”. 4 Autor además, de un buen número de obras tales como: Amores y desamores toreros. La vida sentimental en el mundo taurino, Casta brava aragonesa, El arte en Aragón y la fiesta Española, El Regreso a Zaragoza de don Francisco el de los toros, El Toro Bravo, Goya y los toros… 5 Me refiero a Domingo Ibarra, Carlos Cuesta Baquero, José de Jesús Núñez y Domínguez así como Armando de María y Campos. De cada uno de ellos, los lectores podrán conocer datos de sus obras, remitiéndose a la bibliografía. 6 Véanse los títulos de sus obras en bibliografía. 2
el propósito de “enmendarle la plana” al autor, cuya labor se agradece; sino para facilitar la lectura en aquellos pasajes donde sean necesarias las aclaraciones del caso. Por otro lado, me llama la atención el hecho de que al emplear el nombre de mi país, fuera insertando esa jota, con lo que la idea de no considerar la equis nos lleva a entender que se trataba de un hábito ortográfico que hicieron suyo generaciones y más generaciones. Hoy en día, simple y sencillamente se ha puesto en valor ese nombre mismo que ya aparece en casi todos los textos producidos y publicados. En ese sentido, Alfonso Reyes escribió en 1951, y en una serie que se llamó “México y lo mexicano” el ensayo “La X en la frente”. De lo que ahí se dice, Stella Mastrángelo, crítica muy cercana a la obra de Reyes y prologuista en la edición cuya portada acompaña estas notas, traigo hasta aquí algunas consideraciones.
Portada del libro La X en la frente, de Alfonso Reyes. Edición realizada por la U.N.A.M. en 1993.
Ella afirma de entrada que: la patria es una equis, enigma y cruce, constelación de elementos ligados por líneas rectas y oblicuas.”7 Y en otra oportunidad, fue el propio autor neoleonés quien, en La interrogación nacional, obra escrita en 1932, y como lo afirma Mastrángelo, “Hace una historia de la grafía del nombre México (con equis o con jota) que testimonia por lo menos un prolongado interés [del que] termina diciendo: Pongamos los puntos sobre las jotas, como decía un cronista: yo no tengo ninguna razón científica contra el uso de la j que, por lo demás, me parece filológicamente hablando, el más revolucionario, el menos conservador de los dos. Y, con todo, le tengo apego a mi x como a una reliquia histórica a un discreto santoy-seña en que reconozco a los míos, a los de mi tierra, igual que en el dejo o acento, o en el uso de tal o cual término o manera dialectal que me resucitan toda mi infancia.8
Culmina la prologuista con una precisión o juego de equilibrio, como si la “x” se balanceara en el 7
Alfonso Reyes: La X en la frente. Textos sobre México. Introducción y selección de textos Stella Mastrángelo. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1993. XXXVII + 272 p. (Biblioteca del Estudiante Universitario, 114), p. XXXII. 8 Op. Cit., p. XXXV y XXXVI.
aire: Y por este brazo de la equis el México de Reyes linda (o cuadra, o triangula) con algunas de las obsesiones favoritas de la cultura dominante del siglo XX: no sólo la conciencia y la elaboración de pautas de convivencia con lo “otro”, sino la búsqueda de una posición más soportable en las tensiones entre naturaleza y cultura, entre lo individual y lo social, entre lo animal y lo divino y aun entre la vida y la muerte.9
Como habrán podido observar, esa sola razón, es “filológicamente hablando” un punto que no cambia la esencia del nombre Méjico o México. Sin embargo, y aquí termino, fue el mismo Alfonso Reyes quien remata el diferendo al escribir sobre “la clave del enigma mexicano, la x de México” una apasionada y elogiosa visión de esta nación que no me resisto a incluir, sobre todo cuando afirma que son dos cruces: El interno de razas y mentalidades y el de las influencias de oriente y occidente. Una particularidad de México es ser punto de cruce. Ciudad de México, marzo de 2018 José Francisco Coello Ugalde Maestro en Historia.
9
Ibidem., p. XXXVI-XXXVII.
1 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año X, Madrid, 18 de noviembre de 1953, N° 491.
En este capítulo inicial, el autor afirma que el primer festejo taurino celebrado en México, es el que tuvo lugar el 13 de agosto de 1529, fecha que conmemoraba la caída del imperio azteca. Así fue como en Cabildo, decidieron tan importante ocasión, aunque se sabe que Hernán Cortés, en la quinta “CartaRelación” enviada al Rey Carlos V en septiembre de 1526, afirmaba que, el 24 de junio de aquel año se había celebrado un festejo donde “se corrieron ciertos toros” y luego entre 1527 y 1528 también hubo ocasión de que se efectuaran algunos espectáculos. El de 1529 cobró notoria importancia pues pudo afirmarse entre otras razones, con la presencia del “pendón real”, pieza que adquirió un símbolo especial.
Pendón de la Ciudad de México, siglo XVIII. Seda, pigmento al óleo, lentejuela dorada e hilo metálico, 292 x 245 cm. INAH/Museo Nacional de Historia.
Y es curioso enterarnos que el pendón no era un objeto emblemático más. Con su sola referencia, y encabezando el desfile que ocurrió poco más de 250 años, cada 13 de agosto se llegó a llamar el día del Paseo del Pendón, el del patrón San Hipólito. A esta efeméride se une otra, en igual jornada y lugar, justo cuando sucede la capitulación del imperio encabezado por Cuauhtémoc, convirtiéndose así en el último día de Tenochtitlan. Otro aspecto que se toca epidérmicamente es aquel relacionado con la presencia de los primeros ganados en ese nuevo territorio conocido como Nueva España. De lo anterior, apunto en mi proyecto de tesis doctoral, que al adentrarse en la historia de una ganadería tan importante como Atenco, el misterio de los "doce pares de toros y de vacas"10 con procedencia de la provincia española de Navarra y que Nicolás Rangel lo asentó en su obra Historia del toreo en México, es imposible aceptarla como real. El mucho ganado que llegó a la Nueva España debe haber sido reunido en la propia península luego de diversas operaciones en que se concentraban cientos, quizás miles de cabezas de ganado llegados de más de alguna provincia donde el ciclo de reproducción permitió que se efectuara el 10
Acaso habría que plantear si dentro de la intensa labor de evangelización, era necesario establecer una figura en el grupo no de “doce pares de toros y de vacas”, sino de los “doce apóstoles” que parecen ser recordados por aquellos doce misioneros franciscanos que llegaron a México el 13 de mayo de 1524, enviados por el Papa Clemente VII: fray Martín de Valencia en calidad de Custodio, nueve frailes sacerdotes: Francisco de Soto, Martín de la Coruña, Antonio de Ciudad Rodrigo, García de Cisneros, Juan de Rivas, Francisco Jiménez, Juan Juárez, Luis de Fuensálida y Toribio de Benavente (Motolinía o Motolinia), más dos legos fray Juan de Palos y fray Andrés de Córdoba. Un año antes se habían instalado Pedro de Gante, Juan de Tecto y Juan de Aora. En conjunto, se dedicaron a la conversión y defensa del indio.
proceso de movilización al continente recién descubierto. Claro que una buena cantidad de cabezas de ganado murieron en el trayecto, lo cual debe haber originado un constante tráfico marítimo que lograra satisfacer las necesidades de principio en la América recién conquistada y posteriormente colonizada. De siempre ha existido la creencia de que Atenco es la ganadería más antigua. Efectivamente lo es puesto que se fundó en 1528 pero no como hacienda de toros bravos. Seguramente la crianza del toro per se tiene su origen en el crecimiento desmesurado de las ganaderías que hubo en la Nueva España al inicio de la colonia. Los primeros afectados fueron los indios y sus denuncias se basaban en la reiterativa invasión de ganados a sus tierras lo cual ocasionó varios fenómenos, a saber: 1)A partir de 1530 el cabildo de la ciudad de México concede derechos del uso de la tierra llamados "sitio" o "asiento", lo cual garantizaba la no ocupación de parte de otros ganaderos. 2)Tanto Antonio de Mendoza como Luis de Velasco en 1543 y 1551 respectivamente, ordenaron que se cercaran distintos terrenos con intención de proteger a los indígenas afectados, caso que ocurrió en Atenco el año de 1551. 3)Se aplicó en gran medida el "derecho de mesta".11 A causa de la gran expansión ocurrida en las haciendas, en las cuales ocurría un deslizamiento de ganados en sus distintas modalidades, los cuales ocupaban lo mismo cerros que bosques, motivando a un repliegue y al respectivo deslinde de las propiedades de unos con respecto a otros. Como se sabe la mesta herencia del proceso medieval, fue un organismo entregado al incremento de la ganadería en la Nueva España que favoreció por mucho tiempo a los propietarios, quienes manifestaron los severos daños a movimientos fraudulentos dirigidos a los agricultores y a la propiedad territorial, siendo los indígenas los principalmente afectados. 4)Bajo estas condiciones nace por lógica de los necesarios movimientos internos de orden y registro un quehacer campirano ligado con tareas charras. Esto es, lo que hoy se considera una actividad de carácter netamente de entretenimiento, ayer lo fue en su estricto sentido rural una labor cotidiana. Me refiero a quehaceres como el rodeo, el jaripeo e incluso las montas a caballo que derivaron en un espectáculo taurino del que tan luego se dio la oportunidad, se incorporaron al espectáculo urbano. De ahí que delimitada la ganadería se diera origen involuntariamente a un primer paso de lo profesional y que Atenco, por lo tanto deje una huella a lo largo de 300 años por la abundancia de toros criollos no criados específicamente (es decir, con los criterios puntuales que se ponen en aplicación, usando para ello registros en libros y cruzamientos bien razonados) como toros de lidia, concepto este que se va a dar en México hasta fines del siglo XIX.12 Barico II con cierta ironía pone en un brete al célebre virrey don Luis de Velasco, a quien califica como “muy gallardo hombre de a caballo” (que la frase original, escrita por Juan Suárez de Peralta tenía otro sentido: era “lindo hombre de a caballo”). Y lo adorna de cuanto elogio es posible. Sin embargo, le reprocha también una mala costumbre: “la de despuntar a los toros. ¡Por algo era “figura”! Concluye este primer episodio con las afirmaciones señalando que la plaza del Volador fue el nuevo escenario, para continuar con las fiestas, esto entre 1580 y 1815, así como por el hecho de que Luis de Velasco, hijo del que su padre llevaba mismo nombre y apellido, y que también fue virrey, continuó impulsando los espectáculos taurinos que por entonces marcaban el final del siglo XVI.
11
HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 267-268. Dice Bernardo García Martínez: Los criadores llevaban consigo los principios de la tradición ganadera peninsular. No tardaron en reproducir aquí su organización gremial de allá, la mesta, fue la encargada de formar ordenanzas que regularan la actividad y que por ende defendieran costumbres y privilegios. Esa organización no se mantuvo en Nueva España, pues sus funciones fueron absorbidas por los ayuntamientos, pero dejó vigentes varias ordenanzas y contribuyó a dar sustento legal a la actividad pecuaria. 12 José Francisco Coello Ugalde: ATENCO: LA GANADERÍA DE TOROS BRAVOS MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XIX. ESPLENDOR Y PERMANENCIA. México, 2005 (proyecto de tesis doctoral en Historia. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 251p. + 933 (Anexos).ils., fots., grabs., facs., mapas.
2 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año X, Madrid, 26 de noviembre de 1953, N° 492.
Estando ya en el segundo de ellos, puede apreciarse la notoria actividad que generó en estas tierras el ir y venir de los virreyes que “cambiaban a menudo”. Fueron en total 63 y donde unos más que otros, hicieron evidente su afición a la tauromaquia. No dejó de ser todo un acontecimiento la beatificación de San Ignacio de Loyola en 1610 y luego su canonización en 1622,13 lo que dio motivo para que sus más fieles seguidores, integrantes de la Compañía de Jesús, y cuyo ejercicio no solo evangelizador sino educativo, permitió que organizaran dichas fiestas con el boato acostumbrado por entonces. Fueron celebraciones que hoy día entendemos como fiestas hagiográficas.14 Tal compañía fue una de las más influyentes corporaciones religiosas en el virreinato, hasta 1767 en que fueron expulsados. En contraste, el episodio que nuestro autor refiere sobre la presencia de ciertos individuos que tuvieron encuentros con el demonio, y hasta uno de ellos, en notoria señal de soberbia pidió a Belcebú tres cosas: “un don para que las mujeres lo quisiesen, ser buen toreador y magnífico jinete”. Desde luego que el asunto terminó como un caso más atendido por la Inquisición, misma que los sentenció. En el fondo, se entiende la fuerza con que el toreo se incrustó en el ámbito rural, de ahí que entre las mejores respuestas se encuentre la célebre “fuente taurina”, ubicada en el actual municipio de Acámbaro, Guanajuato. Dicha obra, levantada quizá en 1532 o pocos años después, muestra en dos de sus relieves igual número de escenas taurinas, como se verá a continuación.
Las dos escenas taurinas en la fuente de Acámbaro, que a lo que parece, fue obra que se remonta a principios del siglo XVII, aunque con recreaciones de estas escenas que deben haberse representado durante la última parte del siglo XVI.
Conviene apuntar que ya desde 1527 se introdujo el agua potable a la población guanajuatense, gracias a la gestión de fray Antonio Bermul, lo que supone la posibilidad de que en esos años fuese construida la pieza que ahora revisamos, aunque algunos investigadores apuntan que pudo haber sido puesta en pie y tallados sus relieves en el curso del siglo XVI; en tanto que otros remontan el hecho a la siguiente centuria. En ella pueden apreciarse algunas escenas taurinas de la época, tales como el percance de un torero y la forma en que este es salvado por medio de un “quite” milagroso. Otra ilustra 13
Véase: Relación de las fiestas que se hicieron en esta ciudad de México en la canonización del glorioso San Ignacio (de Loyola) y San Francisco Javier, en 22 de noviembre de 1622, en Varia, de G. I. Schurhammer, Institutum Historicum Societatis Iesu, Roma, 1965, T. I., p. 516-47. 14 Hagiográfico: perteneciente a la hagiografía. Hagiografía: Historia de las vidas de los santos.
la suerte de la “desjarretadera”, instrumento metálico cuyo perfil parece el de una media luna de acero, misma que servía para cortar los tendones de los toros, hecho que practicaban toreros cimarrones, cuyo aprendizaje asimilaron de los primeros conquistadores españoles.
Detalle del “desjarrete”.
Detalle del percance y momento del “quite”.
Esos toreros “cimarrones” no son sino una especie de personajes anónimos, formados en el ámbito rural y que, por las constantes tareas que desempeñaban en el campo, era preciso defenderse de la acometida de este o de aquel toro que los pusiera en peligro. Como se sabe, en una época pasada, la pila pudo haber tenido un remate diferente al actual, y que pudo haber sido la figura de algún santo. Hoy día, la columna está rematada por el símbolo del escudo nacional que es un águila con las alas abiertas, posada sobre un nopal y devorando una serpiente. Dicha columna es de estilo jónico. Y claro que al poner énfasis sobre labores como la de “vaquear”, que luego, con los años devino “jaripeo”, con su respectivo toque novohispano primero. Mexicano después, tenemos en consecuencia
un elemento que recogía constantemente las experiencias desarrolladas en los espacios urbanos. Y es que entre lo urbano y lo rural se gestó un diálogo cuyos resultados fueron aquellos donde tanto los de a pie como los de a caballo contaron con elementos que enriquecían expresiones taurinas y parataurinas que pusieron en lugar de privilegio las fascinantes puestas en escena habidas durante el siglo XVII. Termina el recuento con un personaje que ha sido motivo de detenidas revisiones, como la que comparto a continuación, y que proviene de un libro de mi autoría.15
LA NEGRA DEL SEÑOR ARZOBISPO. Son los tiempos en que estaba en la Nueva España el muy peculiar Arzobispo Fray Pedro o Francisco García Guerra. Peculiar, porque presidió siempre la vida de don Fray García Guerra un oculto maleficio. De un mal iba a otro mal mayor y así hasta que llegó a la muerte, supremo descanso... Ya desde su viaje emprendido para ocupar el cargo de virrey en este reino, estuvo plagado de tribulaciones de todo tipo. Pues bien, llegó al puerto de Veracruz el afligido señor acompañado de su cohorte. Luego de rumbosa recepción en la que hubo preciosos arcos de flores y de verdura, a tiro de arcabuz unos de otros; a cada paso salía multitud de indios con altos y brilladores penachos de plumas de colores, tocando trompetas, sacabuches, chirimías, dulzainas, albogues y roncos tamborinos... En cierto momento, uno de los muchos cohetes que se soltaron para festejar, fue a posarse a los pies de la mula frisona montada por el arzobispo. Ya imaginarán ustedes la consecuencia: un brazo roto, el brazo con el que bendecía tan amorosamente, ¡qué lástima!, y dio, además, un formidable cabezazo, y, como era natural se le rajó el cráneo al pobre señor, pero el pedrusco, menos mal, sí quedó intacto todo él y hasta decorado con unas sinuosas chorreaduras de sangre, que le hacían bien, armonizando con su color gris. Siguió su camino rumbo a Zumpango, luego a Huehuetoca lugar donde sufrió otro accidente. ¡Válgame Dios! Tras el nuevo susto, y algo repuesto, llegó a Guadalupe, donde tomando precauciones ante el aviso de que montaría otra mula, prefirió una carroza, en la que por fin arribó a la gran ciudad de México. Pasando por la calle de Santo Domingo, y dispuesto a subir un templete, este se hundió estruendosamente cayendo todo lo que fueron suntuosos adornos. A Su Señoría Ilustrísima don Fray García Guerra no le pasó casi nada, si nada grave es la torcedura de una pierna, que se le volvió al revés, con el talón novedosamente hacia delante, por la sencilla cosa de que le cayó encima una gruesa tabla (...)
Camino a la Catedral, un nuevo accidente se sumó a esa marcha que se antoja colmada de una desgracia y otra también. Y así pasaron los días, en que ya no hubo –al parecer- más sustos, hasta que otro igual de inusitado lo llevó, después de severo golpe cayendo del carruaje arrastrado por unas mulas desbocadas, a pasar varios días reponiéndose del susto y los dolores intensos que padeció. Con lo que en aquellos tiempos escandalizaba un eclipse, pues miren que vino a ocurrir en los días en que ya el Arzobispo solo pensaba en las fiestas para hacer su entrada pública como virrey. Y eso no podía ser sino un pésimo agüero de su fatal presencia en estos dominios. Las calamidades no terminaron ahí. En tanto, se efectuó la recepción, tal y como estaban establecidos los usos y costumbres de tan singular acontecimiento, -¡claro!- sin que faltara otra desgracia. Y es que Unos juglares, para agasajar al nuevo virrey, había preparado un artificio para hacer volatines desde lo alto de un pino en la plaza de Santiago Tlatelolco, y al llegar Su Excelencia le hicieron algunas suertes muy vistosas, pero se descompuso el armadijo que tenían y vinieron al suelo, estrellándose casi a los pies del flamante Virrey: un jeme escaso faltó para que le cayeran encima y lo dejaran desmenuzado y deshecho, y 15
Las notas aquí incluidas, pertenecen a un trabajo –inédito- de José Francisco Coello Ugalde: APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS Nº 62. “ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE Y LOS TOROS”. 602 p. Ils., retrs., fots., grabs., facs. [PASAJE Nº 9]: LA NEGRA DEL SEÑOR ARZOBISPO.
como compensación sólo le salpicaron irrespetuosamente de sangre y de sesos las manos y las suntuosas vestiduras; pero con unos lienzos y un poco de agua quedó remediado el mal, y esos trapos inmundos se los disputaba la gente para guardarlos como reliquias veneradas.16
Seguramente por estas, y otras razones, fue que Artemio de Valle-Arizpe denominó a presente pasaje como La negra del señor arzobispo. No se piense en ninguna mulata. Menos, en una mujer de intenso y oscuro color que le acompañara en el austero séquito. No. Era su desgraciada suerte que tuvo, como lo cuenta Mateo Alemán,17 el cronista de estos sucedidos, en infortunios uno seguido del otro. Incluso –y como lo veremos más adelante-, hasta en sus honras fúnebres.
Arzobispo-virrey Fray Pedro García Guerra.
Y como don Pedro o Francisco era harto entusiasta para las fiestas que se le organizaron en su recepción, no excluyó las taurinas. Fue por eso de que (...) a los pocos días de su toma de mando iba a celebrar el Ayuntamiento las fiestas anuales que estaban ordenadas que se hicieran solemnemente el día del glorioso Señor San Hipólito, en recordación de la toma de la ciudad azteca por Hernán Cortés y los suyos, y ya no se pudieron hacer otras especiales para honrar al nuevo mandatario, sino que se acordó que las del 13 de agosto fuesen también dedicadas para agasajarlo. Así es que se quedó sin festejos don Fray García Guerra; pero la madre tierra se esmeró en proporcionarle uno muy soberano en los primeros días de su gobierno, poniéndose a temblar más que potranca ante un león.18
Salvándose de que le cayera encima un alto estante lleno de libros, aunque más de alguno de aquellos volúmenes le vino a causar los golpes de rigor, esto que no le impidió pensar, ¿en qué creen ustedes? Pero mandó celebrar unas corridas de toros; ¿cómo iba a ponerse a mandar tranquilamente como virrey don Fray García Guerra, sin haber tenido antes aunque fuese una mala festividad? No, eso no era posible; equivaldría a subvertir el orden de las leyes naturales. Hubo dos corridas, y mandó, además, el uncioso 16
Artemio de Valle-Arizpe: Del tiempo pasado. 3ª ed. México, Editorial Patria, S.A., 1958. 251 p. (Tradiciones, leyendas y sucedidos del México Virreinal, XIV)., p. 121. 17 Mateo Alemán: Sucesos de D. Frai García Guerra, Arzobispo de México, a cuyo cargo estuvo el gobierno de la Nueva España. A Antonio de Salazar Canónigo de la Santa Iglesia de México, mayordomo y administrador general de los diezmos y rentas de ella: Por el Contador Mateo Alemán, criado del rey nuestro señor. Con licencia en México. En la imprenta de la Viuda de Pedro Balli. Por C. Adriano César. Año de 1613. 18 Valle-Arizpe: Del tiempo..., op. cit., p. 121-122.
prelado que se jugaran alcancías, pero todo ello se interrumpió por otro temblor de tierra inoportuno, que llenó a todo el mundo de pánico, pues por todas partes llovían piedras y vigas de las casas de los alrededores del coso, que se venían abajo estrepitosamente y entre espesas polvaredas. Hubo heridos numerosos, y también hubo muchos muertos; de los toros se fueron a ver, beatíficamente, a los serafines y arcángeles o a los diablos en los apretados infiernos, según fuere su limpieza de alma o el sucio caudal de sus pecados.19
Se sabe que dicho festejo se celebró “en un cortinal de palacio” y, a lo que parece, no fue precisamente en el palacio virreinal, sino en el arzobispal, a donde tenía sus aposentos el desgraciado fraile, quien a partir de ese otro susto mayúsculo, comenzó a estar muy enfermo. Como quedara en manos de unos médicos que diagnosticaron todo, pero no lo más acertado, hasta llegaron al extremo de Que lo partieron casi en canal, pues que aseguraron estos majaderos hombres de ciencia que se había corrompido por el interior, “porque las materias hicieron grandísima eminencia en la parte de las costillas que llaman mendozas, siendo muy necesario que viniesen cirujanos a abrirlo”, y luego que lo destazaron vieron “que salió poca materia, por haber corroído ya el diafragma y subido arriba”, y que “las costillas mendozas estaban tan podridas que se deshacían entre los dedos”. Con grandes, incesantes dolores, que lo tenían en un perenne grito, más por la destazada que por lo de las materias que le habían “subido arriba” y que por lo deleznable de las costillas mendozas, murió don Fray García Guerra el 22 de febrero del año de 1612.20
Hasta aquí, las citas de Valle-Arizpe. Ahora bien, me gustaría agregar aquí un apunte que fue incluido en mi libro Novísima Grandeza de la tauromaquia mexicana, y que titulé EL SIGLO XVII EMPIEZA CON LA HISTORIA DE UN TAURINO “HASTA EL TUÉTANO”: FR. GARCÍA GUERRA. Fray Francisco García Guerra de la orden de los dominicos, un buen día fue llamado a ocupar el cargo de Arzobispo. Como tal, prometió encargarse de obras pías “cuando fuera virrey de la Nueva España”. La espera tardó cuatro años y por fin, el 31 de marzo de 1611, se comunicó el nombramiento que el Rey Felipe III hizo por Cédula Real designándole su visorrey en estas Indias Occidentales. Aquel hombre que demostró pobrezas y rigores, dejó a un lado las virtudes de humilde religioso para inflamarse de los privilegios que el reciente nombramiento le confería, que por cierto, y por mera casualidad, fue comunicado un viernes. Entre lisonjas populares, un sorbo de buen chocolate y una chacona como fondo musical, decretó su Ilustrísima que todos los viernes de ese año hubiera grandes corridas de toros en la plaza que mandó construir en el Palacio Arzobispal. Ese primer viernes, las cosas ya se tenían preparadas pero fray García Guerra se olvidó de que tal día se recordaba la Pasión de Cristo. A escasos minutos de comenzar el festejo, se sintió un temblor de tierra que espantó el sosiego de la capital de la Nueva España y mejor dejaron las cosas para la semana siguiente. Ocho días después, las circunstancias del anterior se repitieron con más rigor, derribando tablados, casas y azoteas; y hasta el arzobispo-virrey peligró en su balcón al caer buen número de piedras. Del Real Monasterio de Jesús María salió una carta que recordaba la petición para fundar allí mismo un convento. Las promotoras: Sor Mariana de la Encarnación y Sor Inés de la Cruz esperaban pacientes que se cumpliera la promesa de tal proyecto, hecha por parte del todavía Arzobispo, por medio de aquellas palabras todas llenas de emoción, pero también de falsa lisonja y que decían: “Hasta que yo sea virrey de la Nueva España no les fundaré esa casa de religión”. También en esa carta la madre Inés solicitaba al virrey “mudar el decreto de los toros..., pero sin olvidar lo prometido para el nuevo convento”. La epístola, en el fondo se convirtió en aviso de alguna señal divina con la que se le decía a García Guerra que rectificara, cosa que no hizo. Días después el arzobispo-virrey tuvo un accidente en su carruaje del que resultó gravemente herido. Al recuperarse lo primero que hizo fue hablar con la monja Inés “y le pidió que le alcanzase de Dios vida para 19 20
Ibidem., p. 122-123. Ibid., p. 123.
enmendar sus yerros y labrar el convento”. Sufrió el arrepentido todo este escarmiento. Murió el 22 de febrero de 1612. Y por supuesto, los intentos de seguir dando corridas de toros los viernes se esfumaron como el efímero lapso de tiempo en que su Ilustrísima gobernó como décimo segundo virrey de la Nueva España.21
Además de Mateo Alemán, quien se ocupó de los Sucesos de D. Frai García Guerra..., se tiene noticia de otro autor que describió las tremendas tribulaciones de su Ilustrísima. Aunque no se tiene el nombre de dicho personaje, la obra se titula: “Reforma de los Descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la Primitiva Observancia”, en la cual se notifican otros tantos asuntos, tan parecidos a los que ya se han abordado. Por su parte, Nicolás Rangel, también nos recuerda los acontecimientos de carácter taurino que se desarrollaron durante la recepción de Fray García. Las Corridas de Toros celebradas en la Plaza Mayor, se jugaron algunos toros enmantados de cohetes y fuegos; y de haber sido pintado el Arco triunfal, levantado en la esquina de Santo Domingo, por el artista mexicano Luis Juárez, considerado como el fundador de la escuela mexicana de pintura. En este Arco figuraron los retratos de los Virreyes anteriores a Fray García Guerra y el de éste. Y a propósito de los toros enmantados de cohetes y fuegos, ¿no tendrán en ellos su origen los toritos de carrizo con que se divierten las multitudes en algunas pequeñas poblaciones de nuestro país y también en esta Capital, en las verbenas, antes de ser quemados los Fuegos de artificio? No obstante los celestiales avisos de que hablamos en anteriores párrafos, el taurómaco Arzobispo mandó construir un Coso en el propio Palacio Virreinal, para satisfacer su afición por la fiesta brava. Tan peregrina noticia nos la proporciona el Acta del Cabildo celebrado el 20 de julio de 1611, que dice: “Este día acordó la Ciudad que, porque ha tenido noticia que le dio el Secretario Cristóbal de Osorio, que en Palacio se ha hecho Coso en que lidiar toros algunos días, lo que fuere servido su Señoría Ilustrísima, y que se le dé sitio a esta Ciudad en que haga tablados para las veces en que los hubieren de haber, los caballeros del Ayuntamiento, ordenaron que el señor Francisco Escudero de Figueroa, vea el sitio que se señala, y ordene al Mayordomo haga allí un Tablado conforme le pareciere al Señor Francisco Escudero de Figueroa, y el dicho Mayordomo pague de los Propios todo lo que el dicho Francisco Escudero de Figueroa mandare y librare; que con la dicha libranza y carta de pago, se le escribirán en cuenta al dicho Mayordomo. Y el dicho Mayordomo tenga cuidado de que el Tablado se aderece decentemente todos los días que hubiere Toros, y a ello acudan los porteros de esta Ciudad; y los gastos menudos que en el discurso del tiempo se ofrecieren, los haga dicho Mayordomo y se le pasen en cuenta, con certificación del dicho señor Francisco Escudero. Y los entresuelos de los Tablados sean para las señoras de los caballeros Regidores que fueren allí sin haber división”. ¿Qué prueba más patente de la taurofilia de Su Señoría Ilustrísima, Don Fray García Guerra, que la de haber mandado construir Plaza de Toros en el propio Palacio virreinal? Desgraciadamente no hay noticia del número de Corridas verificadas durante los ocho meses que gobernó a México, pero deben haber sido frecuentes o cuando menos semanarias. Mateo Alemán, autor del “Pícaro Guzmán de Alfarache”, que escribió una “Oración Fúnebre” en memoria del Arzobispo, da noticia de las Corridas de toros que en honor de Don Fray García se verificaron en un cortinal de Palacio.22
Aquel pasaje de “La negra del señor Arzobispo”, que parecía un simple y curioso vistazo sobre personaje tan peculiar como Fray Francisco García Guerra, se ha convertido en rico escenario de circunstancias colmadas de penurias, sustos, sobresaltos en medio del capricho de sus taurinas inclinaciones.
21
José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 29-30. 22 Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Editorial Cosmos, 1980. 374 p. Ils., facs., fots. (Edición facsimilar)., p. 56-57.
3 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año X, Madrid, 3 de diciembre de 1953, N° 493.
Lo dicho por “Barico II” en esta tercera entrega tiene un notable valor, pues establece aspectos que se acercan a ciertos acontecimientos como el que fue un obligado receso, el que ocurrió entre 1628 y 1632 cuando la ciudad, después de intensas lluvias en 1628, quedó anegada, por lo que la vida en la ciudad de México se alteró notablemente. Los poderes fueron desplazados, entre otros espacios a Puebla de los Ángeles y por tanto, ciertas actividades cotidianas tuvieron que dejarse para luego. Él mismo apunta que, debido a las inundaciones, las misas se realizaban en las azoteas de los conventos. Luego pasa de estos años al de 1692, en el que debido a un tumulto originado el 8 de junio debido a la escasez de maíz en las alhóndigas donde se conseguía ese alimento básico, el pueblo se amotinó y en su ira decidió quemar varios edificios, incluyendo el Palacio Virreinal, donde se encontraba, en una de sus alas, el Archivo del Ayuntamiento, en el que su principal responsable, Carlos de Sigüenza y Góngora vino a salvarlo en medio del fuego. Su afirmación habla sobre la pérdida de ciertos documentos, como los generados en 1631 y 1639, así que desapareció en aquel siniestro la información “que se tenía sobre las fiestas organizadas oficialmente en aquella época”. Por fortuna, la labor de rescate del propio Sigüenza y Góngora hoy día la vemos como un acto heroico, pues buena parte de los volúmenes, legajos y expedientes que entonces se encontraban en aquel lugar pueden consultarse en el Archivo Histórico de la Ciudad de México que además, lleva en su honor el nombre de tan estimado personaje. Otro asunto de interés, derivado de la mirada que podemos dar a esta tercera parte es el hecho de que pudo ilustrarla con interesantes registros fotográficos, trabajo que realizó en su momento el artista Luis Márquez Romay, quien se convirtió por aquellas épocas en una especie de antropólogo o etnólogo de las culturas indígenas. Llevó a cabo un intenso trabajo en el que consiguió retratar a diversos personajes que vestían no solo sus ropas convencionales, sino los trajes y atuendos con que se integraban a las fiestas y representaciones simbólicas que en cantidades importantes, se celebraban como parte de convencionalismos vinculados con el calendario religioso y ancestral. En ese sentido, los integrantes de aquellas comunidades, materializaban el significado de rituales de profundo arraigo con los que, al conservarlos, manifestaban la plena conservación, articulada gracias a diversos y complejos procesos identitarios. Así que la figura de un danzante de Oaxaca, o la presencia del indígena chiapaneco de san Juan Cancúc. E incluso la expresiva imagen de la viejecilla que enciende un cigarro como parte de la identificación habida con la fuerte presencia del tabaco, dejan ver la forma en que se constituyó el amplio abanico de representaciones que, por otro lado, fueron cimentando la mirada del folklor y la típica reciedumbre del complejo pluriétnico y pluricultural emanado de esta cultura, eminentemente mexicana en la que se conservaron esencias cuyo espíritu parecía intocado. No podía faltar en el contenido del texto, y al abordar un momento preciso como fue el de 1640, cuando se produjo una de las manifestaciones festivas más intensas en la Nueva España. Me refiero a la espectacular recepción del virrey Marqués de Villena, misma que produjo un amplio despliegue de noticias que quedaron asentadas en diversas “Relaciones de sucesos”. De mi trabajo inédito: “FIESTAS DE TOROS, JUEGOS DE CAÑAS Y ALCANCÍAS (…) POR DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA. 1640. ESTUDIO CRÍTICO Y REPRODUCCIÓN FACSIMILAR”,23 traigo hasta aquí algunos de sus apuntes que nos permitirán entender aquel acontecimiento. LA RECEPCIÓN DEL VIRREY MARQUÉS DE VILLENA EN 1640. Como muchas de las recepciones que ocurrieron en el período virreinal, acontecimiento que se ceñía a un protocolo por demás impresionante debido, en primera instancia a la notificación de que eran 23
José Francisco Coello Ugalde: “FIESTAS DE TOROS, JUEGOS DE CAÑAS Y ALCANCÍAS (…) POR DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA. 1640. ESTUDIO CRÍTICO Y REPRODUCCIÓN FACSIMILAR”. México, Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas N° 92, 2007-2010. 139 p. Ils., retrs., facs.
informadas las autoridades y luego éstas divulgando la noticia a nivel general, obligaba a que se cumpliera cabalmente con el itinerario que empezaba en el puerto de Veracruz y concluía en la ciudad de México bajo una serie de indicaciones que la costumbre había establecido.24 Pero no era solamente asunto de saludos y formalidades. También estaban las fiestas como complemento y cúspide de aquella parafernalia que alcanzaba varios días o semanas de celebración. En este caso particular, nos ocupamos de la de don Diego López Pacheco, Cabrera y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey Gobernador y Capitán General de la Nueva España, cuyos hechos adquirieron tintes peculiares que se proyectan en varias direcciones. Por un lado, se trata de un suceso que ocurre en momentos del más acentuado clímax en el barroco novohispano, fenómeno cultural estimulado por una serie de elementos alentados por el arte y la literatura –el hipérbole más ponderativo (María de Estrada Medinilla, dixit)-. La recepción que ahora estudiamos a partir de la obra de nuestra autora, nos habla también de otras tantas descripciones, lo que significa que el hecho mismo se convirtió en un acontecimiento extraordinario, mismo que quedó cubierto por diversos documentos que hoy nos permiten entender la magnitud de aquel suceso. Dentro de su manufactura se cumplieron a cabalidad los puntos del protocolo más riguroso. Por otro lado, las fiestas religiosas y paganas también fueron reseñadas y entre todas ellas, las de toros no pasaron desapercibidas ni por María de Estrada ni por algunos otros “cronistas” de los que me ocuparé en forma breve. La interpretación literaria del siglo XVII adquiere un sentido manifiesto de preponderancia, que arranca con la Grandeza mexicana de Bernardo de Balbuena (1604)25 y termina con Felipe de Santoyo García Galán y Contreras (1691)26 pasando por Juan Ruiz de Alarcón, el Pbro. Br. D. Diego de Rivera, el también Pbro. Br. D. Ignacio de Santa Cruz Aldana, el Capitán Alonso Ramírez de Vargas y la jerónima Sor Juana Inés de la Cruz, quienes legaron obras de un elevado valor culterano que se empareja, en esos términos con la de María de Estrada Medinilla. Enorme alegría significó el encuentro con la relación de FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS, y alcancías, que celebró la Nobilísima Ciudad de México, a veinte y siete de Noviembre de este Año de 1640 EN CELEBRACIÓN DE LA venida a este Reino, el Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona, Virrey y Capitán General de esta Nueva España, &c, mismo que es motivo para el estudio y reproducción facsimilar que ustedes encontrarán enseguida, fruto de una intensa investigación que busca poner en claro sus más profundos misterios. LAS OTRAS DESCRIPCIONES.
24
Para mayor información, véase: Diego García Panes: Diario particular del camino que sigue un virrey de México. Desde su llegada a Veracruz hasta su entrada pública en la capital […] [1793], transcripción de Alberto Tamayo, estudio introductorio de Lourdes Díaz-Trechuelo. Madrid, CEHOPU / CEDEX (Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente), 1994. 25 Bernardo de Balbuena: Grandeza mexicana y fragmentos del siglo de oro y El Bernardo. Introducción: Francisco Monterde. 3ª. Ed. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963. XLIV-121 p. Ils. (Biblioteca del estudiante universitario, 23). 26 Métrica panegyrica descripción De las plaufibles fieftas, que, á dirección del Exmo. Señor Conde Galve, Virrey, y Capitán General defta Nueva-España, fe celebraron, obfequiosas, en la muy Noble, y leal Ciudad de México, al feliz Cafamiento de Nuestro Catholico Monarcha D. Carlos Segundo, con la Auguftiffima Reyna y Señora Doña Maria-Ana Palatina del Rhin, Babiera, y Neuburg. Verfifica fu narración, vn corto Ingenio Andaluz, hijo del Hafpalenfe Betis; cuyo nombre fe ommite, porque (no profeffando efta Ciencia) no fe le atribuya á oficio, lo que folo es en él (aunque tofca) habilidad. Dedicado a la Excelentiffima Señora Doña Elvira de Toledo, y Osorio, Condefa de Galve, Virreyna defta NuevaEfpaña, á cuyos pies fe poftra el Author. Con licencia. En México: por Doña María de Benavides Viuda de Juan de Ribera en el Empedradillo. Año de 1691, obra que consta de 82 octavas. Véase: Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (...). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 43)., p. 143-144.
[1] VIAGE DE / TIERRA, Y / MAR, FELIZ POR MAR, / Y TIERRA, QVE HIZO / El Excellentissimo Señor / Marqves De Villena Mi / Señor, Yendo por Virrey, y Capitan / General de la Nueua Efpaña en la flota que embió fu / Mageftad efte año de mil y feifcientos y cuarenta, fiendo / General Della Roque Centeno, y Ordoñez: Fu / Almirante Iuan de Campos. / Dirigido a / DON IOSEPH LOPEZ / Pacheco, Conde de San / Tifteuan de Gormaz mi feñor / Con Licencia / Del Excellentissimo Señor / Virrey defta Nueua Efpaña / Impreffo en MEXICO: En la Imprenta de Iuan Ruyz / Año de 1640. Esta es obra de Cristóbal Gutiérrez de Medina.
Las obras de Matías de Bocanegra: [2] Addición a los festexos que... se hizieron al Marqués mi señor... México: Bernardo Calderón, 1640, la Comedia de San Francisco de Borja... México, 1640.27 [3] Zodíaco regio, templo político, al Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco… Consagrado por la Santa Iglesia Metropolitana de México…, dibujado en la hermosa fábrica de el Arco triunfal que levantó a su entrada y dedicó a su memoria. Compuesto por un religioso de la Compañía de Jesús. México, Francisco Robledo, 1640. Esta otra es atribuida al mismo autor. [4] Nicolás de Torres: Festín hecho por las morenas criollas de la muy noble... ciudad de México. Al recebimiento del excmo. Señor Marqués de Villena... México, 1640. [5] ADICIÓN… a los festejos que en la ciudad de México se hicieron al Marqués de Villena, mi señor, con el particular que le dedicó el Colegio de la Compañía de Jesús. México, 1640, Bernardo Calderón. Se le atribuye a Estéban de Aguilar. [6] Sabina Estrada y Orozco. Relación de las dos entradas del Excmo. Sr. Don Diego López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona, virrey, y del Ilmo. Sr. Don Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de Puebla y Visitador General de este Reino. México, 1640, Francisco Robredo.28 [7] Juan de los Ríos Zavala. Mexicus animata: Oratio panegyrica in Academia Mexicana prolata curam Excmo. Dom. Marchione de Villena Nova Hispaniae pro Rege. México, 1640. [8] Viaje por mar y tierra del virrey Marqués de Villena. Aplausos y fiestas en Ciudad de México. México, 1641. [9] Descripción y explicación de la fábrica y empresas del suntuoso arco que la… Ciudad de México erigió a la feliz entrada y gozoso recibimiento del Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Marqués VII de Villena… etc. México, Juan Ruiz, 1640. [ 10 ] Loa famosa que se le recitó al Excelentísimo Señor Marqués de Villena, Duque de Escalona, a la entrada del Arco triunfal de la Catedral de México. México, Francisco Robledo, 1640.
27
José Rojas Garcidueñas y José Juan Arrom: Tres piezas teatrales del virreinato. Tragedia del triunfo de los Santos, Coloquio de los cuatro Reyes de Tlaxcala y Comedia de San Francisco de Borja. Edición y prólogos de (...). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1976. VIII-379 p. (Estudios de literatura, 3). 28 A lo que se ve, esta es la obra de otra autora, desconocida hasta hoy, pero que representa el mismo peso de importancia que tenían los autores masculinos en unos momentos en que las condiciones de género privaban a la mujer de contar con algún tipo de actividad tan específica como el de escritoras. En algún momento me refería así al caso de Sor Juana Inés de la Cruz: “Pero dice mucho que la obra de una mujer estuviese por encima de la vida común, que fuera el centro de atención y de ataques inclusive -por tratarse de alguien con una vida limitada a razones silenciosas y silenciadas (me parece que nacer mujer en aquellos tiempos significaba nacer en medio o dentro de un pecado). La vida doméstica -casarse con dote-, o la religiosa -casarse con Cristo-, eran dos destinos rígidamente trazados; aunque la prostitución fue otra alternativa”.
Y según José Juan Arrom, en José Toribio Medina, La imprenta en México (1539-1821), Santiago de Chile, 1907, II, pág. 197, núm. 535, allí mismo enumera Medina una docena de bibliografías donde se consigna la misma obra, que deben ser, en buena medida las que aparecen líneas arriba y se complementan párrafos abajo. Y más que la “misma obra”, son doce las que se ocuparon del hecho pero con diferente concepto en su entorno creativo. Después de haber hecho referencia de estas obras, el propio Manuel Romero de Terreros apunta: Aunque también de extremada rareza, no hemos creído oportuno reproducirlas, porque consisten en indigestas descripciones, en prosa y verso, con abundancia de alusiones clásicas y citas latinas, que resultan de cansadísima lectura, carecen de valor literario y contienen datos de escaso interés histórico. Para el caso, hemos creído suficiente transcribir, como nota final, el resumen que de tales festejos hace don Genaro García en su biografía de don Juan de Palafox y Mendoza (obra publicada en 1918 N. del A.).29
Como puede observarse, tanto la obra de María de Estrada Medinilla que veremos más adelante, junto con las ya citadas, fue despreciada lo cual ocasionó la simple y sencilla omisión que hoy, en la de nuestra autora, adquiere valor preponderante. Además, la Biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia, habiendo hecho convenio con la Universidad de Austin, Texas, consiguió reproducciones de algunos de estos textos. Por lo tanto, en su sección de “Microfilm”, se encuentran: [ 11 ] Viage por tierra, y mar del Excellentissimo Señor Don Diego Lopez Pacheco i Bobadilla, Marques de Villena, u Moia, Duque de Escalona &c. Aplausos, y festejos a su venida por Virrey desta Nueva España. Al Excellentisimo Señor Don Gaspar de Guzmán Conde Duque de Olivares, Duque de Sanlucar La Mayor &C. Dedicado por el Colegio Mexicano de la Compañía d IESVS. México: Francisco Robledo impresor, 1641.
Como nota para una precisión debo decir que existen tres títulos similares: 1.-Viaje de tierra y mar, feliz por mar, y tierra (…) obra de Cristóbal Gutiérrez de Medina (1640); 2.-Viaje por tierra y mar del… Marqués de Villena (1640) (atrib.) a Matías de Bocanegra, y 3.-Viaje por tierra, y mar del… Dedicado por el Colegio Mexicano de la Compañía de Jesús (1641).
Estas dos últimas parecen corresponder al mismo autor, Matías de Bocanegra, como lo señala José Juan Arrom en el prólogo a la “Comedia de San Francisco de Borja”.30 Finalmente, en el análisis consecutivo, las número [ 12 ] y [ 13 ] corresponderían a las de María de Estrada Medinilla: [ 12 ] Relación escrita por DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA, A una Religiosa monja prima suya. De la feliz entrada31 en México día de San Agustín, a 28 de Agosto De mil y seiscientos y cuarenta años. Del 29
Cristóbal Gutiérrez de Medina: Viaje del virrey Marqués de Villena. Introducción y notas de don Manuel Romero de Terreros, C. de las Reales Academias Española, de la Historia, y de Bellas Artes de San Fernando. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Historia, Imprenta Universitaria, 1947. XI – 88 p. Ils., fots., facs., p. VII-VIII. 30 José Rojas Garcidueñas y José Juan Arrom: Tres piezas teatrales del virreinato. Tragedia del triunfo de los Santos, Coloquio de los cuatro Reyes de Tlaxcala y Comedia de San Francisco de Borja. Edición y prólogos de (...). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1976. VIII-379 p. (Estudios de literatura, 3)., p. 227-8. Luis González Obregón: Croniquillas de la Nueva España. México, Ediciones Botas, 1957. 238 p. (Véase: “Cómo viajaba un virrey en el siglo XVII”, p. 49-64). “…dos años más tarde, su viaje (el del virrey Marqués de Villena) fue triste y desairado, porque su antes Ilustrísimo amigo don Juan de Palafox y Mendoza, entonces le acusó de infidelidad al Rey, le depuso del mando, le encarceló en el convento de Churubusco, le mandó a la Península bajo partida de registro, donde le fueron secuestrados y confiscados todos sus bienes.
Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Cabrera, y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey Gobernador y Capitán General Desta Nueva España. [ 13 ] FIESTAS / DE TOROS, / IVEGO DE CAÑAS, / y alcancías, que celebrò la No- / Bilifsima Ciudad de Mexico, à / veinte y fiete de Noviembre / defte Año de 1640 / / EN / CELEBRACIÓN DE LA / venida a efte Reyno, el Excelléntifsimo Señor / Don Diego Lopez Pacheco, Marques de / Villena, Duque de Efcalona, Virrey / y Capitan General defta Nueva / Efpaña, &c. / Por Doña Maria de Eftrada / Medinilla / 32
La dos “Relaciones” de nuestra autora.
Cabe hacerse una pregunta final: ¿Dónde y cómo fue que el impreso ahora bajo estudio, apareció de manera por demás afortunada? Según el acta de cabildo de 15 de enero de 1641, las autoridades entonces en funciones, detectaron la aparición de tal documento en 4º, que salió de la imprenta de Francisco Robledo. Muchos años más tarde, en pleno siglo XIX Mariano Beristain y Souza en su Biblioteca hispano americana 31
La recepción del Duque de Escalona y Marqués de Villena fue excepcional, por la suma aristocracia del nuevo Virrey, y por ser el primero que traía el privilegio de entrar “bajo palio”. Costó a la ciudad $40,000 y comprendió “comedias, mitotes, saraos, máscara, castillos, arco triunfal, y ocho toros”; y la propia Doña María escribió en octavas su otra “Reseña de las Corridas de Toros y Juegos de Cañas” que veremos más adelante. 32 Incluido en: Viage por tierra, y mar del Excellentissimo Señor Don Diego Lopez Pacheco i Bobadilla, Marques de Villena, u Moia, Duque de Escalona &c. Aplausos, y festejos a su venida por Virrey desta Nueva España. Al Excellentisimo Señor Don Gaspar de Guzman Conde Duque de Olivares, Duque de Sanlucar La Mayor &C. Dedicado por el Colegio Mexicano de la Compañía d IESVS. México: Francisco Robledo impresor, 1641.
septentrional; o catálogo y noticias de los literatos que o nacidos o educados, o florecientes en la América Septentrional Española, han dado a luz algún escrito, o lo han dejado preparado para la prensa, 1521-1850, dio constancia de ella. Con el tiempo, entre la dispersión de importantes colecciones, la destrucción de otras y la integración parcial de varias de ellas bajo el cuidado de personajes como el Conde de la Cortina, Vicente de P. Andrade, Mariano Beristain de Souza, José Toribio Medina, Juan Jacobo Sánchez de la Barquera, Joaquín García Icazbalceta, Felipe Teixidor, Agreda y Sánchez, Luis González Obregón pero sobre todo de Genaro Estrada, que fue quien la sumó a su biblioteca, fue posible que no se perdiera. Es cierto que en tiempos postrevolucionarios, y ante la indiferencia de algunas autoridades culturales, Estrada decidió vender su colección a la biblioteca de Austin, donde desde entonces permanece bajo su mismo nombre en aquel repositorio norteamericano. La paciencia de investigadores como mis colegas, los maestros Dalmacio Rodríguez Hernández y Dalia Hernández Reyes hizo posible su retorno en una copia de la que estamos dando constancia en el presente trabajo. Por lo tanto, y luego de estas aclaraciones, es tiempo ya de conocer la presente “curiosidad” de la bibliografía novohispana. Pero antes quisiera aclarar que la otra parte de este análisis introductorio tiene que ver con una detenida revisión literaria, así como con la valoración de vida cotidiana, el cotilleo, la sal y pimienta reflejados a plenitud en las dos relaciones. Parece oportuno aprovechar la ocasión para dedicarnos a realizar un balance sobre el lenguaje que expresan una y otra con objeto de explicarnos parte del comportamiento ocurrido en la ciudad de México, mientras ocurrieron las fiestas de recepción al virrey Duque de Escalona, entre los meses de agosto y noviembre de aquel año del señor de 1640. Debido a la naturaleza de extrema curiosidad que contienen ambas descripciones, pero centrándonos con mayor atención en la pieza estelar recientemente descubierta que es, al fin y al cabo motivo de este trabajo, serán mis colegas y amigas Carmen Eugenia Reyes Ruiz y Marisela Valdés Alanis, quienes se encarguen de este propósito que elevará significativamente el valor del presente estudio.
Excelentísimo señor Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena, virrey gobernador y capitán general de esta Nueva España. Esta imagen, es posible apreciarla en la obra monumental de Vicente Rivapalacio, et. al.: México a través de los siglos. México, Editorial Cumbre, S.A., 1987. XVI tomos.
Casa con telas colgadas, detalle del cuadro Traslado de las monjas de Valladolid, 1738. Fuente: Historia de la vida cotidiana en México. T. II. La ciudad barroca, lám. 16
La suerte de alancear toros fue escena común en la Nueva España, tan luego se dio paso a la colonización. Fuente: Antonio Navarrete. TAUROMAQUIA MEXICANA, Lám. Nº 5. “El alanceo de toros”.
Sebastián López de Arteaga, La Virgen y el Niño, mediados del siglo XVII, óleo sobre tela, 92,5 x 97.4 m. México, Museo Nacional de Arte. Disponible en internet marzo 23, 2018 en: https://www.google.com.mx/search?q=sebasti%C3%A1n+l%C3%B3pez+de+arteaga&rlz=1C1CHBD_esMX75 9MX759&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjCkJOF54PaAhULeawKHWoMCkcQ_AUICigB&bi w=1920&bih=987#imgrc=Zce8Lr6bf0MZMM: Esta bellísima obra del artista nacido en Sevilla en 1610 y cuya muerte ocurre en México en 1656, creador efímero del arco triunfal que, entre otros similares, afirmaban la entrada del “alter ego” del rey en turno (en aquel entonces Felipe IV).
En cuanto a la referencia sobre los toros de “doña Elvira”, francamente y a lo largo de muchos años de haber estudiado diversas unidades de producción agrícola y ganadera en el virreinato no me he cruzado con un dato como el que refiere “Barico II”, poniendo en duda tal afirmación, aunque es posible debido a que por entonces, de los toros que se corrían, no en todos los casos se refiere información sobre su procedencia, salvo aquellos que pertenecieron a los Condes de SantiagoCalimaya, o los de doña Beatriz de Andrada, madre a su vez del Maestro Fr. Jerónimo de Andrada, provincial del orden de la merced quien, en 1652 proporcionaría ganado para unas fiestas celebradas el 3 de septiembre.
Y, sobre lo ocurrido en 1650, donde saltan a la vista autores como Alonso de Álvarez Pinelo33 y Matías de Bocanegra, cuyas obras, según lo que se indica, fueron leídas “por unos farsantes” ante el marqués de Villaflor, otro de los virreyes de ese entonces. Lo único que comprueba, de momento a dichos escritores, se encuentra en estas otras obras: Alonso de Alaves (¿Álvarez?) Pinelo: Astro mitológico político que en la entrada y recibimiento del Excmo. Sr. Don Luis Enriquez de Guzmán, Marqués de Alva de Liste, virrey, consagró la ilustrísima, nobilísima y muy leal Ciydad de México, metrópoli del imperio occidental en el arco triunfal que erigió por trofeos a la inmortalidad de su memoria. México, 1650, Juan Ruiz. Y posiblemente, de la autoría de Matías de Bocanegra esta Entrada faustosísima en México de su virrey el Excmo. Sr. Duque de Alburquerque. México, 1650, viuda de Bernardo Calderón.
