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Capítulo 5. César Girón
from Memoria de Arena
by FCTH
César Girón
El debut de César en la Real Maestranza de Sevilla preocupaba mucho a Fernando Gago, su apoderado. Entendía en toda su dimensión el significado de esa tarde en la vida de un torero. El 27 de abril estaba marcado como la fecha del cartel de la temporada, con toros de Juan Cobaleda y de Salvador Guardiola. Era la tarde de la reaparición de Manolo Vázquez, un sevillano adoptado por Madrid que le envolvió en el perfume de sus éxitos en Las Ventas, y más tarde reconocido por la dura afición de las ferias del Norte de España, en México, Lima, Maracay, en toda América. El tercer hombre del cartel era Pedro Martínez, “Pedrés”. La novedad ante la que se santiguaba la afición de España, rendida por el valor del torero de Albacete. Lo llamaban “torero de las cercanías”, por lo cerca que se pasaba los pitones de los toros. Era la tauromaquia hecha realidad a dos centímetros de los pitones, del valor seco y desgarrado el de Pedrés, los que lacran las agrestes tierras albaceteñas.
Todas estas circunstancias que rodeaban a los rivales de César, las consideraba Fernando Gago. El apoderado no lograba sentarse en la habitación del Hotel Colón, caminaba, iba de un lado a otro, encendía un cigarrillo detrás de otro, se asomaba a la ventana, preguntaba por el aire, si hacía viento, si estaba el cielo despejado…Hasta que César Girón enojado le dijo:
– ¡Cálmese usted don Fernando, que me tiene nervioso! …
Nervioso me tienes tú con tanta tranquilidad, ¿Cómo que no te has enterado lo que tenemos por delante?
– ¡Él que todavía no se entera quién es César Girón es usted, don Fernando!
Manolo Vázquez y Pedro Martínez se fueron “de vacío”, como se reseña en el periodismo taurino moderno, cuando no se cortan las orejas. César Girón le cortó las dos orejas y un rabo a un toro. Al día siguiente el caraqueño repitió la hazaña, y cortando dos rabos en una misma Feria de Abril de Sevilla se convirtió en el único torero en lograrlo en la historia. Único fue César en cortar una pata en Acho, como de figurón del toreo fue su apoteosis en la Monumental Plaza México la tarde de la Corrida de la Prensa que cortó cuatro orejas y un rabo. Su paso por la Santamaría de Bogotá, cuatro orejas, dos rabos y una pata, o por Córdoba, cuando se apoderó gracias a la apoteosis en el ganador del Trofeo Manolete al cortar la única pata en la historia de la cuna de los Califas del Toreo, suman estos hechos valores para considerar a César Girón como la gran figura del toreo americano en la Historia de la Fiesta.
A principios de 1955, Caracas vivía con intensa pasión la fiebre del beisbol. En el Universitario de Caracas se disputaba la Serie del Caribe, un evento de gran trascendencia para la afición a la pelota como la que tiene Venezuela. En el año de 1954, se vivió un fin de año con epílogo taurino muy venezolano con el agarrón de los tres ases nacionales anunciados en la Maestranza de Maracay: Luis Sánchez Olivares, “El Diamante Negro”, Joselito Torres y César Girón, con una corrida de Guayabita. Aquella tarde se vivió en La Maestranza de Maracay una auténtica fiesta nacional. En la plaza no cabía un alfiler. Tarde espléndida, de sol e intenso calor...Y al final, la puerta grande abierta de par en par, para que el “El Diamante Negro” y César Girón salieran, a hombros de eufóricos aficionados, por las calles de la Ciudad Jardín, mientras los médicos operaban en la enfermería de la plaza a Joselito Torres con el muslo abierto por una cornada que encontró en el camino para no dejarse ganar la pelea. Girón cortó aquella tarde dos orejas y un rabo. Confirmaba que no tenía rival. Viendo los acontecimientos reflejados en el retrovisor de la historia, sentimos añoranza del sentido de nacionalidad que por aquellos días tenían los venezolanos. La euforia gironista que vivíamos los venezolanos provocó la celebración de dos corridas para Girón en el Nuevo Circo con el valiente albaceteño Chicuelo II y el catalán Carlos Corpas.
El de César Girón era el nombre obligado en todos los carteles que se organizaban en Venezuela y en el ambiente estaba su reaparición en
Maracay al lado de Antonio Ordóñez, con toros de Rancho Seco, luego de “la tarde de la pata”. La corrida estaba anunciada para el 26 de febrero; y, mientras llegaba la fecha, Girón hacía vida social en Caracas, porque en los ágapes importantes era un lujo tener como invitado al venezolano conquistador de España. Aquel año de 1954 conocí a César Girón. Contaba yo apenas con 14 años de edad, él había cumplido los 22 y era reconocida figura del toreo en España. Llevaba sobre el ojo izquierdo un esparadrapo, que le cubría la herida causada por un toro de Guayabita en Maracay, la tarde que toreó con Carlos Corpas y El Diamante Negro, una de las tardes que salió a hombros, junto a Luis, luego de cortar otro rabo.
Para que nuestros lectores se den cuenta de lo que vivíamos los venezolanos en relación a la identificación que sentíamos hacia nuestros valores, vale la anécdota aquella de cuando José Antonio Borges Villegas, empresario del Parque de Atracciones Coney Island de Los Palos Grandes de Caracas, reunió a cinco personajes, ídolos del deporte, la canción, la música, la belleza y los toros, aquellos venezolanos que por su talento y éxitos se consideraron entre los mejores del mundo, cada uno en su oficio. A finales de aquel año de 1955 el empresario Borges Villegas, quien en 1966 fundó en Barcelona, Catalunya, el mundialmente famoso Parque de Atracciones de Montjuic, organizó un homenaje a cinco venezolanos que destacaron en el mundo: reunió a Susana Duijm, Miss Venezuela, la primera latinoamericana en ganar el concurso internacional “Miss Mundo” en 1955 y semifinalista en el Miss Universo 1955 en Long Beach, California, Estados Unidos; Alfredo Sadel que con sus giras, presentaciones en Nueva York y el Caribe, y la grabación Mi Canción, primer disco de doce pulgadas de larga duración en la discografía latinoamericana con el sello RCA Víctor, era ídolo nacional. A pesar de su manifiesta oposición al régimen militar fue condecorado por Marcos Pérez Jiménez, y compartió su carrera como cantante con la actividad sindical, promoviendo en 1947 la fundación de la Asociación Venezolana de Artistas de la Escena. Con ellos “El Chico” Carrasquel, Alfonso, primer latinoamericano en participar en un All Stars Game de la MLB, y el Maestro Aldemaro Romero que en el 1955 grabó el larga duración Dinner in Caracas, realizado con músicos estadounidenses en formato monoaural, en momentos en que la estereofonía y la grabación multipista aún no hacían su aparición formal. Con este álbum superó los registros de venta hasta entonces conocidos en el mercado discográfico de América del Sur. Aldemaro concluye esta serie en 1956, con Dinner
In Colombia, grabado en los estudios de RCA Víctor Mexicana.
Al concluir el homenaje en el Coney Island de Los Palos Grandes, Girón invitó a sus destacados compañeros aquella noche al restaurante Montmatre de Baruta. De moda el sitio, estrechas las calles baruteñas, no había sitio dónde aparcar el coche por lo que Girón, que conducía un amplio Buick Roadmaster, estacionó en sitio prohibido. No habían desalojado el carro Susana, Aldemaro, Sadel y Carrasquel cuando se les acercó un policía de tránsito, reclamándole a Girón que debía estacionar en otra parte. César, con esa guasa caraqueña que siempre la caracterizó le dijo al policía: “Mira vale, ¿sabes con quien estás hablando? Este señor, Alfonso Carrasquel, es el mejor shortstop del mundo. La señorita Susana, ‘La mujer más bella del Mundo’. Aldemaro Romero, el mejor director de orquesta, del mundo. Y Sadel, hermano, el mejor cantante del mundo. ¿Qué te parece?”. Y dio la espalda y se marchó detrás de sus famosos compañeros. Al terminar la velada la gran sorpresa: una boleta con la multa por estar mal estacionado, firmada por Rodolfo Guerra, “el mejor policía de tránsito del mundo”. César Girón un año antes había triunfado en la Feria de Sevilla cortando dos rabos en menos de 48 horas. Hazaña aún no igualada por otro espada en la historia. En la Feria de San Isidro del año 1955, ya convertido en figura indiscutible del toreo intervino en cuatro tardes en el Abono de Madrid, confirmando su alternativa apadrinado por Antonio Bienvenida y de testigo, Pedro Martínez “Pedrés”. Salió victorioso por la puerta grande en las dos últimas corridas, al cortar dos orejas en cada una de ellas. En la temporada siguiente, toreó nuevamente cuatro corridas, logrando cortar solamente una oreja, pero vuelve a salir por la puerta grande el 25 de mayo del San Isidro 1958. Saldría hasta siete veces por la Puerta Grande de Madrid.
Era ya figura del toreo, y no había ido a Madrid como matador de toros, aunque La Maestranza de Sevilla le había consagrado. La alternativa la tomó en Barcelona a los 19 años de edad, en septiembre de 1952, de manos de Carlos Arruza con toros de Urquijo. Arruza fue un espejo en su vida. César admiró tanto al mexicano que le imitaba en todo. Es conocido que cuando Arruza y Manolete actuaron en Maracay, César vendía guarapo de piña en la plaza de toros. Guarapo hecho por su padre, don Carlos Girón, y que el muchacho vendía para poder ver la corrida de toros. A César le importaba un pepino Manolete, el que le llamaba la atención era Arruza, que se vestía en el Hotel Jardín. Girón después de una de las corridas que presentó Andrés Gago en Maracay,
se metió escondido por las habitaciones del hotel e intentó robarle el traje al “Ciclón”. Metió un palo con un gancho por una ventana y fue descubierto en pleno hurto; y a pesar del regaño que le dieron, le obsequiaron una prenda de vestir, una camisa, propiedad del maestro.
Más tarde en Barcelona Carlos Arruza sería el padrino de la alternativa del caraqueño, cuando reapareció en la Ciudad Condal en la temporada barcelonesa de la Feria de la Merced que don Pedro Balañá organizó en honor al mexicano. Arruza fue el primer torero en la historia en cobrar cien mil pesetas. Lo hizo por cada una de las dos corridas que toreó en la plaza de don Pedro Balañá, una de ellas la alternativa de César Girón. El traje que vistió esa tarde fue un regalo de Arruza.
César ha sido la gran figura del toreo americano. Pocos como él saltaron tantos rubicones, sortearon tantas adversidades y se impusieron a tantos problemas. Problemas de raza en una España y en una América (Lima, Colombia, México y Venezuela incluida) que no creían en que los venezolanos podían ser toreros.
César nunca perdió su manera de hablar. Caraqueñísimo en sus expresiones y modales, nació en la Roca Tarpeya, barriada de la parroquia Santa Rosalía de Caracas, el 13 de junio de 1933. A principio del año treinta, la Roca Tarpeya era una colina rocosa a las afueras de Caracas, que desde lo alto observaba gran parte de la pequeña ciudad. Se admiraba el desarrollo de El Paraíso, la Avenida Páez, se podía ver Caño Amarillo, con sus puentes y construcciones adornadas con los herrajes de las fundaciones belgas. El Paraíso y Caño Amarillo eran los desarrollos urbanísticos más atrevidos de la ciudad. También se veía San Juan, barrio bravo, orillero y pendenciero, cuna de boxeadores y del gran torero caraqueño Julio Mendoza, rival de “Rubito” y bandera de los aficionados del tendido de sol. Caracas fue por muy breve tiempo el hogar de la familia Girón-Díaz, y cuando César había cumplido los ocho meses de nacido, sus padres, don Carlos y la señora Esperanza le trasladaron a Valencia, junto a los hermanos mayores de Yolanda y Carlos. Más tarde, al poco tiempo, volverían a mudarse a Maracay, el verdadero terruño. Allí se hizo hombre y torero. Antes quiso ser pelotero, ciclista y boxeador.
En el ring lo llamaban “La Vieja”, por su cara de abuelo precoz, pero los contundentes puños de Juan Canelón le quitaron la vocación de pugilista; y como pelotero, la verdad es que en aquel Maracay del final del decenio del cuarenta era muy difícil que se dieran cuenta si había, 139
o no, un buen prospecto. Todavía no era hora para David Concepción, los Tigres de Aragua y Miguel Cabrera.
