LUIS G. INCLÁN A DOS SIGLOS, Y SIGUE CABALGANDO

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JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

LUIS G. INCLÁN: A DOS SIGLOS…, Y SIGUE CABALGANDO

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 1


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JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

LUIS G. INCLÁN: A DOS SIGLOS…, Y SIGUE CABALGANDO.

MÉXICO, 2020 3


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José Francisco Coello Ugalde. Reservados todos los derechos. 2016.

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Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2020.

La imagen de la portada proviene del libro de Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito, tanto del autor como del editor.

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ÍNDICE Pág. JUSTIFICACIÓN. LUIS G. INCLÁN, EMPRESARIO DE LA PLAZA DE TOROS “EL PASEO NUEVO” EN PUEBLA Y LA CIUDAD DE MÉXICO. EN LA CAPITAL SE PELEA LAS PALMAS CON IGNACIO GADEA. (ANÁLISIS A SU OBRA ASTUCIA).

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DOS IMÁGENES TAURINAS EN EL CAMPO MEXICANO.

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LUIS G. INCLÁN, CRONISTA EN VERSO DE UNA CORRIDA DE TOROS EN 1863. EN DICHO FESTEJO, PARTICIPAN PABLO MENDOZA, LA INTELIGENCIA, Y SUS PICADORES, SUS BANDERILLEROS, Y HASTA LOS LOCOS Y LOS CAPOTEROS...

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LUIS G. INCLÁN SALE EN DEFENSA DEL TOREO ALLÁ POR 1863.

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LUIS G. INCLÁN Y LA BREVE RESEÑA SOBRE COMO CELEBRARON CIERTA CORRIDA EN ALGÚN PUNTO PROVINCIANO.

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CON LUIS G. INCLÁN SE DIO LA RECÍPROCA COMUNICACIÓN YENDO DE LA PLAZA AL CAMPO, Y VICEVERSA.

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UNA VISIÓN URBANA Y RURAL, DETENTADA POR CHARROS Y VAQUEROS MEXICANOS.

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¿SON LAS REGLAS DE ALBEITERÍA LO MISMO QUE LOS VERSOS DEDICADOS A DON PASCASIO ROMERO, E IGUAL A JARIPEOS?

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GAVIÑO, CONFUNDIDO EN UNA FIESTA PROVINCIANA CON LORENZO CABELLO, MEJOR CONOCIDO COMO “LENCHO” AQUEL QUE SENTENCIABA: “CON ASTUCIA Y REFLEXIÓN, SE APROVECHA LA OCASIÓN”.

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¿HAY UN TOREO A LA “MEXICANA”? LUIS G. INCLÁN NOS ACLARA LA DUDA.

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ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES.

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LOS CHARROS CONTRABANDISTAS. JUEGO DE DADOS. HOMENAJE QUE JOSÉ GUADALUPE DEDICÓ A LUIS G. INCLÁN.

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TRES LECCIONES COMPLEMENTARIAS:

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1.-EL IMAGINARIO NACIONAL, O PARA QUÉ INVENTAR UNA NACIÓN.

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2.-LA NUEVA, Y MUY NUEVA ESPAÑA QUE SE MONTÓ A CABALLO CONDUCIENDO GANADOS, Y OTRAS AVENTURAS. OBLIGADA RELECTURA A UN TEXTO DE PEDRO ROMERO DE SOLÍS.

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3.-EL TOREO URBANO Y EL TOREO RURAL.

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ANEXO N° 1: DESDE EL SIGLO XVI, EL ESPÍRITU Y LA FORMA DE SER DEL MEXICANO, SE HAN IDENTIFICADO CON LOS TOROS.

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ANEXO N° 2: EL CRIOLLISMO Y LA TIBETANIZACION: ¿EFECTOS DE LO MEXICANO EN EL TOREO?

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CARTELES y OTRAS OBRAS EDITADAS POR LUIS G. INCLÁN

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COMENTARIOS FINALES.

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BIBLIOHEMEROGRAFÍA

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JUSTIFICACIÓN Gracias a la oportuna intervención del Dr. José Luis Mendoza Delgado, quien combina sus quehaceres como médico pero también en la charrería, recordaba mientras conversábamos de asuntos históricos relacionados con la tauromaquia, la charrería, los caballos y demás temas que conciernen estas expresiones, que el 21 de junio próximo, se cumplirán con todo ello dos siglos cabales del nacimiento de Luis Gonzaga Inclán (21 de junio de 1816-23 de octubre de 1875), eminente autor de varias e importantes obras relacionadas con toros y charros, así como un personaje que ha merecido, desde sus tiempos, atención muy especial, debido a que fue el creador de una de las obras más emblemáticas en este ámbito. Me refiero a Astucia. Y para más inri: Astucia El jefe de los hermanos de la hoja. O los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales, cuya primera edición apareció en 1865. Por tal motivo, considero de enorme importancia que una efeméride como la que se cumplirá al mediar este 2016, merezca ser tomada en consideración por todos aquellos que tengan una razón que les identifique con Inclán, pues sus intereses no solo estuvieron dedicados a la charrería. También a los toros y a los gallos. Más allá de estas aficiones, que no se concretaron a ser factor de entretenimiento, sino de logrados compromisos mismos que cumplió en su papel de empresario, o como impresor que no solo era de carteles al respecto; sino que al establecer una imprenta bajo su administración, se dedicaba en otros momentos del día a labores de impresión. De igual forma ilustró varias de sus publicaciones. Total: era este personaje como se dice comúnmente “una cajita de monerías”. Por todas estas razones es que se asumo el compromiso de colaborar desde mi discreta parcela, con objeto de engrandecer, en la medida de lo posible en este merecido homenaje a quien desde ahora, se convierte en centro de atención y difusión no solo como personaje. También como un gran autor en la literatura nacional decimonónica. José Francisco Coello Ugalde Maestro en Historia. Ciudad de México, abril de 2016.

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Al Dr. JosĂŠ Luis Mendoza Delgado, impulsor de este proyecto.

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LUIS G. INCLÁN, EMPRESARIO DE LA PLAZA DE TOROS “EL PASEO NUEVO” EN PUEBLA Y LA CIUDAD DE MÉXICO. EN LA CAPITAL SE PELEA LAS PALMAS CON IGNACIO GADEA. (ANÁLISIS A SU OBRA ASTUCIA). Luis G. Inclán nacido en 1816 fue un hombre emprendedor, amante del quehacer campirano. Administra haciendas tales como Narvarte, La Teja, Santa María, Chapingo y Tepentongo poniendo en práctica conocimientos de la agricultura que le permitieron ser llamado en varias ocasiones a medir tierras, pero sobre todo, a administrar la plaza de toros de esta capital y en Puebla, cuando Bernardo Gaviño coqueteaba con la fama. Esto debe haber ocurrido entre la quinta y sexta décadas del siglo XIX. Este escritor, impresor, periodista y charro a la vez, tuvo el privilegio de publicarse asimismo “todos los recuerdos de cuanto había integrado su felicidad campirana”.

Uno de los pocos retratos que se conocen de nuestro autor. Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs.

Su quehacer literario incluye una excelente novela de costumbre: ASTUCIA. EL JEFE DE LOS HERMANOS DE LA HOJA O LOS CHARROS CONTRABANDISTA DE LA RAMA. Tal novela, conjunto de estampas mexicanas de mediados del siglo XIX, cuya carga de valores son los de la injusticia social, es descubierta por Inclán en la persona de “Lencho” quien constantemente sentencia: “Con astucia y reflexión, se aprovecha la ocasión”. Los escenarios son diversos, pero nos detendremos en el actual estado de Puebla, sitio en que ocurren diversas jornadas, interesantes para nuestro estudio. En Inclán, como dice Salvador Novo no pasa desapercibido el mundo que retrató la Marquesa Calderón de la Barca, pero si está muy próximo a Payno e incluso a Zamacois, aunque todos “vibran (con) los estertores de la lucha entre contrabandistas y federalistas en que llega hasta la ciudad el eco remoto de un campo inconforme y desorientado”.

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Disponible en internet, marzo 9, 2016 en: http://www.bibliotoro.com/bm_palabras.php?tlo=incl%E1n

De esta obra se ha escrito mucho. Sin embargo, encuentro en Inclán a un autor con afición por los toros, un personaje ligado a las tareas del campo, a la charrería. Publica en 1860 “Reglas con que un colegial puede colear y lazar” así como “Recuerdos del Chamberín” en 1867. Cinco años más tarde la imprenta de Inclán saca a la luz “Coleadero en la hacienda de Ayala”. Además, publica artículos en “La Jarana” hacia 1863 siendo más de una la crónica de festejos taurinos que salió de su exuberante pluma. No puede faltar en esta relación otra de sus obras, la cual, por cierto, descubrí hace muy poco tiempo en España. Se trata de: Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995. Don Luis es un guía perfecto en cuanto al personaje que combina el ejercicio charro con el taurino, cumpliendo un protagonismo ya como lazador o como ejecutante de suertes de la tauromaquia; ya como empresario de la plaza del Paseo Nuevo en Puebla, y la que lleva el mismo nombre, en la capital del país. Con toda seguridad conoce y vive de cerca con los actores principales del quehacer que por entonces destacan en el espectáculo taurino Es muy seguro que tratara con empresarios como Vicente del Pozo, José Jorge Arellano y con toreros como Ignacio Gadea (de a caballo), Bernardo Gaviño y

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Mariano González “La Monja”. En el capítulo Nº 12 de ASTUCIA el autor nos obsequia con una hermosísima reseña de los hechos ocurridos en el poblado de Tochimilco (con “T” señor tipógrafo) en el estado de Puebla. Vale muchísimo la pena trasladarlo hasta aquí, para lo cual, es necesario elaborar apuntes al calce que sirvan de complemento, y como nota aclaratoria de cuanto significaba el protagonista LENCHO o ASTUCIA, para el pueblo y para el lector que encuentra un sinnúmero de cosas por explorar y conocer. ASTUCIA que así fue bautizado Lorenzo, “Lencho” es el héroe de la obra, una especie de superdotado que pasa de una etapa preparatoria, con su carga de amor imposible a otra que es la de un sucesivo beneficio y reconocimiento por parte de los “gallones”, esos personajes de rompe y rasga, que imponían respeto. Cabezas de grupo o gavillas siempre al tanto de cometer nuevas fechorías. El día señalado para la fiesta presenta el escenario perfectamente preparado. ASTUCIA no podía dejar de recordar ¿Quién me había de decir hace como tres años que me ocupaba en sermonear a Alejo para que no fuera contrabandista de la rama, cuando pasábamos los días enteros entretenidos en estudiar suertes de tauromaquia entre las barrancas de las lomas de Tepuxtepec, sorteando el ganado bravo que podíamos arrinconar, que ahora él fuera quien me enjaretara a pertenecer a los valientes Hermanos de la Hoja?

Esto nos hace recordar también otra cita que va así: (...)No todo estaba fincado en ser “contrabandista de la rama”. Otra de las ocupaciones para Lencho era estudiar suertes de tauromaquia, para lo cual el ganado bravo que se podía arrinconar se convertía en pieza indispensable.

Llama Inclán en boca de Lencho “ganado bravo” a todos aquellos bovinos que pastaban en las lomas de Tepuxtepec (en Puebla) como sitio destinado para aquellos quehaceres que no son propiamente campiranos. Son taurinos. Inclán comparte como ya vimos estos dos divertimentos. ASTUCIA con Luis G. Inclán a su vera, o ¿Luis G. Inclán, en cierto modo pudo ser el mismísimo ASTUCIA? está enterado de los menesteres taurinos y no es ajeno a ellos, puesto que practica y estudia las suertes de tauromaquia como cualquier buen charro no solo apegado a sus normas, sino que busca mezclar suertes nacidas o practicadas en el campo llevadas a la plaza o viceversa. ASTUCIA o Lencho se descubre pues como un personaje acorde con el espectáculo que a mitad del siglo pasado era común denominador, con toda una serie de suertes ejecutadas a caballo por Ignacio Gadea fundamentalmente junto con algunos otros, como Lino Zamora, Alejo Garza “el hombre fenómeno” que faltándole los brazos desde su nacimiento, ejecuta con los pies unas cosas tan sorprendentes y admirables, que solo viéndolas se pueden creer: en cuya inteligencia, ofrece desempeñar las suertes siguientes: 1.-Ensartará una aguja de coser bretaña con una hebra de seda 2.-Prenderá la yesca con piedra y eslabón, encendiendo en ella un cigarro. 3.-Repetirá la tirada de la piedra con la honda. 4.-Barajará con destreza un naipe. 5ª y última. Escribirá su nombre, el cual será manifestado al respetable público.

Y ¡A los toros! En medio de refranes tales como: “los mastines criollos y abajeños adonde afianzan el gaznate ahogan”, comienza el rito (...) mira, Pepe, en cuanto acabemos, te vas a ensillar mi prieto y que Reflexión se venga en el cuatralbo por si se ofreciere dar un piquetito, tráete debajo de la pierna mi espada, en la tienta el joronguito acambareño y procura representar tu papel para que le comamos el trigo al Buldog.

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ha pedido ASTUCIA a su amigo Pepe que ensille al “prieto”, alistando a Reflexión que se esté preparado “por si se ofreciese dar un piquetito”. Por lo importante de toda la descripción es mi deseo reproducirla con anotaciones al calce, mismas que buscarán complementar la reseña que hace del festejo con todos sus detalles Luis G. Inclán. -¿Qué te vas a meter a torear, Apolonio? -dijo la señora-, ya sabes que eso les causa mucho miedo a estas criaturas y si las hemos de llevar a mortificarlas, vale más que nos quedemos. -No, señorita, yo no he de torear, ya tengo el tablado dispuesto para ustedes y yo me estaré por allí inmediato por si algo se les ofreciere; el amigo Astucia que está ahora en su mero tejocote, es el que ha de entrar y tengo empeño en que monte al Chocolín que me regalaron ensillado los amos de la hacienda de... si es tan bueno como bonito, seguramente que se tiene que agradecer. -Por cierto de esos regalos, Apolonio, manos besamos que quisiéramos ver quemadas, esos mismos que así te regalan, por un lado te obsequian temiendo que caigas a sus haciendas y te despaches por tu mano, y por otro no perdonan medio para ver si consiguen exterminarte; Dios te libre de caer en desgracia, porque ellos serán los primeros en solicitar tu ruina. -Conque, señorita, dentro de un rato se van yendo para la plaza, que las acompañe Joaquín y Tomás, allá las espero para acomodarlas, o si usted dispone que vuelva yo por ustedes, me vendré luego. -Reflexionó un rato y respondió: -Nos iremos solas, pues aunque aquí nadie me conoce, ni yo tengo que perder, siempre será bueno que ningún extraño sepa que tienes familia, para que no nos vayas a arrastrar contigo en un caso desgraciado.

Preparativos para un festejo que se antoja harto interesante, son los que se aprecian en el apunte anterior, donde Apolonio, ha tomado las providencias del caso, adecuando un “coso” que se ajuste a la corrida (¿y charreada a la vez?) que ya está levantando polvareda, porque allí, los charros van a demostrar lo mejor de su repertorio, admirados siempre por la grata presencia femenina en los tendidos. Los diálogos inmediatos me parecen tan curiosos, puesto que demuestran el carácter campirano que de seguro predominó y que recogió Inclán, probablemente matizados de mayor sabor a la hora de enfatizar el lenguaje, acompañado de floreos que resultan anacrónicos pero sabrosos al mismo tiempo. Esto es, la elocuencia se levanta y galopa. Se despidieron los huéspedes. Pepe se fue a ensillar el Prieto y Astucia arregló los estribos de la magnífica silla que tenía puesta el Chocolín, montaron a caballo y se fueron para la plaza; ya estaba allí el Buldog montado en un bonito caballo bayo lobo, haciéndose el gracioso lazando a varios de a pie de los macutenos de Río Frío. Ninguno le había visto a don Polo el Colorado y se imaginaron que era del charro, confirmándose en ello al ver que su vestido era competente al lujo y magnífico aspecto de tan precioso caballo. Luego que llegó don Polo se arrimó el Buldog a saludarlo, dándose cierta importancia y diciendo con una sonrisa sardónica: -No le doy la mano, señor don Apolonio, porque es el único a quien le alzo pelo, y estoy muy contento con tener mis tánganos en su lugar. -No se haga chico, comandante, que usted no deja de tener sus fuerzas, ya me han contado que anda por ahí haciendo chillar a los hombres; lo que sucede es que muy bien sabe con quién se pone y hasta ahora no ha encontrado quien le dé a entender que donde hay bueno hay mejor. -Eso es una verdad -dijo el Buldog-, y sin que se entienda que es fanfarronada, exceptuándose usted, con el que quiera me rifo. -Permítame, comandante, que le diga, que es mucha vanidad, y que donde vea que le cogen el falso se le sale. -Pues lo repito, no siendo con usted, con cualquiera me rifo -casi todos los que estuvieron en los gallos y presenciaron la escena de don Polo, estaban allí reunidos; no dudaron que Astucia le quitaría la vanidad a aquel hombre tan fatuo y todas las miradas se dirigían a él como incitándolo a que admitiera; Astucia haciéndose el indiferente veía con demasiado desprecio al Buldog, sonriendo irónicamente; don Polo le guiñó un ojo y sin esperar a más adelantó su caballo hasta ponerse frente al Buldog, diciendo con semblante

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poco serio: -Señor comandante, ha barrido con todos sin exceptuar más que al amigo don Polo; como su reto a todos nos humilla, yo se lo acepto por honor de todos, aquí está mi mano, no me jacto de fuerzudo, pero no consiento que ronquen más que los que duermen, y el que me busca me encuentra -aunque no dejó de sorprenderse el Buldog, el prurito y sobre todo su vanidad, lo hicieron tomar la mano que se le presentaba y desde luego conoció que su adversario era pollo de cuenta, por lo que maliciosamente quiso al instante cogerlo desprevenido y dominarlo; Astucia que no era lerdo penetró su designio y anticipadamente le dio tan fuerte agarrón que no lo dejó poner en planta sus mañas y magullándole los dedos, jugándole los tanganitos atrozmente, le decía riendo: -Apriete. El comandante soltó los estribos, se encogió en la silla, se mordía los labios, tenía el rostro lívido, las lágrimas asomaron a sus ojos y por más esfuerzos que hacía, no sólo no podía apretar, sino que ni defenderse le fue dado; por fin, le apretó otro poco Astucia, le dio otras jugadillas de tánganos y soltándolo dijo: -Este pichón no es para mí. -¿Qué hubo? -dijo don Polo. -Que este señor comandante se está haciendo chico, contestó Astucia, no ha querido agarrarse como los hombres, y si piensa que yo le he de apostar algún interés se equivoca. Y les hizo del ojo a los que lo rodeaban. -Me declaro insuficiente, señores, este caballero me ha hecho ver estrellitas, exclamó el Buldog sacudiéndose la mano y soplándose los dedos, retiro mis palabras y pido perdón a las personas que se creyeron insultadas. -Basta con esta expontánea confesión, replicó Astucia, nadie se dé por ofendido, pero si quiere la revancha, aquí está la zurda. -No, amigo... ¿cómo se llama?... para respetarlo. -Gambino, servidor de usted -le contestó Astucia, que fue lo primero que se le ocurrió. -Vamos al aserradero -dijo don Polo para evitar más explicaciones-, que abran las trancas, y les prevengo que no maltraten el ganado.

Pues bien, la corrida va a empezar. Quedaron atrás preámbulos, fuegos cruzados, un repertorio de afrentas, retos, provocaciones y demás lindezas, propias de los hombres de campo, acostumbrados a tratos tan ásperos. ASTUCIA, con su carácter dominante y mandón, va a organizar las cuadrillas entre picadores, lazadores, toreros de a pie, coleadores, capoteros y locos tal y como veremos enseguida. Unos entraron a la plaza y otros se subieron a los tablados; el Buldog renegado los siguió, pero tenía tan adolorida la mano, que no podía ni componer su reata, Gambino y su criado se acompañaron llevándose el primero la ventaja en el manejo de la reata, que tiraba con mucho acierto, mientras que el comandante estuvo errando lazos encuartándose y siendo el más chambón de todos, luego que entorilaron se salieron y don Polo facultó al supuesto Gambino para que arreglara todo y no se volviera desorden. -Señores -dijo Astucia- ¿les parece que improvisemos una cuadrilla? -Sí, sí -contestaron varios de los entusiasta- para entrar. -Pues párense aquí los que han de servir de picadores. Sólo tres se resolvieron. -Completa aquí las paradas, Pepe, monta el Cuatralbo y proporciónate garrocha que cuando te toque yo cubriré tu lugar. -Aquí están las picas- dijo Joaquín al asistente de don Polo que hacía tiempo había llegado con ellas. -Corrientes, ármense, señores, y por este lado estamos completos, ¿usted, comandante, no quiere dar un piquetito? -No, amigote, yo estaré de lazador. Enhorabuena, pues júntese aquí con don Polo, que entrará en el Chocolín para que me lo preste cuando se lo pida. A ver los coleadores fórmense. -Entresacó ocho y los numeró. -Señores -les dijo-, cuando les toque su turno estén listo, yo los llamaré por sus números y mientras no se colee, se están aquí afuera paraditos. Ahora vamos a la cuadrilla de a pie, ¿quiénes gustan de acompañarme?

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-Yo, señor amo -contestó Reflexión disponiendo su sarapito y alzándose las puntas de las calzoneras, -y yo, y yo -contestaron varios rancheros y peladitos. -Fórmense, fórmense aquí en ala.- Eran otros ocho. -¿Quién de ustedes banderillea? que dé un paso al frente.- Salieron tres. -Completa aquí Reflexión, dos para cada toro, primera y segunda parada, los demás son capoteros, y cuidado con hacerse bolas. Nos faltan dos locos. -Ahí andan los de los huehuenches y la danza, llámenlos -dijo don Polo. En un instante vinieron llenos de gusto, les advirtió Astucia su deber y estaban ya completas las cuadrillas. -Ahora sólo me resta decirles lo que debemos hacer, vámonos todos al mesoncito para ensayarnos mientras se hace hora.

Organizados y listos para la “corrida”, quieren estar lo mejor posible, con un ensayo previo. Las facultades concedidas y el aspecto de dominio que tenía Astucia hacían que todos se prestaran y obedecieran gustosos; allí solos en el mesón, les advirtió el cómo y lo que debían de hacer cada cual en su clase, mandó acomodar la música, se pusieron tranqueros en la puerta para que sólo entraran y salieran los que él determinara y coordinó con don Polo el modo de distribuir la diversión para hacerla lucida y variada, sin olvidarse del clarín de órdenes para la lumbrera del juez. A las tres y cuarto ya estaba todo listo, la plaza llena de gente y toda la concurrencia ansiosa de que comenzara la función.

Ya todo se encuentra listo para comenzar el festejo. Inclán no ha omitido detalle sobre el modo en que se desarrollaban los festejos por aquel entonces, y es de suponerse que aunque fuera en una población como Tochimilco, no se podían quedar atrás para celebrar con todo el aparato la mencionada diversión. Como veremos a continuación, el modo con que fue discurriendo el festejo, nos da idea del típico desorden que de seguro imperaba en esos pequeños puntos provincianos, que no eran ajenos al universo de la tauromaquia.

He aquí una vista desde el poblado de Tochimilco, en Puebla. INAH, Sistema Nacional de Fototecas. N° de catálogo: 429007. Por fin llegó un indio a avisar que ya estaba el señor Subprefecto en su tablado; se formaron todos en sus respectivas colocaciones y capitaneados por Astucia que iba a pie, con su joronguito doblado en el brazo izquierdo. Llegaron a la puerta de la plaza, sonó un formidable trompetazo que puso en alarma a todos los concurrentes, la música comenzó a tocar una descompasada marcha y se presentó Astucia seguido de sus

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cuadrillas, atravesando el circo, llenando con su presencia la plaza, causando mucho entusiasmo y obteniendo multitud de aplausos. Llegaron frente al tablado de las autoridades, formaron en ala, hicieron un saludo y en el mayor orden salieron los coleadores y dos de los picadores para su sitio designado. Un picador se paró en un lado del coso, el otro al segundo tiro, los peones cubrieron el redondel; el capotero fue al reto, y el capitán se puso tras del primer picador para defenderlo de un embroque. Como el toril no estaba en forma, sino que sólo era un simple chiquero, fue necesario lazar adentro al toro designado para sacarlo; le dieron al Buldog la reata con el toro amarrado; al tiempo de salir a la plaza estaba atravesado, fue el primer bulto que descubrió, y partiéndole directamente no le dio tiempo para salirse de jurisdicción, por lo que en su viaje le dio al caballo una quemada en la nalga, y el hombre por librarse soltó la reata y echó a correr causando mucha risa a todos, que se burlaban de su torpeza; uno de los de a pie tomó la punta de la reata, se la dio a don Polo y siguió otra bola de silbidos pues el dicho Buldog erró cuatro o seis piales, hasta que estando el toro ahogándose cayó al suelo y allí lo despojó Astucia de la reata que tenía en el pescuezo, diciéndole al picador: -Párese aquí, amiguito. Ahí va la muerte muchachos. Le dio un manazo al toro en la panza y arrancó extendiendo su joronguito al estribo izquierdo del picador, el toro se paró hecho un demonio, y le partió, lo recibió bien, pero todo se descompuso y antes que recargara la suerte y perdiera la silla, se metió Astucia quitándoselo con limpieza, gritando: -¡Bien, muchachos. Bien! Todos lo imitaron aplaudiendo, y el hombre que picó, se figuraba que efectivamente había quedado bien; así estuvo ayudando y defendiendo a todos, animándolos y aplaudiéndolos, pues siendo esa clase de entretenimiento su diversión favorita, se dedicó, aprendió y ejercitó en todo lo del ramo con empeño, por lo que el hombre estaba en su elemento.

Ya intervinieron el capotero y el primer picador, luego de ciertas dificultades para que el primer toro estuviera en la arena, para lo cual se tuvo que emplear la reata y, a fuerza de tirones, sacarlo al ruedo. Después todo fue emplear jorongos entre las habilidades propias de quienes estaban convertidos en toreros de a pie, contando con que lo hacían también a caballo. Los banderilleros no quedaron muy mal, a pesar de sólo hacerlo con una maNº Tocaron a muerte, armó Astucia con la muleta su joronguito, le dio Pepe su espada, pidió la venia, retiró la gente del circo y se presentó muy sereno a dar los pases; el bicho no había adquirido resabio, se presentó bien, humilló con franqueza, y con toda maestría le aplicó una buena estocada por el alto de los rubios, volvió sobre el bulto muy agraviado, le presentó Astucia la muleta, se contrajo, tosió con ansia, dio dos o tres oscilaciones y se clavó de cabeza al querer entrarle a la capa.

Esta parte de la reseña, bien pudo firmarla cualquier buen cronista de la época, puesto que refleja con toda claridad, el carácter que por entonces proyecta el quehacer taurino, sustentado por sus formas más técnicas que estéticas, porque el propósito fundamental por entonces era el de liquidar al enemigo a la mayor brevedad posible, bajo las consiguientes normas establecidas, que ya vemos, no distan mucho de las puestas en práctica en España. Por largo rato estuvo la concurrencia aplaudiendo frenética; nunca se había visto por allí un diestro más inteligente, más simpático ni más bien recibido. De todas partes llovían galas, todos demostraban su júbilo de mil maneras; mandó a los locos que juntaran, y generalmente a todos dio las gracias por su benevolencia, al recoger su sombrero. Se fue para la puerta de plaza y gritó: -Uno y dos, a la puerta del toril. Tres y cuatro, sáquense ese toro para afuera a que lo destacen. Tráete mi prieto, Reflexión, y tú, Chango, guárdame por ahí ese dinero –cosa de cuarenta pesos en toda clase de moneda que recogieron los locos, a quienes les dio un puño de tlacos y medios a cada uno; trajo Reflexión el prieto, y le dijo: -Móntate, acompáñate con los coleadores, y si te dejas ganar la cola te prometo un dulce. Les echó un toro manso, al cual sólo Reflexión pudo llevarse merced al buen caballo que montaba, mandó

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que saliera aquella parada e invitado por don Polo que quería verlo maniobrar en el Chocolín, siguió otro toro de cola para él y el comandante que mandó meter un bonito caballo melado; como eran los más guapos, llamaban la atención, con la diferencia que el uno había merecido silbidos, y el otro multiplicados aplausos; en lo poco que había usado el Chocolín, conoció que no era de gran empuje, que se cargaba un poco en la rienda, y que era necesario aprovechar los primeros arranques. -¿La toma, o me la deja, comandante? –le dijo al Buldog al estar esperando a la res. -Como usted quiera –le respondió. -Esa no es respuesta. -Pues que la coja, el que pueda. -Este no es lugar para disputarla, comandante, si estuviéramos en el campo no le preguntaría. -Corrientes, peor para usted, -y en este momento salió el toro al redondel-, ambos partieron, sacó la ventaja el comandante. Astucia se embarreró y cuando pensaba el Buldog que lo había dejado atrás y trataba de cerrarle el claro, se le pasó por la derecha como un rayo, tomó la cola con la mano zurda y violentamente amarró, le pegó un grito al Chocolín y rodó el toro por el suelo un gran trecho. Fue universal el aplauso que ya rayaba en delirio, y al ver a Astucia perfectamente sentado en el Chocolín, que con cariño lo aquietaba, echando de cuando en cuando unos fuertes volidos, tascando con furor el freno y disparándose a cada instante, no había persona que no alabara a aquel charro tan bien montado. Se paró la res un tanto destroncada, la siguió el comandante solo, y a pesar de que no tenía competencia, sólo pudo medio trastornarla, pues abriéndose el caballo la estiró mal y de mala manera. Silbáronle los malditos que ya se habían propuesto hacerlo cuco. Volvió Astucia, le tomó el rabo, y sin gran dificultad le dio otra caída de chiflonazo y siguieron los aplausos; picando el Buldog se le pegó; pero ya el toro se había hecho remolón y en vano le metió tres arciones, no hacía más que cambiarle de dirección irritándolo más y más tanto silbido.

En la anterior descripción, encontramos una extraña mezcla entre el picador y los coleadores, como si estos se atuvieran al tercio de quites. La suerte de colear se hizo tan común en los festejos de buena parte del siglo XIX, que formaba parte sustancial del programa y ya no podían sustraerse tan fácilmente de los mismos, puesto que tarde a tarde era más celebrada su presencia, por lo que no se les podía excluir tan fácilmente. Desde luego que realizaban suertes con su carga de lucimiento. Desde que Astucia se presentó y empezó a ser aplaudido, una viejecita hermana del señor cura empezó con la tentación de saber quién era, por lo que a cada momento y a cuantos podía les preguntaba con empeño: -¿Quién es ese joven tan buen mozo y presentado? ¿Quién será? No faltó alguien que le contestara -si mal no me recuerdo, me parece que oí decir que se llamaba Gavino, no Cutino, ello es que su apelativo va por ahí, no lo recuerdo bien. -Gaviño querrá usted decir -repuso un fatuo que era tinterillo del juzgado de Letras y se daba importancia de conocer a todo el mundo.- Gaviño, sí, señor, el primer espada que trabaja en la capital, ¿no es así?

El comentario se dispersó como reguero de pólvora y, en un santiamén todos los asistentes en la plaza vitoreaban al “charrito tan guapo (que) es Gaviño”. -”¡Viva Gaviño! ¡viva Bernardo!” Cuando ya estaba el segundo toro, picado por ASTUCIA, que además banderilleó y le dio una buena estocada de vuela pie, las palmas atronaron como en la mismísima capital. Buldog, que era uno de los miembros de la “cuadrilla” no había estado del todo bien. Pero además, el hecho de que todo mundo ahora reconocía en “Lencho” a Gaviño, sirvió para que surgiera la envidia pero también la aclaración a todo aquel desconcierto. En uno de los intermedios vino el comandante agarrado del encoladito que afirmó que era Bernardo Gaviño, sosteniéndoselo a su buen amigo el Buldog que quiso salir de dudas.

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-Muy bien, Bernardo, muy bien -le dijo a Astucia cuando estuvieron enfrente del tablado en que estaba sentado con los pies descansando en las vigas que formaban el redondel. Astucia lo vio con indiferencia sin darse por enterado, entonces el tinterillo repitió sus alabanzas. -Bien, Bernardo, bien has quedado. -¿Con quién habla usted, señor mío? -Pues, ¿con quién he de hablar, chico, sino contigo? -¿Contigo? pues me gusta la confianza, y de veras que es ingeniosa la lisonja, ¿por quién me ha tomado usted, caballerito? -¿Cómo por quién? Por Bernardo Gaviño. -Está usted en un error, no me llamo Bernardo, y si lo fuera, ¿quién es usted para tutearme? ¿Qué, porque se presenta uno al público debe menospreciarlo cualquier charlatán? -Pues ¿no es usted Gaviño; -repitió aquel hombre medio cortado por la reprimenda- yo lo he visto torear en Puebla y otras plazas. -¿A mí? -Sí, señor, a usted. -Pues entonces permítame que le diga que miente más que un sastre; aunque me nombran Gaviño, jamás me he presentado a torear en plazas públicas de paga, el mentado diestro con quien usted me confunde, es torero de profesión, el único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia; aquél es español, yo soy criollo, y la semejanza de apellido (recordemos que es Cabello) a nadie autoriza para que tan villanamente se nos trate con tal audacia, que se atreve a sostener en mis barbas su impostura.

Hasta aquí la cita de Luis G. Inclán. Ahora, analicemos un poco esta apología que don Luis hace del gaditaNº Evidentemente Inclán es un gran aficionado y creo que no deja pasar la oportunidad de lanzar elogios al verdadero Bernardo Gaviño, que torea en Puebla y otras plazas. Pero además, lo describe como torero de profesión. En estas palabras ha forjado perfectamente el perfil de grandeza que Bernardo posee gracias a su popularidad: “Gaviño, sí señor, el primer espada que trabaja en la capital...” Con esto, aunque haya sido retratado dentro del contexto de la novela de costumbres mexicanas, percibimos el radio de acción que era capaz de alcanzar el diestro, siendo tal la resonancia de su fama no solo en la capital del país; también en la provincia: “El único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia...” Bastaron los alardes de “Lencho” Cabello o lo que es lo mismo ASTUCIA, para que se convirtiera momentáneamente en el más importante torero del momento, por un error de identificación, mismo que sirvió de pretexto a Inclán para dejar testimonio de aquel toreo “a la mexicana” practicado por “Lencho”, junto con todo el significado de influencia ejercido, ahora sí, por Bernardo Gaviño y Rueda. Páginas adelante, y dentro del mismo capítulo, volvemos a encontrar un nuevo diálogo que va así: ¿Dime Lencho, en dónde has aprendido a sortear un toro, que ya pareces un diestro consumado? -¿Cómo en dónde?, con Alejo y otros varios amigos de las mesas de Tepuztepec; hace más de tres años nos reuníamos con los Ruices de los molinos y otros traviesos, nos largábamos a las estancias en donde siguiendo las reglas prescritas, en un libro que tengo titulado “La filosofía de los toros” y está bien explicado el arte de torear, escrito por Francisco Montes, nos ensayábamos, comenzamos por amanillar un toretillo con que sin riesgo estudiar las suertes de capa, y poco a poco fuimos adelantando hasta que nos atrevimos a lidiar toros de bastantes libras, puntales fresquecitos, y sin tener más guarida que librarnos con los zarapes capeando o practicando recortes y galleos. Prendíamos banderillas con espinas de nopal por rejoncillos, y con una espada de encina con la punta untada de cal dejábamos marcadas las estocadas a los toros para calificar las direcciones, algunos toros que matamos de veras por vía de ensayos, procurábamos ocultarlos y que los perros se los comieran para que cuando los vaqueros los encontraran ocuparan a los lobos, o si había tiempo los enterrábamos sin dejar ningún rastro. En una de estas diversiones nos sorprendió el caporal en la estancia de la cocina, precisamente cuando ya en la suerte estaba yo armado para recibir al toro con la espada; todos se sorprendieron aterrados con su

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presencia, menos yo que sin perder de vista al bicho le dije: -Estése quieto, yo lo pago –y al instante lo despaché con una buena metida; nos armó mitote, fuimos a la hacienda, y merced a la franqueza de los muchachos Retanas que me dispensaban aprecio, la cosa se quedó en tal estado. Ahí verás cuando se vuelva a ofrecer que útil es Alejo, lo mismo que Juan el muerto, y el fandango que competían con Reflexión; ya están contestado, marchemos.

Inclán no es ajeno a la tauromaquia de Francisco Montes, puesto que da una precisa y exacta explicación sobre la forma en que un diestro interpretaba las suertes puestas al día en tal tratado técnico y estético, evidentemente adornadas de las típicas expresiones con que se lucían los toreros que surgían fundamentalmente del campo mexicano, y de los que hubo un amplio número de ellos, la mayoría desconocidos. Por esta, y por muchas otras razones, la novela de costumbres ASTUCIA, de Luis G. Inclán, nos permite entender el pulso campirano que se adhirió al que circulaba en las principales ciudades de nuestro país, al mediar el siglo XIX, pulso que se enriqueció gracias al permanente diálogo habido entre la plaza y el campo o viceversa. Por considerarlas complemento perfecto de toda la explicación hasta aquí recogida, me permito incorporar a continuación el siguiente apunte: DOS IMÁGENES TAURINAS EN EL CAMPO MEXICANO. Las dos imágenes que hoy acompañan esta sección, corresponden a un mismo hecho, ocurrido también en una misma jornada. Y quizá, en un momento muy cercano entre una y otra. El fotógrafo tuvo oportunidad de enfocar dos suertes profundamente vinculadas al campo, como tareas cotidianas en ese espacio tan emblemático. En la primera, los vaqueros han lazado al novillo, o quizá una vaquilla, misma que ha rodado por la tierra, sitio donde los de a pie, dos rancheros habilidosos y uno más que quizá se acomoda uno de los huaraches, están preparados para ejecutar las suertes del toreo que vieron en alguna plaza cercana o les contaron el sucedido y ahora pretenden emularlo. Aunque es preciso ir por partes. Con un complemento poético intentaré desentrañar parte de la primera de ellas. En el año de 1964, Bonifacio Gil publicó su Cancionero Taurino.1 El autor, reproduce una amplia muestra de ejemplos latinoamericanos, donde una parte importe corresponde a México. De ese conjunto, y con la venia de don Bonifacio, es que citaré el siguiente texto, para lo cual conviene imaginarlo entonado bajo los acordes de un mariachi. El torito. Vaqueras. (El toro en el campo) La vaca era colorada y el becerrito era moro, y el vaquero maliciaba que era hijo de otro toro. La vaca era colorada y el becerrito era moro, 1

Bonifacio Gil García: CANCIONERO TAURINO (Popular y profesional). Folklore poético-musical y costumbrista recogido de la tradición, con estudio, notas, mapas e ilustraciones. T. III. 848 documentos sobre toros y toreros de España, Portugal, Brasil, Filipinas y países hispanoamericanos. Por (…) (C. de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando). Madrid, Librería para Bibliófilos, Pl. de San Martín, 3, 1965. 238 p. + 32 de Ejemplificación musical. + Pequeña semblanza biográfica de Bonifacio Gil García (s/n).

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y el vaquero maliciaba que era hijo de otro toro. Estribillo: ¡Upa! Toro “aí” viene el toro! Sácale vueltas, pero con modo. ¡Ea! ¡Ea! ¡Ea, torito, ea! (Gritando) -¡Toro! –allá va. -¡Lázalo, hombre! -¡Ya lo lacé! -¡Túmbalo, hombre! -¡Ya lo tumbé! ¡Ponle el cabestro! ¡Eso no sé! (Final del Estribillo) Pues si no sabes, Te enseñaré. ¡Ea! ¡Ea! ¡Ea, torito, ea!2

Colección del autor. 2

Op. Cit., V. 3, p. 132. A su vez, Tomado de: Gabriel Zaldívar: Historia de la música en México, p. 293.

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Resuelto el punto, soltadas las amarras para que el novillo o la vaquilla se solazara libremente una vez más en el campo, dentro de un gran corral, los de a pie se dieron “vuelo” capoteando como Dios les dio a entender, con sarapes, a sombrerazos… y muchos pies. Uno de ellos incluso tuvo el arresto de montar al “bravo” ejemplar, jineteándolo a pelo, es decir, a la vieja usanza del campo mexicano, allá, en esos espacios donde no hubo regla ni nadie que les limitara o frenara para realizar el toreo a “su manera”. Lo que se puede apreciar es que los de a pie, le “sacaron las vueltas” al bovino, tal y como nos lo deja dicho Margarito Ledesma en estos versos dedicados a Juan Silvete. Imaginando para ello que alguno se llamara Juan… Y Juan sin muchos espamentos y haciendo cosas muy resueltas, le sacó al toro muchas vueltas y le picaba los asientos.

Colección del autor.

He aquí el toreo rural en toda su dimensión. Quitados de la pena, los rancheros, se envalentonaron y pusieron todo de sí para ejecutar las suertes que en el espacio urbano era cosa consumada. Gracias a estas dos imágenes, puede comprobarse que los toreros aborígenes, calzan huaraches y no zapatillas. Llevan calzón y camisa de manta y no el lujoso terno de luces. Se tocan de sendos sombreros de “piloncillo” y no de monteras. Realizan suertes en un corral improvisado y no en la gran plaza de toros donde intentaron suertes tauromáquicas mejor o igual que Ponciano Díaz o Rodolfo Gaona –porque las imágenes deben corresponder a esos años, transición de los siglos XIX y XX-. Tarde soleada, tarde de toros. Toreros campiranos que diciendo quizás ¡qué te da valor!, mientras esa afirmación sale de unos labios humedecidos de pulque, mezcal o tequila, jinetean y le sacan vueltas al torillo, en tanto al fondo de esta segunda imagen, aparece dispuesto para el “quite” otro ranchero más, que ha desdoblado el sarape, quizá lo muerde, como muerden los toreros de miedo la esclavina del capote, y se dispone a intervenir para pegarle algunos lances. Otros dos, quizá menos animados, lo alientan sentados en los ramales del corral, mitad piedra, mitad madera, en tanto la tierra nos da muestra de que algún día sirvió para buenas cosechas y que un buen día también, podrían ser aprovechadas para sembrar maíz. Por ahora, la siembra de toreros es generosa.

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LUIS G. INCLÁN, CRONISTA EN VERSO DE UNA CORRIDA DE TOROS EN 1863. EN DICHO FESTEJO, PARTICIPAN PABLO MENDOZA, LA INTELIGENCIA, Y SUS PICADORES, SUS BANDERILLEROS, Y HASTA LOS LOCOS Y LOS CAPOTEROS... En medio de una oscuridad que de pronto suele ser generosa para brindarnos luces sobre el pasado taurino mexicano, van apareciendo algunos datos aislados sobre lo que fueron y significaron algunos personajes con quienes todavía tenemos una deuda. Dicha deuda debe quedar saldada en el momento de realizar algo más que una ficha biográfica, puesto que a partir de diversos documentos como carteles, se puede reconstruir el paso que trazaron diestros como Pablo Mendoza, quien surge en el panorama a partir del arranque de la segunda mitad del siglo XIX y todavía le vemos participando algunas tardes, casi 30 años después, estimulando a su hijo Benito, misma acción que en su momento realizó Ignacio Gadea, acompañando a su hijo José, demostrando que su longevidad taurina no era impedimento para seguirse ganando las palmas de los aficionados.

Este es uno de los varios carteles con la actuación de Pablo Mendoza, o también de la “Cuadrilla Mendoza”, como se anunciaba la “troupé” en 1863.

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Regresando a la identificación de Pablo Mendoza, nada mejor que incluir una crónica en verso, escrita por Luis G. Inclán, el famoso autor de la novela de costumbres “Astucia”, asiduo asistente y participante también en diversas corridas de toros, efectuadas en la plaza de toros del Paseo Nuevo, en los años previos al segundo imperio. Veamos lo que se fascinó don Luis con la corrida del 30 de agosto de 1863. LA JARANA. PERIÓDICO DISTINTO DE TODOS LOS PERIÓDICOS. T. I., septiembre 4 de 1863, Nº 10. Toros.-Cuestión del día.-El Señor D. Luis G. Inclán, íntimo amigo nuestro, se ha servido obsequiarnos con la siguiente: -¿Fuiste, Juan a la corrida este domingo pasado? -Si Miguel, quedé prendado, Estuvo muy concurrida Y magnífico el ganado. Toros de hermoso trapío, Limpios, francos y bollantes, Revoltosos, arrogantes, Valientes, de mucho brío, Muy celosos y constantes. En continuo movimiento Estuvo la concurrencia Celebrando a competencia Con gran placer y contento, De Pablo la inteligencia. Lucieron los picadores, Los diestros banderilleros, Los locos, los capoteros, También los estoqueadores, Figuras y muleros... De los fuegos, ¿qué diré? Bien combinados, lucidos, Generalmente aplaudidos; Muy complacido quedé De mis paisanos queridos. -Con eso querrás decirme que aún irás a otra función? -Con todo mi corazón, si me gusta divertirme y no he de perder función. -Pues eso está reprobado por gente más ilustrada. -Yo no les pido la entrada, mi dinero me ha costado, mi voluntad es sagrada. Que ellos la pasen leyendo, Papando moscas, rezando Yo ya solito me mando, Y no me ando entrometiendo Ni costumbres criticando. -Al querer la abolición, (Deja la barbaridad,)

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Solo es por humanidad... -Dime, Miguel, sin pasión ¿Es envidia o caridad? Yo estoy por toros y toros Aunque empeñe mi chaqueta, Con placer doy mi peseta, Mientras otros al as de oros Pierden hasta la chaveta.

Plaza “muy concurrida”, toros bravos, “limpios, francos y boyantes”. ¿Habría alguna competencia entre dos ganaderías, como se estilaba entonces? Atenco y el Cazadero proporcionaban ganado constantemente para dichas contiendas siempre en busca de un triunfador. Y Pablo Mendoza, junto con toda su cuadrilla, incluso los locos, a los ojos de Luis G. Inclán, de lo mejor. Bueno, hasta los fuegos fueron sensacionales. Aprovecha también la forma de hacer una crítica velada a las clases ilustradas que reprochan y critican esta costumbre, pero “...no me ando entrometiendo”, en momentos en que algunas voces pugnan por que se prohíban las corridas, arguyendo el incremento que debía aplicarse a las rentas municipales. Su afición que es explícita no puede ser más evidente en los versos con que cierra su impresión sobre la corrida más reciente, versos que van así: Yo estoy por toros y toros Aunque empeñe mi chaqueta, Con placer doy mi peseta, Mientras otros al as de oros Pierden hasta la chaveta.

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LUIS G. INCLÁN SALE EN DEFENSA DEL TOREO ALLÁ POR 1863. Del autor Hugo Aranda Pamplona, 3 localicé en su obra Luis Inclán El Desconocido, en la que reproduce facsimilarmente una interpretación sobre lo que está ocurriendo con los toros en 1863, luego de que el mariscal Forey “impugna por efectos de humanidad las corridas de toros”, como buen militar y francés, que ha resentido la derrota en suelo ajeno. Asimismo –apunta Inclán-, apareció por esos días de agosto otra visión, la de Niceto de Zamacois, quien salió a la defensa de “las costumbres de su país”, defensa de un español que no puso los ojos en el quehacer taurino que entonces seguía dominado por un paisano suyo, Bernardo Gaviño, mismo que se presentó en la PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 15 de noviembre. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, con 6 toros de Atenco. En el mismo cartel de esta tarde, Gaviño, anunciaba su regreso a la capital en estos términos: De regreso de la Habana y de otras villas y ciudades de esta República, en donde he sufrido mucho, padeciendo inmensas pesadumbres con perjuicio de mi salud e interés, me encuentro otra vez en esta hermosa capital, con el objeto de presentarme nuevamente, como lo haré esta tarde, a ejercer mi profesión del difícil y arriesgado arte tauromáquico, en el que por la bondad de este respetable público han sido bien recibidos mis trabajos, por cuya benevolencia procuraré desempeñar los lances que el bicho me presente y los que yo le buscaré, a satisfacción de la recomendable concurrencia, obsequiando al mismo tiempo los deseos de mis invitadores y amigos, no obstante que mi salud no está completamente restablecida.

Por esos días de agosto, quien se encuentra en la escena es Pablo Mendoza, mismo que actuó la tarde del 26 de julio, como consta en el siguiente cartel: PLAZA DE TOROS / DEL PASEO NUEVO. / TERCERA ASCENSIÓN AEROSTÁTICA / DE JOAQUÍN DE LA CANTOLLA Y RICO. / SOBERBIA CORRIDA DE TOROS. / FUNCIÓN DEDICADA A LOS EXMOS. SRES. GENERALES DE DIVISIÓN / D. JUAN N. ALMONTE / Y D. LEONARDO MÁRQUEZ, / QUIENES LA HONRARÁN CON SU ASISTENCIA. / Domingo 26 de Julio de 1863. / TOROS DE ATENCO. / CUADRILLA DE PABLO MENDOZA. La empresa aerostática mexicana que trabaja en la dirección de los globos desde el año de 1848, después de largos y costosos experimentos que ha practicado, además de las diversas ascensiones hechas con este objeto, deseando concluir el grande aparato que tiene ya trazado, y el que verá la luz pública dentro de breves días, ha dispuesto dar una función, con cuyos productos se auxiliará para el grandioso fin que se ha propuesto. El sistema es conocido ya por varias personas, es sencillo y peligroso; por medio de este procedimiento no ofrece la empresa grandes cosas; pero si cree que hará cortas travesías con bastante dificultad, hasta que hombres de mayor talento mejores con sus luces el mecanismo. Con lo poco que haga queda conforme, y a favor del suelo donde ha nacido, solo impetra del genio de la fama una mirada dulce que hasta hoy ha sido esquiva a tantos ilustres científicos de otras naciones. ¿Tendrá la empresa esta satisfacción gloriosa?... muy pronto se practicará la última prueba. La función señalada para este día se ha encomendado al aplicado joven CANTOLLA, que ha trabajado tanto en este sentido, y a quien animan los deseos más ardientes por el engrandecimiento de la ciencia y de su país. La Empresa aerostática mexicana. Entusiasta cual lo he sido por los viajes aéreos, hoy tengo el gusto de anunciar al público mi tercera ascensión que verificaré en un globo nuevo y de forma regular; mide 108,000 pies cúbicos, y está marcado en línea perpendicular con los colores nacionales. A pesar de la festinación que se ha hecho, no lo juzgo indigno de ser el precursor del aparato de dirección que está en obra, y el que 3

Hugo Aranda Pamplona, localicé su obra: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs.

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también tendré la gloria de ocupar en unión de la empresa. Justo apreciador el público que se sirva honrarme esta vez con su asistencia, comprenderá los crecidos gastos que ha sido necesario erogar por el deseo de complacerlo, conciliando dejarlo satisfecho y coadyuvar al propósito grande y sublime que nos ocupa. Si el público queda satisfecho, también lo estará Joaquín de la Cantolla y Rico. PROGRAMA / A las once de la mañana se abrirán las puertas de la plaza para recibir al público con una música militar que tocará exquisitas y agradables piezas, y la ascensión se verificará / A LA UNA DE LA TARDE, SI EL TIEMPO LO PERMITE. / A continuación se lidiarán / TRES BRAVÍSIMOS TOROS DE MUERTE / de la incomparable raza del cercado de Atenco, y se han escogido con tanta inteligencia y cuidado, que si los de la función pasada merecieron repetidos aplausos de la digna concurrencia, se puede asegurar que con los de esta tarde quedará muy satisfecha. / UNA GRACIOSA MOJIGANGA / amenizará la corrida, concluyendo con el / TORO EMBOLADO / de costumbre, que estará adornado con MONEDAS DE PLATA.

He aquí el cartel reseñado líneas atrás. Col. del autor.

Inclán, seguramente indignado por la posición del galo, así como de un Zamacois que llegó a México en enero de 1855, aunque probablemente resentido desde entonces, luego de su accidentado arribo, pues tuvo que enfrentar airados reclamos debido a unos versos atribuidos a él en contra del país, se desbordó en un impresionante texto, que da panorama general sobre lo que para esos momentos concibe como la historia y evolución de la tauromaquia que percibe no solo el aficionado en potencia,

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sino el ilustrado autor que se inclina por los entrañables aspectos de la charrería, de la que es afecto seguidor y un practicante adelantado. Además, a lo largo del texto, presenta una perfecta combinación de ambos géneros: el de a pie y el de a caballo, con amplio conocimiento de causa. Don Luis Gonzaga emplea además, un bagaje de información, donde nos deja ver que no era ningún improvisado, y que por sí solo el texto nos hablará de tales ideas. En la parte final de estos apuntes, incluyo las dos visiones –tanto de Forey como de Zamacois- que inspiraron a Inclán escribir en La Jarana, periódico del que además era editor, la siguiente visión: LA JARANA, T. I., AGOSTO 23 DE 1863, N° 7 CORRIDAS DE TOROS Dicen que dijo el rey D. Alonso el Sabio, que si él hubiese concurrido á la creación del mundo, habría salido la obra más completa, pues como enemigo de disturbios, lo primero que habría establecido era que todos los hombres pensaran iguales, ó que de no ser así, era mejor que ninguno pensara. La Jarana cree que aquel rey tenía razón, porque como dice el adagio, cada cabeza es un mundo y cada cual piensa con su cabeza. Hemos visto en las columnas del Pájaro Verde una carta del señor mariscal Forey, en la que parece impugna por efectos de humanidad las corridas de toros. También leímos la que tratado sobre el mismo asunto, aunque escrita en diverso sentido, escribió el súbdito español D. Niceto de Zamacois; él defiende á capa y espada las costumbres de su país; como español expone sus razones en pro de esas costumbres, y nosotros como mexicanos, que las heredamos de ellos, como también somos hijos de Dios y herederos de su gloria, también pensamos, según y como nuestro chirumen nos ayuda: por supuesto como no contamos con la civilización de las naciones cultas que se empeñan en tenernos por bárbaros, todo cuanto nos rodea es bárbaro, y bárbaramente no cometemos más que barbaridades. En esta inteligencia, diremos unas cuatro palabras sobre las corridas de toros, pues si el señor Zamacois celoso defiende las costumbres de su país, también nosotros tenemos algo de ese celo, y aunque no con la elocuencia de las bien cortadas plumas que han cuestionado sobre este asunto, expondremos nuestro humilde juicio: he aquí lo del rey D. Alonso el Sabio: nos hubiéramos evitado de hablar de este negocio si todos pensáramos iguales. Se juzga como origen de depredaciones y crímenes este bárbaro espectáculo de ver sortear á un toro feroz armado de agusada cornamenta, por un hombre que no tiene más defensa que un capotillo ú otro que lo resiste y domina con una pica, que no tiene ni una pulgada de fierro penetrante, montado en un mal jamelgo, que deshechado de todos los usos á que se pudiera destinar, va á terminar su miserable vida entre las astas de un boyante bicho, y porque dejó en la plaza las tripas, ya se dice que espectáculo de sangre, “que el pueblo, por esta razón conserva instintos feroces, y no es extraño que unos á otros se maten tan a menudo”. Ese instinto, sin disputa, no es debido á las corridas de toros en las que un hombre mata á una bestia, sino á cincuenta años largos en que por nuestra independencia y luego por las guerras intestinas que nos sembraran nuestros huéspedes, los de las naciones cultas, no ha tenido el pueblo mas ejemplo que el que lo lleven á fuerza á matar hombres con hombres... Otra vez viene como de molde lo del rey D. Alonso; mucha sangre derramada y no de toros, se hubiera evitado si todos pensáramos iguales. Pero vamos al grano, á la tierra que fueres haz lo que vieres, este también creemos que fue refrán de D. Alonso el Sabio, porque indudablemente evita cuestiones; pero en este pícaro mundo cada cual piensa con su cabeza, y por eso nosotros decimos, que elevado el espectáculo de corridas de toros á la categoría de arte, no hay el positivo riesgo de la vida del gladiador, cuando éste, ya sea por el estudio ó ejercicio, se presenta lujosamente vestido y con la sonrisa en los labios ante una numerosa concurrencia, á demostrar su valor, destreza y habilidad, valido de la eminente ventaja que como racional posee sobre el bruto, á quien burla, domina, y al fin hace sucumbir. Tiene esto su riesguesillo, nadie lo duda, ese es nada menos su mérito, y por eso se dice, que desde lejos se ven los toros, y ninguno se atreve a bajar al redondel, en donde diez ó doce diestros diviertes á mas de seis mil espectadores, que en los momentos de fijar la atención en los lances de la lidia, no se acuerdan ni de la madre que los parió, sino que entusiasmados gritan, palmotean y aplauden, no á la sangre que derraman los

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caballos, ni á la que el toro deja suya en la plaza, sino á los hechos de intrepidez, resignación que al torero porque mató a un toro de una buena estocada, le granjean unos cuantos aplausos y cuatro ó seis pesos de galas; mientras que al guerrero porque hizo cosa igual con otro hombre, le vale un laurel, un grado, y la gloria de valiente. Tenia mucha razón el rey D. Alonso, y á juicio de la Jarana, es mas nocivo para la educación del pueblo el armamento, proyectiles y tanto como han inventado los hombres para destrozarse unos á otros, que las consecuencias de la escuela de tauromaquia que regularizó el modo de que un diestro sin el mayor peligro divierta á la muchedumbre afecta á distraerse con espectáculos de toros. ¿Quién será más bárbaro, el que inventó la pólvora y armas de fuego y blancas que teñidas con sangre humana cubren de gloria á los guerreros, ó el que con serenidad y sangre fría burla la saña de una fiera y conquista la gloria sin llevar consigo el remordimiento de Caín?... ¿Quién de mas pruebas de positivo valor, el que desde gran distancia caza á su enemigo, ó el que nulificando las armas de su contrario lucha con él cuerpo á cuerpo, sin mas parapeto que un pedazo de trapo?

Johann Salomón Hegi (1814-1896): “Cuadrilla española en la plaza de toros”. Siglo XIX. Acuarela sobre papel. 54 x 74 cm. Col. Salomón y Brigitte Schäter, Zurich, Suiza. Gustavo Curiel, et. al.: Pintura y vida cotidiana en México. 1650-1950. México, Fomento Cultural Banamex, A.C., Conaculta, 1999. 365 pp. Ils, retrs., grabs., p. 183. Las corridas de toros son sin duda, un espectáculo nacional, y quizá por esto, los mexicanos somos fanáticos por ellas; esta diversión no es fácil abolirla porque data de luengos años. Nuestros conquistadores los españoles nos la legaron, y hoy les sacamos dos deditos de ventaja, v.g., en el uso de la reata, en jinetear, en las travesuras del campo, bárbaras, sí señor, no lo negamos, pero útiles particular y generalmente; el hombre que sabe lazar á un toro tiene en su reata una arma poderosa y terrible; el que sabe balonearse para tomar la cola, arsionar y usar de los rápidos movimientos de su caballo, es un excelente lancero y un temible dragón. Mientras que los que solo se distraían con la ópera, las escenas lúbricas, los bailes, &c., eran unas gallinas que no servían ni para el hígado ni para el vaso. En fin, porque las corridas de toros no son del agrado de unos cuantos que ignoran las precisas, terminantes y bien combinadas reglas de la tauromaquia, y que sin embargo de pugnar dicha diversión con sus costumbres, asisten á ella, y hasta llevados del entusiasmo prorrumpen en estrepitosos aplausos, no se debe calificar de inmoral y de bárbara.

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Platón de cerámica vidriada, siglo XIX. Fuente: Museo Nacional de Historia. Repetimos lo dicho, ¡lástima que el rey D. Alonso el Sabio no hubiese tomado parte en la creación del mundo! o siquiera la Jarana, que hubiera congeniado á las mil maravillas con aquel rey, y no que cada cabeza es un mundo, y cada uno piensa con su cabeza; y no que mientras unos estudian el modo de matarse á diez ó doce pasos en un desafío ó el prosaico pugilato, otros arman gallos para que se rajen medio á medio; y nosotros estamos en nuestro elemento viendo matar toros feroces y caballos viejos y enteramente inútiles. ¡Tal es este pícaro mundo! Nos tocó la renegada, nunca dejaremos de ser bárbaros. Aquí de D. Alonso el Sabio, cada cabeza es un mundo; quizá por eso aquella niña tan extremosa, cuando asistía á los toros, en cada suerte no tenía más que el Jesús en la boca, pero eso sí, no aparaba los ojos del circo ni dejaba de apretarse constantemente las manos diciendo cuanto se le ocurría. -Es toro muy bravo, Jesús!... ya va á salvar la valla San Antonio! Corre, corre Ángel de mi guarda! Santos Varones, ya le sacaron las tripas!... ¡Qué horror! Animas que lo maten. Toca Simón! ¡Ay papá! Bien, bien!... Gracias á Dios que salieron las mulitas!!! El papá mortificado al ver los sobresaltos de su hija, resolvió marcharse diciéndole: -Vámonos, mi alma, esta diversión no es para ti, te afectas mucho y pueden enfermarte. -Siéntate, papacito, no te apures, estos sustitos son los que me agradan, y así asustándome me divierto y gozo. De veras, de veras que fue un sabio el rey D. Alonso! ¿No era mejor que todo el mundo se divirtiera con las bellas letras? Pero, ya se ve, cosas de este mundo mal hecho: hay quien se divierta con sustitos! Cada uno piensa con su cabeza! Abur.-Luis Inclán.

¿Qué decía EL PÁJARO VERDE para tener tan admirado a Luis G. Inclán? Al parecer, con la corrida efectuada el domingo 26 de julio de 1863, en la plaza de toros del Paseo Nuevo, con la tercera ascensión aerostática de Joaquín de la Cantolla y Rico, así como una soberbia corrida de toros, con toros de Atenco, y la cuadrilla de Pablo Mendoza, aparecen en dicha publicación las siguientes reacciones: El Pájaro verde, T. I., N° 28, martes 18 de agosto de 1863. CORRIDAS DE TOROS.-Se ha dado publicidad á la carta siguiente:

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“México, Agosto 16 de 1863.-Señor director:-Con ocasión de la fiesta del emperador, la ciudad de México ha dado una función de espectáculo en uso en España y en este país, y ha convidado para ella al ejército francés. He creído pagar esta señal de cortesanía concurriendo á dicha función. “Mas no querría yo que mi presencia pudiera ser interpretada como una aprobación de espectáculo de tal género. Quiero, por el contrario, aprovechar esta ocasión para expresar mi asombro de que en el siglo XIX y cuando en todos los pueblos civilizados se han dulcificado y refinado las costumbres con la práctica de una religión que proscribe todo acto de barbarie y con el estudio de las artes liberales, pueda haber todavía una nación cristiana que se complazca y deleite en asistir a un espectáculo donde hay, no solamente animales, sino hombres expuestos a perecer.