Esta obra, aparece reproducida en: Guillermo Tovar de Teresa: Bibliografía novohispana de arte (Primera parte) Impresos mexicanos relativos al arte de los siglos XVI y XVII. Prólogo de José Pascual Buxó. México, Fondo de Cultura Económica, 1988. 382 p. Ils., facs., p. 161.
33
El nombre correcto del autor es Alonso de Alaves Pinelo.
4 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año X, Madrid, 10 de diciembre de 1953, N° 494.
La cuarta parte abarcó una revisión que va de los años 1651 a 1675, años en los que los cronistas Gregorio de Guijo y Antonio de Robles recogen en sus célebres Diarios34 un conjunto de acontecimientos que pueden conocerse como sigue: El sentido de entretenimiento o diversión, adquirió imagen especial durante el virreinato, pues fue en ese periodo donde se manifestó la consolidación no solo de la fiesta oficial. También la de carácter religioso, e incluso civil. Lo pagano y lo profano al servicio de dos poderes fundamentales: la corona y la iglesia. Además, y fuera del contexto novohispano, muchas de ellas continuaron efectuándose quizá bajo otra mentalidad, diferentes tiempos y otras razones, permitiéndoles a otro buen número pervivir hasta nuestros días, inclusive. Al hacer un recuento de todas aquellas celebraciones que afirmaron no solo el sentido de un pueblo con derecho a divertirse, sino que además legitimaron y garantizaron el afianzamiento de la autoridad fuese esta política, eclesiástica e incluso universitaria (ya veremos su participación concreta). Pues bien, el citado recuento alcanza una cantidad muy importante de celebraciones de diversa índole y cada una de ellas encuentra su detonante en el calendario litúrgico, fiestas de tablas y otras. Del mismo modo, la corona y sus representantes en América también fueron causa para otras celebraciones cuyo impacto alcanzó diversas magnitudes, traducidas en conmemoraciones, muchas de ellas testimoniadas en multitud de relaciones de fiestas, sermones y otros, factor por escrito donde los cronistas dispusieron de suficientes motivos para describir esos acontecimientos con lujo de detalle. De igual forma, la Universidad como institución, también se posicionó privilegiadamente para efecto de sumarse a las conmemoraciones, agregando al catálogo sus propios elementos, de los que se platicará con amplitud más adelante. Bien, ya contamos con el sustento institucional generador y estimulador de las múltiples versiones de fiesta y otras puestas en escena, como túmulos funerarios o fábricas, que recordaban la reciente muerte del monarca o algún miembro de la casa reinante, así como los autos de fe, donde el tribunal de la Inquisición, tras el grave aparato que imponía, terminaba dictando sentencias a diversa escala. Ahora es preciso hacer un repaso a ese enorme catálogo que en su momento, debe haber rebasado a un pueblo siempre cautivo en fiestas. De ahí que considere la siguiente nómina como CATÁLOGO DE CONMEMORACIONES Y MOTIVOS DE CONCENTRACIÓN POPULAR, SEGÚN GREGORIO MARTÍN DE GUIJO Y ANTONIO DE ROBLES (1648 – 1664 y 1665 – 1703, respectivamente), de la que se recogen los años que van de 1651 a 1675. 1651 -Maitines de Reyes. Ocurrió mucha gente de todos estados (5 de enero). -Honras del señor Arzobispo. Asistió el virrey, audiencia, tribunales, todas las religiones y mucho número de gente (15 de enero). -Consagración de óleo. Jueves santo (6 de abril). -Fiesta de la Cruz en el Rastro. Los rastreros celebraron la fiesta con una lucida máscara de indios, misa, simulacros militares. El turco en el remate del castillo. Participación y compañía del virrey a la plaza, donde hubo tres días de toros. Similar aparato, con el “que se alborotó el reino”, tuvo lugar en diciembre del año anterior (7 de mayo). -Festejo del conde de Alva, acompañado de la nobleza del reino, paseó con notable concurso de gente en bizarros caballos (29 de junio). 34
Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65), y Antonio de Robles: DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703). Edición y prólogo de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, S.A., 1946. 3 V. (Colección de escritores mexicanos, 30-32).
-Procesión de sangre para mitigar el colixtle, con rogativa en catedral. (13 de octubre). -Fiesta de Santa Teresa con asistencia del virrey y audiencia, a más de las religiones (15 de octubre). -Toros.35 1652 -Fiesta de nuestra Señora de la Concepción. Gran celebración. Procesión, misas, toros y máscaras (23 de enero). -Iglesia de la Piedad, día de la Purificación de nuestra Señora, apertura de la iglesia, casa y convento a nuestra Señora de la Piedad (acudió a ella todo el reino) (2 de febrero). -Máscaras. Celebra sus años el virrey con toros, lidiados en el parque (3 de septiembre).36 -Muerte de la Condesa Da. Luisa de Albornoz y Legazpi con asistencia “de toda la nobleza del reino” (18 de mayo). -Venida de la Virgen de los Remedios. Hubo un “grande concurso de gente que le salió a recibir...”. Repique, luminarias, etc. (17 de junio). -Procesión de la octava de Corpus. Hubo comedia (19 de junio). -Consagración del señor arzobispo, con asistencia de diversas personalidades (25 de julio). -Entrada del señor arzobispo, quien fue recibido con arco de colgaduras y acompañado por diversas órdenes religiosas y el pueblo (3 de agosto). -Entrada del virrey duque de Alburquerque. Arco en forma acostumbrada (15 de agosto). -Pendón transferido por la dilación de la entrada del virrey (24 de agosto). -Honras al obispo de la Habana. Túmulo muy honrado, con asistencia del virrey, audiencia y religiones (1° de octubre). -Juramento de defender la Concepción de Nuestra Señora, celebrada en medio de gran aparato (5 de octubre). -Entierro y honras del señor arzobispo. Asisten: virrey, audiencia y tribunales. (15 de noviembre). -Fiesta al Santísimo Sacramento (23 de noviembre). -Toros (22, 23 y 25 de diciembre). 1654 -Fiesta de la Concepción entre grandes demostraciones de la Real Universidad (17 de enero). -Máscaras “a lo grave” y a “lo faceto” (29 de enero). -Cumpleaños del rey en medio de saraos con asistencia mayúscula (8 de abril). -Dedicación de la Iglesia nueva de la Merced (30 de agosto). -Salida del Conde de Alva de Lista en medio de gran demostración popular (17 de octubre). -El suceso de las cuarenta horas (6 de septiembre).37 35
Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65). Vol. I., p. 179-180. Atrás se ha dicho la peste de fríos y calenturas que sobrevino a los naturales en algunas doctrinas de indios en esta ciudad, y procesiones públicas que hicieron, y saltó a muchos españoles que los padecen; y siendo sabedor de ello el virrey, dio licencia para que se lidiasen toros enfrente del balcón de palacio, y se lidiaron por octubre y a 6 y 7 de noviembre, y estándolos lidiando, andaba por la calle una procesión de sangre que salió de Santa María la Redonda. 36 Op. Cit., p. 199-200: Martes 3 de septiembre y algunos días antes de éste, después del día de San Luis, celebró el virrey cumplimiento de sus años con toros, que se lidiaron en el parque, con tablados que se armaron, y dieron los toros los condes de Calimaya y Orizaba, y Fr. Jerónimo de Andrada, provincial del orden de la Merced, y el día referido y el siguiente hicieron los mulatos y negros de esta ciudad una máscara a caballo con singulares galas, y todas las naciones, y armada una cuadrilla de punta en blanco que ésta salió de casa don Andrés Pardo de Lagos, oidor más antiguo de la real audiencia, con nota de todo el pueblo, así por esta permisión como porque la cuadrilla que representó a los españoles se pusieron hábitos de Santiago, Calatrava, Alcántara, San Juan y Cristo en los pechos, y rodearon toda la ciudad, y luego a hora competente entraron en dicho parque a vista del virrey y audiencia y de los tribunales con el de la inquisición, que fueron convidados del virrey. 37 Ibidem., p. 264. Domingo 6 de diciembre a las dos horas de la tarde, hizo junta el virrey del cabildo eclesiástico y todos los prelados de las religiones y doctrinas de dentro de la ciudad, para disponer desde 1ª de enero se diese principio, empezando por la catedral, a tener descubierto el Santísimo Sacramento tres días cuarenta horas, y acabado en la catedral las
1655 -Fiesta continua del Santísimo Sacramento por todo el año (1° de enero). -Fiesta de la Concepción de nuestra Señora en la Universidad (20 de enero). -Anatema (14 de marzo). -Años del rey (8 de abril). -Apertura de la iglesia de la Concepción (13 de noviembre). 1656 -Mejoría del virrey (21 de enero). -Muerte de una negra de la virreina (24 de enero). -Dedicación de la Catedral (1° de febrero). -Traída de la Virgen de los Remedios (16 de septiembre). -Auto particular de inquisición (20 de octubre). -Fiesta del rey (12 de noviembre). -Aviso de estar la flota en la Habana (13 de noviembre). -Rogativa por la flota (2 de diciembre). 1657 -Capilla nueva (19 de julio). 1658 -Parto de nuestra reina (20 de marzo). -Fiesta al parto de la reina del príncipe Felipe Próspero (28 de abril). -Mascarada “a lo faceto” (1° de mayo). -Toros (20, 21 y 22 de mayo). -Justicia de catorce personas por el pecado de la sodomía (6 de noviembre). -Celebración de la edad del señor príncipe Próspero (28 de noviembre). 1659 -Fiesta de Corpus (26 de mayo). -Segundo parto de la reina nuestra señora, infante (13 de julio). -Entrada del Conde de Baños (16 de septiembre). -Asistencia del virrey al convento de San Jerónimo (30 de septiembre). -Pregón del Santo Oficio (1° de octubre). -Fiestas (desde el 13 de octubre). -Procesión del Santo Cristo de la Columna (5 de noviembre). -Procesión del auto general de la fe (18 de noviembre). -Toros (22 de noviembre). 1661 -Años del rey (8 de abril). -Traída de Nuestra Señora de los Remedios (14 de junio). parroquias, y luego las religiones y conventos de monjas y partes donde hubiese Sagrario, y acabado el turno volviese otra vez a dar principio la catedral de suerte que todo el año estuviese descubierto y se celebrase con toda autoridad y sermón que quedó asentado.
-Segunda octava de la virgen (3 de julio). -Muerte de una nieta del virrey (11 de agosto). -Colación de nuestra Señora Copacabana (5 de octubre). -Apertura de la iglesia de San José de Gracia (26 de noviembre). 1662 -Años de la virreina (25 de mayo). -Comedia (11 de junio). -Procesión de la bula de la Concepción (16 de julio). -Procesión de Nuestra Señora Santa María la Redonda (14 de agosto). -Procesión de la Concepción en la catedral (2 de septiembre). -Fiesta de la Concepción en el convento de Santo Domingo (10 de septiembre). -Fiesta de la Compañía en la Profesa (14 de septiembre) -Fiesta de la Concepción (17 de septiembre). -Auto de fe (30 de septiembre). -Fiesta en San Jerónimo (8 de octubre). -Fiesta en el Carmen (5 de noviembre). -Fiesta en Jesús María (5 de noviembre). -Fiestas reales con toros (7 de noviembre). -Fiesta de la Merced (19 de noviembre). -Fiesta de Balvanera (19 de noviembre). -Fiesta en Santa María la Redonda y fiestas en Santa Catarina Mártir (25 de noviembre). -Fiesta en el Hospital real de Indios y fiesta de la platería, esta última con toros (8 de diciembre). -Fiesta en San Bernardo (10 de diciembre). -Santa Catarina, reedificación y apertura (22 de enero, sic.). 1663 -Traída de la Virgen de los Remedios (26 de junio). 1664 -Auto de fe (4 de mayo). -Pendón asistido del señor obispo virrey (12-13 de agosto). -Entrada del virrey en Chapultepec. Hubo toros. (7 de octubre). -Entrada del de Mancera en el gobierno. Hubo toros en Chapultepec (15 de octubre). -Primera asistencia del virrey en la iglesia de San Lucas (18 de octubre). -Segunda asistencia, en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen (19 de octubre). -Edad del príncipe (16 de noviembre). -Asistencia del virrey a Catedral. Fiesta del Patrocinio de Nuestra Señora (9 de noviembre). -Entrada del señor arzobispo Cuevas (10 de noviembre). -Posesión del señor arzobispo (15 de noviembre). (Hasta aquí Gregorio Martín de Guijo). ANTONIO DE ROBLES (1665 - 1703). 1665 -Entierro Del señor arzobispo (4 de septiembre). -Dedicación de la iglesia de Jesús Nazareno (11 de octubre). -Vísperas y oración fúnebre del señor arzobispo (25 de octubre).
1667 -Venida de nuestra Señora de los Remedios (11 de mayo). -Novenario a nuestra señora (12 de mayo). -Beatificación de San Pedro Arbúes. Fuegos en la plazuela y toros (17 de septiembre). -Remate de las bóvedas de catedral con muchas fiestas (22 de diciembre). 1668 -Auto de la fe de Santo Domingo (3 de febrero). -Venida de nuestra señora de los Remedios (13 de junio). -Beatificación de Santa Rosa del Perú (12 de febrero en Perú). 1669 -Fiestas del pendón (12 y 13 de agosto). -Fuegos, luminarias, máscaras de 84 caballeros y toros (2 de septiembre). 1670 -Años del rey nuestro señor D. Carlos II (6 de noviembre). -Recibimiento del señor arzobispo (8 de diciembre). -Azotados por el santo oficio (9 de diciembre). 1671 -Dedicación de la iglesia de Balvanera (7 de diciembre). -Anuncio de la publicación de la beatificación de Santa Rosa del Perú (1°-12 de marzo). 1672 -Fiestas de canonización de San Francisco de Borja (25 de enero y 14 de febrero). -Máscara (7 de febrero) -Ahorcado (14 de mayo). -Fiesta a Santa Rosa de Viterbo (4 de septiembre). 1673 -Casamiento de la hija del virrey (28 de mayo). -Dedicación de la iglesia de las capuchinas (10 de junio). -Siete hombres quemados por sodomitas (13 de noviembre) -Entrada del duque de Veraguas a Chapultepec (16 de noviembre). -Entrada del virrey a la ciudad de México (8 de diciembre). 1674 -Celebración de los años del rey, comenzaron con los toros (7 de noviembre). 1675 -Dedicación de San Cosme (13 de enero).
-La Universidad celebra la fiesta a la Purísima Concepción de nuestra Señora con comedias y torneo a lo “faceto” (27 de enero). -Máscara ridícula (6 de febrero). -Torneo y toros por fiesta de la Universidad (8 de febrero). -Día de Corpus (13 de junio). -Entrada del visitador de San Agustín (10 de octubre). -Años del rey con comedia en palacio (6 de noviembre). -Toros a los años del rey (11, 19 y 20 de noviembre).
Como conclusión a este periodo, puede percibirse el efecto de una actividad intermitente, en la que no faltaron festejos taurinos, tan notables unos como otros. De mi Antología de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI al XXI,38 traigo hasta aquí algunas muestras que dan evidencia de algunas conmemoraciones. La Colonia o el virreinato está reducida a muy pocos libros por su letal aislamiento, y el sórdido fanatismo, impone un uniformizado matiz claustral... por lo que el Triunfo Parténico se convierte en la cúspide del gongorismo mexicano, constituyendo una sentina de extravagancia, puesto que eso era lo que buscaba tal forma de expresión, válvula de escape a la estandarización de géneros literarios por aquel tiempo puestos en boga. La visión del seiscientos debe fijarse desde un punto de vista que nos lleve a la revisión sistemática de su poesía que aquí ensayamos mostrar, a partir de la investigación y desde la perspectiva crítica del barroco y del gongorismo. Y en cuanto a la temática, baste un sumario de insistentes motivos. En lo directamente referente al tema taurino o muy ligado a él son sus reales fiestas, de fuegos, máscaras, cabalgatas y toros (escritas por autores como Santa Cruz Aldana, Ribera, Ramírez de Vargas, el Ingenio Andaluz de 1691, Orcolaga, Mendieta), las entradas y loores de Virreyes (Doña María de Estrada, Arco de 1640, el P. Castilla, el centón de Ayerra...), etc. La siguiente canción es de Fray Marcos Chacón, lego O.F.M. 1658 Canción del V.P. Fray Francisco Solano (1658) Un secular devoto camina con Solano sale un Toro: aquí a un llano a caballo el seglar huye ligero; vuelve el bruto al bendito, hecho un cordero: Aquí se le arrodilla cortesano, el hábito le lame, él lo bendice, Solano pasa, y el seglar lo dice...39
El texto se antoja una evocación del toro de San Marcos o nos dice similares cosas con lo sucedido entre el beato San Sebastián de Aparicio y el ganado bravo que amansó con sólo su voz.40 38
José Francisco Coello Ugalde: Antología de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI. Prólogo: Lucía Rivadeneyra. Epílogo: Elia Domenzáin. Ilustraciones de: Rosa María Alfonseca Arredondo y Rosana Fautsch Fernández. Fotografías de: Fumiko Nobuoka Nawa y Miguel Ángel Llamas. México, 1986 – 2006. 776 p. Ils. (Es una edición privada del autor que consta de 20 ejemplares nominados y numerados). 39 Ibidem., p. 118. Suma, en Canción Real, de la Vida, Muerte y Milagros del V. P. Fr. Francisco Solano, Apóstol del Perú, 82 estancias, Puebla, Impr. Vda. De Juan de Borja y Gandía, 1658. 40 Existe, al menos, un libro que describe este interesante pasaje del beato Sebastián de Aparicio:
Del Pbro. Br. D. Diego de Rivera (de 1663 a 1685 se reportan buena parte de sus obras). De las Funerales Pompas de D. Felipe IV y plausible aclamación de D. Carlos II: 1666-1667 Funerales Pompas de D. Felipe IV y plausible aclamación de D. Carlos II LA JURA DE CARLOS II ...Los Caballeros galantes pudieron de su tesoro, a la Arabia prestar oro y dar al Ceilán diamantes; y aun por eso los brillantes rayos el Sol ocultaba, y si en nubes se embozaba es porque llegó a advertir que era imposible lucir donde tanto Sol estaba... ...Galante el Corregidor con su generoso pecho, llevaba al lado derecho al noble Correo Mayor. ¡Oh, quién tuviera primor para decir lo costoso, lo amante, lo generoso con que echó el reto a lucir! Mas algo habré de decir, aunque se muestre quejoso. El vestido –amusco y platabordó el arte con primor, por ser el mejor color que de aclamaciones trata; el sombrero era pirata que, en plumas volando al Cielo, no sólo al Sol sin recelo le usurpó las luces bellas, pero a todas las Estrellas en diamantes trujo al suelo. El penacho parecía nieve escarchada, que en tropa se recogía en la copa que el sombrero le ofrecía: Mateo Ximénez: Colección de estampas que representan los principales pasos hechos, y prodigios del Bto. Fray Sebastián de Aparicio, Religioso Franciscano de la Provincia del Santo Evangelio de México. Dispuesta por el R. P. Fr. (...) del mismo Orden y Provincia, y Postulador de la Beatificación del expresado siervo de Dios. En Roma, año de 1789. 2ª ed. Puebla, Pue., con prólogo de Fr. Juan Escobar, ofm. Talleres FOCET Hernández G., 1958. 110 p. Ils., grabs. (Edición facsimilar).
Cándida nube escondía a Don Francisco, y dudaba México lo que miraba, apostando, sin que asombre, que era imposible ser hombre quien por las nubes andaba. Al bruto, sólo un pincel pudiera bien retratalle, y Naturaleza dalle de terciopelo la piel; y según lo negro de él, lo airoso, lo bien trazado, lo dócil y lo alindado, puedo decir sin recelo que era –siendo terciopeloun terciopelo labrado. Tocado de blancas plumas sustenta sobre la crín, que iba a tener su fin al suelo en nevadas sumas; las cristalinas espumas esparcía el Bruto ufano, porque quiso, cortesano, repartir la plata al viento, y para el repartimiento se valía de pie y mano. Y aunque el curioso me tache, he de asegurar por cierto que de ojo le hubiera muerto si él no fuera un azabache; y así, es razón se despache sentencia para emplumallo, y el rigor de sentenciallo le disculpará cualquiera, porque a todas luces era un hechicero el Caballo... Apeóse el Correo Mayor, y al ir la grada a subir le fue amante a recibir de México aquella flor que, de la sangre mejor de Velasco y de Castilla con tantos créditos billa en el Conde de Santiago, que no podrá el tiempo estrago hacer a su maravilla. La real Insignia arboló Mancera, con pecho ufano,
y por todo el aire vano airoso la tremoló, y en razones promulgó que a la augusta y Regia Silla todo México se humilla, y alza con amor profundo pendón por Carlos Segundo, Rey de León y Castilla...41
Además: ...y si a domellar un Bruto se ponía en la carrera, ninguno como Filipo le supo tener la rienda; (. . . . . . . . . .)42
En otra curiosa cita poética que alude graciosa y esquivamente los toros de aquella época, encontramos en la Oda al virrey Marqués de Mancera (exordio del Certamen de Capuchinas y San Felipe de Jesús; obra a su vez perteneciente a la Breve Relación de la Plausible Pompa..., México, 1673, f. 14) y del mismo Ribera esta singular composición: 1673 Oda al virrey Marqués de Mancera. Si de aliento inspiradas gloriosamente osado, bien que rudo, cañas siete animadas al honor del Parnaso43 dejan mudo, ¿qué osarán hoy unidas cuerdas tan dulces, de tu mano heridas?44
Las Décimas de la Jura.-Rayos de sol ocultaba: el día nublado... Al Caballo del Correo Mayor, tanto lo miraban todos, que lo habrían muerto de ojo, a no ser todo él un azabache (amuleto contra el mal de ojo); mas por tal recurso supersticioso, y ser tan hechicero (equívoco de brujería y de hermosura), debiera castigarlo el Santo Oficio... Brillante y desmandada pintura, también típicamente calderoniana.45
41
Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España..., op. cit., p. 54-56. Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (...). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 43)., p. 143. Proviene de la Descripción Poética de las Funerales Pompas... y de la Plausible Aclamación..., México, Rodríguez Lupercio, 1666. 43 Parnaso: conjunto de todos los poetas, o de los de un pueblo o tiempo determinado. 44 Ib., p. 148. 45 Ibid., p. 149. 42
Una vez más, la presencia iconográfica de Luis Márquez Romay deja su impronta en esta colaboración, la cual, en medio de su brevedad, no resultó ser una lectura breve, sino la síntesis de 24 años muy importantes en el desarrollo tauromáquico novohispano.
5 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año X, Madrid, 24 de diciembre de 1953, N° 496.
En el quinto capítulo, volvemos a admirar tres valiosos testimonios fotográficos, que son, como ya quedó dicho, obra y creación de Luis Márquez Romay, cuyos trabajos ya habían sido publicados hacia 1931 en El Carnaval, obra de Higinio Vázquez Santana.46 La belleza contenida en ellas refleja esa actitud espontánea asumida por los “indios mejicanos” que fueron motivo de sendos retratos, así como de la imagen complementaria, en la que dos personas sostienen el lienzo en que se encuentra plasmada la imagen de la virgen de Guadalupe, ese poderoso símbolo de unidad que representó la unificación de dos culturas, cuyo culto se afirmó desde el 12 de diciembre de 1531, fecha en la que se registra una “milagrosa aparición” (fueron varias, y la primera ocurrió el 9 de diciembre) al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Pues bien, lo que resuelve “Barico II” al comenzar sus notas en esta quinta reseña sobre “La historia taurina de Méjico”, es cuestionar a quienes hoy harían labor como “reporteros”, de ahí que Guijo y Robles queden etiquetados en esos términos, por lo que ante la contundencia de la escasez en el registro de muchos acontecimientos, se pierde de vista el contenido en muchos de ellos. Sí en cambio, pone énfasis en la descripción con que nos obsequia el conocido Carlos de Sigüenza y Góngora, quien escribió una interesante reseña sobre la dedicación o inauguración del templo de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de mayo de 1680 en las célebres Glorias de Querétaro.
Incluida en José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del Boletín de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, 2).
En lo que respecta a la reseña, puede entenderse la manera en que “Barico II” se deja fascinar por lo allí escrito y que, para no convertirlo en mera reproducción, conviene sugerirle al lector que regrese algunos instantes a la página de El Ruedo para ser contagiado del mismo modo que nos ocurrió a nosotros.
46
Higinio Vázquez Santana y J. Ignacio Dávila Garibi: EL CARNAVAL. Portada de Roberto Montenegro. Fotografías de Luis Márquez. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1931.134 p. Ils., retrs., fots. (Monografías históricas y folklóricas mexicanas).
Con el paso de los años, se indican las diversas formas en que ocurrieron otros tantos festejos, incluyendo los sitios en que los presentaban. Uno de ellos, fue el coso montado en el bosque de Chapultepec. En la historia de esta ciudad, un sitio clave para su conformación, ha reunido a través de los siglos, episodios de grandeza y de tragedia. De honor y de privilegio. Chapultepec, el de los manantiales y los jardines abundantes, bosque eterno, sitio de recreo para muchos de los reyes aztecas y su corte, aparece ya en la “tira de la Peregrinación”, misma que nos presenta la llegada de los mexicas en el año 8-9 pedernal. A partir de aquel momento se engrandeció el imperio que adquirió enorme influencia de carácter político, económico, religioso y militar. Chapultepec es también el punto por donde pasó la estrategia española durante la conquista, cancelando aquella fuente de vida que alimentaba las redes hidráulicas trazadas por el rey Nezahualcóyotl, diseñadas para proveer a la ciudad México-Tenochtitlan y puesta a funcionar de nuevo cuando se valoró su capacidad, al grado de que durante los primeros años de la colonia, los canales fueron sustituidos por dos acueductos, para llevar el preciado líquido hasta su punto final: las famosas fuentes de la Tlaxpana y la del Salto del Agua, unos kilómetros más allá de donde surgía el vital elemento, al pie de los límites de la ampulosa capital de la Nueva España. Es decir, Chapultepec de alguna manera salía hasta la ciudad misma para refrescar y satisfacer las necesidades de muchos de sus pobladores. Bosque maravilloso, lugar de encuentros amorosos por un lado; escenario de guerra en 1847, por el otro, también encierra los secretos de una historia taurina qué contarnos. Diversos pasajes, que se vinculan con la época de la colonia y el México de principios de siglo XX. Y el festejo ocurrido en 1686 es una muestra más de aquellas jornadas, que continuaron con otras muy singulares, como la ocurrida el 27 de septiembre de 1702, precisamente para celebrar el recibimiento que hizo la ciudad de México a su virrey don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, en el Alcázar de Chapultepec. Para concluir con estos apuntes, el autor menciona la presencia de una mulata que toreaba a caballo, precursora de la “chaparrita mejicana” (sic). Debe referirse, indudablemente, y en este caso a María Aguirre la “Charrita mexicana”, quien estuvo vigente entre los últimos años del siglo XIX y los primeros 20 del siglo pasado. Sobre la mulata, pocos datos hay al respecto, aunque es de resaltar el hecho de que la “negritud”, a decir de Guillermo Bonfil Batalla fue resultado de la presencia multiétnica que patentizó la forma en que se dio una confluencia heterogénea en aquella sociedad novohispana, lo mismo con españoles, indígenas, criollos, negros, filipinos y demás razas que le dieron una condición por demás interesante y variada.
Rostros femeninos con fuerte presencia que las castas distinguieron como mulatas o negras.
6 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año XI, Madrid, 14 de enero de 1954, N° 499.
Comienzan las notas con una interesante recreación del espectáculo que suscitó la recepción a este reino del arzobispo D. Juan Ortega y Montañez apenas comenzado el siglo XVIII. Los festejos ocurrieron en otra plaza, la de San Diego, colocada apenas a unos pasos del famoso “Quemadero de la Inquisición”. Como esa, hubo otras tantas cuya manufactura estaba pensada bajo el criterio de una arquitectura efímera, pues muchos de esos recintos se armaban con maderas y otros materiales que muy pronto quedaban sujetos a las condiciones del clima, por lo que tenían que ser desmantelados y luego vueltos a montar, quizá bajo un nuevo proyecto sugerido por los arquitectos de aquellas épocas. Vuelve a verse el nombre de Chapultepec, y es que en aquel hermoso escenario, se montó una plaza que sirvió en 1702, para la recepción del virrey Duque de Alburquerque. Tan resonante fue aquel acontecimiento, que quedó plasmado en un hermoso biombo, el cual reúne una serie de elementos estéticos que no quisiera dejar de mencionar, y de los que se ocupa de analizar la Lic. Rosa María Alfonseca Arredondo, coautora de un trabajo que se publicó en 2001.47
BIOMBO “ALEGORÍA DE LA NUEVA ESPAÑA”.
Biombo “Alegoría de la Nueva España”, representa diversas vistas del recibimiento que hizo la ciudad de México a su virrey don Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquerque, en el Alcázar de Chapultepec, en 1702. Perteneció a los duques de Castro-Terreño y hoy forma parte del patrimonio artístico del Banco Nacional de México. (Óleo sobre tela, 175 x 540 cm.).
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José Francisco Coello Ugalde y Rosa María Alfonseca Arredondo: El bosque de Chapultepec: Un taurino de abolengo. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2001. 69 p. Ils. (Serie Diversa).
VALORES PLÁSTICOS: Óleo sobre tela en forma de biombo. Xavier Moysén dice al respecto lo siguiente: “Parte importante del menaje de las casas de la Nueva España, fueron los biombos. Su origen fue asiático; llegaron en las flotas que venían de las Islas Filipinas; con el tiempo se hicieron en el país, de diferentes tamaños y pintados al temple o al óleo en una o en las dos caras que tienen distintos temas según el gusto de quien los costeaba”.48 VALORES ESTÉTICOS: Composición: Fragmentación de la superficie en diez hojas iguales en forma de rectángulo, las que no son independientes en cuanto a lectura visual, ya que su significación está basada en el todo con las partes. La escena principal, un ruedo improvisado en el plano inferior central (hojas 5 y 6), está enfatizada mediante la figura geométrica de un rombo, cuyo vértice superior es señalado por una bandera colocada al centro del palacio, mientras que el vértice de abajo se indica por un matorral del camino, el cual se hace evidente por la figura ligeramente inclinada de un torero que sostiene su capote con la mano izquierda y con la derecha su propio sombrero. Los vértices laterales son sustentados en las pequeñas esculturas que sirven de remate a los techos abovedados de las fuentes. Otros dos rombos laterales encierran escenas en donde se combinan de manera ingeniosa dos elementos formales del barroco: el movimiento giratorio y la diagonal, mismo que rítmicamente hacen eco de las figuras representadas en el espacio central. En la parte lateral izquierda y que corresponde a las hojas 2 y 3 un grupo muy animado de personas dispuestas en diagonal forman una rueda cuyo centro -la parte baja de la espalda de una mujer- coincide con el remate de la fuente y éste a su vez con el de la bandera que es el eje central y uno de los puntos de fuga de la composición. Estos dos elementos formales también se vislumbran en la parte lateral derecha que corresponden a las hojas 8 y 9. En este caso el vértice inferior del rombo coincide con el pie adelantado de un guitarrista, mientras que el vértice superior está señalado con una de las aves que revolotea en el cielo. Los personajes encerrados dentro de esta figura son desplazados en espiral, comenzando con el guitarrista y terminando a lo lejos con lo que parece ser un “tocotín”.49 A pesar de que el espacio pictórico está estructurado en un rectángulo con tendencia a la horizontalidad, se tiene la sensación de una forma elíptica, debido a la distribución del espacio en 48
CATÁLOGO. OBRAS MAESTRAS DEL ARTE COLONIAL. Exposición Homenaje a Manuel Toussaint (18901990). México, UNAM-IIE, Museo Nacional de Arte, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes e Instituto Nacional de Bellas Artes, 1990. 158 pp. Ils. retrs, fots., p. 148. 49 Tocotín: especie de canto en loor y alabanza de los dioses, héroes y mandatarios, fueron la principal manifestación de la música entre los primitivos pobladores de nuestro suelo. Fray Diego Durán describe los tocotines como “...el baile de éstos (los indígenas) no solamente se rige por el son, empero también por los altos y bajos que el canto hace cantando y bailando juntamente por los cuales cantares había entre ellos poetas que los componían (...) cantares de amores y de requiebros como hoy en día se cantan cuando se regocijan”.
forma romboidal, lo que encaja perfectamente en el juego compositivo de la obra, pues tanto el acueducto como el imaginario ruedo, las montañas, los árboles de los extremos y los aleros de los techos pintados en la orilla derecha, curvan sus contornos. Si trazamos bisectrices en cada uno de los ángulos a lo largo de las figuras romboidales que encierran las escenas antes descritas, nos encontramos con que hay una línea horizontal que divide exactamente por la mitad la composición. En la mitad superior predominan las formas arquitectónicas, mientras que en la inferior las humanas, este recurso pone de soslayo la rigidez propia de los edificios equilibrando armónicamente ambos perfiles. El trazo horizontal, se halla delimitado por los ejes de la carroza del extremo derecho, continuando con las riendas de los caballos para encontrarse enseguida con el borde inferior de un pequeño zócalo donde descansan las bases de columnas clásicas cuyos capiteles sostienen una serie de arcadas enmarcando las entradas. Los arranques de los muros del palacio prolongan la horizontal que se corta en un segmento, en el que predominan dos líneas verticales en las figuras de un personaje de pie con el brazo derecho sobre la cintura y la escultura que remata la fuente. La línea se reanuda con la orilla anterior de un angosto río que rodea un caserío a manera de chinampa. Después es interrumpida por un matorral, para encontrarla nuevamente en el techo de la carroza situada en el extremo izquierdo, por último concluye o inicia en el marco de una puerta entreabierta de donde sale un personaje vistiendo como saltimbanqui. Las continuas interrupciones de esta prolongada horizontal evitan la monotonía que produciría un alargado trazo, que además, es simétrico, pues divide el espacio en dos planos iguales. En cuanto al color, éste se utiliza mediante una paleta limitada muy iluminada con un fondo amarillento de sutiles matizaciones ambarinas, que se pierden esfumadas entre los matorrales en los que predomina la mancha, y se tornan oscuras en las construcciones de aristas vivas. Así, mientras que el follaje es pintado con verdes oscuros y opacos, las nubes y montañas se desdibujan con tonos azulosos, predominando los contornos esfumados. En cambio, las figuras de los personajes y de los animales, así como en la arquitectura, prevalecen los perfiles bien definidos. El alto contraste acentúa las formas y obliga a que la mirada recorra cada uno de los rincones del espacio pictórico. El dibujo de las figuras tiende a la síntesis, lo que aunado a lo poco claroscurado del color da como resultado formas con volúmenes casi planos, en las que se alternan superficies claras y vacías con masas compactas y oscuras. Asimismo, el color define el dibujo y delimita la forma. Mediante la estructura compositiva, podemos entender mejor la distribución que dio el autor anónimo al conocido biombo. Por otro lado, en la aplicación de las leyes de la perspectiva se recurre a la forma tradicional y los eventos revelan un realismo que aspira dar testimonio de un hecho verosímil que busca convertirse en historia. VALORES ARTÍSTICOS: Hay influencia del barroco, lo que se pone de manifiesto en la utilización de la línea curva o mixtilínea, movimiento impetuoso, suntuosidad, alegría, aglomeración de personajes, representación de figuras en S o en diagonal y la estructuración del espacio en dos triángulos invertidos que forman la figura de un rombo. CONTENIDO TEMÁTICO: La llegada del virrey como pretexto para la evocación de un episodio taurino ambientado con los usos y costumbres de la Nueva España del siglo XVIII. ACERCAMIENTO A LA INTERPRETACIÓN DE LA OBRA. En esta alegoría se describe un instante de la vida de un pueblo novohispano, tal como lo tuvo ante los ojos el pintor. Este paisaje urbano de lejanos tiempos nos recuerda con nostalgia lo que pudo haber sido o fue Chapultepec en uno de sus más animosos días. A lo lejos se divisa el acueducto suavemente recostado al pie de las montañas que le sirven de fondo y que con sus extremos curvados hace eco del pequeño ruedo improvisado, en donde un toro cuya forma arqueada se alarga arremetiendo contra el caballero rejoneador que, agazapado sobre el caballo
se inclina para contestar la afrenta, mientras que el torero con su capote rojo se apresta al lance, girando el cuerpo y la cabeza en diagonal, de tal manera que toro, caballero y “torero de a pie” forman una elipse al centro que viene siendo el punto de donde ha de arrancar la escena principal. Le sirve de trasfondo a dicha escena la regia construcción de los reales alcázares, de la que asoman desde sus balcones cuadrangulares, rectangulares y curvilíneos rítmicamente alternados, decenas de personas suntuosamente ataviadas de acuerdo a su propia jerarquía. Su atención se concentra en la suerte del rejoneo, aunque no podemos distinguir sus rasgos, el movimiento y la inclinación de cuerpos y cabezas de la mayoría se dirige al centro de la composición. Un segundo óvalo lo forman otros rejoneadores, indios, toreros de a pie, pajes o lacayos, músicos y mirones que quedan enmarcados por las dos fuentes laterales de planta curvilínea que junto con el palacio forman un triángulo poniendo de relieve el evento taurino. Canales, casas, calles, fuentes, carrozas y una gran variedad de personajes de todos los rangos y oficios posibles hacen su aparición en este festivo ambiente de cálidas tonalidades abierto a la mirada más indiscreta.50 Poco se puede decir de un pintor cuyo nombre no se conoce, sin embargo, su obra nos revela algunos aspectos de su personalidad. Y en este caso, se trata de un agudo observador, cuya mirada captó muy de cerca a la gente del pueblo, sus faenas y fiestas, sus creencias y jerarquías. Este avezado y anónimo artista, además de ser un conocedor de la fiesta taurina, estaba bien enterado sobre el ambiente generado a partir de dicho acontecimiento, lo que le permitió convertir la superficie del biombo en una sinfonía de tonos rojizos que se confunden y confundidos siguen vibrando. Gracias a su dominio del arte de contrastar logra que esos rojos luminosos que gritan, reposen equilibradamente junto a los pardos que estratégicamente coloca alrededor de toda la obra. Su temperamento se deja arrebatar por los estímulos elementales de la sensualidad, por el placer con que los aldeanos se entregan al baile, a la bebida, a la música y a la mascarada, en fin, una atmósfera de alegría se respira en toda la obra, que sin lugar a dudas se pone de manifiesto por los fuertes contrastes de sus colores. Colores con los que alcanza un impresionante efecto decorativo. Por otro lado, los ritmos logrados con los rojos -como en chispazo risueño- armonizan dando unidad a toda esta amalgama colonial. La composición utilizada en este biombo dice mucho de las convenciones de la época, por lo que se puede afirmar que el pintor es hijo del barroco, sin dejar de ser por ello un biombo espléndido. En cambio, en el tratamiento del color muestra mayor libertad respecto de los cánones que prevalecieron durante el siglo XVIII, pudiéndose apreciar una fuerte influencia de la factura prehispánica en lo que se refiere a la utilización de colores primarios casi planos y el gusto por delimitar los contornos, marcando el volumen y el movimiento mediante la línea. Hubo también en aquellos mismos días otras tantas fiestas. El escenario de las mismas estuvo en Tlalpan (al sur de la ciudad de México), y el tesorero Medina Picazo fue quien las dispuso, por la 50
José Ignacio Rubio Mañé: EL VIRREINATO: Orígenes, jurisdicciones y dinámica social de los virreyes. 2a. edición, México, UNAM-FCE, 1983. 4 vols., Vol. I., p. 161. La nobleza criolla de esta capital “compitiendo en la riqueza de los trajes, gallardía de los caballos, en lo vistoso de los jaeces y arneses, y en el número y costo de criados y libreas”. Tras el carruaje del Virrey “venían la Virreina y demás en coches, y a lo último veinticuatro mulas de repostería (de carga) con los frenos y calzadas de plata, plumeros y las cubiertas de las cargas de color de fuego bordadas, y las cuerdas con que venían liadas eran de seda, y los barrotes con que se apretaban, de plata...” Parece que este Virrey fue muy exigente en el cumplimiento de las reglas de la etiqueta. Lucas Alamán nos refiere de él que “volviendo a Palacio en su coche por la calle de San Francisco, y encontrándose con el Chantre de la Catedral que iba a pie, notando que éste no se detenía y quitaba el sombrero hasta abajo, como estaba establecido con los Virreyes, luego que llegó a Palacio pasó recado al Arzobispo para que antes de veinticuatro horas hiciese salir al Chantre desterrado veinte leguas a la redonda, como se verificó”.
módica cantidad de ¡¡¡$20,000!!! pesos. Cita, para conocimiento de las curiosidades, las fiestas que quedaron testimoniadas por fray José Gil Ramírez en 171351 y que fueron un prodigio dado el desarrollo de las mismas. Con él, sumo la presencia de D. Diego Ambrosio de Orcolaga que escribieron en similar circunstancia por el hecho que a continuación tendrán oportunidad de conocer. Poca información tenemos del Lic. D. Diego Ambrosio de Orcolaga, Abogado de la Real Audiencia de la misma Corte, quien sacó a luz una espléndida obra el año de 1713, por motivo de la celebración – por espacio de Tres Semanas-, del Natalicio del Serenísimo Señor Infante de las Españas El Sr. D. Felipe Pedro Gabriel...52 Veamos qué nos dice Orcolaga: 1713 Si de Astros, y de Estrellas, son fanales… Si de Astros, y de Estrellas, son fanales del Vulgo de las luces, Presidentes, no se vieron jamás concursos tales, venir de las comarcas diferentes el arte, el gusto y la naturaleza, ni con más Majestad, ni más grandeza. Los balcones que al sol fueron lumbreras, en orden tan valiente descollaron, que Babilonios fuertes, las esferas o Babeles confusos los juzgaron: No sin razón, porque sus primaveras en fecundos pensiles se atraparon, y las lenguas, que elogios pretendieron en tanta multitud, se confundieron. Mayo, y abril parece que en tal día barajados en flores se apostaban, si de ámbares el uno flux decía, en otro las primeras se miraban: Cada cual entre si se compería (sic), cuando por puntos de amalibea luchaban; que en tales lances, bien supo el verano por rendirse al real pie, ganar de mano. La belleza, donaire, y gentileza 51
José Gil Ramírez. 1714. Esphera mexicana. Solemne aclamación y festivo movimiento de los cielos, delineado en los leales aplausos que al feliz nacimiento del serenísimo Señor Infante Don Felipe Pedro,que Dios prospere, consagra, dividida en los ilustres globos que la componen, la muy noble y muy leal Ciudad de México. México. Viuda Miguel de Ribera. 52 Biblioteca Nacional: 1109 LAF (1713) LAS TRES GRACIAS / MANIFIESTAS / En el Crisol de la Lealtad de México, don- / de con universales, celebró su aplauso por / espacio de Tres Semanas, el Fausto, y di- / choso Natalicio del Serenísimo Señor In- / fante de las Españas / El Sr. D. PHELIPE PEDRO GABRIEL, / que prospere la Divina Majestad para Co- / lumna de la Fe, y aumento de su Monarquía / Refiérelo sumariamente por sus Tres Estancias, EL LIC. D. / DIEGO AMBROSIO DE ORCOLAGA, Abogado DE / la Real Audiencia de la misma Corte; / QUIEN DEBIDAMENTE LE DEDICA. Y OFRECE / AL SEÑOR D. DOMINGO / ZABALBURU, / Del Consejo de su Majestad, Caballero / del Orden de Santiago, Gobernador, y / Capitán General, que fue de las Islas Fili- / pinas, y Presidente de la Real Audiencia, / que en ellas reside. / Con Licencia en México: Por los herederos de Juan Joseph Guillena Carrascoso.156 ff., ff. 24-25.
de racionales, de cupido arpones más cuerpo supo a dar su belleza por robar con más alma, corazones! Si bandolera aquí naturaleza a sus leyes fundando en sin razones dejó a esta gracias, parcas de las vidas de ella prendadas, del primor prendidas. (La Fiesta de los Toros) En continuado triduo le jugaron de los que Diana53 aquel favor menguante medio círculo enfrente señalaron, (dilema de la parca terminante!) cuyo denuedo intrépido juzgaron ser de otra esfera monstruo dominante, y es que quizá se desprendió en un vuelo en tauro transformado, el león del cielo. De Europa, y de Pasiphe los amados, de Perilo tormentos encendidos, de Jafan los ardientes apagados, y de Jarama linces conocidos, de toda esta tarde toreados se vieron acosados, y curtidos, que en el valor, y el alma de tal día cobarde se escogió la valentía. Por que puesto en la lid, el bruto fuerte, horrible gladiador de arena tanta, si su fiereza hermosa los divierte, su despego, y orgullo los espanta; mas si su vista es teatro de la muerte, y del asombro su membruda planta, desvanece esta máquina arrogante el filo ensangrentado, de un infante. El jueves, ya que al cesar se le daba lo que era suyo, a DIOS de todo dueño de sus mismas finezas se tomaba, para gratificarle en tanto empeño: Luz de la zambra del que celebraba Melchifedec, y Aarón le dio en diseño, y en el Pan de los Ángeles, de Nieve, a DIOS le paga con lo que a Dios debe! Con el que en la vía láctea fue amasado pan en flor de azucena, siempre bello (...)54
Las astas de los Toros, fingen el semicírculo de Diana (la –del toro de Júpiter, robador de Europa, y de los de aliento de llamas que Jasón apagó con la magia de Medea), cfr. Ovidio, Metan. 2, 846, y 7, 100... –De la demencia de Pasifae, Virgilio, Egl. 6, 45 (y R. Darío, La Gesta del Coso). –Perilo, artífice 53
Diana: diosa virgen de la caza. José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2)., p. 77-78. 54
de Atenas, forjó para Fálaris un toro de metal, que caldeado, arrancaba mugidos a sus víctimas encerradas en él... –Tales mitologías taurinas, las zahiere lindamente D. Leandro de Moratín, en La derrota de los Pedantes; mas olvidó la egregia oda de su padre, D. Nicolás, a Pedro Romero... (Méndez Plancarte). Nuestro siguiente autor es el que puede considerarse como el primer cronista taurino: Fray José Gil Ramírez, “natural de México, Lector Jubilado del Orden de San Agustín, eruditísimo en las letras humanas... y maestro del célebre joven abogado D. José Villerías y Roelas”, el cual “vivió ciego muchos años y falleció por el de 1720” (Beristain). Su obra capital es Esfera Mexicana55 (1714), donde hace exquisita y valiente descripción de unas fiestas –como un rapto de una pluma / del águila de Augustino (Orcolaga)-, sin contar otra crónica especial de “Toros y Gallos”, en prosa líricamente gongorina y de grande eficacia plástica: las Sombras del Tauro, que Nicolás Rangel, al catalogar tan deliciosa narración, lo gradúa de el primer revistero taurino del siglo XVIII...56 El 6 de febrero de 1713, los miembros del Cabildo dijeron: Que están inmediatas las fiestas del nacimiento del Serenísimo Señor Infante (Felipe Pedro Gabriel, quien nació el 7 de junio de 1712 en Madrid, hijo de Felipe V de España y de María Luisa Gabriela de Saboya), y dispuesta la plaza del Volador para que en ella se lidien los toros.57
Siete días después comenzaron las fiestas que inmediatamente fueron registradas por diversos autores; entre los que se encuentra Fr. José Gil Ramírez, quien dejó asentado en El paraíso de la Gula (-La Pirámide Gastronómica en la Plaza Mayor de México, para el popular alborozo, por el Nacimiento del Infante D. Felipe Pedro, 1713-), unos pequeños fragmentos de las octavas que nos llevan hasta el entorno de la plaza, y por supuesto, de la gula: 1713 Cuanto Ganado a espaldas de la nuca… Cuanto Ganado a espaldas de la nuca58 cuchillo sufre, que su aliento beba, plato aquí fue de popular boruca, si desquite a la mano que le ceba. Desierto Metepec, yerma Toluca -moderna Extremadura a España Nueva-, lloraron, imitando ondas al Nilo, las sartas de Chorizos, hilo a hilo. Sabroso el Pavo, honor de cuanto vuela, 55
Op. Cit., p. 84. Cfr. Luis González Obregón: Las calles de México. Prólogo de José Luis Martínez, Cronista de la ciudad de México. México, Promociones Editoriales Mexicanas, S.A. de C.V., 1983. 420 p. Ils., retrs., fots., p. 169. El título de la obra es el siguiente: ESPHERA MEXICANA. SOLEMNE ACLAMACIÓN y festivo movimiento de los Cielos DELINEADO. En los leales aplausos que el Feliz Nacimiento del serenísimo Señor Infante D. PHILIPE PEDRO –Que Dios prospere-, consagró, dividida en los ilustres globos que la componen, la muy Noble, y muy Leal Ciudad de México... ESCRITA por el M.R.P.F. Joseph Gil Ramírez, etc. En México, por la viuda de Miguel de Ribera, en el Empedradillo, año de 1714, folio 39 a 43. 56 Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. fots., p. 115-121. 57 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 86. 58 Debe referirse al ganado que pasaba directamente al rastro, que por cierto se encontraba ubicado muy cerca de lo que fue el templo de San Pablo.
guloso al apetito convidaba; la Gallina, el Carnero y Terneruela, y el fiero Toro59 de arrogancia brava (...)60
Aclaremos, en términos generales, la gula –exceso de bebida- fue la perdición de las clases bajas, las que en ese mismo siglo quedarían, junto con el resto de la sociedad, perfectamente retratadas por Hipólito Villarroel.61 Gil Ramírez sugiere ese título para “este opíparo Paraíso de la Gula, cuya descripción cantó, no sin sal, un curioso...” Y su idea y donación fueron del Duque de Linares, a quien informan los Comisarios: “El Pirámide... con cosas comestibles... costó cuatro mil sesenta y tres pesos...”62 La Estatua de la Paz,63 de José Rivera Bernárdez, es obra que salió publicada en 1722, con motivo de las nupcias del Señor D. Luis I con la Señora Hija del Duque de Orleáns, la cual no ignoró la ocasión de las fiestas de toros, que acompañaron aquel fastuoso acontecimiento. UNA APROXIMACIÓN A LOS PREÁMBULOS DE LA FIESTA TAURINA NOVOHISPANA. Propio de las ocasiones en que los alumnos de las instituciones educativas terminaban sus ciclos escolares, se realizaban diversas celebraciones, como la que nos refiere Francisco de Alcocer en su Tratado del juego (Salamanca, 1558, p. 295): En universidades famosas y adonde ay varones eminentes en letras y de grande consciencia, quando recibe alguno las insignias y grado de Doctor (...), se corren los dichos toros... José de Villerías y Roelas (1695-1728), natural de la ciudad de México y abogado de su audiencia. A la más fina erudición en las letras humanas y lenguas latina y griega, juntó la aplicación más incansable; siempre enfermizo y siempre entregado a los libros, murió, con gran detrimento de la literatura mexicana a los 33 años de su edad en 1728. Estudiante de jurisprudencia, alumno del agustino fray José Gil Ramírez, hombre de estudio, letras y leyes, compuso, en latín o en castellano diversas obras de carácter literario, filológico, histórico y misceláneo, como es el caso de su Descripción de la mascarada y paseo con que la Real Universidad, nobleza y pueblo de esta imperial corte de México celebró la posesión de la cátedra de Vísperas de Teología que obtuvo el Rdo. P. Fray José de las Heras... México, Herederos de Francisco Rodríguez Lupercio, 1721, obra que en sí misma no posee ninguna referencia para el presente trabajo, pero por otro lado da una completa visión sobre los participantes en el mencionado desfile, que lo mismo acudían a estas mascaradas y paseos que a los toros, con lo que es posible tener una aproximación a los preámbulos de la fiesta novohispana. De tal forma que para congregar a los referidos protagonistas, escribió un poema descriptivo que recibía el nombre latino de victor [vencedor], composición originalmente escrita en griego. Los epigramas son breves –en total, treinta versos-, que poseen importancia singular, que sirven para imaginar el boato, 59
Esta afirmación nos permite entender el concepto de bravura que entonces debe haber existido, puesto que el toro es fiero y además, arrogante, lo que marca una idea de avances significativos en la posibilidad de la génesis de la crianza en cuanto tal, por parte de los propietarios de ganado. 60 Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo..., parte segunda, op. Cit., p. 182. 61 Hipólito Villarroel: Enfermedades políticas que padece la Nueva España en casi todos los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar para la curación si se quiere que sea útil al Rey y al Público, introducción por Genaro Estrada, estudio preliminar y referencias bibliográficas de Aurora Arnáiz Amigo. México, Editorial Miguel Ángel Porrúa, 1979. 518 p. Además: Viqueira Albán: ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas, op. Cit. 62 Rangel: Historia del toreo en..., op. Cit., p. 120. 63 Biblioteca Nacional: 1212/LAF/1722 Rivera Bernárdez, José. Estatua de la Paz antiguamente colocada en el monte palatino por Tito, y Vespasiano y ahora nuevamente trasladada (...) en las nupcias del Señor D. Luis I con la Señora Hija del Duque de Orleáns..., México, imp. Por Joseph Bernardo de Hogal, 1722 / (8º). 128 p. Cfr. Coello Ugalde: Relaciones taurinas..., op. Cit., p. 102-105.
pero sobre todo la diversa comunidad que pudo participar en la “posesión de una cátedra” que en la plaza, recordando que fue la del Volador la que entonces daba con mayor frecuencia diversos espectáculos. Y ya que estando tan cerca la Universidad del mencionado coso, vayamos lo mismo al desfile que a los toros, porque Cuando a las dos y media (antes un poco; mas miento, que las dos eran cabales), se vieron sólo a la función, que toco, despoblados los barrios y arrabales.