En casa, en el rancho de sus padres, ayudaba a don Carlos en trabajos mecánicos. Simples y sencillas labores, como la de limpiar de grasa los instrumentos, o vaciar los tobos llenos de kerosene y aceite quemado. Una madrugada, un incendio acabó con el rancho y las escasas pertenencias de los Girón. El fuego fue causado por auto combustión de grasas y aceites dispersos por doquier en el improvisado taller paterno. César, sin pensarlo dos veces, se jugó la vida en serio para sacar a sus hermanitos de entre las llamas. De aquel acto heroico le quedarían marcas para el resto de sus días. Cicatrices en las manos, en aquellas manos de largos dedos y avellanadas uñas, por lo que le llamarían “Manoquemá”. La primera actuación de Girón en un ruedo fue cuando se lanzó espontáneamente en la plaza de Maracay, a un muchachito mexicano llamado “Licho” Muñoz, que actuaba en la Cuadrilla Juvenil de Toreros Mexicanos, que visitaba Maracay. César me diría un día en una entrevista que ver a Muñoz tan chiquitico y flaquito le había animado. –Si ese carricito puede hacerle esas cosas al toro ¿porqué yo no? Más tarde, Licho se convirtió en un destacado hombre de empresa taurina, como funcionario de la gigantesca Demsa (Diversiones y Espectáculos de México) que ha llegado a manejar más de cuarenta plazas de toros.
Fue Maracay donde hizo su debut formal como novillero con el español Paco Roldán y con Moreno Sánchez, el 29 de enero de 1951. La campaña de novillero de César, en Venezuela, fue muy breve, pues como siempre han sido muy pocas las oportunidades que le brindan las empresas a aquellos que quieren comenzar. Se limitó su área de actuación a las plazas de Arenas de Valencia, Maracay y Nuevo Circo de Caracas, ya al final y para consagrarse. César tuvo por maestro al “Torero de Aragua” Pedro Pineda. Pineda había toreado en Colombia y Perú, y eso lo hacía el más experimentado y versado de los toreros venezolanos que conocía la gente de Maracay. La carrera de Pedro fue breve y la realizó por plazas de los llanos y de los andes y, más tarde se dedicó a enseñar a los muchachos. De allí lo bien ganado de “maestro”. Tenía una cartilla, y al parecer esta le dio sus frutos. Fueron muchos los muchachos que salieron de su escuela en Maracay, y el alumno favorito de Pedro Pineda no era César
Girón, era Ramón Moreno Sánchez. Un catirito de tez clara y modales muy finos para el que Pineda guardaba siempre los mejores becerros, los novillos mejor hechos, los consejos oportunos. Para él toda su atención.
Un domingo, Pineda organizó una becerrada. César Girón y Moreno Sánchez, al igual que los otros aspirantes salieron por las calles de Maracay a pegar propaganda y a repartir preventivos, que era la condición para poder torear. Al final de la jornada, César reclamó su paga, la que, según oferta hecha por Pineda, era de dos bolívares. El maestro, en vez de darle la moneda a Girón, le dio un par de alpargatas, que tenían un valor superior a los dos bolívares.
–Para que no andes descalzo.
César, muy molesto, le reclamó:
–Mire, Pineda, no sea bolsa y deme mis dos bolívares.
Le dieron la peseta de a dos bolívares y le quitaron las alpargatas.
Gracias a la marcada preferencia que manifestaba Pedro Pineda por Moreno Sánchez nació una gran rivalidad que se prolongó hasta el primero de enero de 1950, cuando se presentaron mano a mano Girón y Moreno en Caracas. Un novillo hirió a Moreno Sánchez y César Girón se alzó con un triunfo descomunal al matar los seis astados de seis estocadas y dos pinchazos. La euforia fue impresionante. Revisteros y aficionados juraban que habían descubierto una gran figura. Tuvo César la suerte de que se organizaba en Caracas una temporada con matadores de toros, estaban taurinos destacados y actuaba como banderillero el malagueño Fernando Gago, hermano de Andrés, descubridor y “hacedor” del Ciclón mexicano Carlos Arruza. Fernando Gago había oído hablar de Girón por voz del gran aficionado y honesto empresario Juan Vicente Ladera y por el banderillero andaluz Manuel Vilchez “Parrita” que vivía en Caracas desde que abandonó España a raíz del estallido de la Guerra Civil.
Fernando Gago vio no sólo la hazaña del principiante, sino que cató su valor, decisión y clara disposición de ser torero al quedarse sólo con la corrida, en la plaza más importante de su tierra. De inmediato se puso
en contacto con César Perdomo Girón, primo hermano y representante de la familia. El que, al fin y al cabo, decidía. Perdomo le entregó a Fernando Gago la mitad del dinero para el pasaje y los cinco bolívares para las estampillas del pasaporte. Girón no tenía ni un bolívar.
César Perdomo daba sus primeros pasos en la política, cobijado bajo la tolda Social Cristiana o partido Copei con “El Negro” José Antonio Pérez Díaz, Edecio La Riva Araujo y el doctor Rafael Caldera, que, además de ser entusiasta taurino, se convertiría en gironista hueso colorado y un decidido impulsor de la fiesta de los toros en Venezuela cuando llegara a la Presidencia de la República en 1968.
Girón llegó a Madrid el 4 de abril de 1951 con sesenta dólares, una maleta de cartón, atada con un mecate, una máquina de escribir, una espada, un pantalón y una camisa. La maleta iba llena de ilusiones, esperanzas y mucha ambición. Se hospedó en la Pensión Filo, ubicada en un edifico muy cerca de la plaza de Santa Ana, en el segundo piso del Villa Rosa, la famosa sala de fiestas cuyas paredes exteriores están adornadas con azulejos de bucólicos motivos.
Era el Villa Rosa la sala de fiestas donde los toreros festejaban con grandeza, tronío y mucha marcha los triunfos de Madrid. Aquellos éxitos y apoteosis que prometían las llaves del mundo. Era un Madrid de edificios ocres y de calles estrechas, callejuelas azotadas por los vientos primaverales que llegaban trenzados con frías brisas del Guadarrama, haciendo de la soledad algo extraño e inmenso.
Desde la pensión se llegaba andando por Alcalá a la plaza de toros de Las Ventas. Mole ocre e inmensa, de ladrillos que se doraban con la puesta de sol al atardecer. La plaza más importante del mundo que esperaba para convertir a César Girón en un héroe de la Fiesta de los Toros, ya que el caraqueño abriría en siete oportunidades su Puerta Grande.
Allá en el ruedo de la Monumental de Las Ventas, jugaban al toro unos muchachos que querían ser toreros. Uno era el cuñado del conserje, Paco Parejo y con cara de gamberro, delgaducho y débil, Antonio Chenel “Antoñete”. Con Antonio César Girón hizo de toro, hizo de torero, y conectó una entrañable amistad.
El venezolano, desde el primer día, fue bautizado como “El chico del jersey”. Era un jersey, un suéter, su única prenda de vestir contra el intenso frío invernal madrileño. La pensión Filo estaba a escasos
pasos del Hotel Victoria, que había sido el cuartel general de Manuel Rodríguez “Manolete” y de don José Flores “Camará”, cuando el califa cordobés en sus días de grandeza toreaba en Madrid.
A los pocos días de estar en España, Fernando Gago llevó a César a Sevilla. Se celebraba la Feria de Abril y don Fernando quería que César viviera el taurinismo sevillano. En La Maestranza le encerró un toro que había sido rechazado por defectuoso en alguna corrida, y ante algunos periodistas y aficionados hizo César Girón su entrada en España. La impresión fue intrascendente. Apenas concluida la temporada en Sevilla Gago siguió su camino como torero subalterno en las cuadrillas de las figuras del toreo como buen torero subalterno. Girón volvió a Madrid sin que sepamos otra cosa de él, más que su actuación en la placita de Miranda de Ebro (Burgos) el 13 de mayo de 1951.
Se convertiría César Girón en una cuña metida en el retablo del toreo español. Cuña de olorosa y exótica madera del Caribe, de perfume envolvente que impregnó el vacío que habían dejado Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita Chico” y Carlos Arruza. Todo se coció con el hilo del toreo al que se refiere el maestro Pepe Alameda, que con el zurcido de ese hilo los toreros americanos han izado una bandera que surge igual en una playa en la que rebotan las espumas del Mar Caribe, o en las cimas de los picos y volcanes andinos y en las inmensas mesetas y profundos valles del México Azteca. Girón nació de Arruza y ocuparía su vacío, cuando Carlos le diera, más adelante en el tiempo, el abrazo doctoral en Barcelona.
Girón vio a Arruza y este le encantó al extremo que como torero, a pesar de haberle visto junto a Manolete en el ruedo de Maracay, fue Carlos Arruza quien le serviría de ejemplo en su vida como torero y persona.
Salamanca fue la tercera estación en su “viacrucis” inicial: Pensión Barragué. Veinticinco pesetas diarias con derecho a dos platos de lentejas: uno a medio día y otro para la cena. Los domingos, por ser domingo, garbanzos con las lentejas. Antes de coger carretera a Salamanca pasó unos días en Madrid, en una pensión de la calle General Pardiñas, número 22, a cincuenta pesetas diarias con derecho a comida.
Le echaron de la pensión porque comía mucho pan. La dueña del hospedaje le decía: ‘‘Hombre, coma usted carne en vez de comer tanto pan”. Pero Girón se hartaba de ese pan tan grueso, rico, crujiente y sabroso que es el pan español. Era 1951 un año de mucha escasez de 143
trigo. No había pan y no lo hubo hasta que el general Juan Domingo Perón, Presidente de la República Argentina, llenó barcos de trigo americano para quitarle el hambre de pan a España. Hambre provocada por el boicot de los norteamericanos y de los países europeos a raíz de la II Guerra Mundial. Un hambre parecida, tan cruel e injusta, que pagaría el pueblo español como la que más adelante por un boicot de los mismos protagonistas iba a sufrir el pueblo de Cuba. España le daría la mano a la Perla de las Antillas, a La Habana, que había sido durante la colonia la lentejuela más brillante en el capote del Caribe. El arma del boicot continúa sus estragos.
Ni un tentadero. En Salamanca mucho frío y mucha hambre. Termina la temporada con siete mil pesetas en la bolsa, ahorradas de las 19 novilladas que toreó. Invirtió cuatro mil quinientas pesetas en un vestido de torear y las restantes dos mil quinientas, en pasar el crudo invierno salmantino.
Su vestuario consistía en una camisa gris a rayas, que lavaba todas las noches y ponía sobre el radiador, cuando había calefacción, para que se secara. Llegó a ser tan difícil su situación, que casi lo echan del país por indocumentado, porque Girón no tenía las siete pesetas que necesitaba para los timbres fiscales e impuestos que legalizaban su situación de extranjero. Afortunadamente surgió al quite Marcelo Romero, un banderillero que luego formaría parte de la cuadrilla de Efraín Girón, y le regaló ¡siete pesetas! que César Girón necesitaba para poner en regla sus documentos.
Fernando Gago, que vivía de lo que toreaba como banderillero, estaba en América haciendo campaña en las corridas que su hermano Andrés organizaba en el Nuevo Mundo. Mientras, allá en el Viejo Continente, su poderdante dormía con los botas puestos porque no aguantaba el frío de Salamanca.
Los ganaderos españoles son muy celosos en sus tentaderos y por ello se cuidan mucho de quien va a torear al campo. No se torea si no es invitado. En aquellos días del franquismo, los terratenientes eran muy poderosos y ponían delante de los intrusos a la Guardia Civil por “quítame esta paja”. Un día, César tropezó en una de las calles convergentes a la Plaza Mayor de Salamanca con don Antonio Pérez Tabernero, célebre ganadero charro. Con el desenfado que siempre le caracterizó, se le acercó y le dijo:
–Don Antonio, por favor, ¿por qué no me echa usted una vaquita en el campo? El ganadero, persona siempre amable, le contestó con mucho cariño:
–No te preocupes muchacho, que tengo una vaquilla apartada para ti.
