César Girón
El debut de César en la Real Maestranza de Sevilla preocupaba mucho a Fernando Gago, su apoderado. Entendía en toda su dimensión el significado de esa tarde en la vida de un torero. El 27 de abril estaba marcado como la fecha del cartel de la temporada, con toros de Juan Cobaleda y de Salvador Guardiola. Era la tarde de la reaparición de Manolo Vázquez, un sevillano adoptado por Madrid que le envolvió en el perfume de sus éxitos en Las Ventas, y más tarde reconocido por la dura afición de las ferias del Norte de España, en México, Lima, Maracay, en toda América. El tercer hombre del cartel era Pedro Martínez, “Pedrés”. La novedad ante la que se santiguaba la afición de España, rendida por el valor del torero de Albacete. Lo llamaban “torero de las cercanías”, por lo cerca que se pasaba los pitones de los toros. Era la tauromaquia hecha realidad a dos centímetros de los pitones, del valor seco y desgarrado el de Pedrés, los que lacran las agrestes tierras albaceteñas. Todas estas circunstancias que rodeaban a los rivales de César, las consideraba Fernando Gago. El apoderado no lograba sentarse en la habitación del Hotel Colón, caminaba, iba de un lado a otro, encendía un cigarrillo detrás de otro, se asomaba a la ventana, preguntaba por el aire, si hacía viento, si estaba el cielo despejado…Hasta que César Girón enojado le dijo: – ¡Cálmese usted don Fernando, que me tiene nervioso! … ervioso me tienes tú con tanta tranquilidad, ¿Cómo que no te has N enterado lo que tenemos por delante? 135