Que ya se ve, el noble o el pueblo llano gozaban intensamente ambas demostraciones.
Incluida en José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del Boletín de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, 2).
7 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año XI, Madrid, 21 de enero de 1954, N° 500.
No podría haber terminado el apunte anterior sin dejar de mencionar, una vez más, la rica presencia iconográfica, como sucede también con esta séptima parte, del quehacer que Luis Márquez Romay legó en esas imágenes que son un prodigio en cuanto al discurso estético que se percibe en cada una de ellas. El artista, tuvo oportunidad de itinerar por diversas regiones del país, concibiendo un auténtico álbum de curiosidades. O mejor aún, el prodigio de lo que para él significó México y lo mexicano. Así que se agradece de antemano que Benjamín Bentura Remacha tuviese tan buen gusto en elegir esas fotografías que, no siendo necesariamente con tema taurino, por otro lado afirman y reafirman profundos valores que resignificaban a México en un momento en el que era necesario el rescate de su esencia. No bastaban las películas en que Jorge Negrete o Mario Moreno “Cantinflas” se convirtieron en ídolos de muchos españoles. Era necesario también recuperar la presencia mexicana a través de otros elementos y otras circunstancias que permitieron estrechar los lazos de amistad, las relaciones diplomáticas y aquellas otras que intensificaban lo entrañable. La primera y contundente apreciación que “Barico II” hace en esta séptima entrega, nos deja ver su punto de vista al respecto del significado en aquel devenir monótono y bucólico a la vez en que estaba convertida la actividad taurina novohispana: Hasta ahora esta historia se mueve dentro de unas fronteras estrechísimas: llegada de un virrey, cumpleaños de alguna autoridad, nacimiento de príncipes, santorales o victorias guerreras. Siempre lo mismo; y es que falta el personaje, la figura más o menos brillante de un héroe, verdadero o falso, pero imprescindible en la narración y mucho más en lo que sirve de base al relato, el hecho cierto. Pero en esta época el diestro que apasiona a los aficionados se da en contadas ocasiones, apenas el conde de Santiago en el siglo XVI (sic) [debe decir XVII], y si se da, los cronistas no lo nombran, que, en resumen, viene a ser lo mismo; parece que entonces las corridas de toros eran populares porque el público participaba de ellas y por la variedad de entretenimientos que se le ofrecían, no por la lucha partidista.
Y en efecto, así es. Los síntomas que presenta, dejan ver una notoria ausencia de protagonistas, mismos que configuraron aquel espectáculo. En alguna relación de sucesos, como la que en 1747 escribió el P Joseph Mariano de Abarca, encontramos infinidad de nombres de diversos caballeros que intervinieron en las fiestas de proclamación al trono de S.M. D. Fernando VI. Fueron fastuosas y con detalle no solo deja ver quiénes eran, con nombre y apellido, sino la forma en que salieron a la plaza. Toda esa información se puede encontrar en El Sol en León, rico documento al que por fortuna se puede acceder en los fondos reservados de nuestras más importantes bibliotecas, siendo la Biblioteca Nacional de México donde lo he consultado con auténtico gozo. En seguida, y para tranquilidad de quienes nos acercamos a las fuentes donde están aquellos datos que permiten construir un registro histórico más confiable, menciona la aparición del que es considerado como primer medio de información cotidiano. Me refiero a la Gaceta de México, esto a partir de 1722, misma que luego en forma intermitente se publicó en el periodo 1728-1742. Gracias a los buenos oficios de Salvador García Bolio,64 hoy contamos con una síntesis de esa emblemática publicación, de la cual desprendió los datos cuya relación con lo taurino, dejan ver lo abundante de su actividad en años clave del siglo XVIII, en los que quedan evidenciadas una serie de transformaciones que pasaron de esa etapa dominante en la que la nobleza detentó el control de aquel ejercicio caballeresco y, debido a dos razones importantes: el arribo de la casa reinante de los Borbones, y la influencia que ejerció el movimiento ilustrado, ello significó las modificaciones que derivaron primero en diversas actitudes de rechazo por parte de las autoridades, pero también la forma espontánea en la que el pueblo, hizo suyo el espectáculo taurino, comenzando así –aunque en forma primitiva-, la expresión del toreo de a pie. 64
Salvador García Bolio: GAZETA DE MÉXICO, 1722, 1728-1742. Recopiló (...). México, Bibliófilos Taurinos de México, s.a.e. 80 p. Ils., facs.
Incluida en José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del Boletín de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, 2).
Portada del N° 44 de la célebre Gazeta, aparecida en el mes de julio de 1731.
La mejor y más sencilla forma de sintetizar esos dos procesos históricos, es con la que presento a continuación algunas de mis conclusiones, mismas que también pueden leerse en mi libro Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana65 (en este caso en su séptimo capítulo). LOS SEÑORES DE A CABALLO SE VAN TROTANDO, TROTANDO HASTA DESAPARECER. EN MEDIO DE UNA NUBE DE POLVO EL TOREO SE HACE PUEBLO. Al comenzar el siglo XVIII, el agotamiento del toreo barroco en las dos Españas es evidente. El papel protagónico de la nobleza está amenazado con desaparecer luego de resentir el desdén con que trató a la fiesta de toros Felipe V, el primer rey español de la dinastía francesa de los Borbones. Dicho fenómeno ocasionó otro, el cual fue calificado por el reconocido investigador español Pedro Romero de Solís como el retorno del tumulto, esto es, cuando el pueblo se apoderó de las plazas para experimentar en ellas y trascender así su dominio. La aristocracia tuvo que bajarse muy pronto del caballo, a tal grado que con la gran fiesta del 30 de julio de 1725, afirma Moratín que se “acabó la raza de los caballeros”. El contraste fue el desarrollo de un movimiento popular con el que empiezan a tener éxito las corridas de a pie. La caballería estaba en quiebra. Pueblo y toro van a hacer la fiesta nueva, por lo cual todo está preparado para darle realce a aquel cambio con el que la tauromaquia sumará un nuevo capítulo en su trayectoria. Y ese pueblo comienza por estructurar la nueva forma de torear matando los toros de un modo rudimentario, con arpones y estoques de hoja ancha, y torean al animal con capas y manteos o con sombreros de enormes alas. Los de a pie ya no servirán a los jinetes, sino estos a aquellos. Los nuevos actores, muchos de ellos personajes anónimos, desplazan con acelerada rapidez a quienes alguna vez fueron protagonistas, los caballeros, que deseando no perder colocación, se prestan a cambiar su papel por el de “señores de vara larga” o lo que es lo mismo: picadores, que hoy en día se mantienen vigentes. Las variaciones experimentadas en nuestro territorio guardan una marcada diferencia respecto a las desarrolladas en España. Existe una preocupación por darle orden, misma que propició la publicación de la tauromaquia de José Delgado en 1796, nuestros antepasados solían divertirse, “inventando” formas de toreo acordes con el espíritu americano. Aunque no éramos ajenos a España. Tomás Venegas "El Gachupín Toreador" llegó a México en 1766 y se quedó entre nosotros, influyendo seguramente en los quehaceres taurómacos de estas tierras. A su vez Ramón de Rosas Hernández "El Indiano", mulato veracruzano quien emprendió viaje a España, actuando por allá en los últimos años del siglo XVIII, demostró en ruedos ibéricos que acá también había buenos toreros, sobresaliendo en las suertes de montar los toros, templando “ya sobre él, una guitarra y [consumada la suerte] cantará con todo primor el sonsatillo”. El "divertirse, inventando..." da lugar al anhelo de los novohispanos por definirse así mismos como individuos diferentes de quienes los condujeron política, religiosa, moral y socialmente, durante el largo periodo colonial. En algún momento deben haberse cuestionado sobre su papel, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos? Se aproximaban con rapidez a lo que será para ellos la independencia. Con este movimiento de liberación el mexicano aprendió a dirigirse por sí solo, en el toreo podemos encontrar esa evidencia, dándola a conocer cada tarde torera. Fue necesario incluir una riquísima gama de posibilidades que permitieron demostrar una capacidad creadora como nunca antes había ocurrido. Más adelante, podremos conocer parte de esas “locuras” o “frutos del ingenio” llevados a escena en las plazas de toros. Un importante código de valores permiten distinguir las jerarquías con que aparecían en escena todos los protagonistas. De ese modo, al traje que portaron aquellos personajes poco a poco comenzaron a añadírsele bandas distintivas, y luego las aplicaciones en metal -oro o plata- que definitivamente diferenciaron a las cuadrillas, tal y como llegan hasta nuestros días. Los primeros intentos que desplegaron los lidiadores americanos al acometer la nueva empresa, se dieron desde 1734, cuando Phelipe de Santiago, Capitan de los toreadores de a pie, intervinieron en las fiestas que se efectuaron aquel año, en “celebridad del ascenso al Virreynato de estta Nueva España del el 65
José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs.
Excmo. N. Sor. Dr. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta”, quien gobernó de 1734 a 1740. Aquí, Phelipe de Santiago y su cuadrilla salieron con vestidos “adornados con listón de Nápoles encarnado, de seda fina torcida, camisas de platilla, mitán amarillo, rasó de España amarillo también, para vueltas de los gabanes, y buches de los calzones elaborados con paño de Querétaro. Medias de capullo encarnadas y las toquillas de los sombreros finos con listón de China amarillo labrado, y corbatines adornados con encajes”. Más tarde encontraremos a un conjunto de “toreros” anónimos que, a los ojos de Rafael Landivar S.J., imprimieron el verdadero sabor de la tauromaquia autóctona mexicana, precisamente a la mitad del siglo XVIII, asunto del que daremos cuenta en capítulo posterior. Mientras tanto, toreros de la talla de Felipe Hernández “El Cuate”, Juan Sebastián “El Jerezano”, Alonso Gómez “El Zamorano”, Felipe “El Mexicano”, Cayetano Blanco, y José de Castro, se encargaron de avivar el fuego que iba en aumento conforme se acercaba la época en que el toreo en el nuevo país se colocó a la altura del practicado en España.
También es importante dedicar a este asunto, un buen conjunto de notas relacionadas con los efectos políticos e ideológicos que se manifestaron en buena parte de aquel siglo, los cuales fueron a ocasionar diversas reacciones en el contexto taurino. Por lo tanto, quisiera me permitan compartir con ustedes lo que pude analizar en la que fue mi tesis de maestría, misma que presenté para obtener el grado en 1996.66 Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, y como consecuencia de acontecimientos que provienen del XVIII, concentraba valores del siguiente jaez: -Lidia de toros "a muerte", como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia. -Montes parnasos,67 cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales,68 hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. Se conocen también otras posibilidades.69 66
José Francisco Coello Ugalde: “CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MEXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICION. (Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX)”. México, 1996 (tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 238 p. Ils. 67 Benjamín Flores Hernández. Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces (tesis de licenciatura), p. 101. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto. 68 Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX (1810 a 1863). Dicho libro está plagado de referencias y podemos ver ejemplos como los siguientes: -Los hombres gordos de Europa; -Los polvos de la madre Celestina; -La Tarasca; -El laberinto mexicano; -El macetón variado; -Los juegos de Sansón; -Las Carreras de Grecia (sic); -Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas. 69 Flores Hernández, op. cit., p. 47 y ss. Basto es el catálogo de "invenciones" que se instalaron en torno al toreo. -Lidia de toros en el Coliseo de México, desde 1762 -lidias en el matadero; -toros que se jugaron en el palenque de gallos; -correr astados en algunos teatros; -junto a las comedias de santos, peleas de gallos y corridas de novillos; -ningún elenco se consideraba completo mientras no contara con un "loco";
Forma esto un básico. Ese gran contexto se entremezclaba bajo cierto orden, esquemáticamente hablando. La reunión popular se encargaba de deformar ese proceso en un feliz discurrir de la fiesta como tal. Hasta aquí la brevedad de un panorama que se recuperará más tarde y que por ahora, sólo surge la intención de acudir a razones propias del siglo XVIII con el fin de entender de qué forma caminó la sociedad, la política y el caso particular aquí estudiado. El significado de que una casa como la de Borbón -francesa de formación- sirva para crear una reacción de choque con el pueblo español, está en entredicho. Felipe de Anjou plantea a Luis XIV70 su tío, que si bien es francés de origen, reina un pueblo como el hispano con el que tendrá que adaptarse a su circunstancia, afrancesándose las costumbres sí, pero sin que desencadenara aquello en un disturbio de orden antinacional, por motivo de sentido monárquico. Con la diversión de los toros, España, que vive intensamente el espectáculo sostenido por los estamentos, va a encontrar que estos no tienen ya mayor posibilidad de seguir en escena, pues el agotamiento que acusa el toreo barroco se vio, desde los primeros años del siglo XVIII, acentuado por el desdén con que Felipe V, el primer rey español de la dinastía francesa de los Borbones trató a la fiesta de toros.71 -otros personajes de la brega -estos sí, a los que parece, exclusivos de la Nueva España o cuando menos de América- eran los lazadores; -cuadrillas de mujeres toreras; -picar montado en un burro; -picar a un toro montado en otro toro; -toros embolados; -banderillas sui géneris. Por ejemplo, hacia 1815 y con motivo de la restauración del Deseado Fernando VII al trono español anunciaba el cartel que "...al quinto toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la plaza, para que sentados a ellas los toreros, banderilleen a un toro embolado"; -locos y maromeros; -asaetamiento de las reses, acoso y muerte por parte de una jauría de perros de presa; -dominguejos (figuras de tamaño natural que puestas ex profeso en la plaza eran embestidas por el toro. Las dichas figuras recuperaban su posición original gracias al plomo o algún otro material pesado fijo en la base y que permitía el continuo balanceo); -en los intermedios de las lidias de los toros se ofrecían regatas o, cuando menos, paseos de embarcaciones; -diversión, no muy frecuente aunque sí muy regocijante, era la de soltar al ruedo varios cerdos que debían ser lazados por ciegos; -la continua relación de lidia de toros en plazas de gallos; -galgos perseguidores que podrían dar caza a algunas veloces liebres que previamente se habían soltado por el ruedo; -persecuciones de venados acosados por perros sabuesos; -globos aerostáticos; -luces de artificio; -monte carnaval, monte parnaso o pirámide; -la cucaña, largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él. Además encontramos hombres montados en zancos, enanos, figuras que representan sentidos extraños. 70 Antonio Domínguez Ortiz: Sociedad y estado en el siglo XVIII español, p. 33. En 1709, la situación en Francia era demasiado crítica al grado que Luis XIV estaba ya resuelto (...) a renunciar a la lucha, sacrificando, si era preciso, a su nieto. No conformes con esto, los aliados exigían que el rey francés, con sus propias tropas, expulsara a Felipe V de España, suprema humillación a la que se negó. Por su parte, Felipe, ya por iniciativa propia, ya por impulsos de la reina y de la princesa de los Ursinos, mostró una determinación poco común en él y ofreció a sus pueblos luchar hasta el fin, con la ayuda francesa o sin ella, para mantener la Corona de España en su integridad. 71 Pedro Romero de Solís, et. al. Sevilla y la fiesta de toros, p. 62. Una idea de corte totalmente opuesto pero que es interesante considerarla, la ofrece Enrique Gil Calvo en Función de toros, p. 144. 1.-La institucionalización de las corridas es consecuencia de un hecho crucial, acaecido durante el siglo XVII, en la articulación de la estructura española de clases.
De tal suerte que lo mencionado aquí, no fue en deterioro de dicho quehacer; más bien provocó otra consecuencia no contemplada: el retorno del tumulto, esto es, cuando el pueblo se apodera de las condiciones del terreno para experimentar en él y trascender así el ejercicio del dominio. Sin embargo José Alameda (Carlos Fernández Valdemoro) dice que el carácter que Felipe V tiene de enemigo con la fiesta es refutable. Refutable en la medida en que La decadencia inevitable de la caballería y el cambio social con que la clase burguesa va desplazando a la aristocrática bajarán pronto al toreo del caballo.72
Sobre esta transformación, Néstor Luján ofrece factores testimoniales de acentuado interés al tema. Señala como una de las causas principales el cambio de manera de montar: pues se pasó de la ágil "a la jineta" a la lenta brida, con lo cual era difícil quebrar rejones. Con este sistema, es lógico que, refrenados los caballos se usase la vara de detener, que es la de los picadores. Sea como fuere, el caso es que las fiestas de toros a caballo empezaron a desaparecer. Con la gran fiesta de 1725 (del 30 de julio de 1725), afirma Moratín que se "acabó la raza de los caballeros". Y entonces, como paralelamente a esta desgana de los próceres por lo español, se desarrollaba un movimiento popular totalmente contrario, empiezan a tener éxito las corridas de a pie.73
Por su parte Alameda aduce que a Felipe de Anjou se le achaca el haber puesto fin a las fiestas del toreo a la jineta por despreciables, contribuyendo a su inmediata liquidación. Indudablemente esto último es cierto. Pero ahí se detienen sus críticos, a quienes se les olvida o desdeñan el resto de la cuestión, su contrapartida.74
Justifica este autor una serie de razones como el amanecer ilustrado que fue dándose en el curso de esa centuria, la más revolucionaria en el sentido de la avanzada racional. Pero estamos en el tramo comprendido entre 1725 y 1730. Ha pasado ya un cuarto de siglo luego de la toma del poder monárquico en España por parte del quinto Felipe. La caballería se halla en quiebra. El toreo a la jineta es un muerto en pie, que sólo necesita un empujón para derrumbarse. Pero el toro, raíz de la Fiesta, sigue ahí plantado en el plexo solar de España. Y frente a él está el pueblo. Pueblo y toro van a hacer la fiesta nueva. No el monarca (...)75
Y ese pueblo comienza por estructurar el nuevo modo de torear matando los toros de un modo 2.-Ese hecho, trascendental para todo el posterior desarrollo de la España moderna y contemporánea, supone la auténtica diferencia específica de la estructura de clases española, que así la separa y distingue del resto de estructuras de clase europeas. Y consiste en la inversión de la función de liderazgo: las clases antes dirigentes -durante el imperio de los Habsburgo- dimiten de su liderazgo social, cuya función queda así vacía y vacante. Consiguientemente, y en ausencia de élites dirigentes, el casticismo más plebeyista se impone, el liderazgo se invierte y son ahora las élites quienes imitan modos y maneras del vulgo y la plebe. 3.-En consecuencia, a resultas del casticismo de las élites, y vacante la función de liderazgo social por ausencia dimisionaria de quienes debieran desempeñarla, se produce en ensimismamiento y tibetanización de la nación española, que queda así clausurada -colapsada y bloqueada- por su desarticulación social invertebrada. Estos planteamientos que el autor destaca a contrapelo de la obra Goya y lo popular de José Ortega y Gasset, también se anteponen a la tradicional concepción de la permuta del toreo a caballo por el de a pie, debido a movilizaciones ideológicas de la cúpula monacal. 72 José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): EL HILO DEL TOREO. Madrid, Espasa-Calpe, 1989. 308 p. Ils., fots. (La Tauromaquia, 23)., p. 41. 73 Néstor Luján. Historia del Toreo. 2a. edición. Barcelona, Ediciones Destino, S.L. 1967. 440 p. ils., retrs., grabs., p. 13. 74 Alameda, op. cit. 75 Ibidem.
rudimentario, con arpones y estoques de hoja ancha, y torean al animal con capas y manteos o con sombreros de enormes alas, que promovieron, al ser prohibidos, el grotesco y sangriento motín de Esquilache. Benjamín Flores Hernández acierta en plantear que El arte taurómaco se revolucionó: la relación se había invertido y ya no eran los de a pie los que servían a los jinetes sino estos a aquellos.76
Todavía llegó a más el monarca francés: apoyó por decreto de 18 de junio de 1734 al torero Juan Miguel Rodríguez con pensión vitalicia de cien ducados. Apoyó asimismo la construcción de una plaza de madera para el toreo de a pie, cerca de la Puerta de Alcalá, que se inauguró el 22 de julio de 1743. Y todo ello ¿con qué propósito? (...) halagar al pueblo y mostrarle que está con él. No es permisible que Felipe realizara aquellos actos por lo que llamamos afición a los toros, por taurinismo, sino para ganarse su simpatía y su apoyo. Ello parece obvio.77
Antes de entrar en materia puramente política, para establecer el panorama que vive España durante el XVIII, conoceremos una visión general del papel que Felipe V, Fernando VI y Carlos III juegan a favor o en contra del toreo. Luego con un planteamiento de Jovellanos veremos como su fuerza influye en los valores populares. Anota Fernando Claramount que a partir de mediados del siglo XVIII ocurre el triunfo de la corriente popular que partiendo del vacío de la época de los últimos Austrias, crea el marchamo de la España costumbrista: los toros en primer lugar y, en torno, el flamenquismo, la gitanería y el majismo.78
Abundando: "gitanería", "majismo", "taurinismo", "flamenquismo" son desde el siglo que nos congrega terribles lacras de la sociedad española para ciertos críticos. Para otras mentalidades son expresión genuina de vitalidad, de garbo y personalidad propia, con valores culturales específicos de muy honda raigambre.79
Al ser revisada la obra mejor conocida como Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia80 de Francisco María de Silva, se da en ella algo que entraña la condición de la vida popular española. Se aprecia en tal retrato la sintomática respuesta que el pueblo fue dando a un aspecto de "corrupción", de "arrogancia" que ponen a funcionar un plebeyismo en potencia. Ello puede entenderse como una forma que presenta escalas en una España que en otros tiempos "tenía mayor dignidad" por lo cual su arrogancia devino en guapeza, y esta en majismo, respuestas de no querer perder carácter 76
Benjamín Flores Hernández: "La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas", México, 1982 (tesis de maestro, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 262 p., p. 31. 77 Alameda, ibidem., p. 43. 78 Fernando Claramount. Historia ilustrada de la tauromaquia. Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1988. (La Tauromaquia, 1617), T. I., p.156. Apud. Vicens Vives. Aproximación a la Historia de España. 79 Op. cit., p. 161. 80 Julián Marías. La España posible en tiempos de Carlos III. 2a. edición. Madrid, Revista de Occidente, 1980. Obras completas, 7 v. T. No. VII (p.293-429)., p. 371. Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia. París, 1780. Madrid Por D. Francisco María de Silve. Con licencia en Madrid: Por D. Antonio de Sancha. Año de MDCCLXXXI.
hegemónico del poderío de hazañas y alcances pasados (v. gr. el descubrimiento y conquista de América). Tal majismo se hace compatible con el plebeyismo y se proyecta hacia la sociedad de abajo a arriba. Lo veremos a continuación. Luján vuelve a hacernos el "quite" y dice: (...) coexiste en tanto un movimiento popular de reacción y casticismo; el pueblo se apega hondamente a sus propios atavíos, que en el siglo XVIII adquirieron en cada región su peculiar característica.81
Y hay cita de cada una de esas "características". Sin embargo Todo se va afrancesando cuando el siglo crece. "Nuestros niños aun sabían catecismo y ya hablaban el francés", escribe el P. Vélez. Vienen afeites del extranjero: agua de "lavanda", agua "champarell", agua de cerezas. Y, en medio de todo esto, la suciedad más frenética: cuando se escribió que era bueno lavarse diariamente las manos, la perplejidad fue total. Y cuando se dijo que igualmente se debía hacer con la cara, se consideró como una extravagancia de muy mal gusto, según los cronistas de entonces.82
El propósito de todo esto es que teniendo las bases suficientes de cuanto ocurría en España, esta a su vez, proyectaba a la Nueva España caracteres con una diferencia establecida por los tiempos de navegación y luego por los del asentamiento que tardaban en aposentar las novedades ya presentadas en España. De 30 a 40 días tomaban los recorridos que por supuesto tocaban varios puntos donde se daban relevos entre las naves. Creo que todas ellas (las novedades), por supuesto se atenuaron gracias al carácter americano, y estos comportamientos sociales fueron dando con el paso del tiempo con fenómenos como el criollismo, mismo que irrumpe lleno de madurez en la segunda mitad del siglo XVII. Por lo tanto, queremos embarcarnos de España con el conjunto todo de información y llegar a costas americanas para esparcir ese condimento y observar junto con la historia los síntomas registrados en lo social y en lo taurino que es lo que al fin y al cabo interesa. ¿Cómo se encuentra la España en cambio de monarquías? ¿Qué sucesión de acontecimientos significativos marcan pautas importantes en el devenir de la sociedad hispana? Procuraré la brevedad en las respuestas. Antes de la presencia borbona, la casa de Austria, dinastía rica y absoluta, se halla sostenida desde Carlos V (rey de España de 1517 a 1556); aunque con Felipe IV "heredero de la debilidad de su padre" (que gobernó como rey de España de 1621 a 1665) se perdió Portugal, el Rosellón y Cataluña. "...España, unida al imperio, ponía un peso terrible en la balanza de Europa" se perdió Portugal, el Rosellón y Cataluña. " En cuanto a la guerra de sucesión a la monarquía en España, Voltaire apunta que Las disposiciones de Inglaterra y de Holanda para poner, de ser posible, en el trono de España al archiduque Carlos, hijo del emperador, o por lo menos, para resistir a los Borbones, merecen, tal vez, la atención de todos los siglos.83
Entre graves conflictos por la posesión del reino84 ya gobernaba el Borbón Felipe de Anjou, nieto de 81
Luján, op. cit., p. 31. Ibidem., p. 32. 83 François Marie A. Voltaire: El siglo de Luis XIV. Versión directa de Nelida Orfila Reynal. México, Fondo de Cultura Económica, 1978. 637 p., p. 185. 84 Antonio Domínguez Ortiz: Sociedad y estado en el siglo XVIII español. Barcelona, Ariel, 1981. 532 p. (ARIELHISTORIA, 9)., 13. ¿Por qué este enorme interés, estos grandes sacrificios por el trono de una nación que parecía moribunda? ¿Eran exageradas las noticias sobre su decadencia? No. El estado de España en general y de Castilla en particular era desastroso. Pero con sus reinos agregados y con las Indias seguía siendo una inmensa fuerza potencial, el Imperio más grande en extensión, que también podría convertirse en el más fuerte y rico si era bien gobernado. 82
Luis XIV mismo que, al inicio del siglo XVIII se hallaba en la cumbre de su poder y de su gloria; pero los que conocían los resortes de las cortes de Europa y, sobre todo, los de la de Francia, empezaban a tener algunos reveses.85
La España de aquel entonces es un estado de desgracia auténtico es "un país desangrado por la guerra, carcomido por siglos de inepcia en el gobierno". 86 Acosan temporadas de fríos que parecen no terminar y la escasez de comestibles se hizo notar, como también la mortandad. Entre 1708 y 1709 sucedieron estas desgracias y justo en 1709, Luis XIV tomó la resolución formal de abandonar a Felipe V. El borbón conservó popularidad pero perdió partido y es que el monarca de España necesitaba conducirse con normalidad en un reinado que más tarde alcanzó prosperidad y entró a la época de la modernidad mostrando perfiles bien característicos, hasta el reinado de Carlos III.87 Sin afán de profundizar en el sistema de gobierno por parte de nuestro personaje, simplemente expondré un valor que le caracteriza; él quiere en todo momento hacerse condescendiente a la cultura hispana, y lo logra, pero interesa señalar que los ministros franceses de Felipe V y su enjambre cortesano, renuevan el aire español y lo enrarecen luego con la cultura francesa.88
Andando el tiempo, justo en 1724, ocurre la abdicación de Felipe V, provocada según Domínguez Ortiz a un "recrudecimiento de la dolencia mental del rey" sometida a escrúpulos religiosos, lo cual orientó su opinión al no llevar bien las riendas de la monarquía. El "castrato" Farinelli ayuda a superar los estados de depresión del monarca, quien en 1737 acusa gravedad, descuidándose en su persona, luego de padecer 20 años esos problemas. La reina Isabel de Farnesio pidió al "castrato" que cantara en una pieza contigua donde se hallaba su majestad con el fin de que ese fuera un remedio, luego de intentos fallidos. Y el remedio tuvo resultado. El borbón volvió a sentirse mejor y al querer compensar a Farinelli este sólo le pidió al rey que se arreglara en su persona y de nuevo atendiera los problemas del gobierno. Era entonces y se comportaba el rey como un extravagante. Se pierde entre la obscura selva de fueros y franquicias de las regiones españolas y echa de menos el centralismo francés y su montaje administrativo impecable.89
En ese estado de cosas pudo suceder el ya conocido desprecio que en gran medida se debió al cambio social -ese afrancesamiento del que fue permeándose la burguesía, la cual entra de lleno a una cultura que le es ajena pero que acepta para congratularse con el rey y su ministerio-. En tanto, el pueblo, asumiendo una posición ya conocida como del flamenquismo, gitanería, majismo, aprovecha esa concesión apoderándose de una estructura que en el fondo les pertenecía. Estamos ante lo que se conoce como una "reacción castiza". En seguida, se recoge un cuadro sintético del prereformismo borbónico, el cual nos orientará a otras latitudes.
85
Voltaire, op. cit. Luján, ibidem., p. 10. 87 Claramount, op. cit., p. 156. Entre los pensadores "ilustrados" más importantes, el padre Feijoo, Mayans y Jovellanos, junto al gaditano Vargas Ponce, forman un bloque antitaurino formidable. Frente a ellos don Nicolás Fernández de Moratín, don Ramón de la Cruz, Bayeis y Goya. A finales de siglo los hombres del pueblo no han oído hablar de la Enciclopedia; saben algo de la Revolución francesa, pero no demasiado. Ellos son romeristas, pepeillistas o costillaristas. 88 Luján, ib., p. 11. 89 Ib., p. 29. 86
Cuando caracterizamos al siglo XVIII español como reformista pensamos, ante todo, en la actividad desplegada durante el reinado de Carlos III, a la que sirvió de pórtico, en algunos sectores, la de los ministros de Fernando VI. El reformismo del primer borbón fue de distinto signo y, en general, mucho más moderado. No se propuso reformas ideológicas o sociales. Su finalidad era reforzar el Estado, para lo cual había que atacar sectores contiguos, en especial el económico. También debía asegurarse el control sobre una Iglesia prepotente. Tres son, por lo tanto, los aspectos a considerar: la reorganización del aparato estatal, el intervencionismo en el campo económico para lograr una mayor eficacia y el reforzamiento del regalismo en materia eclesiástica.90
Se va vislumbrando desde España una dispersión, un relajamiento de las costumbres, de las modas y modos, hasta llegar a extremos de orden sexual. Caemos pues, en el relajamiento de las costumbres mismo que se va a dar cuando el afrancesamiento, más que las ideas ilustradas es ya influyente. Para el último tercio del XVIII se manifiestan comportamientos muy agitados en la vida social. A continuación pasaré a revisar brevemente el motín de Esquilache. Sucede que con el motín se da un vuelco importante en el comportamiento taurino -que ya en lo social ha ocurrido y en forma muy profunda-. Como consecuencia, veinte años más tarde el Conde de Aranda pone en marcha sus propósitos por prohibir las corridas en 1785. Se llamaba Leopoldo Gregorio, Marqués de Squilacce que por extranjero y reformador a ultranza, pronto se ganó la antipatía. En la primavera de 1766 las cosechas resultaron desastrosas y el Marqués tomó medidas que ocasionaron inconformidad entre los agricultores que, deseando aplicar precio especial a sus escasos productos, solo encontraron el bloqueo de Esquilache. Hasta que a fines de 1765 se desató el conocido motín contra el personaje, considerado como motín del pueblo en contra del ministro por las medidas de policía adoptadas por este, produciendo el natural descontento de las capas bajas del pueblo de Madrid (Obsérvese hacia donde se dirige tal condición: a las capas bajas del pueblo... N. del A.) Lo que saca de quicio por el fondo del argumento es la absurda medida del marqués quien encauzó la prohibición del uso de capas largas y sombreros redondos, lo cual ocasionó -como era de esperarse- un nuevo brote de violencia, justo en 23 de marzo de 1766. La casa de Esquilacce fue saqueada, Carlos III huyó de la corte encontrando refugio en Aranjuez. Allí cedió a lo que pedían los amotinados, "por su piedad y amor al pueblo de Madrid". En adelante, quedaba permitido el uso de capas largas y sombreros redondos y "todo traje español", a toda clase de personas. También accedió el rey a rebajar el precio de las subsistencias y a suprimir la junta de abastos.91
En seguida Esquilache también fue destituido de sus funciones. Lo que llama la atención es que el motín arrojó consecuencias que fueron de orden histórico-político muy especiales. En el cambio ministerial, Aranda reajusta las disposiciones que puso en práctica su antecesor. El motín fue móvil perfecto para la expulsión de los jesuitas, ya que estos y su papel sirvieron de pretexto para adoptar la medida. Se acusaba a miembros de la compañía como activistas directos en aquellas jornadas de revuelta. El Conde de Aranda pone en marcha propósitos bien firmes por prohibir las corridas en 1785. Sin embargo, pueden observarse medidas de control -que no de prohibición- en un anticipo de reglamento elaborado en la Nueva España en 1768.92 El control social -en la corona española- que ya es manifiesto durante el siglo XVIII, surge como tal desde el primer tercio del XVII, creando una conciencia muy abierta pendiente de los deslices sociales 90
Domínguez Ortiz, ibidem., p. 84. Gonzalo Anes. El antiguo régimen: Los borbones, 2a. edición. Madrid, Alianza Editorial, 1976 (Alianza Universal, 44). 4 vols. Vol. IV. Historia de España. Alfaguara. 513 p., p. 372. 92 Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM). Ramo: Diversiones Públicas. Toros. Leg. 855 exp. Nº 20. Bando de los Sres. Regidores Comisionados para las Corridas de Toros, sobre el buen orden en la Plaza. 4f. 91
que fueron cayendo en un síntoma total de permanencia, causado por aspectos como la guerra de Treinta años en 1635 de España con Francia cuya amenaza, para soliviantarla en territorios del dominio hispano, buscaba apelar al factor providencial con el cual, y de pasada, sosegar la vida relajada. Respecto a las corridas de toros, estas nos muestran el dominio de nobles sobre plebeyos y luego un vuelco donde los segundos vinieron a tener el control sobre los primeros, lo cual terminó con un viejo sistema de poder.93 Y esas mismas corridas van a ser -para muchos ilustrados- signo de una sangrienta y bárbara diversión que solo podía agradar a aquellos que se oponían al progreso y a la civilización. En cuanto a la proyección recibida en América, por ahora no me detendré en revisión minuciosa del toreo novohispano, ya que este conservaba una línea similar a la española con sus particulares características. Y es que importa revelar todo lo anterior a la luz de los hechos, gracias a que conformaron una estructura la cual fue adquiriendo fisonomía propia de la que emergieron todas aquellas posibilidades técnicas del toreo de a pie. Creo que de no haber hecho revisión al panorama de antecedentes se tendría una idea vaga del significado de este quehacer. Por otro lado, debo decir que justo la forma que ha venido adquiriendo el prolegómeno de esta tesis, asume una posición planteada por Enrique Florescano en estos términos: Los historiadores, antes preocupados por el cambio violento y las crisis que parecían anunciar el acabamiento de una época y el comienzo de otra, hoy muestran un interés decidido por las PERMANENCIAS Y LAS CONTINUIDADES.94
Bien, luego de este entremés de Clío, prosigamos. Va a ser importante referir las maneras en que los novohispanos de fines del XVIII reciben y aplican las alternativas de la "reacción castiza" propia del pueblo español, reacción que aquí se incrementó junto a otra de similares condiciones. Me refiero a la reacción criollista,95 dada como resultado a los ataques de parte de ilustrados europeos entre algunos de los cuales opera un cambio de mentalidad irracional basado en la absurda idea sobre lo ínfimo en América. Buffon, Raynal, de Pauw se encargan de despreciar dicha capacidad a partir de puras muestras de inferioridad, de degeneración. Todo es nada en el Nuevo Mundo. Ese conjunto de diatribas sirven para mover al criollo a su natural malestar y a preparar respuestas que comprueben no solo igualdad sino un hondo deseo de mostrar toda su superioridad, lo cual le permite descubrirse a sí mismo. Ese modo de comportarse da al mexicano sellos originales de nacionalismo criollo, un nacionalismo que no se significará en cuanto tal para el toreo, aunque este va a asumir una propia y natural expresión. Y si natural puede llamarse al estado de cosas que se anunciaba, es decir, la independencia, ésta se enriqueció a partir de factores en los que A pesar de encontrar oposición, España continuó con la extensa reorganización de su imperio durante los
93
Juan Pedro Viqueira Albán: ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces. México, Fondo de Cultura Económica, 1987. 302 p. ils., maps., "La reacción o los toros", pp. 23-52. 94 El Búho (Suplemento cultural de EXCELSIOR), N° 318 del 13 de octubre de 1991. "Enrique Florescano y el nuevo pasado mexicano". 95 Edmundo O'Gorman: Meditaciones sobre el Criollismo. Discurso de ingreso en la Academia Mexicana correspondiente de la Española. Respuesta del académico de número y Cronista de la Ciudad, señor don Salvador Novo. México, Centro de Estudios de Historia de México, CONDUMEX, S.A., 1970. 45 p., p. 24. El criollismo es, pues, el hecho concreto en que encarna nuestra idea del ser de la Nueva España y de su historia; pero no ya entendido como mera categoría racial o de arraigo domiciliario, ni tampoco como un "tema" más entre otros de la historia colonial, sino como la forma visible de su interior dialéctica y la clave del ritmo de su desenlace.
últimos años del siglo XVIII, proceso al que comúnmente se le conoce como las Reformas Borbónicas.96 Estableció un ejército colonial, reorganizó las fronteras administrativas y territoriales, introdujo el sistema de intendencias, restringió los privilegios del clero, reestructuró comercios, aumentó los impuestos y abolió la venta de oficios. Estos cambios alteraron antiguos acuerdos socieconómicos y políticos en detrimento de muchos americanos.97
Luego, con el relajamiento van de la mano el regalismo y un centralismo, aspectos estos importantísimos para la corona y su política en América desde el siglo XVI, de los cuales se cuestiona si favorecieron o contrariaron el carácter americano. Ello es posible de confirmar en las apreciaciones hechas por Hipólito Villarroel en su obra de 1769, Enfermedades políticas... donde se acusa una total sociedad desintegrada, tal y como puede palparse a continuación: El desorden de todas las instituciones era responsable de la despoblación y destrucción de los habitantes y el gobierno debía remediarlo mediante una nueva legislación para todo. Las grandes ciudades como la de México, se cargaban de maleantes y de lupanares y todo sucedía a la vista de las autoridades, porque también representaban otra carga de personas varias, ostentosas e insoportables. Todos vivían como se les antojaba y llegaban a perturbar hasta el reposo, de día y de noche, y no se atendía a los reglamentos que existían para uno de los corregidores.98
Las ideas planteadas por Jovellanos, se extendieron pronto en México y, para 1820 circulaba un impreso que alcanzó a tener una importante cobertura e influencia. Biblioteca Central del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Fondo Reservado.
96
Las Reformas Borbónicas en México son los cambios propiciados por el gobierno español y las medidas que se tomaron para llevarlos a cabo. 97 Universidad de México. Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México. Septiembre, 1991. "El proceso político de la Independencia Hispanoamericana" por Jaime E. Rodríguez O., p. 10. 98 Carlos Bosch García. La polarización regalista de la Nueva España. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1990 (Serie Historia Novohispana, 41). 186 p., p. 155.
De nuevo el relajamiento, respuesta dispersora de la sociedad, 99 misma que encuentra oposición de parte de los ilustrados, quienes definen al toreo como un entretenimiento tan cruel y sangriento como éste, [que] era indigno de una nación culta. ¿Qué podía pensarse, decían ellos, de un pueblo que gozaba viendo cómo se sacrificaba a un animal que no hacía más que defenderse y cómo un hombre arriesgaba su vida, y a veces la perdía, sin razón alguna?100
Ellos mismos se encargaron de encontrarle muchos males sociales. Así, con sus observaciones detectan oficinas de gobierno vacías; padres que gastan sumas elevadas para ir a ellas (a las corridas), privando de necesidades vitales a sus familias lo cual en suma ocasionaba el empobrecimiento de la población. Y en otros términos caían en la tentación del dispendio. Los ilustrados encabezados por Feijoo, Clavijo y Cadalso, se oponen. Para Campomanes el toreo es la ruina y en Jovellanos es la negativa de popularidad total sin embargo, a todos ellos, se contrapone Francisco de Goya y toda su fuerza representativa, misma que dejó testimonio vivo de lo que fueron y significaron aquellas fiestas bajo el dominio de Carlos IV. Y es que Goya deja de padecer la guerra y sobre todo la reacción inmediata a ella, refugiándose en la sugerencia que Nicolás Fernández de Moratín le ofrece en su Carta Histórica.101 Es decir, ese recrear la influencia de los moros y que a su vez quedó impresa en el toreo, es el resultado directo de la TAUROMAQUIA de Goya. Por su parte Gaspar Melchor de Jovellanos propone luego de concienzudo análisis, que la estatura del conocimiento permite ver en los pensadores un concepto del toreo entendido como diversión sangrienta y bárbara. Ya Gonzalo Fernández de Oviedo pondera el horror con que la piadosa y magnífica Isabel la Católica vio una de estas fiestas, no se si en Medina del Campo [escribe Jovellanos]. Como pensase esta buena señora en proscribir tan feroz espectáculo, el deseo de conservarla sugirió a algunos cortesanos un arbitrio para aplacar su disgusto. Dijéronle que envainadas las astas de los toros en otras más grandes, para que vueltas las puntas adentro se templase el golpe, no podría resultar herida penetrante. El medio fue aplaudido y abrazado en aquel tiempo; pero pues ningún testimonio nos asegura la continuación de su uso, de creer en que los cortesanos, divertida aquella buena señora del propósito de desterrar tan arriesgada diversión, volvieron a disfrutarla con toda su fiereza.102
Jovellanos plantea en su obra PAN Y TOROS el estado de la sociedad española en el arranque del siglo XIX. Es una imagen de descomposición y relajamiento al mismo tiempo y al verter sus opiniones sobre los toros es para satirizarlos diciendo que estas fiestas "ilustran nuestros entendimientos delicados, dulcifican nuestra inclinación a la humanidad, divierten nuestra aplicación laboriosa, y nos prepara a las acciones guerreras y magnánimas". Pero por otro lado su posición es subrayar el fomento hacia las malas costumbres cotejando para ello a culturas como la griega con el mundo español que hace suyo el espectáculo, llevándolo por terrenos de la anarquía y la barbarie, sin educación también que no tienen los españoles -a su juicio- frente a ingleses o franceses ilustrados. Y así se distingue para 99
Viqueira, Op. cit., p. 16. No está de más señalar que esta idea de un "relajamiento" generalizado de las costumbres forma parte de una caracterización más bien positiva de la situación económica, social y cultural de la Nueva España en ese siglo: penetración del pensamiento ilustrado, de la filosofía y de las ciencias modernas, múltiples reformas con el "fin de promover el progreso espiritual y material del reino novohispano" (reformas administrativas, medidas estatales filantrópicas y de beneficencia social), todo eso acompañado y sostenido por un "auge de la riqueza" debido al enorme aumento de la producción minera. 100 Ibidem., p. 43. 101 Nicolás Fernández de Moratín. Las fiestas de toros en España Vid. Delgado, José: La Tauromaquia. (Véase bibliografía). 102 Gaspar Melchor de Jovellanos: Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la ley agraria. Edición de José Lagé. 4a. edición. Madrid, Cátedra, S.A. 1983 (Letras Hispánicas, 61). 332 p., p. 95-6.
Jovellanos España de todas las naciones del mundo. Pero: "Haya pan y toros y más que no haya otra cosa. Gobierno ilustrado, pan y toros pide el pueblo, y pan y toros es la comidilla de España y pan y toros debe proporcionársele para hacer en los demás cuanto se te antoje". Hago aquí reflexión del papel monárquico frente a las propuestas de Jovellanos. Cuanto ocurrió bajo los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos III se puede definir como etapa esplendorosa, que facilitó la transición del toreo, de a caballo al de a pie, permitiendo asimismo que la fiesta pasara de un estado primitivo, a otro que alcanzó aspectos de orden a partir de la redacción de tauromaquias como Noche fantástica, ideático divertimento (...) y la de José Delgado que sigue siendo un sustento por las muchas implicaciones que emanan de ella y aun son vigentes. La llegada al poder de Carlos IV significó la llegada también de los ideales ilustrados ocasionando esta coincidencia un férreo objetivo por desestabilizar al pueblo y su fiesta. En alguna medida los ilustrados lo lograron, pero ello no fue en detrimento del curso del espectáculo. La crítica jovellaniana recae en opiniones casadas con la civilización y el progreso, tal y como fue vertida por Carlos Monsiváis a propósito de la representación de la ópera "Carmen" efectuada el 22 de abril de 1994 en la plaza de toros "México"103. Sin duda, existen personajes públicos en suma bien preparados que lo mismo aceptan o rechazan los toros como espectáculo o como fiesta. Esto siempre ha ocurrido, aunque no ha sido así cuando pretenden ir más allá y atentar contra la fiesta de toros. Pocas iniciativas han prosperado (en el caso de esta tesis, un conjunto de factores sociales, económicos e históricos son motivo de profundo análisis para entender el por qué de la prohibición de 1867). En algunos países latinoamericanos, luego de definirse sus respectivas formas de gobierno -casi siempre militarista, centralista, dictatorial-, fueron liquidadas las demostraciones taurinas (esto lo analizaré más adelante). De regreso con los borbones, quienes al igual que la católica Isabel, dispusieron un cambio de fisonomía para la fiesta de toros. Sin embargo, como hemos visto, la continuidad se garantiza gracias a la forma en que el pueblo la acepta y se apropia, proporcionándole -conforme a cada época- un sello propio. Y tanto la "buena señora... (volvió) a disfrutarla con toda su fiereza", así también los borbones apoyan inclusive la promoción de la fiesta en diversos sentidos, que ni la "Pragmática-sanción" con la cual se "prohibían las fiestas de toros de muerte en los pueblos del Reino" de 1785 provocó daño alguno y las cosas siguieron un curso normal. Que hubiera en Nueva España algunos virreyes poco afectos a los toros es natural, pero una prohibición de gran alcance no se dejó notar. En 1801 el virrey Marquina, el de la famosa fuente en que se orina prohibió una corrida ya celebrada con mucha pompa, a pesar de la gota del simpático personaje.
Talla en relieve ubicada en forma individual, junto con otras tantas piezas en la antigua ex – hacienda “Molinos de Caballeros”, a un costado del río Lerma, en el estado de México. Podrían tratarse de elementos iconográficos que estuvieron colocados en esa antigua casa solariega. Su antigüedad se remonta al año de 1646. 103
Véase La Jornada Nº 3454, del 21 de abril de 1994, p. 59: "Sobre las corridas de toros".
En el ambiente continuaba ese aire ilustrado que por fin encontró modo de coartar las diversiones taurinas, por lo menos de 1805 a 1809 cuando no se sabe de registro alguno de fiestas en la ciudad de México. Y es que fue aplicada la Novísima Recopilación, cédula que aparece en 1805 bajo el signo de la prohibición "absolutamente en todo el reino, sin excepción de la corte, las fiestas de toros y de novillos de (sic) muerte". En el fondo se pretendía Abolir unos espectáculos que, al paso que son poco favorables a la humanidad que caracteriza a los españoles, causan un perjuicio a la agricultura por el estorbo que ponen, a la ganadería vacuna y caballar, y el atraso de la industria por el lastimoso desperdicio de tiempo que ocasionaban en días que deben ocupar en sus labores.104
Y bien, bajo todo este panorama, ¿qué era del toreo ya no tanto en el curso del siglo XVIII, tan ampliamente conocido; sino el que se desarrolla en el siglo XIX? No hay mucho que decir. El toreo va a mostrar una sucesión en la que los protagonistas principales que fueron los caballeros serán personajes secundarios en una diversión casi exclusiva al toreo de a pie, mismo que adquiría y asumía valores desordenados sí, pero legítimos. Es más. En una corrida de toros de la época, pues, tenía indiscutible cabida cualquier manera de enfrentarse el hombre con el bovino, a pie o a caballo, con tal de que significara empeño gracioso o gala de valentía. A nadie se le ocurría, entonces, pretender restar méritos a la labor del diestro si éste no se ceñía muy estrictamente a formas preestablecidas.105
A su vez, las fiestas en medio de ese desorden, lograban cautivar, trascender y permanecer en el gusto no sólo de un pueblo que se divertía; no sólo de los gobernantes y caudillos que hasta llegó a haber más de uno que se enfrentó a los toros. También el espíritu emancipador empujaba a lograr una autenticidad taurómaca nacional. Y se ha escrito "desorden", resultado de un feliz comportamiento social, que resquebrajaba el viejo orden. Desorden, que es sinónimo de anarquía es resultado de comportamientos muy significativos entre fines del siglo XVIII y buena parte del XIX. Por eso, vale la pena detenerme un momento para explicar que el hecho de acudir continuamente a la expresión "anarquía", es porque no se da y ni se va a dar bajo calificación peyorativa. Es más bien, una manera de explicar la condición del toreo cuando este asume unas características más propias, alejándose en consecuencia de los lineamientos españoles, aunque su traza arquitectónica haya quedado plasmada de manera permanente en las distintas etapas del toreo mexicano; que también supo andar sólo. Así rebasaron la frontera del XIX y continuaron su marcha bajo sintomáticos cambios y variantes que, para la historia taurómaca se enriquece sobremanera, pues participan activamente algunos de los más representativos personajes del momento: Hidalgo, Allende, Morelos o el jefe interino de la provincia de México Luis Quintanar. Años más tarde, las corridas de toros decayeron (un incendio en la plaza San Pablo causó larga espera, desde 1821 y hasta 1833 en que se reinauguró). Prevalecía también aquel ambiente antihispano, que tomó la cruel decisión (cruel y no, ya que no fueron en realidad tantos) de la expulsión de españoles justo en el régimen de Gómez Pedraza, y que Vicente Guerrero, la decidió y enfrentó-. De ese grupo de numerosos hispanos avecindados en México, había comerciantes, mismos que no se podía ni debía lanzar, pues ellos constituían un soporte, un sustento de la economía cabisbaja de un México en reciente despertar libertario. En medio de ese turbio ambiente, pocas son las referencias que se reúnen para dar una idea del trasfondo taurino en el cambio que operó en plena mexicanidad. Con la de nuestros antepasados era posible sostener un espectáculo que caía en la improvisación más 104
Flores Hernández, ib., p. 263. Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México)., p. 111. 105
absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas ya relatadas atrás con amplitud. Y aunque diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando, lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. Escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero tan de poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia. Mientras tanto, Bentura Remacha, nos sigue deleitando con los registros que la Gazeta aportó como forma de entender la dinámica taurina novohispana.
Es esta una fiel representación del sabor barroco mexicano de fines del siglo XVIII, cuando el virrey Conde de Gálvez, uno de los más entusiastas taurinos de aquella época pudo admirar esta estampa, reproducida en un biombo. ”Corrida de toros”. Siglo XVIII. Col. Pedro Aspe Armella. Fuente: ARTES DE MÉXICO. La ciudad de México I. Enero 1964/49-50.
Y en un cierre o remate del todo subjetivo, me parecen oportunas las palabras que, en su momento dejó plasmadas en calidad de conferencia Juan Bustos, a la sazón Cronista Oficial de la Ciudad de Granada, cuando al ocuparse de “Frascuelo y su tiempo” como tema central, pero dándonos los antecedentes obligados apunta: (…) tendrán que pasar los reinados de los primeros reyes borbones, durante los que sufre la fiesta el despego de estos monarcas, que la consideran costumbre brutal e incivilizada. Estos reyes no prohíben las corridas de toros. Se limitan a no ir a ellas, les vuelven la espalda. Esta actitud la siguen también los aristócratas –“los bravos caballeros”, citados por la condesa D´Aulnoy un siglo antes-, que dejan de practicar el toreo ecuestre, con lo que este terreno que los nobles a caballo abandonan acaba por ocuparlo el pueblo, pero a pie, y aquellos sirvientes de baja estofa que habían auxiliado a sus amos anteriormente, como
peones, se convierten en incipientes lidiadores.106
Y no conforme con lo dicho hasta aquí, el propio Bustos deja en claro la nueva contemplación de todo ese desentendimiento como sigue: Así que, a comienzos del siglo XVIII, la nobleza se retira y el pueblo empieza a imponer sus hábitos. Tras el vistoso y espectacular rejoneo, que dejan de ejecutar los caballeros, empieza a surgir el toreo de capa, un toreo aun primitivo y rudimentario, como es natural. Hasta carece de una muleta original, ni siquiera generalizada, como de forma reglamentaria. A lo más que llegan algunos de aquellos valientes es a enfrentarse al toro con un pedazo de tela en la mano, un lienzo generalmente blanco. Los primeros diestros, casi todos de origen navarro, son los que adoptan el citado trapo. Sería, tiempo después, a Francisco Romero, de la célebre dinastía rondeña de este apellido, a quien se le ocurriría colgar de un palo aquel pedazo de tela, naciendo la muleta propiamente dicha. Todavía no había suertes, tal como las entendemos hoy, en aquella tosca Tauromaquia. Si acaso, las primeras suertes que se irían creando poco a poco, obviamente burladas y desprovistas de gracia y estética, serían suertes más defensivas que artísticas. En la hora suprema pronto imperaría, aunque también de un modo simple, sin la perfección que alcanzaría posteriormente, la suerte de recibir.107
Con estas interesantes apreciaciones, tenemos claro aquel primer gran desenlace que detonó en la presencia contundente del toreo a pie, tanto en España como en la última etapa también, de la Nueva España.
106
Juan Bustos: Frascuelo y su tiempo, por (…), Cronista Oficial de la Ciudad de Granada. Granada, Ayuntamiento de Granada, Fundación Caja de Granada, 1998. 86 p. Ils., fots., p. 16. 107 Op. Cit., p. 17.
