Memoria de Arena

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CĂŠsar ha sido como el oleaje del Mar Caribe: rotundo y sonoro.

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CĂŠsar y Curro GirĂłn en Las Ventas de Madrid, tarde de triunfo de los dos venezolanos con salida por la Puerta Grande.

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Memoria de Arena Medio siglo de pasión taurina

Víctor José López “El Vito” 3


MEMORIA DE ARENA En el jardín de la amistad

El más famoso de los los jardines japoneses secos data del siglo XV. Le comentábamos a Jorge Anciola, aquella tarde en Caracas cuando nos comprometimos sembrar de recuerdos este libro que hoy, amable lector, tienes en tus manos. Le explicaba al amigo las razones y los motivos por mis afectos a la fiesta de los toros. La sencillez, le comentaba a Jorge, lo avaro de su minimalismo, representa el pensamiento del budismo zen. El jardín zen, es también llamado jardín seco; porque son sus elementos la arena, la grava y las piedras, y porque su objetivo es favorecer la serenidad y la meditación. Es el jardín de arena en cuestión, al que nos referimos, cuando aquella tarde caraqueña conversábamos con el amigo, el jardín de Ryoanji: pequeño recinto rectangular construido para la contemplación del absoluto que, según la enseñanza de los monjes Zen, puede alcanzarse con los medios más sencillos. Hay en el recinto de Ryoanji, quince rocas distribuidas sin criterio alguno. Colocadas en patrones de dos pares, dos tercios y un montículo de cinco piedras. Nada ahí parece buscar un diseño específico, salvo la arena rastrillada como si fueran ondulaciones de agua bordeando una serie de islas. El principio ordenador del jardín japonés sigue el curso caótico del universo: la armonía fundada en un desorden aparente.

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Es la intención que buscamos en estas páginas, cuando nos referimos en el título de estos recuerdos como el de Memoria de Arena. Recuerdo fundamentado en la flexibilidad cambiante del pensamiento, igual que como cambian los días con sus horas, cuando pretendemos ver las cosas que dejan de ser estáticas a medida que cambia la luz. La luz en la memoria no es otra cosa que la referencia. Esa referencia le comentaba a Jorge Anciola, se mueve como se mueven las arenas en el desierto, cuando al desviarnos de lo inesperado, dejamos de lado el camino habitual para internarnos en los jardines de las arenas de los toros. La fiesta hermosa, luces de encuentros y desencuentros. “El ser es infinito, aunque el espacio que lo contiene parezca limitado”: esa es la enseñanza del jardín de arena, cercado entre muros. Ha sido la gran lección, la grata lección aprendida al final del camino. Han sido muchos años los que han pasado cada día, de cada mes de estos años que intentan ordenar los recuerdos. Van cambiando los afectos, la fidelidad en la doctrina deja de ser. Hoy pretendemos con estas páginas taurinas rendirle un homenaje a un amigo, que representa y significa el cúmulo de afectos que fuimos capaces de reunir en el jardín de la amistad.

Víctor José López EL V I T O Caracas, Octubre de 2015 5


Índice

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Dedicatoria

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Presentación

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A manera de prólogo ¡Hay que zumbárselo! pues el libro está de Puerta Grande

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Capítulo 1. Antonio Velázquez y Eloy Cavazos

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Capítulo 2. El Meridiano sin paralelo

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Capítulo 3. Manolo Martíneztorero de época

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Capítulo 4. Tertulia en las Cancelas

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Capítulo 5. César Girón

133

Capítulo 6. El Diamante Negro, ídolo de multitudes

177

Capítulo 7. Curro Girón, figura del torero

185

Capítulo 8. César Faraco, el condor de los Andes

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Capítulo 9. Pepe Izquierdo y Luis Miguel

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Capítulo 10. Maracay, Sevilla en Aragua

217

Capítulo 11. El toro de lidia de Venezuela

229

Capítulo 12. Antoñete, Caracas lo rescata para Madrid

257

Capítulo 13. Manolo Escudero, el torero de embajadores

273

Capítulo 14. La Corrida de don Manuel de Haro

279

Capítulo 15. En Cuchilleros late el corazón del toreo

317

Capítulo 16. El sendero de Paco Camino

337

Capítulo 17.Ver torear a César Rincón “Es como hablar con Dios”

357

Capítulo 18. Rovira de Buenos Aires a Madrid

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PRESENTACIÓN

En la Plaza de Toros “Vista Alegre” de Tovar, mi paisano José del Carmen Ramírez (Cheo), con quien me unía amistad por tener afinidades compartidas entre el beisbol y la tauromaquia, me presentó, hace tres décadas y media a Víctor José López (El Vito), caraqueño, periodista y aficionado práctico que estaba en el patio de cuadrillas para luego debutar en el pequeño albero tovareño. Me pareció un taurino interesante por lo que había leído de su diaria producción y ahora por observarlo frente a un pequeño novillo de casta. Este hombre tiene afición y sentido de la vida, porque no se puede pasar como amigo de la fiesta brava sin tener ese momento, feliz y dichoso, de ponerse ante un cornúpeta con capote, muleta y estoque, comenté entre amigos. Aquella tarde hubo detalles artísticos, de López, que uní a unos párrafos garciamarquianos leídos en una grata crónica de corrida capitalina publicada en Meridiano, entonces un diario de inmensa circulación nacional y hasta hace dos años la gran trinchera de la fiesta brava venezolana. Claro, me refiero a una crónica de esos días cercanos. Luego hubo muchas otras, leídas con especial agrado literario.

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Por eso tomé buen concepto del periodista y aficionado, siendo por años su diario lector y beneficiario de sus lecciones. Una de aquellas lecciones, la de tener principios y criterios de la vida –con actitudes


coherentes­­– y de la afición taurina, y volcarlos en cada momento posible. Otra, la de tener identidad y convicción taurinas, para no pasar como espectador desinteresado e incapaz de darle un apoyo a la tauromaquia, siempre tan necesitada de hombres poseídos por la nobleza, pureza y rectitud. Debo a López el haberme relacionado con el torero Francisco Oswaldo (Curro) Girón, un gigante de la amistad y del afecto, además de ser figura mundial del toreo. Dos veces llevé al tercer dinástico a mi Tovar natal. En una oportunidad con el colombiano José Humberto Eslava (Pepe Cáceres). Cartel para cualquier plaza. Con ellos, y Nerio Ramírez “El Tovareño”, mi poderdante, iniciamos un recorrido festivo anual que nos llevó a tener la plaza más funcional del país, con artístico techo, y consolidar una afición de primerísima calidad. Y eso ha hecho López a lo largo de su vida profesional. Servir a la fiesta para llenar vacíos humanos y documentales. Aportar amistad y sinceridad donde no las hay. Y si juntamos sus escritos por años obtendremos la mejor historia nacional taurina, con detalles de días y semanas, y un devenir que como casi todo se diluye en el recuerdo, pero que se queda a buen resguardo en las hemerotecas. Ahora, curtido por los años y entero en sus convicciones, fruto de análisis, lecturas, diálogos y debates fraternos, López nos ofrece un nuevo trabajo de extensión y contenido valiosos, en el cual deja que su memoria nos relate pasajes de lo que constituye la historia taurina contemporánea de Venezuela. Todo en medio de la responsabilidad de ser testigo, actor y protagonista, al lado de personajes emblemáticos de España, México y Venezuela, tanto del campo de la torería, como de la ganadería, del periodismo y de la empresa. Gente que estuvo a su lado, de la que mucho aprendió, como es el caso de los criadores aztecas, y gente que nos muestra con sus virtudes y carencias, sin disimulo y sin faltar a la amistad. México resalta como un hito en la vida de López. Sus viajes a diferentes Estados de la federación mexicana sirvieron para estar al lado de un maestro, tan genial como afable, Don Pepe Alameda, y de los mejores hombres del campo (Llaguno, Labastida, Haro, Chafick, entre otros), al mismo tiempo que prodigaba amistad a los grandes toreros, especialmente Manolo Martínez y Eloy Cavazos. 9


Hablando de figuras cimeras. Las crónicas sobre Luis Sánchez Olivares (Diamante Negro), los hermanos Girón, César y Curro; César Faraco Alarcón y, en dúo, Rafael Ponzo y Celestino Correa, muestran que hubo años de grandiosidad taurina venezolana y que como legado histórico eso constituye un reto vigente. Fortalecido en su fuero interno, como intelectual y taurino, la madurez ha servido para considerar la fiesta brava venezolana dentro de sus carencias y debilidades, pero sin concesiones al encubrimiento de los errores y sin negar méritos a los muchos que pasaron por las plazas en diferentes roles, especialmente como empresarios y ganaderos. Visto el devenir, a la distancia de los años, sentimos la nostalgia de que aquellos años inventariados por López fueron muy relevantes, con las naturales improvisaciones y carencias, y que no volverán, especialmente porque profesionales como el aquí referido, ya no están en las mismas responsabilidades que cumplieron en el pasado de manera brillante y exitosa. Memoria de arena es obra de un apasionado de la fiesta taurina, de un intelectual que ha visto la tauromaquia con celo, seriedad y responsabilidad, y que no ha rehuido ningún reto o compromiso, sino que ha proclamado una adhesión para toda la vida, sin complejos y sin acomplejarse, especialmente en estos tiempos de escasa pujanza, de debilidad institucional, de ausencia de ardorosos defensores y de agotamiento numérico de los aficionados, aparte de sequedad de las fuentes de nuevos y buenos artistas, comunicadores, ganaderos y empresarios. Esta memoria de López será de buena y provechosa lectura, especialmente para aquellos que de una u otra manera estuvieron vinculados a los hechos recordados y para quienes procuren buscar causas y razones del actual panorama taurino venezolano.

Nilson Guerra Zambrano1*

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Periodista e historiador venezolano con obra publicada. Sitio: www. nilsonguerra.com 10

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A manera de prólogo ¡Hay que zumbárselo! pues el libro está de Puerta Grande

Soy un convencido de que no todas las letras hay que zumbárselas por el solo hecho de que hayan sido impresas, más las que Don Víctor López, ‘Vito’, nos brinda en esta entrega descriptiva del mural de su propia vida, la que ha sido bujía de la tauromaquia de dos siglos y de dos continentes, tienen atributos más que sólidos como para dejarse atrapar por ellas y ya cabalgando a la vera de la tipografía iremos descubriendo que más que un libro de toros ‘Memoria de arena’ es una obra histórica, didáctica, vibrante y agregaría, que hasta bondadosa con el lector. Pues el maestro ‘Vito’ pudiéndole hacer al ‘Juan Camaney’ jamás se disfraza, buscando ensalzarse y no lo hace porque su pedestal de gigante en los tres tercios de taurino, escritor y periodista, está avalado por la solera del añejamiento y la lealtad a su sello de escribir lo que ha vivido y cuando se trae la denominación de origen, ¿ ‘pos’ pa’ que andar con vanidades? 11


La escritura de este libro comenzó cuando el maestro venezolano creyó conveniente que había llegado el momento de participarnos de sus vivencias y a diferencia del tequila, que necesita del ambiente y del momento preciso para gozarse, este libro pa’ su degustación sólo requiere de voluntad para aceptar la invitación que lleva implícita la libertad de profundizar en ellas tanto como se desee o quedarse con lo descriptivo aquí, que es más que suficiente por varios puntos y uno de ellos es el hecho de que es un rosario de cuentas finas contadas de primera mano. Confieso de una buena vez que el compendio electrónico previo a esta obra que usted tiene ahora a la distancia de su vista, lo leí en tiempos no corridos por la razón de que es imposible en algunos casos no detenerse a la reflexión o asombrarse y por ello volver al gozo de releerlo, de ahí el título con el que he rubricado este engarzamiento de palabras, el cual me vino aquella madrugada en el Hostal Aguilar de la calle de San Jerónimo en Madrid, precisamente sentadillo en ese segundo piso a la vera de las habitación 107 la que está frente a la administración que es en la que se hospedaba otro inmenso de las letras Ernest Hemingway, a cuyo espíritu le decía ‘este libro me tiene aquí atrapado. En vez de pirarme pa’ la calle de Montera’, y la razón de que me haya quedado embelesado es que el maestro con estas letras, además se convierte en un compartidor de sorpresas, algunas de las cuales serían inimaginables y que sólo las creo por que las cuenta el ‘Vito’ tal cual las vivió. Las hay de todos los matices, destacándose desde luego las que atañen a su paisano César Girón, de quien dice; ‘César ha sido como el oleaje del Mar Caribe: rotundo y sonoro’, y con quien había estado unas horas antes de que el ‘El Torero tintorero’ (así lo apodo Carlos León, se asienta en el libro) se cercenara el tronco y con ello la vida, de este torero nos relata el autor un episodio en el que José Alameda le expone que para su opinión el mayor de los hermanos Girón ‘fue una prolongación mejorada de Carlos Arruza y mucho más completo que ‘Armillita’… ¡Ah que Don Pepe!, con pasajes como este es que el libro está plagado de interés.

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A Silverio Pérez, lo saca a la palestra con aquello del ‘Manco de Texcoco’ como lo llamaba en sus crónicas Carlos León, avinagrado cronista e


ingenioso revistero, porque toreando con la zurda nunca alcanzaba las magnitudes estéticas y emotivas a que llegaba con la diestra. Nos platica su estrecha relación con aquel torero Antonio Velásquez, del que nos da a entender era un valiente como el que más y por andar de intrépido en una tarde noche, en su morada en una reunión donde se hallaba el propio Don Víctor López, el leonés desde la azotea se precipitó accidentalmente de un jalón hasta la banqueta donde se partió la crisma y se fue a la tierra de nunca jamás. A Manolo Martínez lo describe primeramente como ‘un joven de raquítico aspecto’ y nos revela algo impensable como el hecho de que quien sería ‘El Mandón’ se atavió para su debut en la Monumental de Valencia de pizarra y plata, luego como pa’ levantar la polémica nos dice ‘Vito’, que Manolo hombre de gruesa madurez, que culminaría sus días en los ruedos con una expresión técnica corta y escueta, aunque precisa y profunda. Y el capítulo dedicado al regio lo remata con algunos datos numéricos que servirán para acallar a los ignorantes del ‘Martinismo’, que no se cansan de cacaraquear que ‘El Número Uno’ no fue contundente en España. Ya que de baranda me he referido al terruño ibérico sobre sus toreros, este libro nos pintara al dedillo los aconteceres de sus personajes, sobretodo en tierras americanas y subrayadamente con las páginas que escribieron matadores de diversas categorías entre cuya gama se barajan nombres como el de ‘Manolete’, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordoñez, Antonio Bienvenida y desde luego el autor se decanta abiertamente por la amistad y gusto que le provocaba ‘El Niño Sabio de Camas’ Paco Camino. Regresa con los de América y a los mexicanos los reconoce como quienes forjaron lo mejor de la afición venezolana, subrayadamente ‘Armillita´, Garza, ‘El Soldado’ y presenta como el torero más querido por la afición bolivariana a Luis Procuna de quien nos narra anecdóticamente que ha sido el único coleta que ha cortado una pata en el Nuevo Circo. Hay que decir que la ocupancia que le brinda a la torería sudamericana, 13


a la ganadería, a la empresa y a los apoderados que en ella han escrito historia, aquí queda más que ampliamente registrada sin favoritismo de paisanaje y si con fidelidad que va siempre bordando con el hilo fino de la veracidad. Importantes y hasta sorprendentes líneas son las que le dedica el escritor a ese personaje llamado Adolfo Guzmán el que hizo que en torno a él brotara el ‘Guzmancismo’ y es que este torero del barrio de Tacubaya toreo más como novillero en tierras venezolanas que los toreros nativos. Prácticamente cierra y cierra fuerte con el colombiano que abatió cuatro tardes el portón grande de las Ventas y de quien Pepe Dominguín, nos relata ‘Vito’ dijera; ´Lo de César Rincón es como si le hablaras a Dios… Y que Dios, te conteste´. Y desde luego todo este peregrinar por los continentes de la taurina esta aderezado con la precisión de lugares y personajes que testificaron en su momento pasajes de este periodista Víctor José López, ‘Vito’, con quien he tenido el honor de alternar en columnas, micrófonos, charlas y diluvios de recuerdos, por ello sin empacho puedo decir que de él emana por sobre todas las cosas, esa divisa excelsa de los elegidos que escriben con las neuronas y más allá de hacerlo bien y gratificantemente lo hacen con el compromiso de lidiar con las manos limpias.

¡Gratitud! Bardo de la Taurina Madrid 2015

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CapĂ­tulos

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CapĂ­tulo 1

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Con mis dos compadres mexicanos, Raúl Izquierdo y Raúl García, tarde de toros en la Plaza México. 20


Antonio Velázquez y Eloy Cavazos

Al bajar del taxi, en el cruce de Cinco de Mayo con Isabel La Católica, el viento corría y jugaba a los remolinos a ras del suelo. Un portero de larga talla, huesudo y con cara de ave de rapiña, sacó del asiento delantero del auto el maletín y la máquina de escribir mientras cancelaba al taxista el importe del viaje desde el aeropuerto hasta el viejo centro.

Había llegado a Ciudad de México.

Todo comenzó el seis de octubre de 1968, en una buhardilla del Hotel Gillow, viejo edificio de indefinida arquitectura rodeado de reminiscencias que fueron parte de la urbe colonial. Era aquella gran ciudad construida sobre otra ciudad igual de grande con sus bases incrustadas en las semidestruidas construcciones de la grandiosa Tenochtitlán. Templos y palacios, levantados por la Iglesia, por los ricos y los diversos gobiernos. Edificios de tezontle rojo y negro que según Humboldt, “podían figurar muy bien en las mejores calles de París, Berlín y Petersburgo”. Palacios cimentados con ingenio y audacia política. Recias casas tan atrevidas como atrevidos eran sus propietarios, los conquistadores. Hombres transformados, gracias a la fortuna, en intrépidos colonos. Más tarde en ambiciosos revolucionarios. Mi primera visita a tierras aztecas era una mezcla de curiosidad y aventura, desamparada de los más elementales recursos. Sólo tenía 21


acceso a humildes fondas y hospedajes de aquel México que estaba de ida, la ciudad de los cafés y las cantinas populares. La primera cartilla de “visitas obligadas” nada tuvo que ver con las famosas pirámides o los monumentos precolombinos que ilustran las guías turísticas. Caminando el viejo centro de México conocí la ciudad del Vasconcelos que prohibió los toros y el jazz, por considerarlos cosa de negros y asesinos. El México de Martín Luis de Guzmán, el relator de la Revolución y de don Alfonso Reyes, suerte de receptáculo cultural del occidente hispanoparlante. Descubrí en mi incursión por los edificios públicos los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros, la terna de los grandes muralistas que percibieron la rutilante mezcla de la presencia histórica con la ingeniosa, sabrosa, cínica y única bohemia mexicana. Todo tiene que ver con restos de la bohemia madrileña, pasto del mestizaje, con restos de un confuso afrancesamiento que no entienden ni los propios mexiquenses, los habitantes de la gigantesca ciudad. Me rodeaban los despojos de la ciudad donde creció Renato Leduc, el pueblo adorador de Rodolfo Gaona, el México que se le entregó sin reservas al primer “Torero de México”, Alberto Balderas. Era aquel el México auténtico del boxeo y de la lucha libre, el “deefe” del Ratón Macías y del Púas Olivares, la ciudad de las veladas en la Arena México, con El Santo y El Cavernario Galindo. Las noches de los teatros de burlesque con las muchachonas de las piernotas embutidas en medias de malla negra, que caminaban haciendo ruido con los taconsotes de sus zapatos, ­con movimientos exactos y precisos de la escuela de la Tongolele, las caritas pintadas adornadas con lunares cielito lindo junto a la boca y esas pestañotas postizas para esconder los ojos tapatíos, sobre la vieja madera de los destartalados escenarios de una ciudad que se representa así misma, con lo que fue y lo que se va,. Era aquella la primera vez que caminaba por la ciudad taurina, la que sembró pasión de Garza y de Armillita por los tendidos de las plazas de toros, esa pasión que nadie cambió ni por un trono su barrera de sol cuando toreaba Silverio, y que fue la sangre y el espíritu de esa fiesta única que es la fiesta de los toros mexicana. Allí está, con su envolvente frescor, la Alameda. Con los novios de siempre, unidos en el beso eterno. Alameda, jardín del que arrancó su nombre, igual como se arranca una fruta, para usarlo de seudónimo y escribir de toros, el letrado nacido en el Madrid (que en México se piensa mucho en ti), criado en la sevillana Marchena, Carlos Fernández Valdemoro. Maestro de generaciones de periodistas mexicanos que firmó las más hermosas piezas de la reseña taurina y rubricó magistrales 22


narraciones radiofónicas y televisivas y que nos regaló lo mejor de su crónica taurina con el nombre de José Alameda. Fue Pepe Alameda, el de los poemas apasionantes, las frases justas, oportunas y exactas, el del relato elocuente de equilibrada música, cátedra de literatura taurina permanente y generosa. Frente a mí y debajo de mí, a mis pies, el México viejo y maltrecho con sus restos de afrancesamiento, negados a sucumbir ante la avalancha del modernismo. Se descubre en el ocre de sus paredes los días que fueron de don Porfirio Díaz. Allí está desnuda la ciudad de los viejos cafés, barras de cantina, con sus pisos tapizados de conchas de cacahuetes y servicios de fonda, llenos de los aromas que saltan de las ollas donde se cuecen los hirvientes caldos, buenos para las crudas. La ciudad en la que todavía se escuchan los organilleros que con vueltas del cilindro lanzan por los aires las canciones de Guty Cárdenas y de Agustín Lara. México es una canción. La ciudad es musical, capaz de confundir la pena y la rabia, con la alegría, la ilusión y la esperanza. Tenía frente a mí al México de mi abecedario amarillento, el de las páginas de La Lidia y de La Fiesta, en las lecciones taurinas en los reportajes del doctor Carlos Cuesta, abuelo de mi querido amigo Jorge Cuesta. Aquel Cuesta revistero, hermano del otro Jorge Cuesta, el poeta maldito. Cobraban vida y alma en mi deambular sin rumbo ni norte por fondas y cantinas las ilustraciones de Manuel Reynoso. El hecho de residir en la parte vieja de la ciudad permitía desplazarme con ventaja. A tiro de piedra estaba el Café Tupinamba, en la Calle de Bolívar, sitio de reunión de la baja torería, aquella de los maletillas, picadores y banderilleros, mozos de espadas y aspirantes a novilleros muy diferente a la oligarquía que cantaban los pasodobles y pintaban los pinceles de Ruano y de Flores. Frente al viejo Café de la calle de Bolívar recuerdo una fábrica de petacas y al costado de su puerta un letrero que decía “aquí hacemos petacas, al frente se hacen maletas”. Cada mañana me aguardaba Guadalupe en el Tupinamba. Él era el mozo de espadas de Antonio Velásquez. Nos reuníamos en el frontón en la casa del doctor Hoyo Montes. Guadalupe había sido mozo de espadas del maestro Carlos Arruza, y acompañaba al Ciclón la noche del fatídico accidente en la carretera México-Toluca, cuando el gran torero perdió la vida al estrellar su camioneta contra otro coche, que venía en ruta contraria. 23


En la casa del doctor Hoyo Montes, que fue en una época médico de plaza y muy amigo de los toreros, entrenaban algunos matadores. Iban a diario Antonio Toscano, casado con una hermana de Manolito González y Luis Castro “El Soldado”, legendario torero de Mixcoac. El frontón y los baños de vapor también eran frecuentados por el aficionado Jesús Arroyo, famoso por las barbacoas de su restaurante y con quien me uniría una fraterna amistad con el paso de los años. Me reunía con Antonio Velásquez y con su hijo Rafael, que se iniciaba de novillero. Era octubre, último tercio del año 1969 Por esas fechas José Luis, otro hijo de Antonio y hermano mayor de Rafael, hacía campaña por ruedos venezolanos. “Joséluis”, así se anunciaba. Actuó con éxito en Caracas y en Maracaibo. Junto a nosotros echaba su partidita de frontón el novillero venezolano Pepe Benavides, apoderado por “El Güero Pollero”. Aficionado muy amigo de los toreros, que frecuentaban el frontón del doctor Hoyo Montes. Carlos Málaga, “El Sol”, matador de toros venezolano fue mi guía aquellos primeros días en Ciudad de México. Con “El Sol” contacté al gran fotógrafo Carlitos González, para hacer un reportaje fílmico en la ganadería de los Hermanos Moreno Reyes, propiedad del mundialmente famoso Mario Moreno “Cantinflas”. Se había decidido una mañana, en Caracas. Trabajábamos en un proyecto para el Centro Simón Bolívar, Carlos Eduardo Misle “Caremis”, Pedro Calimán “El Canciller de Hierro” de “La Corototeca”, archivo, museo, muestrario, testimonio, reunión de objetos, documentos, fotos, cosas, colección de “corotos”, como llaman los caraqueños a los objetos que han caducado su utilidad, y que acumuló el periodista Misle desde los años de su infancia, convirtiéndose en una memoria no oficial de lo caraqueño y lo venezolano, la historia menuda de las cosas perdidas en lo cotidiano. Importante archivo que aún existe gracias al esfuerzo de “Caremis”, un periodista caraqueño singular, que casi desde la cuna ha dedicado la vida a la búsqueda de las raíces del pueblo caraqueño, con apasionada dedicación y el propósito de preservarlas, cuidarlas y hacerlas comprensibles al aluvión que aglutina y forma las nuevas generaciones de caraqueños. Es Carlos Eduardo uno de los pocos caraqueños preocupados en guardar los documentos de identidad de la ciudad. Sabe que poco a poco, como si se tratara de un arroyo imperceptible, la identidad nacional se nos escapa entre los dedos. Pedro Calimán fue uno de esos extrañísimos 24


personajes que escapó de la fantasía de los libros de Emilio Salgari, y se escondió en el desorden de la “Corototeca”. Él era un coroto más, el más valioso, vivo y animado en el desordenado desorden del archivo memoria. Innegable su origen hindú, aspecto de asceta pakistaní, la piel olivácea era un pellejo pegado a sus huesos. Larguísima nariz y desdentada boca, fumador empedernido, conversador incontrolable, su manzana de Adán subía por el camino de su flaco cuello, como si de un termómetro se tratara, indicando con el mercurio de la nuez el calor de su permanente estado de enojo que contrastaba con el pozo de bondad que tenía por corazón. Calimán vivió enamorado de la tapa de un disco larga duración que tenía una foto de Raquelita Castaño, y perfumaba su vida con Flores de Galipán, música cañonera, pasodoble que bailaban los muchachos en los templetes de Carnaval y al son del que se gastaron muchas suelas de zapatos, cuando los cañoneros amenizaban los bailes callejeros de la ciudad. El Canciller de Hierro, guardián infranqueable de la “Corototeca”, se quejaba de la poca atención que el venezolano le daba a sus valores. –Fíjate –repetía constantemente–, lo que significan los artistas para los mexicanos. Hay que ver lo que es María Félix, María Bonita, María del alma, una mujer que además de su belleza y personalidad goza del fervor incondicional de un pueblo, que la venera como diosa. Al referirse Calimán a María Félix, “Caremis” recordó que la empresa de la Monumental de Valencia, administrada por Manuel Martínez Flamerique “Chopera” y su socio en Venezuela, Sebastián González Regalado, había contratado una corrida de Mario Moreno “Cantinflas” para la Feria de la Naranja, en noviembre de 1969. – ¿No te gustaría hacer un reportaje desde México, con el propio Mario Moreno “Cantinflas” embarcando la corrida en su ganadería? Fuimos a ver a Sebastián González-Regalado en sus oficinas de la Calle Negrín, en Sabana Grande. A Sebastián no le cayó muy bien la proposición de “Caremis”, que yo fuera a México para hacer un reportaje de Cantinflas ganadero. Sabía, por experiencia, que estas cosas de traer las corridas de toros del extranjero había que hacerlas sin mucho ruido evitando lo imprevisto, los imponderables, inoportuna difusión y, en especial, el testimonio de los periodistas. Además, Sebastián no me conocía, ignoraba cuál era mi verdadero propósito al viajar en el avión en el que irían los toros. Sin embargo no me cerró las puertas, como hubiera aconsejado la prudencia. Más bien indicó la fecha aproximada 25


del apartado de los toros en el campo y me dijo que aún no sabía cómo ni cuándo los embarcaría, porque además de la corrida de Moreno Reyes había otros encierros que se iban a lidiar en la feria valenciana. Salí un poco desorientado de la entrevista, ya que no se concretó nada del viaje, aunque seguía decidido a ir a México. No era cualquier cosa tener oportunidad para entrevistar a Mario Moreno “Cantinflas”, como ganadero de reses bravas. Sin otro contacto que el teléfono de Antonio Velásquez y las señas de Rafael Báez, marché a México en un vuelo de Viasa. Ochocientos treinta y dos bolívares, ida y vuelta. En el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la gran ciudad, me esperaba Carlos Málaga “El Sol”, convaleciente de una fractura en el brazo derecho. Esa misma tarde luego de comernos unos tacos muy picosos a la vera de un costado de la Monumental, cuyo fuego apagamos con unas cervezas, fuimos en compañía de Rafael Velásquez, hijo menor de Antonio, a la Plaza México. La novillada tenía como base del cartel a Alfredo Acosta, hasta ese día el triunfador de la temporada organizada por la empresa del doctor Alfonso Gaona y el más destacado de los novilleros aquel año de 1969. Me impresionó el colosal coso. Ver la plaza, sentirla, escucharla fue una impresión inolvidable. Ese día inicié mi romance con la mole de concreto, con ese hueco ruidoso que es el “Embudo de Insurgentes”, la plaza más grande del mundo, que me dio un extraño aliento y se hizo mi gran amiga desde el primer momento. Amigos seríamos, porque en sus entrañas, recreándome con su historia, comprendería mucho el laberinto de la fiesta de los toros. Por la noche, ya en casa de Antonio Velásquez, en Mariano Escobedo, acordé con el fotógrafo Carlos González ir a La Purísima, el rancho que Cantinflas poseía cerca de Toluca en el Estado de México; antes había que contactar a Mario Moreno, porque sin su autorización nada haríamos. Mientras localizábamos a Cantinflas, viví un poco ese mundo desconocido que es México taurino. Sellado en la pasión por Manuel Benítez, “El Cordobés”, era el México que vivía la fulgurante etapa del cordobesismo como eje sobre el que se movía la temporada en el inmenso país. Todo giraba alrededor del monstruo de las taquillas, y la mayoría de los espadas se ponían a la orden de las apetencias y exigencias de Benítez. Toros, fechas, plazas, todo era organizado por 26


DEMSA, la gran empresa que regentaba Ángel Vázquez, un cubano, muy aficionado al béisbol, que más tarde en su vida ocuparía un puesto muy importante en la organización del equipo de las grandes ligas Marlins de Florida. Antonio Velásquez insistía con acalorados argumentos que el cubano había despersonalizado la fiesta de los toros, poniendo al servicio de la gran empresa a los espadas profesionales, como si se tratara de funcionarios públicos. “No puede ser”, se quejaba Velásquez, “no sabes cuándo ni dónde ni con quien toreas; por protestarlo es que estoy vetado. He manifestado mi disgusto por considerar la situación absurda. Siento lástima por los compañeros que aceptan estas condiciones, ya que serán ellos los que acabarán con la fiesta de los toros en México. Por lo menos con la jerarquía que deben tener los matadores de toros”. “Lamentablemente muchos compañeros, continuaba Antonio, son incondicionales de Ángel Vázquez. Hace mucho que no toreo. DEMSA me ha vetado. Quisiera hacer una campaña de despedida de los ruedos. Ese fue el principal motivo por el que acepté torear el festival en Caracas, para buscar respiro por otras latitudes y retirarme de los ruedos con dignidad, no quitado por un empresario de béisbol. Se refería Velásquez al festival taurino que toreó en el Nuevo Circo de Caracas, el mismo día que llegó el hombre a la luna”. En su natal León Guanajuato donde se apuesta la vida y se respeta al que gana y allá en León Guanajuato donde la vida no vale nada, Velásquez se inició como becerrista, cuando apenas contaba trece años de edad. Contribuía al escaso patrimonio de la familia con el dinero que ganaba en sus labores de aprendiz de talabartero y ayudante de zapatero. León, tierra famosa por la elaboración del calzado. Pocas oportunidades tuvo como becerrista, cambió el rumbo y se hizo, junto a Pascual Navarro “Pascualet”, subalterno en las cuadrillas de los hermanos Núñez, toreros y novilleros de poca monta, hasta llegar a la cuadrilla de Luis Castro “El Soldado”, figura del toreo mexicano que hizo de Madrid su trinchera, cuando llenó de increíbles anécdotas la historia del toreo mexicano junto a su más enconado rival, Lorenzo Garza. Era el final de la temporada de 1941, y aunque era uno de los mejores prospectos de la torería subalterna, que daba mucha categoría, siempre sentía las ganas de ser el jefe de la cuadrilla. 27


–Así que un día –me contaba Velásquez–, después de una comida, reunidos con “El Soldado” en una fonda los miembros de su cuadrilla le dije de plano que me iba, que quería ser novillero. Luis no lo entendió y me llenó de improperios. Recordó que de malagradecidos está lleno el mundo y que yo ya vería lo infeliz que iba a ser. Me echó del comedor. No comprendía, no quiso entender mi ambición. Todo lo que yo quería era ser matador de toros, o por lo menos intentarlo. No fue fácil mi breve carrera de novillero. José Pérez Gómez “Niti”, un banderillero, que había sido miembro de la cuadrilla de Juan Belmonte se encargó de mi representación en la brevísima campaña que apenas llegó a ocho novilladas. Tenía ambición por llegar a ser alguien en la fiesta, aunque la verdad más cruda era que en mi casa faltaba todo; y, de novillero en vez de agregar, le quitaba al plato en vez de agregarle. No lo medité mucho, le dije a mi apoderado que me buscara la alternativa. Lo que se atraviesa es un cartelazo en el viejo “El Toreo” de La Condesa, la plaza donde murió Alberto Balderas, ídolo de multitudes e inspiración para muchos toreros mexicanos. En el cartel de mi alternativa dos colosos mexicanos, Fermín Espinosa “Armillita Chico” y Silverio Pérez y la presentación de Pastejé como ganadería de cartel. Antonio Algara, aficionado de atrevidas ideas, osado empresario y hombre de holgada situación económica, trajo en 1939 cinco sementales andaluces de las dehesas de doña Carmen de Federico. La idea de importar toros de Murube, fue para que padrearan en la ganadería de don Eduardo Iturbide, descendiente del general Iturbide, un terrateniente, estadista y militar realista michoacano, que combatió contra los Insurgentes y defendió la causa de la Corona de España. Fue don Agustín de Iturbide ardoroso opositor a la Constitución de 1812. Combatió como Jefe de las Fuerzas Armadas de la Monarquía; aunque más tarde fue uno de los firmantes del famoso Plan de Iguala, donde se proclamó la Independencia de México. En el Plan de Iguala el Estado mantenía nexos profundos con la Iglesia, y con la Casa Real de los borbones. La filiación monárquica del General Iturbide, confesa in extremis, le hicieron aspirar a una corona mexicana, a la que ascendió en 1822, tras la insurrección de Celaya. Se consagró como Agustín I. Al año de su imperio, fue obligado a abdicar por la fuerza de una conspiración que dirigió el general Antonio López de Santa Anna. Iturbide fue expulsado a Europa, regresó a México para continuar la lucha, y fue hecho preso y fusilado por traición a la patria en 1824 por orden del Congreso Constitucionalista. El general Iturbide era ascendiente directo del ganadero de Pastejé, quien en más de una 28


ocasión manifestó su filiación monárquica y su nada velado deseo de poder llegar a ser Rey de México. Los nombres de aquellos cinco magníficos ejemplares importados de España por Toño Algara para don Eduardo fueron: “Barquillero”, “Tanganito”, “Observador”, “Holgazán” y “Perfumado”. “Tanganito” fue el padre de los célebres “Tanguito” y “Clarinero”, los dos toros más famosos de Pastejé. Para desgracia de Antonio Velásquez, la corrida salió brava. “Clarinero”, un toro de bandera, le correspondió a Armillita y le cortó una oreja; Silverio enloqueció a la multitud con el bondadoso “Tanguito”. Dicen que fue la mejor tarde de Fermín Espinosa en “El Toreo”; y la faena de Silverio, la más aclamada de todas las realizadas ante el público de México que le amó con fervor y locura. “Andaluz”, fue un toro bravísimo, para desgracia de Antonio Velásquez. Uno de esos toros que conceden pocas oportunidades para el lucimiento en manos de los bisoños. Auténtica fiera. El escándalo de Silverio fue grande, tanto que en El Taquito, restaurante muy taurino propiedad de los hermanos Guillén en el popular barrio de El Carmen, terminó la gente echando por la ventana los platos y bandejas de la vajilla. Agustín Lara se inspiró en la gran labor del Compadre y compuso su famoso pasodoble Silverio. “Tanguito” fue indultado, y algunos de sus hijos vinieron a Venezuela y hasta padrearon en la ganadería de Guayabita, cuando la vacada que fundaron los hermanos Gómez Núñez en Turmero, estado Aragua. Como verán, Antonio Velásquez quedó convertido en lo que él mismo llamaba “un sandwich” en medio de la apoteosis taurina de Armillita, el más completo de los toreros mexicanos, y de Silverio, el más querido. Era como decir debut y despedida. Prácticamente la carrera de Antonio Velásquez había concluido. Ninguna oportunidad se le presentaba y decidió marcharse a Suramérica. Toreó en Colombia y se fue luego a Ecuador. En Quito era tal su desesperación, que vendió los avíos, y un día que tuvo una oportunidad se vistió de banderillero para poder comer. Sin haber logrado ni resuelto nada, volvió a México. Una que otra tarde actuaba en plazas de pueblos, levantadas en las tierras del sur mexicano. Hasta que... 29


–Como todos los días me fui temprano por la mañana a entrenar –así inició Velásquez la narración de aquel capítulo trascendental de su vida. –Mi compañero de entrenamiento era Arturo Álvarez “El Vizcaíno”. Arturo era algo bizquillo, y por eso le dimos tal apodo, no porque fuera de Vizcaya. Entrenábamos en la plaza de “El Toreo”, y aquel día anunciaban La Corrida de la Oreja de Oro, con Joaquín Rodríguez Cagancho, Antonio Bienvenida, Pepe Luis Vázquez, David Liceaga, Luis Castro “El Soldado” y Luis Procuna... Don Joaquín Guerra, que era el empresario de “El Toreo”, se enteró de un percance sufrido por David Liceaga, el mismo día de la Corrida del Estoque de Oro y por no tener a la mano un torero para sustituir a Liceaga, salió de su oficina hacia la plaza, a buscar un sustituto para Liceaga, “donde le habían dicho que había unos toreros entrenando.” Don Joaquín nos dijo a El Vizcaíno y a mí que había un puesto en el cartel de la Corrida de la Oreja de Oro, que se celebraría ese mismo día, y que si queríamos nos echáramos un volado para ver quién tenía la suerte de coger la sustitución. Echó la moneda al aire. La moneda, en su misión de marcar el destino, pegó de una viga de hierro que sostenía el tendido y cayó frente a mí. Cayó Águila. Estaba en el cartel... Cagancho pegó un mitin. “El Soldado” estuvo dominador. Pepe Luis Vázquez desastroso y Bienvenida desaprovechó el mejor toro de la noche. Procuna cumplió. Me tocó un toro de Torreón de Cañas, de nombre “Cortesano”. Sabía que esa noche, junto a esas figuras, me lo jugaba todo. Mentiría si narro los hechos de aquella faena. Sentí que algo superior a mis fuerzas se metió muy dentro de mi pecho. Algo que me elevaba en un maravilloso éxtasis. Todo lo que hacía, salía bien. La gente estaba loca conmigo. Luego de matar de una estocada, me subieron al tendido y me pasearon de un lado al otro. De la barrera a sol, a sombra, por todo el graderío, hasta muy tarde en la noche. En casa me esperaba mi esposa, Rosario de la Osa. Vivíamos en un departamentito, muy chico, alquilado. Un corralito que teníamos para Antonio, mi hijo mayor, ocupaba casi todo el espacio del departamento. Fui con el periodista Cutberto Pérez, de Ovaciones, a darle la buena nueva a mi mujer y al llegar le entregué a Toñito el rabo que había cortado en la plaza, para que jugara con él. Cutberto me recriminó, me preguntó que cómo le entregaba tan 30


preciado trofeo a un niño para jugar, que si no tenía algún significado ese premio. “Mire don Cutberto, si no soy capaz de cortar otro rabo como éste, mejor me quito de torero”. Ese trofeo tenía que ser sólo una anécdota en mi vida. Otros logros más importantes tenían que venir, y vinieron; pero, la verdad es que ese rabo de la Oreja de Oro al toro “Cortesano”, de Torreón de Cañas, fue inolvidable en mi vida. Velásquez aseguraba que le había cambiado totalmente su existencia, la razón de su vida, sus relaciones con la humanidad. –Me hizo figura del toreo aquella noche del 28 de febrero de 1945. Todo un compendio de aprendizaje entre el 31 de enero de 1943, la tarde de mi alternativa con Andaluz de Pastejé, y la noche del 28 de febrero de 1945, la de mi éxito con “Cortesano”. La mañana del miércoles 15 de octubre de 1969, muy temprano, Guadalupe y Rafael Velásquez fueron por mí en el coche Datsun de Antonio. Compartimos el desayuno en la cafetería La Blanca, en la calle de Cinco de Mayo, frente al Hotel Gillow, donde sirven unos tazones grandísimos de café y se podía usted comer todo el pan dulce que le apeteciera por un precio muy módico. En México el pan dulce es muy popular y su variedad es muy extensa, casi infinita. Junto al tazón de café con leche una bandeja inmensa con cuernitos, conchas, chilindrinas, la sabrosa gama de panes para mojar en el café. Después del desayuno, y antes de ir al frontón en casa del doctor Hoyo Montes, Antonio Velásquez me propuso ir al Tepeyac, que es el sitio en donde está la Basílica de la Virgen de Guadalupe. Me gustó la idea y nos fuimos. Allí se guarda, en un altar, el manto en el que está impresa la imagen de la Virgen Morena. La tilma del indio Juan Diego, cuando se le apareció la Virgen María y lo llenó de flores silvestres. Juan Diego descargó los pétalos de la tela y apareció la Guadalupe en el paño del indio. Velásquez me dijo que no me acompañaría a ver la imagen de la Guadalupe, dentro de la Basílica, porque ella, la Virgen Morena, “no ha sido buena conmigo”. Me relataba Antonio, camino al frontón del doctor Hoyo Montes, que cuando la horrible cornada del toro “Escultor” de Zacatepec, le había pedido mucho a la Guadalupe. –Fíjate –me decía–, igual sucedía cada vez que le pedía antes de una corrida. Siempre venía la cornada. No tengo nada contra ella, pero ella parece que sí tiene algo en contra mía. 31