Una de tantas escenas que aparecieron en las cabezas de cartel para las plazas de San Pablo y del Paseo Nuevo, de la ciudad de México, en el siglo XIX. Fuente: Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938. “¿Cómo no se han presentado consideraciones de un orden más alto al espíritu de las autoridades que mantienen esta costumbre tan bárbara cuanto impolítica? ¿Cómo no ven que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre es infundirle el deseo de derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida? “¡Ojalá que la nueva generación sea acostumbrada, en el seno de la familia y por los ministros de Dios, al respeto de la vida de sus semejantes, y que el gobierno comprenda que este espectáculo, digno de los siglos bárbaros, no puede menos de conservar en este país hábitos de homicidio! Así habrá hecho un gran servicio a la nación que no podrá revindicar con justo título, su rango entre los pueblos civilizados, sino cuando haya modificado sus sanguinarias costumbres. “Tales reflexiones, convénzanse de ello los mexicanos, no me son inspiradas sino por el interés que abrigo a favor de este país, donde me consideraría dichoso en dejar algunos rastros de mi paso. “Recibid, señor director, las seguridades, etc. “El mariscal de Francia, comandante en jefe del cuerpo expedicionario de México, Forey”. El Pájaro verde, T. I., N° 29, miércoles 19 de agosto de 1863 Sres. RR del Pájaro Verde.-Cada de Vdes., Agosto 18 de 1863. Muy señores míos: he de merecer a Vdes. tengan a bien franquear las columnas de su popular periódico a los siguientes renglones, por cuyo favor les viviré reconocido. CORRIDAS DE TOROS

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Con verdadera satisfacción he leído la carta que el señor mariscal Forey dirije al redactor L´Estaffette, (L´Estafette. Journal Français. México, Imprenta de L´Estafette, 1863-1866) con motivo de la función de toros con que le obsequió el ayuntamiento de esta capital. En ella, lo mismo que en todas las anteriores del expresado señor mariscal, campean las ideas más sanas y humanitarias; ideas que cuadran perfectamente con el carácter que debe distinguir a todo personaje que ocupa el alto lugar en que él se encuentra. Sin embargo, por mucho que yo aplauda esas rectas ideas dictadas por la más noble intención, y por inclinado que me encuentre a respetar la opinión de los hombres en quienes concurren el saber, el talento y el ardiente anhelo por el mejoramiento social, permítaseme que me atreve a decir que sospecho encontrar alguna exageración en los funestos resultados que se atribuyen a las corridas de toros.

Una de tantas escenas que aparecieron en las cabezas de cartel para las plazas de San Pablo y del Paseo Nuevo, de la ciudad de México, en el siglo XIX. Fuente: Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938. En uno de los bellos periodos de la expresada carta, escrita con el sentimiento más puro del corazón, se encuentran estas palabras que revelan los más nobles afectos de humanidad, pero que, como he dicho, presentan las corridas de toros como un semillero de crímenes, que en mi humilde concepto están muy lejos de merecer tan desfavorable epíteto. “¿Cómo no ven, dice la carta, que educar a un pueblo en el agrado de la vista y el olor de la sangre, es infundirle el deseo de derramarla? ¿Y cómo entonces extrañar la facilidad con que en México el pueblo quita a un hombre la vida?” Este cargo terrible, formulado con los caracteres que acabo de copiar, no es la primera vez que se les dirige a los países en que se lidian toros. No hay un solo publicista extranjero que no califique de bárbara esa costumbre española; y hasta los ilustrados ingleses que humanitariamente se sacan los ojos en el civilizado pugilato, fulminan sus terribles anatemas contra ella. No sostendré yo que las corridas de toros son un espectáculo moral y civilizador; pero como español que veo atacar una costumbre que puede llamarse moral al lado de la del pugilato que ostenta la Inglaterra, que pasa por una de las naciones más civilizadas, y como afecto a todo lo que tiene relación con México, jamás convendré, mientras no se aleguen razones más poderosas que las que hasta hoy han emitido los antagonistas de las corridas de toros, jamás convendré, repito, en que éstas influyan en lo más mínimo en la corrupción de las costumbres, y mucho menos en que sean la escuela de los asesinatos y de los actos más crueles. Corridas de toros había en México en los gobiernos virreinales, y sin embargo, los crímenes y los delitos eran tan escasos entonces, que las grandes conductas caminaban por todo el país sin escolta ninguna, llevando solamente una banderita encarnada que indicaba pertenecer aquel dinero al tesoro real. Corridas de toros había en México cuando los comerciantes, sin otro documento que la palabra y la buena fe del

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comprador, fiaban gruesas sumas a los viandantes que recorrían todas las poblaciones sin encontrar un malhechos que atentase ni a su fortuna ni a su vida. Corridas de toros hubo por espacio de trescientos años, y sin embargo, en esos trescientos años la estadística criminal no arroja de sí los crímenes que presentan en veinte cualesquiera de las naciones donde se desconoce esa diversión. Corridas de toros hay en Vizcaya, en Alava, en Guipúzcoa, provincias de las más alegres de España, pero a pesar de ser sus habitantes tan aficionados a esa diversión, se pasan muchos años para que tenga lugar un asesinato, como lo podrán afirmar varios de los oficiales franceses que aquí se encuentran, y que han visitado aquellos puntos de la Península. Si la vista de la sangre familiarizase al hombre con la sangre, como lo afirman los que critican las corridas de toros, los ejércitos, lejos de inspirarnos confianza, nos inspirarían terror, y en vez de ver en cada soldado, como vemos, un buen ciudadano, humano, leal, franco y valiente, no encontraríamos sino un hombre de instintos feroces. Los intrépidos militares que en cien batallas han arrostrado con serena frente la muerte, han visto caer a su lado a sus más leales amigos, destrozados por la metralla enemiga legiones de bravos adalides, humear la sangre de los combatientes y han escuchado los ayes de los heridos, los vemos retirarse, cumplido su servicio, a sus hogares, lamentar las desgracias que han presenciado, y ocuparse en la esmerada educación de sus hijos con el cariño más tierno, siendo modelos de buenos ciudadanos, de excelentes padres y de amantes esposos. Si seguro estuviese de obtener una contestación sincera y categórica, yo me aventuraría a dirigirles a varios escritores que con más negros colores han pitado esa costumbre española que nos viene ocupando en este momento, esta pregunta: Si la sangre vertida en las corridas de toros teméis que familiarice al público con la sangre, ¿no teméis que la representación de tanto crimen inaudito en el teatro, lo familiarice con los crímenes? ¿Si condenáis los toros porque endurece, según decís, el corazón, no deberéis condenar esas producciones inmorales, antirreligiosas, donde están hacinados los asesinatos, los incendios, los robos, las traiciones y todo linaje de delitos, esas producciones que son la cátedra de la perversidad en que aprenden los malvados la manera de cometer los crímenes que, generalmente quedan impunes, en esos monstruosos partos de una imaginación exaltada? ¿Creéis que han hecho menos males a las costumbres y a la religión, base de todo bien social, las obras de Voltaire, Rousseau, Diderot, Prud´homme, Sue y otros cien a quienes alabáis, que el simple espectáculo de las corridas de toros? No, de ninguna manera; y sin embargo, mientras elogiáis las producciones de un extraviado ingenio que lleva la duda al corazón del cristiano, que le arranca sus más dulces creencias, os ensañáis contra una costumbre que no tiene más proporciones que la del pasatiempo! Balmes, a quien ninguno podrá tachar de abrigar instintos crueles, dice estas palabras al ocuparse de los juegos públicos de otros países y criticar su fiereza: “¿Y los toros de España? Se me preguntará naturalmente, ¿no es un país cristiano católico donde se ha observado la costumbre de lidiar los hombres con las fieras? Apremiadora parece la objeción, pero no lo es tanto que no deje una salida satisfactoria. Y ante todo, y para prevenir toda mala inteligencia, declaro que esa diversión popular es en mi juicio bárbara, digna, si posible fuese, de ser extirpada completamente. Pero toda vez que acabo de consignar esta declaración tan explicita y terminante, permítaseme hacer algunas observaciones para dejar bien puesto el asombro de mi patria. En primer lugar, debe notarse que hay en el corazón del hombre cierto gusto secreto por los azares y peligros. Si una aventura ha de ser interesante, el héroe ha de verse rodeado de riesgos graves y multiplicados; si una historia ha de excitar vivamente nuestra curiosidad, no puede ser una cadena no interrumpida de sucesos regulares y felices. Pedimos encontrarnos a menudo con hechos extraordinarios y sorprendentes; y por más que nos cueste decirlo, nuestro corazón al mismo tiempo que abriga la compasión más tierna por el infortunio, parece que se fastidia si tarda largo tiempo eh hallar escenas de dolor, cuadros salpicados de sangre. De aquí el gusto por la tragedia; de aquí la afición a aquellos espectáculos, donde los actores corran o en la apariencia o en la realidad, algún riesgo.

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Una de tantas escenas que aparecieron en las cabezas de cartel para las plazas de San Pablo y del Paseo Nuevo, de la ciudad de México, en el siglo XIX. Fuente: Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938. “No explicaré yo el origen de este fenómeno; bástame consignarlo aquí, para hacer notar a los extranjeros que nos acusan de bárbaros, que la afición del pueblo español a la diversión de los toros, no es más que la aplicación a un caso particular de un gusto cuyo germen se encuentra en el corazón del hombre. Los que tanta humanidad afectan cuando se trata de las costumbres del pueblo español, debieran decirnos también: ¿de dónde nace que se vea acudir un concurso inmenso a todo espectáculo que por una u otra causa sea peligroso a los actores? De dónde nace que todos asistirían con gusto a una batalla por más sangrienta que fuese, si era dable asistir sin peligro? De dónde nace que en todas partes acude un numeroso gentío a presenciar la agonía y las últimas convulsiones del criminal en el patíbulo? De dónde nace, finalmente, que los extranjero cuando se hallan en Madrid se hacen cómplices también de la barbarie española? “Digo todo esto, no para excusar en lo más mínimo esa costumbre, sino para hacer sentir que en esto como casi en todo lo que tiene relación con el pueblo español, hay exageraciones que es necesario reducir a límites razonables. A más de esto, hay que añadir una reflexión importante, que es una excusa muy poderosa de esa criticada diversión. “No se debe fijar la atención en la diversión misma, sino en los males que acarrea. Ahora bien, ¿cuántos son los hombres que mueren en España lidiando con los toros? Un número escasísimo, insignificante en proporción a las innumerables veces que se repiten las funciones de manera que si se formara un estado comparativo entre las desgracias ocurridas en esta diversión y las que acaecen en otras clases de juego, como las corridas de caballos y otras semejantes, quizás el resultado manifestaría que la costumbre de los toros, bárbara como es en sí, no lo es tanto sin embargo, que merezca atraer esa abundancia de afectados anatemas con que han tenido a bien favorecernos los extranjeros. “Cuando en los tiempos de la edad media, los caballeros españoles se presentaban en el redondel a luchar temerariamente con la fiera, los toros eran en efecto una diversión sembrada de inminentes peligros; pero en nuestros tiempos, en que el arte y la inteligencia burlan la fuerza bruta del terrible toro, las corridas han ganado en vistosas y poco temibles, aunque siempre imponentes, lo que han perdido en peligrosas y sangrientas”. Lo expuesto creo que basta a probar lo que me propuse al principio, esto es, que las corridas de toros no influyen, como se ha pretendido, a endurecer el corazón humano, y mucho menos que sean la escuela de los crímenes y asesinatos en una sociedad como México, presa hace cuarenta y tres años de las guerras intestinas. Repito que aplaudo y respeto los sentimientos humanitarios que campean en la bien escrita carta del señor mariscal Forey, que participio en parte de su opinión; pero como español, me he juzgado en el deber de

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patentizar al ver aludida en ella a mi patria, que la sociedad española, lejos de atentar los instintos feroces que algunos autores creen imprimen en los pueblos las corridas de toros, no cede en nobles sentimientos a las naciones que más blasonan de filantrópicas y de hidalgas. Soy de vdes., señores redactores, su afectísimo servidor.-Niceto de Zamacois.

Una de tantas escenas que aparecieron en las cabezas de cartel para las plazas de San Pablo y del Paseo Nuevo, de la ciudad de México, en el siglo XIX. Fuente: Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, 1938.

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LUIS G. INCLÁN Y LA BREVE RESEÑA SOBRE COMO CELEBRARON CIERTA CORRIDA EN ALGÚN PUNTO PROVINCIANO.

Esta imagen procede de la edición original Astucia el gefe de los hermanos de la hoja... México, Imprenta de Inclan, 1866.

Luis G. Inclán, entusiasta aficionado y practicante de la charrería, también agregó a sus habilidades y ejercicios, los tauromáquicos. En otros trabajos donde he abordado al genial autor de la novela de costumbres mexicanas ASTUCIA, de la que vuelvo a tomar una de sus abundantes citas en relación a estos pasajes, describe en el capítulo XV de la obra mencionada un impresionante trabajo que incluyó a varios de los pobladores de Tochimilco (Puebla), para, que en el margen de tiempo que va de las doce meridiano (hora en que se ocurrió la boda a que se refiere el autor) y hasta las cuatro de la tarde, se tuvieran las condiciones para celebrar en una plaza levantada ex profeso, un festejo taurino que incluyó la traída de 11 toros bravos, propiedad del señor Garduño, el coleadero y la lidia por los de a pie, sin descuidar la presencia de la autoridad correspondiente, y hasta banda de música competente. Entre los once toros, tres se dedicaron para repartir su carne “a los barrios”, vieja costumbre que se remonta hasta el año de 1529, cuando, en similares circunstancias, se dedicaron aquellos restos a los hospitales. Los otros ocho toros habrían de ser ocupados para las “coleadas” y de seguro, para que los avezados

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“matadores” se lucieran en los lances propios de la tauromaquia. Matadores que parecen surgidos de una generación espontánea provocada por el solo gusto de organizar al momento el festejo que celebraba la boda del día, datos que Inclán nos relata con singular detalle. Y Lorenzo Cabello, cuyo papel como protagonista principal en la novela, también se ve enriquecido por el hecho de ser un líder en potencia junto con Alejo, -primeros espadas- hicieron las delicias de los aficionados, que, junto a las suertes ejecutadas por el resto de la cuadrilla, hasta el extremo de que todo se hizo sin tener que lamentar desgracia alguna, todavía a plena luz del día. Es curioso ver que Inclán menciona el baile el cual ocurrió “allí mismo” (¿quiere decir que el ruedo, después de la batalla fue escenario para un buen número de piezas bailadas por los invitados a la boda?), mientras la tarea de los alcaldes era la de realizar el reparto, que, como queda anotado tuvo la consecuencia de que “hasta los cuernos se repartieron a pedazos”. Interesante descripción de algo que con toda seguridad ocurría con frecuencia, sobre todo en aquellos lugares ya no digo olvidados. Más bien, donde sus pobladores adoptaron una serie de costumbres de las que la fiesta en sus diversas manifestaciones no se podía sustraer por nada del mundo. Aquí veremos lo que podía ocurrir el día en que una pareja de novios se casaba y lo que ese pretexto podía alentar, al grado de que se celebró –como Dios manda-, toda una función taurina, enriquecida con los rasgos mexicanísimos de las suertes de colear y lazar, sin faltar las suertes de capa, muleta y espada, acompañada de las aguerridas escenas que entonces demostraban los picadores. CAP. XV. EL INCÓGNITO DESCUBIERTO. EL SUEGRO ENAMORADO. EL DÍA DE CAMPO. DIEGO CORRIENTES. LO QUE PIENSAS TE HAGO. Efectivamente era el mismo que don Juan Cabello se suponía, se juntaron con el otro don Juan, recordando sus mocedades y aventuras tenían absortos a los que escuchaban. A las doce discurrieron improvisar una plaza de toros, y mientras unos iban a traer a algunos bravos que tenía Garduño en su ganado, otros reunieron gente, providenciaron madera, reatas, herramientas, y a las tres habían concluido el redondel y un gran tablado provisional cubierto con petates y enramadas. A las cuatro estaba la plaza llena de concurrentes, las ventanas y azoteas coronadas de gente; tres toros escogidos que después se lidiaron se iban a repartir a los barrios, bramaban furiosos en el coso, otros ocho de condición humilde se corneaban en un estrecho apartado, esperando los hicieran rodar por el suelo a las coleadas; los aficionados llenos de entusiasmo recibían órdenes de Lorenzo, que como en Tochimilco era el capitán, Alejo su segundo espada, y varios vecinos y arrieros formaban la cuadrilla de a pie; los otros cuatro hermanos montados, con dos del pueblo, formaban la de a caballo, la música estaba con anterioridad ajustada para todo el día, y desde que los novios salieron de la Parroquia había comenzado su fatiga; el comandante militar facilitó escolta para guardar el orden, y las autoridades principales compuestas de amigos de Garduño, también contribuyeron en cuanto estuvo de su parte, llevando la voz para el orden de la función del señor Prefecto. Como a todos los dominaba una sola idea y tenían sólo un empeño, complacer, y disfrutar, no se miraba un semblante triste, y sin etiqueta, compromiso, ni nada que trastornara el regocijo, reinaba en todos los pechos una sincera alegría. Se abrieron las trancas, tocó el clarín, y se presentaron en el circo los valientes gladiadores con halagüeños semblantes arrancando prolongados aplausos, a cual más sincero y satisfactorio, dejando a todos admirados la singular destreza de Lorenzo, la serenidad de Alejo, y el arrojo y atrevimiento de los demás; todos se cuidaban mutuamente, se auxiliaban haciendo lucir a sus compañeros, y sin tener la más leve desgracia desempeñaron perfectamente, terminando aquella diversión con la luz del día; allí mismo se hizo la citación a las familias para reunirse a bailar a las ocho de la noche. A los alcaldes se les encomendó el reparto de los tres toros muertos, y parecía aquello pleito de perros; todos agrupados, no dejaban ni trabajar a los destazadores: hasta los cuernos se repartieron a pedazos.

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INCLÁN, Luis G.: ASTUCIA. El jefe de los hermanos de la hoja. O los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales. Facsímile de la segunda edición, publicada en 1866 en su propia imprenta. Y como complemento de esta visión, propia de nuestro autor, deseo incluir un pequeño apunte que pretende exaltar a Luis G. Inclán, sino poner en su justa dimensión algo de lo que él y su obra procuraron difundir: un afecto entrañable hacia labores que siendo cotidianas en el ámbito rural, se convirtieron en auténticas representaciones o “puestas en escena” en el ámbito urbano.

DOS IMÁGENES TAURINAS EN EL CAMPO MEXICANO. Las dos imágenes que hoy acompañan estas notas dedicadas a Luis G. Inclán, corresponden a un mismo hecho, ocurrido también en una misma jornada. Y quizá, en un momento muy cercano entre una y otra. El fotógrafo tuvo oportunidad de enfocar dos suertes profundamente vinculadas al campo, como tareas cotidianas en ese espacio tan emblemático. En la primera, los vaqueros han lazado al novillo, o quizá una vaquilla, misma que ha rodado por la tierra, sitio donde los de a pie, dos rancheros habilidosos y uno más que quizá se acomoda uno de los huaraches, están preparados para ejecutar las suertes del toreo que vieron en alguna plaza cercana o les contaron el sucedido y ahora pretenden emularlo. Aunque es preciso ir por partes. Con un complemento poético intentaré desentrañar parte de

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la primera de ellas. En el año de 1964, Bonifacio Gil publicó su Cancionero Taurino.4 El autor, reproduce una amplia muestra de ejemplos latinoamericanos, donde una parte importe corresponde a México. De ese conjunto, y con la venia de don Bonifacio, es que citaré el siguiente texto, para lo cual conviene imaginarlo entonado bajo los acordes de un mariachi. El torito. Vaqueras. (El toro en el campo) La vaca era colorada y el becerrito era moro, y el vaquero maliciaba que era hijo de otro toro. La vaca era colorada y el becerrito era moro, y el vaquero maliciaba que era hijo de otro toro. Estribillo: ¡Upa! Toro “aí” viene el toro! Sácale vueltas, pero con modo. ¡Ea! ¡Ea! ¡Ea, torito, ea! (Gritando) -¡Toro! –allá va. -¡Lázalo, hombre! -¡Ya lo lacé! -¡Túmbalo, hombre! -¡Ya lo tumbé! ¡Ponle el cabestro! ¡Eso no sé! (Final del Estribillo) Pues si no sabes, Te enseñaré. ¡Ea! ¡Ea! ¡Ea, torito, ea!5

Resuelto el punto, soltadas las amarras para que el novillo o la vaquilla se solazara libremente una vez más en el campo, dentro de un gran corral, los de a pie se dieron “vuelo” capoteando como Dios les dio a entender, con sarapes, a sombrerazos… y muchos pies. Uno de ellos incluso tuvo el arresto de 4

Bonifacio Gil García: CANCIONERO TAURINO (Popular y profesional). Folklore poético-musical y costumbrista recogido de la tradición, con estudio, notas, mapas e ilustraciones. T. III. 848 documentos sobre toros y toreros de España, Portugal, Brasil, Filipinas y países hispanoamericanos. Por (…) (C. de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando). Madrid, Librería para Bibliófilos, Pl. de San Martín, 3, 1965. 238 p. + 32 de Ejemplificación musical. + Pequeña semblanza biográfica de Bonifacio Gil García (s/n). 5 Op. Cit., V. 3, p. 132. A su vez, Tomado de: Gabriel Zaldívar: Historia de la música en México, p. 293.

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montar al “bravo” ejemplar, jineteándolo a pelo, es decir, a la vieja usanza del campo mexicano, allá, en esos espacios donde no hubo regla ni nadie que les limitara o frenara para realizar el toreo a “su manera”. Lo que se puede apreciar es que los de a pie, le “sacaron las vueltas” al bovino, tal y como nos lo deja dicho Margarito Ledesma en estos versos dedicados a Juan Silvete. Imaginando para ello que alguno se llamara Juan… Y Juan sin muchos espamentos y haciendo cosas muy resueltas, le sacó al toro muchas vueltas y le picaba los asientos.

Ernesto Icaza, inevitable.

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CON LUIS G. INCLÁN SE DIO LA RECÍPROCA COMUNICACIÓN YENDO DE LA PLAZA AL CAMPO, Y VICEVERSA. Luis G. Inclán fue un hombre entusiasta que, a pesar de las adversidades por las cuales pasó a lo largo de su vida, dejaba a un lado todas esas tribulaciones para montar a caballo y darse a colear y lazar, demostraciones consumadas ora en el campo, ora en la plaza de toros, sitios donde brillaba con auténtica luz propia. No conforme con dejar boquiabiertos a sus propios contrincantes, plasmando esas vivencias en los Recuerdos del Chamberín, así como en El Capadero en la hacienda de Ayala, reunió en las Reglas con que un colegial puede colear y lazar donde puso lo mejor de su experiencia, dictando cátedra, la cual sirvió para afianzar y consolidar quehaceres contundentes en lo rural y plenos de lucimiento en lo urbano.

Portadas de las ediciones correspondientes a 1860 y 1867 respectivamente.

Tales prácticas eran de carácter cotidiano, puesto que ese vínculo habido concretamente entre las haciendas ganaderas y las plazas de toros exigían unas condiciones primero, para el traslado de los toros, actividad que requerían amplios conocimientos sobre el rodeo, el apartado, el herradero o la vaqueada, por citar las más importantes en el campo mismo. Consumado este conjunto de ejercicios, lo demás culminaba con los toros en la plaza. Durante la celebración del o de los festejos, aquellos charros y vaqueros de discreta actividad en la hacienda, los tornaba héroes efímeros que compartían

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gloria con las figuras programadas en largas temporadas, que podían extenderse también por varias décadas. Considero pertinentes las siguientes notas: El trayecto dinámico a que quedó sujeta esta comunicación entre el campo y la ciudad fue enriqueciéndose singularmente. Hay, por tanto dos factores que analizar: el que atañe al posible enrarecimiento o círculo vicioso en que cayó aquel sistema y la forma en que fue sacudiéndose de ese posible enquistamiento para renovarse en sí mismo. Los testimonios existentes proporcionan un balance que arroja cierta idea de los acontecimientos ocurridos directamente en las plazas, permeados – la mayoría de ellos- por un fascinante universo literario, con una fuerte carga de elementos mitológicos que dan un matiz peculiar a cada una de esas descripciones de fiestas las que, en mayor o menor medida proyectaron ese rico bagaje. Pero al margen de esa dimensión y al desmenuzarla, encontramos algunas referencias sobre la práctica del toreo de y desde el caballo. Autores como José Mariano de Abarca, José Gil Ramírez, Alonso Ramírez de Vargas, Rafael Landívar –entre otros-, refieren cada cual en su época, la sólida evolución y depuración, aunque para ello no hicieron mención a reglas o tratados, de las que seguramente no fueron ajenos ni ellos ni los protagonistas por la sencilla razón de que fomentando el espectáculo, allí estaba presente el espíritu de dichos principios. Si llegaron o no los tratados a estas tierras, lo anterior flota en un auténtico misterio. Pero el hecho es que entre España y la Nueva España existieron las condiciones propicias para sostener no solo el espectáculo por sus razones lúdicas, sino hasta por las estratégicas que convenían garantizar para mantenerse vigentes en el escenario, siempre a los ojos del rey, del visorrey. También del Cabildo y hasta de la estructura eclesiástica. Lo demás era sentirse observado por el pueblo, convirtiéndose en héroes efímeros o temporales, figuras del toreo novohispano finalmente, muchas de ellas, incluso, sin nombre específico. Esto representó de alguna manera un círculo vicioso en buena medida con una carga de disfrute, suficiente para mantener y mantenerse durante determinados periodos de tiempo, pero esto se reduce a una visión mecánica, por sistema y a veces hasta rutinaria. Sin embargo, transitó en medio de esos fundamentos. ¿Este es un enrarecimiento que aunque no dañino, perjudicó el curso de los avances técnicos y estéticos de un espectáculo para nosotros distante y ajeno, pero también para nosotros bastante explícito sobre ese devenir? Y si no fue así, ¿hasta dónde llegó a darse la urgente renovación que preparó el terreno para nuevas condiciones que propiciaron la fertilidad de otras tantas vertientes que tampoco perdieron el vínculo entre esos dos espectros, urbano y rural? No olvidemos que estamos ante un escenario posiblemente ajeno porque uno y otro estaban separados por cada uno de los espacios de donde habían surgido. Por razones solamente debidas a vasos comunicantes, aquella sangre va y viene, se retroalimenta y de modo consistente se renueva. Tal vez este cuestionamiento sea absolutamente absurdo si no se matiza de los factores sociales, políticos o económicos que operaron en cada una de las épocas, durante los 300 años de virreinato, durante todo el siglo XIX, depósito fundamental de aquella experiencia secular que no se rompió con la emancipación. Antes al contrario, se intensificó. Campo y ciudad, como el mercado que se creó entre ambos y sus productos, sus demandas, pero también sus consecuencias, funcionaron cotidianamente. De una cosa debemos estar seguros: el toreo que se practicaba en el campo y la ciudad estuvo hermanado en un diálogo aparentemente cifrado, porque tauromaquia y charrería se manifestaban en su propio espacio tratando de sujetarse a los patrones preestablecidos sobre todo por la costumbre a la que ya estaban adaptados los públicos de una y otra expresión, pero también al cumplimiento de ciertas disposiciones que hubiesen surgido de la necesaria normativa, que todavía no existe como tal, sino hasta el segundo tercio del siglo XVIII. En todo caso es gracias a nuevas reglas, tratados o normas de la experiencia acumulada la que aprovecharon algunos personajes para materializar principios muchos más organizados y cuyo reflejo pudo verse al cabo de los años.

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No había mejor comprobante que la puesta en escena que no se quedaba en la sola demostración, sino que operaba la recíproca comunicación yendo de la plaza al campo, y viceversa.

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UNA VISIÓN URBANA Y RURAL, DETENTADA POR CHARROS Y VAQUEROS MEXICANOS. Desde los tiempos en que Luis G. Inclán refería con harto orgullo tales manifestaciones de carácter nacional, a veces incluso exacerbado y elogiosos en grado sumo, es porque su propósito fue elevar a esa estatura una serie de circunstancias nacidas, desarrolladas y artísticamente acabadas, que lo mismo ocurrían en el campo que en la plaza de toros. Ya sabemos la comunicación que se dio entre estos dos escenarios: el urbano y el rural, tuvo como consecuencia escenas de las que terminaban siendo héroes anónimos muchos de los charros emanados de las haciendas ganaderas, sitios adonde una constante actividad, ligada con el ganado de casta o media casta les permitía llegar a esos extremos de interpretación. Con el tiempo, muchas de esas estampas quedaron plasmadas en obras como las del Marqués de Guadalupe, de Higinio Vázquez Santa Ana, Francisco Aparicio y otros amantes del “deporte nacional”, sin faltar pintores como Morales, Icaza, Alfaro que supieron entender y proyectar manifestaciones con un alto índice del carácter mexicano en el campo. La figura en cuestión es un bello ejemplo de la forma en como los vaqueros o charros mexicanos hicieron suya la tauromaquia, a semejanza de lo que durante muchos años hizo por tierras peruanas Pancho Fierro, en esa suerte de capear desde el caballo, y que, con toda seguridad también lo practicaron Lino Zamora, Pedro Nolasco Acosta, Arcadio Reyes, los poblanos Vicente y Agustín Oropeza, sin olvidar la figura protagónica de Ponciano Díaz y otros importantes charros que en anónima ejecución, se daban a correr toros en el campo con la ayuda de una capa o un sarape.

G. Morales recreó la estampa conocida como “Deportes charros”. Seguramente dentro de esa realidad debe haberse desarrollado el popular torero de Atenco, y en sus inicios en el campo. Fuente: Cortesía de Guillermo Ernesto Padilla.

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¿SON LAS REGLAS DE ALBEITERÍA LO MISMO QUE LOS VERSOS DEDICADOS A DON PASCASIO ROMERO, E IGUAL A JARIPEOS? Entre 1872 y 1873 se dio a la imprenta un conjunto de versos que, con el paso de los años, se convertiría en himno para los charros y toda esa grey de hombres de campo dedicados en cuerpo y alma a las tareas relacionadas con caballos domesticados para andar entre los ganados mayores, más que menores. Su autor es el conocido Luis G. Inclán, quien publicó a lo largo de muchos años obras que le son características dada la fuerte relación que tuvo con este género de actividades, además de otras, las que demostró como empresario de la plaza de toros del Paseo Nuevo en Puebla, y su gran afecto a las peleas de gallos, sin olvidar la más entrañable historia –también en verso-, dedicada al Chamberín, su caballo más famoso. De igual forma, no podemos olvidar ASTUCIA. El jefe de los hermanos de la hoja. O los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales, y todo su quehacer en el medio periodístico. Ese conjunto de versos es, ni más ni menos que DON PASCASIO ROMERO, personaje que debe haber sido íntimo de Inclán. Era un ranchero rico pero... sin experiencia, cuya angustia se tradujo en encontrar a una mujer que quería, y solo encontró un amargo pasaje, a pesar de que al principio Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal atención, Que me brincó el corazón Y hasta solté un relincho.

Y es que aquella muy linda potranca resultó respingona. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía Con mil trapos figurada. (. . . . . . . . . .) Por el chasco que he llevado; Me tiene huído, azorado Y sus daños resintiendo. (. . . . . . . . . .) Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las miré catrinas; Ya he visto que son charchinas Y sus mañas conocí. Reniego de mi torpeza Y juro a Dios, por mi vida, Que la yegua más lucida Es manca de la cabeza; Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas

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Y siempre andan mondaleras. Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise obedecer Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como yo fui, la verdad.

Pues bien, con esta historia abreviada, no queda sino pasar a la lectura de ambas versiones, una, que ya sabemos es de la inspiración de Luis G. Inclán, mientras que la otra es réplica de la misma, con otras tantas modificaciones, hechas en 1906, ya veremos por quien. El trabajo restante es anotar todas aquellas citas empleadas tanto por Inclán y en JARIPEOS, que ambas exaltan todos esos principios de la veterinaria entendidos como las Reglas de Albeitería.

DON PASCASIO ROMERO

Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería, Entre las hijas de Adán.

En la portada del manuscrito, una fotografía del caballo Garañón Un Ranchero rico pero... sin experiencia. A mi querido sobrino Gabriel Barbabosa O., y a su digna esposa. México, D.F., a 13 de octubre de 1964. E. Lechuga. De Gabriel Barbabosa O., para Luis Barbabosa O. Toluca, Méx., 25 de noviembre de 1979. JARIPEOS Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería, Entre las hijas de Adán.

A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera, hará pedazos la anquera es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera.

A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera, hará pedazos la anquera; es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera.

Aquella otra azafranada Por alazana es preciosa, Pero arisca y cosquillosa Y con siniestra mirada; Anda tan encapotada Todo el paso trastocando,

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Que falsamente pisando Y asentando la ranilla, Cada tranco trastrabilla Y ya se está emballestando.

Aquella otra azafranada Por alazana, es graciosa, Pero arisca quisquillosa Y de siniestra mirada, Anda tan encapotada, Con el paso trastocando Que falsamente pisando Asentando la ranilla Cada tranco trastabilla Y ya se está emballestando.

La rubia sí que es hermosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada Y una mondinga horrorosa; La otra sin duda es más briosa, Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera y además gorbeteadora; por fuerza tropezadora y de pésima carrera.

La rosilla es primorosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada Y una mondinga horrorosa; La otra si, que es estilosa, Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera y además gorbeteadora; por fuerza tropezadora y de pésima carrera.

De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo, Pero tiene anca de pollo Medio cazcorva y lunanca; Y aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola crecida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia Que es de lejos conocida.

De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo, Pero tiene anca de pollo Medio cazcorva y lunanca; Aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola torcida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia Que es de todos conocida.

Me gusta la morenita Según y como orejea, Más de todo pajarea, Se acochina y encabrita; No importa que sea mansita Ni que esté bien arrendada, Si a cada momento armada Se agarrota y amartilla; No sirve para la silla, Es penca y no vale nada.

Me suscribo a la trigueña, Porque parece ligera, Pero no que es estrellera Con mano blanca y anesteña Tiene la oreja pequeña Pésimos cascos, espeada De los encuentros venteada Por ser muy fogosa y loca De mal gobierno, pero boca Y además encanijada.

Me arrancho con la trigueña, Tiene empaque de ligera, Mas dicen que es carretera Y sobre todo mesteña; Es de pezuña pequeña Por estar gafa y despeada, De los encuentros venteada Por ser muy fogosa y loca; De mal gobierno, peor boca Y además encanijada.

Me gusta la morenita Según y como orejea, Más de todo pajarea, Se acochina y se encabrita; No importa sea mansita Ni que esté bien arrendada, Si a cada momento armada Se agarrota y amartilla; No es buena para la silla,

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Es penca y no vale nada. ¡Caramba! –exclamé enojado mirando tanta lacrada. ¿Qué no habrá una en la manada Según y como he pensado? En vano tanto ganado Que consume las pasturas. ¡Lástima de composturas Para aparecer graciosas, Si son charchinas roñosas Y de tan mala andadura!

Por fin exclamé enojado Mirando tanta lacrada, ¿Qué no habrá una en la manada, según y como he deseado; De valde tanto ganado, Con sillas tan primorosas, Lástima de composturas Para aparecer graciosas Si son charchinas roñosas Y de tan mala andadura.

En fin, tanto me empeñaba En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que yo tanto deseaba. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal atención, Que me brincó el corazón Y hasta solté un relincho.

En fin, tanto me he empeñado En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que ya tanto he deseado. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal emoción, Que me brincó el corazón Y hasta pegué un relinchido. Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo Allí me quedé estancado, Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo.

Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo Allí me quedé estacado, Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo.

Al punto, y sin dilación Me la seguí pastoreando, Y a la vez que iba aplicando Reglas de comparación: Miré con satisfacción, Lindos ojos de venado, Color blanco apiñonado, Con siete cuartas de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado.

Al punto, sin dilación Me la seguí pastoreando, Y a la vez que iba pensando Miré con satisfacción: Lindos ojos de venado, Color limpio, apiñonado, Lomo cuate, acanalado, Con siete cuartas de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado.

Cabeza bien presentada, Larga oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Testera enjuta y labrada Con cuello torcaz y espada, Encuentro preponderante, Al despertar arrogante

Cabeza bien presentada, Chica oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Modo de andar arrogante;

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Testera enjuta y labrada Con cuello torcaz y espada, Encuentro preponderante, Corta carona y cenceña, Anca ancha, casquimuleña Y crin y cola abundante.

Corta carona y cenceña, Anca ancha, patimuleña Con crin y cola abundante. Antes que se me escabullera, A su cola me pegué, Mi pasión le declaré Para que al tanto estuviera;

Antes que se escabullera A la cola me pegué, Mi pasión le declaré Para que al tanto estuviera; Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Mucho mejor ensillada, Cuidada en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada.

Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Cuidarla en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada. Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo En un grande abrevadero. Y sabiendo su comedero Ya no la perdí de vista, Y siempre le seguí la pista Porque soy muy tesonero.

Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo En un grande abrevadero. Sabiendo su comedero Siempre le seguí la pista, Y no la perdí de vista Porque soy muy tesonero.

Después de andar de estrellero Sufriendo mil largas vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar en su potrero. Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido Si el cura formal contrato, Nos echaba el garabato

Después de andar de estrellero Sufriendo y dando de vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar a su potrero; Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido Si el cura en formal contrato, Nos echaba el garabato Y con la coyunda uncido.

Y con la coyunda uncido. No hice más que apechugar Entré al yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y no hubo que desear. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía.

No hice más que apechugar Y entré el yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y ya no hubo que esperar. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía

Con mil trapos figurada. Tres dientes tenía postizos Y la que juzgué potrilla, Era una yegua de trilla Y de colmillos macizos.

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Con mil trapos figurada. Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo, me quedé abismado; Por guaje, para mi mal Era baya deslabada Tenía el lomo con uñeras Empinadas las caderas Y con el anca derribada Lupia, esparaván, tusada, Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento.

Tres dientes tenía postizos Y la que pensé potrilla, Era una yegua de trilla Y de colmillos macizos; Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo me quedé abismado, Maldiciéndome en castizos Por guaje y por animal.

Picado de garrapata Un garbanzo en cada pata Y apestando toda di ungüento.

Era baya deslavada, Tenía el lomo con uñeras Empinadas las caderas Y con la anca derribada; Lupia, esparaván, tusada Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento Picado de garrapata, Un gabarro en cada pata Y apestando toda a ungüento.

No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el vestido a patadas Respingona, endemoniada, Con los asientos quebrados, Los ijares barbechados, De muermo siempre amagada, Matalota rematada, Y de siniestra mirada.

No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el estribo a patadas Y era de hocico asquerosa; Respingona, melindrosa, Con los asientos quebrados, Los ijares barbechados, De muermo siempre amagada, Matalota rematada, Penquísima en todos grados.

En fin semejante bola, Que mi dada era barata No es buena para la cola Y menos para la reata. Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo no había Quien me hiciera la chambiada. Qué mas que ni regalada me la quiso un alfarero, Tampoco un carretonero Y costándome tanto oro, Por ver si la mata un toro Se la dejé a un baquero. Por ver si la mata un toro.

Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo no había Quien me hiciera la cambiada. ¡Qué mas que ni regalada me la quiso un alfarero! Menos un carretonero Y costándome tanto oro, Se la dejé a mi vaquero Por ver si la mata un toro.

Al ver a las forliponas Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas amponas, Raviosas y reparonas Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo

Al ver a las forliponas

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Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas amponas, Rabeosas y respingonas Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo Por el chasco que he llevado; Me tiene huído, azorado Y sus daños resintiendo.

Por el susto que he llevado; Me tiene muy azorado Y su daño resintiendo. Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las juzgué catrinas; Y he visto que son charchinas Y su daño resentí.

Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las miré catrinas; Ya he visto que son charchinas Y sus mañas conocí.

Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre anda mondalera. Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise conocer Las reglas de albeitería.

Reniego de mi torpeza Y juro a Dios, por mi vida, Que la yegua más lucida Es manca de la cabeza; Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre andan mondaleras.

¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como fui, a la verdad.

Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise obedecer Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como yo fui, la verdad.

Luis G. Inclán.

Hoy el que quiere encontrar, A la mujer de su amor, Se la tiene que buscar Con tren y a todo vapor, Para no descarrilar En la primera estación. Su mangana y al tirón No busque de paso o trote Charra y de pronto garrote Si no se volca el vagón. Copia de la que me obsequió mi querido primocompadre, que su alma de Dios goce, esperamos en su misericordia infinita (D. E. Paz). Valeriano Lechuga. Toluca, agosto 30, 1906.

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DON PASCASIO ROMERO 6 Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería,7 Entre las hijas de Adán. A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera,8 hará pedazos la anquera9 es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera.10 Aquella otra azafranada11 Por alazana12 es preciosa, Pero arisca13 y cosquillosa14 Y con siniestra mirada; 6

ARANDA PAMPLONA, Hugo: Luis Inclán El Desconocido. 2a. ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs., p. 50. ¿Quién era el tal Pascasio Romero? Al respecto, Aranda Pamplona nos responde que Luis G. Inclán, animado también por la publicación del Album microscópico. Ensayos poéticos dedicados a mi simpática y querida hermana Julia, que manuscrito en pequeñísima letra dirigió José Luis a la dama más joven de la familia, el charro escritor se dio el lujo de sacar a la luz y en una hoja suelta, el mejor poema charro jamás escrito: Don Pascasio Romero. A pesar de su brevedad, posee una substancia y un jugo de los más depurados; es una soberbia cátedra de albeitería que desde su aparición hasta hace unos veinticinco años, recitaban a coro y de memoria los auténticos hombres de a caballo, que comprendían a la perfección y gozaban los términos usados por el charro escritor, para describir las andanzas y monólogos del ranchero rico que vino a la capital a buscar esposa, cual si tratara de encontrar una buena yegua de vientre. El campirano fracasó ante la falsedad de las citadinas y tuvo que volver a su terruño casado y sin mujer. 7 Albeitería: Veterinaria. 8 FLORES Y ESCALANTE, Jesús: Morralla del Caló Mexicano. México, Asociación Mexicana de Estudios Fonográficos, y Dirección General de Culturas Populares del CONACULTA, 1994. 150 pp. Ils., p. 61. Güera y/o güero: adj. pop. En México, persona de rasgos no indígenas. Der: güerito (a). / En forma burlona, a los morenos se les dice: “Güero color de piano”. 9 Anquera: Cubierta de cuero a manera de gualdrapa, que se pone a las caballerías que se están educando para la silla. Antiguamente se usaba como lujo o para torear a caballo. 10 Llanera y/o llanero: El animal que se ha criado o ha crecido en los llanos. 11 Azafranada: de color de azafrán, o de tono rojo anaranjado. 12 Alazana: pelaje simple de las caballerías, del que existen muchas variedades. 13 Arisco, ca: Áspero, intratable. Dícese de las personas y de los animales. 14 Cosquillosa y/o cosquilloso: Término empleado por los charros y vaqueros que describe el nervio de los caballos y que solo, con el uso de la anquera es posible controlarles cuando se hace necesario emplear a estos animales para tareas donde deben convivir cerca de ganado mayor.

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Anda tan encapotada15 Todo el paso trastocando, Que falsamente pisando Y asentando la ranilla,16 Cada tranco17 trastrabilla Y ya se está emballestando.18 La rubia sí que es hermosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada19 Y una mondinga20 horrorosa; La otra sin duda es más briosa,21 Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera22 y además gorbeteadora;23 por fuerza tropezadora24 y de pésima carrera. De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo,25 Pero tiene anca de pollo Medio cazcorva26 y lunanca;27 Y aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola crecida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia28 15

Encapotar: Recoger el cuello las caballerías, acercando su barba al encuentro, o pecho. Ranilla: Parte media del casco de los equinos, entre los pulpejos. 17 Tranco: Paso largo o salto que se da abriendo mucho las piernas. Hablando de caballerías, y por extensión de personas, a paso largo / a trancos, de prisa y sin arte. 18 Emballestarse: Contraer las caballerías la emballestadura, que es una enfermedad de los equinos, producida por el debilitamiento de sus manos o patas. 19 Despapar: Llevar las caballerías muy levantada su cabeza. 20 Mondinga: Marcha de la caballería, que al cambiar el paso más lento y acelerarlo, hace un movimiento parecido al de la cuna, lo que origina otro más rápido y desgarbado, al que se aplican nombre irónicos tales como: caballo de cura, de mondelele, etc. 21 Brío: Fogosidad de las caballerías. 22 Estrellear: Despapar demasiado las caballerías, llevando tan levantada que parece que tratan de mirar el cielo. 23 Gorbetear: Despapar y mover continuamente su cabeza, las caballerías. 24 Tropezador: Que tropieza con frecuencia. 25 RINCÓN GALLARDO y Romero de Terreros, Carlos (Marqués de Guadalupe Gallardo.-Marqués de Villahermosa de Alfaro.-Ex - Inspector General de las Fuerzas Rurales de la Federación.-Ex – Presidente de la Comisión de Carreras y de la del Stud-Book del Jockey Club de México.-Ex – Presidente del Club de Charros Mexicanos.-Ex – Presidente de la Junta Directiva del Concurso Hípico Mexicano.-Vice – Presidente de Honor del Club Hípico Francés de México.-Juez Honorario del International Jockey Club de México.-Socio Honorario de la Asociación Nacional de Charros): LA EQUITACIÓN MEXICANA. HABANA, 1917. México, Talleres Linotipográficos, J.P. Talavera, 1923. 118 pp. Ils., retrs., fots., p. 44. El autor debe referirse a la acción de usar la reata, y sobre todo cuando esta se amarra a los tientos de la silla una vez que se ha enrollado, con vueltas más bien chicas que grandes, y se sujeta a los tientos o correas que para el objeto tienen las sillas tanto al lado de montar, en el basto, debajo de las cantinas o árganas, cuanto en las que están al lado de la garrocha y que, además, sirven para sujetar los enreatados a la campana del fuste. 26 Cascorvo: Aplícase a la caballería que tiene las patas corvas. 27 Lunanca: Aplícase a los caballos y otros cuadrúpedos, cuando tienen una anca más alta que la otra. 16

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Que es de lejos conocida. Me gusta la morenita Según y como orejea,29 Más de todo pajarea,30 Se acochina31 y encabrita; No importa que sea mansita Ni que esté bien arrendada,32 Si a cada momento armada Se agarrota33 y amartilla;34 No sirve para la silla, Es penca35 y no vale nada. Me arrancho36 con la trigueña, Tiene empaque de ligera, Mas dicen que es carretera37 Y sobre todo mesteña;38 Es de pezuña pequeña Por estar gafa39 y despeada,40 De los encuentros41 venteada42 Por ser muy fogosa y loca; De mal gobierno, peor boca Y además encanijada. ¡Caramba! –exclamé enojado mirando tanta lacrada.43 ¿Qué no habrá una en la manada Según y como he pensado? En vano tanto ganado Que consume las pasturas. 28

Rincón Gallardo..., La equitación mexicana..., op. Cit., p. 17. Tordillo rusio: Enteramente blanco, con el cuero prieto. Orejear: Mover o empinar las orejas, los animales. 30 Pajarear: Asustarse las caballerías, moviéndose con violencia. 31 Acochinarse: Obstinarse las caballerías en no obedecer. Acular, o sea recular con la grupa rígida y el cuello extendido. 32 Arrendar: Educar las caballerías, haciéndolas a la rienda. 33 Agarrotarse: Endurecerse la reata de lazar. Ponerse rígidas las caballerías. 34 Amartillarse: Agarrotarse, amacharse, armarse o plantarse las caballerías. 35 Penca: Caballería de silla, sin ley ni brío. 36 Arrancharse: juntarse en ranchos. Acomodarse a vivir en algún sitio o alojarse en forma provisional. 37 Carretera: Se dice de la caballería que adolece del vicio de huir, cuando, no está montada. 38 Mesteña: Bestia mostrenca, cerril, huraña. Por extensión se aplica al animal doméstico sin dueño, y a veces, aunque indebidamente, al orejano o sea el que carece de fierro. 39 Gafa: Caballería que padece gafedad, o sea contracción de los cascos. 40 ISLAS ESCÁRCEGA, Leovigildo: VOCABULARIO CAMPESINO NACIONAL. OBJECIONES AL VOCABULARIO AGRÍCOLA NACIONAL PUBLICADO POR EL INSTITUTO MEXICANO DE INVESTIGACIONES LINGÜÍSTICAS EN 1935. México, Editorial Beatriz de Silva, 1945. 287 pp., p. 179. Despeado o espiado: Animal que sufre la despeadura. Despeadura: En las caballerías, escasez de casco, por desgaste excesivo de la superficie plantar, a causa de caminar el animal sin herraje en pisos ásperos o pedregosos, o por desbastar demasiado el casco al herrarlo, lo que consecuentemente ocasiona dolor al animal y la claudicación consiguiente. 41 Encuentro: Pecho de la caballería. 42 Ventear: Marcar a las caballerías con el fierro de la venta. 43 Lacrada: Bestia caballar que tiene lacras o cicatrices. 29

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¡Lástima de composturas Para aparecer graciosas, Si son charchinas44 roñosas45 Y de tan mala andadura! En fin, tanto me empeñaba En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que yo tanto deseaba. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal atención, Que me brincó el corazón Y hasta solté un relincho. Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo46 Allí me quedé estacado,47 Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo. Al punto, sin dilación Me la seguí pastoreando,48 Y a la vez que iba pensando Miré con satisfacción: Lindos ojos de venado,49 Color limpio, apiñonado,50 Lomo cuate,51 acanalado,52 Con siete cuartas53 de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado. Cabeza bien presentada, 44

Charchina: Caballejo; matalote. Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 122. Roñoso (a). m. Y f. Adj. pop. Modesto, de aspecto escuálido. / Tipo avaro. 46 Payo: Campesino ignorante y rudo. 47 Estacado: Se dice por estacada. Conjunto de estacas clavadas en el suelo. 48 Pastear: Comer el ganado la yerba en el potrero o pastal. Pacer, apacentar. Pero también es la acción del pastor o cuidador de rebaños, de proteger o vigilar a los mismos para que no se produzca la desbandada. 49 Ojos de venado: Los de las caballerías, cuando presentan un círculo obscuro a su alrededor. 50 Apiñonado: De color de piñón. Dícese, por lo común, de las personas algo morenas. 51 Lomo cuate o lomos cuates: El de las caballerías, cuando presenta una especie de canal, que es señal de gordura. 52 Acanalado o de canal (Caballo): El que por conformación especial, cuando está completamente gordo presente una especie de canal en el lomo y grupa. 53 Cuarta: Azote para las caballerías, hecho de correas de cuero tejidas. El tiro o parte principal mide por lo regular 21 centímetros (una cuarta), a lo que obedece su nombre; aunque las hay de mayor largo y aún con alma de plomo. 45

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Chica oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Modo de andar arrogante; Testera54 enjuta y labrada Con cuello torcaz55 y espada,56 Encuentro preponderante, Corta carona57 y cenceña,58 Anca ancha, casquimuleña59 Y crin y cola abundante. Antes que se escabullera A la cola me pegué, Mi pasión le declaré Para que al tanto estuviera; Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Mucho mejor ensillada, Cuidada en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada. Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo60 En un grande abrevadero. Sabiendo su comedero Siempre le seguí la pista, Y no la perdí de vista Porque soy muy tesonero. Después de andar de estrellero Sufriendo y dando de vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar a su potrero; Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido Si el cura en formal contrato, Nos echaba el garabato Y con la coyunda61 uncido.62 54

Testera: Frente de los animales. Labrada: la que en los equinos luce como adorno el remolino de pelos, llamado de la cabeza. 55 Torcaz: Collar. Dícese de la paloma torcaz. 56 Espada (romana): Remolino de pelo que se forma en el lado izquierdo del cuello de las caballerías. 57 Carona: Parte del cuerpo de la caballería, sobre la cual se coloca la montura. Sudadero grueso y acojinado que se pone debajo de ésta. 58 Cenceña: Animal equino que por conformación natural es delgado y enjuto. 59 Casquimuleño: Dícese de la caballería que tiene los cascos semejantes a los del ganado mular. 60 Chiflonazo: Suma velocidad con que arrancan o pasan los animales. 61 Coyunda: Correa fuerte y ancha, o soga de cáñamo, con que se uncen los bueyes. 62 Uncir: Poner el yugo a las reses que se dedican al tiro.

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No hice más que apechugar Y entré el yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y ya no hubo que esperar. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada!63 Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía Con mil trapos figurada. Tres dientes tenía postizos Y la que pensé potrilla, Era una yegua de trilla64 Y de colmillos macizos; Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo me quedé abismado, Maldiciéndome en castizos Por guaje65 y por animal. Era baya66 deslavada, Tenía el lomo con uñeras,67 Empinadas las caderas Y con la anca derribada; Lupia,68 esparaván,69 tusada70 Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento71 Picado de garrapata, Un gabarro72 en cada pata Y apestando toda a ungüento. 63

Desensillar: Quitar la silla a las caballerías. Islas Escárcega, VOCABULARIO CAMPESINO..., op. Cit., p. 273.Yegua de trilla: La hembra de la especie caballar, llamada antiguamente egua. De trilla: Acción de trillar. Época en que se hace la trilla. Conjunto de lo trillado. En el Norte de México, trilladero. 65 Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p.60. Guaje: adj. pop. Hacerse el tonto. / Cuando alguno de los cónyuges comete bigamia, “hace guaje” a la pareja. / Vaina entre morada, rojo y verde que contiene unos granos que son utilizados para condimentar salsas y guisar el delicioso “guaxmole”, para algunos paladares exageradamente fuerte. Esta vaina es indigesta y solamente quien está acostumbrado a comerla desde niño está en condiciones de darle el visto bueno. Viene de la voz náhuatl guaxe, que quiere decir vaina. Su uso se extiende a Hidalgo, Puebla, Guerrero, Tlaxcala y Oaxaca. Fruto del cuescozomate que una vez seco sirve de recipiente a la gente del campo como cantimplora y al que cortado a la mitad se le llama jícara. 66 Bayo: Pelaje de los solípedos, del que existen muchas variedades. 67 Uñera: Mancha de pelo blanco que en ocasiones presentan las caballerías en el lomo y en otras partes del cuerpo, a resultas de mataduras o rozaduras. Caballo uñerado. 68 Lupia: Tumor blando que se forma en la parte anterior y media de las rodillas de las caballerías, y que a veces se endurece. 69 Esparaván: Tumor que afecta la parte interna del corvejón de los equinos. 70 Tusar: Recortar la cerda a las bestias. También: Tusadero: Acción de tusar a las bestias, comúnmente cerriles. 71 Probablemente Luis G. Inclán se haya referido a este término “pellejo ceniciento”, a una piel chamuscada o manchada. 72 Gabarro: Tumor en las partes laterales de la corona del casco, y en la cuartilla de las caballerías. 64

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No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el estribo a patadas Y era de hocico asquerosa; Respingona,73 melindrosa,74 Con los asientos quebrados,75 Los ijares barbechados,76 De muermo77 siempre amagada,78 Matalota79 rematada, Penquísima80 en todos grados. Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo81 no había Quien me hiciera la cambiada. ¡Qué mas que ni regalada me la quiso un alfarero! Menos un carretonero Y costándome tanto oro, Se la dejé a mi vaquero Por ver si la mata un toro. Al ver a las forliponas82 Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas83 amponas,84 Rabeosas85 y respingonas Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo Por el chasco86 que he llevado;

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Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 120. Respingo. m. pop. Responder ante una acción de ofensa o de agravio. Quien no respinga es que ya está desmayado o muerto. 74 Melindroso: Se dice del animal delicado para comer. 75 Asientos quebrados: Partes de las mandíbulas inferiores de las caballerías, situadas entre los colmillos y las primeras muelas o lugares equivalente, en las que radica la acción del freno con que se les gobierna. Quebrados: los que están lesionados por la brusquedad del jinete o la acción del freno. 76 Ijares barbechados: Nombre de las dos cavidades situadas entre las costillas falsas y las caderas de las caballerías. Barbechados: se les dice así cuando por el castigo aplicado con las espuelas, se asemejan a los barbechos. 77 Muermo: Enfermedad contagiosa de las caballerías, que se caracteriza por la producción de botones y ulceraciones en la piel y en las mucosas. 78 Amagar: Hacer ademán de herir o golpear. Manifestar en alguien sus primeros síntomas una enfermedad. 79 Matalote: Caballo pesado, lento, sin brío. 80 Penquísima: Superlativo de penca, caballería de silla, sin ley ni brío, y/o penco: Caballo, en forma festiva. 81 Al pelo: Recomendada, o como se dice vulgarmente en México, “así me la recetó el doctor”. 82 Forlipona: Luis G. Inclán, usa el que ya, en estos tiempos es un anacronismo, pero que debe referirse a las señoras o señoritas de sociedad de muy buena apariencia, tanto física como en belleza. 83 Gualdrapa: Cobertura larga, de seda o lana, que cubre y adorna las ancas de la mula o caballo. 84 Ampón: Amplio, repolludo, ahuecado. 85 Rabeosa: Caballería que rabea, o sea que mueve el rabo con frecuencia en todas direcciones, especialmente cuando se le castiga.

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Me tiene huído, azorado Y sus daños resintiendo. Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las miré catrinas;87 Ya he visto que son charchinas Y sus mañas conocí. Reniego de mi torpeza Y juro a Dios, por mi vida, Que la yegua más lucida Es manca de la cabeza; Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre andan mondaleras.88 Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise obedecer Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos89 Como yo fui, la verdad. Luis G. Inclán.90

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Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 34. Chasco. m. pop. Jarro poblano de barro para tomar pulque con el que se juegan bromas. “Llevarse un chasco” es fracasar en algún propósito. 87 Ibidem., p. 24. Catrina. F. Pop. Jarra poblana o de Guadalajara, comúnmente de vidrio recuperado en color azul o verde que hasta la década de los sesenta dejó de usarse como medida pulquera. De igual forma, también se refiere a las mujeres de una buena condición económica. En el arte, José Guadalupe Posada, hizo de sus “Calaveras catrinas” toda una expresión de la sociedad en tiempos del periodo conocido como “porfiriato”. De igual forma, Catrín, na: Elegante, bien vestido, engalanado, emperejilado. 88 Mondalera: Flaquencia de las caballerías y de otros animales domésticos. 89 Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 81. Macho: m. Pop. Se dice que los mexicanos somos todos machos, debido a la herencia española, aunque también podría existir influencia prehispánica. El macho mexicano es depredador, inconsciente, abyecto e irresponsable. Por otro lado, el excesivo machismo conlleva muchas características homosexuales reprimidas. Jalisco o algunos jaliscienses han acuñado frases como: “No te rajes, Jalisco...”, “Palabra de macho...”. “Yo soy macho de Jalisco...”, cuando también, en México, todos sabemos que en este estado existe –según la Vox Dei, vox pópuli- un alto grado de homosexualismo. 90 Aranda Pamplona, Luis Inclán... op. Cit., p. 175-9.

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Por su parte, tengo a mi alcance otro texto, seguramente una transcripción enriquecida que hizo en su momento Valeriano Lechuga, 91 que fue redactado en 1906, seguramente padre de este E. Lechuga y charro consumado por añadidura, quien no da crédito a Luis G. Inclán como autor original de la misma pieza, y que debe haber trascendido entre aquellos charros y vaqueros de la región del valle de Toluca.

Ernesto Icaza. (En la portada del manuscrito, un retrato del caballo Garañón92) “Un Ranchero” rico pero... sin experiencia. A mi querido sobrino Gabriel Barbabosa O., y a su digna esposa. México, D.F., a 13 de octubre de 1964. E. Lechuga. De Gabriel Barbabosa O., para Luis Barbabosa O. Toluca, Méx., 25 de noviembre de 1979. JARIPEOS93

91 92

Dato que me proporcionó el Arq. Luis Barbabosa Olascoaga. Garañón: Caballo semental.

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Un don Pascasio Romero Que gran caudal heredó, A esta capital llegó A disfrutar su dinero. Allá en estilo ranchero Concibió el extraño plan, De buscar con mucho afán Una mujer que quería, Con reglas de albeitería, Entre las hijas de Adán. A todas cuantas miraba Les fijaba la atención, Les hacía su aplicación Y mil defectos hallaba. -Esa-, muy triste exclamaba mirando una linda güera, hará pedazos la anquera; es mal pelo ese dorado, ninguna se me ha logrado y menos siendo llanera. Aquella otra azafranada Por alazana, es graciosa, Pero arisca quisquillosa94 Y de siniestra mirada, Anda tan encapotada, Con el paso trastocando Que falsamente pisando Asentando la ranilla Cada tranco trastabilla Y ya se está emballestando. La rosilla es primorosa, Parece de buena alzada, Pero anda muy despapada Y una mondinga horrorosa; La otra si, que es estilosa,95 Trota sobre la cadera. ¡Ah caramba! Es estrellera y además gorbeteadora; por fuerza tropezadora y de pésima carrera. De buena estampa es la blanca, Bien amarrada y de rollo, Pero tiene anca de pollo 93

Jaripeo: Conjunto de los ejercicios del deporte nacional mexicano, tales como lazar, colear, jinetear animales brutos y colear la reata. Fiesta en la que se ejecutan dichos ejercicios. 94 Quisquillosa, sa: Que se para en quisquillas o pequeñeces. 95 Estilosa: Que tiene modo, manera, forma.

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Medio cazcorva y lunanca; Aunque es todavía potranca Y está con la cuenca hundida La crin y cola torcida, Siempre estará puerca y sucia; No quiero tordilla rucia Que es de todos conocida. Me suscribo a la trigueña, Porque parece ligera, Pero no que es estrellera Con mano blanca y anesteña96 Tiene la oreja pequeña Pésimos cascos, espeada97 De los encuentros venteada Por ser muy fogosa y loca De mal gobierno, pero boca Y además encanijada. Me gusta la morenita Según y como orejea, Más de todo pajarea, Se acochina y se encabrita; No importa sea mansita Ni que esté bien arrendada, Si a cada momento armada Se agarrota y amartilla; No es buena para la silla, Es penca y no vale nada. Por fin exclamé enojado Mirando tanta lacrada, ¿Qué no habrá una en la manada, según y como he deseado; De valde tanto ganado, Con sillas tan primorosas, Lástima de composturas Para aparecer graciosas Si son charchinas roñosas Y de tan mala andadura. En fin, tanto me he empeñado En buscar y rebuscar, Que al cabo llegué a encontrar Lo que ya tanto he deseado. En el zócalo me hallaba Distraído y entretenido, Cuando el crujir de un vestido Me causó tal emoción, Que me brincó el corazón 96 97

Anesteña: (¿?) No se encontró en los diferentes diccionarios este término. Espeada: (¿?)No se encontró en los diferentes diccionarios este término.

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Y hasta pegué un relinchido. Pues pasó muy majestuosa Por enfrente de mi banca, Una muy linda potranca Con una cara de rosa; Chulísima, muy garbosa Me echó un vistazo al soslayo, Y yo cual baboso payo Allí me quedé estancado, Sorprendido, apajarado Cual si me cayera un rayo. Al punto, y sin dilación Me la seguí pastoreando, Y a la vez que iba aplicando Reglas de comparación: Miré con satisfacción, Lindos ojos de venado, Color blanco apiñonado, Con siete cuartas de alzada, Boca y rienda delicada Y un camperito asentado. Cabeza bien presentada, Larga oreja y ancha frente; Modo de ver imponente, Testera enjuta y labrada Con cuello torcaz y espada, Encuentro preponderante, Al despertar arrogante Corta carona y cenceña, Anca ancha, patimuleña98 Con crin y cola abundante. Antes que se me escabullera, A su cola me pegué, Mi pasión le declaré Para que al tanto estuviera; Le ofrecí cuanto quisiera: Buen pesebre, harta cebada, Cuidarla en caballeriza; Y con amable sonrisa Me dirigió una mirada. Ella, sin hacerme caso El trotecito apuraba, De vez en cuando orejeaba Y más apretaba el paso; Se metió de chiflonazo 98

Patimuleña: Semejante a casquimuleña.