8 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año XI, Madrid, 28 de enero de 1954, N° 501.
Los apuntes que van poniendo el necesario colorido a estas notas, van de esa deliciosa descripción del “monte carnaval”…
Gabriel Ferry (Seud. Luis de Bellamare): La vida civil en México por (...). Presentación de Germán List Arzubide. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1974. (Col. popular CIUDAD DE MEXICO, 23). 111 p.
…al levantamiento que organizaron los encrespados habitantes del rincón que hoy día pertenece al estado de Morelos (me refiero a Tlayacapan) por negarles el sacerdote unas fiestas de toros, asunto que llegó hasta el escritorio del virrey, quien logró mediar y resolver la situación. También nos esteramos de que al momento de la toma de poder en el gobierno de la Nueva España por parte del marqués de Croix, se determinó organizar –como era costumbre-, las corridas de toros. Tuvieron el acierto de que los beneficios obtenidos de tales festejos, fuesen a dar a la obra pública, que por aquellos años de 1769 en adelante, eran urgentes y necesarias. Entre los espadas contratados estuvieron dos de origen sevillano (según “Barico II”). Nos referimos a Tomás Venegas “El Gachupín Toreador” y Pedro Montero, acompañados también por “El Cuate”, sobrenombre que llevaba Felipe Hernández y bueno para las suertes a caballo. “El Gachupín Toreador”. Surge aquí tan emblemático personaje, quien al parecer llegó a territorio novohispano allá por 1765, y todavía estaba vigente a finales de aquel siglo, incluso como consejero pues se le pidió opinión en un proyecto arquitectónico que propuso el valenciano Manuel Tolsá. De él, comparto unas notas que preparé por allá de 1999.108 108
José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs.
Recreación de Tomás Venegas, “El Gachupín Toreador”, por Antonio Navarrete: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs., p. 32. “EL GACHUPÍN TOREADOR” INFLUYENTE ESPADA ESPAÑOL ENTRE LOS TOREROS NOVOHISPANOS. Transcurre el año de 1766. Tomás Venegas "El Gachupín Toreador" arriba a la Nueva España anunciándose como "El Gachupín Valenciano". Entre la numerosa bibliografía que se ocupa de la historia del toreo en México, dicho año no aparece por ningún lado. Afortunadamente un documento manuscrito de enorme valor, nos revela los primeros pasos por ruedos novohispanos del espada en cuestión. Se trata de la “QUENTA Y Razón, (...) del producto, y gastos de Plaza de Toros lidiados en la de el Bolador, á la celebridad de Nupcias del Serenísimo Principe de Asturias DON CARLOS DE BORBÓN, nuestro Señor, con la Serenissima Princesa DOÑA LUISA DE PARMA”, propiedad de la extensa y rica biblioteca del Lic. Julio Téllez a quien debemos este hallazgo. Como ya vimos, el escenario fue la plaza del "Volador"; el documento en cuestión nos describe una serie de componentes que nos dan idea de la magnificencia, del aparato y boato alcanzado en varios días de fiestas, celebradas en mayo de aquel año. En el ambiente se respiran ideales reformistas y un patriotismo criollo que se elevaba amenazante, de cara al sistema colonial que ya se degeneraba frente al nuevo orden de ideas. Era este "el siglo de las luces".
Junto con el "Gachupín" alternaron Luis, Mondragón y Becerra. El torero español cobró $175.00, mientras que los criollos Mondragón y Becerra sólo obtuvieron $60.00. Desde entonces se notaron las preferencias (cualquier semejanza con la actualidad, es pura coincidencia). Destacan entre las curiosidades mencionadas en el documento, el uso de luminarias, barquillos cuya nieve era traída -para sofocar el calor de mayo- desde el mismísimo Popocatépetl. Aparece también una referencia de "dominguejos", figuras alegóricas formadas de carrizo, con una base redonda donde se colocaba plomo o material pesado, consiguiéndose así que el toro embistiese fúrico aquel monigote que también, en diversas ocasiones lo aderezaban de cohetes estallando al menor derrote del astado. Para estos festejos se compraron 90 toros de “La Goleta”, propiedad de don Agustín de Quintela, hacienda situada en el hoy estado de Querétaro, a 8 pesos cada uno. También se lidiaron 30 de la hacienda del "Salto" de don Pedro Lorenzo Rodríguez, pagados al mismo precio. Los toros se concentraron quizás en algún anexo al Volador para ser jugados. Hubo rejones de quebrar, banderillas de fuego, "liebres corridas", perros, etc. La presencia de Tomás Venegas es muy particular. Prófugo al parecer de la justicia española, llegó a la Nueva España en 1766 (o quizás un año antes, en septiembre). Su vigencia y trascendencia ocupa el último tercio del siglo XVIII, pues si ya en 1792 se sabe de su última actuación, en 1794 le piden parecer en un proyecto para la construcción de una plaza de toros de madera. Dicho proyecto fue elaborado por el célebre arquitecto Manuel Tolsá, quien fundió la famosa estatua dedicada al rey Carlos IV, mejor conocida como “El Caballito”. Tomás Venegas dio el soporte técnico a los toreros de a pie, con el cual, los diestros nacionales entendieron perfectamente su papel en la tauromaquia a fines del siglo XVIII y principios del XIX.
9 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año XI, Madrid, 4 de febrero de 1954, N° 502.
Elaboradas con el peculiar estilo que impuso “Barico II”, las notas de su novena parte son, sin exagerarlo, suculenta recreación que logró luego de la intensa lectura a la obra de Nicolás Rangel, nutriendo así su propia “Historia taurina de Méjico”. Sólo hay un párrafo en el que simple y sencillamente fijo mi desacuerdo, y es aquel en el que se indica: En este momento la Fiesta de toros tenía gran incremento, y casi se puede afirmar que éste es el punto de partida de Méjico ganadero de reses bravas. Las ganaderías de “La Goleta”, “San Nicolás” y “San Pablo” mezclaron su sangre con toros de Concha y Sierra, Miura, Anastasio Martín y Arribas para aumentar su casta, y de ahí han salido todas las buenas ganaderías aztecas”.
Como se podrá comprobar, ni Concha y Sierra, ni Miura. Tampoco Anastasio Martín o Arribas Hnos. existían para entonces (se entiende que la visión se concentra en el último tercio del siglo XVIII). En todo caso estaban allí las que influyeron en su momento, siendo necesario el transcurso del tiempo y todo un conjunto de personajes que poco a poco definieron el curso de casta, simiente y demás elementos con que se formaron las ganaderías madre en España, mismas que ya integradas (para ello tuvo que pasar un siglo cabal), se sumaron al capítulo de profesionalización habida en el campo bravo mexicano. Aciertos y errores es el balance de un periodo que va de 1887 a 1906 aproximadamente; funcionó bien en unas ganaderías, y mal o muy mal en otras. DESDE FINES DEL SIGLO XVIII SE INCORPORA SANGRE ESPAÑOLA A UNA GANADERÍA MEXICANA: GUANAMÉ. En esta ocasión me ocuparé de GUANAMÉ, ganadería que se constituye, en principio por sangre española a fines del siglo XVIII, por lo que debemos considerarla como una de las primeras con cimiento y simiente españoles, a reserva de este otro dato que nos proporciona Agustín Linares, cuando nos habla sobre en su libro EL TORO DE LIDIA EN MÉXICO que nos dice sobre PARANGUEO: La enorme hacienda de san Nicolás de Parangueo, fundada por Vasco de Quiroga, ocupaba una cuarta parte del estado de Guanajuato, en el distrito del Valle de Santiago. Por estar rodeada de siete volcanes en actividad -posteriormente apagados-, tomó el nombre de Parangueo, que significa en tarasco “lugar rodeado de siete luminarias”. Desde muy antiguo, había en los bosques cercanos toros salvajes de gran fuerza y fiereza, que junto a los importados de Navarra por Vasco de Quiroga en 1536 -época de Felipe V-, y los de Valladolid -tiempos de Fernando VI-, fueron base de la ganadería. Sus primeros toros, de mucho poder, eran la pesadilla de los contratistas de caballos. No se puede precisar la fecha exacta en que se empezó a criar y fomentar el ganado, aunque algunos suponen fue en la indicada de 1536. Por falta de suficientes datos para comprobar de una manera fehaciente cuándo se inició la ganadería, admitiremos el lugar que se le adjudica, con las consiguientes reservas. Se ignora los propietarios que siguieron a Vasco de Quiroga, y posteriormente, sólo se habla del Conde de Santiago, tal vez de la familia dueña de Atenco. De este la adquirió en 1675 un probable descendiente de Juan Francisco Retana, llamado Pedro Bautista, de igual apellido.109
Ahora bien, entre ese 1536 y el siguiente siglo va a darse un fenómeno que se conoce como el siglo de la depresión en la Nueva España, el cual se identifica con las actividades de la economía durante la colonia para conocer los comportamientos demográficos que se dieron en forma agresiva a causa de nuevas enfermedades, la desintegración de la economía nativa y las malas condiciones de vida que siguieron a la conquista. Este fenómeno tuvo su momento más crítico desde 1540 y hasta mediados del siglo XVII, mostrando bajos índices de población, entre los indígenas y los españoles (hacia 1650 se 109
Agustín Linares: EL TORO DE LIDIA EN MÉXICO. Prólogo de Renato Leduc. México, Talleres “Offset Vilar”, 1953. 258 p. Ils., retrs. fots., p. 33.
estiman 125,000 blancos en Nueva España y unos 12,000 indígenas). La población indígena alcanzó una etapa de estabilidad, luego de los efectos señalados, a mediados del siglo XVIII “aunque siempre a un ritmo menor que el aumento de las mezclas de sangre y de los no indígenas”. Es interesante observar que la explosión demográfica de cabezas de ganado mayor y menor contra un decremento sustancial de los indígenas y blancos, originó un estado de cosas donde dichos ganados mostraron no solo sobrepoblación sino que el hábitat se vulneró y se desquició lo cual no permite un aumento de la producción, pues los costos de abatieron tremendamente. Ese siglo de la depresión -con recuperaciones en distintas épocas-, tuvo también los efectos de todo aquello que no podía atenderse a nivel agrícola y ganadero por falta de mano de obra, lo cual provocó escasez y carestía; hambre y miseria. Nueva España gozó en cierto momento de mejores condiciones incluso que España o Europa, pero su economía tan castigada ya no podía mantener una opulencia que se tornó absurda, en medio de la depresión. Pero ante todo esto debía haber soluciones. Se empezó por reducir el consumo pródigo de mano de obra. Contra el número significativo de construcciones religiosas del siglo XVI que fue importante y que ocupaba mucha mano de obra indígena. Y esto fue gracias al peonaje por endeudamiento mientras el encomendero formaba su hacienda. Todo aquel indígena que se incorporaba al trabajo en las haciendas, adoptaba la lengua española, se casaba con otros grupos indígenas, mezclando sangre, lo cual dio origen a una cultura híbrida. Esto, contribuyó a la formación de la nación mexicana, con todo y paradoja de peonaje por endeudamiento de por medio. Peonaje por endeudamiento y economía basada en el latifundio, como dos razones que surgieron de la depresión ya conocida, se proyectan “casi hasta nuestros días” provocando, entre otros efectos, la revolución de 1910. La continuidad de este fenómeno, ya como mera circunstancia que se mantiene en el carácter de una probable conexión, habida con la presencia del ganado cimarrón, ganado criollo, también se va a conectar con datos que nos proporciona José Julio Barbabosa, en este tenor: “Antigua de Atenco, mezclada con S. Diego de los padres, Atenco con Navarro (ví jugar este toro, p.a mi cualquier cosa) con Miura, Saltillo, Benjumea, Concha y Sierra y con toro de Ybarra, (feo pero buen torito), además, las cruzas de estos toros con vacas de S. Diego, por tanto no bajan de tener 12 clases diferentes de toros en el repetido Atenco, ¿cuál de tantas razas será la buena? “ [hacia mayo de 1898].110
José Julio Barbabosa, dueño que fue de la hacienda de Santín, nos dice en notas manuscritas del año 1887 haber visto jugar toros de Guanamé, cuya cruza es de origen salamanquino, castellano y criollo. Al respecto anota que: ...el 6 del presente (noviembre de 1887) (se) dió una corrida en la plaza del Paseo a la q.e yo asistí y de la q.e hablaré algo, se jugaron 3 toros de Guanamé y dos Españoles, los de Guanamé cuya hacienda está cerca de S. Luis Potosí, son toros de muchas libras, buena presencia y bravos; en mi consepto son los mejores de todos los del bajío q.e hasta hoy he visto, se dise q.e esta raza fue traida esprofesamente de Andalucia para lid, los tres q.e vi jugar aunque a uno se desechó por abanto, repito q.e fueron bravos, no demostraron mucha ley, pues ni recargan, sin embargo siempre acuden al cite y por su grande corpulencia aunque no recargan repito, derriban a los picadores muchas veces, noté q.e no tuvieron los tres toros mencionados, un juego claro y noble, no sé acertivamente si dependerá de su edad, los toros pasaban de seis años cada uno; los dos Españoles fueron malos, a uno lo hecharon del redondel y el otro también lo merecía, sin embargo 110
José Julio Barbabosa: Nº 1/Orijen de la raza brava/de Santín, y algunas cosas notables/q.e ocurran en /ella/J(osé) J(ulio) B(arbabosa). Santín Nbre 1º/(18)86 (Manuscrito) 182 pp. (p. 133-4). Esta obra, la del señor Barbabosa, es, en sí misma esencial para desentrañar algunos de los oscuros pasajes que sobre el origen de su propia ganadería, y el de algunas otras, se nos presenta como una fuente primordial para el estudio de la ganadería de toros bravos en México.
de q.e el público silbó esto pasó; vamos a la cuadrilla, de Diego nada digo por q.e ya di mi opinión antes cuando hablé de su beneficio, su segundo un tal “Zocato” peor q.e él, así pues creo q.e solo valen algo para los lances de capa y nada más, por q.e no vi, ni buena dirección, ni buenas estocadas, si en cambio se siguió una costumbre de estos espadas de España q.e tal vez á mí, por no tener refinado gusto, me fastidia y aburre estraordinariamente; la costumbre a q.e aludo es la siguiente: después de haber dado 2 o 3 pinchazos dan 1 ó media estocada, después por supuesto de haber dado al toro 30 ó 40 pases de muleta, porque hay q.e advertir que como nunca resiben al toro, sino q.e todas sus estocadas y pinchasos son á volapie, necesitan cansar al toro con la muleta hasta q.e este se queda parado para consumar la suerte de volapié, así pues sea por lo cansado, ó por los pinchazos y estocada, q.e creo q.e será por ambas cosas, tanto toros españoles como mejicanos se van a la barrera, y ahí van espadas, banderilleros y cuanta gente hay en el redondel á tirar su capa al toro a derecha, izquierda al frente y por donde se puede, el toro q.e está mal herido, y más q.e esto aburrido, con tanta capa, ahí lo tiene como una hora parado tirando cornadas al sin número de capas q.e como maldición del cielo llueven de las manos de los afamados diestros, y a mi exasperado, pues repito q.e a mí, en lugar de agradarme me choca este proceder, y no me explico para q.e es esa tormenta de capotazos; sin embargo me conformo reflexionando q.e si así lo hacen tendrán razones fundadas para ello, y si yo no las veo es por q.e yo soy profano y ellos maestros teóricos y prácticos; no puede creerse otra cosa puesto q.e al gran Mazzantini desde su primera corrida que dio en Puebla se le vio esta práctica, los banderilleros regulares, Saleri arrojado pero ningún aplomo, todas carreras brincos y saltos q.e para mi salían sobrando, los picadores q.e fueron mejicanos pasaderos haciéndoles favor, así pues creo q.e el público juzgaba bien al creer q.e Diego y su cuadrilla eran una medianía.111
En 1937, cincuenta años después, Carlos Cuesta Baquero confirma el dicho y para eso va más allá, diciéndonos que don Bernardo de Gálvez (Conde de Gálvez, hijo de don Matías de Gálvez, virrey Nº 49, que gobernó durante el reinado del rey Carlos III del 17 de junio de 1785 al 30 de noviembre de 1786 en que murió. La audiencia gobernó hasta el 8 de mayo de 1787) fue quien trajo los toros españoles de lidia, “pie” de simiente en la hacienda de Guanamé, ubicada en el estado de san Luis Potosí. A Cuesta Baquero se lo contó Pedro Nolasco Acosta y quedó confirmado, desde 1882 cuando tuvo oportunidad de conversar con el señor Atanasio Hernández Soberón, propietario en su momento de la mencionada hacienda. El mismo afirmaba: Los toros bravos de mi ganadería “Guanamé” provienen de toros de lidia que importó de España el virrey Conde de Gálvez. Son toros de casta salamanquina y castellana”
Y la reseña continua: Guanamé, extinta ganadería mexicana que tuvo prestigio durante los años que van de 1800 hasta los años mismos de la Revolución. Ubicada en el estado de san Luis Potosí era la predilecta de los aficionados potosinos. Estaba a una distancia de veinte leguas de la ciudad de san Luis, y a las plazas de toros de esa capital llevaban encierros de cinco o seis toros de Guanamé, domingo a domingo. Alrededor de 150 han de haberse lidiado anualmente. También enviaban algunas corridas -pocas, sólo tres o cuatro- a las plazas de Saltillo y Zacatecas. Cuando ya hubo ferrocarril entre san Luis Potosí y la ciudad de México, vinieron toros de Guanamé a las plazas “El Paseo”, “Colón” y “Bucareli”, pero no con frecuencia. El origen de esta vacada fue de toros españoles dedicados a la lidia, no de reses para el abasto. Los importó, con la finalidad de formar ganadería, el Conde de Gálvez, de nombre don Bernardo de Gálvez, hijo de don Matías. Ambos tuvieron el cargo de virreyes en la Nueva España y don Bernardo fue de los gobernantes que protegió la fiesta taurómaca. Por esto quiso hacerse ganadero, criando toros bravos en una de las extensas haciendas que poseyó en el entonces Departamento de San Luis Potosí. Realizó su propósito con reses salamanquinas. No está especificado de cuál de las numerosas vacadas de la provincia de Salamanca, si bien todas gozaban de aceptación en los cosos españoles, lidiándose 111
Op. cit., p. 45-8.
frecuentemente en el de Madrid. Que los primitivos toros de Guanamé tuvieron de progenitores a reses salamanquinas, lo sé por conversaciones que tuve con el señor don Atanasio Hernández Soberón, propietario de la hacienda en el lapso de los años 1875 a 1884, como ha venido apuntando Roque Solares Tacubac. El citado señor Hernández Soberón y yo fuimos vecinos de domicilio, a una distancia de cien metros. Además, frecuentemente iba yo acompañando a mi amigo el espada potosino Pedro Nolasco Acosta, a pagar, en el despacho del señor Hernández Soberón, el valor de los toros que iban a ser lidiados. Hago estas aclaraciones debido a que uno de mis amigos muy apreciados publicó en un historial de las ganaderías bravas mexicanas que los toros de Guanamé eran descendientes de la ganadería castellana propiedad del Duque de Veragua. Los toros españoles importados -fuesen salamanquinos o castellanos veragüeños- estuvieron alojados en las dehesas potosinas después de fallecido el Conde de Gálvez, que los encargó en el último de los nueve años que tuvo de virreinato (de 1785 a 1794) [aquí aclaro que sólo gobernó poco más de un año, del 17 de junio de 1785 al 30 de noviembre de 1786 en que murió, por lo que fue en ese mismo periodo en que tuvieron que darse todas las condiciones deseadas por Gálvez N. del A.]. La descendencia de esos bureles estuvo apta para la lidia a comienzos del siglo XIX -1800- y la ganadería fue formada en la primera década, de 1800 a 1810. Esa es la antigüedad que tuvo.
En cuanto a las observaciones hechas por Carlos Cuesta Baquero, al respecto de testimonios orales que fue acumulando para conformar su propia idea sobre el origen y desarrollo de la hacienda potosina de Guanamé, veamos que dice en sus notas: Se conservó la casta, aunque no emplearon cuidados para refinarla. En Guanamé no se hacía tienta como es usual, ni de otra manera, ni aun la de pelele o dominguillo. Lo único que hacían era tener apartadas las camadas en potreros especiales, nombrados “El Burrito”, “Los Tajos”, y “El Estribo”. Los de este sitio eran toros de mayor confianza y elegidos para las corridas postineras, en las que era necesario que los bureles hicieran honor a la divisa y a su fama. Los toros de Guanamé eran corpulentos, de buen trapío -algo bastos, sin exageración como siempre fueron sus ascendientes- bravos y nobles. Excepcionalmente resultaba alguno marrajo. Por el aspecto imponente y por la resistencia que tenían, soportando la brega sin fatigas, causaban temor en los toreros, ya fuesen mexicanos o españoles. La costumbre de torearlos hizo que los lidiadores potosinos -Pedro Nolasco Acosta y compañeros- los vieran indiferentemente. Pero los toreros de otros lugares, que habían escuchado platicar de los toros potosinos, los deseaban. Por esto rehusaban contratos para torear en san Luis Potosí y sólo iban a esa ciudad cuando estaban urgidos de dinero, por no tener solicitud en otras plazas. Ir a san Luis Potosí considerábase realizar una hazaña. El temor aumentó desde que hubo las tremendas cogidas que motivaron el fallecimiento del incipiente torero aborigen Juan Aguirre y la muy grave lesión que sufrió el espada aragonés Nicanor Villa “Villita”, y pocos años después el trágico fallecimiento del novillero español Manuel Cuadrado “El Gordito”, nativo de Sanlucar de Barrameda, coterráneo de “Señó Manué” Hermosilla. Entonces, los toros de Guanamé adquirieron la fatídica nombradía de los miureños. Y así se les nombró: los miuras mexicanos. Gozaron de esa significación haciendo pareja con las reses de la ganadería de Atlanga. La repulsión de algunos espadas hacia los toros de Guanamé y la facilidad que, por medio de los ferrocarriles, surgió para sustituirlos por los de otras vacadas, aunque estuvieran lejanas de la capital potosina, hicieron que perdieran ese mercado. Tuvo escasa solicitud de corridas y dos Mariano Hernández Ceballos -propietario sucesor de don Atanasio Hernández Soberón- pretendió poner el remedio, haciendo un cruzamiento de vacas de su ganadería con sementales de Atenco. La finalidad era que los toros perdieran corpulencia, sin menguar en bravura. No consiguió lo deseado: prosiguieron igualmente corpulentos y siendo bravos, pero ya no pastueños, sino de genio, de temperamento. La Revolución vino a terminar con el problema, aniquilando la ganadería. Siendo muy numerosa, los jefes revolucionarios la eligieron para abastecedora de sus tropas. Diariamente llevábanse por ferrocarril
numerosas reses que eran sacrificadas en lugares lejanos. Así terminó la ganadería de Guanamé, que en su divisa tenía los colores verde y negro.112
En su época de mayor auge tal fue la apoteosis, que un número de LA MULETA dedicó una hermosa cromolitografía como memoria de aquel glorioso momento. Sin embargo, poco tiempo después, la de Guanamé vino a menos pues los fiascos se repitieron tanto que dejaron de comprarse encierros para las plazas de toros de la capital. Guanamé desapareció al comenzar el siglo XX, pero le queda el orgullo de ser la primer ganadería en que se cruzaron toros y vacas españoles, con toros y vacas netamente mexicanos. Personalmente puedo afirmar que si bien, luego de la conquista llegó ganado fundamentalmente para el abasto que, o procedía directamente de la península o ya se habían aclimatado en diferentes islas americanas que sirvieron como antesala y criadero al mismo tiempo, mientras concluía el proceso de conquista en cuanto tal, para dar paso al de la colonización. Este ganado como ya se insinuó -venido de la península ibérica- fue el que se reprodujo en una zona muy amplia (buena parte de mesoamérica), al grado de que atravesó una geografía accidentada. Consideremos el crecimiento desmesurado que alcanzó el ganado durante estos primeros años del desarrollo de la ganadería en México, de tal forma que fue imposible poner control, lo cual permitió que se extendiera hasta puntos tan alejados como Zacatecas. Así por ejemplo, el año de 1587 en los reportes marítimos se anota el movimiento de 74,350 cueros tan sólo de la Nueva España, mas 35,444 de Santo Domingo, dando un total de 99,794. Juan de Torquemada, autor de la Monarquía Indiana nos advierte que en sesenta estancias, tan sólo del valle de Toluca llegó a haber cerca de ciento cincuenta mil cabezas de ganado vacuno. ¡Una barbaridad! Allí fue donde se produjo un fenómeno que definiría como eclecticismo de castas. La turbulencia del ir y venir del ganado a partir del fenómeno de explosión demográfica durante el siglo de la depresión, debe haber causado no una crisis, sino un ciclo de retroalimentaciones que, al cabo de muchos años después resiente una condición de riqueza, pero también de un retorno renovado que pudo arrastrar serias evidencias de la casta navarra que tanta inquietud provocan en mis investigaciones acerca de esa presencia. Probablemente parte de esa sobrepoblación se quedó en san Luis y hasta pudo darse el caso de un regreso, que sufrió lógicas alteraciones, hasta su lugar de origen. En el caso recurrente de Atenco, esta hacienda probablemente dio cabida a ganado de casta, pero también destinado para el abasto que, en medio de esa mezcla caótica pudo haber logrado algún perfil característico y semejante al de la casta navarra, de la que se dice, tuvo su asentamiento en el valle matlazinca. Así recordamos las notas que José Julio Barbabosa nos proporciona y que aparecieron en la primera parte de este trabajo, sobre la relación que guardó Atenco, cuyos toros, a fines del siglo XIX eran resultado de una mezcla diversa de castas. Y aquel toro que nació y creció a la sombra del nevado de Toluca, guardó semejanzas con el navarro que se lidiaba en España. Las crónicas o reseñas, mucho menos todo el conjunto de datos que investigué directamente en el fondo conocido como CONDES SANTIAGO DE CALIMAYA, alojado en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, de la Universidad Nacional Autónoma de México, no nos dicen específica y particularmente de alguna insinuación que nos lleve a pensar que lo navarro está vigente. Para regresar con Guanamé y terminar con este hermoso asunto hoy ya solo dentro del mar de historias debo decir que, esta ganadería se localiza en el génesis de las que se van a consolidar estructuralmente con todo un conjunto de cruzamientos entre sangre española y mexicana. De Atenco planteo mis dudas, pues si bien se debe en gran medida a aquel fenómeno cíclico de la salida y el regreso de cabezas de ganado en dimensiones desproporcionadas durante el siglo XVI, y más tarde (como lo indica José Julio Barbabosa con esa apreciación de 1898, que debe estar sustentada por aquel 112
LA LIDIA. Revista gráfica taurina, año II, Nº 53 del 26 de noviembre de 1943.
o aquellos toro(s), hijo(s) del semental de Zalduendo que se adquirió en 1888), hay una señal navarra en Atenco, pero es hasta finales del siglo XIX en que se encuentra por primera vez una evidencia que así lo marca con fuerza. Se apunta que desde época lejana: “El propietario de la vacada se preocupó por cruzar sus reses criollas con sementales magníficos traídos de la península. Fueron de Ibarra113 los primeros que se trajeron; más tarde, don Rafael Barbabosa, padre de los actuales propietarios de la Hacienda, trajo también tres hermosos sementales y algunas vaquillas hispanas. “Continuó haciéndose la selección de toros y vacas; año con año se trabajaba activamente apartando los becerros y becerras que no hacían buena pelea en las tientas, mandando al matadero todo aquello que no fuera satisfactorio. Esta es la única manera de lograr tener una ganadería brava. “Falleció don Rafael, y no parece sino que su última recomendación a sus amorosos hijos fue: “No descuiden los toros bravos, sigan por el camino que yo les tracé, que sólo así podrán ver algún día la divisa de las haciendas que les dejo en lo más alto de la Catedral Taurina “Continuaron los trabajos y desvelos de los señores Barbabosa. Cada año eran más interesantes las tientas; a medida que la sangre iba siendo más pura, el número de toros y vacas que fallaban iba siendo menor, al grado de que en los últimos años bien pocas fueron las reses que hubo que desechar”.114
También José María de Cossío entra al quite y comenta: He aquí un ejemplo curioso: en el siglo XVI, el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, al que acompaña en la conquista de México, obtuvo como repartimiento el pueblo de Calimaya y otros anejos, en el valle de Toluca, con los que formó la magnífica hacienda de Atenco. Para poblarla hizo venir, entre otro ganado, doce pares de toros y vacas, seleccionados, de Navarra, que fueron la base de la famosa ganadería de Atenco, que han perdurado con crédito hasta nuestros días. Hoy ha experimentado cruzas que han hecho desaparecer sus características; pero de tiempo aun no muy lejano he oído decir a toreros que les lidiaron, como Antonio Fuentes y Rafael el Gallo, que conservaban las mismas características de los toros navarros españoles, y que una corrida de toros de Atenco se parecía a una corrida de Zalduendo o Carriquiri, como si fueran hermanos.115
Hasta aquí un conjunto de nuevos datos, a partir de viejas historias que nos remiten ya no tanto al origen, sino al desarrollo mismo de la hacienda ganadera con fines y usos destinados a la plaza de toros todavía durante la colonia, pero que alcanzará sus mejores momentos, como inicio de ese sentido profesional que se atribuye, a partir de la que considero como la “reconquista vestida de luces” que va a manifestarse con todo su potencial, a partir de 1887. REFLEXIONES FINALES EN LA NOVENA ENTREGA. 113
La ganadería de Ibarra, de don Eduardo Ibarra, tiene el registro de que por primera vez lidió en Madrid el 8 de febrero de 1885. Dichos toros proceden directamente de la casta Vistahermosa. Don Manuel Barbabosa preparó en mayo de 1912 un conjunto de notas intituladas: DATOS DE LA GANADERÍA DE SAN DIEGO DE LOS PADRES de la propiedad de los Señores Rafael Barbabosa Sucesores, vecinos de Toluca, Edo. de México. Extraigo algunos apuntes interesantes: Estos señores, ya con la simiente habida así como con el trato de los toreros que fueron viniendo a la república, entre los que se cuentan Juan Ruíz “Lagartija”, Manuel Hermosilla, “El Tortero”, Diego Prieto “Cuatrodedos”, dieron un impulso a la ganadería, pues ellos hacían algunas tientas y aún hacían la distribución del ganado. Más adelante, por los años de 1893 a 1897 Juan Jiménez “El Ecijano” dirigió la retienta de las vacas y el año de 1896 les vendió a los Sres. Barbabosa un toro de la ganadería de Ibarra que al ser lidiado en la plaza de Bucareli el año anterior se le perdonó la vida pero como el toro era ya viejo murió al poco tiempo habiéndose logrado poco de él. 114 El Universal Taurino. Número extraordinario, Tomo III, Nº 81, del 2 de mayo de 1923, pp. 48. 115 José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1997. 12 v., V. I., p. 254. En lo personal, difiero de Cossío, en términos de que, como se dijo en las reflexiones de la primera entrega de “La Historia Taurina de Méjico” los procedimientos para concretar aquel famoso pie de simiente en Atenco, fueron definitivamente otros.
Al diferir de manera particular con José María de Cossío, no me pone en condiciones de ofender o atentar frente a su muy bien reputada presencia en los círculos intelectuales primero. Entre los taurinos pensantes, después. Sin embargo, haber realizado una minuciosa y exhaustiva investigación (cerca de 30 años) destinada a conocer procesos de génesis, afirmación y desarrollo en la unidad de producción agrícola y ganadera que conocemos como Atenco, me parece oportuno compartir los principales resultados que reuní en mi tesis doctoral en historia, con vistas a mostrar las nuevas interpretaciones que se tienen al respecto de ese emblemático espacio. Van, por tanto Introducción, Índice o Temario y Conclusiones.116 INTRODUCCIÓN El valle de Toluca, territorio generoso, fue espacio desde el siglo XVI para el asentamiento y desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas, recién establecidas por los españoles, en los años inmediatamente posteriores a la conquista. En 1526 Hernán Cortés revela un quehacer que lo coloca como uno de los primeros ganaderos de la Nueva España, actividad que se desarrolló en el valle de Toluca. En una carta del 16 de septiembre de aquel año Hernán se dirigió a su padre Martín Cortés haciendo mención de sus posesiones en Nueva España y muy en especial "Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos..." Dos años más tarde, y por conducto del propio Cortés, le fueron cedidas en encomienda a su primo el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemajalco, lugar donde luego se estableció la hacienda de Atenco.117 116
José Francisco Coello Ugalde: ATENCO: LA GANADERÍA DE TOROS BRAVOS MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XIX. ESPLENDOR Y PERMANENCIA. México, 2005 (proyecto de tesis doctoral en Historia. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 251p. + 933 (Anexos).ils., fots., grabs., facs., mapas. 117 Flora Elena Sánchez Arreola: “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 p. Planos, grafcs., p. 15. El 6 de diciembre de 1616 don Fernando Altamirano y Velasco obtuvo del Rey Felipe III el título de Conde de Santiago Calimaya. Los Condes estuvieron emparentados con la oligarquía novohispana, heredaron varios Mayorazgos “y llegaron a ser probablemente los más poderosos hacendados del virreinato, con vastas propiedades diseminadas por todo el país”. Por su parte, Vicente Villanueva, estudioso de la génesis en Atenco, menciona lo siguiente: Ponencia sobre el origen de la Hacienda de Atenco por Vicente Villanueva A finales de 1520, año de la caída de Tenochtitlan, el conquistador Hernán Cortés dio inicio a la repartición entre sus huestes del botín obtenido en sus campañas militares contra el imperio azteca. En virtud de que las riquezas logradas mediante las armas no fueron suficientes para satisfacer las demandas de sus hombres (socios del capitán extremeño en la empresa de la Conquista), la Corona española instituyó las Encomiendas, a fin de premiar a los conquistadores y encomenderos tanto con mercedes de tierras (solares de los pueblos, caballerías de tierras o estancias de ganado menor y mayor), como con otro tipo de concesiones tributarias. Por su parte, Cortés se resistió cuanto pudo a la repartición de la tierra, pero tuvo buen cuidado de adjudicarse grandes extensiones de terreno y de cobrar -además del Quinto Real- otro tanto para él, en su calidad de Capitán General. Entre las tierras que Cortés se adjudicó, destacaron las localizadas en la zona de Matlatzinco (sometida por los conquistadores Andrés de Tapia y Gonzalo de Sandoval), que destacaba por su abundancia en pastos y agua e idónea para la crianza de todo tipo de ganado. Dio comienzo entonces en la zona un proceso intensivo de población animal con especies tanto mayores (bovinos y equinos) como menores (aves, ganado caprino y porcino), que a instancias de Cortés fueron traídos a México procedentes de la isla La Española por el jerezano Gregorio de Villalobos. Durante los años de 1521 y 1523 -previos a la accidentada expedición de Cortés a las Hibueras-, el conquistador permaneció en la región de Matlatzinco ocupado en tareas tanto de ordenamiento administrativo de las tierras conquistadas, como en las labores de poblamiento tanto humano como pecuario de la región, en la que se establecieron muchos pobladores de origen portugués, poseedores de una considerable tradición agrícola y ganadera, así como una abundante
Es a Gutiérrez Altamirano a quien se le atribuye, haber traído las primeras reses con las que se formó Atenco, la más añeja de todas las ganaderías “de toros bravos” en México, cuyo origen se remonta al 19 de noviembre de 1528, la cual se conserva en el mismo sitio hasta nuestros días y ostenta de igual forma, con algún cambio en el diseño el fierro quemador de la…
…peculiar.118
mano de obra vaquera, compuesta en gran medida por esclavos negros, ante la negativa de la población indígena a trabajar con los ganados de origen europeo. Antes de enfrentar las muchas vicisitudes políticas que caracterizaron sus últimos años de su vida, Hernán Cortés – convertido ya en un hombre muy rico por su genio personal y en Marqués por la gracia real-, tuvo la previsión de arreglar su situación testamentaria a fin de legarle la sus parientes y sus muchos hijos (tanto legítimos como naturales, a los cuales legalizó para incluirlos en su herencia) sus grandes propiedades territoriales. La segunda oleada de españoles llegados a la Nueva España estuvo compuesta por españoles dispuestos a poblar y colonizar los nuevos territorios conquistados; entre los recién llegados destacó un personaje que resultaría crucial para la historia de la ganadería en el Valle de Toluca: el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, un abogado extremeño educado en Salamanca y nombrado corregidor de Texcoco, quien se ocupó de la defensa legal de Cortés en su disputa con Diego Velázquez contra cuya autoridad Cortés se había revelado al fundar el Ayuntamiento de Veracruz, para recibir de éste el nombramiento de Capitán General y poder así desconocer al entonces gobernador de Cuba y recurrir directamente y sin la intermediación de Velázquez, a la protección del rey Carlos I. El pleito con Diego Velázquez dejó de ser una preocupación para Cortés cuando el conquistador de Cuba falleció en 1524, sin embargo el licenciado Gutiérrez Altamirano continuó muy allegado al futuro Marqués, merced a su casamiento con una prima suya, doña Juana Pizarro Altamirano. Más tarde, en 1529, la segunda esposa de Cortés, la marquesa Juana Ramírez de Arellano, en combinación con el licenciado Gutiérrez Altamirano, consiguieron despojar de su herencia a Catalina Pizarro, hija de Cortés y de su primera esposa, Catalina Suárez, cuñada de Diego Velázquez. Por este y otros servicios, la marquesa benefició al licenciado con la cesión de la estancia de Atenco, que Gutiérrez Altamirano acrecentó con otras adquisiciones de tierras y con algunas donaciones del primer virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, con lo cual el primo político de Cortés se convirtió en el propietario de una enorme extensión de tierras en el Valle de Toluca, integrada no solo por la hacienda de Atenco sino también por varias estancias anexas, que desde 1558 integraron el Mayorazgo de la familia. Años más tarde, Fernando Altamirano y Velasco, nieto de Juan Gutiérrez Altamirano, contrajo nupcias con la nieta del virrey Luis de Velasco, enlace por el que obtuvo una merced real de Felipe III por la que se le otorgó el título de conde de Santiago de Calimaya, que comprendía las haciendas de Atenco, Cuauhtenco y Almoloya, así como los ranchos de Tepemaxalco, San Agustín, San Nicolás y Santiaguito. La hacienda de Atenco como se conoce desde el siglo XIX fue el resultado de posteriores deslindes de tierras y nuevas titulaciones (denominadas “composiciones”) mediante las cuales se introdujeron ajustes en la propiedad de la enorme extensión de tierra que integraba el condado de Santiago de Calimaya. A partir de esta recomposición territorial se incorporaron a esta importante región agrícola y ganadera nuevas familias que se vieron beneficiadas por este proceso, como los Pliego y los Barbabosa, estos últimos íntimamente ligados a la historia taurina nacional como propietarios de las haciendas de San Diego de los Padres, Santín, San Agustín Calimaya, Tepemajalco, Santiaguito y por supuesto, la legendaria hacienda de Atenco, fundadora de la ganadería nacional. Tomado de: La Bitácora de Rafael Medina de la Serna. Secretario de actas de Bibliófilos Taurinos de México, A.C. http://www.bibliofilostaurinos.com.mx/public_7.html / 30.07.2008 118 Isaac Velázquez Morales: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI”. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997. En dicho trabajo, su autor muestra una relación de los fierros quemadores de ganaderías del Valle de Toluca, registrados ante escribano real a fin del siglo XVII, cuando el de Atenco, ni siquiera tenía el rasgo que hoy día caracteriza a esa marca de fuego con la que se distinguen a los toros de esta ganadería.
En la hacienda de Atenco se pusieron en práctica las nuevas condiciones de crianza. La propiedad cambió a lo largo de los siglos de una familia a otra, inicialmente de los Gutiérrez Altamirano, pasó a la familia Cervantes y para el siglo XIX a la de los Barbabosa. Cada una de las familias contribuyó al fortalecimiento de la hacienda y a aumentar su extensión a lo largo de cuatro siglos. Durante la segunda mitad del siglo XIX la hacienda contaba con 3,000 hectáreas y 2,977 en 1903 cuando esta propiedad se convirtió en una gran hacienda,119 cuya actividad central fue la de la crianza de ganados diversos, del que sobresale el destinado a la lidia (motivo este que merece una atención especial en el presente trabajo), así como de actividades agrícolas, la producción de cera y los derivados de la leche, sin olvidar el hecho que también hubo una producción lacustre, ya que se aprovechó el paso del río Lerma. Actualmente se administra bajo el concepto de ex–ejido y cuenta sólo con 98 hectáreas, por lo que sorprende el hecho que esté vigente después de un historial de 479 años. A través de esta tesis se pretende conocer en forma por demás precisa, la actividad que desarrolló Atenco a lo largo del siglo XIX, alcanzando un lugar destacado en la crianza de toros bravos. De ahí que se considere el presente como un estudio de caso.120 Se busca mostrar en este trabajo como se dio en Atenco la reproducción y crianza de ganado bravo, mismo que fue aprovechado para estimular la fiesta brava, sobre todo en el centro del país. La hacienda de Atenco como muchas otras de la época era agrícola y ganadera, pero para el caso particular de esta tesis interesa destacar el desarrollo de todos aquellos quehaceres relacionados con la reproducción y crianza de toros para la lidia. No obstante, debe decirse que los toros de Atenco fueron en buena medida la base en los ingresos de la hacienda. Pero ante todo, deberá entenderse el significado de Atenco como el nutriente principal de la fiesta taurina decimonónica, ya que no hubo, en una buena cantidad de años, otro hacienda que se le comparara en la dinámica que podremos comprobar de manera gráfica, misma manera que sintetiza el importante volumen de ganado que tan peculiar unidad de producción fue capaz de aportar. En segundo lugar interesa explicar los cambios que se dieron en la fiesta brava y la manera en que la Hacienda de Atenco y sus propietarios influyeron en ella. Para comprender mejor estos cambios introducidos en la cría de ganado así como en la fiesta brava, es menester iniciar el presente estudio con los antecedentes inmediatos, es decir la manera en cómo se desarrolló en sus orígenes esta fiesta en la Nueva España, para luego analizar los más de quinientos encierros121 de toros enviados a diversas plazas y desde Atenco, entre 1815 y 1897, en donde la hacienda muestra su potencial. Sabemos que se corrieron públicamente toros de los Condes de Santiago en 1652, 122 pero es de suponer que en los años anteriores, los hacendados se dieron a la tarea de traer toros de diversas castas, las cuales con el tiempo se mezclaron y dieron origen a otras nuevas y diversas, cuyo hábitat se generó en medio de una “trashumancia”, tarea que tuvo por objeto la obtención de pastos naturales para el ganado. 119
En asuntos de dimensión, no puede compararse con una de las de mayor formato en el propio estado de México. Me refiero a La Gavia la que, en sus mejores momentos, llegó a tener hasta 165 mil hectáreas. 120 En una nota que apareció en El Siglo XIX del 24 de enero de 1852 se lee: “Atenco, (es) productora de la mejor raza de ganado en la República...” 121 Acto de traer los toros o encerrar en el toril. En España ha constituido desde muy antiguo una manifestación popular en la que los mozos corren delante de los toros, que van arropados por los cabestros, hasta la plaza de toros. 122 La primer aparición pública de ganado atenqueño se remonta al 3 de septiembre de 1652, por motivo del cumpleaños del virrey Luis Enríquez Guzmán, noveno conde de Alba de Liste, y con toros, que “se lidiaron en el parque, con tablados que se armaron, y dieron los toros los condes de Santiago de Calimaya y Orizaba y fr. Jerónimo de Andrada”, provincial de la orden de la Merced. En Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65)., T. I., p. 199-200. Además: Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 79-80.
Pocos escritores se han ocupado tanto del tema específico de la hacienda atenqueña en lo general, así como de los asuntos relacionados con la crianza de ganado bravo en lo particular. Entre ellos se encuentra Flora Elena Sánchez Arreola y su tesis ya anotada en esta introducción, así como el seguimiento hecho por el señor Antonio Briones Díaz, actual propietario de la ganadería española de Carriquiri, quien ha manifestado gran interés acerca de los orígenes de la casta navarra a través de varias investigaciones.123 En correspondencia que mantengo con él afirma que “no cabe duda que el envío de España a través de Francisco Javier Altamirano de las primeras reses bravas de casta Navarra que fueron proporcionadas por el Marqués de Santacara o por sus descendientes”, dio lugar al comienzo del toro bravo de Ultramar. Al citar a Francisco Javier Altamirano, debe referirse al sexto conde de Santiago, Juan Javier Joaquín Altamirano y Gorráez Luna, Marqués de Salinas VII; Adelantado de Filipinas, quien, de 1721 a 1752 detentó el control –entre otras propiedades- de la hacienda de Atenco. Es, el sexto conde de Santiago el posible responsable de la negociación de la compra de una punta de ganado que ha causado confusión acerca del verdadero origen de la simiente que dio fundamento a la ganadería de toros bravos que aquí se estudia y que no deberá perderse de vista. Como contraparte, existe la tesis manejada por el historiador Nicolás Rangel, a partir de un documento revisado, en Historia del Toreo en México (Época colonial: 1529-1821). Dice que en el año de 1552 llegaron al valle de Toluca “doce pares de toros y de vacas, que sirvieron como pie de simiente...” lo que contrasta con el dicho del periodista taurino Servolini, publicado en El Arte de la Lidia en 1887, del cual veremos más adelante cómo se descubre curioso pasaje que aclara, en parte el enigma sobre la integración original que tuvo el ganado de lidia en Atenco. En el siglo XIX mexicano, las fiestas requerían ganado cada vez más propicio para el toreo tanto a pie como a caballo que entonces se practicaba, por lo que fue común solicitarlo a diversas haciendas, no todas especializadas en el ramo. Estaban El Cazadero, Santín o Parangueo; más tarde, se sumarán Piedras Negras, de Tlaxcala o San Mateo de Zacatecas. Una tauromaquia híbrida que predominó durante ocho décadas, hasta que se generó a partir de 1887 un nuevo concepto evolutivo en la tauromaquia en nuestro país, como lo veremos en los capítulos II y IV de esta tesis, fue el detonante que provocó no sólo entre los hacendados, sino en administradores y vaqueros identificarse con tareas de selección del ganado, tal vez, de una manera arcaica o intuitiva, pero todos ellos convencidos en obtener un toro que embistiera conforme a los nuevos esquemas que iba exigiendo el espectáculo que tuvo particulares manifestaciones en cuanto a su libre y abierta expresión técnica y estética, respecto de la tauromaquia española, lo cual generó, no sólo entre sus protagonistas, sino en el pueblo mismo, manifestaciones de orgullo eminentemente nacionalistas, evidenciadas en diversas demostraciones que, las más de las veces, terminaban a golpes, con plazas semidestruidas o incendiadas, entonando el grito de batalla: “¡Ora Ponciano!”, 124 justo en el tiempo en que este torero mexicano estaba convertido en el ídolo popular de la afición. La mayoría de aquellas expresiones taurinas surgieron desde el campo y fueron a depositarse en las plazas, en una convivencia entre lo rural y lo urbano que dio a todo ese bagaje un ritmo intenso, que disfrutaron a plenitud por los aficionados y espectadores de ese entonces. Evidentemente, las raíces españolas no se perdieron con la emancipación, pues la presencia en el escenario del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, garantizó este aspecto, aún cuando Gaviño fue el único español en México entre 1835 y 1886 que hizo del toreo una expresión mestiza, lo que dejó 123
Véase en bibliografía autores como Joaquín López del Ramo o Vicente Pérez de Laborda. Grito de exaltación que se refiere a Ponciano Díaz Salinas. Nació en la hacienda de Atenco, el 19 de noviembre de 1856. Ponciano, torero mandón, el primero que realmente tiene México. Diestro con la reata y como jinete, de lo mejor. Viaja a España para recibir la alternativa en Madrid el 17 de octubre de 1889. El “torero con bigotes” levantó su propia plaza: Bucareli, estrenada el 15 de enero de 1888. La afición de varios países pudo comprobar su paso por los ruedos. Tras una exhaustiva investigación, podemos concluir que llegó a torear 352 corridas, no solo en México. También en España, Portugal, Cuba y Estados Unidos. Muere el 15 de abril de 1899. 124
una ruta que se convirtió en modelo; y aunque algunos diestros nacionales hicieron suyo ese esquema, también prefirieron seguir toreando con creatividad propia, al amparo de invenciones permitidas tarde a tarde. La tauromaquia en México a partir de 1887 llegó a ser profesional cuando quedó establecido el toreo a pie, a la usanza española en versión moderna, misma que desplazó prácticas del toreo híbrido y “a la mexicana” que ya resultaban inapropiadas, tanto en el campo como en la plaza. El concepto criollo e intuitivo de la crianza del ganado se elevó entonces a niveles nunca antes vistos. Superados los primeros problemas de consanguinidad, e incluso los de adquisición de sementales viejos e impropios para los fines de selección y cruza que se fijaron aquellos nuevos criadores de toros de lidia, se tuvo oportunidad de conseguir una absoluta definición en el juego, estilo, presencia y rasgos particulares de los toros que buscaba cada uno de los recientes ganaderos, para distinguirse en medio del enorme escenario con el que se daría recepción a las nuevas formas de expresión en el toreo mexicano, que, como quedó dicho, a partir de 1887 logró obtener un mayor nivel, lo que dio garantía para seguir el paso de la tauromaquia desarrollada en España que muy pronto se le declaró la “guerra” en los ruedos, con la presencia de diestros tan importantes como Rodolfo Gaona o Fermín Espinosa Armillita, quienes se “levantaron en armas” en los primeros cincuenta años del pasado siglo XX. Lo más destacado al pretender hacer una investigación de la hacienda de Atenco es entender el ritmo de su actividad interna y verlo reflejado después en la externa para colocarla como una de las haciendas ganaderas más importantes en el siglo XIX, independientemente de su historia iniciada tres siglos atrás y que, por fortuna, ha llegado hasta nuestros días. No debe olvidarse que la importancia de ésta radica en el enorme esfuerzo aplicado en la crianza de ganado de lidia cuya práctica, en diferentes épocas, logró que se efectuaran diversas pruebas en el campo como la tienta, selección de sementales, afortunadas en su mayoría porque ello permitió ir dando lustre a la ganadería de bravo en México donde la intuición jugó un papel destacado que incluso resultó tan benéfica para la propia hacienda de Atenco, ya que sus toros fueron demandados permanentemente para cientos y cientos de corridas, tal y como lo apunta el administrador Román Sotero en Atenco, el 22 de enero de 1847 cuando afirmó: (...) De ganado del cercado contamos hoy con 3000 cabezas, entre ellas hay muchos toros buenos para el toreo.125 La crianza y sus diversos resultados en la plaza de toros se convierten en la parte medular del trabajo, por tratarse de actividades cotidianas realizadas al interior de Atenco, por lo menos en el período de este estudio. Por lo tanto, la participación de diversos toreros, significó un punto de referencia para mejorar la casta entre el ganado atenqueño. De ahí que en el espacio decimonónico mexicano se desarrolló una actividad taurina muy intensa, en la cual los toros de Atenco tuvieron una permanente participación de gran importancia en el espectáculo, sin que por ello se menosprecie el papel de otras haciendas. Entre los años 1815 y 1897 Atenco tuvo su época de máximo esplendor, ya que se han podido documentar más de 500 diferentes encierros enviados a las plazas; también es importante destacar la permanencia de esta ganadería, que pasó del terreno informal de la intuición al profesional, por lo que durante esos 82 años, la hacienda fue muy solicitada por varias empresas tanto de la capital como del interior del país por tener un estilo definido en cuanto a las actividades destinadas a la selección y cría de toros bravos. Quienes se han ocupado de este tema hasta hoy, no han investigado cuáles fueron las razones por las cuales Atenco pudo ser capaz de satisfacer las múltiples solicitudes hechas por las diversas empresas capitalinas y foráneas para celebrar corridas de toros durante el siglo XIX; tampoco es claro cuál fue el 125
Biblioteca Nacional. Fondo Reservado. Fondo: Condes Santiago de Calimaya, en adelante: [B.N./F.R./C.S.C.] Caja núm. 39, documento núm. 67. (Véase anexo número uno). Es preciso recordar que, desafortunadamente en el transcurso de 1847 no se celebraron corridas de toros en la Ciudad de México, debido a la invasión norteamericana. Desconozco hasta ahora, si en otros estados del centro del país las hubo aprovechando la garantía expresada por Román Sotero, administrador de la hacienda en esa época.
pie de simiente que definió las características de casta del toro bravo atenqueño para el siglo XVI. La presente investigación tiene como fin aclarar estos aspectos de manera puntual, con base en documentos como los consultados en el fondo: Condes de Santiago de Calimaya localizado en la Biblioteca Nacional, custodiado por la Universidad Nacional Autónoma de México. Este acervo ha sido consultado por el señor Alejandro Villaseñor y Villaseñor, a principios del siglo XX; la doctora Margarita Loera Chávez, así como el maestro Ignacio González-Polo y la licenciada Flora Elena Sánchez Arreola. De igual forma hemos consultado archivos como los de la Sucesión Barbabosa, de José Ignacio Conde, el Histórico del Distrito Federal, o el Archivo General de la Nación que fueron y han sido de enorme utilidad. En cuanto a la bibliografía más pertinente a este tema hemos revisado los trabajos de Nicolás Rangel, Armando de María y Campos o Heriberto Lanfranchi, así como auténticos estudios de fondo como los de Benjamín Flores Hernández, Pedro Romero de Solís, Carlos Cuesta Baquero, Vicente Pérez de Laborda, Cesáreo Sanz Egaña y Juan Pedro Viqueira Albán. También, hemos consultado otras fuentes bibliográficas para analizar a las haciendas mexicanas y su funcionamiento, particularmente desde la perspectiva de unidades de producción agrícola y ganadera. En este sentido están las obras de Narciso Barrera Bassols, Frank Tannenmbaum, François Chavalier, Margarita Loera, Margarita Menegus, Manuel Miño Grijalva, George MacCutchen, Herbert Nickel, y la tesis de licenciatura de Flora Elena Sánchez Arreola –de bastante utilidad-, entre otras muchas. En cuanto a la hemerografía, simplemente era una condición revisar paso a paso el comportamiento de la hacienda de Atenco en los diversos avisos que, sobre diversiones públicas registraron, no siempre de forma periódica o consuetudinaria. En todo caso es posible percibir una serie de ausencias obligadas por los constantes cambios de dirección o de alianza política, que no en todos los casos eran convenientes, pues ello obligaba a la aplicación de ciertas mordazas o restricciones que limitaban a sus directores a cambiar el rumbo de línea periodística, que repercutía en asuntos –probablemente vagos-, como el del registro constante de las diversiones mismas, que solo en circunstancias bastante convulsas, dejaban de darse. La investigación requirió del sustento del trabajo de campo, que consistió en permanentes visitas a la hacienda y sus alrededores, debido a que los pocos documentos localizados en esa labor, fueron proyectando una historia fragmentada que ahora plantea esta hacienda, causada, entre otras razones, por la administración de tres familias en más de cuatro siglos y medio, pero también a robos, incendios e incluso, hasta indiferencia, lo que ha provocado que muchos papeles se hayan dispersado a lo largo de 478 años, lo que ha dado origen a fantasías, por lo que fue difícil reunir la información de varias fuentes y que ha servido de soporte a este trabajo. En el capítulo uno de este trabajo, después de una visión general sobre el entorno geográfico, histórico y de las operaciones internas y externas, se explicará la importancia de Atenco durante el siglo XIX debido a la constante crianza de cabezas de ganado a partir de una selección autóctona, de la que se aprovechó sobre todo el origen criollo de los toros multiplicados en la región del valle de Toluca. Esto también fomentó el esplendor de Atenco por la frecuencia con que se enviaron los encierros, fundamentalmente a plazas del centro del país, nutriendo y enriqueciendo de forma consistente aquella fiesta taurina decimonónica. Serán protagonistas permanentes Bernardo Gaviño, torero español radicado en nuestro país y muy cercano a Atenco, además de los Cervantes y los Barbabosa, propietarios de la mencionada hacienda. El torero de origen gaditano tuvo un papel determinante, puesto que a lo largo de su prolongada trayectoria se enfrentó en 391 ocasiones al ganado de Atenco; esto representa un elemento con el que se demuestra no sólo el vínculo amistoso con José Juan Cervantes, Michaus, Ignacio Cervantes Ayestarán y Rafael Barbabosa Arzate respectivamente. También en el momento de intervenir en las decisiones para elegir un ganado que era propicio al ejercicio tauromáquico puesto en práctica por el diestro hispano.