En 1954, cuando César triunfó apoteósicamente en La Maestranza y un toro le echó mano en Sevilla, siendo César figura del toreo, don Antonio Pérez Tabernero fue al Sanatorio de Toreros a visitarle y, con intención de ser simpático, le dijo:
–César, cuando salgas de aquí, para reponerte, te vienes a casa, a San Fernando, a torear una vaquilla. César le contestó:
–Don Antonio, la vaca que usted dijo que me tenía apartada supongo que ya habrá parido y todas esas cosas.
Aquella Navidad en Salamanca César recibió de aguinaldo cincuenta pesetas. Fue un muchacho venezolano, estudiante de medicina de nombre Enrique Rodríguez, que al llegarle el dinero de Venezuela apartó cincuenta pesetas y se las regaló a César. Rodríguez se había fijado en la patética imagen de los zapatos del novillero, sin tacones, reforzados en la plantilla con papel de periódico, “para tapar los huecos que tenían en las suelas”. Por eso, cuando caían las usuales nevadas, Girón resbalaba al caminar por las calles de “Salamanca la blanca”. César, feliz y contento, se fue de inmediato a una zapatería en cuyos escaparates estaban los zapatos que cada helada mañana veía, con la misma ansiedad que un hambriento mira un escaparate de confitería. Sin pensarlo dos veces compró el par de zapatos, que tantas veces había visto en el aparador, echó en un cesto de la basura los viejos y a caminar ¡Feliz y contento por calles y avenidas salmantinas! ¡Hasta que comenzó a llover!...Y Girón feliz, sin importarle que cayeran del cielo sapos y culebras. Seguía su marcha de triunfo, bajo la lluvia, como si fuera una versión tropical de Gene Kelly. Hasta que notó que el agua le calaba los pies. ¡Que los zapatos se habían quedado sin suelas! Los zapatos estaban desechos, porque los zapatos de sus sueños eran ¡zapatos de cartón!
César Girón soportó todo el frío, toda el hambre, la inmensa soledad que le acompañaba, el desprecio de muchos que veían en él al indio, al mono, al “guayabita”, al “al chico del jersey”, que fueron los motes despectivos con los que algunos le trataron. Otros, como Victoriano Valencia y Antonio Chenel “Antoñete”, compañeros suyos en la pensión
Barragué, de Salamanca, le ayudaron con su estímulo y caluroso afecto.
Pero el destino a veces parece marcado y lo que va a ser debe ser.
Un día se encontró César Girón en la tapia del tentadero de Leopoldo Clairac. Entre los toreros estaba Agustín Parra “Parrita”, cuñado de Manolete y un torero importante de la postguerra. También estaba en el tentadero el célebre empresario catalán, don Pedro Balañá.
Y fíjese usted, amable lector, por dónde salta la suerte. Parrita, al ver a Girón, le cede una becerra muy buena. César, sin dudarlo un instante, salta de la tapia y sin atorarse, por el ansia de torear y a sabiendas que se jugaba muchas cosas importantes frente a don Pedro, se planta frente a la res y le dibuja muletazos de mucha valía. Don Pedro se entusiasma, porque no hubo nada que le entusiasmara más al gran Balañá que descubrir toreros y ayudar al que verdaderamente se lo merecía. Esa fue la grandeza su grandeza: fue un descubridor de valores de la torería. Don Pedro inventaba parejas en los carteles de competencia, descubría ganaderías, develaba novilleros entre la multitud de aspirantes, fue junto con don Pablo Chopera uno de los grandes empresarios históricos.
Balañá le habló a César Girón para que se presentara en Barcelona, en la plaza Monumental, propiedad de don Pedro que tuvo, mientras él la administró, una categoría máxima. Cuando regresó de América Fernando Gago, don Pedro Balañá le informó que César Girón estaba anunciado en la Monumental para el 16 de marzo. Ese mismo invierno un grupo de aficionados le jugó una broma a César. Una broma pesada, de las mismas que él gustaba gastar a sus compañeros. Vino un maletilla y le llamó a un aparte de la pensión y le dijo:
–Mira, chico, no le vayas a decir a nadie, pero mañana hay tentadero casa de don Lisardo Sánchez, cerca de Badajoz.
César no durmió en toda la noche. Muy temprano tomó el tren en Tercera Clase y se marchó a Badajoz. Había gastado las pesetas que le quedaban pero lo importante era ir al tentadero. Cuando llegó a la finca se topó con don Lisardo, que de mala manera le preguntó qué hacía allí, sin que le hubieran invitado. Lo cierto es que no había ni tentadero ni nada, y como Girón le dijo que había ido a torear, Lisardo Sánchez, hombre de malas pulgas le dijo:
–Mira, muchacho, si quieres comer tienes que trabajar. Aquí la labor comienza a las cinco de la madrugada. Y allí, en la finca de don Lisardo
Sánchez en Badajoz, estuvo César Girón a las cinco de la madrugada, abrazado por un frío infernal, pesando cochinos casi en tinieblas. Todo para poder comer.
Al final de la jornada, Lisardo Sánchez se compadeció de César Girón y le echó dos vacas en el tentadero. Dos vacas toreadísimas. Una le pegó una paliza tan grande que le destrozó la camisa gris a rayas, el orgullo de su trousseau, que era la única prenda de vestir que tenía Girón.
Al otro día, adolorido y lleno de hematomas por las palizas que le habían pegado las vacas toreadas que el ganadero le había echado, César Girón le vendió al hijo de Lisardo Sánchez una toalla, de esas que fabricaba Telares de Maracay y que doña Esperanza Díaz de Girón le había puesto a César en el equipaje con cariñoso orgullo. Una toalla llena de colorido, palmeras y bañistas en traje de baño, que al joven Lisardo encantó. El muchacho le dió al caraqueño, a cambio, cien pesetas que sirvieron para el viaje de vuelta a Salamanca.
En el tren de vuelta, aprovechó que estaba vacío para meterse en el vagón de Primera Clase, echarse en el asiento muelle y amplio, para dormir a pierna suelta. Cuando llegó el revisor a pedir el billete, le dijo:
–Maestro, mire usted, es que como vi el tren vacío... El colector, le contestó molesto:
–Maestro será su padre de usted. Yo no he sido nunca albañil.
Otro día un grupo de novilleros le invitó a ir a un tentadero en Villavieja de Yeltes. Sin darle muchas explicaciones le metieron en un taxi y, cuando iban llegando le pidieron veinte duros para la aportación del pago del taxi.
– ¿Están locos? ¿De dónde voy a sacar cien pesetas? Como vieron que no tenía dinero lo dejaron en Villavieja, a más de siete kilómetros de la finca. Cuando llegó le preguntó al mayoral si le daba una oportunidad con las vaquillas. Lo que hizo el capataz fue llamar a la Guardia Civil y lo echaron de la ganadería. El regreso a Salamanca fue andando, por la ruta del Lazarillo de Tormes o como si se tratara de Gil Blas de Santillana, pues, de pueblo en pueblo, tardó casi dos semanas en cubrir el trayecto. Cuando llegó a Salamanca se encontró que el padre de Victoriano Valencia le había enviado por correo un kilo de caramelos y una botella de champaña.
César y el padre de Victoriano habían hecho una cariñosa amistad, sólo de hablar por teléfono. Victoriano Valencia fue un gran amigo para César. Como tenía medios, era estudiante de la Facultad de Derecho en la Universidad de Salamanca, invitaba a Girón a merendar, le regalaba ropa y cuando podía una que otra peseta. La noticia de la contratación de César para Barcelona, tuvo la resonancia de una bomba entre los maletillas de invierno de Salamanca y entre los estudiantes venezolanos de la Facultad de Medicina de la Universidad –Muchachos, les dijo César Girón a sus paisanos, ¡toreo en Barcelona! O soy figura o me mata un toro. Uno de los estudiantes le dijo: –César, con lo que tu corres ¿cómo te va a alcanzar un toro? Los compañeros de terna fueron Carlos Corpas y “Antoñete”, y le decían:
–”Indio, te vamos a meter el pelo pa’ dentro.” Hizo el viaje de Calatayud a Barcelona y al llegar a la Ciudad Condal le esperaban los hermanos Pepe y Victoriano Valencia, quienes le invitaron a comer al Bar Canaletas. Se alojó en el Hotel Comercio de la Calle de Escudillers, hoy día el hospedaje obligado para aquellos que comienzan. Es un hotel con mucho carácter, de buen aire como dicen los taurinos. César lo puso de moda desde ese día.
César Girón narra aquella primera experiencia en Barcelona al periodista Marino Gómez. Santos, de esta manera:
“Recuerdo una tarde de domingo en el Hotel Comercio. El traje del matador que había toreado aquella tarde en Barcelona estaba colgado en el balcón, que daba a la estrecha calle de Escudillers. El mozo de espadas le había limpiado las manchas de sangre con un cepillo. El oro de la taleguilla se había vuelto, momentáneamente, desvaído. Desde aquel balcón se veían las tabernas, en cuyas puertas estaba escrito con pintura blanca: ‘Hay champiñón’. ‘Se sirven comidas’.
Entraban soldados de la Marina norteamericana, que hacían funcionar las máquinas tragaperras para hacer sonar tres o cuatro rocks a un tiempo. Por aquellas puertas salía humo de cigarros, olores ácidos de perfumes baratos y guisos pobres
–Me dieron la habitación número 11; y le respondió el padre de Victoriano:
–Mañana vas a tener suerte, porque el número 11 siempre trae suerte.
Contaba César que a las cinco de la mañana llamó a Victoriano Valencia, para pedirle “Chico, ponme discos a ver si me distraigo”. Este gran amigo, que ha sido siempre Victoriano, estuvo poniéndome discos desde la madrugada hasta las diez de la mañana, y yo escuchándolos por teléfono.
“Victoriano me vino a buscar y fuimos a misa, a una iglesia pequeña llamada Santa Mónica. Recé mucho, lo recuerdo. A las 12 del mediodía me encontré a “Antoñete”, que venía con unos amigos, de esos que rodean siempre a los toreros. Me dijo: –Vamos a dar un paseo.
“Le contesté, sinceramente: No me puedo mover, porque tengo mucho miedo. Hoy me lo juego todo. En el patio de caballos le dije a mis compañeros, acordándome de aquello de ‘Indios, te vamos a meter el pelo para adentro‘: muchachos, aquí es donde quiero ver cómo me van a meter el pelo pa’ dentro...
César Girón cortó tres orejas la tarde de su debut en Barcelona y salió a hombros de la Monumental. Volvió y toreó veintidós tardes, superando la marca de Vicente Barrera, que había toreado 11. César se convirtió, gracias a Barcelona, en uno de los novilleros preferidos por las empresas.
Era la época de “Antoñete”, Pedro Martínez “Pedrés”, Juanito Posada... A Madrid fue el 10 de julio de 1952, como novillero. Una novillada de Felipe Bartolomé. Con “Antoñete” y Carriles. Repitió a las dos semanas y cortó dos orejas en Las Ventas. Un éxito muy comentado. Fue el novillero estrella de 1952, y con mucha fuerza llegó a la alternativa, aunque sin un futuro cierto porque no había contratado corridas para la temporada de 1953 y en su tierra poco o nada creían en los sonados éxitos hispanos.
En la misma entrevista que le hizo para Ruedo Ibérico, el periodista Mario Gómez-Santos, narra algo muy significativo que ha sido una especie de denominador común para todos los toreros venezolanos. Bueno, no solo para los toreros, sino para cualquier venezolano que triunfe en la vida, en el extranjero.
“Fue la temporada más dura (1952-1953). Carlos Arruza me dió la alternativa”, narra Girón en la entrevista
“¿Quien me lo iba a decir cuando, cinco años antes, quise robarle el traje de torear, allá en Maracay? Lo tenía colgado en un balcón y yo, con un palo largo, intentaba cogerlo desde abajo.
“Luego fui a México y fracasé. Toreé en México, el 25 de diciembre de 1952. Alterné con José María Martorell, Jorge Aguilar ‘El Ranchero’ y Manuel Capetillo. Los toros eran de la ganadería de Tequisquiapan. Al toro ‘Canastillo’, número 47, de 437 kilos de peso, le corté una oreja; pero a pesar de eso no cuajé en México. Ese año toreé allí cuatro corridas de toros.
“Llegué a Venezuela en plan humilde y nadie me hizo caso. Iba casi con lo puesto. Toreé siete corridas de toros en Venezuela y no me quedó ni un céntimo. Me vine desmoralizado. Nunca he deseado más que el avión se cayera o que me matara un toro”. César Girón fue a España con una sola corrida contratada: la del Domingo de Pascua en Cartagena.