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En un grande abrevadero. Y sabiendo su comedero Ya no la perdí de vista, Y siempre le seguí la pista Porque soy muy tesonero. Después de andar de estrellero Sufriendo mil largas vueltas, Con recados, cartas sueltas, Logré entrar en su potrero. Me costó mucho dinero El verme correspondido. Ella sólo había admitido Si el cura formal contrato, Nos echaba el garabato Y con la coyunda uncido. No hice más que apechugar Entré al yugo resignado, Mi fierro le fue plantado Y no hubo que desear. ¡Mas cual sería mi pesar al verla desensillada! Toda estaba embadurnada Con muchísima maestría; El pecho y anca tenía. Con mil trapos figurada. Tres dientes tenía postizos Y la que juzgué potrilla, Era una yegua de trilla Y de colmillos macizos. Por supuesto, sus hechizos Con un desengaño tal, Fueron a dar al corral Y yo, me quedé abismado; Por guaje, para mi mal Era baya deslabada Tenía el lomo con uñeras Empinadas las caderas Y con el anca derribada Lupia, esparaván, tusada, Y por no alargar el cuento, Un pellejo ceniciento. Picado de garrapata Un garbanzo99 en cada pata Y apestando toda di ungüento.

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Similar a gabarro.

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No he visto otra más mañosa Entre todas las manadas, Rompía el vestido a patadas Respingona, endemoniada, Con los asientos quebrados, Los ijares barbechados, De muermo siempre amagada, Matalota rematada, Y de siniestra mirada. En fin semejante bola, Que mi dada era barata No es buena para la cola Y menos para la reata. Ensillada y enfrenada En vano la proponía; Por otra al pelo no había Quien me hiciera la chambiada.100 Qué mas que ni regalada me la quiso un alfarero, Tampoco un carretonero Y costándome tanto oro, Por ver si la mata un toro Se la dejé a un baquero. Por ver si la mata un toro. Al ver a las forliponas Tan anchas y encopetadas, Todas con caras pintadas Y las gualdrapas amponas, Raviosas101 y reparonas102 Y falsedad presumiendo, De miedo me estoy muriendo Por el susto que he llevado; Me tiene muy azorado Y su daño resintiendo. Por casa las rancheritas Lucen lo que Dios ha dado, No hay género almidonado, Cojines de pinturitas. Son dóciles y mansitas, Mas yo tonto, presumí, Mejores a las de aquí Porque las juzgué catrinas; 100

Flores y Escalante..., Morralla del Caló..., op. Cit., p. 32. El trabajo o la chamba. Trabajo que no tiene todas las características de una labor en forma y se aplica a los subempleados regularmente. / Der: chambón, chambista, chambeador y/o cambiador, chambero. 101 Raviosas: Igual a rabeosa. 102 Reparonas: Reparar, corcovear. Saltar las caballerías encorvando el lomo.

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Y he visto que son charchinas Y su daño resentí. Tanta melena le pesa Y estando siempre de anquera, Les resulta una cojera, Resbalan las herraduras, Se lastiman las cinturas Y siempre anda mondalera. Por fin he quedado hoy día Ya casado y sin mujer, Porque quise conocer Las reglas de albeitería. ¡Maldita la suerte mía! ¡Maldita mi vanidad! ¡Maldita mi ceguedad! Abran los ojos, muchachos: Miren bien, no sean tan machos Como fui, a la verdad. Hoy el que quiere encontrar, A la mujer de su amor, Se la tiene que buscar Con tren y a todo vapor, Para no descarrilar En la primera estación. Su mangana103 y al tirón104 No busque de paso105 o trote106 Charra107 y de pronto garrote108 Si no se volca el vagón. Copia de la que me obsequió mi querido primo-compadre, que su alma de Dios goce, esperamos en su misericordia infinita (D. E. Paz). Valeriano Lechuga Toluca, agosto 30, 1906.

Como se ve, son apenas un conjunto pequeño de cambios y modificaciones, lo que altera la forma, no el fondo de este singular verso, emblemático en sí mismo y que ha conseguido fascinar a varias generaciones de charros, de los más ponedores y hasta los que hacen de este deporte nacional solo una expresión de pasatiempo. Ignorar estos versos es como desconocer el catecismo o los diez mandamientos y que entre los charros mismos, es imperdonable. 103

Mangana: Lazo que debe de atrapar solamente las extremidades delanteras, o sean las manos de un animal. Tirón. Tirón falso: En la suerte de colear, el que se da estirando y soltando inmediatamente la cola de la res. 105 Paso, o paso llano: Andar sencillo y cómodo de las caballerías. 106 Trote: Marcha de las caballerías, en la cual el cuerpo del animal es soportado en los miembros diagonal y alternativamente. 107 Charra: Probablemente se refiera a gente o cosa de mal gusto. 108 Garrote: Garrotazo, trancazo, golpe. 104

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GAVIÑO, CONFUNDIDO EN UNA FIESTA PROVINCIANA CON LORENZO CABELLO, MEJOR CONOCIDO COMO “LENCHO” AQUEL QUE SENTENCIABA: “CON ASTUCIA Y REFLEXIÓN, SE APROVECHA LA OCASIÓN”.109 Desde luego que ya adivinaron a quien me refiero. Ni más ni menos que al jefe de los hermanos de la hoja, o los charros contrabandistas de la rama. -Que todavía, con estos datos no aciertan a descubrir quién es el misterioso “Bernardo Gaviño” que anda toreando por rumbos de Tochimilco, Puebla?

Este es Bernardo Gaviño, “tarjeta de visita” seguramente obtenida en el gabinete de los hermanos Valleto, allá por 1880.

Bien, vamos a terminar con el suspenso. El “jefe de los hermanos de la hoja” o “Bernardo Gaviño” no es otro que Lorenzo Cabello, personaje creado por Luis G. Inclán en su novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales que tituló: ASTUCIA, publicada por primera vez en 1865. “Lencho”, luego de ser un buen muchacho, educado bajo los más rigurosos consejos de don Juan Cabello su padre, decide probar fortuna al unirse al famoso grupo de contrabandistas de la rama, quienes desde Michoacán emprenden largas jornadas, que cubren sitios tan alejados como el mencionado Tochimilco, pequeño poblado que va a ser escenario de un interesante festejo en el que se 109

Luis G. Inclán: ASTUCIA. El jefe de los hermanos de la hoja. O los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales. Prólogo de Salvador Novo. México, 6a. ed. Editorial Porrúa, S.A., 1984. XVI-540 pp. (“Sepan cuantos...”, 63), p. 163-65.

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organiza una verdadera tarde de toros. Mientras se suceden interesantes escenas taurinas y campiranas en aquel improvisado coso, donde “Lencho” da muestra de su dominio, una viejecita hermana del señor cura empezó con la tentación de saber quién era aquel muchacho, por lo que a cada momento y a cuantos podía les preguntaba con empeño: -¿Quién es ese joven tan buen mozo y presentado? ¿Quién será? No faltó alguien que le contestara -si mal no me recuerdo, me parece que oí decir que se llamaba Gavino, no Cutino, ello es que su apelativo va por ahí, no lo recuerdo bien. -Gaviño querrá usted decir -repuso un fatuo que era tinterillo del juzgado de Letras y se daba importancia de conocer a todo el mundo.- Gaviño, sí, señor, el primer espada que trabaja en la capital, ¿no es así?

El comentario se dispersó como reguero de pólvora y, en un santiamén todos los asistentes en la plaza vitoreaban al “charrito tan guapo (que) es Gaviño”. -”¡Viva Gaviño! ¡viva Bernardo!” Cuando ya estaba el segundo toro, picado por ASTUCIA, que además banderilleó y le dio una buena estocada de vuela pie, las palmas atronaron como en la mismísima capital. Buldog, que era uno de los miembros de la “cuadrilla” no había estado del todo bien. Pero además, el hecho de que todo mundo ahora reconocía en “Lencho” a Gaviño, sirvió para que surgiera la envidia pero también la aclaración a todo aquel desconcierto. En uno de los intermedios vino el comandante agarrado del encoladito que afirmó que era Bernardo Gaviño, sosteniéndoselo a su buen amigo el Buldog que quiso salir de dudas. -Muy bien, Bernardo, muy bien -le dijo a Astucia cuando estuvieron enfrente del tablado en que estaba sentado con los pies descansando en las vigas que formaban el redondel. Astucia lo vio con indiferencia sin darse por enterado, entonces el tinterillo repitió sus alabanzas. -Bien, Bernardo, bien has quedado. -¿Con quién habla usted, señor mío? -Pues, ¿con quién he de hablar, chico, sino contigo? -¿Contigo? pues me gusta la confianza, y de veras que es ingeniosa la lisonja, ¿por quién me ha tomado usted, caballerito? -¿Cómo por quién? Por Bernardo Gaviño. -Está usted en un error, no me llamo Bernardo, y si lo fuera, ¿quién es usted para tutearme? ¿Qué, porque se presenta uno al público debe menospreciarlo cualquier charlatán? -Pues ¿no es usted Gaviño; -repitió aquel hombre medio cortado por la reprimenda- yo lo he visto torear en Puebla y otras plazas. -¿A mí? -Sí, señor, a usted. -Pues entonces permítame que le diga que miente más que un sastre; aunque me nombran Gaviño, jamás me he presentado a torear en plazas públicas de paga, el mentado diestro con quien usted me confunde, es torero de profesión, el único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia; aquél es español, yo soy criollo, y la semejanza de apellido (recordemos que es Cabello) a nadie autoriza para que tan villanamente se nos trate con tal audacia, que se atreve a sostener en mis barbas su impostura.

Hasta aquí la cita de Luis G. Inclán. Ahora, analicemos un poco esta apología que don Luis hace del gaditano. Evidentemente Inclán es un gran aficionado y creo que no deja pasar la oportunidad de lanzar elogios al verdadero Bernardo Gaviño, que torea en Puebla y otras plazas. Pero además, lo describe como torero de profesión. En estas palabras ha forjado perfectamente el perfil de grandeza que Bernardo posee gracias a su

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popularidad: “Gaviño, sí señor, el primer espada que trabaja en la capital...” Con esto, aunque haya sido retratado dentro del contexto de la novela de costumbres mexicanas, percibimos el radio de acción que era capaz de alcanzar el diestro, siendo tal la resonancia de su fama no solo en la capital del país; también en la provincia: “El único que se ha llevado en la República entera todas las simpatías, y merecido multiplicados aplausos con justicia...” Bastaron los alardes de “Lencho” Cabello o lo que es lo mismo ASTUCIA, para que se convirtiera momentáneamente en el más importante torero del momento, por un error de identificación, mismo que sirvió de pretexto a Inclán para dejar testimonio de aquel toreo “a la mexicana” practicado por “Lencho”, junto con todo el significado de influencia ejercido, ahora sí, por Bernardo Gaviño y Rueda.

Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs.

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¿HAY UN TOREO A LA “MEXICANA”? LUIS G. INCLÁN NOS ACLARA LA DUDA. En mi afán de seguir buscando aquellos términos que por su original denominación aplican en el espectáculo taurino, encontré una curiosa coincidencia que se hizo presente allá por 1887, año en el que las corridas de toros recuperaban su dinámica en la ciudad de México, luego de una larga prohibición impuesta entre los años de 1867 a 1886. Ya desde 1884 y con la aparición del periódico “El Arte de la Lidia”, en el que uno de sus responsables fue Julio Bonilla, se hizo notar en buena parte de las páginas dedicadas al quehacer que, entre 1884 y 1887 se dio en la provincia, varios de sus colaboradores comenzaron a mostrar interés por desvelar diversos significados que la técnica y la estética supondrían en unos momentos en que aún no estaba del todo declarada la etapa que he denominado como de asunción del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Por tanto, quienes detentaban por aquel entonces el control taurino eran dos figuras centrales: Bernardo Gaviño, ya en plena decadencia, y que habría de morir el 11 de febrero de 1886. El otro caso fue el de Ponciano Díaz. Sin embargo, el tipo de expresión que predominaba era la de un toreo a la “mexicana”, si nos atenemos al hecho de que calificar con esa etiqueta aquel tipo de manifestaciones, era por el simple hecho de que estaban en boga un conjunto de suertes resultantes de aquel periodo de fascinación que puso en práctica el diestro portorrealeño, matizando los festejos no sólo del entramado que se fundaba en la técnica, pero más aún en la herencia española, de la que aún soplaban algunos vientos, puesto que hubo algún distanciamiento con todo aquello que proviniera de España, y no tanto por el hecho de no emparejarse con los adelantos que ocurrían en la península, sino por el hecho de que Gaviño impuso un control el cual se convirtió en la directriz de muchos de los festejos que entonces se desarrollaron durante el periodo de su mayor vigencia, que va, por lo menos de 1835 a 1886. Aquello era un conjunto de representaciones híbridas y combinadas, lo mismo a pie que a caballo, agregándoseles toques de “fantasía” basada en la incorporación de mojigangas, globos aerostáticos, jaripeo, coleo y manganeo. De la misma forma, también estaban presentes los toros embolados, los fuegos de artificios, las cucañas o palos ensebados que fueron un gran muestrario de la riqueza que ostentaba el espectáculo en aquellos momentos. A la llegada de Ponciano Díaz, las suertes que se practicaban eran una perfecta puesta en escena de todo aquello que ocurría en el campo pero que se podía practicar en los ruedos y viceversa. Todo esto no era suficiente para darle a la tauromaquia un sentido formal, de ahí que cuando corría el año de 1887, comenzaron a surgir una serie de impresos que vindicaban y reivindicaban a las “Tauromaquias” como tratado. Un primer ejemplo es el de Luis G. Inclán, quien para 1862 publicaba su ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Por fortuna, dicha obra es hoy una realidad en la interesante edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España y que se publicó en Madrid el año de 1995. Volviendo al año 1887, al menos dos ediciones dieron constancia no de la de Montes, pero sí de la de José Delgado “Pepe Hillo”, lo que recuperaba un documento que para entonces, ya era en España anacrónico y pasado de moda, pero no para nuestro país.. Fue tal la importancia que desprendía el contenido de ese documento que tanto en la ciudad de México como en Orizaba salieron impresas dos ediciones de un mismo título. El impresor de Orizaba, Juan C. Aguilar fue aún más allá, pues en la portada advertía que se trataba de la “Primera edición mexicana, Corregida al estilo de las suertes del país y aumentada con el uso del manejo de la reata y el jaripeo”. Con esto, afirmaba de alguna manera el hecho de que no bastaba con la “Tauromaquia” de “Pepe Hillo”. Era necesario seguir glorificando una serie de suertes que, sobre todo en manos de Ponciano Díaz alcanzaban la dimensión “non plus ultra”.

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Contenido temático de la “Tauromaquia” de “Pepe Hillo”

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publicada por Ignacio Cumplido en la ciudad de México. 1887.

En cambio, Ignacio Cumplido, impresor del otro ejemplar en la ciudad de México fue más conservador y respetó, hasta donde le fue posible la integridad de la fuente original, haciendo una transcripción que se apegara a la experiencia del antiguo diestro sevillano, muerto el 11 de mayo de 1801.

http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Portada_tauromaquia_pepehillo.jpg

En dicha fuente existe una serie de definiciones que, por ser motivo de la presente sección, no dudaré en citar algunas de ellas, con el propósito de encontrar si ese anacronismo ya se materializó o sigue vigente aún. Y aún más. Me pregunto si el “anacronismo” del que me ocupo fue una concepción teórica que se adaptó al también “anacrónico” estado de cosas que se mantenía en el quehacer taurino de antes de la “reconquista vestida de luces” que detona vigorosa a partir de 1887. Me refiero a la reconquista vestida de luces, que debe quedar entendida como ese factor el cual significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole eso sí, una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera, chauvinista si se quiere, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales – quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo

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fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX, tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento afortunado del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

En 1870, cuando Ponciano estaba metido en aprender un pial o una mangana, estas “figuras” divertían a la afición michoacana. En Revista de Revistas Nº 1394, del 7 de febrero de 1937.

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ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. Páginas atrás quedó mencionada una publicación hoy por hoy bastante curiosa. Se trata de la editada por Luis G. Inclán, quien para 1862 dio a luz su ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Por fortuna, dicha obra es hoy una realidad en la interesante edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España y que se publicó en Madrid el año de 1995.

Al finalizar una selección de textos de la original, publicada en 1836, el propio impresor y escritor costumbrista, deja un párrafo que puede convertirse en una clave de muchos significados que a la letra dice: NOTA.-Quedan las páginas de este tratado abiertas, para que las personas que gusten ilustrarlas con sus luces, puedan dirigirse al editor, y sobre este arte tengamos una obra mexicana que llene su objeto.-LUIS G. INCLÁN.

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Particularmente el año de 1862 registra una baja actividad taurina en la ciudad de México, en comparación con 1853, por ejemplo, año en el que hubo cerca de 100 festejos. Dicha publicación supone, como lo advierte el propio Inclán la esperanza de que “una obra mexicana (como esta, con objeto de) que llene su objeto”. Es decir, es el propio autor de Astucia quien en esos momentos de realizar un extracto a la obra “madre” que era la “Tauromaquia” de Francisco Montes, imagina un escenario que corresponda a la condición de lo nacional, adaptándose esos términos españoles a un ámbito mexicano. Tal circunstancia puede entenderse en la Tabla alfabética de las voces y términos que se usan en el arte de torear, cuando algunos de los términos y expresiones allí aludidos, fueron incorporándose al lenguaje y a los hábitos que por entonces estaban en práctica. Veamos algunos de esos ejemplos. Abantos. Toros de sexta clase de juego. Brabucones. Toros de séptima clase de juego. Capitán. El primer espada que dirige la cuadrilla y es el jefe de toreros y toreadores. Correr al toro. Obligarlo a que mude de sitio siguiendo al capotillo. Dar capa. Lo mismo que capear. De sentido. Toros de quinta clase de juego. Flores. Las que se clavan al toro en la frente. Lear (o liar). Enrollar la capa en el brazo o en el palo de la muleta. Levantados. Los toros que tienen alzada la cabeza y continuamente rematan muy alto. Locos. Se llama a los toros revoltosos.

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Memela. Suerte de ponerle al toro los pies en la frente habiéndose el diestro tirado boca arriba en el suelo para recibirlo. Parche. Ponerle al toro papeles, trapos o cualquier otra cosa con rejón sin que sea en la frente ni sobre el lomo. Pelo. Se apropia a la calidad o color del toro. Querencia. El sitio que eligen los toros para aplomarse o embarrerarse. Quiebro. Galleo o recorte. Recargado. El toro que a pesar de haber rematado la suerte vuelve desde luego a intentar otra sin que lo atemorice el castigo ni lo burle el engaño. Rematar la suerte. Acabarlo de matar. Trastear. Capear al toro que descubre su juego o disponerlo para alguna suerte. Tijerilla. Suerte de capa. Toreadores. Los picadores o banderilleros que entran a caballo. Ver llegar. Esperarse firme a que el toro entre en suerte. Vuela pies. Estocada sin esperar. Retomo el asunto, en el entendido de que al existir una lámina que contiene 30 distintas interpretaciones de suertes del toreo, practicadas, según todo parece indicar, en el México de los años posteriores a la segunda mitad del siglo XIX es precisa una valoración y análisis. Y digo “según todo parece”, pues el trabajo de Inclán es un reflejo directo de lo que sucedía en los ruedos de aquella geografía taurina decimonónica, no alejada por cierto de las reglas que, a distancia prudente se dictaban de manera contundente en España, México era espacio más relajado para su cumplimiento y ejecución. Aún así, existen suficientes razones para entender que tal circunstancia no fue síntoma de alejamiento; más bien de una aproximación que no negaba la pasada influencia hispana, no sólo espiritual; también técnica y estética, como veremos. Las traeré hasta aquí en el orden en que aparecen en la lámina ya conocida.

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Figura Nº 1. LA VERÓNICA. Cuando el diestro se presenta con la capa desplegada de frente, manteniéndola con las dos manos, y al humillar el toro la cabeza, cambia de lugar por su terreno, retirando el engaño en la misma posición en que citó, o por arriba siguiendo el movimiento de la cabeza, quedando prevenido para repetirla.

Figura Nº 2. LA NAVARRA. Se sitúa el diestro en la misma forma que para la Verónica; pero teniendo cuidado de que el toro tenga sus piernas enteras, poniéndose corto lo cita y cuando embista le va tendiendo la suerte retirándose para atrás, se la carga cuando llegue al centro, y al estar bien humillado le arranca la capa con prontitud por debajo del hocico, dando al mismo tiempo una media vuelta con ella por dentro sobre una pierna, viniendo a quedar otra vez frente del toro, toma distancia para emprenderla de nuevo.

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Figura Nº 3. LA CHARTRE O TIJERILLA. Se sitúa el diestro lo mismo que para las anteriores, con la diferencia de que cruza los brazos uno sobre otro al presentar la capa, y al instante de rematar la suerte los vuelve a su posición natural, retirando el engaño como si con él envolviera al toro.

Figura Nº 4. AL COSTADO O SEA DE PERFIL. Se hace con la capa por delante o por detrás; cuando es por delante, se pone el diestro de frente al terreno de adentro, teniendo la capa agarrada con la mayor parte de su vuelo en el lado del toro, el brazo bien tendido y la otra mano con el resto de la capa delante del pecho y el cuerpo perfilado cubriéndolo con el engaño; tan luego como llega el toro a jurisdicción, gana el terreno que éste ha dejado, retirando su capa con presteza y cambiando de frente, y la posición de los brazos, vuelve a perfilarse para continuar.

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Figura Nº 5. DE FRENTE POR DETRÁS. Esta la ejecutan poniéndose el diestro de espaldas en la rectitud del toro, teniendo la capa por detrás lo mismo que si fuera de frente; en esta disposición hace la cita, y luego que el toro parte y llega a jurisdicción, le carga la suerte y se apropia del terreno que ocupaba dando el remate, y con una vuelta de espalda queda armado.

Figura Nº 6. CORRER LOS TOROS. Llámase así cuando se hace que siguiendo el toro al capotillo mude de sitio porque se conozca que quiere aquerenciarse para no dar lugar a que, se aplome o embarrere, o ya para ponerlo en mejor colocación y ejecutar las suertes que se preparan; generalmente practican esto los peones, y consiste su ejecución en asegurar el capotillo de una punta con una mano, y el resto tirárselo al frente al toro para que lo siga por el rumbo adonde se quiera mudarlo.

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Figura Nº 7. GALLEOS. Así llaman a los quites que se hacen a favor de la capa ú otro engaño. El Bu, este galleo lo practican poniéndose la capa sobre los hombros o en la cabeza como si fuera un chal, en esta disposición se llama la atención del toro para que al seguir el bulto bajando los brazos se le saque la vuelta.

Figura Nº 8. Hay también otro que es cuando coge el diestro la capa del mismo modo que para la suerte de costado, por detrás se va hacia al toro descubriendo una curva cuyo fin es el centro de la suerte, concluyendo con dar una media vuelta para el terreno de adentro al instante de rematar.

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Y aquí vienen otra serie de precisiones que el autor de Astucia hace partiendo del hecho de que en el despliegue de suertes practicadas con la capa, se practicaban algunas más con el mismo fin de evadir la embestida, evasión que implicaba un lucimiento. Nos vuelve a ilustrar Inclán, como sigue. También se hace otro con el capotillo recogido en la mano del lado en que ha de presentarse primero al toro, y cuando se llega al centro de los quiebros se la acerca para que humille, en cuyo acto toma el diestro la salida y cambia el engaño a la otra mano, haciendo un quiebro de cintura fuerte, con lo cual pasa el toro muy humillado por su espalda y tira la cabezada fuera. Se hace también con un sombrero, con la montera, un pañuelo o cualquier otro engaño pequeño. Esta suerte me hace recortar el famoso recorte al brazo que Antonio Reverte puso de moda a principios del siglo XX. Igualmente se hace otro galleo que sirve para destroncar a los toros y quitarles piernas, el cual consiste en que viniendo el toro levantado con dirección al diestro, éste se está quieto con el capotillo recogido, y al entrar el toro en jurisdicción se le tira al hocico, conservándolo agarrado de una punta para estirarlo velozmente al escapar el bulto pasándose con prontitud al terreno que traía el toro por el lado que le sea más favorable. RECORTES. Son los quiebros de cuerpo que hace el diestro para evitarse un hachazo o derrote del toro, sin auxilio del engaño, cuando se ha encontrado con él en un mismo centro, y merced a esos quites se libra de un embroque saliendo con diferente viaje. CAMBIO DE VIAJE. Esto solo los puede ejecutar un diestro bastante inteligente, y que conozca desde luego la clase de juego del bicho: consiste su ejecución en hacer que haya un verdadero contraste, es decir, marcar la salida del toro por un lado de la suerte y dársela por el otro, trastornando el engaño al tiempo que va muy codicioso de cogerlo, y humillado, se le sigue hartando con él para que voltee y no se remata ni retira hasta que estén cambiados los terrenos, dándole viaje y salida por el mismo terreno en que venía, haciéndolo describir en el suelo una verdadera Z con los pies en que se apoya para rematar. Analicemos ahora la visión que tuvo en ese momento del siglo XIX Luis G. Inclán, acerca de la realidad misma que se reflejaba en las plazas, a partir de la interpretación que proporcionaba la “Tauromaquia” de Francisco Montes, que era, para ese momento, la columna vertebral del espectáculo ya no sólo en España. Como puede comprenderse, también el espíritu de la de “Pepe Hillo” y esta otra atribuida a Montes, comenzaron a permear y a abarcar el ambiente taurino mexicano, detentado en buena medida por Bernardo Gaviño, que, como español también influyó para cerrar ese propósito. Bernardo, en Puerto Real, apenas debe haber tenido vaga idea de quién fue José Delgado, puesto que habiendo nacido en 1812, sale de ese territorio gaditano más o menos en 1827 o 1828, embarcándose con destino y para siempre al continente americano. Por otro lado, Gaviño quizá pudo conocer algún ejemplar de la otra “Tauromaquia”, la de Montes, cuando el Conde de la Cortina, por cierto amigo suyo, debe habérsela mostrado, justo cuando el propio José Justo Gómez de la Cortina, publica en 1837 en El Mosaico Mexicano, una reseña biográfica en torno a José Delgado, el diestro sevillano que se convierte en el padre intelectual de la celebérrima “Tauromaquia”, cuya primera edición, por cierto publicada en Cádiz, se remonta al año 1796.

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Fig. Nº 9. PASES DE MULETA. Estos se ejecutan doblando sobre un palo mediano la capa a que quede en forma de bandera, se puede manejar con una mano, y se practica de todos modos, principalmente con la izquierda. PASE REGULAR. Cuando el diestro presenta el engaño parado de frente o bien perfilado, y al humillar el toro remata la suerte lo mismo que en la verónica ya sea tendiéndola alzando o bajando la muleta.

DE PECHO. Cuando por haber tenido la suerte o ceñídose el toro, se ha metido en el terreno del diestro, y no pudiendo cambiar de mano la muleta por tener la derecha con la espada, perfila el cuerpo, avanza la mano izquierda, y frente a su pecho remata la suerte haciendo que vuelva el toro con su mismo viaje para mejorar de terreno, lo cual verifica desde luego con dos o tres pasos oblicuos para atrás.

A proporción de la clase de toros, así se le aplican los pases regulares, tendiéndoles el engaño, dejarlos hartar de capa, perfilárseles de costado, o enrollar la muleta para que partan a un objeto más pequeño si son celosos del engaño.

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Fig. Nยบ 10. CAPEAR ENTRE DOS. Cada diestro toma una punta de la capa, y cruzando el brazo sobre el pecho; se cubren con ella para presentar al bicho un solo objeto. Al instante que el toro humilla se abren violentamente sin soltarla; rematando la suerte por arriba, hacen que siga su viaje pasando por en medio, y cambiando luego de mano, se le vuelven a presentar del mismo modo para repetir.

SUERTES DE BANDERILLAS De los cinco modos mรกs comunes, deberรก apropiarse a cada toro el que exige su calidad.

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Fig. Nº 11. 1ª AL RECORTE. Este es el modo más difícil, más lucido, más expuesto, y por lo mismo de mucho más mérito. Se ejecuta yéndose el diestro al toro para hacerle un recorte, y al instante de que esté humillado hace el quiebro y tiene metidos los brazos con los rehiletes hasta que el toro en el hachazo que tira se los clava solito; entonces, haciéndole un recorte, sale del centro de la suerte sin que le alcance algún derrote; es sumamente expuesto, porque tiene el diestro que embraguetarse con el toro, conservándose ceñido hasta el momento en que remata la cabezada; ser muy ligero en los quiebros, tener mucha práctica en hacer recortes, y un vasto conocimiento de la calidad del bicho.

Fig. Nº 12. 2ª A TOPA CARNERO. También se dice de pecho o a pie firme. El modo de efectuarse esta suerte, es pararse el diestro a larga distancia del toro y de cara con él, obligándolo a que le parta: se estará firme hasta que llegue a jurisdicción y humille, en cuyo momento con gran ligereza hará un quiebro, con el que saldrá del embroque, y cuadrándose le meterá los brazos, estando ya fuera de su jurisdicción, con lo que el remate es seguro, pues aunque se ciña al sentir, los piquetes de las banderillas toman distinto viaje.

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Fig. Nº 13. 3ª AL CUARTEO. Para esto se presenta el diestro delante del toro, bien a la larga o corta distancia, citándolo, y luego que haga por el bulto, saldrá formando un medio círculo igual al de los galleos, cuyo remate será el centro mismo del cuarteo, en donde cuadrándose con el toro, le meterá los brazos para clavarle las banderillas en el instante que humilla o trata de ceñirse, saliendo con pies al terreno de adentro, o dando una vuelta violenta para detrás del mismo toro para evitarse el alcance de su derrote.

Fig. Nº 14. 4ª AL SESGO, CORRIENDO O A TRASCUERNO. Esto se efectúa solo con toros aplomados o de muy pocas piernas, y consiste su ejecución en pasar corriendo sin citarlo por algunos de sus lados, y que haga o no empeño para seguir el bulto, el diestro se las clave sin esperar que voltee, humille, ni cuadrarse sino que metiendo los brazos sigue su viaje sin detenerse.

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Fig. Nº 15. 5ª A MEDIA VUELTA. Son aquellas que se ponen al toro, yéndose el diestro por detrás de él, y citándolo para que se vuelva al instante que voltea, se cuadra, le mete los brazos y se les clava, procurando salirse por el terreno de adentro, que es el mismo para donde obligará al toro a dar la media vuelta; y se practica este modo, ya sea corriendo detrás del toro cuando va levantado en estado de parado o aplomado.

PARCHAR. Aunque esto ya no se acostumbra, sin embargo, se pone su explicación: consiste la suerte en ponerle al toro un trapo, papel o cualquiera otra ridiculez, pegada con trementina, lo cual se ejecuta de la misma manera que las banderillas, a media vuelta, o llamando al toro con la capa enrollada en el brazo izquierdo, al sacarle la vuelta pegarle el parche con la mano derecha en cualquiera parte del cuerpo. FLOREAR. Ponerle al toro una o dos flores en la frente, y lo practican también bajo las reglas prescritas para las banderillas, o practicando algún recorte o galleo si el bicho da oportunidad.

¿Cuál sería el estilo de torear en la época previa a la llegada de Bernardo Gaviño (misma que se fija entre 1829 y 1835), y de ahí hasta la primera mitad del siglo XIX? Al desatarse el movimiento de emancipación en 1810, esto ocasionó una ruptura total –y no- con España. Sin embargo, se sabe que al menos tres grandes instituciones quedaron profundamente arraigadas en el espíritu de la nueva nación: La iglesia, el burocratismo que venía desde los tiempos de Felipe II y las corridas de toros. En ese sentido, la tauromaquia practicada entre siglos XVIII y XIX, era una combinación de suertes lo mismo a caballo que a pie. Jerárquicamente aquellos seguían ocupando una posición de privilegio frente a estos, pero dudo mucho que, por otro lado, se practicara el toreo, sobre todo de a pie, conforme a los principios de que ya estaban permeadas las estructuras taurómacas españolas. Quizá se haya dado algún tipo de acercamiento o al menos, de insinuación entre los primeros toreros postindependentistas, entre quienes se encuentran los hermanos Luis, Sóstenes, José María y Joaquín Ávila (cuya presencia e influencia se dejó sentir entre 1808 y 1864). De ellos, salvo por el hecho de que sus nombres aparecen constantemente en carteles de múltiples festejos celebrados en la Real Plaza de toros de San Pablo, por lo demás, poco sabemos sobre las labores cotidianas que pudieron haber puesto en práctica, hasta

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convertir aquella condición en verdaderos esquemas o modelos que sirvieran a otros tantos diestros que, como Andrés Chávez, o el mismísimo Bernardo Gaviño; con objeto de servirse de ellos y así enriquecer su bagaje; en el entendido de que dichas propuestas terminaban siendo del gusto de aquellos públicos que disfrutaban tales puestas en escena. De ahí que el ejercicio por hacer, ha de contar con una buena porción imaginativa. Por ahora, lo que sigue es dar continuidad a la visión que para 1862 tuvo de todo esto nuestro autor invitado: Luis G. Inclán, quien a su vez está haciendo suya o reinterpretando la Tauromaquia atribuida a Francisco Montes. Habiendo revisado e ilustrado las primeras 15 descripciones, agregaré a este glosario nueve más de las 30, faltando seis para rematar el presente “tranco”. Fig. Nº 16. SALTOS. SALTO A TRASCUERNO. Para dar este salto, se sale al toro con el cuerpo limpio, como se sale para hacer un recorte, pero tomándolo bastante atravesado; se procura que el toro conozca el viaje para que empiece a cortar tierra, y el diestro lo va deteniendo o acelerando para llegar al centro de la suerte, enteramente atravesado y con la salida tapada: en este caso, al humillarse el toro para recoger el bulto, el torero se aprovecha de este movimiento para saltar encima de sus cuernos y librar la cabezada. También se hace cortándole al toro terreno, y al llegar al centro de la suerte, tirarle el capotillo enrollado para que humille, y emprender el salto sin detener el viaje.

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Fig. Nº 17. SALTOS. SALTO SOBRE EL TESTUZ. Lo practican los muy ligeros diestros, a toro levantado y a toro parado, para lo cual lo cita de frente, y al tiempo mismo que humilla, le pisa el testuz o nacimiento de los cuernos, en medio de la cabeza, emprendiendo el salto para pasarlo todo y caer por la cola, pues al tirar el hachazo ayuda con él a dar más impulso al torero, y facilitarle salida con diverso viaje.

Fig. Nº 18. SALTOS SALTO CON LA GARROCHA. Para éste toma el diestro una vara de las de detener, y prevenido con ella hace la cita corriendo en dirección del mismo viaje que el toro trae, para que al humillar para hacer por el bulto, emprenda el brinco, y soltando la vara encuentre salida por detrás del bicho.

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Fig. Nº 19. SALTOS. LA MEMELA. Para esta suerte se pone el diestro tirado en el suelo boca arriba, en línea recta del viaje que el toro trae o intenta tomar, y al tiempo de que humilla le pone los dos pies en la frente para que lo haga dar una machicuepa, siga su viaje y el torero salga por los pies del toro. De la misma manera se ponen flores con los pies, pero solo se puede practicar al salir el toro del coso para que no vuelva sobre el bulto. También junto a la puerta del coso se pica al salir el toro, estando un hombre sobre otro hombre, o se banderilla, y otra porción de suertes que particularmente discurren los diestros, según su inteligencia y valor, pero siempre ayudados o de la situación en esperar, a merced al engaño de la capa de sus compañeros, que para estos lances de previenen.

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Fig. Nº 20. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA RECIBIENDO O A TORO RECIBIDO. Cuando el diestro esperando a pie firme estoquea sin abandonar su terreno, sino que tendiendo, perfilando o leando su muleta envaina su espada en el punto del cuerpo donde se la dirigió al toro y habiéndolo ejecutado remata la suerte haciendo un quiebro, con que se libra y saca su espada.

Fig. Nº 21. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA O VUELA PIE. La estocada que ejecuta el diestro dejándose ir sobre el toro sin dar tiempo a que le parta, rematándola con una media vuelta por su terreno para desenvainar.

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Fig. Nยบ 22. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA A LA CARRERA O A TORO LEVANTADO. Cuando aprovechando el viaje que trae el toro le sale el diestro al encuentro y lo estoquea, sin haber antes intentando ponerlo en el terreno de la suerte.

Fig. Nยบ 23. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA A MEDIA VUELTA. Cuando se cita al toro por detrรกs, y al dar la vuelta para hacer por el bulto, se le estoquea a este modo vulgarmente se le dice, a la mala.

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Fig. Nº 24. SUERTES DE MATAR. ESTOCADA A PASO DE BANDERILLAS. Las que ejecuta el diestro embraguetándose con un toro que se ciñe, haciéndose el cite al trascuerno y cargándole la suerte lo remata sin hacer el vuelapié. DESCABELLAR. Cuando con la punta de la espada le pica el diestro la nuca al toro y lo remata por no querer prestarse a entrar en suerte y estar mal herido o muy aplomado. La calificación de estocadas es la siguiente: POR ALTO. Cuando entrándole al toro la espada por entre dos vértebras corta la médula espinal, y sin que haya entrado mucha espada causa la muerte muy violenta. Cuando la espada se ha introducido un poco oblicua y pasa por la herradura, bajando un tanto al pecho. La que por cruz y pecho trae dirección casi perpendicular, y si acaso ofendió los pulmones hace producir sangre por la boca (hocico), a cuya estocada llaman los toreros pasadas por pasar, y al toro que está herido de ella, pasado de parado, que muy bien se distinguen de las de gollete. POR LO BAJO, GOLLETE O DEGOLLADO. Cuando el toro habiendo sido herido por el pescuezo penetra la espada para el pecho, ofendiéndole el pulmón, hace que el toro arroje mucha sangre por boca y narices. DE PECHO. La que introduciéndose la espada por el pecho, también ofende el pulmón sin agraviar al corazón. POR CARNE. Cuando ciñéndose mucho el toro al entrar en suerte la espada toma dirección por el lado de afuera y solo ofende la espaldilla contraria, o porque al sentir el toro la punta de la espada, abandona su viaje antes de rematar, pues cualquiera de las dos causas hace que el diestro pierda su posición al esperar, y la puntería que con el estoque había formado a cuyas estocadas se les dice también envaines.

EN HUESO. Cuando por alguna de las razones dichas pica la espada en hueso y no halla lugar donde introducirse. ATRAVESADA. Cuando por entrar diagonal en el pecho asoma la punta por el otro lado del toro. DE DESCONCIERTO. Cuando entra la espada por la espaldilla, muy recta, y solo corta algunas vértebras o tendones, deja al toro desconcertado e inútil de afirmarse en las manos, procurando echarse desde luego. ATRONAR O REMATAR AL TORO. Si es con la espada sobre echado, es atronar, y si con la puntilla rematar.

Práctica imprescindible tanto en el campo como en la ciudad fue la del repertorio de las suertes a caballo. Sin ellas, era difícil entender el devenir de la tauromaquia mexicana decimonónica, a la que se puso énfasis especial por parte, no sólo de protagonistas, que los hubo y muchos. Sino de autores como Luis G. Inclán, quien las exaltó en obras como Astucia, El Capadero en la Hacienda de Ayala, Reglas con que un colegial puede colear y lazar y luego, como editor en la que viene siendo motivo de exploración: Suertes de Tauromaquia.

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Inclán puede ser visto no sólo como espectador, sino como un actor permanente. Además de sus dotes como impresor, fue también empresario y no conforme con dichas actividades, dejó que la pluma corriera en detalladas descripciones que se pueden leer gozosamente en estas cuatro obras que ya he mencionado. Para continuar y terminar también con el tratamiento que de las Suertes… hace en la obra editada en 1862, daré paso a las descripciones faltantes. Fig. 25. CAPEAR A CABALLO. SUERTES A CABALLO. Este se practica a toro parado, llamándolo a la media vuelta a distancia corta, para lo cual se asegura una punta de la capa con la pierna derecha y la otra con la mano, para que extendiendo el brazo quede desplegada y como cubriendo la parte trasera del caballo, el cual se atraviesa muy poco para proporcionarle libre salida, y al instante que el toro humilla, se dispara el caballo, gobernándolo en dirección a la cola del toro para ocupar su terreno y quedar preparado a repetir, se puede rematar la suerte, o tendiendo la capa sobre la anca al sacar la vuelta, o alzarla siguiendo el movimiento del hachazo, procurando desde luego sacarle más medias vueltas de capa para no dejar al toro reconocer el bulto del caballo. Esta manera de sacar de capa, es lucidísima cuando se practica con un toro boyante y en un caballo de brío y buen gobierno.

PASAR EL TORO. Es lo mismo que el modo de correr al toro de los toreros, pues pasa el toreador frente al toro, le tira el engaño, y lo hace que mude de sitio.

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También puede capearse, citándolo a que de la media vuelta, alzando el engaño al mismo tiempo que el toreador toma por viaje el terreno de afuera. PICAR. Esta suerte consiste en esperar al toro con la vara o garrocha, y picándole el morrillo o palomilla, librarse de su arranque, haciéndole tomar distinto viaje, y lo ejecutan los toreadores de la manera siguiente: A TORO CORRIENDO O LEVANTADO. Cuando se coloca el toreador en el terreno de adentro, esperando a que en el viaje que trae el toro por el redondel le parta en su carrera. A TORO RECIBIDO O TORO PARADO. Cuando se le acerca el toreador retándolo de frente, y al emprender su arranque lo espera a pie firme. A CABALLO LEVANTADO. Cuando se mete el toreador hasta el terreno del toro, levantando su caballo para prenderlo al humillar. A LA MEDIA VUELTA. Cuando se arrima el toreador por detrás del toro, y al estar en jurisdicción lo reta, prendiéndole su vara al instante de voltear. A PICA HUYE. Cuando al tiempo de que el toro va a rematar, saca el toreador su caballo, saliéndose de la suerte. SOBRE EL BRAZO O POR EL LADO CONTRARIO. Cuando para librarse en una seguida en que el toro viene a ofender por el lado contrario, atraviesa el toreador su vara sobre el brazo de la rienda para picarlo y hacerlo cambiar de viaje. En la forma de tomar la vara hay diferencia, pues cada toreador tiene su modo particular de acomodarse, pero los modos más comunes son: Fig. 26. A PICA POR ALTO. Alza el toreador la vara y no la baja sino hasta el momento de prenderla.

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Fig. 27. A PICA DESCANSADA. Cuando la toma sostenida solo con la mano y antebrazo, con el codo a la altura del hombro, y al prenderla la afianza con violencia, dándole una media vuelta apretándola con la arca del brazo volteando la mano con las uñas arriba.

Fig. 28. A PUENTE DE FRENO. Cuando se tiene ya la pica asegurada en la arca y solo se alza un poco, para que prendiéndola al humillar, quede cuando más, cosa de media vara de pica distante del puente del freno u hocico del caballo.

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Fig. 29. PONER BANDERILLAS. Algunos sujetos saben parear, y esto se ejecuta a la media vuelta y caso de estar, el toro aplomado, al sesgo, corriendo, o al trascuerno, como lo ejecutan los toreros, y ya sea para parear o solo poner una, este es el modo comĂşn de ejecutarlo; algunos tambiĂŠn prenden una banderilla al alcance, es decir, cuando el toro va embrocado en el mismo viaje que lleva el caballo, el jinete se echa para atrĂĄs y se la pone al toro cuando llega al alcance de su brazo.

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Fig. 30. MATAR. Como desde el caballo puede el toreador dominar con la espada, se le arrima al toro hasta entrarle en su terreno para estoquearlo, o lo cita a la media vuelta estando un poco abierto para recibirlo; llamándole al bicho la atención con el estribo a que humille.

La calificación de estocadas es la misma que la de los toreros, aunque muy pocas dan los toreadores por lo bajo, cuando se ha interesado el pulmón, causan hemorragias, aunque hayan sido dada de alto a bajo.

Hasta aquí Luis G. Inclán. Además de haber podido entender algunas de las descripciones propias de las suertes del toreo, practicadas hace siglo y medio, es posible apreciar los significados que tuvo este espectáculo en unos momentos en los que la tauromaquia en México, se encontraba bien afirmada. Su territorio era un fértil campo de experimentaciones que no cesaba en aportar esta o aquella suerte; ese o aquel prodigio de los aderezos que tanto los de a pie como los de a caballo agregaban al amplio catálogo de esta diversión pública. El acercamiento habido aquí, nos permite apreciar detalles poco conocidos en el desarrollo de la fiesta, para lo cual estuvo presente un “lenguaje” que se dio no solo en la plaza. De ahí iba al campo, y entonces ese hilo conductor encontraba diálogo en esos dos ámbitos: urbano y rural, lo que da por resultado una serie de expresiones que hoy entenderíamos relajadas, pero que en su momento tenían razón de ser. El componente taurino estuvo nutrido o integrado de formas que lo mismo aceptaban el campo o la ciudad, con su particular dimensión a la que pertenecían, pues en el campo ocurría en forma natural, espontánea, sin el embozo de la puesta en escena profesional de lo citadino, que requería desde otros ropajes o se sujetaba a usos y costumbres del propio significado profesional que caracterizaba o pretendía caracterizar a una corrida de toros. Una cosa eran hábitos y arraigos que daban razón de ser a la tauromaquia de esa época y otra, el hecho permisivo de tolerar, enriquecer o matizar el toreo de a pie con todos aquellos añadidos con los que se puede formar un catálogo bastante abultado. El que un festejo fuese distinto a otro, a pesar del poco tiempo de diferencia entre ambos, da idea de que la empresa y los toreros buscaban garantizar posicionamiento, pero sobre todo pingües beneficios económicos. De seguro una mercadotecnia en cierne, y conforme a los dictados de la época así lo hace suponer.

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LOS CHARROS CONTRABANDISTAS. JUEGO DE DADOS. HOMENAJE QUE JOSÉ GUADALUPE DEDICÓ A LUIS G. INCLÁN. EXPLICACIÓN. 1° Si deseas ganar has por tirar 3 unos; con el primer tiro la suerte es tuya; si caes en la Calavera, pierdes. 2° Si en el primer tiro echas 3 cincos, ocupas el N° 62 sacas tu entrada y sigues jugando. 3° Si llegas a casilla de venado sacas un tanto del fondo y si caes en el 5 ganas el juego. Si caes en casilla de ladrones pagas otro tanto de apuestas dándote por robado. 5° Si das en el caballo doblas la tirada. Si caes en el león, te quedas hasta que te saquen. Si llegas a casilla ocupada por otro, éste irá a la tuya… Mas otras indicaciones que se pierden por algún problema tipográfico que aparece en el extraordinario trabajo que nos legó José Guadalupe Posada, quien además supo recrear en esta ocasión y en forma “codificada” los pasajes más relevantes de la novela Astucia, con todo y una serie de personajes o de circunstancias, como esas dos con que abre y cierra: la figura de alguno de los más importantes protagonistas de la obra lazando el primero un alacrán; el segundo a la mismísima muerte. Y es que no se trata del único trabajo que el artista aguascalentense hizo en torno a este tipo de juego. Los hay en una interesante variedad, no muchos pero al menos los suficientes para entender que su mirada contemplaba la circunstancia de que los niños, a quien suponemos estaba pensado, no quedaran privados de un juego como este, apoyados de una hoja de buen tamaño, normalmente en papel de “china”, con la posibilidad de doblarla o plegarla para dar rienda suelta a sus ilusiones. Y si más de alguno de esos infantes tendría ya formada la idea del juego a partir de la propia lectura o que la curiosidad los llevara a preguntar a sus mayores de qué iba el asunto, entonces el juego mismo ya tomaba otras dimensiones. El diseño de esas 64 casillas es de un equilibrio perfecto, (como también lo fue en otros casos ya referidos), pues las distintas imágenes van encerradas en esa cuerda de henequén, con sus toscas vueltas. Además de las “Instrucciones”, aparecen tres grandes referencias: 1.-“Los Charros Contrabandistas. Juego de dados” 2.-Imprenta de A(ntonio) Vanegas Arroyo, México, y 3.-Posada.-Méx. Con las que queda sellada la obra de forma que es indudable su autoría. Sin embargo, es tal la firmeza de sus elementos creativos, figurativos y de otra índole, que no nos queda la menor duda de que aún, si no aparecieran esos datos, por los menos el relativo a la imprenta y al creador, no habría la menor duda en afirmar que provienen de esa casa editora y de que su autor es el universalmente conocido como José Guadalupe Posada, ni más ni menos. En ese sentido, considero pertinente concluir estas breves notas no con un párrafo más que bien podría convertirse en discurso llano y vacío. Creo que tanto por parte de Manuel Manilla como del propio Posada, hay otras dos suficientes razones para rematar este propósito. Se trata de dos sendas ilustraciones para otros tantos juegos que vienen a darle riqueza y variedad a esos otros ejemplos habidos para con el “juego de la oca”. Veamos. Manuel Manilla. “La corrida de toros”. Grabado. (Ca. 1880). Colección del autor. José Guadalupe Posada. “Corrida de toros”. Grabado. (Ca. 1900). Colección del autor.

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Obra fundamental que recoge una buena cantidad de textos de la autoría del autor que aquí se rememora y que no puede faltar en ninguna colección de interesados sobre el tema, no solo de la charrería, sino de la tauromaquia, territorios en los que se involucró a profundidad.

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TRES LECCIONES COMPLEMENTARIAS. EL IMAGINARIO NACIONAL, O PARA QUÉ INVENTAR UNA NACIÓN. Origen del toreo a pie en México: ¿Puede remontarse al siglo XVI? ¿Desde cuándo el toreo de a pie se presentó como parte de una inquietud entre los hombres por dominar a una fiera y lograr con ella momentos de lucimiento técnico y estético? Las evidencias están plasmadas desde el contacto de estas dos fuerzas, que podemos admirar gracias al lienzo de cuevas que dieron cabida a la expresión del hombre primitivo. Trasladémonos al periodo que comprende los años 711 a 1492, en plena confrontación de moros y cristianos. Tal situación se da, entre otras cosas, gracias al apoyo del caballo. Con y sobre el caballo inició la demostración de alancear toros, desde un punto de vista de entrenamiento que sirviera asimismo para atravesar, más tarde y durante las batallas, lo mismo godos que árabes. Hasta aquí una visión de conjunto. Ahora ubiquémonos en México. La conquista como anejo extemporáneo de la guerra de ocho siglos también se apoya, en gran medida, en el caballo. El torneo y fiesta caballeresca fueron privativos de conquistadores primero; de señores de rancio abolengo después. Personajes de otra escala social, españoles-americanos, mestizos, criollos o indios, se puede decir que estaban restringidos a participar en los orígenes de la fiesta española en América. Pero supongo que ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones deben haber estado secundadas por la rebeldía. El papel protagónico de estos personajes, como instancia de búsqueda y de participación que diera con la integración del mismo al espectáculo en su dimensión profesional, va a ocurrir durante el siglo XVIII. Pero volvamos al XVI. El indígena quedó privado de montar a caballo, gracias a ciertas disposiciones dictadas durante la segunda audiencia, aunque ello no debe haber sido impedimento para saciar su curiosidad, intentando lances con los cuales aprendió a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que fue depurando al cabo de los años. Esto debe haberlo hecho gracias a que comenzó a darse un gran e inusual crecimiento del ganado vacuno en buena parte del territorio novohispano, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Salvo los relieves de la fuente de Acámbaro que nos presenta dos o tres pasajes de los llamados empeños de a pie, comunes en aquella época es como conocemos algo de su participación. Dicha fuente pudo haber sido levantada por algún alarife español en 1527 a raíz de la introducción del agua potable al poblado guanajuatense, debido a las gestiones hechas por fray Antonio Bermul, lo cual mueve a pensar que por esos años se construyó la fuente taurina, misma que representa escenas de la lidia de reses bravas. Una de ellas da idea del uso de la "desjarretadera", instrumento que servía para cortar los tendones de las piernas de los toros (aunque “instrumento” de uso posterior a los primeros años de vida taurina en la Nueva España). En el desjarrete se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Otra escena nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el "quite". Pero en el XVIII se dieron las condiciones para que el toreo de a pie apareciera con todo su vigor y fuerza. Un rey como Felipe V de origen y formación francesa, comenzó a gobernar apenas despertado el también llamado "siglo de las luces". El borbón fue contrario al espectáculo que detentaba la nobleza española y se extendía en la novohispana. En la transición, el pueblo fue beneficiado directamente, incorporándose al espectáculo desde un punto de vista primitivo, el cual, con todo y su arcaísmo, ya contaba con un basamento que se formó desde el siglo XVI y logró madurez en los dos siguientes. Un hecho evidente es el biombo que, como auténtica relación ilustrada de las fiestas barrocas y coloniales, da fe de la recepción del duque de Alburquerque (don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez) en 1702. Para ese año el toreo en boga, es una mezcla del dominio desde el caballo con el respaldo de

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pajes o lacayos que, atentos a cualquier seña de peligro, se aprestaban a cuidar la vida de sus señores, ostentosa y ricamente vestidos. He allí una señal de lo que pudo haber sido el origen del toreo de a pie en México, primitivo sí, pero evidente a la hora de demostrar la capacidad de búsqueda por parte de los que lo ejecutaban, en medio de sus naturales imperfecciones. Síntomas originales del toreo mexicano hacia el siglo XVII. En la continuación de nuestras apreciaciones que identifican al toreo mexicano con respecto al español, vayamos ahora al siglo XVII. Durante este siglo se mantienen firmes las expresiones del toreo caballeresco, dominantes en la vieja y nueva Españas. Creció notablemente la afición de personajes de la nobleza, cuyas hazañas quedaron plasmadas en versos y relaciones de fiestas, que hoy son testimonio curioso. Tan es así que la poetisa María de Estrada Medinilla escribió en 1640 y, por motivo de la entrada del virrey don Diego López Pacheco (...) Marqués de Villena, la Descripción en Octavas Reales de las Fiestas de Toros, Cañas y Alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena. Dicha obra aunque desaparecida es muestra del esplendor taurómaco que se vivía por entonces. La misma autora en otra obra suya escribe: "que aun en lo frívolo, como son los toros, los juegos de cañas y las mascaradas, las que se celebran aquí serán mejores que las que puedan celebrarse en España". Y es que su afirmación contenía un sentido profundo de realidades y de diferencias, marcadas seguramente, por un efecto que comenzó a aislar a España del resto del mundo, y desde luego, de sus colonias, a las que afectó un fenómeno conocido como "tibetanización". Tal aspecto fue una hermetización del pueblo español hacia y frente al resto del mundo y que abarca la totalidad de la vida, lo que ocasionó la pérdida del imperio. Para mejor entenderlo, España no gozó el esplendor del Renacimiento. Su origen se remonta a la Contrarreforma que le impuso a los españoles mismos el Tribunal de la Inquisición. Mientras Europa se desarrolla y progresa, España regresa a un proyecto sin sentido que afecta a sus colonias y el imperio mismo. Coincide la tibetanización española -en la primera mitad del siglo XVIIcon el movimiento criollista que comienza a forjarse en Nueva España. ¿Serán estas dos tremendas coincidencias: criollismo y tibetanización, puntos que favorezcan el desarrollo de una fiesta caballeresca primero, torera después, con singulares características de definición que marcan una separación, mas no el abandono, de la influencia que ejerce el toreo venido de España? Además si a todo esto sumamos el fenómeno que Pedro Romero de Solís se encargó de llamar como el "retorno del tumulto" justo al percibirse los síntomas de cambio generados por la llegada de la casa de Borbón al reinado español desde 1701, pues ello hizo más propicias las condiciones para mostrar rebeldía primero del plebeyo contra el noble y luego de lo que este, desde el caballo ya no podía seguir siendo ante la hazaña de los de a pie, toreando, esquivando a buen saber y entender, hasta depositar el cúmulo de experiencias en la primera tauromaquia de orden mayor: la de José Delgado "Pepe-Hillo". Todavía para 1677, a raíz de las fiestas que conmemoran la asunción al poder de D. Carlos II a la corona, D. Alonso Ramírez de Vargas escribe el "Romance de los Rejoneadores", bella pieza que deja evidencia de la actuación de dos nobles caballeros, Peralta y Madrazo a los que les Salió un feroz Bruto, josco dos veces, en ira y pelo, el lomo encerado, y de Icaro el atrevimiento.

Y Peralta (Francisco Goñi de Peralta)

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Quebró veinte y seis rejones, y según iba, de fresnos dejara la selva libre, quedara el bosque desierto, y -a ser la piel de Cartagoen cada animal horrendo Reino la hiciera de puntos con Repúblicas de abetos.

Esto es parte de una gran pieza poética que, en muchas ocasiones de fiesta quedó como testimonio de importantes conmemoraciones, conservada en la memoria del siglo XVII, mismo que comienza a mostrar pequeñas pero definitivas modificaciones en el curso de un espectáculo que durante el siglo que nos congrega, vivirá cambios telúricos definitivos. Siglo XVIII: la alquímia taurina con sus primeros y más firmes resultados. Atrás quedaron viejas estampas de rancia expresión caballeresca que comenzarán a sustituirse lentamente por nuevos esquemas. El siglo XVIII para el toreo en México es revelador en cuanto sentido de modificación. Asume el poder de la corona la casa de los borbones, cuyo origen es francés y, en consecuencia afecta las tauromaquias al mostrar indiferencia, aspecto que aprovechó el pueblo llano para incorporarse rápidamente a la escena. El giro más radical comenzará a desarrollarse a partir del primer tercio del también llamado "siglo de las luces", siglo donde imperó una conciencia intelectual de altos vuelos, donde las ideas y la filosofía se desarrollaron ampliamente. En México, el nacionalismo criollo mostraba síntomas que pasaban de la experimentación a la forma más decidida por definirse hacia una emancipación y mostrarse ante el mundo con una capacidad igual o quizás mejor que los europeos. El mexicano quería ser universal. En el giro taurino, los toreros de a pie, muchos de ellos personajes anónimos, desplazan con acelerada rapidez a quienes alguna vez fueron protagonistas, los caballeros, que deseando no perder colocación, se prestan a cambiar su papel por el de “señores de vara larga” o lo que es lo mismo: picadores, que hoy en día se mantienen vigentes. Las variaciones experimentadas en nuestro territorio guardan una marcada diferencia respecto a las desarrolladas en España. Mientras existe una preocupación por proporcionarle un carácter de estructura ordenada que concluyó con la publicación de la tauromaquia de José Delgado en 1796, nuestros antepasados solían divertirse inventando formas de toreo acordes con el espíritu americano. No éramos ajenos a España. Tomás Venegas "El Gachupín Toreador" llegó a México en 1766 y se quedó entre nosotros, influyendo seguramente en los quehaceres taurómacos. A su vez Ramón de Rosas Hernández "El Indiano", negro oriundo de Veracruz surcó el Atlántico y demostró en ruedos ibéricos que acá también había buenos toreros. La observación de "divertirse inventando..." hecha líneas atrás, da pie a un largo anhelo de los mexicanos por definirse así mismos como seres diferentes de quienes los conducían política, religiosa, moral y socialmente, resultado este del largo periodo colonial. En algún momento deben haberse cuestionado sobre su papel, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos? logrando superar el estado en que se encontraban. Estoy convencido de que el mejor retrato de lo que vengo analizando lo dibujó fielmente Rafael Landivar S.J. en su obra Por los campos de México. Allí van a plasmarse las formas de ser y de vivir del mexicano, del criollo que ya se identifica plenamente en el teatro de la vida cotidiana del siglo en cuestión.