Atenco respondió a lo largo de casi cuatro siglos, cubriendo las necesidades planteadas por el espectáculo taurino, por lo que estaba presente una buena organización, a pesar del dispendio y banca rota, propiciado por Martín Ángel Michaus,126 tío de Juan José, último conde de Santiago de Calimaya, a quien le sucedió Ignacio Cervantes Ayestarán. La administración se reforzó con la ayuda de los caporales, de ahí que la ganadería asegurara el intenso movimiento de toros en las plazas donde eran lidiados. El capítulo número dos es una extensa revisión del espectáculo taurino durante el siglo XIX, para ofrecer una visión de conjunto acerca de lo que era antes y después de la independencia. También se hará una revisión de lo que significó la misma “independencia” como propiedad exclusiva del espectáculo al emanciparse del control que había impuesto el proceso técnico y estético de origen español en los tres siglos anteriores, así como la fuerte carga de costumbres, consecuencia de ese entretejido, lo que dio como resultado una tauromaquia tanto urbana como rural, ricamente aderezada que le otorgaron otro estilo, sin faltar la predominante participación de Atenco. En el capítulo número tres se hará saber la forma en cómo Bernardo Gaviño desempeñó un papel protagónico dentro y fuera del ruedo. Este torero influyó de manera muy particular en los destinos de la hacienda ganadera de Atenco. Personaje de interesantes características alrededor de la tauromaquia fue protegido por el último conde de Santiago de Calimaya con quien efectuó gran parte de los cambios registrados no sólo en Atenco, sino también dentro de la fiesta brava en México.127 Una parte atractiva es la que surge al analizar el rico espectro de testimonios propios del “Fondo Conde Santiago de Calimaya”, de ahí que bajo “Volumen, método y eficacia” se valoran estos tres instrumentos para medir la importancia de la hacienda de Atenco, en cuanto a ganado bravo se refiere. Por lo que este capítulo se convertirá en la idea básica de la presente investigación. Volumen, método y eficacia representan tres factores de evaluación para interpretar casi 100 documentos del mencionado fondo, los cuales arrojaron una información que sustenta los datos elaborados por los administradores de la hacienda. El criterio no lo expresan ellos, es consecuencia de buscar su explicación después de diversas coincidencias relacionadas con el comportamiento mismo del ganado, tanto en el campo como en la plaza. Estas permitieron reflexionar acerca de la posibilidad para adecuar criterios muy concretos. De ahí que los tres conceptos propuestos, resultarán convenientes para tratar de entender, finalmente, la crianza de toros de lidia al interior de la hacienda. La tesis de la tesis o idea básica pretende poner de relieve la técnica desarrollada para la crianza de toros bravos en Atenco, que pasó de lo meramente intuitivo a lo profesional por medio de la aplicación de métodos y experiencias acumulados a lo largo de la centuria en que se desarrollaron tales prácticas llevadas a cabo por administradores y vaqueros experimentados, que se amalgamaron a las valiosas sugerencias que aportaron los propios toreros que, con notoria frecuencia, se enfrentaron a aquellos toros. Con toda seguridad, Bernardo Gaviño de tanto encontrarse con el ganado atenqueño logró entenderlos mejor que nadie. Su buena amistad con los propietarios, los administradores y hasta con los mismos vaqueros, debió haberle permitido sugerir valiosos comentarios para corregir y mejorar las condiciones ofrecidas en las plazas a donde eran enviados. Vale mencionar hasta aquí que todo este estudio se encuentre fundado en la exitosa empresa que dedicó un tiempo muy importante a la crianza de toros bravos que, como se comprobará con otros datos, fue una actividad cotidiana desde los siglos virreinales y se consolidó durante el XIX, etapa de su mejor período de producción. 126
[B.N./F.R.]: “Martín Angel Michaus ladrón y poseedor de mala fé de las haciendas de Atenco, ha usurpado los terrenos de los infelices naturales y despojandolos con violencia de sus hogares”. México, Oficina de la testamentaría de Ontiveros, 1828. 8 p. 127 José Francisco Coello Ugalde: “Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX” (1998). 292 p. Ils., retrs., grabs. (Inédito). Dicho personaje se convirtió en figura protagónica esencial desde 1829 hasta 1886. Por la importancia de este trabajo, se hará una revisión pormenorizada de su labor más adelante.
Para llegar a todas las consideraciones anteriores ha sido necesario enfrentar el uso indebido de ciertos historiadores o aficionados a la historia que lograron, con muy pocos elementos, convencer a una mayoría importante de aficionados al espectáculo taurino, al grado de aceptar “a pie juntillas” varias suposiciones sin sustento o que adolecen del mismo cuando tratan de explicar origen y desarrollo de una hacienda que comenzó su actividad pocos años después de concluida la Conquista y de la que se tienen noticias más claras en el año de 1557.128 Sin embargo, fue durante el siglo XIX cuando ocurrieron acontecimientos importantes para el estudio de la hacienda. De ahí que en esta tesis se pretenda desmitificar el argumento de la génesis de la hacienda de Atenco con pocos documentos mal interpretados. En el capítulo número cuatro se analizará el surgimiento de una ganadería “profesional” bajo la égida y control de la familia Barbabosa, en la que Rafael jugó un papel determinante, al enfrentar diversos cambios que se dieron en la ganadería de Atenco en el último cuarto del siglo XIX. Se debe recordar que en 1911 se incorpora un nuevo pie de simiente que propició otras condiciones en el devenir de esta hacienda en por lo menos, los cuarenta años siguientes, para lo cual la obra de Luis Barbabosa Olascoaga es importante.129 Se incluyen asimismo, imágenes de importante valor histórico e iconográfico y varias gráficas que respaldan algunos de los argumentos expuestos en los ANEXOS, sección del trabajo de investigación que reúne significativa concentración de datos, para entender que Atenco fue la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX, poseedora además de dos atributos que consolidan su enorme peso histórico: el esplendor y la permanencia. Éste es un breve referente de la magnitud de producción de ganado de la hacienda de Atenco en el mejor de sus períodos, 1815-1900, que abordaré en la presente investigación. El período en estudio podría resultar en consecuencia muy largo: 82 años cabales. Sin embargo, se puede afirmar que, el ritmo de vida específico al interior de Atenco fue respondiendo a un patrón de comportamientos irregulares pero no radicales. Las altas y bajas en su producción de cabezas de ganado, sobre todo entre los años 1850-1860; 1863-1867 y 1885-1888 nos dan una lectura favorable. Los otros años reflejan las irregularidades a que quedan expuestas este tipo de unidades de producción tan específica como la de crianza de ganado de casta, o ganado para la lidia. Finalmente, quiero agradecer la valiosa recomendación que emitió a lo largo de la discusión de esta tesis todo el sínodo mismo que dirigió, revisó, cuestionó y sugirió los cambios convenientes para conseguir el mejor resultado posible con el que ahora este trabajo sale al “ruedo”. Con tales argumentos, creo estar en posibilidad para “recibir el doctorado”130 con todos los honores.
México, Ciudad Universitaria, enero de 2007.
128
Archivo General de la Nación. (En adelante, [A.G.N.] Ramo Vínculos, vol. 276, exp. 4: "Autos fechos a Pedimento de D.a Catalina Pizarro hija natural de D.n Hernán Cortés Marqués del Valle contra D.a Juana de Zúñiga marquesa del Valle sobre ciertas escrituras y donación". 129 Luis Barbabosa Olascoaga: Atenco y don Manuel. Toluca, Estado de México, 1988. 292 h. Fots., retrs., cuadros. (obra inédita). 130 En el lenguaje taurino, “doctorarse” significa recibir la alternativa. Es decir, cuando el novillero ha logrado cubrir diversos requisitos en cuanto a la acumulación de experiencias en un número determinado de actuaciones que lo ponen en condiciones de asumir el grado de matador de toros, para lo cual ocurre una ceremonia en la que un matador de toros con alternativa –el de mayor antigüedad en este caso-, concede simbólicamente el “doctorado”, atestiguando el acto un segundo espada. Tal acontecimiento se realiza durante la temporada mayor de la plaza de toros “México” o durante las ferias más importantes celebradas en Madrid o Sevilla, plazas de mayor reconocimiento para dicho ceremonial.
ÍNDICE o TEMARIO INTRODUCCIÓN CAPÍTULO I. LA HACIENDA GANADERA DE ATENCO. ORÍGENES DE LA HACIENDA DE ATENCO Y DE LA GANADERÍA EN MÉXICO. Su ubicación geográfica y población. Encomienda. Los Gutiérrez Altamirano y su descendencia. Desarrollo y actividades al interior de la ganadería de toros bravos de Atenco Ganados que se establecieron en la Nueva España. La tesis de Nicolás Rangel Agricultura y ganadería de 1821 a 1900. Conclusiones. CAPÍTULO II. ALGUNOS ASPECTOS DEL ESPECTÁCULO TAURINO EN EL MÉXICO DEL XIX. a)El toreo antes y después de la independencia. b)El toreo a partir de “su” Independencia. c)Otras manifestaciones del espectáculo. d)La presencia de Atenco: aliento fundamental en la fiesta taurina decimonónica. e)Conclusiones. CAPÍTULO III. ESPLENDOR Y PERMANENCIA DE ATENCO, BAJO LA INFLUENCIA DE BERNARDO GAVIÑO. a)Esplendor y permanencia en Atenco: 1815-1900. Volumen, método y eficacia: tres instrumentos que calibran La dimensión de esta hacienda en cuanto a ganado bravo se refiere. b)Bernardo Gaviño: Influencia definitiva. c)Los aspectos cualitativos y cuantitativos que garantizaron la presencia de esta hacienda en el espectáculo taurino durante el siglo XIX. d)Participación del ganado bravo de Atenco durante el siglo XIX mexicano (de 1814 a 1901). e)Conclusiones CAPÍTULO IV. a)Criterios para la selección del ganado. La crianza: nueva palabra en las tareas campiranas. b)Diestros influyentes en la selección del ganado atenqueño. c)El toro español y su influencia en Atenco. d)Surgimiento de una ganadería “profesional” bajo el control de la familia Barbabosa a fines del siglo XIX. e)Cambios y perspectivas para la ganadería de Atenco en el siglo XIX. f)Conclusiones generales. BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS Anexo Nº 1: Archivos y colecciones particulares. Biblioteca Nacional (Fondo Reservado). Fondo: Condes Santiago de Calimaya. Anexo Nº 2: 1.-documentos proporcionados por el Sr. Jaime Infante Azamar. 2.-datos sobre la última etapa de control de la familia Cervantes en sus principales propiedades. 3.-datos sobre la “cerca” o el “cercado” que se levantó en Atenco a mediados del siglo XVI. 4.-algunas ideas e imágenes sobre los latifundios en México. Anexo Nº 3: Semblanza de San Diego de los Padres y entrevistas. Anexo Nº 4: Glosario de términos especializados. Anexo Nº 5: Sección de imágenes, cuadros y gráficas. Anexo Nº 6: Apuntes anecdóticos de Juan Corona, picador en la cuadrilla de Bernardo Gaviño cuando este se asomaba a la gloria. Anexo Nº 7: Las primeras lecturas llegadas a México desde España. La irrupción de la prensa taurina. Otras tauromaquias reeditadas en México. Domingo Ibarra. El centro taurino "Espada Pedro Romero", las obras de Rafael Medina. Anexo Nº 8: Participación del ganado bravo de Atenco durante el siglo XIX Mexicano (de 1815 a 1915). CONCLUSIONES GENERALES. A lo largo de toda la investigación, misma que se realizó en un término aproximado de 25 años, la parte fundamental del estudio fue entender el intenso movimiento representado en el manejo de ganado vacuno para la lidia, el cual ocurrió en medio de perfecta armonía de administradores con vaqueros y otros empleados, sin que faltaran casos aislados de rebelión como el de Tomás Hernández y Agustín Lebrija (1862-1863), donde aquel quiso apoderarse del control, habida cuenta de su profunda experiencia como vaquero por una parte; como torero por otra. Lo demás se concentra en los frecuentes altibajos que sometieron a dicha hacienda, lo mismo desde el punto de vista de los resultados que presentaba el ganado en la plaza, como por el conjunto de factores naturales que hicieron mella en las cosechas, o por el efecto ocasionado por enfermedades en el ganado. Dije en la “Introducción” que: durante el siglo XIX se manifestó una actividad taurina muy intensa, en la cual los toros de Atenco participaron permanentemente, siendo importantes para el desarrollo del
espectáculo, sin que por ello se menosprecie el papel de otras haciendas. Esta tesis afirma de manera contundente el esplendor y la permanencia de Atenco, mismos que quedan perfectamente comprobados a lo largo de la misma, con el rico sustento documental que en buena medida fortalece lo dicho hasta aquí. De esa manera, el fundamento de Método, volumen y eficacia se convirtió en la parte central de la tesis, debido a que la lectura de diversos documentos, cuya fuente central fue el Fondo Condes Santiago de Calimaya, expresó una serie de líneas en las que pudo entenderse el diferente comportamiento de los ganados a partir de importantes apreciaciones hechas por los administradores de la hacienda de Atenco, con lo que fue posible determinar varios patrones de actividad que decidieron no solo los términos cuantitativos. También cualitativos en cuanto a los fines con los cuales pretendieron sustentar una “casta” adecuada para que los toros fueran lidiados en diversas plazas, bajo el principio de que resultaran apropiados para el tipo de tauromaquia puesta en práctica durante el período 1815-1897, en el cual se detecta el mayor índice del comportamiento de los ganados atenqueños destinados a las plazas de toros. Existió un espíritu sólo respaldado por la intuición, pero movido por la condición comercial que significaba la venta permanente de toros y encierros a las plazas que los requirieran. Nada fue motivo de la casualidad. Ojalá que la lectura de todo aquel que se acerque a entender el comportamiento de la hacienda de Atenco en período tan específico, permita valorar su significado, con el cual se puso en marcha el resultado de actividades tan específicas al interior de esta hacienda ganadera. Ya desde mi tesis de maestría131 la que, en compañía de otros trabajos de investigación132 que corresponden a la biografía de dos toreros singulares, pero no por ello ajenos al tema de esta investigación doctoral. Me refiero a Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz, se presentaron fuertes vínculos de información que dieron en consecuencia con la tesis doctoral, pues entre ellos se encontraban diversas circunstancias de lo que significó el siglo XIX mexicano, espacio temporal por el que siento especial atractivo. En definitiva, estamos frente al caso específico de una hacienda ganadera que, en tanto unidad de producción perfectamente articulada, se convirtió para las empresas taurinas y los diestros entonces en ejercicio, en la de mayor solicitud, por lo menos entre el período 1815-1897, donde encontramos comportamientos verdaderamente admirables, por lo que el balance supera el medio millar de encierros, entendiéndolo bajo el criterio que va de 2 y hasta 10 toros por tarde, ya que era muy variable este síntoma, aunque 5 o 6 son los valores promedio. Como ya se vio, al surgir esta unidad de producción agrícola y ganadera en 1528, pronto se estabilizó en ella todo un esquema capaz de aprovechar los recursos naturales, bastante generosos por cierto, independientemente de los diversos episodios de crisis naturales, o aquellos surgidos por motivo de invasiones, como la de 1810 en que la hacienda sufrió una merma considerable. Sin embargo, con el apoyo de algunos de sus propietarios, la recuperación encontró estabilidad, en tanto que al mando de otros, sólo mostraron indiferencia y todo ello, en conjunto nos habla de una notable capacidad donde Atenco volvía por sus fueros. Esta no fue una extensión territorial de grandes extensiones (3,000 hectáreas en sus mejores momentos y durante el siglo XIX). Independientemente de los balances bastante positivos que se dieron en el aprovechamiento de las diversas cosechas, así como de la explotación de los afluentes del río Lerma; o de los derivados de la leche, entre otros; el comercio con ganado vacuno de casta se convirtió en un factor preponderante para 131
Véase bibliografía. José Francisco Coello Ugalde: "Ponciano Díaz, torero del XIX" A cien años de su alternativa en Madrid. (Biografía). Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro. Con tres apéndices documentales de: Daniel Medina de la Serna, Isaac Velázquez Morales y Jorge Barbabosa Torres. México, 1989 (inédito). 391 h., y “Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX.O XIX (Biografía). México, 1998. 319 p. Ils., retrs., grabs. (Inédito). 132
la manutención de la hacienda. Para ello fue necesaria la aplicación de diversos métodos intuitivos primero; de los más adecuados y convenientes después, y en medio ya de manejos de selección más apropiados, con los que administradores y vaqueros fundamentalmente pusieron en práctica labores con vistas a elegir el ganado que habría de enviarse a las diferentes plazas. Como pudo verse, se llegó a dar el caso de encontrar un comparativo de los toros que pastaban ya sea en el cercado, el potrero o el llano, tres diferentes espacios dotados de pastos que marcaban diferencias específicas, con las cuales esperaban tener el balance de la lidia, para entonces ubicarlos en el más conveniente, sin que para ello faltaran los ejercicios cotidianos de la vaqueada o el rodeo y otros, como el de escoger el ganado en función de su pelaje. Aunque no dudo que estuvieran considerados aquellos otros aspectos que fueron propios del resultado en la plaza, fuera porque alguno muy bravo sirviera como factor influyente de línea sanguínea o “reata” para poner los ojos en la vaca que parió ese animal y las otras crías. Eso, de alguna manera debe haber servido como un elemento decisivo en la “selección” del ganado, junto con detalles como los de su presencia en conjunto. En el proceso de investigación con el que culmina esta tesis, hubo necesidad de precisar un período representativo en la dinámica que mostró Atenco: 1815-1897. Estos 82 años, señalan el tiempo de mayor actividad, lo cual no quiere decir que antes o después de ese espacio no hayan ocurrido otros acontecimientos, quizás igual o más documentados. Sin embargo, y a título personal, me parecen los más contundentes a partir de la participación ejercida por dos toreros fundamentales en toda esta historia: Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz, los que dieron un auge sin precedentes, por lo que el esplendor y la permanencia quedan perfectamente demostrados. No hay duda: Atenco, habiendo surgido en 1528, y hasta hoy que aún permanece en su condición de ex – ejido, tuvo durante el siglo XIX sus momentos de mayor brillo, los cuales fueron sometidos a una profunda interpretación, de la cual espero la serena, fría y cerebral crítica de sus posibles lectores. Es probable que estas “Conclusiones” no sean suficientes. Para ello, considero que todo el trabajo de tesis se ve complementado con siete anexos que hacen de este trabajo no necesariamente un documento inaccesible, sino atractivo en sí mismo, dado que en dicha parte se incluyen una importante cantidad de imágenes, cuadros, gráficas, tablas y otros elementos que lo consolidan como una investigación a fondo, sobre el curso y comportamiento que manifestó esta hacienda durante el siglo XIX mexicano. Explicada desde las condiciones que adquirió como “Encomienda” en el siglo XVI, hasta quedar sometida a los diversos vaivenes políticos, económicos y sociales del siglo XIX, es posible entender estos y otros complejos fenómenos en los que se vio involucrada. De igual forma, la fama que adquirió en los años que van de 1815 a 1897 hace verla como una hacienda ganadera poseedora de unas capacidades notables, gracias al tipo de toros que allí se criaron; gracias a la participación de personajes tan notables como Bernardo Gaviño, Ponciano Díaz; José Juan Cervantes y Michaus, o Juan Cervantes Ayestarán, lo mismo que los señores Barbabosa y los diversos administradores que controlaron ese importante centro de actividades agrícolas y ganaderas. De otra forma sería imposible entender todo el movimiento que se dio con el ganado en plazas de la capital del país, así como de otras tantas en los estados alrededor del corazón político de México, donde los toros de Atenco simbolizaron y constituyeron un emblema representativo en el capítulo de la evolución sobre la crianza del ganado destinado a la lidia, crianza que supone una intuición deliberada por parte de administradores, pero también de vaqueros que estuvieron a la búsqueda del toro “ideal” para momentos tan representativos como los del siglo XIX, donde el toreo “a la mexicana” se elevó a alturas insospechadas de una independencia taurina tan cercana pero también tan ajena a la que se desarrollaba al mismo tiempo en España, país del que llegaban los dictados de la moda. Solo que, el aislamiento producido por la emancipación de México y España hizo que uno y otro concepto artístico se desarrollaran por separado, durante los años que van, más o menos de 1810 a 1880, momento este último en que comenzó a registrarse un síntoma nuevo y necesario también: Me refiero a la reconquista vestida de luces, que debe quedar entendida como ese factor el cual significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento,
faltándole eso sí, una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera, chauvinista si se quiere, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX, tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento afortunado del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona. De esa forma dicha reconquista no solo trajo consigo cambios, sino resultados concretos que beneficiaron al toreo mexicano que maduró, y sigue madurando incluso un siglo después de estos acontecimientos, en medio de períodos esplendorosos y crisis que no siempre le permiten gozar de cabal salud.
10 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año XI, Madrid, 11 de febrero de 1954, N° 503.
Las primeras notas que refiere “Barico II” en su novena entrega, tienen que ver con el virrey Félix Berenguer de Marquina. Para conocerle un poco más, vayamos a conocer
COSAS DE MARQUINA. MAGNÍFICO DECRETO.133 Quien se ocupe de relatar alguno de los sucedidos en torno al gobierno y la persona de Félix Berenguer de Marquina, quincuagésimo quinto virrey, que gobernó la Nueva España, del 29 de abril de 1800 al 4 de enero de 1803, se topará con un personaje difícil, complicado. Por ende, obtuso y que se ganó, durante su mandato, varios epítetos, pasquines y uno que otro golpe durante sus salidas anónimas, donde personalmente verificaba el cumplimiento de su administración y justicia. Eran tan burdos sus ropajes y modos con los que pretendía despistar a los ciudadanos que estos, persuadidos de su notable y evidente presencia, y aprovechándose de ingenuas y bien concertadas tretas, se le iban encima saliendo el pobre hombre a toda prisa con rumbo a palacio, no sin llevarse, desde luego, uno que otro recuerdo en el cuerpo. Don Félix, en sus afanes de mejoras urbanas, deja quizá su única herencia: una fastuosa fuente de la que el humor anónimo y popular respondió de inmediato a aquel desacierto con este pasquín: Para perpetua memoria, Nos dejó el virrey Marquina Una fuente en que se orina, Y aquí se acabó su historia.
Pero vayamos al asunto que nos convoca en esta ocasión. No gustaba nada de las corridas de toros el virrey Marquina. No era aficionado a ellas, como lo fue don Luis de Velasco, “muy lindo hombre de a caballo”, y el evangélico fray García Guerra, y como lo fueron casi todos los señores virreyes de la Nueva España. Marquina les tenía repugnante aversión. ¿Corridas de toros? ¡No, nunca! Mejor, torneos, pasos de armas, correr la sortija, jugar estafermos o pandorgas, tirar bohordos, quebrar lanzas; mejor que hubiera mascaradas o fiestas de moros y cristianos. Pero ¿toros? ¡No, horror!, y no había corridas de toros. Pero una vez sí hubo una sin que lo supiera el bueno de Marquina, virrey, gobernador y capitán general de la Nueva España y presidente de su Real Audiencia y Chancillería se le habían extendido por el hígado los humores hipocondríacos porque se le escalentó la hez de la sangre y se le subieron al cerebro; eso afirmaron los sapientes doctores del real Protomedicato. Derribado por la enfermedad, cayó en cama. Marquina con una calentura licuante, derivada de los humores gruesos que le andaban por el cuerpo desmayándole la voluntad. Pero pasados días lo levantaron los constante julepes de guayacán y sasafrás, las copiosas sangrías que le dieron, las ventosas húmedas y fajadas, las cataplasmas de salvia, porque dice un dicho de viejas: “Salvia, salva”, y los fuertes opilativos que para refrescarle el hígado de la destemplanza caliente le suministraron a diario y con mucho tino los médicos, tino que les venía por sus vastos y constantes estudios de años y años. Y así, con todas estas cosas magníficas, se le fue a Marquina el mal y volvió a la salud. Y cuando iba bajando apaciblemente a la convalecencia, fue cuando tuvo lugar aquella corrida de toros que tanto entusiasmó a la ciudad y de la que el pobre señor no tuvo ningún conocimiento. En la sosegada tertulia que a diario se hacía a los atardeceres en su abrigada alcoba de enfermo, alrededor de su cama, se comentaron los pintorescos lances e incidentes de la bella fiesta de toros. 133
Artemio de Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España. Tradiciones. Leyendas y sucedidos del México virreinal. (Nota preliminar de Federico Carlos Sainz de Robles). México, Aguilar editor, S.A., 1976. 476 p. Ils., p. 414416. Estas notas, a su vez, provienen de mi libro inédito: José Francisco Coello Ugalde: APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS Nº 62. “ARTEMIO DE VALLE-ARIZPE Y LOS TOROS”. 602 p. Ils., retrs., fots., grabs., facs.
-Pero ¿de cuál corrida de toros tratan, señores? -Pues de la corrida de toros de esta tarde, Excelentísimo Señor. Hasta entonces no se enteró el cacoquimio Marquina que había habido esa tarde una corrida de toros. Se salió entonces Marquina de la apacible calma de su carácter afectuoso, se encendió en repentina cólera y cayó en un frenesí mortal. Puso en movimiento a los gentileshombres de servicio, a los lacayos, a los pajes, a todo el personal de Palacio, para que en el acto buscaran a su señoría el secretario y lo llevaran sin pérdida de tiempo, ante su presencia, porque la cosa urgía, apuraba. Ya sabían bien que su señoría el secretario estaba o ya en la Catedral rezando devotamente el santo rosario en el altar del Perdón, o bien se hallaba en la mancebía de la Camarona, en la calle de Las Gallas. Mientras llegaba su señoría el secretario, el simplón virrey Marquina se metió en grandes pensamientos, mirando con ojos vagos el jardín a través de los cristales de su balcón. El ancho jardín a esa hora crepuscular se esfumaba con delicada imprecisión y era todo suavidad dulce y gozosa. La fuente musitaba su eterna canción y los árboles cabeceaban blandamente de sueño. Llegó su señoría el secretario muy atildado y ceremonioso ante el virrey Marquina, haciéndole muchas caravanas y mesuras con la cabeza, y Su Excelencia le dictó un acuerdo terminante, magistral, estupendo, para que lo publicara inmediatamente por decreto, sin ninguna dilación. En ese decreto se ordenaba ¡magnífico!- que esa corrida de toros se declaraba nula y sin ningún valor... Y así se hizo. ¡Era mucho hombre, caramba, ese Marquina!134
¿De qué festejo se trata tan escandalosa respuesta de Marquina, y por qué reaccionó de esa forma? Bien sabemos que este virrey era antitaurino. Sin embargo, existen algunas consideraciones que manifiestan, con su aprobación condicionada, a autorizar ciertos festejos de los que veremos a continuación algunos detalles. Del consabido asunto del decreto citado por Artemio de Valle Arizpe (A de V-A) podría afirmar que pudiera tratarse de un amplio expediente que se localiza en el Archivo General de la Nación.135 Y es que a pesar del interés de la Corona en la reglamentación de los gastos por la llegada de los virreyes y las actividades taurinas, prevalecieron puntos de vista irreconciliables, como apunta Miguel Ángel Vásquez Meléndez.136 En 1800, en ocasión del arribo del virrey Félix Berenguer de Marquina, se replanteó el tema a partir de que éste consideró pertinente cancelar las fiestas en su honor, debido a la complicada situación financiera que vivía España a causa de las constantes guerras. Ante tal proposición los regidores le recordaron que sus antecesores Pedro Castro y Figueroa y Miguel José de Azanza habían sido homenajeados con corridas de toros en 1740 y 1798, respectivamente, cuando la Corona española enfrentaba contiendas con Gran Bretaña. Tampoco se habían suspendido los festejos en 1794, a la llegada del virrey Miguel de la Grúa y Branciforte, no obstante la guerra contra Francia. Según los regidores, las corridas podían celebrarse aun en tiempos de guerra. Tal aprobación, por supuesto, procuraba reservar el derecho de estos funcionarios a la asignación, manejo y custodia de los fondos para la recreación. La conveniencia de las corridas y los beneficios económicos que producían para la ciudad resultaban incuestionables desde la perspectiva de los regidores. A las ganancias monetarias había que agregar los beneficios producidos por tales celebraciones, en las que cobraba un especial significado el inicio de un nuevo período gubernativo. El reino español y su colonia novohispana ratificaban su grandeza, su poderío político y económico en cada arribo de un virrey; la ocasión era propicia para fortalecer la cohesión interna y el orden social.
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Op. Cit. Archivo General de la Nación (AGN, por sus siglas). Ramo: Correspondencia de virreyes, primera serie, vol. 284, exp. 8. “Representación de la Noble Ciudad sobre que se verifiquen las corridas de toros con motivo del recibimiento del excelentísimo señor virrey don Félix Berenguer de Marquina”. 136 Miguel Ángel Vásquez Meléndez: Fiesta y teatro en la ciudad de México (1750-1910). Dos ensayos. México, CONACULTA, Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral “Rodolfo Usigli”, escenología, ac., 2003. 347 p., p. 67. 135
La oposición del virrey Marquina contradecía otras prácticas fomentadas por sus antecesores. Las corridas de toros, bajo la égida de los regidores, podían convertirse en medios para obtener recursos para la urbanización de la capital del virreinato. Así lo pensó en 1743 el virrey Pedro Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, cuando le propuso al Ayuntamiento la celebración de una lidia anual cuyo producto se aplicaría a las obras públicas. De proceder semejante, el virrey Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, determinó en 1768, con el concurso del Ayuntamiento, la realización de una serie de corridas con el fin de recaudar fondos para el presidio de San Carlos. Los alcances económicos para ambos gobernantes resultaron totalmente opuestos; mientras en la gestión del virrey marqués de Croix las corridas produjeron 24, 324 pesos, destinados a labores de limpieza, el conde de Fuenclara enfrentó la negativa del Ayuntamiento para la realización de las lidias y la obtención de recursos aplicables en mejoras urbanas.137 Las ganancias obtenidas en 1768 durante el gobierno del marqués de Croix parecen la mejor refutación a los comentarios adversos que Hipólito Villarroel formularía años más tarde.138 Sin embargo, el éxito financiero taurino resultó impredecible: junto a las ganancias de 1768 se registraron ingresos menores, que fundamentaban las apreciaciones de Villarroel sobre el tiempo invertido y el escaso margen de beneficios. Ante evidencias tan contrastantes, la realización de corridas como parte de la presencia gubernativa en la administración de los espacios recreativos, ocupó la atención de cronistas, regidores, virreyes, consejeros y religiosos; se transitó desde las propuestas de cambio hasta las de fomento de un mayor número de corridas. La necesidad de una reforma era evidente; correspondía a la autoridad emprenderla buscando la conciliación de intereses y la preservación del orden social.139
Sin afán alguno de contradecir a A de V-A, pero tampoco de quedarnos con la incógnita sobre la contundente afirmación al respecto del “decreto” que Marquina pudo haber firmado o no, están ese otro conjunto de razones ya planteadas por Vásquez Meléndez, a partir del expediente donde se le informó con acuciosidad al nuevo virrey de las otras circunstancias en que otros tantos virreyes pudieron aprobar sus recepciones estando España en momentos sociales, políticos y militares ciertamente difíciles. Félix Berenguer de Marquina, navegante reconocido, Jefe de Escuadra en la Marina Real para mayor abundamiento, es acusado de su poco sentido común no sólo en asuntos como el que se trata aquí. También en otros donde sus decisiones eran de vital importancia, pero donde solo salía a lucir un impertinente carácter obtuso y cerrado.
Félix Berenguer de Marquina. 137
Archivo Histórico del Distrito Federal (AHDF, por sus siglas): Actas de Cabildo, vol. 68-A: Acta de Cabildo de 8 de enero de 1743, fs. 5-7; Acta de Cabildo de 14 de mayo de 1779, fs. 64. 138 Véase bibliografía. 139 Vásquez Meléndez, Op. Cit., p. 67-68.
Es cierto, cuatro meses tenía de gobernar la Nueva España el señor Berenguer de Marquina, y ninguna señal era clara, conforme a la costumbre inveterada ya, de celebrar, entre otras razones, con fiestas de toros, la recepción del nuevo virrey. Este se rehusaba dando razones de todo tipo, con lo que entre pretexto y pretexto, se iba pronunciando más su antitaurinismo. Y es que esas razones las fundaba a su preclara idea de pensar que se sacrificaban gruesas sumas de su peculio, antes que permitirlas, afán, insisto de unos propósitos que buscaban reafirmar la posición austera en que ubicaba su gobierno. Tras las razones ya expuestas por varios funcionarios del ayuntamiento, quienes todavía manifestaron el “que se verifiquen las Corridas de Toros, con motivo del Recibimiento del Excelentísimo Señor Virrey Don Félix Berenguer de Marquina..., a razón de que para celebrarlas, se reintegrarían siete mil pesos “en que pudieron exceder los gastos de su recibimiento” mismo. Planteados, como ya se sabe los argumentos por parte de los funcionarios del Ayuntamiento sobre que en otras ocasiones, fueron recibidos entre fiestas algunos virreyes, no obstante las circunstancias bélicas enfrentadas por España, vinieron algunos más de esta índole: No siendo por lo mismo opuesta a las actuales circunstancias la Corrida de Toros que debe celebrarse, en obsequio de la venida de V.E., tampoco podrá pensarse ser contraria a la más buena moral. Ella es una diversión bien recibida, propia y adaptable al carácter de la Nación que la prefiere a otras muchas; se hace a la luz del día, en el Teatro más público, a la vista de la Superioridad y de todos los Magistrados, en el centro de la Ciudad, autorizada por la asistencia de todos los Tribunales Eclesiásticos y Seculares, y se toman cuantas precauciones y seguridades son necesarias y correspondientes al buen orden, a la mejor policía, a la quietud pública y a cuantos extremos puede y debe abrazar el más sano gobierno y las más acertadas providencias, sobre las que se vigila y cela con el mayor empeño, para combinar la diversión y el decoro. Ni menos puede temerse aumente las indigencias y necesidades del público, así porque los pobres, que son la parte que más las siente, son libres a dejar de disfrutarla por falta de proporción, o porque no les acomode; como porque, por el contrario, muchos de ellos logran la ventaja de tener en qué ocuparse, y en qué vencer los jornales que tal vez no ganarían no presentándoseles igual ocasión; causa principal porque es tan plausible y de aprecio el que cuando se padecen escaseces y necesidades, se proporcionen obras públicas en que la gente trabaje y gane algún sueldo con qué ocurrir a el socorro de sus miserias. La parte del vecindario que concurre a las funciones de Toros, es muy corta con respecto al todo de la población de esta Capital y lugares fuera de ella, de donde vienen muchas familias a lograr este desahogo, gastando gustosos el desembolso que puede inferirles, y disfrutándose con ello el que gire algún trozo de caudal que, a merced de igual diversión, se gasta y comercia, sin estarse estancado en los que sin ese motivo lo retendrían en su poder; de lo que es indudable, resulta beneficio al público, tan constante, que cuantos saben lo que es en México una Corrida de Toros, y aun la Superioridad ha conocido, que con ventajas del Común se halla un considerable comercio, sirviendo de arbitrio a muchos que con él buscan y utilizan en ese tiempo para la atención de sus obligaciones, resultando por lo mismo, que el gasto o desembolso que hacen los sujetos pudientes y de facultades, presenta a algunos la ocasión de logar las de que carecían. Por otra parte, es también muy digno de atención, el que estando mandado por S.M. y con particulares encargos el que se manifieste el regocijo en los recibimientos de los Excelentísimos Señores Virreyes, lo cual cede en honor y decoro del Soberano a quien representan, y sirve de que el pueblo, a quien por lo regular es necesario le entre por los ojos, con demostraciones públicas, el respeto y reconocimiento que es debido, forme concepto de la autoridad para que la venere; a que se agrega, que sobre que en la función de Toros se ostentan como en ninguna otra, el decoro y atención que se dedican al Jefe Superior del Reino, es también muy a propósito para que el público le conozca y sepa a quien debe respeta y obedecer (...) Sala Capitular de México, Septiembre 2 de 1800.140
Estas son, entre muchas otras razones, las que expuso el pleno del Ayuntamiento, encabezado para esa ocasión por los siguientes señores: Antonio Méndez Prieto y Fernández, Ildefonso José Prieto de 140
Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Editorial Cosmos, 1980. 374 p. Ils., facs., fots. (Edición facsimilar)., p. 305-306.
Bonilla, Ignacio de Iglesias Pablo, Antonio Rodríguez de Velasco, Juan Manuel Velázquez de la Cadena, León Ignacio Pico, Antonio Reinoso de Borja, El Marqués de Salinas y Francisco Sáez de Escobosa. Dichos señores, en respuesta a petición hecha por el propio Berenguer de Marquina al respecto del oficio fechado en 2 de septiembre,141 les envía este otro, tres días después, donde Espero me avise a qué cantidad ascendieron los gastos de mi entrada en esta Capital, y que me remita V.S. copia de los Reales Cédulas que cita.142
Y la respuesta que encontró de los comisionados fue que de los tres días del recibimiento, ocurridos el 30 de abril, 1º y 2º de mayo en su Real Palacio, se gastó la cantidad de $13,142.00 pesos... Así que, para la pretendida fiesta de recepción, incluida la lidia de toros, el tozudo Marquina les contestó a los graves señores lo siguiente: Sin embargo de que examinado y premeditado todo, me ocurría no poco que decir, si tratara por junto la materia, estimo preferible limitarme a manifestar que todo lo que se entiende por adorno de Palacio, o más propiamente hablando, de la habitación de los Virreyes, me fue preciso comprarlo o tomarlo en traspaso a mi antecesor, por el crecido precio que en la actualidad tienen todas las cosas (...);
Además No creo que un Virrey deba procurar atraerse la voluntad y el conocimiento del público que ha de mandar, por fiestas, que, como la de Toros, originan efectivamente irreparables daños y perjuicios en lo moral y político, a pesar de cuantas reflexiones intenten minorarlos: y antes bien, me parece que producirá mayor veneración, amor y respeto a la alta dignidad que representa, el concepto que forman de sus desvelos, por el bien y felicidad común, y su conducta y proceder, integridad y pureza.143
Como vamos viendo hasta ahora, las intenciones para convencer al señor Berenguer se estrellaban día con día con argumentos a favor y en contra. Pero el “Magnífico decreto” no aparece por ningún lado, a menos que todos los pronunciamientos del que fuera el quincuagésimo quinto virrey de la Nueva España vayan construyendo en sí mismos el revelamiento convertido en graciosa ocurrencia de nuestro autor. A todo lo anterior se agrega otra nueva razón con la que Me obligo a contestar a los diputados de esa N. Ciudad, cuando hicieron verbalmente en su nombre la expresada solicitud, que se difiere para cuando se hiciera la paz, y no encontrando motivos que justamente persuadan deberse variar esta determinación, me veo imposibilitado de poder complacer a V.S. accediendo a la instancia que repite en su mencionado oficio; pero, como al propio tiempo que deseo combinarlo todo, es mi ánimo y constante voluntad, no perjudicar en lo más mínimo a los vasallos del Rey Nuestro Señor ni a las rentas públicas del cargo de V.S., le remito 7,000 pesos para que con ellos se cubra el exceso de los
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En: GUIDE TO THE MICROFILM COLLECTION. Latin American History and Culture: An Archival Record Series 1: The Yale University Collection of Latin American Manuscripts Filmed from the holdings of the The Yale University Collection of Latin American Manuscripts Primary Source Microfilm an imprint of Thomson Gale, p. 101 aparece el siguiente dato: “Copia de la carta con que dio respuesta en 11 de septiembre de 1800 el excelentísimo señor virrey a la solicitud de la ciudad de México sobre permiso para que hubiese corrida de toros por la entrada de Su Excelencia.” Es posible que la dicha carta sea un documento en el que se enuncie la postura del mencionado virrey acerca de autorizar o no él o los festejos que organizó el cabildo o la ciudad para su recepción, mismo que puede ser el tan traído y llevado asunto de la prohibición. 142 Rangel, Op. Cit., p. 307. 143 Ibidem., p. 309.
gastos de mi entrada, sobre los 8,000 asignados, esperando que cuando V.S. haya liquidado la cuenta respectiva, me la pasará para completar lo que aun faltare, o para que se me devuelta el sobrante si hubiere. Cesando así la principal causa que precisaba a V.S. a reiterar y esforzar su instancia para el permiso de la Corrida de Toros, cesa por consecuencia el motivo de volver a tratar del asunto, que por ahora queda terminado con esta resolución. Dios, etc., 11 de septiembre de 1800.-A la Nobilísima Ciudad”.144
Y por supuesto, como apunta el propio Rangel, es ocioso todo comentario que se haga a estos documentos. Su sola lectura retrata fielmente al antitaurómaco Señor Marquina. En otro asunto semejante, se encuentra su mismo comportamiento para no permitir unas corridas de toros, ocurridas en Jalapa, claro, siempre bajo difíciles estiras y aflojas.145 Veamos el caso de Jalapa. Como primer punto, habrá que aclarar que fue el propio Cura párroco de Jalapa, Gregorio Fentanes quien pidió al virrey Marquina no permitiera las corridas en esa población, a pesar de la defensa que para tales festejos hiciera el abogado de aquel Ayuntamiento, Marcelo Álvarez. Como es de suponerse, el Virrey anti-taurómaco negó de plano que en lo sucesivo se verificaran tales fiestas sin permiso previo, no obstante que desde tiempo inmemorial se efectuaban sin ese requisito; pero se había propuesto suprimir la fiesta brava, y no importaba el pretexto que invocara a fin de lograrlo...146
En el debate originado entre las tres autoridades, todavía tuvo arrestos el Ayuntamiento para plantear lo siguiente: Y para que ningún requisito se heche de menos, patrocinan la costumbre los de la licencia Superior de este Gobierno. Este virtualmente la tiene concedida (la autorización para las corridas de toros) en la aprobación del abasto de carnes de aquella Villa. El Señor Intendente de la Provincia, instruido de lo que se ejecuta, se decide por la continuación de un uso que no lastima, y sí consulta a la remoción de otros daños. Por todo lo cual, suplico a la prudente bondad de V. Exa., se digne mandar suspender los efectos de la Orden de diez y siete de febrero de este año (1801), concediendo su superior permiso para que en la primera venidera Pascua se lidien Toros en el modo y forma que van referidos; librándose al intento el despacho correspondiente. A V. Exa. suplico así lo mande, que es justicia: juro etc.-Don Felipe de Castro Palomino, (Rúbrica).Marcelo Álvarez, (Rúbrica). Este ocurso tan bien razonado y un tanto irónico, pasó al Asesor General, quien dijo, que sin embargo de las reflexiones que contiene, la materia era de puro Gobierno y que la Licencia que solicitaba el Ayuntamiento de Jalapa, pendía únicamente del Virrey; que en atención al concepto que su Excelencia tenía formado de semejantes solicitudes y de los daños que por lo regular se originaban de ellas, resolviera lo que le pareciera. Y el decreto que siguió a esta consulta fue: “Habiendo respecto de Jalapa las mismas justas consideraciones que he tenido para denegar igual solicitud a esta Ciudad, no ha lugar a la instancia del Cabildo de dicha Villa.-México, Noviembre 25 de 1801. (Rúbrica del Virrey)”.147
144
Ibid., p. 309-310. Francisco López Izquierdo: LOS TOROS DEL NUEVO MUNDO. (1492-1992). Madrid, Espasa-Calpe, 1992. 372 p. ils., fots., facs. (La Tauromaquia, 47)., p. 63-64. Don Félix Berenguer de Marquina, nuevo virrey de la Nueva España, no consintió se le obsequiara con toros en la ciudad de México; sin embargo, hubo de conceder licencia para que los indios de San Miguel el Grande celebraran ese año de 1800 sus acostumbradas corridas, aunque sólo autorizó tres días en lugar de las dos semanas que desde hacía muchísimos años tenían concedidos por privilegio. Se hizo ver al virrey Marquina la necesidad de celebrarlas durante esas dos semanas, por ser las corridas buena fuente de ingresos; pero no cedió. Para mayor información al respecto, véase: Miguel Ángel Vásquez Meléndez: “Perjuicios y desórdenes en San Miguel el Grande con motivo de las corridas de toros no autorizadas”. En: Archivo General de la Nación. Boletín Nº 2. México, Secretaría de Gobernación, Archivo General de la Nación, 2003. 6ª época, noviembre-diciembre, 2003, Nº 2. 199 p. ils., fots., facs. (p. 21-28). 146 Rangel: Historia del toreo en México..., op. Cit., p. 319. 147 Ibidem., p. 323-324. 145
Hasta ahora, y antes de terminar con este pasaje, no hay evidencia alguna sobre lo que A de V-A afirma en una de sus tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal. Sin embargo, con el propósito de apelar a la última instancia, me parece oportuno incorporar aquí lo que resultó ser una más de las minuciosas revisiones a los documentos custodiados por el Archivo General de la Nación. Sobre los reglamentos, citados también en el texto proveniente de la célebre vista El Ruedo, se pueden tener algunas ideas acudiendo, como lo hemos hecho, a la generosa Clío en términos de lo que a continuación podrán encontrar los lectores. I ¿Desde cuando surge el intento por normar un espectáculo que por sus condiciones exige moldearse según cada nueva época? Desde tiempos tan remotos como los de Alfonso X el Sabio y en su obra “Las siete partidas”, descubrimos un claro antecedente que pretende el orden para un espectáculo que así lo va exigiendo. Redactada hacia el año 1256, la primera de ellas define la naturaleza de la ley y en resumen los principales postulados de la doctrina cristiana. Refiere del omme que recibiesse precio por lidiar con algunas bestia y que son enfamados los que lidian con bestias brauas por dineros que les dan aludiendo a ello una profesión, a un medio de ganarse la vida, “infame” a los ojos de aquellos que enjuiciaron así estas condiciones. Porque no es el hecho de lidiar toros, sino el de lidiarles por precio, es decir, profesionalmente, lo que lo condena. Prueba terminante de esta posición es que no considera infame al que lo hace por probar su fuerza que, antes ganaría prez de hombre valiente e esforzado. Evidentemente se busca poner control antes de caer en el caos, y esta ha sido una impronta de todos los tiempos desde que el hombre ha tenido un enfrentamiento directo y público con el toro. España en los siglos XVI, XVII y XVIII. La escena está controlada por una nobleza, cuyos elementos son los favoritos de la corte, misma que conjuga en los torneos caballerescos el mejor momento para los estamentos que buscan darle esplendor a un espectáculo cada vez más perfeccionado no tanto en leyes o disposiciones sino en tratados de caballería a la jineta o a la brida, haciendo de los juegos de cañas, sortijas, estafermos, bohordos y otros; así como el alancear y correr toros la mejor expresión torera de esos tiempos. La Nueva España hizo réplica de lo acontecido en la España vieja con sus propios caracteres, tan americanos que lograron conseguir un desarrollo paralelo, pero nunca ajeno de lo que para ambas Españas significaba esa diversión. Al remontar el siglo XVIII se dieron las condiciones para que el toreo de a pie apareciera con todo su vigor y fuerza. Un rey como Felipe V de origen y formación francesa, comenzó a gobernar España, apenas despierto el también llamado “siglo de las luces”. El borbón fue contrario al espectáculo que detentaba la nobleza española y se extendía en la novohispana. En la transición, el pueblo salió beneficiado directamente, incorporándose al espectáculo desde un punto de vista primitivo, el cual, con todo y su arcaísmo, ya estaba presente en el toreo de a pie, a la vera de los caballeros, como pajes o lacayos que, atentos a cualquier seña de peligro, se aprestaban a cuidar la vida de sus señores, ostentosa y ricamente vestidos. La irrupción del pueblo a una fiesta que hace suya penetra en el espíritu del español y del americano casi al mismo tiempo. Ahora, manifestarán necesidades por darle a este espectáculo giros distintos. Evolución en consecuencia. Dentro de dicha evolución se van a dar condiciones de orden y de desorden a la vez. En ese contexto: ¿qué gana el espectáculo? Fundamentalmente la presencia e influencia de tauromaquias así como de documentos rectores denominados reglamentos. Para el año de 1768 existe uno que, como antecedente es el primer intento de disposición para el buen orden de las corridas de toros en la Nueva España. Fechadas las fojas a 21 de noviembre de 1768 se advierte que:
debido a las desgracias y al desorden de la supuesta lidia, se prohibía enérgicamente que todo aquel público ajeno que acosaba y fastidiaba a los toros, e interrumpía la labor de los toreros se abstuviera de hacerlo so pena en caso extremo, de dos años de presidio a cualquier español, o cien azotes si fuere de color.148
He aquí un primer ejemplo donde dejan notarse los propósitos de establecer control a los desórdenes presentes en las plazas de toros de la ciudad de México. Col. del autor.