“Toreaba con Manolo Carmona y Antonio Bienvenida. En esa corrida de toros, al primero le corté las orejas y el rabo, y por ese éxito me contrataron para sustituir a Pepe Luis Vázquez en la Línea de la Concepción, al día siguiente.
“Llegué a La Línea por la tarde, con los minutos justos para vestirme e ir a la plaza. Corté cuatro orejas, dos rabos y una pata. De ahí para arriba todo lo que quieras. Toreé 41 corridas sin ir a Madrid...”. Esta narración de aquellos primeros pasos es una lección para los toreros venezolanos, porque a todos les ha sucedido que cuando regresan triunfantes de España, o de México, los empresarios y periodistas de Venezuela no los reciben como ellos, los toreros, esperaban, conscientes de de haber hecho un gran esfuerzo merecedor de ser reconocido. La mayoría no supera el duro shock de la indiferencia. Fueron muchas las grandes tardes de Girón en su carrera, como las dos de Sevilla, en la Maestranza, cuando en una misma Feria de Abril, en dos tardes cortó dos rabos. O aquella Corrida de la Prensa en México, cuando cortó cuatro orejas y un rabo a los toros de don Fernando de la Mora.
Inolvidable Lima, el primero de noviembre de 1954 cuando cortó la única pata que se ha concedido en la bicentenaria plaza de toros de
Acho. La otra pata, que como trofeo dicen cortó Luis Procuna, en realidad no fue concedida por la autoridad limeña, sino que fue cortada sin autorización por el peón de confianza de Procuna, David Siqueiros, “Tabaquito”. César, en Lima, le cortó la pata a un toro de la ganadería peruana de Huando y alternó con los españoles Antonio Bienvenida y Rafael Ortega. Había sido una feria importante para Girón, aquella del Señor de los Milagros. El venezolano era la base de los carteles.
La feria comenzó el 17 de octubre, con toros de Juan Cobaleda, Antonio Pérez, Atanasio Fernández y un sobrero de Yencala. César cortó dos orejas y fue el triunfador de la tarde. Bienvenida y Carlos Corpas pasaron inadvertidos. Repitió al domingo siguiente, 24 de octubre, junto a Rafael Ortega y Manuel Jiménez “Chicuelo II”. César cortó un rabo y volvió a ser el triunfador. Por tener compromisos en Caracas y en Bogotá no volvió a Lima hasta el célebre día primero de noviembre, cuando cortó la pata. Terminó su temporada peruana el 14 de noviembre, mano a mano con “Chicuelo”. Girón también fue el triunfador: dos orejas. El año de 1954 César toreó en Lima cuatro tardes, ¡sumó diez orejas, tres rabos y una pata!
De su apoteosis en Lima, Humberto Parodi, acreditado en la Ciudad Virreinal por la United Press International (UPI), envió al mundo el siguiente despacho fechado el primero de noviembre:
En su tercera y última actuación en la plaza de Acho, el nuevo fenómeno de la tauromaquia, César Girón, hizo que una vez más se agotasen las localidades desde la víspera de la corrida.
Fue la de hoy un bella tarde primaveral, de sol, que ayudó para que la fiesta española luciera en todo su esplendor. Al terminar la corrida, el dramático y desconcertante trasteo de que hizo gala, había convertido a Girón en el nuevo ídolo de los aficionados limeños.
Se lidiaron seis pupilos de Huando, los cuales fueron bien presentados. Tres de ellos acusaron bravura y los restantes fueron mansurrones, originando algunas dificultades para la lidia. Al hacer el paseo los tendidos de Acho presentaban un aspecto inusitado. Todas las localidades se veían ocupadas hasta los palillos del techo, cosa 151
nunca vista en Lima. Tal fue el entusiasmo despertado por la tercera corrida, con la que se despedía Girón.
Antonio Bienvenida tuvo una buena tarde, a pesar de que el lote que le tocó en suerte no fue de lo más manejable en el encierro. En el primero se lució en quites y trató de apoderarse del difícil enemigo sin conseguirlo y terminó después de dos medias estocadas y al tercer intento de descabello. (Pitos y palmas). A su segundo lo recibió con bellos lances de capote, hizo quites muy pintureros y puso tres pares de banderillas que le valieron enorme ovación. Con la muleta trasteó muy bellamente, tanto con la derecha como con la izquierda. Serie de naturales muy buenos adornándose y siendo aplaudido. El toro desarrolló genio y en un pase lo cogió por el bajo vientre en forma aparatosa. El toro levantó dos veces del suelo a Bienvenida, destrozándole la ropa. Se deshizo Bienvenida de las asistencias cuando lo llevaban a la enfermería y volvió al toro, al que despachó de tres pinchazos y dos descabellos. Gran ovación al retirarse a la enfermería de dónde no volvió a salir.
Rafael Ortega no pudo aprovechar a su primer enemigo porque al salir de los chiqueros el peón Moyano lo estrelló contra los tableros en forma aparatosa, quedando el animal congestionado. Poco pudo hacer el espada con el enemigo, limitándose a trastearlo brevemente, terminando después de excelente estocada. (Muy aplaudido). En su segundo se lució con el capote y en quites; hizo una faena muy valiente con ambas manos y terminó al huandeño de excelente volapié que se aplaudió con calor, concediéndosele una oreja.
César Girón fue el triunfador de la tarde con dos faenas que lograron emocionar al público, que le aclamó delirante toda la tarde.
Su primer enemigo resultó mansurrón y difícil. Se le metió peligrosamente por el lado izquierdo y lo toreó muy bien con el capote. Le puso un par de banderillas muy bueno y desistió de seguir banderilleando porque resbaló y se torció un tobillo. Con la muleta, dada la mala calidad del dicho, nadie esperaba una faena; pero Girón desengañó al enemigo con enorme faena de derechazos que el público recibió puesto de pie. El diestro cada vez más valiente y artista hizo lo que quiso con el enemigo y lo mató de gran estocada concediéndosele las dos orejas y el rabo por lo difícil que fue el toro.
Fue la apoteosis con el último de la tarde, un hermoso ejemplar de Huando. Desde que hizo su aparición en chiqueros, Girón lo lidió y cuidó asombrosamente. Con el capote le dió seis verónicas que fueron una
pintura. Toreó por chicuelinas admirablemente. Y con las banderillas después de aparatosa preparación, dejó tres asombrosos pares de poder a poder. Sale a los medios a cosechar una ovación y luego de brindar al ganadero y empresario inicia con estatuarios de espanto, se lleva el toro a los medios y allí realiza pases en redondo, vuelta completa, naturales asombrosos, pases de pecho, series de nuevos pases que alocan a la gente que de pie aclama al torero. Da pases con las dos rodillas en tierra que asustan al público, sigue de pie con manoletinas y otros pases inverosímiles en forma ceñida y limpia. Como pasase el enemigo se perfila y deja un volapié enorme. Cae el toro sin puntilla y la plaza de pie aclama a Girón, viéndose obligada la Presidencia a cederle las dos orejas, el rabo y una pata.
El público le saca a hombros desde los Valles de Lima hasta el Hotel Bolívar, en medio de una gran manifestación nunca vista en los anales taurinos limeños, y ello es la consagración en esta plaza del venezolano a quien consideran aquí como la figura del toreo más grande que Lima jamás haya visto.
Sus temporadas brillaron con luz de figura del toreo y a pesar de haber sido un tipo de difícil carácter, tuvieron que tragarlo por su calidad profesional. De él escribieron los grandes críticos y literatos de la fiesta, de manera laudatoria, porque su vida ha sido un ejemplo para los hombres que tienen suficiente valor de abandonar el techo que les vio nacer para abrirse camino en tierras extrañas.
Cito a Filibero Mira, biógrafo de la Maestranza, cuando se refiere a Girón y sus éxitos en Sevilla en abril de 1954:
“Toreo variado, impetuoso, agresivo, el del vitalísimo César Girón que era un lidiador completo con valor y recursos. Conocedor profundo del toro y sin ignorar ninguna suerte pues todas las realizó con destreza ejemplar y plena entrega. Su estilo era el del toreo ciclónico que dinamizó Carlos Arruza; que fue precisamente el padrino de su alternativa. Como veremos más adelante, fue otras tardes rival –en noble y reñida competencia– nada menos que de Antonio Ordóñez. Existió una rivalidad, muy acentuada, en el coso sevillano, entre el de Ronda y el de Maracay, que dió esplendor y grandeza a la década de los cincuenta. Incomprensiblemente esa torera lucha no fue ni reconocida ni estimada lo suficiente por la crítica taurina de esos años. Han escaseado –también esto incomprensible– los escritores que han valorado en la medida que se merecieron las grandes virtudes de este caribeño que no tenía buen tipo de torero, pero lo fue de cuerpo entero y en grado superlativo. 153
Aunque César Girón no superó sus éxitos de los días 27 y 29 de abril de 1954, no contabilizó ni una sola corrida deslucida de cuantas toreó en La Maestranza, que fue la plaza que lo encumbró”. Cuando comenzó la temporada del 55 tenía firmadas 106 corridas de toros, pero una cornada el 30 de junio en Burgos, una cornada muy grande y muy grave, lo paró en su meteórica carrera.
Fue su paso por Las Ventas, aquel año de 1955, el punto absoluto de su consagración como figura del toreo. Madrid confirma, no hay duda. El 14 de mayo confirmó su alternativa con toros de Juan Cobaleda, con Antonio Bienvenida de padrino. “Bravío” fue el toro de la ceremonia cuya muerte la brindó a Fernando Gago, su descubridor para España y para ese entonces su apoderado...
De su estreno ante la afición madrileña comentó Marcial Lalanda en un despacho que envió Ramón Medina Villasmil “Villa” al diario caraqueño La Esfera que: “Hace dos años vi a Girón. Ahora le veo nuevamente y le encuentro hecho una auténtica figura del toreo. Creo que la suya es hasta ahora la mejor faena realizada en San Isidro”. Pero aún había más. Seis días más tarde saldría a hombros en Madrid; y así relató don Gregorio Corrochano la actuación en aquella célebre crónica que tituló: “César Girón”, sencillamente; con el sumario, célebre como todos los acertados titulares de Corrochano: “se ha perdido el sentido del toreo”.
Veamos qué dijo:
Las corridas de toros han ido empequeñeciéndose, achicándose hasta reducirse al toreo de muleta. Los matadores se han desaficionado al toreo de capa, hasta caer en desuso. Los más antiguos se van olvidando; los modernos no saben torear de capa, ni parece que intentan aprender. El capote del matador sirve para dirigir la lidia, para acudir con oportunidad al quite, para torear con garbo y estilo en contraste del tercio de quites, para dar diversidad y colorido a la dureza del tercio de varas, para cuidar del toro, según las condiciones de bravura y poder, que unas veces ha de emplearse con dureza y otras no. Aunque la muleta sea lo definitivo, porque precede a la muerte del toro, el capote en manos expertas de un matador le prepara la faena de muleta. Por esto, cuando veo que los matadores no usan adecuadamente el capote y hasta prescinden de él, sospecho que se ha perdido el sentido del toreo. La suerte de matar, que es la final, empieza en el primer capotazo. Esto que parece una exageración o una genialidad de aficionado antiguo es una realidad. Todo lo que se hace desde que sale el toro es para matarle con unas normas que no han sufrido variación ni pueden sufrirla, porque después del recurso que se le ocurrió a Costillares para matar a los toros aplomados o agotados que no iban al cite de recibir, con lo que se amplió la suerte, las normas no han variado. Habrá matices, según el modo de hacer de cada uno, según se acomode mejor al toro pronto o al toro tardo, y para eso precisamente está la lidia, y para lidiar, el capote. Por eso la muleta depende del capote. Porque hay que llevar la lidia, gradualmente, desde que sale el toro, al ritmo y al son necesarios. Ni pasarse en el castigo ni dejarle entero. Esto es lo que queremos decir cuando opinamos que la suerte de matar empieza en el primer capotazo; por eso los capotes se llamaron de brega, por esto se llamaron peones de brega los hombres que auxiliaban la lidia, pero siempre bajo la dirección del matador o jefe de cuadrilla. No se debe mover un peón ni colocar un picador sin que lo ordene el matador, que debe estar en constante vigilancia y aconsejar a la vista del toro la lidia: esto es, cómo se debe hacer el toreo en ese toro. Porque el toreo depende del toro. Si los toreros siguieran las reacciones del público, tendrían una visión más clara. El público se equivoca en el detalle, pide cosas que no debiera pedir, anda un poco desorientado, consecuencia natural de cómo se conduce la fiesta;
pero cuando un torero recobra el perdido sentido del toreo, el público lo ve, y lo siente, y lo acusa de manera inconfundible. No es el aplauso de la simpatía, ni es el aplauso de la amistad, ni es el aplauso benévolo y alentador. Es el Aplauso. El aplauso con mayúscula, que el público rinde sin condiciones y sin sensiblerías. Y es que el público todavía conserva, a pesar de todo –y de todos– el sentido del toreo. Cuando oigo decir a los mixtificadores del toreo, para disculparse: ‘esto es lo que le gusta al público’, replico, sin poderme contener: sí, ya sé que el público toma malta cuando no le dan café; pero cuando le dan café, lo saborea.