Al llegar al frontón encontramos a Chucho Arroyo, quien ha sido aficionado práctico, apoderado de toreros y empresario. Chucho, en sus días de aficionado práctico, se iba a los pueblos, toreaba en plazas donde no había enfermerías y lidiaba toros cuajados y en puntas. Estaba en perfectas condiciones físicas, tal y como si fuera un profesional, porque lo que más le gustaba en la vida era torear. Torero, valiente y decidido. Chucho Arroyo es propietario a las afueras de Ciudad de México de un gran restaurante. Se especializa en comida mexicana. En la barbacoa de carnero, perniles de carnero, elaborados de una manera muy especial, envueltos en hojas de maguey y cocinados bajo tierra. Se les extrae un rico caldo, muy reconfortante. La carne de la pierna del carnero queda muy suave, con un sabor estupendo. Además se disfrutaba de un espectáculo musical muy mexicano que presentaba Chema, un norteño, fanático del club de fútbol América, el equipo más popular de México. El Restaurante Arroyo, así se llama, cuenta con muchos locales, casi todos taurinos, que alquilaba para ocasiones especiales. En este restaurante se citaban personalidades de la fiesta, de la política y de la farándula, y es un lugar de obligada visita para cualquier personalidad que vaya a la Ciudad de los Palacios. También estaba en el frontón de Hoyo Montes, raqueta en mano, el matador Antonio Toscano, quien actuó en Caracas, en el Nuevo Circo, con bastante éxito. Toscano se casó en Sevilla con una hermana de Manolito González y, sin llegar a ser figura del toreo, fue un profesional de gran calidad que mereció un lugar más destacado en la historia de la fiesta. Al momento de llegar nosotros al frontón, llegó el novillero venezolano Pepe Benavides en compañía de su apoderado. “El Güero Pollero”. Pepe hacía dura campaña por tierras de México. Se había presentado en la Monumental y mucho se comentaban sus alardes valerosos. Benavides llegó a actuar como fakir en la provincia mexicana, para poder ganarse el sustento, y veía el cielo abierto con la ayuda decidida de El Pollero, un señor que criaba pollos en cantidades industriales y que tenía mucho dinero. Luis Castro “El Soldado” llegó a los pocos minutos. Venía a jugar, pero naipes. El legendario maestro no estaba para los agites de la cancha. Gracioso, mal hablado, leyenda viviente que se ganó un puesto en la historia grande de la fiesta porque de novillero, en franca rivalidad con Lorenzo Garza, llenó de gloria la vieja Plaza de la Carretera de Aragón de Madrid cuando los dos novilleros mexicanos se hicieron los amos y los consentidos de la afición de la capital de España. Garza y “El 32


Soldado” cortaron rabos en Madrid y fueron figuras antes de la Guerra Civil Española. En México pertenecieron a la añorada Edad de Oro y en Venezuela brindaron tardes de triunfos resonantes. Pero sobre todas las epopeyas escritas por Luis Castro, estaba su personalidad. Había conocido al maestro en Caracas, cuando conocí a Velásquez y a Teófilo Gómez, que habían ido a Venezuela a torear un festival que organizó Pablo Ruiz Lambas en el Nuevo Circo. Aquella tarde que se realizó el festival en Caracas fue el día que llegó el hombre a la luna. La hazaña espacial se transmitió por televisión y tuvo récord de sintonía. La ruina fue para los organizadores del festival. También actuaron Pepe Luis Vázquez, mexicano, y el buen aficionado práctico Raúl Izquierdo. Raúl ha sido, desde entonces, un amigo entrañable al que me une una relación de compadrazgo. Con el grupo de “El Soldado”, Toscano, El Güero Pollero, Benavides, Antonio y Rafael Velázquez transcurrió la mañana en el frontón. Al comenzar la tarde fuimos a casa de Antonio en Mariano Escobedo. Prepararía el propio maestro una pierna de venado, e invitaría a la reunión, además de los que estábamos presentes, al crítico taurino del diario Ovaciones, Cutberto Pérez. Antes de ir a casa de Velásquez, visitamos el diario Esto, donde trabaja Francisco Lazo. A Pancho le conocí aquella tarde. Me pareció muy abierto a la plática, enteradísimo de la política taurina, y con ideas muy claras de qué quería, desde la tribuna que manejaba. Fue muy generoso con su tiempo y conversamos largamente de la situación taurina venezolana. No olvidaré jamás que insistía mucho en que Venezuela debía hacer su propia afición, pero en base a sus toros y a sus toreros. –Mientras Venezuela dependa –decía con marcado énfasis–, de las empresas españolas y de los toreros españoles, no tendrá sostén seguro el espectáculo taurino en aquella tierra. Sé que es difícil en un país que no tiene ganaderías, ni escuelas taurinas y que apenas ahora comienza a tener temporada de novilladas, hacer toreros. Pero si no los forma no tendrá la pasión de los tendidos que respalden a la fiesta. Al paso de los años, las palabras de Pancho Lazo, muy criticado por sus posiciones de nacionalismo extremo, cobran más fuerza. En Venezuela tenemos muchas ganaderías ahora, pero en 1969 apenas había dos o tres que no podían dar la cara ni en novilladas. Todo el ganado para las corridas de toros se importaba, principalmente de México, y para las novilladas de Colombia. Gregorio Quijano presentaba en Caracas 33


una gran temporada y de ella se vislumbraban toreros de calidad que podrían relevar a los que funcionaban en aquella época. Hoy día, con más ganadería no se dan novilladas y las empresas dependen del atractivo que pueda tener la torería española, porque a pesar de que contamos con buenos toreros, que sólo necesitan oportunidades más seguidas con el fin de adquirir oficio ante los difíciles toros nacionales, las empresas continúan dependiendo de la voluntad de la torería española. Con Cutberto Pérez y Carlos Málaga “El Sol” nos reunimos en casa de Velásquez la tarde del miércoles 15 de octubre de 1969. Estuvo también “El Güero Pollero”; “El Soldado” había quedado en ir más tarde. Los otros matadores tenían diversos compromisos. Nos reunimos con doña Rosario de la Osa, la esposa de Velásquez, de nacionalidad cubana. Con ella su madre, la suegra del matador, también cubana. Comimos la pierna de venado y la charla de sobremesa fue muy animada. Antonio se comunicó con Rafael Rodríguez y le propuso al “Volcán de Aguascalientes” hacer algunos tentaderos en los que participarían sus hijos. –Vamos Víctor –me dijo–, verás qué agradable es Rafael. Podríamos ir a cazar venados; y a pescar... Nos invitó a que subiéramos a la terraza, donde tenía un pequeño taller para fabricar piezas, anzuelos, reparar armas de fuego, recargar cartuchos… –Aquí paso buena parte del tiempo ocioso –narraba Velásquez, mientras mostraba un pequeño torno y una caja de herramientas. Nos describió cómo había mejorado la recámara de algunos rifles, y sus ideas para elaborar sus propios anzuelos y cañas de pescar. –Es que si no toreo me muero, y como DEMSA me ha vetado por la política de Ángel Vázquez, en la que pretende tenernos a todos como si fuéramos funcionarios, los nervios me están matando. La caza, la pesca, el arreglar mis cosas acá en la casa, ir al frontón, es lo que me ha distraído. Velásquez le contaba a Carlos Málaga lo duro que fueron sus inicios, porque “El Sol”, con el brazo derecho escayolado, se quejaba de su mala suerte. –Fíjese matador –comencé desde muy abajo. El día de la alternativa me borraron, y sin embargo soy un hombre rico. Todo me lo ha dado el toro. 34


Diciendo esto, Velásquez se separó en compañía de Carlos Málaga “El Sol”, al que tomó del brazo, hacia el borde de la cornisa de la terraza. Era la intención de Antonio mostrarle a “El Sol” sus propiedades, todo lo que tenía, las cosas materiales que le había dado el toro. ...No sé cómo, pero pisó en falso y cayó al vacío. Cayó a una altura no mayor de seis metros, con tan mala fortuna que la bota del pantalón se le enganchó a la parte superior de una letra de un anuncio de un restaurante que estaba en la primera planta de la casa. “Sherezade”, era el nombre del negocio, ubicado en la calle de Mariano Escobedo. Antonio Velásquez se mató en el acto. El frontal se le destrozó al golpear con la acera. Carlos Málaga “El Sol”, aterrorizado, corrió hacia donde estábamos “El Güero Pollero” y yo, que éramos los únicos que quedábamos de la reunión, gritaba como loco – ¡Se cayó el matador, se cayó!... No entendíamos al principio; pero, al darnos cuenta de lo ocurrido, corrimos escaleras abajo hacia la casa y luego a la calle. Creíamos que la alarma de Carlos se debía a que Antonio tendría algún hueso roto. Un brazo o una pierna fracturados, pero nunca pensamos que había muerto. El Panteón Francés de la Ciudad de México guarda los restos mortales de este valiente, a quien le apodaron “El león de León” por su arrojo sin par. México le lloró sin consuelo, y así lo demostró en titulares de prensa y en el interminable desfile de figuras, prohombres de la política y de las finanzas, artistas, que no dejaron de hacer guardia y custodia de día y de noche frente al féretro que contenía el cuerpo cosido a cornadas del gran torero. Tuve que ir a declarar a la policía. Era lógico, el accidente había ocurrido con pocos testigos. Nunca estaré suficientemente agradecido a Chucho Arroyo, quien intervino con gran diligencia en las averiguaciones que hizo la policía mexicana y dio fe de que me conocía con amplitud. Arroyo siempre ha sido una persona de grandes relaciones e influencias en México y su posición de gran jerarquía nunca le ha impedido tener un gran corazón, abierto para la amistad, generoso y amplio con todos. Chucho fue uno de los mejores amigos de Velásquez. Hoy en su mundialmente famoso restaurante recuerda al leonés al nombrar la plaza de toros del Restaurante Arroyo, “Antonio Velásquez”. Esta plaza ha sido cuna de grandes toreros mexicanos. Allí se celebran 35


corridas de toros, novilladas y festivales. He tenido el honor de participar en algunos festivales, como aficionado práctico, de gratos recuerdos. En la plaza de Arroyo se realiza una actividad muy positiva, que sólo tiene el propósito de propagar la fiesta de los toros y rendirle un homenaje permanente al gran torero guanajuatense que en vida fuera entrañable amigo de Chucho. En la actualidad, su hijo Pepe Arroyo organiza temporadas de novilladas, transmitidas por el sistema de Cablevisión, a la Ciudad de México. El restaurante Arroyo siempre está en efervescente actividad en pro de la fiesta de los toros. Nunca olvidaré el detalle de Chucho, como tampoco tendré cómo pagarle el afán de sus diligencias en aquella horrorosa noche de la muerte de Antonio Velásquez. Horrible porque los que conocíamos a Antonio llegamos a creer que era inmortal. Un hombre que tenía 29 cornadas en el cuerpo y al que los santos óleos le eran tan familiares, como las plegarias de su mujer. Era como si hubiera nacido para nunca morirse... Y fíjese usted por dónde viene la muerte, por el camino más absurdo de un accidente estúpido en el que jamás se vislumbró el peligro. La Funeraria Eusebio Gayoso se convirtió en un hervidero de personajes famosos; y, debo ser sincero, me impresioné mucho. Daba mis primeros pasos en el periodismo. La experiencia que tenía hasta esa fecha era la de hacer guardias en una redacción deportiva, en el diario El Nacional, las veces que le hice las vacaciones a “Caremis”, con la decidida ayuda de Abelardo Raidi, Pepe Polo y de Heberto Castro Pimentel... No sabía qué hacer. Cómo enviar los despachos a Caracas. No existía el fax ni tenía acceso a los télex internacionales. Sin embargo me decidí, y en una maquinita de escribir portátil, que me había regalado mi padre, la que aún conservo y que en muchas oportunidades ha sido compañera de aventuras noticiosas, escribí varios reportajes y los envié por Viasa desde el Aeropuerto Internacional de México. La colaboración de las aeromozas fue decisiva, lo mismo que la de los pilotos y sobrecargos. Manuel Benítez “El Cordobés” hizo acto de presencia en la funeraria Gayoso en compañía de Paco Ruiz. Ángela Hernández, la torera, nos presentó. Manolo vivía los días estelares de su carrera. Era en México una especie de dios al que la afición idolatraba. Más interesaban las noticias que producía que lo que ocurría en la política. Por esos días se destapó “el tapado”. Quiere esto decir que el PRI (Partido Revolucionario Institucional), con las riendas del poder desde la culminación del capítulo bélico de la Revolución Mexicana, había anunciado, de manera oficial, quién sería su candidato para el próximo 36


sexenio. En pocas palabras, había dicho quién iba a ser el próximo Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. La noticia fue que sería el licenciado Luis Echeverría, quien sustituiría al licenciado Gustavo Díaz Ordaz. Díaz Ordaz estuvo en la funeraria para darle el pésame a la familia de Velásquez. “El Muelón” o “El Dientón”, como los mexicanos le decían a su presidente, había perdido mucha de su popularidad a raíz de los lamentables y trascendentales sucesos de 1968, cuando las Fuerzas Armadas de México reprimieron las protestas estudiantiles, matando a muchos universitarios y proletarios en la Plaza de Tlatelolco; y porque el Presidente de la República vivía un ruidoso affaire con Irma Serrano “La tigresa”, una vedette pintarrajeada en exceso, de pestañas postizas grandísimas, descotes descomunales, cirugías estéticas que le daban perfil de quirófano a sus facciones y que a diario aparecía en las páginas de los diarios más escandalosos, en actitudes provocativas, diciendo cosas con mucho desenfado, que caían muy mal a los más tradicionalistas y contrastaban con la figura del Presidente de la República, con pinta de chupatintas, poco agraciado y mucha boca para desplegar su horrible dentadura. Claro que sí, fue muy notoria y ruidosa la llegada del Presidente Díaz Ordaz a la Funeraria Eusebio Gayoso; pero el barullo a su alrededor, con todo y el culto a la personalidad, que existe en México, no se comparó al alboroto que despertó la visita de Manuel Benítez, y mucho menos a la de Lorenzo Garza. El maestro de Monterrey fue rigurosamente vestido de negro. Camisa blanca, muy almidonada. Cerrado el cuello, sin corbata. De la mano derecha, tomado con la punta de los dedos índice, medio y pulgar, un sombrero que, si no era de ala ancha, lo parecía. Botas de caña baja y su andar como si se partiera plaza. Cabellera blanca y un puro entre los apretados labios de una boca que no se sabía si sonreía o burlaba... Por ojos dos ojales, escrutadores, a su paso, de los rostros asombrados, admirados, que le admiraban... Andrés Blando, Luis Briones, todos estaban allí para decirle adiós a Toño Velásquez, antes que la tierra mexicana cubriera el féretro. Conversaba con Fermín Rivera, el gran torero de San Luis Potosí, cuando llegó otro de los dioses del olimpo mexicano: Mario Moreno “Cantinflas”. Le rodearon al astro del celuloide de inmediato, e hicieron un círculo impenetrable alrededor suyo. Don Mario, que era la manera en cómo se dirigían al famoso cómico sus allegados, con lentes oscuros de fino carey, pelo teñido de un castaño retinto, contrastante con su estirada piel olivácea, vestía un tweed de costosa apariencia. No se sabía quién era quién a su vera, 37


por ello solicité del amable maestro Fermín Rivera me ayudara a llegar hasta el personaje central, que había construido a su rededor un infranqueable búnker humano. –Siempre y cuando en el reportaje no se mencione a “Cantinflas”. ¿De acuerdo? El trabajo debe ser sobre la ganadería de los hermanos Moreno Reyes, y usted debe estar a las dos de la tarde, de mañana, en la finca, que es cuando vamos a embarcar los toros que se van a lidiar en Valencia. Eso significaba que no estaría presente a la hora de las exequias de Velásquez, que se habían retrasado para darle oportunidad de llegar; y acompañar el féretro, a su hijo José Luis, que se encontraba en Venezuela cuando ocurrió la desgracia. Cerca de la una de la tarde llegué a Ixtlahuaca, caserío vecino a Toluca, cercano a las tierras y bienhechurías de La Purísima. La casa es amplia y hermosa, abarrotada de azulejos en su decoración. En compañía de Carlos Málaga y Carlitos González, el gran fotógrafo de toros de México, fuimos en un pequeño taxi alquilado en México. Al llegar encontramos al hermano de Cantinflas y a los señores Abraham Ortega y Ángel Procuna. Procuna representaba a Chopera en México, y Abraham, que había hecho el contrato con Sebastián González, se encontraban en la cocina de la casa de La Purísima. Un sitio hermoso, donde varias mujeres preparaban tortillas y guisos para cuando llegara don Mario. Aproveché para conocer la casa. Me acompañó Abraham Ortega, quien tenía buenos negocios con las empresas venezolanas, porque entre otras actividades representaba la famosa ganadería de don Reyes Huerta Velasco. En realidad Ortega era el hombre de confianza de don Reyes, y participaba en la ganadería más como ganadero que como hombre de negocios. El gran momento que vivió la vacada poblana y que Venezuela disfrutó de sus muy importantes triunfos, fueron los días de Abraham Ortega. Hombre taurino al que admiré mucho porque fue muy particular, con el que al paso del tiempo me uniría una entrañable amistad. Hoy la ganadería de Reyes Huerta ha vuelto a vivir momentos importantes, con sus encastados y bravos astados. La conduce el joven Pepe Huerta, hijo de Huerta Velazco y alumno del recordado Abraham. La casa de La Purísima es amplia; en su patio interior hay flores y detalles hermosos. En uno de sus jardines hay un bronce gigantesco, de un toro de lidia y desde la pequeña colina donde está ubicada la casa se divisa una bellísima capilla junto a la escuela para los hijos de la peonada. Ha sido especial el interés de Mario Moreno en que los 38


hijos de sus empleados se eduquen bien. En las áreas sociales de la casa hay un amplio comedor, con una mesa de nogal larguísima, rodeada por más de cuarenta sillas. Cada silla es distinta a la otra. Han sido regalos de jefes de estado a “Cantinflas”. Las hay de Franco, Roosevelt, Eisenhower, Truman, Perón y hasta una de Rómulo Betancourt. En el gran salón, que tiene un ventanal precioso, reúne Mario Moreno una curiosa colección de óleos del gran pintor Pancho Flores. Cada uno de estos cuadros es de un matador de toros mexicano. “Cantinflas”, como la gran mayoría de los artistas urbanos, nació en La Carpa México. La Carpa es eso, una carpa, igual a las de los circos, donde representaban sainetes y obras de menor catadura, de marcada trama popular. En la representación de la vida del barrio, de lo cotidiano en la gran ciudad. Entender la carpa, es comprender a México. Mario Moreno luego de trabajar en La Carpa, remataba su jornada artística en una cantina vecina. Un borracho, uno de los consecuentes a las funciones de La Carpa, se metía mucho con Mario Moreno y le gritaba “... ¡en la cantina te inflas!”; lo que con la trabazón de la lengua que le producía la borrachera sonaba como ¡...Cantinflas!. Allí nació el apodo, el nombre de cartel del más famoso de los cómicos del mundo hispano parlante. Mario Moreno llegó a La Purísima bastante pasadas las tres de la tarde. Acompañado por un grupo de amigos y de hermosas muchachas. Se acercó a la cocina y le ordenó a las mujeres que nos dieran de comer tortillas, frijoles y un sabroso guiso de carne con chile... “Ya les atiendo, dijo, voy a echar una chingadita y ya regreso”. Volvió al rato y nos fuimos a embarcar la corrida de Moreno Reyes Hermanos. La ganadería de Cantinflas fue para mí la primera gran lección de que para ser ganadero es más importante una gran dosis de afición, vocación y humildad, antes que carretones de dinero. Mario Moreno tuvo todo el dinero que usted pueda imaginar; y apuntalado en su poder económico pretendió hacer una ganadería de cartel. Mario Moreno “Cantinflas”, era arrogante en exceso. Creía conocer los secretos de la vida, ser el que más sabía de los hombres; y se creyó el rey del mundo entero y saber mucho de los toros. Formó la ganadería de los Hermanos Moreno Reyes con vacas y sementales pagados a elevados precios. Herraba sus productos con el cabalístico número 7, y los lidiaba con divisa obispo, rosa sanmateíno y oro. Algunos toros que compró Cantinflas valían mucho dinero; pero, otros, sencillamente, fueron un timo con los que engañaron al gran artista. Hubo un caso particular, el del toro “Espartaco”, de la ganadería de don Reyes Huerta, lidiado en la plaza México por el maestro Joselito Huerta. Fue un toro bravísimo, 39


que de no encontrarse con la muleta del maestro de Tetela de Ocampo, pudo haber pasado inadvertido para el gran público. Huerta le lidió con poder e inteligencia; le dejó mostrar su fiereza, y lo sometió para demostrar la dulzura que llevaba en su genio. Fue un toro completo, pero tenía un gran defecto: su genealogía. “Espartaco” no era un toro puro; es decir, no era legítimo Saltillo. Muy arriba en su árbol genealógico había sido cruzado. “Cantinflas”, con su arrogancia y prepotencia no hizo caso de los consejos y pagó más de un millón de pesos (más de 80 mil dólares). Para ese momento, era el precio más alto que se había pagado por un semental. Al regresar a México encontré varias llamadas de Rafael Báez en el casillero de los mensajes del Hotel Gillow. Me invitaba a Monterrey, a la Sultana del Norte. Eloy Cavazos estaba anunciado con “El Cordobés” y Manuel Capetillo en la Monumental, con toros de Pastejé, ganadería propiedad de Paco Madrazo. También con toros de Pastejé, Eloy actuaría al día siguiente mano a mano con Currito Rivera en Torreón. Recuerdo con claridad que en Torreón se lidió un toro berrendo en negro, y en Monterrey había dos de capa cárdena, lo que indicaba que aquellos murubes de Pastejé, de la época de la alternativa de Antonio Velásquez cuando los famosos “Tanguito” y “Clarinero”, se habían cruzado. Estas capas de pelo, cárdena y berrenda, no existen en la línea ibarreña de Vistahermosa. La capital de Nuevo León es una gran ciudad, de impresionante desarrollo industrial. Con el tiempo tendría el privilegio de ser testigo de la transformación urbana de la Sultana del Norte, una gran ciudad que descubrí por la fama de sus toreros: Lorenzo, los hermanos Briones, Raúl García, Manolo Martínez y Eloy Cavazos. Pocas comunidades son tan laboriosas como la regiomontana. Sólo conozco dos ciudades en las que sus pobladores madrugan para ir a trabajar: Caracas y Monterrey. Mucho antes de que amanezca, las calles y principales avenidas de la capital neoleonesa se congestionan de vehículos con gente que va camino a sus trabajos. Monterrey tiene una historia diferente al resto de las capitales mexicanas. Distinta en sus orígenes y en su formación. Caso curioso el de Monterrey, sin tener ganaderías ha reunido un grupo de muy buenos toreros: Garza, Briones, Manolo Martínez, Raúl García, Eloy Cavazos... Cuando llegué al aeropuerto me esperaba Rafael Báez; de inmediato fuimos a la plaza, a los corrales de la plaza de Monterrey, pues era la hora del sorteo. Más tarde fuimos al hotel donde Eloy Cavazos se 40


vestía. Allí estaba Macharnudo, periodista taurino de la Cadena García Valsecas, uno de los puntales del famoso emporio periodístico mexicano. Macharnudo ha sido siempre un amable amigo y un compañero muy colaborador. Aquellos días conversé mucho con Cavazos. Le sentí muy natural, sincero y amable. La vida de Eloy ha sido un ejemplo de constancia, superación y responsabilidad. Nació en cuna muy humilde, en la Villa de Guadalupe. Un caserío junto a la gran ciudad de Monterrey. En la Villa su padre, don Héctor Cavazos, era conserje de la placita de toros. En realidad la plaza servía de casa de habitación para don Héctor y su familia, ya que era tal la penuria que no tenían techo para guarecerse del duro clima neoleonés. Me contaba Eloy que había nacido en una casita de adobe, igual que los ranchitos campesinos de Venezuela. Sus paredes hechas de pasto seco y de barro que luego sostenían con pedazos de caña. –Ni nací envuelto en pañales de seda, decía Eloy, ni conocí de escuincle los consentimientos y gustos que le dan los padres a sus hijos. Llegué al mundo en una choza el día de San Luis Rey, 25 de agosto del año de 1950. Pasamos mucho trabajo en la familia. Una familia numerosa. Soy el quinto de los Cavazos-Ramírez, ¡y somos nueve hermanos! Ramiro es el mayor, luego Héctor, que murió, Saúl, José Ángel, después de mí, David (Vito, banderillero) Toñita y “El Chiripazo”, que es el menor, Juan Antonio. - En la plaza nos aliviábamos porque no teníamos que pagar renta y papá no tenía empleo. Estaba desempleado, “en el paro” como dicen en España. Allá, en la placita de la Villa de Guadalupe, nació la afición por la más bella de las fiestas en el alma de Eloy Cavazos. Más que afición, era pasión por una profesión que le daría todo en la vida. En especial el reconocimiento del mundo. –Papá, antes de ser guardaplaza de la Villa de Guadalupe, había sido pintor de cruces en el Cementerio Municipal de Monterrey. Aquella casucha de paredes de barro y techo de lata, que era nuestra casa, estaba al lado de la caballeriza y de los corrales de la plaza de toros. Durante el verano era calurosa y se llenaba de plaga y de ratas.

–Noches había –narra Eloy–, en que mi pobre madre se pasaba horas y horas espantándonos los moscos con una rama de mezquite y embarrándonos de petróleo –cuando había– para que los bichos no nos picaran. Dormíamos sobre petos de caballos y mantas para 41


mulillas. Pero el ambiente de la placita hizo que naciera mi afición. Con los toreritos que iban a entrenar a la plaza de la Villa de Guadalupe aprendí a jugar al toro, a torear de salón, a hacer ejercicios. Un novillero de nombre “El Pony” me regaló para Navidad un capotito, un capote de torear que serviría para que ganara mis primeros pesos como torero. Eloy toreaba de salón antes de los festejos de la Villa, en la puerta de la plaza, y los aficionados le regalaban dinero cuando terminaba. Era tanta la pobreza de la familia Cavazos Ramírez que esos centavos significaban mucho para el sustento diario de los 11 miembros del clan. Pero llegó la tragedia en casa de los Cavazos. El hermano mayor de Eloy, Héctor, murió en un lamentable accidente, cuando cazaba palomas y se le escapó un disparo de la escopeta. Laboraba en una casa de comercio llamada Te de Malabar, y sus patrones, conscientes de que Héctor era el sustento de la familia, le ofrecieron el trabajo a Eloy, amigo de los hijos de los propietarios. Como no había ido a la escuela ni sabía oficio alguno para poder desempeñar un cargo, se convirtió en “maestro taurino” de los muchachos, porque ya para esa época Eloy distraía a los parroquianos con sus faenas de salón. Así, los 145 pesos que Héctor ganaba a la semana continuaron llegando a la conserjería de la plaza de toros de la Villa de Guadalupe. Un día los hijos de los patrones fueron invitados a un tentadero en casa del ganadero Eleazar Gómez, donde los maestros de la faena campera eran Raúl García y Jaime Bravo. –En la ganadería de Eleazar Gómez conocí a Fernando Elizondo, cuenta Eloy. Elizondo se entusiasmó con Eloy Cavazos. Tan diminuto, tan gracioso, valiente y enterado. Quiso cerciorarse Fernando de las condiciones de Eloy y le invitó a la ganadería de Cuco Peña, en Laredo, para que matara un semental. Convencido de que Eloy podría ser alguien, Fernando Elizondo le preparó algunos tentaderos a Cavazos y algunas novilladas. Elizondo tenía un socio, el venezolano Rafael Báez, con el que llevaba algunos matadores de toros, como era el caso de Jaime Bravo. La presentación de Eloy Cavazos fue por una sustitución que hizo en la cuadrilla de niños toreros, anunciada como Los Monstruos. Falló un muchachito y Eloy se metió en el cartel. Fue su primera experiencia, y no le fue mal. Al domingo siguiente le anunciaron mano a mano con el Santacruz, dos becerros y dos vacas. El éxito le abrió las plazas de la región y llegó a torear más de sesenta festejos. Calas, llaman en México, a las becerradas con vacas que antes de ir al matadero, o ser sacrificadas 42


por los ganaderos de lidia, son aprovechadas por los aspirantes a novilleros para su formación. –Papá había sido mi primer apoderado. Como becerrista fui a muchas plazas y gané unos pesitos con lo del “monterazo”; pero llegó el momento en que escasearon los “astados” y había que llevar lana a casa... Así que cambié la muleta por la caja de bolero y “a dar bola” –que es como llaman en México el oficio de lustrar calzado. –Hasta que conocí a don Fernando en casa de don Eleazar. En México, casa de Elizondo, conocí a Rafa. Había una reunión, una fiesta, casa de Fernando, y como no debía trasnocharme, para estar siempre preparado y hacer bien mis ejercicios, Elizondo decidió que me fuera a casa de Rafa, en la calle de Pilares. Rafael y su esposa Betty vivían en un apartamento muy amplio. Al principio no me gustó la idea. Eso de que un venezolano y una gringa fueran mis cuidadores, no me parecía que iba bien con la idea que tenía de ser torero. Con el tiempo comprendería cuán equivocado estaba. Betty ha sido una de las mejores personas que he conocido en la vida; y de Rafa, ¿qué te puedo decir? Mi amigo, mi compadre, algo más que un apoderado. Nunca hemos firmado un documento. Jamás hemos hecho cuentas, y ya ves... Por fin, a pesar de su diminuta apariencia que le impedía meter la cabeza en las plazas de toros, Elizondo y Báez convencieron a don Nacho García Aceves, empresario de la plaza de toros El Progreso de Guadalajara, para que Eloy Cavazos hiciera su debut como novillero. Nacho García no quería contratar a Eloy porque lo veía demasiado chico. –¡Es muy escuincle el chavo!

Eloy salió en hombros de Guadalajara y cuando salía por la puerta grande, vio entre los curiosos asombrados a don Nacho; y le gritó: “Don Nacho... ¿Verdad que ahora no soy escuincle?”. Cuenta Eloy que esa novillada no la vio Báez. La primera vez que Rafael Báez vio torear a Eloy Cavazos fue en Camino de Guanajuato que pasas por tanto pueblo no pases por Salamanca que allí me hiere el recuerdo. Vete rodeando veredas, no pases porque me muero. Una novillada que tenía mucho ambiente entre los aficionados de León porque anunciaban un encierro de lujo, de la ganadería del Lic. Alberto Bailleres. 43


Cuenta Eloy que después de la novillada, Rafael “me dijo de plano que no le había gustado nada. Lo que me provocó honda pena”. Pero Rafael Báez sabía que estaba frente a un torero importante, a pesar de que en León no le había gustado. Eloy entrenaba muy fuerte todos los días, mientras que Báez le conseguía novilladas. Fueron 47 novilladas antes de presentarse en la Monumental de México. Una de las metas que se habían trazado en esta primera parte de la carrera de Cavazos... Aquella temporada, el as de los novilleros era Manolo Martínez, otro novillero de Monterrey. Se hablaba mucho de Ernesto Sanromán “El Queretano” y de El Sepulturero. –No teníamos dinero para comprar un traje decente para presentarnos en la Plaza México. Betty, la mujer de Rafa, fue al Monte de Piedad, en El Zócalo, y empeñó todas sus prendas. Lo hizo sin que nos enteráramos. Cuando Rafael lo supo, cogió un berrinche que ni te imaginas. La pagó conmigo. No me hablaba, y cuando me dirigía la palabra era para recriminarme algo. Eloy Cavazos, con gran expectativa, se presentó en la Monumental, el 12 de junio de 1966. Toros de la ganadería michoacana de Santa Martha. El novillo del debut se llamó “Trovador”. Completaron el cartel aquella memorable tarde en la carrera de Eloy Cavazos, Leonardo Manza y Gonzalo Iturbe... Cortó dos orejas, salió a hombros y su cartel, que estaba muy alto, llegó a las nubes. Cavazos se cotizó mucho y muy pronto. Era un gran atractivo para las empresas, pero no volvió a La México, sino para confirmar la alternativa de matador de toros, que alcanzó en Monterrey en 1967, con Antonio Velásquez y Manolo Martínez y toros de San Miguel de Mimiahuapan. La confirmación fue en 1968 con Alfredo Leal y Jaime Rangel y toros de Chucho Cabrera. Eloy cortó tres orejas y se ganó “El Azteca de Oro”, como triunfador de la temporada. En aquella temporada, la México presentó 14 festejos; y fueron contratados al Derecho de Apartado y en corridas sueltas, los matadores Manuel Capetillo, Alfredo Leal, Joselito Huerta, Raúl García, Mauro Liceaga, Jaime Rangel, Chucho Solórzano, Alfonso Ramírez “Calesero Chico”, el maracayero Adolfo Rojas, uno de los buenos toreros venezolanos, que actuó en dos tardes y llegó precedido de gran fama tras su destacada campaña como novillero en la plaza Monumental de Las Ventas de Madrid, de la que salió varias veces en hombros. También estaban en el derecho de Apartado Raúl Contreras “Finito”, Ricardo Castro, Antonio Lomelín, El Ranchero Aguilar, Antonio del Olivar, Fernando de los Reyes “El Callao”, los 44


venezolanos Curro Girón y César Faraco, Gabino Aguilar, Rafael Muñoz “Chito”, Manolo Espinosa “Armillita”, Leonardo Manzano y Joel Téllez “El Silverio”. Ya para esa época Rafael Báez se había hecho cargo de Eloy. Aunque Báez estaba en activo, toreaba poco. En realidad, a pesar de su vocación, nunca despuntó como matador de toros. Rafael Báez es caraqueño, de la parroquia San José y se formó como torero en las escuelas taurinas que por los años cincuenta existían en la capital venezolana. Sus actuaciones en Caracas, Los Teques, Maracay, Valencia y los pueblos andinos como Ejido, Lobatera, Tovar, Zea y Táriba, fueron esperanzadoras. Rafael Báez se marchó, primero a Colombia, y más tarde a México, en el año de 1953, donde se radicó. En Maracay tuvo una gran tarde en compañía de Pepe Cáceres, coincidencia que le abrió una gran amistad con el gran torero colombiano, al que luego representó en México. En Báez se unió la inteligencia natural del taurino con la sagacidad del hombre del trópico, hasta que se convirtió en el ejemplo clásico del apoderado en México. Llevó a muchos toreros en su larguísima y ejemplar carrera, pero fue Eloy Cavazos su punto más alto. Rafael Báez es un hombre de grandes cualidades y su joya es su intuición y carácter. Báez ha formado con Eloy la pareja más estable y sólida de las que ha conocido el toreo en América entre un apoderado y un matador de toros. En Europa, él y Cavazos, fueron ejemplo a seguir durante las brillantes temporadas del regiomontano por plazas de España, Francia y Portugal. Elizondo se ocupaba de otros menesteres taurinos y Báez se dedicaba en exclusiva al aniñado diestro de la Villa de Guadalupe. Después de la corrida de Monterrey, viajé en automóvil hasta Torreón, Coahuila, en compañía del célebre banderillero David Siqueiros “Tabaquito”, miembro de la cuadrilla de Eloy. Hicimos el tramo desde Monterrey hasta Torreón en horas de la mañana. Por la tarde, Cavazos actuó mano a mano con Curro Rivera. Se lidiaron toros de Madrazo, de Pastejé, tres de ellos muy buenos y tres fatales. Fíjense ustedes como es la suerte en los sorteos. Curro Rivera tuvo un lote malísimo, para disgusto de su padre, el maestro potosino Fermín Rivera, que para la época lo apoderaba. Eloy Cavazos cortó seis orejas y un rabo, salió a hombros y ganó el trofeo en disputa. El maestro Fermín, Curro Rivera y su cuadrilla, salieron disgustadísimos de la plaza lagunera tras la enjabonada de Eloy. 45


Por la noche continuamos carretera, esta vez en compañía de Nacho Carmona y de El Yucateco, picador y banderillero de la cuadrilla de Cavazos, además de “Tabaquito”. Un viaje larguísimo, muy pesado, que tuvo el aliciente de conocer el entorno en la vida de estos hombres, en especial de “Tabaquito”, primo del gran chihuahuense David Alfaro Siqueiros, alumno privilegiado de la Escuela Santa Anita, cuna de expresiones en las Bellas Artes, que llevaron al mundo las voces protestatarias de las raíces populares del México revolucionario, de esa gran Revolución en la fase armada, tergiversada en sus dos capítulos finales. Me habló “Tabaquito” de la difícil relación entre Siqueiros y Diego Rivera, otro monstruo de los murales, rebelde en el propio Kremlin, de quien me aseguraba había sido mucho mejor pintor de caballete que de paredes. Habló de cárceles, exilios, hombres y mujeres en la vida de Siqueiros, y despertó en mí la curiosidad por darle la mano, conocer la vida de esos tres mosqueteros que aún hoy me asombran en cada una de las líneas que descubro en el guión de sus vidas. Claro que me refiero a Siqueiros, Orozco y Diego Rivera. Regresé a Caracas a finales de octubre de 1968. Debía entrevistarme con Carlitos González, se hacían planes para que saliera la primera edición del diario deportivo Meridiano.

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CapĂ­tulo 2

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Cartel del Festival de los Amigos en San Luis PotosĂ­

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El Meridiano sin paralelo

Carlitos González se distinguió entre los comentaristas deportivos por la forma de decir las cosas. Con sus comentarios, Introdujo un estilo crudo en la televisión y la radio. Recurría a la exageración y al absurdo en la metáfora e involucraba al radioescucha o al televidente en la situación del comentario. Carlos González se asomó al balcón de la fama con su columna sobre temas boxísticos y sus reportajes en el diario El Nacional, y en su programa del Canal 5 de la Televisora Nacional. Se asoció con Delio Amado León cuando creó una empresa boxística de nombre Gondel, (González-Delio). Carlitos y Delio viajaron a México en 1968, con el propósito de cubrir los Juegos Olímpicos. En México se entusiasmaron cuando descubrieron los tabloides deportivos Esto, Ovaciones y La Afición, rotativos que informan a diario de deportes, toros y farándula y eran los diarios más vendidos y más populares todo el país azteca. Carlitos y de Delio proyectaron editar un tabloide deportivo, vespertino, con resultados que le sirvieran a los pregoneros vendiendo la noticia deportiva, el flamboyán noticioso de la farándula, la hípica nacional con el 5 y 6 y que llevara por nombre Meridiano para identificarlo con la hora de su salida a la calle. Meridiano nació en Rotolito entre las esquinas de Regeneración y de Guayabal, en San Agustín del Norte, Caracas. Delio no cumplio con su compromiso de ser socio fundador de Meridiano y González se quedó sólo con un grupo de periodistas. 49


La mañana del sábado primero de noviembre de 1969, Manuel Medina Villasmil, “Villa” fue a buscarme para irnos a Valencia con el propósito de cubrir las corridas de la Feria de La Naranja. “Que no llegamos al sorteo... ¡Hay que darse prisa!”. En Valencia se anunciaban las cuatro corridas de la Feria de la Naranja, organizadas por Manolo Chopera y Sebastián González, igual que en Caracas, Barquisimeto, Mérida y San Cristóbal. Manolo Chopera cruzaba América desde Lima hasta México a manera de un eje vertebral y mandaba en el toreo americano cual todopoderoso virrey. Los toros de Cantinflas se lidiaron el domingo 3 de noviembre, en Valencia. Uno fue castigado con banderillas negras y el resto se lidió, sin pena ni gloria. El Viti, José Fuentes y Joselito López integraron el cartel la tarde dominical. Comentamos que habíamos acordado con Mario Moreno “Cantinflas” la visita a la ganadería de los Hermanos Moreno Reyes, para hacer un reportaje cuando Abraham Ortega embarcara los toros con destino a Venezuela. Acuerdo que hicimos en el velatorio de Antonio Velázquez en la Funeraria Gayoso de México. Mario Moreno, en su actitud de ganadero de reses bravas, nos recomendó: –Siempre y cuando en el reportaje no se mencione a “Cantinflas”. ¿De acuerdo?, el trabajo debe ser sobre la ganadería de los hermanos Moreno Reyes, y usted debe estar a las dos de la tarde de mañana, en la finca, que es cuando vamos a embarcar los toros que se van a lidiar en Valencia. Por mucho dinero que costara “Espartaco” y por excesiva que fuera la arrogancia de Mario Moreno, como ganadero, la corrida de “Cantinflas” pasó por la arena valenciana sin pena ni gloria, pero con la deshonra por castigo de un par de banderillas negras. El sábado se habían lidiado los toros de mis recordados amigos Federico Garza y Federico Luna de la ganadería de La Laguna, bastión histórico de la bravía Tlaxcala y bandera del grupo ganadero de la familia prócer de los González. Con los laguneros actuaron en collera Ángel y Rafael Peralta con un toro de Javier Garfias y en lidia de los toros de La Laguna Miguel Mateo “Miguelín”, Manolo Cortés y Adolfo Rojas. Este un buen torero venezolano, aragüeño de cuna y de formación, que pudo haber sido alguien importante en la fiesta de los toros, pero...