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"Nada, sin embargo, más ardientemente ama la juventud de las tierras occidentales como la lidia de toros feroces en el circo". Son las primeras visiones de Landivar -hechas probablemente antes de la expulsión de los jesuitas en 1767-, donde "sale al redondel solamente el adiestrado a esta diversión, ya sea que sepa burlar al toro saltando, o sea que sepa gobernar el hocico del fogoso caballo con el duro cabestro". La formación de Landivar como jesuita permite contemplar un amplio espectro de la sociedad en general, y del espectáculo en particular, por lo que en otra parte de sus apuntes anota: "Preparadas las cosas conforme a la vieja costumbre nacional..." con lo cual encontrarnos que el toreo en México ya se hallaba constituido de una forma más integral, no ordenada, pero sí con unas bases que ya le daban carácter al espectáculo, mismo que presenció en alguna provincia, puesto que no vemos en su descripción ninguna referencia a plaza "formal". Salió el novillo "indómito, corpulento, erguida y amenazadora la cabeza" y ante él, el lidiador quien "presenta la capa repetidas veces a las persistentes arremetidas (donde) hurta el cuerpo, desviándose prontamente, con rápido brinco (que) esquiva las cornadas mortales". Estamos ante el origen mismo del toreo de a pie en su forma definitiva (para el siglo XVI sólo se coqueteaba con el mismo sin más propósito que experimentar el peligro de un toro bravucón o de leyes que prohibían a todo un conjunto de aspirantes tal quehacer). Para los últimos años del siglo XVIII es toda una realidad la expresión taurómaca que por fin encontraron los toreros de a pie en su versión primitiva. La fiesta que presenció Rafael Landivar deja ver sorpresas reveladoras. Luego de admirarse de la bravura de aquel toro "más enardecido de envenenado coraje", salió el lidiador "provisto de una banderilla, mientras el torete con la cabeza revuelve el lienzo, rápido le clava en el morrillo el penetrante hierro..." Por los campos de México está escrita en bellos hexámetros, es decir: verso de la métrica clásica de seis pies, los cuatro primeros espondeo o dáctilo, el quinto dáctilo y el sexto espondeo. Es el verso épico por excelencia. En la continuación, y ya que el toro tiene clavada una banderilla, "el lidiador, enristrando una corta lanza con los robustos brazos, le pone delante el caballo que echa fuego por todos sus poros, y con sus ímpetus para la lucha. El astado, habiendo, mientras, sufrido la férrea pica, avieso acosa por largo rato al cuadrúpedo, esparce la arena rascándola con la pezuña tanteando las posibles maneras de embestir". Toda esta escena es representativa del modo inverso en que se efectuaba la lidia: es decir, banderillaban primero y después lo picaban, e incluso, deben haberse mezclado las suertes aprovechando una ciega bravura del toro, dato que sorprende pues revela una acometividad hasta entonces desconocida (he escrito en alguna otra parte que: En tanto el ganado que se empleaba para las fiestas poseía una cierta casta, era bravucón, y permitía en consecuencia el lucimiento de los caballeros y las habilidades de pajes y gentes de a pie. El abasto -disponiendo de la coyuntura del rastro-, y la plaza, son los únicos destinos del ganado, aunque al parecer no fue posible que mediara entre ambos aspectos alguna condición particular. No había evidencia clara en la búsqueda de bravura en el toro, desde un punto de vista profesional). "La fiera, entonces, más veloz que una ráfaga mueve las patas, acomete al caballo, a la pica y al jinete. Pero éste, desviando la rienda urge con los talones los anchos ijares de su cabalgadura, y parando con la punta metálica el morrillo de la fiera, se sustrae mientras cuidadosamente a la feroz embestida". Fascinante descripción de la suerte de varas, misma que se efectuaba seguramente con ciertas semejanzas de la actual, aunque con la diferencia de que los caballos no llevaban peto. Presente una autoridad que ordena "que el toro ya quebrantado por las varias heridas, sea muerto en la última suerte" es seña de la formalidad que se pretendía darle al espectáculo que, a pasos agigantados se alejaba de una improvisación muy marcada, para convertirse en antesala de las fiestas regidas por un orden y, en consecuencia, por un reglamento, que, para 1766 tiene un claro antecedente de su existencia. "...el vigoroso lidiador armado de una espada fulminante, o lo mismo el jinete con su aguda lanza,

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desafían intrépidos el peligro, provocando a gritos al astado amenazador y encaminándose a él con el hierro". Momento de encontradas situaciones: el matador y el jinete decidiendo por un mismo fin: la muerte del toro. Parece como si todavía permanecieran grabadas las sentencias que impuso la nobleza al atravesar con la lanza un toro y así, dar fin a un pasaje más del espectáculo. Pero allí estaba el de a pie, como resultado de la experiencia libertaria, enfrentando al de a caballo. Sin embargo, Landivar marca un lindero entre ambos: "El toro, (...) arremete contra el lidiador que incita con las armas y la voz. Este entonces, le hunde la espada hasta la empuñadura, o el jinete lo hiere con el rejón de acero al acometer, dándole el golpe entre los cuernos, a medio testuz, y el toro temblándole las patas, rueda al suelo. Siguen los aplausos de la gente y el clamor del triunfo y todos se esfuerzan por celebrar la victoria del matador". El "matador" finalmente es el torero de a pie, quien expone su vida en esos difíciles momentos, convertidos en el feliz advenimiento del siglo XIX, que recibirá un toreo por muchos años alterado, como reflejo y efecto de los acontecimientos del siglo decimonónico, del que ya nos ocuparemos en detalle del mismo. Para entender la transición y todos los comportamientos ocurridos entre los siglos XVIII y XIX, me atengo a una excelente “editorial” cuya autoría es de Ilán Semo: SOBRE LA HISTORIA (ÉTNICA) DE LA INDEPENDENCIA. Es costumbre afirmar que el movimiento de independencia que se inicia en 1810 tiene una historia doble: de un lado, fue una lucha por separar de España al virreinato de la Nueva España, para formar una nueva nación; del otro, una revolución social, política y cultural que transformó –o que quería transformar- a la sociedad que la Colonia heredó al siglo XIX. Si algo distinguió a la rebelión de los insurgentes mexicanos de los otros movimientos de independencia en América Latina fue su radicalidad: O´Higgins o Bolívar representaron fuerzas de reducidas elites criollas que apenas conmovieron a sus sociedades; en cambio Hidalgo, ya en noviembre de 1810, no sabía qué hacer con esa vistísima fuerza de indígenas, mestizos, y mulatos que estuvieron a punto de ocupar la ciudad de México y que aparece en escena desde el mismo 16 de septiembre. Todos los testimonios sobre las cruzadas insurgentes abundan en la misma impresión: una guerra civil y cruel, que devasta a las más disímbolas regiones del país y que se prolonga durante más de una década. El término “revolución” aparece desde las versiones más tempranas sobre la Independencia, que datas de los años 20 del siglo XIX. En general, quieren equiparar, así sea con la fuerza de la imaginación a la guerra de Independencia con lo acontecido en las revoluciones de Estados Unidos y Francia varias décadas atrás; pero terminan casi siempre describiendo turbas urbanas y populares (Hidalgo todavía emplea el término peyorativo de “plebe”) que linchan peninsulares en nombre de Fernando VII, comunidades indígenas que arrasan con autoridades criollas en la sierra de Atlixco, pueblos de mulatos que expulsan o matan a comerciantes y usureros mestizos en Guerrero, mulatos que se alían con mestizos en Veracruz para combatir españoles, criollos que se alían con indígenas en contra de los mestizos en Oaxaca, y así sucesivamente. Si nos atenemos a los modestos significados que se le confieren a la palabra “revolución” en la época (y prescindimos de los que se derivaron de ese sintagma casi teológico que pobló el imaginario radical del siglo XX), la noción no es del todo imprecisa: la sustitución violenta de un orden por otro. La Independencia cifró el paradigma político que dominó al país hasta la República restaurada 60 años después: ¿monarquía o república?, según la inmejorable definición de Edmundo O´Gorman. Fijó el imaginario económico de una nación constituida utópicamente por pequeños propietarios privados; postuló la primera Constitución cuasiliberal, de alguna manera democrática (y afamadamente fallida), otra gran utopía nacional. Pero sobre todo, antes que una conflagración política y social, la guerra de Independencia fue un conflicto esencialmente étnico. O más precisamente: un conflicto social y político que se desarrolló a lo largo del correlato de un mosaico identitario, es decir, étnico. Al menos esa es la imagen que se entrevé en los dos estudios recientes más meticulosos y logrados sobre la microfísica de la Independencia (Peter F. Guardino, Peasant, politics, and the formation of Mexico´s national state, 1996, y Eric van Young, The other rebellion: popular violence, ideology, and a Mexican struggle for Independence, 2001). En cierta manera, se trata de una imagen, digamos, “lógica”.

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En 1810, la sociedad novohispana era un orden que regulaba sus relaciones, percepciones y contradicciones por medio de un régimen basado en correlatos étnicos: las castas. Españoles, criollos, indígenas, mestizos, negros, mulatos (y las más de 30 posibles combinaciones entre ellos) se percibían a sí mismos en un orden de sujeciones y atribuciones. Así se representaban también los mundos de la “economía”, la “política” y la religión. Es natural que al plantearse la pregunta por la construcción de una nueva sociedad, la Independencia haya partido de ese mosaico étnico, incluso para abolirlo, como en el caso del programa confeccionado por las fuerzas radicales de Morelos. Sin embargo, en la historiografía mexicana tradicional no hay un solo vestigio de la dimensión étnica de la Independencia como uno de los centros de su conflictividad. La disputa por la etnicidad conforma en ella una suerte de punto ciego o de terra incógnita o non grata. Es una ausencia también comprensible. Si el siglo XIX puede ser entendido como un cúmulo de cruzadas por desindigenizar al país, no es casual que la escritura de la “historia nacional” se desarrolle como un cúmulo de intentos por desindigenizar la escritura de la historia. Una historia de la Independencia basada en la pregunta por la dimensión étnica de su incendiaria conflictividad podría revelar universos inéditos y esenciales. Uno evidente es el tema de los orígenes del nacionalismo mexicano. Una visión que se ha constituido en una suerte de doxa histórica es la de atribuir los orígenes de la producción del imaginario nacional al exclusivo mundo de los criollos. Según esta divulgada visión, fueron las elites criollas quienes cifraron el inventario de sentimientos y relatos que habrían de codificar a la emergente nación. ¿Dónde queda entonces la historia de las versiones de la nación confeccionadas por alianzas tan vastas y populares como las de Morelos o Guerrero, que responden a fuerzas indígenas, mestizas, mulatas, y cuya trama está enfrentada al criollismo de herencia novohispana? ¿Dónde queda en general lo que Hobsbawm llamó alguna vez “el protonacionalismo popular”, ingrediente esencial en la formación de cualquier Estado nación? ¿Basta con referirlo a la Virgen de Guadalupe? ¿Y cuáles son los orígenes del nacionalismo mestizo, ese grupo étnico y social pequeñísimo en 1810 que acabó hegemonizando la conformación de la nación entera después de las catástrofes provocadas por el “nacionalismo” criollo? Es imposible prever los pasados que nos aguardan. Pero la pregunta por la naturaleza étnica del conflicto iniciado por los insurgentes en 1810 podría revelar una historia que apenas podemos intuir. 110

La urgencia de una nueva nación, desde luego que originó, entre otras muchas cosas, el consiguiente caos el cual devino en la indeseable reacción de la lucha y ambición por el poder, cuyo reflejo se proyectó en el pueblo, conglomerado que resintió los innumerables cambios y embates impuestos por aquella desbocada realidad, la cual mantuvo a México en constantes sobresaltos. Poco más de 50 años –de 1810 a 1867-, quedaron sometidos a la inestabilidad, condición que no permitió un avance representativo y sí la incertidumbre, por lo cual el ciudadano común y corriente no encontró demasiadas oportunidades, pero tampoco la cancelación a sus diversos proyectos. En el ámbito taurino, independientemente de la especulación política se pudo percibir algo que no era nuevo. Diversos levantamientos durante otras tantas épocas del virreinato, sirvieron como pivote fundamental, que se mantuvo no necesariamente bajo el reposo, porque al interior de la tauromaquia novohispana se dan muestras evidentes de una dinámica que operó, sobre todo en la ubicación estratégica de los de a pie, 111 quienes ya en el siglo XVIII se movilizan con mayor independencia y 110

La Jornada (Nº 6483, del 13 de septiembre de 2002, p. 21. José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs. 7ª parte: “Los señores de a caballo se van trotando, trotando hasta desaparecer. en medio de una nube de polvo el toreo se hace pueblo”. Al comenzar el siglo XVIII, el agotamiento del toreo barroco en las dos Españas es evidente. El papel protagónico de la nobleza está amenazado con desaparecer luego de resentir el desdén con que trató a la fiesta de toros Felipe V, el primer rey español de la dinastía francesa de los Borbones. Dicho fenómeno ocasionó otro, el cual fue calificado por el reconocido investigador español Pedro Romero de Solís como el retorno del tumulto, esto es, cuando el pueblo se apoderó de las plazas para experimentar en ellas y trascender así su dominio. La aristocracia tuvo que bajarse muy pronto del caballo, a tal grado que con la gran fiesta del 30 de julio de 1725, afirma Moratín que se “acabó la raza de los caballeros”. El contraste fue el desarrollo de un movimiento popular con el que empiezan a tener éxito las corridas de a pie. 111

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predominio, luego de las reacciones generadas por la actitud de la nueva casa reinante: los Borbones, quienes desairan no solo el toreo, sino mucho de su circunstancia que lo rodea, en tanto esencia española. Así que esa primera independencia en buen sentido provocada por el establecimiento de franceses en el reino español, sirvió para que el pueblo español y desde luego el novohispano, pasara de la mera ubicación estratégica de los de a pie, a la práctica más contundente, aunque para ello fuera necesario someterse a la anarquía, porque ese “retorno del tumulto” –Romero de Solís dixit- encontró el natural acomodo en medio de insuficientes argumentos que quedaron reunidos en una tardía, pero a la vez primer gran Tauromaquia, la de José Delgado, publicada en 1796. En el periodo que va de 1766 a 1886, ocurre una declarada y novedosa condición, fundada no solo en el toreo de a pie, sino en la peculiar demostración expresiva de ese toreo, enriquecida por lo que yo he llamado “aderezos imprescindibles y otros divertimentos de gran atractivo en las corridas de toros”. Me refiere concretamente a las mojigangas, las que se reafirmaron en este periodo, pero que ya estaban incorporadas desde por lo menos el siglo XVII, y que siguieron manifestándose hasta los últimos años La caballería estaba en quiebra. Pueblo y toro van a hacer la fiesta nueva, por lo cual todo está preparado para darle realce a aquel cambio con el que la tauromaquia sumará un nuevo capítulo en su trayectoria. Y ese pueblo comienza por estructurar la nueva forma de torear matando los toros de un modo rudimentario, con arpones y estoques de hoja ancha, y torean al animal con capas y manteos o con sombreros de enormes alas. Los de a pie ya no servirán a los jinetes, sino estos a aquellos. Los nuevos actores, muchos de ellos personajes anónimos, desplazan con acelerada rapidez a quienes alguna vez fueron protagonistas, los caballeros, que deseando no perder colocación, se prestan a cambiar su papel por el de “señores de vara larga” o lo que es lo mismo: picadores, que hoy en día se mantienen vigentes. Las variaciones experimentadas en nuestro territorio guardan una marcada diferencia respecto a las desarrolladas en España. Existe una preocupación por darle orden, misma que propició la publicación de la tauromaquia de José Delgado en 1796, nuestros antepasados solían divertirse, “inventando” formas de toreo acordes con el espíritu americano. Aunque no éramos ajenos a España. Tomás Venegas "El Gachupín Toreador" llegó a México en 1766 y se quedó entre nosotros, influyendo seguramente en los quehaceres taurómacos de estas tierras. A su vez Ramón de Rosas Hernández "El Indiano", mulato veracruzano quien emprendió viaje a España, actuando por allá en los últimos años del siglo XVIII, demostró en ruedos ibéricos que acá también había buenos toreros, sobresaliendo en las suertes de montar los toros, templando “ya sobre él, una guitarra y [consumada la suerte] cantará con todo primor el sonsatillo”. El "divertirse, inventando..." da lugar al anhelo de los novohispanos por definirse así mismos como individuos diferentes de quienes los condujeron política, religiosa, moral y socialmente, durante el largo periodo colonial. En algún momento deben haberse cuestionado sobre su papel, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos? Se aproximaban con rapidez a lo que será para ellos la independencia. Con este movimiento de liberación el mexicano aprendió a dirigirse por sí solo, en el toreo podemos encontrar esa evidencia, dándola a conocer cada tarde torera. Fue necesario incluir una riquísima gama de posibilidades que permitieron demostrar una capacidad creadora como nunca antes había ocurrido. Más adelante, podremos conocer parte de esas “locuras” o “frutos del ingenio” llevados a escena en las plazas de toros. Un importante código de valores permiten distinguir las jerarquías con que aparecían en escena todos los protagonistas. De ese modo, al traje que portaron aquellos personajes poco a poco comenzaron a añadírsele bandas distintivas, y luego las aplicaciones en metal -oro o plata- que definitivamente diferenciaron a las cuadrillas, tal y como llegan hasta nuestros días. Los primeros intentos que desplegaron los lidiadores americanos al acometer la nueva empresa, se dieron desde 1734, cuando Phelipe de Santiago, Capitan de los toreadores de a pie, intervinieron en las fiestas que se efectuaron aquel año, en “celebridad del ascenso al Virreynato de estta Nueva España del el Excmo. N. Sor. Dr. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta”, quien gobernó de 1734 a 1740. Aquí, Phelipe de Santiago y su cuadrilla salieron con vestidos “adornados con listón de Napoles encarnado, de seda fina torcida, camisas de platilla, mitán amarillo, rasó de España amarillo también, para vueltas de los gabanes, y buches de los calzones elaborados con paño de Querétaro. Medias de capullo encarnadas y las toquillas de los sombreros finos con listón de China amarillo labrado, y corbatines adornados con encajes”. Más tarde encontraremos a un conjunto de “toreros” anónimos que, a los ojos de Rafael Landivar S.J., imprimieron el verdadero sabor de la tauromaquia autóctona mexicana, precisamente a la mitad del siglo XVIII, asunto del que daremos cuenta en capítulo posterior. Mientras tanto, toreros de la talla de Felipe Hernández “El Cuate”, Juan Sebastián “El Jerezano”, Alonso Gómez “El Zamorano”, Felipe “El Mexicano”, Cayetano Blanco, y José de Castro, se encargaron de avivar el fuego que iba en aumento conforme se acercaba la época en que el toreo en el nuevo país se colocó a la altura del practicado en España.

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del siglo XIX, en que prácticamente desaparecen, aunque quedan resabios y estos se refugian en la provincia, pero sobre todo en sitios harto curiosos como haciendas y rancherías, donde hoy día es posible percibir esas reminiscencias. En México, el toreo ya independizado, aunque todavía bajo la égida de la corona española, atiende y cumple unos principios que marchan en paralelo con la actividad hispana, aunque distanciados por espíritus propios, distantes pero que no son ajenos, porque se identifican. Los marca en todo caso un estilo peculiar con el que ambas realidades marchan, para encontrarse con una segunda década del siglo XIX bajo el rigor de violentas rebeliones intestinas tanto aquí como allá. Todo eso no afectó demasiado lo que pasaba en el toreo, porque simple y sencillamente el toreo, respecto a la independencia es mayor de edad. Que afecte la convulsión política y social es en realidad un factor al cual tendrán que adaptarse los protagonistas, aumentando o disminuyendo los decorados, pero no los papeles principales en los cuales se establecen personajes perfectamente identificados los cuales, incluso, se afirmaron durante periodos muy largos (hay dos casos evidentes: los hermanos Luis, Sóstenes y José María Ávila, que consolidan su hegemonía de 1808 a 1858 y el muy particular del diestro hispano Bernardo Gaviño, el cual permanece cinco décadas en un imperio que supo forjarse entre los años de 1835 a 1886). Sin embargo, todo el conjunto de diestros no ostentaban la alternativa como culminación profesional, porque por lo menos en México no era común esa práctica, que se va a dar hasta 1887 (la de Francisco Jiménez “Rebujina”, concedida en Puebla el 13 de marzo fue la primera bajo ese ceremonial en nuestro país). En España se consolidó desde los inicios del siglo XIX, y aunque Gaviño no la recibiera, pero que tampoco la proporcionara (hay una dudosa alternativa que concedió el 13 de abril de 1879 a Ponciano Díaz en Puebla, así como otra a Andrés Frontela en 1881 y una más, a Genovevo Pardo el 26 de octubre de 1884, en la plaza de toros del Huisachal), es el torero con bigotes –Ponciano Díaz- quien abre el historial de las alternativas cedidas a los diestros mexicanos en España, recibiéndola el 17 de octubre de 1889 en Madrid. De regreso a los acontecimientos anunciados, sobre lo que significó un toreo aderezado por las mojigangas (circunstancia que tiene una profunda raíz que proviene desde la época medieval), tengo la impresión de que transitó desplazándose, pero sin evolucionar. Era muy rica, exuberante esa expresión pero solo se daban reacomodos o estos variaban con el cambio de nombre en una misma suerte o representación. Y Gaviño en esto, influyó mucho, porque no le convenía alterar ni que alteraran por fuera su predominio, donde incluso se enfrentó a varios riesgos. Sin embargo, su habilidad fue tal que movilizando a sus seguidores, estos reaccionaban levantándose contra el que era sujeto y blanco de ataques para descalificarlo, pero por encima de todo, para liquidarlo, resurgiendo victorioso el gaditano. Además Bernardo era quien junto a Mariano González o los hermanos Ávila –entre otros-, impulsaban aquellas demostraciones alucinantes cuyo catálogo es amplísimo. Véanse algunos ejemplos: -Los hombres gordos de Europa; -Los polvos de la madre Celestina; -La Tarasca; -El laberinto mexicano; -El macetón variado; -Los juegos de Sansón; -Las Carreras de Grecia (sic); -Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas. Todo esto se dio en menor medida en ruedos españoles, en los que maduraba el toreo no solo con la Tauromaquia de José Delgado. También con la reciente que publicó en 1836 y puso en vigor Francisco Montes. Tanto Pepe Hillo como Paquiro son las figuras que reconocen el avance adquirido por un ejercicio que no solo se sustenta por fundamentos de la técnica, sino que esta debe estar acompañada por la estética.

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La teoría de estos dos tratados, impulsó los avances de un espectáculo perfectamente articulado y profesional, construyéndose unos perfiles en los que el torero se volvió no solo figura protagónica, sino segundo eje de ese sistema (recordemos que el primero es el toro), en torno del cual giró una emblemática representación, cuya puesta en escena ya nada más esperaba –en medio de su madurez-, proyectarse por otros espacios. De regreso por nuestro país, la tauromaquia en tanto raíces soterradas, pero evidentes para sostener aquel andamiaje, era un concepto aborigen, a veces ajeno a lo acontecido en España, pero con fuertes soplos de influencia, debida a aislados, pero no por ello débiles vasos comunicantes que se dieron gracias a la difusión de las dos tauromaquias aquí mencionadas. En 1837 el Conde de la Cortina publicaba en el Mosaico mexicano un análisis a la de José Delgado. En 1862, Luis G. Inclán, escritor, editor e incluso empresario y protagonista en más de una tarde de toros, en la ciudad de México o Puebla, sacaba a la luz una versión de la de Francisco Montes,112 acompañada de una gran estampa que reproducía las diversas suertes allí indicadas, pero con una interpretación mexicana, en cuanto a la forma en que percibieron e interpretaron ese conjunto de circunstancias quienes en esos momentos eran protagonistas del toreo. Entre los ochenta primeros años del siglo XIX estudiados aquí, se encuentran actuando las siguientes figuras: (T) Torero;

(B) Banderillero;

(P) Picador;

(O) Otros.

-Felipe Estrada (T) -José Antonio Rea (T) -José María Ríos (B) -Guadalupe Granados (B) -Vicente Soria (B) -José María Montesinos (B) -Joaquín Roxas (O) (Loco) -José Alzate (O) (Loco) -Xavier Tenorio (P) -Ramón Gándara (P) -Ignacio Álvarez (P) -José Ma. Castillo (P) -Luis Ávila (T) (desde 1819) -Sóstenes Ávila (T) (desde 1808) -José María Ávila (T) (desde 1808) -Basilio Quijón (T) (ca. 1820) -Bernardo Gaviño y Rueda (T) (desde 1835) -José Sánchez (T) (español) -Victoriana Sánchez (T) -Caralampio Acosta (P) -Pablo Mendoza (T) -Andrés Chávez (T) -Victoriano Guevara (T) -Vicente Guzmán (P) -José González "Judas" (B) -Juan Corona (P) -Dolores Baños (T) -Soledad Gómez (T) 112

Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995.

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-Manuela García (T) -Mariano González "La Monja" (T) -Antonio Duarte "Cúchares" (T) (español) -Francisco Torregosa (T) -Ignacio del Valle (B) -José Delgado (B) -Antonio Campos (B) -Manuel Lozano García (B) -José Arenas, de Chiclana (P) -Juan Trujillo, de Jeréz (P) -Pilar Cruz (P) -Diego Olvera (P) -Tomás Rodríguez (B) -Magdaleno Vera (P) -Refugio Macías (Picadora) -Ignacio Gadea (O) (banderilleaba desde el caballo) -Serapio Enríquez (P) -Antonio Cerrilla (O) (desde el caballo) -Fernando Hernández (T) -Lorenzo Delgado (B) -Joaquín López "El Andaluz" (B) -Lázaro Sánchez (B) -Francisco Soria "El Moreliano" (B) -Tomás Rodríguez (B) -Manuel Gaviño (B) (hermano de Bernardo) -Esteban Delgado (P) -José Ma. Castillo (B) -Lázaro Caballero (P) -Antonio Escamilla (P) -Antonio Rea (P) -Cenobio Morado (P) -Francisco Cuellar (B) -Joaquín Pérez (B) -Alejo Garza, "El hombre fenómeno" (O) (se le llamaba así por faltarle los brazos y realizar durante sus participaciones una diversidad de actos y de suertes inverosímiles). -Ireneo Mendez (B) -Ángeles Amaya (T) -Mariana Gil (T) -María Guadalupe Padilla (T) -Carolina Perea (T) -Antonia Trejo (T) -Victoriana Gil (T) -Ignacia Ruiz "La Barragana" (T) -Antonia Gutiérrez (O) (de a caballo)

70 figuras -de una lista que puede aumentar- son las que conforman el espacio ya indicado y en el cual podemos apreciar la participación directa de mujeres y aquellas consecuencias del quehacer campirano que encontró extensión en los ruedos. La conveniencia, y mantener este quehacer significó estabilidad, pero también la garantía de una continuidad, aceptadas ambas razones por quienes gozaban el espectáculo de esa época que parecía mantenerse así, de no ser porque en 1867 enfrentó una de las alteraciones más graves, no tanto por el estado que guardaba el espectáculo, sino por razones meramente administrativas, ajenas al curso de las

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corridas de toros mismas, pero que significaron un fuerte golpe, pues aunque se refugiaron en la provincia y desde allí procuraron darle permanencia algunos personajes como los que acaban de citarse, ya no fue igual. Incluso fueron perdiendo fuerza, a pesar de los numerosos escenarios en donde podían efectuarse los festejos. A pesar de que entre esos puntos y las haciendas siguiera notándose una dialéctica o, en otras palabras, ese intercambio entre lo que ocurría en la plaza y las suertes campiranas, comunes en las haciendas ganaderas, junto con la práctica constante sujeta al calendario religioso –e incluso agrícola-, sin faltar las grandes fiestas patronales que dieron lustre a esos pequeños poblados del interior del país. Como se ve, existen suficientes argumentos para vindicar aquella gran independencia taurina, la cual, a partir de 1882 comenzaría a verse amenazada de lo que he llegado a llamar como la “la reconquista vestida de luces”, es decir: La reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona. La “reconquista...” fue un aspecto que colapsó el reposo taurino nacional, a pesar de la resistencia ejercida por Ponciano Díaz y sus huestes. Bernardo Gaviño por su propio anquilosamiento y decrepitud ya no representaba un peligro mayor, y aunque sigue toreando, ya es en menor medida. Con su muerte en 1886 culminó una época singular. Finalmente, el caso específico de Ponciano Díaz nos muestra también el último capítulo de esa “independencia taurina”, que para el imaginario nacional representó una experiencia muy rica en sus mejores años –que fueron de 1877 a 1890-. Los últimos nueve de su trayectoria ya no fueron ni sombra de aquel esplendor, mismo que quedó absolutamente apabullado por la etapa de la “reconquista...”, a la que si no se sometió, por no convenir a sus intereses, al menos la enfrentó, en un caso tan similar al que vivió Moctezuma, cuando secuestrado por los españoles es llevado a Tlaxcala y muerto allí por los propios indígenas. Es decir, la propia afición mexicana de fin de siglo XIX, perfectamente enterada de lo que significaba aquel nuevo amanecer para el toreo de nuestro país, no concibe que Ponciano Díaz deba seguir ocupando un sitio que no corresponde con la realidad, una realidad que está a punto de transitar en su condición secular, aunque, eso sí, lo suficientemente madura y preparada para aceptar y reconocer un toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna el que luego de los años difíciles de asimilación, pero también de madurez y sobre todo, de convencimiento, sirvieran para recuperar el tiempo perdido por un lado. Y por otro, de que la afición formada ya con ese concepto, aprobara su establecimiento de por vida, apoyado con una muy inteligente campaña difundida a través de la prensa, para lo cual surgieron diversas publicaciones, más a favor que en contra de aquel concepto puesto en marcha por los nuevos “conquistadores” del toreo que comenzó un periplo que luego, años después, Rodolfo Gaona lograría hacer universal, gracias al hecho de que este gran torero tuvo la virtud de regresarles la “conquista” a los españoles, en un acto de consolidación taurómaca sin precedentes.

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LA NUEVA, Y MUY NUEVA ESPAÑA QUE SE MONTÓ A CABALLO CONDUCIENDO GANADOS, Y OTRAS AVENTURAS. OBLIGADA RE-LECTURA A UN TEXTO DE PEDRO ROMERO DE SOLÍS. “Cultura bovina y consumo de carne en los orígenes de la América Latina”, es un estudio que Pedro Romero de Solís presentó en el seminario mantenido en Córdoba (España), los días 12 y 13 de mayo de 1993, y publicado por la UNAM, en 1996. 113 Su contenido proyecta un interesante análisis similar al propuesto por Narciso Barrera Bassols114 y donde cada vez más, nos acercamos al entendimiento y significado de aquel gran capítulo donde se establecieron ganados mayores y menores en la recién creada Nueva España. El interés, se centra aquí en los ganados mayores, y particularmente en el vacuno, que además de proporcionar el sustento alimenticio, generó un mercado en el tráfico de pieles, entre otras razones. Pero no solo se reduce a esas pocas circunstancias. También está implícita la Mesta, el incontrolado crecimiento que se dio sobre todo en un siglo peculiar, que va de 1550 a 1650, llamado a su vez por W. Borah como el “siglo de la depresión”, y que ciertas crónicas, como la de Torquemada o Mendieta confirman el suceso, junto a otros tantos apuntes como los de Joaquín García Icazbalceta. Sin embargo, este peculiar acontecimiento trajo consigo la proliferación y desarrollo de unidades de producción agrícolas o ganaderas dedicadas a tener entre aquellos grandes hatos ganaderos, toros propicios para las múltiples ocasiones de fiesta que se efectuaron en diversos sitios del territorio novohispano, para lo cual se puso en marcha un proceso de crianza y selección conforme al estilo de la puesta en práctica de la tauromaquia de a caballo que imperó en los primeros tres siglos novohispanos, lo que no tiene nada que ver con los practicado hoy en día, pero que de alguna manera respaldaron las garantías ofrecidas por los señores de ganados, antigua versión de los ganaderos de nuestro tiempo. El primer postulado que plantea Romero de Solís tiene que ver con un motu propio dado a conocer por el papa Gregorio XIII en 1583 y dirigido al rey de España, prohibiendo se corran toros en la totalidad de sus reinos. Sin embargo, una de las primeras reacciones fue la de Álvaro López de Ávila, como integrante del cabildo de Santo Domingo, quien responde diciendo que “por agora no están obligados a guardarlo ni cumplirlo (el dicho motu propio), porque en los reinos de Castilla (incluida la Nueva España) no se admitió, antes se hizo grande instancia con S.S. que los revocase, lo cual se hizo en cierta forma que en los reinos de Castilla se corren los toros”. Como trasfondo de esa respuesta encontramos que el correr toros es ya una práctica común, iniciada como un ejercicio no solo fruto de la curiosidad para sorprender, espantar o intimidar a los conquistados; sino para hacerles ver que la posesión de aquellos territorios significaba el establecimiento de otras costumbres nunca antes vistas, las que habrían de conjugarse con las de la tierra en medio de la peculiar y mutua asimilación, la cual incluso, ha tardado siglos de constante evolución. Posiblemente Romero de Solís ignore que para México y Perú –incluso Cuba-, las fechas de aquellos primeros eventos taurinos se remontan respectivamente al 24 de junio de 1526, 1540 y 10 de junio de 1514, por lo que significan una poderosa referencia de la cual se parte para respaldar dos de tres historiales que aún se mantienen (recuérdese que en Cuba dejaron de darse corridas de toros poco antes de mediar el siglo XX) y mantuvieron en esas épocas originales una exhibición nobiliaria implantada en América, en forma de diversos caballeros provenientes de casas solariegas y de otras que no lo eran Pedro Romero de Solís: “Cultura bovina y consumo de carne en los orígenes de la América Latina”, En: GARRIDO ARANDA, Antonio (Compilador), et. al.: CULTURA ALIMENTARIA ANDALUCÍA-AMERICA México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1996. 255 p. Programa universitario de alimentos. (Historia General, 17)., p. 231-55. 114 Narciso Barrera Bassols: “Los orígenes de la ganadería en México” en CIENCIAS Nº 44, revista de difusión de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, octubre-diciembre de 1996 (p. 14-27). 113

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tanto. Y no lo fueron, pero que supieron ostentar en una fingida realidad identificada en los hijos-dealgo. En otras palabras, los “hidalgos”. El autor de este estudio plantea además que, en buena medida “esta práctica festiva implica mucho más que la simple reproducción de una costumbre metropolitana: esto es, que para poder lidiar toros es preciso que existieran, previamente, ganaderías de vacunos, y en particular, de bravos”. Sin embargo, para poder afirmar que imperaba una condición tan específica en aquellos ganados, el soporte documental no solo debe ser rico, sino claro y explícito para confirmar tan comprometido argumento. Y no es que dude de dicha especificidad bravía de aquellos ganados, que per se y por condición natural, en tanto gregario, es un mamífero aislado, pero que ante cualquier provocación o agresión, se defiende embistiendo, atacando, que para ello cuenta con su fuerza corporal y una cornamenta ofensivadefensiva. En una necesaria recapitulación de hechos, datos y circunstancias, incluyo aquí dos copiosos materiales, frutos ambos de mi tesis doctoral115, que se ciñeron al esfuerzo de efectuar aclaraciones sobre el origen y desarrollo del ganado vacuno que se estableció en la entonces pasajera encomienda y posteriormente merced real de Atenco, en el maravilloso valle de Toluca. ENSAYO MAYOR SOBRE EL ORIGEN DE LA GANADERÍA EN MÉXICO. En la insistente búsqueda por aclarar orígenes del toreo en México -es decir, en la Nueva España- un tema personal y obsesivo es el de la ganadería. Hasta hoy, veo que ha sido muy difícil conmover la idea generalizada de los aficionados, en el sentido de que Atenco, como primer hacienda ganadera establecida en estas tierras contuvo desde su génesis misma una raza específica: la navarra. Con el ensayo que a continuación presentaré, intento poner en claro un amplio conjunto de ideas cuyo razonamiento está basado en una importante fuente de exploración. Me refiero a “Los orígenes de la ganadería en México”. Barrera Bassols nos dice en un primer acercamiento acerca de lo que significó el proceso de la conquista y su tránsito a la colonia: La conquista europea de América, la instauración de un sistema colonial en la Nueva España y el arribo de nuevos mamíferos (vacas, caballos, cerdos, asnos, mulas, cabras y borregos) han tenido profundas consecuencias en la historia de los últimos 500 años de esta porción de Mesoamérica. De acuerdo con los trabajos de Crosby, podemos decir que una de las más importantes fue el derrumbe demográfico de las sociedades del “nuevo continente” como resultado de la pérdida de un enorme número de vidas humanas por las enfermedades importadas del Viejo Mundo, las guerras emprendidas contra los indios mesoamericanos y el maltrato y esclavismo a que fueron sujetos los pobladores originales de estas tierras. El súbito despoblamiento trajo consigo la oportunidad de repartir y colonizar los nuevos territorios “vaciados” para el usufructo de los nuevos actores sociales, bajo un nuevo sistema económico: el colonial. Durante la Colonia, la ganadería bovina -con una densa historia tanto ibérica como africana- constituyó el eje central del repoblamiento y conformación del Golfo mediante las mercedes y las encomiendas, el despojo de las tierras indias y el arribo de esclavos africanos.

Este fenómeno ocasionó un giro muy importante para las condiciones de vida en nuestro continente, dada la agresividad con que se presentó, tomando a muchos naturales totalmente desprevenidos ante las enfermedades y/o epidemias, y peor aún, bajo el sistema de explotación con el que llegaron imponiéndose los hispanos. Así también, este grupo conquistador y colonizador a la vez, con ese doble objetivo por permanecer en estas tierras tuvo la necesidad de los complementos de vida cotidiana, por José Francisco Coello Ugalde: “ATENCO: LA GANADERÍA DE TOROS BRAVOS MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XIX. ESPLENDOR Y PERMANENCIA”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras (1996-2007). 251 p + 134 + 795 p. (ANEXOS). Ils., fots., grabs., cuadros. 115

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lo que la incorporación del ganado (en sus diversas modalidades) pronto se desarrolló y extendió en buena parte del territorio novohispano, mismo que quedó condicionado al reparto, mercedes y encomiendas que surgieron tan pronto concluyó la conquista. Frente a este fenómeno, los naturales no supieron como actuar, terminando por ser sometidos, despojados y desplazados de sus medios de producción, mismo que empezaron a absorber, aparte de los españoles, un buen grupo de esclavos africanos. Pero no solo ocurrió esto, el mismo ganado en general creció y se desarrolló de tal manera que afectó radicalmente las formas de vida de muchos grupos indígenas que no tuvieron otro remedio que emigrar a sitios distintos, padeciendo consecuencias muy graves. Un apartado nos refiere la condición que tuvo que darse para el desarrollo y la extensión masivos de la ganadería “bovina”, es decir a)se manifestó una reducción de la población mesoamericana entre los años 1521 a 1621 a causa de la conquista, pero sobre todo, de epidemias. b)Congregación de indios por encomienda. c)El lento repoblamiento de los territorios nuevos por parte de españoles (fundamentalmente por efecto de las “mercedes”). Todo esto permitió que la reproducción del ganado fuera masiva, y por ende, hasta peligrosa, puesto que no habiendo zonas limitadas se replegó a sitios que no eran su origen mismo, tornándose mostrenco, montaraz, cerrero o “cimarrón”; salvaje en consecuencia por encontrarse fuera de control. Fue a la Vera Cruz adonde arribaron las primeras reses a la Nueva España, e inclusive se conoce el nombre del primer y aventurado propietario que desembarcó sus ungulados: Gregorio de Villalobos. Éstos se convirtieron en los ancestros de los hatos que pacieron en las tierras altas y centrales de la Nueva España durante la Colonia, en un periodo de casi 300 años, mas no así de los bovinos que llegaron a la región del Pánuco.

Este Gregorio de Villalobos, uno de los primeros en arribar a nuestras tierras traía consigo el hato ya indicado, procediendo a su conducción y establecimiento, como ya se dijo, entre las tierras altas y centrales de la Nueva España así como del Pánuco. Algunos estudiosos -como Simpson- estiman que para 1620 pastaban alrededor de 1,300,000 cabezas 2

de ganado vacuno y 8,100,000 borregos y cabras concentrados en una superficie de 77,000 Km contra 1,800,000 habitantes (indios en su mayoría). Por su parte Butzer estima que de 10,000 mercedes 2 pastaban de 1,5 a 2 millones de cabezas en un área estimada de 150,000 km “con un índice de agostadero promedio de una cabeza por hectárea”. Sin embargo, uno de los datos más importantes se fundamenta en un estudio de Jordan donde se reconocen tres importantes centros de desarrollo cultural ganadero que, a la luz de intensas investigaciones etno-históricas, resultan los nodos de origen de la ganadería bovina en las Américas. Dos de ellos se encuentran en el occidente de Europa: las tierras altas de las islas Británicas y el oeste y sur de la península ibérica. El tercero se localiza en las estepas subsaharianas del occidente de África.

En principio, este supuesto o afirmación deriva de un profundo análisis donde es importante ubicar las zonas donde proceden las raíces ganaderas de América. El grupo de conquistadores llegó acompañado de esclavos africanos con quienes reforzaron los lazos económicos y culturales que atendían a las ganaderías en su conjunto, demostrando ser los primeros administradores. Viene a continuación el punto central de estas observaciones. Narciso Barrera Bassols remonta a la ganadería hispana “desde mucho antes de la época medieval” gracias a la presencia de godos, árabes y bereberes, quienes contaban con amplios conocimientos alrededor de la crianza del ganado sin más. De

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esto, tres son los principales núcleos de desarrollo ganadero en la península: La Media Luna Húmeda en el norte y noroeste, incluyendo la mayor parte de Portugal, Asturias, Galicia, Euskadi y Cataluña. Aquí se desarrollan ganaderías lecheras de montaña en combinación con complejos agrícolas. Las ganaderías de borregos, cabras y reses de las tierras altas, en Extremadura y fundamentalmente de Andalucía. Estos últimos núcleos íntimamente articulados se constituían por complejos ganaderos especializados en la producción de carne a partir del manejo extensivo de los hatos y la producción lechera no era importante. Estas dos últimas regiones constituyen los verdaderos centros de origen de las ganaderías latinoamericanas.

Específicamente, el “nodo central de origen” lo localizan diversos autores en las costas andaluzas, extremeñas y portuguesas denominadas marismas, especialmente en la de mayor extensión y de gran tradición ganadera: las marismas del río Guadalquivir, cercana a la ciudad andaluza de Sevilla, en donde en el momento del descubrimiento de América el desarrollo bovino, en palabras de Jordan, mantenía las siguientes peculiaridades: “El sistema andaluz de ganadería en Marismas, entonces, representó una adaptación particular a un ambiente físico singular. En la época del descubrimiento de América, los sistemas usados en las tierras bajas eran de capital y trabajo extensivos, caracterizados por manadas grandes de animales sin castrar dirigidas por vaqueros a caballo no experimentados: por una gran proporción de ganado vacuno y una baja de ganado menor; por una mesta municipal reguladora, por un desplazamiento local y de temporada del ganado; por la ausencia de pobladores en las marismas, esto es, los dueños del ganado no cultivaban en las inmediaciones de los terrenos ocupados por el ganado; por un alto grado de comercialización y una creciente competencia por la pastura, con un significativo reemplazo por la agricultura. Aquí, propiamente, se encuentra la semilla de la ganadería en América Latina”. Las afirmaciones del autor no deben considerarse rotundas, definitivas, pero sí esenciales para explicar los puntos de origen de una ganadería que se trasladó a América en los tiempos de descubrimiento y conquista fundamentalmente. Cuanto haya ocurrido en el periodo colonial lo dejaré para un apunte posterior. Descubro en un plano de la península española que la provincia de Navarra se localiza al norte del punto de donde fueron enviados los principales elementos con que se garantizaba la continuidad de vida para el español en América con todos sus espectros comunes. Así que Extremadura y Andalucía son las provincias que nutren a la ganadería latinoamericana misma que debe haber seguido el sistema de “manadas grandes sin castrar” que otros caballeros se encargaron administrar, aun y con la gran tasa de sobrepoblación de cabezas de ganado, distribuidos por aquí y por allá, sin orden ni concierto. Estos caballeros fueron los vaqueros, o mejor dicho, las raíces del charro mexicano que aprovechará esta nueva circunstancia. Entre todas esas condiciones surgen las primeras ganaderías, una de ellas, Atenco, de la que este apunte busca plantear un origen distinto pero tan afín a realidades que se vienen proponiendo con bases sólidas e históricas. ¿Qué pasó durante los primeros 100 años de colonia en América en cuanto a la ganadería se refiere? Estas son algunas de las condiciones bajo las cuales transitó aquel ámbito: -Encomiendas otorgadas a los señores de la conquista. -Nuevo régimen de tributos para la Corona. -Políticas de congregación. -Establecimiento de las repúblicas de indios. -Reordenación demográfica y productiva de los antiguos territorios mesoamericanos. -Otorgamiento de las mercedes a los nuevos colonizadores. -Adaptación de la “experiencia ibérica” en el usufructo agropecuario de la tierra. -Proceso de acumulación paulatina de las tierras por los señores de la Colonia, y -La creación de haciendas y latifundios en el agro.

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Con todo lo anterior, ¿qué se debe apuntar sobre el verdadero origen de ATENCO, ganadería envuelta en ese mito que por años y años ha convencido a todos? Si el mito de verdad tiene razón y peso, solo resta aceptarlo. En caso contrario, los elementos que se han ido presentando a lo largo del presente registro de ideas permiten entender mejor la raíz o el origen no solo de la ganadería en términos generales, sino de Atenco en particular. Destacan aquí Gregorio de Villalobos, Hernán Cortés, Juan Gutiérrez Altamirano. Por ahora solo me ocuparé de Cortés y Altamirano. Aquel ya está en el valle de Toluca desde1525 y le escribe a su padre sobre las actividades a los que se dedica como el hombre que ha vivido al tránsito del conquistador al colonizador. Altamirano dedica poco tiempo a un encargo cedido por Cortés desde 1528 al verse envuelto en lío jurídico que lo lleva a la cárcel durante varios años, regresando a la vida normal solo para protegerse y defender los derechos de una propiedad que se mantuvo sometida a largo pleito. No es casualidad que hasta 1594 se sepa de algunas cabezas de ganado que en Atenco fueron negociadas por un tal Sebastián de Goya, lo cual deja entrever que pastaban buena cantidad de reses, mismas que desde tiempos tan lejanos como 1525 fueron incorporadas por Cortés como una mera necesidad del extremeño a gozar del repartimiento, pero sobre todo, a permitirse el privilegio de continuar con una forma de vida tal y como estaba concebida en España, respecto al hecho concreto de la ganadería. El ganado que se trajo de España cumplió y cubrió aquí, en un principio las condiciones de origen y desarrollo de la ganadería sin más propósito que el de no separarse de la vida para un grupo de nuevos pobladores (en América) llegaron provenientes de una España desarrollada en ese sentido. La producción de cabezas de ganado en forma inclusive fuera de control permitió a los nuevos señores ganarse un poder territorial, económico y hasta político, símbolos de hegemonía durante los primeros años de la Nueva España y durante el curso y esplendor de este en los tres siglos posteriores. No se tenían para entonces técnicas de selección. Todo se dejaba al albedrío y lo importante era el abasto y las pieles que se negociaban o traficaban inclusive en los constantes viajes emprendidos en las diversas rutas marítimas que se iban abriendo en señal de progreso y comunicación por diversas latitudes del modo comercial. En todo esto descubrimos que el ganado destinado a las fiestas no contaba con una selección previa. En todo caso podría insinuarse que en los momentos de ser enviados a la plaza se tomaban en cuenta aspectos tales como: presencia, algo de bravuconería que naturalmente tienen las reses en el campo. Por cierto dice Cesáreo Sanz Egaña que el toro es cobarde (obviamente habla del toro de lidia) pero su opinión, en algún sentido es generalizada? Atenco, queda establecida desde el 19 de noviembre de 1528. Hasta 1594 se sabe ya de un reporte que arroja informe sobre las cabezas de ganado existentes entonces. No fue sino hasta 1652 en que se corren toros de dicha hacienda por lo que transcurren 124 años para que se conozcan datos fehacientes de toros destinados a fiestas caballerescas. De todas maneras, Atenco en 1528 o en 1652 sigue siendo tan antigua que no se le quita mérito de ser la primera en proporcionar reses para una diversión añeja como la ganadería misma. Las fuentes que respaldan el dicho se limitan a un legajo del ramo VÍNCULOS del Archivo General de la Nación, uno más del ramo TIERRAS y al que proporciona Nicolás Rangel en su HISTORIA DEL TOREO EN MEXICO. ÉPOCA COLONIAL 1521-1821. En cuanto al estudio que proviene de mi tesis doctoral116, este lleva el título de: GANADOS QUE SE ESTABLECIERON EN LA NUEVA ESPAÑA

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Coello Ugalde: “Atenco: La ganadería de toros…, op. Cit.

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Fue en el segundo viaje del almirante genovés, el de 1493 y en noviembre cuando llegó a la isla de la Dominica "todo género de ganado para casta" como lo apunta Enrico Martínez 117. Y el término “para casta” fue manejado con el sentido de explicar que aquel género de ganado” serviría simple y llanamente para la reproducción. Establecidos los antecedentes básicos sobre el traslado de ganado de Europa a América, pasemos ahora a observar la manera en que se fomenta el desarrollo de diversas variedades de plantas y animales, obra realizada por quienes comenzaban a convertirse más en colonizadores que en conquistadores. Aunque ni una ni otra labor se olvidó. Se pregunta Sonia Corcuera: ¿Por qué no recordar en Cortés al pionero que introdujo desde las Antillas semillas, caña de azúcar, moreras, sarmientos y ganado para iniciar su labor ya no de conquista, sino de colonización? 118.

Hacia 1512, al fundarse en la isla de Cuba la ciudad de Baracoa, Hernán Cortés sigue, con mayor éxito que en la Española (Santo Domingo), sus pacíficas tareas de escribano y granjero. Emprende paralelamente el cultivo de la vid, cría vacas 119 y toros, ovejas y yeguas; explota minas de oro y se entrega al comercio 120. Después de la llegada de los españoles a México, luego de la conquista, ha dicho Fernando Benítez: “Tenochtitlán no murió de muerte natural sino violentamente, por la espada, único final digno de una ciudad guerrera”121, por lo que para 1524 se encontraban establecidos algunos factores para llevar a cabo el proceso de la agricultura y el de la crianza. Así se cuenta con bestias de carga y de leche (bestias de carga y arrastre: caballo, mula y buey; de carne y de leche: vacas, cerdos, ovejas, cabras, gallinas y pavos de castilla sin contar otras especies de menor importancia), cosas tan provechosas como necesarias a la vida. El 24 de junio de 1526 que fue de San Juan..., estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas..." se corren toros en México por primera vez122.

Entonces ¿qué se lidió al citar el término "ciertos toros", si no había por entonces un concepto claro de la ganadería de toros bravos? ¿No serían cíbolos? Recordemos que Moctezuma contaba con un gran zoológico en Tenochtitlán y en él, además de poseer todo tipo de especies animales y otras razas exóticas, el mismo Cortés se encarga de describir a un cíbolo o bisonte en los términos de que era un "toro mexicano con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos".

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Enrico Martínez: Repertorio de los tiempos e historia de Nueva España (1606). México, SEP, 1948. (Testimonios mexicanos, 1), cap. XXVI, p. 141. 118 Sonia Corcuera: Entre gula y templanza. Un aspecto de la historia mexicana. UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 1981. 261 p. Ils. (COLEGIO DE HISTORIA, Colección: Opúsculos/Serie: Investigación), p. 51. 119 Antiguamente, referirse a las vacas era generalizar -en cierto sentido- al ganado vacuno, ya que sólo se hablaba de la posesión de los vientres. Por añadidura estaban los machos que, como elemento de reproducción no podía faltar en una ganadería. 120 “El Cronista A”, Hernán Cortés. En: “El Albatros” N° 4, 1971. Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa. JulioAgosto, 1971. 121 Fernando Benítez: La ruta de Cortés. México, Cultura-SEP, 1983. 308 p. Ils. (Lecturas mexicanas, 7), p. 288. 122 Hernán Cortés: Cartas de Relación. Nota preliminar de Manuel Alcalá. Décimo tercera edición. México, Porrúa, 1983. 331 p. Ils., planos (“Sepan cuántos...”, 7), p. 275.

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El bisonte en época de la conquista ascendía a unos cincuenta millones de cabezas repartidas entre el sur de Canadá, buena parte de la extensión de Estados Unidos de Norteamérica y el actual estado de Coahuila. 123 Si bien los españoles debían alimentarse -entre otros- con carnes y sus derivados, solo pudieron en un principio contar con la de puerco traída desde las Antillas. Para 1523 fue prohibida bajo pena de muerte la venta de ganado a la Nueva España, de tal forma que el Rey intervino dos años después intercediendo a favor de ese inminente crecimiento comercial, permitiendo que pronto llegaran de la Habana o de Santo Domingo ganados que dieron pie a un crecimiento y a un auge sin precedentes. Precisamente, un fenómeno similar de crecimiento y auge sin parangón vino a darse en el espacio temporal que Woodrow W. Borah calificó como “el siglo de la depresión” 124. Esta tesis de cíbolos o bisontes adquiere una dimensión especial cuando en 1551 el virrey don Luis de Velasco ordenó se dieran corridas. Nos cuenta Juan Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, el

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Nuevos estudios apuntan al hecho de que si bien, por aquellos tiempos abundaban los bisontes, extendidos entre los territorios que actualmente ocupan Canadá, Estados Unidos y el norte de México hasta el punto de sumar varios millones de cabezas, el hecho es que algunos pudieron llegar hasta sitios como la ciudad de México-Tenochtitlan. Por noticias se sabe que en el zoológico de Moctezuma estaba uno. Pero también por el lado de los conquistadores, hubo toda una labor que incluía el hecho de introducir ganados mayores que ya estaban en territorio mexicano desde 1521 o 1522. Así que bajo aquella frase de Cortés: "Estando corriendo ciertos toros" cargada de misterio, es posible pensar que al referirse a "ciertos toros" estos hayan sido parte de aquel hato que desde pocos años atrás ya estaba paciendo en estas tierras. 124 Woodrow, W. Borah: El siglo de la depresión en la Nueva España. México, ERA, 1982. 100 p. (Problemas de México). El autor apoya su tesis en las actividades de la economía durante la colonia para conocer los comportamientos demográficos que se dieron en forma agresiva a causa de nuevas enfermedades, la desintegración de la economía nativa y las malas condiciones de vida que siguieron a la conquista. Este fenómeno tuvo su momento más crítico desde 1540 y hasta mediados del siglo XVII, mostrando bajos índices de población, entre los indígenas y los españoles (hacia 1650 se estiman 125,000 blancos en Nueva España y unos 12,000 indígenas). La población indígena alcanzó una etapa de estabilidad, luego de los efectos señalados, a mediados del siglo XVIII “aunque siempre a un ritmo menor que el aumento de las mezclas de sangre y de los no indígenas”. Es interesante observar una de las gráficas (la Nº. 2) donde vemos valores de cabezas de ganado mayor y menor muy disparados contra un decremento sustancial de los indígenas y blancos, lo cual originó, por otro lado, un estado de cosas donde dichos ganados mostraron no solo sobrepoblación sino que el hábitat se vulneró y se desquició lo cual no permite un aumento de la producción, pues los costos de abatieron tremendamente. Indica el tipo de población flotante de origen europeo que mantuvo como valor promedio a cinco miembros por familia, referido todo a la Nueva España, territorio que abarca las Audiencias de México y Guadalajara. Esto es, va de la región del istmo de Tehuantepec hacia el norte, hasta los límites de la ocupación española. En 1575 la economía estaba mermada, por eso, desde 1576 fue posible para la clase alta europea aplicarse en varios aspectos disponibles: disminución del número total de personas empleables, aumento del número de europeos, prodigalidad en el empleo de servidores, eficiencia en la producción y eficacia de los métodos adoptados para obtener mano de obra en los poblados indígenas. Ese siglo de la depresión a que se refiere Borah -con recuperaciones en distintas épocas-, tuvo también los efectos de todo aquello que no podía atenderse a nivel agrícola y ganadero por falta de mano de obra, lo cual provocó escasez y carestía; hambre y miseria. Nueva España gozó en cierto momento de mejores condiciones incluso que España o Europa, pero su economía tan castigada ya no podía mantener una opulencia que se tornó absurda, en medio de la depresión. Pero ante todo esto debía haber soluciones. Se empezó por reducir el consumo pródigo de mano de obra. Contra el número significativo de construcciones religiosas del siglo XVI que fue importante y que ocupaba mucha mano de obra indígena. Y esto fue gracias al peonaje por endeudamiento mientras el encomendero formaba su hacienda. Todo aquel indígena que se incorporaba al trabajo en las haciendas, adoptaba la lengua española, se casaba con otros grupos indígenas, mezclando sangre, lo cual dio origen a una cultura híbrida. Esto, como lo observa el autor, contribuyó a la formación de la nación mexicana, con todo y paradoja de peonaje por endeudamiento de por medio. Peonaje por endeudamiento y economía basada en el latifundio, como dos razones que surgieron de la depresión ya conocida, se proyectan “casi hasta nuestros días” provocando, entre otros efectos, la revolución de 1910.

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segundo virrey de la Nueva España entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era “muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (...) Hacían de estas fiestas [concretamente en el bosque de Chapultepec] de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día 125.

Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de estas tierras e incluso, ellos mismos fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que fue no sólo privativo de los señores. El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su dimensión profesional durante el XVIII. El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”. Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Ejemplo evidente de estas representaciones, son los relieves de la fuente de Acámbaro (Guanajuato), que nos presentan tres pasajes, uno de los cuales muestra el empeño de a pie, común en aquella época, forma típica que consistía en un enfrentamiento donde el caballero se apeaba de su caballo para, en el momento más adecuado, descargar su espada en el cuerpo del toro ayudándose de su capa, misma que arrojaba al toro con objeto de “engañarlo”. Dicha suerte se tornaba distinta a la que frecuentó la plebe que echaba mano de puñales. Sin embargo esto ya es señal de que el toreo de a pie comenzaba a tomar fuerza. Otra escena de la fuente de Acámbaro nos presenta el uso de la "desjarretadera", instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el “desjarrete” se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Un relieve más nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el "quite". En la continuación de la reseña de Suárez de Peralta encontramos este pasaje: Toros no se encerraban [en Chapultepec] menos de setenta y ochenta toros, que los traían de los chichimecas, escogidos, bravísimos que lo son a causa de que debe haber toro que tiene veinte años y no ha visto hombre, que son de los cimarrones, pues costaban mucho estos toros y tenían cuidado de los volver a sus querencias, de donde los traían, si no eran muertos aquel día u otros; en el campo no había más, pues la carne a los perros. Hoy día se hace así, creo yo, porque es tanto el ganado que hay, que no se mira en 125

Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1589 por don (...) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3), p. 100.

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pagarlo; y yo he visto, los días de fiesta, como son domingos y de guardar, tener muchos oficiales, alanos, que los hay en cantidad, por su pasatiempo salir a los ejidos a perrear toros, y no saber cuyos son ni procurarlo, sino el primero que ven a aquél le echan los perros hasta hacerle pedazos, y así le dejan sin pagarle ni aún saber cuyo es, ni se lo piden; y esto es muy ordinario en la ciudad de México y aún en toda la tierra.

Volviendo al buen caballero don Luis de Velasco, él tenía la más principal casa que señor la tuvo, y gastó mucho en honrar la tierra. Tenía de costumbre, todos los sábados ir al campo, a Chapultepec, y allí tenía de ordinario media docena de toros bravísimos; hizo donde se corriesen (un toril muy lindo); íbase allí acompañado de todos los principales de la ciudad, que irían con él cien hombres de a caballo, y a todos y a criados daba de comer, y el plato que hacían aquel día, era banquete; y esto hasta que murió. Al referirse Juan Suárez de Peralta a los “toros de los chichimecas”, nos está dando elementos para comprobar que en aquel tiempo era común traer desde aquellas regiones que hoy ocupan los estados de Coahuila y hasta el norte de Guanajuato. Dicho ganado no es sino el bisonte, búfalo ó cíbolo, como se le conoce al mamífero, animal cuadrúpedo, del orden de los rumiantes, llamado en Europa toro de México o mexicano, por parecerse a un toro ordinario, con la diferencia de que sus astas están echadas hacia atrás, y el pelo largo y parecido a la lana de un perro de aguas ordinario: es montaraz, poco domesticable, y andan en manadas en las espesuras de los bosques, especialmente en la provincia de Texas. Hernán Cortés nos revela un quehacer que lo coloca como el primer ganadero de México, actividad que desarrolla en el valle de Toluca mismo. En carta de 16 de septiembre de 1526, Hernán se dirige a su padre Martín Cortés indicándole de sus posesiones en Nueva España y muy en especial "Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos..."126. De ese modo Las primeras especies de ganado mayor traídas de la península pertenecían a la “serrana, cacereña, canaria y retinta”, animales de gran rendimiento cárnico y laboral. Dichas especies se reprodujeron en grandes hatos en el territorio virreinal que tuvieron buena adaptación al clima y a los terrenos más difíciles. Las primeras vacas dieron origen a las distintas clases de “razas criollas”, resultado de las diferentes cruzas entre las razas puras de origen, de las cuales se obtuvo el tipo “mestizo”. Aquella gran población de ganados se estableció materialmente en todo el Valle de Toluca, por lo que las comunidades indígenas se quejaban del abuso cometido por los dueños de las vacadas, quienes dejaban libres sus animales para pastar, entrando estos a las sementeras destruyendo los sembradíos. Los naturales al verse rebasados por tal circunstancia no tuvieron más remedio que alejarse de sus asentamiento, desapareciendo en consecuencia los pueblos de indios. Y en ese sentido era tal el volumen y multiplicación del ganado, por lo que hubo algunos propietarios que llegaron a marcar anualmente hasta treinta mil becerros, quedando fuera un buen número de cabezas que por falta de control y cuidados se hacían cerreros 127.

Es entonces el valle de Toluca sitio pionero donde se llevó a cabo la revolución agrícola inicial en toda Mesoamérica. Tierras aptas para la siembra y mejor espacio para pastoreo de ganado mayor y menor. El conquistador decide instalarse de forma provisional en Coyoacán mientras la ciudad de México-Tenochtitlán es modificada sustancialmente a un nuevo entorno, propio de concepciones Isaac Velázquez Morales: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI”. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997. 127 TOLUCA: SU HISTORIA, SUS MONUMENTOS, SU DESARROLLO URBANO. COMPILACIÓN: Programa de investigación cultural. Toluca, edo. De México, H. Ayuntamiento de Toluca. Universidad Autónoma del Estado de México, 1996. 331 p., ils. “La ganadería en el Valle de Toluca durante el siglo XVI y principios del XVIII” por Guadalupe Yolanda Zamudio Espinosa (p. 53-70), p. 59-61. 126

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renacentistas. Al poco tiempo, Cortés decide salir hacia el valle de Toluca en compañía del señor de Jalatlaco Quitziltzil, su aliado; y ello ocurre aproximadamente entre 1523 y 1524, pero antes de su viaje infructuoso a las Hibueras (1524-1526). En esa ocasión, Cortés introdujo desde muy temprana fecha ganado porcino (entre 1521 y 1522) y poco más tarde, hacia 1525 y 1528, en compañía de Juan Gutiérrez Altamirano establecieron ganado mayor, tan luego pudo levantarse la prohibición del tránsito de animales de las Antillas, apoyados por cédula real128. Es en 1528 cuando es notoria la presencia de ganado vacuno en la región del valle de Toluca, por lo que para 1531, “el tributo que los indios de la localidad de Toluca y de sujeto Atenco daban al marqués del Valle de Oaxaca ya incluía el mantenimiento de sus “hatos de vacas” 129. Es importante destacar la apreciación que en su momento dejó marcada el padre jesuita José de Acosta, en el sentido de las diferencias encontradas en los tipos de ganados que se establecieron en la Nueva España: De tres maneras hallo animales en Indias: unos que han sido llevados por españoles; otros que aunque no han sido llevados por españoles, los hay en Indias de la misma especie que en Europa; otros que son animales propios de Indias y se hallan en España 130.

Y si en el aspecto de ganado caballar tanto se reprodujo, que dio origen a grandes manadas de caballos salvajes, que se tornaron por naturaleza cerreros, montaraces y mostrencos. Lo mismo ocurrió con los toros salvajes que los hubo en grandes cantidades en diversas regiones de la Nueva España. Lo que es un hecho es que Los primeros toros (no bravos entonces), llegaron a México en 1521 en un lote de becerros transportados a Veracruz, desde Santo Domingo. Cuatro años más tarde llegaron otras remesas de ganado de diversas especies y en 1540 la introducción se hizo en gran escala y así fueron poblados de ganado Texas, Arizona y Nuevo México, por el norte de la Nueva España, donde ya había ganado desde hacía 20 años. Los primeros toros bravos [si es que así se les puede calificar] llegaron a México entre 1540 y 1544, fray Marcos de Niza y fray Junípero Serra llevaron más tarde al noroeste de México la especie llamada cornilarga, formada por ejemplares fuertes, fieros y semisalvajes. Las reses bravas se establecieron primero en la región que es hoy de San Nicolás Parangueo (Guanajuato y Michoacán) 131.