Ahí está de ejemplo, el toro de Girón. ¿Qué hizo César Girón? Dar sentido al toreo. El público no destacó una faena de muleta entre sesenta faenas. El público vió en un toro lo que no había visto en cincuentinueve. Vio el toreo. Que no es solamente una tanda de pases con la derecha o con la izquierda, más o menos logrados, con un concepto restringido y monótono. Todas las tardes vemos a los toreros echarse el capote a la espalda y dar atropelladamente lances al costado, que se llaman, mal llamados, de frente por detrás, porque en los lances de frente por detrás está el toro a la espalda. ¿Cómo toreó Girón con el capote a la espalda? Sin barullo, sin moverse, con temple, cargando suavemente la suerte, viéndosele marcar los tiempos, como yo no los he visto dar desde que los dió Gaona, por eso se llamaron gaoneras. Así se torea con el capote a la espalda. El público que ve todas las tardes los capotes a la espalda tuvo sensación de cosa distinta. Y si otras veces aplaude el atropello y las manchas de sangre en el vestido, aquella tarde aplaudió de otra manera, distinguió el café de la malta. Y la faena no sólo se compuso de muy buenos pases con la mano derecha y con la mano izquierda, sino que tuvo la diversidad, que prende en el tendido con alegría inquieta de incertidumbre. Entre el toro y el torero andaba el toreo. Y dió un pinchazo en hueso, y como al salir de él quedara el toro igualado, entró otra vez a matar sin pases inútiles de preparación innecesaria. Esto es traer a la plaza el perdido sentido del toreo.
Gregorio Corrochano.
César ha sido como el oleaje del Mar Caribe: rotundo y sonoro. Un mar que le dio al toreo su primera víctima gloriosa, el mulato José Cándido, hijo de amores jamás declarados entre una dama sevillana, de alcurnia, con uno de sus criados, un negro antillano.
Porque José Cándido, primera víctima oficial del toreo, era mulato, de una piel de oscuridad distinta al cobre de los gitanos, era su piel la alianza de sangres que hizo morena a la América Hispana...
“Lo cual –dice José Alameda– equivale a meter tempranamente al mar Caribe en la ‘chismografía’ taurina”. José Cándido fue hombre de grandes dotes. Nacido en Chiclana, edén encantado de hermoso cielo azul, sirvió de aula para aprender de José Redondo y del gran estoqueador sevillano Lorenzo Manuel, el oficio de matador de toros.
Dice Sánchez de Neira que “el genio de José Cándido supo rebasar la línea que separaba al torero de valor del lidiador con arte, y juntando ambas cualidades, llamó sobre sí la atención de los aficionados al gran espectáculo, fomentándolo y engrandeciéndolo...Para esto era preciso, además de practicar bien las suertes más en uso, inventar otras que, cuanto más difíciles fueran, más tocasen por lo mismo a los sentidos del espectador...Sólo a un hombre de grandes dotes le era dado hacer esto...Y Cándido lo hizo”. César casa con Danielle Ricard en 1957. Ella es la hija de uno de los hombres más ricos de Francia. Un acaudalado hombre de negocios de Marsella. Propietario de ganaderías de reses bravas, fábricas de licores que conoce toda Europa con el famoso aperitivo Ricard, propietario de escuderías de Fórmula Uno y autódromos. Marsella es el teatro de operaciones de Monsieur Ricard. Restaurantes, citas de afamados
hombres de negocios y, sobre todo, el jet-set europeo que comienza su configuración contemporánea, precisamente, bajo el mecenazgo de Ricard.
César conoció a Danielle durante una Feria de San Isidro y el noviazgo, como todo lo suyo, fue vivido vertiginosamente y con intensa pasión. Luego de verla en las corridas de Madrid la perdió de vista, hasta una noche que la volvió a encontrar a la salida del Estadio Santiago Bernabéu, en el Paseo del Generalísimo, ahora Paseo de La Castellana.
César, le pidió a Danielle le sirviera un café, para el frío, porque no podía servirse él mismo ya que sus manos, muy sensibles a causa de las hondas heridas que le había dejado el voraz incendio que destruyó su humilde hogar en Maracay, no se lo permitían. Cuando notó que la chica también estaba nerviosa, y que le temblaban las manos, no por el frío, sino por la cercanía de César y que no podía servir el azúcar, Girón le declaró su amor y le pidió matrimonio.
A la semana de la boda, que se celebró en Marsella por todo lo alto, Girón toreó tres corridas de toros y luego se retiró por un año. Reapareció en Castellón de la Plana, al nacer la temporada de 1960.
Concluida la temporada española fue a México, a cobrar una vieja deuda con aquella afición tan entendida y a la vez tan apasionada. Y la cobró.
Carlos León, en su crónica-epístola, del 25 de marzo de 1961, en carta dirigida a Silverio Pérez, que tituló “Girón magistral: cuatro orejas y un rabo”, describe detalladamente los acontecimientos. Un torero tan bueno no podía irse sin convencer plenamente a una afición tan buena como la metropolitana. (Se refiere León a la afición de la plaza México, escenario de la gesta a la que hace referencia en su carta a Silverio Pérez).
En forma inexplicable, la gente la había tomado contra el venezolano, porque en ocasiones se ponía teatral, soberbio y farsante. Pero dentro de este histrión había un lidiador potencial, un diestro con mucho sitio, un torero en plenitud artística. Y le llegó su tarde cumbre, en la que tumbó cuatro orejas y un rabo para que no quedara duda de que es una indiscutible figura de la torería contemporánea. Bravísimo fue el primero de sus enemigos, pero no menos bravura hubo en el corazón del sudamericano. Bien lo toreó con el percal y monumentalmente con la franela, cuajando una de esas faenas que consagran a cualquiera.
Recordarás, “Compadre”, que en tus épocas de torero yo te llamaba en mis crónicas: “El Manco de Texcoco”, porque, toreando con la zurda, nunca alcanzabas las magnitudes estéticas y emotivas a que llegaste con la diestra. Esa misma actitud es importantísima en tu próxima carrera de legislador, ya que después de la mala tarde que tuvo Sánchez Piedras con la desatinada izquierda, lo mejor es que tú conserves la personalidad de derechista cumbre que tuviste sobre las arenas.
Pues bien, hoy sí vimos la única atinada izquierda admisible en el admirable trasteo zurdo de César Girón. Lo había iniciado estatuariamente con ayudados por alto, para inmediatamente ponerse el trapo rojo en la mano torera y ligar ocho naturales portentosos por el temple, la quietud, el aguante. ¡El toreo clásico en su más pulcra manifestación! Siguió con la zurda dando extraordinarios naturales, que brillantemente remató con el forzado de pecho. Más, si por ello fuera poco, con la mano de saludar trazó la perfecta circunferencia del toreo en redondo, en dos series monstruosas por lo bien eslabonadas. Y luego el digno remate del volapié definitivo, la suerte suprema en su más pura ejecución. La gente se le entregó, ahora sí, redimiendo la saña injusta con que lo trataron otras tardes. Nevados de pañuelos los tendidos, César cortó las dos orejas y el rabo del burel de don Fernando. Vinieron las vueltas al ruedo en medio de la locura colectiva, pues habíamos presenciado la mejor faena de la temporada. Como era justo, el cadáver del bravísimo burel de Tequisquiapan fue paseado en torno a la barrera, pues tan noble fue el toro, como extraordinario el torero. Por tal faena cumbre, no había ya ni discusión de quién era el merecedor de “La Pluma de Oro”. ¿Pluma nada más? Yo le hubiera dado 159
una máquina de escribir fundida en platino, con teclas de brillantes, el tabulador de rubíes, el soltador de margen de esmeraldas.
La cosa no quedó allí, pues César cortó otros dos apéndices al último de la tarde. Desde los superiores doblones con que inició el trasteo para meter al bicho en la muleta, se mascaba que íbamos a ver otra faena de escándalo. Y así fue. Otra vez los derechazos de dimensiones increíbles y los naturales de espanto, por lo bien hechos. Otra lección de toreo extraordinaria, nueva cátedra del bien hacer, epilogada con el ramalazo del volapié certero. Las dos orejas y la salida en hombros, lograron lo que algún día tenía que suceder: la conquista plena de México por un torero que había sufrido el desprecio y el repudio, pero que acabó por vencer y convencer.
Continúa Carlos León:
Hoy, a ratos me sentía estar en Bayona o en Arles, pues me tuve que pasar la corrida hablando la lengua de Moliere, ya que vine acompañado de Nadime Sonier, parisiense con cabellos de champaña, recién llegada de la dulce Francia. Por eso a ratos yo decía ¡Voilá! Cuando lo indicado era exclamar ¡olé! Pero, naturalmente, a la bella francesita, aunque abría de asombro sus claros ojos, no le impresionaron los cuernos, cuando horas antes había visto los que ponía la preciosa Maricarmen Vela en la picaresca comedia del Arlequín. Por ello, mi admirado “ex Faraón” y próximo diputado, no te extrañe si, en vez de usar el dialecto poético de Netzahualcóyotl, me despido de ti diciéndote: A bienot de a tout a l´heure. De todos modos, sabes que siendo yo descendiente del rey azteca Chimalpopoca, soy tan huehuenche como tú y quisiera haberte enviado estas líneas con un tameme. Te envía un abrazo y vota por ti, tu amigo de siempre,
Carlos León.
La vida de César fue convulsa, irregular, borrascosa, atormentada y huracanada, como rebotan en nuestras playas las olas del Caribe. Girón fue el Caribe, acuñado en el retablo del toreo universal. De su boda con la hermosa y rica Danielle Ricard quedaron tres hijos: Myrna, Patricia y César. Tres jóvenes simpatiquísimos, inteligentes y de distinguido porte.
A César Antonio Girón Ricard le conocí un día que le hice, junto a Federico Núñez, una entrevista en Venezolana de Televisión y otros días que coincidí con él en corridas de toros en las que actuó su primo hermano, Marco Antonio Girón Lozano, el hijo de Curro Girón.
Aunque con marcado dejo francés al hablar, César Antonio se expresa en un castellano de sintaxis correcta, de muy amplio y preciso vocabulario. Dedicado a las ciencias exactas, me habló en aquella oportunidad de su afición por la fotografía, en la que coincidimos y de su vocación por la Física y la Informática. Preparaba viaje a Japón y se mostró muy interesado en conocer el pasado de su padre. Luego me he enterado que vive en Madrid y se ocupa de las cosas de la Casa Ricard en España. Para contar el dinero que hace, debe faltarle tiempo. César Perdomo Girón, su primo en segundo grado y por edad el cabeza de familia, le narró ordenadamente los acontecimientos de la vida del desordenado César Girón, para que se formara una mejor idea de la trascendencia venezolana de su famosísimo padre.
Con Patricia, la hermosa morena, no tuve trato. A Myrna sí la conocí y con ella y su marido, el rejoneador Antonio Ignacio Vargas, coincidí en España.