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Miguel Mateo, al que lamentablemente los venezolanos no pudimos ver en su intensidad como torero, fue un superdotado. Antes de Manuel Benítez, precursor del tremendismo. Sus piernas valían oro de ley. Cuando entrenaba lo hacía corriendo de espaldas, distancias larguísimas. Un portento como banderillero, creador de suertes. Inspirado, en situaciones difíciles le daba gran variedad a la lidia. Su facha exótica le lucía, cuando a otros los minimizaba con su poderío. Casi siempre vestía paños de alpaca negra, o azul marino, y cuentan se los hacía a la medida en La Vía del Corso en Roma. Costosas camisas de seda cruda, desabrochadas en el pecho, que tiraba a la basura cuando ya arruinadas por lo percudido no le valían. Calzaba zapatos de tenis sin calcetines. El pelo zaino y revuelto excesivamente untado por el uso de pesados aceites. Fumador empedernido y jugador compulsivo. Le conocí un día en Algeciras cuando en compañía de Antonio José Galán viajábamos de Málaga a Sevilla y nos detuvimos en Algeciras. Era una tarde en que las cuerdas de Galán y de Miguelín se enfrentarían en el reñidero. Gallos criados por el padre de Antonio José, contra la cuerda de Miguelín. Galleros, Galán padre y Miguelín, de fama internacional. El padre de Galán, natural de Bujalance, Córdoba, exportó gallos de España a Venezuela, que llegaron a ser famosos en las galleras de Caracas y de Oriente. Eran aquellos pollos españoles de mucho temperamento y seguridad en certeros ataques. Antonio Ordóñez era uno de los nombres base para las corridas valencianas, pero el rondeño se cayó de los carteles donde le anunciaron para la venta del abono junto a Manolo Martínez, Ángel Teruel, Curro Vázquez, Efraín Girón y Joselito Torres quien ha sido un torero importante en la fiesta de los toros en Venezuela. Joselito Torres, su figura breve y graciosa de niño precoz, descubierta en un festival taurino que organizó en Caracas el poeta y editor Miguel Otero Silva en homenaje al semanario humorístico El Morrocoy Azul, periódico que creó y dirigió reuniendo como colaboradores a varios intelectuales que hicieron oposición política con ácido sentido del humor. El festejo se organizó en 1948, en plena efervescencia taurina. La afición estaba muy animada con los éxitos de Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro”, en plazas españolas. Joselito fue de los pocos toreros venezolanos de aquella época que no se formó en la escuela de los toros criollos. Su apoderado Emilio Cebrián le cuidó mucho, tanto que apenas Joselito Torres destacó en Caracas con novillos de Guayabita –la única ganadería brava que teníamos en Venezuela– le llevó a Colombia 51


donde participó en tentaderos de la Sabana de Bogotá, en las fincas de Mondoñedo y de Clara Sierra. Hecho insólito este para un torero venezolano de la época, un lujo que no conocieron El Diamante Negro y César Girón, entre la pléyade de aspirantes que llenaba los carteles de la temporada de novilladas venezolana por los encumbrados pueblos de la sierra andina lidiando mestizos criollos e imposibles cebúes. Muy niño, Joselito Torres viajó a Lima y en Acho tuvo grandes éxitos. Triunfos que avalaron su reaparición en Caracas. Fue enconado rival de César Girón en sus inicios, y llegó a superarlo en algunas tardes de la competencia más preñada de pasiones que haya conocido la afición capitalina entre dos novilleros. Luego, Joselito Torres tomó el rumbo de los caminos toreros de España en 1951, donde realizó una brillante campaña como novillero. Sus éxitos lo llevaron a la Feria del Pilar en Zaragoza para una alternativa con cartel de lujo: Rafael Ortega, Antonio Ordóñez y Juanito Posada, con toros de Concha y Sierra. Bigote, el del abrazo protocolar. Cagancho le confirmó el doctorado en Las Ventas con toros de Sánchez Fabrés. De haber vivido Venezuela el auge taurino de plazas que se vivía aquel año de 1969, seguramente la carrera de Joselito Torres hubiese sido más destacada de lo que en realidad fue. Hombre de carácter y con un claro sentido de la responsabilidad en la profesión y vocación. Fue torero de valor auténtico. Tuvo gracia en su expresión técnica. Breve de tamaño y bravo en su entrega. Torero de mucha alegría, ejecutor de suertes a pies juntos y de graciosos recortes llegaba con prontitud a los tendidos. Mereció el respeto de todos los que le conocieron dentro y fuera de los escenarios taurinos. Fue desafortunada la actuación de Joselito Torres en Valencia. Le acompañaron en el cartel el madrileño Ángel Teruel y José Fuentes, aquel fino diestro de Linares que apoderaba el mítico Rafael Sánchez “El Pipo”. El mismo personaje que descubrió a Manuel Benítez “El Cordobés”. En Valencia, aquella aciaga tarde se lidiaron toros de Torrecillas y al torero de Charallave le correspondió un toro negro, bragado, cornipaso y de mucho trapío que llevó el nombre de “Billar”. Joselito Torres vistió de hueso y azabache y se notaba en él una gran disposición para el triunfo. Con el capote había arrancado fuertes ovaciones, se entregó sin reparar en el fuerte viento que azotaba la arena. En un natural, cuando ya había sometido al toro zacatecano en el momento en que las zapatillas se funden con la arena para erigir sobre el sentimiento y la inspiración el pase fundamental del toreo, 52


el viento le descubrió el muslo para terminar con sus ilusiones, hacer inútil su entrega, y desbaratar los sueños de un torero que necesitaba de aquella tarde para continuar su vida profesional con dignidad. El pitón del toro le prendió por la pierna derecha, provocándole una cornada seria y profunda; pero lo grave no fue la cornada, sino la fractura del fémur izquierdo. Tan seria que le retiró del toreo. Estuvo a unos pasos del triunfo. Más tarde actuaría en una que otra corrida y algunos festivales. Tuve el agrado de compartir cartel como aficionado con Joselito Torres en un festival en el Nuevo Circo, y juntos toreamos muchas veces en los tentaderos de la ganadería de Santa Marta, propiedad del distinguido aficionado práctico doctor Daniel Espinoza.

Antonio Ordóñez era el imán para la taquilla valenciana. Aquellos días le veía como le vio siempre el mundo del toreo. Con admiración y respeto, fue el de Ronda un torero para toreros. No imaginábamos aquellos días cuando nos iniciábamos en el periodismo que todos aquellos consagrados, admirados, llegarían a la distancia de la entrevista. Así fue con “el maestro”, como todos distinguíamos a Ordóñez aquellos días, y no como ahora que cualquier pintor de brocha es calificado de “maestro”. Me refiero a la conversación que tuvimos una noche luego de una corrida que organizó en la Maestranza, entre cumbres serranas y defendida por picachos y enormes barrancos en Ronda, la ciudad que hace miles de años inventaron los celtas entre riscos para evitar la agresividad de los íberos. Más tarde los griegos la destruyeron, pero los romanos la reconstruyeron y los árabes le dieron calor de permanencia. Ronda fue, con Granada, postrer reducto de la dominación árabe, querencia donde los sarracenos se apencaron en territorio europeo, hasta que Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, le pusieron el sello lacrado al documento de La Reconquista e iniciaron la universalización de los reinos de Aragón y de Castilla, para llevar La Cruz, el Evangelio y la lengua castellana a todos los confines del mundo. Romana y andaluza llamó a la monumental Ronda el granadino García Lorca, cuando narra en las páginas de Marianita Pineda la tarde de toros de Cayetano en la vieja plaza de Ronda. Fue en esa Ronda donde surgió 53


un novillero fenomenal al que anunciaban los carteles como “Niño de la Palma”, y con esa certeza que tenía Gregorio Corrochano para los titulares de sus crónicas anunció su próxima presentación en Madrid con aquel famoso encabezado “Es de Ronda y se llama Cayetano”... Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma” fue un gran torero, de éxito tan fugaz y efímero como era la dimensión de su ambición, que vivió días de gran confusión y total abandono en Caracas, cuando diluida su fama y prestigio se vio embutido en trajes viejos. Este Cayetano de Ronda permanecerá en la leyenda por el titular de Corrochano y por ser el padre de Antonio Ordóñez, uno de los dioses del Olimpo taurino. “La Palma”, que así se llama un mesón en Ronda, que adorna su pared principal con tres fotos de estos toreros... Pedro Romero, miembro de la primera gran dinastía y fundador de la Escuela de Ronda, que con el tiempo rivalizaría en romance con la sevillana. Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma”, precoz figura y cabeza en la más moderna dinastía de toreros de Ronda... Y Antonio Ordóñez, maestro del torero. Los tres rondeños más famosos de la historia. Con Antonio Ordóñez conversamos una noche, en “La Palma” de Ronda, habiendo concluido la breve temporada de corridas que organizó el maestro para conmemorar el bicentenario de la fundación de la plaza, la Maestranza de Ronda. Conversación que transcribo a manera de entrevista y que surgió en presencia de los matadores Pepe Dominguín, Victoriano Valencia, Curro Vásquez y Julio Robles activos éstos dos últimos, con quienes aquel día por la tarde había lidiado una corrida de Joaquín Buendía en el secular albero rondeño. –El que hayan tenido movilidad estos toros con esos pesos es la respuesta de la raza que llevan dentro y que es capaz de moverlos con nobleza... otra ganadería hubiera rodado por el suelo. Como ganadero estaría tomándome un whisky, para celebrarlo, porque el tercer toro de la tarde fue un toro de vacas. Se refería Antonio Ordóñez a un magnífico ejemplar de Buendía, negro y bragado, que había sido lidiado en tercer lugar aquella última corrida 54


de la Feria Bicentenaria. Esa referencia, fue el inicio de una tertulia que anduvo en la búsqueda de los problemas que confronta el espectáculo de torero, y fue por ello que, a renglón seguido, el rondeño se expresó de la siguiente manera: –El toro que se lidia hoy en España es el toro más difícil que ha salido en la historia. Es más grande, contra estilo para el toreo estético, que tiene muy poca movilidad, muy poco temperamento y que provoca escasa emotividad... por ello sostengo que hay entre los toreros de ahora unos diez que hubieran arrasado, en plan de grandes figuras del toreo, en mi época. Y es fácil deducirlo, porque son toreros que con una pizca de movilidad que tenga el toro lucen una barbaridad. Es tan difícil el momento por el cual atraviesa la ganadería de lidia que recomendaría por absurdo que parezca, reunir todas las razas y encastes y hacer un revoltillo de ellas para empezar desde el principio y dejarnos de tantas tonterías de ramas muy cercanas, lo que ha provocado que el toro de hoy a pesar de su gran tamaño sea un enemigo blando, en apariencia de gran nobleza, que constamente esté matando toreros, hiriendo toreros, sin lograr que los públicos se estremezclen por el sangriento sacrificio que tenemos como resultado. Insisto en que hoy hay grandes toreros, tan buenos o mejores que las figura de mi época, pero que por culpa de la poca movilidad del toro actual no lucen, ni logran emocionar como pudieron hacerlo antes. Señala Ordóñez que la razón por la cual el toreo esté aparentemente manipulado por intereses ajenos al espectáculo es culpa de los propios toreros y de los taurinos que viven en torno a la fiesta. “Te habrás fijado en los detalles del espectáculo que dimos esta tarde en Ronda... las mulillas me constaron veinte mil duros y las traje de Sevilla”. Por cierto que llevaban los colores blanco y rojo, de Atlético de Bilbao, el equipo de cual el maestro es hincha. Otro, más observador, dijo que se trataba de la bandera de Alianza Popular. “La plaza no tiene desperdicios, está totalmente encalada, los herrajes, la arena, los corrales, todo en ella brilla como si estuviéramos inaugurándola hoy, y tiene doscientos años. Pero es que hay que darle 55


brillo a las cosas sencillas de la fiesta para que ella tenga grandeza... te fijaste en la corrida de toros. Una corrida con toros para Madrid en una plaza de tercera, y se veía muy natural. Te digo que los toreros son los principales enemigos de su profesión, porque ellos han perdido la majeza que lleva el alma del torero. No exigen los dineros y no gastan los dineros y así se va perdiendo ese halo de grandeza que siempre tuvo el matador de toros hasta convertirse en un funcionario más... un asalariado que en las tertulias sólo sabe hablar de tractores y ahorros, cuando debería hablar de toros, de ganaderías, de fincas ganaderas, de las cosas de su profesión...”. Está en España de moda la pareja que integran Martín Recio y Monteliú, peón de brega y banderillero estrella en la cuadrilla de “Antoñete”. Alguien comentó que había saludado desde el tercio, desmonterándose, casi las mismas veces en que habían actuado. Ordóñez, pensativo y sin dirigirse a nadie en especial, dice sentenciosamente: “Los mejores banderilleros han pasado por el toreo sin que los públicos se dieran cuenta que existían. El mejor banderillero que vi fue Ferrer, “Sentencias”, y fue torero que jamás agradeció una ovación, eso de correr los toros a una mano, abrirlo y corretearlos por la arena para que luego el matador tenga que pasárselos por el fajín, no es bueno. Era bueno para los antiguos, como ese –hace referencia al cuadro de Pedro Romero–, pero no ahora que el toreo reclama estética, belleza, ceñirse en los terrenos para torear con majeza”. Mientras hacen un alto en la tertulia, le preguntamos al matador cuál fue el mejor toro que lidió en Venezuela y nos responde: “El que no toree”. De inmediato recuerda a “Cascabel” de San Mateo con el que se consagró en la ciudad de México. “Creo que el Reglamento Taurino actual abunda en artículos, y el proyecto del nuevo reglamento también abusa de ordenanzas. En primer lugar, tiene un gran defecto, y es que sobre el mismo no han opinado los matadores de toros en activo. Me llamaron a mí para que opinara, pero no estoy en activo. Hay que llamar a Manzanares, a El Capea, a Curro Vásquez, a Robles para que opinen... sin embargo creo que todavía abundarán artículos al respecto, porque considero que sólo 56


deberían escribirse cuatro cosas que son las que no deben hacerse y basta”. “Fíjate en ese –vuelve a señalar la pintura de Pedro Romero–, ese hizo escuela y fundó una dinastía. Como él, los antiguos toreaban sin reglamento ni complicaciones y sentaron las bases del toreo de una manera rotunda, tan eficaz que hemos sido incapaces de remover a pesar de las vueltas que le hemos dado. La fiesta de los toros, como espectáculo, ha evolucionado poco en lo que respecta al encaje de ella dentro de la sociedad moderna. La promoción, la utilización de los medios, la difusión de la cosas de los toros se han quedado rezagadas si las comparamos con el deporte, las artes, u otros espectáculos que interesan a la sociedad moderna... es por eso que decimos, y con razón, que es un milagro su existencia”. Antonio Ordóñez insiste en dos puntos que considera fundamentales para mantener la fiesta de los toros en rango e importancia: son los toreros los primeros que deben darle jerarquía a su profesión. Esta es una profesión de grandezas y si ellos viven para recaudar migajas estarán de la mano de las miserias... y el otro punto es el recobrar la movilidad del toro, buscarla entre las razas existentes. Debemos darnos cuenta de que la emoción no radica en los volúmenes de los toros, en las carnes, sino en la fiereza de las reses. Un toro debe ser considerado como un atleta, ágil y musculoso, bravo y emotivo, no un elefante con grandes cuernos que haga el papel de estatua. Antonio Ordóñez en Ronda habla de la fiesta... vida para la fiesta y se propone, desde la secular ciudad lanzar a los cuatros vientos de la geografía del toreo sus mensajes, porque está convencido de que con ellos salvará la profesión, el espectáculo que ha sido algo más importante que su propia vida.

Cada jueves por la noche se celebraba en el Nuevo Circo una novillada de la temporada de los Jueves Taurinos. Víctor Lucena, conocido como “El Brujo”, fue el empresario de estos espectáculos. El apodo le venía porque cada vez que organizaba un espectáculo enterraba en la arena 57


de la plaza cucharillas y tenedores “para que no lloviera”. Siempre le faltaba al Brujo Lucena un real para completar el bolívar y sus novilladas o corridas eran actos heroicos de organización. Eran castillos de naipes construidos con la consistencia de los sueños e ilusiones.

Los Jueves Taurinos en el Nuevo Circo de Caracas se organizaban con toros cebúes, aunque se anunciaban como toros criollos. Hay profundas diferencias entre un criollo, o cunero como le llaman en otros países, que un cebú. Las razas cebuinas desplazaron a los rebaños de los toros criollos del territorio nacional, como era de esperarse. Fueron razones económicas, y al desaparecer el criollo se perjudicó la formación de los toreros venezolanos ya que no teníamos ganaderías de casta, a excepción de Guayabita, descuidada y abandonada desde que cayó en manos de los acreedores de la familia Gómez, descendientes del general Juan Vicente Gómez, a la muerte de éste. Los cebúes eran toros que iban a los mataderos de Caracas, Turmero y de Maracay y que los probaban los organizadores en ese mismo lugar. Pedrucho de Caracas se encargaba de la prueba que consistía en llamar la atención del novillo en un corral con un capote y lancearlo a una mano dos o tres veces y así se intuía si el novillo serviría o no para el espectáculo. La gran mayoría de estas reses no eran aptas para la lidia y el espectáculo era aberrante. Lucena contrataba para estas novilladas a muchachos que soñaban con ser toreros, sin la experiencia de los tentaderos y las escuelas en la plaza hacían de la ilusión una pesadilla. Estos toros no embisten, aunque tienen una figura grotesca, su morfología de grandes orejas, gibas impresionantes y patas grandísimas daban la impresión de mojiganga. Un remedo del toreo. Más bien se destoreaba y los muchachos en vez de aprender la técnica del toreo lo que desarrollan eran malos hábitos, de los que más tarde en el camino de la profesión será muy difícil desprenderse. Una de aquellas noches de los Jueves Taurinos, la afición de Caracas descubrió a Celestino Correa, torero que dará de qué hablar más adelante en los recuerdos de esta memoria de arena. Pepe Escudero asistía con cierta regularidad al Mesón del Toro, una tasca que un mañico, Manolo Sierra, que había sido banderillero en su Zaragoza natal regentaba en Sabana Grande. En aquella época, Pepe Escudero se dedicaba a la publicidad y gozaba de afecto entre los 58


amigos y buenas relaciones. Pepe Escudero, animado con el ambiente que se respiraba en El Mesón del Toro, donde a diario iban las figuras del toreo se asoció con Juanito Campuzano, Manuel Vílchez “Parrita” y Pedrucho de Canarias en un proyecto empresarial para organizar novilladas en el Nuevo Circo. Fueron unas novilladas bien promocionadas que entusiasmaron a la afición. Tuvieron sentido taurino y presentaron valores nacionales que interesaron al público. Además de Manolito Rodríguez Sánchez que fue el puntal de la torería criolla para aquella temporada. Caracas descubrió a Carlos Rodríguez “El Mito”, un muchacho de Maracay formado en la escuela del matadero, el aula de generosas enseñanzas para los llamados toreros de la Cantera. Luis Arcángel también actuó en aquellas novilladas, luego de haber participado en la temporada española, a la que había ido de la mano de Rafael Sánchez “El Pipo” junto a Antonio Arteaga “Arteaguita”, un muchacho de Maracay con clase e intuición pero de escasa ambición que se quedó a menos de la mitad del camino que el destino le deparaba. Luis Arcángel, nativo de La Victoria, tuvo prestancia y buen gusto como torero. Se inició con su hermano Miguel en la placita de La Macarena de Los Teques, que se había construido al lado de la carretera Panamericana y que sirvió, por muchos años, para organizar festivales de estudiantes universitarios y peñas taurinas, las que para esa época tenían gran actividad. Miguel, con los años, se haría periodista mientras que Luis, hombre educado, de finos modales, se dedicó a la compra y venta de automóviles luego de alcanzar la jerarquía de matador de toros. Manolito Rodríguez, valiente y con una afición muy grande, se había iniciado como becerrista, lidiando cebúes en Tinaquillo y otras placitas vecinas a Valencia. Siempre atizado por su padre, Ángel Rodríguez Manau. En Caracas, cuando Manolito Rodríguez era un becerrista que iniciaba un camino incierto pero ilusionado, formó atractiva pareja con Gonzalo de Gregorio, un becerrista de clase e intuición a quien, tal vez, la excesiva facilidad le mermó ambición. El padre de Manolito, un aficionado catalán, en sus bares y tascas valencianos, hizo mucho por la afición carabobeña reuniendo peñas y tertulias. Ángel Rodríguez hizo de su tasca en Valencia, La Españolita, un pequeño museo que por años instruyó la imaginación de los aficionados carabobeños. Manolo Rodríguez es hoy día un destacado médico 59


cirujano que participa en festivales, tertulias y reuniones con aficionados entre los que goza de sincero respeto, simpatía y aprecio. La temporada de novilladas organizada por la empresa “Los tres caballeros” tuvo la breve vida de la escasa existencia de ganado bravo en el campo venezolano la cual se limitaba a lo que pudiera haber en Guayabita. Al no contar con ganado bravo enviaron a Pedrucho de Canarias a Bogotá para que comprara una novillada. Pedruchito, de buena fe, confió en Fermín Sanz de Santamaría, propietario de las ganaderías de Mondoñedo y de Laguna Blanca, dos ganaderías que tienen sus dehesas en Mosquera, en la Sabana de Bogotá. Fermín, amabilísimo, muy educado, de un trato grato y que cuida rodearse de un interesante entorno, deslumbró con su clase y afectuoso trato a Pedruchito de Canarias quien, pleno de confianza, ni se molestó en ir al campo a ver la calidad, tamaño y trapío de las reses que compraba. La sorpresa fue grande al desencajonar las reses en los corrales del Nuevo Circo. Lo que llegó de Bogotá fueron unos diminutos becerros, rechazados de inmediato por Alfonso Álvarez, rectísimo y muy estricto Presidente de la Comisión Taurina de Caracas. Las pérdidas fueron cuantiosas, al suspenderse el festejo, y con ellas llegó la quiebra de la naciente organización que prometía un horizonte muy interesante para la torería y para la afición de la capital.

El Mesón del Toro se convirtió en el centro taurino más importante de la ciudad. Manolo Sierra introdujo en la carta del restaurante un exquisito Cocido Madrileño, del que era un fanático César Girón. Con cierta regularidad me reunía con César, casi todos los lunes, ya que era el día que el gran torero venía a Caracas para atender sus asuntos privados. Solía llegar a la casa de su primo César Perdomo Girón, en Maripérez. Curro aún no se establecía en Venezuela, y cuando venía a Caracas iba mucho a casa de Manolo Sierra, con Efraín, su hermano, y su gran amigo Oscar Aguerrevere, “Pajarito”, que para la época ocupaba un importante cargo en la aerolínea Viasa. 60


Sergio Flores acompañaba a César o a Curro junto a Carlos Saldaña que tenía intenciones de reaparecer como matador de toros por aquellos días. Sin embargo, la médula de la tertulia eran Juanito Campuzano y Manuel Vílchez “Parrita”, quienes en cierto sentido fueron los fundadores de la tertulia Los Amigos del Toro, que se instituiría en el mesón de Pedrito Campuzano en la Esquina de Candilito en La Candelaria. Pedro era hermano de Juanito, que se ocupaba de las cosas de muchos toreros como mozo de espadas o representante de apoderados y toreros. Por aquellas fechas, en Maracaibo los hermanos Lozano, José Luis y Eduardo, organizaron la Feria de la Chinita. Maracaibo se convertía en la prolongación del conflicto inter empresas taurinas, que España conoció como “la guerrilla taurina” y que tenía como capitanes generales a Manuel Benítez “El Cordobés” y a Sebastián Palomo Linares. Las batallas se dirimieron en “La Guerrillera” la plaza de toros portátil que manejaban los Lozano y que tuvo como único propósito invadir con sus toreros la geografía hispana, en especial aquellos sitios en los que el poder de los grandes empresarios les tenía vetados. Muchos matadores de toros se plegaron a esta “guerrilla taurina”, casi en calidad de mercenarios, porque para la época, a pesar de sus cualidades profesionales, se encontraban postergados por los intereses de las grandes empresas: César Girón, Gregorio Sánchez, Alfredo Leal, Gabriel de la Casa, y Juan José García Corral militaron en las filas guerrilleras como húsares. La función de estos toreros que habían escrito historia, que por edad estaban a caballo entre el retiro y el respiro, era la de figurar por delante en los carteles con El Cordobés y Palomo Linares, y dejar que los guerrilleros escogieran en los sorteos los toros que más les agradaran. Más tarde, en el tiempo, el propio Luis Miguel Dominguín, leyenda viviente de la fiesta, cayó en la provocación mercantil de la guerrilla. La Casa Lozano, Eduardo, Pablo y José Luis se convertirían en la gran sociedad empresarial de la fiesta de los toros. Ejemplo en el mundo pues llegó a manejar con inusitado éxito la plaza de Las Ventas de Madrid, entre muchas. La profesionalización de la fiesta impresa por estos señores castellanos, de Alameda de la Sagra, profesionales que me atrevo calificar de “sabios taurinos” porque sus éxitos se han prolongado en el tiempo mucho más allá de los ruedos, de las plazas importantes porque han izado banderas de éxito en el campo bravo con las ganaderías de la “Casa Lozano”, vocablo con el que se suele distinguir la trilogía de capitanes Lozano. Ganaderías como la de Alcurrucén, Lozano 61


Hermanos, Hermanos Lozano que se ha convertido en un hierros emblema de bravura del toro castellano, por su trapío y la nobleza de sus toros con triunfos estruendosos en Madrid, Sevilla y Bilbao. Maracaibo anunció para su Feria de La Chinita a Juan José. Un torero que prometía mucho, hasta que en una carretera española un accidente automovilístico le destrozó el rostro en el impacto contra el parabrisas. El accidente le causó una lesión en un ojo, provocándole un impedimento visual de por vida. Juan José, que se encontraba en Lima, plaza que administraba Manolo Chopera, estuvo anunciado en Maracaibo hasta última hora. Fue sustituido en el cartel por César Girón. La verdad es que iba tan mal la venta de las entradas que los organizadores de las corridas de Maracaibo prefirieron evitarse los gastos del traslado de Juan José a Caracas, permitirle cumplir una obligación contractual, que también se había postergado en Lima, con Manolo Chopera, y organizar en la plaza zuliana los carteles con los diestros que tenían a mano. Además, César era la gran figura venezolana. Sin embargo la empresa suspendió una de las corridas marabinas porque el público zuliano no acudió a las taquillas. Girón defendió a capa y espada las razones y motivos esgrimidos por los empresarios españoles. Los Lozano alegaban “causas mayores”, porque había llovido el día anterior. Los maracuchos se aferraban a la letra del contrato y a las ordenanzas y exigieron que se realizaran las corridas. Total, que en el Hotel del Lago se reunieron empresarios y autoridades suspendiéndose la feria en medio de una tormenta de ofensas. Se levantó una ola de protestas en algunos medios de comunicación y centros de aficionados taurinos, porque Girón había ofendido a los zulianos al mencionar de manera muy despectiva a su pelotero, Luis Aparicio, y a la Virgen de la Chiquinquirá.

Caracas se animó con el anunció de la presentación de Curro Vázquez en el Nuevo Circo con Manolo Martínez y Efraín Girón. Sebastián González trajo para esta ocasión un encierro de berrendos de Santo Domingo, toros de don Manuel Labastidas, importante ganadero potosino. Curro Vázquez, sensación de la novillería traía aires de Ronda 62


que contrastaban con su juventud y risueña presencia. Había sufrido en Carabanchel, plaza Vista Alegre de Madrid, una horrorosa cornada en la tarde de su alternativa. Manolo Chopera se encargó de la temporada de Curro Vázquez en América, y decidió su presentación en Venezuela. Reaparición en la actividad taurina aunque se dudaba de que el torero respondiera, dada la gravedad de la cornada de Madrid. Manolo Chopera, siempre prevenido a todo, le encerró en el Nuevo Circo un novillo de una ganadería colombiana que había sobrado de la temporada de Taurivenca, para que la prensa caraqueña le viera y juzgara sus condiciones. La corrida de los berrendos de Santo Domingo fue de las tardes memorables que hemos vivido en Caracas. Manolo Martínez sufrió una grave lesión al caer al suelo, a causa de una voltereta durante la lidia de su segundo toro. El toro le pisó la mano derecha, destrozándole la muñeca y provocándole una grave lesión en el escafoide. Incluso se llegó a temer la inutilidad de la mano del regiomontano y hasta se habló de que había terminado su carrera como matador de toros. De por vida sufriría Manolo de este lamentable accidente. Efraín Girón tuvo ese día su gran tarde en Caracas. Cortó cinco orejas y un rabo, salió a hombros por la puerta grande y se colocó por una semana en figura del toreo. El carácter díscolo de Efraín, irreverente y agresivo, su falta de amor propio y la falta de ambición serían factores inmediatos para bajarle de un santiamén del podium de los triunfadores. Con los toros de Santo Domingo las cosas no se le dieron bien a Currito Vázquez y por ello Manolo Chopera regaló el sobrero de Javier Garfias. En un afán de darle oportunidad para que reventara el joven rubio en su arte y calidad, ya que Curro era carta básica para la temporada americana del empresario donostiarra. El sobrero fue un toro que había traído Manolo Martínez como séptimo cajón con la intención de regalarlo en caso de que no hubiera estado afortunado, ante la bien armada corrida de Santo Domingo. La ganadería de Javier Garfias vivía un estupendo momento, y su dueño pocas veces se equivocaba cuando cantaba un toro. Y este era de los cantados con voz fuerte. Curro Vázquez estuvo inspirado. Su capote se reveló aquella tarde caraqueña, cuando los matices tropicales de fin de año le dan un grato esplendor a la tarde de tropical transparencia en el Valle de Caracas. Igual el temple de su muleta, Curro Vázquez cautivó a los asistentes. La ciudad le descubrió al mundo americano 63


una dimensión distinta de un gran torero. De no haber fallado con la espada, ya que pinchó muchas veces, hubiera cortado el rabo. Perdió los trofeos pero el rubio diestro de Linares será recordado mientras viva algún testigo de tan hermosa obra de arte taurino. Curro Vázquez estaba alojado en el Hotel Tampa, en Sabana Grande, y cuando bajó a Il Fornaretto el ¡ristorante! celebraba Efraín su triunfo en una mesa muy grande. Con humildad Vázquez se reunió en mesa aparte con su cuadrilla y distinguió a lo lejos la figura de César, hermano mayor de Efraín y líder de la dinastía. Observó que César Girón no le quitaba la vista, y por más que él, Curro Vázquez, intentara dejar de verle, Girón no dejaba de mirarle hasta que sus ojos se encontraron. Cuando esto ocurrió, César Girón abandonó su sitio en la barra y se dirigió donde Curro Vázquez estaba con su cuadrilla. El de Linares se levantó en señal de respeto hacia el maestro pero en vez de encontrar camaradería, César Girón levantando amenazador su dedo índice le preguntó a Curro Vázquez si sabía quien era él. –Claro maestro claro que lo sé: César Girón. –Sí, César Girón, no Efraín. César Girón, recuérdalo. Dio media vuelta. Al día siguiente Curro Vázquez compartiría cartel con él en Valencia. Y César cumplió su advertencia y fue el triunfador de la corrida de presentación de la divisa de Bella Vista, cortando dos orejas. Cuenta Curro Vázquez esta anécdota y agrega que, después, el trato fue cordial, alejado de aquella actitud de amenazante advertencia. ooo000ooo

Ramón Reyes, un muchacho que estaba ausente de Venezuela desde los primeros años de los años cincuenta había vuelto. Volvía hecho matador de toros y con el nombre artístico de “El Ciclón de Puerto Cabello”. Apenas caído el régimen de Pérez Jiménez, y siendo Ramón un niño, se fue a la aventura de México. Se hizo boxeador por aquellos barrios del gran México, como Tepito. Combatió como profesional ganando hasta 300 pesos por pelea. Ramón Reyes fue del afecto del maestro Carlos Arruza desde el primer momento, y lo llevó a su finca. En Pastejé, Ramón aprendió a torear y se aficionó a la fiesta de los toros la que conocía porque en su familia en Puerto Cabello, sus primos y familiares, 64


han sido aficionados de toda la vida. Hizo campaña de novillero, apadrinado por Carlos Arruza y toreó en plazas tan importantes como las de Guadalajara y Ciudad Juárez. Al fallecer el maestro Carlos Arruza en un trágico accidente, en la carretera México-Toluca, Ramón quedó desamparado en Ciudad de México. Como novillero había ganado algo de dinero y aún estaba efervescente en su ánimo el espíritu de aventura; decidió marcharse a España en busca de fortuna torera con el nombre de “El Ciclón de Puerto Cabello” a manera de homenaje póstumo a su amigo “El Ciclón de México” como el célebre periodista y director de Dígame, Ricardo González “K-Hito”, bautizó a Arruza. Eran los días de la histórica rivalidad del mexicano con Manolete, “el Monstruo”.

El año taurino venezolano tuvo como epílogo la realización de varias corridas de toros. En Caracas, Manolo Chopera organizó la Corrida de la Beneficencia con la repetición de Efraín Girón en sustitución de Tomás Parra, aprovechando el triunfo de Efraín ante los berrendos de Santo Domingo. Se corrieron muchas versiones y hasta se dijo que Tomás Parra había cobrado sin torear ya que fue sacado del cartel sin ningún otro motivo que el interés del empresario en aprovechar el triunfo de Girón que había cortado un rabo una semana antes y creyó, Chopera, capitalizarlo en la taquilla. Lamentablemente no fue así. José Fuentes y Ángel Teruel, con toros de Valparaíso, completaron la terna de aquella corrida. Manolito Rodríguez Sánchez y Pepe Luis Núñez, con la empresa “Los tres caballeros”, actuaron en la novillada del Estoque de Oro, festejo que a pesar de haber llenado la plaza marcó el réquiem de aquella organización que arrastraba insoportables pérdidas taquilleras para los fondos de Juanito Campuzano, Manuel Vílchez y Pedrucho de Canarias. Se lidiaron cuatro becerros de Guayabita y dos de Laguna Blanca, sin que los novilleros dijeran nada de importancia. La última corrida del año fue trascendental. Desde hacía mucho tiempo la afición venezolana se quejaba de la falta de ganado bravo en el campo, lo que implicaba consecuencias restrictivas para la organización de la temporada. Guayabita apenas se daba abasto para satisfacer algunos festejos, y todo se edificaba sobre ganado importando: colombiano, en cuanto a novilladas, y mexicano para las corridas y temporadas feriales. Para ser lidiada en Valencia el 07 de diciembre de 1969, Manolo Chopera adquirió una corrida de Bella Vista. Antonio García, joven ganadero 65


bogotano tenía contacto con Venezuela desde hacía ya bastante tiempo. El nombre de Vistahermosa de Colombia no era extraño para la afición criolla, porque varias de las fechas memorables en el toreo nacional, tenían como bastión la ganadería de Antonio, la de Vistahermosa de Mosquera, Cundinamarca. La situación económica en Colombia no era muy promisoria, y Venezuela iniciaba el desarrollo de una serie de plazas en la frontera. Se celebraron corridas de toros en Táriba, San Cristóbal, llegaron a Valencia los hermanos Joselillo de Colombia y Manolo Zúñiga con sus plazas portátiles. Echaban mano a corridas de toros de México y de Colombia. De Colombia Joselillo de Colombia trajo un par de corridas de Francisco García, siendo el representante de la ganadería para estas incursiones venezolanas su hijo Antonio.

Los orígenes de la ganadería de Vistahermosa colombiana son interesantes, y están ligados al desarrrollo de la fiesta de los toros en el territorio neogranadino y con el tiempo ejercería una decidida influencia en Venezuela. Francisco García fue de muy joven vaquero de la casa de Santa Coloma, en Sevilla. Llegó a Colombia en 1925, en compañía de su pariente Julio de la Olla, primer mayoral de Mondoñedo, contratado por Ignacio Santamaria cuando don Ignacio, el gran prócer de la fiesta de los toros en Colombia, negoció con el Conde de Santa Coloma la compra de los primeros sementales que formaron la ganadería cundinamarqueña. Mondoñedo fue fundada con vacas criollas colombianas. Vacas de las sierras andinas y los sementales de Santa Coloma, importados por Santamaría y registrados en los libros y en la historia del toreo con los nombres de: “Ligero”, “Civilero”, “Canastillo” y “Malavista” y dos del duque de Veragua, con los nombre de “Cigüeño” y “Granadino”, cuyas cabezas, o lo que de ellas quedan, adornan unos pasillos de la casa de habitación de la finca de La Holanda, en Mosquera. Tuve oportunidad de conocer este bello rincón de la Sabana de Bogotá invitado por Fermín Sanz de Santamaría, en una de mis primeras visitas a la hermosa y grata ciudad de Santafé. Más tarde el mayoral Julio de la Olla llevó otros machos de Santa Coloma a los predios de las fincas Holanda y El Rubí, en Mosquera, que tenían por nombre “Cordón”, “Aventurero”, “Greñudo” y “Estornino”. De los 66


cuatro padrearon los tres primeros, porque “Estornino” murió apenas pisó suelo bogotano. La bancarrota comercial hizo que el señor Santamaría se viera obligado a entregar parte de su fortuna a la Corporación Colombiana de Crédito. Entre las propiedades estaba la ganadería de Mondoñedo, que para la época contaba con más de mil cabezas de ganado de cruce criollo con Santa Coloma. Durante dos años la Corporación de Crédito manejó la ganadería de Mondoñedo, y al frente de la vacada quedó Francisco García. En vista de que los herederos de don Ignacio, poco o nada hicieron por recuperar los bienes incautados, el organismo gubernamental, en vandálica actitud, acremente criticada por la opinión colombiana, en especial por el diario El Tiempo, de Bogotá, en histórica campaña, envió partidas de reses al matadero.

Muchos aficionados compraron a precio de gallina flaca parte de ganadería. Se fundaron ganaderías como la de don Benjamín Rocha Gómez (El Aceituno), con más de cien vacas y los toros “Taponero”, “Llorón”, “Alemán” y “Ligero”. César Marulanda fundó la ganadería de Nápoles en Armenia. Doña Clara Sierra, que compró vacas de Mondoñedo y gran parte del rebaño de Rocha Gómez, que moría asfixiado por el calor en las ardientes tierras de El Tolima, fundó la célebre finca de Venecia, vecina con La Holanda y colindante a El Cairo, tierras que luego serían de Francisco García. Se beneficiaron de la demencia burocrática los señores Arturo Hernández y Eduardo Laverde, como también el matador de toros español Félix Rodríguez Antón, santanderino que vivió en Colombia hasta el final de sus días y fue un pionero en la construcción del gran edificio de la ganadería brava neogranadina. Pepe Estela fundó en Cali la divisa de Ambaló, y también se benefició con vacas de la familia Santamaría compradas a la Corporación de Crédito. Los sucesos de la quiebra financiera de don Ignacio Santamaría ocurrieron en el año de 1931, que aún retumban en el eco del desatre taurino en la Sabana de Bogotá y que provocaron la deserción y regreso a España del mayoral Julio de la Olla. Francisco García, en cambio, prefirió esperar. Sin cobrar un peso, vestido de franciscana paciencia, se mantuvo vigilante de cada una de las reses. Este hecho de encontrarse encargado de la ganadería, propiedad de la Corporación, sus dotes de buen aficionado, trato directo 67


con Julio de la Olla, fueron elementos fundamentales para que supiera la auténtica constitución del rebaño. García, que estuvo a la orden de la Corporación de Crédito en calidad de funcionario, ganó grandes beneficios económicos por razones de cesantía y de antigüedad, que cobró con tierras y reses. Así fue que se hizo ganadero de reses bravas y señor de tierras en la Sabana de Bogotá aquel joven andaluz que había llegado a tierras americanas como vaquero en compañía de su primo Julio de la Olla. En 1936, Francisco García fundó la ganadería de Vista Hermosa con los sementales españoles y cien vientres que el avispadísimo sevillano supo escoger entre las mil reses que habían formado Mondoñedo. El hierro de la ganadería de García es similar a la de Joaquín Buendía, y por divisa los colores oro y encarnado, de la bandera española, la divisa de su amada tierra a la que fue a vivir los últimos días de su tránsito terrestre. Con un sentido muy claro de la selección, creó en el tiempo una gran ganadería. Un toro ideal para Colombia, de finas y pequeñas hechuras, bravo y encastado, que ganó fama con el tiempo. A Venezuela envió en 1949 una corrida memorable, en la que triunfó el leonés Antonio Velázquez, quien toreó junto a Luis Sánchez “El Diamante Negro” y Luis Miguel Dominguín. De ese triunfo en Caracas nació la ganadería venezolana de Vistahermosa, de Cayetano Pastor, que fundó con dos toros de Francisco García. Antoñito tenía fija idea de salir de Colombia. Las guerrillas, la situación política, el espejismo de la Venezuela petrolera eran muchas tentaciones como para quedarse en la Sabana de Bogotá. Además, el cerco que le tendían sus colegas ganaderos, no diferentes a los del resto del mundo en cuanto a sus bajas pasiones, le ahogaban en su propia tierra. Por todo esto Antonio García visitó la frontera. Se relacionó con aficionados tachirenses y llegó a entusiamarlos para que trajeran a Venezuela ganado bravo de su ganadería. Así lo hizo, con Joel Casique y otros socios que tuvieron, para esa época, la unción del Ministro de Relaciones Interiores, Carlos Andrés Pérez, que abrevió con su influencia estadios burocráticos. Antonio García fundó un hierro a su nombre; y con ese hierro y denominación trajo a Venezuela vacas y toros. Toros para ser lidiados en corridas a su nombre, y así se hizo la tarde del siete de diciembre de 1969 en Valencia, y así se hizo luego en San Cristóbal, cuando Joselito López, Miguel Márquez y el maestro salmantino Santiago Martín “El 68


Viti”, redondearon una tarde memorable de la que aún recordamos la brava actuación del toro “Vanidoso”; y así en Puerto Cabello y en Caracas y en otras plazas donde siempre se lidiaban toros que llegaron a Venezuela de novillos y de becerros, pero que habían nacido en Colombia y estuvieron herrados con señales diferentes a las de Bella Vista. No fueron estos célebres toros de Bellavista, así se empeñen en considerarlo algunos de los que fueran propietarios de la divisa tachirense. Esta circunstancia acarrearía confusiones, más tarde, en lo referente a la antigüedad de la ganadería; porque habiéndose lidiado sus toros antes que otras ganaderías –según los carteles, como el de Valencia la tarde del 07 de diciembre de 1969–, adquirió reconocimiento de antigüedad más tarde, cuando en Caracas lidió reses que sí habían nacido en el país y que sí tenían el hierro de Bellavista: porque las que se lidiaron en Valencia, y las otras plazas, que mencionamos llevaron el hierro de Antonio García, el criador bogotano.