El toreo en España más que en México durante el siglo XIX adquiere una apariencia moderna, evolucionada en arte y técnica y sin embargo el orden y desorden siguen tan ligados que ya no pueden separarse. En nuestro país, los síntomas de independencia y liberación abarcaron espacios como el taurino, el cual mostró una autonomía que hizo del espectáculo algo único. Sin embargo, los principios de la tauromaquia no eran ajenos y se buscaba “lidiar”, germen básico que establecieron “Pepe Hillo”· y Francisco Montes “Paquiro” cada quien en su época, pero manifestando cada uno su preocupación por darle a las corridas de toros una utilidad funcional. Al reglamento como razón de la normatividad se le ha alterado de tal forma que parece satisfacer la vieja sentencia de las cédulas reales que fueron dictadas durante la administración novohispana: “Hágase, pero no se cumpla”. De modo que siempre ha tenido el “san benito” encima porque busca corregir todo lo que los protagonistas pretenden bajo una aparente ley personal, la cual solo terminan 148
Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM). Ramo: Diversiones Públicas. Toros. Leg. 855 exp. No. 20. Bando de los Sres. Regidores Comisionados para las Corridas de Toros, sobre el buen orden en la Plaza. 4f.
agrediendo, alterando la fiesta, convirtiéndola a veces en desenfreno de bajas pasiones y en víctima de sus propios caprichos. Si bien, como en España se mostraron intentos por ajustar la lidia de los toros a aspectos técnicos y reglamentarios más acordes con la realidad, en México este fenómeno va a ocurrir y seña de ello es la aplicación de un reglamento en 1815, otro en 1822, y luego en 1851 cuando sólo se pretende formalizar de nuevo la fiesta, pues el reglamento se queda en borrador. Todo ello ocurre bajo una despreocupación que es lo que va a darle al espectáculo un sello de identificación muy especial, pues la fiesta cae en un estado de anarquía, de desorden, pero como tales, muy legítimos, puesto que anarquía y desorden que pueden conducir al caos, no encaminaron a la diversión pública por esos senderos. De pronto el espectáculo empezó a saturarse de modalidades poco comunes que, al cabo del tiempo se aceptaron en perfecta combinación con el bagaje español. No resultó todo esto un antagonismo. Al contrario, se constituyó un mestizaje que se consolidó aún más con la llegada de Bernardo Gaviño en 1835, conjugándose así una cadena de la que fue último eslabón Ponciano Díaz, diestro cuyo quehacer del toreo “a la mexicana” (a pie y a caballo, con una fuerte presencia de lo campirano), enfrentará la llegada de los toreros hispanos en 1887. A partir de la incorporación del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna, comienza una época que busca, con los correctivos, ordenar el espectáculo. De ese modo con el reglamento de 1895, y luego el de 1923, 1940, 1950, 1983, 1987, 1997 y con este, sus respectivas actualizaciones, se presentan distintos cambios que buscan adaptarse a cada momento histórico aquí mencionado. ¿Si el toro en cuanto tal debe llegar a la plaza con una edad reglamentaria, porque no la cumple? He ahí fuertes contradicciones en las que caemos todo el mundo. Ganadero y empresa adquieren el encierro con una edad determinada. Al ser lidiado en la plaza, la afición observa una apariencia distinta que pone en entredicho. Por otro lado resulta que los estudios “post morten” arrojan resultados radicalmente opuestos a la realidad. ¿Quién tiene la razón? Considero finalmente que el aficionado es víctima de tanta contradicción y es el que exige la aplicación, y es el que reclama que el reglamento no se cumple. En esencia: estamos una vez más frente al círculo vicioso que nos hace repetir con cierta incrédula nostalgia: “Todo tiempo pasado, fue mejor”. Y si volvemos la vista atrás, encontramos que lo que reprochamos hoy, hace 50 o 100 años era prácticamente igual. Así el regreso nostálgico e intermitente hacia el pasado, ponen de pronto al hombre y al toro de vuelta en las cuevas mismas. Y uno se pregunta: ¿de veras sirve un reglamento? Podrá resultar objetivo y racional a la vez. Lo podremos confundir con un corsé apretadísimo, pero controla y evita en medio del desorden, el que un espectáculo secular como el de los toros pase de la fiesta al bacanal. II ESTADO E IGLESIA UTILIZAN UNA FIESTA “ORDENADA” GRACIAS A LOS DIVERSOS REGLAMENTOS PUESTOS EN VIGOR EN DIFERENTES ÉPOCAS. Las aplicaciones directas o indirectas de los reglamentos taurinos a través de los tiempos han sido aprovechadas también por instancias como la iglesia y el estado, quienes han encontrado una forma de beneficio que les otorga un “orden” conseguido luego de intensas jornadas donde se busca que la fiesta transcurra normalmente. Bajo esta situación que garantiza tranquilidad, ya lo dijimos, y en la medida en que la iglesia y el estado se acercan al espectáculo para celebrar a un santo patrón, la dedicación de un templo, canonizaciones y otros motivos religiosos, se procura obtener un bien común. Es decir, la mejora en obras públicas, al apoyo en la construcción de algún monumento o para beneficio de damnificados por algún efecto de la naturaleza (huracanes, incendios o temblores). Entendemos que el beneficio aportado por las corridas de toros no solo lleva implícito el gozo en sí mismo. El orden, tema obsesivo desde hace ya un buen número de años parece que encuentra estabilidad sin faltar los eternos vicios que lo vulneran así como quienes se encargan de criticar (al
reglamento, por supuesto y a la parte encargada de afectarlo). Esto sucede en todos aquellos países donde la tradicional fiesta taurina sigue vigente. En España y en México las condiciones de aplicación de un reglamento y el destino que puede dársele para aprovechar el pretexto taurino resulta muy interesante para explorar los comportamientos sociales pero también el de las autoridades en los dos términos expresados. En el siglo XVIII el espectáculo taurino fue adquiriendo poco a poco visos de lo profesional y también de lo funcional por lo que las corridas de toros se sometieron a un esquema más preciso. A fines de aquel siglo logró constituirse en una diversión de la cual podían obtenerse fondos utilitarios para beneficencia de hospitales y obras públicas. Nueva España no fue la excepción. Las fiestas en medio de un “desorden”, lograban cautivar, trascender y permanecer en el gusto no sólo de un pueblo que se divertía; no sólo de los gobernantes y caudillos que hasta llegó a haber más de uno que se enfrentó a los toros. También el espíritu emancipador empujaba a lograr una autenticidad taurómaca nacional. Y se ha escrito "desorden", resultado de un feliz comportamiento social, que resquebrajaba el viejo orden. Desorden, que es sinónimo de anarquía es resultado de comportamientos muy significativos entre fines del siglo XVIII y buena parte del XIX. Si bien, como en España se mostraron intentos por ajustar la lidia de los toros a aspectos técnicos y reglamentarios más acordes con la realidad, en México este fenómeno va a ocurrir y seña de ello es la aplicación de un reglamento en 1822, y luego en 1851 cuando sólo se pretende formalizar de nuevo la fiesta, pues el reglamento se queda en borrador. En 1812, al anuncio de la nueva Constitución gaditana, el desbordamiento para recibirla fue mayúsculo; sin embargo los toros no hicieron acto de presencia. Pero al conocerse que se suprimía documento de tal envergadura en 1814, el virrey Calleja oponente a la aplicación del mismo, mandó desde el 5 de agosto de aquel año, celebrar con "indescriptible júbilo" tal ocasión, que era doble en realidad, porque el rey Fernando VII ocupaba de nuevo el trono luego de la expulsión de los ejércitos invasores de España. Las celebraciones incluyeron una gran temporada de toros aunque Los liberales, para quienes la supresión de la constitución era una grave derrota, vieron en estas corridas de toros un claro símbolo del regreso del viejo orden.
En 1815, y justo en abril se realizaron fiestas a beneficio del vestuario de las tropas realistas en que se jugaron toros de "Atengo" escogidos y descansados, con la divisa de una roseta encarnada, y seis de Tenango que son de muy buena raza, también escogidos, y se señalarán con roseta blanca". Tales corridas resultaron un total fracaso, por lo que, el virrey Calleja autorizó en junio del mismo 1815 otras cuatro corridas en que se lidiaron toros de "Atengo, con divisa encarnada, y cinco del Astillero y Golondrinas, con divisas de color caña". Lo verdaderamente destacable en estos síntomas es una apreciación hecha por Juan Pedro Viqueira Albán en su libro ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces en el sentido de que luego de las fiestas que Calleja respalda, será el que A partir de entonces (1814 y 1815) y hasta 1821 se realizaron corridas de toros cuyos beneficios se destinaron a vestir a los soldados del ejército realista. De esta forma la fiesta brava contribuyó al esfuerzo militar de la reacción.
De la colección de documentos digitales reunida por el autor. Por ejemplo, el 18 de noviembre de 1860, se llevó a cabo un festejo en la plaza de toros de “El Paseo Nuevo” con el siguiente propósito: PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 18 de noviembre. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Cinco toros de Atenco. Corrida a beneficio de las familias pobres de esta ciudad. Toro embolado y fuegos artificiales.
También, el 16 de noviembre, pero de 1861 y en la PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 16 de noviembre. 6 toros de Atenco. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Corrida a beneficio Asistencia del C. Presidente de la República. Beneficio de las viudas, huérfanos y heridos de la Brigada Tapia, sobre unos hechos sangrientos ocurridos en Pachuca.
O este otro festejo en 1862: PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 9 de noviembre. Cuadrilla de Pablo Mendoza. Toros de Atenco. Función extraordinaria a beneficio de los Hospitales de Sangre del Benemérito Ejército de Oriente.
Como podemos ver, la fiesta se apegó a los requisitos de un sistema que, como el político, comenzaba a demostrar inclinación para aprovechar su motivo de congregación popular y de ese modo agenciarse beneficios (en el caso del vestido para la soldadesca del ejército realista, por ejemplo). Muchos años más tarde, en 1867, y a raíz de un fuerte huracán que pasó por las costas de Matamoros, las autoridades dispusieron celebrar una corrida para apoyar a los damnificados. Dicha corrida se
efectuó el 8 de diciembre de ese año, participando entre otros, el diestro gaditano Bernardo Gaviño. Sin embargo, unos días antes, justo el 28 de noviembre, fue expedida la Ley de Dotación de Fondos Municipales cuyo artículo 87 ordenaba prohibir las corridas de toros por una falta administrativa. No se expidió el decreto con el fin exclusivo de abolir las corridas, sino para señalar a los ayuntamientos municipales cuales gabelas eran de su pertenencia e incumbencia. Por eso el decreto fue titulado LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES" y en él se alude al derecho que tienen los ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos y para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales la de toros resultó ser la más afectada). El propio Ignacio Manuel Altamirano comentaba sobre la “última corrida” lo siguiente: (...)Con esta corrida que se permitió a la caridad, concluyeron para siempre en nuestra capital las bárbaras diversiones de toros, a las que nuestro pueblo tenía un gusto tan pronunciado desgraciadamente. Los hombres del pueblo saben más de tauromaquia que de garantías individuales.
Reanudada la fiesta en la ciudad de México, sitio exclusivo de la prohibición, aunque algunos estados hicieron suya la medida, condescendiendo con el “Patricio” Benito Juárez, la condición para derogar el decreto fue la de que los diputados Tomás Reyes Retana y Ramón Rodríguez Rivera, miembros de la Segunda Comisión de Gobernación del Congreso Décimo tercero, impusieron tres considerandos, a saber: Primera.-Solamente en un sentimentalismo exagerado y exclusivo a unos cuantos, puede fundarse la prohibición de un espectáculo del que la mayoría afirma debe señalarse como una costumbre nacional, determinada por una afición peculiar en nuestra raza. Afición en que se marcan nuestros predecesores históricos y el carácter e índole de nuestro pueblo. Segunda.-El ejemplo del Distrito Federal al abolir las corridas de toros en 1867, no fué secundado, por largo tiempo, en los Estados de la Federación ni aun siquiera en los más limítrofes; y es ridículo para esa Ley que existan plazas de toros a inmediaciones de la Capital, favorecidas y concurridas por los habitantes de ésta, cuyo Tesoro Municipal paga en una de ellas -la del Huisachal- el servicio de policía, haciéndolo con sus propios gendarmes. Tercera.-Las corridas de toros, consideradas bajo el punto de vista utilitario, tienen dos ventajas: son una diversión preventiva a los delitos porque proporcionan al pueblo distracción y la apartan de los sitios en que se prostituye, y además son fuente de recursos para los municipios.
Bajo estas circunstancias se derogó el referido artículo 87, concediendo licencia para dar corridas de toros pagando los empresarios por cada licencia la cantidad de cuatrocientos y ochocientos pesos y dedicando el producto de estas licencias exclusivamente a cubrir parte de los gastos que originan las obras para hacer el desagüe del Valle de México. Claro, es de notarse la búsqueda por los beneficios en obras públicas proporcionada por espectáculos masivos como este. Pero también señalan el hecho de que la propia policía de la capital se tuviese que apostar en las cercanías con plazas del estado de México las muchas veces en que se celebraron corridas, implicando este asunto gastos excesivos que no producían ganancia alguna a las arcas públicas. Antes al contrario, gastos indebidos. Dentro de la comisión se encuentra Alfredo Chavero quien propone que: "Los empresarios pagarán por la licencia para cada corrida, el quince por ciento de la entrada total que haya". Por lo tanto, la reanudación de las corridas de toros en el Distrito Federal ocurre el 20 de febrero de 1887 con el estreno de la plaza de San Rafael. El único espada fue Ponciano Díaz lidiando 6 toros de Parangueo.
Cartel: Plaza de Toros. 20 de febrero de 1887. Archivo Histórico del Distrito Federal. Ayuntamiento de la Ciudad de México, Diversiones Públicas, vol. 860, exp. 1, Tip. Callejón del Ratón N° 2. (58 x 17.1 cm). De hecho, y antes de concluir con estas apreciaciones, debo confesar, como uno más de los interesados en estos apuntes de “Barico II” que, dejándome llevar por algunas razones que nos suele ocurrir con frecuencia a los taurinos, ha sido necesario mostrar los más elementos posibles que justifican el desarrollo técnico, estético (y en este caso histórico) de la tauromaquia. Por tanto, y en espera de su amable consideración, pasamos al episodio con el que por ahora, culminan tan interesantes apreciaciones.
11 El ruedo. Semanario gráfico de los toros. Año XI, Madrid, 18 de febrero de 1954, N° 504.
Propongo, para culminar con estas apreciaciones, y dadas las semejanzas habidas entre lo que plantea “Barico II”, con los apuntes del Capítulo II de mi tesis de maestría, donde su contenido complementa, de manera muy equilibrada, las visiones planteadas por Bentura Remacha. Espero sean del agrado y adelanto que, para el merecido remate, habrá unas pequeñas conclusiones, sin que falten tampoco los datos relacionados con las fuentes que se consultaron para los presentes apuntes dedicados a “La Historia Taurina de Méjico”.
CAPITULO II PLAZAS, TOREROS, GANADERIAS, PUBLICOS. IDEAS EN PRO Y EN CONTRA PARA CON EL ESPECTACULO; VIAJEROS EXTRANJEROS Y SU VISION DE REPUGNANCIA EN UNOS; DE ACEPTACION, SIN MAS, EN OTROS. La plaza de Necatitlán presentaba un espectáculo tan raro como nuevo para mí. Los palcos de sol recibían de lleno los rayos de este temible astro en aquellas regiones, y detrás de las mantas y de los rebociños extendidos para hacer sombra, el populacho, apiñado en pirámides caprichosas en las gradas del circo, se entregaba a un concierto abominable de gritos y silbidos. Gabriel Ferry. Escenas de la vida mexicana. "Perico el Zaragata", I. LA JAMAICA Y EL MONTE PARNASO.
No puede sustraerse la presente investigación a los escenarios y protagonistas; a sus públicos y otras manifestaciones que por supuesto van a ser proporcionadas por plumas extranjeras -sin que por ello falten las de nuestros autores- quienes, en conjunto, exaltan o lanzan sus diatribas al espectáculo de toros en el siglo que nos precede. Pone punto de partida lo relacionado con escenarios: las plazas de toros, de lo cual no pretendo dar para el caso- exhaustiva información de carácter arquitectónico. Es más, el paseo por ellas será breve. Puede hablarse de un cambio de concepciones en cuanto a la posibilidad de hacer permanente el espectáculo en plazas que no guardan el síntoma de la permanencia-,149 debido a que se construyeron sus edificios a partir del apoyo de madera y nunca como posible escenario definitivo, sea este de mampostería, piedra u otros materiales. De acuerdo a esto apunta Benjamín Flores Hernández Al pensarse dar mayor duración a los circos taurinos, se empezó a considerar la necesidad de comprar toda la madera precisa para hacerlos.150
Pero con ello, no se resolvía nada, las condiciones efímeras del escenario taurino estaban garantizadas para muchos años. Y no se resolvería hasta la construcción "definitiva" de la plaza de toros El Toreo de la colonia Condesa (1907). La del Volador151 traspone las características novohispanas y se ofrece como escenario en pleno 149
Se trata, en todo caso, de algo que puede ser calificado como de arquitectura efímera. Véase de Guillermo Tovar de Teresa: "Arquitectura efímera y fiestas reales. La jura de Carlos IV en la ciudad de México, 1789". Artes de México, nueva época, No. 1, otoño de 1988, p. 42-55. 150 Benjamín Flores Hernández: "Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVIII". México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1981 282 p. Ils., planos. (ESTUDIOS DE HISTORIA NOVOHISPANA, 7). (p. 99-160), p. 119. 151 Op. cit., p. 144-5. La plaza a la que nos estamos refiriendo, ubicada aproximadamente en el predio que actualmente ocupa el edificio de la Suprema Corte de Justicia, era conocida también como de las escuelas y de la universidad. El nombre
movimiento de emancipación. Serán ya muy pocos los años, pues en 1815 se decide cambiar su maderamen a la plaza de San Pablo, misma que resultará dañada en 1821 por un incendio de proporciones tales que su reinauguración se ajustó hasta 1833. Antes de éstas y hasta 1803 funcionó la de Tarasquillo (situada en la hoy día plaza Santos Degollado).152 Los ensayos o modos de corregir imperfecciones para hacer grandes demostraciones en la del Volador ocurrían en la Plazuela de los Pelos.153 Ya he dicho que en 1815 el Volador y su maderamen pasan como tales a la Real Plaza de San Pablo. Ese mismo año, y entre enero y febrero, hubo hasta ocho corridas para celebrar la restitución al trono de Fernando VII de España.154 de el Volador le vino, según asegura González Obregón, de que en tiempo de los aztecas se realizaba allí el juego de tal nombre, consistente en el descenso de cuatro indígenas, sostenidos por sendas cuerdas, de lo alto de un palo de altura considerable, dando vuelta alrededor de él. La tal explanada, de forma cuadrada, era bastante grande, pues cada uno de sus lados medía unas cien varas -ochenta y tres metros y medio- de largo. Entre ellas y el palacio del virrey, precisamente por donde ahora corre la calle de Corregidora, pasaba una acequia o canal de agua por el que continuamente circulaba gran número de canoas y otras embarcaciones que llevaban fruta, legumbres y toda clase de mercancías rumbo al mercado que se hacía en el propio Volador. Dicha acequia quedaba unas veces dentro y otras fuera del recinto de los cosos construidos para lidiar toros; y es cosa curiosa saber que en ocasiones se aprovechaba para algunas de las diversiones que acompañaban los actos taurinos; por ejemplo, organizando en ella regatas o combates simulados entre embarcaciones. Su situación por lo céntrica, era privilegiada, pues favorecía la concurrencia de gente de todos los rumbos de la ciudad; empero, al mismo tiempo, la estrechez de las calles que conducían a ella provocaba grandes congestionamientos entre los coches que llevaban a las personas que iban a disfrutar de las corridas. 152 Heriberto Lanfranchi. La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 117. 153 Lanfranchi, Op. cit. 154 Ibidem., p. 119. "...Estando próximas las corridas de toros que en celebridad de la feliz restitución de nuestro amado Soberano, el señor don Fernando VII, al trono de sus mayores, han de ejecutarse en esta capital, y debiendo observarse en ellas por parte del público, todo lo que existen el buen orden, y constituye la inocente alegría y diversión, como corresponde al alto objeto en cuyo obsequio se celebran estas funciones, y a la idea que debe formarse de un pueblo ilustrado, he resuelto que se cumpla y ejecute lo siguiente: 1.-Luego que la tropa acabe de partir la plaza, no quedarán en ella por motivo alguno sino los toreros. En el caso de que algún aficionado quisiere ejecutar alguna suerte o habilidad, pedirá permiso, y sólo estará dentro del circo, el tiempo necesario para lucir su destreza: por consecuencia, nadie bajará a la plaza hasta después de muerto el último toro, a excepción del tiempo que dure el embolado, si lo hubiere. 2.-Los capataces de cuadrillas de toreros, antes de salir a la plaza, se presentarán con su gente al señor alcalde del primer voto, para que éste vea por sí mismo si hay alguno ebrio, en cuyo caso no le permitirá torear y lo pondrá en arresto. 3.-En las vallas ni entre barreras, no quedará paisano ni militar alguno que no esté destinado expresamente a dicho paraje. 4.-No se arrojarán absolutamente a la plaza desde las lumbreras y tendidos, cáscaras de fruta ni otras cosas, que a más de ensuciar la plaza, pueden perjudicar a los toreros. Tampoco se escupirá ni echará nada de lo referido sobre las gradas, que pueda incomodar a los que se sienten en ellas. 5.-Los espectadores no abstendrán de proferir palabras indecentes ni contra determinada clase de personas, pues además de ser contra la moral, perjudican a la buena crianza. 6.-Estar libre y expedito el tránsito de las calles del puente de Palacio, Portaceli, Universidad y Palacio, no colocándose en ellas puesto alguno de frutas ni otro efecto cualquiera, ni sentándose gentes en las banquetas y puertas de todo este círculo, y evitándose que por su ámbito se formen corrillos y queden gentes paradas a ver las que suben y bajan a los tablados, de lo que cuidarán las respectivas centinelas. 7.-Será también del cargo de ellas y de las patrullas y rondas, destinadas a los mismos parajes, impedir las entradas de coches y caballos a las inmediaciones de la plaza, sin embargo de que se pondrán vigas en las bocacalles del puente de Palacio, San Bernardo, Portaceli, rejas de Balvanera y Universidad. 8.-Acabada la corrida de la tarde, se cerrarán inmediatamente las puertas de la Plaza, y a nadie se permitirá entrar ni permanecer en ella, a excepción de los cuidadores. 9.-De ningún modo se harán tablados y se formarán sombras en las azoteas de las casas del contorno de la Plaza, sin
Ahora bien, fue la Real Hacienda la parte más interesada en erigir circos taurinos firmes y de material durable.155 A la del Volador le sigue en importancia, la de San Pablo.156 Lleva su historia una etapa de exceptuar la Universidad, Ni el Real Palacio, si consentirá que se agolpe gente en ellas, para evitar una desgracia. De lo cual se encargarán las patrullas y rondas, avisando al vecino de la casa donde se observe este abuso, a fin de que lo remedie, y de no hacerlo, se dará parte al Sr. Alcalde de primer voto, para que tome providencia. 10.-Renuevo las prevenciones de mi bando de 13 del corriente sobre prohibición de armas, y se abstendrá de llevarla de cualquier especie, todo aquel que por su clase o destino no deba portar las permitidas. 11.-Los que puedan llevar armas de las no vedadas y estén colocados cerca del callejón de entrebarreras, sean militares o paisanos, no usarán de ellas en modo alguno contra los toros que salten la valla, ni nadie los apaleará ni atormentará, pues es contra la diversión de los demás espectadores, y es de la incumbencia de los toreros hacer salir al animal del callejón. 12.-Para evitar los robos y las violencias durante la corrida, en los demás puntos de la población, rondará en este tiempo los alcaldes menores sus respectivos cuarteles, repartiéndose entre ellos la comisión por días, de manera que en cada una anden por lo menos ocho rondas en el término del espectáculo, sin perjuicio de las patrullas que se destinarán al mismo fin. 13.-El que faltare a cualquiera de los artículos indicados, quedará sujeto a la pena corporal o pecuniaria que se le impondrá en el acto, según las circunstancias de la persona y de la falta, aplicándose las segundas a beneficio de los fondos de la Cárcel Diputación, sin que valga fuero alguno, por ser materia de policía y buen gobierno. 14.-Para el pronto castigo de los infractores, en lo relativo a lo anterior de la Plaza, habrá un juzgado en ella misma, compuesto de uno de los señores alcaldes de la Real Sala del Crimen, cuyo turno arreglará el señor gobernador de ella, un escribano y un ministro ejecutor de justicia: procediendo dicho señor magistrado a la imposición de penas en el acto, según la calificación que hiciere del delito. 15.-El sargento mayor de la plaza auxiliará con la fuerza armada al señor Juez, en los casos que lo necesite, y concurrirá por su parte a que los individuos militares observen el buen orden en los mismos términos que se previene para el paisanaje, impidiendo que ningún individuo militar salga a torear. Y para que nadie pueda alegar ignorancia, mando que publicado por bando en este capital, se remita a las autoridades que corresponda. Dado en este Real Palacio de México, a 24 de enero de 1815. Félix María Calleja. Por mandato de S.E.". La cuadrilla que se encargó de la lidia de los toros fue la siguiente: Capitán: Felipe Estrada. Segundo espada: José Antonio Rea. Banderilleros: José María Ríos, José María Montesillos, Guadalupe Granados y Vicente Soria. (Supernumerarios: José Manuel Girón, José Pichardo y Basilio Quijón). Picadores: Javier Tenorio, Francisco Álvarez, Ramón Gandazo y José María Castillo. Como quedó dicho, fueron ocho las corridas celebradas: "AVISO.-Con el objeto de celebrar la feliz restitución al trono de Nto. católico monarca, el señor D. Fernando VII, han comenzado antes de ayer las ocho corridas de toros dispuestas por la Nobilísima Ciudad para los días 25, 26, 27, 28, 30 y 31 del corriente enero, y 1o. y 3 del próximo febrero". (Diario de México, No. 27, tomo V, del viernes 27 de enero de 1815). 155 Flores Hernández. Ibidem., p. 100 y 103. Muy pronto, las autoridades ilustradas, interesadas como estaban en allegarse fondos para emprender la tarea de modernizar y europeizar a España, se dieron cuenta de que el producto que rindieran las fiestas taurómacas podía ser bastante importante. De este modo, al iniciarse el segundo tercio del siglo XVIII, la Real Hacienda había pasado a ser una de las partes más interesadas en su organización, obteniendo de ellas pingües ganancias. Y no pasó mucho tiempo antes de que se comprendiera que construyendo cosos permanentes se evitaría el tener que gastar en hacerlos de todo a todo cada vez que se planeara una corrida. 156 Ib., p. 155-8. Construida a fines de 1815. Por un incendio hacia los primeros meses de 1821, prestó de nuevo sus servicios hasta 1833. La vida de aquella primera y única plaza permanente activa en la capital mexicana durante la colonia fue muy breve, pues no duró más que cinco años. Se reinauguró -como ya se sabe- en 1833, justo el 7 de abril -día de Pascua de Resurreccióncuando en el mismo lugar se inauguró un nuevo coso taurino, construido a todo lujo y el cual duró, con muchas modificaciones, hasta ser finalmente demolido en 1861, como consecuencia de la prohibición de la fiesta dictaminada por el presidente Benito Juárez. Cfr. Lanfranchi, op. cit., T. II., p. 767. Plaza de "San Pablo". A Fines de 1815 se construyó en la plazuela de San Pablo la primera plaza permanente, de madera capaz de albergar en su interior a unos ocho mil espectadores, que en el centro del redondel tenía un pedestal de piedra con un mástil para colocar una bandera los días de corrida, llamada "Real Plaza de Toros de San Pablo" que duró hasta 1821, ya que unos meses antes de consumarse la independencia de México fue incendiada y quedó totalmente destruida. En 1833 se edificó en el mismo lugar una segunda plaza, también de madera y más o menos con la misma cabida, que se estrenó el domingo 7 de abril de dicho año y que funcionó hasta 1848, cuando tuvo que ser completamente demolida de nuevo por estar podrido todo el maderamen y no ofrecer ninguna garantía de
construcciones y de recesos, que no se puede hablar de continuidad como recinto hasta el periodo de 1833 a 1864. Otras plazas.-Sin afán de profundizar con detalles y minucias en plazas efímeras, dedicaré un poco de atención a aquellas que prestaron sus servicios de manera provisional.
(Cuadro tomado del artículo: "Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVIII" de Benjamín Flores Hernández, p.158-60. Véase bibliografía).
He apuntado en el capítulo anterior algo que toma sentido con la "batuta del orden", es decir cuando ya solo dos escenarios cubren o comprenden la actividad taurina en la capital del país. Me refiero a la Real Plaza de Toros de San Pablo157 y a la del Paseo Nuevo, "escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero tan de poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia". Ya tenemos una idea precisa -que no por ello es extensa- de lo que fueron y significaron los seguridad. Dos años después, en el mismo sitio, se edificó un tercer coso, de madera y con el mismo cupo, que se inauguró el 15 de diciembre de 1851 (seis toros de Atenco para la cuadrilla de Bernardo Gaviño) y que perduró hasta 1864, cuando fue definitivamente desmantelada, aunque hay que agregar que a causa de la competencia que le hacía la plaza del Paseo Nuevo, desde 1860 no abría sus puertas al público. Este circo taurino, o más bien los tres que se levantaron en el mismo predio, estaba situado en la manzana que ahora limitan las calles de San Pablo, Topacio, Jesús María y Fray Servando Teresa de Mier. 157 Benjamín Flores Hernández. La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México)., p. 12729. Reconociendo su fuerza descriptiva y su belleza literaria, se transcriben aquí los párrafos sobre el edificio taurino y sobre la fiesta brava que venía en la interesante nota de José T. de Cuellar que acompañó a la lámina de referencia (en la obra: México y sus alrededores) en su edición original -de 1855 y 1856-. Van así: "Después de admirar la estatua ecuestre, llama la atención la Nueva Plaza de Toros; graciosa y elegante, que con los edificios que le son anexos, ocupa una área de 29,695 varas cuadradas. La plaza es toda de madera, de figura circular; la área tiene un diámetro de 70 varas; después de la valla y contravalla, se levantan siete órdenes de gradas y dos de palcos de 136 cada uno, sostenidos por 272 columnitas esbeltas y elegantes. La azotea está enladrillada y cercada por ambos lados con balaustradas de madera; la altura total de la plaza, es de 12 varas, y pueden ocuparla cómodamente 10 mil personas: comenzó la obra en 18 de enero de 1851, y se concluyó en 25 de noviembre del mismo año, importando la suma de 97,202 pesos 6 reales. Por la parte exterior hay una hermosa casa con dos pisos, a cuyos lados se prolongaron al O. y al S. dos balaustrados de hierro sobre un zócalo de recinto, que con 30 pilastras de cantería cada uno, sostienen otras tantas bonitas rejas de 4 3/4 varas de altura y 6 de largo, que cierran todo el edificio exteriormente. Esta obra la debe México al Sr. D. Vicente Pozo".
escenarios taurinos del México independiente. Nos sugieren ahora, nos invitan a pasar para ocupar alguno de sus cuartones, palcos o azoteas con el fin de formar parte del boato y toda su circunstancia, propia de un día de toros. Para esto me propongo intercalar en los siguientes párrafos la importancia de toreros, ganaderías y públicos como los actores representativos de aquellas diversiones decimonónicas. Citaré una nómina de toreros que va de 1821 a 1867, sabiendo que la actividad taurina en por lo menos el primer cuarto del XIX se ve limitada por los acontecimientos de la emancipación. Asimismo me detendré lo suficiente para citar con algunos detalles la trayectoria de aquellos diestros que por su importancia requieran especial atención. TOREROS.La figura torera nacional alcanza en aquellas épocas un significado auténtico de deslinde con los valores hispanos, al grado de quedar manifiesto un espíritu de autenticidad misma que se da en México, asumiendo significados que tienen que ver con esa nueva razón de ser, sin soslayar los principios técnicos dispersos en el ambiente. No se sabe con toda precisión el tipo de aspectos que pudieron desarrollarse en la plaza; esto es de las maneras o formas en que pusieron en práctica el ejercicio, en por lo menos la fase previa a la presencia del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda. Debemos recordar de pasada, el todavía fresco carácter antihispano que prevalece en el ambiente. Pero después de él -a mediados del siglo XIX- va a darse una intensa actividad no solo en la plaza, también en los registros de plumas nacionales y extranjeras mismas que revisaremos más adelante. Y puede quedar constancia de ciertas formas, entendidas como la extensión de todo aquel contexto al que nos referíamos en la primera parte, cuando se hizo recuento de quehaceres taurinos y extrataurinos muy en boga hacia fines del siglo XVIII. Si bien, como en España se mostraron intentos por ajustar la lidia de los toros a aspectos técnicos y reglamentarios más acordes con la realidad, en México este fenómeno va a ocurrir y seña de ello es la aplicación de un reglamento en 1822,158 y luego en 1851 cuando sólo se pretende formalizar de nuevo la fiesta, pues el reglamento se queda en borrador.159 Todo ello ocurre bajo una despreocupación que es lo que va a darle al espectáculo un sello de identificación muy especial, pues la fiesta160 cae en un estado de anarquía, de desorden, pero como tales, muy legítimos, puesto que anarquía y desorden que pueden conducir al caos, no encaminaron a la diversión pública por esos senderos. De pronto el espectáculo empezó a saturarse de modalidades poco comunes que, al cabo del tiempo se aceptaron en perfecta combinación con el bagaje español. No resultó todo esto un antagonismo. Muy al contrario, se constituyó ese mestizaje que se consolidó aún más con la llegada de Bernardo Gaviño en 1835, conjugándose así una cadena cuyo último eslabón es Ponciano Díaz. Parece todo lo anterior una permanente confusión. Y sí, efectivamente se dio tal fenómeno, como resultado de sacudirse toda influencia hispánica, al grado de llevar a cabo representaciones del más curioso tono tales como cuadros teatrales que llevaron títulos de esta corte: La Tarasca, Los hombres gordos de Europa, Los polvos de la Madre Celestina, Doña Inés y el convidado de piedra, entre muchos otros. A esta circunstancia se agregan los hombres fenómenos, globos aerostáticos y hasta el imprescindible coleo,161 todo ello salpicado de payasos, enanos, saltimbanquis, mujeres toreras sin faltar desde luego la "lid de los toros de muerte". Esto es la base y el fundamento del toreo español, que 158
El jefe superior interino de la provincia de México Luis Quintanar expidió el 6 de abril de 1822 un AVISO AL PUBLICO que pasa por ser uno de los primeros reglamentos (aunque desde 1768 y luego en 1770 ya se dispusieron medidas para el buen orden de la lidia). 159 Archivo Histórico de la Ciudad de México. Ramo: Diversiones Públicas, Toros Leg. 856 exp. 102. Proyecto de reglamento para estas diversiones. 1851, Reglamento de toros, 5 f. 160 Josef Pieper. Una teoría de la fiesta. Madrid, Rialp, S.A., 1974 (Libros de Bolsillo Rialp, 69). 119 p., p. 17. Celebrar una fiesta significa, por supuesto, hacer algo liberado de toda relación imaginable con un fin ajeno y de todo "por" y "para". 161 Lanfranchi, ib., T. I., p. 128.
finalmente no desapareció del panorama. Con toda la mezcla anterior -que tan solo es una parte del gran conjunto de la "fiesta"-, imaginemos la forma en que ocurrieron aquellos festejos, y la forma en que cayeron en ese desorden y esa anarquía auténticamente válidos, pues de alguna manera allí estaban logradas las pretensiones de nuestros antepasados. Y bien, dentro de la nómina torera abrimos con los hermanos Ávila: Luis, Sóstenes y José María, que además pasan por ocupar un decanato de alrededor de cincuenta años es decir, no hay una precisión al respecto debido a que existen noticias que los remontan a 1808 162 y otras a 1819163 en Necatitlán, así como en la plaza de el Boliche respectivamente; y hasta 1857, tanto Luis como Sóstenes son quienes ocupan la atención.164 162
Armando de María y Campos: Ponciano, el torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943. 218 p. fots., facs. (Vidas mexicanas, 7)., p. 23. "...los hermanos Ávila que el día en que fue inaugurada la plaza provisional, de madera en la plazuela de Necatitlán, el 13 de agosto de 1808, se presentaron a torear por primera vez en México...: "Capitán de cuadrilla que matará toros con espada por primera vez en esta muy noble y leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.-Segundo matador, José María Ávila. Si se inutilizara alguno de estos dos toreros por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermanos de los anteriores y no menos entendido que ellos." Cfr. Lanfranchi, op. cit., T. II., p. 767. Plaza de "Necatitlán". De madera, funcionó aproximadamente de 1826 a 1834 [aunque Gabriel Ferry que es seudónimo de Luis de Bellamare la describe en una visita que hizo en 1845 y queda registrada en sus Escenas de la vida mexicana. N. del A.], cuando fue desmantelada. Estaba situada cerca de la actual cerrada de Necatitlán, a un lado de la calle Cinco de Febrero. 163 Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, "Al sonar el clarín", 1953. 268 p., p. 167-9. El 1o. de marzo de 1819 tomaron parte los hermanos Ávila en una corrida en la plaza de "El Boliche" con toros de Puruagua. 164 Fue la tarde del 26 de julio de 1857 en que la historia les registra por última vez, pues a partir de ese momento se les pierde todo rastro. Sin embargo, vid. Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX, p. 73. El 13 de junio de 1858 y en la plaza de toros del Paseo Nuevo participó la cuadrilla de Sóstenes Ávila en la lidia de toros de La Quemada. Para esa época actúan, de 1819 a 1867 las siguientes figuras: (T) Torero; (B) Banderillero; (P) Picador; (O) Otros. -Felipe Estrada (T) -José Antonio Rea (T) -José María Ríos (B) -Guadalupe Granados (B) -Vicente Soria (B) -José María Montesinos (B) -Joaquín Roxas (O) (Loco) -José Alzate (O) (Loco) -Xavier Tenorio (P) -Ramón Gándara (P) -Ignacio Alvarez (P) -José Ma. Castillo (P) -Luis Ávila (T) (desde 1819) -Sóstenes Ávila (T) (desde 1819) -José María Ávila (T) (desde 1819) -Basilio Quijón (T) (ca. 1820) -Bernardo Gaviño y Rueda (T) (desde 1835) -José Sánchez (T) (español) -Victoriana Sánchez (T) -Caralampio Acosta (P) -Pablo Mendoza (T) -Andrés Chávez (T) -Victoriano Guevara (T)
-Vicente Guzmán (P) -José González "Judas" (B) -Juan Corona (P) -Dolores Baños (T) -Soledad Gómez (T) -Mariano González "La Monja" (T) -Antonio Duarte "Cúchares" (T) (español) -Francisco Torregosa (T) -Ignacio del Valle (B) -José Delgado (B) -Antonio Campos (B) -Manuel Lozano García (B) -José Arenas, de Chiclana (P) -Juan Trujillo, de Jeréz (P) -Pilar Cruz (P) -Diego Olvera (P) -Tomás Rodríguez (B) -Magdaleno Vera (P) -Refugio Macías (Picadora) -Ignacio Gadea (O) (banderilleaba desde el caballo) -Serapio Enríquez (P) -Antonio Cerrilla (O) (desde el caballo) -Fernando Hernández (T) -Lorenzo Delgado (B) -Joaquín López "El Andaluz" (B) -Lázaro Sánchez (B) -Francisco Soria "El Moreliano" (B) -Tomás Rodríguez (B) -Manuel Gaviño (B) (hermano de Bernardo) -Esteban Delgado (P) -José Ma. Castillo (B) -Lázaro Caballero (P) -Antonio Escamilla (P) -Antonio Rea (P) -Cenobio Morado (P) -Francisco Cuellar (B) -Joaquín Pérez (B) -Alejo Garza, "El hombre fenómeno" (O) (se le llamaba así por faltarle los brazos y realizar durante sus participaciones una diversidad de actos y de suertes inverosímiles). -Ireneo Mendez (B) -Angeles Amaya (T) -Mariana Gil (T) -María Guadalupe Padilla (T) -Carolina Perea (T) -Antonia Trejo (T) -Victoriana Gil (T) -Ignacia Ruiz "La Barragana" (T) -Antonia Gutiérrez (O) (de a caballo) 70 figuras -de una lista que puede aumentar- son las que conforman el espacio ya indicado y en el cual podemos apreciar la participación directa de mujeres y aquellas consecuencias del quehacer campirano que encontró extensión en los ruedos. Fuentes como la de Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en..., op. cit., T. I. pp. 119-72; Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la... op. cit., pp. 81-124 y Armando de María y Campos: Ponciano el torero..., op. cit., pp. 27-87, suministran la información reunida bloques arriba.
GANADERIAS.En el curso del siglo XIX se puede hablar de un sentido orientado hacia la profesionalización en cuanto carácter de selección y cruzas que definen al criador de reses bravas. Todo ese proceso adquirió una auténtica revolución a partir de 1887 (año en que se reanudan las corridas de toros en la capital, luego de derogarse la sanción que precisamente es la que estoy sometiendo al análisis en este trabajo), cuando se importa ganado español en grandes proporciones.165 No es despreciable el hecho de una incursión similar casi un siglo antes, cuando el dueño de El Cazadero -D. Raimundo Quintanaradquirió lo menos dos toros andaluces que estuvieron en dicha ganadería de toros criollos desde 1794, así como en Guanamé propiedad a principios del XIX de D. Matías Gálvez, sobrino del virrey D. Bernardo Gálvez quien adquirió por esas épocas toros salmantinos desconociéndose otro tipo de detalles. El registro ganadero permite observar una notable presencia de toros para las diversas fiestas en la capital. Por supuesto, no he terminado de anotar el hecho de una idea en la que la citada profesionalización pudiera estar presente en cuanto queja por el juego de los astados. Más bien ésta inició su demostración luego de derogado el artículo 87 de la ley de Dotación de Fondos Municipales, a finales de 1886. En ese momento el ganado sufre un descuido de la selección natural hecha por los mismos criadores luego del corte de actividades taurinas iniciado en 1867. Es la obra de Heriberto Lanfranchi la que respalda esta investigación, con objeto de enumerar las ganaderías de los años que preceden el acontecimiento central de nuestro estudio. En 1815, y justo en abril se realizaron fiestas a beneficio del vestuario de las tropas realistas en que se jugaron toros de Atengo escogidos y descansados, con la divisa de una roseta encarnada, y seis de Tenango que son de muy buena raza, también escogidos, y se señalarán con roseta blanca".166 Tales corridas resultaron un total fracaso, por lo que, el virrey Calleja autorizó en junio del mismo 1815 otras cuatro corridas en que se lidiaron toros de Atengo, con divisa encarnada, y cinco del Astillero y Golondrinas, con divisas de color caña".167 1816. En San Pablo y para celebrar las fiestas de la Pascua se escogieron "seis toros despuntados, de ganado escogido de Durango, Tepustepec y Puquichamuco, que se distinguirán por las divisas azul, encarnada y amarilla, y el último será embolado para los aficionados".168 En 1824 se lidiaban toros de Atenco en la Plaza Nacional de Toros.169 Tendrá que pasar un largo receso para que en 1839 volvamos a saber de referencia en cuanto a ganado y es el 1º de septiembre cuando en la Plaza Principal de Toros de San Pablo se lidian bureles de Huaracha y Tlahuililpa. El 12 de diciembre siguiente y en el mismo coso se jugaron astados del Astillero. Sin lugar a dudas, Atenco surtirá con toros las distintas y continuas corridas que se efectuaron en la plaza de San Pablo, en la cual un 26 de octubre de 1851 volverán los de La Huaracha y se presentan los de Molinos de Caballero.170 El Infierno que era una fracción de Atenco se presenta en la misma plaza el 21 de diciembre de 165
Heriberto Lanfranchi: Historia del toro bravo mexicano. México, Asociación Nacional de criadores de toros de lidia, 1983. 352 p. ils., grabs., p. 85. Todo lo relativo a la llegada de toros españoles a México desde 1887 y hasta 1898 comprende, en primera instancia, la formación de ganaderías en su aspecto puramente profesional. Es el caso de: Tepeyahualco, El Cazadero, Atenco, Atlanga, Piedras Negras, San Diego de los Padres que adquirieron toros de Anastasio Martín, Miura, Zalduendo, Concha y Sierra, Pablo Romero, Murube, Eduardo Ibarra que fueron simiente fundamental durante más de cincuenta años, hasta que en 1946 se presentó la fiebre aftosa, misma que puso punto final a este fenómeno. 166 Lanfranchi, La fiesta brava en..., T. I., p. 120. 167 Op. cit. 168 Op. cit., p. 121. 169 Plaza Nacional de Toros. Domingo 15 de agosto de 1824. Se lidiaron "ocho escogidos toros de la acreditada raza de Atenco, incluso el embolado, con que dará fin". 170 Lanfranchi, ibid., p. 138.
1851.171 Con el 23 de noviembre de 1851 se inicia la etapa de una plaza más como fue la del Paseo Nuevo. Aquella tarde Bernardo Gaviño y Mariano González La Monja se las entendieron con cinco toros de El Cazadero.172 En San Pablo y el 11 de enero de 1852 fueron de Sajay (Xajay) los toros e incluso volvió a lidiarse ¡El Rey de los Toros! que habiéndose jugado el día 1 de aquel mes fue indultado de morir, por su incomparable bravura, y el cual fue el que inutilizó en pocos momentos a todos los picadores de la plaza y a uno de los chulillos, en dicho día.173 Guatimapé vuelve a lidiar luego de conquistar un triunfo el 8 de febrero de 1852 en la de San Pablo.174 Queréndaro se presentó el 25 de julio de 1852 en la misma plaza.175 El 29 de mayo de 1853 y en el Paseo Nuevo se lidiaron toros de Queréndaro, San José del Carmen y San Cristóbal.176 De la hacienda de Tejustepec [sic] fueron los estoqueados el 13 de agosto de 1854 en el Paseo Nuevo.177 En la tarde del 13 de febrero de 1859 la del Paseo Nuevo fue escenario para la lidia y muerte de toros: uno del Rincón de San Gaspar y así, respectivamente uno de: la Isleta, del Tulito, del Tomate, de las Fuentecillas y del Tejocote, todos de las estancias de Atenco.178 Bajo estas apreciaciones puede uno darse cuenta de la cantidad de ganaderías que surtieron de toros desde 1815 al año en que ocurre el corte de actividad en la capital, esto en 1867. Merece atención especial el caso de Atenco, propiedad de José Juan Cervantes, hacienda que en cantidades importantes surtió de toros a las fiestas desarrolladas en las dos plazas conocidas. Las extensiones territoriales propiedad del señor Cervantes, uno de los últimos descendientes del condado de Santiago de Calimaya abarcan sin enajenarse aun, las posesiones que recibió el Licenciado Juan Gutiérrez de Altamirano, primo de Hernán Cortés al recibir aquél de este, el repartimiento de Calimaya y sus sujetos.179 En esa forma es como puede entenderse la participación directa de la ganadería, de la cual en sentido lato -vuelvo a insistir- no hay en ella un aspecto profesional en cuanto tal. Las crónicas refieren en muy contadas ocasiones el caso de mansedumbre en las reses y ello hace pensar por supuesto, de la participación del criador al proporcionar un toro con características afines a una lidia acostumbrada por entonces. PUBLICOS.171
Ibid., p. 139. Ibid., p. 140. 173 Ibid., p. 142. 174 Ibid. 175 Ibid., p. 146. 176 Ibid., p. 152. 177 Ibid., p. 156. 178 Ibid., p. 164. 179 Isaac Velázquez Morales. "La Purísima Concepción de Atenco" (Estudio histórico, inédito). Fue el propio capitán extremeño quien se desprendió de la encomienda de Calimaya para entregarla a su apoderado y pariente el Lic. Juan Gutiérrez Altamirano -casado con su prima doña Juana Altamirano' "al parecer desde antes de irse a España", en enero de 1540. Además, le fueron adjudicados también en encomienda al Lic. Gutiérrez los pueblos de Metepec y Tepemaxalco. En el año de 1548, doña Catalina Pizarro vendió a la viuda de Cortés, doña Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, la estancia de Chapultepec, sita en las faldas orientales del cerro del mismo nombre, como consta en la escritura hecha en Cuernavaca el 29 de febrero de ese año, ante el escribano de su Majestad, Pedro de Valdivieso. Estos dominios territoriales ocupan tal extensión que, en la actualidad, son buena parte del valle de Toluca (N. del A.). 172
Elemento vital de la fiesta es el público, masa colectiva en la que gravitan sinfín de condiciones las cuales deben satisfacer un gusto muy especial, pues en el caso contrario, su postura puede adquirir resonancias incontrolables. Las dimensiones propias de la fiesta torera decimonónica se atiene a varias características particulares reducidas a dos elementos: el gozo por la barbarie (esto es, la proporción sangrienta que significará el número de caballos muertos en el ruedo, despanzurrados, así como de los toreros heridos); tanto del gusto general por los aderezos de que se vestía un espectáculo. No es difícil entender la actitud asumida por los escritores nacionales y viajeros extranjeros quienes no alcanzan a comprender la magnitud del horror y lo repudian. Horror insoportable -seguramente a la luz actual de nuestra mentalidad-, pero horror también en momentos donde trasciende una cultura subterránea y atroz de lidias donde la violencia y la sangre son consustanciales al espectáculo taurino del XIX, un espectáculo en vías de concretarse -aunque suene ilógico el término- pues el pueblo mexicano fue capaz de incorporar al escenario, a la trama un conjunto de posibilidades toreras efímeras al fin y al cabo-, pero que sirvieron para nutrir una fiesta entendida como tal, capaz de arrojar a cada instante un sentido de riqueza, misma que nunca desplazó el basamento estructural de la composición técnica en que se sustentaba y siguió sustentándose. Existe por supuesto la idea contraria en cuanto a afirmar que la corrida de toros era el caos y la anarquía. El regreso a la civilización primitiva. Nunca ha sido la de toros una diversión privativa de tal o cual estrato social. Dejó de serlo en el momento en que la nobleza, por la vía de las implicaciones ya anotadas en el capítulo anterior, tuvo que depositarla en manos del pueblo. Este a su vez, consiguió imprimirle al paso de los años un sello de legitimidad absoluta ("el toreo es nuestro" se dijo así mismo el pueblo) y por tanto le fue proporcionando elementos de mejoría, técnica y estética que alcanzaron esplendor a partir de la presencia de dos tauromaquias como son la de José Delgado Pepe Hillo180 y la de Francisco Montes Paquiro.181 Luego entonces, el proceso generado en España tiene réplica americana, con el sello de este lado del mar y sus circunstancias. De regreso por México, es como nos permite lo anterior echar un vistazo a las plazas, mirar su contenido dinámico brotado del ruedo y la reacción popular, siempre efusiva de parte de un pueblo182 mismo que no se preocupa en atender en esos instantes de diversión, de si son pobres o son ricos. El toreo y como se halla representado entonces, agradaba a todos sin excepción -bueno, no a todos. Ya lo veremos-. Es oportuno iniciar el camino analítico con las plumas y los pensamientos en pro y en contra para entender no solo el concepto o género que es lo taurino, sino también de la intensa participación popular que pueda proponer inclusive, apreciaciones del orden sicológico. El primer ministro de los Estados Unidos de Norteamérica ante México, Joel R. Poinsett presencia lo que es una stravaganza mexicana en 1822, misma que pasa a sus Notas sobre México.183 Donde apunta sus visiones taurómacas hace de entrada un símil entre la plaza de San Pablo y la de Madrid porque "es exactamente igual y casi tan grande" (ésta con aquella. N. del A.). Y abre fuego con su opinión adversa al toreo.
180
José Delgado ("Pepe-Hillo"): La Tauromaquia o el arte de torear. Véase LA TAUROMAQUIA (pp.27-205). Francisco Montes (a) "Paquiro". Tauromaquia completa. O sea: El arte de torear en plaza tanto a pie como a caballo. Escrita por el célebre lidiador(...) y dispuesta y corregida escrupulosamente por el editor. Va acompañada de un discurso histórico apologético sobre las fiestas de toros, y una tercera parte en que se proponen las mejoras que debería sufrir este espectáculo. Madrid, 1836, Ediciones Turner, 1983, 170 p. (Turner, 60). 182 Para mi el concepto "pueblo" es utopía al no existir una razón que lo defina como tal. Las luchas civiles entre señores durante el siglo XIX y el nuestro-, utilizan las masas humanas como instrumento para conseguir intereses personales, sustentados en el término pueblo, el mismo que funciona para satisfacer -sí y solo sí- los intereses. Cubierta esa necesidad, el pueblo vuelve a su estado utópico, en tanto que terrenable es o son masas (todo ello bajo el entorno latinoamericano). 183 Flores Hernández, La ciudad y la..., p. 82. 181
En el redondel hay un círculo de cinco o seis pies de alto, con estrechas aberturas, en donde se refugian los atormentadores del toro cuando éste les persigue.184
Atormentadores o victimarios que para el caso es lo mismo, trabajan como puede entenderse, al servicio de la tortura, misma que observan damas bien vestidas, que demuestran mayor interés por el tormento y muerte de un toro, del que vos, con vuestros prejuicios, habríais de considerar como decoroso en el sexo débil.185
Las mujeres por lo que puede observarse acuden sin mayor recato y sin demostración alguna de compasión a los toros, un espectáculo lleno ya de escenas y cuadros con singular dramatismo sangriento. Por aquel entonces circula en México un folleto que reproduce fielmente las ideas de León de Arroyal y su PAN Y TOROS186 mismo que encuentra segunda voz en otro opúsculo salido de la imprenta de Arizpe en 1822. Se trata del Mexicano. Enemigo del abuso más seductor.187 Estas posiciones de nuestros visitantes, influyen en el espíritu de antepasados como José Joaquín Fernández de Lizardi o Carlos María de Bustamante, para ajustarlos a la época de esa presencia ideológica. Ya me referiré a ellos en su momento. C. C. Becher, originario de Hamburgo dejó en Cartas sobre México188 su visión sobre las corridas de toros, presenciadas seguramente a principios de 1832 y en la cual sin mostrar señales de desaprobación va siguiendo y apuntando con detalle de buen centroeuropeo la lidia del toro.189 W. H. Hardy visita México en 1825. Justo el 10 de diciembre llega a Maravatío Grande. Celebraba la población el "aniversario de su constitución", y llamado por la curiosidad llega hasta la plaza de toros justo a tiempo de ver el último toro aguijoneado a muerte por los patriotas pueblerinos, armados de lanzas en la Plaza Grande; el recinto estaba rodeado de grandes bancos donde se sentaban señoras bien vestidas, de todas las edades para ver ese espectáculo y aplaudir todo acto de crueldad cometido por los combatientes. Me alejo rápidamente de ese desagradable espectáculo, lamentando que madres e hijas se embotaran con él, ya que tiende a apartarles del cumplimiento de los oficios humanitarios que son el atributo de su sexo.190
No cabe en Hardy la menor duda de desagrado, de rechazo, recriminando de pasada el hecho de mujeres asistentes que deterioran sus mentes en vez del "cumplimiento humanitario" que manda en su sexo. Poinsett, C. C. Becher., W.H. Hardy nos han demostrado hasta ahora una visión en la que El viajero anglosajón, por ejemplo, que escribe sobre México está definiéndose; está expresando su ser por su contrario, por el no-ser. Es decir, el viajero describe lo que ve, lo que él no es; lo que él ni su país jamás
184
Op. cit. Op. cit. 186 León de Arroyal. Pan y Toros. Oración apologética en defensa del estado floreciente de la España, dicha en la plaza de toros por D.N. el año de 1794. Cfr. Lecturas taurinas del siglo XIX, p. 35-51. 187 Lecturas taurinas..., op. cit., p. 53-59. 188 C.C. Becher. Cartas sobre México. Traducción del alemán, notas y prólogo por Juan A. Ortega y Medina. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1959. 240 p., ils., maps. (Nueva Biblioteca Mexicana, 3). 189 Op. cit., p. 86-7. 190 Viajes en México. Crónicas extranjeras. Selección, traducción e introducción de (...). Dibujos de Alberto Beltrán. 2a. edición, México, Secretaría de Obras Públicas, 1959. 499 p., maps., p. 125-6. 185
podrán ser ya sea para bien o para mal, por exceso, o por identificación.191
Y es que la realidad hace que impere en ellos un espíritu de profundo rechazo con las conformaciones americano-españolas. No es lo que México muestra, es toda aquella herencia hispana resultante la que en el fondo se recrimina pero que no se desaprovecha la acción para atacar lo retenido por los propios mexicanos. Continuando con estos personajes que son para el trabajo un aporte significativo, traigo ahora a Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825, dejando impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del "monte parnaso" y la "jamaica", de las cuales hace un retrato muy interesante. En Perico el Zaragata que es la parte de sus Escenas de la vida mejicana que ahora me detienen para su análisis, abre dándonos un retrato fiel en cuanto al carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia, que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, sin faltar el "lépero" hasta que de pronto, estamos ya en la plaza. Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad.192
Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el "monte parnaso" y la "jamaica",193 la verdad que poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos todo prácticamente, aunque sí es de destacar la actitud tomada por el pueblo quien de hecho pierde los estribos y se compenetra en una colectividad incontrolable bajo un ambiente único. Mathieu de Fosey, otro de nuestros visitantes distinguidos no deja pasar la oportunidad de retratar literalmente hablando- los acontecimientos de carácter taurino que presencia en 1833 pero que aparecen hasta 1854 en su obra Le Mexique. El capítulo IV se ocupa ampliamente del asunto y recogemos de él los pasajes aquí pertinentes. Durante su tiempo de permanencia -que fue de 1831 a 1834- no dejaron de darse corridas, (especialmente en una plaza cercana a la Alameda) pero no había en él esa tentación por acudir a uno de tantos festejos hasta que Acabé por dejarme convencer; pero la primera vez no pude soportar esta escena terrible más de media hora... [Algún tiempo después volvío...] y acabé por acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes que tenía que resistir hasta el final del espectáculo...194 191
Juan A. Ortega y Medina: México en la conciencia anglosajona II, portada de Elvira Gascón. México, Antigua Librería Robredo, 1955. 160 p. (México y lo mexicano, 22)., p. 43-4. 192 Gabriel Ferry. (Seud. Luis de Bellamare): La vida civil en México por (...). Presentación de Germán List Arzubide. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1974. 111 p. (Colección popular CIUDAD DE MÉXICO, 23)., p. 22-3. 193 Op. cit., p. 24-5. (...)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una "jamaica". 194 Lanfranchi, La fiesta brava en..., p. 128.