Un día, en Sevilla, me enteré de que en Carmona el esposo de Mirna Girón Ricard tentaría vacas de la ganadería de Miura. Consideré aquella oportunidad un privilegio de ser testigo de la lidia de una vaca de Miura porque a los tentaderos de Zahariche asisten escasos y muy exclusivos invitados. Como aficionado no estaba dispuesto a dejar ser testigo de semejante experiencia, ver lidiar una vaca de Miura, y muy temprano por la mañana nos embarcamos con Federico Núñez en la terminal de autobuses de Sevilla y tomamos uno hasta Carmona. Llegamos por la carretera de Alcalá, hasta las orillas del Guadaira, pasando por Mairena y Viso, toda tierra de “cante jondo”. Carmona reúne en las ilustres piedras de sus casas, la historia de los césares romanos confundiéndose las piedras con la herencia de los musulmanes. Ciudad de espléndida genealogía. Preguntando aquí y allá, llegamos a un merendero situado a las afueras de la ciudad y al margen de la carretera de asfalto en el que hay una pequeña plaza de toros con sus corrales y chiqueros. 161
Allí Antonio Ignacio Vargas, convertido en fogoso centauro, estaba en el ruedo calentando sus monturas. Durante el tentadero se me acercó Myrna. Joven, bonita, simpática, de suaves, afrancesadas y correctísimas maneras. Incapaz de ocultar su temperamento. Nos pidió la acompañáramos a su casa donde junto a su marido recibiría a un grupo de venezolanos que habían ido al tentadero. Entre el grupo de invitados a la casa del rejoneador don Antonio Ignacio Vargas y su esposa Myrna Girón de Vargas estaban Orlando Echenagucia Hernández propietario de la ganadería de La Cruz de Hierro, Andrés Miguel Velutini, hoy propietario de “Los Marañones”, el señor Luis Alfredo Echenagucia Lovera, acompañados de sus respetivas esposas, Mariela, Graciela y Rosalba, quienes en aquella época eran abonados fijos en la Feria de Abril y compartían un piso que habían comprado en sociedad en Sevilla.
Largamente hablé con Myrna aquella mañana en el automóvil mientras cubríamos el trayecto que separa su casa de Carmona. Habló ella sobre la reciente estada en su casa de su primo Marco Antonio Girón que a finales de los años ochenta comenzaba el camino de ser torero. Más tarde en su acogedor hogar, donde guardan cosas, objetos, crónicas, álbumes de César Girón, con afecto y veneración, fueron los esposos Vargas-Girón atentos y amables con nosotros, sus huéspedes y fue tajante Myrna al manifestar que toda colección de objetos que pudieron haber pertenecido al gran matador, y que son expuestos en casas de particulares o en supuestos museos, fueron tomados del piso de César Girón de Madrid, en el Paseo de La Castellana, o de otros sitios sin consentimiento del propio diestro, o del consentimiento de sus hijos o cualquier familiar, por que César Girón nunca otorgó a nadie, en calidad de préstamo o donación pertenencias privadas. Pudo regalar un traje de torear, un capote de paseo, pero nunca su carnet de conducir o ficha del Sindicato de Toreros. César Girón, aunque separado de su esposa, vivió y murió enamorado de Danielle Ricard. La separación de sus hijos afectó mucho la vida de César, quien se iba y más tarde volvía a los toros en medio de un gran desequilibrio existencial, causado por la separación conyugal.
La primera retirada tuvo lugar en 1958. Un adiós temporal, para descansar un par de años. Volvió en 1960, y en su vuelta, como reseña Carlos León, cobró la deuda de México, pero Madrid en 1961 le cobró sus triunfos con una factura sangrienta: la cornada de Pies de Búfalo, toro del duque de Pinohermoso. Una cornada horrible en condiciones
no cónsonas con la grandeza de César Girón, que ni siquiera estaba anunciado en el abono de Madrid de dónde se había despedido “por naturales”, como en ABC había titulado Díaz Cañabate. Fue a Las Ventas, en una sustitución a Jaime Ostos. César estuvo entre la vida y la muerte y hasta noticias de su fallecimiento distribuyó una agencia internacional.
En 1967 se retiró en Caracas, en el Nuevo Circo, encerrándose en solitario con una corrida de Valparaíso. Fue la única tarde en que se identificaron en afecto César Girón y los caraqueños. Caracas siempre fue muy difícil para César. Injusta, es la palabra exacta. Toda Venezuela fue dura, excesivamente exigente y cruel a sabiendas de que fue un torero de época, un artista reconocido en el mundo del toreo con el rango de figura. Girón sufrió mucho cuando Maracay prefería a Pepe Cáceres, o le reclamaban tal o cual detalle dejando de lado su grandeza reconocida por los más exigentes españoles o mexicanos. No comprendía por qué Caracas no le trataba como Lima o Bogotá.
Un día, en la casa del gran aficionado Roberto Morales Legaspi, en Coyoacán, conversando con José Alameda, surgió el tema de César Girón. Alameda, de gran cultura histórica taurina, testigo de los hechos y acontecimientos más relevantes en la edad de plata del toreo y en especial protagonista de los acontecimientos en la historiografía contemporánea del toreo, me dijo:
–Mira, Víctor, a César Girón le faltó ser torero en la calle. Era demasiado grande en la plaza, pero equivocado en la calle. César Girón fue una prolongación mejorada de Carlos Arruza, y mucho más completo que Armillita. No hay duda. Le faltó un relator de sus éxitos, una pluma que cantara sus proezas y narrara su epopeya. César Girón se encerró en sí mismo sin darse cuenta que necesitó una voz, distinta a la suya que era agresiva y hasta llegaba a la ofensa cuando cantaba sus triunfos.
Pasó el tiempo y Girón se fue a España. Intentó poner en orden las cosas de su casa, pero sin suerte. Se vió y se sintió sólo en el inmenso vacío que provoca en yo interno de los famosos, cuando de las marquesinas desaparecen sus nombres. No soportó ser uno más, otro de la calle y por eso el adiós de César duró poco esta vez.
Volvió a los ruedos en Canarias y se alistó al grupo de los “guerrilleros”, que así llamaban a la sociedad que formaron Manuel Benítez “El Cordobés” y Palomo Linares, con un grupo de toreros entre quienes estaban Gregorio Sánchez, Fermín Murillo, el mexicano Alfredo Leal, 163
Juan José y Gabriel de la Casa. Los “guerrilleros” Benítez y Palomo en realidad eran los dueños del circo. Los demás iban vestidos de mercenarios, incluyendo al gran Girón.
Era muy cómodo hacer campaña con la “guerrilla”, además daba buenos dividendos. Era lo mercachifle del toreo, época que le haría mucho daño sembrando las verbenas de las plazas portátiles. Lo que se le pedía era ser primer espada y no sortear. Es decir, dejarle los toros más cómodos a Benítez y a Palomo. De cualquier manera era cómodo, porque El Cordobés y Linares lidiaban toros muy cómodos, de las mejores ganaderías, en la plaza portátil que bautizaron “La Guerrillera” por los pueblos de España.
Reapareció en Venezuela mano a mano con Paco Camino en Maracaibo, con toros mexicanos de Reyes Huerta. Su actuación fue triunfal, pues además de cortar un rabo su toreo manifestó una interesante evolución.
En la tarde de su reaparición en Caracas el público lo recibió de uñas. La afición capitalina, que se había encontrado con Girón la tarde de la encerrona con los toros de “Valparaíso” se sintió defraudada con la vuelta de César a los ruedos.
“¿Y tu creías que me querían? No hombre, ese día llenaron el Nuevo Circo para echarme”. Una tarde en La Guacamaya, una finquita de recreo propiedad de Oswaldo Michelena en Valencia, me confesó que propondría a la municipalidad el arrendamiento de la plaza de toros Monumental de Valencia. Era la plaza de Manolo Chopera y Sebastián González. Se rumoreaba que el empresario donostiarra ya no quería seguir.
Cesar Girón se hizo empresario de Valencia. Siempre tuvo un especial afecto por esta ciudad, donde estaban sus buenos amigos el doctor Zadala Ramos, Manuel Urquía, Polo Castellano, el doctor Cafroni, un estudioso hombre de leyes y tratados jurídicos, John Díaz Carabaño, César Dao Colina, la gente de “La Españolita” donde tuvo César Girón en vida una peña y un museo, lo que nunca tuvo en Maracay. Esta peña fue obra de Ángel Rodríguez Manau, un catalán que echó allí raíces muy profundas, que con bonhomía, singular simpatía y marcada clase fundó una reunión que tuvo el velado propósito de exaltar los méritos de César Girón.
La grandeza del gran Girón no era apta para ser vista o comprendida
por aquella afición aturdida por los resonantes cohetones que nacieron de las voces de sus guías taurinos, entre ellos “El Califa”, y que admiraba a Ángel Soria, porque había muerto torpemente en Arenas de Valencia, y admiraba a “Chicuelo de Caracas”, porque decían que había matado a “Tigrón”, un toro criollo de descomunal presencia. Era la de Valencia una afición que vivía de cosas que no había visto, de cosas que le contaban, y no se daba cuenta que frente a ellos, ante sus narices, tenían de cuerpo presente a uno de los genios del toreo, al gran conquistador de América y de Europa. Esa fue la principal misión de Ángel Rodríguez en su tertulia de “La Españolita”. En Caracas, nos reuníamos con César todos los lunes. Comíamos juntos, al mediodía. La cita era en El Mesón del Toro. El grupo lo integraban Sergio Flores, Carlos Saldaña, Alberto Ramírez Avendaño, Ramón Medina Villasmil, Juan Campuzano, Felo Giménez, el Negro Carlos Silva, Federico Núñez, Rodolfo Serradas “Positivo”… A veces nos reuníamos en un restaurante de Pro-Venezuela, en la Avenida Casanova. A César le gustaba mucho el mondongo y en este sitio lo preparaba muy bien la negra Magdalena Hernández, encargada de la cocina, natural de los Valles del Tuy. César bromeaba con Magdalena. Le tomaba el pelo y se metía en la cocina. La negra se hacía la que estaba disgustada, pero le gustaba “la entrepitura” de Girón. Sergio Flores le acompañaba en las travesuras y un día Sergio nos preparó una paella en la cocina de aquel restaurante de Pro-Venezuela. Cuando desapareció Pro-Venezuela la tertulia se trasladó al Mario’s de la Avenida Casanova.
En Caracas, César tenía un cuarto en casa de su primo César Perdomo Girón, en Maripérez, su mejor amigo, consejero, socio y su segundo padre, porque Perdomo, aunque un hombre joven, tuvo que salirle al toro de la vida mucho antes que César lo hiciera, y su inteligencia natural, criollísima suspicacia, sus contactos políticos logrados con su conducta intachable de hombre de lucha indomeñable, le dieron gran prestigio y mucho respeto desde muy corta edad.
La idea de César era convertir a Valencia en la plaza grande de Caracas. Hizo un estudio que involucró toda la zona de Carabobo, Yaracuy, Aragua, parte de Guárico y de Lara... Girón quería organizar unos 30 espectáculos al año, con el soporte de un mercado cautivo. “Lo primero que tenemos que asegurar es el ganado”, era el tema permanente de César, y para ello se buscó una finca para traer de México y de Colombia corridas de toros, muchos erales para que crezcan en la finca y no tener que esperar por las corridas hechas.
Era César Girón un mar de contradicciones, y los contrastes surgían durante su metamorfosis existencial, la que lo llevaba en un tránsito desde las raíces profundas de sus orígenes sociales, hasta la suma elevación de sus logros profesionales. Se sabía triunfador, pero su drama era que quería y necesitaba que el mundo entero, pero en especial Venezuela y los venezolanos, se enteraran de sus triunfos y de sus logros, festejara sus éxitos y reconociera sus sacrificios. En su egoísmo y su vanidad no comprendía que algo tuviera más mérito que lo hecho por él, haber llegado a España con una maleta de cartón y una espada, y haber regresado con las arcas llenas, haber sido un desconocido en España y el haberse tuteado con marqueses y marquesas en El Pardo junto al Generalísimo Francisco Franco. Un Pizarro, un Hernán Cortés, un conquistador venezolano, que fue y conquistó a España, sometió a los españoles y quería someter el recuerdo de su niñez, de su origen, de su clase en un país clasista, mestizo, bullanguero. ¡Cómo le gustaba que dijeran que él, César Girón, era “Venezuela vestido de luces”! Organizó en Valencia la empresa Mycepa, nombre que reunía en sus sílabas los tres nombres de sus queridísimos hijos: Myrna, César y Patricia.
Manolo Chopera no se encontraba a gusto en Valencia. Es la verdad. No entendió la plaza grande ni a los valencianos, y la última corrida que dio fue el debut de la ganadería de “Bellavista”, festejo en el que actuó César Girón. César, José Fuentes y Curro Vázquez. Un fracaso económico terrible, lo que aprovechó Manolo Chopera para hacer una limpieza de corrales lidiando los seis toros de “Bellavista” y otros tres de ganaderías mexicanas.