Los toros anunciados como de Bellavista, pero que aclaramos eran de Antonio García, se lidiaron en la Monumental de Valencia y el cartel de esta corrida, última de la temporada, lo integraron César Girón, que cortó una oreja, José Fuentes y Curro Vázquez, ambos poderdantes de Rafael Sánchez El Pipo, famoso por sus excentricidades y porque fue el decubridor de Manuel Benítez “El Cordobés”. Los toros dieron buen juego. Manolo Chopera aprovechó para limpiar los corrales de la Monumental y regaló toros mexicanos de Valparaíso y de Javier Garfias.

Muy poca gente fue a la corrida. Hecho que no le preocupó a Manolo Chopera, que en uno de esos gestos, muy suyos, incomprensibles para el que ignore la dimensión que el vasco tuvo como profesional del toreo, abrió en el restaurante El Toro Rojo, de Valencia, unas botellas de escogidos caldos franceses, para brindar en tarde de fracaso económico por todos los éxitos que la vida le había dado, por la amistad. En compañía de Sebastián González Regalado y Miguel Laguna, dos

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personas muy especiales para Martínez Flamerique, aprovechó para despedir el año de 1969 en suelo americano. El año taurino se cerraba con el anuncio hecho por Sergio Flores, secretario General de la Unión de Subalternos, de un conflicto contra la empresa de Rodríguez y Pimentel, que organizarían las corridas de San Cristóbal. Flores representaba un grupo de subalternos que actuaba en las corridas que organizaba Manolo Chopera y que adversaba a otro que lideraba Gregorio Quijano, un sindicalista avezado que había organizado la Asociación de Toreros Subalternos, adversario de Chopera. Gregorio se afilió a la causa de Jerónimo Pimentel, y como líder sindicalista alcanzó posiciones de gran ventaja para sus afiliados. Jerónimo Pimentel, matador de toros nacido en la población madrileña de Cenicientos, es uno de los hombres que ha abierto senderos para la fiesta de los toros en los pueblos de Suramérica. Asentado en Bogotá, ha sido ganadero, empresario, publicista, apoderado y representante de toreros y ganaderos, importador y exportador de ganado bravo, ha desarrollado una actividad tan intensa en la fiesta de los toros que es casi imposible exista un rincón que él no conozca. Pimentel ha vivido momentos de un gran poder taurino, un poder al que he visto rendir estructuras sociales y políticas. Pero también ha estado abrazado a la desgracia, y también he sido testigo de cómo le han dado la espalda los muchos a los que él, Jerónimo Pimentel, les tendió la generosa mano de la amistad. Del infortunio ha salido siempre con dignidad y con un afán emprendedor encomiable. Un hombre así es polémico, y sin embargo debo decir que siempre contó con mi apoyo, porque descubrí el amor que Jerónimo Pimentel ha sentido por la fiesta de los toros. El 15 de diciembre, Meridiano se imprimió en los talleres del desaparecido diario La República ubicados de Cipreses a Hoyo en Caracas. La gran aceptación exigía mayor número de ejemplares por edición, y los talleres de Rotolito, donde había nacido un par de meses atrás, no se daban abasto a las exigencias de la demanda. Imprimiríamos en plomo y aumentaría la tirada de manera considerable. La guerra entre la Cadena Capriles y Carlos González benefició al diario, porque Radio Rumbos se había sumado a la campaña, a favor de Meridiano. Los encendidos editoriales de Aquilino José Mata, en Noti-Rumbos, marcaron una lucha que no había vivido el periodismo venezolano con anterioridad. Carlitos González, que tenía la simpatía del mundo deportivo, se enfretaba a Miguel Ángel Capriles, un gigante que 70


adversaba la aparición de Meridiano por razones egoístas, motivos que alimentaba Raúl Hernández, jefe de las páginas deportivas de los diarios Últimas Noticias y El Mundo, enemigo acérrimo de Carlitos. Meridiano había nacido con fortuna. Los lectores reclamaban sus ejemplares a horas del mediodía, ya que era el único diario que traía los resultados del béisbol, las peleas de boxeo en las que participaban nuestros compatriotas en tierras del lejano oriente y porque era la única publicación nacional que informaba a diario sobre la fiesta de los toros. Recuerdo bien que la hora de cierre en la redacción era de madrugada. Casi de mañana. Se hacían las reseñas de los juegos de pelota en Barquisimeto, Maracay y Valencia, con comodidad. Incluso había tiempo para revelar las fotos y nuestras primeras páginas tenían gráficas de eventos del interior. Guillermo Arrioja, que más tarde sería redactor de Meridiano trabajaba en la linotipia con Julio Barradas. Por las noches, cuando esperábamos alguna noticia de importancia, comíamos en la esquina de El Muerto, una parrilla con yuca o hallaquitas de maíz, por dos bolívares. El bar de El Hoyo, donde servían generosas cuba-libres por dos bolívares con cincuenta céntimos (cinco reales), y dónde había una rockola con la variedad más grande de boleros antañones, interpretados por Leo Marini, Los Panchos, Pachito Rizet, Daniel Santos, era nuestro sitio de reunión. En su tertulia polemizábamos de deportes, se hablaba de política con verdadera pasión y sus mesas, cubiertas por viejos y raídos hules, sirvieron de cátedra periodística, porque allí, en aquel botiquín, fueron muchas las lecciones de periodismo aprendidas. La vieja casona de La República estaba muy abandonada. En la parte de atrás había un gran archivo fotográfico, que se deterioraba día a día. Recuperamos una pequeña parte. Lamentablemente, más adelante se perdió todo, cuando embargaron a la empresa del vocero adeco. La República había sido un diario que reunió un excelente grupo de periodistas. Fue dirigido por Luis Esteban Rey, hombre de imparcialidad y objetividad intachables. Lamentablemente el capital de Julio Pocaterra, su identificación con Acción Democrática y otros asuntos más aparentes que reales, lo identificaron como un vocero del partido y del gobierno. Lo que no era cierto. Venezuela algún día reconocerá lo que significó La República como forjadora de grandes periodistas. Aquel año, la gran noticia taurina fue la decisión de las autoridades españolas de fundar el Control de Registro de las Ganaderías de Lidia, con el fin de acabar con el becerrismo impuesto bajo la influencia de 71


Manuel Benítez “El Cordobés” y los organizadores de toda la tramoya de la “guerrilla”, a la que hicimos referencia, y así obligar la lidia del toro cuatreño. Una medida que provocó gran polémica, pero que a la postre arrojaría resultados muy positivos. Muchas fueron las bajas entre los matadores de toros, a causa del sentido y peligrosidad desarrollados por el toro adulto que sustituyó al novillo adelantado, pero también la fiesta de los toros, en España, adquirió una gran jerarquía, y por el toro se diferenció aun más de las imitaciones que existen en otros rincones del mundo. No cabe duda que ha sido la presencia del toro en el ruedo, la emotividad del toro auténtico, lo que ha sostenido a la hermosa fiesta en Europa. El espectáculo se benefició, con la medida del Registro de las Ganaderías, y creció en dimensiones que no nos podíamos imaginar a finales de 1969, cuando en Venezuela apenas había 13 toreros de alternativa, casi todos en preocupante inactividad, y apenas lidiábamos de nuestra cabaña unos cuantos toros de Guayabita, porque en ese momento comenzaba a formarse el toro venezolano en la amplia y generosa anchura de nuestro campo.

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CapĂ­tulo 3

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El ganadero de Mimiahuapam, Chacho Barroso, Paco Camino, Javier Garfias, Manolo Martínez y don Manuel Martínez Flamarique “Chopera” . . . Una Época de grandeza en la Fiesta.

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Manolo Martínez torero de época

Chopera “abrió el grifo” en Barquisimeto para la temporada de 1970. Feria de La Divina Pastora. Los Hermanos Peralta, Ángel y Rafael, en los carteles. Ángel, ya veterano, en la campaña del año setenta continuó toreando siendo ya septuagenario. Más adelante, a la edad de un venerable anciano, le acusaron de rapto y violación. Se casó en avanzadísima edad y si dejó de torear fue porque un gravísimo accidente automovilístico le mermó sus sobrenaturales condiciones físicas. Los que le conocimos, no dejamos de asombrarnos ante su impresionante fortaleza. Todo un personaje que se siente y se observa que cuando camina deja estela. Cuentan que cuando llega a su cuadra en Puebla del Río, Sevilla, los caballos se orinan del miedo. La estada de los hermanos Peralta en Venezuela se recordará con cariño, ya que además de ser buenos toreros y de actuar con vistosidad en colleras en las distintas plazas, Rafael lleva la música por dentro tanto como el toreo. Es autor de sevillanas muy camperas y ha provocado admiración entre aquellos que disfrutamos de sus interpretaciones en las reuniones a las que asistíamos después de las corridas de toros. En Barquisimeto, los Peralta lidiaron un toro de Guayabita que fue bravísimo. El público de Barquisimeto fue siempre muy caballista, y la actuación de los hermanos de la Puebla tuvo eco en aquel público. En esta feria se presentó Santiago Martín “El Viti”, junto a Efraín Girón y Ramón Reyes, “El Ciclón de Puerto Cabello”. Lidiaron una corrida tlaxcalteca de Coaxamalucan. Fue el debut de “El Ciclón” en Venezuela. No había actuado ni como novillero. Ramón triunfó. Sufrió una escalofriante voltereta, cortó la única oreja de la tarde y fueron 75


para él los trofeos de la Feria de la Divina Pastora. Al igual que otros venezolanos, Ramón Reyes hizo grandes esfuerzos para formarse como profesional en el extranjero. La crítica y los públicos le dieron pocas oportunidades al ciclón porteño. Junto al “motilón gitano”, como Caremis distinguía al gran fotógrafo Ramón Medina Villasmil “Villa”, al concluir las corridas de Barquisimeto viajamos a Caracas por aquella vieja carretera. Era necesario revelar los rollos y copiar fotos a como diera lugar y lo hacíamos en el baño de una posada o dentro de un auto en un improvisado cuarto oscuro. Donde fuera, además había que desarrollar la crónica y las entrevistas mentalmente para pasarla al diario por teléfono con compañeros que confundían “sobrero” con “sombrero”. La redacción cerraba muy entrada la madrugada y las rotativas de Meridiano rodaban en horas de la mañana para poder distribuir el diario por la tarde. No se editaba los domingos por lo que teníamos que procesar el material de los dos festejos taurinos en una sola reseña, junto a la crónica del Festival de Oro de la Canción venezolana y el juego de pelota del domingo por la mañana de Cardenales de Lara. Un verdadero multiuso que nos sirvió de Escuela de Periodismo con cursos intensos y variados en situaciones precarias y comprimidas en el tiempo. La verdad es que fuimos afortunados. La Feria de San Sebastián en San Cristóbal presentó en 1970 siete espectáculos. Dos novilladas y cinco corridas de toros, organizadas todas por la empresa de Rodríguez y Pimentel. Víctor Rodríguez, el socio de Jerónimo Pimentel, manejaba muchas plazas en Colombia y tenía el apoyo de grupos radicados en el Valle del Cauca y en Bogotá. Esta empresa organizaba las temporadas de Bogotá y de Cali, y tenía intenciones de meterse en la Costa Atlántica de Colombia, en plazas como Barranquilla y Cartagena, que más tarde serían su perdición económica y la bendición financiera para los que llegaron después y cosecharon lo sembrado. La presencia de Rodríguez y Pimentel en San Cristóbal tuvo sentido beligerante ante Manolo Chopera quien ampliaba su dominio por América desde Lima hasta México. Los rivales naturales de Chopera eran los hermanos Lozano. Eduardo y José Luis, estrategas de la “guerra de guerrillas” que en España libraban Manuel Benítez “El Cordobés” y Sebastián Palomo “Linares”, con un grupo de toreros que, habiendo sido importantes en una época, fueron utilizados por la “guerrilla” en calidad de mercenarios. 76


Rodríguez y Pimentel operaban en la amplitud de Colombia, con la anuencia de los hermanos Lozano como si de un frente ante Manolo Chopera se tratara, pues “la guerra” se extendía desde España hasta la América hispana y el territorio americano incluía cada palmo de terreno entre Perú y México El año taurino de 1970 se abrió con un conflicto en la mesa de toreo. Los subalternos habían fraccionado su integridad y tomado banderas que capitaneaban intereses foráneos. Sergio Flores y Rafael Hernández “Ginesillo”, nos visitaron en la redacción, para informarnos de la expulsión de un grupo de toreros de la Unión. Vicente Aray “Camachito”, Rigoberto Bolívar, Mario González, Carlos Saldaña y Rafael Girón era acusados de haber firmado con Gregorio Quijano una exclusiva de 11 festejos. Gregorio fue el hombre que sindicalizó y organizó a los toreros subalternos venezolanos, y esta organización laboral no le convenía, mucho menos le agradaba, a Manolo Chopera. Flores, entre algunos puntos del ataque a Quijano, decía que la oferta de las 11 fechas era una utopía y con ella había tentado la inocencia de los subalternos disidentes. Quijano respondió. Alegó respaldo de Jerónimo Pimentel. Gregorio, quien más tarde se destacaría como organizador de brillantes y muy productivas temporadas de novilladas, hacía frente una vez más en la lucha contra el poder de Manolo Chopera, empresario al que había trasnochado antes con su actividad sindical. Si de una cosa puede vanagloriarse el infatigable Gregorio Quijano, en su lucha de aquellos tiempos, es el haberle dado rango de dignidad a la torería subalterna venezolana. Hasta esa fecha el torero venezolano no conocía el sentido de la profesionalidad. Lamentablemente, al paso del tiempo, se burocratizarían los picadores y banderilleros nacionales y en actitudes deleznables perderían rango y jerarquía adquiridos en luchas plenas de dignidad. Luis Troconis, abogado muy amigo de César Girón, representó a la torería subalterna encabezada por Sergio Flores. Luis fue siempre un hombre ligado a las causas del deporte. Representó a la Asociación de Peloteros y más tarde a la Asociación de Matadores de Toros, que presidió el torero de Camoruco, Alí Gómez. En enero del 71 la situación taurina nacional era de tensión, con toda la tirantez surgida por parte de empresarios y de los dos gremios de subalternos. 77


En una corrida en el Nuevo Circo de Caracas, en la que actuaron Santiago Martín “El Viti”, Adolfo Rojas y Manolo Cortés, en compañía de los hermanos Peralta, con toros mexicanos de Ernesto Cuevas, se le rindió un homenaje a Eleazar Sananes “Rubito”. Sananes actuaba como asesor de la Comisión Taurina en el Nuevo Circo. Rubito fue el primer venezolano en tomar la alternativa en España, y aparte de haber sido el ídolo más querido de la ciudad de Caracas, mucho antes que el “Diamante Negro”, fue parte de una sentida rivalidad con el también caraqueño Julio Mendoza, otro grande del toreo nacional. Presidió aquella tarde la corrida “El Catire” Alfonso Álvarez, un aficionado de los de antes, rubitero y caraqueño, que sintió tan hondo el acto de reconocimiento al diestro josefino que le fue imposible contener el llanto de emoción. Desde México los cables informaban del descontento que capitaneaba Raúl Acha, “Rovira”, porque la mayoría del mercado suramericano acaparaba la producción de ganado bravo de México. Rovira era el apoderado de Alfredo Leal, un destacado diestro que realizó su última campaña española en compañía de César Girón y otros matadores de toros integraban el grupo de los guerrilleros. Chopera, debo subrayar, manejaba la plaza México y tenía gran influencia en otras empresas mexicanas, a las que no tenía acceso Rovira. Como si el aceite no tuviera suficiente hervor, se había roto la relación entre Chopera y Manolo Martínez. El mexicano había dejado por la mitad la temporada española, alegando incumplimiento en la palabra del empresario vasco, confirmando una actitud, que en esta oportunidad no era nueva, de los taurinos españoles hacia los toreros americanos. Manolo toreó su primer año en España 48 corridas de toros. Fue un año de grandes triunfos, como reseñan sus actuaciones en Andalucía y en el norte español. El resultado artístico fue premiado con 68 orejas y 5 rabos. Manolo Martínez regresó a España en 1970 para confirmar la alternativa en Madrid. Le cortó la oreja en Las Ventas al toro de la confirmación de nombre Santanero de Baltazar Ibán. Toreó esa tarde de la feria de San Isidro con El Viti, su padrino, y Palomo Linares. Su segunda corrida en Madrid fue con toros de Antonio Pérez y como para su tercer compromiso le cambiaron los toros, Manolo no lo aceptó.

Desde ese mismo instante el boicot contra Manolo Martínez tomó cuerpo. En Palma de Mallorca, por ejemplo, en el callejón de la plaza 78


y estando Martínez vestido de torero, la Policía Nacional le exigió, so pena de ir detenido, los papeles de identidad. Manolo y su apoderado Álvaro Garza denunciaron en los medios de México que las empresas en España sin anunciarlo cambiaban los toros de las corridas anunciadas, igual que le cambiaba los alternantes. Si tenía un compromiso para actuar con Camino o con Ordóñez, lo ponía con un torero segundón y con toros de otra ganadería. Algo parecido de lo que ha ocurrido en los últimos años con algunos toreros mexicanos que han ido a España. Manolo, después de torear en Málaga, donde cortó dos orejas, y en Ondara, cuatro orejas y un rabo, decidió cortar la temporada española. Dejó pendientes varias corridas y regresó a México. La prensa adversa a Manolo Martínez coincidiría en que éste había fracasado; mientras que el “martinismo” se erigiría como bastión adverso al malinchismo en México. En fin, la cosa se puso color de hormiga y todo anunciaba una ruptura de relaciones entre españoles y mexicanos.

No fue fácil la conquista de Venezuela por Manolo Martínez. La baraja taurina nacional contaba con sus mejores espadas, como fueron los hermanos César, Curro y Efraín Girón, además de toreros como Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro”, que eran propietarios del afecto irracional de la multitud, condición sine qua non del ídolo de masas. Los mejores toreros de España habían hecho suyo el bastión suramericano para cuando Manolo hizo sus primeras visitas a Venezuela. Fueron los días que revivieron los míticos Luis Miguel y Antonio Bienvenida tras afortunado festival en Las Ventas, tiempos en los que mandaban en la Fiesta Antonio Ordóñez, Paco Camino, Manuel Benítez “El Cordobés”, Santiago Martín “El Viti”, Diego Puerta y Palomo Linares, toreros que vivían metidos entre las trincheras de combate, jugándose la vida y su propia existencia profesional, en los escenarios que se encontraban divididos por la contienda de la política taurina. Ardua lucha entre las grandes casas de las empresas, que por aquellos días se imponían y dominaban la escena desde la virreinal plaza de Acho en Lima, Perú, hasta la frontera mexicana con los Estados Unidos, que no 79


era, en ese momento, tan “de cristal”, como la calificaría más adelante Carlos Fuentes. Eran los días que América tenía mucha importancia económica para Europa, porque los toreros “hacían la América” en la temporada invernal. Nada fácil, por supuesto, para los americanos. Allí el reconocido mérito de los llamados toreros de la excelencia: Gaona, Armillita, Arruza y Girón, póker de ases con quienes la América de Bronce ganó las partidas sobre el tapete de las arenas del toro, desde los días de Gallito y Belmonte, hasta épocas de Manolete, Dominguín y Ordóñez. Ante esa realidad inobjetable, trepidante, se presentó un desgarbado joven norteño en el Nuevo Circo de Caracas. Fue una tarde luminosa del noviembre caraqueño, exactamente el 13 de noviembre de 1966. Cartel inolvidable para quien escribe, pues se trataba del debut de Manolo en la América del Sur, y la presentación de Sebastián Palomo Linares en América. Les acompañó en el festejo el merideño César Faraco, El Cóndor de los Andes, y los toros llevaron la divisa de San Miguel de Mimiahuapan. Manolo fue el único que cortó oreja. Una oreja la tarde de su presentación; y aunque las espadas se convirtieron en bastos para Palomo Linares, el aniñado diestro de Jaén conquistó el fervor de la afición capitalina. “Cuitlahuac”, marcado con el número 105, fue el astado que le diera la bienvenida en Venezuela a Manolo, un torero que con el tiempo crecería en torería y madurez profesional. ¿Quién era aquel joven de raquítico aspecto al que comenzaban a anunciar en los carteles como “El Mexicano de Oro”? Venezuela esperaba desde hacía tiempo que llegara un torero de México, con los arrestos y la personalidad, dentro y fuera de los ruedos de aquellos toreros de la Época de Oro, que se hicieron del corazón de la afición criolla; porque fueron los toreros mexicanos los que forjaron lo mejor de la afición venezolana. Armillita, Garza y El Soldado tuvieron entre los venezolanos fervientes admiradores. Arruza fue descubierto por Andrés Gago, antes de su incursión lusitana, en el ruedo de Caracas, y Luis Procuna ha sido el torero más querido por la afición de la capital venezolana, desde que construyera sobre la bravura de Caraqueño de 80


La Trasquila una faena monumental, que fuera premiada con la única pata en la historia del Nuevo Circo. Procuna se convirtió en el mejor compañero y más atractivo rival para Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”. Antes de Manolo, grandes toreros de México encontraron en los escenarios venezolanos la extensión de la pasión taurina que había sembrado su rivalidad con los toreros de España. Andrés Blando, Antonio Velázquez, Luis y Félix Briones, Garza y El Soldado. ¡Silverio Pérez! El valiente Rafael Rodríguez y El Ciclón Arruza, lo mismo que los inolvidables El Ranchero Aguilar y Juanito Silveti. Joselito Huerta, adusta expresión indígena y Alfonso Ramírez “El Calesero”, trazo profundo de la emoción estética. La joven legión posterior a la Época de Oro como fueron el exquisito príncipe Alfredo Leal, el magistral Chucho Córdoba y el chihuahuense Raúl Contreras “Finito”, llenaban pero no copaban la escena y mucho menos satisfacían las expectativas. Manolo Martínez llegó para llenarlas todas, y rebasar su contenido. Ha sido este gran torero de México la referencia histórica para los venezolanos en los días de su crecimiento como artista y como figura del toreo. Convencidos estamos, los venezolanos, que de no haber sido porque en nuestro reñidero se topó con los finos gallos españoles, este chinguero azteca no habría cruzado las aguas del Caribe hasta toparse con la Armada Española en las aguas del Golfo y del Mediterráneo. Nuestros públicos y plazas reclaman para sí, parte de la formación de Manolo Martínez en su más de veinte años pisando arenas venezolanas. Aquel Manolo de los primeros días era un torero de juvenil aspecto y de desgarbada figura, demostrando enciclopédica amplitud y largura en su tauromaquia. Todo lo contrario al Manolo maestro. Hombre de gruesa madurez, que culminaría sus días en los ruedos con una expresión técnica corta y escueta, aunque precisa y profunda. Traía, eso sí, en sus alforjas el don del mando y del temple, con inteligencia y absoluta comprensión del toro de lidia. Cuando Manolo Martínez hizo el paseíllo la tarde del 13 de noviembre del año 1966 en el Nuevo Circo de Caracas, sobre la casi centenaria arena estaban aún frescas las huellas holladas por las zapatillas de César Girón, quien meses antes se había cortado la coleta con la idea de ponerle punto y final a una carrera brillante encerrándose en solitario con seis toros de Valparaíso. Fue epopéyico el adiós, y atrás crecían en el recuerdo sus tardes históricas de Guadalajara, México, Bogotá, 81


Caracas y Lima en América, Madrid, Sevilla, Pamplona y Bilbao en España; Arles, Dax y Nimes en Francia, como cuentas de los grandes misterios que separan los gozosos capítulos del rosario de triunfos, en cientos de plazas menores de este titán de los ruedos que con su adiós dejó desamparada la afición venezolana. Manolo, sin saberlo y mucho menos proponérselo, ocuparía en América el lugar de la respuesta al reto que hasta esa fecha, en forma hasta insolente, había sido Girón ante la cara de los grandes de España. Hablábamos de los grandes rivales que tuvo Manolo al pisar tierra venezolana, pero no debemos dejar fuera los que fueron surgiendo en el transcurso del tiempo como lo fueron su propio paisano Eloy Cavazos, que le vino a retar hasta estas remotas tierras sureñas, y los jóvenes maestros Francisco Rivera “Paquirri”, José María Manzanares y Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”, cuarteto con el que cubrió el lapso final de su vida torera entre los venezolanos. Sin embargo, fueron los hitos de Manolo los que marcaron huella en su camino venezolano. Momento para recordar lo que acotaba el gran escritor madrileño, don Antonio Díaz Cañabate, cuando alguien le preguntó el porqué no tomaba notas durante una corrida de toros. A lo que le respondió don Antonio: “lo que no se graba en la memoria, bueno o malo, no vale la pena reseñar”. Debemos confesar que pretendimos recurrir al detallado inventario que tiene de la historiografía taurina venezolana el excelente recopilador Nelson Arreaza, base valiosísima para el orden histórico de nuestra fiesta, pero me pareció traicionar el principio de Cañabate, que debe ser el principio fundamental del buen aficionado. Así, pues, que cuando hablamos de Manolo Martínez en Venezuela, el primer recuerdo que me salta a la memoria es verle vestido de pizarra y plata en la Monumental de Valencia, con el muslo derecho abierto por una cornada de la cual manaba un torrente de sangre. Sangre que salpicó el testuz del toro de Reyes Huerta que recién le había herido. Realizó Martínez una de las grandes faenas de su vida, como él mismo lo confesaría más tarde en la Ciudad de los Palacios, una tarde en el Restaurante Belenhausen en grata tertulia junto a don José Alameda. Y no podía ser menos, pues Manolo alternó en aquella Corrida de la Prensa con dos leones: Curro Girón y Manuel Benítez “El Cordobés”. Fue una tarde histórica, los toros de don Reyes salieron bravos y nobles, estupendamente presentados, escogidos para tan importante cartel por el siempre gratamente recordado Abraham Ortega. El Círculo de 82


Periodistas que presidía Abelardo Raidi, el creador del mundialmente famoso evento, tuvo que dividir el trofeo entre los tres toreros, pero con sangre y sobre la arena de Valencia quedó tatuada la misión torera en la tierra de este torero de Monterrey, que no fue otra que la de ser figura del toreo. Figurón, diríamos los que fuimos testigos de sus tardes en San Cristóbal, cuando en la Feria de San Sebastián, tras cortar siete orejas se hizo acreedor a todos los trofeos que estaban en disputa. Tres tardes fue Manolo a esa temporada de 1969, con rivales de la categoría de Curro Girón, Paco Camino y Palomo Linares y toros de Peñuelas, El Rocío y Pastejé. Aquel año 69, en la referida Feria de San Sebastián, nació Manolo como ídolo para las masas taurinas venezolanas. No fue un torero “simpático”, y mucho menos un artista de “buena prensa”, a pesar del empeño y gran labor de sus apoderados Pepe Luis Méndez, Álvaro Garza y Pepe Chafick. Manolo lo estropeaba todo con su carácter huraño, nada afectuoso y siempre aislado. Con brusquedad respondía a las entrevistas y pocos fueron los que pudieron llegarle cerca en la amistad. Maracay y Caracas le fueron plazas duras, pero al final se le entregaron sin reservas. En Caracas le indultó un toro a los ganaderos Miaja y Chafick, de La Gloria y de nombre “Diamante”, el primer toro de la línea de San Martín indultado en Venezuela. Pero su plaza fue Valencia. La plaza grande, la de las históricas corridas de la Prensa, donde rivalizó con los grandes de España. Allí creció Manolo con muchas faenas grandiosas, una de ellas ante un toro de nombre Matajacas que por su trapío le hacían asco los banderilleros y apoderados a la hora del sorteo. Ese Matajacas de Javier Garfias sirvió como un libro abierto para exponer toda su grandeza lidiadora, abrirles los ojos a los incrédulos e invitarlos a que metieran sus dedos dentro de la herida abierta en el corazón del toreo. Fue una obra de exquisito arte, ya moldeado el barro, que era dura roca en el principio en el que las manos de este Buonaroti de la más hermosa de las fiestas. Hubo otras heridas, como no, aparte de la histórica cornada de Valencia. Manolo fue herido en Maracay, aquella tarde que vistió como vistiera Alberto Balderas, de canario y plata, también en Caracas, donde el escafoides pulverizado a causa de un pisotón de un Santo Domingo le hizo perder el sitio con la espada, hasta encontrarlo más tarde al cortarle los gavilanes a la toledana.Se fue sin decir hasta luego. Vinieron noticias aciagas de su triste vuelta a los ruedos, de sus éxitos ganaderos y de su muerte en Los Ángeles. Se comentaron sus proezas y su recuerdo, 83


como las sombras en el ocaso, crece a medida que se pone el sol. Manolo fue la grandeza que creció con el poniente del sol del toreo. México y España habían roto sus relaciones políticas desde la caída de la República hasta la muerte del Generalísimo Francisco Franco. En el aspecto taurino, la guerra tenía infinidad de frentes y en todas partes se libraban interesantes batallas.

Efraín Girón sumó a su éxito de haberle cortado cinco orejas y un rabo a los toros del doctor Labastida en Caracas, el Día de la Corrida de la Prensa, se convirtió en el máximo triunfador de la temporada. Abelardo Raidi hizo entrega del trofeo La Pluma de Oro en el restaurante El Faro, en la Plaza de la Castellana. Este sitio era una especie de discoteca, fuente de soda y restaurante, administrado por Manolo Rigeiro, un gallego muy simpático que con el tiempo administraría varios exitosos negocios de comidas en Caracas. En el sitio que ahora se levanta el colosal edificio del Banco Consolidado, frente a la Plaza de la Castellana, estaba El Faro. Fue una reunión muy amena a la que Efraín asistió en compañía de su bellísima esposa y de su hermano mayor, César. Uno de los temas que más atención tuvo durante aquel invierno español fue el del Convenio Taurino entre España y los países americanos. En Venezuela fue Luis Troconis el que se encargó de su redacción, junto a Alí Gómez. En Meridiano hicimos una campaña de información sobre estos acuerdos bilaterales, y fue curiosísimo el constatar la gran ignorancia que sobre el asunto se tenía, y se tiene, entre dirigentes y profesionales del toreo y del periodismo taurino. Aquel año de 1970 falleció en Caracas Felipe Reina Contreras, banderillero tachirense, que junto a Rubito había escrito un pedazo importante para la historia taurina dentro y fuera del territorio nacional. Felipe Reina se anunciaba en los carteles como “Niño de Rubio”. Pocos aficionados en la funeraria, entre ellos don Alfonso Álvarez, “El Catire”, que había sido presidente de la Comisión Taurina de Caracas y sobre todas las cosas amigo de Eleazar Sananes “Rubito”, el primer 84


matador de toros venezolano que alcanzó el grado con una alternativa en España, y junto a César Faraco los únicos que lo hicieron en Madrid. “Rubito” tomó la alternativa en la vieja plaza de La Carretera de Aragón en tarde regia con la asistencia de Alfonso XIII a la plaza con cuatro alguacilillos que hicieron el despejo de la plaza en cuatro tordillos que le abrieron paso a cuatro toreros: Marcial, Saleri, Nacional y el caraqueño Eleazar Sananes. En la cuadrilla de Sananes iba “Niño de Rubio”. Pero no fue “Rubito” el primer venezolano que se atrevería “cruzar el charco” para hacerse matador de toros. Antes lo había hecho Luis Emilio Olivo, hermano de Isaac Olivo Meri, fallecido en Caracas a causa de un percance. Luis Emilio actuó en España en 1916, en la plaza de las Arenas de Barcelona y por ser de raza negra le anunciaron como caso de extravagancia en la fiesta de los toros. Luis Emilio Olivo toreó en compañía de Daniel Martínez Piñero y lidió utreros de Pedro Sánchez. Junto a ellos otro raro elemento, un jinete brasileño que en el cartel anunciaron sin nombre y sí como el campeón invencible de La Chirigotería. Este Luis Emilio Olivo, que tiene el mérito de haber sido el primero, lamentablemente olvidado, era del grupo de toreros que se formó junto al tachirense Felipe Reina Contreras, “Niño de Rubio” que, además de haber sido matador de postín en Venezuela, llegó a ser destacada figura de la torería subalterna en España. “Niño de Rubio” cruzó el Atlántico junto a Eleazar Sananes, “Rubito”, como banderillero del Josefino, y más tarde en 1926, hizo su presentación en Barcelona como novillero. Fue junto a Sebastián Rivero “Chaleco”, un torero de gran audacia y no escasa inteligencia. Supo dignificar la fiesta en nuestro medio, y cundió tanto su ejemplo, como el de casi todos los que integraban la torería nacional de entonces, que llegó a entusiasmar a los muchachos de la época para seguir sus pasos. Actuó en los ruedos nacionales hasta 1942, cuando decidió retirarse. Siempre estuvo ligado a la realización de los espectáculos taurinos, porque actuaba muchas veces como asesor. “Niño de Rubio” falleció en Caracas el 20 de mayo de 1970, y su última aparición en público había sido unos días antes, cuando como reseñamos antes en la plaza de Caracas, un grupo de aficionados, entre ellos “El Catire” Alfonso Álvarez, le rindió un sentido homenaje a su amigo, Eleazar Sananes “Rubito”. 85


La casa Domecq volvía a la vida a nivel mundial, gracias a la gran labor que en México desarrolló el jerezano Antonio Ariza. Domecq de México, con sus licores sacó de la penuria a la casa jerezana y se convirtió en su bastión más importante en el mundo. Antonio Ariza fue un jerezano que vivió entre dos grandes pasiones en la vida: el toro de lidia y el caballo andaluz. Ambas las sembró con creces en México, e identificó los caldos y aguardientes con la fiesta de los toros y con la cría del caballo árabe-español. La televisión mexicana jugó un papel importantísimo y Domecq fue el promotor más importante que haya tenido el toreo en México equivalente en su esfuerzo y sus logros sólo al llevado a cabo por la Cervecería Moctezuma de Monterrey. Venezuela vivía el esplendor del alba económica. La Organización de Países Exportadores de Petróleo –OPEP–, avalaba el atrevido desarrollo que se proponía a la nación. De este esplendor quería participar España, y cada día se acercaba más y más a América Latina, y en especial a Venezuela. La banca, los exportadores de vinos y ultramarinos, los más diversos negocios, entre los que no faltaban la construcción, la agricultura y la cría del toro bravo, se proponía a distintos consorcios nacionales. Juan Pedro Domecq y Diez, ganadero jerezano hermano de Álvaro, visitó Caracas en 1970, con el propósito de lanzar al mercado el Brandy Virrey, al estilo de los brandis mexicanos, Don Pedro y Presidente, que se habían adueñado del mercado. En la carretera Panamericana, cerca de Los Teques, se construyeron unos galpones muy grandes y se inauguraron en Boleíta unos amplios despachos donde instalaron las oficinas de Domecq Venezuela S.A. Don Juan Pedro, hombre de una gran simpatía, estaba más preocupado por el mercado de los vinos que por lo relacionado con el toro de lidia; y aunque se reunió con taurinos, no encontró motivos, ni los aficionados de categoría como para entusiasmarse. La época, además, por razones de la fiebre aftosa, y de prohibiciones sanitarias de diversa índole no recomendaba pensar en importar ganado bravo de Europa. Sin embargo, considero que la traba más significativa que encontró el 86


famoso ganadero fue la escasa cultura ganadera entre los venezolanos. La fiesta de los toros no dejaba de ser un espectáculo exótico, aunque hubo momentos en los que caló hondo en el sentir popular. Tal fueron los días de Rubito y de Mendoza, o toda la época de “El Diamante Negro”. Ignorábamos todos que traer ganado bravo de Europa estaba más cerca de lo que creíamos. Fuera de unos cuantos avisos desplegados en algunas revistas, la promoción de Domecq no dejó de ser tímida. Mucho más si la comparamos con lo que hacía Ariza en México. No pudieron las ideas de Don Juan Pedro hacerle sombra al marketing de los rones, los que para esa época se lanzaban a la conquista absoluta del mercado nacional con grandes aspiraciones en la exportación, basados en la calidad del ron venezolano, uno de los mejores del mundo.

A mediados de 1970 recibí una llamada del médico veterinario Manuel Zafrané Escobar. Me comunicó el deseo del señor Luis Morales Ballestrasi, para que visitara su Hacienda de San Antonio en el estado Yaracuy, donde pastaba la ganadería de Guayabita, y que desde esa época es de su propiedad. Un grupo de jóvenes veterinarios, entre quienes estaba Zafrané, asesoraba a los recién iniciados ganaderos venezolanos, entre los que se encontraban Marcos y Maribel Branger, José de Jesús Vallenilla, Carmelo Polanco, Sebastián González Regalado y Luis Morales Ballestrasi. Esos días se formaban, con ganado colombiano, las ganaderías de Tierra Blanca de Manolo Chopera y Sebastián González, Bella Vista de Carmelo Polanco y Tarapío de Marcos Branger. Daba sus primeros pasos la ganadería de Los Aranguez fundada con vacas de Guayabita, que los hermanos Alejandro, Raúl y Ramón Riera Zubillaga y el doctor Alberto Ramírez Avendaño le compraron al gerente autobusero Julio García Quintero. Julio García Quintero, hombre muy ligado a Julio Azpurua y a los sindicatos del transporte negoció con Morales Ballestrasi el rebaño de 87


Guayabita que él, Julio García Quintero, había calculado a la vista en 300 cabezas y que Luis Morales dudaba, porque luego hizo una amplia retienta de todo el rebaño, que apenas superaba las 200 vacas. Muy de madrugada fui hasta Valencia donde vivía Manuel Zafrané. En compañía de los veterinarios Tomás Descriván y César Scovino, los novilleros Carlitos Martínez, Jesús Salermi y Rafael Ponzo y el picador de toros El Charro Gil fuimos hasta la finca de San Antonio cerca de Boca de Aroa donde estaba el hato de lo que Luis Morales había rescatado de Guayabita. Luis Morales y Miguel Gil “El Charro” retentaban todo el ganado guayabitero. La ganadería, que había adquirido su nombre de la finca de La Guayabita, vecina de Turmero, donde los hermanos Gómez Núñez, hijos del general Juan Vicente Gómez, la fundaron en el decenio de los treinta. Más tarde pasó por variadas manos, de gente que la maltrató como ganadería. Este evidente maltrato provocó al inteligente periodista Oswaldo Pérez Estévez a bautizarla con el nombre de “la ganadería de triste destino”. Fue una reacción en un momento de justificado enojo de aficionado, porque veía cómo desbarataba un gran esfuerzo por formar una buena ganadería. Ciertamente. Ha sido una cruz el tránsito de la ganadería en la historia, pues mientras su rebaño hermano ha fundado hierros de abolengo, como Benítez Cubero y Lora Sangrán, la parte de Pallarés del Sors que vino a Venezuela por recomendación del rejoneador Antonio Cañero y de Juan Belmonte a los hijos de Gómez, fue maltratada por la ignorancia y la improvisación con los más desastrosos cruces. A pesar de todas las calamidades a que la ignorancia e inconsciencia sometieron a su generosa sangre, Guayabita fue capaz de sembrarse en el surco de otra ganaderías, como era el caso de Los Aranguez, que nacía de las vacas guayabiteras en los valles caroreños de Los Caballos y Copacoa, la misma época en que Morales retentaba el rebaño de Guayabita, de lo que nos quedaba de Pallarés en Venezuela. Luis Morales ha sido un exitoso criador del purasangre de carreras. Ha tenido la suerte de sentir la prolongación de sus triunfos en el hipismo, en los logros de su hijo Carlos, un preparador de grandes triunfos en La Rinconada. En su juventud, Luis Morales se destacó como deportista, y llegó a ser profesor de natación en el Casablanca Tennis Club. Su amor e intuición hacia el purasangre le llevaron desde los boxes y cuadras de los hipódromos hasta los bureaus del Directorio del Instituto Nacional 88


de Hipódromos y los salones del exclusivo Jockey Club de Venezuela. Posiblemente ese éxito apasionante, le entusiasmaría a probar con el toro de lidia. Dos días, con sus noches, estuvimos en la Hacienda San Antonio, de Yaracuy. Mañana y tarde se tentaron vacas y becerras. Las vi mansas, como en todas las ganaderías del mundo; pero también las había de una bravura y de una nobleza que pocas veces he visto en otras vacadas. Carlos Martínez, Jesús Salermi y Rafael Ponzo hicieron el largo y laborioso tentadero. Ponzo por primera vez en su vida toreaba ganado bravo. Luis Morales conversaba e intercambiaba ideas con todos. Descubrí en Luis a un hombre de un criterio muy firme y de una inteligencia sumamente aguda. No se casaba con lo que veía. Discernía y comprobaba, más que ver con los ojos, pesaba y juzgaba con la razón, todo lo que sucedía. Creí ese día que estaba ante el hombre que, al fin, salvaría la ganadería de Guayabita, la “del triste destino”. Lamentablemente no fue así; y la culpa no ha sido de Luis Morales. No hay dudas de que el hombre hizo sacrificios que le llevaron más allá del deber. Imagino que, dentro de él, había un reto. Un reto consigo mismo, porque no lo entiendo de otra manera. Cuando Luis Morales llegó a la Hacienda San Antonio, encontró una selva tupida, impenetrable, donde crecían como animales salvajes las reses de Guayabita. No había otra cosa en San Antonio que abandono y desorden. Esa fue la visión que tuve de la ganadería. Todo me impresionó y me parecía imposible ordenarlo. Me contaba que había que meterse a pie en la montaña para cazar las vacas y enlazarlas. El ganado era parte de la fauna de las tierras de la finca. Incluso, muchas reses se habían escapado de los linderos de San Antonio. Había ganado con mucha edad sin herrar. La casa apenas podía sostener el techo de zinc. El calor era infernal. Los mosquitos y otras plagas nos azotaban de noche. Las lluvias torrenciales hicieron intraficable los caminos y, para salir de San Antonio, tuvimos que atravesar la finca de un general retirado, cruzar unos desfiladeros por unos puentes hechos de rieles de trenes, donde nos jugamos en serio la vida. Luego, otro día, volví con Curro Girón. Fue la segunda y última vez. Encontré cambios profundos. Potreros muy bien delimitados. Vaqueras que producían suficiente leche y caballerizas que guardaban hermosos ejemplares. Se habían sentado las bases para desarrollar una finca 89


moderna y se construía una plaza de tientas muy lujosa. También se proyectaba una gran casa, con puertas de finas maderas, labradas, con ventanales protegidos con hierros forjados muy hermosos. Casa de amplias habitaciones para el dueño y su familia, que se refrescaría con aire acondicionado, y donde la tela metálica impediría la plaga. Hablaba Luis de mucho señorío, de cientos de comodidades para sus amigos, los invitados de mucha categoría que serían huéspedes en Guayabita. Recuerdo, entre las muchas cosas que Luis me dijo, que construiría unos baños y unos cuartos juntos al tentadero “para que se aseen los toreros, se vistan y nada tengan que ir a buscar a la casa”.