En esa visión se encierra todo un sentido por superar la incómoda reacción que opera en Fosey quien, al ver esos juegos bárbaros, tiene que pasar al convencimiento forzado por "acostumbrarme bastante a las impresiones fuertes" propias del espectáculo que presencia en momentos de intensa actividad "demoníaca" (el adjetivo es mío) pues es buen momento para apuntar justo el tono bárbaro, sangriento de la fiesta, mismo que se pierde en una intensidad de festivos placeres donde afloran unos sentidos que propone Pieper así: Dondequiera que la fiesta derrame incontenible todas sus posibilidades, allí se produce un acontecimiento que no deja zona de la vida sin afectar, sea mundana o religiosa.195
No nos priva de un retrato que por breve es sustancioso en la medida en que podemos entender la forma de comportamiento entre protagonistas. A veces actúan toreros españoles, pero no son superiores a los mexicanos, ni en habilidad ni en agilidad. Estos están acostumbrados desde la infancia a los ejercicios tauromáquicos, en los campos de México, igual que los pastores de Andalucía en las praderas bañadas por el Guadalquivir, y saben descubrir como ellos en los ojos del toro el momento del ataque y el de la huida. A caballo lo persiguen, le agarran la cola y lo derriban con gran facilidad; a pie, lo irritan, logran la embestida y lo esquivan con vueltas y recortes. Este juego casi no tiene peligro para ellos...196
De esto emana el propósito con el que la fiesta torera mexicana asume una propia identidad, nacida de actividades que si bien se desarrollan con amplitud de modalidades cotidianas en el campo, será la plaza de toros una extensión perfecta que incluso permitirá la elegancia, el lucimiento hasta el fin de siglo con el atenqueño Ponciano Díaz, sin olvidar a Ignacio Gadea, Antonio Cerrilla, Lino Zamora y Pedro Nolasco Acosta, fundamentalmente. Los prejuicios van de la mano con nuestros personajes quienes no ocultan -unos-, su desaprobación total; y otros diríase que a regañadientes aceptan con la mordaza debida el festivo divertimento, porque una "nefasta herencia española" lastima el ambiente por lo que fue y significó la presencia colonial "desarraigada" pues, como dice Ortega y Medina: los sedimentos hispánicos son sacados a la superficie (por esta suma de viajeros y otros que cuestionan las condiciones del México recién liberado), expuestos a la luz crítica de la razón liberal protestante y extranjera para ser abierta o veladamente censurados como muestra de un pasado histórico y espiritual antediluvianos, antirracionales; es decir, de un pasado que mostraba huellas de animosidad, de oposición, de manifiesta tendencia a ir contra la corriente.197
El espíritu crítico seguirá siendo la manera de su propia reacción198 y ya no se detendrá para seguir acusando una fobia que por progresista no se adecua a primitivos comportamientos de la sociedad mexicana que aún no se deslinda de toda una estructura, consecuencia del rechazo o, para decirlo en otros términos es esa visión de pugna entre lo liberal y lo conservador, terreno este que se somete a profundas discusiones puesto que entenderlo a la luz de una razón y de una perspectiva concreta, es llegar al punto no de la pugna como tal; sí de una yuxtaposición, de esa mezcla ideológica que se detiene en cada frente para proporcionarse recíprocamente fundamentos, principios, metas que ya no 195
Pieper, op. cit., p. 44. Lanfranchi, ibidem. 197 Ortega y Medina, México en la conciencia..., p. 73. 198 Flores Hernández, La ciudad y la..., p. 86. A cada paso se encuentran, pues, en las reseñas toreras de aquellos viajeros, expresiones de horror ante la barbarie de la fiesta y de suficiencia al pretender explicarla como lógica consecuencia de toda una manera de ser en absoluto desacuerdo con las reglas de comportamiento dictadas por la modernidad. 196
reflejan ese absoluto perfecto pretendido por cada grupo aquí mencionado desde su génesis misma. En la continuación de nuestros apuntes, Brantz Mayer, es el que en México as it was and as it is (México lo que fue y lo que es) deja fiel retrato de este panorama, comprendiendo en sus pasajes descriptivos el comportamiento popular y lo propiamente taurino. El que fuera secretario de la legación norteamericana en México entre 1841 y 1842, afirma que las corridas de toros, "al lado del de los terremotos y el de las revoluciones, formaba la principal diversión de los mexicanos de la época".199 Al llegar a la plaza nos refiere una asistencia de ocho mil espectadores aproximadamente. La parte del edificio expuesta a los rayos del sol se dejaba a la plebe; la otra mitad se reservaba para los patricios, es decir, para los que pagasen medio dólar, con lo cual adquirían el derecho al lujo de la sombra(...) Siento gran repulsión por estas exhibiciones brutales; pero creo que es deber del hombre del ver un ejemplar de cada cosa durante su vida. En Europa presencié disecciones, y ejecuciones mediante la guillotina; y, fundando en este mismo principio, asistí en México a una corrida de toros.
Y a la corrida, donde por cierto llega tarde Brantz, pues ya los picadores los estaban aguijoneando [a los toros] con sus lanzas, mientras los seis matadores, ágiles y ligeros, vestidos con trajes de vivos colores, lo provocaban con sus capas rojas, que hacían ondear a pocos pasos de los cuernos de la bestia; y cuando esta embestía contra el trapo, podían ellos lucir su habilidad, evitando los golpes mortales de los cuernos. Después de hostigar al animal durante diez minutos con capas y lanzas, sonó una trompeta; al punto le clavaron en el cuello doce banderillas, o lancetas adornadas de papel dorado y de flores, haciendo que el animal se precipitase con furia contra su agresor, al sentir cada nuevo pinchazo del arma cruel. Hecho esto, la cuadrilla se puso en círculo, y el toro quedó en medio bufando, escarbando la tierra, moviendo la cabeza a uno y otro lado, viendo por doquiera un enemigo armado que apuntaba hacia él su lanza y bramando para que no se atreviesen a atacarlo. Pero a la verdad ya estaba domado. Otro toque de clarín, y dos matadores, apartándose del grupo, se adelantan con cautela y clavan en la piel del cuello del animal dos lanzas rodeadas de fuegos artificiales. Bufando, bramando, llameando y crepitando se puso el toro a dar brincos por la arena, azotándose con la cola y embistiendo a ciegas a cuanto se le ponía por delante. Al tercer toque de trompeta, salió a la plaza el matador principal, que ahora se presentaba por primera vez, y se adelantó hacia el palco del juez para recibir la espada con que acabaría con el animal. Entretanto se habían consumido los fuegos de artificio, y el animal estaba acorralado contra la barrera sur del teatro. Allí se le veía jadeando de cansancio, de rabia y desesperación. El matador, un andaluz vestido de gala, con medias de seda y traje ajustado, color de púrpura con bordados de abalorios, era hombre de contextura hercúlea; y su figura varonil, en la plenitud de la perfección del vigor y la belleza humana, formaba hermoso contraste con la enorme masa de huesos y músculos de la bestia. Enrolló su capa en la vara corta que llevaba en la mano izquierda, y se acercó al toro, empuñando en la diestra el afilado estoque. El toro, enfurecido a la vista de la capa roja, se precipitó hacia él. En el punto en que el animal se detuvo para embestirlo, el matador, saltando hacia la izquierda con brinco de ciervo y recibiendo en la punta de su espada todo el choque del peso y del impulso del animal, se la enterró en el corazón, y sin ninguna convulsión lo dejó muerto a sus plantas. Ante el éxito del golpe, el público estalló en aplausos. El matador sacó del cuerpo del animal su espada ensangrentada, la envolvió en su capa y, haciendo un saludo a la multitud, la devolvió al juez.200 199
Op. cit., p. 87. Brantz Mayer. MEXICO lo que fue y lo que es, por (...). Con los grabados originales de Butler. Prólogo y notas de Juan A. Ortega y Medina. Traducción de Francisco A. Delpiane. 1a. ed. en español. México, Fondo de Cultura Económica, 1953. LI-518 p. ils., retrs., grabs. (Biblioteca Americana, 23)., p. 88-91: Sonó de nuevo la trompeta; ataron un cable a los cuernos del animal, hicieron entrar tres caballos con vistosos arneses, les engancharon los despojos, y, a otra señal de la trompeta, los hicieron partir a todo galope, arrastrando el cadáver fuera del coso. Sobre el charco de sangre desparramaron una paletada de tierra fresca; sonó de nuevo la trompeta; abrióse la barrera 200
izquierda y el segundo toro saltó a la arena. Casi cegado por su brusca salida de la profunda oscuridad de su antro al pleno sol, y aturdido con los gritos y clamores del público, se precipitó al centro de la arena y allí se quedó inmóvil. Movió la cabeza de un lado a otro, como si buscase a donde ir. Escarbó la tierra con las pezuñas, se azotó los flancos con la cola y, en suma, se vio a las claras que era un fracaso. Al instante se le echaron encima los picadores con sus largas lanzas; y un segundo después dos de ellos rodaban por el suelo, atropellados por la bestia bravía. Esto provocó en la muchedumbre una tempestad de aplausos; y un honrado irlandés que estaba cerca de mí gritó a todo pulmón: "¡Bravo, bull!" Pero ya estaban los matadores junto al animal, con sus capas rojas, y apartando su atención a los picadores caídos, les dieron tiempo para levantarse y volver a montar; al menos a uno de ellos, ¡porque al caballo del otro le había metido el toro los cuernos en la barriga, y, al levantarse, las entrañas le arrastraban por el suelo! Siguió adelante la rutina de costumbre con el animal, lo mismo que con el primero: y hasta que al cabo se dio la señal de trompeta para que el matador principal se presentase a recibir su espada. Pero esta vez el toro no era cosa de juego; el valiente andaluz se le fué acercando con precaución. Al llegarse al toro, la bestia se hallaba cerca de la barrera, echando espumarajos de rabia. Todavía le estaba ardiendo el pelo con la explosión de los fuegos artificiales. El andaluz le pasó la capa por delante de los ojos, y volviéndose a la derecha para herir en el momento que el animal diese el salto de costumbre, desdichadamente erró la estocada, y se encontró preso entre la barrera y el animal, a una yarda de distancia así de este como de aquélla. Se salvó saltando la barrera, mientras los cuernos del animal embestían contra los tablones, haciendo estremecerse el redondel y el recio maderamen. Mas ya estaba otra vez sobre la arena el intrépido luchador provocando a su enemigo. Otro salto, otro pase de capa por delante de los ojos de la bestia, y su espada penetró hasta la empuñadura en el cuello del animal, atravesando la piel y el pelo, para brillar al otro lado encima del hombro derecho. Pero la herida no era fatal, y la bestia se puso a brincar con más furia que nunca. Se le acercó un picador y lo revolcó en el polvo. Vino otro, y también arrojó al aire el caballo; más él, conservando el equilibrio, se mantuvo apoyado sobre los pies, y cuando se levantó el caballo, se alzó junto a él, sentado en la silla; al mismo tiempo, con pasmosa presencia de ánimo, arrojó su lazo, y logró coger por uno de los cuernos pero desdichadamente el alzo se escurrió. A pesar del malogro de su intento, el picador, por su sangre fría, su dominio del caballo y su donaire y pericia, recibió una salva de aplausos. Entretanto, el matador había recobrado el aliento y estaba listo para atacar de nuevo a su indómito enemigo; pero esta vez atacó sin armas. A pesar de lo furioso del animal, aguijoneado por las banderillas que llevaba clavadas por en los lomos, destrozada la piel y el arma metida en las carnes, el matador se le acercó intrépidamente; otra vez más arrojó la capa a los ojos del animal, y, dando un salto por encima de los cuernos, en el momento en que éste se detuvo, asió la empuñadura de la espada y la sacó chorreando de sangre. Hostigado y exhausto con la pérdida de sangre, ya las fuerzas del animal estaban casi por completo agotadas. Buscó la puerta de la barrera por donde había entrado en la arena. Allí se detuvo, manando sangre por la herida. A ojos vistas, se estaba muriendo; y al punto cesaron todos los ataques. Había luchado con tanta valentía, que los picadores, los matadores, los coleadores y toda la cuadrilla se pusieron en círculo en torno suyo, como para contemplar la agonía de un héroe. Todos parecían sobrecogidos de admiración; hasta los léperos de las galerías se callaron, sumidos en profundo silencio. El toro se estuvo quieto un instante, como sin saber que hacer. Confieso que el infeliz me parecía tener entendimiento, un entendimiento lastimado por el sentimiento de la fuerza reducida a la impotencia por un enemigo inferior y despreciado. Sintió que se le debilitaban las piernas. Trató de correr; pero las piernas se negaron a moverse. Levantó convulsivamente las patas, agitó la cola, abrió los ojos como sacudido por un súbito temor nervioso y los clavó con fijeza feroz en la sangre que se le salía a torrentes. De nuevo se empeñó en correr; tambaleóse dos veces, pero recobró el equilibrio. Entonces se le acercó nuevamente un matador con su capa y una daga corta en las mano para poner término a esta penosa escena; pero al llegársele, el animal se tambaleó hacia delante, con el hocico hacia arriba y los dientes bañados de espuma; se estiró, quedando quieto y rígido como una estatua, y luego, de repente, bajando la cabeza para hacer un supremo y mortal esfuerzo, se echó de un salto encima del matador, y cayó muerto, sin fuerzas, sin aliento, sangrando y furibundo, hasta el final (1). Esta fué la mejor lucha (2) de la tarde. Sacaron a la plaza otros cinco toros; pero casi todos ellos resultaron cobardes. Y a pesar de eso, a ninguno dio muerte el matador a la primera estocada, lo que menoscabó la buena opinión que de sus habilidades tenía la chusma. A algunos animales los cogieron de la cola: los coleadores, inclinándose sobre el elevado arzón de la silla y deteniendo bruscamente sus caballos, hacían revolcarse en el suelo a los toros. Pero los así humillados eran los cobardes más consumados. A otros les enredaban el lazo en los cuernos o en las patas, lo que me dio ocasión de apreciar la pericia que alcanza la mayoría de los jinetes mexicanos en el manejo de tan útil instrumento. Uno de los toros saltó por encima de la empalizada para caer en medio de los espectadores, no lejos de donde yo estaba; pero el animal era tan para poco, que al parecer se sintió más contento de escapar de la muchedumbre que la muchedumbre de él. En vista de ello, lo sacrificaron de manera muy ignominiosa. Al acabarse los deportes, y aun antes de que se pusiese el sol, salió la luna con majestuosa calma, vertiendo su luz
Y sigue narrando Mayer otros detalles de la corrida, hasta volver a caer en algunos de proporción ya conocida. No cabe en él la menor duda del rechazo que se convierte en una descripción pormenorizada de cada fase de la lidia, en la que no deja de resaltar el cruel sentido propio del espectáculo, pero resultado al fin y al cabo de ese formular la fiesta a partir de connotaciones muy definidas: lanzas rodeadas de fuegos artificiales, el método de hostilidad por parte de los toreros en masa frente a la víctima, el exceso de los puyazos y los caballos que, despanzurrados vuelan por los aires con los picadores y otras lindezas. Sin embargo sacaron a la plaza otros cinco toros; pero casi todos ellos resultaron cobardes. Y a pesar de eso, a ninguno dio muerte el matador a la primera estocada, lo que menoscabó la buena opinión que de sus habilidades tenía la chusma.201
La "chusma" calificativo peyorativo de otro sinónimo de pueblo, es ese estrato que Brantz Mayer mira ignominiosamente en desacuerdo de los factores de moral y humanidad que en el hombre forman parte sustancial de su entidad como ser. Para la gran mayoría, el toro es la víctima central y por tanto, la figura que en un momento determinado debe recobrar su importancia, inclusive como parte de un ataque suyo hacia los toreros,
apacible sobre la multitud que llenaba el sangriento anfiteatro. Las torres de una iglesia situada al este cobijaban los muros de la plaza, y las campanas repicaban llamando a la gente para que de este espectáculo de carnicería de una noche de sábado pasase al cercano retiro de religión y de paz. Al volver a casa, no pude menos de preguntarme si había sacado algún provecho de las horas gastadas; y me respondí que ese contraste entre la vida y la muerte, ese pasar de un ser vivo de la salud activa y robusta y la plenitud del goce de todas las facultades físicas, a la muerte y el completo olvido, era un sermón y una lección. Mas ¿para cuántos? ¿Había acaso allí un solo lépero que se retirase aleccionado, pensativo, moralizado? Debo confesar que no puedo asistir a fiestas semejantes sin sentir indefinible repulsión, así a causa del espectáculo en sí mismo como al pensar en la paulatina destrucción de los sentimientos elevados que deben causar estos espectáculos, repetidos delante de toda clase de gente. Cuando los romanos agotaron todos los recursos de los entendimientos naturales, inventaron los del circo; y, no contentos con la inmolación civilizada de los brutos, andando el tiempo, hicieron luchar a hombres contra bestias, y a hombres contra hombres. Era el supremo refinamiento, la cúspide de la prodigalidad lujuriosa, el límite de ese círculo vicioso de la sociedad, en que la civilización se hunde en la barbarie. Era también el prenuncio de la rápida caída de aquel poderoso imperio. El presentar a modo de juego las escenas del matadero no tiende sino a fomentar la pasión brutal por la sangre. Las turbas se familiarizan con la muerte, como cosa de juego. Convierten en payaso al monstruo cruel. Lo hacen salir a la arena para los deportes dominicales, como si fuese un bufón; y al día que está destinado para descansar, y recordar, amar y dar gracias al Dios bendito, lo convierten en escuela de las peores pasiones que pueden afligir y excitar el corazón humano. Justo es decir que no es esto verdad respecto de todas las clases sociales. Digo, y lo repito, que aunque acuden todas las clases al circo, la mayoría del público se compone ciertamente de las más bajas, de las que más necesitan instrucción moral y que menos amigas son de razonar. Con gente como los léperos de México (hombres que apenas si se distinguen de las bestias con cuya muerte se gozan), estas escenas de asesinato, en que a menudo perecen indistintamente toros, matadores y picadores, no pueden servir para otra cosa que para fomentar las pasiones más depravadas, y para animar a los ruines e ignorantes a llevar al cabo las hazañas de la más atrevida criminalidad. Los mexicanos patriotas merecerán sinceros parabienes el día que desaparezca de su país este resto de barbarie, y los miles que cada año se gastan en corridas de toros en toda la República se inviertan en la educación o en el entretenimiento racional del pueblo. __________ (1) El aficionado y entendido de toros tendrá que disimular la ignorancia que manifiesta naturalmente Mayer en el relato; y no nos referimos a la diferencia de lidia, sino al sentido de lucha, que fué lo que únicamente pudo captar nuestro autor: bullfight. (2) Preferimos poner "lucha" (fight), que es lo que escribe Mayer y que ejemplifica lo que queremos expresar con nuestra nota anterior; y entiéndase la palabra lidia en su acepción taurina típica. 201 Flores Hernández, La ciudad y..., op. cit, p. 89.
para lo cual no faltó un irlandés, vecino de Mayer en la corrida a la que asiste202 y quien al presenciar la suerte de varas con sus ingratos y aparatosos resultados no dudó en exclamar a todo pulmón: "¡Bravo Bull!" Thompson -embajador norteamericano- era de la misma idea favorable para con el toro. Sin embargo, con quien se llega a extremos de crítica feroz es con Latrobe quien ridiculiza y menosprecia la fiesta a este grado: La ceremonia (corrida) ha sido descrita y cantada en prosa y en verso usque ad nauseam. Si en España es una brutal e inhumana exhibición en donde, después de todo se realiza con cierto riesgo para la gente que toma parte en ella a causa de la fuerza y vigor del noble animal, que es el blanco del cruel deporte, aquí no sucede así, pues el espectáculo resulta diez veces más denigrante porque de todos los toros que he visto el mexicano es el más débil y sin braveza.203
Y si Penny cuestionaba la presencia de mujeres en los toros, como lo hizo W.H. Hardy, buscándose ellas el detrimento a sus sentimientos femeninos, fue una mujer, la Marquesa Calderón de la Barca quien en la novena carta de La vida en México deja amplísima relación de una corrida presenciada a principios de 1840. En aquella ocasión, a pesar de quedar deslumbrada por el brillo de un espectáculo cuya "gran belleza" no pudo dejar de reconocer, todavía sintió ciertos remordimientos por haber gustado sin excesivas náuseas de esa repugnante forma de atormentar a un animal hacia el cual, sobre todo atendiendo a que su peligrosidad la rebajaba el hecho de que las puntas de sus pitones se hallaran embotadas sentía mayor simpatía "que por sus adversarios del género humano".204
Esta mujer, Frances Erskine Inglis, escocesa de nacimiento, con unas ideas avanzadas y liberales en la cabeza acepta el espectáculo, se deslumbra de él y hasta construye una famosísima frase que nos da idea precisa de cómo, sin demasiados aspavientos como los demostrados por otros europeos y anglosajones, comulga con la fiesta. La frase va así: "Los toros son como el pulque. Al principio les tuerce uno el gesto, luego les toma uno el gusto...". Su posición en definitiva es moderada, no escancia hieles de descrédito hacia lo español, como lo hizo Hall quien condenó a la nación española por la introducción de la sangrienta y salvaje fiesta, cuyo solo objetivo era desmoralizar y embrutecer a los habitantes de la colonias, y con la esperanza de así poderles retener con más seguridad bajo el yugo.205
En el fondo, y como deseo de afinidad entre estos viajeros hay en el ambiente algo que Ortega y Medina trabajó perfectamente en un ensayo mayor titulado: "Mito y realidad o de la realidad antihispánica de ciertos mitos anglosajones".206 De siglos atrás permaneció entre las potencias inglesa y española una pugna de la cual se entiende el triunfo de aquélla sobre ésta dada su superioridad, frente a la realidad del hombre. Un nuevo caldo de cultivo lo encontró ese enfrentamiento luego de abierto el espacio hispánico y toda su proyección en América, al surgir la "Leyenda negra" sustentada por esos pivotes del ya entendido mito, de la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias (Sevilla, 1542) por Bartolomé de las Casas, cuyo sentido de liquidación es cuanto se cuestiona y se pone en 202
Durante los primeros meses de 1842 en la plaza de San Pablo. Ortega y Medina, ibidem., p. 75. 204 Flores Hernández, ibidem., p. 98. Cfr. Madame Calderón de la Barca. La vida en México, durante una residencia de dos años en ese país, p. 119. 205 Ortega y Medina, ibid., p. 76. 206 Juan Antonio Ortega y Medina: "Mito y realidad o de la realidad antihispánica de ciertos mitos anglosajones". En Históricas. Boletín de información de Instituto de Investigaciones Históricas. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985. 60 p. (p. 19-42). (HISTORICAS, 16)., p. 19-42. 203
entredicho por quienes quisieron acusar la obra hispánica en la América en el pleno sentido de su colonización. Todo ello sirvió como pretexto para desacreditar la obra española -dada la perspectiva de la Inglaterra isabelina-, por lo cual se generó un anhelo de desplazamiento de aquel retrógrado sistema para implantar el inglés. Uno de los promotores del desprestigio es Richard Hakluyt El Joven que parece gozar mefistofélicamente al recrear las matanzas "millonarias" de indígenas por parte de españoles sin virtud alguna. La campaña bien intencionada en hacer ver la superioridad inglesa muy por encima del retraso español siguió su marcha sin agotarse, en términos de Oliverio Cromwell juzgando "a todos los hispanos de crueles, inmorales y envidiosos". Pero hay algo aún más importante, dentro de las consecuencias de aquel fenómeno, pues toda esta tremenda propaganda apuntada y descargada puritanamente contra España y los españoles fue anticipando y condicionando las futuras fobias de sus herederos norteamericanos y fue también utilizada y aprovechada por éstos para justificar sus exacciones contra los españoles y mexicanos de aquende y allende el Atlántico.207
Luego de la independencia quedaron residuos coloniales -vicios de la sociedad- difíciles de desarraigar. Se ve también que al intento de deshacerse de la gran estructura establecida durante tres siglos por España, había que conformar ese llamado neoaztequismo como afirmación o reivindicación de algo que quedó oculto mientras operó aquel sistema peninsular, cuando no se acaba de entender y asimilar que ya para ese entonces somos "americanos de raíz india o hispánica". En tanto el español parece abandonarse de América para dejar abierto el espacio a las aspiraciones particulares del mexicano. Bajo toda esta perspectiva, podemos entender la posición guardada por aquellos viajeros que expresaron y manifestaron su descrédito total a aquel resto de la barbarie. Cierro aquí la presencia de nuestros personajes con una hermosa cita que recoge Juan A. Ortega y Medina refiriéndose a B. Mayer: (quien) estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vio como un contraste entre la vida y la muerte; un "sermón" y una "lección" que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.208
Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que Edmundo O'Gorman se encarga de envolver este panorama: Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del confort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: "el ser para la vida" y el "ser para la muerte", y todo en el mismo domingo. 209
En lo relativo a nuestros autores y sus ideas contrarias a la fiesta, encontramos en José Joaquín Fernández de Lizardi al primero de ellos, no sin antes mencionar de pasada al virrey Félix Berenguer de Marquina, único representante monárquico que, públicamente se declaró antitaurino -en afán 207
Op. cit., p. 28. Ortega y Medina, México en la conciencia..., p. 76. 209 Ib., p. 77. Cfr. Edmundo O'Gorman: Crisis y porvenir de la ciencia histórica. México, Imprenta Universitaria, 1947. XII-349 p., p. 346. 208
protagónico- y quien se encarga de asentar en documentos y oficios una idea de la cual no desistió. Va así: No creo que un Virey debe procurar atraerse la voluntad y el conocimiento del público que ha de mandar, por fiestas, que, como la de Toros, originan efectivamente irreparables daños y perjuicios en lo moral y político.210
Sin embargo, la mencionada corrida se llevó a efecto211 con el natural sobresalto, y enojo de parte de este curioso personaje, al cual lo recuerda un cáustico pasquín sobre una pila, siempre seca, que mandó hacer en la plaza de Santo Domingo: Para perpetua memoria nos deja el virrey Marquina una fuente en que se orina y aquí se acabó su historia.
La actividad taurina vuelve a ser afectada entre 1805 y 1807 debido a la Real Cédula que expidió el Rey Carlos IV en 1805, "por la cual se prohiben absolutamente en todo el reino, sin excepción de la Corte, las fiestas de toros y novillos de muerte, con lo demás que se expresa". En tanto continuó su curso -normalizado de nuevo- en los años de la intensa lucha libertaria, y sin que esto afectara demasiado a la fiesta, aparecieron los escritos del ya citado Fernández de Lizardi, quien es firme depositario de las ideas ilustradas y todo lo que esto implica. Por eso, el Pensador Mexicano propone mejor que nadie las ideas de sus colegas y de su tiempo en esta forma: Dicen que los toros son un espectáculo bárbaro y unos residuos del gentilismo... Que es un suplemento de los gladiadores de Roma, que es una diversión sangrienta y propia para hacer corazones feroces y desnudar a los simples de toda idea de sensibilidad, acostumbrándolos a ver derramar sangre ya de brutos y alguna vez de hombres.212
Debemos entender que la posición de los ilustrados era la de cuestionar en la fiesta su origen de muchos males sociales. Y si en la Nueva España se daba ya el fenómeno, en España y con Feijoo, Clavijo, Cadalso, Campomanes y Jovellanos su propuesta cimbra los sentidos sociales, aunque sin provocar ningún cisma, como veremos a continuación. De estos personajes apenas si nos ocupamos de ellos en el capítulo anterior y es menester ampliar su posición para entenderlos y así de nuevo, recuperar en Lizardi la línea ya emprendida. Benedicto Jerónimo Feijoó fija en su Teatro crítico una actitud crítica -común en el siglo XVIII para los ilustrados-, que se opone a la corrida de toros en la que los motivos utilitarios hacen detener a este personaje en sus apuntes de la Honra y provecho de la Agricultura siendo incisivo de tal modo, que sus ideas llegaron a oídos del conde de Aranda quien encontró buen pretexto para hacer declarada defensa (en opiniones a nivel de Consejo) sobre los males que caían sobre la agricultura, ocasionados por la fiesta torera. En cuanto a José Clavijo y Fajardo, se incluyen en el tomo IV de su obra El Pensador apuntes que involucran a los toros.
210
Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. Ils., facs., fots., p. 309. Tal documento está fechado en 11 de septiembre de 1800. 211 Artemio de Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España. Tradiciones. Leyendas y sucedidos del México virreinal. (Nota preliminar de Federico Carlos Sainz de Robles). México, Aguilar editor, S.A., 1976. 476 p. Ils., "Cosas de Marquina". I. Magnífico decreto", p. 414 y ss. 212 Lecturas taurinas..., ibidem., p. 18.
Yo voy a tratar de nuestras fiestas de toros, y no temo ni los gritos tumultuosos de un pueblo ciego ni las piedras que acostumbra a arrojar el rencor.213
José Ma. de Cossío, gran polígrafo español dedicado a la fiesta de toros dice que Clavijo funda sus razonamientos en tres bases de orden y estructura lógica Las corridas le parecen reparables, "por lo tocante a la religión, que en ellas se advierte vulnerada. Por lo que mira a la humanidad y decencia, que sufren mucho en semejantes espectáculos. Y por lo relativo a la política en los graves perjuicios que traen al Estado.214
Y si crítico se comporta Clavijo, doblemente crítico lo es José Cadalso mismo que, en 1768 y en sus Cartas marruecas descarga su ira contra la tauromaquia. Dichas "Cartas..." quieren o pretenden ser réplica de las Lettres persanes que Montesquieu hiciera aparecen en 1721.215 El supuesto marroquí va ofreciendo una panorámica de la cuestión social vista en la península española. La parte LXXII es toda ella una censura a lo taurino. Desde ahora -dice el moro Gazel- te puedo asegurar que ya no me parecen extrañas las mortandades de abuelos nuestros, que dicen sus historias, en las batallas de Clavijo, Salado, Navas y otras, si las ejecutaron hombres ajenos a todo lujo, austeros de costumbres y acostumbrados, desde niños a pagar dinero por ver derramar sangre, teniendo esto por diversión y aún por ocupación dignísima de los primeros nobles. Esta especie de barbaridad los hacía, sin duda, feroces, acostumbrándolos a divertirse con lo que suele causar desmayos a hombres de mucho valor la primera vez que asisten a este espectáculo.216
Y es que a decir de Cossío, todo el planteamiento de Cadalso se sustenta en puros motivos de sensibilidad.217 Ahora bien, si con estos personajes se pronuncia la ilustración, Juan Jacobo Rousseau en sus Considerations sur la Governement de Pologne (Cap. III) apuntaba: Abundancia de espectáculos al aire libre, en que las clases sean distinguidas con esmero, pero en que todo el pueblo goce igualmente, como acontecía entre los antiguos, y en que la juventud noble ostente a veces su brío y agilidad. Las corridas de toros no han contribuido poco a mantener cierto vigor en la nación española.218
Viniendo de Rousseau -uno de los grandes elementos del iluminismo-, toda esta concepción sobre la fiesta no repercutió en gran medida como hoy repercute con grupos fundamentalmente ecologistas (no es casualidad que España pretenda hoy en día incorporarse a la modernidad por la vía de la Comunidad Económico Europea. Así consiguió un avance cuando superó la guerra civil y ahora lo hace por el lado de estos nuevos horizontes, rebosantes de progreso), que someten a opinión la "barbarie de la fiesta", concepto este que alcanzó con Jovellanos otras dimensiones, que al fin y al cabo no fueron de peligro. "El mayor nombre que los antitaurinos esgrimen contra la fiesta de toros es el egregio de don Gaspar Melchor de Jovellanos".219
213
José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1997. 12 v., T. II., p. 131. 214 Op. cit., p. 132. 215 Julián Marías: La España posible en tiempos de Carlos III. 2a. edición. Madrid, Revista de Occidente, 1980. Obras completas, 7 v. T. No. VII (p.293-429).,.p. 300-6. 216 Op. cit. 217 Op. cit. 218 Cossío, op. cit., p. 133. 219 Ibidem., p. 140.
A el se atribuye el folleto Pan y Toros,220 esa oración apologética en defensa del estado floreciente de la España, dicha en la plaza de toros por D. N. el año de 1794 cuando la realidad es que León de Arroyal es su padre intelectual. En su informe sobre "los juegos, espectáculos y diversiones públicas usadas en lo antiguo en las respectivas provincias de España" hace severa crítica sobre el mal destino de la agricultura en tierras que cada vez son más ociosas y en todo caso, para beneficio de esa situación, propugnando por la pequeña propiedad individual que atañe, de pasada, a las ganaderías dedicadas a la crianza de toros bravos que en aquella época, alcanza una fuerza sin precedentes. En junio de 1786 el Supremo Consejo de Castilla convoca a la Real Academia de la Historia para proporcionar los usos y costumbres en los espectáculos públicos. Jovellanos es el elegido pero hasta diez años después lo da a conocer y lo publica. La fiesta torera se revisa con ligereza pero remarca que no es provechosa en ningún sentido a la educación pública. Se remite a fuentes como las Partidas de Alfonso X el Sabio y luego se encamina por entre la Edad Media. No olvida aquel pasaje que Fernández de Oviedo refiere sobre la Reina Católica.221 Alude luego a las prohibiciones eclesiásticas y a la vigente de Carlos III, ordenada "con tanto consuelo de los buenos espíritus como sentimiento de los que juzgan las cosas por meras apariencias"; censura en la que aparece implícito un juicio desfavorable de la sensibilidad de los aficionados y un reconocimiento de los atractivos visuales, o acaso de otro orden menos material, de la fiesta. Argumenta a continuación, tratando de probar que ni por su frecuencia, ni por su generalidad, puede considerársele como nacional, y niega -y aquí es donde creo que pisa terreno más firme (dice Cossío)- que el arrojo y destreza de unos cuantos hombres puede servir de exponente del valor y bizarría españoles. Afirma, sin tratar de profundizar en sus razones, que no sufre la nación daño alguno, en el orden moral ni en el civil, por la supresión de las corridas, y termina con este párrafo condenatorio, que tampoco apoya en razón alguna, pues sin duda las da por supuestas: "Es pues, claro que el Gobierno ha prohibido justamente este espectáculo, y que cuando acabe de perfeccionar tan laudable designio, aboliendo las excepciones que aún se toleran, será muy acreedor a la estimación y a los elogios de los buenos y sensatos patricios".222
Seductores parecen ser todos los planteamientos jovellanianos, aunque sin muchos seguidores, pero suficientes para establecer un marco ideológico que la ilustración se encargó de promover entre los hombres de la avanzada intelectual española. Regresamos de nuevo a México. Había pasado una época en la que ni ciertas disposiciones promovidas por virreyes, como es el caso de Bucareli,223 don Alonso Núñez de Haro y Peralta224 y, aunque poco afecto, también incluimos a
220
Del mismo modo otro autor a quien se atribuye “Pan y Toros” es León de Arroyal: Pan y Toros. Oración apologética en defensa del estado floreciente de la España, dicha en la plaza de toros por D.N. en el año de 1794. Imprenta de Ontiveros, 1820. En: LECTURAS TAURINAS DEL SIGLO XIX (Antología). México, Socicultur-Instituto Nacional de Bellas Artes, Plaza & Valdés, Bibliófilos Taurinos de México, 1987. 222 p. facs., ils., p.33-51. 221
Gaspar Melchor de Jovellanos: Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la ley agraria. Edición de José Lagé. 4a. edición. Madrid, Cátedra, S.A. 1983 (Letras Hispánicas, 61). 332 p., p. 95-6. 222 Cossío, ibidem., p. 142. 223 Lanfranchi, La fiesta brava..., ib., p. 101. En 1779, tras varios años de ayuno taurino, los aficionados de México lo mitigaron en parte gracias a la iniciativa que tuvo el empresario del teatro principal de la ciudad. En efecto, se le ocurrió a dicho señor que podría cubrir los intermedios de las representaciones con la lidia de toros en el patio del teatro; y así lo hizo, gustando tanto su innovación que tuvo que repetirla varias veces, cada vez con más éxito, hasta que el virrey Bucareli, considerando que se estaban burlando de él, ya que todos los habitantes de la ciudad sabían que no era afecto a la lid de toros, mandó que el teatro fuera clausurado y acabó así con la naciente costumbre. Además: Juan Pedro Viqueira Albán: ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces. México, Fondo de Cultura Económica, 1987. 302 p. ils., maps., p. 45. 224 Ib., p. 105.
don Manuel Antonio Flores225 alteraron los intereses del espectáculo. Antes al contrario, varias temporadas, como la de 1769 y 1770226 o la de 1787227 proporcionan a la Real Hacienda fondos para obras públicas que tal es el caso en las dos mencionadas. Esto es indicativo de que la Corona solapaba al espectáculo y así mantuvo ese esquema hasta que, iniciado el siglo XIX, las medidas aplicadas para frenar todo ese sentido se dejaron notar fuertemente. Recordamos una vez más la cédula de 1805 y de ese año, hasta 1809 la actividad taurina quedó privada. Apunta Viqueira: Vemos pues, que el siglo de las luces luchó denodadamente contra la fiesta estamentaria, y lo hizo no porque el Estado no necesitase desplegar a la vista del pueblo el orden jerárquico que regía en principio a la sociedad, sino porque los toros, por no estar a tono con la época, habían dejado de ser el lugar indicado para hacerlo.228
Todo este análisis necesita reflexión. Tarde o temprano los ataques a un espectáculo bárbaro, primitivo, promotor de graves perjuicios necesitaba un alto. Con ilustrados como los ya conocidos es posible que influyeran enormemente en el monarca para llevar a efecto un anhelo que durante todo el último tercio del XVIII estuvo madurando. La fiesta ya no es estamentaria, es del pueblo que la ha profesionalizado a través de una paga que recibe porque va conformando lentamente su estructura en sentidos más formales.229 Por otro lado, este fue un espectáculo que prestó hasta un determinado momento su apoyo para la recuperación de las arcas, para obras públicas y otros fines benéficos. Finalmente, si todo ello reflejó algún regreso a la barbarie (para las mentes ilustradas), por otro lado ésta es resultado de los progresos manifiestos en la sociedad misma que acepta el avance, no el retroceso. Y la acepta por formar parte de su entorno que es, en consecuencia, uno más de los sustentos de la vida cotidiana. Volviendo a los efectos ilustrados, la fiesta pudo recuperarse con cierta normalidad después de que quedó disuelto el último reducto de la medida del año 1805. El proceso emancipador trajo consigo aparte de la posibilidad indispensable de liberación, un intenso movimiento taurino no solo en la capital; también en el interior. Se siente que fueron utilizados con el fin de desviar el interés de los mexicanos en medio de la batalla por la razón política de llamar la atención del pueblo a objetos indiferentes, (y) que ocurran en su consternación e 225
Ib. Benjamín Flores Hernández. La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas. Tesis de maestría en Historia de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras, 1982. 262 p. 227 Lanfranchi, ib. p. 106. A fines de 1787 se supo en México que Carlos III de España, por medio de una real orden, había ordenado al virrey Flórez que organizara anualmente unas corridas de toros en la capital, para que con los productos que se obtuvieran, resarcirse del gasto enorme que había causado la construcción del nuevo castillo de Chapultepec. 228 Viqueira, ib. p. 47. 229 Pedro Romero de Solís, Antonio García-Baquero González, Ignacio Vázquez Parladé: Sevilla y la fiesta de toros. Sevilla, Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento de Sevilla, 1980 (Biblioteca de temas sevillanos, 5). 158 p. ils., p. 92. De hecho, la emancipación del torero como figura y como profesional habría que fecharla a partir de aquel momento en que comienza a percibir una remuneración por su actividad en la plaza y además es citado por su nombre en la contabilidad de los organizadores de las corridas. A este respecto, las primeras noticias que poseemos proceden, una vez más, de Sevilla y más concretamente de las cuentas de los festejos celebrados en su Maestranza, publicadas en forma de Anales por el marqués de Tablantes. En efecto, en su obra Anales de la plaza de toros de Sevilla (Sevilla, 1917), al referirse a las cuentas correspondientes al año 1733, comenta Tablantes que la particularidad que ofrecen respecto a las de años anteriores "es que en ellas se cita por vez primera el nombre de un torero llamado Miguel Canelo, quien ajustó su trabajo en 2.100 reales"(...) Evidentemente, a la vista de estos datos parece claro que nos hallamos ante un auténtico profesional de la fiesta, por más que, a juicio de Toro Buiza (Sevilla en la historia del toreo, Sevilla, 1947), haya que anteponer a su nombre los de Ignacio Díaz y Juan Rodríguez (que actuaron en la Maestranza desde 1730) como los de los dos primeros matadores de toros profesionales. 226
impiden que su imaginación se corrompa.230
Eso por un lado. Por el otro, es legítimo hablar y escribir de que seguía siendo un espectáculo, una diversión que ya no solamente quedaba en el pueblo. El mexicano como ente y como ser empezaba, a partir de la independencia misma a sustentar con su propia expresión y su entendimiento un toreo que se queda con nosotros y al que se le da su legitimidad al seguirlo apuntalando en lo que a técnica se refiere. Una técnica que es auténticamente española. El arte y su expresión se lo dieron ellos bajo unas connotaciones bien particulares. En 1812, al anuncio de la nueva Constitución gaditana, el desbordamiento para recibirla fue mayúsculo; sin embargo los toros no hicieron acto de presencia. Pero al conocerse que se suprimía documento de tal envergadura en 1814, el virrey Calleja oponente a la aplicación del mismo, mandó desde el 5 de agosto de aquel año, celebrar con "indescriptible júbilo" tal ocasión, que era doble en realidad, porque el rey Fernando VII ocupaba de nuevo el trono luego de la expulsión de los ejércitos invasores de España. Las celebraciones incluyeron una gran temporada de toros aunque Los liberales, para quienes la supresión de la constitución era una grave derrota, vieron en estas corridas de toros un claro símbolo del regreso del viejo orden.231
Y aquí la actuación literaria por parte de Lizardi, -con quien regreso- el que, de inmediato, manifestó en los periódicos en forma velada su oposición a la restauración del absolutismo. Y restaurarlo significaba en cierta medida, volver al viejo orden. Así en sus famosas Alacenas de frioleras: La conferencia de un toro y un caballo,232 Sobre la diversión de toros233 y Las sombras de Chicharrón, Pachón, Relámpago y Trueno (conferencia)234 consiguió con prudencia y mesura un ataque a la fiesta puesto que sus argumentos van dirigidos a mencionar que era un entretenimiento de gentes bárbaras, ignorantes y feroces. Desde ese momento queda demostrado que la fiesta de toros apoyada y recuperada por Calleja sucede a las amenazas de suspensión permanente mas que de liquidación definitiva, aplaudida por los liberales. Calleja, en momentos de dificultad social y política asume una posición contradictoria a los hechos, mismos que se desarrollan de tal forma que generan un estado de cosas que se van a integrar a las condiciones que están dando pie a la independencia.235 Félix María Calleja del Rey era un militar frío que combatió a los rebeldes, en compañía del virrey Venegas y apoyado por el obispo Abad y Queipo. Sabía lo que pasaba y según Bustamante "como llevaba mucho tiempo de residir en el reino (su esposa era de San Luis Potosí) y conocía las costumbres del país, se amoldaba a ellas y al lenguaje". Por eso no desconocía que la casi totalidad de los habitantes de la Nueva España deseaba, desde tiempo atrás, sacudirse el yugo hispano. Ese fruto comienza a madurar desde 1808. La fiesta como estructura colonial va a mostrar los últimos reductos de un esquema que empieza a ser sometido a novedosas implantaciones, surgidas de una expresión y una afirmación nacional. Esta -ya lo hemos visto- se define a partir de los primeros intentos de una "fiesta selvática" en cuanto manera de sus características particulares que se desbordan desde el inicio del segundo tercio del siglo XVIII. Así 230
Viqueira, ib. p. 48. Ib., p. 49. 232 Rangel, op. cit., p. 353-9. 233 Lecturas..., ib., p. 15-28. 234 Ib., p. 29-33. 235 Xavier Tavera Alfaro, et. al.: "Calleja represor de la insurgencia". Ponente: (...). Comentaristas: Rafael Montejano y Anna Staples, en: Repaso de la Independencia. Memoria del Congreso sobre la Insurgencia Mexicana. Octubre 22-23 de 1984. Compilación y presentación de Carlos Herrejón Peredo. Zamora, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1985. 282 p. (p. 71-96)., p. 71-96. 231
el XIX da cabida a ese espectáculo, mezcla de un concentrado en el ruedo, sitio de representaciones que reflejó el orden de cosas similar al adquirido por la independencia y su transcurrir. Y luego, gracias a que el movimiento provee a la nación de un ser que le corresponde, bajo el conflicto de toda una historia de bandazos, llega un momento de respiro apenas leve -con la República Restaurada-, y prosigue por senderos de una dictadura que preparó el terreno a otra nueva revolución, de siglo XX. Lo verdaderamente destacable en estos síntomas es una apreciación hecha por Juan Pedro Viqueira Albán en el sentido de que luego de las fiestas que Calleja respalda, será el que A partir de entonces (1814 y 1815) y hasta 1821 se realizaron corridas de toros cuyos beneficios se destinaron a vestir a los soldados del ejército realista. De esta forma la fiesta brava contribuyó al esfuerzo militar de la reacción.
Pero aún más importante es que A principios de 1821, unos meses antes de la consumación de la Independencia, la plaza de San Pablo fue destruida por un incendio. El monumento que la reacción había levantado durante su precaria restauración, desapareció así presa de las llamas.236
La fiesta quedó liberada de cualquier amenaza. Su curso estaba garantizado a pesar de que la plaza de San Pablo sufrió ese percance recuperando su actividad hasta 1833. En ese periodo comprendido de 1821 a 1833 varias plazas hicieron las veces de sucedáneos: Don Toribio (1813-1828), Plaza Nacional de Toros (1823-al 9 de mayo de 1825, fecha en que comenzó a incendiarse, cebándose las llamas en aquella enorme construcción de apolillada madera, con tal actividad, que en poco tiempo quedó reducida a cenizas), Necatitlán (1808?-1845) y Boliche (1819-?). Pero en el ambiente quedaba un tufillo de inconformidad, de repulsión que se aceleró a la sola presencia del folleto PAN Y TOROS publicado en México en 1820. Se trata de una violentísima diatriba contra las costumbres y gobierno de los españoles en esa época, hecha con criterio progresista, pudiéramos decir, y antitradicional, y en ella la afición y gremio taurinos sufren el mismo violento ataque que las demás clases, profesiones y ministerios de los españoles, si bien más pormenorizado y acre.237
Dicho texto encuentra réplica inmediata en El mexicano. Enemigo del abuso más seductor238 firmado por las iniciales F.P.R.P. cuya confirmación encuadra en las propias experiencias nacionales. Me detendré a un análisis del mismo. Transcurre el año de 1822, la idea ya planteada por el texto de León de Arroyal ha penetrado y nada más iniciar su lectura es entender el espíritu liberal de la ya flamante nación misma que está tan dignamente empeñada en difundir la ilustración, en desarraigar la crueldad, en hacer disfrutar los dulces y benéficos efectos que produce un Gobierno sabio, justo y equitativo, y en inspirar ideas francas y generosas, a este mismo tiempo digo, se vean multiplicadas como nunca, unas diversiones muy propias para empapar en la crueldad para hacer criar callos en los corazones más sensibles, haciéndoles perder su natural compasión, y para enervar las más dulces sensaciones de las fibras más dispuestas?(...) Ya se ve que hablo de las feroces y sangrientas corridas de toros.239
He aquí a un liberal exaltado con ideas y sugerencias correctivas, emprendiendo labor y campaña que 236
Viqueira, ib., p. 52. Cossío, ib., T. II., p. 146. 238 Lecturas..., ib., p. 53-59. 239 Ib., p. 53. 237
consiga erradicar los males de una sociedad que ya conforma la nación mexicana. Ello no niega aquella condición planteada por fr. Servando Teresa de Mier, mismo que inscribe en un presentimiento: Protestaré que no he tenido parte en los males que van a llover sobre los pueblos de Anáhuac. Los han seducido para que pidan lo que no saben ni entienden, y preveo la división, las emulaciones, el desorden, la ruina y el trastorno de nuestra tierra hasta sus cimientos.240
Los acontecimientos del siglo XIX americano se ven coludidos en intenso comportamiento, por agitadas reacciones que provienen de su seno y fuera de él; creando un sistema de confusión que por décadas vivió muy en particular el estado mexicano, luego de lograr su independencia formal. Con aquel esquema, la sociedad se manifestó, en apego a lo que significó tal conjunto de expresiones, que no solo fueron políticas. Se dejaron ver en las calles, en las costumbres, pero principalmente en un espectáculo, como son las tradicionales corridas de toros, mismas que parecen encerrar un profundo vínculo de aquellos órdenes, estrictamente políticos con los de sentido social. Es por eso que en la plaza lograban actuar de forma intensamente natural. Línea a línea aprovecha el anónimo autor en armar un revuelo de cajas destempladas, pues nada hay que se le escape y acusa al espectáculo de Que se consume el dinero en asalariar hombres temerarios y desalmados que no dudan competrar su existencia, exponiendo a sus miserables familias a los horrores del hambre y desnudez, pudiendo proporcionarse una subsistencia cómoda, tranquila y útil a su patria!241
La idea del progreso, la ilustración, florecen con toda su fuerza, pretendiendo liquidar un pasado reciente, cuyos tres siglos permitieron el arraigo de aspectos diversos que nuevas sociedades y nuevos tiempos fueron aceptando como parte misma de su ser; un nuevo ser que al pretender despojarse de esos "aspectos diversos", solo consiguió perpetuarlos a la nueva fisonomía nacional, a pesar del ansioso deseo en el que Ojalá y los beneméritos Representantes de la nación en el Soberano Congreso, dicten la compasiva ley que exterminando para siempre tan sangrientos espectáculos arranque para siempre la cruel piedra del escándalo para los extranjeros todos que tanto por ella nos vilipendian.242
Tal intención fue mostrada en momentos posteriores por Carlos María de Bustamante en 1823, por una comisión del periódico El siglo XIX en 1845, y con los planteamientos de 1867. Asimismo las de José López Portillo y Rojas o el decreto de Venustiano Carranza que analizaré a su debido tiempo. No quisiera concluir el vistazo a las notas de F.P.R.P. sin antes incluir el soneto con que remata su opúsculo. SONETO Ved aquí para siempre ya extinguida, Sangrienta diversión que fué dictada, Por la barbarie más desapiadada, Del siglo de crueldad empedernida. 240
Edmundo O'Gorman: "Pensamiento político de Fr. Servando Teresa de Mier", en Seis estudios históricos de tema mexicano. Xalapa, Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Veracruzana, 1960. 220 pp (p. 57-97)., "Pensamiento político del Padre Mier", México, 1945, p. 127. Apud. David Brading: Mito y profecía en la historia de México. Traducción de Tomás Segovia. México, Vuelta, 1988 (La Reflexión). 211 p., p. 112. 241 Lecturas..., ib., p. 55. 242 Ib., p. 58.