Declaraciones en la prensa de César Girón, sobre la corrida de “Bellavista”, provocaron que Carmelo Polanco, propietario de la vacada, respondiera furibundo contra el maestro del toreo. Lo cierto es que los toros que se anunciaron como de “Bellavista” ni siquiera habían nacido en el país. Habían venido como pie de cría de Colombia. Los trajo Antonio García, desde las sabanas de Bogotá donde está la finca El Cairo de Francisco García, con la intención de fundar él, Antoñito, una ganadería.
Lo que sucedió fue la primera reacción de una cadena infinita de lloriqueos de los ganaderos venezolanos. Fue la primera lágrima de los nuevos ganaderos, de los que seguirían un supuesto camino de sacrificios y de venezolanidad, en el que reclamarían una especie de “Patente de Corso” para actuar casi siempre al margen de las ordenanzas y
reglamentos, exigiendo las notas del himno nacional y el cobijo del tricolor patrio por cada movimiento que realizaran, como si el criar ganado bravo fuera una actividad sagrada que le da privilegios sobre el resto de los ciudadanos.
La arremetida, ofensiva por cierto, de Carmelo Polanco contra César Girón, no sería la única. Polanco anunció en una entrevista concedida a Últimas Noticias, la prohibición de pisar su ganadería. Los criadores de “Bellavista” preferirían en el futuro que aspirantes a novilleros, toreros fracasados y aficionados prácticos, les hicieran los tentaderos. Los resultados no se hicieron esperar. Hoy queda de “Bellavista” el nombre, y una memoria ficticia que se repite a manera de leyenda. César Girón también encontró cerrada la puerta en “Guayabita” y nunca le invitaron a la ganadería de “Tarapío”, donde hacían los tentaderos Tomás Parra y Joselito Torres.
A Girón, un torero que era invitado a las mejores ganaderías de España, el Perú, México y Colombia, para hacer los tentaderos, para tentar los machos, que gozó de gran cartel como tentador, le cerraron las puertas de las ganaderías en Venezuela. El único ganadero que respetó y le guardó fidelidad fue el doctor Alberto Ramírez Avendaño, de la ganadería larense de “Los Aranguez”. César fue de muchacho su compañero de en la escuela y en sus inicios taurómacos y cuando la ganadería nació de la inspiración de Alejandro Riera Zubillaga y de Alberto Ramírez Avendaño César Girón puso en contacto a Riera y a Ramírez con el doctor Benjamín Rocha que poseía en Bogotá una ganadería fundada con reses procedentes de Francisco García y de Santa Coloma, y otra que pastaba en un emporio arrocero que Rocha tenía en el llano colombiano.
Las dos ganaderías de don benjamín Rocha Gómez, la de Achury Viejo, en Sesquilé, Cundinamarca, y la de El Aceituno, que estaba en el llano, se crearon luego de una experiencia poco afortunada con reses de Francisco García y de Mondoñedo. Comenzaron con las únicas vacas que vendió para América don Agustín de Mendoza, el Conde de la Corte, y con vacas de Soler. César Girón, como gran aficionado que era, y buen conocedor del toro de lidia, sabía muy bien el valor de la sangre de los toros del Conde de la Corte, rancia procedencia de la ganadería fundada a finales del siglo XVIII por el Conde de Vistahermosa. Fueron Alberto y Alejandro Riera con César Girón a tentar en casa de don Benjamín Rocha.
En Achury Viejo, la finca que poseía Rocha en Sesquilé, cerca de 167
Bogotá, en un hermosísimo paraje con una casa solariega que dicen sirvió de abrigo y de posta en el camino al Libertador Simón Bolívar, cuando el caraqueño iba y venía de Bogotá, se aprobó un toro de nombre “Almejito” que luego sería un factor importante en la fundación de la ganadería de “Los Aranguez”. Este toro, nacido en Colombia, estaba marcado con el hierro andaluz de don Joaquín Buendía Peña. Ignoro el porqué, pero aseguraban que era puro en su origen, es decir hijo de vaca española y de padre español. Sus hechuras denunciaban una marcadísima procedencia ibarreña; al extremo de parecer más un toro de Murube que de Santa Coloma.
No se pudo adquirir, a pesar de los esfuerzos de César Girón, el ganado condeso y en su lugar, con base de Guayabita, se enfiló “Los Aranguez” en su formación hacia otros derroteros, pero sin la supervisión de César Girón, quien había recomendado adquirir ganado mexicano antes que meterse en los laberintos que significaba “Guayabita” u otras ganaderías colombianas.
La amistad surgida entre Ramírez Avendaño y los criadores de La Sabana de Bogotá, los hijos de Rocha, Antonio García, el pintoresco Santiago Dávila y la hija de la mítica Clara Sierra, Isabelita Reyes de Caballero, merece otro comentario. Es una sociedad de ganaderos que reflejaba la forma y el fondo de lo que siempre ha sido la gente de Bogotá. Gente distinta a la del resto de la América Latina, gente que es profundamente cristiana en sus formas, actitudes y posiciones, pero grandemente injusta en aquello de “amarás a tu prójimo”. Todo esto hizo que la meta de Los Aranguez, para fundar la ganadería, centrara su meta en el rebaño de Colombia. Más tarde adquirirían en el Valle del Cauca, en casa del doctor González Piedrahita, vacas de Las Mercedes. Estas vacas “gonzaleras”, protagonistas importantes en la base de la ganadería brava venezolana, sirvieron, más tarde, como pretexto para que naciera la amistad entre Jerónimo Pimentel, matador de toros madrileño, de Cenicientos, y Alberto Ramírez Avendaño.
En México, César tenía mucho cartel, y muy buenos amigos ganaderos. Entre los criadores estaba el ingeniero Federico Luna propietario de La Laguna, una de las vacadas más puras de Saltillo, ganadería que en su mejor época fue elogiada por “Manolete” y las grandes figuras del toreo, y César tenía manera de adquirir vacas y sementales laguneros.
¡Claro! Había una gran diferencia en los precios de “La Laguna” y las buenas ganaderías mexicanas y “Guayabita”, y, por supuesto, ¡en
calidad! Esta “diferencia de precios” sería siempre una gran diferencia entre las ganaderías venezolanas y las del resto del mundo; por eso no tardaría para que el ganado que forma la cabaña brava venezolana, formado con desechos de desechos, se convierta en el sótano del edificio de la ganadería mundial.
Por eso César me decía:
“Esas vacas que hoy compran en dólares, mañana las venderán a locha. Este negocio no es para limpios. Si se quiere tener una buena ganadería, ser ganadero de postín, hay que gastar dinero”. Las cosas han sucedido mucho antes de lo que César Girón lo vaticinara.
La historia de César Girón como empresario fue breve, aunque nutrida de experiencias. Debo decir que en sus carteles los únicos toreros venezolanos que contrató fueron sus propios hermanos Curro y Efraín; y él mismo que actuaba en las grandes ocasiones y combinaciones. Jamás contrató un torero venezolano distinto a sus hermanos.
Para 1970, César y su empresa presentaron atractivos carteles en Valencia, sin lograr entusiasmar al público. Las pérdidas fueron cuantiosas. Trajo de México toros de Zotoluca, El Rocío, La Laguna y Reyes Huerta, y contrató a diestros consagrados como Antonio Ordóñez, Santiago Martín “El Viti”, Palomo Linares, el joven José Luis Parada que debutaba en Venezuela, el también debutante Antonio Lomelín, mexicano, valiente como pocos. Por supuesto sus hermanos Curro y Efraín. Uno de los carteles lo integraron Ordóñez, El Viti y el propio César, con toros de Reyes Huerta; y sin embargo la gente no acudió a la plaza. Este fracaso preocupó mucho a Girón; pero, en vez de rajarse, se interesó en conocer el motivo del fracaso.
Aquel año de 1971 lo vivió entre Caracas y Valencia, pero con residencia en Maracay. Se le veía con frecuencia por el amplio y hermoso Paseo de Las Delicias entregado a sus largas caminatas, las que remataba a media mañana en La Maestranza para torear de salón y hasta para jugar una breve partida de fútbol. En El Cubanito se desayunaba a diario con un par de batidos de melón y ya al mediodía se iba a Caracas. No bebía. Comía en el Mesón del Toro en Sabana Grande, o en Mario’s de la Avenida Casanova, y todos los días regresaba a Maracay donde le esperaban. César vivía una ilusión sentimental que le revivía y había transformado.
Valencia realizó una temporada interesante de la que recordamos las
dos grandes corridas del Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo. Una de ellas, la del sábado 26 de junio, sería la última de César. Triunfal, apoteósica, así fue su despedida de los ruedos. Tan marcada en el recuerdo como aquel “adiós a Madrid”, al que Cañabate en su reseña del ‘ABC’ tituló “Adiós por naturales”...El adiós de César Girón en Valencia fue digno de su fulgurante carrera. Contrató para la corrida a Antonio Bienvenida y a Luis Miguel Dominguín y compró una corrida de Reyes Huerta. Para el día siguiente anunció toros de Javier Garfias, para una Corrida Goyesca con Curro Romero, Manolo Martínez y Efraín Girón.
César salió a hombros aquella tarde. Fue el primero en abrir la Puerta Grande en la historia de la Monumental. Cortó cuatro orejas, dos en cada toro. Hubo un momento cuando toreaba por naturales, que desde el centro del redondel apuntó con la punta de su estoque, acero heridor de triunfos y espada que bien utilizada sirvió para abrir caminos en gestas heroicas, lo apuntó hacia el Palco Presidencial. Allá, en el Palco, estaba su amigo, el doctor Rafael Caldera, Presidente de la República. De inmediato, levemente cruzado al pitón contrario, trazó una tanda de naturales muy templados, acariciantes, cimbreante la cintura y los flecos de la muleta apenas rozaban las arenas que le despedían de su vida profesional, muleta que llevaba atados los pitones del toro poblano, de nombre “Fabiolo”, que fue el último en su vida. La salida a hombros de Girón, en medio de dos pilares de la torería, como son la Casa Bienvenida y la Casa Dominguín, las dos representadas por sus mejores toreros, Antonio y Luis Miguel, iban de escolta del mejor torero de América que salía del coso a hombros del pueblo de bronce, mestizo e iracundo, que lo izaba como bandera de triunfo, de triunfos que necesita la nación venezolana para recobrar su desaparecida identidad.
Salió redivido de las corridas del Sesquicentenario. Con más ideas, mejores proyectos. Manifestaba satisfacción en su orgullo porque comenzaba a poner en marcha el sueño grande de la gran plaza. Siempre quejoso, pero animado a emprender distintas empresas. Iba con mucha regularidad a Caracas, y no dejaba de pensar cómo organizar corridas de toros con los mejores toreros del mundo, con el sólo propósito de ganarles la pelea.
En una ocasión toreó mano a mano con Dámaso González, que estaba de moda por sus alardes de valor ante los toros, y remedó al albaceteño en cada postura o actitud ante los toros de San Mateo, cinqueños y en
puntas, ganándole la pelea. Manifestó su deseo de reunir en la Feria de la Naranja a los mejores toreros del mundo.
–No me importa el dinero. La plaza de Valencia debe sembrar para luego cosechar. Si traemos a los mejores toreros y a las mejores ganaderías, las cosas tienen que salirnos bien. Con el tiempo Valencia será como Sevilla, donde la gente va por inercia a la Feria de Abril, sin conocer los carteles pero sabiendo de antemano que en Sevilla se presentan buenos carteles y se respeta al público. Eso es lo que tenemos que hacer ¡Sembrar para luego cosechar!
Hablaba de su proyecto “La feria de los famosos” y mostraba el boceto de los carteles con la famosa fotografía de Cuevas en la que vemos a César en un ayudado por alto, por el pitón derecho, el toro de Urquijo con las manos por delante y las astas que apuntan hacia el cielo, hacia la gloria.
–Abriré con Luis Miguel y Paco Camino. Contrataré a Manolo Martínez, Miguel Márquez, Palomo y veré si Currito (su hermano) se pone a tono. Sabes que “don Francisco” a veces se pone cómico. César se refería así a Curro, cuando las relaciones fraternales estaban tensas. César siempre cuidó de Curro, pero siempre le celó. Lo mismo Curro, siempre reconoció la grandeza de César, pero le celaba mucho y actuaba con malcriadez en muchas oportunidades. César siempre veló por sus hermanos. Incluso cuando estaba disgustado. A su manera y muy particular estilo fue más que un protector y un padre para ellos.