Luego de muchos intentos por formar rebaños de ganado bravo con la base del toro criollo y uno que otro toro de lidia española, los hermanos Florencio y Juan Vicente Gómez Núñez decidieron importar vacas y sementales de España. Los muchachos, como distinguían a los hijos del presidente Juan Vicente Gómez, eran muy amigos de Juan Belmonte. El trianero sabía de la afición que por los toros sentían los Gómez Núñez, y supo de sus intentos no muy serios, pero al fin y al cabo intentos que se hacían de tentaderos y selección de ganado de media casta –cruza de criollo con español–, en las haciendas de La Providencia, propiedad los hermanos Gómez Núñez y La Quebrada propiedad del coronel Gonzalo Gómez Bello, hermano de Juan Vicente y de Florencio. En principio, bajo la supervisión del propio Belmonte y de don Antonio Cañero. Más tarde con el concurso de don Manuel Mejías Rapela “Bienvenida” y sus hijos Manolo y Pepe Bienvenida, el célebre Manuel Jiménez “Chicuelo”, el de la Alameda de Hércules y toreros tan importantes como el gaditano Pepe Gallardo, el valenciano Vicente Barrera, el caraqueño Eleazar Sananes “Rubito” –compadre de don Florencio–, Pepe Amorós, José González “Carnicerito de México”, Nicanor Villalta, Antonio García “Maravilla”, David Liceaga y Juan Martín Caro “Chiquito de la Audiencia”, entre otros, eran invitados por la familia Gómez a los valles de Aragua para que participaran en faenas camperas en la ganadería de Guayabita. 90


Juan Belmonte, que era muy amigo del general Gómez, desde 1918, tal y como lo reseña la biografía escrita por el célebre periodista Chávez Nogales, siendo testigo de la gran afición de Juan Vicente y de Florencio, les dijo con claridad que si de a de veras pretendían ser ganaderos debían hacer el esfuerzo y traer de España una ganadería completa. Sabía el maestro lo que podían hacer los Gómez en Venezuela, que para la época remataban la construcción de la bellísima plaza de toros de Maracay, proyecto encargado al gran arquitecto Carlos Raúl Villanueva. Así que el trianero junto a su íntimo amigo don Antonio Cañero, en nombre del presidente de la República de Venezuela y de la familia Gómez Núñez, contactaron en Córdoba a sus amigos cordobeses los ganaderos Pallarés Delsors, quienes habían puesto en venta su ganadería. Aquella vacada procedía de la línea que en 1825 fundó el canónigo Diego Hidalgo Barquero con reses de Giraldez –origen Cabrera– que cruzó con reses procedentes del conde de Vistahermosa y dos toros de Juan José Vázquez. Varias estaciones vivió la ganadería hasta llegar a manos de los hermanos Pallarés. En 1841 el canónigo vendió una parte al jerezano Joaquín Barrero. Lidiando Barrero a su nombre, porque Hidalgo Barquero se reservó hierro y divisa. En 1886 Barrero vende ganadería y divisa –blanca y encarnada– a Juan López Cordero y este a José Antonio Adalid quien lidia a su nombre en Madrid en 1874. Esta vacada llega a manos de Carlos Otaolaurruchi en 1896, y de este pasa a ser propiedad de don José Domecq en1910. Domecq le agrega vacas de Surga, encaste de Vistahermosa y sementales procedentes de la ganadería de la marquesa de Tamarón. José Domecq muere en 1922, y su viuda vende a don Antonio Peñalver que, siete años más tarde, pasa la propiedad a los señores don Luis y don José Pallarés Delsors, de Cabra, Córdoba. Los hermanos Pallarés lidiaron por primera vez a su nombre en Madrid, la tarde del 12 de julio de 1931, tarde de la presentación en la capital española del orfebre tapatío, Pepe Ortiz uno de los más fecundos creadores de suertes mexicanos. Juan Belmonte y el rejoneador y militar don Antonio Cañero eran muy amigos. El cordobés Cañero, fue pionero del toreo a caballo y actor de cine y capitán de Caballería en España. En Maracay, Cañero creó la yeguada militar en el Haras San Jacinto, y fue quien diseñó el Hipódromo de la ciudad. Belmonte y Cañero, que eran próximos de los hermanos Juan Vicente y Florencio Gómez, por la intimidad que tenían con su padre el general 91


Juan Vicente Gómez, muy amigos todos, hicieron contacto con los señores Pallares Delsors. Los hermanos Luis y José Pallarés, vendieron a los venezolanos hermanos Gómez Núñez 180 vacas, 12 toros padres, una corrida de toros y unos añojos. Junto a este grupo vinieron 25 vacas, con el hierro de Gamero Cívico como un regalo de Belmonte a los hermanos Gómez, y un toro de Miura que estuvo padreando en Guayabita. El trianero recién había comprado ganado de Gamero para mejorar su ganadería que había fundado con reses de Campos Varela. El ganado embarcó en Cádiz en el buque alemán Magdalena y cruzó el Atlántico hasta el puerto de Turiamo en las costas aragüeñas. A la sazón desde donde, según relato de don Ramón Martínez Rui, esposo de doña Cristina Gómez Núñez, hermana de Juan Vicente y de Florencio, a toda la ganadería la condujeron hasta las sabanas aragüeñas de Turmero por vaqueros cordobeses y sevillanos, hasta la finca de Guayabita. Al frente de estos conductores del ganado de Pallarés estuvieron Antonio Pedroza Romero, conocedor de la ganadería de Gamero Cívico, que fuera sonsacado para este viaje por Belmonte y Cañero. Un hondero de la ganadería de Miura de nombre Juan Jiménez “Sardina” al que conocían mucho Belmonte y Cañero y sabían que sería de gran utilidad para la formación de la ganadería de personal idóneo en el manejo de ganado. Sardina estuvo con el ganado hasta después de la muerte del general Gómez. Este hondero de Miura no conoció el catre o la hamaca. Siempre durmió en el suelo. Sobre una tela que durante el día le envolvía como una faja. Dentro de la faja, colocaba piedras que con inusitada destreza utilizaba con su honda. Preparó varias yuntas de bueyes, bueyes tan bien domados que cuando pasaban por la iglesia de Turmero se arrodillaban, impresionando a todo el que tuvo el privilegio de verlos. El ganado español llegó a los valles de Aragua en 1933. Cincuenta machos llegaron a La Providencia y las hembras a Guayabita. La ganadería de Guayabita, cuyas reses estaban herradas con el 19 y tenía por divisa los colores rojo y gualda, no llegó a lidiar bajo la administración de los hermanos Gómez, aunque sí se tentaron sus vaquillas durante años, en un tentadero construido en la finca donde estuvo el ganado hasta mucho después de la muerte del general Juan Vicente Gómez.

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En junio, Felipe Serrano, su hijo Andrés, Aquilino José Mata, Gustavo Trías, Danilo Suárez y Marco Tulio Maristany, directivos de Radio Rumbos y propietarios de Meridiano, nos informaron de la compra de unas rotativas Off-Set, que instalarían en San Martín, porque “la idea es llevar el periódico hasta los cien mil ejemplares”. Recuerdo que hablé con Andrés Serrano, quien era mi amigo desde los días de la infancia en el Colegio de La Salle de los Hermanos Cristianos, y le pregunté sobre una venta a Armando de Armas, a quien había visto el otro día con Carlitos González. Me preguntó que si estaba loco, que “Meridiano es la niña de los ojos de mi papá”. A don Felipe Serrano lo conocía desde que en mis días de estudiante frecuentaba La Campiña, compartía con nosotros, los amigos de Andrés, su hijo, partidas de dominó y la interminable polémica del beisbol. Le recuerdo en la esquina del CADA de La Florida, preguntándole a la gente cuál era la transmisión de radio que más le gustaba. Serrano, dueño de Rumbos, tenía la exclusiva de los Leones del Caracas, con la transmisión de Delio Amado León. Su gran amistad con “El Negro” Prieto, que en vida fue también hombre de radio, además del beisbol, hizo que comprendiera mucho antes lo que podría ser un Circuito Radial de un equipo de pelota. Felipe Serrano no creía en encuestadores, pero hacía las más variadas e interesantes encuestas. Las hacía él mismo y recurría a muestras curiosísimas. Investigaba entre sus familiares. Con sus amigos. Con los amigos de los amigos, en el vecindario. Prefería hacer él mismo las muestras, persona a persona. Antes lo había hecho con unas conservas que distribuía por Sabana Grande, en las pulperías y ventorrillos de Chacao y de Chacaíto; y ahora preguntaba a su manera y de forma muy directa, sobre Rumbos y Meridiano. Con los resultados de estas investigaciones descubrió que iba por el camino correcto, y que Meridiano día a día crecía en el número de lectores. Era necesario aumentar el número de ejemplares en cada edición. Meridiano mudó sus oficinas de Cipreses a Hoyo, la casona vieja de La República, a San Agustín del Norte, entre las esquinas de Páez a Junín, en el segundo piso del edificio Dinapren. También cambió de rotativa, y nos fuimos a imprimir el diario en los talleres que fueron de La Verdad, un periódico que fue propiedad de Nicomedes Zuloaga y manejó el “Viejo” Rafael Fuentes, gran maestro de periodistas. 93


El estilo del periódico cambió, de acuerdo a las exigencias técnicas de las rotativas. Ahora no cerrábamos de madrugada, como cuando tirábamos en plomo las ediciones del diario; y tampoco circulábamos en horas del mediodía. Ya Meridiano estaba en la calle mucho más temprano y cerrábamos la edición pasada la una de la madrugada. Un día, cerca de la medianoche, me encontraba haciendo una traducción de unos reportajes aparecidos en unos diarios norteamericanos sobre una hazaña realizada con los Tigres de Detroit por el antesalita venezolano César Gutiérrez, cuando recibí una llamada del empresario Sebastián González Regalado. ¿Podríamos vernos más tarde? Me preguntó y señaló Sebastián que bien podría ser el Restaurante don Sancho, en El Rosal, el sitio para la reunión. La verdad fue que me extrañó la llamada. En primer lugar, por lo tarde, y luego porque González Regalado, socio de Manolo Chopera, no era hombre de andar con tapujos. De haber sido algo corriente, González se hubiera acercado a la redacción. Concluí lo que hacía y me trasladé al sitio de la cita. Conversamos y me explicó González Regalado que se encontraba en un aprieto, porque al día siguiente, es decir ese mismo día –ya estábamos de madrugada–, salía a la venta el abono para la Feria de Caracas y él estaba obligado, según documento que reposaba en las oficinas de la Comisión Taurina Municipal, a publicar un aviso, detallado, de las condiciones para la venta de las entradas y del abono de la temporada. Como los talleres de Meridiano trabajaban hasta muy entrada la madrugada, fuimos e insertamos una página publicitaria en la que especificábamos todos los detalles exigidos para la venta del abono. Así cumplía la empresa con las exigencias de la autoridad y se satisfacían las responsabilidades por parte de los organizadores. Este detalle revela cómo marchaban las cosas en esos días. Me refiero al respeto que existía entre las empresas que organizaban los espectáculos y la autoridad. Recuerdo que la Comisión Taurina estaba integrada por Gustavo Bravo Conde, Luis Ernesto Navarro, César Rondón Lovera, Alfonso Álvarez, Paco González Betancourt y Eloy Dubois, buenos aficionados, ciudadanos de recto proceder, quienes jamás mezclaron sus atribuciones, derechos u obligaciones, con la amistad o la fanfarronería, como lamentablemente ha ocurrido en exceso con los integrantes de las autoridades caraqueñas y de las plazas del interior, propiciando barcos sin rumbo que han hecho zozobrar la nave del toreo en Venezuela. 94


Con Sebastián, a quien conocía desde aquella mañana que le visité en la Calle Negrín para indagar sobre la corrida de Cantinflas que se lidiaría en la Feria de Valencia, me ha unido siempre una estrecha y cordial amistad. Su primera preocupación, como empresario, fue dar lo que ofrecía, y siempre fue su intención ofrecer gran calidad. Siempre gozaba al ver las contrabarreras y los palcos plenos de gente elegante. Su felicidad era convertir la plaza en un rendez-vous del jet set caraqueño. Una clase alta que entendía a mucho de toros. Allí, en la plaza de Caracas se reunían los intelectuales, en peñas que integraban el pintor López Méndez, Arturo Uslar Pietri, Jesús Soto, Manuel Alfredo Rodríguez, Miguel Otero Silva, Gonzalo y Oscar Palacios Herrera, por recordar algunos; empresarios como Oscar de Guruceaga, Armando y don Juan Ernesto Branger, Eugenio Mendoza, padre; banqueros como Pérez Dupuoy y González Gorrondona. No faltaban personalidades de la política de entonces, como Jóvito Villalba, Rafael Caldera, Gonzalo Barrios; de la farándula, que tenía en Renny Ottolina su astro, quien era un severísimo aficionado en la plaza. El Nuevo Circo se llenaba de hermosas mujeres, como las “nenas” Zuloaga y Winckelman, y de mucha juventud. No faltaban sus personajes propios, como “El Loco” Bermúdez; un gironista furibundo, vendedor de libros a domicilio, que entraba a la plaza muy temprano y, mientras caminaba hacia su sitio en la barrera de sol, allá junto a la meseta de toriles, iba gritando “¡Girón, Girón, Girón...!” La gente de Caracas iba a ver toros. Como público participaba vehementemente de la corrida de toros. Lo que no sucede ahora. Con el tiempo, las circunstancias que rodean a los hechos en el transcurso de los días, han surgido cambios considerables en el espectáculo taurino caraqueño. Posiblemente haya sido culpa de las empresas que, por asegurar el éxito económico, han recurrido a la colocación de la boletería casi por compulsión de los organismos públicos que están tras la organización del espectáculo. Un aluvión de público nada entendido, carente de afecto por lo que sucede en el ruedo, que van a la plaza a “codearse” con los famosos, a vivir un momento raro y a beber, ha hecho de la plaza de Caracas un sitio desagradable para ver una corrida de toros. Las consecuencias han sido que ya los buenos aficionados no van al Nuevo Circo. Las peñas se fueron de las gradas. El público es agredido constantemente por vendedores anárquicos y mal educados; y lo que pudo significar en 95


categoría e importancia Caracas, como plaza de toros, dejó de ser. Mucha culpa de esto la tienen, también, las distintas autoridades que supuestamente han velado por los intereses de la afición y porque se cumplan con fidelidad las ordenanzas taurinas. Y la prensa taurina que se le entregó a las empresas y en vez de cumplir sus funciones informativas y críticas se convirtieron los periodistas taurinos en vulgares promotores de espectáculos. La plaza de Caracas estaba considerada como una de las más exigentes de América, y cuando a ella se referían la comparaban, en exigencia, con Acho y la México. Triunfar en Caracas les abría las puertas de América a los toreros. Los dineros de Caracas eran los más importantes del continente. Antonio Ordóñez me confesó, en una entrevista que le hice en el Hotel Tamanaco, que en México cobraba la mitad de lo que devengaba en Caracas, y que el haber cortado una oreja en el Nuevo Circo, la tarde que se reivindicó ante los caraqueños con la corrida de Javier Garfias, le había abierto el invierno en las plazas americanas. No era extraño ver en los días de corridas a destacados personajes taurinos en la ciudad; periodistas franceses venían con frecuencia a Venezuela, igual que taurinos de México y de Perú, o destacadas personalidades de España. La categoría que tenía Caracas no la tiene ninguna otra plaza americana en la actualidad. Algunos la compararon con San Sebastián en Guipúzcoa, porque en el Chofre, la arena donostiarra, también se daba cita lo más granado de la torería y de la intelectualidad taurina. Manolo Chopera confiaba a plenitud en la organización de las corridas de toros por parte de Sebastián González. El Chopera, acomodaba en los carteles a los diestros de su casa, a los que apoderaba. Sebastián se encargaba de los nacionales, de comprar las corridas en México y de contratar a los toreros mexicanos. Julio y Carlos García Vallenilla eran muy amigos de Manolo Chopera y de Sebastián González, además de que Julio representaba en Venezuela los intereses de César Girón y Carlitos, los de Curro. Los hermanos García Vallenilla, con quienes me une una respetuosa amistad, han participado además en la organización de corridas de toros y en la contratación de muchas figuras del toreo.

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La ganadería de Bellavista había dejado de ser propiedad de un grupo de tachirenses que encabezó Joel Cacique, que había hecho negociaciones con Antoñito García, hijo de Francisco García, el fundador de la Vistahermosa de Colombia, para pasar a manos de Carmelo Polanco. Hombre simpático, Carmelo Polanco, franco y bonachón, que representaba, en el Táchira y para el occidente, una firma de alimentos concentrados para animales. Las deudas contraídas por la ganadería con la empresa fueron cuantiosas y Bellavista debía muchísimo dinero. Vino el embargo y Polanco adquirió una gran parte de las acciones. Más adelante una ejecutoria del Banco Nacional de Descuento (BND) pondría en manos de José Joaquín González Gorrondona la mayoría de los valores de esta sociedad ganadera. Polanco se embriagó con prontitud, con los triunfos de la divisa, gracias a los éxitos de las reses de Antonio García, que en Venezuela se lidiaban a nombre del hijo del fundador de Vistahermosa, aunque estaban herradas con un hierro diferente al que identifica hoy día a Bellavista. Carmelo era el ganadero más popular de Venezuela. No había duda. Los titulares de la prensa eran suyos, gracias a los éxitos de sus toros. Uno de los atractivos para el abono de Caracas era la presentación de una corrida de toros de la recién fundada ganadería, la que aparte de los éxitos alcanzados en Valencia y en San Cristóbal, templaba la fibra nacionalista que siempre vibra en las cosas de los pueblos. Así que Carmelo Polanco organizó un viaje a la fronteriza Delicias, Táchira, donde está enclavada la ganadería de Bella Vista, con el propósito de atender a los empresarios y tentar algunas vaquillas y un toro que destinaría para semental. Federico Núñez, que representaba a la empresa de Puerto Cabello, que también quería comprar una corrida de toros, y Sebastián González, cruzaron la distancia que hay entre San Cristóbal y Delicias, pasando por Rubio y Bramón, pueblos cafetaleros sumergidos en montañas hermosas, que surgen como cuentas de rosario, con todo y sus misterios, camino a la frontera con Colombia. Desde las alturas de Bellavista se observa, acostada a la falda de las gigantescas montañas, la población neogranadina de Ragonvalia, productora de café y denominada en honor a un presidente colombiano. 97


Polanco improvisó con cañas y bambúes la barrera de su tentadero. Federico Núñez vistió con gran corrección al estilo del campo andaluz; zahones; botos de la Puebla del Río; calzona de paño fino; camisa de chorreras; capotes y muletas de estreno. En fin, la perfección. Como invitados especiales Sebastián González, empresario de Caracas, Antonio Pardo, publicista porteño y Santiago Guevara, de la empresa de Puerto Cabello. La sorpresa era el novillero. Se trataba de Jorge Polanco, hijo de Carmelo, que quería ser torero. Apenas saltó a la arena el toro, un bien armado cárdeno con unos cuartos traseros empulpados, se echó a los lomos al novillero Polanco que intentó pararle. En el suelo, el toro, certero y con asesinas intenciones, le metió el pitón hasta la cepa, abriéndole un boquete en el pecho surgiendo de inmediato un torrente de sangre. Un caudal que apenas detuvieron taponeando la herida. El camino, serpentina que abría las altas montañas, se hizo interminable. Sentían que se les iba la vida del muchacho entre la angustia y la desesperación que da el saberse impotentes por resolver tan grave percance. Carmelo sólo atinaba a decir: “Cómo es esto posible, Señor. ¡Cómo! Si hace una semana le toreó muy bien. No; no entiendo, cómo haya podido pasar esto, si él sabía cómo torearle. ¡Hace no más una semana lo había hecho, y lo hizo muy bien!”.

La corrida de Puerto Cabello fue lidiada por el cordobés Florencio Casado “El Hencho”, José Falcón y Joselito López. Falcón dejó una gran impresión, El Hencho triunfó y recibió una cornada, y Joselito López estuvo valiente ante toros muy encastados. En Caracas la corrida tuvo mucho trapío. Paquirri estuvo muy bien, lo mismo que Efraín Girón y José Falcón. Recuerdo que Antonio Ordóñez comentó, favorablemente, la casta de estos toros. 98


Al terminar cada corrida, Antonio García cobraba con letras de cambio la deuda que Bellavista tenía con él desde el día de su fundación en las altas praderas de los páramos del Táchira.

El maracayero Jesús Narváez, luego de una heroica estada en España, tomó la alternativa de matador de toros en Elda, Alicante, el 19 de septiembre. Campaña breve la de Narváez, ya que no compareció en plazas como las de Barcelona, Sevilla o Madrid. En una carta que nos envió a la redacción, decía: -Con respecto a mi alternativa, sé que hay en esa mucha polémica en torno a ella. Hay algunos en que son partidarios en que retrase la fecha; pero le diré que no pude aguantar más de novillero, puesto que en esto del toro todo es falso. Todo está montado con una visión comercial. El que tiene dinero torea y el que no lo tiene no. Sólo basta mirar la estadística de novilleros para darse cuenta de cuántos venezolanos lo hacen. Sólo los hermanos Girón y yo, y no es porque no tengan condiciones, sino porque carecen de respaldo económico y de seguir esto así será la ruina del torero venezolano.Narváez toreó en Caracas, y fue herido. Repitió en Maracaibo y en Maracay y poco a poco se desvaneció el interés que pudo haber despertado, actuando de vez en cuando en corridas de poca monta. Más tarde ocupó el sitio de asesor en la Comisión Taurina en Maracay. Sin embargo, Jesús no desaprovechó su estada en España. Estudió y se preparó en otras actividades distintas a las del toreo. Hoy es un hombre que goza del respeto de los aragüeños y mantiene relación con la familia taurina. La temporada de novilladas tuvo gran actividad en las plazas de Caracas, Valencia y Maracay.

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El ganado colombiano de las ganaderías de José del Carmen Cabrera, Las Mercedes, Carmelo, La Chamba, Cuéllar y Dosgutiérrez, sirvió de sostén para la misma. Se realizaron 10 novilladas y los espadas más destacados fueron Rafael Pirela, Bernardo Valencia y Celestino Correa. Estos dos últimos debutantes con reses de casta en 1970. La temporada continuó en Maracaibo con las corridas de la Feria de La Chinita, organizadas por los hermanos José Luis y Eduardo Lozano. Un fracaso económico, porque a pesar de la gran calidad de los carteles, que tuvieron por base nombres como Santiago Martín “El Viti”, Palomo Linares, Dámaso González, los maracuchos aún no se inclinaban en masa hacia la fiesta de los toros. Sí, en la fiesta; porque más tarde, en el tiempo, Maracaibo se convertiría en plaza importante, en el sentido económico, y uno de los bastiones de la temporada venezolana. González Piedrahíta envió un encierro, al igual que Luis Gandica que debutó como ganadero con el toro “Guitarrón” del hierro de Las Mercedes. Guillermo Angulo López, presidió los festejos al frente de la Comisión Taurina. Llevaba ya, entre ceja y ceja, la construcción de la plaza de toros Monumental. No cejaría en su empeño, y aunque siempre ha sido un hombre contradictorio en el manejo del espectáculo, como autoridad, a Guillermo Angulo se le debe que la fiesta de los toros en Maracaibo haya echado raíces y adquirido personalidad. En Valencia, luego de muchos dimes y diretes y de estira y encoge por parte del Concejo Municipal, César Girón se erigió como empresario de la Monumental. Presentó cuatro corridas de toros, con carteles muy atractivos, que anunciaban estas combinaciones: Antonio Ordóñez, César Girón y El Viti, con toros de Reyes Huerta; o el que abrió feria, Ordóñez, Curro Girón y Palomo Linares. Combinaciones, realmente insuperables. Toros muy bien presentados de Zotoluca, El Rocío, Reyes Huerta y de La Laguna. Hicieron su debut en Venezuela Antonio Lomelín, mexicano, y José Luis Parada. Y sin embargo la temporada fue un fracaso económico. La ciudad de Valencia, el público, no entendió el esfuerzo de Girón, y la prensa de Caracas, en su mayoría, no respaldó la promoción de las corridas de toros. No se entendía cómo a un venezolano, como era el caso de César, no se le apoyaba debidamente. La temporada se cerró en Maracay con una corrida de toros de poca monta, con toros de varias ganaderías, limpieza de corrales; actuaron El Macareno, buen torero 100


que hizo su debut en Venezuela con género impropio, y los criollos Joselito López y Jesús Narváez, conducidos al patíbulo ante feos y descastados animales. La mala presentación de las reses provocó un escándalo y algunos comisionados renunciaron a sus cargos en la autoridad. Maracay siempre fue víctima de este tipo de organizaciones, y aún lo sigue siendo, pues no sé por qué llevan toros sin presencia que provocan grandes disgustos.

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. Viñeta

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CapĂ­tulo 4

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Juan Fernández “Morenito de Málaga”, Curro Girón, Federico Núñez, Ítalo Núñez, Chavito - picador de toros y apoderado de Girón - Manolo de la Rosa, Pedrucho de Canarias y Diego Martínez . . . La flor y nata del toreo.

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Tertulia en las Cancelas

La sala de fiestas “Los Canasteros” se había convertido en el sitio nocturno de los taurinos caraqueños. Manolo de la Rosa era el propietario del lujoso local, ubicado en la mezzanina del Edificio Polar, en la Plaza Venezuela. Manolo había invertido en el tablao todo el capital que obtuvo de la venta de Las Cancelas, restaurante que por muchos años fue centro de reuniones para los aficionados caraqueños y atracción turística de la ciudad. Hay en Las Cancelas una barra larga, adornada con un apetitoso muestrario de variadas tapas. Las paredes del local, tapizadas con fotografías del maestro del reporterismo gráfico, Manuel Medina Villasmil “Villa” –... un poeta prestado a la fotografía, era su saludo de visita–, y Jansen Herrera, un fotógrafo colombiano radicado en Venezuela, que llegó a la profesión de fotógrafo y a la especialización taurina por el camino del intento de querer ser torero. Además, murales del Gordo Pérez, fundador de la escuela de los reporteros gráficos del diario “El Nacional” y fotografías muy curiosas, con agudo sentido estético, de Juan García Solís el más artista de todos los buenos fotógrafos taurinos venezolanos. Son aquellas paredes de Las Cancelas el museo de los toros en Caracas. Adornado desde aquella época cuando Manolo de la Rosa era su propietario, con cabezas disecadas de toros de lidia y carteles de corridas famosas. Allí todavía permanece, entre otros trofeos, la cabeza del toro con el que confirmó la alternativa Rafael Girón. Un astado de Sánchez Fabrés, célebre divisa salmantina con sangre de Santa Coloma. 105


Cuando había temporada taurina en Caracas, se reunían los toreros españoles en Las Cancelas. De tarde, luego de comer, jugaban a los naipes y al dominó. A la entrada del restaurante había un kiosco de revistas, uno de los sitios dónde vendían El Ruedo y Dígame, los jueves, cuando llegaban las esperadas revistas taurinas. Los aficionados nos reuníamos en la barra de Las Cancelas para revisar las noticias taurinas, conversar en amena tertulia, mientras nos refrescábamos con una lisa bien fría que rociaban sabrosas tapas de tostados boquerones fritos o en una vinagreta de un vivísimo y luminoso plateado. Curro Romero y Paco Camino, sobre todo el segundo, fueron muy amigos de Manolo de la Rosa, convertido, gracias al restaurante, en un personaje muy conocido y popular en Sabana Grande y en la Avenida Casanova, donde estaba otro bar, muy taurino y chiquitico que administraba “El Chino de Cádiz”. Este formaba parte de aquella bohemia caraqueña, que se fue con la identidad de la ciudad cuando la invasión de la marginalidad de las capitales suramericanas se hizo del Valle de Caracas y la transformó en un inmenso y fétido mercado de buhoneros. Aquella Caracas era otra, tenía mucho de las capitales andaluzas y la noche se sentía cálida y perfumada por los árboles en flor de sus calles y avenidas que invitaban a la canción, a rasgar guitarras y amanecer hablando entre amigos. Una bella ciudad del Caribe, preñada de aroma de bohemia. Manolo de la Rosa fue una especie de representante de Paco Camino en Venezuela. Lo hizo en las inversiones que el maestro realizó en tierras venezolanas, que fueron muchas. Manolo fue protagonista activo del sonado “affaire” del divorcio de Paco Camino y de Norma Gaona, una guapísima mujer, hija del empresario mexicano doctor Alfonso Gaona y madre de Francisco Camino Gaona, el hijo mayor convertido hoy en empresario y apoderado taurino entre diversas ocupaciones. Camino Gaona, apreciado amigo, ha sido un destacado beisbolista. Paco Camino casó más tarde con María de los Ángeles, madre de Rafael Camino, torero con doctorado, y en el otoño de su vida volvería a divorciarse entusiasmado por otro amor más primaveral.

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De la Rosa vestía siempre una limpia, bien planchada y almidonada guayabera de hilo blanquísimo y mangas perfectamente cortadas. Esa prenda bien cortada, es algo difícil de ver y sobretodo de saber llevar. Manolo se daba el gusto de cambiarla dos y tres veces diarias, con tal de no lucir desaliñado. La guayabera desabotonada en los tres primeros botones para con arrogancia lucir un mazo de medallas insolente que colgaba del cuello reuniendo todas las vírgenes del cielo andaluz. Zapatos de dos tonos y de cabretilla, estilo poco usual en Venezuela, le daba un carácter españolísimo, lo que a de la Rosa llenaba de orgullo. Lentes de sol muy característicos; vidrios esmeraldinos, insertos en una fina concha de carey, que le vestían a Manolo de la Rosa con un aire a don José Flores “Camará”. Perfumaba y explotaba su figura con un halo de costosos perfumes de importada lavanda. Un reloj pulsera, de oro, muy llamativo, y una esclava también de oro, gritaban a los cuatro vientos su bonanza económica de la que presumía con arrogante ostentación, esgrimida entre cigarrillo y cigarrillo de empedernido fumador. Todo cuidadosamente cuidado para aparentar mucha gitanería. Manolo aparecía en Las Cancelas a mitad de la tarde, para compartir con sus amigos los toreros. Gustaba de pontificar y presumía de erudición como aficionado al cante, a los toros, al póker, el mus y al dominó. Por allí caían Parrita y Pedruchito de Canarias, también Juanito Campuzano y algunos aficionados que deseaban acercarse a los ídolos. Las reuniones de taurinos, designación de premios, organización de corridas, contrataciones, estafeta de correos o, simplemente, el sitio para la cita era en Las Cancelas, el lugar taurino de la ciudad con más categoría. Igual veía usted a Lola Flores sentada sorbiendo un café, lo mismo que a Pedrito Rico refrescándose con una cañita, o a los integrantes del grupo Los Chavales de España devorando un gigantesco arroz paella. Era igual. El hispanófilo que llegaba a Caracas, sabía que la cita era en Sabana Grande, en Las Cancelas. Cuentan que Manolo de la Rosa vendió el local de Las Cancelas por una bagatela, cuando se le metió entre ceja y ceja que la estrella del local era él y no el punto o el mismo restaurante. Cuentan que tiró por la borda la fortuna que valía Las Cancelas por unos cuantos bolívares para fundar en el edificio Polar el “Tablao de Los Canasteros”, a imagen y semejanza del que administraba Manolo Caracol en Madrid. Entre las atracciones que contrató Manolo para la temporada inaugural 107


de Los Canasteros estaba Gabriela Ortega. “Heraldo de la España eterna”. Declamadora célebre. Emparentada con los “Gallos”. Era la hija del Cuco Ortega, que había casado con otra Gabriela, la hermana de Fernando Gallito, Rafael el Gallo y de Joselito el Gallo. Gabriela Ortega era hermana del matador de toros Rafael Ortega Gómez, “Gallito”, conocido entre los taurinos como “el gallino”. Torero artista, con mucha personalidad que a pesar de su origen gallináceo nunca llegó a “gallo” y eso que se anunciaba “Gallito”. Los hijos de Caracol, Enrique, Lola y Manuela Ortega, el famoso Arturo Pavón casado con Luisa Ortega Gómez y, además, los mejores cantaores, palmeros y bailaores de los cuadros flamencos madrileños estuvieron en la inauguración de Los Canasteros. El espectáculo era de primera. Difícil reunir tan magníficos artistas en el mundo, lo digo sin exageración, e incluyo a las salas de fiesta de mayor jerarquía en Barcelona y Madrid. La noche del estreno el destacado constitucionalista y líder del partido de oposición Unión Republicana Democrática, Jóvito Villalba, compartía mesa junto al escritor y propietario del diario El Nacional, Miguel Otero Silva, con ellos el publicista Regis Etievan, ocupaban una mesa muy cerca del tablao. Eran los días de la plena identificación de la fiesta de los toros con los intelectuales. El pintor López Méndez y el doctor Uslar Pietri, junto a los hermanos Palacios Herrera, eran habitués en las barreras y palcos en la plaza de Caracas, con La Nena Winckelman, Julio y Carlitos García Vallenilla, el doctor Germán Salazar, Arminio Borjas, Tobías Uribe, Valentina García de Azpurua, Sebastián González, los hermanos Santander, Carlos Jaén y Francia Natera, el capitán José Luis Tarre Murzi, Elías Borges, los hermanos Isidro y Carlos Morales y otros que se me escapan de la memoria. Aquella noche estaban algunos de ellos en casa de Manolo de la Rosa. La noticia era la contratación de Antonio Ordóñez para la Corrida de la Prensa, junto al albaceteño Dámaso González, que había triunfado en enero de aquel año 71 en la Feria de San Cristóbal. Seis orejas y dos rabos cortó Dámaso en San Cristóbal, temporada organizada por Manolo Chopera y Sebastián González. Fue la feria del debut en Venezuela de la ganadería de José Julián Llaguno, la tarde del debut en Venezuela de esta gran dehesa mexicana, y con los estupendos toros de Bellavista, que lidió en compañía de Efraín Girón, otro triunfador en aquella Feria de San Sebastián a la que asistieron, además de Dámaso, el jovencísimo “Paquirri”, Ángel Teruel, Antonio Ordóñez, Manolo Martínez, Curro y Efraín Girón, César Faraco, con 108


toros de primerísimas ganaderías aztecas y colombianas. Cubrí con el “gordo Villa” las corridas de la feria. Dámaso llegó al Táchira herido. Una cornada le atravesaba el muslo y debía inyectarse para aliviar el dolor y así poder salir a la plaza. Una foto de Villa, que publicamos en Meridiano al día siguiente de su llegada a San Cristóbal, mostraba cómo el médico metía la mano por el boquete de la herida y cómo asomaban los dedos por el otro lado del muslo herido. Dámaso fue un león. Su valentía no tuvo parangón. Pocos se han entregado tanto a todos los públicos como este gran torero albaceteño y que con el tiempo desarrolló un dominio tan poderoso con los toros, que llegó a ocultar en la emoción de la invasión de los terrenos, la grandeza de su temple. El temple y la lentitud de los pases de Dámaso González han sido su mayor expresión como artista, pero su denodado valor, refulgente como el sol, encandiló los ojos y ocultó con su fulgor la reciedumbre y mando de su toreo. Duró poco la dicha de Los Canasteros. La falta de una afición sincera por el flamenco golpeó al negocio con el que Manolo de La Rosa pretendía darle a Caracas un sitio en el universo de la fiesta, del arte y muy en especial en ese exigente baile universal. No tardó mucho para el cierre del local, y al paso de los años concluyó su vida como vendedor de libros al detal, alguna que otra plumilla, copias de dibujos de Ruano Llopis o reproducciones de Martínez de León y cosas sueltas, como los cuadros de Federico Cabello Arizaleta. Cuadros y copias que vendía para poder comer y pagar un pedazo de techo bajo el cual pasar la noche. Los cuatro primeros tomos del Cossío se los compré, a crédito, por ochocientos bolívares. Supe un día que Manolo de la Rosa montó una pensión en Tucupita, en el Delta del Orinoco, reducto escondido del fracaso, luego de su descalabro en la tasca El Rey Chico, al final de Sabana Grande. Sus últimos días fueron lamentables, porque murió en total ruina y desamparo. Sin un amigo, con muchos recuerdos y muchos vales firmados que nunca llegó a cobrar. Gabriela Ortega siembra en Caracas Gabriela Ortega aprovechó su estada en Caracas para dar clases de declamación y actuar en teatros y salas de fiesta. En el Teatro Nacional presentó alguna obra y en la Academia de Siudy Quintero, que se iniciaba en aquellos días como maestra de baile y de sevillanas, precursora de una moda que invadiría al jet set del Mediterráneo y 109


que Caracas, como ha sido costumbre, imitaría a pies juntillas. Siudy integró a Gabriela Ortega al grupo de maestras que les daban clases de flamenco a las niñas ricas. Gabriela vivía en una pensión en la esquina de San Lázaro, y se presentaba de vez en cuando a la redacción de Meridiano para hablar de sus proyectos y de sus ideas. Idea fija la de la sobrina de Joselito el Gallo era la de presentar su espectáculo de noche, con fondo de la banda del maestro Tejera, en la Maestranza de Sevilla. Lo logró, y ha sido Gabriela la única declamadora que “ha lidiado en solitario” todo un recital con poemas de los más destacados poetas andaluces en la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Temperamental, como todos los “gallos”, muy parecida en carácter a Rafael, Gabriela fue mujer de profunda inestabilidad. Alta en su estatura y en personalidad. Pelo zaino y cara de lagarto. Manos de expresión prodigiosa y de voz ronca, profunda, expresivamente heráldica, que aprisionaban la imaginación en cada una de sus creaciones. Siempre, cada declamación, fue diferente a la otra. Verdadera artista de los tablaos y de la recitación. Una tarde en Madrid antes de ir a los toros fuimos con Manolo Escudero y Rafael Ortega, “el gallino”, a comer en casa de La Polaca. Entre las anécdotas que contó el sobrino de Joselito, una de sus hermana cuando cada uno, por su lado, llegarón a Lima, Perú. El matador había ido a torear en la temporada de abono de la feria del Señor de los Milagros, y Gabriela aprovechaba el ambiente taurino para actuar en alguna de las salas de fiestas. Las cosas, como era usual, no le marcharon bien a Gabriela y por ello recurrió a su hermano en busca de ayuda. Se hospedó en el mismo hotel y en la misma habitación con “el gallino”. Pero no paró allí la cosa. Gabriela se inmiscuía con tanta entrepitura en las cosas de su hermano Rafael que, un día, Gallito, harto de las locuras y ocurrencias de Gabriela, la ató a la cama con unos mecates, rompió su pasaporte, quemó los pedazos y la dejó en el hotel atada a la cama, abandonada en el Perú, ya que tomó en el aeropuerto un avión que le llevó a México, donde tenía unos contratos que cumplir en la temporada azteca. El padre de Gabriela, Cuco Ortega, fue banderillero en la cuadrilla de Joselito el Gallo. Cuando vino a Venezuela, en la época del general Juan Vicente Gómez, en compañía de don Antonio Cañero, el insigne rejoneador cordobés, hizo una gran amistad con don Ramón Martínez, “El Centauro de Aragua”, como llamaron los cronistas a este turmereño, casado con doña Cristina Gómez Núñez, gran coleador, aficionado 110


práctico y padre del matador de toros Carlitos Martínez. También fue gran amigo de Ignacio Sánchez Mejías, quien estaba casado con otra hermana de Joselito, Lola, y esta aproximación afectiva influyó en su ambición intelectual al extremo de haber escrito un sainete, El triunfo de Maoliyo (1918) que estrenó con éxito en las tablas de los teatros de Madrid, y según Paco Aguado en su maravilloso libro El rey de los toreros, El Cuco “llegó a musicalizar una que otra zarzuela”.