En la permanente búsqueda por aclarar orígenes del toreo en México, durante los primeros años de la Nueva España, un tema que por sí mismo constituye un gran reto es el de la ganadería. Hasta hoy, veo que ha sido muy difícil conmover la idea generalizada en buena parte de los aficionados taurinos, en el 128

Cedulario de la Nobilísima Ciudad que puso en orden el licenciado José Barrio Lorenzot, abogado de la real audiencia y contador de propios y rentas de México, 1768. Real Cédula del 24 de noviembre de 1525. La crianza del ganado implicaba un intercambio comercial muy importante, por lo que, para medir su expansión y sus excesos, se hizo expedir el 30 de junio de 1526 una cédula rubricada por EL REY Nuestros gobernadores e oficiales y otras justicias de las islas españolas, san Juan de Cuba, e Santiago, por parte de los procuradores de la Nueva España fue (h)echa relación que algunas veses, quieren sacar ganados, cavallos e lleguas e vacas, puercos e ovejas e otros ganados para la dicha tierra. Como no se podía hacer tal cosa, El Rey dice que: "Me fue suplicado, y pedido, por merced que no les pusieren impedimento en el sacar de los dichos ganados e cavallos, e yeguas para la dicha Nueva España, o como la mi merced fuese: Por ende yo voi mando, que agora de aqui adelante debeis e concintais vacas de esas dichas a cualesquier personas, para la dicha Nueva España, los cavallos, e yeguas, e puercos, e vacas, e ovejas e otros ganados que quisieren e por bien tuvieren, libre y desembargada... Se firmó en Toledo a 24 de noviembre de 1525. 129 Albores: Tules y sirenas..., op. cit., p. 154. 130 Diego López Rosado: Historia y pensamiento económico de México. Agricultura y ganadería. Propiedad de la tierra. México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 1968. (Textos Universitarios)., p. 49-52. 131 Op. Cit.

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sentido de que Atenco, como hacienda ganadera establecida en estas tierras contuvo desde su génesis misma una raza específica: la navarra. Cuando Nicolás Rangel fue director del Archivo General de la Nación allá por los años 20 del siglo pasado, lo que hoy son los FONDOS Y RAMOS que lo constituyen formalmente aún no gozaban de catalogación precisa. Tuvo a bien encontrarse documentos del hoy ramo "HISTORIA" (DIVERSIONES PÚBLICAS) del cual formó su obra: Historia del toreo en México. Época colonial (1521-1821). Esta, ha sido durante más de 70 años obra de consulta indispensable, aunque algunos de sus datos son de dudosa procedencia (la obra por falta del aparato erudito debe salvarse debido a su ya justificada ausencia de catalogación). Sobre una apreciación del autor en torno a la forma en que se constituyó la mencionada hacienda, dice que El conquistador, Lic. Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, había obtenido de éste, como repartimiento, el pueblo de Calimaya con sus sujetos; y con otras estancias que había adquirido en el valle de Toluca, llegó a formar la hermosa Hacienda de Atenco, llamada así por ser el nombre del pueblo más inmediato. Para poblar sus estancias con ganado bovino, lanar y caballar, hizo traer de las Antillas y de España, los mejores ejemplares que entonces había, importando de Navarra doce pares de toros y vacas seleccionados que sirvieron de pie veterano a la magnífica ganadería que ha llegado a nuestros días 132.

Datos de esa magnitud merecen el descubrimiento mismo de la ganadería de bravo en México y por muchos años así se le ha considerado. ¡Grave error! Varios motivos que contradicen este asunto se disponen incluso, para formar un abigarrado expediente que sirva de evidencia y de muestra certera de que la historia tiene mucho por ofrecer en el plano de las precisiones. Precisamente, en su oportunidad agregaré algunos nuevos datos que se enfrentan a estos argumentos. Aconseja Jacob Burckhardt "No regañemos a los muertos. Comprendámoslos". Si bien Nicolás Rangel se desempeñó mejor en la crítica literaria (véase la Antología del Centenario) que como historiador, su obra Historia del Toreo en México pasa a ser un texto muy interesante, aunque me parece -en lo personal-, una historia positivista, que solo registra pero sin navegar en profundidades del fundamento. Es decir no se compromete. Que es útil, lo ha sido, aunque en partes deja que desear por la ligereza de su construcción salvada por los conocimientos literarios y taurinos del leonés. Con el planteamiento anterior manifiesto mi desacuerdo, en virtud de que ese dato pone en entredicho no sólo el origen de esta hacienda (y no es que lo niegue, y por consecuencia pretenda liquidarlo de un plumazo), sino también la procedencia del pie de simiente, en unos momentos en los que, la cantidad de ganado mayor o menor establecido para entonces en la Nueva España, va incrementándose rápidamente, sobre todo entre las nuevas propiedades territoriales, donde los señores encomenderos van fijándose ese propósito. Haya o no llegado dicho “pie de simiente”; se encuentre o no el documento del que se valió Rangel para sustentar su planteamiento, hace que se cuente también con otros testimonios, con el suficiente peso para dar otro ámbito en torno a ese origen y desarrollo, ocurrido en la hacienda que se propone para su estudio. ¿Qué hay sobre las reses navarras? Ni Carriquiri ni Zalduendo existían para entonces. Los toros navarros y su acreditada fiereza son bien reconocidos desde el siglo XIV pues no faltaban fiestas, por ejemplo en Pamplona, lugar donde se efectuaron con frecuencia. Posibles descendientes de don Juan Gris y ascendientes del marqués de Santacara (Joaquín Beaumuont de Navarra y Azcurra Mexía) pudieron haber tenido trato con alguno de

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Nicolás Rangel: Historia del toreo en México, 1521-1821. México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. fots., p.

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los descendientes de Juan Gutiérrez Altamirano directamente en el negocio de compra-venta de los ganados aquí mencionados, y que pastaron por vez primera en tierras atenqueñas 133. Presuponen algunos que los toros navarros eran de origen celta. Gozaban de pastos salitrosos en lugares como Tudela, Arguedas, Corella y Caparroso dominados por el reino de Navarra. Transcurre la Edad Media, las fiestas y torneos caballerescos abarcan el panorama y nada mejor para ello que toros bravos de indudable personalidad, cuyo prestigio y fama hoy son difíciles de reconocer en medio de escasas noticias que llegan a nuestros días. Es cierto también que con anterioridad a los hechos de 1528, inicia todo un proceso de introducción de ganados en diversas modalidades para fomentar el abasto necesario para permitir una más de las variadas formas de vivir europeas, ahora depositadas en América. Se sabe que por la época del escándalo de llegada y muerte de doña Catalina Xuárez "la Marcayda" (oct.-nov. 1522) había en el palacio de Texcoco caballos y vacas de las cuales se aprovechaba su leche como alimento. El mismo Bernal Díaz del Castillo nos dice que los indios se dedicaban a la agricultura; así, antes de 1524 son labradores, de su naturaleza lo son antes que viniésemos a la Nueva España, y agora (ca. 1535) crían ganados de todas suertes y doman bueyes y aran las tierras134.

Un tema que se asocia con estas circunstancias es el de los mayores propietarios que podían repartir ganado (mayor y menor) a las carnicerías. Ellos eran: -Indudablemente Hernán Cortés. -Alonso de Villaseca, minero y negociante, el hombre más rico en su tiempo de la Nueva España (hacia la década de 1560)135. -El doctor Santillan, oidor de México. -Antonio de Turcios, escribano de la audiencia. -Juan Alonso de Sosa, tesorero real.

Se suma a esta lista un número importante de encomenderos, alcaldes de mesta, miembros del cabildo de la ciudad de México y grandes propietarios de ganado como: -El lic. Juan Gutiérrez de Altamirano. -Jerónimo López. -Juan Bello. -Jerónimo Ruiz de la Mota. -Luis Marín -Villegas (¿Pedro de?) -Juan Jaramillo. -Doña Beatriz de Andrada. -Juan de Salcedo136. 133

Villaseñor y Villaseñor: Los condes de Santiago..., op. cit., p. 64-65. En 1711, el conde Don Nicolás salió electo alcalde ordinario de la Ciudad de México, noticia que encontramos en la obra del Padre Cavo. Fue casado dos veces, la primera con D.a María de Gorráez, Beaumont y Navarra hija de Don Teobaldo de Gorráez Beaumont y Navarra, descendiente del célebre condestable de Navarra, de ese apellido, y de D.a Juan de Luna y Arellano, primer Mariscal de Castilla que ya vivía en México en 1578, pues en enero de ese año fue, en compañía de don Luis de Velasco, uno de los testigos en la escritura del mayorazgo fundado por don Diego de Ibarra y su esposa. La familia de Luna y Arellano, provenía del célebre don Álvaro, Condestable de Castilla. 134 Silvio Zavala: El servicio personal de los indios en la Nueva España - I (1521-1550). México, El Colegio de México/El Colegio Nacional, 1984. 668 p. (Centro de Estudios Históricos)., p. 51, nota No. 58. 135 Guillermo Porras Muñoz: El gobierno de la ciudad de México en el siglo XVI. UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 1982. 515 p. (Historia novohispana, 31), p. 307.

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Como ya vimos, fue en 1551 y por orden del primer virrey don Luis de Velasco, se organizaron algunos festejos, para lo cual se dispuso de 70 toros de los chichimecas. Como dato curioso se dice que en ellas salieron toros bravísimos y, alguno, ¡hasta de veinte años...! Tales sucesos ocurrieron en el año de 1551, 25 años después de los hechos del día de San Juan de 1526, en que por primera vez se corren "ciertos toros" en la Nueva España, registro histórico plasmado en la quinta carta-relación de Hernán Cortés. Al adentrarse en la historia de una ganadería tan importante como Atenco, el misterio de los "doce pares de toros y de vacas" con procedencia de la provincia española de Navarra y que Nicolás Rangel lo asentó en su obra Historia del toreo en México, simplemente no puedo aceptarla como real. El mucho ganado que llegó a la Nueva España debe haber sido reunido en la propia península luego de diversas operaciones en que se concentraban cientos, quizás miles de cabezas de ganado llegados de más de alguna provincia donde el ciclo de reproducción permitió que se efectuara el proceso de movilización al continente recién descubierto. Claro que una buena cantidad de cabezas de ganado murieron en el trayecto, lo cual debe haber originado un constante tráfico marítimo que lograra satisfacer las necesidades de principio en la América recién conquistada y posteriormente colonizada. De siempre ha existido la creencia de que Atenco es la ganadería más antigua. Efectivamente lo es puesto que se fundó en 1528 pero no como hacienda de toros bravos. Seguramente la crianza del toro per se tiene su origen en el crecimiento desmesurado de las ganaderías que hubo en la Nueva España al inicio de la colonia. Los primeros afectados fueron los indios y sus denuncias se basaban en la reiterativa invasión de ganados a sus tierras lo cual ocasionó varios fenómenos, a saber: 1)A partir de 1530 el cabildo de la ciudad de México concede derechos del uso de la tierra llamados "sitio" o "asiento", lo cual garantizaba la no ocupación de parte de otros ganaderos. 2)Tanto don Antonio de Mendoza y don Luis de Velasco en 1543 y 1551 respectivamente, ordenaron que se cercaran distintos terrenos con intención de proteger a los indígenas afectados, caso que ocurrió en Atenco el año de 1551. 3)Se aplicó en gran medida el "derecho de mesta". A causa de la gran expansión ocurrida en las haciendas, en las cuales ocurría un deslizamiento de ganados en sus distintas modalidades, los cuales ocupaban lo mismo cerros que bosques, motivando a un repliegue y al respectivo deslinde de las propiedades de unos con respecto a otros. Como se sabe la mesta -herencia del proceso medieval- fue un organismo entregado al incremento de la ganadería en la Nueva España que favoreció por mucho tiempo a los propietarios, quienes manifestaron los severos daños a movimientos fraudulentos dirigidos a los agricultores y a la propiedad territorial, siendo los indígenas los principalmente afectados. 4)Bajo estas condiciones nace por lógica de los necesarios movimientos internos de orden y registro un quehacer campirano ligado con tareas charras. Esto es, lo que hoy es una actividad de carácter netamente de entretenimiento, ayer lo fue -y sigue siéndolo- en el campo, una labor cotidiana. De ahí que delimitada la ganadería se diera origen involuntariamente a un primer paso de lo profesional y que Atenco, por lo tanto deje una huella a lo largo de 300 años por la abundancia de toros criollos no criados específicamente como toros de lidia, concepto este que se va a dar en México hasta fines del siglo XIX. La ganadería novohispana se orientó hacia el concepto del abasto y en parte, debido a la grande y rápida reproducción registrada, a una colateral de la vida cotidiana: las fiestas caballerescas. El mucho ganado existente permitió el desarrollo de infinidad de estas demostraciones no sólo en la capital, también en sus provincias y en poblaciones tan lejanas como Durango o Mérida.

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Francois Chevalier. La formación de los latifundios en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI y XVII. 1ª. reimpr. México, Fondo de Cultura Económica, 1982. 510 p. ils., fots. (Sección de economía, 1348)., p. 127.

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Lo que es un hecho es que la ganadería como concepto profesional y funcional se dispuso con ese carácter, y en España hacia fines del siglo XVIII. México lo alcanzará hasta un siglo después. Que el ganado embestía, era la reacción normal de su defensa; y obvio, entre tanta provocación existía un auténtico y furioso ataque de su parte. Ganado vacuno lo había en grandes cantidades. Su destino bien podía ser para el abasto que para ocuparlo en fiestas, donde solo puede imaginarse cierta bravuconería del toro que seguramente, nada debe haber tenido de hermoso, gallardo o apuesto como le conocemos en la actualidad (claro, cuando es hablar del TORO). Quizás eran ganados con cierta presentación, eso sí, con muchos años y posiblemente una cornamenta extraña y espectacular. Entre las primeras participaciones de ganado de Atenco, destinado a fiestas durante el siglo XVII, está la de 1652, 11 de noviembre de 1675 cuando se corrieron tres toros con motivo del cumpleaños del Rey, donde además se presentó el Conde de Santiago, auxiliado de 12 lacayos. 11 de mayo de 1689, fiestas en el Parque del Conde, terreno aledaño a la primitiva construcción de la casa principal de los condes en la capital (cuya casa señorial es el actual Museo de la Ciudad de México). Otras tres corridas en junio de 1690 y en el mismo escenario. El 28 de mayo de 1691 el Conde de Santiago, don Juan Velasco, actuó junto a Francisco Goñe de Peralta, quienes se lucieron en esas fiestas. Y dejando estas historias, llegamos a 1824, año a partir del cual la ganadería de Atenco nutrió de ganado en forma por demás exagerada -quizás hasta indiscriminada- a las plazas, cercanas y las de la capital (aunque ya existan informes en los que desde 1815 está ocurriendo dicha situación). Es desde esa fecha en la que concretaré las principales observaciones con las que este trabajo de investigación adquirirá mayor trascendencia en los capítulos posteriores. Si Nicolás Rangel nos dice que los doce pares de toros y de vacas -"raíz brava para Atenco"- fueron traídos para un fin específico: crear un pie de simiente, su aseveración está lejos de toda realidad. La profesionalización de la ganadería llegó mucho tiempo después (fines del siglo XVII y principios del XVIII en España; fines del XIX en México). En España, hacia 1732 se fue haciendo común la práctica impuesta por la Maestranza en dos vertientes: una, que sus empleados salían a buscar los toros asilvestrados o bien, encargaba a un varilarguero de su confianza la compra de reses en el circuito de abastos). En tanto el ganado que se empleaba para las fiestas poseía una cierta casta, era bravucón, y permitía en consecuencia el lucimiento de los caballeros y las habilidades de pajes y gentes de a pie. El abasto, disponiendo de la coyuntura del rastro, y la plaza son los únicos destinos del ganado, aunque al parecer no fue posible que mediara entre ambos aspectos alguna condición particular. No había evidencia clara en la búsqueda de bravura en el toro. El peso específico de la ganadería brava en México va a darse formalmente a partir de 1887 año en que la fiesta asume principios profesionales concretos. Mientras tanto lo ocurrido en los siglos virreinales y buena parte del XIX no puede ser visto sino como la suma de esfuerzos por quienes hicieron posible la presencia siempre viva de la diversión taurina. Mientras un toro embistiera estaba garantizado el espectáculo. Quizás, el hecho de que las fiestas en el virreinato se sustentaron con 100 toros promedio jugados durante varios días, o era por el lucimiento a alcanzar o porque era necesario que un toro entre muchos corridos en un día permitiera aprovechársele. Tomemos en cuenta que se alanceaban, es decir su presencia en el coso era efímera. Ya en el siglo XIX la presencia de decenas de ganaderías refleja el giro que va tomando la fiesta pero ningún personaje como ganadero es mencionado como criador en lo profesional. Es de tomarse en cuenta el hecho de que sus ganados estaban expuestos a degeneración si se les descuidaba por lo que, muy probablemente impusieron algún sistema de selección que los fue conduciendo por caminos correctos hasta lograr enviar a las plazas lo más adecuado al lucimiento en el espectáculo. Los concursos de ganaderías que se dieron con cierta frecuencia al mediar el siglo XIX, son el parámetro de los alcances que se propusieron y hasta hubo toro tan bravo "¡El Rey de los toros!" de la hacienda de Sajay (Xajay) que se ganó el indulto en tres ocasiones: el 1 y 11 de enero de 1852; y luego el 25 de julio, acontecimiento ocurrido en la plaza de

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San Pablo 137. La bravura, lejos de ser una simple casta que los hace embestir en natural defensa de sus vidas, fue el nuevo concepto a dominar con mayor frecuencia. En 1887 comenzó la etapa de la exportación de ganado español a México con lo que la madurez de la ganadería de bravo se consolidó en nuestro país. De ese modo he intentado resolver un pequeño pasaje con el que aun nos confundimos como aficionados sin más, pues se sigue en esa creencia fabulosa y mítica de los toros navarros que llegaron a Atenco en el siglo XVI y que nos puso para bien entretenernos y complicarnos el bueno de don Nicolás Rangel. Aunque surge un nuevo dilema que más adelante desarrollaré en amplitud. Se trata de explicar hasta donde me sea posible la hipótesis de que Bernardo Gaviño haya sido el encargado de sugerir y hasta de traer el ganado español con el fenotipo del navarro. O lo que es lo mismo, los toros de Zalduendo o Carriquiri como un pie de simiente moderno a la hacienda de Atenco, propiedad por entonces de don José Juan Cervantes y Michaus, último conde de Santiago de Calimaya y con el que guardó profunda amistad. Asimismo no debemos descuidar otro aspecto probable, el que se relaciona con el hecho de que en 1894 los Barbabosa adquieren un semental de Zalduendo, típico de la línea navarra, poniéndolo a padrear en terrenos atenqueños. Ganado criollo en su mayoría fue el que pobló las riberas donde nace el Lerma, al sur del Valle de Toluca. Y Rafael Barbabosa Arzate -que la adquiere en 1879- al ser el dueño total de tierras y ganados atenqueños, debe haber seguido como los Cervantes, descendientes del condado de Santiago de Calimaya, con las costumbres de seleccionar toros cerreros, cruzándolos a su vez con vacas de esas regiones. Si bien, reanudadas las corridas de toros en 1887, algunos toros navarros -ahora sí- llegaron por aquí, fue a principios del siglo XX cuando la relevancia, mezclándose con sangre de Pablo Romero, consistente en cuatro vacas y dos sementales. Cuando hechos del pasado se cubren con un velo difícil de retirar, es el momento de perseguir que la razón sea quien campee con sus argumentos sólidos, porque de otra forma, caemos en el riesgo de ser sometidos a engaño. Quedan como ejemplo de haciendas que lidiaron toros en forma regular hasta el siglo XVIII las siguientes: Cuadro Nº 1. HACIENDA El Jaral La Goleta

Yeregé

DUEÑO

UBICACIÓN Cerca de San Miguel. Cerca de Querétaro.

Marqués de la Villa del Villar Del Águila (Administra Gabriel Joaquín del Yermo). Juan Fco. Retana Antonio José Serratos Conde de Regla Viuda de Lecumberri Pedro Antonio de Acevedo y Calderón Antonio María del Hierro Antonio Rotonda

San Nicolás San Pablo El Salitre Enyegé 137

José González Rojo Conde de la Torre Cossío

Real de Minas de Temascaltepec (hoy Estado de México). Nueva Galicia, jurisdicción de Guadalajara.

Querétaro.

Sierra de Pinos, (Zacatecas). Real de Minas de Temascaltepec (Hoy

Lanfranchi: La fiesta brava en..., op. cit., T. I, p. 146.

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Estado de México). Pedro de Macotela Conde de Santiago Valle de Toluca (Hoy estado de México). (administra Felipe Pasalles) Tenería Ignacio García Usabiaga Tlahuelilpan Conde de la Cortina Cerca de Tula, (Hoy estado de Hidalgo). Xaripeo Miguel Hidalgo y Costilla Distrito de Irimbo (Michoacán). Bocas Juan N. Nieto Cerca de San Luis Potosí. Gogorrón y Juan Antonio Fernández de Jáuregui Cerca de San Luis Potosí. Zavala Pila María Antonia Arduengo Cerca de San Luis Potosí. Bledos Manuel de Gándara Cerca de San Luis Potosí. José Florencio Barragán Ríoverde (San Luis Potosí). Rincón Guanajuato. Bellas Fuentes Valladolid. Tenango Tenango (Hoy estado de México). Fuente: Benjamín Flores Hernández: “Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII", México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 pp., p. 225-7. Astillero Atenco

Que más de alguna de estas haciendas comenzara durante el siglo XVIII o el XIX un proceso de modificación en su concepto de reproducción, selección y crianza de toros destinados con fines concretos a las fiestas, no ha sido posible encontrar el testimonio directo que así lo compruebe. Ahora surge la pregunta: ¿cómo es posible que el ganado de Atenco en una determinada época comenzó a manifestar características afines con las ramas de Carriquiri y Zalduendo que es en donde cabe la reflexión más cercana a las relaciones con esta casta definida en España y por ende con una profesionalización que marcaron en algún momento los dueños de la ganadería? LA TESIS DE NICOLÁS RANGEL SOBRE EL ORIGEN DE ATENCO TOMA UN SESGO. Tal parece que la historia puede corregirse cuando ciertos datos considerados como infalibles, se les descubre en medio de un mal manejo e interpretación. Es de sobra conocido el planteamiento expuesto por Nicolás Rangel acerca del pie de simiente con el que se formó la hacienda de Atenco desde la segunda mitad del siglo XVI. Argumentaba la incorporación de doce pares de hembras y machos que habían sido adquiridos en la provincia española de Navarra. Era difícil creer tesis tan arriesgada si entonces no estaba constituida ninguna hacienda ganadera, de modo profesional, tanto en la península como en la Nueva España. Tal cual ocurrió hasta fines del siglo XVIII con la de Aleas en España, y un siglo después en México con las de Atenco, Cazadero o Tepeyahualco, donde se estableció un esquema de actividades agrícolas y ganaderas que afirmaron el concepto. Sin embargo, frente a todo esto, ha aparecido una nueva luz en el panorama que desplaza cierto opacamiento de la que proyectó Rangel desde 1924. No es un descubrimiento en cuanto tal, pero llama la atención por el hecho de que es una información publicada 37 y 40 años respectivamente antes que la famosa HISTORIA DEL TOREO EN MÉXICO. Bajo ese nuevo brillo veremos que el pasado tiene encerrado un misterio que ahora nos ofrece generoso para explicarlo cada vez con mayor facilidad y seguir así, la ruta más adecuada. El dato apareció en El Arte de la Lidia, año III, Nº 32 del 12 de junio de 1887: LAS GANADERÍAS

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ATENCO La muy acreditada ganadería de Atenco, existente en el estado de México, se debe al conde de Santiago, desde el siglo pasado, que por su cuenta se trajeron de España, procedentes de la provincia de Navarra, los primeros doce pares de machos y hembras, siendo la segunda remesa de cincuenta pares. Estas reses tienen las condiciones de la ganadería de Pérez Laborda, distinguiéndose y principalmente por su color, que es colorado, josco y en general por su figura aleonada, sobre todo en los cuartos delanteros y musculación de las piernas. Aunque chicos de cuerpo, son bravos, de mucho poder, ligeros codiciosos y francos, distinguiéndose en particular de las demás ganaderías, en el primero y tercer tercio de la lidia, pues como se ha visto siempre el toro de Atenco, aunque se sienta bastante herido, se engarrota para no caer, viéndose muchas veces que por coger a su adversario se le ve llorar por no poder vengarse, y algunos toros exhalan el último suspiro casi en pie. Todas estas condiciones las tienen, como se ha dicho, la ganadería de Pérez Laborda, en España, por lo que se cree, son hermanos. La época buena en México, de los toros de Atenco, fue en los años de 1830 a 1866, en que la ganadería estaba en todo su apogeo, existiendo de 4 a 6000 reses bravas, pudiéndose sacar entonces para lidiarlos de 400 a 600 toros, el menor de 6 años. Razón por qué en aquella época fueron tan notables los toros de Atenco en varias plazas de la república, principalmente en los circos taurinos de San Pablo y Paseo Nuevo de esta capital. En varias épocas, los toros de Atenco han jugado en competencia con algunas ganaderías de bastante nombre, como la del “Cazadero”, pero hasta ahora no se ha dado el caso de que se les haya superado en ley y bravura. Es muy raro el toro de Atenco que no recibe seis varas con voluntad y muchas veces se ha visto caer a los toros en medio del ruedo, acalambrados por su condición y ley. En varios apuntes que hemos visto en la hacienda, aparece que en una corrida que se verificó en la plaza del Paseo, a beneficio de la misma hacienda, se lidió un toro llamado “El León” de magnífica estampa y de una bravura a toda prueba. Este toro dejó tres veces la plaza limpia de picadores y toreros, ocasionó 20 caídas, y mató 18 caballos, llegando después con muchísimas facultades al último tercio en que fue muerto por el renombrado espada, Bernardo Gaviño. Sería muy largo dar a conocer otros muchos hechos semejantes, que con razón le han dado tanta fama a la ganadería de Atenco. SERVOLINI

La sorpresa invadió nuestro quehacer, y en el afán de confirmar el dicho, fui a consultar diversas fuentes que ahora pongo a la disposición, pero que también someto a discusión. Entre esas fuentes se encuentran las obras de F. G. de Bedoya 138, la de Vicente Pérez de Laborda Villanueva 139 y finalmente la de Alejandro Villaseñor y Villaseñor 140. ¿A cuál de los condes que manejaron o administraron la hacienda de Atenco durante el siglo XVIII se refiere Servolini? En principio, habría que ocuparnos del quinto conde, Nicolás Gutiérrez Altamirano de Velasco y Villegas, Albornoz, Castilla, Velasco y Castilla, Sosa, Carrillo, Cabrera é Ibarra, López de Legaspi, Ortiz de Orán y Acuña, etc., (1698-1721) quien además vivió un periodo de bonanza económica sin precedentes. Casó en primeras nupcias con María de Gorráez, Beaumont y Navarra hija de Teobaldo de Gorráez y Beaumont y Navarra, descendiente del célebre condestable de Navarra, de ese apellido, y de Juana de Luna y Arellano Mariscala de Castilla y descendiente a su vez de Carlos de Luna y Arellano, primer Mariscal de Castilla. A causa de ese matrimonio, Nicolás unió a los títulos de conde y de Adelantado, los de Mariscal de Castilla y señor de Siria y de Borobia; el señorío de Siria después fue 138

F. G. de Bedoya: Historia del Toreo, y de las principales ganaderías de España. Madrid, 1850. (Véase bibliografía). Vicente Pérez de Laborda: Historia de una Ganadería Navarra de Toros bravos en el siglo XIX de Tudela (Navarra). Véase bibliografía. (p. 158 y 192). 140 Alejandro Villaseñor y Villaseñor: Los condes de Santiago..., op. cit. 139

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elevado al rango de marquesado; en cuanto al título de Marqués de Salinas, arregladas las dificultades que se habían presentado y comprobado plenamente el derecho que a los ascendientes de don Nicolás les asistía para reclamarlo, este hizo ya uso de él con lo que la casa de Santiago llegó a ser la primera en rango entre todas las de Nueva España tanto por la antigüedad de sus blasones, como por el número de ellos; sin embargo, vio mermadas considerablemente sus rentas, ya sea por los litigios que tuvo que sostener con los pueblos colindantes de sus propiedades en el Valle de Toluca, como con los descendientes de Hernán Cortés, que le disputaban la posesión de la encomienda de Calimaya, y con la Real Hacienda que reivindicaba para la Corona la propiedad de la misma. A la muerte de Nicolás, la casa de Santiago sufrió una grave crisis, que le quitó mucho de su pasado esplendor y obligó a sus poseedores a vivir en una medianía muy modesta, y aun a ir a residir fuera de la corte virreinal por no poderse sostener en esta conforme a su rango y a sus títulos. Al traer a estos apuntes el nombre de Nicolás Gutiérrez Altamirano de Velasco, es por su relación matrimonial con la descendiente de gente notable que tuvo su principal centro de actividad en la provincia de Navarra. Sin embargo, esto se dio al comenzar el siglo XVIII, cuando no existía en aquella región una ganadería perfectamente establecida, como las que sí se constituyeron al finalizar el “siglo de las luces”. Por otro lado, debemos ocuparnos del octavo conde en la sucesión, José Manuel Altamirano y Velasco, último de la raza de los Altamirano, quien de 1793 a 1798 fue sucesor del mayorazgo, pero no absolutamente de los títulos de Santiago y de Salinas, debido a la oposición que mostraron su sobrina Isabel, y por otra parte de Ignacio Gómez de Cervantes, en nombre de su hijo José María. El conde fue capitán de Alabarderos de la Guardia de los Virreyes Revillagigedo y Branciforte. Enfrentó fuertes vicisitudes y entre otras, la de la notoria decadencia que se mostró en la pérdida de capitales, por lo que la de los Condes de Santiago de Calimaya ya no se contaba entre los mejores de la Colonia. Con el largo tiempo que estuvieron sujetos a intervención, esos gravámenes habían ido disminuyéndose, las fincas pudieron ser reparadas en su mayor parte y se reedificó totalmente la casa solariega de Santiago, dándole la disposición y aspecto que tiene en la actualidad y que la hace una de las más notables construcciones del México antiguo. Con José Manuel, aunque se le puede considerar como el posible comprador de aquellas dos “remesas”, el hecho es que su situación y la del condado en lo general no era del todo positiva. Alejandro Villaseñor y Villaseñor apunta con optimismo que en medio de aquel ambiente, aún se tuvo oportunidad de concluir con obras como la de la reedificación de la casa solariega de Santiago, lo que no significaba cualquier cosa en gastos. Antes al contrario, el hecho de que haya intervenido el arquitecto Francisco Javier Guerrero y Torres, cuya fama era reconocida entonces, significa que los capitales no apuntaban a la “banca rota”, y que el condado todavía se dio el lujo de concluir la obra de aquella magnífica casa, que hoy en día es el Museo de la Ciudad de México. Entre ambos personajes existen marcadas diferencias que hacen difícil explicar si uno u otro tuvo la posibilidad, como lo indica Servolini de haber traído, entonces a la Nueva España el ganado al que se refiere cuando apunta: “La muy acreditada ganadería de Atenco, existente en el estado de México, se debe al conde de Santiago, desde el siglo pasado, que por su cuenta se trajeron de España, procedentes de la provincia de Navarra, los primeros doce pares de machos y hembras, siendo la segunda remesa de cincuenta pares”. Desafortunadamente no menciona cual de ellos, o alguno otro en quien no nos ocupamos, hizo traer tales remesas, por lo que es difícil adivinar tal incógnita. Por su parte, el Sr. Antonio Briones Díaz, actual propietario de la ganadería española de Carriquiri, afirma que “no cabe duda que el envío de España a través de Francisco Javier Altamirano de las primeras reses bravas de casta Navarra que fueron proporcionadas por el Marqués de Santacara o de sus descendientes, dio lugar al comienzo del toro bravo de Ultramar”. Al citar a Francisco Javier Altamirano, debe referirse al sexto conde de Santiago, Juan Javier Joaquín Altamirano Y Gorráez Luna, Marqués de Salinas VII; Adelantado de Filipinas, quien, de 1721 a 1752 estuvo al frente de la

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administración en la hacienda de Atenco. Es este personaje un posible responsable en la tan buscada negociación sobre la compra de la punta del ganado que tanto sigue causando confusión en el verdadero origen de la simiente que dio fundamento a la ganadería de toros bravos aquí estudiada, y que no deberemos perder de vista. Ahora bien, aunque la ganadería de Pérez Laborda surge hasta finales del siglo XVIII, y comienza a tener una intensa actividad al comenzar el XIX, sí en cambio existía la de don Antonio Ibarnavarro, mismo que en 1768 declaró poseer 120 vacas y 50 toros (con la que después seleccionó Felipe Pérez Laborda el pie de simiente para su propia ganadería). Casualmente, Antonio Ibarnavarro ya está vendiendo toros para las fiestas que se efectuaron en Pamplona hacia el año 1789, pagándosele 50 duros por toro y 30 por novillo. Ya en 1818, al formarse la sociedad Juan Antonio Lizaso-Felipe Pérez de Laborda, declara este último “que las Bacas [seleccionadas para formar aquella ganadería] son de las más antiguas y mejor casta que se encuentran en el país”. También debe apuntarse que Juan Antonio Lizaso formó sociedad con don Francisco Guendulain en los últimos años del décimo octavo siglo, que terminó disolviéndose al comenzar el siglo XIX. En las postrimerías del XVIII, Guendulain compra a su vez un lote de ganado a don Antonio Lecumberri que formó con bastante buena suerte una ganadería con toros de la región, trayéndole muy buenos resultados, tal y como lo hizo también Zalduendo de Caparroso y Arnedo, toros que se corrían en todas las fiestas de Pamplona y Zaragoza. Así que tanto Antonio Ibarnavarro, como Antonio Lecumberri, antes que Lizaso-Pérez Laborda, Guendulain y Zalduendo, son los dueños de ganado que tienen establecida una ganadería en la región vasca, y con aquellos toros y vacas formaron estos sus ganaderías entre los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, como también pudo ocurrir con el octavo conde de Santiago de Calimaya, que, probablemente entró en negociaciones no tanto con Sánchez Laborda, sino con Ibarnavarro o con Lecumberri. No se sabe si cuando Felipe Pérez Laborda, al finalizar la guerra de independencia en España, al evitar cierto inconveniente en la afinidad de sangre, fue eliminando hasta 38 vacas y entre 7 y 8 sementales de la ganadería de Ibarnavarro, hasta dar con lo que después fue su pie de simiente fundacional. La guerra de independencia concluyó en 1814. No perdamos de vista ese “desecho”, si lo podemos considerar también como parte de la “segunda remesa”, formada por otros cincuenta pares, pero que no se menciona cuando llegaron a la hacienda mexiquense. Otro asunto que destaca aquí, es que en cuanto Servolini refiere las características del ganado de Atenco, tan afín al de Pérez Laborda, no lo hace tomando en cuenta la propia experiencia de dicho ganado en las plazas mexicanas de mediados del siglo XIX. Se apoya en lo anotado por Bedoya. TOROS DE LA SEÑORA VIUDA DE PÉREZ LABORDA (TUDELA NAVARRA) A propósito hemos dejado esta ganadería para semblazarla después que a las demás de Navarra [refiriéndose, desde luego a los toros de Guindulain y de Zalduendo], porque los toros que de ella proceden, tienen además de las cualidades comunes a los toros bravos, otra tan especial, que merece se haga de ella particular mención. Parece excusado analizar la condición de estas reses cuando desde luego confesamos que son las mejores de todas las castas conocidas hoy en aquel país: bravura, dureza, juego, ligereza y todas las demás dotes que constituyen el verdadero mérito de un ganado, todas las poseen estos toros, y además la particular de vérseles llorar cuando se consienten muertos de la estocada, y no pueden coger al lidiador. Ciertamente que esto acredita su bravura, pero no es esta la última prueba que dan de sus bríos; en los momentos de expirar no buscan terreno para echarse, al contrario, se engarrotan, digámoslo así, y en pie exhalen el último aliento. Es todo cuanto en honor de la verdad podemos decir en obsequio de la primer ganadería de España, cuyo título no creemos se lo dispute nadie, tratándose de toros puramente bravos 141.

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Bedoya: Historia del toreo..., op. cit., p. 339-340.

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Si el colaborador de El Arte de la Lidia al describir a los toros atenqueños lo hace con conocimiento de causa, y si encuentra semejanzas entre estos y los de Pérez Laborda, no se trata más que de una mera coincidencia que reúne condiciones de juego que entre unos y otros terminan siendo iguales. Destaca por otro lado características de pelaje y juego, así como el apunte anecdótico que da a la nota un interés particular. Sin embargo, ¿se gana algo al pretender desviar la afirmación rangeliana? Podríamos decir que cambia el espacio temporal y se agrega un nuevo valor con relación a la segunda remesa. También de que su semejanza con los toros de Pérez Laborda es tan cercana, que de alguna manera termina haciéndolos “hermanos” de raza y casta. Ante todo lo anterior se puede concluir que se trata de un novedoso argumento, débil en su solidez, si no olvidamos que en 1884 y 1898, Un corresponsal del propio semanario El Arte de la Lidia y don José Julio Barbabosa, ganadero de Santín decían de Atenco respectivamente lo que sigue: Cierta tarde, allá por noviembre de 1884, los espadas José María Hernández El Toluqueño y Juan Jiménez Rebujina andaban haciendo ruido por Toluca, quien reseña la corrida lo hace en estos términos: Las reses que se lidiaron en la plaza de Toluca fueron de la acreditada hacienda de Atenco, y al mentar esta ganadería, no se puede decir nada de elogios, porque la verdad, la cosa está probada con hechos muy grandes. Son toros de origen de raza navarra, de buena ley, listos, valientes y de mucha gracia y renombre en la República (...) “Los toros que se jugaron en esta corrida, fueron como vulgarmente se dice, de rompe y rasga, es decir, que se prestaron con brío, ligereza y empuje a todas las suertes de los diestros 142.

En cuanto a José Julio Barbabosa, escribe: (era la (Antigua de Atenco, mezclada con S. Diego de los padres, (y (Atenco con Navarro (ví jugar este toro, p.a mi cualquier cosa) con Miura, Saltillo, Benjumea, Concha y Sierra y con toro de Ybarra, (feo pero buen torito), además, las cruzas de estos toros con vacas de S. Diego, por tanto no bajan de tener 12 clases diferentes de toros en el repetido Atenco, ¿cuál de tantas razas será la buena? (incluyendo, evidentemente lo “navarro”. Notas escritas en noviembre de 1886) 143.

Dos condes, en sus extremos temporales opuestos durante el siglo XVIII nos dejan admirar una información cruzada, poco vigorosa si hemos de atender el pasaje que se ha reseñado con amplitud en esta apreciación. Aunque probablemente entre ellos dos, el sexto en línea directa, Juan Javier Joaquín Gutiérrez Altamirano de Velasco y Castilla, independientemente de haber tenido que enfrentar una dura situación económica, que se vio alterada –aún más-, con el hecho de que en 1742 la Audiencia lanzó un decreto donde ordenaba embargar todos los bienes pertenecientes a los mayorazgos de Altamirano y anexos, se convierta en el personaje que resuelva la compleja incógnita que ya vemos, poco a poco se aclara. No es un informe que se desvanecerá con el presente análisis. Queda mucho por hacer, mas ahora que se agrega a la historia de Atenco este dato que enriquece su largo testimonial. Otro apunte que también crea un interesante territorio de dudas, es el que recogemos de una actuación de Bernardo Gaviño en Puebla, allá por 1858. Dice la nota recogida de la obra de Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y España. 1519-1969: PLAZA DEL PASEO NUEVO, PUEBLA, PUE. En 1858 fue nuevamente reedificada dicha plaza, estrenándola -así fue anunciado- Bernardo Gaviño, llevando de segundo espada a Pablo Mendoza, con toros 142

El Arte de la Lidia, año I, Nº 4, del 7 de diciembre de 1884. José Julio Barbabosa: “Nº 1 Orijen de la raza brava de Santín, y algunas cosas notables q.e ocurran en ella J(...) J(...) B(...). Santín Nbre 1º/(18)86”. 178 p. Ms. (p. 7). 143

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de Atenco, “entonces ganadería recientemente fundada”. Fueron los festejos, para celebrar los Días de Todos Santos, la primera semana del mes de noviembre144.

Todo esto, nos presenta un amplio panorama de exploración, mismo que queda sujeto a los avances considerados en el presente proyecto de tesis doctoral. Tanto el ganado vacuno como el caballo “eran desconocidos en América”, que pronto se aclimataron al “nuevo ecosistema”, para lo cual hubo necesidad de grupos profesionales de vaqueros al que se sumaron indígenas. Pero en lo fundamental, la implantación de la ganadería vacuna sería paralela a la posibilidad del consumo de carne, primero por los conquistadores y colonizados y, posteriormente, por la población indígena. Propone el autor de este estudio que los caballos y los toros eran no sólo, como habremos de ver, animales estratégicos, sino también elementos clave en lo que podríamos denominar guerra psicológica: es decir, armas que por motivos culturales se transformaban en instrumentos de una eficacia insospechada. El caballo fue divinizado por los indígenas, y si aquel era montado por los guerreros castellanos, “el impacto psicológico de los corceles se veía multiplicado por el hecho mismo de que mientras los indígenas vivían desnudos los caballos iban cubiertos por unas imponentes armaduras que cubrían su cabeza, cuello, pecho, ancas y patas, y elevado a una potencia cuando constataban que los mencionados monstruos eran indestructibles, esto es inmunes a sus armas, en especial a sus flechas que no lograban penetrar las extrañas protecciones”. Esta fue pues una estrategia aprovechada por los conquistadores, beneficio que no se extendió por mucho tiempo, ya que dicha inmunidad equina quedó alterada en las grandes batallas, lo mismo que esos “dioses” que también eran liquidados. La población de caballos al principio, tanto de la conquista como de la colonización fue escasa, lo que obligó a doblar o triplicar su cuidado y mantenimiento, en contraposición del ganado vacuno que por sí mismo y sin demasiados cuidados, se extendió y reprodujo acelerada y hasta peligrosamente. Superada la conquista, todo aquel señor o caballero poseedor –digamos-, de una cuadra respetable de caballos adquirió un status el que funcionó perfectamente para elevar su condición social y además para ser considerado por las autoridades al sumársele en aquella primera etapa de las fiestas caballerescas, porque no solo participaban en aquellos fastos, sino que también esos señores –según las Actas Capitulares de México-, tenían obligación, con motivo de las fiestas de San Juan, de Santiago, de San Hipólito o la de Nuestra Señora de Agosto, de cabalgar por las calles de la ciudad. Respecto a la fiesta de San Hipólito que celebraba la capitulación de México-Tenochtitlán, el desfile que la recordaba se mantuvo desde 1528 y hasta 1812 145. 144

Lanfranchi: La fiesta brava en... op. cit, T. I, p. 163. José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico Taurinas Nº 16, 4: 16.-FUNCIONES DEL PENDÓN O MEMORIA DE LA CONQUISTA. CELEBRACIÓN EN LA NUEVA ESPAÑA DEL DÍA DE SAN HIPÓLITO. 145

La fiesta de San Hipólito (13 de agosto) se convierte en uno de los hitos virreinales de gran trascendencia cívica y política, junto a la gran celebración del día de la virgen de Guadalupe (12 de diciembre), la de Nuestra Señora de los Remedios (1º de septiembre), o el de la fiesta que celebra la beatificación de San Felipe de Jesús (5 de febrero). Tal conmemoración fue instaurada desde temprana edad –como veremos más adelante-, incluso antes del virreinato mismo, como una forma de rememorar la capitulación del último reducto indígena que combatió valiente y férreamente, durante la guerra sostenida entre soldados españoles respaldados por aquellos pueblos cempoaltecas, chalcas, totonacas y tlaxcaltecas, entre otros, que hicieron alianza con los hispanos. A partir de esos momentos comenzó el periodo colonial que abarcaría tres siglos de esplendor. Desde 1528 y hasta 1812 en que fue abolida, año con año la fiesta del santo patrono de la ciudad, misma que bajo la organización correspondiente de parte de los diputados de fiestas, y con la colaboración de la iglesia, los diferentes gremios, a saber: Arquitectos, Escueleros, cereros y confiteros, curtidores, tiradores de oro y plata, cobreros, tosineros, coleteros, gamuseros, loseros, entalladores, pasteleros, cerrajeros, sastres, toneleros, herreros, sombrederos, armeros, sayaleros, zapateros, pasamaneros, bordadores, sederos y gorreros; silleros, tenderos de pulpa, carpinteros, organistas, beleros,

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guanteros, algodoneros, figoneros, carroceros, herradores, tintoreros, fundidores, obrajeros, mesilleros, cajoncillos, surradores y un largo etcétera más, así como por el pueblo, se convirtió en una de las fiestas de mayor ámpula durante todo ese tiempo. En el INVENTARIO GENERAL DE LOS LIBROS, AUTOS Y PAPELES DE CABILDO DE ESTA N. C. DE MÉXICO, SU MESA DE PROPIOS, JUNTA DE PÓSITO, COFRADÍA DE N. S. DE LOS REMEDIOS, EXISTENTES EN EL ARCHIVO Y ESCRIBANÍA MAYOR. EJECUTADO Y EXTENDIDO POR EL LIC. Dn. JUAN DEL BARRIO LORENZOT, ABOGADO DE LA REAL AUDIENCIA DEL ILUSTRE REAL COLEGIO CONTADOR SUBTITUTO DE PROPIOS, QUIEN LO OFRECE A LA MISMA N. C., documento localizado en el Archivo Histórico del Distrito Federal, con el número de volumen 430-A, y que abarca de los años 1657 a 1779, aparece reseñado, bajo el rubro de Cédulas ( C ) Reales ( R ) originales y testimonios de otras, la siguiente indicación: f. 16: Cédula para que se observe la costumbre en la Fiesta de N. S. San Hipólito, su fecha 8 de agosto de 1703, en 1 f. Por lo que me parece importante citar ahora las notas que preparó Joaquín García Icazbalceta, planteándonos un interesante panorama sobre “El paseo del Pendón”, en el cual nos dice lo siguiente: EL PASEO DEL PENDÓN La primera disposición para solemnizar la fiesta data del 31 de julio de 1528. En cabildo de ese día se acordó “que en las fiestas de S. Juan e Santiago e Santo Hipólito, e Ntra. Sra. De Agosto se solemnice mucho, e que corra toros, e que jueguen cañas, e que todos cabalguen, los que tovieren bestias, so pena de diez pesos de oro”. A 14 de agosto del mismo año se mandaron librar y pagar cuarenta pesos y cinco tomines de oro, que se gastaron en el pendón y en la colocación del día de San Hipólito en esta manera: “cinco pesos y cuatro tomines a Juan Franco de cierto tafetán blanco: a Pedro Jiménez, de la hechura del pendón y franjas, y hechura, y cordones y sirgo (seda), siete pesos y cinco tomines: de dos arrobas de vino a Diego de Aguilar, seis pesos: a Alonso Sánchez de una arroba de confites, doce pesos y medio: a Martínez Sánchez, tres pesos de melones”. Por este acuerdo se viene en conocimiento de que el Pendón que se sacaba en el paseo, no era el que había traído Cortés, como generalmente se cree, sino otro nuevamente hecho, cuyos colores eran rojo y blanco. Aquí no se habla todavía del paseo, aunque es de suponerse que para él se hizo el Pendón; pero el año siguiente de 1629 se fijó ya el orden que con corta diferencia se siguió observando en lo sucesivo. He aquí lo que se dispuso en el cabildo de 11 de agosto: “Los dichos señores ordenaron y mandaron que de aquí adelante todos los años, por honra de la fiesta del señor Santo Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, e que dellos se maten dos, y se den por amor de Dios a los monasterios e hospitales, y que la víspera de la dicha fiesta se saque el Pendón de esta ciudad de la Casa del Cabildo, y que se lleve con toda la gente que pudiere ir a caballo acompañándole hasta la iglesia de San Hipólito, y allí se digan sus vísperas solemnes, y se torne a traer dicho Pendón a la dicha Casa del Cabildo, e otro día se torne a llevar el dicho Pendón en procesión a pie hasta la dicha Iglesia de San Hipólito, e llegada allí toda la gente y dicha su misa mayor, se torne a traer el dicho Pendón a la Casa del Cabildo, a caballo, en la cual dicha Casa del Cabildo, esté guardado el dicho Pendón, e no salga de él; e en cada un año elija e nombre de dicho cabildo una persona, cual le pareciere, para que saque el dicho Pendón, así para el dicho día de San Hipólito, como para otra cosa que se ofreciere”. Y el día 27 del mismo mes se mandaron “librar e pagar a los trompetas doce pesos de oro, por lo que tañeron e trabajaron el día de Santo Hipólito”. Este año, tal vez por estreno, fueron largamente recompensados los trompetas; pero lo desquitaron al siguiente, porque en cabildo de 28 de agosto de 1530 se acordó “que no se les diese cosa ninguna” Esta ceremonia del Paseo del Pendón se verificaba también en otras ciudades de las Indias, y señaladamente en Lima el día de la Epifanía. El orden que debía guardarse en el paseo fue materia de varias disposiciones de la corte, con las cuales se formó una de las leyes de Indias. Veamos cómo se practicaba en México, según refiere un antiguo libro: “Tiene ya esta fiesta tan gran descaecimiento (1651) como otras muchas cosas insignes que había en México, y aunque uno u otro daño, por la diligencia e industria del regidor que saca el estandarte real, se adelante mucho, en ninguna manera puede llegar a lo que fue antiguamente, aunque se pudieran nombrar algunos regidores que en esta era han gastado más de veintidós mil pesos en adelantar y celebrar por su parte esta festividad”. Mas para que se crea lo que fue cuando se vea lo que es al presente, será bien traer a la memoria algo de la descripción que a lo retórico hizo el padre fray Diego de Valadés en la parte IV, capítulo 23, de su Retórica Cristiana, que vio en México lo que algunos años después escribió en Roma, en latín, año de 1578. Dice lo siguiente: “En el año de nuestra Redención humana de 1521, el mismo día de San Hipólito, 13 de agosto, fue rendida la ciudad de México, y en memoria de esta hazaña feliz y grande victoria, los ciudadanos celebran fiesta y rogativa aniversaria en la cual llevan el pendón con que se ganó la ciudad. Sale esta procesión de la Casa del Cabildo hasta un lucido templo que está fuera de los muros de la ciudad de México, cerca de las huertas, edificado en honra del dicho santo, adonde se está agora edificando un hospital. En aquel día son tantos los espectáculos festivos y los juegos que no hay cosa que allí llegue (ut nihil supra): juéganse toros, cañas, alcancías, en que hacen entradas y

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Y conquistadores todavía preeminentes o venidos a menos, señores de la nobleza, adquirida a corto plazo luego de aquellos capítulos bélicos, o de la nobleza heredada y hasta comprada; o los hidalgos, estaban formados bajo el espíritu de los libros de caballería y a toda aquella consecuencia de la guerra de los ocho siglos –entre moros y cristianos-, que aún se respiraba en el ambiente, aunque fuera americano. Supeditados a los usos y costumbres, donde se encontraba la práctica del juego de cañas, el escaramuzas todos los nobles mexicanos: sacan sus libreas y vestidos, que en riqueza y gala son de todo el mundo preciosísimos, así en cuanto son adornos de hombre y mujeres, como en cuanto doseles y toda diferencia de colgaduras y alfombras con que se adornan las casas y calles. Cuanto a lo primero, le cabe a uno de los regidores cada año sacar el pendón en nombre del regimiento y ciudad, a cuyo cargo está el disponer las cosas. Este alférez real va en medio del virrey, que lleva la diestra, y del presidente, que va a la mano siniestra. Van por su orden los oidores, regidores y alguaciles, y de punta en blanco, y su caballo a guisa de guerra, con armas resplandecientes. Todo este acompañamiento de caballería, ostentando lo primoroso de sus riquezas y galas costosísimas, llega a San Hipólito, donde el arzobispo y su cabildo con preciosos ornamentos empiezan las vísperas y las prosiguen los cantores en canto de órgano, con trompetas, chirimías, sacabuches y todo género de instrumentos de música. Acabadas, se vuelve, en la forma que vino, el acompañamiento a la ciudad, y dejado el virrey en su palacio, se deja el Pendón en la Casa de Cabildo. Van a dejar el alférez a su casa, en la cual los del acompañamiento son abundante y exquisitamente servidos en conservas, colaciones, y de los exquisitos regalos de la tierra, abundantísima de comidas y bebidas, cada uno a su voluntad. El día siguiente, con el orden de la víspera, vuelve el acompañamiento y caballería a la dicha iglesia, donde el arzobispo mexicano celebra de pontifical la misa. Allí se predica el sermón y oración laudatoria con que se exhorta al pueblo cristiano a dar gracias a Dios, pues en aquel lugar donde murieron mil españoles, ubi mil ia virorum desubuere, donde fue tanta sangre derramada, allí quiso dar la victoria. Vuelve el Pendón y caballería, como la víspera antecedente. Y en casa del alférez se quedan a comer los caballeros que quieren, y todo el día se festeja con banquetes, toros y otros entretenimientos”. Hasta aquí Valadés. “En la víspera y día de San Hipólito se adornaban las plazas y calles desde el palacio hasta San Hipólito, por la calle de Tacuba por la ida, y por las calles de San Francisco para la vuelta, de arcos triunfales de ramos y flores, muchos sencillos y muchos con tablados y capiteles con altares e imágenes, capillas de cantores y ministriles. Sacábanse a las ventanas las más vistosas, ricas y majestuosas colgaduras asomándose a ellas las nobles matronas, rica y exquisitamente aderezadas. Para el paseo, la nobleza y caballería sacaba hermosísimos caballos, bien impuestos y costosísimamente enjaezados; entre los más lozanos (que entonces no por centenares, si por millares de pesos se apreciaban) salían otros no menos vistos, aunque por lo acecinado pudieran ser osamento y desecho de las aves, aunque se sustentaban a fuerza de industria contra la naturaleza, que comían de la real caja sueldos reales por conquistadores, cuyos dueños, por salir aquel día aventajados (por retener el uso del Pendón antiguo), sacaban también sus armas, tanto más reverendas por viejas y abolladas, que pudieran ser por nuevas, bien forjadas y resplandecientes. Ostentaban multitud de lacayos, galas y libreas. Clarines, chirimías y trompetas endulzaban el aire. El repique de todas las campanas de las iglesias, que seguían las de la Catedral, hacían regocijo y concertada armonía”. Como esa solemnidad se verificaba en lo más fuerte de la estación de las lluvias, sucedía a veces que la comitiva, sorprendida por el agua, se refugiaba en los primeros zaguanes que encontraba abiertos, hasta que pasada la tormenta, continuaba su camino. Sabido por el rey, despachó una cédula en términos muy apremiantes, prohibiendo que tal cosa se hiciera, sino que a pesar de la lluvia continuase adelante la procesión, y así se cumplió. Por ser muy grandes los gastos que la fiesta ocasionaba al regimiento encargado de llevar el pendón, la ciudad le ayudaba con tres mil pesos de sus propios. Andando el tiempo decayó tanto el brillo de esa conmemoración anual de la conquista, que en 1745 el virey, por orden de la corte, hubo de imponer una multa de quinientos pesos a todo caballero que siendo convidado dejase de concurrir sin causa justa. La ceremonia, que en sus principios fue muy lucida, vino después a ser ridícula, cuando el paseo se hacía ya en coches, y no a caballo, y el pendón iba asomado por una de las portezuelas del coche del virrey. Las cortes de España la abolieron por decreto de 7 de enero de 1812, y la fiesta de San Hipólito se redujo a que el virrey, audiencia y autoridades asistieran a la iglesia, como en cualquiera otra función ordinaria. Inútil es decir que hasta esto cesó con la Independencia. JOAQUÍN GARCÍA ACAZBALCETA. En: Francisco Cervantes de Salazar: México en 1554. Tres diálogos latinos traducidos: (Joaquín García Icazbalceta). Notas preliminares: Julio Jiménez Rueda. México, 3ª edición, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1964. VIII-130 p. (Biblioteca del estudiante universitario, 3)., p. 124-129. Este es pues, lo que se puede anotar y recoger sobre un majestuoso acontecimiento sobre lo que fue la significativa fiesta del “paseo del Pendón” o “memoria de la conquista”.

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alanceamiento de toros y otros ejercicios a caballo que dependían de la monta (a la jineta primero; a la brida después), se dieron a la tarea de poner en práctica sus capacidades en aquellas grandes demostraciones posteriores a la conquista y durante todo el periodo virreinal. De todas las exhibiciones que un caballero podía hacer en público, sin duda aquella que, a la destreza de la montura, tenía que unirle la templanza del ánimo y el indiscutible valor, era la lidia de reses bravas, por lo que la probanza de “valía” estuvo sujeta en aquel tiempo a la pirámide jerárquico de la ciudad, como dice Romero de Solís. Respecto a la primera ocasión de fiesta celebrada el 24 de junio de 1526, en la recién incorporada Nueva España a la corona española (hecho que ocurrió en la ciudad de Pamplona el 22 de octubre de 1523; el título de muy noble, insigne y muy leal ciudad de México, sería concedido por el Rey Carlos V el 4 de julio de 1548), Cortés informa en la quinta Carta-relación del 3 de septiembre de ese mismo año, que entrando en las Hibueras (Honduras), envió varios barcos –a las islas de Cuba y Jamaica- “a que cargasen de carne, caballos y gente y se viniera con la más brevedad que fuera posible”, por lo que el cargamento –con toda seguridad-, debe haber incluido algún número importante de vacas, a pesar de que en esos momentos se encuentra penado el tráfico ganadero. Aún así, y luego de llegar a estas tierras, descansados de la travesía y convenientemente alimentados, se les pudo aprovechar para correrlos. La extraña por distante afirmación hecha por Cortés de estas “corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas”, se somete a la fuerte duda de, ¿qué eran precisamente aquellos “ciertos toros”? De esto apunta nuestro autor: Los exegetas de las cartas cortesianas han dudados, apoyándose en la voz ciertos, que el conquistador se refiera a toros de origen español, inclinándose por los que los aborígenes llamaban cíbolos –el bisonte americano- y que formando grandes manadas vivían en la altiplanicie al norte del país. Gemelli Carreri, en 1697, en su descripción de los animales y de las aves de Nueva España, afirma que “característicos del país son los cíbolos (en el origen, síbola) grandes como una vaca (cuya piel es muy estimada por el pelo largo y suave).

Siendo de origen español o procediendo de aquellos lejanos lugares, al norte de Mesoamérica, el hecho es que por primera vez se corrieron toros en estos lugares. Tampoco hay que desgarrarse las vestiduras, porque aquellos orígenes son inciertos, y entonces –supongo-, se echaba mano de lo que tuviesen más disponible, en el entendido de que muy pronto habrían de establecerse auténticos sistemas de distribución, con la consiguiente reproducción. Dos años después de este acontecimiento, el cabildo de la ciudad de México, ordenó “que las fiestas de Juan e Santiago e Santo Hipólito, e Nuestra Señora de Agosto se solemnicen, e que corran toros, e que jueguen cañas, e que todos cabalguen”. Estos tres aspectos muestran una consolidación de los propósitos deliberadamente establecidos por los conquistadores casi desde su llegada con fines estratégicos que cumplieran con el objetivo que se fijaron para atenuar la fuerza guerrera indígena y deslumbrarlos también. La disposición del cabildo de 1528 se cumplió un año después, precisamente el 13 de agosto, fecha en la que “en adelante, todos los años se corran siete toros, e que de aquellos se maten dos y se den por amor de Dios a los monasterios e hospitales”. Una primer conclusión es que se lidian toros y no cíbolos, por el hecho mismo de que sólo de condenasen a morir dos animales, disposición que únicamente se puede explicar como una medida tendiente a proteger la vida de unos bóvidos, en ese momento, tan escasos como necesarios. Ahora bien, -sigue apuntando Romero de Solís- como no existían con toda seguridad toros bravos, estos animales podrían proceder o bien de alguna de las islas de las Antillas, traídos ex profeso para solemnizar el aniversario de la victoria, o bien de unas ya existentes vacadas resultado de la descendencia de animales que habían llegado a México en viajes anteriores saltándose las graves prohibiciones. Lo anterior representa, en gran medida, la movilización ganadera que burló las ya

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mencionadas disposiciones emanadas del gobierno de la Española que condenaba a muerte a quien osase exportar de las Antillas ganado vacuno. Y es que en las mismas Antillas, al convertirse en el primer lugar del continente americano en mostrar el establecimiento de una producción de cabezas de ganado que a la vuelta de unos pocos años creció considerablemente, predominando el asilvestrado o cimarrón146. La disposición –de la que no se menciona el año en que fue expedida-, no fue impedimento ni candado para lo que posiblemente se convirtió en un tráfico ilegal, el que, en medio de su natural limitación concedió posibilidades para que en otros sitios del continente, incluyendo la Nueva España, ocurriera esa temprana movilización con su consiguiente expansión, lo cual en diversos sitios permitió el desarrollo de un mercado de cueros vendidos a los corsarios que por entonces “mareaban –en particular- las costas de la Española”. Para generarlo, era preciso descordar al ganado con desjarretaderas, al modo de cómo se ilustra en uno de los relieves de la fuente de Acámbaro, a cuyo pie estaba el convento de San Francisco, cuya fábrica se inauguró hacia finales del siglo XVI, lo cual indica que era práctica común en el campo, y que del campo se trasladó a las plazas mayores, a las plazas de toros, como luego ocurriría con esa correspondencia en la que el campo y la plaza se nutrieron mutuamente con aquel bagaje extraordinario, mismo que, con el paso de los años seguirían evolucionando. Hubo tiempo en que las pieles fueron muy estimadas (Castilla recibió hasta veinticinco mil cueros anuales). La sobrepoblación evidentemente generó una caída en aquel mercado. Cual sería su dimensión, si nada más La Española, al mediar el siglo XVI registró sacrificios de hasta cien mil cabezas de ganado vacuno, en contraste con las seiscientas mil cabezas que se negociaban en el mercado clandestino al finalizar el mismo siglo. Esos valores estaban fuera de todo contexto, inimaginable, reflejando la desmesura a la que llegó la sobrepoblación ganadera en diversos puntos americanos, lo que señala también, la aparición de métodos de control que exigían mucha mano de obra que en la Nueva España escaseó notablemente debido a las epidemias y otras enfermedades, provocando la consiguiente depresión entre los pobladores novohispanos, en el periodo que va de 1550 a 1650 aproximadamente. Eco de lo ocurrido en La Española, lo encontramos en el territorio novohispano, probablemente con algunas diferencias y algunas particularidades. El rey escribió el 18 de septiembre de 1609 al gobernador de La Española “instándole a sacar fruto del ganado cimarrón que existía en la isla. He sido informado –apunta Felipe III- que el ganado cimarrón ha multiplicado como no hay agora por allá quien lo desjarrete y rescate como solía y que esta ira cada día creciendo más como ya se va echando de ver por ser la tierra y herbaje del propósito para el ganado...” Romero de Solís se inclina al hecho de la desorganización ganadera, dejada a la buena de Dios, con el solo aprovechamiento de animales de tiro a cambio de dejar que el carácter extensivo (pero sin control), junto al de la explotación industrial no se aprovecharan debidamente. El testimonio de Gonzalo Fernández de Oviedo no puede ser más contundente147.