Para octubre de 1971, Federico Núñez y Oswaldo Michelena organizaron en la Monumental de Valencia un festival taurino. Estaban en boga en México los “festivales del recuerdo”, aprovechando que los toreros gloria de la “Edad de Oro “de México todavía se atrevían. Gracias a las buenas diligencias de Michelena contrataron a Silverio Pérez, Luis Castro “El Soldado”, Alfonso Ramírez “El Calesero” y a Luis Procuna; además de siete bellísimos novillos de siete diferentes ganaderías mexicanas que fueron donados por los ganaderos aztecas.
Novillos muy bien presentados y de excelente procedencia. Federico contrató en Venezuela a Eduardo Antich y a Luis Sánchez “El Diamante Negro” y al novillero Carlos Reynaga, “El tornillo”, que había destacado en la temporada. Por uno de esos incomprensibles motivos que se escudan en ordenanzas la Comisión Taurina, impidió la celebración del festival para el día que estaba anunciado, alegando la tardanza de la llegada de los toros a la Monumental. Se casaron con la 171
letra de la Ley exacta. ¡Inflexibles! La tardanza fue de unas 24 a 30 horas. Siete hermosos novillos de irreprochable presencia, con más trapío y peso de muchos de los toros lidiados “reglamentariamente” en Valencia, pero el festival fue pospuesto por una semana y las pérdidas en dinero fueron cuantiosas. Los gastos de los toreros, su estada en hoteles, la devolución de entradas, gastos publicitarios. Una verdadera calamidad. El día de la suspensión, Oswaldo Michelena, con gran sentido del humor, nos invitó junto a los maestros mexicanos a su finca “La Guacamaya”. Entre las personas invitadas estaba César, quien compartió con Silverio, El Calesero, Procuna y El Soldado, que comentaban los planes de Girón en convertir a la Monumental en un coso de actividad permanente durante el año. No sólo para asuntos taurinos, sino también para otro tipo de espectáculos.
Por aquellos días surgió un delicado problema entre Manolo Chopera, Sebastián González y la Asociación de Criadores de Toros de Lidia de México por unas vacas que envió a Venezuela a nombre, Ángel Procuna, representante del vasco en tierras aztecas. Vacas que supuestamente eran de “Torrecilla” y venían destinadas a la ganadería de “Tierra Blanca”. Con el tiempo se descubriría que Ángel Procuna le jugó con cartas marcadas a “El Mudo” Llaguno, cuando le compró las vacas y le dijo que eran para una ganadería mexicana, y a Chopera, cuando le dijo que las vacas eran de “Torrecilla” y lo cierto fue que Procuna en el camino cambió las vacas de “Torrecilla” por otras de otra procedencia (dicen que de San Diego de los Padres) y las envió a Venezuela.
Lo cierto del asunto es que se violaron las leyes de la Secretaría de Agricultura de México y las ordenanzas de la Asociación de Criadores de México, se engañó al ganadero de “Torrecilla” y fueron timados Sebastián y Chopera.
Para subsanarlo, unos días antes de la llegada de los toros para el festival y para las corridas que anunciaba la empresa Martínez-González para la Feria de Caracas, llegaron a Venezuela unos representantes de la Asociación de Ganaderos para sacrificar las vacas. Vinieron, fueron muy bien atendidos, hicieron su pantomima en la finca de Tierra Blanca en Villa de Cura y todos tan contentos.
Cuando se realizó el festival en Valencia, en Caracas se inauguraba, la misma tarde, la feria con una memorable corrida de “Tequisquiapan”.
Ese día César Girón estaba en el callejón de la plaza. Vestía una franela blanca, de mangas largas y cuello de tortuga y calzaba mocasines blancos, sin medias. Salió a la arena cuando Eduardo Antich se vio “aperreado” por su novillo. Hizo el trabajo de un gran banderillero y le sirvió de peón de brega a Eduardo. Fue la última vez que César Girón se puso frente a un toro.
Girón ha sido el más venezolano de todos los toreros. Jamás perdió su acento criollo, su dejo caraqueño, su forma abierta de decir las cosas. Guardaba adentro de su alma una gran admiración por España y se quejaba de que no pudiéramos hacer las cosas en el toreo como la hacían los taurinos españoles. Reclamaba un nacionalismo recalcitrante, porque se sentía huérfano del cariño de las masas.
Entre las muchas manías que tenía César Girón estaba la de guardar objetos. Era un peligro cuando iba a una comida, una reunión, donde servían con cubertería lujosa, porque siempre se guardaba una cucharilla; o cuando iba a un restaurante. Se metía en el bolsillo un cenicero de lujo, un plato de loza fina, lo que le gustara. Así era con los relojes. Los relojes pulsera le encantaban y los coleccionaba. Conocí en su muñeca las mejores marcas de relojes y era más fácil que se desprendiera de una buena suma de dinero, por ejemplo, que de un reloj. Por los relojes pulsera sintió una gran debilidad y eran para él como un blasón que significaba conquistas. Cuando venía a Caracas gustaba de ufanarse de una conquista secreta que tenía en Maracay. Aunque no revelaba el nombre de la dama, sí me contaba que ésta para asegurarse que regresaría esa misma tarde a la Ciudad Jardín, le retenía un reloj suizo que César apreciaba mucho.
El 20 de octubre de 1971 amaneció Maracay luminoso y muy fresco. César aprovechó para dar su caminata diaria por el paseo de Las Delicias en compañía de Freddy, su hermano menor. Ese día no fue a La Maestranza, porque debía ir a Caracas para tratar un asunto relacionado con un préstamo que había solicitado del Instituto Agrario Nacional (IAN). También, para cubrir algunos trámites de asuntos relacionados con las corridas de Valencia, en compañía de Rafael Felice Castillo, su secretario privado.
Nos vimos brevemente en el Mario’s, como casi todos los mediodías. Me fui al diario y él se marchó, con Iván Sánchez, al restaurante El Portón, en El Rosal, donde tenía una cita con varios amigos. En El Portón, casa de Pepe Piñero, se reunió con Julio García Vallenilla, Carlitos García y sus hermanos Curro y Efraín. 173
Cosa muy curiosa. Se reunieron con César algunas de las personas más ligadas y por las que mayor afecto sintió en vida, como si de una despedida se tratara. Ese día Caracas estaba prendida de taurinismo por los cuatro costados. En el Hotel Hilton se reunía la gente de “Tarapío” con los portugueses Joao Pinto Barreiro y Mario Coelho, que habían llegado a Venezuela para rematar las negociaciones de la importación de reses de Europa, habiendo sido la finca de Pinto en Villa Franca de Xira el sitio escogido por las autoridades venezolanas para hacer la estación cuarentenaria de acuerdo a las exigencias de Sanidad Animal Internacional.
Salí cerca de las nueve y treinta de la noche de la Universidad Católica Andrés Bello en Montalbán. Aquel día asistí a la cátedra de Filosofía del doctor Marino Pérez Durán y en compañía de mi hermana Milagros, que iniciaba su licenciatura de Comunicación Social asistía a la facultad en la Universidad Católica. Nos acompañaba en ese momento Francisco Pérez Avendaño, gran amigo de casa e hijo del doctor Martín Pérez Matos, célebre abogado caraqueño.
Muy cerca de la salida a El Paraíso, escuché en la voz de Carlitos González, comentarista de los juegos de béisbol en Radio Rumbos, que informaba de un fatal accidente de tránsito en el que había perdido la vida César Girón. Fue como si sobre mis hombros se desplomara el cielo, el universo, un peso impresionante y aplastante cuando dijo: “... en un accidente automovilístico en La Victoria, se mató César Girón”. De inmediato fui al periódico, en la Esquina de La Quebradita. Jorge Cahue estaba a punto de abordar la patrulla del periódico para dirigirse al sitio del accidente. Tomé su lugar y junto a Ennio Perdomo, “El Loco”, un gran fotógrafo de sucesos, me trasladé de inmediato hasta el sitio donde había ocurrido el accidente.
El fatal percance sucedió a las ocho y media de la noche en el kilómetro 72 de la Autopista Regional del Centro, justamente frente a una gran chimenea de un trapiche aragüeño. César conducía un Volkswagen Carmanggia. Aparentemente, se durmió y estrelló su carro contra la parte trasera de un camión Ford que viajaba, muy despacio y casi metido dentro del hombrillo de la carretera en la misma dirección que iba Girón. Llegamos al sitio. Entrevisté al ayudante del chofer, que aún se encontraba en el sitio del percance. El conductor del camión Ford, contra el que estrelló Girón, el vehículo que manejaba era el tachirense Parménides Haarón Colmenares, natural de San Cristóbal. El ayudante del chofer me contó que sintieron un gran ruido, y que Parménides
Chacón detuvo el camión en ese mismo instante. El vehículo de carga iba muy despacio y por eso rodó muy poco, escasos metros, desde el sitio de la colisión. Cuando Chacón revisó encontró a un carro rojo incrustado en la parte trasera.
Parménides, naturalmente, no sabía de quién se trataba. De inmediato sacó el cuerpo herido y sin conocimiento, entre el amasijo de hierros torcidos que le abrazaban. Pidió ayuda sin tener respuesta. Al rato, luego de que varios automóviles pasaron sin atender a la solicitud de auxilio, se detuvo un automóvil. Era el Gobernador del Estado Portuguesa, Valdemar Cordero Vale, quien condujo a César Girón hasta Maracay y lo entregó en Emergencia del Hospital Central.
Contó el Gobernador de Portuguesa que al llegar al Obelisco, monumento a la entrada de la Ciudad Jardín, sintió que César Girón dejó de existir. Sin embargo la opinión de los médicos fue diferente. El cadáver de Girón fue recibido por los doctores Jorge Pernía y Henry Burguera. Pernía me dijo que no sabía que el muerto era César, hasta el momento que revisaron sus documentos. Burguera me indicó que la muerte fue casi instantánea, y que se debió al hundimiento de la caja torácica en la que recibió un golpe muy fuerte del volante del automóvil, que quedó completamente destrozado.
Más tarde, ya en el velatorio, me contó Rafael Felice que se había opuesto a que César regresara a Maracay.
–Le acompañé junto a mi esposa y Efraín Girón, hasta el peaje de la autopista en Tazón. Discutimos fuerte porque estaba empeñado en “ir a buscar un reloj que había dejado”. Otro de los argumentos que esgrimió era que tenía que viajar a Carora, a “Los Aranguez”, para seguir sus entrenamientos ya que quería “estar como una hojilla” –así lo decía él–, para las corridas feriales. César se lavó la cara en la caseta de la Guardia Nacional, les dijo hasta luego, le dió la bendición a Efraín y se marchó.
Rafael Felice Castillo se quedó muy preocupado. Cuando consideró que había transcurrido el tiempo para que hubiera llegado a su casa, Felice llamó a Maracay. El teléfono estaba ocupado y Rafael pensó que era César, que había llegado a su casa y conversaba. Sin embargo insistió, y al fin, cuando pudo comunicarse, una de las hermanas le informó que había muerto.
El miércoles 20 de octubre en la mañana Maracay hervía en su corazón. El cadáver de César Girón fue llevado de la Gobernación de Aragua,
antiguo Hotel Jardín, el mismo sitio donde intentó robarle el traje de luces a Carlos Arruza, más tarde su padrino de alternativa, el hospedaje de Manolete y de Solórzano, de las grandes figuras del toreo que de niño le inspiraron y entusiasmaron. Fue un rosario infinito de gente del pueblo. Muchos de ellos jamás le vieron en una plaza de toros. Otros, le siguieron por las plazas de todo el mundo. Todos sabían que ese cuerpo inerte era el de un venezolano singular, distinto, rebelde, dueño de profundas contradicciones que le llevaron al triunfo y al dolor por no sentirse reconocido en la inmensidad de su propia verdad.
El cadáver fue paseado por el ruedo de la plaza de toros La Maestranza. Las gradas se llenaron de pueblo. Del corazón de una nación que plenó el circo surgieron impresionantes expresiones de dolor.
C a p í t u l o 6
Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro” junto a Manuel Vílchez “Parrita” en el Nuevo Circo de Caracas.