Que vil preocupación envejecida, Mantuvo con tenacidad porfiada, A pesar de verla ya tan odiada, Y de la culta Europa aborrecida. Mas sabia ilustración ya le condena, Aboliéndola alegre y compasiva, De la Española gente que sin pena, Proclama ya gozosa á la atractiva, Dulzura, á la que en fin á boca llena, Con deliciosa voz dice que viva. F.P.R.P.243
Transcurre 1823, apenas recién publicado el Aguila Mexicana, Carlos María de Bustamante arremetió contra el espectáculo de toros. La Aguila Mexicana fue vocero de los yorkinos y fundada por Germán Nicolás Prissette. En su número 14 del 28 de abril apareció el siguiente COMUNICADO. Principio es sabido que los tiranos cuando quieren que los pueblos no conozcan sus grillos ni sus desgracias, los tienen sumergidos en diversiones, ellas les hacen olvidar la libertad, les hacen prescindir del recobro de sus derechos, a tal estado y tan lamentablemente puso Iturbide al pueblo de México. Se horroriza mi corazón sensible a tanta desgracia; y más cuando ve que introdujo unas diversiones que las naciones cultas miran con horror, que solo sirven para encallar (sic) los corazones, para ver con frialdad el asesinato, la sangre y la muerte; tal es, público respetable (a quien dirijo estos mal ordenados renglones) las corridas de toros, que si queremos que los pueblos del orbe nos tengan por cultos, es de precisión absoluta abolirlas de nuestra patria. En ellas no reina más que el desorden, la disolución, el lujo y lo fatuo, y por último, cuán poco lisonjero es para una joven tierna, para un delicado niño, el ver que un hombre atrevido se presente con serenidad al frente de una fiera, que resiste su choque, y que después de estar lidiando con ella, la inmola a la punta de una espada: estas impresiones feroces se arraigan en su corazón, y he aquí como se forman los hombres insensibles al dulce encanto de las artes, al hermoso atractivo de la virtud. "¡Mexicanos!, desterremos de nuestro país estas bárbaras diversiones, substituyamos a ellas la que resulta de la agricultura, veamos allí uncidos para librar la tierra, esos animales que dan alimento al hombre laborioso, y no exponiendo la vida de nuestros paisanos. Quiero pasar en silencio, porque son notorias las faltas y excesos que contra la moral pura se cometen, y reducir este comunicado para impetrar del Gobierno, que esa plaza de toros que nos está quitando la vista hermosa de la de Armas,244 se destruya, y si tuviese parte alguna en el valor de ella, o por mejor decir el de las maderas, se emplee en una biblioteca pública de libros modernos, que tanta falta nos hace, y de los que emana la sabiduría, reemplácese lo que demuestra nuestra estupidez, con lo que haga efectiva una ilustración y cultura. ¡Ojalá mis votos sean oídos!, y vea yo cumplidos los deseos que me animan en favor de mi patria, para la que existo solamente. M.B. "NOTA.-He oído por opiniones de liberales y serviles, que se le trata de pegar fuego a la plaza; si el Gobierno no la hace quitar, sentiría cualquier desgraciado suceso. Quítese, pues, este estorbo. B."245
Bustamante es un historiador del periodo independentista y sus visiones destacan continuamente las características de los personajes excepcionales de su época. Y aún más: la historia para Bustamante estará constituida por la puntual y detallada narración de todos aquellos hechos de los hombres que atendieron a acelerar o retardar el plan trazado por la Providencia. De todo esto, seguramente se deriva 243
Ib., p. 59. Se refiere a la Plaza Nacional que, ya se ve, se construyó entre 1820 y 1821, de acuerdo a la aparición de nuevos documentos, fundamentalmente carteles y anuncios en prensa. 245 Lanfranchi, ib., p. 125. 244
el calificarlo como el mitómano de la historia decimonónica en su primera mitad. Y todo cuanto encontramos aquí no es más que reflejo de esa visión ilustrada (pero de una ilustración falta de rigor, que cae en el populismo) que recogieron muchos en aras de darle a la nueva identidad un esquema propio; que no se logró del todo. Como no se logró que su "Comunicado" hiciera daño. Inmediatas y sintomáticas se fueron mostrando las expresiones de esas nuevas estructuras sociales, vestidas con ideas propias del progreso que desarmonizaban con el legado colonial roto apenas unos años atrás. En 1826, la Gaceta Diaria de México y en su número 57, tomo II del 26 de febrero publica un proyecto de ley para abolir las corridas de toros en el Estado de Zacatecas.246 Llama la atención aquí, una nueva réplica del opúsculo PAN Y TOROS cuya influencia en México fue determinante para dirigir las ideas por caminos distintos que aseguraran un bienestar y un cambio de la mentalidad seriamente influida por todos aquellos sentidos heredados por tres siglos españoles en México. Se siente por la parte del Sr. Murguía -autor de dicha propuesta- un prurito, un temor al "qué dirán" cuando apunta: "no nos expongamos los americanos, así como los españoles, a la crítica justa de las naciones cultas". Parece ser esta una actitud poco congruente, (el dilema de O'Gorman de liberales vs. conservadores ayuda a explicar este comportamiento) temerosa quizás de las leves garantías que ofrece en esos momentos la condición de un periodo comprendido entre 1824 y 1835 donde puede verse bien 246
Ib., p. 126. "Congreso Constitucional del Estado libre de Zacatecas, Proyecto de ley para abolir las corridas de toros. Señor: En los días domingo y lunes de esta semana ha visto Zacatecas las últimas corridas de toros con que han concluido los empresarios la contrata celebrada con el Ayuntamiento de esta ciudad. Felizmente en ella no se han visto mayores desgracias, con proporción al largo tiempo de su duración; pero no obstante, costaron la vida a un infeliz, y otros escaparon, como se dice vulgarmente, en una tabla, han sufrido heridas, fracturas y contusiones de todas clases. Dejo aparte el número asombroso de caballos que lastimosamente se han visto perecer, y el todavía mucho mayor de los mismos toros que han sido sacrificados acaso de la misma manera que los mansos e indefensos corderos. Unos y otros pedían, señor, haber socorrido la indigencia de muchas familias, ya bien pegados, los unos a los espeques de los malacates, o ya los otros extrayendo de la tierra la riqueza agrícola, ocupando la diestra mano del afanoso labrador. ¿Y acaso, señor, son éstos los únicos desórdenes conque se ha embriagado el pueblo de Zacatecas en el largo período de las corridas de toros? Es innegable que en ellas, según se expresa un célebre escritor español, se presentan el lujo, la disolución, la desvergüenza, el libertinaje, la estupidez, la truhanería y todos los vicios que oprobian la humanidad y la racionalidad como en el solio de su poder, y por último, es también innegable, que ellas son la escuela de la corrupción de las costumbres. Haría yo, señor, un notorio agravio a las brillantes luces de los individuos que componen esta honorable asamblea, si me ocupara en demostrar las verdades que dejo sentadas; pero no puedo menos que llamar vuestra atención a lo siguiente: ¿Cuál es el origen de las corridas de toros? No es otro a la verdad, según confiesan los mejores críticos, y entre ellos el célebre Feijoo, que el tiempo de barbarie de los romanos de quienes adoptaron los españoles las leyes y muchas costumbres. El juego de los gladiadores y los circos en que los reos condenados a muerte se exponían a ser despedazados por fieras, han sido el verdadero origen de los espectáculos de toros, y los españoles han sido los únicos que han conservado esta bárbara costumbre, que con razón han repugnado las demás naciones ilustradas de la culta Europa. Si pues, señor, al independernos de la España hemos tomado por pretexto y motivo su barbarie, su crueldad que ha usado con nosotros en el largo tiempo de más de tres siglos, si hemos ridiculizado y abjurado también alguno de sus usos y costumbres ¿conservaremos aún para oprobio nuestro acaso la más bárbara, y la más opuesta a la dulzura de costumbre, que debe ser la divisa del carácter republicano? No, señor, lejos de Zacatecas profanar por más tiempo la humanidad misma, que se horroriza con escenas trágicas y lastimosas; seamos consiguientes con la suavidad e inocencia de costumbres; que procuramos diseminar en nuestra naciente sociedad, renunciando para siempre una clase de espectáculos opuesta en sí misma a las luces del siglo: no nos expongamos los americanos, así como los españoles, a la crítica justa de las naciones cultas, y no demos lugar a que alguno diga de nosotros lo que el mismo Madrid el año de 1794, haya pan y toros, y más que no haya otra cosa. Gobierno ilustrado, pan y toros pide el pueblo, y pan y toros es la comidilla de España, y pan y toros debe proporcionársele para hacer en lo demás cuanto se le antoje. He concluido, señor, para no distraer más tiempo vuestra ocupada atención, y sólo añado la proposición siguiente, o sea proyecto de ley, sujetándola a la deliberación de este honorable Congreso: a saber Quedan prohibidas para siempre en el Estado de Zacatecas las corridas de toros. Zacatecas, 10 de febrero de 1826. Murguía."
a las claras el sistema variable de aplicación no de un programa; sí de varios que emergieron como lógica respuesta de proporcionar a México posibilidades que no basamentos concretos para asegurarle prosperidad y confianza por alcanzar los objetivos trazados. Ahora que "objetivos" no se perfiló uno como respuesta real a los problemas. Fueron muchos, y en el peor de los casos, alteraron la marcha; liquidaron el proyecto de nación adecuado durante cuarenta y seis años. Esto es, tomando en cuenta el año de consumación independentista al de la República Restaurada. Hacia 1845, una comisión del periódico El Siglo XIX se reunió a discutir severamente el comportamiento y las consecuencias que arrojaba por entonces el espectáculo de toros al considerar que eran (un) indicio seguro de varvarie (sic). Entre los integrantes de la comisión que lanzó la iniciativa se encuentran redactores como Manuel Payno, entre otros. Y es que la idea ilustrada aún se respira profunda y potente, deseosa de trascender y de marcar un hito en las aspiraciones que se orientan hacia el progreso. Otro grupo que remarca la índole discriminatoria de y para la fiesta es encabezado por Antonio García Cubas, Alfredo Chavero, José T. de Cuellar e Ignacio Manuel Altamirano, mismo con el que culminamos la visión de los autores nacionales para llegar a la confrontación final del presente capítulo, en cuanto idea de rechazo o aceptación hacia el espectáculo. Acercarse a El libro de mis recuerdos de García Cubas247 es encontrarnos con una proporción amplificada de ese debate antitaurino sustentado en posiciones muy ilustradas. Abundante es su apreciación y por ello acudiremos a citas bien específicas -que no por seleccionadas- pierden el valor de su idea. De entrada se refiere a un tipo de costumbre "que permanecen estacionarias", sostenidas a su vez por el bajo pueblo. Y que siguen estando en el gusto general sin poderse desarraigar. Los recuerdos de nuestro autor se remontan a octubre de 1853, una tarde en la cual la función taurómaca se dedicó en honor de Santa Anna. Pormenorizada descripción nos da idea del ambiente, sin que por ello falte una serie de elementos que enriquecen la concepción del ejercicio de esta técnica y su estética. Hasta que desemboca en apreciaciones tan parecidas a las de PAN Y TOROS y de las de Chavero, que se verá más adelante. (...)el espectáculo de la corrida de toros es para mí horripilante, y lo considero como indigno de la cultura de un pueblo, tanto como la bárbara costumbre de los boxeadores de la ilustrada Inglaterra, y de la no menos culta nación norteamericana. Tal es mi opinión.248
No niega García Cubas oposición, paralelismo a las ideas que son lugares comunes en muchos que, como él traslucen sus pretensiones bien manifiestas de progreso. Toro y caballo son las víctimas con las cuales no satisfecho el hombre de llevarles al "cruento sacrificio", les martiriza y se convierte en modelo de la crueldad. Pero, ¿y el torero? Ese me causa doble pena, porque a la vez tiene que atender a la fiera toro y a la fiera público. Este nunca se halla contento, por más que aquél demuestre valentía y arrojo y se esfuerce en complacerle procurando ejecutar las suertes con la mayor limpieza. Una cogida que le dé el toro puede acabar con su vida; pero una cogida del público lo lastima y lo ultraja con sobrada injusticia.249
Ese público que naufraga entre licores, gritos, denuestos y que pierde toda compostura, es el público de una corrida de toros, donde no se marca con mucha claridad eso de las diferencias sociales pues unos y otros se demuestran en feroz rivalidad para nada y para nadie, la mejor especie del repertorio de gritos. 247
Antonio García Cubas. El libro de mis recuerdos. (Véase bibliografía). Op. cit., p. 359. 249 Op. cit. 248
Es la idea de estos "cuadros de costumbres" insistir con afanes de ilustración, enfocar mejor los recursos destinados a un vestigio del pasado que el de fijarlos en la instrucción educativa. Por eso La patria tiene necesidad del valor de sus hijos, pero no de ese valor brutal, sino el que infunde la dignidad, bellísimo don que sólo se adquiere por medio de las virtudes cívicas.250
Pero es aún más importante un juicio crítico que García Cubas vierte al declararse enemigo total de las corridas de toros por lo que pretende encauzar por la senda civilizadora a los hombres de su tiempo, cosa que no pudo conseguir. Ese ideal a continuación reproducido no deja de mostrar formas comparativas de un pasado que por supuesto ya no existe; pasado de cuyo contenido se extrae la suma de modelos nefastos, los cuales van a ponerse en la balanza de los juicios enfrentados: pasado y presente como forma de advertencia. Historia correctiva o demoledora de principios que sobreviven en una y otra generación sin que hábitos o arraigos, a pesar de su intención de arrancarlos de raíz, desaparezcan. Hase dicho en favor de las corridas de toros, parodiando la primera proposición de la famosa ley de la gravitación, que "la virilidad de un pueblo está en razón directa de sus espectáculos",251 falsa proposición, porque en el presente caso, la segunda, que se ha omitido, destruye por completo a la primera enunciada. Esa segunda proposición es: "y en razón inversa del cuadrado de la inmoralidad", la que tiene su comprobación en los mismos hechos declarados, que fueron la causa de la destrucción del poderoso imperio, minado en sus cimientos por la moral cristiana y herido de muerte por los pueblos germanos, viriles y vigorosos, sin estar habituados a los sangrientos espectáculos de los Calígulas, Nerones y Domicianos.252
Hombres casados con la idea del progreso continuaron mostrando un afán persistente, del que tarde o temprano encontrarían una respuesta, como la hallaron en su momento los ilustrados españoles ya conocidos de nosotros. Uno más, abanderado de la idea conformadora y a su vez hombre íntegramente preparado es Alfredo Chavero, cuyo papel en la monumental obra México a través de los siglos dirigida por Vicente Riva Palacio, lo coloca en lugar reconocido. Chavero -de quien se han encontrado nexos con la masonería- nos deja en sus Obras253 vivo relato de su visita a Colima254 hacia 1864 sin omitir sus reacciones al presenciar una corrida de toros. En tal descripción es notable una ambivalencia en cuanto conceptos rechazo y aceptación a la fiesta que él presencia. En el Manzanillo los hombres de ese momento y esa circunstancia "se entregan al placer y a las fiestas hasta consumir su último centavo". Los más "guapos muchachos" van a capear y jinetear toros. El autor describe por otro lado esa original y nacional muestra de vestir, de enriquecer el espectáculo. Ya estamos en la plaza y Chavero diserta: Los toros son entre nosotros la sola diversión del pueblo. Luchar con fieras fue para los romanos la última señal de degradación. El César, después de recibir a las legaciones victoriosas, pensaba que esos hombres libres y valerosos podrían recordar las glorias de la República y los mandaba a entretenerse con los sangrientos espectáculos del circo. El circo sería también para distraer el hambre del pueblo.255
250
Op. cit., p. 361. Ha dicho José Ortega y Gasset que la historia de España no puede ser comprendida como tal si no van de por medio las corridas de toros. 252 García Cubas, ibidem. 253 Alfredo Chavero. Obras. Tipografía de Victoriano Agüeros, México, 1904, pp. 1-54. 254 Servando Ortoll (Compilador): Por tierras de cocos y palmeras. Apuntes de viajeros a Colima, siglos XVIII a XX (...) Compilador. México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987 (Testimonio, 45). 246 p., p. 65-80. 255 Op. cit., p. 71. 251
Tal parece -en estos apuntes- florecer la erudición absoluta al referir con la toma de modelos (lugares comunes), ese sentido de confrontar a la luz del pasado unos hechos que siguen estando activos en el presente, con sus naturales transformaciones; aunque en el fondo ocurra lo mismo. "No hemos avanzado mucho. Se mata bestialmente o con educación y decencia, pero se sigue matando". 256 Ese acudir de continuo a las civilizaciones o culturas como la de los griegos o los romanos, es ir retomando de ellas sus vicios, sus males públicos, lo degradante en una palabra que puede tener una sociedad en cualquier tiempo en que ésta se estructure. Y mientras mayor sea el grado de descomposición o de barbarie -en nuestro caso-, mayor será por lógica, la manera de su severo juicio. A todo ello Además, sus instintos valerosos [de los hombres], y, si se quiere decirse, sangrientos, necesitaban contentarse de alguna manera. Pero no fue el hombre arrojado a la fiera, no: fue el hombre luchando con ella y venciéndola, el hombre que satisfacía sus instintos de valor, el pueblo que educaba su corazón y lo fortalecía; mas ya con el menor sacrificio posible de humanidad.
Los toros han venido a ser un progreso en la historia.257 ¿Pero es ya tiempo de que se dé otro paso más en esa senda, y los suprimamos? Aquí entra una cuestión social, no ajena de este lugar: describimos costumbres, y debemos examinarlas.258
256
Víctor Alfonso Maldonado: "De la muerte legal y sus variantes". La Jornada No. 2651 del miércoles 19 de enero de 1992, p. 7. 257 Véase John Bury: La idea del progreso. Madrid, Alianza Editorial, 1971. (El libro de Bolsillo, 323). 327 p. Además, José Francisco Coello Ugalde: "La fiesta como belleza o la fiesta como violencia" en Multitudes No. 199, noviembre de 199l, p. 18. Las sociedades cambian, evolucionan y una nueva rechaza los progresos de la anterior calificándolos de anacronías o sin espíritu universal de prosperidad. John Bury recoge en La idea del progreso todo un conjunto de ideas de pensadores que ya aspiran por un período progresivo, lo planean y le dan forma llamándolo "Renacimiento" que duró desde el siglo XIV hasta el XVII propiciando la avanzada idea del progreso que, hacia 1870 y 1880 se convirtió en artículo de fe para la humanidad. Y es que la idea del progreso humano es, pues, una teoría que contiene una síntesis del pasado y una previsión del futuro. Las cosas humanas no son perpetuas: todo recorre un ciclo idéntico de nacimiento, progreso, perfección, corrupción y muerte. Esa idea de progreso, por ejemplo en Condorcet se basa en que "no habrá una recaída en la barbarie". Por su parte Giambattista Vico en su obra: "Principios de una ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones", trata al hombre, a la sociedad y su cultura. Este pensador le plantea a la historia una dinámica que va más allá de San Agustín con sus ideas maniqueas de rigor. Esa visión es que toda la historia del hombre es natural, normal, el hombre va haciendo su historia, combinada entre la providencia-Dios y organización de las cosas a partir de un patrón o modelo cíclico de tres elementos: Dioses, héroes y hombres que son tres edades fundamentales que se manejan por lo que llama Vico "corso y ricorso". Esto es, en corso ocurre el desarrollo de las 3 edades en un ciclo complejo de cada una de ellas y vuelve a ocurrir en el ricorso su reproducción. Progreso que es hablar de belleza en el toreo, regreso que es citar a la violencia o a la barbarie, son estos los elementos que juegan un papel permanente entre el gusto o el rechazo de quienes son testigos de la fiesta torera. El progreso puede estar determinado justamente a partir de lo que nos ha dicho Condorcet (...), o que esa barbarie es la que se debe evitar dándole al espectáculo nuevos sellos de armonía. El carácter violento, bárbaro, sangriento son engranes insustituibles que dan a las corridas de toros su significado, su etiqueta frente a las demás diversiones. Justo esos elementos que son asimilados por el aficionado, consciente de la integridad de la fiesta, son los que rechazan el auténtico símbolo de barbarie y reprueban por tanto, no sólo al espectáculo; también a todos aquellos que lo aceptan. Sensibilidad, espíritu anglosajón, protección a los animales, son resultados de una idea de progreso que no es compatible con un aspecto fundamental de la cultura mexicana que, explicada a la luz de la historia y sus resultados luego de la conquista, encontramos en ella sellos de originalidad que la distinguen como una sociedad ecléctica; esto es, que su espíritu guerrero asimila caracteres de una y otra dimensión. Cultura dominada por una fuerza ajena pero que no por eso, deja entrever su antiguo y fogoso esplendor, el cual se desenvuelve entre mitos, dioses, sacrificios y la muerte misma, razones todas estas que, unidas o fusionadas con el toreo, han perdurado largos 470 años en nuestro territorio. 258 Por tierras de cocos y..., p. 73.
Recordar: 1864 como año de las impresiones manifiestas en Chavero, las cuales no niegan ese sentido liberal que se acusa en el texto ahora analizado. No se aleja en ningún momento del juicio dado a un efecto del pasado. Es más, sugiere como lo hace F.P.R.P. y luego también García Cubas la ya permanente solución a ese problema: cuando el pueblo no está instruido, y por lo mismo, no tiene manera de entretener su inteligencia y sus instintos, los gobiernos deben hacerlo. La diversión pública llena ese vacío; pero para ser eficaz, es indispensable que sea una diversión del agrado del pueblo. Bajo este aspecto son necesarios los toros. Suprimidlos y el pueblo, sin ese espectáculo, donde desahogue sus instintos de matar, se irá a matar a sí mismo.259
Y en seguida, su ambivalencia o contradicción. Luego de pronunciarse en contra del espectáculo, nos sorprende un sentido de resignación pues así como exalta al pueblo del Manzanillo -que como otroscuenta también con mejor instinto que los gobernantes más sabios, "recibió, según habíamos dicho, a los toros, con las mayores muestras de regocijo". Y poco más adelante proporciona una corta pero bien elaborada reseña de la fiesta desarrollada aquella tarde en esa costa mexicana. Y bien, falta por incluir a José T. de Cuellar y a Ignacio Manuel Altamirano. De aquel260 y de este261 contamos con apreciaciones cuyo giro no deja de perder el tono de la posición liberal. Facundo, el de la Linterna mágica, autor que recrea costumbres mexicanas no parece ser más que un vocero de las opiniones vertidas por el público, y del cual salió aquella nota cuyo objeto era desarraigar el toreo vísperas del anuncio oficial de prohibición. Altamirano -a su vez- y en ese año de 1867 cambia la espada por la pluma (que de hecho fue su primera ocupación y que nunca había abandonado) se propone a ser el impulsor de la cultura nacional y funda el periódico El Correo de México al lado de Ignacio Ramírez y de Alfredo Chavero, quienes pugnaron por el respeto a la Constitución del 57 y se opusieron al reformismo de Juárez. Apoya la independencia de Cuba, funda la sociedad de Libres Pensadores, entre otras muchas actividades. En nuestro siglo, el borde de toda consideración de ataque lo encontramos en ¡Abajo los toros! de José López Portillo y Rojas, escrito en 1906 y presentado como una protesta ante el inminente anuncio de que una plaza de toros sería levantada en el curso de 1907. En la portadilla de la obra que además se encuentra dedicada al general de división Porfirio Díaz "cuyo nombre es saludado con aplauso y pronunciando con respeto por el mundo civilizado" pide, proclama que "sea suprimida en México, la bárbara, sangrienta y bochornosa diversión de los toros". El autor de La Parcela que pertenece a la generación realista (el realismo nació como contrapeso de la subjetividad ensoberbecida, como intento de armonizar el mundo interno con el externo) manifiesta 259
Op. cit. El correo de México, Nº 13 del 16 de septiembre de 1867, p. 3. No más toros.-¿Por qué no se dan al pueblo espectáculos que lo instruyan, en vez de las escenas del tiempo del retroceso y los virreyes? No más toros.-La civilización rechaza los espectáculos de sangre: no más sangre, tinta en vez de sangre; ilustración y no barbarie: educación al pueblo: diversiones en lugar de mojiganga; periódicos en vez de banderillas; el cincel y no el puñal del carnicero. La veterinaria y la ley sobre el trato a los animales útiles, en vez de la risa por la horrible agonía de un caballo indefenso. El teatro por los toros. El teatro a precio ínfimo para el pueblo. Enseñar a pensar y no a matar. Moralizar en vez de corromper. Por todos los artículos sin firma: José T. de Cuellar. 261 El Correo de México, Nº 85 del 9 de diciembre de 1867. Decía este abanderado del pensamiento republicano y liberal: Ayer tuvo lugar la corrida que dieron algunos jóvenes aficionados á beneficio de los habitantes de Matamoros. Los jóvenes que creyeron conveniente poner la barbarie al servicio de la filantropía, hicieron todos los esfuerzos posibles para lucirse; pero el público los silbó desapiadadamente desde el principio hasta el fin, no concediéndoles sino uno que otro aplauso. El público no tuvo consideración que los aficionados se exponían delante de la fiera por favorecer a los menesterosos de Matamoros. Con esta corrida que se permitió a la caridad, concluyeron para siempre en nuestra capital las bárbaras diversiones de toros, a las que nuestro pueblo tenía un gusto tan pronunciado desgraciadamente. Los hombres del pueblo saben más de tauromaquia que de garantías individuales. 260
una idea bien contraria al espectáculo -como la que hoy pudieran abanderar la sociedad protectora de animales, entidades ecológicas y otros grupos contrarios a la fiesta-. Como por ejemplo la siguiente arenga que a la letra dice: ¿Por qué hemos de vivir condenados a llevar a cuestas el sambenito de los toros, sólo por ser de origen español? ¿No hemos dado el grito de Dolores? ¿No conquistamos nuestra independencia a costa de once años de lucha? Pues si nos hemos emancipado de la antigua metrópoli en lo político, no hay motivo para que continuemos uncidos a ella, en sus vicios y defectos. Imitemos a los españoles en lo que tienen de bueno: en su patriotismo, en su energía, en su ardiente amor al arte y a la belleza; no en sus defectos, máculas y deficiencias. No parodiemos a los malos poetas, que, no pudiendo igualar a Byron en la inspiración, le imitan en la borrachera.262
Al acercarse al espíritu fprpniano, López Portillo y Rojas, en una exaltación desmedida y en pleno clímax de su obra apunta Es cuestión de patriotismo y de bien parecer extirpar de nuestro suelo esa planta venenosa y parásita: una medida de esa especie, alcanzará incalculable resonancia entre los pueblos cultos, y hará más en favor de México, que un número crecido de libros, opúsculos y periódicos laudatorios, nacionales o extranjeros.263
La posición guardada por López Portillo y Rojas es comparable con aquella que mostraron los liberales, puesto que en los toros no encuentra muestra congruente de ilustración, y nuestro autor llama a la realidad, convoca a los sentimientos humanitarios, como lo hicieron los liberales del México a mitad del XIX. "Resto vergonzoso de la antigua barbarie, es un anacronismo en el siglo XX; y no se explica cómo ese monstruo sangriento y feo, pueda alentar en época como la nuestra, tan poco a propósito para su supervivencia".264 Deseaban aquellos hombres de avanzada, y con todas sus fuerzas, erradicar las herencias de un pasado como el colonial, que tanto daño hizo a la integridad del mexicano como ser, desviándole de sus auténticas realidades. Sólo que nunca repararon que el arraigo de toda esa "nefasta herencia" quedaría latiendo en unas concepciones muy particulares de la vida social. La iglesia, a pesar del golpe de 1859 y 1860 -con las leyes de reforma- preservó su institución, alterada sí, pero resultante del esplendor español en América, aunque su participación en la vida social fue disminuyendo lentamente. Y entre otros muchos aspectos, las corridas de toros, las cuales permanecen a pesar de los muchos intentos de liquidación que en torno a ella se han perpetrado. Y así como se manifiestan ideas de barbarie y de regresión al estado salvaje cuando se habla de toros, también es menester el que se incluya a ese orden de cosas una idea que osciló entre seguidores de la ilustración y quienes sancionaron a la fiesta con su freno de 1867; esto es: la explotación económica que se mostró más notoriamente entre las clases sociales bajas. ¡Que se consuma el dinero en asalariar hombres temerarios y desalmados que no dudan comprometer su existencia, exponiendo á sus miserables familias a los horrores del hambre y desnudez, pudiendo proporcionarse una subsistencia cómoda, tranquila y útil a su patria!265
Y es que, efectivamente los costos de las corridas de toros en aquellos años eran demasiado elevados. Ya vemos que por ejemplo, en la corrida del 3 de noviembre de 1867, entradas de sol y sombra general -la más económicas que se ofrecen en una plaza de toros-, tienen un costo de $2 y $10 respectivamente, mientras que la galería en el Teatro Nacional en una función de ópera tenía precio de hasta $0.75. Así también, un adicto a las bebidas generosas pagaba por 262
José López Portillo y Rojas: ¡Abajo los toros! México, Imprenta de D. Mariano Viamonte Zuleta, 1906. 48 p., p.29. Op. cit., p. 47. 264 Ibidem., p. 45. 265 Lecturas..., Vid. F.P.R.P., op. cit., p. 55. 263
un decimal, una de a dos, una chica, o una catrina, que costaban respectivamente uno, dos, tres y seis centavos; o un pinto, tres tlacos (equivalente a cuatro y medio centavos).266
Y justo en 1867 se lanzó un decreto que prohibía las loterías ó rifas públicas Considerando: que las loterías deben considerarse entre los juegos prohibidos y perjudiciales a la sociedad, porque consuman las economías del fruto del trabajo de las clases menesterosas; y porque con el incentivo de un lucro grande, aunque improbable, debilitan el estímulo de trabajo, que es la base del bien social.267
De esta última parte, considerada como de las ideas que propone José López Portillo y Rojas y la de factor económico, se recoge una impresión en donde dos son los conceptos que manejan aquellos seguidores de progreso e ilustración como frente de ataque hacia las corridas de toros: el tono bárbaro y salvaje que tiene de suyo tal espectáculo y esa razón de explotación que exprime y azota a las clases bajas de la sociedad mexicana del siglo XIX. Pero también hay que ser razonables en apuntar que la realidad es que no se trata del peso total de las circunstancias aquí analizadas. La suma de hechos y acontecimientos contemplados en nuestro estudio, nos hacen pensar en estructuras o superestructuras a las cuales se les proyecta un perspectivismo lógico para procurar conclusiones efectivas. En cuanto a la prohibición que impuso Venustiano Carranza en 1916, el tópico que domina es la causa del dispendio a que llegaba el pueblo, gastando sumas que no tenían, así como de la notable barbarie predominante en el espectáculo. La medida fue derogada en 1919,268 con una recuperación paulatina de los festejos en la capital, hasta que estos se normalizaron días después de la muerte del de Cuatro Ciénegas en Tlaxcalantongo. Ante todo, la postura del conjunto de autores reunidos aquí, parte de la ideología liberal-ilustrada cuyo comportamiento se fraccionó en varias partes, a saber: a)La posición anglosajona como realidad antihispánica cuya ascensión se nutre en gran medida, de la "Leyenda negra", sentido este que desde el siglo XVI es vigente; se incentiva con los principios y pretensiones del siglo XIX e incluso, con la aparición de la "Brevísima Relación..." del padre las Casas. Una editada en Puebla hacia 1821, y otra en México de 1822, con un discurso preliminar de fray Servando Teresa de Mier. Ello precisamente, al culminar la guerra independentista que es como la disposición del terreno al cultivo de la idea por parte de viajeros extranjeros quienes, en su mayoría 266
Armando Jiménez: Nueva picardía mexicana. Introito de Octavio Paz. 15a. reimpresión. México, Editores Mexicanos Unidos, 1980. 302 p. ils., retrs., p. 248. 267 Manuel Dublán y José María Lozano: Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República. México, Imprenta del Comercio, de Dublán y Chávez, a cargo de M. Lara (Hijo).1876-1904. 34 vols., T. X., p. 22. Junio 28 de 1867. Ministerio de Relaciones.-Decreto que prohibe las loterías ó rifas públicas. 268 Guillermo Ernesto Padilla: Historia de la plaza EL TOREO. 1907-1968. México. México, Imprenta Monterrey y Espectáculos Futuro, S.A. de C.V. 1970 y 1989. 2 v. Ils., retrs., fots., Vol. I., p. 190. Finalizaba el año de 1919. Una vez más los Representantes del Pueblo llevaron al terreno de la discusión la iniciativa tendente a que se permitieran las corridas de toros en el Distrito Federal, razón por la que existía en aquellos días una gran expectación entre los aficionados capitalinos. Efectivamente, en el Congreso de la Unión se discutió en forma acalorada el caso relacionado con el decreto prohibitivo expedido por el señor Venustiano Carranza el 11 de julio de 1917. Fue exactamente el día 9 de diciembre de 1919, cuando se puso a discusión el asunto en el Senado, que ya había sido resuelto en la Cámara Popular, en el sentido de que el tantas veces mencionado decreto quedaba abolido. Muchas y muy acaloradas discusiones suscitó el caso; pero al fin, la más alta Representación Popular aprobó la resolución tomada por la Cámara de Diputados, permitiendo nuevamente la celebración del espectáculo taurino en la capital. A pesar de ello, todavía por espacio de algún tiempo no habría de lograrse que se verificasen corridas en forma, debiéndose tal circunstancia a que el Presidente de la República, don Venustiano Carranza, había hecho algunas objeciones al decreto expedido por las Cámaras Legisladoras.
rechazaron la fiesta de toros, adoptando la posición ilustrada de suprimirla y de ver por la civilización. Sentido retomado asimismo, por nuestros escritores. b)El propio sentir de aquellos mexicanos influidos de ilustración y liberalismo, aspecto este último cuya pretensión fue lograr esa imitación extralógica vista en los Estados Unidos como auténtica prosperidad social que va en oposición al modo de ser heredado de la colonia. Su tesis también propone en los mismos términos del anterior, el exterminio de las diversiones, criticándolas severamente y sugiriendo a las autoridades el decreto de su prohibición. c)Hay una tercera posición que, en gran medida es afín a un principio establecido por Edmundo O'Gorman en el siguiente tenor: Tenemos dos tesis correspondientes a dos tendencias que se combaten como opuestas por sus respectivos objetivos, y fundadas en dos visiones diferentes del devenir histórico; pero dos tesis que acaban postulando lo mismo, a saber: hacerse de la prosperidad de los Estados Unidos, pero sin renunciar al modo de ser tradicional por estimarse éste como de la esencia de la nueva nación. Ambos quieren, pues, los beneficios de la modernidad, pero no la modernidad misma.269
Y sigue el autor proporcionando a nuestros argumentos las específicas posiciones de unos y otros puesto que la visión progresista ilustrada que sustenta a la tesis liberal no es sino una versión desacralizada de la visión providencialista católica que sirve de cimiento a la tesis conservadora.270
Quienes quedan perfectamente encuadrados aquí son aquellos que muestran comportamiento ambivalente (caso muy claro de Chavero o de José T. de Cuellar). Repudian pero aceptan. Repudian como prurito moral. Aceptan como irremediable sentido de ver pasar frente a ellos el curso de una fiesta que, alterada o no, seguiría su marcha. El resumen del comportamiento social en estas visiones nuestras y ajenas, es remarcar -sin proponérselo-, el gusto, la aceptación que se da en las masas para con el espectáculo, aun y cuando existan de por medio multitud de formas para lograr su ingreso (es decir, llegando al extremo de dejar sin comer a la familia y de empeñar hasta lo último disponible en las manos con tal de hacerse presentes en la plaza); así como de manifestarse: "Dénsele, con ofensa de la civilización, para que vocifere y se enloquezca, las corridas de toros..." (García Cubas). Lo importante de todo esto es la presencia -para bien o para mal- (nunca como efecto maniqueo) de la fiesta de toros en las mentes de diversa posición, las cuales solo replican más en contra que a favor de cuanto ven; y proclaman su extinción sin conseguirla. Lo de 1867 iría a convertirse no en una meta proyectada. Quizás se convirtió -de pronto- en la suma de distintas condiciones que derivaron en la prohibición, a cuyo estudio y análisis de causas y efectos, 271 permiten que pasemos en seguida al tercer 269
Edmundo O'Gorman. México: México. El trauma de su historia. México, Universidad Nacional Autónoma de México (Coordinación de humanidades), 1977. XII-119 p., p. 33. 270 Op. cit. 271 Fernand Braudel: La historia y las Ciencias Sociales. 1a. reimpresión. Prólogo: Felipe Ruiz Martín. Traducción Josefina Gómez Mendoza. Madrid, Alianza Editorial, 1986. (El libro de Bolsillo, 139). 327 p., p. 49. Distinguimos de antemano los acontecimientos importantes, los que han de tener consecuencias [el subrayado es nuestro], aquellos a los que, en definitiva pertenece el futuro. ¡Inmenso privilegio! ¿Quién, en efecto, sería capaz, en la compleja urdimbre de hechos de la vida actual, de distinguir con tantos visos de seguridad lo duradero de lo efímero? A los ojos de los contemporáneos los hechos se presentan, por desgracia con excesiva frecuencia, en un mismo plano de importancia; y los muy grandes acontecimientos constructores del futuro hacen tan poco ruido -llegan sobre patas de tórtola, decía Nietzscheque es difícil adivinar su presencia. De ahí el esfuerzo de un Colin Clark añadiendo a los datos actuales de la economía proféticas prolongaciones hacia el porvenir, en la pretensión de distinguir de antemano las corrientes esenciales de acontecimientos que fabrican y arrastran a nuestra vida. Además: E. H. Carr. ¿Qué es la historia?, p. 118 y ss. (...)era doctrina aceptada de todos que la historia consistía en hacer desfilar los acontecimientos del pasado en una secuencia
capítulo. SOBRE LA LUCHA DE UN TORO y UN TIGRE. TESTIMONIO INFANTIL DE JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA EN 1838: ¡NOVEDAD, NOVEDAD! LUCHA DE UN TORO Y UN TIGRE REAL, EN PLENA GUERRA DE LOS PASTELES. La presente efeméride ocurrió el 21 de abril de 1838. Joaquín García Icazbalceta se consolidó como uno de los bibliófilos más connotados del siglo XIX. Reunió en su biblioteca, ejemplares y papeles de suyo valiosos a cual más. También legó escritos desde su infancia y su época madura en donde hay una notoria formación, pero también una profunda preocupación por y para la cultura no solo nacional. También universal. Icazbalceta, al lado de José María de Ágreda y Sánchez, de Vicente de P. Andrade, de Nicolás León, de José Toribio Medina, entre otros reconocidos buscadores de tesoros literarios, se unieron en una causa que nadie les dictó como una orden: rescatar bibliotecas, libros, papeles, manuscritos y mapas que luego de la desamortización de los bienes de la iglesia, y del periodo de la Reforma en adelante, se provocaron actos vandálicos por parte de muchos mercaderes, pero aún peor, el uso de añejos papeles convertidos en cucuruchos para la mercancía, envoltura de cohetes o la simple quema de papel viejo. Aproximadamente en 1937, la colección “Joaquín García Icazbalceta”, pasó a España en una de sus partes. La otra, fue adquirida por la Universidad de Austin, Texas (E.U.A.), para incorporarla a la colección “Netiee Lee Benson”, formada por 247 volúmenes, 87 manuscritos de los siglos XVI y XVII; varias Relaciones Geográficas y 39 mapas. En materia taurina conocemos, por lo menos dos textos de don Joaquín, uno escrito en su infancia, allá por 1838. En el otro nos da noticia de las fiestas celebradas en la Nueva España con motivo del “Paseo del Pendón”, conmemoración del día 13 de agosto, con la cual se recordaba la capitulación de Tenochtitlán. Por su curiosidad, reproduzco a continuación El Ruiseñor manuscrito. Número del 29 de abril de 1838
ordenada donde primero venían la causa y detrás seguía el efecto.(O consecuencia como se inquiere en el trabajo). LOS DETERMINISMOS EN LA HISTORIA. p. 119. Hay pues quienes en vez de hablar de "causa" en historia, aluden a la "explicación" o la "interpretación" o hablan de la "lógica de la situación", o de la "lógica interior de los acontecimientos" (esto procede de Dicey), o si no, rechazan el análisis causal (de por qué ocurrió) trocándolo por el enfoque funcional (de cómo pasó), a pesar de que esto parece implicar de modo ineludible el problema de cómo llegó a pasar de ese modo, retrotrae al investigador a la pregunta de ¿por qué? (...)¿qué hace el historiador en la práctica cuando se encuentra ante la necesidad de atribuir causas a los acontecimientos? p. 120-1. El verdadero historiador, puesto ante la lista de causas que lleva reunidas, sentirá una compulsión profesional a reducirlas a un orden, a establecer cierta jerarquía causal que fijará las relaciones entre unas y otras; una necesidad, quizá, de decidir qué causa, o qué clase de ellas, debe considerarse "en última instancia" o "en último análisis" (expresiones favoritas de los historiadores) como la causa básica, la causa de todas las causas. Tal es su interpretación de su tema de estudio; se conoce al historiador por las causas que invoca. P. 125. El determinismo es un problema, no de la historia, sino de toda conducta humana. El ser humano cuyas acciones no tiene causa, y son por lo tanto indeterminadas, es una abstracción tanto como el individuo situado al margen de la sociedad. P. 131. TEORIA DE LA NARIZ DE CLEOPATRA. Es la teoría según la cual la historia consiste en rasgos generales, en una serie de acontecimientos determinados por coincidencias fortuitas, y tan solo atribuibles a las causas más casuales.
EL RUISEÑOR Nº 20. Lucha de un toro con un TIGRE REAL El 21 de abril de 838 Al sonar las cuatro de la tarde nos dirigimos a la plaza de toros de S. Pablo donde nos hallamos con que un inmenso gentío la ocupaba desde las 2, por lo cual no pudimos hallar asiento y tuvimos que colocarnos de pie en lo más alto de la plaza. Al cabo de un rato sonó la trompeta y en poco tiempo quedó limpia de la mucha gente que se paseaba en ella. Volvió a sonar y apareció la compañía de toreros los que después de hacer el saludo de costumbre se retiraron a sus puestos. Sonó por tercera vez y salió un soberbio toro al que, después de lidiado y muerto, sucedió otro que tuvo igual suerte quedando la plaza en un profundo silencio esperando la lucha anunciada en los carteles. Entreabrióse una puerta de la fuerte jaula que debía ser el teatro de tan desigual combate y apareció la tremenda fiera capaz de imponer al ánimo más esforzado la que llegando a percibir por el olfato el lugar por donde se hallaba su contrario no se apartaba del, siendo preciso distraerlo para que no lo sorprendiera al momento de su salida lo que se consiguió. Abierta ya la puerta del toril aparece el TORO destinado a combatir con la fiera. Levántase la compuerta de la jaula y ya se hallan juntos los dos combatientes. Fortuna que el TORO puede coger al TIGRE por detrás pues estaba distraído con lo que pudo estropearle con una fuerte embestida por lo que no le dejó el tiempo necesario para hacer la faena según su costumbre y solo pudo hacerla en la cola con la boca y en un pie con las garras. Fue mucha la sorpresa del TORO viéndose con la fiera que no esperaba pues iba seguro sin pensar en ella. Deslumbrado con el tránsito de la oscuridad del toril a la claridad de la plaza no advirtió si el objeto que embestía era fiera o no porque si lo hubiera advertido no la hubiera acometido con tanta fuerza y acaso hubiera huido. Trabado en el combate trataba de huir el TORO pero el TIGRE no se lo permitía teniéndolo asegurado por un pie hasta que consiguió después de varias alternativas hacer presa en el cerviguillo del TORO.272
Otras jornadas de composición semejante las encontramos en las siguientes fechas: -Plaza de toros de San Pablo: octubre de 1845. Un toro vs. Un león africano. -Plaza de toros de San Pablo: 15 de noviembre de 1857: Un toro vs. otro toro. -Plaza de toros de San Pablo: hombres tigre y hombres oso vs. un toro. -Plaza de toros del Paseo Nuevo: 11 de octubre de 1863: Un león tehuantepecano vs. un toro.
Pero especialmente esta “lucha de un toro con un tigre real” se convirtió en otro elementos más para ser utilizado por el pueblo y así justificar de manera política los acontecimientos que se están dando en plena “Guerra de los pasteles”.El viajero y novelista francés Isodores Loewwnstern dejó en su libro Le Mexique. Souvenirs d´un Vayagueur su primera visión sobre aquella curiosidad taurina, anotando: “La multitud se aglomeraba en la Plaza de Toros para presenciar el combate de un toro mexicano y de un tigre de Bengala, propiedad de dos americanos”. Armando de Maria y Campos en su libro Imagen del Mexicano en los Toros273 dice que no obstante que la nación mexicana estaba en guerra con la poderosa Francia de Luis Felipe, el Primer Magistrado asistió a la plaza. Lo era el general Anastasio Bustamante. Los apuntes de Loewwnstern respecto a la lucha del toro y el tigre real son más que evidentes, y complementan la visión de Icazbalceta, por lo que le solicitamos agregar aquí lo anotado por el francés. Por fin aparecieron los actores principales: el tigre, uno de los más grandes que jamás haya visto, fue introducido el primero en la lid y se echó confiadamente dentro de la jaula. El toro vino en seguida trotando de manera ágil y graciosa e hizo un gesto belicoso al encontrarse en presencia de su peligroso adversario. En ese rasgo reconozco mi sangre. 272
Joaquín García Icazbalceta: Escritos INFANTILES. México, Fondo de Cultura Económica, 1978.214 pp. Ils., facs., p. 206-208. 273 Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, "Al sonar el clarín", 1953. 268 pp., ils.
El público, en un acuerdo espontáneo, decidió considerar dicho combate como aquellos que, en los antiguos tiempos, eran considerados como el fallo de Dios. Se decidió, pues, a considerar al toro, nacido en suelo mexicano, como campeón de la Nación, mientras al tigre, nacido en país extranjero, fue considerado como campeón de los franceses. El combate, que se entabló en seguida, fue, pues, seguido con creciente interés. Nunca se había mostrado el público más impaciente y ansioso de conocer el resultado final de la pelea. La probabilidades del campeón de la República Mexicana no eran las mejores. Como es costumbre, se le había cortado las puntas de los cuernos. Consciente de su inferioridad trató de evitar, valiéndose de una pronta retirada, a su feroz adversario de Bengala, el que ni corto ni perezoso de un salto detuvo toda tentativa prudente y, clavándole garras y dientes, lo obligó a cambiar de táctica. Por dos veces logró el toro escapar de las garras del tigre, que volvía a atacarlo. El dolor arrancaba rugidos terribles al pacífico morador de las praderas, al que su salvaje adversario mantenía como clavado en el suelo asiéndolo por el hocico y la nuca. La sangre corría abundante, los mugidos del toro se hacían más y más débiles. Pocos instantes aún y sucumbiría. Maria y Campos hace una acotación ¡Hay que imaginarse la angustia del público mexicano, tal vez la de los altos funcionarios que presenciaban el espectáculo, acaso la del señor Presidente de la República! Una especie de terror se apoderó del público al ver la derrota inminente, tan poco gloriosa, del campeón nacional. El silencio más absoluto reinaba y creo que en esos momentos hubiera sido aceptado el ultimátum francés. Desde hacía ya más de media hora el toro era torturado por su soberbio enemigo: todo parecía terminado, cuando de manera imprevista y con la fuerza que el dolor da al más débil, el toro se levantó. Un reflejo de esperanza iluminó los rostros; los espectadores suben sobre los bancos; los cuellos se alargan fuera de las barreras. El toro permanece en pie, pero a pesar de los esfuerzos violentos que realiza por echar por tierra a su vampiro, el tigre continúa adherido a su nuca, suspendido con todo su peso a la cabeza del noble bruto. De pronto, de un salto violento, el toro se arroja contra los barrotes de la jaula y con la cabeza y los cuernos tritura el cuerpo del tigre. La feroz bestia, aturdida, destrozada, abandona su presa y cae aniquilada a sus pies. Un solo grito, un solo delirio se levanta de la concurrencia. Los léperos aúllan, la concurrencia distinguida enloquece; los pañuelos, los chales flotan y se agitan en todo el recinto, la música toca una marcha triunfal. -¡Viva el toro” ¡Vivan los mexicanos” ¡Mueran los franceses! Mientras tanto, el toro, cual consumado guerrero, proseguía su encarnizada victoria haciendo, a su vez, sentir al adversario caído la fuerza de sus patas y de sus cuernos. Cansado al fin de patear a su víctima y adolorido el mismo por crueles heridas, decidió abandonar al tigre a su propia suerte, a pesar de los esfuerzos del público que lo animaba para que acabara con su adversario. -¡El toro!... ¡Traigan al toro!... El público se desgañita y, al fin, logra que saquen al toro de la jaula por medio de un lazo. El toro, en actor modesto, quiere sustraerse a los frenéticos bravos de un público agradecido. Los picadores y los chulillos, viéndolo en su terreno, creen que ha llegado el momento de acabarlo y de terminar la obra que el tigre había empezado tan bien. Un sentimiento unánime de magnanimidad, más fuerte que el de la piedad, desconocido hasta entonces en la Plaza, se apodera del público. A la defensa del toro se aúna un sentimiento nacional. El pueblo continúa vociferando: -¡Que viva el toro! ¡Fuera los toreros! Y es así como el toro, el primero de su raza, obtiene la gracia en la Plaza. El agradecimiento de los mexicanos por el buen augurio que venía de darles no se limitó a conservarle la vida y curar sus heridas, una suscripción de hizo en seguida para comprarlo al carnicero al que pertenecía y ofrecerlo al gobierno como un don nacional.
Pero, ¡oh, dolor!... ¡oh, lágrimas!, el héroe, digno de mejor suerte, en vísperas de un porvenir tranquilo y feliz, sucumbió a sus terribles heridas mientras el tigre, campeón de los franceses, gracias a la robustez de su naturaleza, se restableció muy pronto quedando sano y salvo.274
El signo del orgullo nacional se dejó ver claramente en aquella tarde del mes de abril de 1838, hasta el extremo de que se tomó como pretexto aquella corrida de toros para acentuar el fervor y el partido que los mexicanos tuvieron ante los hechos de agresión e invasión por parte de naciones extranjeras. IMÁGENES
Joaquín García Icazbalceta: Escritos INFANTILES. México, Fondo de Cultura Económica, 1978.214 pp. Ils., facs., p. 206-208.
Izquierda: ESCENA TAURINA reproducida en un cartel de mediados del siglo XIX. En: Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938. Derecha: Aviso. PLAZA DE TOROS. Domingo 26 de Octubre de 1845. Gran función extraordinaria, en la que luchará el León africano con un toro de la acreditada raza de Queréndaro. Imprenta de 274
Op. Cit., p. 53-61.
Vicente García Torres. Fuente: colección del autor.
Concluye nuestro autor con la siguiente aseveración: En la primera mitad del siglo XIX aparecieron dos famosos toreros: el poblano Ignacio Gadea y el andaluz Bernardo Gaviño, el primero rejoneador y el segundo diestro de a pie; pero en este periodo están solamente en sus comienzos y hasta pasado el 1850 no consolidan su fama. Lamentablemente no hay, en los números siguientes de El Ruedo, salvo que me equivoque, evidencia en la continuación de tan interesante serie, lo cual habría sido notable en la medida en que se tuviese mejor visión, como ahora la tenemos ya, sobre el recorrido histórico del espectáculo taurino en México, desde el siglo XVI y hasta casi la mitad del XIX en que dejan de publicarse las colaboraciones de “Barico II”. Una pena.
CONCLUSIONES. Hasta los tiempos presentes, no se tenía clara una visión sobre lo que un aficionado y escritor del siglo XX, tendría sobre el México taurino, en varios siglos de desarrollo. A eso, dedicó buena parte de su tiempo Benjamín Bentura Remacha –Barico II-. Si bien, se trata de una serie publicada hace poco más de 65 años, y a la cual tenemos en nuestros días posibilidad de acceso, gracias a las nuevas herramientas tecnológicas, lo que dejó planteado es el balance de una lectura fundamental: la de Nicolás Rangel (e incluso, al final de la misma, menciona la que se convierte en natural continuación con la de Armando de María y Campos, autor de Imagen del mexicano en los toros, publicada en 1953). Al margen de lo dicho por ambos autores, la de “Barico II” es una revisión que se pliega al conjunto de apreciaciones e interpretaciones que despertaron en él la posibilidad de esa nueva reinterpretación, lo que nos permite entender su mirada, la que, por otro lado, requirió apenas algunas consideraciones de mi parte, con objeto de que, en tanto historiador, permitan entender el significado de aquel juicio, válido y merecedor de una revisión que concluye aquí, esperando que el paciente lector pueda entender ese lento transitar del espectáculo en Méjico, ese Méjico que para Bentura Remacha significó muchas cosas. Ese México que, para nosotros representa la posibilidad de retomar un tema que valida el lugar en que hoy día se encuentra ese espectáculo que legó España en un encuentro donde el mestizaje jugó un papel definitivo. Cambia la forma, no el fondo, que es lo importante. A casi cinco siglos de aquel histórico acontecimiento, una reflexión como la presente viene a darle al toreo elementos que justifican su presencia, con objeto de posicionarlo en el sitio que por muchos años ha merecido.
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CONSULTAS POR INTERNET Para acceder a la colección de El Ruedo, puede utilizarse la siguiente dirección electrónica: http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/publicaciones/numeros_por_mes.cmd?idPublicacion=352&anyo=19 75 https://www.taurologia.com/ https://ahtm.wordpress.com/ Bitácora de Rafael Medina de la Serna. Secretario de actas de Bibliófilos Taurinos de México, A.C. http://www.bibliofilostaurinos.com.mx/public_7.html /
ÍNDICE Pág.
INTRODUCCIÓN
11
PRIMERA PARTE
15
SEGUNDA PARTE
18
TERCERA PARTE
25
CUARTA PARTE
35
QUINTA PARTE
46
SEXTA PARTE
49
SÉPTIMA PARTE
59
OCTAVA PARTE
77
NOVENA PARTE
81
DÉCIMA PARTE
101
DÉCIMO PRIMERA PARTE
117
CONCLUSIONES
156
BIBLIOGRAFÍA y HEMEROGRAFÍA
157
EN MÉXICO, CIUDAD EN EL DÍA 28 DE MARZO DEL AÑO DE GRACIA DOS MILÉSIMO y DÉCIMO OCTAVO.
LAVS
DEO