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Con esta voz se denominaba, en Las Antillas, a los negros y esclavos que ganaban la cima de las montañas inaccesibles, formaban colonias y se substraían al trabajo esclavo. Por extensión también se llamó a los animales domésticos –toros, caballos y puercos- huidos al bosque y, por tanto, hechos bravíos. 147 Fernández de Oviedo, escribía en los albores mismos de la conquista, dando fe de la impresionante multiplicación del ganado vacuno, así como de la existencia de un número importante de toros salvajes, en estos términos: Díjelo, porque, habiendo venido en nuestro tiempo las primeras vacas de España a esta isla, son ya tantas, que las naves tornan cargadas de los cueros dellas; e ha acaecido muchas veces alancear trescientas e quinientas dellas, e más o menos, como place a sus dueños, e dejar en el campo perder la carne, por llevar los cueros a España... Deste ganado vacuno se ha hecho mucho dello salvaje... Dije quel señor obispo de Venezuela, que ahora lo es de Sanct Johan, don Rodrigo de Bastidas, tenía diez e seis mill cabezas deste ganado; digo que al presente, en este año de mill e quinientos cuarenta e siete annos, tiene veinte e cinco mill cabezas, o más, de vacas...

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Se tiene idea que la creación del ganado cimarrón fue producto de la sublevación de 1496, cuando Roldán (seguramente uno de aquellos primeros pobladores españoles en América, y compañero de viaje de Colón) junto a los suyos robaron algunos caballos y yeguas del “hato real”. Como este fuera vencido, ocurre el inmediato abandono del ganado y el comienzo de su reproducción incontrolada. Al margen del capítulo que se apunta, pueden apreciarse –al menos-, dos direcciones: una, que parte del hecho de que aquel robo de caballos y yeguas implicaba un objeto concreto: su interés en el control del ganado –cosa que no se logró-. Y la otra, que el abandono inmediato se produjo en medio de la escasez de otras personas dispuestas a imponerse sobre los ganados. La reproducción incontrolada no fue resultado solo de aquel episodio. El fenómeno tuvo resonancia en otros espacios, como la Nueva España, por ejemplo. Esto indica que lo único que importaba en esos momentos era el negocio fácil en la venta de pieles, para lo cual, contar con algunos vaqueros diestros y otros tantos indígenas bastaba para mantener los hatos, que seguían fuera de control. Y como las propiedades solo tenían linderos por escrito, de algunas cercas vulnerables o de mojoneras (que se utilizaron con mayor frecuencia en el siglo XVIII), todo ello permitía que los ganados crecieran a sus anchas, rebasando todo tipo de límites territoriales entre propietarios, llegando la onda expansiva hasta sitios tan alejados del centro novohispano como la Nueva Vizcaya (hoy Zacatecas). A todos estos planteamientos, sumo los que exhibe el propio Pedro Romero: ¿Qué se pretendía manteniendo los ganados salvajes?; ¿Qué los animales asilvestrados y bravíos, señorearan una tierra que la exigua población española era incapaz de apropiarse? O en consecuencia de una crisis de la población castellana, de un hundimiento de las explotaciones agrícolas familiares; es decir, consecuencia de una suma de accidentes imprevistos, de abandonos involuntarios de animales, o por el contrario, estamos en presencia de un método ingenioso de apropiación práctica de grandes territorios por parte de unos conquistadores caracterizados por sufrir una demografía débil, pero dotados de una cultura técnica muy superior ya que eran los únicos que sabían tratar, conducir y manejar las peligrosas manadas de toros cimarrones. Aquella muy temprana circunstancia, evidentemente rebasó, no solo las posibilidades; también las capacidades de pequeños y aislados grupos de españoles establecidos en aquellos amplios territorios, provistos de las condiciones ideales para el fácil desarrollo de la reproducción ganadera, que ya vimos, perdió el control. Y lo perdió también, restringiéndose asimismo, debido a ciertas precauciones sobre el hecho de no contar con el apoyo y mano de obra indígena, disponiendo para ello medidas tan extremas como prohibir “a los naturales tener caballos bajo pena de muerte”, evitando así cualquier alzamiento o rebelión. Aun así, debe haber habido pequeños grupos de naturales los que, lejos de aquellas intimidaciones oficiales, fueron incorporándose lentamente en una estructura de organización que devino en su aceptación, una aceptación que supone limitaciones que al paso de los años expiraron tan luego se tuvo una mejor condición y control al interior de las unidades de producción agrícola y ganadera respectivamente. Al transcurrir los años, diferentes grupos indígenas alejados de esta disposición y solapados por la necesidad que para los españoles significaba el control de aquel crecimiento, contra un limitado número de encargados que requería esa desordenada sobreexplotación, los dos cuestionamientos hechos por Romero de Solís148 ya no tienen cabida, por lo menos en esta revisión. Lo que sí es importante es su apreciación sobre lo que para nuestro autor significa la celebración de la primera 148

¿No podemos pensar en la posibilidad de que las mencionadas toradas bravías satisfacieron una función estratégica que iba más allá de proveer a los conquistadores de carne para su alimentación y cuero para su exportación? Y, ¿Además, no podríamos pensar que, en la Nueva España, hubiera podido ocurrir un fenómeno semejante? Si los vacunos asilvestrados fueron, también, utilizados como armas estratégicas para apropiarse de las tierras de los indios ¿no se entiende muchísimo mejor esa sorprendente celeridad con que se instauran en México las corridas de toros?

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corrida en México, para conmemorar la victoria sobre los mexicas, pero que no tuvo lugar –como diceen la plaza del Volador. Y no ocurrió ahí, primero porque los primeros sitios donde se celebraron esos aislados pero consistentes festejos son los terrenos destinados para el convento de San Francisco. De igual forma, el que se escogió para la construcción de la primitiva catedral, y el que más tarde ocuparía la plaza mayor, que sirvió para un festejo de grandes proporciones en 1536. Fue hasta el año de 1586 en que la del Volador funcionó intermitentemente hasta el año de 1815. Sea lo que fuere, el hecho es que se realizó Un juego ritual, de fundamento religioso y significación cósmica, el vuelo (refiriéndose de nuevo al hecho de que los hechos del 13 de agosto de 1529 sucedieron en el Volador), en el curso del cual hombres vestidos de dioses-pájaros se lanzaban desde un alto poste o gayumbo, cabeza abajo, atados con cuerdas a los pies, los cuales al desenrollarse hacían girar una plataforma situada en el extremo superior del mástil, lo que tenía la virtud de imprimirles un interminable vuelo circular. La plaza de los vuelos de Tenochtitlán está situada en un lugar emblemático donde actualmente se levanta el edificio de la Suprema Corte.

Y agrega “Debió ser todo un símbolo aquel espectáculo auroral”, ligado, por ende a aquella representación de la que encontramos un culto heliolátrico al sol. Quedó dicho ya lo imposible que pudo ser la realización de aquel primer gran festejo convocado por las autoridades establecidas quienes buscaban la “simple conmemoración de una victoria para convertirse en la ceremonia de la exposición propagandística del poder de la sociedad conquistadora”. Su siguiente argumento lo plantea en términos de que de la requisa violenta de los metales preciosos que una vez agotados por ese procedimiento, muy pronto se pasó a la explotación de las minas, y que, para alimentar a un fuerte grupo de indígenas que operó como mano de obra en esas concentraciones, sobre todo entre los hoy estados de Guanajuato, San Luis Potosí o Zacatecas, era necesario el soporte alimenticio. Dice luego que allí donde había una población indígena sedentaria, y por tanto con una cultura agraria desarrollada, los castellanos, a quienes por caballeros les estaba vedado todo trabajo mecánico, imponían sus tributos en especie, (por lo que) impulsaban en lo posible los cultivos y lograban satisfacer, en buena parte, las necesidades alimenticias (...) Es cierto, en el norte, frente a climas extremos y un cultivo casi nulo, la carne se convirtió en otra posibilidad del crecimiento de la ganadería de vacunos, lo que originó que se convirtiera en el alimento más necesario. Para su manutención desarrollo era indispensable incorporar el resto del engranaje dentro de la actividad ganadera con el suministro de animales de tiro y de silla, bueyes para galeras, mulas para arriar, caballos para vigilar, proteger y guerrear, empleados también para la producción minera. Uno y otro fueron complementarios. Los señores de ganado, para obtener mejores resultados de la explotación de una ganadería extensiva, aprovechaban colinas y montañas, lugares a los que iban a concentrarse grupos importantes de indígenas, obligados a esa circunstancia, debido al hecho de que cosechas de maíz o trigo fueron establecidas cerca de los grandes centros urbanos. Los indígenas de que se habla eran levantados o alzados de procedentes de comunidades rotas y fugitivas, alentadas por el agotamiento de las minas lo que originó –entre otras cosas- el hundimiento del comercio, lo que provocó un hermetismo temporal en la Nueva España, por lo que la ganadería fue en ese entonces una de las únicas actividades económicas posibles. Habría que entender como, este síntoma ubicado en el norte novohispano, no quedó sujeto a las enfermedades y epidemias que azotaron a grupos humanos que habitaron el centro, pero que quedó bastante vulnerada, cayendo estrepitosamente la densidad de población, frente al desmesurado crecimiento del ganado que se extendió, entonces, del centro y hasta el límite de lo que para 1786 eran las intendencias de Arizpe, Durango y San Luis Potosí. Es decir, en un radio sin precedentes, entre por

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lo menos, los años de 1550 a 1650 en que se estabilizaron y normalizaron ambas condiciones. En ese lapso de tiempo ocurrió el hecho muy conocido del “siglo de la depresión”. Otro aspecto, igual de importante es aquel de las labores cotidianas, puestas en práctica solo por algunos vaqueros españoles experimentados, y seguida intensivamente por esos otros vaqueros naturales o indígenas, que aprendieron pronto dichas prácticas que fueron matizándose con la incorporación de lo que luego serían suertes que quedaron reflejadas en obras como la de Juan Suárez de Peralta149, Luis G. Inclán150 y más tarde en las del Marqués de Guadalupe 151, en el más puro sentido de lo que ya consideramos como las suertes del jaripeo 152. Desde luego que para poder lograr el control, tuvieron que operar dos principios básicos: la encomienda y la Mesta. Veamos un poco de cada una de estas situaciones. Por ejemplo, para el caso particular de la hacienda de Atenco, cuento con la siguiente información al respecto de lo que significa la encomienda. Específicamente, ¿qué entendemos por encomienda? La encomienda es una institución de origen castellano con raíces medievales, que pronto adquirió en las Indias caracteres peculiares que la hicieron diferenciarse plenamente de su precedente peninsular. Por la encomienda, un grupo de familias de indios mayor o menor según los casos, con sus propios caciques quedaba sometido a la autoridad de un español encomendero. Se obligaba éste jurídicamente a proteger a los indios que así le habían sido encomendados y a cuidar de su instrucción religiosa con los auxilios del cura doctrinero. Adquiría el derecho de beneficiarse con los servicios personales de los indios para las distintas necesidades del trabajo y de exigir de los mismos el pago de diversas prestaciones económicas, pero no de las tierras. En todo caso, tributaban y obtenían de este beneficio, pagos en especie y en papel de sus pobladores. Por su parte a Silvio Zavala, profundo conocedor del asunto, le parece que “los títulos de encomienda no daban derecho a la propiedad de las tierras y solamente para el pago de tributos en especies agrícolas eran afectadas algunas sementeras sin variar su dominio”, como anota en el trabajo que publicó en Estudios Indianos, de El Colegio Nacional (1940), bajo el título: “De encomiendas y propiedad territorial en algunas regiones de la América Española”, p. 198. Sin embargo, en opinión de Charles Gibson, “la encomienda se convirtió en el sistema de explotación de indígenas más abierto y el más agresivamente competitivo en relación con otras instituciones españolas”153 por lo que la encomienda era una posesión no una propiedad que, tan luego concluida la conquista, y dadas las condiciones para el reparto de tierras, fue el mismo Hernán Cortés el primero en adjudicarse el valle de Matalcingo 149

Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1589 por don (...) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3). 150 Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995. 151 Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros, Carlos (Marqués de Guadalupe Gallardo.-Marqués de Villahermosa de Alfaro.-Ex - Inspector General de las Fuerzas Rurales de la Federación.-Ex – Presidente de la Comisión de Carreras y de la del Stud-Book del Jockey Club de México.-Ex – Presidente del Club de Charros Mexicanos.-Ex – Presidente de la Junta Directiva del Concurso Hípico Mexicano.-Vice – Presidente de Honor del Club Hípico Francés de México.-Juez Honorario del International Jockey Club de México.-Socio Honorario de la Asociación Nacional de Charros): LA EQUITACIÓN MEXICANA. HABANA, 1917. México, Talleres Linotipográficos, J.P. Talavera, 1923. 118 p. Ils., retrs., fots. 152 JARIPEO. Conjunto de suertes que integran el moderno arte de la Charrería, y cuyo origen se encuentra en las faenas que realizaban los vaqueros en el campo con las bestias de acuerdo con las necesidades reales de una hacienda (rodeo, herradero, conducción de partida, etc.). 153 Charles Gibson: Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810). Traducción de Julieta Campos. México, Siglo XXI, 1967. 531 p., fots., maps., grafs., p. 63.

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adjudicación auto asignada y encomendada, representa el establecimiento de la república de indios, fenómeno donde ocurre el despojo de tierras de los indígenas, base territorial del desarrollo ganadero. De ese modo el primer sitio ganadero del conquistador es el de Atenco, para el cual se establecen fechas de instalación y reconocimiento desde 1521, y luego de otorgamiento a Juan Gutiérrez Altamirano en 1528, quien fundó su propia estancia en un paraje nombrado igual donde Cortés puso la suya: Atenco154.

Hecha para sí y de motu propio dicha adjudicación del valle de Matalcingo, realizada además sin ninguna autorización real, y de acuerdo a la política de “Hechos consumados”, Hernán Cortés hizo lo mismo con sus soldados, a quienes recompensó de igual modo, (aún y cuando el propio Capitán General estuvo en contra de tal situación, arguyendo que podía pasar lo mismo que en las islas como Santo Domingo y Cuba) y quienes en su mayoría fueron vecinos de la ciudad de México, fundándose en todo eso el principio de organización para establecer la producción agrícola y ganadera de los nuevos colonizadores. Incluso, el rey tuvo que enviar al Lic. Luis Ponce de León para que verificara cómo se lograría poblar y conservar estas tierras, sin perjuicio de los indios, encargo que no prosperó debido a la muerte del enviado real, ocurrida en fecha muy próxima al que sería el primer festejo taurino celebrado en la entonces Nueva España: el 24 de junio de 1526, y del que Cortés mismo hizo apuntes en su “Quinta carta-relación” enviada al monarca Carlos V en septiembre de ese mismo año. En el caso de la “encomienda” otorgada a Juan Gutiérrez Altamirano, que dicho sea de paso incrementó el desarrollo económico del valle de Toluca y en un enclave personal 155, esta, a diferencia de otras que fueron diluidas con la concesión de mercedes reales, continuó bajo la fundación del mayorazgo de Altamirano (30 de septiembre de 1558) y luego con la concesión del título de condado de Santiago de Calimaya, concedido en Madrid el 6 de diciembre de 1616, sorteando diversas tribulaciones que concluyeron hasta 1721, año en que la encomienda de Calimaya fue reclamada por el representante de la corona, por lo que el contador general de tributos del reino pidió y obtuvo de la Audiencia que las haciendas del vínculo o mayorazgo de Altamirano fuesen embargadas para responder con sus rentas y aprovechamientos de los tributos acumulados desde que entró en posesión del tercer conde de Santiago, Fernando Altamirano y Albornoz (1661-1684) No habiendo más remedio, resultaron embargadas las rentas de Calimaya y Tepemajalco, Chapultepec, Santiago Tianguistenco y Metepec, así como las haciendas de Atenco, San Nicolás y Santa Inés. Dicha afectación alcanzó al séptimo conde, Juan Lorenzo Altamirano Urrutia (1752-1793) quien tuvo que pagar cerca de 300,000 pesos que debía la casa de Santiago de Calimaya, acumulación de casi dos siglos, tiempo que duró en resolverse el pleito legal a que fueron sometidas dichas propiedades. Es necesario entender que la encomienda era resultado de un tributo (puesto que repartir indios y/o pueblos, implicaba el pago en tributo), vigilado por los propietarios que con esa operación obtenían una fuerte capitalización de sus intereses, tornándose heredable. Y en el caso específico de esta encomienda, al darse los términos de donaciones particulares, generó por lógicas razones el aumento en el valor de los ingresos. La encomienda al no comprender derechos territoriales y por lo tanto de poderse transformar en hacienda, obligó a los propietarios –los encomenderos- a solicitar mercedes de tierras, aspecto que ocurrió con Juan Gutiérrez Altamirano, cuando Alonso de Estrada, otorga la merced al citado Gutiérrez 154

Beatriz A. Albores Zárate: Tules y sirenas. El impacto ecológico y cultural de la industrialización en el alto Lerma. Toluca, Edo. De México, El Colegio Mexiquense, A.C.-Gobierno del Estado de México. Secretaría de Ecología, 1995. 478 p., ils., facs., maps., p. 152. 155 Manuel Miño Grijalva (Compilador): Haciendas, pueblos y comunidades. Los valles de México y Toluca entre 1530 y 1916. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991. 343 p. (Regiones), p. 56. Enclave personal, que contenía no sólo una gran parte de sus propiedades privadas, sino también las encomiendas de algunos de sus más próximos allegados. Es difícil decir cuánto tiempo siguió funcionando el sistema de Cortés, pero la consecuencia final fue que varias de las familias más importantes tuvieron sus principales posesiones en Toluca.

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Altamirano con fecha del 19 de noviembre de 1528, que dice: “Por cuanto al tiempo que el General Don Fernando Cortés, gobernador que fue de esta Nueva España, partió de ella para los Reinos de Castilla, dejó a vos el licenciado Altamirano el pueblo de Calimaya, que es la provincia de Matalcingo, con sus sujetos, para que os sirviesedes de ellos, según y en la manera que él los tenía y se servía. Por ende yo en nombre de S. M. deposito en vos los dichos pueblos, para que os sirváis de todo ello...”, conforme lo apuntado por el Abogado de la Real Audiencia de México Joseph Lebrón Cuervo, Joseph en su Apología jurídica de los derechos que tiene el señor conde de Santiago del pueblo de Calimaya, 1779. Por lo tanto, la encomienda conservó la tradición de las prestaciones de servicios y tributos prehispánicos con una modificación o ampliación de los beneficiarios, y que la relación entre el encomendero y el indio tenían un fundamento legal. Precisamente en 1558, al fundarse el mayorazgo de Altamirano, su propietario, Juan Gutiérrez Altamirano, era dueño de diferentes propiedades que se hallaban en términos de pueblos indígenas de la zona lacustre como Metepec, Lerma, Chapultepec, Capulhuac y Jajalpa. Ranchos de Calimaya, Tepemaxalco, el de San Nicolás, así como las haciendas de Cuautenco, Almoloya y Atenco (otros ranchos: Zazacuala, San Agustín y Santiaguito, así como la estancia de Chapultepec) 156. Precisamente en materia de repartimiento, cada vecino de los primeros pobladores tenía derecho a una encomienda que legalmente no podía exceder de quinientos indios ni producir más de dos mil pesos al año157.

Atenco quedó repartida en encomienda, la mitad en poder de Martín Monge y la otra a la Corona, en tanto que los pueblos de Metepec y Tepemachalco se encomendaron a Juan Gutiérrez Altamirano, quien, entre otras propiedades, y más aún por sus servicios prestados a la marquesa del Valle, ésta le regaló la estancia de Apultepec (actualmente cerca de Acapulco, Guerrero), con el ganado y vacas que ahí había y el Virrey Mendoza le dio en donación, en nombre del rey, Tepemajalco. Poseía también huertas y moraleras, molinos y batanes en Coyoacán y Tacuba, con lo que se formó la hacienda del Olivar del Conde. Fue dueño de una estancia en Chapultepec, en el valle de Toluca, de dos en Tepemajalco, en la parte llamada Ecatepec y ahí se formó la hacienda de Atenco a pesar de las dificultades que tuvo con los del pueblo de San Miguel. En la raya de Michoacán poseía la estancia de Tultenango y la de Tlalcastitlán; y en el reino de Michoacán poseía otras dos, llamada una de ellas la Ventosa. Por su parte, entró en negociaciones con Martín Orantes a quien le compró la estancia de Chiconavuatengo”158. 156

Albores Zárate, Tules y..., op. cit., p. 163. Vicente Riva Palacio: México a través de los siglos. México, Editorial Cumbre, S.A., T. IV., p. 102. 158 Alejandro Villaseñor Villaseñor: Los condes de Santiago. Monografía histórica y genealógica. México, “El Tiempo”, 1901. 392 p., p. 15. Hernando Gutiérrez Altamirano, al heredar el mayorazgo fundado por su padre, heredó asimismo, a propósito de la encomienda de Calimaya, un largo y enojoso pleito que duró más de dos siglos y que tuvo por origen lo siguiente: Hernán Cortés, antes de salir para España, dio la encomienda referida a su primo Juan Altamirano, y posteriormente el tesorero Alonso de Estrada confirmó tal concesión con fecha 19 de noviembre de 1528; pocos días después empezó a gobernar la primera Audiencia, presidida por Nuño de Guzmán, enemigo de Cortés, ante ella se presentó el factor Gonzalo de Salazar, que tenía viejas rencillas con Estrada demandándolo, y éste nombró por su patrono al Licenciado Altamirano. Además: De reciente aparición es el pequeño trabajo de Daniel Medina de la Serna: Atenco... ¿o el mito? México, Bibliófilos Taurinos de México, 1991. 14 p., ils (Cuadernos taurinos, 12) trabajo en el cual nos encontramos con un interesante esfuerzo interpretativo tendiente a mostrar los medios de que se sirvieron los primeros españoles para el establecimiento del ganado vacuno en nuestras tierras, partiendo del mito rangeliano y su combate respectivo. Sus fuentes son de primera mano por lo cual acaban convenciendo al lector de datos como itinerarios de viaje y todos sus obstáculos así como de sucinta biografía del considerado primer ganadero (que bien puede ser el segundo, como lo veremos más adelante), el lic. Juan Gutiérrez Altamirano, lo cual aporta, en su conjunto visiones novedosas. Sin embargo la exploración de Medina 157

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“El Lic. Juan Gutiérrez Altamirano, hijo legítimo de Hernán Gutiérrez Altamirano y de Da. Teresa Carrillo, vecino de la villa de Paradinas de la orden de San Juan en España, después de haber gobernado la isla de Cuba, vino a México recién conquistada esta ciudad y casó con Da. Juan Altamirano que acaso era su parienta y a la cual dotó al tiempo de su casamiento el Conquistador D. Fernando Cortés que era primo de ella. Previa la licencia que se concedió al Lic. En Aranda a 24 de julio de 1551 por el Emperador Carlos V y Da. Juana su madre, fundó en su testamento que otorgó en México a 30 de septiembre de 1558 ante el Escribano Francisco Diez un mayorazgo en favor de su hijo mayor Hernán Gutiérrez Altamirano, vinculando las casas de su morada y otras anexas, sitas todas en esta ciudad frente al portal llamado entonces de la Concepción de N. S. y hoy de Jesús Nazareno, y unas estancias en términos de los pueblos de Metepec y Calimaya, cuyas estancias forman hoy la hacienda de Atenco (...)”159.

Dichos otorgamientos y confirmaciones, tuvieron punto de partida desde el año de 1528. Entre los documentos que respaldan la encomienda, el fondo Condes Santiago de Calimaya, posee dos de notable valor: 1)Bienes (encomendados) de don Fernando Cortés contra el Lic. Altamirano, 1536. En febrero de 1531 pareció el dicho Licdo. Juan de Altamirano e presentó un escrito de demanda contra el dicho nuestro fiscal, en que dijo que Nuño de Guzmán, e los licenciados Matienzo e Delgadillo, nuestro Presidente, e oidores que fueron de la dicha nuestra Audiencia, le habían despojado de hecho, e contra derecho de la posesión e aprovechamiento de los dichos pueblos de Calimayan, e Metepeque e Tepemachalco que en el estaban encomendados, e depositados por Alonso de Estrada nuestro Gobernador que fue de esta la Nueva España. (...) Yo el lic. Alonso de Estrada, Gobernador de esta Nva. España por su Majestad: Por cuanto al tiempo que Don Fernando Cortés Gobernador que fue de esta N. España partió de ella, para ir a los reinos de Castilla, dejó a Vos el lic. Juan Altamirano el pueblo de Calimaya que es en la provincia de Matalsingo con sus sujetos para que os sirviesedes de ellos, según en la manera que el contenía, o servirá. Por ende, Yo en nombre de su Majestad deposito en vos el dicho Licdo. Altamirano el dicho pueblo de Calimaian con su sugeto, e las estancias de Metepeque e Tecamachalco (sic), que son junto a dicho pueblo de Calimaian, para que os sirváis de todo ello, en vuestras haziendas e granjerías conforme a las ordenanzas; e con cargo que tengais de los industrias en nuestra santa fe católica, fecha a diez e nueve de Noviembre de mill, e quinientos e veinte e ocho años. Alonso de Estrada160. de la Serna pudo haber ido más allá de esta sola observación cuando por aquellos tiempos se dieron tantas circunstancias; mismas que ya veremos, ampliarán el horizonte en estudio. Gutiérrez Altamirano se recibió de abogado en Salamanca y era caballero de la orden de San Juan. A la vez que primo de Cortés, fue hombre de todas sus confianzas al grado de que en el viaje que realizó el conquistador a España en 1528, quedó en compañía de Diego de Ocampo al tanto de todos sus negocios. Es muy común el confundir a este nuevo poblador americano, con el conquistador Juan Altamirano. Al respecto dice Daniel Medina de la Serna lo siguiente: [...]habiendo sido un personaje importante [el dicho Gutiérrez Altamirano], con influencias, y habiendo ocupado cargos señalados, primero en Santo Domingo y luego en Cuba y "no siendo dilapidador" lo lógico es que haya amasado alguna fortuna y haber contado con algunos bienes entre los que quizá haya habido algunas puntas de ganado y que al trasladarse a la Nueva España, donde su pariente era el que partía el bacalao, haya pensado en traerlos; pero no bravos, antes al contrario, mientras más pacíficos y mansuetos fueran, tanto mejor, para facilitar su traslado; pero cuyas crías, al paso del tiempo, en la soledad del monte y el ningún trato con el hombre se volverían montaraces y bravías. 159 ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN (en lo sucesivo: A.G.N.): Fondo José María Ágreda y Sánchez, caja 1, exp. 1, f. 80. 160 [B.N./F.R./C.S.C.]) CAJA Nº 11, expediente 16, 9 f. Además: María Teresa Jarquín Ortega: Formación y desarrollo de un pueblo novohispano. H. Ayuntamiento de Metepec, El Colegio mexiquense, A.C., 1990. 367 p., fots., maps., p. 162-163: Posteriormente Cortés debió enfrentarse con la segunda Audiencia a raíz de la posesión de ciertas tierras. En tanto duraba este litigio, Altamirano no podía hacer uso de su encomienda en el valle de Toluca, en virtud de que los pobladores españoles de esa zona reclamaban para sí los pueblos que

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Luego del juicio levantado en contra de Altamirano 161, se le encontró inocente y le fueron devueltas sus posesiones el 12 de julio de 1531, aunque en dicho día ocurrió un incidente desagradable 162. También se tiene la 2)Escritura de venta que otorgó D.a. Catalina Pizarro a la marquesa doña Juana de Zúñiga de la estancia nombrada Chapultepec. 9 de febrero de 1548. Menciona contar con ganado vacuno "que en dicha estancia hay, que son hasta quinze cavezas de vacas chicas, é grandes la cual dicha estancia con el dicho ganado le vendo con todas sus entradas, salidas e pertenencias por libre de censo y tributo, por precio e cuantía cada caveza de el dicho ganado a dos pesos, y medio de oro de minas de ley" 163. Cortés había otorgado. Estas disputas comenzaron en 1530 y no terminaron hasta 1534, cuando se resolvió cercenar de las posesiones del marqués del Valle algunos pueblos, entre ellos Metepec y Tepemajalco. El 17 de julio de 1536 se dio a Altamirano la posesión de su encomienda a través del alguacil mayor Ruy López Villalobos; el 30 de mayo de ese mismo año el conquistador declaró que la jurisdicción de Calimaya, Metepec y Tepemajalco era de su primo, en virtud de que él se lo había otorgado. 161 Albores: Tules y sirenas..., Ibidem., p. 159: La encomienda que Cortés cedió a Gutiérrez Altamirano tuvo al principio un accidentado recorrido. En 1531, la primera audiencia enjuició a Gutiérrez Altamirano encarcelándole durante medio año. Entre 1528 y 1536 que la vuelve a recobrar, pasó a control (¿usurpación?) de Lope de Samaniego, Cristóbal de Cisneros y Alonso de Ávila. En 1558 la recibe Hernán Altamirano hijo del licenciado Altamirano y dos años más tarde, 1560, pasó de ser encomienda a mayorazgo, aspecto que establecía que un solo individuo heredaría, de manera inalienable e indivisible, todos los pueblos encomendados y las propiedades y gracias adquiridas. En 1616, el rey Felipe II otorga el título de Condado de Santiago Calimaya a quienes venían sucediéndose en la aplicación del mayorazgo, siendo el primer conde Fernando Altamirano y Velasco –nieto del virrey-. Justo en ese momento, la estancia de Atenco guardaba una posición envidiable. 162 Alejandro Villaseñor Villaseñor: Los condes de Santiago..., op. cit., p. 13-15 Como los gobernantes de entonces, según la historia lo dice, eran afectos a tomarse la justicia por su mano, ocurrió un suceso que refiere Herrera de esta manera (DÉCADA IV, Lib. 8°, Cap. 9°): “el factor Gonzalo de Salazar puso demanda al tesorero Alonso de Estrada sobre varios agravios; y que defendiéndolo como su abogado el Licenciado Altamirano, echó mano a un puñal Gonzalo de Salazar contra Altamirano, y que éste en su defensa sacó el suyo”. Por este desacato, los oidores Ortiz de Matienzo y Delgadillo condenaron a Altamirano a perder sus encomiendas, a destierro perpetuo y lo tuvieron engrillado ocho meses, hasta que la segunda Audiencia la que pronunció sentencia favorable al licenciado y le mandó devolver sus bienes en 14 de julio de 1531. 163 [B.N./F.R./C.S.C.] Caja Nº 33, expediente 1, 1 f. Además: Villaseñor y Villaseñor: Los condes de..., op. Cit., p. 10-11: Ésta a su vez, la marquesa, le regaló al Lic. Gutiérrez Altamirano, por los servicios que le prestó, la estancia de Chapultepec con el ganado y vacas que en ella había y el virrey Antonio de Mendoza le hizo donación en nombre del rey de la de Tepemaxalco. Era dueño, además, de una estancia en Chapultepec, Valle de Toluca, de dos en Tepemaxalco, en el mismo valle, en la parte llamada Ecatepec (sic); la primera ocasionó a sus sucesores largos y numerosos pleitos con los vecinos del pueblo de San Miguel, situado en la falda del cerro de Chapultepec (véase, en su momento: José Lebrón y Cuervo: Apología jurídica de los derechos que tiene el señor conde de Santiago del pueblo de Calimaya..., para percibir los tributos del mismo pueblo y sus anexos, contra la parte del Real Fisco, y la del señor duque de Terra-Nova, marqués del Valle de Oaxaca. México, Nueva Madrileña de D. Felipe Zúñiga y Ontiveros, 1779. 124 p.). Con todas esas posesiones se formó la hacienda de Atenco, que hasta hace poco más de veinte años salió del poder de los sucesores de Altamirano (exactamente, en 1879). (...) A Martín de Orantes le compró la estancia de Chiconauatengo. Con todos esos bienes prometió a su consuegro D. Luis de Castilla fundar un mayorazgo para sus sucesores, y en efecto, al otorgar su testamento en 30 de septiembre de 1558 ante el Escribano Francisco Diez, constituyó el mayorazgo conforme a las leyes de la materia y dio numerosas reglas sobre el orden de sucesión y procurando que siempre recayese en heredero varón legítimo aun en línea transversal y sólo en caso de falta absoluta de varón recayese en hembra, también legítima. p. 28. El primer conde de Santiago, temeroso de la suerte que su encomienda de Calimaya pudiere correr con el pleito que el Marqués del Valle le había puesto, procuró ponerse a cubierto de las contingencias que el resultado podía traerle, fomentando el desarrollo de los pueblos de San Lucas Evangelista, Tepemaxalco y Santiago Tianguistenco, que también le estaba encomendados. Esta dedicación hizo que cerca del último se formase otro pueblo que hoy lleva el nombre de

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Finalmente debe entenderse que se estableció una propiedad multidimensional basada en la encomienda de Calimaya, Tepemajalco y Metepec consolidada con mercedes reales con su cabecera rectoral en México. Altamirano, por razón de las conexiones familiares con el conquistador, pronto pudo establecer su poder en la zona. Su sucesor, tanto en la encomienda como en el mayorazgo, fue su hijo Hernando Gutiérrez Altamirano, quien se casó con doña Francisca Osorio de Castilla, hija de doña Juana Sosa y don Luis de Velasco y Castilla, noble caballero que había fundado el mayorazgo de Castilla que después pasó a manos de los Altamirano. Este matrimonio tuvo dos hijos, Juan y Pedro Altamirano; con estos mayorazgos quedó la familia ajustada a la ley de la Corona al establecer la sucesión en manos de un solo individuo, en quien se perpetuaban las gracias concedidas y las propiedades se volvían inalienables o indivisibles. Con la seguridad que la tierra les confería se estableció su poder en la región, que fue consolidándose poco a poco. CÓMO OPERABA LA ENCOMIENDA Si bien la pretensión de Cortés fue establecer en su propiedad de Atenco la crianza de ovejas, el interés del Lic. Altamirano fue el siguiente: “[la] estancia en término de Calimaya la hice desde el principio y cimientos para tener mis ganados mayores y menores y la poblé con ella teniéndolos en ella y un español y gente los guardase el año de mil quinientos veinte y ocho habite mío e poseído la tengo y poseo y siempre a la continua la he reparado...”164.

Era calpixqui o mayordomo de la mencionada propiedad, residencia a su vez de las primeras reses, un yerno de Alonso de Aguilar (gobernador de Xalatlaco), de apellido Praves. Con esta fuente podemos entender que ya existe el establecimiento de ganados procedentes, con toda seguridad de las Antillas o de la Española, lugares que concentran -para su correspondiente reparto en el continente recién descubierto y conquistado-, mil y un elementos de la vida cotidiana que provenían de España siendo el puerto de Veracruz el punto final y receptor de toda esa travesía. Los "Autos fechos a pedimento de Da. Catalina Pizarro, hija natural de Dn. Hernán Cortés, Marqués del Valle, contra Da. Juana de Zúñiga, Marquesa del Valle sobre ciertas escrituras de donación" es un gran juicio de declaraciones en torno a la persona de Gutiérrez Altamirano. Buena parte de los indios de la región, empleados y otros fueron cuestionados sobre las relaciones que mantuvieron con Altamirano, así como de sus propiedades y manera de usarlas y distribuirlas. Queda asentado de que para 1557 Gutiérrez Altamirano es poseedor de la estancia de Chapultepec. Pero es aún más concisa la declaración de Juan Nagualquen o Naguati, indio natural de Calimaya que sabe y proporciona datos sobre Chapultepeque:

Capulhuac, y que la hacienda de Atenco, cuya extensión era mucho mayor de la que hoy tiene, llegase a ser la primera de todas las del extenso y fértil valle de Toluca. Metepec, aunque también fue objeto de la solicitud de don Fernando, no pudo impedir que sobre ella empezase a predominar el pueblo de Toluca, mejor situado y en mejores condiciones para llegar a ser el centro del comercio del Valle. Por su parte, Guillermo S. Fernández de Recas: Mayorazgos de la Nueva España. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1965. L-509 p. ils. fots. (Biblioteca Nacional de México-Instituto Bibliográfico Mexicano, 10)., p. 19, apunta al respecto del testamento de Hernando Gutiérrez Altamirano: (...) En la cláusula # 12 se habla de que les pertenece por herencia, la Estancia de Chapultepec con el ganado de vacas de que les hizo merced la Sra. Marqueza del Valle...; y de que Tepemachalco les fue dado en nombre de su Majestad por el Virrey don Antonio de Mendoza. 164 A.G.N. Ramo: Vínculos, Vol. 276, exp. 4, f. 347.

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cabe en término del dicho pueblo de Calimaya la cual conoce desde el día que se asentó se pobló se ubicó estancia hasta cerca de hoy a más de treinta años (...) la segunda pregunta dice lo que sabe de esta pregunta es que puede haber treinta años poco más o menos a este habiendo bido (sic) que el dicho Licenciado Altamirano puso asiento la dicha estancia de Chapultepeque sitio este lugar donde al presente estamos hizo en ella las casas y corrales de que se han servido hasta el día de hoy y bido luego y las pobló de obejas y después de vacas y otros ganados y los tuvo allá que este y pacíficamente y viéndose de todo ello como cosa suya propia bido luego puso en ella un calpisque español que se decía Francisco (¿de Praves?) y es verdad y bido como dicho tienen que el dicho Licenciado Altamirano fue el primero edificador de la dicha estancia como muy cosa suya del dicho Licenciado(...)165.

Portada del documento reseñado en estas páginas.

Con esto queda establecido el principio con el que Altamirano se fija tareas concretas de un ganadero en potencia, sin que ello permita asegurar que dichas actividades hayan tenido principios específicos de un compromiso dirigido hacia la crianza de toros bravos, aspecto que tomará visos de lo profesional a fines del siglo XIX cuando los Barbabosa tienen bajo su control la hacienda de Atenco. Desde luego, Atenco ostenta el importante crédito de ser la primera y más primitiva ganadería que se relaciona con la fiesta de toros en México; reconocida como tal incluso por España. Si bien fue hasta 1652 en que se sabe se corrieron públicamente toros de los condes de Santiago, entre 1528 y 1651 deben haber existido otros motivos de fiesta en los que el ganado de los condes se empleara en el desarrollo de diversiones y fastos propios de la época, aunque escasa la información –por no decir que nula-, proporcionada por las fuentes, durante ese periodo específico. A su vez, todo esto tiene una relación directa con otro factor: el del inicio y desarrollo del toreo en México, un toreo que definitivamente se diferencia del español, en el sentido de que aunque sigue las 165

Op. cit., f. 361 v.

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normas del dominante a caballo, no todos los mexicanos ligados al espectáculo podían ejercerlo, sobre todo tratándose de indios, a quienes se les tenía prohibido el ser jinetes, por lo que solo la nobleza indígena disfrutaba de dicho privilegio. Así que con estos planteamientos no es nada difícil que hayan ocurrido cosas totalmente distintas a las desarrolladas en la península española, marcando una diferenciación en torno a estos dos sitios de explotación y desarrollo taurino. El año de 1528 transcurre en condiciones en las que la llegada de ganado -generalmente para abastose convierte en algo cotidiano y regido por la Mesta, organismo entregado al incremento y control de la ganadería en la Nueva España que favoreció por mucho tiempo a los propietarios, quienes manifestaron los severos daños a movimientos fraudulentos dirigidos a los agricultores y a la propiedad territorial, siendo los indígenas el grupo más afectado. Con esto quiero reforzar la idea de que muchas otras unidades de producción agrícola y ganadera tuvieron un origen parecido en la Nueva España, con la salvedad de que Atenco se caracterizó por ser una ganadería encargada de distribuir toros para las constantes fiestas virreinales (aunque sea hasta el 3 de septiembre de 1652 cuando se sabe por primera vez de la lidia de toros de los condes de Calimaya), cosa que también hicieron otros señores, como Diego Suárez de Peredo, don Mateo de Molina, fr. Jerónimo de Andrada o los condes de Orizaba. El hecho de que los condes de Santiago de Calimaya estuvieran tan vinculados a este proceso seguramente los orilló a crear un perfil que por lógica demandaba buscar orígenes. ¿Cuáles fueron esos orígenes? Todo lo relacionado con su pasado hegemónico de altos vuelos, en el mayorazgo, y en el condado. De cómo operaba la encomienda, se fija en una política que siguió la familia Gutiérrez Altamirano y su correspondiente descendencia, en el sentido de dejar que los indígenas tuviesen tierras y que las trabajasen retribuyéndoles un tributo tanto en especies como en servicios personales. El interés por retener indígenas en su zona radicaba en asegurar por una parte mano de obra barata para sus propias empresas y por otra contar con un tributo en especies que luego intercambia en la ciudad de México. Asimismo intentaba obtener más tierras mediante compra de propiedades privadas que los naturales caciques y principales, lo que contribuiría a disminuir el poder de éstos y a engrandecer sus posesiones. Otra manera de obtener terrenos fue solicitar mercedes reales, como la que se obtuvo en 1590 al contraer matrimonio el primogénito de esta familia con doña María, hija del virrey Velasco II 166.

Al cabo de los años, la familia Gutiérrez Altamirano fue adoptando ciertas modalidades para administrar el conjunto de propiedades. Por un lado, el heredero ocupaba la encomienda, el tío ejercía la autoridad administrativa más alta sobre el terreno y el pariente pobre o ilegítimo se ocupaba de los aspectos agrícolas locales como mayordomo de campo. Desde luego, que ante las diversas eventualidades y conflictos que enfrentaron en torno a la adjudicación de la “encomienda”, tuvieron que dar pasos firmes en la obtención de mercedes de tierras, que se cumplían haciendo una solicitud que especificaba el suelo solicitado. Sin embargo esto se eclipsó en alguna medida, con todo y el otorgamiento inicial de la merced por parte de Alonso de Estrada, al ser consideradas el conjunto de propiedades rústicas y urbanas como un todo en el vínculo o mayorazgo, que, como ya ha quedado establecido, dieron continuidad al derecho de encomienda que adquirieron desde 1528. Pero no fue sino a partir de los años de 1545 y 1549 cuando la mencionada encomienda daba solamente el derecho a percibir la renta en tributo, por lo que el indígena quedó incluido en el vasallaje del mayorazgo (el mayorazgo no presupone ningún vasallaje). Más tarde del

Jarquín Ortega: Formación y desarrollo…, op. cit., p 164-168. Este matrimonio tuvo dos hijos, don Fernando y don Lope Altamirano y Velasco. El primero aumentó el capital con la merced hecha por su abuela de una estancia para ganado menor y cuatro caballerías de tierra de Tepemajalco. En 1594 la extensión territorial de la encomienda se incrementó con cinco caballerías de tierra en el área de Xalatlaco, además de otras que su padre había comprado por terceras personas. 166

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condado167. Su posición social e influyente en aquellas épocas, permitió que pronto no solo quienes detentaron el mayorazgo, sino también el condado se convirtieran en terratenientes, teniendo la capacidad para arrendar algunas de sus posesiones, entre otros, al alcalde de Ixtlahuaca. Desde luego que la estancia de Atenco se convirtió en una empresa de grandes alcances, intensiva y dirigida al incremento del capital familiar. En 1594 las ventas de animales representaban un fuerte ingreso: Hernando Altamirano, vecino de San Miguel Chapultepeque y posteriormente vecino de Zinacantepec vendió a Sebastián Goya mil novillos a tres pesos siete tomines cada cabeza, como mil vacas a dos pesos cuatro tomines cada cabeza y dos mil vecerros mitad machos y mitad hembras a doce tomines y cuartillo cada cabeza los cuales se entregaron en la estancia de Atenco168.

Nótese ya la designación con que es conocida la gran estancia capaz de proveer a compradores fueren estos de abasto, o los mayordomos encargados de satisfacer las demandas en las fiestas de la capital o de las provincias de Nueva España-. En lo sucesivo vendría una marcada preocupación por la descendencia en cuanto a hacer prosperar los bienes, ya por el temor a que las posesiones fueran demandadas como bienes del marquesado, o porque simplemente se fue incrementando el poder de aquel conjunto de títulos y propiedades, como el de la familia misma. De ese modo, el primer conde de Santiago, Fernando Gutiérrez Altamirano (16161657). Empezó por fomentar el desarrollo de los pueblos de San Lucas Evangelista, Tepemajalco, San Juan Bautista Metepec y Santiago Tianguistenco que tenía también en encomienda. Esto dio como resultado que Tepemajalco se uniera definitivamente a Calimaya y prosperara, y que Metepec intentara sobrepasar su predominio sobre la villa de Toluca, que era el centro del marquesado en la zona, cosa que no logró ya que ésta se encontraba en ventaja especialmente por ser corregimiento y convertirse en el centro del comercio del valle. Santiago Tianguistenco si logró prosperidad y progreso junto con el otro pueblo que llevaba por nombre Capulhuac; don Fernando Altamirano estableció en esa área la hacienda de Atenco que se convirtió en la más prospera del fértil valle169.

En 1721, se promulgó por real cédula la incorporación de la encomienda a la Corona, por lo que este nuevo contratiempo devino la anulación de dicha “encomienda” en 1728, pasando sus productos al poder del real fisco. Dicha anulación aunque no representó un golpe de gracia a las aspiraciones de la familia Altamirano, por otro lado sí les afectaba en el sentido de que el real fisco pretendía cobrar la cantidad recibida en forma ilegal desde que falleció el tercer conde, Fernando Altamirano y Albornoz en 1684 y que, acumulada, se iba hacia atrás incluyendo varias generaciones que enfrentaron el litigio que el marquesado del Valle emprendió desde fechas tan tempranas como 1558, momento en que a pesar de la ratificación hecha por el virrey Luis de Velasco I a favor de Hernán Gutiérrez Altamirano, fue el segundo Marqués del Valle, Martín Cortés quien entabló pleito contra Gutiérrez Altamirano. Los obstáculos burocráticos y una acumulación de pruebas y descargos hizo que se extendiera la solución 167

Ibidem., p. 169-170. (...) según la tasación de 1560 esta encomienda producía 1,100 pesos. Al carecer de derechos sobre la tierra, los encomenderos se esforzaron siempre por adquirirla a título distinto de la encomienda. Ejemplo claro es la compra en 1594 de cinco caballerías de tierra, y la merced hecha por el virrey don Luis de Velasco hijo a la familia Altamirano de una estancia para ganado menor y cuatro caballerías. (...) En 1598 el número de tributarios nominales en Metepec, Calimaya y Tepemajalco era de 2,299. La propiedad de la encomienda y del título nobiliario de la familia Gutiérrez Altamirano produjeron varias alteraciones en el sistema de propiedad de la tierra. Cuando se consolidó el asentamiento con el título de condes de Santiago de Calimaya (1616), la familia de Cortés, a su vez, experimentó quebrantos en sus territorios, lo que logró mellar parcialmente la robustez económica de la familia. 168 Archivo de Notarías de Toluca. Notaría No. 1, leg. No. 3, cuad. 1 exp. 79, ff. 156-157. 169 Jarquín Ortega: Formación y desarrollo..., op. cit.

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del pleito hasta 1769, que resultó con fallo a favor de los Condes de Santiago, no así con el juicio que seguían con la Real Hacienda que perdió el séptimo conde, Juan Lorenzo Altamirano, por lo cual le fueron embargados todos sus bienes. Previamente, en 1742, el conde de Santiago de Calimaya tuvo la precaución de arrendar a largo plazo los molinos de Santa Fe y de Tacuba, así como los terrenos cercanos a dicha población y la hacienda del Olivar, de la que ya estaba recibiendo saldo a favor. En 1752, al morir el sexto conde don Juan Xavier Altamirano, su hijo don Juan Lorenzo no solo heredó bienes y propiedades, sino una pesada situación económica, que tuvo que ceder a su tío don José de Velasco y Padilla, que era hijo del segundo matrimonio del quinto conde don Nicolás. Pero fue hasta 1769, en que el abogado don José Lebrón y Cuervo consiguió obtener sentencias favorables al condado en el pleito que se sostenía contra el duque de Terranova, descendiente de Hernán Cortes, no sucedió lo mismo con el juicio que seguía la real Hacienda. El séptimo conde perdió definitivamente el litigio y vio embargados todos sus bienes y efectos para cubrir cerca de trescientos mil pesos que adeudaba la casa de Santiago de Calimaya 170.

Impedido de operar la encomienda, y siendo el condado la única opción que se prestaba no solo para mantener vigente el esplendor que trajo consigo aquella acumulación de títulos y propiedades, sino para enfrentar serios conflictos legales, también era necesario salvar de la ruina a la familia y de que la casa saldara los créditos, por lo que la Audiencia ordenó al entonces administrador don Mariano Velasco con fecha primero de diciembre de 1779, que entregara al séptimo conde Juan Lorenzo Altamirano Urrutia, para sus gastos la cantidad de mil pesos mensuales. Al no haber descendencia por la línea masculina, José Manuel Altamirano, hijo del administrador, y nieto de Juan Javier Altamirano Gorráez, sexto conde de Santiago de Calimaya, recibió en herencia el mayorazgo y títulos correspondientes. El largo desenlace se encontró con otra dificultad, al oponerse a dicha sucesión doña Isabel Altamirano, hija del séptimo conde, así como de Ignacio Gómez de Cervantes, que hizo todo trato en nombre de su hijo José María. Sin embargo, el segundo conde de Revillagigedo, colocó a don José Manuel en posesión del mayorazgo con fecha de 29 de febrero de 1795 que fue consolidado, además por el otorgamiento de carta de sucesión que hizo el rey Carlos IV en Aranjuez. Tal, fue ejecutado por el virrey don Miguel de la Grua Talamanca y Branciforte, quien ordenó al alcalde mayor de Metepec que diese posesión al octavo conde de las propiedades que en dicha jurisdicción le correspondían. De hecho, al no quedar sucesión del mencionado José Manuel Altamirano, quien muere a fines de 1798, fue entonces cuando los títulos regresaron a la familia del séptimo conde, tanto a Isabel como a Ana, quien heredó a favor de su hijo José María Cervantes 171. Entre otros, este personaje fue uno de los que firmaron el acta de Independencia el 28 de septiembre de 1821, además de ostentarse como ayudante de Agustín de Iturbide. En su primer matrimonio con María Ana de Michaus tuvo dos hijos: José Juan, último conde de Santiago y Guadalupe. Del segundo matrimonio con Ana María Ozta y Cotera nacieron Ignacio y José María Cervantes y Ozta. A su vez,

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Ibidem. Villaseñor y Villaseñor: Los condes de..., op. cit., p. 87. Efectivamente, con el transcurso de cerca de tres siglos, los descendientes del licenciado Don Juan Gutiérrez Altamirano habían reunido los títulos de Condes de Santiago Calimaya, Marqueses de Salinas del río Pisuerga, de Salvatierra, Adelantados perpetuos de las islas del Poniente (Filipinas) y Contadores del Real y Apostólico Tribunal de la Santa Cruzada; y además, los mayorazgos Altamirano, de Castilla, de Velasco, de Ibarra, de Villegas, de Albornoz, de López de Legaspi, de Salcedo, de Ortiz de Oraá, de López de Peralta, de Urrutia de Vergara y de Flores de Valdés; mayorazgos todos que representaban un valor considerable y que de permanecer íntegros, habrían constituido aún en aquella época una de las fortunas más colosales de que hay noticia. 171

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este último tuvo dos hijos: Ignacio y Guadalupe Cervantes Ayestarán. José María Cervantes y Velasco fue el undécimo Conde de Santiago de Calimaya, penúltimo de ésta línea. Parece oportuno agregar aquí, la parte correspondiente al árbol genealógico a partir de que se concedió el título de Conde de Santiago de Calimaya. Para ello, se cuenta con un muy bien organizado resumen, que tomamos del trabajo de la obra de Doris M. Ladd 172. José Juan Cervantes y Michaus heredó entre otros títulos el de Conde de Santiago de Calimaya quien, en compañía de su tío Martín Ángel de Michaus, así como del curador Ignacio Oroquieta, lograron que las deudas del mayorazgo Altamirano disminuyeran notablemente, deteniéndose de golpe esa situación con la muerte de Martín Ángel de Michaus en 1832, en momentos en que José Juan era menor de edad. Sin embargo, se aproximaba una época de despilfarro que ocasionó este señor, lo que puso en serios aprietos a Ignacio Cervantes Ayestarán. José Juan Cervantes y Michaus, quien se convirtió en el último y efímero conde de Santiago de Calimaya, en virtud de que sobrevino la desvinculación de los bienes, con fecha del 27 de septiembre de 1820, así como que muy pronto fueron cancelados también todos los títulos nobiliarios (1825). Recibió en herencia el vínculo de Santiago de Calimaya, -y entre otras propiedades- la hacienda de Atenco en 1819. A Ignacio Cervantes Ayestarán tocó ser el último reducto de la familia Cervantes sobre la hacienda de Atenco (sin ostentar ya ningún carácter nobiliario), de 1874 a 1879, al morir José Juan Cervantes y Michaus. Por su parte, Ana Ma. Lebrija -su primer esposa-, fue la heredera universal de los bienes. En 23 de agosto de 1874, Ignacio Cervantes y Ayestarán, como inmediato sucesor en los mayorazgos de Altamirano, Arévalo y Legaspi, se presentó con su apoderado el Lic. Carlos María Escobar demandando a José Juan Cervantes y Michaus sobre división de los mayorazgos expresados, a los cuales era anexo el título de Conde de Santiago de Calimaya, José Juan Cervantes y Michaus con su abogado Lic. Manuel María Ortiz de Montellano negó la demanda. Se recibió el negocio a prueba y a poco tiempo, 30 de diciembre del mismo año murió intestado dicho señor José Juan Cervantes y Michaus. La viuda, Amada Pliego González dio cuenta al juez quien corridos diversos trámites, en junta celebrada en 25 de enero de 1875 por auto de esa fecha la nombró albacea y declaró ser heredera del mismo Sr. junto con sus menores hijos Antonio de Padua, José Juan (que murió al poco tiempo de tres años), Manuela, Ángela y Josefa Gabriela Cervantes y Pliego. En 3 de febrero el juez discernió el cargo de tutor especial del primero al Lic. José Zubieta y de curador de los menores al Lic. José Linares. En tal estado, Ignacio Cervantes y Ayestarán secuestró los bienes en 24 de abril, y la viuda, por escritura otorgada en esta ciudad, en 1 de junio ante el Notario Manuel Cresencio Landgrave, nombró su apoderado al Sr. Manuel Terreros. Este señor y el Lic. Viñas convinieron en celebrar una transacción fundada en la dificultad que presentaba para el menor Antonio Cervantes y Pliego la cláusula que el Lic. Juan Altamirano puso en la fundación del mayorazgo de su apellido exigiendo absolutamente que los sucesores fuesen hijos habidos en legítimo matrimonio y excluyendo totalmente a los legitimados por su siguiente matrimonio (en el caso de Amada Pliego González, el Sr. José Juan Cervantes y Michaus casó con ella in artículo mortis el 4 de agosto de 1874) y excluyendo totalmente a los legitimados por su siguiente matrimonio; en que José María Cervantes y Osta, medio hermano de José Juan había sido reconocido como inmediato sucesor en escritura que ambos otorgaron en esta ciudad en 11 de octubre de 1848 ante el Notario Ramón de la Cueva, y en otra otorgada, por el mismo José Juan a Faustino Gorivan, en esta misma ciudad, en 27 de enero de 1873 entre el notario Rafael Calipiz en el que decían las partes interesadas y sus apoderados de que el intestado se convirtiese en concurso, por razón de lo mucho que debía José Juan, y aun cuando no fuese así, la sola dilación del pleito hasta su término sería muy perjudicial a la viuda y a los menores. 172

Doris M. Ladd: LA NOBLEZA MEXICANA EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA. 1780-1826. Traducción de Martha Martínez del Río de Redo. México, Fondo de Cultura Económica, 1984. 353 p., p. 305-307.

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Ignacio Cervantes y Ayestarán presentó la siguiente cuenta: Bienes enajenados del vínculo Dos casas en la calle de Plateros y la hda. Del Olivar Casa Nº 9 del Puente de Santo Domingo La Nº 1 de los Bajos de San Agustín La Nº 2 y 3 de ídem. Nº 15 y 16 de la C. de Jesús Terrenos de la Condesa Ranchos rematados y otros enajenados por cálculo

Bienes existentes Casa principal La Nº 11 del Parque del Conde La Nº 12 de idem La Nº 15 de idem La hacienda de Atenco con sus llanos Terrenos de Acapulco

90,000 16,611 42,937 41,000 50,000 2,000 50,000 312,548

70,000 30,000 29,000 25,000 190,000 6,000 Suma 310,000

Suma total de bienes enajenados y existentes Pasivo de los vínculos Líquido a dividir Mitad para cada uno Lo que enajenó D. José Juan Debe pues D. José Juan Mitad de D. Ignacio Cervantes Se le aplica lo existente Sale debiendo D. Ignacio Comprobación

622,548 120,000 502,548 291,274 312,948 61,274 251,274 310,000 58,726

Mitad de D. José Juan Mitad de D. Ignacio Debe D. José Juan Debe D. Ignacio aplicándose lo existente Suma igual a la mesa total del vínculo

251,274 251,274 61,274 58,726 622,948173

El representante de la viuda y de los menores rechazó esta cuenta por las razones que expuso y entonces entre él y el representante de Ignacio Cervantes se hizo el siguiente proyecto de transacción: Ambas partes contendientes trabajarían para reducir el pasivo a la menor cantidad posible y todo lo que así se utilizase se dividieron por partes iguales. Si el pasivo fuese menor de lo calculado la diferencia sería también a favor de ambas partes. El crédito contra el Gobierno por los despojos en la hacienda de Atenco sería de favor del intestado; “y cualesquiera otros bienes, derechos, créditos y acciones que hubiesen pertenecido al Condado de Santiago se dividirían entre ambas partes como un crédito a favor de Jesús Pliego”. Todos los ingresos desde 24 de abril en que este último secuestró los bienes hasta la fecha en que ambas partes entrasen en posesión de lo que les adjudicase había de quedar por cuenta del intestado en cuanto a las fincas urbanas. Todos los gastos de la transacción serían por mitad, excepto los honorarios de los abogados que serían pagados por quien los ocupase. 173

A.G.N. Fondo José María Ágreda y Sánchez, caja 1, exp. 2, ff. 22-25.

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La hacienda de Atenco con todos sus llanos, cosechas, etc., sería entregada a Ignacio Cervantes y Ayestarán. Con esa transacción quedarían absolutamente terminadas cuantas cuestiones se habían suscitado y pudieran suscitarse sobre quien es después de muerto José Juan el inmediato sucesor de los Vínculos de Altamirano, Arévalo y Legaspi. Firmaron esta transacción en esta ciudad en 26 de agosto de 1875174. La sucesión no pasó a José María Cervantes y Osta -medio hermano-, sino directamente a su hijo Ignacio Cervantes Ayestarán, al recibir la herencia transversal de la testamentaría de la señora Doña Ana María Lebrija. Esto en 1874. En 1879 la propiedad, que entonces vive el abandono, es enajenada a Rafael Barbabosa Arzate, a través de una compra, cuya hipoteca alcanzó la suma de $33,013 pesos y 2 reales. Fue hasta el 9 de julio de 1917 en que la Sociedad Rafael Barbabosa Sucesores tiene, como de su absoluta propiedad la mencionada hacienda de Atenco175, luego de que se diera finiquito al adeudo contraído entre Rafael Barbabosa Arzate con las Sras. María de Jesús Bastida, Cecilia Esnaurrizar, María de Jesús Merced Santa Anna, Soledad Bastida y María de Jesús Vázquez, señoras religiosas exclaustradas de la extinta “Comunidad de la Encarnación Refugio de San Ignacio Vázquez”, adquiriendo aquel la escritura de compra-venta que el señor Ignacio Cervantes y Ayestarán le otorgó el treinta de junio de mil ochocientos setenta y nueve 176. Se sabe también, que al enlazarse Ignacio Leonel Gómez de Cervantes Padilla con Ana María Altamirano de Velasco y Ovando, se unieron, entre otros, los títulos del condado de Santiago de Calimaya y el Mayorazgo de la Higuera. En la descendencia, Ignacio y Guadalupe Cervantes y Ayestarán, heredaron ese gran conjunto de propiedades y tierras (en Jalapa, Veracruz). Padecieron, al igual que con las pertenencias existentes en el valle de Toluca –fundamentalmente con la hacienda de Atenco-, el agobio de las deudas, (deudas originadas por el dispendio que ocasionó en gran medida 174

Op. Cit. Es preciso recordar que hasta el año de 1917, pudo liberarse el contrato de compra-venta, por lo que hasta ese momento, la hacienda de Atenco fue propiedad absoluta de la sociedad “Barbabosa Sucesores”. 176 Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. II, p. 742-743. A continuación, y por ser muy extenso el historial de esta ganadería, sólo se indican las personas que han disfrutado de ella: 1.-Lic. Juan Gutiérrez Altamirano (primo de Hernán Cortés): de 1528 a 1558. 2.-Hernando Gutiérrez Altamirano: 1558 a fines del siglo XVI. 3.-Juan Gutiérrez Altamirano: fines del siglo XVI a principios del siglo XVII. 4.-Fernando Gutiérrez Altamirano y Velasco, primer conde de Santiago de Calimaya: hasta 1657. 5.-Juan Altamirano y Velasco, 2º conde de Santiago: 1657-1661. 6.-Fernando Altamirano y Albornoz, 3er. Conde de Santiago: 1661-1684. 7.-Juan Altamirano Villegas, 4º conde de Santiago: 1684-1698. 8.-Nicolás Altamirano Villegas, 5º conde de Santiago: 1698-1721. 9.-Juan Javier Altamirano Gorráez, 6º conde de Santiago: 1721-1752. 10.-Juan Lorenzo Altamirano Urrutia, 7º conde de Santiago: 1721-1752. 11.-José Manuel Altamirano, 8º conde de Santiago: 1752-1793. 12.-María Isabel de Altamirano, condesa de Santiago: 1798-1802. 13.-Ignacio Gómez de Cervantes, 9º conde de Santiago: 1802-1809. 14.-José María Cervantes y Michaus 10º conde de Santiago: 1809-1835. 15.-José Juan Cervantes y Michaus, último conde de Santiago: 1835-1875. 16.-Ignacio Cervantes Ayestarán: 1874-1879. 17.-D. Rafael Barbabosa Arzate: 1879-1887. 18.-Sucesores de D. Rafael Barbabosa Arzate (Aurelio, Herlinda, Antonio, Concepción, Juan de Dios, Rafael y Manuel Barbabosa): 1887-1945. 19.-D. Manuel Barbabosa: 1945-1958. 20.-Hijos de D. Manuel Barbabosa: 1958-1965. 21.-D. Juan Pérez de la Fuente: 1965-1988. 22.-Sucesores de D. Juan Pérez de la Fuente (Mari Carmen y José Antonio Pérez de la Fuente): 1988 en adelante. 175

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José Juan Cervantes y Michaus), por lo que en 1879 tuvieron que vender al abogado Rafael Dondé, la hacienda e Ingenio de Mahuistlán, que era la última gran posesión vinculada a la región de Jalapa 177. En cuanto a la Mesta, fue una institución que se estableció en los primeros años de la Nueva España y buscó poner orden y control entre los señores de ganados para que se lograra delimitar los espacios en las propiedades, y se pudiera herrar el ganado 178. El hecho es que a falta de cultivo, en tierras y extensiones áridas, la actividad ganadera en su proceso de constitución original fue una de las soluciones concretas frente a limitada mano de obra, para la que dicha actividad no requería de muchas extensiones. La mano de obra –recuérdese- estuvo en teoría amenazada a la pena de muerte “para quien haga montar a un indio”. Y si los ganados no requerían de muchos cuidados, por lo que “al hacerse pronto bravío, se defendía un poco por sí solo y, como ocurrió en La Española, avanzaba tanto como expulsaba a las comunidades indígenas”. Ese fenómeno es propio de La Española. Por su parte, en el territorio novohispano, aquel repliegue aunque desproporcionado y sin control, al paso de los años pudo cercarse y lograrse también el control, para lo cual tuvieron que enfrentarse a distintas adversidades. Romero de Solís dice que si bien “los indios fueron, al principio, incompatibles con los toros: ante su sola aparición en los campos huían aterrados. Así pues, los mencionados procesos de desplazamientos humanos constituyen la dimensión social principal del sistema de explotación colonial; con ello, las grandes toradas que pacían vigorosas por la geografía indígena había que verlas como si fueran el utensilio estratégico esencial para desencadenar dichos movimientos humanos y, con ellos, actualizar la apropiación real del territorio en función de los intereses económicos de los conquistadores”. Ya sabemos que el proceso de multiplicación fue muy rápido, por lo que el crecimiento del ganado invadió el cultivo de los indígenas, destruyéndolos. Entre otros afectados se encontraban los tlaxcaltecas, para lo cual, una solución fue la de separar las estancias de los pueblos indígenas para evitar destrozos en los campos y la falta de abastecimientos en el territorio, como lo observó el virrey Luis de Velasco. La reacción política fue obligar a los ganaderos a conducir sus manadas hacia el norte y hacia el sur, a la vez que la concesión de estancias por parte de la administración se trasladó a las zonas situadas cerca de las minas ubicadas en el territorio de los indios chichimecas en el norte de México, lo que supuso, por otra parte, la creación de un estado de guerra con la población india. Detrás de todo ello estaba, de un lado, la expansión de la ganadería a gran escala, de otro, sin duda, se hallaba también la ocupación de tierras, ejidos comunales y zonas de regadío para impulsar el cultivo del trigo, absolutamente necesario en la dieta de los españoles.