El ambiente en torno a la Corrida de la Prensa, que organizaba el Círculo de Periodistas Deportivos, se caldeó, porque la opinión se dividía entre si debía ser Curro Girón o si, por el contrario, iba a ser César Girón el que debía figurar en el cartel de los periodistas. Abelardo Raidi se jugaba la balanza de los afectos, alrededor de los hermanos Girón. Como el éxito de taquilla estaba asegurado, el lleno en la Monumental de Valencia significaba una recaudación superior al millón de bolívares (las taquillas hacían casi 300 mil dólares, suma superior a la de cualquier otra plaza en el mundo en aquella época) y los toreros se contrataban por sumas impresionantes. El Círculo llegó a cancelarle 50 mil dólares a Manuel Benítez “El Cordobés”, cifra jamás cobrada antes por torero alguno, y ahora Dámaso González y Antonio Ordóñez aspiraban honorarios muy elevados. Así que Abelardo buscó en el pleito entre los hermanos Girón un desagüe para los gastos. Dicen que César se ofreció torear por los gastos, simplemente por quitarle la corrida a Curro, con quien tenía un pleito muy serio. Era tan celoso César Girón que se marchó a México con el propósito de prepararse en el campo bravo azteca y ver algunas corridas de toros para comprar ganado para la temporada que, como empresario, organizaba en la Monumental de Valencia y para la que ya había contratado a Luis Miguel Dominguín, Antonio Bienvenida y a Paco Camino, junto a Manolo Martínez y Eloy Cavazos. Claro, con Curro y Efraín, aunque estuviera disgustado con sus hermanos, pues mientras César Girón fue empresario de la Monumental de Valencia sólo torearon los hermanos Girón, en el puesto de los venezolanos. César llegó al campo bravo de Tlaxcala, tierra ganadera y torerísima, suelo histórico en la Conquista de la Nueva España, extensas y frías estepas que pisó Hernán Cortés en su marcha desde Veracruz hasta la Gran Tenochitlán, llanuras que fueron cuna de La Malinche, mujer 111


de muchas lunas y cuyo regazo cobijó en amor la soledad del capitán extremeño. César fue a la ganadería de La Laguna, vecina en Apizaco de la vacada de don Manuel de Haro. Como la ganadería de Haro hacía su presentación en la plaza Monumental México, con dos toreros de Tlaxcala que confirmaban la alternativa, Raúl Ponce de León y Mario Sevilla, aprovecharon la presencia de César en México para contratarle y para que toreara esta corrida de toros cárdenos, brochos de cuerna, bajitos de agujas y de rabioso y encastado temperamento. Estos hermosos cárdenos tienen quemadas sus pieles con el antiguo hierro lagunero de don Wiliulfo González, que se anunciaría como de doña Martha González de Haro. César Girón fue siempre un torero polémico en México. Aquella tarde estuvo torerísimo, y sin embargo se metieron con él. Le recordaban cuando Carlos León, avinagrado cronista e ingenioso revistero, le endilgó el mote del “Torero tintorero” porque cuando hacía el paseíllo llevaba el brazo derecho extendido, como si llevara ganchos con ropa planchada. Más tarde, el propio Carlos León rectificaría en sus crónicas y le daría sitio de maestro al caraqueño. Pero quedó lo de “torero tintorero” en las gradas, por sonoro y enojoso, y eso, el grito que enoja al torero, gusta expresarlo el pelado mexicano, que va a las entrañas del “monstruo” de la México a desempeñar un singular rol social que no se repite en otras plazas.

La Cadena Capriles hizo una campaña muy fuerte y agresiva contra César Girón, con artículos como este, publicado en Últimas Noticias, el 7 de enero de 1971. Los redactores deportivos de la Cadena Capriles se ausentan de cualquier injerencia en la organización de ’La Corrida de la Prensa’. Hay una explicación. De ninguna manera el Círculo de Periodistas debe soportar presiones, que llegan hasta la incomodidad, por parte del arrendatario de la plaza de Valencia, César Girón. En los inicios de las conversaciones, meses 112


atrás, César cocinó una serie de increíbles obstáculos para el gremio, que toda la vida lo ha ayudado, y pacientemente le ha aguantado impertinencias, llegadas hasta los linderos de la ofensa. Quería Girón en aquellos días, dos corridas, con participación económica en ambas. Condición indispensable para negociar el coso. El sentido común de amigos y allegados, derrumbaron las inadecuadas pretensiones del empresario. A raíz de los carteles valencianos, César Girón entabló una lamentable lucha fratricida con sus hermanos Efraín y Curro. La bondad de los cronistas deportivos y taurinos ha mantenido en silencio pasaje tan desagradable. El Círculo de Periodistas Deportivos se enfrentó a otros problemas, como lo son la no participación de El Cordobés, Paco Camino y Manolo Martínez, en la confección del cartel. Ya se había escriturado y firmado ésta a Curro Girón por 12 mil dólares. Este compromiso –firmado– se lo llevó Francisco a España. Se da por contratado. Al saberlo César reanudó sus incomodidades para con el Círculo, trasladando a ese gremio un pleito personal con sus hermanos. Niega nuevamente la plaza si es que él no va en el cartel. Taurinamente no recogió méritos suficientes en sus últimas salidas, para tal petición. Sabiéndolo, César, por último se ofrece GRATIS, y el Círculo lo acepta. No, en esto no podemos seguir a los compañeros. Sería crear precedentes injustificables, y de paso, hacernos muy pequeños frente a los gestos de prepotencia del amigo César. Hay otros toreros venezolanos que quieren torear gratis también. O el mismo Efraín, con muchos méritos y muchos derechos. Entendidos pues, no tenemos nada que ver con la corrida a montarse el día siete de febrero en Valencia. El artículo no llevaba firma responsable. Su autoría se le endilgó a José Vicente Fossi, periodista ultimeño que siempre se sintió atraído por escribir de toros, y por muchos años fue responsable en las páginas de los escritos taurinos en Últimas Noticias y otras publicaciones caprileras. La del 07 de febrero de 1971, en la Monumental de Valencia, fue una de las grandes tardes de César en Venezuela. La faena al toro “Terciopelo” de Valparaíso fue magistral. Toreó con la capa como pocas veces lo había hecho antes: con una pasmosa verticalidad e inusitado temple. 113


Sus gaoneras, en un ceñido quite, llevaron la divisa de su casta peleona. No podía dejarse ganar la partida por su archirrival Ordóñez, al que siempre superó en todas y cada una de sus actuaciones en Venezuela. César, que toreaba con la mano izquierda, señaló con la punta del estoque al palco donde presenciaba la corrida el doctor Rafael Caldera, Presidente de la República, en compañía de la señora Alicia Pietri de Caldera. La plaza, sorprendida por el gesto del diestro, guardó silencio. Quería enterarse del significado de la actitud del maestro. Era, simplemente, que le brindaba la tanda de naturales que ejecutaría, en los medios de la plaza carabobeña, a su amigo el doctor Rafael Caldera, gran gironista y entusiasta aficionado a la fiesta brava. Fueron los naturales a “Terciopelo” de don Valentín Rivero. Manuel Medina Villasmil “Villa”, fotógrafo de Meridiano, guardó en una bella fotografía ese histórico momento, y la gráfica, en un mural, adorna hoy una de las paredes del restaurante La Estancia, en Caracas. La rivalidad entre César Girón y Antonio Ordóñez existió siempre. El rondeño, gran figura exaltada por críticos como Gregorio Corrochano, novelistas como Ernest Hemingway y poetas como José Alameda, ha sido un dios inescrutable del toreo, al que no se le han señalado, jamás, pecados mortales. La venalidad de sus cosas, carácter insufrible y desplantes insolentes, lo acepta su feligresía como cosa normal. César se revelaba contra la insolencia de Ordóñez. Lo manifestaba personalmente y en los ruedos. Sin embargo, siempre manifestó profundo respeto profesional por Antonio Ordóñez. Por esos días, cuando Girón se hizo empresa de Valencia, quiso reunir en un mismo cartel a Luis Miguel y a Ordóñez, por supuesto actuando él. Con Dominguín no hubo problemas, pero Ordóñez le dijo: –Si me das 20 mil dólares voy. Recuerda que han pasado más de cinco años que no voy a Venezuela. César, siempre ocurrente, le contestó: –Espera que pasen diez años más y te doy ¡40 mil! Abelardo le dio los 20 y también 25 mil dólares a Ordóñez para la Corrida de la Prensa de 1971. Igual a Dámaso González. Mientras que a los hermanos Girón no quería darles dinero. Así han sido las cosas siempre en Venezuela. Entre todos los empresarios. Nunca han valorado al torero nacional, ni al americano. César fue el gran triunfador de la 114


Corrida de la Prensa. Su faena a “Terciopelo”, es de las grandes faenas ejecutadas en la Monumental de Valencia. Ordoñez fue rechazado por el público que lo azotó con broncas y rechiflas, mientras que Dámaso González, que no entiende otra actitud que la total entrega, gozó de ovaciones muestra de aprobación durante toda su actuación. Volví a ver a César en su casa de Maracay, con motivo del sepelio de don Carlos Girón, su padre. Un tipazo aquel don Carlos, muy singular. Fue en realidad el que hizo la dinastía de los hermanos Girón, porque fue un taurino muy entusiasta, que, junto a Manuelote, vivía las más variadas fantasías. Se hizo empresario, organizó festejos y en el camión que Manuelote usaba para hacer mudanzas, viajaban por los polvorientos caminos de Guárico y de Aragua en busca de toros bravos para que sus hijos torearan. Curro llegó justo a tiempo para el sepelio de don Carlos. Hizo un alto en sus actividades en Madrid, ya que además de torear, como figura que era, trabajaba en Relaciones Públicas de Viasa. Tenía Curro Girón una actitud diferente a la de su hermano César. Persona amable y gentil, muy educado, que gustaba de la broma y del chiste. Vestía como príncipe y como tal actuaba. Gustavo Rodríguez Amengual, buen amigo de César y de Curro, presidía el Centro Simón Bolívar y desarrollaba el proyecto de Parque Central. Se habló por esos días de la demolición del Nuevo Circo de Caracas. El abogado Valladares, emparentado políticamente con los hijos de Rafael Branger, propietarios de la plaza de toros, deseaba demoler la plaza de toros para edificar en sus terrenos un complejo de edificios gigantesco, parecido a lo que Amengual hacía en El Conde. En Meridiano iniciamos una campaña para evitar la demolición, exigiendo a la vez la expropiación del inmueble y de los terrenos por considerar que estos tienen valor histórico para la ciudad de Caracas. Ha sido una de las más duras campañas que he realizado como periodista. Poco apoyo he recibido de los taurinos y de sus instituciones, los que me han dejado solo en los momentos más apremiantes. Los Branger Ruttman, dueños del Nuevo Circo de Caracas, han publicado páginas completas denunciándome como “palangrista” –periodista vendido a intereses inconfesables–, por el solo hecho de defender con pasión la causa de la plaza de toros de Caracas. Ni una sola palabra en defensa mía, o de la plaza de toros, por parte de los gremios taurinos. Hubo un día que un ganadero, el ingeniero Elías Acosta Hermoso, socio de la ganadería de Bella Vista, dijo en el Concejo Municipal de Caracas que a él le tenía sin cuidado que demolieran el Nuevo Circo, “total, si nunca 115


lidiamos en Caracas, qué me importa que lo tumben o no”. Los terrenos sobre los que se edificó el Nuevo Circo de Caracas en el año de 1919, eran terrenos propiedad de la municipalidad, pero la administración del general Gómez se saltó las obligaciones, como diría don José Bergamín “por arte de birlibirloque” y encomendó la construcción de la plaza a los arquitectos Alejandro Chataing y Luis Muñoz Tébar, quien falleció a causa de “la gripe española” en plena ejecución de la obra. La plaza fue construida para ocho mil 500 espectadores y servía de plaza de toros, cine y teatro. Fue inaugurada por dos toreros vascos, Serafín Vigiola “Torquito” y Alejandro Sáez, “Alé”, que lidiaron toros criollos de uno de los hatos del general Juan Vicente Gómez, presidente de la República, la tarde del 26 de enero de 1919, y en horas de la noche se estrenó con gran lleno en los palcos y redondel la película “El conde de Montecristo”, en una combinación que presentó el empresario, general Eduardo Mancera. La plaza se levantó en terrenos de la hacienda La Yerbera, en un área de 14 mil 400 metros cuadrados. Estilo mezcla mudéjar, en su diseño sobresale lo que llaman la mezquita, que para el año de la inauguración, junto a sus dos minaretes islámicos que ha sido testigo mudo de la historia del toreo en Venezuela. Rafael Gómez “El Gallo” se convirtió en la primera figura de jerarquía universal que actuó en su arena y un toro del duque de Veragua fue el primer ejemplar de casta lidiado y muerto en el coso agustino; pero fue la pareja angular del toreo venezolano, la que formaron Julio Mendoza y Eleazar Sananes “Rubito”, con su competencia en su arena, los que encendieron el pebetero de la pasión sobre la que se construyó la más frenética afición venezolana. Más tarde Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro” se apropiaría del fervor de los públicos que le convirtieron en ídolo indiscutible de las masas taurinas. El valenciano Alí Gómez surgiría como prefabricado rival de “El Diamante Negro”, pero aunque era un buen torero nunca pudo acercársele al ocumareño. César Faraco tiñó de sangre valiente sus arenas, pero fueron los hermanos César, Curro y Efraín Girón los venezolanos más destacados en su larga y atormentada historia. El Nuevo Circo de Caracas nació junto a la pequeña “Arenas de Valencia”, que sin grandes pretensiones alimentó la entusiasta afición de la capital carabobeña. Fue en el tiempo y en la historia plaza rival la Maestranza de Maracay, como llamaba la afición al circo de El Calicanto, en la Ciudad Jardín y capital de Aragua, cantera de toreros 116


y cuna de grandes aficionados. La plaza maracayera nació arrullada por sus constructores, los hermanos Juan Vicente y Florencio Gómez Núñez, nombre de mujer de pequeño talle y con el respaldo del dueño general Juan Vicente Gómez, presidente de la República. Nació con la pompa y categoría que le dieron sus corridas de inauguración en el año de 1933. Caracas ha sido desde siempre una ciudad muy taurina, y la fiesta de los toros el espectáculo más nacional, porque su fundador, don Diego de Losada organizó en Nueva Jerez –hoy Nirgua– una corrida de toros en su camino hacia la conquista del valle de Los Caracas. Les contaba que fueron dos toreros vascos los que estrenaron la plaza caraqueña, Serafín Vigiola y Alejandro Sáez, Torquito y Alé. Toros criollos de uno de los hatos del general Gómez y corrida muy exitosa. La primera oreja la cortó “Torquito” y la fecha inaugural fue la del 26 de enero de 1919. Serafín Vigiola “Torquito” era de Baracaldo, Vizcaya y según don Ventura, ha sido el torero “más fino que ha salido del Norte, que tanto con la capa como con la muleta lucía una suavidad y un temple que no había que pedir. Pero …”. Y el pero, don Ventura lo remite a la semblanza:

Al hablar de él no vacilo para dejar bien sentado que este diestro vascongado fue dueño de un gran estilo; con cometa de más hilo (y el hilo aquí es el valor) hubiera sido un tenor que habría echado buen pelo lo mismo cantando Otelo que cantando El Trovador. 117


“Torquito” viviría diez temporadas más como matador de toros, con un transitar importante si nos remitimos a las efemérides destacadas de su vida profesional, como fue la de su presentación en Madrid como novillero, en octubre de 1910, nueve años antes de presentarse en Caracas, con toros de Olea y alternando con Dominguín II y Zapaterito. Buen novillero debió ser para ir dos años después a Barcelona, plaza del Sport - antecesora de la Monumental –para tomar la alternativa de manos de Bienvenida y Punteret con ganado de Gamero Cívico. Y como si no bastaran estos datos, el de Baracaldo confirmó en la Villa del Oso de manos del “Soldado Romano”, Vicente Pastor, con Manuel Rodríguez Manolete padre de testigo el año 13 con toros de Pablo Romero. Vigiola se cortó la coleta en Bilbao en junio de 1929, es decir que vino al Nuevo Circo en el ecuador de su vida profesional. Alejandro Sáez y Ortiz, el “Ale” que figuró mano a mano en el cartel inaugural del Nuevo Circo, era también bilbaíno, pequeñito, bullidor como una caldera, cuentan que sumamente nervioso y muy valiente “pero con el limitado horizonte de todos los toreros de talla corta”. Cuenta el referido don Ventura que “En Madrid se presentó como novillero el 13 de octubre de 1912, al estoquear ganado de Pérez de la Concha con Algabeño II y Manuel Navarro; el 8 de abril de 1917 obtuvo la alternativa en Carabanchel de manos de Relampaguito, con Manolete de testigo y toros de Pahla, y el 14 de junio del año siguiente se la confirmó Punteret en Madrid, con toros de Anastasio Martín y Félix Moreno como segundo espada”. Ale vino a América, concluida la temporada de 1918. Un año antes de la inauguración del Nuevo Circo. Y se quedó por estas tierras continentales por muchos años, y en España creyeron que había muerto y en Bilbao celebraron funerales por su alma, pero en 1930 regresó a España y llegó a torear algunas corridas en Portugal y fijó residencia en Lisboa. La plaza caraqueña fue construida gracias a la iniciativa del general Eduardo Mancera, que a pesar de la oposición que hubo y con visión poco común en aquellos días, se atrevió a ordenar su proyección. A Mancera le llamaron loco, botarate y otras cosas más por atreverse a tan gigantesco proyecto de reunir en un inmueble un teatro y un gran escenario multifuncional. La obra, considerada ciclópea, le quedaría chica a la ciudad a los pocos años, pues con la fiebre del petróleo el país se transformaría y daría paso a proyectos verdaderamente gigantescos. El Nuevo Circo de Caracas nació en ese preciso instante porque la fiesta de los toros era el gran espectáculo de la ciudad y los aficionados 118


querían prepararse para recibir a Joselito el Gallo y a Juan Belmonte. La élite de la afición era muy conocedora, exigente y estaba enterada del movimiento taurino español. El primer gran triunfo lo alcanzó Francisco Posada, un mes más tarde, cuando alternando con Machaquito de Sevilla salió a hombros por la puerta grande. Una semana más tarde cortó el primer rabo, a un toro criollo. El primer herido fue un torero peruano, “El Arequipeño”, percance ocurrido el 11 de mayo del 19 por una cornada. La fiesta de los toros no estaba reglamentada; era muy particular y actuaban toreros sin alternativa al lado de los matadores famosos. Recuerdo que la empresa organizó una alternativa el 30 de octubre del 19, a manera de gancho para el público. Se la dieron a Felipe Reina Niño de Rubio que más tarde sería el peón de confianza de Rubito en España. Un año después de la inauguración del Nuevo Circo –el 24 de agosto– ocurrió la lamentable muerte de Isaac Olivo Meri. La única víctima del toreo ocurrida en la plaza de Caracas. Ese año debutó como novillero Julito Mendoza que más tarde sería ídolo de los caraqueños como enconado rival de Eleazar Sananes. Juntos formaron la piedra angular del toreo nacional. La primera vez que actuaron juntos Sananes y Julio, el 24 de abril del 21, completó la terna el español Díaz Domínguez. El primer mano a mano entre los caraqueños fue el primero de mayo del 1921. El primer toro de casta lidiado en el Nuevo Circo fue un bello ejemplar del duque de Veragua. Toro negro meano estoqueado por Rodalito el 27 de noviembre del 21, y la primera corrida completa con toros de lidia perteneció al marqués de Villagodio el 4 de diciembre del mismo año. Rafael Gómez Ortega, El Gallo, fue la primera figura que hizo el paseíllo en la plaza caraqueña.

El 20 de marzo hizo su presentación en Maracay la ganadería de Los Aranguez, con una bonita novillada. La presentación fue con Carlitos Martínez, Joselito Álvarez y Jesús Salermi. Aprovecharon la emotiva bondad de los novillos caroreños y brindaron una gran tarde que culminó con vueltas al ruedo de los tres toreros y del joven ganadero 119


Alberto Ramírez Avendaño, que inició ese día una brillante carrera como criador de reses de lidia en Venezuela, la más destacada que ganadero alguno haya vivido en nuestra latitud. Alberto Ramírez Avendaño es uno de los raros casos que se producen en Venezuela. No hay duda de su calidad como aficionado, la que fortalece con su formación profesional como Médico Veterinario, Profesor Universitario, lector apasionado que lo han convertido en un enciclopedista didáctico y un inteligentísimo taurino vocacional, todo lo que le ha dado una visión interesante e influyente de los problemas de la vida cotidiana venezolana y le han ubicado en un estrado privilegiado en relación al resto de sus colegas venezolanos. Conocí a Ramírez Avendaño a raíz de un artículo que publiqué en Meridiano, relacionado con el origen de la ganadería de Guayabita. Origen ganadero, allá en las raíces de Vistahermosa y de Vázquez, que ha sido desde siempre un tema polémico, hermosamente atractivo y profundamente degustador de la fiesta brava. Caminar los caminos de la genealogía taurina es una de las maneras de vivir con vivísima intensidad la fiesta de los toros. Llega un momento que es más apasionante que el espectáculo mismo, el de luces y sombras que se vive en la plaza. Conocer los orígenes de las ganaderías es una maravillosa manera de predecir, con un amplísimo margen de error, por supuesto, el comportamiento del toro en la plaza. No me refiero a la simpleza de si va a servir o no para el triunfo convencional; de ninguna manera. Me refiero al prever el comportamiento del toro, según su origen, en los tercios de la lidia. Ya sea por su tipo, su morfología, porque hemos descubierto a sus ancestros. O que lo relacionamos con otros individuos de la misma ganadería que hemos visto lidiar con anterioridad. Esta manera de vivir la fiesta de los toros es, a mi manera de ver, la más interesante, la menos comprometida y hasta la más divertida de todas. Cada toro nos trae sorpresas y grandes satisfacciones. Con Alberto Ramírez surgió, desde que nos conocimos, una tácita, muy amigable y divertida competencia en relación a los toros en el campo y en los corrales. Creo, con humildad lo digo, que el aficionado que sea capaz de descubrir el cofre maravilloso que representa el toro de lidia, jamás podrá aburrirse en la plaza, y mucho menos descubrirá motivos de desencanto en la hermosa fiesta. 120


Nos reunimos en El Mesón del Toro y a los pocos días fuimos a Carora. Tomamos la vieja carretera que los viajeros conocían como “las curvas de San Pablo”, sinuoso tramo que comunica a Barquisimeto con la capital del Distrito Torres. Tan grata fue la conversación y tanta la identificación por los temas planteados, que olvidamos que no teníamos gasolina en el tanque del automóvil, un Ford Mustang de color crema, de su propiedad, y nos quedamos a mitad de camino, a mitad de la noche en un paraje solitario. Fue necesario esperar largas horas a pasara algún vehículo que se atreviera llevarnos hasta Puente Torres para llenar de combustible un recipiente. El accidente nos retuvo y en cierta manera provocó aún más el acercamiento con quien sería con el tiempo uno de los pocos seres humanos que he respetado con integridad. Curiosamente, soy compadre de Alberto Ramírez. Digo curiosamente, porque fui elegido para este compadrazgo, que me llena de orgullo, por el propio ahijado, su hijo Jesús Alejandro. Me imagino que sin la abierta aprobación de Ana Isabel Yanes de Ramírez, la esposa de Alberto y madre de mi ahijado “el gordo” Ramírez. Ocurrió que, Ana Isabel, le dio a Jesús Alejandro un variado menú de padrinos a escoger, para que el muchacho decidiera cuál habría de ser para el día de La Confirmación en la Capilla de Carora y con la bendición del Señor Arzobispo de Barquisimeto. “El Gordo”, como llamamos al espigado muchacho desde que nació, ya que era chiquito y redondito, no escogió a la carta, como proponía su madre, sino que manifestó su deseo que fuese yo el padrino, a pesar de no figurar en la encopetada lista. Asombró y sorprendió la escogencia, no obstante se le respetó. La ceremonia se celebró en la capilla caroreña. Hermoso, breve y sencillo edificio, cuyas viejas paredes están taladradas con nichos, que guardan los huesos de los fundadores de la ciudad, los hacedores de esa sociedad caroreña que ha dado a Venezuela pensadores importantes, hombres de atrevidas empresas ganaderas y también el loco hereje. Curiosamente hay una placa que identifica uno de los difuntos con el nombre de Francisco Franco. Allá en la ardiente ciudad colonial conocí a los hermanos Riera Zubillaga: Alejandro, Raúl y Ramón, que eran socios de Alberto Ramírez en la empresa de Los Aranguez Se iniciaba la ganadería con vacas de Guayabita y de González Piedrahíta, sementales del doctor González Caicedo, del bogotano Antonio García, hijo de Francisco, el fundador de Vistahermosa y personaje importantísimo al que me refiero en la parte correspondiente 121


a la ganadería bogotana de Mondoñedo (“Banderillo”, era el nombre del toro de Vistahermosa) y un hermoso toro de Benjamín Rocha, que curiosamente tenía la piel quemada con el hierro andaluz de Joaquín Buendía Peña, aunque había nacido en Colombia, de nombre “Almejito”, que fue muy importante en la formación de esta gran ganadería venezolana. Si recordamos el variado mosaico de capas con la que hizo su debut en la Maestranza de Maracay la divisa larense, nos daremos cuenta de lo que era su origen y de lo que significa su evolución como ganadería. Novillos jaboneros, que denunciaban ruidosamente orígenes vasqueños, astados berrendos reclamaban la presencia de aquellas reses que don Antonio Cañero escogió en Cabra, Córdoba, del hato de los hermanos Pallarés del Sors para los hermanos Gómez Núñez, berrendos en cárdeno, rancias estirpes de Vistahermosa regadas con sangre de Santa Coloma. En fin, la reunión de siete sangres que con el tiempo encauzó, reunió y formó una sola, una sola divisa, la gran ganadería de Los Aranguez. Este alquimista del toro calentano, del toro de lidia tropical que es Alberto Ramírez Avendaño y al que aún no se le ha hecho justicia en el reconocimiento como el gran ganadero venezolano, el libro abierto que expone doctrinas, tesis, hipótesis, experiencias vividas con pasión, con fracasos y éxitos, pero sobre todo con una enorme dosis de vocación, de afición y de amor por el toro bravo. Diría que amor y convencimiento por todo lo que ha emprendido en la vida; porque Alberto Ramírez Avendaño es ganadero de reses bravas gracias a las circunstancias. Médico Veterinario graduado en Maracay, en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Central de Venezuela, aunque de origen rural, campesino de la Aragua del General Gómez, mezcla de vaquero andino y veguero llanero. Luego de graduarse en la UCV fue reclutado por la Facultad y enviado para su preparación a Estados Unidos. Hizo un postgrado en Madison, Wisconsin. Allá estrechó lazos de amistad con Ramón Riera Zubillaga, al que conocía en sus tiempos de estudiante cuando los universitarios iban a Carora, Montevideo, Los Caballos, Copacoa, Los Aranguez... Cien nombres de mil hombres, con otras cuantas historias contadas en aquellas tierras planas, cortadas por los vientos, aires calientes, hirvientes, que funden y acrisolan ideas diferentes. Es Carora un pedazo de Venezuela que por su situación de aislamiento, carente de facilidades naturales, suelo agreste y cielo avaro, es distinta al resto del país. Sienten los caroreños orgullo por sus tradiciones, gustan de cultivarlas y refinarlas. 122


Por ejemplo, la cocina. En Carora es diferente al resto del país, pero sin embargo al paladear sus guisos y platillos se gusta un sabor venezolanísimo inconfundible. Despiertan la memoria gastronómica, dormida y tapiada, en el resto de nosotros por una transformación de fondo en la cocina cotidiana, las mezclas de viejas especias de la región. La música venezolana en Carora se siente como un apretado nudo en el que con fuerza convergen atrevidos experimentos de los maestros. De allí surge una guitarra, un cuatro, un canto distinto pero muy representativo de todo lo nacional. En un sentido figurativo, yo diría que Carora es el potaje de lo venezolano. Tierra de retos, ideologías que se desnudan al calor de la pasión descarnada. Atavismos mezclados con posiciones de avanzada. Una Universidad abierta a la universalidad es Carora, a pesar de estar encerrada en las normas alzadas por su propia gente, como cerrada sociedad que se yergue sobre las bases intelectuales de hombres, que como don Chío Zubillaga, creyeron y aún creen –como lo dice su herencia intelectual–, en la sociedad abierta. Vieron Ramón Riera y sus hermanos Alejandro y Raúl, en Ramírez Avendaño, un elemento fundamental en la explotación de la ganadería lechera en Carora. Alberto, Profesor Universitario y fundador de la Cátedra de Industria Láctea, era muy importante que se quedara en Carora en esos precisos instantes. Alejandro Riera Zubillaga, líder nato del clan, le propuso a Ramírez Avendaño una sociedad en una ganadería de lidia. Así le amarraron definitivamente a aquella árida tierra de prodigiosas conquistas. Sin embargo, vale la pena señalar que los rudimentos de la cultura taurina de Ramírez Avendaño fueron adquiridos en una cartilla que México abrió a todos los venezolanos por igual. Unos, como Alberto, lo supieron aprovechar, otros no entendieron qué tenían al lado. Me refiero a los semanarios taurinos La Lidia y La Fiesta, donde las letras de Cuesta Baquero, Roque Solares, Carmen Torreblanca, Don Tancredo, Roseli, Don Pío, Carlos de Luna y un muchacho que se iniciaba como escritor, crítico de amplitud soñadora, de nombre Carlos Fernández López Valdemoro, en las páginas taurinas de México. Más tarde abreviaría su firma y convertiría su nombre en José Alameda, el de la feliz frase “el toreo no es graciosa huída, sino apasionada entrega” y se convertiría en el genio de la reseña radial del espectáculo, ameno y variado en la televisión y doctrinario en los libros que nos dejó de herencia. 123


Aprovechó Alberto su entrañable amistad con César Girón para hacer contactos en Colombia. Primero, fue Alberto con don Benjamín Rocha, y hubo la posibilidad de traer vacas y sementales procedentes del Conde de la Corte, que Rocha llevó a Colombia, gracias a los vínculos de amistad que tuvo en vida con su dueño don Agustín Mendoza (Conde). Más tarde fueron el doctor Ernesto González Piedrahíta, su hijo Ernesto González Caicedo, don Santiago Dávila, Isabelita Reyes de Caballero, Pepe Estela, Francisco García y su hijo Antonio, en fin, aquel grupo de hombres y de mujeres que fundó la ganadería colombiana en la Sabana de Bogotá y que tan pródiga ha sido en el fomento de la cría del toro de lidia en tierras venezolanas. Al final fueron las ya aclimatadas reses de Guayabita, con otras vacas de Rocha y de González, las que fundaron la ganadería. Ramírez Avendaño, con su inteligencia y don de percepción, ha vivido un camino lleno de sabias enmiendas que lo condujo al sitio de privilegio que ostenta hoy: el mejor ganadero del Caribe. Cuando se lidiaba la novillada de Los Aranguez en la Feria de San José de Maracay, se daban los últimos toques en Caracas, en una esquina de San Agustín, de una temporada de novilladas que marcaría un hito interesante en la fiesta de los toros en Venezuela. Gregorio Quijano, gerente de Taurivenca, logró algo milagroso, porque dar una temporada a la altura de las plazas más importantes del mundo, además de ganar dinero, sin que en el país existiera ganado de lidia suficiente para respaldar una temporada de más de 20 festejos, fue algo milagroso. Cuarentidós novilladas se celebraron aquel año, la misma cantidad de los festejos, festivales incluidos, que componen la temporada taurina en la actualidad. Maracay incluyó siete novilladas, cuando la Maestranza estaba olvidada y abandonada. Puerto Cabello tuvo una temporada de seis novilladas. Fue allí donde Carlitos Martínez sufrió una gravísima cornada que, materialmente, le cercenó su carrera. Carlitos sufrió una voltereta, cuando toreaba al natural. Cayó, se fracturó la tibia y fue herido en el muslo derecho. Los médicos le atendieron de la herida causada por el pitón del novillo de Fermín Sanz de Santamaría (Laguna Blanca), pero nunca se dieron cuenta de la fractura. El novillero se quejaba de intensos dolores durante el tiempo de su convalecencia, pero los médicos decían que se trataba de una lesión en el nervio ciático. La ignorancia de los galenos prolongó por casi un año la recuperación del torero, que nunca volvió a ser, físicamente, lo que era antes del percance de Puerto Cabello. 124


Aquella tarde porteña perdió Venezuela a uno de sus mejores toreros; por lo menos a uno de los que mejor ha toreado. Posiblemente sin suficiente ambición, pero con una capacidad de resolución única en nuestro medio. Una inteligencia privilegiada para la lidia y una capacidad estética nada común entre los toreros venezolanos. Más tarde Carlos satisfaría su aspiración de convertirse en matador de toros. La temporada de Taurivenca llegó a dar veinte festejos de manera continua en Caracas. Jorge Herrera y Freddy Girón fueron los punteros de la temporada. Girón obtuvo en ganancias lo que ningún novillero había cobrado en la historia del toreo en Venezuela. Le ayudaba y representaba su hermano César, y Freddy se veía lanzado al estrellato y no se avizoraba quién, ni qué, podría detenerle. Surgió, ya a finales de temporada, la extraña figura de Fermín Figueras “El Boris”, un muchacho que hacía mandados en la oficina de Gregorio Quijano y que, de vez en cuando, iba a la plaza y jugaba al toro con algunos de los novilleros que se preparaban para la temporada. Un día surgió la noticia de que “El Boris” estaba en huelga de hambre. Había sido un ardid preparado por Quijano y César Rondón Lovera, Presidente de la Comisión Taurina, para dar un golpe de taquilla en la temporada, que se había venido abajo por el reiterado fracaso de los novilleros punteros y porque la afición había perdido interés en Freddy Girón, por sus desplantes a destiempo e inconsiderada actitud para con las empresas. En pocas palabras, Freddy Girón dejó ir la oportunidad, como la había dejado ir en España. “El Boris” funcionó como imán taquillero. Incluso llegó a salir a hombros, sin cortar oreja. La puerta grande de la plaza de Caracas, que no se abría desde que César Girón salió por ella a hombros, luego de lidiar en solitario seis toros mexicanos de Valparaíso, la tarde de su primer adiós de los ruedos, se abrió para “El Boris” de par en par. Al carismático novillero lo pasearon a hombros por las calles de Caracas y lo llevaron, así en el pódium triunfal, hasta las redacciones de los diarios. Hecho insólito. Caracas vivía un ambiente taurino no muy ortodoxo, movido por la publicidad que rodeaba a Fermín Figueras. Ocho festejos toreó Fermín, en una temporada en la que actuaron treinta y cinco novilleros. De estos, casi todos se hicieron matadores de toros. Cobró el toreo una víctima que tenía que ver con Venezuela. El diestro isleño Pepe Mata, que de joven vivió en Venezuela. Tinerfeño de 125


nacimiento, era el menor de cinco hermanos. La afición a la fiesta de los toros le nació entre nosotros, ya que entre sus familiares no había antecedentes taurinos. A Caracas llegó con 16 años de edad, en 1956, con sus padres, Alejandro y Águeda, y sus hermanos Nery, Alejandro, Delia y Flora. Una vocación tardía, pero no por ello menos intensa, que provocó un regreso a España para hacerse torero. Aprovechando las facilidades que le daba el ser español, ya que no tendría limitaciones sindicales para actuar en festejos sin picadores, que al fin y al cabo son los que ayudan en el aprendizaje de la técnica del toreo. A los 18 años fue a la península y en 1959 toreó mucho con el espectáculo “Fantasías en el ruedo”. Con picadores debutó en Orduña, luego de actuar en casi 40 festejos sin picadores. Toreó en Madrid y Barcelona y alcanzó cierto cartel, que en 1965 lo llevó a tomar la alternativa en Benidorm, con El Cordobés y Manolo Herrero. Sin embargo, en el toreo no todo es “coser y cantar”. Vinieron días amargos, sin apoderado y sin el favor de las empresas. Casó con la francesa Marie-France. Le conocí en San Cristóbal, la temporada aquella de 1971 cuando vino a Venezuela a saludar a los familiares y a ver si metía la cabeza en la temporada. Tenía hechas algunas corridas en España, entre ellas una en Madrid. Esa corrida madrileña, en la que triunfó, reverdeció su cartel y comenzaban a tomarle en cuenta cuando surgió el célebre percance de Villanueva de los Infantes, donde Pepe Mata, “El Canario”, perdió la vida en los cuernos del toro “Cascabel” de la ganadería de Frías, de Ciudad Real. Mata firmó en 35 mil pesetas la corrida de la tragedia, lo que al cambio eran unos dos mil bolívares. La cornada llegó a la hora de la muerte, luego de que Pepe Mata había toreado muy bien a “Cascabel”. Mata falleció luego de dos operaciones. Fue una noticia que conmovió al mundo. En julio, con motivo del sesquicentenario de la Batalla de Carabobo, César Girón organizó dos corridas de toros en la Monumental de Valencia que tuvieron gran trascendencia. Una de ellas, la celebrada el domingo 27, fue televisada a México y España, en directo. Fue una Corrida Goyesca, la primera que se organizaba en Valencia, y los toreros subalternos aprovecharon la estada en Caracas de una compañía de zarzuelas para vestirse a la usanza de don Francisco de Goya y Lucientes, tal y como lo anunciaban los carteles. La terna la integraron Curro 126


Romero, Efraín Girón y Manolo Martínez. Ha sido la mejor actuación del sevillano Curro Romero en Venezuela. Cortó una oreja a un noble toro de Javier Garfias. Manolo también triunfó. La tarde anterior se celebró la Corrida del Sesquicentenario, como parte de los actos con los que las Fuerzas Armadas Nacionales conmemoraron tan importante fecha patria. Fue la última corrida de César. Unos meses más tarde fallecería en un lamentable accidente de carretera, Los toros de la Corrida del Sesquicentenario fueron de Reyes Huerta. Una hermosa corrida, joven y terciada, ideal para la terna de maestros que anunció el cartel: Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín y el propio César Girón. La plaza para esta Corrida del Sesquicentenario registró un llenazo hasta las banderas. Asistió a la misma el Presidente de la República, el doctor Rafael Caldera. Girón fue el gran triunfador de la tarde que marcó la reaparición en Venezuela de Bienvenida y Dominguín. El último toro lidiado por César llevó por nombre “Fabiolo” Luis Miguel y Bienvenida volvían a los toros luego de un festival pro víctimas de un terremoto que causó estragos en Lima, la bella capital de Perú. Ese día se hicieron muchas cosas distintas, pero muy bien hechas por Luis Miguel y Antonio Bienvenida, y en uno de esos maravillosos espacios de silencio que existen en plazas de solera, como Sevilla y Madrid, surgió la madrileñísima y oportuna voz del célebre aficionado al que conocían los públicos como “El Ronquillo” y gritó: – ¡Vaya par de jubilados! Pues bien, los “jubilados” se entusiasmaron y decidieron volver a la actividad profesional. Luis Miguel se apuntó con sus amigos los hermanos Lozano, con Palomo Linares y otros toreros que casi estaban “jubilados”. Mariposeó pero nunca llegó a Madrid, aunque sí a Sevilla, para concederle la alternativa de matador de toros a José Antonio Campuzano. Una tarde que se recuerda por la impertinencia de “Paquirri” en banderillas. Sucedió que Francisco invitó al Maestro a colocar banderillas, y un palo del par de Luis Miguel cayó al albero. “Paquirri”, un portento de facultades y con todo el vigor de la juventud a su favor, cogió la banderilla de la arena y colocó tres palos, en vez de los dos de su par. Sin embargo, más adelante, “Paquirri” por torpeza en la colocación quedó a merced del astado, pero allí estuvo, oportuno y bien colocado, el capote del maestro madrileño. Luis Miguel, que 127


sabía guardar todo, aprovechó la “lección” para con estudiadísimo gesto acercarse al poderoso joven de Barbate y con una palmadita en el cachete ponerle en su sitio. Bienvenida, no. Antonio volvió al toreo a las plazas grandes, a Madrid y a Pamplona. No pudo, Antonio Bienvenida, como tampoco había podido con el toro. Un día, a raíz de unas declaraciones de Pedro Moya “El Niño de la Capea”, se formó una revolución al recomendarle, a manera de broma, al caraqueño, que se cuidara de las várices. Esa broma le costó muchos disgustos al declarante, con la feligresía que adoraba a Antonio Bienvenida, entre los que era un incondicional el crítico Vicente Zabala. Mientras se realizaba la temporada de novilladas capitalina, el mundo del toreo se estremecía con la muerte de Pepe Mata y la corte del toreo anunciaba, con bandera a media asta, el retiro del maestro de Ronda, Antonio Ordóñez, en Venezuela Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro” anunció a Meridiano que volvía a los ruedos, “por pura afición, porque veo que nadie quiere pelear como se debe con los toreros que vienen de fuera”. Las declaraciones del torero de Ocumare cayeron como guante de reto y provocaron diversas opiniones contrarias. César Girón dijo que “la plaza de Valencia no es beneficencia”. En esos días Sebastián González había anunciado la temporada de La Feria de Caracas, la que tenía como base de sus carteles a Ordóñez. –Me veo en la necesidad de hacer cambios radicales, porque Antonio era la columna vertebral en las combinaciones. ¿Qué te parece “Paquirri”?