Y sigue Pedro Romero de Solís con una exposición que por los conceptos vertidos, bien vale la pena su reproducción completa. Veamos. Otras medidas políticas suplementarias tendían a perpetuar las conquistas de los grandes señores de ganados, Por ejemplo, la administración, siguiendo la antigua tradición castellana, dio curso a ordenanzas reales que obligaban a dejar para pasto comunal los rastrojos de los cultivos de las comunidades indias, obligando a todo propietario a quitar los cercados una vez alzadas las cosechas. Aunque en España esa costumbre tendía a favorecer a los agricultores humildes e incluso a los que carecían de tierras pues el reservarles el derecho a los pastos les permitía mantener una ganadería de subsistencia, en Nueva España, por el contrario, estas disposiciones abrieron definitivamente los campos 177

Gilberto Bermúdez Gorrochótegui: El mayorazgo de la Higuera. Xalapa, 1987. 158 p. (BIBLIOTECA UNIVERSIDAD VERACRUZANA), p. 12; 112-113; 149 y 150. 178 MESTA. En Castilla, organismo central encargado del cuidado de la ganadería. Su origen está en la Alta Edad Media, cuando los pastores y propietarios se reunían en asambleas, llamadas mestas, para acordar los precios y asignar las reses descarriadas. En 1273 la agrupación de todos los pastores de Castilla fue reconocida por Alfonso X el Sabio, con el nombre de Honrado Consejo de la Mesta de Pastores. La organización se basaba en el reconocimiento del derecho de paso de los ganados a través de rutas tradicionales, llamadas cañadas. El momento de mayor apogeo fue el siglo XVI. La pérdida de la protección real y las nuevas teorías económicas que beneficiaban a la explotación agraria hicieron que en 1836 fuese extinguida y sustituida por la Asociación General de Ganaderos del Reino.

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de los indígenas al ganado, generalmente asilvestrado, de los españoles, medida que jamás iba a compensar a los indígenas pues éstos, por el desconocimiento de la práctica ganadera, tenían una dieta alimenticia que no contemplaba la ingestión cotidiana de proteínas animales. Para el cultivo del ganado vacuno bastaba con disponer de grandes extensiones: casi no hacía falta de mano de obra, unos cuantos pastores indios, algún negro y un español a caballo eran suficientes para el cuidado de una gran vacada. Además, la actividad ganadera no era para los blancos una ocupación servil. Resulta notable el hecho de que, al cabo de una década de la caída de Tenochtitlán, y a despecho de haberse prohibido, bajo pena de muerte, la venta de ganado antillano a Nueva España, el desarrollo de las vacadas fuera tan grande. En 1538 el precio de la carne había bajado tanto que dejó de interesar su comercialización y los animales se sacrificaban con la exclusiva intención de obtener cueros, abandonándose la carne, al igual que en La Española, a la putrefacción. Así, el precio de la carne que al principio había sido fijado en 70 maravedíes el arrelde (1840 kg), en 1538 ya si apenas costaba 17, es decir, en menos de diez años había bajado a la cuarta parte. Años más tarde un nuevo derrumbe hará descender los precios: por ejemplo, en 1542, con el salario de un día podía adquirirse casi ¡una tonelada de carne! Hundido el precio de la carne la función de apropiación del suelo por medio de la ganadería cimarrona resulta aún más evidente: pronto empezará, como señala Chevalier, la formación de los grandes latifundios mexicanos al amparo de la multiplicación de los ganados bravíos. Cierto es que en Nueva España, a falta de aceite de oliva, se utilizaba el sebo de los animales, con el que también se fabricaba el jabón pero, una vez hundido el mercado de carne, a los ganaderos, como en La Española, lo que les interesaba era el cuero del que había un comercio clandestino para equipar a los ejércitos europeos. El fiscal de la Audiencia de México, en 1544, es quizá sin quererlo, uno de los más fieles testigos de la multiplicación del ganado vacuno a un ritmo biológico hasta entonces desconocido en otros países: “los ganados de todo género se multiplican mucho –aseguraba- casi dos veces en quince meses”. Este crecimiento, tan fabuloso que a duras penas podemos creerlo cierto si atendemos a las magnitudes cuantitativas que nos transmiten las autoridades de la época, desbordaba cualquier límite y las manadas, sin impedimentos, se extendían por los campos y destruían, implacablemente, las milpas de los indios, esto es, las tierras que las comunidades indígenas dedicaban al cultivo del maíz, producto que les era absolutamente necesario para su subsistencia. Según los misioneros franciscanos los indios a medida que las toradas entraban y el ganado cimarrón invadía sus tierras huían a las montañas: ya no sembraban, el precio del maíz se multiplicaba, y las comunidades quedaban a la merced de un destino cruel e implacable. “Hay quien tiene 10 u 11 mil vacas y las autoridades –aseguran los frailes- son impotentes frente a los intereses coligados de esos señores de ganados (Torquemada).

Del argumento anterior pueden colegirse infinidad de cosas. Una de ellas es el caso de las “cercas”, esa línea divisoria que establecía los límites entre una propiedad y otra, pero también un recurso para evitar que los ganados atravesaran esos espacios y afectaran las cosechas, como sucedió frecuentemente, pues en caso de que funcionaran debidamente, se retiraban en el momento en que la cosecha había sido levantada. En el caso particular de Atenco, dicho “cercado” no sirvió absolutamente para nada, pues el ganado lo terminaba rebasando con demasiada facilidad, como lo manifiesta Joaquín García Icazbalceta179 y Gustavo G. Velázquez180. 179

Joaquín García Icazbalceta: OBRAS, Tomo 1, opúsculos varios 1. México, Imp. de V. Agüeros, Editor, 1896. 460 p., p. 454-456. "El ganado vacuno en México". Joaquín García Icazbalceta, respetable bibliófilo congregó una de las bibliotecas más importantes hacia fines del siglo XIX, y en la cual se encontraban documentos valiosísimos. En sus OBRAS, el pasaje "El ganado vacuno en México" presenta datos como el que sigue: La asombrosa multiplicación del ganado vacuno en América sería increíble, si no estuviera perfectamente comprobada con el testimonio de muchos autores y documentos irrecusables. Desde los primeros tiempos siguientes a la conquista, los indios poco acostumbrados a la vista y vecindad del ganado, padecían a causa de él, mucho daño en sus personas y sementeras, lo cual dio lugar a repetidas disposiciones de la corte, que vacilaba entre la conveniencia de que los ganados se aumentasen, y el deseo, que en ella era constante, de procurar el bien de los indios. Entre esas disposiciones es notable la relativa a la gran cerca que se labró en el valle de Toluca para encerrar el ganado de los españoles. Consta en la cédula real de 3 de Junio de 1555, que por su interés histórico y por hallarse únicamente un libro rarísimo (la Monarquía Indiana, Libro I, cap. 4), me resuelvo a copiar, a pesar de su mucha extensión. Dice así: QUE SE EJECUTE LO QUE EL VIRREY PROYECTÓ SOBRE LA CERCA DEL VALLE DE TOLUCA. El Rey-Nuestro Presidente é oidores de la Audiencia Real de la Nueva España. A Nos se ha hecho relación que D. Luis de Velasco, nuestro visorrey de esa tierra, salió a visitar el valle de Matalcingo, que está doce leguas desa ciudad de México,

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cerca de un lugar que se llama Toluca, que es en la cabecera del valle, é que tiene el dicho valle quince leguas de largo, é tres y cuatro y cinco de ancho en partes, y por medio una ribera, y que hay en él mas de sesenta estancias de ganados, en que dizque hay mas de ciento cincuenta mil cabezas de vacas é yeguas, y que los indios le pidieron que hiciese sacar el dicho ganado del valle, porque recibían grandes daños en sus tierras y sementeras, y haciendas, y que no las osaban labrar, ni salir de sus casas, porque los toros los corrían y mataban, y que los españoles dueños de las estancias, y el cabildo de la Iglesia mayor desa ciudad, por otra, le pidieron que no se sacase el ganado de la Iglesia, que perdía lo más sustancial de sus diezmos, y a los oidores y a la ciudad que se les quitaba de su provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían. E que visto lo que los unos y los otros decían, y mirada y tanteada toda la dicha tierra, y comunicado con ciertos religiosos y con los dichos indios principales naturales del dicho valle y todas sus comarcas, irató [¿mandó?] que se hiciese una cerca que dividiese las tierras de los indios de las de esas estancias, cada una conforme a la cantidad de ganado que tuviese; que la cerca se tasase por buenos hombres, y que la dicha cerca se hizo, la cual tiene más de diez leguas, medidas por cordel, y que los indios tienen por bien que del precio della se compre censo para tenerla reparada siempre, por estar seguros de los daños de los ganados, y que se trasó la cerca en diez y siete mil y tantos pesos de oro común, y que al tiempo del pedir la paga a los dueños de las estancias, apelaron para esa Audiencia de mandarles el dicho visorrey pagar, y que han hecho el negocio pleito, con fin de dilatarlo todo lo más que pudieren, por que los indios no sean pagados, ni la cerca no se conserve, que es lo que pretenden, y que convenía mandásemos que los que tienen ganado en el valle pagasen la cerca ó sacasen los ganados, por que con ello se contentarían los indios, aunque lo más conveniente para el sustento y conservación de la una república y de la otra era que la cerca se pague, porque el ganado se conservase sin daño de los naturales. E visto todo lo susodicho y entendido que es conveniente que la dicha cerca se conserve, envío a mandar al dicho visorrey, que en lo del pagar la dicha cerca los españoles, ejecute luego lo que en ello tiene ordenado. Por ende, yo vos mando que vosotros ayudéis é favorezcáis a la ejecución dello, sin que pongáis estorbo alguno: é si los dichos españoles ó alguno de ellos se agraviare, mandamos que se ejecute el dicho repartimiento sin embargo dello, é vosotros veréis los agravios, y haréis sobre ello, llamadas é oídas las partes a quien tocare, brevemente justicia, y avisarnos heis de lo que en ello se hiciere. Fecha en la Villa de Valladolid, a tres del mes de Junio de mil é quinientos é cincuenta é cinco años. -La Princesa. -Por mandado de su Majestad, su Alteza en su nombre, Francisco de Ledesma. Hacia 1540 tuvo efecto un proceso de transformación muy importante. Al utilizar una infraestructura mínima para el cuidado del ganado, hubo por tanto crecidos descuidos, que dieron origen a conflictos entre los poseedores de tierras y ganados. Desgraciadamente hubo afectados, que fueron los indios "sujetos de aquellas estancias", quienes también protestaban ante las autoridades virreinales por las invasiones reiterativas del ganado (Real Cédula del 3 de junio de 1555) sobre todo cuando este causaba estragos entre los pobladores que vivían alrededor de las estancias. Por eso en 1530 el cabildo ordenó y autorizó a los criadores de ganado un derecho de uso sobre los pastos llamado "sitio" o "asiento", que no implicaba la posesión de la tierra. Como requisito se pedía el que se cercaran aquellas posesiones. Con la repartición de tierras -y esto es muy importante recalcarlo-, puede decirse que la ganadería en cuanto tal (no es un término que entonces fuera de uso común) se formalizara a partir de 1550. Aunque con anterioridad hayan existido concesiones que se llevaron a la práctica. También, al iniciarse la mitad del siglo XVI la multiplicación excesiva y asombrosa del ganado en sus diversas variedades nos conduce a pensar en que haya ocurrido una especie de agotamiento biológico o "degeneración" en el ganado, debido al hecho de que ninguna "sangre nueva" venía a injertarse en el circuito o proceso reproductivo. 180 Gustavo G. Velázquez, y Ramón Pérez C.: LA GAVIA. Biografía de una hacienda mexicana. México, Editores Asociados, 1953, 97 p. Fots. (CAPÍTULO V. Perspectivas económicas, p., 39). Velázquez dice sobre la CERCA que (...) después de la destrucción de Tenochtitlán, la extensión y propagación en el extenso Valle de Toluca en donde los indios tuvieron que construir una cerca, que fue muy famosa para defender sus sementeras del daño del ganado, el acrecentamiento del ganado de corda (sic) y la cría de las gallinas de Castilla en torno a las haciendas y jacales de peones y pequeños arrendatarios, labradores de aquel extenso valle, modificaron profundamente la vida de los habitantes y mejoraron la economía indígena. Gracias a un plano, que parece ser es el que cita Boturini como de su propiedad, y del que poseemos una copia gracias al Arquitecto Luis Barbabosa Olascoaga, heredero de esta tradición ganadera, pueden apreciarse los puntos específicos que fueron marcados para establecer la cerca con la que se buscaba limitar un proceso reproductivo que no fue posible frenar. El crecimiento se extendió –e incluso en todo él se perdió el control- a lugares tan alejados como la Nueva Galicia (Zacatecas). De ello, la gráfica que ofrece W. Borah en su obra el siglo de la depresión en la Nueva España permite comprobar dicho crecimiento, desmesurado y sin control que contrasta con el decremento de la población indígena, mestiza y blanca. Asimismo también es interesante mencionar que en el Archivo General de la Nación, existe un documento, evidencia clarísima de los malestares ocasionados por aquella reproducción en potencia, misma que alteró la vida de muchos pobladores inmediatos al famoso “cercado” que se levantó desde 1552 y no en 1555 como lo menciona Icazbalceta, quien contó con la fuente de fray Juan de Torquemada.

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“...que hubo en el Valle de Toluca, después de la Conquista, en tiempos de la Cristiandad, aquella famosa cerca con dos puertas y un puente, para pastar ganado, como se ve en dos mapas grandes que están en mi Archivo (dice Lorenzo Boturini), el uno en papel indiano y el otro en lienzo de algodón, donde está marcada toda la Provincia y Valle”. Este mapa quizá sea uno de los dos mencionados por el historiador y que se remonta al año 1552. Fuente: Cortesía, Luis Barbabosa y Olascoaga.

Otra de las afirmaciones, van en el sentido de lo que representó el hundimiento en el precio de la carne, orientó la capacidad de los señores de ganado por el camino de la apropiación del suelo por medio de la ganadería cimarrona, y con ello el surgimiento y formación de los grandes latifundios mexicanos los que, al interior, registraron una importante multiplicación de los ganados bravíos, como otra de las respuestas al estímulo que poco a poco fue encontrando la ganadería al paso de los años de consolidación, durante el periodo virreinal. Y ese multiplicación se daba dos veces cada quince meses, según la observación hecha por el fiscal de la Audiencia de México en 1544, ocasionando la destrucción no solo de terrenos dedicados a la cosecha sino a la de pueblos, cuando las toradas pasaban

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por allí en movilizaciones impresionantes conducidas por medio de la acción del rodeo por vaqueros, tanto españoles como naturales. Esto, desde luego ocasionó un significativo malestar de los indios que apelaron a la autoridad para exigir control, evitando así esa permanente destrucción de tierras específicamente dedicadas a la labranza o lo que es peor, el desplazamiento forzoso que se dio de poblaciones enteras que resultaban profundamente dañadas, fuera por la invasión o por causa de aquellas batidas a veces fuera de control. Lamentablemente, y como decía Torquemada: “Hay quien tiene 10 u 11 mil vacas y las autoridades –aseguran los frailes- son impotentes frente a los intereses coligados de esos señores de ganados. Como ya se ha visto en otros segmentos de este trabajo, fueron puestos en práctica dos ejercicios necesarios para controlar la desbandada general del ganado. Por un lado, el rodeo, o lo que es lo mismo, una batida circular sobre un territorio gigantesco con la intención de concentrar el ganado en un punto donde con la ayuda de una especie de garrochas, muy parecidas a las andaluzas, se apartaba el ganado que deseaban seleccionar. Dicho procedimiento quedó reglamentado en 1574 a través de las Ordenanzas de la Mesta, por instrucciones del virrey Martín Enríquez de Almanza. Juan Suárez de Peralta indica la puesta en práctica donde centenares de jinetes se dedicaban a ejercicio práctico pero peligroso, debido a que seguía presente una población indígena sedentaria, siendo común la queja de estos afectados, quienes sufrían en la estampida de esos grandes conjuntos de ganado el arrasamiento de pueblos y cosechas. He aquí algo muy interesante: Estos vaqueros –blancos, negros, mestizos, mulatos e indios descendientes de las tribus nómadas-, tenían todos, una común pasión por los caballos y por el toro. Fray Alonso Ponce, llegado de España como visitador de conventos, refiere, en 1586, las hazañas de un vaquero en las que ya se podían reconocer algunas de las suertes de lo que se llamará el jaripeo –mitad fiesta de toros, mitad fiesta ecuestre- que celebran hoy día los rancheros mexicanos y que fue modelo, también para el rodeo norteamericano. Como una entre muchas consecuencias de este fenómeno, surge por parte de la población autóctona un consumo de carne habitual, que generó la creación de las carnicerías, y de ello derivó un relajamiento y decadencia moral por el cambio de dieta “sufrido bajo la influencia de la Conquista” con lo que rápidamente se adecuaron o adaptaron a diversas formas de vida mostradas habitualmente por los propios españoles. En 1557, en la ciudad de México se consumían anualmente 16,000 reses vacunas, sin contar cerdos, cabritos, pavos y gallinas. Para ese mismo año se sacrificaron 120,000 carneros. CONCLUSIONES A lo largo de toda la exposición del Dr. Pedro Romero de Solís se pudieron observar diversos conceptos que afirman y reafirman el establecimiento del ganado vacuno en concreto, no solo durante los años de colonización, sino de la conquista y posteriores a este periodo, que se constituye como los de la integración de una nueva cultura europea, en permanente vinculación y sincretismo con la natural, donde una no rebasa a la otra, sino que se asimilan, independientemente de los métodos forzosos y a veces bastante sangrientos que operaron no para bloquearse, sino para darle continuidad al discurso pragmático y dinámico también de la evolución de una sociedad que, como la novohispana, se adecuó a una cultura alimenticia. Dicha cultura se debió al sustento de la incorporación –en este caso particularde ganados vacunos que lo mismo sirvieron para lograr, después de su misión estratégica una rápida reproducción la cual se desbocó, quedando fuera de control. En medio de esas circunstancias, surgió o se estimuló el comercio de pieles, de la creación de métodos de control como la Mesta o la del establecimiento de cercados que delimitaron aquel desmesurado crecimiento, para lo cual, y superada la terrible etapa del “siglo de la depresión” se establecieron otros métodos como el rodeo o el jaripeo, para lo cual hubo necesidad de mano de obra tanto de vaqueros españoles como de los naturales que al incorporarse a ese sistema, pronto aprendieron las principales prácticas. Además, tanto los soldados

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conquistadores, como las autoridades y luego otros protagonistas, tanto de la nobleza como surgidos del pueblo aparecieron en las plazas públicas, disponiendo para ello de importantes cantidades de ganado para celebrar la multitud de fiestas que se organizaron en por lo menos el resto del siglo XVI. Es probable que en medio de aquellos ejercicios cotidianos en el campo se seleccionara el ganado para la plaza con algún criterio, adecuado al estilo de los torneos de entonces. Y también en el campo es muy posible que se haya estimulado la formación de todo un ámbito rural capaz de manifestar sus inquietudes con vistas al desarrollo de una tauromaquia campirana que, con el tiempo se transmitió a las plazas de toros en los grandes centros urbanos, creándose una permanente comunicación de ida y vuelta, la cual obtuvo un avance sustantivo a causa de la creación de una soterrada red de vasos comunicantes perfectamente articulada. En la medida en que surjan nuevos postulados, planteamientos y también nuevos papeles, en esa medida seguirá aumentando el campo teórico de acción sobre la génesis y primero desarrollo de este ámbito tan peculiar en el historial ganadero de América. De pronto, la aportación de Romero de Solís, junto a la de Narciso Batalla Bassols y la que por mi cuenta he construido, como resultado de una intensa y primera lectura, elaborada en mi tesis doctoral, quedan aquí perfectamente hilvanadas.

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EL TOREO URBANO Y EL TOREO RURAL: SUMA DE DOS GRANDES CONCEPTOS PARA UN SOLO FIN (REVISIÓN TOCADA POR LA ESTÉTICA). La presente lección, pretende acercarse a lo que ha sido el perfil estructural con el que las corridas de toros han soportado su trayecto a lo largo de 476 años, en medio de una convivencia afortunada. Detrás del escenario que ha permitido el goce a lo largo del casi medio milenio de recorrido, se encuentran multitud de componentes capaces de proporcionarle una sustancia concreta, rica en expresiones, fortalecida por la experiencia de muchos personajes anónimos o de los que siguen ocupando un sitio emblemático, sin dejar de mencionar el discurso que proviene de disposiciones, reglas y tauromaquias. Sin embargo, existe una experiencia marginada que surge en el ámbito rural, se incrusta silenciosamente en el urbano y dan como consecuencia una rica expresión. Esto sucedió básicamente durante dos periodos fundamentales: el virreinato y el México independiente. Veamos qué pasa en uno y otro como procesos de desarrollo generados por circunstancias, cuyo sustento se encuentra en la enorme infraestructura que representó el establecimiento, y luego el riguroso control sobre la población y sobrepoblación de ganados mayores, que suponen la aplicación de mecanismos novedosos, los cuales al imponerse finalmente sobre los ganados, lograron tareas y quehaceres que de lo cotidiano pasaron a ser verdaderas exhibiciones artísticas en el campo, mismas que trascendieron a las principales plazas ubicadas en los grandes centros urbanos. Por otro lado, estos espacios se prestaron al intenso desarrollo de fiestas motivadas por pretextos venidos de ultramar o que llegaban también por ultramar. Me explico. Las casas reinantes: los Hasburgos y Borbones dieron, a lo largo de 300 años diversos argumentos para la celebración pública, tales como: asunción a la corona, desposorios reales, nacimiento de infantes en lo fundamental. De igual forma, la llegada de más de 50 virreyes también se sumaron a las ocasiones de fiesta. De igual forma, el calendario religioso proporcionó otra buena parte de elementos para llevar a cabo las celebraciones de carácter caballeresco y taurino a lo largo de esos tres siglos. No faltaron otras razones, como el fin de conflictos bélicos, la firma de tratados, que también alimentaron aquel carácter festivo. Ante esa suma de factores, la fiesta se potenció como pocas veces, de ahí que se enriqueciera intensamente, pero de ahí que también se viciara ante el enorme cúmulo de fiestas. La respuesta a todo esto es la de un permanente diálogo y comunicación que se intensificaron entre dos escenarios fundamentales: el urbano y el rural. Veamos ahora cómo desde cada uno surgieron los factores que consolidaron desde su lugar de origen y desarrollo, los más importantes capítulos que dieron realidad a la tauromaquia mexicana no solo en esos tres siglos iniciales, sino del resto de los tiempos que sirvieron y siguen sirviendo como espacio a la madurez respectiva. Recordarán que en nuestra lección anterior, nos ocupamos a profundidad de uno de los acontecimientos más emblemáticos e inmediatos a la conquista, contando para ello con el importante texto de Pedro Romero de Solís: “Cultura bovina y consumo de carne en los orígenes de la América Latina”. Allí se hizo un balance a profundidad sobre lo que fue y significó el nuevo estado de cosas con relación a la presencia de los ganados mayores y menores traídos –en primera instancia- por los colonizadores; fomentado, estimulado y a veces hasta descuidado por los conquistadores y todos aquellos pobladores que se insertaron en la construcción de la vida novohispana. Una serie de nuevos códigos entrañaron entre aquellos habitantes, quienes tuvieron que crear y ordenar las condiciones propicias para poner en práctica los sistemas de control que los llevara a contener en espacios perfectamente delimitados, en otras palabras: las estancias ganaderas, más tarde conocidas como haciendas o unidades de producción agrícola o ganadera, a las miles de cabezas de ganado que no solo servían para dar continuidad a los procesos naturales de reproducción. También a un sistema de abasto y carnicerías. Dentro de esa enorme complejidad, surge una vertiente eminentemente comercial, con vistas a cumplir con un mercado dirigido a satisfacer las demandas dictadas por un sistema que operaba para funcionar en diversión pública tan peculiar como lo fueron las fiestas de toros.

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Llama la atención que durante todo el periodo virreinal, las ocasiones de fiesta se desarrollaron con importantes partidas de “encierros”, habiendo más de alguna ocasión en que, en términos de tres días, ya habían sido “corridos o alanceados” alrededor de 100 toros. Luego de esta sólida pero precisa revisión, tenemos que entender el comportamiento entre los siglos XVII, XVIII y XIX. El XX será motivo de una contemplación posterior. Afirmadas las instituciones que de alguna manera participaron en este proceso, y plenamente instalados los cimientos de la tauromaquia, el recorrido de este enorme concepto tuvo dos columnas vertebrales sin parangón: el fundamento español y el nacional. Aquel, logró ser sostenido por aquellos hispanos que luego se perpetuaron en posiciones sociales y políticas, en amplia defensa de los principios a que se vieron comprometidos, en su afán de mantener la hegemonía de dominio y control establecidos desde el viejo continente. Pero también muchos de ellos se sumaron al reparto escenográfico de la fiesta taurina novohispana, procurando seguir los dictados que, de alguna manera, seguían llegando de allende el mar, en el depósito de una fiesta que comenzó a atenuarse, como resultado de la enorme influencia proyectada por un espíritu criollo, matizado de los deseos de orgullo nacionalista que devino –más tarde- emancipación. Unos y otros se convirtieron en defensores de aquellas expresiones en esos dos maravillosos y espléndidos escenarios que fueron la plaza y el campo. Ambos se comunicaban soterradamente, en mutuo diálogo hasta lograr el disfrute popular que atestiguó el paso de una fiesta híbrida y con fuerte carga de sincretismos, lo cual se dio de modo más intenso durante los siglos XVIII y XIX. Mientras tanto, ¿qué pasó en los dos anteriores? Desde luego que son más evidentes los episodios urbanos, en función de la numerosa cantidad de descripciones de fiestas las que, en su mayoría destacan el protagonismo de la nobleza la cual, detenta a plenitud el control del espectáculo que se produce casi totalmente desde el caballo. Y digo “casi”, porque suelen presentarse por allí algunas insinuaciones de pajes de a pie que ejercen una función de auxilio a los señores que, en buena medida son nobles o burgueses. De alguna manera, el plebeyismo comienza a despuntar. Durante los años que van de 1526 a 1701, predominó el alanceamiento, los juegos de cañas, alcancías, estafermos, bohordos, sujetos al uso de dos estilos: a la brida y a la jineta, sillas que facilitaron también cada una en su momento, el propósito de lucimiento que buscaron aquellos señores. Benjamín Flores Hernández apunta al respecto: Dos fueron las formas principales de matar toros a caballo que se practicaron durante la época de los Habsburgo: el alanceamiento y el rejoneo; la primera de ellas –que requiere la monta a la brida o estradiotapredominó en el siglo XVI y la segunda –propia de la monta a la jineta- fue la corriente durante el XVII. Menos frecuente fue el uso de la espada. La suerte de alancear, para la cual era preciso que el animal sobre el que se la fuera a ejecutar tuviera cubiertos los ojos, admitía dos variantes: la más lucida, aunque también la más difícil y peligrosa, conocida con el nombre de rostro a rostro, consistente en herir al astado “en el lado izquierdo salvando el pecho del caballo del derrote y echándose al toro por delante”; y la llamada al estribo, en la cual, tras esperar el arranque de la bestia presentándole el flanco derecho, se sesgaba la cabalgadura en el momento de su acometida, clavándole con fuerza la lanza en el costado y obligándola a salir por el lado derecho, retirándose el jinete por el izquierdo después de destapar los ojos de su corcel (ALCÁZAR, Federico M.: Tauromaquia moderna. Primer tomo (del toreo). Semblanza de (...) por Armando Buscarine. Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, S.A., 1936. XXIX, 300 pp., pp. 164-167). La moda de la monta a la jineta, que permitía manejar el caballo con la sola presión de las rodillas, fue la que favoreció la popularización del arte del rejoneo, más ágil y emocionante que el de la lanzada. Para clavar el rejón o garrochón, que debía llevarse en la mano derecha muy bien sujeto por arriba, con al punta hacia abajo y manteniendo el codo levantado, se requería del auxilio de dos lacayos de a pie con sus respectivas capas, uno a cada lado de la montura, los cuales debían acompañar al jinete mientras se iba acercando lentamente hacia la res, provocando su embestida. Cuando el animal llegaba a terrenos del

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caballista, el peón que iba a su derecha debía hacerse de él por medio del juego de su capote, en tanto que su amo clavaba el arma, la partía procurando dejar visible lo menos de ella y emprendía su salida por el lado izquierdo. Tiempo después se empezó a preferir el rejoneo a caballo levantado o cara a cara, que no requería la ayuda de peones. Para realizar esta suerte el jinete, tras citar al cornúpeta desde los tercios o los medios de la plaza, se dirigía a su encuentro cuarteando; al llegar a su jurisdicción, precisamente en el momento del derrote, quebraba el caballo y la cintura, alzaba el cuerpo, adelantaba el brazo, clavaba el arma, la partía y sacaba el caballo, que no había detenido su galopar 181.

Por otro lado, el toro que se corría entonces (no hay por el momento idea cabal de la lidia en cuanto tal), deben haber cumplido un mínimo de condiciones, tales como: presencia idónea y algún indicio de bravuconería para embestir a las cabalgaduras, desde donde el caballero, elegantemente ataviado, alanceaba aquellos toros sin otro propósito que atravesarlos, quitándose de encima en el menor tiempo posible, con mínimas posibilidades de gran lucimiento lo que, de todas formas, les tenía garantizado el aplauso general. En otros trabajos que he elaborado para lograr una explicación sobre los acontecimientos de esta naturaleza entre los siglos XVI al XVIII, recuerdo dos: “Desde el siglo XVI, el espíritu y la forma de ser del mexicano, se han identificado con los toros”, 182 y “El criollismo y la tibetanización, ¿efectos de lo mexicano en el toreo?”183 Ambos, responden en cierta medida al presente cuestionamiento, pero sobre todo a la argumentación precisa que exige esta nueva revisión, que se convierte, de pasada, en una nueva reinterpretación. Por otro lado, de mi trabajo: “Tauromaquia en México a través de los siglos”, los tres primeros capítulos 184, permiten tener una idea aproximada de los acontecimientos que aquí pretendo explicar. El trayecto dinámico a que quedó sujeta esta comunicación entre el campo y la ciudad fue enriqueciéndose singularmente. Hay, por tanto dos factores que analizar: el que atañe al posible enrarecimiento o círculo vicioso en que cayó aquel sistema y la forma en que fue sacudiéndose de ese posible enquistamiento para renovarse en sí mismo. Los testimonios existentes proporcionan un balance que arroja cierta idea de los acontecimientos ocurridos directamente en las plazas, permeados – la mayoría de ellos- por un fascinante universo literario, con una fuerte carga de elementos mitológicos que dan un matiz peculiar a cada una de esas descripciones de fiestas las que, en mayor o menor medida proyectaron ese rico bagaje. Pero al margen de esa dimensión y al desmenuzarla, encontramos algunas referencias sobre la práctica del toreo de y desde el caballo. Autores como José Mariano de Abarca, José Gil Ramírez, Alonso Ramírez de Vargas, Rafael Landívar –entre otros-, refieren cada cual en su época, la sólida evolución y depuración, aunque para ello no hicieron mención a reglas o tratados, de las que seguramente no fueron ajenos ni ellos ni los protagonistas por la sencilla razón de que fomentando el espectáculo, allí estaba presente el espíritu de dichos principios. Si llegaron o no los tratados a estas tierras, lo anterior flota en un auténtico misterio. Pero el hecho es que entre España y la Nueva España existieron las condiciones propicias para sostener no solo el espectáculo por sus razones lúdicas, sino hasta por las estratégicas que convenían garantizar para mantenerse vigentes en el escenario, siempre a los ojos del rey, del visorrey. También del Cabildo y hasta de la estructura eclesiástica. Lo demás era sentirse observado por el pueblo, convirtiéndose en héroes efímeros o temporales, figuras del toreo novohispano finalmente, muchas de ellas, incluso, sin nombre específico. Esto representó de alguna manera un círculo vicioso en buena medida con una carga de disfrute, suficiente para mantener y mantenerse durante determinados periodos de tiempo, pero esto se reduce a 181

Benjamín Flores Hernández: "Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII", México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p., p. 15-16. 182 Véase Anexo N° 1. 183 Véase Anexo N° 2.

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una visión mecánica, por sistema y a veces hasta rutinaria. Sin embargo, transitó en medio de esos fundamentos. ¿Este es un enrarecimiento que aunque no dañino, perjudicó el curso de los avances técnicos y estéticos de un espectáculo para nosotros distante y ajeno, pero también para nosotros bastante explícito sobre ese devenir? Y si no fue así, ¿hasta dónde llegó a darse la urgente renovación que preparó el terreno para nuevas condiciones que propiciaron la fertilidad de nuevas vertientes que tampoco perdieron el vínculo entre esos dos espectros, urbano y rural? No olvidemos que estamos ante un escenario posiblemente ajeno porque uno y otro estaban separados por cada uno de los espacios de donde habían surgido. Por razones solamente debidas a vasos comunicantes, aquella sangre va y viene, se retroalimenta y de modo consistente se renueva. Tal vez este cuestionamiento sea absolutamente absurdo si no se matiza de los factores sociales, políticos o económicos que operaron en cada una de las épocas, durante los 300 años de virreinato, durante todo el siglo XIX, depósito fundamental de aquella experiencia secular que no se rompió con la emancipación. Antes al contrario, se intensificó. Campo y ciudad, como el mercado que se creó entre ambos y sus productos, sus demandas, pero también sus consecuencias, funcionaron cotidianamente. De una cosa debemos estar seguros: el toreo que se practicaba en el campo y la ciudad estuvo hermanado en un diálogo aparentemente cifrado, porque uno y otro se manifestaban en su propio espacio tratando de sujetarse a los patrones preestablecidos sobre todo por la costumbre a la que ya estaban adaptados los públicos de uno y otro sitio, pero también al cumplimiento de ciertas disposiciones que no provienen de reglamentos, que todavía no existen como tales, sino hasta el segundo tercio del siglo XVIII. Sino de reglas, tratados o normas que la experiencia dictó a algunos personajes que trasladaron toda esa acumulación favorable a dichos documentos que se tornaron fuentes esenciales, junto a aquella práctica sistemática al cabo de los años. No había mejor comprobante que la puesta en escena que no se quedaba en la sola demostración, sino que operaba la recíproca comunicación yendo de la plaza al campo, y viceversa.

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Anexo N° 1. DESDE EL SIGLO XVI, EL ESPÍRITU Y LA FORMA DE SER DEL MEXICANO, SE HAN IDENTIFICADO CON LOS TOROS. ¿Desde cuándo el toreo de a pie se presentó como parte de una inquietud entre los hombres por dominar a una fiera y lograr con ella momentos de lucimiento técnico y estético? Las evidencias están plasmadas desde el contacto de estas dos fuerzas, que podemos admirar gracias al “lienzo” de cuevas que dieron cabida a la expresión del hombre primitivo. Trasladémonos al periodo que comprende los años 711 a 1492, en plena confrontación de moros y cristianos. Tal situación se da, entre otras cosas, gracias al apoyo del caballo. Con y sobre el caballo inició la demostración de alancear toros, desde un punto de vista de entrenamiento que sirviera para atravesar, más tarde y durante las batallas, lo mismo godos que árabes. Hasta aquí una visión de conjunto. Ahora ubiquémonos en México. La conquista como anejo extemporáneo de la guerra de ocho siglos también se apoya, en gran medida, en el caballo. El torneo y fiesta caballeresca fueron privativos de conquistadores primero; de señores de rancio abolengo después. Personajes de otra escala social, españoles-americanos, mestizos, criollos o indios, se puede decir que estaban restringidos a participar en los orígenes de la fiesta española en América. Pero supongo que ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones deben haber estado secundadas por la rebeldía. El papel protagónico de estos personajes, como instancia de búsqueda y de participación que diera con la integración del mismo al espectáculo en su dimensión profesional, va a ocurrir durante el siglo XVIII. El siglo XVI significó para México un conjunto de historias diversas, originadas por la conquista española, empresa que representó uno más de los espacios de expansión logrados por el proyecto de España que para esos momentos resultaba ser la potencia más importante del orbe. Tan luego como el almirante Cristóbal Colón revela los resultados de su “descubrimiento” comienzan a darse infinidad de circunstancias que ponen a funcionar otros tantos proyectos que ya no solo son de carácter semejante al impuesto por el genovés, sino que buscan darle el sentido de dominio. Las connotaciones del término “dominio” son tan amplias que abarcan las de la apropiación por parte de grupos de soldados quienes se marcan el propósito de conquista, una conquista que van a ofrendar a la corona, misma que se ve beneficiada por la ampliación de nuevas tierras que serán suyas, las “dominará” y por ende, las controlará. México no fue la excepción. Entre aquel grupo reducido de conquistadores viene el capitán general, Hernán Cortés quien se convierte en héroe para unos; en villano para otros. Pero el hecho histórico consumado permitió que los nuevos pobladores consiguieran establecer una forma de vida semejante a la que tuvieron hasta antes de su salida.185 Al ir destruyendo una cultura tan importante como la de Mesoamérica, empezaron a transformar lentamente aquel panorama, y para ello necesitaban el soporte de factores como los de vida 185

Ángel López Cantos: Juegos, fiestas y diversiones en la América Española. Madrid, Editorial MAPFRE, 1992. 332 p. (Colección relaciones entre España y América XI/10)., p. 16. Todos los que cruzan el Atlántico, hombres de su tiempo, transportarán una cultura en la que lo lúdico, por momentos, alcanza gran importancia, nacida ésta de una política cada día más mediatizadora del individuo. Las fiestas y el juego ayudarán a romper tensiones, produciendo cierto relajamiento en sus existencias. Era aconsejable destensar la cuerda ya que la tirantez continuada podía desgarrar el orden establecido. Por ello no extraña que desde el principio organicen diversiones, reflejo de las peninsulares en aquel mundo. El complejo mundo de la diversión llega a las Indias a la vez que el caballo y las armas de fuego. Y es posible que antes. Cuando los descubridores, conquistadores y colonizadores preparaban la impedimenta para lanzarse a la aventura, lo hacían no por correr un peligro, cosa garantizada, sino como una diligencia inevitable para mejorar su vida. Sin manifestar sus propósitos, estaban firmemente convencidos que el riesgo traería la riqueza. La fortuna ofrece, entre otras posibilidades, tiempo libre, y la mejor manera de consumirlo es con los pasatiempos.

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cotidiana vigentes en el viejo mundo hasta entonces. Por eso tuvieron necesidad de trasladar mucho de lo que para ellos significaba ese sentido a estas tierras. Fue así como lograron tener en poco tiempo los elementos mencionados que permitieron la continuidad de un proyecto que pasaba de la conquista a la colonización, lejos ya de su terruño. En medio de las primeras construcciones primitivas que tuvieron que levantar, no podía faltar una de las circunstancias abandonadas por el espíritu de aventura a que se sometieron para obtener el objetivo de conquista. Ahora tenían que colonizar, tenían que establecer en medio de un ambiente tenso sus formas de vida, insisto, y una de ellas vinculada con muchas otras más será la de la diversión. Digo que vinculada, porque sin el toro no podía haber alimento, ni reproducción de cabezas de ganado, ni todo un sistema de producción que permitiera la continuidad en un sistema de labores practicadas en su España lejana. La fiesta o torneo caballeresco, donde ya está incorporado el toro, sin más, se va a dar desde el 24 de junio de 1526, fecha que, para los registros históricos es la primera en que el toreo como manifestación se lleva a cabo en nuestras tierras. El toro en cuanto tal es traído de España, y algunas islas americanas cuentan desde años antes de la conquista española en México con un sistema establecido y controlado, el cual permite la distribución según las necesidades y demandas que cada grupo requería para subsistir, pero también para establecer los métodos de asentamiento y reproducción inmediata en los sitios y lugares que así lo permitieran. Así en México, el valle de Toluca se convierte en el sitio pionero donde se llevó a cabo la revolución agrícola inicial en toda Mesoamérica.186 Tierras aptas para la siembra y mejor espacio para pastoreo de ganado mayor y menor. ¿Qué vio el extremeño en las prodigiosas y amplias tierras del Valle de Toluca? Seguramente el sitio de mayor privilegio para el establecimiento de todo un sistema de reproducción ganadera en todos sus géneros, que luego iría a extenderse pródigamente hasta lugares tan lejanos como Zacatecas (como lo ratifica el padre Mendieta), pues no habiendo cercas, o siendo estas tan débiles que los mismos ganados terminaban derribándolas, las cantidades de hatos y de piaras llegaron en cierto momento a significar sobrepoblación como nunca antes se había registrado en la Nueva España. Este fenómeno ocasionó un giro muy importante para las condiciones de vida en nuestro continente, dada la agresividad con que se presentó, tomando a muchos naturales totalmente desprevenidos ante las enfermedades y/o epidemias, y peor aún, bajo el sistema de explotación con el que llegaron imponiéndose los hispanos. Como una muestra de las restricciones a las que quedó sometido el indígena es que le fue prohibido montar a caballo, gracias a ciertas disposiciones dictadas durante la primera audiencia, aunque ello no debe haber sido impedimento para saciar su curiosidad, intentando lances con los cuales aprendió a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que fue depurando al cabo de los años. Esto debe haberlo hecho gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte del territorio novohispano, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Salvo los relieves de la fuente de Acámbaro que nos presenta dos o tres pasajes de los llamados empeños de a pie, comunes en aquella época es como conocemos algo de su participación. Dicha fuente pudo haber sido levantada por algún alarife español en 1527 a raíz de la introducción del agua potable al poblado guanajuatense, debido a las gestiones hechas por fray Antonio Bermul, lo cual mueve a pensar que por esos años se construyó la fuente taurina, misma 186

El conquistador nos revela un quehacer que lo coloca como el primer ganadero de México, actividad que desarrolla en el valle de Toluca mismo. En carta de 16 de septiembre de 1526, Hernán se dirige a su padre Martín Cortés indicándole de sus posesiones en Nueva España y muy en especial "Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos..." Pero es hasta el 6 de julio de 1529 en que el Rey Carlos I mercedó a Hernán Cortés veintidós pueblos (como Matlazingo, Toluca, Calimaya y otros) y veintitrés mil vasallos. Estos mismos pueblos "...con sus aldeas e términos...", fueron vinculados en el mayorazgo que fundó don Hernando, en escritura asignada en la Villa de Colima el 9 de enero de 1535, ante los escribanos y Juan Martínez de Espinoza, previa licencia real.

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que representa escenas de la lidia de reses “bravas”. Una de ellas da idea del uso de la "desjarretadera", instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el desjarrete se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Otra escena nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el "quite". Fue así como el Rey instruyó a la Primera Audiencia, el 24 de diciembre de 1528, para que no vendieran o entregaran a los indios, caballos ni yeguas, por el inconveniente que de ello podría suceder en “hazerse los indios diestros de andar a caballo, so pena de muerte y perdimiento de bienes... así mesmo provereis, que no haya mulas, porque todos tengan caballos...”. Esta misma orden fue reiterada por la Reina doña Juana a la Segunda Audiencia, en Cédula del 12 de julio de 1530. De hecho, las disposiciones tuvieron excepción con los indígenas principales. Por ejemplo, Hernando de Tapia, indígena fundador de Santiago de Querétaro en 1531 y su compañero Nicolás de San Luis Montañéz, tuvieron privilegio de montar a caballo. Don Hernando, gobernador del pueblo de Tlapanaloya (hoy municipio de Tequixquiac) fue favorecido por Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, segundo virrey novohispano (1550-1564), quien a menos de un mes de gobierno, le dio licencia para tener y andar en jaca. Le siguieron tres principales de Cholula (diciembre de 1550). En una visita al valle matlazinca y desde Jalatlaco, el 10 de junio de 1551, el virrey concedió sendas licencias a Don Pedro, gobernador de Tenango y a Don Luis, Don Francisco y Don Pedro, principales del mismo pueblo, para montar en jaca. Estas licencias proliferarían con el tiempo: en 1555, son agraciados para tener jaca, en Matlazinco: Pedro Tuchtle y Pedro de San Pablo, naturales de Atlacomulco; Francisco Ruiz, Don Diego y Don Miguel, principales de Jiquipilco, Juan Vázquez, gobernador de Zinacantepec; Don Gabriel, gobernador de Jocotitlán y Don Francisco de León, principal de Tlalchichilpa. En 1590, se autorizó montar a caballo a Don Agustín Clemente, cacique de Jiquipilco y en 1593 a Don Gabriel de la Cruz, principal de Jocotitlán; y ese mismo año, varios indígenas de Atlacomulco pudieron cabalgar libremente. En Zinacantepec, los caciques Don Francisco de Sandoval y Don Rafael Nicolás obtuvieron tal privilegio en 1591. Al finalizar el siglo XVI, el virrey don Gaspar Núñez y Acevedo, Conde de Monterrey, ante el alud de peticiones de indígenas para montar a caballo, usar espada, vestir a la usanza hispana, entre otras costumbres reservadas a castas y españoles, acordó otorgar el 15 de enero de 1597, mayor liberalidad a las ordenanzas; permitió a los naturales montar en mula, con silla, espuelas y riendas y comerciar hasta con seis acémilas. 187 Como puede verse, el proceso de peticiones fue de menos a más, pero siempre con señores principales, lo cual marca en principio, un privilegio destinado a una escala social indígena cuyos compromisos con la corona, primero; y con quienes la detentaban como representantes en la Nueva España, después no podían excluirse por el vasallaje (en el sistema feudal, relación entre un hombre libre con otro al que le ofrece fidelidad y servicio a cambio de protección y, en muchos casos, la concesión de un feudo). Entre un grupo indígena que va a manifestar un fuerte decremento poblacional, ocasionado por epidemias reflejadas en el calificado por Woodrow Borah como el siglo de la depresión que va de 1540 a 1640. Por consiguiente se incrementó el grupo de blancos y los ganados vacuno y ovino se sobregiraron. Para algunos historiadores, este ciclo temporal se convierte en un espacio oscuro que proporciona pocas informaciones para el desarrollo de los diversos grupos que conviven en el territorio novohispano. En lo taurino ocurren una buena cantidad de acontecimientos que dejan ver el Isaac Velázquez Morales: “La ganadería del Valle de Toluca en el siglo XVI”. Ponencia presentada a la Academia Nacional de Historia y Geografía el 28 de agosto de 1997. 187

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florecimiento con que se manifestaron las fiestas. 188 Pero en el XVIII se dieron las condiciones para que el toreo de a pie apareciera con todo su vigor y fuerza. Un rey como Felipe V de origen y formación francesa, comenzó a gobernar apenas despierto el también llamado "siglo de las luces". El borbón fue contrario al espectáculo que detentaba la nobleza española y se extendía en la novohispana. En la transición, el pueblo se benefició directamente, incorporándose al espectáculo desde un punto de vista primitivo, el cual, con todo y su arcaísmo, ya contaba con un basamento que se formó desde el siglo XVI y logró madurez en los dos siguientes. Un hecho evidente es el biombo que, como auténtica relación ilustrada de las fiestas barrocas y coloniales, da fe de la recepción del duque de Alburquerque (don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez) en 1702. Para ese año el toreo en boga, es una mezcla del dominio desde el caballo con el respaldo de pajes o lacayos que, atentos a cualquier señal de peligro, se aprestaban a cuidar la vida de sus señores, ostentosa y ricamente vestidos. He allí un indicio de lo que pudo haber sido el origen del toreo de a pie en México, primitivo sí, pero evidente a la hora de demostrar la capacidad de búsqueda por parte de los que lo ejecutaban, en medio de sus naturales imperfecciones. Otra más de las “señales” es la que se detecta en las ACTAS CAPITULARES DE MÉXICO mismas que obligaban a cabalgar en las fiestas principales como la de San Juan, de Santiago o San Hipólito a todos los propietarios como señal de su poder que permitía entender lo importantes que podían ser estos personajes contando, entre sus propiedades, con un símbolo de grandeza. Por eso Sin duda alguna, la propiedad de los caballos era la condición necesaria para, adquiriendo nobleza y valía, poder tener acceso a las mercedes que otorgaban el rey o las autoridades locales; es más, mientras más “valía” se tuviera, más hechos de guerra, más caballos, más soldados, más indios se poseyeran, en mejor situación se estaba para alcanzar nuevas y mejores mercedes.

Esto significaba un impedimento, un negarle al indio la posibilidad de emparejarse con la capacidad de poder por parte del español quien así lograba ser dueño de más propiedades. También, a todo esto se agregaba un dominio mostrado participando en los torneos, juegos de cañas y más aún, el ejecutar con gallardía la suerte de alancear toros lo que daba mayor jerarquía al caballero que deseaba colocarse en sitio encumbrado. Estos aspectos alcanzaron en nuestras tierras unas condiciones distintas, dado el carácter aún reciente de la conquista y ahora de la colonización que otorgaba posibilidades crecidas a todos aquellos que con o sin linaje estaban en derecho de engrandecerlo o adquirirlo. Sin embargo aquellos inconvenientes quedaban superados con la exteriorización de la alegría. A mayor estruendo, mayor júbilo. La ceremonia taurina se convertía en fervorosa explosión que poco a poco se fue internando en la entraña del pueblo. Dichas demostraciones comenzaron a tener un símbolo de arraigo mismo que debía festejarse durante varios días los cuales siempre estaban ligados a la celebración religiosa, a la de un acontecimiento monárquico (nacimiento de infantes, proclamación al trono de los reyes de España, bodas reales, onomástica de los reyes) o, simplemente a la conmemoración -por largos años- de la que marca el parteaguas para la vida de nuestro pueblo. La fecha del 13 de agosto (día de San Hipólito) es, en suma un símbolo de derrotas, con la capitulación de los aztecas, y de victorias para los españoles que se apoderan de un espacio territorial más en sus propósitos colonizadores. San Hipólito se convierte en patrón, junto a Santiago Apóstol para conmemorar con fiestas de toda índole, el emblema de la grandeza española. El torneo caballeresco tuvo esplendor y pudo apreciarse en escenarios que poco a poco iban convirtiéndose en sitio preferido de muchos que encontraron en aquel ambiente semejanzas de culto. Así como el indígena cumplió con ritos en los cuales la presencia del sol o de la sangre eran 188

José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2).

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significativas, así también, al celebrarse el espectáculo taurino, el culto heliolátrico al sol y la presencia de sangre vinculada a la muerte misma del toro, deben haber causado algún ambiente de afinidades y aceptaciones que por eso permitieron que dichas manifestaciones continuaran. En 1529, justo el 11 de agosto y en la sesión de Cabildo se establece que “...de aquí en adelante, todos los años por honra de la fiesta de Señor San Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, e que de aquellos se maten dos y se den por amor a Dios a los monasterios e hospitales...”

Entre los principales participantes a la justa se encuentran Nuño de Guzmán, Pedro de Alvarado, un tal Delgadillo, y el licenciado Matienzo, ambos amigos de correrías del muy magnífico señor presidente de la Nueva España, como diestrísimos en el manejo de la jineta y todos sus menesteres. La “fiesta” se celebró con la pompa y circunstancias requeridas en la antiquísima Plazuela del Marqués, que ve hoy en día las calles de Guatemala y 1ª del Monte de Piedad, así como Seminario y gran parte del terreno que comprende hoy en día la Catedral. Es decir, “La celebración de la primera misa y de la primera corrida de toros en la capital de la Nueva España no fueron sincrónicas pero poco les faltó”, apunta Renato Leduc, porque estando tan cerca las fechas de un evento con respecto al otro, ambos de profunda raigambre española, estos quedaron marcados con letras de fuego en el espíritu y la forma de ser del mexicano, quien se ha identificado con religión y toros. Y ya vemos, el sitio destinado a la catedral, sitio sagrado que contenía las ruinas del recientemente desaparecido imperio azteca, con sus templos que ya son solamente masas informes, ahora verá cómo se eleva ese otro templo, símbolo del cristianismo, del que los españoles son sus más fervientes admiradores y seguidores. La Catedral, es y va a ser el centro de un mundo donde van a girar todos aquellos que también muy cerca de ella, celebran fiestas, como la que desde ese 1529 queda instituida. 189 Algunos años más tarde, Bernal Díaz del Castillo queda admirado de un gran festejo que, con motivo de las paces de Aguas Muertas en el año 1538, se celebró en la ya establecida Plaza Mayor. “...fueron tales (dichas fiestas y regocijos), que otras como ellas, a lo que a mí me parece, no las he visto hacer en Castilla, así de justas y juegos de cañas, y correr toros, y encontrarse unos caballeros con otros, y otros grandes disfraces que había en todo”. También el poder de la representación monárquica, estuvo presente en el curso de aquellas fiestas. Tal es el caso del virrey don Luis de Velasco, quien en 1551 es un “lindo hombre de a caballo” a decir de Juan Suárez de Peralta, “muy diestro y afamado en las artes de la brida y de la jineta... corría la sortija, tiraba bohordos y estafermos y quebraba cañas con donaire”. Incluso fue tal su afición que puso todo el empeño que estuvo de su parte para diseñar una silla vaquera con un freno netamente mexicanos. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco”. Poco a poco diversos festejos de mayor o menor envergadura fueron representándose en medio del boato y esplendor que cada uno de ellos significaba. Así, en 1562, don Martín Cortés tenía empeño en celebrar el nacimiento de sus hijos con esta clase de festejos. Suárez de Peralta expresaba de tal festejo: “gastóse dinero, que sin cuento, en galas y juegos y fiestas”. El mismo Suárez, admiró que

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López Cantos, op. cit., p. 164. La fiesta de los toros consiguió en América una aceptación general. En ella participaron todas las clases sociales. Y aunque nació como una diversión de nobles y caballeros, con el andar del tiempo se transformó en un espectáculo propio del común. En un principio su intervención era de simples auxiliares. Pronto se imbricó en ella, llegando a cambiar su propio esquema. Se pasó de la lidia a caballo a la de a pie, convirtiéndose también en una profesión. De un juego, donde la nobleza detentaba el protagonismo, lo transformaron en una diversión cuyos héroes surgían de la plebe.

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la ciudad de México le hizo (gran fiesta), de gente de a caballo, en el campo, de libreas de seda rica y telas de oro y plata que le fue costosísima. Más de trescientos de a caballo, en muy ricos caballos y jaeces, hicieron una muy concertada escaramuza de muchas invenciones, que duró muchas horas, y luego aquella caballería, vestidos como estaban, le vinieron acompañando hasta la ciudad, con más de otros dos mil de a caballo, de capas negras; era cosa muy de ver.

De nuevo el Paseo del Pendón, como celebración recordatoria y confirmación de la Conquista, junto a la fiesta religiosa y sus procesiones, compartieron ese espíritu con las fiestas que rememoraban la entrada de un nuevo virrey, los autos de fe, las cabalgatas y mojigangas, todo, en medio de un despliegue y ostentación de la riqueza. El juego de la sortija, la escaramuza, los juegos de cañas y el correr toros se efectuaban en canonizaciones como la de San Jacinto, en 1597. Y para simbolizar todo aquella gama de las diversiones y torneos caballerescos, la iglesia prestaba sus territorios, tales como plazuelas para conmemorar el acto. El estigma de lo que significaba ese toreo primitivo, queda plasmado en la “fuente taurina”, asentada en la plazuela del convento de san Francisco de Acámbaro, Guanajuato. Además, la fiesta era un conjunto de otras tantas, realizadas en varios días y tal modelo quedó instituido para continuarlo durante los siglos posteriores, lo cual, lentamente tuvo transformaciones a verdaderas ferias para celebrar al santo o patrón del pueblo, o simplemente para divertirse, porque nunca ha faltado pretexto para celebrarlas. Así que con aquel primitivo hacer y entender el toreo, la fiesta poco a poco ha logrado sus mejores momentos. Para ello, era importante la presencia de un toro. El ganado destinado en las ocasiones de regocijo no contaba con una selección previa. En todo caso podría insinuarse que en los momentos de ser enviados a la plaza se tomaban en cuenta aspectos tales como: presencia, algo de bravuconería que naturalmente tienen las reses en el campo. Pasa ante nosotros doña Isabel de Tovar y Guzmán y un su amigo, Bernardo de Balbuena quien lleva en sus manos el manuscrito de la Grandeza Mexicana que ha de publicarse en 1604, y en letras de molde de la imprenta de Diego López Dávalos. Son tercetos endecasílabos los de sus epístolas poéticas y que luego, rematan en cuartetos al final de cada una de sus partes, por ser un molde procedente de la Italia renacentista que Balbuena admiraba a través de los poemas caballerescos. Encontramos en dicha descripción, una erudita alabanza de los caballos, bravos y ligeros, ricamente enjaezados, y de la destreza de los jinetes, por lo cual en su Capítulo III: Caballos, calles, trato, cumplimiento Del monte Osa los centauros fieros, que en confuso escuadrón rompen sus llanos, de carrera veloz y pies ligeros; ni de la Alta Acarnania los livianos mancebos, que primeros en el mundo al freno dieron industriosas manos; ni Mesapo en la brida mar profunda, ni Cástor, medio dios, que en ser jinete fue ya el primero sin temer segundo; [...] podrán contrahacer la gallardía, brío, ferocidad, coraje y gala de México y su gran caballería, [...] Los caballos lozanos, bravos, fieros;

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soberbias casas, calles suntuosas; jinetes mil en mano y pies ligeros. Ricos jaeces de libreas costosas de aljófar, perlas, oro y pedrería, son en sus plazas ordinarias cosas. Capítulo V Regalos, ocasiones de contento Recreaciones de gusto en que ocuparse, de fiestas y regalos mil maneras para engañar cuidados y engañarse; conversaciones, juegos, burlas, veras, convites, golosinas infinitas, huertas, jardines, cazas, bosques, fieras; [...] regocijos, holguras saludables, carreras, rúas, bizarrías, paseos, amigos, en el gusto y trato afables; galas, libreas, broches, camafeos, jaeces, telas, sedas y brocados, pinte el antojo, pidan sus deseos. [...]fiesta y comedias nuevas cada día, de varios entremeses y primores gusto, entretenimiento y alegría; fiestas, regalos, pasatiempos, gustos, contento, recreación, gozo, alegría, sosiego, paz, quietud de ánimos justos, [...] Epílogo y capítulo último Todo en este discurso está cifrado Sólo aquí en envidioso gime y calla, porque es fuerza ver fiestas y alegría por más que huya y tema el encontralla. [...]bellos caballos, briosos, de perfetas castas, color, señales y hechuras, pechos fogosos, manos inquietas; con jaeces, penachos, bordaduras, y gallardos jinetes de ambas sillas, diestros y de hermosísimas posturas. [...]que en todo esta gran corte es eminente: en juego, en veras, en virtud, en vicio, en vida regalada o penitente.