Francisco Rivera “Paquirri” no acababa de romper, de arrancar. Se le reconocía como un torero de poder, pero carente de gusto y de sentido estético. Era un torero para rellenar un cartel, pero jamás para soportar el peso del atractivo necesario. Francisco despuntaba como un gran profesional y vivía profundamente enamorado de Carmina, la hija de Antonio Ordóñez. Sebastián me comentaba, alarmado, los costos de las cuatro corridas: –Dos millones de bolívares cuestan los carteles de la feria, Víctor. Mira dónde hemos llegado. Una corrida de México, puesta en los corrales de la plaza, sale en 70 mil bolívares; y traigo cuatro, ¡ya te imaginarás! 128


Paquirri sustituyó a Antonio Ordóñez, y Sebastián contrató, además a Currito Rivera que venía de redondear una temporada brillante en España. La mejor realizada por torero americano alguno, desde los días de Carlos Arruza. Currito salió a hombros en Sevilla, había sido el triunfador de la Feria de Abril, fue el triunfador absoluto en San Isidro y en las ferias de Bilbao, Pamplona y Vitoria. Un caso nunca visto. En Madrid, en una sola tarde, había cortado ¡cuatro orejas! Curro Rivera le imprimía a su toreo aires renovadores. Pepe Alameda le bautizó como “El torero sicodélico”, y su juvenil figura se había convertido en gancho de las mujeres. Curro arrasaba en Europa y en América con su fresco mensaje. También vino Dámaso González, la contraparte de Currito, pues el manchego con su faz aquijotada y toreo rebosante de valor, era diferente al de Rivera. El triunfo grande de Dámaso González en San Cristóbal –seis orejas y dos rabos–, no era corriente en nuestras plazas, y el cartel del manchego estaba por las nubes. Paco Camino, Curro Girón, Curro Romero y Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro” completaban los carteles de la Feria de Caracas de 1971. Fue la feria de Curro Rivera y de Dámaso González. Currito cortó cuatro orejas, la tarde de su presentación, con una gran corrida de Santa Cilia; y Dámaso se encumbró a la apoteosis con el toro “Bonito”, número uno de “Tequisquiapan, indultado en el Nuevo Circo. Los indultos, en aquella época, no eran cosa corriente. A este gran toro de don Fernando de la Mora se le perdonó la vida y fue, más tarde, a padrear a la ganadería de Sebastián González, “Tierra Blanca”, en tierras de Guárico, primero, y más tarde a Falcón. La corrida de “Tequisquiapan” fue de gran calidad. A Luis Sánchez Olivares le tocaron en suerte dos grandes toros, que de haber acertado con la espada hubiera revolucionado la fiesta en Caracas, porque su público, ese apasionado público diamantista, estaba entregadísimo. La presencia del toro berrendo en negro, indultado en Caracas, en la finca de Sebastián González, tenía un motivo y muchas razones. El motivo era que Sebastián González necesitaba, en ese momento, un semental para las razones de las vacas mexicanas que habían llegado a “Tierra Blanca”, escondidas en cajones de toros de lidia, a espaldas de los permisos de la Asociación de Criadores de Toros de Lidia de México. Este asunto de las vacas mexicanas, delicado, provocó un escándalo en México. Vino a Venezuela una delegación que suponía debía ser testigo 129


de todas y de cada una de las vacas traídas de contrabando. De no hacerse este sacrificio, no vendría a Venezuela un solo pitón. Chopera y Sebastián tenían cuatro corridas de toros, las corridas de la Feria de Caracas, en el aeropuerto de México, y si la Asociación de Ganaderos no autorizaba la salida de los toros se perderían las corridas y fracasaría la Feria de Caracas. Con sentido común se solucionó todo. Vinieron los toros y también los ganaderos mexicanos le regalaron a la afición venezolana siete toros, de siete distintas ganaderías, para la celebración de un festival del recuerdo que organizaron Oswaldo Michelena y Federico Núñez en la Monumental de Valencia. El médico siquiatra Rafael Betancourt, Presidente de la Comisión Taurina de Valencia y el médico veterinario Durrego, aplicaron las ordenanzas taurinas con tan extremado rigor, que prohibieron la celebración del festival porque “los novillos no habían llegado a Valencia dentro del tiempo exigido en el reglamento taurino”. Novillos regalados a Valencia por los ganaderos de México, para que actuaran en Valencia Luis Castro “El Soldado”, Luis Procuna, Silverio Pérez, Alfonso Ramírez “El Calesero”, Eduardo Antich, Joselito Torres y los novilleros Carlos Reynaga y Rafael Velásquez. ¡Increíble! El inconveniente de la suspensión provocó la debacle en la organización. El festival coincidió, en su nueva fecha, con las corridas de Caracas. La promoción no fue la misma y económicamente resultó un fracaso. Federico Núñez perdió más de 40 mil bolívares que había invertido en la organización del festival y para cubrir su obligación tuvo que hipotecar un terreno que tenía en su natal Valencia. El resultado del festival, en lo artístico, fue hermoso. César Girón actuó en todos los novillos como subalterno. Ayudando a los maestros de México, haciendo las veces de peón de brega. Fue su última actuación en los ruedos. El 19 de octubre de 1971 se mató César en un accidente de carretera, en la Autopista Regional del Centro, cerca del peaje a La Victoria. Armando de Armas había comprado Meridiano. En diciembre fui a Bogotá, junto a un grupo de invitados por Jerónimo Pimentel, a la temporada de la Santamaría, para la que anunciaban a Luis Miguel Dominguín. El grupo de viajeros lo integrábamos Gregorio Quijano, Pepe Cabello, los doctores Eloy Dubois y César Rondón 130


Lovera, miembros de la Comisión Taurina Municipal del Distrito Federal. En Bogotá encontramos, también invitado por la empresa de Pimentel, al periodista español Carlos Briones. Hubo muchas invitaciones al campo, casa de Fermín Sanz de Santamaría en La Holanda, nos invitó a El Cairo Antoñito García de la ganadería de Vistahermosa y también Isabelita Reyes de Caballero a su finca de Venecia. Fue la de Bogotá una grata experiencia. Las empresas españolas, manejadas por los hermanos Lozano y Manolo Chopera, ponían de lado a Pepe Cáceres y le tenían un veto solapado en los grandes carteles y ferias. No era la primera vez, ni sería la última. Colombia vivirá sometida a los caprichos de las organizaciones españolas hasta que César Rincón abrió la Puerta Grande de Madrid. Venezuela, por el contrario, a pesar de haber tenido toreros importantes y empresarios independientes, siempre será un espejo de la voluntad de unos pequeños grupos. En los toros, como en todo, Venezuela carece de personalidad. Durante ese viaje hice amistad con Carlos Briones, que trabajaba con Ediciones del Movimiento, que dirigía la revista El Ruedo. Me ofreció la corresponsalía del semanario. Lo acepté muy contento, sin saber que esa determinación que me parecía lógica, me traería muchos disgustos con algunos colegas que querían ese cargo. Bogotá me agradó mucho en mi primera visita. Conocí a la afición de la Santamaría, entusiasta y participativa, participé de reuniones en peñas y tertulias y constaté que Colombia sentaba las bases, antes que el techo, para crear las estructuras del espectáculo taurino venezolano. Venezuela tuvo, antes que ganaderías y aficionados entendidos, plazas monumentales y buenos toreros. Cuando es lo contrario. Para sostener al espectáculo taurino hay que tener una buena afición. Armando de Armas había cerrado negociaciones con los herederos de Felipe Serrano y con Carlitos González. Ya Meridiano era una piedra fundamental del Bloque de Publicaciones de Armas. Faltaba hablar con los propietarios de la rotativa para amarrar todo el negocio. Las fiestas de fin de año la celebramos en un club social que había en La Candelaria. Fue la segunda vez que vi a Armando de Armas, estaba en compañía de Pepe Hernández, hermano de los “Ginesillo”, hijo de la 131


señora Rafaela. Me dijo “El Chino” Castillo que Pepe Hernández era muy influyente en la empresa. –Ojalá, pensé, ¡influya en mejorar las páginas taurinas!

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CapĂ­tulo 5

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César Girón en tarde de triunfo en Carcas, se cubre con la Tea de Monseñor Bernardo Heredia, un cura muy aficianado y muy venezolano.

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César Girón

El debut de César en la Real Maestranza de Sevilla preocupaba mucho a Fernando Gago, su apoderado. Entendía en toda su dimensión el significado de esa tarde en la vida de un torero. El 27 de abril estaba marcado como la fecha del cartel de la temporada, con toros de Juan Cobaleda y de Salvador Guardiola. Era la tarde de la reaparición de Manolo Vázquez, un sevillano adoptado por Madrid que le envolvió en el perfume de sus éxitos en Las Ventas, y más tarde reconocido por la dura afición de las ferias del Norte de España, en México, Lima, Maracay, en toda América. El tercer hombre del cartel era Pedro Martínez, “Pedrés”. La novedad ante la que se santiguaba la afición de España, rendida por el valor del torero de Albacete. Lo llamaban “torero de las cercanías”, por lo cerca que se pasaba los pitones de los toros. Era la tauromaquia hecha realidad a dos centímetros de los pitones, del valor seco y desgarrado el de Pedrés, los que lacran las agrestes tierras albaceteñas. Todas estas circunstancias que rodeaban a los rivales de César, las consideraba Fernando Gago. El apoderado no lograba sentarse en la habitación del Hotel Colón, caminaba, iba de un lado a otro, encendía un cigarrillo detrás de otro, se asomaba a la ventana, preguntaba por el aire, si hacía viento, si estaba el cielo despejado…Hasta que César Girón enojado le dijo: – ¡Cálmese usted don Fernando, que me tiene nervioso! … ­ ervioso me tienes tú con tanta tranquilidad, ¿Cómo que no te has N enterado lo que tenemos por delante? 135


– ¡Él que todavía no se entera quién es César Girón es usted, don Fernando! Manolo Vázquez y Pedro Martínez se fueron “de vacío”, como se reseña en el periodismo taurino moderno, cuando no se cortan las orejas. César Girón le cortó las dos orejas y un rabo a un toro. Al día siguiente el caraqueño repitió la hazaña, y cortando dos rabos en una misma Feria de Abril de Sevilla se convirtió en el único torero en lograrlo en la historia. Único fue César en cortar una pata en Acho, como de figurón del toreo fue su apoteosis en la Monumental Plaza México la tarde de la Corrida de la Prensa que cortó cuatro orejas y un rabo. Su paso por la Santamaría de Bogotá, cuatro orejas, dos rabos y una pata, o por Córdoba, cuando se apoderó gracias a la apoteosis en el ganador del Trofeo Manolete al cortar la única pata en la historia de la cuna de los Califas del Toreo, suman estos hechos valores para considerar a César Girón como la gran figura del toreo americano en la Historia de la Fiesta. A principios de 1955, Caracas vivía con intensa pasión la fiebre del beisbol. En el Universitario de Caracas se disputaba la Serie del Caribe, un evento de gran trascendencia para la afición a la pelota como la que tiene Venezuela. En el año de 1954, se vivió un fin de año con epílogo taurino muy venezolano con el agarrón de los tres ases nacionales anunciados en la Maestranza de Maracay: Luis Sánchez Olivares, “El Diamante Negro”, Joselito Torres y César Girón, con una corrida de Guayabita. Aquella tarde se vivió en La Maestranza de Maracay una auténtica fiesta nacional. En la plaza no cabía un alfiler. Tarde espléndida, de sol e intenso calor...Y al final, la puerta grande abierta de par en par, para que el “El Diamante Negro” y César Girón salieran, a hombros de eufóricos aficionados, por las calles de la Ciudad Jardín, mientras los médicos operaban en la enfermería de la plaza a Joselito Torres con el muslo abierto por una cornada que encontró en el camino para no dejarse ganar la pelea. Girón cortó aquella tarde dos orejas y un rabo. Confirmaba que no tenía rival. Viendo los acontecimientos reflejados en el retrovisor de la historia, sentimos añoranza del sentido de nacionalidad que por aquellos días tenían los venezolanos. La euforia gironista que vivíamos los venezolanos provocó la celebración de dos corridas para Girón en el Nuevo Circo con el valiente albaceteño Chicuelo II y el catalán Carlos Corpas. El de César Girón era el nombre obligado en todos los carteles que se organizaban en Venezuela y en el ambiente estaba su reaparición en 136


Maracay al lado de Antonio Ordóñez, con toros de Rancho Seco, luego de “la tarde de la pata”. La corrida estaba anunciada para el 26 de febrero; y, mientras llegaba la fecha, Girón hacía vida social en Caracas, porque en los ágapes importantes era un lujo tener como invitado al venezolano conquistador de España. Aquel año de 1954 conocí a César Girón. Contaba yo apenas con 14 años de edad, él había cumplido los 22 y era reconocida figura del toreo en España. Llevaba sobre el ojo izquierdo un esparadrapo, que le cubría la herida causada por un toro de Guayabita en Maracay, la tarde que toreó con Carlos Corpas y El Diamante Negro, una de las tardes que salió a hombros, junto a Luis, luego de cortar otro rabo. Para que nuestros lectores se den cuenta de lo que vivíamos los venezolanos en relación a la identificación que sentíamos hacia nuestros valores, vale la anécdota aquella de cuando José Antonio Borges Villegas, empresario del Parque de Atracciones Coney Island de Los Palos Grandes de Caracas, reunió a cinco personajes, ídolos del deporte, la canción, la música, la belleza y los toros, aquellos venezolanos que por su talento y éxitos se consideraron entre los mejores del mundo, cada uno en su oficio. A finales de aquel año de 1955 el empresario Borges Villegas, quien en 1966 fundó en Barcelona, Catalunya, el mundialmente famoso Parque de Atracciones de Montjuic, organizó un homenaje a cinco venezolanos que destacaron en el mundo: reunió a Susana Duijm, Miss Venezuela, la primera latinoamericana en ganar el concurso internacional “Miss Mundo” en 1955 y semifinalista en el Miss Universo 1955 en Long Beach, California, Estados Unidos; Alfredo Sadel que con sus giras, presentaciones en Nueva York y el Caribe, y la grabación Mi Canción, primer disco de doce pulgadas de larga duración en la discografía latinoamericana con el sello RCA Víctor, era ídolo nacional. A pesar de su manifiesta oposición al régimen militar fue condecorado por Marcos Pérez Jiménez, y compartió su carrera como cantante con la actividad sindical, promoviendo en 1947 la fundación de la Asociación Venezolana de Artistas de la Escena. Con ellos “El Chico” Carrasquel, Alfonso, primer latinoamericano en participar en un All Stars Game de la MLB, y el Maestro Aldemaro Romero que en el 1955 grabó el larga duración Dinner in Caracas, realizado con músicos estadounidenses en formato monoaural, en momentos en que la estereofonía y la grabación multipista aún no hacían su aparición formal. Con este álbum superó los registros de venta hasta entonces conocidos en el mercado discográfico de América del Sur. Aldemaro concluye esta serie en 1956, con Dinner 137


In Colombia, grabado en los estudios de RCA Víctor Mexicana. Al concluir el homenaje en el Coney Island de Los Palos Grandes, Girón invitó a sus destacados compañeros aquella noche al restaurante Montmatre de Baruta. De moda el sitio, estrechas las calles baruteñas, no había sitio dónde aparcar el coche por lo que Girón, que conducía un amplio Buick Roadmaster, estacionó en sitio prohibido. No habían desalojado el carro Susana, Aldemaro, Sadel y Carrasquel cuando se les acercó un policía de tránsito, reclamándole a Girón que debía estacionar en otra parte. César, con esa guasa caraqueña que siempre la caracterizó le dijo al policía: “Mira vale, ¿sabes con quien estás hablando? Este señor, Alfonso Carrasquel, es el mejor shortstop del mundo. La señorita Susana, ‘La mujer más bella del Mundo’. Aldemaro Romero, el mejor director de orquesta, del mundo. Y Sadel, hermano, el mejor cantante del mundo. ¿Qué te parece?”. Y dio la espalda y se marchó detrás de sus famosos compañeros. Al terminar la velada la gran sorpresa: una boleta con la multa por estar mal estacionado, firmada por Rodolfo Guerra, “el mejor policía de tránsito del mundo”. César Girón un año antes había triunfado en la Feria de Sevilla cortando dos rabos en menos de 48 horas. Hazaña aún no igualada por otro espada en la historia. En la Feria de San Isidro del año 1955, ya convertido en figura indiscutible del toreo intervino en cuatro tardes en el Abono de Madrid, confirmando su alternativa apadrinado por Antonio Bienvenida y de testigo, Pedro Martínez “Pedrés”. Salió victorioso por la puerta grande en las dos últimas corridas, al cortar dos orejas en cada una de ellas. En la temporada siguiente, toreó nuevamente cuatro corridas, logrando cortar solamente una oreja, pero vuelve a salir por la puerta grande el 25 de mayo del San Isidro 1958. Saldría hasta siete veces por la Puerta Grande de Madrid. Era ya figura del toreo, y no había ido a Madrid como matador de toros, aunque La Maestranza de Sevilla le había consagrado. La alternativa la tomó en Barcelona a los 19 años de edad, en septiembre de 1952, de manos de Carlos Arruza con toros de Urquijo. Arruza fue un espejo en su vida. César admiró tanto al mexicano que le imitaba en todo. Es conocido que cuando Arruza y Manolete actuaron en Maracay, César vendía guarapo de piña en la plaza de toros. Guarapo hecho por su padre, don Carlos Girón, y que el muchacho vendía para poder ver la corrida de toros. A César le importaba un pepino Manolete, el que le llamaba la atención era Arruza, que se vestía en el Hotel Jardín. Girón después de una de las corridas que presentó Andrés Gago en Maracay, 138


se metió escondido por las habitaciones del hotel e intentó robarle el traje al “Ciclón”. Metió un palo con un gancho por una ventana y fue descubierto en pleno hurto; y a pesar del regaño que le dieron, le obsequiaron una prenda de vestir, una camisa, propiedad del maestro. Más tarde en Barcelona Carlos Arruza sería el padrino de la alternativa del caraqueño, cuando reapareció en la Ciudad Condal en la temporada barcelonesa de la Feria de la Merced que don Pedro Balañá organizó en honor al mexicano. Arruza fue el primer torero en la historia en cobrar cien mil pesetas. Lo hizo por cada una de las dos corridas que toreó en la plaza de don Pedro Balañá, una de ellas la alternativa de César Girón. El traje que vistió esa tarde fue un regalo de Arruza. César ha sido la gran figura del toreo americano. Pocos como él saltaron tantos rubicones, sortearon tantas adversidades y se impusieron a tantos problemas. Problemas de raza en una España y en una América (Lima, Colombia, México y Venezuela incluida) que no creían en que los venezolanos podían ser toreros. César nunca perdió su manera de hablar. Caraqueñísimo en sus expresiones y modales, nació en la Roca Tarpeya, barriada de la parroquia Santa Rosalía de Caracas, el 13 de junio de 1933. A principio del año treinta, la Roca Tarpeya era una colina rocosa a las afueras de Caracas, que desde lo alto observaba gran parte de la pequeña ciudad. Se admiraba el desarrollo de El Paraíso, la Avenida Páez, se podía ver Caño Amarillo, con sus puentes y construcciones adornadas con los herrajes de las fundaciones belgas. El Paraíso y Caño Amarillo eran los desarrollos urbanísticos más atrevidos de la ciudad. También se veía San Juan, barrio bravo, orillero y pendenciero, cuna de boxeadores y del gran torero caraqueño Julio Mendoza, rival de “Rubito” y bandera de los aficionados del tendido de sol. Caracas fue por muy breve tiempo el hogar de la familia Girón-Díaz, y cuando César había cumplido los ocho meses de nacido, sus padres, don Carlos y la señora Esperanza le trasladaron a Valencia, junto a los hermanos mayores de Yolanda y Carlos. Más tarde, al poco tiempo, volverían a mudarse a Maracay, el verdadero terruño. Allí se hizo hombre y torero. Antes quiso ser pelotero, ciclista y boxeador. En el ring lo llamaban “La Vieja”, por su cara de abuelo precoz, pero los contundentes puños de Juan Canelón le quitaron la vocación de pugilista; y como pelotero, la verdad es que en aquel Maracay del final del decenio del cuarenta era muy difícil que se dieran cuenta si había, 139


o no, un buen prospecto. Todavía no era hora para David Concepción, los Tigres de Aragua y Miguel Cabrera. En casa, en el rancho de sus padres, ayudaba a don Carlos en trabajos mecánicos. Simples y sencillas labores, como la de limpiar de grasa los instrumentos, o vaciar los tobos llenos de kerosene y aceite quemado. Una madrugada, un incendio acabó con el rancho y las escasas pertenencias de los Girón. El fuego fue causado por auto combustión de grasas y aceites dispersos por doquier en el improvisado taller paterno. César, sin pensarlo dos veces, se jugó la vida en serio para sacar a sus hermanitos de entre las llamas. De aquel acto heroico le quedarían marcas para el resto de sus días. Cicatrices en las manos, en aquellas manos de largos dedos y avellanadas uñas, por lo que le llamarían “Manoquemá”. La primera actuación de Girón en un ruedo fue cuando se lanzó espontáneamente en la plaza de Maracay, a un muchachito mexicano llamado “Licho” Muñoz, que actuaba en la Cuadrilla Juvenil de Toreros Mexicanos, que visitaba Maracay. César me diría un día en una entrevista que ver a Muñoz tan chiquitico y flaquito le había animado. –Si ese carricito puede hacerle esas cosas al toro ¿porqué yo no? Más tarde, Licho se convirtió en un destacado hombre de empresa taurina, como funcionario de la gigantesca Demsa (Diversiones y Espectáculos de México) que ha llegado a manejar más de cuarenta plazas de toros. Fue Maracay donde hizo su debut formal como novillero con el español Paco Roldán y con Moreno Sánchez, el 29 de enero de 1951. La campaña de novillero de César, en Venezuela, fue muy breve, pues como siempre han sido muy pocas las oportunidades que le brindan las empresas a aquellos que quieren comenzar. Se limitó su área de actuación a las plazas de Arenas de Valencia, Maracay y Nuevo Circo de Caracas, ya al final y para consagrarse. César tuvo por maestro al “Torero de Aragua” Pedro Pineda. Pineda había toreado en Colombia y Perú, y eso lo hacía el más experimentado y versado de los toreros venezolanos que conocía la gente de Maracay. La carrera de Pedro fue breve y la realizó por plazas de los llanos y de los andes y, más tarde se dedicó a enseñar a los muchachos. De allí lo bien ganado de “maestro”. Tenía una cartilla, y al parecer esta le dio sus frutos. Fueron muchos los muchachos que salieron de su escuela en Maracay, y el alumno favorito de Pedro Pineda no era César 140


Girón, era Ramón Moreno Sánchez. Un catirito de tez clara y modales muy finos para el que Pineda guardaba siempre los mejores becerros, los novillos mejor hechos, los consejos oportunos. Para él toda su atención. Un domingo, Pineda organizó una becerrada. César Girón y Moreno Sánchez, al igual que los otros aspirantes salieron por las calles de Maracay a pegar propaganda y a repartir preventivos, que era la condición para poder torear. Al final de la jornada, César reclamó su paga, la que, según oferta hecha por Pineda, era de dos bolívares. El maestro, en vez de darle la moneda a Girón, le dio un par de alpargatas, que tenían un valor superior a los dos bolívares.

–Para que no andes descalzo. César, muy molesto, le reclamó: –Mire, Pineda, no sea bolsa y deme mis dos bolívares. Le dieron la peseta de a dos bolívares y le quitaron las alpargatas.

Gracias a la marcada preferencia que manifestaba Pedro Pineda por Moreno Sánchez nació una gran rivalidad que se prolongó hasta el primero de enero de 1950, cuando se presentaron mano a mano Girón y Moreno en Caracas. Un novillo hirió a Moreno Sánchez y César Girón se alzó con un triunfo descomunal al matar los seis astados de seis estocadas y dos pinchazos. La euforia fue impresionante. Revisteros y aficionados juraban que habían descubierto una gran figura. Tuvo César la suerte de que se organizaba en Caracas una temporada con matadores de toros, estaban taurinos destacados y actuaba como banderillero el malagueño Fernando Gago, hermano de Andrés, descubridor y “hacedor” del Ciclón mexicano Carlos Arruza. Fernando Gago había oído hablar de Girón por voz del gran aficionado y honesto empresario Juan Vicente Ladera y por el banderillero andaluz Manuel Vilchez “Parrita” que vivía en Caracas desde que abandonó España a raíz del estallido de la Guerra Civil. Fernando Gago vio no sólo la hazaña del principiante, sino que cató su valor, decisión y clara disposición de ser torero al quedarse sólo con la corrida, en la plaza más importante de su tierra. De inmediato se puso 141


en contacto con César Perdomo Girón, primo hermano y representante de la familia. El que, al fin y al cabo, decidía. Perdomo le entregó a Fernando Gago la mitad del dinero para el pasaje y los cinco bolívares para las estampillas del pasaporte. Girón no tenía ni un bolívar. César Perdomo daba sus primeros pasos en la política, cobijado bajo la tolda Social Cristiana o partido Copei con “El Negro” José Antonio Pérez Díaz, Edecio La Riva Araujo y el doctor Rafael Caldera, que, además de ser entusiasta taurino, se convertiría en gironista hueso colorado y un decidido impulsor de la fiesta de los toros en Venezuela cuando llegara a la Presidencia de la República en 1968. Girón llegó a Madrid el 4 de abril de 1951 con sesenta dólares, una maleta de cartón, atada con un mecate, una máquina de escribir, una espada, un pantalón y una camisa. La maleta iba llena de ilusiones, esperanzas y mucha ambición. Se hospedó en la Pensión Filo, ubicada en un edifico muy cerca de la plaza de Santa Ana, en el segundo piso del Villa Rosa, la famosa sala de fiestas cuyas paredes exteriores están adornadas con azulejos de bucólicos motivos. Era el Villa Rosa la sala de fiestas donde los toreros festejaban con grandeza, tronío y mucha marcha los triunfos de Madrid. Aquellos éxitos y apoteosis que prometían las llaves del mundo. Era un Madrid de edificios ocres y de calles estrechas, callejuelas azotadas por los vientos primaverales que llegaban trenzados con frías brisas del Guadarrama, haciendo de la soledad algo extraño e inmenso. Desde la pensión se llegaba andando por Alcalá a la plaza de toros de Las Ventas. Mole ocre e inmensa, de ladrillos que se doraban con la puesta de sol al atardecer. La plaza más importante del mundo que esperaba para convertir a César Girón en un héroe de la Fiesta de los Toros, ya que el caraqueño abriría en siete oportunidades su Puerta Grande. Allá en el ruedo de la Monumental de Las Ventas, jugaban al toro unos muchachos que querían ser toreros. Uno era el cuñado del conserje, Paco Parejo y con cara de gamberro, delgaducho y débil, Antonio Chenel “Antoñete”. Con Antonio César Girón hizo de toro, hizo de torero, y conectó una entrañable amistad. El venezolano, desde el primer día, fue bautizado como “El chico del jersey”. Era un jersey, un suéter, su única prenda de vestir contra el intenso frío invernal madrileño. La pensión Filo estaba a escasos 142


pasos del Hotel Victoria, que había sido el cuartel general de Manuel Rodríguez “Manolete” y de don José Flores “Camará”, cuando el califa cordobés en sus días de grandeza toreaba en Madrid. A los pocos días de estar en España, Fernando Gago llevó a César a Sevilla. Se celebraba la Feria de Abril y don Fernando quería que César viviera el taurinismo sevillano. En La Maestranza le encerró un toro que había sido rechazado por defectuoso en alguna corrida, y ante algunos periodistas y aficionados hizo César Girón su entrada en España. La impresión fue intrascendente. Apenas concluida la temporada en Sevilla Gago siguió su camino como torero subalterno en las cuadrillas de las figuras del toreo como buen torero subalterno. Girón volvió a Madrid sin que sepamos otra cosa de él, más que su actuación en la placita de Miranda de Ebro (Burgos) el 13 de mayo de 1951. Se convertiría César Girón en una cuña metida en el retablo del toreo español. Cuña de olorosa y exótica madera del Caribe, de perfume envolvente que impregnó el vacío que habían dejado Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita Chico” y Carlos Arruza. Todo se coció con el hilo del toreo al que se refiere el maestro Pepe Alameda, que con el zurcido de ese hilo los toreros americanos han izado una bandera que surge igual en una playa en la que rebotan las espumas del Mar Caribe, o en las cimas de los picos y volcanes andinos y en las inmensas mesetas y profundos valles del México Azteca. Girón nació de Arruza y ocuparía su vacío, cuando Carlos le diera, más adelante en el tiempo, el abrazo doctoral en Barcelona. Girón vio a Arruza y este le encantó al extremo que como torero, a pesar de haberle visto junto a Manolete en el ruedo de Maracay, fue Carlos Arruza quien le serviría de ejemplo en su vida como torero y persona. Salamanca fue la tercera estación en su “viacrucis” inicial: Pensión Barragué. Veinticinco pesetas diarias con derecho a dos platos de lentejas: uno a medio día y otro para la cena. Los domingos, por ser domingo, garbanzos con las lentejas. Antes de coger carretera a Salamanca pasó unos días en Madrid, en una pensión de la calle General Pardiñas, número 22, a cincuenta pesetas diarias con derecho a comida. Le echaron de la pensión porque comía mucho pan. La dueña del hospedaje le decía: ‘‘Hombre, coma usted carne en vez de comer tanto pan”. Pero Girón se hartaba de ese pan tan grueso, rico, crujiente y sabroso que es el pan español. Era 1951 un año de mucha escasez de 143


trigo. No había pan y no lo hubo hasta que el general Juan Domingo Perón, Presidente de la República Argentina, llenó barcos de trigo americano para quitarle el hambre de pan a España. Hambre provocada por el boicot de los norteamericanos y de los países europeos a raíz de la II Guerra Mundial. Un hambre parecida, tan cruel e injusta, que pagaría el pueblo español como la que más adelante por un boicot de los mismos protagonistas iba a sufrir el pueblo de Cuba. España le daría la mano a la Perla de las Antillas, a La Habana, que había sido durante la colonia la lentejuela más brillante en el capote del Caribe. El arma del boicot continúa sus estragos. Ni un tentadero. En Salamanca mucho frío y mucha hambre. Termina la temporada con siete mil pesetas en la bolsa, ahorradas de las 19 novilladas que toreó. Invirtió cuatro mil quinientas pesetas en un vestido de torear y las restantes dos mil quinientas, en pasar el crudo invierno salmantino. Su vestuario consistía en una camisa gris a rayas, que lavaba todas las noches y ponía sobre el radiador, cuando había calefacción, para que se secara. Llegó a ser tan difícil su situación, que casi lo echan del país por indocumentado, porque Girón no tenía las siete pesetas que necesitaba para los timbres fiscales e impuestos que legalizaban su situación de extranjero. Afortunadamente surgió al quite Marcelo Romero, un banderillero que luego formaría parte de la cuadrilla de Efraín Girón, y le regaló ¡siete pesetas! que César Girón necesitaba para poner en regla sus documentos. Fernando Gago, que vivía de lo que toreaba como banderillero, estaba en América haciendo campaña en las corridas que su hermano Andrés organizaba en el Nuevo Mundo. Mientras, allá en el Viejo Continente, su poderdante dormía con los botas puestos porque no aguantaba el frío de Salamanca. Los ganaderos españoles son muy celosos en sus tentaderos y por ello se cuidan mucho de quien va a torear al campo. No se torea si no es invitado. En aquellos días del franquismo, los terratenientes eran muy poderosos y ponían delante de los intrusos a la Guardia Civil por “quítame esta paja”. Un día, César tropezó en una de las calles convergentes a la Plaza Mayor de Salamanca con don Antonio Pérez Tabernero, célebre ganadero charro. Con el desenfado que siempre le caracterizó, se le acercó y le dijo: 144


–Don Antonio, por favor, ¿por qué no me echa usted una vaquita en el campo? El ganadero, persona siempre amable, le contestó con mucho cariño: –No te preocupes muchacho, que tengo una vaquilla apartada para ti. En 1954, cuando César triunfó apoteósicamente en La Maestranza y un toro le echó mano en Sevilla, siendo César figura del toreo, don Antonio Pérez Tabernero fue al Sanatorio de Toreros a visitarle y, con intención de ser simpático, le dijo: –César, cuando salgas de aquí, para reponerte, te vienes a casa, a San Fernando, a torear una vaquilla. César le contestó: –Don Antonio, la vaca que usted dijo que me tenía apartada supongo que ya habrá parido y todas esas cosas. Aquella Navidad en Salamanca César recibió de aguinaldo cincuenta pesetas. Fue un muchacho venezolano, estudiante de medicina de nombre Enrique Rodríguez, que al llegarle el dinero de Venezuela apartó cincuenta pesetas y se las regaló a César. Rodríguez se había fijado en la patética imagen de los zapatos del novillero, sin tacones, reforzados en la plantilla con papel de periódico, “para tapar los huecos que tenían en las suelas”. Por eso, cuando caían las usuales nevadas, Girón resbalaba al caminar por las calles de “Salamanca la blanca”. César, feliz y contento, se fue de inmediato a una zapatería en cuyos escaparates estaban los zapatos que cada helada mañana veía, con la misma ansiedad que un hambriento mira un escaparate de confitería. Sin pensarlo dos veces compró el par de zapatos, que tantas veces había visto en el aparador, echó en un cesto de la basura los viejos y a caminar ¡Feliz y contento por calles y avenidas salmantinas! ¡Hasta que comenzó a llover!...Y Girón feliz, sin importarle que cayeran del cielo sapos y culebras. Seguía su marcha de triunfo, bajo la lluvia, como si fuera una versión tropical de Gene Kelly. Hasta que notó que el agua le calaba los pies. ¡Que los zapatos se habían quedado sin suelas! Los zapatos estaban desechos, porque los zapatos de sus sueños eran ¡zapatos de cartón! César Girón soportó todo el frío, toda el hambre, la inmensa soledad que le acompañaba, el desprecio de muchos que veían en él al indio, al mono, al “guayabita”, al “al chico del jersey”, que fueron los motes despectivos con los que algunos le trataron. Otros, como Victoriano Valencia y Antonio Chenel “Antoñete”, compañeros suyos en la pensión 145


Barragué, de Salamanca, le ayudaron con su estímulo y caluroso afecto. Pero el destino a veces parece marcado y lo que va a ser debe ser. Un día se encontró César Girón en la tapia del tentadero de Leopoldo Clairac. Entre los toreros estaba Agustín Parra “Parrita”, cuñado de Manolete y un torero importante de la postguerra. También estaba en el tentadero el célebre empresario catalán, don Pedro Balañá. Y fíjese usted, amable lector, por dónde salta la suerte. Parrita, al ver a Girón, le cede una becerra muy buena. César, sin dudarlo un instante, salta de la tapia y sin atorarse, por el ansia de torear y a sabiendas que se jugaba muchas cosas importantes frente a don Pedro, se planta frente a la res y le dibuja muletazos de mucha valía. Don Pedro se entusiasma, porque no hubo nada que le entusiasmara más al gran Balañá que descubrir toreros y ayudar al que verdaderamente se lo merecía. Esa fue la grandeza su grandeza: fue un descubridor de valores de la torería. Don Pedro inventaba parejas en los carteles de competencia, descubría ganaderías, develaba novilleros entre la multitud de aspirantes, fue junto con don Pablo Chopera uno de los grandes empresarios históricos. Balañá le habló a César Girón para que se presentara en Barcelona, en la plaza Monumental, propiedad de don Pedro que tuvo, mientras él la administró, una categoría máxima. Cuando regresó de América Fernando Gago, don Pedro Balañá le informó que César Girón estaba anunciado en la Monumental para el 16 de marzo. Ese mismo invierno un grupo de aficionados le jugó una broma a César. Una broma pesada, de las mismas que él gustaba gastar a sus compañeros. Vino un maletilla y le llamó a un aparte de la pensión y le dijo: –Mira, chico, no le vayas a decir a nadie, pero mañana hay tentadero casa de don Lisardo Sánchez, cerca de Badajoz. César no durmió en toda la noche. Muy temprano tomó el tren en Tercera Clase y se marchó a Badajoz. Había gastado las pesetas que le quedaban pero lo importante era ir al tentadero. Cuando llegó a la finca se topó con don Lisardo, que de mala manera le preguntó qué hacía allí, sin que le hubieran invitado. Lo cierto es que no había ni tentadero ni nada, y como Girón le dijo que había ido a torear, Lisardo Sánchez, hombre de malas pulgas le dijo: –Mira, muchacho, si quieres comer tienes que trabajar. Aquí la labor comienza a las cinco de la madrugada. Y allí, en la finca de don Lisardo 146


Sánchez en Badajoz, estuvo César Girón a las cinco de la madrugada, abrazado por un frío infernal, pesando cochinos casi en tinieblas. Todo para poder comer. Al final de la jornada, Lisardo Sánchez se compadeció de César Girón y le echó dos vacas en el tentadero. Dos vacas toreadísimas. Una le pegó una paliza tan grande que le destrozó la camisa gris a rayas, el orgullo de su trousseau, que era la única prenda de vestir que tenía Girón. Al otro día, adolorido y lleno de hematomas por las palizas que le habían pegado las vacas toreadas que el ganadero le había echado, César Girón le vendió al hijo de Lisardo Sánchez una toalla, de esas que fabricaba Telares de Maracay y que doña Esperanza Díaz de Girón le había puesto a César en el equipaje con cariñoso orgullo. Una toalla llena de colorido, palmeras y bañistas en traje de baño, que al joven Lisardo encantó. El muchacho le dió al caraqueño, a cambio, cien pesetas que sirvieron para el viaje de vuelta a Salamanca. En el tren de vuelta, aprovechó que estaba vacío para meterse en el vagón de Primera Clase, echarse en el asiento muelle y amplio, para dormir a pierna suelta. Cuando llegó el revisor a pedir el billete, le dijo: –Maestro, mire usted, es que como vi el tren vacío... El colector, le contestó molesto: –Maestro será su padre de usted. Yo no he sido nunca albañil. Otro día un grupo de novilleros le invitó a ir a un tentadero en Villavieja de Yeltes. Sin darle muchas explicaciones le metieron en un taxi y, cuando iban llegando le pidieron veinte duros para la aportación del pago del taxi. – ¿Están locos? ¿De dónde voy a sacar cien pesetas? Como vieron que no tenía dinero lo dejaron en Villavieja, a más de siete kilómetros de la finca. Cuando llegó le preguntó al mayoral si le daba una oportunidad con las vaquillas. Lo que hizo el capataz fue llamar a la Guardia Civil y lo echaron de la ganadería. El regreso a Salamanca fue andando, por la ruta del Lazarillo de Tormes o como si se tratara de Gil Blas de Santillana, pues, de pueblo en pueblo, tardó casi dos semanas en cubrir el trayecto. Cuando llegó a Salamanca se encontró que el padre de Victoriano Valencia le había enviado por correo un kilo de caramelos y una botella de champaña. 147


César y el padre de Victoriano habían hecho una cariñosa amistad, sólo de hablar por teléfono. Victoriano Valencia fue un gran amigo para César. Como tenía medios, era estudiante de la Facultad de Derecho en la Universidad de Salamanca, invitaba a Girón a merendar, le regalaba ropa y cuando podía una que otra peseta. La noticia de la contratación de César para Barcelona, tuvo la resonancia de una bomba entre los maletillas de invierno de Salamanca y entre los estudiantes venezolanos de la Facultad de Medicina de la Universidad –Muchachos, les dijo César Girón a sus paisanos, ¡toreo en Barcelona! O soy figura o me mata un toro. Uno de los estudiantes le dijo: –César, con lo que tu corres ¿cómo te va a alcanzar un toro? Los compañeros de terna fueron Carlos Corpas y “Antoñete”, y le decían: –”Indio, te vamos a meter el pelo pa’ dentro.” Hizo el viaje de Calatayud a Barcelona y al llegar a la Ciudad Condal le esperaban los hermanos Pepe y Victoriano Valencia, quienes le invitaron a comer al Bar Canaletas. Se alojó en el Hotel Comercio de la Calle de Escudillers, hoy día el hospedaje obligado para aquellos que comienzan. Es un hotel con mucho carácter, de buen aire como dicen los taurinos. César lo puso de moda desde ese día. César Girón narra aquella primera experiencia en Barcelona al periodista Marino Gómez. Santos, de esta manera: “Recuerdo una tarde de domingo en el Hotel Comercio. El traje del matador que había toreado aquella tarde en Barcelona estaba colgado en el balcón, que daba a la estrecha calle de Escudillers. El mozo de espadas le había limpiado las manchas de sangre con un cepillo. El oro de la taleguilla se había vuelto, momentáneamente, desvaído. Desde aquel balcón se veían las tabernas, en cuyas puertas estaba escrito con pintura blanca: ‘Hay champiñón’. ‘Se sirven comidas’. Entraban soldados de la Marina norteamericana, que hacían funcionar las máquinas tragaperras para hacer sonar tres o cuatro rocks a un tiempo. Por aquellas puertas salía humo de cigarros, olores ácidos de perfumes baratos y guisos pobres –Me dieron la habitación número 11; y le respondió el padre de Victoriano: 148


–Mañana vas a tener suerte, porque el número 11 siempre trae suerte. Contaba César que a las cinco de la mañana llamó a Victoriano Valencia, para pedirle “Chico, ponme discos a ver si me distraigo”. Este gran amigo, que ha sido siempre Victoriano, estuvo poniéndome discos desde la madrugada hasta las diez de la mañana, y yo escuchándolos por teléfono. “Victoriano me vino a buscar y fuimos a misa, a una iglesia pequeña llamada Santa Mónica. Recé mucho, lo recuerdo. A las 12 del mediodía me encontré a “Antoñete”, que venía con unos amigos, de esos que rodean siempre a los toreros. Me dijo: –Vamos a dar un paseo. “Le contesté, sinceramente: No me puedo mover, porque tengo mucho miedo. Hoy me lo juego todo. En el patio de caballos le dije a mis compañeros, acordándome de aquello de ‘Indios, te vamos a meter el pelo para adentro‘: muchachos, aquí es donde quiero ver cómo me van a meter el pelo pa’ dentro... César Girón cortó tres orejas la tarde de su debut en Barcelona y salió a hombros de la Monumental. Volvió y toreó veintidós tardes, superando la marca de Vicente Barrera, que había toreado 11. César se convirtió, gracias a Barcelona, en uno de los novilleros preferidos por las empresas. Era la época de “Antoñete”, Pedro Martínez “Pedrés”, Juanito Posada... A Madrid fue el 10 de julio de 1952, como novillero. Una novillada de Felipe Bartolomé. Con “Antoñete” y Carriles. Repitió a las dos semanas y cortó dos orejas en Las Ventas. Un éxito muy comentado. Fue el novillero estrella de 1952, y con mucha fuerza llegó a la alternativa, aunque sin un futuro cierto porque no había contratado corridas para la temporada de 1953 y en su tierra poco o nada creían en los sonados éxitos hispanos. En la misma entrevista que le hizo para Ruedo Ibérico, el periodista Mario Gómez-Santos, narra algo muy significativo que ha sido una especie de denominador común para todos los toreros venezolanos. Bueno, no solo para los toreros, sino para cualquier venezolano que triunfe en la vida, en el extranjero. “Fue la temporada más dura (1952-1953). Carlos Arruza me dió la alternativa”, narra Girón en la entrevista 149