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[...]baños, cuevas, boscajes, espesuras, saraos, visitas, máscaras, paseos, cazas, música, bailes y holguras (6).190

Si bien todo es una insinuación al contexto de lo que ocurrió durante el desarrollo del torneo caballeresco y este acompañado por el de a pie en el siglo XVI, no podremos ignorar la situación que prevaleció en la hacienda, sobre todo, en un momento en el que el ganado comenzaba a desarrollarse de manera desmesurada, pero que también se utilizaba para provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían.191 Es decir, en la cita que recoge García Icazbalceta se hace una reflexión acerca del exceso con el que el ganado se desarrollaba en la hacienda de Atenco, concretamente, pero que también este mismo asunto de la asombrosa multiplicación del ganado vacuno promovió entre los habitantes del lugar, pero 190

Bernardo de Balbuena: Grandeza mexicana y fragmentos del siglo de oro y El Bernardo. Introducción de Francisco Monterde. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963. XLIV-121 p. (Biblioteca del Estudiante Universitario, 33)., p. 21 y ss. 191 Joaquín García Icazbalceta, respetable bibliófilo congregó una de las bibliotecas más importantes hacia fines del siglo XIX, y en la cual se encontraban documentos valiosísimos. En su trabajo OBRAS, Tomo 1, opúsculos varios 1. México, Imp. de V. Agüeros, Editor, 1896. 460 p., nos presenta en el pasaje "El ganado vacuno en México" datos como el que sigue: La asombrosa multiplicación del ganado vacuno en América sería increíble, si no estuviera perfectamente comprobada con el testimonio de muchos autores y documentos irrecusables. Desde los primeros tiempos siguientes a la conquista, los indios poco acostumbrados a la vista y vecindad del ganado, padecían a causa de él, mucho daño en sus personas y sementeras, lo cual dio lugar a repetidas disposiciones de la corte, que vacilaba entre la conveniencia de que los ganados se aumentasen, y el deseo, que en ella era constante, de procurar el bien de los indios. Entre esas disposiciones es notable la relativa a la gran cerca que se labró en el valle de Toluca para encerrar el ganado de los españoles. Consta en la cédula real de 3 de Junio de 1555, que por su interés histórico y por hallarse únicamente un libro rarísimo (la Monarquía Indiana, Libro I, cap. 4), me resuelvo a copiar, a pesar de su mucha extensión. Dice así: El Rey-Nuestro Presidente é oidores de la Audiencia Real de la Nueva España. A Nos se ha hecho relación que D. Luis de Velasco, nuestro visorrey de esa tierra, salió a visitar el valle de Matalcingo, que está doce leguas desa ciudad de México, cerca de un lugar que se llama Toluca, que es en la cabecera del valle, é que tiene el dicho valle quince leguas de largo, é tres y cuatro y cinco de ancho en partes, y por medio una ribera, y que hay en él mas de sesenta estancias de ganados, en que dizque hay mas de ciento cincuenta mil cabezas de vacas é yeguas, y que los indios le pidieron que hiciese sacar el dicho ganado del valle, porque recibían grandes daños en sus tierras y sementeras, y haciendas, y que no las osaban labrar, ni salir de sus casas, porque los toros los corrían y mataban, y que los españoles dueños de las estancias, y el cabildo de la Iglesia mayor desa ciudad, por otra, le pidieron que no se sacase el ganado de la Iglesia, que perdía lo más sustancial de sus diezmos, y a los oidores y a la ciudad que se les quitaba de su provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían. E que visto lo que los unos y los otros decían, y mirada y tanteada toda la dicha tierra, y comunicado con ciertos religiosos y con los dichos indios principales naturales del dicho valle y todas sus comarcas, irató que se hiciese una cerca que dividiese las tierras de los indios de las de esas estancias, cada una conforme a la cantidad de ganado que tuviese; que la cerca se tasase por buenos hombres, y que la dicha cerca se hizo, la cual tiene más de diez leguas, medidas por cordel, y que los indios tienen por bien que del precio della se compre censo para tenerla reparada siempre, por estar seguros de los daños de los ganados, y que se trasó la cerca en diez y siete mil y tantos pesos de oro común, y que al tiempo del pedir la paga a los dueños de las estancias, apelaron para esa Audiencia de mandarles el dicho visorrey pagar, y que han hecho el negocio pleito, con fin de dilatarlo todo lo más que pudieren, por que los indios no sean pagados, ni la cerca no se conserve, que es lo que pretenden, y que convenía mandásemos que los que tienen ganado en el valle pagasen la cerca ó sacasen los ganados, por que con ello se contentarían los indios, aunque lo más conveniente para el sustento y conservación de la una república y de la otra era que la cerca se pague, porque el ganado se conservase sin daño de los naturales. E visto todo lo susodicho y entendido que es conveniente que la dicha cerca se conserve, envío a mandar al dicho visorrey, que en lo del pagar la dicha cerca los españoles, ejecute luego lo que en ello tiene ordenado. Por ende, yo vos mando que vosotros ayudéis é favorezcáis a la ejecución dello, sin que pongáis estorbo alguno: é si los dichos españoles ó alguno de ellos se agraviare, mandamos que se ejecute el dicho repartimiento sin embargo dello, é vosotros veréis los agravios, y haréis sobre ello, llamadas é oídas las partes a quien tocare, brevemente justicia, y avisarnos heis de lo que en ello se hiciere. Fecha en la Villa de Valladolid, a tres del mes de Junio de mil é quinientos é cincuenta é cinco años.-La Princesa.-Por mandado de su Majestad, su Alteza en su nombre, Francisco de Ledesma.

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sobre todo el cabildo de la Iglesia mayor desa ciudad, pidió que no se sacase el ganado de la Iglesia, puesto que perdía lo más sustancial de sus diezmos, y a los oidores y a la ciudad que se les quitaba de su provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían ya que el dicho ganado propiciaba entre los habitantes formas de “entretenimiento lo más o lo mejor que tenían”. Es pues, en Atenco, donde se da una forma primitiva de fomento a la diversión taurina, en la que seguramente hubo evidencias de ese otro toreo no registrado en las fuentes pero que con el pequeño dato proporcionado por Torquemada es suficiente para considerarlo como tal. La necesidad que tiene el indio por equipararse a las capacidades del español, en los ejercicios ecuestres y campiranos produce reacciones que seguramente van a manifestarse de manera velada o soterrada, a espaldas de quien lo conquistó y ahora le niega una posibilidad por realizar labores comunes en la plaza. El campo, evidentemente fue más bondadoso en ese sentido y concede al indio encontrarse con un ambiente al que imprimirá su propio carácter, su propio sentir. Su “ser” en consecuencia. Bajo esas condiciones es muy probable que el indio haya efectuado los primeros intentos por acercarse al toreo de a caballo, y por ende, al de a pie, con el que gana terreno sobre el español. Y aunque la mayor manifestación de libertad en cuanto a ejecución del mismo se va a dar durante el siglo XVIII, va permeando con ese “ser” su propio espíritu a través de dos siglos muy importantes, tiempo que no desperdició en enriquecer la expresión torera. Hasta aquí un recorrido general sobre lo que fue el toreo del siglo XVI, mezcla del de a caballo y de a pie, y lo que es, a los ojos de esta doble génesis de siglo y de milenio respectivamente, a casi 500 años de distancia; el principio del que ya es un largo trayecto de la tauromaquia mexicana. Ambas representaciones se efectuaron, en gran medida en un importante escenario conocido como la plaza de toros de “El Volador”, tema del que me ocuparé en las siguientes páginas.

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Anexo N° 2 EL CRIOLLISMO Y LA TIBETANIZACION: ¿EFECTOS DE LO MEXICANO EN EL TOREO? Un tema que de siempre me ha causado especial inquietud es el de la forma en que los americanos aceptaron el toreo, tras el proceso conquistador, lo hicieron suyo y después le dieron interpretación tan particular a este ejercicio convirtiéndose en una especie de segunda sombra que ya de por sí, proyectaba el quehacer español. Segunda sombra pues sin alejarse del cuerpo principal se unía a la estela de la primera, dueña de una vigencia incontenible. Solo que al llegar a América y desarrollarse en nuevos ambientes se gestó la necesidad no tanto de cambios; sí de distintas interpretaciones. Y esto pudo darse -seguramente- por dos motivos que ahora analizo: el criollismo americano y la "tibetanización" desarrollada en la península ibérica. Entendemos al criollismo como un proceso de liberación por un lado y de manifestación de orgullo por el otro, cuando el mexicano en cuanto tal, o el criollo, -incluso el indio- se crecen frente a la presencia dominante del español en nuestro continente. Maduran ante las reacciones de subestimación que se fomentan en la España del siglo XVIII que ve en el americano a un ser inferior en todos sentidos, incapaz de ser comparado con los hombres de espíritu europeo, que son los que ocupan los cargos importantes en la administración, cargos a los cuales ya puede enfrentarse el criollo también. David A. Brading nos dice en su libro Mito y profecía en la historia de México que "las raíces más profundas del esfuerzo por negar el valor de la conquista se hallan en el pensamiento criollo que se remonta hasta el siglo XVI". Desde entonces es visible la génesis del nacionalismo o patriotismo criollos que va a luchar por un espacio dominado por los españoles, tanto europeos como americanos, los cuales disfrutaban de un virtual monopolio de todas las posiciones de prestigio, poder y riqueza. Poco a poco fue despertándose un fuerte impulso de vindicación por lo que en esencia les pertenece pero que el sistema colonial les negaba. De esa manera el criollo y el mestizo también buscan la forma de manifestar un ser, una idea de identidad lo más natural y espontánea posible; logran separarse del carácter español, pero sin abandonarlo del todo, hasta que comenzó a forjarse la idea de un nacionalismo en potencia. De ahí que parte del planteamiento de la independencia y de la recuperación de la personalidad propia de una América sometida esté dada bajo los ideales del patriotismo criollo y el republicanismo clásico que luego buscaron en el liberalismo mexicano sumergido dentro del conflictivo pero apasionante siglo XIX. La asunción del criollo a escena en la vida novohispana es de suyo interesante. Quizás confundido al principio quiere dar rienda suelta a su ser reprimido, con el que se siente afín en las cosas que piensa. Y actúa en libertad, dejándose retratar por plumas como sor Juana o Sigüenza y Góngora, por ejemplo. No faltó ojo crítico a la cuestión y es así como Hipólito Villarroel en sus "Enfermedades que padece la Nueva España..." nos acerca a la realidad de una sociedad novohispana en franca descomposición a fines del siglo XVIII y cerca de la emancipación. Pero es con Rafael Landivar S.J. y su Rusticatio Mexicana donde mejor queda retratada esa forma de ser y de vivir del mexicano, del criollo que ya se identifica plenamente en el teatro de la vida cotidiana del siglo de las luces. Precisamente en su libro XV Los Juegos aparece una amplia descripción de fiestas taurinas. La obra fue escrita en bellos hexámetros, es decir: verso de la métrica clásica de seis pies, los cuatro primeros espondeo o dáctilo, el quinto dáctilo y el sexto espondeo. Es el verso épico por excelencia. El poema nace en un clima espontáneo que armoniza los divergentes elementos de tres mundos: el latino, el español y el americano, amalgamados en la sicología del poeta bajo los fuegos vehementes del trópico guatemalteco, su cuna, y transidos por el espíritu de la altiplanicie mexicana, en la cual se desarrolló al arte y a la sabiduría. En el libro X: "Los ganados mayores" se apunta la vida del toro bravo en el campo. Pero, desde luego es el libro XV en el que se incluyen las peleas de gallos, las corridas de toros campiranas y las carreras

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de caballos. Nada, sin embargo, más ardientemente ama la juventud de las tierras occidentales como la lidia de toros feroces en el circo. Se extiende una plaza espaciosa rodeada de sólida valla, la cual ofrece numerosos asientos a la copiosa multitud, guarnecidos de vivos tapices multicolores. Sale al redondel solamente el adiestrado a esta diversión, ya sea que sepa burlar al toro saltando, o sea que sepa gobernar el hocico del fogoso caballo con el duro cabestro. Preparadas las cosas conforme a la vieja costumbre nacional, sale bruscamente un novillo indómito, corpulento, erguida y amenazadora la cabeza; con el furor en los ojos inflamados, y un torbellino de ira salvaje en el corazón, hace temblar los asientos corriendo feroz por todo el redondel, hasta que el lidiador le pone delante un blanco lienzo y cuerpo a cuerpo exaspera largamente su ira acumulada. El toro, como flecha disparada por el arco tenso, se lanza contra el enemigo seguro de atravesarlo con el cuerno y aventarlo por el aire. El lidiador, entonces, presenta la capa repetidas veces a las persistentes arremetidas hurta el cuerpo, desviándose prontamente, con rápido brinco esquiva las cornadas mortales. Otra vez el toro, más enardecido de envenenado coraje, apoyándose con todo el cuerpo acomete al lidiador, espumajea de rabia, y amenaza de muerte. Mas aquél provisto de una banderilla, mientras el torete con la cabeza revuelve el lienzo, rápido le clava en el morrillo el penetrante hierro. Herido éste con el agudo dardo, repara y llena toda la plaza de mugidos. Mas cuando intenta arrancarse las banderillas del morrillo y calmar corriendo el dolor rabioso, el lidiador, enristrando una corta lanza con los robustos brazos, le pone delante el caballo que echa fuego por todos sus poros, y con sus ímpetus para la lucha. El astado, habiendo, mientras, sufrido la férrea pica, avieso acosa por largo rato al cuadrúpedo, esparce la arena rascándola con la pezuña tanteando las posibles maneras de embestir. Está el brioso Etón, tendidas las orejas, preparado a burlar el golpe en tanto que el lidiador calcula las malignas astucias del enemigo. La fiera, entonces, más veloz que una ráfaga mueve las patas, acomete al caballo, a la pica y al jinete. Pero éste, desviando la rienda urge con los talones los anchos ijares de su cabalgadura, y parando con la punta metálica el morrillo de la fiera, se sustrae mientras cuidadosamente a la feroz embestida. El padre Rafael Landivar nació en la ciudad de Guatemala el 27 de octubre de 1731. En el curso de 1759 a 1960 Landivar pudo haber enseñado retórica en México, pero sus biógrafos se inclinan a que lo hizo en Puebla y en 1755 en México. El autor habla de su obra: Intitulé este poema Rusticatio mexicana (Por los campos de México), tanto porque casi todo lo que contiene atañe a los campos mexicanos, como también porque oigo que en Europa se conoce vulgarmente toda la Nueva España con el nombre de México, sin tomar en cuenta la diversidad de territorios. Viene ahora la continuación al libro XV: Pero si la autoridad ordena que el toro ya quebrantado por las varias heridas, sea muerto en la última suerte, el vigoroso lidiador armado de una espada fulminante, o lo mismo el jinete con su aguda lanza, desafían intrépidos el peligro, provocando a gritos al astado amenazador y encaminándose a él con el hierro. El toro, súbitamente exasperado su ira por los gritos, arremete contra el lidiador que incita con las armas y la voz. Este, entonces, le hunde la espada hasta la empuñadura, o el jinete lo hiere con el rejón de acero al acometer, dándole el golpe entre los cuernos, a medio testuz, y el toro temblándole las patas, rueda al suelo. Siguen los aplausos de la gente y el clamor del triunfo y todos se esfuerzan por celebrar la victoria del matador. Algunas veces el temerario lidiador, fiándose demasiado de su penetrante estoque, es levantado por los aires y, traspasadas sus entrañas por los cuernos, acaba víctima de suerte desgraciada. El toro revuelca en la arena el cuerpo ensangrentado; se atemoriza el público ante el espectáculo y los otros lidiadores por el peligro. Sucédense luego nuevas luchas, por orden, cuando se desea alternarlas con el fin de variar. Los mozos, en efecto, suelen aprestar para montarlo, un toro sacado de la ganadería, muy vigoroso, corpulento y encendido en amenazas de muerte. Uno de aquéllos le sujeta en el lomo peludo los avíos, como si fuera caballo, y le echa al pescuezo un lazo; sirviéndose luego de él, impávido, a manera de

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larga brida, sube a los broncos lomos del rebelde novillo, armado de ríspidas espuelas y confiando en su fuerza. El animal, temblando de coraje, se avienta en todos sentidos, luchando violentamente por lanzar al jinete de su lomo. Ya enderezándose rasga el aire con los corvos cuernos, ya dando coces en el vacío arremete furibundo a todo correr, contra los que se le atraviesan; y cuando intenta saltar el redondel, alborota las graderías de los espectadores espantados. Como el líbico león herido por penetrante proyectil, amenaza con los colmillos, los ojos feroces y las mandíbulas sanguinarias, tiembla, se mueve contra sus astutos adversarios mostrando las garras, y ya se lanza por el aire con salto fulmíneo, ya corriendo velozmente fatiga a los cazadores; lo mismo el toro, encolerizado por el extraño peso, trastornando la plaza embiste ora a unos, ora a otros. Pero el muchacho sin cejar se mantiene inconmovible sobre el lomo, espoleándolo constantemente. Y aun también, el muchacho jinete blandiendo larga pica desde el lomo del cornúpeta, manda a los de a pie sacar otro astado de los corrales y a puyazos lo empuja gozoso por todo el llano Atolondrado al principio por la novedad, huye precipitadamente de su compañero enjaezado vistosamente. Pero aguijoneando su dorso por la punzante pica, se enfurece encendido de cólera, embiste a su perseguidor, y ambos se trenzan de los cuernos en bárbara lucha. Mas el robusto jinete dirime la contienda con la pica, y continúa persiguiendo a los toros por la llanura, hasta que con la fatiga dejen de amenazar y doblegados se apacigüen. Toda ella es una hermosa, soberbia y fascinante descripción de la fiesta torera mexicana, con un típico y profundo sabor que, desde entonces comienza a imprimirle el criollo, deseoso por plasmar géneros distintos al tipo de fiesta que por entonces domina el panorama. Ese aspecto se determinaba desde luego por lazos de fuerte influencia española que aún se agita en la Nueva España en vías de extinción. A la pregunta de qué, o cómo es el criollo, se agrega otra: ¿quién permite el surgimiento de un ente nuevo en paisaje poco propicio a sus ideales? Una respuesta la encontramos en el recorrido que pretendo, desde la Contrarreforma hasta el siglo XVII en España concretamente. Este movimiento católico de reacción contra la Reforma protestante en el siglo XVI tiene como objeto un reforzamiento espiritual del papado y de la Iglesia de Roma, así como la reconquista de países centroeuropeos como Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Inglaterra instalados en la iglesia reformada. Pero la Contrarreforma fue a alterar órdenes establecidos. Italia fue afectada en lo poco que le quedaba de energía creadora en la ciencia y la técnica. José Ortega y Gasset escribió en la Idea del principio en Leibniz su visión sobre los efectos de aquel movimiento. Dice: Donde sí causó daño definitivo la Contrarreforma fue precisamente en el pueblo que la emprendió y dirigió, es decir, en España. Pero en el fondo la Contrarreforma al aplicar una rigurosa regimentación de las mentes que no era más que la disciplina al extremo logró que el Concilio de Trento celebrado en Italia de 1545 a 1563 restableciera -entre otras cosas- el Tribunal de la Inquisición. Por coincidencia España sufría una extraña enfermedad. Esta enfermedad -dice Ortega- fue la hermetización de nuestro pueblo hacia y frente al resto del mundo, fenómeno que no se refiere especialmente a la religión ni a la teología ni a las ideas, sino a la totalidad de la vida, que tiene, por lo mismo, un origen ajeno por completo a las cuestiones eclesiásticas y que fue la verdadera causa de que perdiésemos nuestro imperio. Yo le llamo "tibetanización" de España. El proceso agudo de esta acontece entre 1600 y 1650. El efecto fue desastroso, fatal. España era el único país que no solo necesitaba Contrarreforma, sino que esta le sobraba. En España no había habido de verdad Renacimiento ni por tanto, subversión. Renacimiento no consiste en imitar a Petrarca, a Ariosto o a Tasso, sino más bien, en serlos. El fenómeno es fatal pues mientras las naciones europeas se desarrollan normalmente, la formación de España sufre una crisis temporal. Por tanto esto retardó un poco su etapa adulta, concentrándose

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hacia adentro en sus progresos y avances. En España lo que va a pasar entonces es una hermetización bastante radical hacia lo exterior, inclusive -y aquí nos fijamos con mayor atención- hacia la periferia de la misma España, es decir, sus colonias y su imperio. Coincide la tibetanización española -en la primera mitad del siglo XVII- con el movimiento criollista que comienza a forjarse en Nueva España. ¿Serán estas dos tremendas coincidencias: criollismo y tibetanización, puntos que favorezcan el desarrollo de una fiesta caballeresca primero; torera después con singulares características de definición que marcan una separación, mas no el abandono, de la influencia que ejerce el toreo venido de España? Además si a todo esto sumamos el fenómeno que Pedro Romero de Solís se encargó de llamar como el "retorno del tumulto" justo al percibirse los síntomas de cambio generados por la llegada de la casa de Borbón al reinado español desde 1700, pues ello hizo más propicias las condiciones para mostrar rebeldía primero del plebeyo contra el noble y luego de lo que este, desde el caballo ya no podía seguir siendo ante la hazaña de los de a pie, toreando, esquivando a buen saber y entender, hasta depositar el cúmulo de experiencias en la primera tauromaquia de orden mayor: la de José Delgado "Pepe-hillo". Si el criollo encontraba favorecido el terreno en el momento en que los borbones -tras la guerra de sucesión- asumen el trono español, su espíritu se verá constantemente alimentado de cambios que atestiguará entre sorprendido y emocionado. Dos casos: la expulsión de los jesuitas en 1767, compañía que la Contrarreforma estimuló y en la Nueva España se extendió por todos los rincones y provincias. La ilustración, fenómeno que, bloqueado por las autoridades novohispanas y reprobado ferozmente por el santo Oficio sirvió como pauta esencial de formación en el ideal concreto de la emancipación cuyo logro al fin es la independencia, despierta desde 1808. Todo esto, probablemente sea parte de los giros con que la tauromaquia en México haya comenzado a dar frutos distintos frente a la española, más propensa a fomentar el tecnicismo, ruta de la que nuestro país no fue ajeno, aunque salpicada –esta de “invenciones”-, expresión riquísima que dominó más de cincuenta años el ambiente festivo nacional durante el siglo XIX mexicano.

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CARTELES Y OTROS DOCUMENTOS SALIDOS DE LA IMPRENTA DE INCLÁN. 182


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PLAZA PRINCIPAL / DE TOROS EN SAN PABLO. / SUNTUOSA FUNCIÓN EN CELEBRIDAD / DE LA ENTRADA DEL EJÉRCITO TRIGARANTE / EN ESTA CAPITAL / POR EL INMORTAL ITURBIDE. / Domingo 11 de Octubre de 1857. / NUEVO OBSEQUIO AL PÚBLICO. La empresa de esta plaza al dedicar la presente función al público en general, lleva dos nobles objetos: el primero, manifestar su gratitud por las repetidas pruebas que recibe de su generosa preferencia; y el segundo, la consideración de que LO QUE DE TODOS ES A TODOS PERTENECE, esto es, que la Independencia fue un supremo bien a todo Mexicano. ¿A quién, pues, más natural la dedicatoria si no es a estos en general. En tal virtud, deseosos los empresarios de que la función sea digna de su objeto y dedicatoria, el programa de ella será el que más abajo se expresará. Para el brillo que la empresa desea tenga esta función, ha nombrado dos comisiones, la una para que se suplique a S.E. EL GENERAL PRESIDENTE la honre con su asistencia, y la otra para que a los dignos hijos del Ilustre Libertador de México D. AGUSTÍN DE ITURBIDE, Que existen en esta capital, les rueguen se dignen concurrir a ella, para la cual, la lumbrera que se le destina a tan distinguida familia, estará completamente adornada con el retrato de tan amado héroe, así como el resto de la plaza; y la empresa se promete que aceptarán tan desinteresado convite. Tan luego como se presente S.E. o la autoridad que presida, se hará un lucido PARTIMIENTO DE PLAZA por una de las compañías del batallón que el señor general en jefe de la guarnición designe, y en seguida se jugarán CINCO ARROGANTES Y SOBERBIOS TOROS. / Desde que salga el primer toro al circo de la plaza, podrán bajar las personas que gusten tomar los efectos y monedad que se pongan en el / PALO ENSEBADO, / que se repite a pedimento de varios concurrentes a esta plaza, y en consideración a que la empresa vio que agradó bastante al público en la corrida anterior / CARAVANA DIVERTIDA. / Después que se haya coleado el primer toro de los / DOS DESTINADOS PARA EL COLEADERO, / se presentarán en la expresada caravana las figuras siguientes: / Dos enanos.-Dos garzas.-Dos hábiles jóvenes en zancos, y dos hombres gordos de la India Oriental montados en burros, / a desempeñar lances de la tauromaquia, con un bravo torete aserrado que al efecto se echará, dando fin la función con / EL TORO EMBOLADO / de costumbre. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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PLAZA PRINCIPAL / DE TOROS EN SAN PABLO. / DOMINGO 18 DE OCTUBRE DE 1857. / Función de Obsequio. / Íntimamente agradecida la empresa de esta plaza a la bondadosa preferencia que el público ha dado a las funciones que en ella han tenido lugar, disfruta la satisfacción de anunciarle al vecindario de esta capital el tercer obsequio, que sin aumentar los precios le dedica en los términos siguientes: / CINCO BRAVÍSIMOS TOROS / de la propia raza, y reescogidos en la numerosa partida que de ellos se han contratado, y comenzaron a lidiarse en la corrida anterior y que tanto tanto agradaron al público, se jugarán y se les dará muerte la tarde de este día por la INCOMPARABLE cuadrilla del inteligentísimo / PABLO MENDOZA./ Lo mismo que en la anterior corrida, se repetirá / LA CARAVANA DIVERTIDA / por espreso pedido de algunos concurrentes, y en consideración a lo que se notó lo mucho que agradó al público en general, y en lugar del torete se echara UN BRAVO TORO EMBOLADO de los mismos de la partida referida; y por fin de función saldrá / OTRO SOBERBIO TORO EMBOLADO / de costumbre para los aficionados, cubriendo los intermedios / DOS TOROS PARA EL COLEADERO. / (...) / JAVIER DE HERAS. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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PLAZA PRINCIPAL / DE TOROS EN SAN PABLO. / DOMINGO 25 DE OCTUBRE DE 1857. / Agradable Perspectiva. La empresa de la espresada plaza, que cada día está mas y mas obligada al generoso público, por la marcadísima preferencia que prodiga con tanta bondad a las funciones que en ella tienen lugar, ha dispuesto para la tarde de este día dar a sus favorecedores una nueva prueba de su gratitud, con no adulterar los precios de entrada, sin embargo de los crecidos gastos que en la corrida que se anuncia van a erogar, la cual se felicitan el que será aceptada por los habitantes de esta Capital. CINCO SOBRESALIENTES TOROS, / cuidadosamente escogidos de la brillante torada que en las dos corridas anteriores se comenzaron a lidiar, serán jugados, banderillados y muertos por la hábil cuadrilla del insigne capitán / PABLO MENDOZA. / Después de recibir la muerte el segundo toro, se echarán a volar para dentro de la plaza, del alto de las cuatro puertas del circo de ella, / DIEZ Y SEIS PALOMAS / adornadas con listones y monedas de ORO Y PLATA cada una, para que las tomen las personas adonde ellas vayan a parar en su vuelo. / Los demás intermedios serán cubiertos por / DOS TOROS PARA EL COLEADERO; / dando fin la función con / UN SOBERBIO TORO EMBOLADO / de costumbre para los aficionados / (...) / JAVIER DE HERAS. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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PLAZA PRINCIPAL / DE TOROS EN SAN PABLO. / DOMINGO 1º DE NOVIEMBRE DE 1857 LOS EMPRESARIOS, que no han podido, ni pueden ni quieren ver con desden la verdadera y no imaginada preferencia que con mucha generosidad dispensan a esta Plaza los adictos a las lidias y demás espectáculos que en ella se presentan, pues se advierte en cada función el aumento de los dignos concurrentes, tienen preparada para la corrida de la tarde citada, UNA FAMOSA Y DIVERTIDA FUNCIÓN, / cuyo programa, sin aumentar los precios a la entrada, es el siguiente:/ CINCO ARROGANTES Y SOBERBIOS TOROS / de la misma condición y gallarda estampa que los que se han lidiado en las últimas corridas, y que tanto han llenado las ideas de la apreciada concurrencia, están separados con mucho esmero para el combate de la tarde expresada que sostendrá la valiente cuadrilla del diestro capitán / PABLO MENDOZA. / En uno de los intermedios se presentará en el circo, / LA JOCOSA PANTOMIMA, / compuesta de dos Chinanecas, las muertes, o los Amantes de Teruel, a picar y banderillar al / TORO NAHUAL . / Dos novillos para el coleadero cubrirán los otros intervalos; dando fin a la corrida con el toro embolado de costumbre. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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PLAZA PRINCIPAL DE TOROS / EN / SAN PABLO. / DOMINGO 8 DE NOVIEMBRE DE 1857. Llena de gratitud la empresa de esta plaza por las repetidas pruebas de adhesión y preferencia que recibe cada día de la numerosa concurrencia que la honra en las funciones que presenta, ha dispuesto para la tarde de este día una Elegante corrida, en la que se lidiarán, sin aumentar los precios, SEIS BELLACOS / Y FURIBUNDOS TOROS, / incluso el embolado de costumbre, de la misma raza que los anteriores, con los cuales se cree por sin duda que el respetable público quedará enteramente complacido. / Para aumentar más la diversión de esta tarde, se ha dispuesto que en uno de los intermedios se presente / LA GROTESCA MOGIGANGA / que tanto hace reír a los concurrentes, y que con tanto aplauso desempeñó los lances propios de su objeto la vez primera que se presentó, siendo ésta compuesta de / Dos enanos.-Dos garzas.-Dos jovenes en zancos, y dos hombres / gordos montados en burros, / cuyos trajes imitarán a los habitantes de la Luna, y para lo cual se tendrá preparado / OTRO TORO EMBOLADO / de la misma raza y bravura. / Los demás intermedios cubrirán con dos TOROS PARA EL COLEADERO. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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PLAZA PRINCIPAL DE TOROS / EN / SAN PABLO. / DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DE 1857. La empresa de esta plaza, que cada día está más y más reconocida al bondadoso vecindario de esta capital, por la distinguida preferencia que da a las corridas que en ella se verifican, ha dispuesto dar a sus favorecedores otra prueba de su gratitud con no adulterar los precios, sin embargo de los muchos gastos que se han erogado. SEIS GALLARDOS Y VALIENTES TOROS, / incluso el embolado, de la misma brava condición que los anteriores, son los que están preparados para la presente corrida. / Con el objeto de que la función de esta tarde sea más agradable y haga reír mucho a la digna concurrencia, se presentarán los siguientes / INTERMEDIOS / DE SORPRESA Y ADMIRACIÓN. / El primero será la terrible lucha del hombre / OSO CON UN TORO, / al que picarán y banderillarán / LOS HOMBRES EN ZANCOS. / El segundo, el divertido combate de PERROS con otro toro, que a más de los de la lid está preparado. / Los demás intermedios serán cubierto con DOS TOROS PARA EL COLEADERO. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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PLAZA PRINCIPAL DE / TOROS DE SAN PABLO. / SOBRESALIENTE Y LUCIDA FUNCIÓN / PARA EL DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 1857. / PRIMERA / ASCENSIÓN AEROSTÁTICA / DEL JOVEN MEXICANO / MANUEL M. DE LA BARRERA Y VALENZUELA, / La que se dignarán honrar, el Exmo. / Sr. Presidente de la República, el Soberano Congreso / y el Exmo. Sr. Gobernador del Distrito con / el Exmo. Ayuntamiento. Después de luchas con multitud de obstáculos y contratiempos para alcanzar la gloria de elevarme a las regiones aéreas, y también de conciliar los innumerables imposibles que estorbaban mi suspirado ascenso, hoy, merced a la aprobación del examen que por orden del Exmo. Sr. Gobernador del Distrito, se me hizo, he obtenido el permiso necesario para poder verificar VARIAS ASCENSIONES AEREOSTÁTICAS, / siendo la primera el Domingo próximo, como queda anunciado. Amigos míos: fuerza es que los mexicanos amantes al engrandecimiento de su país, busquen el adelanto en la ciencia, en las artes y en todo aquello que tienda al embellecimiento de nuestro patrio suelo. ¿Por qué, pues, no buscar la satisfacción, cuando más tarde ésta nos llenará de gloria? Cábeme el orgullo de ser hijo de México y de lanzarme entusiasmado a arrancar los lauros que el extranjero advierte faltan para adornar la frente de mi tan cara Patria. Es, pues, busco la satisfacción en la gloria, busco otro porvenir en el espacio, busco, en fin, el adelantado en las imponentes regiones del peligro. La función he creído conveniente disponerla como indica el siguiente / PROGRAMA. Primero.-A las nueve de la mañana se abrirán las puertas de la Plaza para el público, en la que se encontrarán dos o tres músicas militares, las cuales alternarán tocando las más elegantes y variadas piezas del día. Segundo.-A las diez presentaré y pondré en batería, para disponer y cargar al HERMOSO GLOBO, llamado: / EL COLOSO DE RODAS. Tercero.-Presentaré también otro / MAGNÍFICO GLOBO DE BODRUZ, / el que me acompañará a efectuar mi viaje, llevando este su correspondiente canastilla y un pequeño aeronauta fingido, haciendo por lo consiguiente una / ¡ASCENSIÓN CON DOS GLOBOS! Cuarto.-A las once empezaré a despedir varios / GLOBOS CORREOS DE GAS HIDRÓGENO, / que me indicarán el rumbo de los vientos. Quinto.-De esta hora a las doce me despediré del ilustrado público, verificando como he dicho, / LA ASCENSIÓN CON DOS GLOBOS. Sexto.-A las cien varas de altura soltaré una / ¡VISTOSÍSIMA LLUVIA DE ORO! / la que será acompañada de varias composiciones poéticas con que se han dignado honrarme algunos de mis buenos amigos. Séptimo.-Acto continuo de mi salida ascensional, se tirarán la batería, calorífero y demás adyascentes que hayan servido para la inflacción del aeréostato, con objeto de hacer seguir una / CORRIDA DE TOROS, / bajo la dirección del hábil tauromáquico PABLO MENDOZA. Octavo.-Después de mi ascenso me presentaré a la Plaza, en la cual la corrida guardará el orden siguiente: / Primero.- / TRES MAGNÍFICOS TOROS / de la misma fiereza y bravura de los que se han visto en las corridas

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anteriores. / Segundo.-Un TORO EMBOLADO, para los aficionados, cuya frente estará cubierta con / MONEDAS DE PLATA. / A pesar de los innumerables gastos que he tenido que erogar, con el objeto de que todas las clases de la sociedad puedan disfrutar de tan grandioso espectáculo, los precios serán los siguientes: PAGAS Lumbreras por entero con ocho boletos $ 60 Entrada general a Sombra, sea en grada o lumbrera no arrendada $ 06 Entrada general de Sol $ 02 Esta es, pues, la variada función que dedico al simpático público mexicano, la que si es de su agrado, aumentará la gratitud del corazón de su amigo y paisano, / Manuel M. De la Barrera y Valenzuela. NOTAS.-1ª. En caso de que por una desgracia no pueda verificarse la ascensión, solo se lidiarán los toros de once, devolviéndoseles a los tenedores de boletos al día siguiente en la Administración de la Plaza la mitad de su importe. 2ª. Las lumbreras por entero y los boletos en general, se expenderán desde el día 21 del presente, en los puntos siguientes: Estanquillos nacionales de la primera calle de Plateros; primera calle del puente de la Aduana Vieja; primera calle de la Merced; calle de las Gallas; calle del Ángel; Sombrerería del Conejo, sita en el Portal de Agustinos; como así mismo se expenderán en la Administración de la propia Plaza de Toros, el día citado, desde las nueve de la mañana en adelante. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. -Imprenta: Tip. de M. Murguía.192

NOTA: Esta es sólo una pieza complementaria y que da continuidad a la temporada taurina que transcurrió entre octubre y diciembre de 1857.

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CENTRO DE ESTUDIOS DE HISTORIA DE MÉXICO (CONDUMEX). FONDOS VIRREINALES. Fondo: LXI-I (1710-1958) 2,217 documentos recopilados por Armando de María y Campos. Programas de teatro, comedias, y óperas. Se detallan funciones, actores, bailes de máscara para carnaval, homenaje a artistas, invitaciones, corridos, ilustraciones sobre el circo y versos alusivos a costumbres populares.

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7 TOROS / EN LA PLAZA PRINCIPAL DE SAN PABLO / DOMINGO 29 DE NOVIEMBRE DE 1857. Grande, sí, muy grande es el gusto que tienen los Empresarios y sus amigos por considerar lo muy complacida que sale de la plaza la numerosa concurrencia que la honra, después de haberse divertido a su contento en las funciones que presencia: esto obliga más, y todos los días más a los Empresarios de esta plaza, a continuar su agradecimiento a tan generoso público con la baja de precios, aunque sean muchos los gastos que hagan. Por tan lisonjeras, se ha dispuesto la función siguiente: CUADRILLA DE PABLO MENDOZA. / Este capitán, tan listo como hábil, manifiesta en cada corrida, lo muy aventajado que está en el arte de torear, así como también lo están a su ejemplo los valiente compañeros que dirige. / SEIS GALLARDOS Y CORAGIENTOS TOROS, / incluso el embolado, están señalados con mucha distinción para la lidia de la tarde citada; los que con su arrogante furor, según lo demostraron sus compañeros en la corrida pasada, no dejarán de arrollar a la caballería, poniendo en continua alerta y movimiento a los demás lidiadores, complaciendo a la vez a los dignos concurrentes. / INTERMEDIO RARO Y SORPRENDENTE. / El célebre Astrónomo Herschel en sus adelantados estudios, descubrió hace setenta y seis años, que en el grande espacio de millones de leguas que hay del PLANETA URANO AL SOL, vagaban unas aves de gran tamaño, con caras de gentes, y las denominó: HABITANTES DE URANO. / ESTOS FENÓMENOS, / CON DOS GIGANTES Y DOS ENANOS, / imitados a la mayor perfección, se presentarán en la plaza a ejecutar con un toro valiente, varios lances de la Tauromaquia, con los cuales quedará bien contenta la digna concurrencia. / Los demás intermedios serán cubiertos con DOS TOROS PARA EL COLEADERO. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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TOROS / EN LA PLAZA PRINCIPAL DE SAN PABLO. / DOMINGO 6 DE DICIEMBRE DE 1857. Estando los empresarios de esta plaza muy reconocidos a los repetidos favores que les dispensan los generosos mexicanos y demás individuos avecindados en esta envidiada capital, se esforzan cada vez más a manifestar su gratitud a la numerosa concurrencia que en todas las funciones aumenta, dando la preferencia a su antigua y querida plaza de toros de San Pablo, en la cual, sin alteración de precios, LA CUADRILLA DE PABLO MENDOZA, / que por lo famoso de ella recoge en cada corrida los aplausos de los dignos concurrentes, merecidos a su destreza y valor que lo acredita más, cuanto más bravos sean los toros, como lo serán los / SEIS BRAVÍSIMOS BICHOS, / incluso el / EMBOLADO DE COSTUMBRE, / que para la presente corrida se han separado; y aunque solo ellos serian capaces de cubrir el espectáculo, como sucedió en la función pasada por ser de la misma ganadería; sin embargo, la empresa agradecida, quiere proporcionar otra diversión más a sus favorecedores con el / INTERMEDIO JOCOSO Y DIVERTIDO / que tanto agrada y hace reír al público, presentándose a picar y banderillar a otro toro a más de los anunciados, que lo será el / TORO NAHUAL, / LAS MUERTES montadas en BURROS, como asimismo, LOS AMANTES DE TERUEL, y los DIABLOS montados en los robustos hombros de dos MATRONAS, lo capotearán. / DOS TOROS PARA EL COLEADERO / cubrirán los demás intermedios, finalizando la función con el / TORO EMBOLADO / de costumbre para los aficionados. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. Este pertenece al Lic. Julio Téllez García. -Imprenta: Imp. de Inclán, San José el Real núm. 7.

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TOROS / EN LA PLAZA PRINCIPAL DE S. PABLO. / DOMINGO 13 DE DICIEMBRE DE 1857. Los empresarios de la expresada plaza, que cada día están más y más obligados al recomendabilísimo público de esta hermosa capital, por las repetidas pruebas que de él reciben, ya con la muy marcada preferencia que manifiesta al concurrir a las funciones que en ella se verifican, y ya por el indulgente agrado con que acoge éstas, la gratitud les estimula a no omitir sacrificio alguno para corresponder en alguna parte a tantas bondades, y para lo cual, la función de este día, aunque costosa, no alterará los precios de entrada, por que sus deseos no son otros, más que los de hacer lo posible para llenar el exquisito gusto de sus favorecedores, y ¡ojalá y así lo consigan! Con la diversión que tendrá lugar en los términos siguientes: LA CUADRILLA DE PABLO MENDOZA / lidiará / CINCO MUY SOBRESALIENTES TOROS / por su bravura, pues han sido escogidos muy cuidadosamente. / En uno de los intermedios habrá una / TREMENDA / Y SANGRIENTA LUCHA / POR LOS HOMBRES TIGRE Y OSO. / Luchando en seguida el VENCEDOR, que es de suponerse lo sea el Tigre, con un / SOBERBIO TORO / que saldrá a más de los anunciados. / INTERMEDIO DIVERTIDO. / En el que se presentarán CUATRO OURANGOUTANES, dos montados en Burros, DOS A PIE Y UN MATRIMONIO DE ANCIANOS en zancos, a lidiar con / UN TORO EMBOLADO / DOS TOROS PARA EL COLEADERO en los demás intermedios, cubriendo el fin de la función con el / TORO EMBOLADO / de costumbre para los aficionados, con el cual son ocho toros. / DESAFÍO. / Lo hay de un mil pesos para la lid de los toros de ATENCO, contra los del CAZADERO, que se jugarán en esta plaza; ya muy breve se anunciará el día en que se verifique la corrida designada. / (...) JAVIER DE HERAS. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. -Imprenta: Tip. De M. Murguía.

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PLAZA PRINCIPAL DE SAN PABLO / FUNCION EXTRAORDINARIA, / PARA / EL DOMINGO 20 DE DICIEMBRE DE 1857. / A LAS CUATRO EN PUNTO. Habiendo arrendado la plaza de San Pablo por solo esta vez, con el objeto de que se lidien en ella los toros con los que se ha de decidir la / APUESTA / DE / MIL PESOS, / de los ganados del / CAZADERO / Y ATENCO, / tenemos la satisfacción de poder anunciar al público de esta capital una función digna de su buen gusto para esta clase de espectáculos, para lo cual contamos con la certeza de que el ganado que se va a presentar, es muy superior bajo todos aspectos a nuestro contrario. La función guardará el orden siguiente: / A las cuatro en punto se presentará la cuadrilla lujosamente vestida y aumentada, y en seguida se lidiarán / SEIS TOROS / de la afamada Hacienda del CAZADERO. / Y por una casualidad, después de lidiados los seis toros de la apuesta, aún hubiere tiempo para ello, se lidiarán de la misma raza todos los que la tarde permita; concluyendo la función con un / TORO EMBOLADO / para los aficionados. / (...) / Rafael Vargas, Aristeo Calleja. -Estado de conservación: Bueno. Es copia del original. -Imprenta: Tip. De M. Murguía.

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Es tan evidente la reseña que el propio cartel nos da, que ni siquiera es necesaria la transcripción, como en los casos anteriores. Baste mencionar algún dato complementario, como el que sigue: PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Domingo 27 de diciembre. Bernardo Gaviño y cuadrilla, con 6 toros de Atenco. Divertida farsa de D. Quijote y Sancho. Rifa del aguinaldo de 3 onzas de oro. Toro embolado.

NOTA: Esta es sólo una pieza complementaria y que da continuidad a la temporada taurina que transcurrió entre octubre y diciembre de 1857.

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Esta es la portada de la primera edición de “Recuerdos del Chamberín”, que salió de la imprenta de Inclán en 1860. Seguramente el tiraje no debe haber sido tan generoso, pues han llegado hasta nuestros días pocos ejemplares que deben poseer bibliófilos dedicados a la colección de rarezas. Una tarea que queda por hacer será la de identificar la segunda edición, de la que no se conoce hasta ahora ningún ejemplar y ya juntas primera y segunda, compararlas con la tercera, que se publicó en 1867 para saber si entre ellas existe alguna diferencia en el contenido o el autor conservó la integridad del propósito poético allí depositado.

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10 Las “REGLAS CON QUE UN COLEGIAL PUEDA COLEAR y LAZAR” son un verdadero “garbanzo de a libra” por la condición en que dicha obra reunió las experiencias que un auténtico “profesor” como Luis G. Inclán puso al alcance de legos y principiantes en ese “arte” con el que los iniciados en la charrería iban a encontrar a su alcance los auténticos secretos para convertirse en coleadores y lazadores que se apreciaran de veras.

Estas imágenes aparecen incluidas en la obra reseñada, lo que permite entender que no bastaba la explicación por escrito. Era necesario ilustrar cada detalle esencial para que los futuros practicantes de las suertes y “reglas”, realizaran a cabalidad las mismas.

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Este curioso ejemplar, ha sido localizado en la rica colección digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León193 con lo que se tiene la oportunidad de acercarse a una lectura de suyo curiosa e interesante, en la medida en que se trata de uno de esos temas que, a lo que se ve, fueron abordados también por el propio Luis G. Inclán. En cuanto uno comienza a leer esos textos, aparece el estilo de Inclán en forma más que evidente, lo que representa la oportunidad de convertirlo en otra de esas piezas literarias que se acercan, de nueva cuenta a lo cotidiano, pues ese era su espíritu y no otro, riguroso, sometido por las normas más estrictas del lenguaje.

Detalle que permite apreciar la indicación de la imprenta de Inclán.

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Disponible en internet, junio 2, 2016 en: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080022768/1080022768_MA.PDF

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Niceto de Zamacois, autor español de reconocida fama por aquel entonces, debe haber guardado amistad con el propio Luis G. Inclán, quien para su fortuna, editó esta obra rara, en la que se despliegan elementos de la vida cotidiana nacional que Zamacois mismo pudo recoger en forma desprejuiciada y con el solo objeto de divertirse y divertir a una sociedad que constantemente convivía con aquellas ocurrencias que pervivían en la forma de ser y de pensar de los mexicanos, con la sola idea de “desterrar el mal humor”. Actualmente existe una reedición de la misma 194 que

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Niceto de Zamacois: El Jarabe. Obra de costumbres mejicanas, jocosa, simpática, burlesca, satírica y de carcajadas, escrita para desterrar el mal humor, herencia que nos legó NUESTRO PADRE ADÁN. Por un necio antojo que quiso satisfacer. Su autor (…). Méjico, Imprenta de Luis G. Inclán, cerca de Santo Domingo Núm. 12. 1861. Editorial MAXTOR, Valladolid, España, 2012. 510 p.

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Es esta otra de las obras “raras” pero no desconocidas que editó nuestro personaje en 1862. En el presente ejercicio existe una amplísima descripción de la misma, con lo que sólo se incluye aquí con propósitos de registrar aquellos documentos que salieron de la imprenta de Inclán. Sabiendo que don Luis tuvo una particular inclinación por la tauromaquia, no es casual que se publicara 26 años después y en nuestro país la obra de Francisco Montes. En 1837 el Conde de la Cortina reseña este tratado técnico y estético en el Mosaico Mexicano. Por lo tanto, con ello puede darse por sentada la continuidad habida en el hilo espiritual que le garantizaba a la tauromaquia, a pesar de que justo en esos años centrales del siglo XIX, otra era su interpretación, un tanto cuanto distante, pero sin alejarse de los principios elementales.

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Dice Nicole Giron: La cuestión de la libertad de imprenta –parte sustancial del derecho de expresión- hizo correr mucha tinta en el siglo XIX. Movió a los publicistas o a los abogados a pronunciar sus alegatos en los juicios de imprenta y a elaborar folletos de protesta; además el tema fue abordado con ironía y energía por escritores de tono jocoso o satírico. Fue así como en 1862 y con la “acerada pluma de Ignacio Ramírez la que soltó para redactar una Denuncia ante el fiscal de imprenta por el Juzgado 4° de los criminal. Defensa hecha por la cuchara del ciudadano Licenciado Ignacio Ramírez en un club de la Reforma, impresa en once páginas por Luis G. Inclán. 195

Nicole Giron Barthe: “La práctica de la libertad de expresión en el siglo XIX: Una indagación sobre las huellas de los derechos del hombre en la folletería mexicana”. 195

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Volvemos al ámbito de los impresos sueltos que, en este caso corresponde al cartel del teatro “de Oriente”, para una función celebrada el viernes 6 de febrero de 1863, y en la que, según alguna crónica publicada días después, se sabe que en efecto, acudió el C. Presidente Benito Juárez, que en esos momentos era Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Al parecer fue una función larga la que, aún en esas condiciones, el “patricio” tuvo la serena calma de aguantar hasta el final de la misma.

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En esa publicación, la colaboración de Luis G. Inclán consistió en una crónica de toros, misma que se refiere al festejo que se celebró el 30 de agosto, pero que se publicó hasta el 4 de septiembre de 1863. Los datos escasos al respecto de quién o quiénes pudieron intervenir en tal ocasión, salvo el caso de Pablo Mendoza. La prensa consultada hasta ahora no arroja información, que no sea sobre la corrida de toros que se celebró el 15 de agosto anterior. Destaca en esas notas que “Un toro, que infundía espanto por su aspecto terrible, fue gineteado por un individuo que arrancó los aplausos de todos los espectadores” (La Sociedad, del 17 de agosto de 1863, p. 2). ¿Habría sido dicho “individuo” el mismísimo Luis G. Inclán, de quien ya se conocían hazañas como estas, narradas por él mismo en sus “Recuerdos del Chamberín”?

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17 Para no errar en el intento de hacer alguna observación que termine por descomponer la “nota” que obliga tan significativa obra, prefiero incluir un texto que proviene de la pluma de Salvador Novo, y va así:

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Disponible en internet julio 11, 2016 en: http://www.archivo.cehmcarso.com.mx/janium-bin/janium_zui.pl?jzd=/janium/JZD/DCXX2/LopezAntunano/54/10/DCXX-2.LopezAntunano.54.10.jzd&fn=292357 Centro de Estudios de Historia de México (CEHM-CARSO). Col. DCXX-2. López Antuñano. 54. 10.

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18-22 Afirma Mauricio Eduardo Charpenel Eyssautier en su tesis “Luis G. Inclán. Nuevas aportaciones” que: “Luis G. Inclán no fue únicamente colaborador ocasional de algunos periódicos, sino que fue el impresor de cerca de una docena de diarios, semanarios y otras publicaciones. En estos periódicos, Inclán participó al través de los años con escritos que abarcaron desde pequeños y anónimos versos, hasta uno que otro artículo de fondo en la sección editorial. “Para poder apreciar de una manera clara y concisa el ambiente socio-periodístico en el cual Inclán tuvo que moverse durante ese tiempo, período de gestación y maduración de su novela, Astucia, el jefe de los Hermanos de la Hoja o Los charros contrabandistas de la rama, es necesario repasar sumariamente la historia de las publicaciones salidas de la imprenta de Inclán en la calle de la Cerca de Santo Domingo, número 12, hoy 3ª de Belisario Domínguez. Fueron éstas: La Cuchara, El Látigo (en sus dos épocas), La Borrasca, El Cucharón, La Justicia, El Conservador Mexicano, El Instructor del Pueblo, La Jarana, La Orquesta, Doña Clara y La Patria. Es posible que a esta lista se puedan añadir otros títulos que no hemos localizado o que ya no existen ejemplares de ellos”.196

Eduardo Charpenel Eyssautier: “Luis G. Inclán. Nuevas aportaciones”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección de Cursos Temporales, 1959. Tesis que para optar al grado de Maestro en Artes Especializado en Lengua y Literatura Españolas presenta (…). 126 p. Ils., facs., p. 16. 196

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NUEVA EMPRESA CORRIDA DE TOROS Y COLEADERO Domingo 5 de Enero de 1873. A LAS CUATRO EN PUNTO. Habiendo tomado el que suscribe como empresario la Plaza de Toros de esta Ciudad, y confiado en la benevolencia de la escogida sociedad toluqueña, no ha vacilado en comprometerse haciendo los mayores esfuerzos para agradar al público, presentándole por primera vez una variada y alegre función en el orden siguiente: Cubrirán la tarde SIETE TOROS de los que cuatro serán de la acreditada raza de ATENCO. Dos para el desafío de DOS DIESTROS COLEADORES Que han apostado y depositado con tal objeto 500 PESOS que ganará el que diere más y mejores caídas redondas; y el último toro saldrá embolado, llevando en la frente MONEDAS DE ORO Y PLATA para que lo despojen los más atrevidos aficionados. La acreditada CUADRILLA DE LINO ZAMORA ejecutará todos los lances propios de las suertes de Tauromaquia, y el segundo toro de lid será banderillado a caballo por tan diestro como hábil capitán. REBAJA DE PRECIOS SOMBRA. SOL.

Lumbreras con 8 boletos 4 pesos. Entrada general a ídem 4 reales. Entrada general uno y medio reales.

Por ningún principio se permitirá la entrada a ninguna persona sin el boleto respectivo. Toluca, Enero 5 de 1873. POR LA EMPRESA, A.P. Imp. De Inclán.

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24 NUEVA EMPRESA CORRIDA DE TOROS Y JARIPEO Domingo 12 de Enero de 1873 Altamente complacida la empresa por la buena acogida del público toluqueño, se ha propuesto no omitir gasto ni sacrificio alguno para hacerse acreedor a su estimación. En consecuencia, espera que la función de este domingo sea honrada con el círculo de las bellezas que forman el ornato encantador de esta sociedad, dedicándoles esta función bajo el orden siguiente: Saldrán cinco arrogantes y escogidos TOROS DE ATENCO de los que cuatro son de muerte y uno EMBOLADO que jugará en tercer lugar imitando a un HERMOSO CHIVO adornada la cabeza y cuernos con MONEDAS DE PLATA Y ORO para los aficionados, que hallarán a la vez muy abastecido de piezas de ropa, pañuelos, etc., etc., Monte Parnaso. A la hora correspondiente saldrán a la plaza algunos animales cerreros para que sirvan de MAGANEADERO Y GINETEO igualmente el bicho de mejor ley será banderillado a caballo en pelo por el capital de la cuadrilla y SIN RIVAL LINO ZAMORA, repartiéndoseles a los concurrentes 1500 Banderillas finas como obsequio. El convite público saldrá en GRAN PASEO a las diez de la mañana en un tren especial, y la empresa espera que todos se dignen concurrir a tan amena como variada diversión. PRECIO DE ENTRADAS SOMBRA. SOL.

Lumbreras con 8 boletos 4 pesos. Entrada general a ídem 4 reales. Entrada general uno y medio reales.

La función comenzará a las cuatro en punto, si el tiempo lo permite. POR LA EMPRESA, A.P. Imp. De Inclán.

OTRAS OBRAS EDITADAS POR LUIS G. INCLÁN 25.-Gonzalo de Córdoba o la Conquista de Granada, por Florián, primera edición mexicana. Imprenta de Luis Inclán, 1854.

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26.-Ejercicios piadosos para todos los domingos y fiestas principales del año, con la historia de nuestro señor Jesucristo y de nuestra señora la Virgen María madre de Dios, por una sociedad de personas piadosas. Imprenta de Luis Inclán, 1855. 27.-B. Bustamante: Manual de los cinco órdenes de arquitectura según Jacobo de Vignola, dispuesto en esta forma por (…). Cuarta edición corregida y aumentada con los elementos del dibujo lineal. Imprenta de Inclán, 1856. 28.-Antoine François Félix Roselly de Lorgues: Jesucristo en presencia del siglo, o, Nuevos argumentos tomados de las ciencias en favor del catolicismo. (…) T. I. México, Imprenta de Inclán, cerca de Santo Domingo, 1856. 29.-Guillermo Rode: Nueva edición de el maestro de inglés, o, Método práctico para aprender a leer, escribir y hablar la lengua inglesa, según el sistema de Ollendorff por (…). Imprenta de Inclán, 1859. 30.-Pedro Antonio de Alarcón: Diario de un testigo de La Guerra de África por (…). Ilustrado con vistas de batallas, de ciudades y paisajes, tipos, trajes y monumentos, con el retrato del autor y de los principales personajes, copiados de fotografías y croquis ejecutados en el mismo teatro de la Guerra. Fábregas y Cordero, Editores. Reimpreso en Méjico. México, Imprenta de Luis Inclán, cerca de Santo Domingo Núm 12, 1861. 31.-Discurso que por disposición de la Junta Patriótica de esta capital formó el C. Juan N. Mirafuentes, diputado suplente al Congreso de la Unión, para la noche del 15 de septiembre de 1862. Imprenta de Luis Inclán, 1862. 32.-Pequeño catecismo o sea interrogatorio de un niño a su maestro. Dedicado a los niños de nuestras escuelas para su entretenimiento. Imprenta de Inclán, 1862. 33.-La Justicia. Periódico de religión, orden y cuentero, al mando de L. Z. Rivas. Imprenta de Inclán, 1863. 34.-Jesús Echaiz: Horas perdidas: poesía mexicana. Imprenta de Inclán, 1865. 35.-Francisco de P. Balderraine. Prontuario alfabético de administración de justicia y organización de tribunales, o sea la Ley del 18 de diciembre de 1865 puesta en forma de diccionario para facilitar su manejo. Imprenta de Inclán, 1866. 36.-Antonio Romero y Andía: Gramática musical, o sea, teoría general de la música. Imprenta de Luis Inclán, 1868. 37.-José Pascual Almazán: Un hereje y un musulmán. Imprenta de Inclán, 1870.

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41.-Regalo delicioso para el que fuere asqueroso (Es esta una hoja volante, escrita en verso, y de lenguaje escatológico. Sin embargo, por sus versos, algunos mal hechos, pasa un soplo de gracia y de picardía).197

197

En ASTUCIA. A través de tres personajes de la novela. Selección e introducción de José de Jesús Núñez y Domínguez. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1945. XLV-166 p. Ils. (Biblioteca del Estudiante Universitario, 45)., p. XXIII.

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42.-Los tres Pepes. Novela de costumbres mexicanas.198 43.-Pepita la Planchadora, novela de costumbres mexicanas. 199 44.-El señor Inclán, que conocía muy bien el idioma mexicano (náhuatl), tenía concluida una gramática que no llegó a publicarse. En esta cuestión hay un punto confuso, pues los deudos del autor de Astucia, dicen que el manuscrito que dejó sin terminar era de un Diccionario de mexicanismos. Páginas más delante de la introducción que en su momento elaboró Núñez y Domínguez nos da santo y seña del triste desenlace que hubo alrededor de las obras no publicadas en vida (ni después de ella) de Luis G. Inclán. Tanto los originales de esas producciones –Regalo delicioso…, Los Tres Pepes y el Diccionario de mexicanismos o Gramática Mexicana-, quedaron en poder de la familia, y en fechas no lejanas los conservaba aún el doctor don Juan Daniel Inclán, hijo de don Luis. Pero una vez que este galeno tuvo que hacer un viaje de San Andrés Tuxtla a Tlacotalpan, el año 1884, estalló un incendio a bordo del vapor San Andrés, en que viajaba con su equipaje y biblioteca, y entonces quedaron convertidos en cenizas los originales relativos. La pérdida de tales producciones privó a la literatura patria de piezas valiosas, si no desde el punto de vista meramente artístico, sí de la documentación histórica, pues bien sabido es que en esas novelas se ha encontrado mejor que en ninguna otra parte del reflejo exacto del alma nacional de aquellos tiempos. 200

Con este triste apunte sobre el que puede considerarse tener comprendida la obra que publicó o creó Luis G. Inclán, he de poner aquí, el punto final al presente esfuerzo.

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Op. Cit., XIV. Ibídem. 200 Ibid., p. XLIII y XLIV. 199

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COMENTARIOS FINALES. Reunir en una sola “exhibición” tantos carteles de la plaza de toros de San Pablo es harto difícil. Pues bien, en esta ocasión ha sido posible, y más aún con el hecho de que estos documentos fueron atendidos en exclusiva por el propio Luis G. Inclán y en su imprenta, a encargo de la empresa de dicha plaza, cuyo “asentista” era en esos momentos el Sr. Javier Heras. Bien a bien no se sabe si con el de la tarde del domingo 11 de octubre comenzaba un conjunto de festejos o estos ya se venían celebrando desde días o semanas atrás, para concluir –semanas más tarde-, el 20 de diciembre del mismo año. Es lamentable que a falta de estas fuentes, y ante la ausencia de más información en los escasos espacios que para este fin destinaba la prensa, no haya forma de precisar tal misterio. Sin embargo, el hecho es que eran tiempos en que la celebración de festejos, tanto en esta plaza así como en el Paseo Nuevo, eran una constante. Quizá un motivo más para competir y ofrecer en consecuencia carteles muy atractivos en uno u otro coso. Como habrá podido observar el lector, que si bien el cierre de este conjunto de carteles no es en San Pablo, pero sí en el Paseo Nuevo, es por el hecho de que la empresa en ese otro recinto (empresa que seguramente estaba encabezada en esos momentos por Manuel Gaviño, hermano de Bernardo), pretendía ofrecer un espectáculo plagado de fascinación, con lo que los aficionados de la ciudad de México, tuvieron un auténtico cierre de año con dos festejos, tanto el 25 como el 27 de diciembre, pues como no era de esperarse, en San Pablo se dejaron de dar, como ya se dijo, hasta el domingo 20 de diciembre.

De las Reglas con que un colegial debe colear y lazar… del propio Luis G. Inclán.

Tanto coleadero, tanto toros, tanta puesta en escena distinta en cada tarde de función, nos dejan entender la dimensión que había alcanzado el espectáculo de los toros, justo en unos momentos en que

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la cuadrilla de Pablo Mendoza competía a distancia con la que dirigía el gaditano Bernardo Gaviño. Y ambos eran suficiente poder de convocatoria para atraer a los aficionados de aquel entonces para acudir con profundo interés a uno u otro escenario, convencidos de que en este o aquel iban a surtir efecto con motivo de la gran función ofrecida a través de los carteles. Es posible incluso que en alguna de aquellas ocasiones, fuese el propio Luis G. Inclán quien interviniera en los coleaderos. Su fama en tales menesteres así lo permite sospechar, pues se sabían de él varias hazañas, ya en Balbuena, ya en Nalvarte o incluso en el rancho de San Borja, montado en el célebre “Chamberín”. Quizá en el fondo, una de las razones de que su imprenta haya intercedido en la publicidad es por la sencilla razón de participar, aunque sin citar su propio nombre. Bastaba con observar y admirar a quienes realizaban aquel acto de la función para saber quién estaba en el ruedo. Y además, considerando que como tal fuese el propio Luis Gonzaga Inclán Goycoechea el héroe de aquellos entretenimientos. Sobre los últimos ejemplares correspondientes al año de 1873, ambos permiten observar que Inclán cerró contrato, en este caso como impresor con la “Nueva Empresa” de la plaza de toros en Toluca, donde fueron a celebrarse al menos esos dos festejos. Esos ocho carteles201 que ha traído hasta nosotros el propio Inclán, y del que apreciamos su fino gesto, nos dan elementos para entender, insisto, el tipo de espectáculo taurino que, en sí mismo, exaltaba el nacionalismo en forma natural, impulsado por Pablo Mendoza, uno de esos diestros de los que se sabe casi nada, pero que, a lo que se ve, fue capaz de estimular la autonomía taurina mexicana gracias a todo ese conjunto de elementos que aparecen a detalle en las tiras de mano. Lo que, por otro lado hacía Gaviño era también una especie de complicidad con los diestros nacionales, aunque tratando de infundir y de convencer de que para que todo eso sucediera, no podían olvidar ciertas columnas vertebrales que estaban asociadas con la doctrina taurómaca en versión clásica, impuesta desde aquellos viejos dictados de José Delgado, y puestos al día, treinta años después por Francisco Montes; ambas experiencias depositadas en sendas “Tauromaquias”. Si bien, casi no hay certeza de que Bernardo las hiciera suyas, pero comprendía que, al menos al conocer algo de lo que diseminó la de “Pepe Hillo”, eso era suficiente motivo para dar continuidad en nuestro país y con ello mantener la legitimidad de un toreo que, aunque mexicano, llevaba impregnado el espíritu español. Ambas expresiones nunca se disociaron y marcharon juntas, precisamente para que nuevas generaciones de toreros las modernizaran en la medida de lo posible. Y esos diestros nacionales con quienes convivió Gaviño, desde los hermanos Ávila hasta Ponciano Díaz, contribuyeron al darle el toque mexicano al toreo que aportaba el portorealeño quien a su vez, también entendió que era necesario insertarse en este ambiente, a cambio de ganar popularidad, celebridad, al punto de que en sus últimos días, no faltó cartel que lo llegó a calificar de “Papá Gaviño”, con lo que culminaba en buena lid, aquel patriarcado del que luego, en otros términos y bajo otras expresiones, dio continuidad Ponciano Díaz, uno de sus más legítimos herederos. Y Ponciano que llevaba en su puesta en escena el complemento de lo campirano, llevaba también en espíritu las hazañas que muchos años atrás logró acumular ese otro personaje que es y ha sido motivo para este trabajo que aquí termina, sin antes dejar de citar su nombre, mismo que dejo plasmado en grandes letras:

LUIS G. INCLÁN. 201

Cuyas reproducciones digitales fueron hechas cuando eran propiedad del Lic. Julio Téllez García, a quien agradezco su generoso apoyo para recuperar, al menos en esta expresión documentos invaluables.

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