“¿Quien me lo iba a decir cuando, cinco años antes, quise robarle el traje de torear, allá en Maracay? Lo tenía colgado en un balcón y yo, con un palo largo, intentaba cogerlo desde abajo. “Luego fui a México y fracasé. Toreé en México, el 25 de diciembre de 1952. Alterné con José María Martorell, Jorge Aguilar ‘El Ranchero’ y Manuel Capetillo. Los toros eran de la ganadería de Tequisquiapan. Al toro ‘Canastillo’, número 47, de 437 kilos de peso, le corté una oreja; pero a pesar de eso no cuajé en México. Ese año toreé allí cuatro corridas de toros. “Llegué a Venezuela en plan humilde y nadie me hizo caso. Iba casi con lo puesto. Toreé siete corridas de toros en Venezuela y no me quedó ni un céntimo. Me vine desmoralizado. Nunca he deseado más que el avión se cayera o que me matara un toro”. César Girón fue a España con una sola corrida contratada: la del Domingo de Pascua en Cartagena. “Toreaba con Manolo Carmona y Antonio Bienvenida. En esa corrida de toros, al primero le corté las orejas y el rabo, y por ese éxito me contrataron para sustituir a Pepe Luis Vázquez en la Línea de la Concepción, al día siguiente. “Llegué a La Línea por la tarde, con los minutos justos para vestirme e ir a la plaza. Corté cuatro orejas, dos rabos y una pata. De ahí para arriba todo lo que quieras. Toreé 41 corridas sin ir a Madrid...”. Esta narración de aquellos primeros pasos es una lección para los toreros venezolanos, porque a todos les ha sucedido que cuando regresan triunfantes de España, o de México, los empresarios y periodistas de Venezuela no los reciben como ellos, los toreros, esperaban, conscientes de de haber hecho un gran esfuerzo merecedor de ser reconocido. La mayoría no supera el duro shock de la indiferencia. Fueron muchas las grandes tardes de Girón en su carrera, como las dos de Sevilla, en la Maestranza, cuando en una misma Feria de Abril, en dos tardes cortó dos rabos. O aquella Corrida de la Prensa en México, cuando cortó cuatro orejas y un rabo a los toros de don Fernando de la Mora. Inolvidable Lima, el primero de noviembre de 1954 cuando cortó la única pata que se ha concedido en la bicentenaria plaza de toros de 150


Acho. La otra pata, que como trofeo dicen cortó Luis Procuna, en realidad no fue concedida por la autoridad limeña, sino que fue cortada sin autorización por el peón de confianza de Procuna, David Siqueiros, “Tabaquito”. César, en Lima, le cortó la pata a un toro de la ganadería peruana de Huando y alternó con los españoles Antonio Bienvenida y Rafael Ortega. Había sido una feria importante para Girón, aquella del Señor de los Milagros. El venezolano era la base de los carteles. La feria comenzó el 17 de octubre, con toros de Juan Cobaleda, Antonio Pérez, Atanasio Fernández y un sobrero de Yencala. César cortó dos orejas y fue el triunfador de la tarde. Bienvenida y Carlos Corpas pasaron inadvertidos. Repitió al domingo siguiente, 24 de octubre, junto a Rafael Ortega y Manuel Jiménez “Chicuelo II”. César cortó un rabo y volvió a ser el triunfador. Por tener compromisos en Caracas y en Bogotá no volvió a Lima hasta el célebre día primero de noviembre, cuando cortó la pata. Terminó su temporada peruana el 14 de noviembre, mano a mano con “Chicuelo”. Girón también fue el triunfador: dos orejas. El año de 1954 César toreó en Lima cuatro tardes, ¡sumó diez orejas, tres rabos y una pata! De su apoteosis en Lima, Humberto Parodi, acreditado en la Ciudad Virreinal por la United Press International (UPI), envió al mundo el siguiente despacho fechado el primero de noviembre: En su tercera y última actuación en la plaza de Acho, el nuevo fenómeno de la tauromaquia, César Girón, hizo que una vez más se agotasen las localidades desde la víspera de la corrida. Fue la de hoy un bella tarde primaveral, de sol, que ayudó para que la fiesta española luciera en todo su esplendor. Al terminar la corrida, el dramático y desconcertante trasteo de que hizo gala, había convertido a Girón en el nuevo ídolo de los aficionados limeños. Se lidiaron seis pupilos de Huando, los cuales fueron bien presentados. Tres de ellos acusaron bravura y los restantes fueron mansurrones, originando algunas dificultades para la lidia. Al hacer el paseo los tendidos de Acho presentaban un aspecto inusitado. Todas las localidades se veían ocupadas hasta los palillos del techo, cosa 151


nunca vista en Lima. Tal fue el entusiasmo despertado por la tercera corrida, con la que se despedía Girón. Antonio Bienvenida tuvo una buena tarde, a pesar de que el lote que le tocó en suerte no fue de lo más manejable en el encierro. En el primero se lució en quites y trató de apoderarse del difícil enemigo sin conseguirlo y terminó después de dos medias estocadas y al tercer intento de descabello. (Pitos y palmas). A su segundo lo recibió con bellos lances de capote, hizo quites muy pintureros y puso tres pares de banderillas que le valieron enorme ovación. Con la muleta trasteó muy bellamente, tanto con la derecha como con la izquierda. Serie de naturales muy buenos adornándose y siendo aplaudido. El toro desarrolló genio y en un pase lo cogió por el bajo vientre en forma aparatosa. El toro levantó dos veces del suelo a Bienvenida, destrozándole la ropa. Se deshizo Bienvenida de las asistencias cuando lo llevaban a la enfermería y volvió al toro, al que despachó de tres pinchazos y dos descabellos. Gran ovación al retirarse a la enfermería de dónde no volvió a salir. Rafael Ortega no pudo aprovechar a su primer enemigo porque al salir de los chiqueros el peón Moyano lo estrelló contra los tableros en forma aparatosa, quedando el animal congestionado. Poco pudo hacer el espada con el enemigo, limitándose a trastearlo brevemente, terminando después de excelente estocada. (Muy aplaudido). En su segundo se lució con el capote y en quites; hizo una faena muy valiente con ambas manos y terminó al huandeño de excelente volapié que se aplaudió con calor, concediéndosele una oreja. César Girón fue el triunfador de la tarde con dos faenas que lograron emocionar al público, que le aclamó delirante toda la tarde. Su primer enemigo resultó mansurrón y difícil. Se le metió peligrosamente por el lado izquierdo y lo toreó muy bien con el capote. Le puso un par de banderillas muy bueno y desistió de seguir banderilleando porque resbaló y se torció un tobillo. Con la muleta, dada la mala calidad del dicho, nadie esperaba una faena; pero Girón desengañó al enemigo con enorme faena de derechazos que el público recibió puesto de pie. El diestro cada vez más valiente y artista hizo lo que quiso con el enemigo y lo mató de gran estocada concediéndosele las dos orejas y el rabo por lo difícil que fue el toro. Fue la apoteosis con el último de la tarde, un hermoso ejemplar de Huando. Desde que hizo su aparición en chiqueros, Girón lo lidió y cuidó asombrosamente. Con el capote le dió seis verónicas que fueron una 152


pintura. Toreó por chicuelinas admirablemente. Y con las banderillas después de aparatosa preparación, dejó tres asombrosos pares de poder a poder. Sale a los medios a cosechar una ovación y luego de brindar al ganadero y empresario inicia con estatuarios de espanto, se lleva el toro a los medios y allí realiza pases en redondo, vuelta completa, naturales asombrosos, pases de pecho, series de nuevos pases que alocan a la gente que de pie aclama al torero. Da pases con las dos rodillas en tierra que asustan al público, sigue de pie con manoletinas y otros pases inverosímiles en forma ceñida y limpia. Como pasase el enemigo se perfila y deja un volapié enorme. Cae el toro sin puntilla y la plaza de pie aclama a Girón, viéndose obligada la Presidencia a cederle las dos orejas, el rabo y una pata. El público le saca a hombros desde los Valles de Lima hasta el Hotel Bolívar, en medio de una gran manifestación nunca vista en los anales taurinos limeños, y ello es la consagración en esta plaza del venezolano a quien consideran aquí como la figura del toreo más grande que Lima jamás haya visto. Sus temporadas brillaron con luz de figura del toreo y a pesar de haber sido un tipo de difícil carácter, tuvieron que tragarlo por su calidad profesional. De él escribieron los grandes críticos y literatos de la fiesta, de manera laudatoria, porque su vida ha sido un ejemplo para los hombres que tienen suficiente valor de abandonar el techo que les vio nacer para abrirse camino en tierras extrañas. Cito a Filibero Mira, biógrafo de la Maestranza, cuando se refiere a Girón y sus éxitos en Sevilla en abril de 1954: “Toreo variado, impetuoso, agresivo, el del vitalísimo César Girón que era un lidiador completo con valor y recursos. Conocedor profundo del toro y sin ignorar ninguna suerte pues todas las realizó con destreza ejemplar y plena entrega. Su estilo era el del toreo ciclónico que dinamizó Carlos Arruza; que fue precisamente el padrino de su alternativa. Como veremos más adelante, fue otras tardes rival –en noble y reñida competencia– nada menos que de Antonio Ordóñez. Existió una rivalidad, muy acentuada, en el coso sevillano, entre el de Ronda y el de Maracay, que dió esplendor y grandeza a la década de los cincuenta. Incomprensiblemente esa torera lucha no fue ni reconocida ni estimada lo suficiente por la crítica taurina de esos años. Han escaseado –también esto incomprensible– los escritores que han valorado en la medida que se merecieron las grandes virtudes de este caribeño que no tenía buen tipo de torero, pero lo fue de cuerpo entero y en grado superlativo. 153


Aunque César Girón no superó sus éxitos de los días 27 y 29 de abril de 1954, no contabilizó ni una sola corrida deslucida de cuantas toreó en La Maestranza, que fue la plaza que lo encumbró”. Cuando comenzó la temporada del 55 tenía firmadas 106 corridas de toros, pero una cornada el 30 de junio en Burgos, una cornada muy grande y muy grave, lo paró en su meteórica carrera. Fue su paso por Las Ventas, aquel año de 1955, el punto absoluto de su consagración como figura del toreo. Madrid confirma, no hay duda. El 14 de mayo confirmó su alternativa con toros de Juan Cobaleda, con Antonio Bienvenida de padrino. “Bravío” fue el toro de la ceremonia cuya muerte la brindó a Fernando Gago, su descubridor para España y para ese entonces su apoderado... De su estreno ante la afición madrileña comentó Marcial Lalanda en un despacho que envió Ramón Medina Villasmil “Villa” al diario caraqueño La Esfera que: “Hace dos años vi a Girón. Ahora le veo nuevamente y le encuentro hecho una auténtica figura del toreo. Creo que la suya es hasta ahora la mejor faena realizada en San Isidro”. Pero aún había más. Seis días más tarde saldría a hombros en Madrid; y así relató don Gregorio Corrochano la actuación en aquella célebre crónica que tituló: “César Girón”, sencillamente; con el sumario, célebre como todos los acertados titulares de Corrochano: “se ha perdido el sentido del toreo”.

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Veamos qué dijo:

Las corridas de toros han ido empequeñeciéndose, achicándose hasta reducirse al toreo de muleta. Los matadores se han desaficionado al toreo de capa, hasta caer en desuso. Los más antiguos se van olvidando; los modernos no saben torear de capa, ni parece que intentan aprender. El capote del matador sirve para dirigir la lidia, para acudir con oportunidad al quite, para torear con garbo y estilo en contraste del tercio de quites, para dar diversidad y colorido a la dureza del tercio de varas, para cuidar del toro, según las condiciones de bravura y poder, que unas veces ha de emplearse con dureza y otras no. Aunque la muleta sea lo definitivo, porque precede a la muerte del toro, el capote en manos expertas de un matador le prepara la faena de muleta. Por esto, cuando veo que los matadores no usan adecuadamente el capote y hasta prescinden de él, sospecho que se ha perdido el sentido del toreo. La suerte de matar, que es la final, empieza en el primer capotazo. Esto que parece una exageración o una genialidad de aficionado antiguo es una realidad. Todo lo que se hace desde que sale el toro es para matarle con unas normas que no han sufrido variación ni pueden sufrirla, porque después del recurso que se le ocurrió a Costillares para matar a los toros aplomados o agotados que no iban al cite de recibir, con lo que se amplió la suerte, las normas no han variado. Habrá matices, según el modo de hacer de cada uno, según se acomode mejor al toro pronto o al toro tardo, y para eso precisamente está la lidia, y para lidiar, el capote. Por eso la muleta depende del capote. Porque hay que llevar la lidia, gradualmente, desde que sale el toro, al ritmo y al son necesarios. Ni pasarse en el castigo ni dejarle entero. Esto es lo que queremos decir cuando opinamos que la suerte de matar empieza en el primer capotazo; por eso los capotes se llamaron de brega, por esto se llamaron peones de brega los hombres que auxiliaban la lidia, pero siempre bajo la dirección del matador o jefe de cuadrilla. No se debe mover un peón ni colocar un picador sin que lo ordene el matador, que debe estar en constante vigilancia y aconsejar a la vista del toro la lidia: esto es, cómo se debe hacer el toreo en ese toro. Porque el toreo depende del toro. Si los toreros siguieran las reacciones del público, tendrían una visión más clara. El público se equivoca en el detalle, pide cosas que no debiera pedir, anda un poco desorientado, consecuencia natural de cómo se conduce la fiesta; 155


pero cuando un torero recobra el perdido sentido del toreo, el público lo ve, y lo siente, y lo acusa de manera inconfundible. No es el aplauso de la simpatía, ni es el aplauso de la amistad, ni es el aplauso benévolo y alentador. Es el Aplauso. El aplauso con mayúscula, que el público rinde sin condiciones y sin sensiblerías. Y es que el público todavía conserva, a pesar de todo –y de todos– el sentido del toreo. Cuando oigo decir a los mixtificadores del toreo, para disculparse: ‘esto es lo que le gusta al público’, replico, sin poderme contener: sí, ya sé que el público toma malta cuando no le dan café; pero cuando le dan café, lo saborea. Ahí está de ejemplo, el toro de Girón. ¿Qué hizo César Girón? Dar sentido al toreo. El público no destacó una faena de muleta entre sesenta faenas. El público vió en un toro lo que no había visto en cincuentinueve. Vio el toreo. Que no es solamente una tanda de pases con la derecha o con la izquierda, más o menos logrados, con un concepto restringido y monótono. Todas las tardes vemos a los toreros echarse el capote a la espalda y dar atropelladamente lances al costado, que se llaman, mal llamados, de frente por detrás, porque en los lances de frente por detrás está el toro a la espalda. ¿Cómo toreó Girón con el capote a la espalda? Sin barullo, sin moverse, con temple, cargando suavemente la suerte, viéndosele marcar los tiempos, como yo no los he visto dar desde que los dió Gaona, por eso se llamaron gaoneras. Así se torea con el capote a la espalda. El público que ve todas las tardes los capotes a la espalda tuvo sensación de cosa distinta. Y si otras veces aplaude el atropello y las manchas de sangre en el vestido, aquella tarde aplaudió de otra manera, distinguió el café de la malta. Y la faena no sólo se compuso de muy buenos pases con la mano derecha y con la mano izquierda, sino que tuvo la diversidad, que prende en el tendido con alegría inquieta de incertidumbre. Entre el toro y el torero andaba el toreo. Y dió un pinchazo en hueso, y como al salir de él quedara el toro igualado, entró otra vez a matar sin pases inútiles de preparación innecesaria. Esto es traer a la plaza el perdido sentido del toreo. Gregorio Corrochano.

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César ha sido como el oleaje del Mar Caribe: rotundo y sonoro. Un mar que le dio al toreo su primera víctima gloriosa, el mulato José Cándido, hijo de amores jamás declarados entre una dama sevillana, de alcurnia, con uno de sus criados, un negro antillano. Porque José Cándido, primera víctima oficial del toreo, era mulato, de una piel de oscuridad distinta al cobre de los gitanos, era su piel la alianza de sangres que hizo morena a la América Hispana... “Lo cual –dice José Alameda– equivale a meter tempranamente al mar Caribe en la ‘chismografía’ taurina”. José Cándido fue hombre de grandes dotes. Nacido en Chiclana, edén encantado de hermoso cielo azul, sirvió de aula para aprender de José Redondo y del gran estoqueador sevillano Lorenzo Manuel, el oficio de matador de toros. Dice Sánchez de Neira que “el genio de José Cándido supo rebasar la línea que separaba al torero de valor del lidiador con arte, y juntando ambas cualidades, llamó sobre sí la atención de los aficionados al gran espectáculo, fomentándolo y engrandeciéndolo...Para esto era preciso, además de practicar bien las suertes más en uso, inventar otras que, cuanto más difíciles fueran, más tocasen por lo mismo a los sentidos del espectador...Sólo a un hombre de grandes dotes le era dado hacer esto...Y Cándido lo hizo”. César casa con Danielle Ricard en 1957. Ella es la hija de uno de los hombres más ricos de Francia. Un acaudalado hombre de negocios de Marsella. Propietario de ganaderías de reses bravas, fábricas de licores que conoce toda Europa con el famoso aperitivo Ricard, propietario de escuderías de Fórmula Uno y autódromos. Marsella es el teatro de operaciones de Monsieur Ricard. Restaurantes, citas de afamados 157


hombres de negocios y, sobre todo, el jet-set europeo que comienza su configuración contemporánea, precisamente, bajo el mecenazgo de Ricard. César conoció a Danielle durante una Feria de San Isidro y el noviazgo, como todo lo suyo, fue vivido vertiginosamente y con intensa pasión. Luego de verla en las corridas de Madrid la perdió de vista, hasta una noche que la volvió a encontrar a la salida del Estadio Santiago Bernabéu, en el Paseo del Generalísimo, ahora Paseo de La Castellana. César, le pidió a Danielle le sirviera un café, para el frío, porque no podía servirse él mismo ya que sus manos, muy sensibles a causa de las hondas heridas que le había dejado el voraz incendio que destruyó su humilde hogar en Maracay, no se lo permitían. Cuando notó que la chica también estaba nerviosa, y que le temblaban las manos, no por el frío, sino por la cercanía de César y que no podía servir el azúcar, Girón le declaró su amor y le pidió matrimonio. A la semana de la boda, que se celebró en Marsella por todo lo alto, Girón toreó tres corridas de toros y luego se retiró por un año. Reapareció en Castellón de la Plana, al nacer la temporada de 1960. Concluida la temporada española fue a México, a cobrar una vieja deuda con aquella afición tan entendida y a la vez tan apasionada. Y la cobró. Carlos León, en su crónica-epístola, del 25 de marzo de 1961, en carta dirigida a Silverio Pérez, que tituló “Girón magistral: cuatro orejas y un rabo”, describe detalladamente los acontecimientos. Un torero tan bueno no podía irse sin convencer plenamente a una afición tan buena como la metropolitana. (Se refiere León a la afición de la plaza México, escenario de la gesta a la que hace referencia en su carta a Silverio Pérez).

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En forma inexplicable, la gente la había tomado contra el venezolano, porque en ocasiones se ponía teatral, soberbio y farsante. Pero dentro de este histrión había un lidiador potencial, un diestro con mucho sitio, un torero en plenitud artística. Y le llegó su tarde cumbre, en la que tumbó cuatro orejas y un rabo para que no quedara duda de que es una indiscutible figura de la torería contemporánea. Bravísimo fue el primero de sus enemigos, pero no menos bravura hubo en el corazón del sudamericano. Bien lo toreó con el percal y monumentalmente con la franela, cuajando una de esas faenas que consagran a cualquiera. Recordarás, “Compadre”, que en tus épocas de torero yo te llamaba en mis crónicas: “El Manco de Texcoco”, porque, toreando con la zurda, nunca alcanzabas las magnitudes estéticas y emotivas a que llegaste con la diestra. Esa misma actitud es importantísima en tu próxima carrera de legislador, ya que después de la mala tarde que tuvo Sánchez Piedras con la desatinada izquierda, lo mejor es que tú conserves la personalidad de derechista cumbre que tuviste sobre las arenas. Pues bien, hoy sí vimos la única atinada izquierda admisible en el admirable trasteo zurdo de César Girón. Lo había iniciado estatuariamente con ayudados por alto, para inmediatamente ponerse el trapo rojo en la mano torera y ligar ocho naturales portentosos por el temple, la quietud, el aguante. ¡El toreo clásico en su más pulcra manifestación! Siguió con la zurda dando extraordinarios naturales, que brillantemente remató con el forzado de pecho. Más, si por ello fuera poco, con la mano de saludar trazó la perfecta circunferencia del toreo en redondo, en dos series monstruosas por lo bien eslabonadas. Y luego el digno remate del volapié definitivo, la suerte suprema en su más pura ejecución. La gente se le entregó, ahora sí, redimiendo la saña injusta con que lo trataron otras tardes. Nevados de pañuelos los tendidos, César cortó las dos orejas y el rabo del burel de don Fernando. Vinieron las vueltas al ruedo en medio de la locura colectiva, pues habíamos presenciado la mejor faena de la temporada. Como era justo, el cadáver del bravísimo burel de Tequisquiapan fue paseado en torno a la barrera, pues tan noble fue el toro, como extraordinario el torero. Por tal faena cumbre, no había ya ni discusión de quién era el merecedor de “La Pluma de Oro”. ¿Pluma nada más? Yo le hubiera dado 159


una máquina de escribir fundida en platino, con teclas de brillantes, el tabulador de rubíes, el soltador de margen de esmeraldas. La cosa no quedó allí, pues César cortó otros dos apéndices al último de la tarde. Desde los superiores doblones con que inició el trasteo para meter al bicho en la muleta, se mascaba que íbamos a ver otra faena de escándalo. Y así fue. Otra vez los derechazos de dimensiones increíbles y los naturales de espanto, por lo bien hechos. Otra lección de toreo extraordinaria, nueva cátedra del bien hacer, epilogada con el ramalazo del volapié certero. Las dos orejas y la salida en hombros, lograron lo que algún día tenía que suceder: la conquista plena de México por un torero que había sufrido el desprecio y el repudio, pero que acabó por vencer y convencer. Continúa Carlos León:

Hoy, a ratos me sentía estar en Bayona o en Arles, pues me tuve que pasar la corrida hablando la lengua de Moliere, ya que vine acompañado de Nadime Sonier, parisiense con cabellos de champaña, recién llegada de la dulce Francia. Por eso a ratos yo decía ¡Voilá! Cuando lo indicado era exclamar ¡olé! Pero, naturalmente, a la bella francesita, aunque abría de asombro sus claros ojos, no le impresionaron los cuernos, cuando horas antes había visto los que ponía la preciosa Maricarmen Vela en la picaresca comedia del Arlequín. Por ello, mi admirado “ex Faraón” y próximo diputado, no te extrañe si, en vez de usar el dialecto poético de Netzahualcóyotl, me despido de ti diciéndote: A bienot de a tout a l´heure. De todos modos, sabes que siendo yo descendiente del rey azteca Chimalpopoca, soy tan huehuenche como tú y quisiera haberte enviado estas líneas con un tameme. Te envía un abrazo y vota por ti, tu amigo de siempre, Carlos León.

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La vida de César fue convulsa, irregular, borrascosa, atormentada y huracanada, como rebotan en nuestras playas las olas del Caribe. Girón fue el Caribe, acuñado en el retablo del toreo universal. De su boda con la hermosa y rica Danielle Ricard quedaron tres hijos: Myrna, Patricia y César. Tres jóvenes simpatiquísimos, inteligentes y de distinguido porte. A César Antonio Girón Ricard le conocí un día que le hice, junto a Federico Núñez, una entrevista en Venezolana de Televisión y otros días que coincidí con él en corridas de toros en las que actuó su primo hermano, Marco Antonio Girón Lozano, el hijo de Curro Girón. Aunque con marcado dejo francés al hablar, César Antonio se expresa en un castellano de sintaxis correcta, de muy amplio y preciso vocabulario. Dedicado a las ciencias exactas, me habló en aquella oportunidad de su afición por la fotografía, en la que coincidimos y de su vocación por la Física y la Informática. Preparaba viaje a Japón y se mostró muy interesado en conocer el pasado de su padre. Luego me he enterado que vive en Madrid y se ocupa de las cosas de la Casa Ricard en España. Para contar el dinero que hace, debe faltarle tiempo. César Perdomo Girón, su primo en segundo grado y por edad el cabeza de familia, le narró ordenadamente los acontecimientos de la vida del desordenado César Girón, para que se formara una mejor idea de la trascendencia venezolana de su famosísimo padre. Con Patricia, la hermosa morena, no tuve trato. A Myrna sí la conocí y con ella y su marido, el rejoneador Antonio Ignacio Vargas, coincidí en España. Un día, en Sevilla, me enteré de que en Carmona el esposo de Mirna Girón Ricard tentaría vacas de la ganadería de Miura. Consideré aquella oportunidad un privilegio de ser testigo de la lidia de una vaca de Miura porque a los tentaderos de Zahariche asisten escasos y muy exclusivos invitados. Como aficionado no estaba dispuesto a dejar ser testigo de semejante experiencia, ver lidiar una vaca de Miura, y muy temprano por la mañana nos embarcamos con Federico Núñez en la terminal de autobuses de Sevilla y tomamos uno hasta Carmona. Llegamos por la carretera de Alcalá, hasta las orillas del Guadaira, pasando por Mairena y Viso, toda tierra de “cante jondo”. Carmona reúne en las ilustres piedras de sus casas, la historia de los césares romanos confundiéndose las piedras con la herencia de los musulmanes. Ciudad de espléndida genealogía. Preguntando aquí y allá, llegamos a un merendero situado a las afueras de la ciudad y al margen de la carretera de asfalto en el que hay una pequeña plaza de toros con sus corrales y chiqueros. 161


Allí Antonio Ignacio Vargas, convertido en fogoso centauro, estaba en el ruedo calentando sus monturas. Durante el tentadero se me acercó Myrna. Joven, bonita, simpática, de suaves, afrancesadas y correctísimas maneras. Incapaz de ocultar su temperamento. Nos pidió la acompañáramos a su casa donde junto a su marido recibiría a un grupo de venezolanos que habían ido al tentadero. Entre el grupo de invitados a la casa del rejoneador don Antonio Ignacio Vargas y su esposa Myrna Girón de Vargas estaban Orlando Echenagucia Hernández propietario de la ganadería de La Cruz de Hierro, Andrés Miguel Velutini, hoy propietario de “Los Marañones”, el señor Luis Alfredo Echenagucia Lovera, acompañados de sus respetivas esposas, Mariela, Graciela y Rosalba, quienes en aquella época eran abonados fijos en la Feria de Abril y compartían un piso que habían comprado en sociedad en Sevilla. Largamente hablé con Myrna aquella mañana en el automóvil mientras cubríamos el trayecto que separa su casa de Carmona. Habló ella sobre la reciente estada en su casa de su primo Marco Antonio Girón que a finales de los años ochenta comenzaba el camino de ser torero. Más tarde en su acogedor hogar, donde guardan cosas, objetos, crónicas, álbumes de César Girón, con afecto y veneración, fueron los esposos Vargas-Girón atentos y amables con nosotros, sus huéspedes y fue tajante Myrna al manifestar que toda colección de objetos que pudieron haber pertenecido al gran matador, y que son expuestos en casas de particulares o en supuestos museos, fueron tomados del piso de César Girón de Madrid, en el Paseo de La Castellana, o de otros sitios sin consentimiento del propio diestro, o del consentimiento de sus hijos o cualquier familiar, por que César Girón nunca otorgó a nadie, en calidad de préstamo o donación pertenencias privadas. Pudo regalar un traje de torear, un capote de paseo, pero nunca su carnet de conducir o ficha del Sindicato de Toreros. César Girón, aunque separado de su esposa, vivió y murió enamorado de Danielle Ricard. La separación de sus hijos afectó mucho la vida de César, quien se iba y más tarde volvía a los toros en medio de un gran desequilibrio existencial, causado por la separación conyugal. La primera retirada tuvo lugar en 1958. Un adiós temporal, para descansar un par de años. Volvió en 1960, y en su vuelta, como reseña Carlos León, cobró la deuda de México, pero Madrid en 1961 le cobró sus triunfos con una factura sangrienta: la cornada de Pies de Búfalo, toro del duque de Pinohermoso. Una cornada horrible en condiciones 162


no cónsonas con la grandeza de César Girón, que ni siquiera estaba anunciado en el abono de Madrid de dónde se había despedido “por naturales”, como en ABC había titulado Díaz Cañabate. Fue a Las Ventas, en una sustitución a Jaime Ostos. César estuvo entre la vida y la muerte y hasta noticias de su fallecimiento distribuyó una agencia internacional. En 1967 se retiró en Caracas, en el Nuevo Circo, encerrándose en solitario con una corrida de Valparaíso. Fue la única tarde en que se identificaron en afecto César Girón y los caraqueños. Caracas siempre fue muy difícil para César. Injusta, es la palabra exacta. Toda Venezuela fue dura, excesivamente exigente y cruel a sabiendas de que fue un torero de época, un artista reconocido en el mundo del toreo con el rango de figura. Girón sufrió mucho cuando Maracay prefería a Pepe Cáceres, o le reclamaban tal o cual detalle dejando de lado su grandeza reconocida por los más exigentes españoles o mexicanos. No comprendía por qué Caracas no le trataba como Lima o Bogotá. Un día, en la casa del gran aficionado Roberto Morales Legaspi, en Coyoacán, conversando con José Alameda, surgió el tema de César Girón. Alameda, de gran cultura histórica taurina, testigo de los hechos y acontecimientos más relevantes en la edad de plata del toreo y en especial protagonista de los acontecimientos en la historiografía contemporánea del toreo, me dijo: –Mira, Víctor, a César Girón le faltó ser torero en la calle. Era demasiado grande en la plaza, pero equivocado en la calle. César Girón fue una prolongación mejorada de Carlos Arruza, y mucho más completo que Armillita. No hay duda. Le faltó un relator de sus éxitos, una pluma que cantara sus proezas y narrara su epopeya. César Girón se encerró en sí mismo sin darse cuenta que necesitó una voz, distinta a la suya que era agresiva y hasta llegaba a la ofensa cuando cantaba sus triunfos. Pasó el tiempo y Girón se fue a España. Intentó poner en orden las cosas de su casa, pero sin suerte. Se vió y se sintió sólo en el inmenso vacío que provoca en yo interno de los famosos, cuando de las marquesinas desaparecen sus nombres. No soportó ser uno más, otro de la calle y por eso el adiós de César duró poco esta vez. Volvió a los ruedos en Canarias y se alistó al grupo de los “guerrilleros”, que así llamaban a la sociedad que formaron Manuel Benítez “El Cordobés” y Palomo Linares, con un grupo de toreros entre quienes estaban Gregorio Sánchez, Fermín Murillo, el mexicano Alfredo Leal, 163


Juan José y Gabriel de la Casa. Los “guerrilleros” Benítez y Palomo en realidad eran los dueños del circo. Los demás iban vestidos de mercenarios, incluyendo al gran Girón. Era muy cómodo hacer campaña con la “guerrilla”, además daba buenos dividendos. Era lo mercachifle del toreo, época que le haría mucho daño sembrando las verbenas de las plazas portátiles. Lo que se le pedía era ser primer espada y no sortear. Es decir, dejarle los toros más cómodos a Benítez y a Palomo. De cualquier manera era cómodo, porque El Cordobés y Linares lidiaban toros muy cómodos, de las mejores ganaderías, en la plaza portátil que bautizaron “La Guerrillera” por los pueblos de España. Reapareció en Venezuela mano a mano con Paco Camino en Maracaibo, con toros mexicanos de Reyes Huerta. Su actuación fue triunfal, pues además de cortar un rabo su toreo manifestó una interesante evolución. En la tarde de su reaparición en Caracas el público lo recibió de uñas. La afición capitalina, que se había encontrado con Girón la tarde de la encerrona con los toros de “Valparaíso” se sintió defraudada con la vuelta de César a los ruedos. “¿Y tu creías que me querían? No hombre, ese día llenaron el Nuevo Circo para echarme”. Una tarde en La Guacamaya, una finquita de recreo propiedad de Oswaldo Michelena en Valencia, me confesó que propondría a la municipalidad el arrendamiento de la plaza de toros Monumental de Valencia. Era la plaza de Manolo Chopera y Sebastián González. Se rumoreaba que el empresario donostiarra ya no quería seguir. Cesar Girón se hizo empresario de Valencia. Siempre tuvo un especial afecto por esta ciudad, donde estaban sus buenos amigos el doctor Zadala Ramos, Manuel Urquía, Polo Castellano, el doctor Cafroni, un estudioso hombre de leyes y tratados jurídicos, John Díaz Carabaño, César Dao Colina, la gente de “La Españolita” donde tuvo César Girón en vida una peña y un museo, lo que nunca tuvo en Maracay. Esta peña fue obra de Ángel Rodríguez Manau, un catalán que echó allí raíces muy profundas, que con bonhomía, singular simpatía y marcada clase fundó una reunión que tuvo el velado propósito de exaltar los méritos de César Girón. La grandeza del gran Girón no era apta para ser vista o comprendida 164


por aquella afición aturdida por los resonantes cohetones que nacieron de las voces de sus guías taurinos, entre ellos “El Califa”, y que admiraba a Ángel Soria, porque había muerto torpemente en Arenas de Valencia, y admiraba a “Chicuelo de Caracas”, porque decían que había matado a “Tigrón”, un toro criollo de descomunal presencia. Era la de Valencia una afición que vivía de cosas que no había visto, de cosas que le contaban, y no se daba cuenta que frente a ellos, ante sus narices, tenían de cuerpo presente a uno de los genios del toreo, al gran conquistador de América y de Europa. Esa fue la principal misión de Ángel Rodríguez en su tertulia de “La Españolita”. En Caracas, nos reuníamos con César todos los lunes. Comíamos juntos, al mediodía. La cita era en El Mesón del Toro. El grupo lo integraban Sergio Flores, Carlos Saldaña, Alberto Ramírez Avendaño, Ramón Medina Villasmil, Juan Campuzano, Felo Giménez, el Negro Carlos Silva, Federico Núñez, Rodolfo Serradas “Positivo”… A veces nos reuníamos en un restaurante de Pro-Venezuela, en la Avenida Casanova. A César le gustaba mucho el mondongo y en este sitio lo preparaba muy bien la negra Magdalena Hernández, encargada de la cocina, natural de los Valles del Tuy. César bromeaba con Magdalena. Le tomaba el pelo y se metía en la cocina. La negra se hacía la que estaba disgustada, pero le gustaba “la entrepitura” de Girón. Sergio Flores le acompañaba en las travesuras y un día Sergio nos preparó una paella en la cocina de aquel restaurante de Pro-Venezuela. Cuando desapareció Pro-Venezuela la tertulia se trasladó al Mario’s de la Avenida Casanova. En Caracas, César tenía un cuarto en casa de su primo César Perdomo Girón, en Maripérez, su mejor amigo, consejero, socio y su segundo padre, porque Perdomo, aunque un hombre joven, tuvo que salirle al toro de la vida mucho antes que César lo hiciera, y su inteligencia natural, criollísima suspicacia, sus contactos políticos logrados con su conducta intachable de hombre de lucha indomeñable, le dieron gran prestigio y mucho respeto desde muy corta edad. La idea de César era convertir a Valencia en la plaza grande de Caracas. Hizo un estudio que involucró toda la zona de Carabobo, Yaracuy, Aragua, parte de Guárico y de Lara... Girón quería organizar unos 30 espectáculos al año, con el soporte de un mercado cautivo. “Lo primero que tenemos que asegurar es el ganado”, era el tema permanente de César, y para ello se buscó una finca para traer de México y de Colombia corridas de toros, muchos erales para que crezcan en la finca y no tener que esperar por las corridas hechas. 165


Era César Girón un mar de contradicciones, y los contrastes surgían durante su metamorfosis existencial, la que lo llevaba en un tránsito desde las raíces profundas de sus orígenes sociales, hasta la suma elevación de sus logros profesionales. Se sabía triunfador, pero su drama era que quería y necesitaba que el mundo entero, pero en especial Venezuela y los venezolanos, se enteraran de sus triunfos y de sus logros, festejara sus éxitos y reconociera sus sacrificios. En su egoísmo y su vanidad no comprendía que algo tuviera más mérito que lo hecho por él, haber llegado a España con una maleta de cartón y una espada, y haber regresado con las arcas llenas, haber sido un desconocido en España y el haberse tuteado con marqueses y marquesas en El Pardo junto al Generalísimo Francisco Franco. Un Pizarro, un Hernán Cortés, un conquistador venezolano, que fue y conquistó a España, sometió a los españoles y quería someter el recuerdo de su niñez, de su origen, de su clase en un país clasista, mestizo, bullanguero. ¡Cómo le gustaba que dijeran que él, César Girón, era “Venezuela vestido de luces”! Organizó en Valencia la empresa Mycepa, nombre que reunía en sus sílabas los tres nombres de sus queridísimos hijos: Myrna, César y Patricia. Manolo Chopera no se encontraba a gusto en Valencia. Es la verdad. No entendió la plaza grande ni a los valencianos, y la última corrida que dio fue el debut de la ganadería de “Bellavista”, festejo en el que actuó César Girón. César, José Fuentes y Curro Vázquez. Un fracaso económico terrible, lo que aprovechó Manolo Chopera para hacer una limpieza de corrales lidiando los seis toros de “Bellavista” y otros tres de ganaderías mexicanas. Declaraciones en la prensa de César Girón, sobre la corrida de “Bellavista”, provocaron que Carmelo Polanco, propietario de la vacada, respondiera furibundo contra el maestro del toreo. Lo cierto es que los toros que se anunciaron como de “Bellavista” ni siquiera habían nacido en el país. Habían venido como pie de cría de Colombia. Los trajo Antonio García, desde las sabanas de Bogotá donde está la finca El Cairo de Francisco García, con la intención de fundar él, Antoñito, una ganadería. Lo que sucedió fue la primera reacción de una cadena infinita de lloriqueos de los ganaderos venezolanos. Fue la primera lágrima de los nuevos ganaderos, de los que seguirían un supuesto camino de sacrificios y de venezolanidad, en el que reclamarían una especie de “Patente de Corso” para actuar casi siempre al margen de las ordenanzas y 166


reglamentos, exigiendo las notas del himno nacional y el cobijo del tricolor patrio por cada movimiento que realizaran, como si el criar ganado bravo fuera una actividad sagrada que le da privilegios sobre el resto de los ciudadanos. La arremetida, ofensiva por cierto, de Carmelo Polanco contra César Girón, no sería la única. Polanco anunció en una entrevista concedida a Últimas Noticias, la prohibición de pisar su ganadería. Los criadores de “Bellavista” preferirían en el futuro que aspirantes a novilleros, toreros fracasados y aficionados prácticos, les hicieran los tentaderos. Los resultados no se hicieron esperar. Hoy queda de “Bellavista” el nombre, y una memoria ficticia que se repite a manera de leyenda. César Girón también encontró cerrada la puerta en “Guayabita” y nunca le invitaron a la ganadería de “Tarapío”, donde hacían los tentaderos Tomás Parra y Joselito Torres. A Girón, un torero que era invitado a las mejores ganaderías de España, el Perú, México y Colombia, para hacer los tentaderos, para tentar los machos, que gozó de gran cartel como tentador, le cerraron las puertas de las ganaderías en Venezuela. El único ganadero que respetó y le guardó fidelidad fue el doctor Alberto Ramírez Avendaño, de la ganadería larense de “Los Aranguez”. César fue de muchacho su compañero de en la escuela y en sus inicios taurómacos y cuando la ganadería nació de la inspiración de Alejandro Riera Zubillaga y de Alberto Ramírez Avendaño César Girón puso en contacto a Riera y a Ramírez con el doctor Benjamín Rocha que poseía en Bogotá una ganadería fundada con reses procedentes de Francisco García y de Santa Coloma, y otra que pastaba en un emporio arrocero que Rocha tenía en el llano colombiano. Las dos ganaderías de don benjamín Rocha Gómez, la de Achury Viejo, en Sesquilé, Cundinamarca, y la de El Aceituno, que estaba en el llano, se crearon luego de una experiencia poco afortunada con reses de Francisco García y de Mondoñedo. Comenzaron con las únicas vacas que vendió para América don Agustín de Mendoza, el Conde de la Corte, y con vacas de Soler. César Girón, como gran aficionado que era, y buen conocedor del toro de lidia, sabía muy bien el valor de la sangre de los toros del Conde de la Corte, rancia procedencia de la ganadería fundada a finales del siglo XVIII por el Conde de Vistahermosa. Fueron Alberto y Alejandro Riera con César Girón a tentar en casa de don Benjamín Rocha. En Achury Viejo, la finca que poseía Rocha en Sesquilé, cerca de 167


Bogotá, en un hermosísimo paraje con una casa solariega que dicen sirvió de abrigo y de posta en el camino al Libertador Simón Bolívar, cuando el caraqueño iba y venía de Bogotá, se aprobó un toro de nombre “Almejito” que luego sería un factor importante en la fundación de la ganadería de “Los Aranguez”. Este toro, nacido en Colombia, estaba marcado con el hierro andaluz de don Joaquín Buendía Peña. Ignoro el porqué, pero aseguraban que era puro en su origen, es decir hijo de vaca española y de padre español. Sus hechuras denunciaban una marcadísima procedencia ibarreña; al extremo de parecer más un toro de Murube que de Santa Coloma. No se pudo adquirir, a pesar de los esfuerzos de César Girón, el ganado condeso y en su lugar, con base de Guayabita, se enfiló “Los Aranguez” en su formación hacia otros derroteros, pero sin la supervisión de César Girón, quien había recomendado adquirir ganado mexicano antes que meterse en los laberintos que significaba “Guayabita” u otras ganaderías colombianas. La amistad surgida entre Ramírez Avendaño y los criadores de La Sabana de Bogotá, los hijos de Rocha, Antonio García, el pintoresco Santiago Dávila y la hija de la mítica Clara Sierra, Isabelita Reyes de Caballero, merece otro comentario. Es una sociedad de ganaderos que reflejaba la forma y el fondo de lo que siempre ha sido la gente de Bogotá. Gente distinta a la del resto de la América Latina, gente que es profundamente cristiana en sus formas, actitudes y posiciones, pero grandemente injusta en aquello de “amarás a tu prójimo”. Todo esto hizo que la meta de Los Aranguez, para fundar la ganadería, centrara su meta en el rebaño de Colombia. Más tarde adquirirían en el Valle del Cauca, en casa del doctor González Piedrahita, vacas de Las Mercedes. Estas vacas “gonzaleras”, protagonistas importantes en la base de la ganadería brava venezolana, sirvieron, más tarde, como pretexto para que naciera la amistad entre Jerónimo Pimentel, matador de toros madrileño, de Cenicientos, y Alberto Ramírez Avendaño. En México, César tenía mucho cartel, y muy buenos amigos ganaderos. Entre los criadores estaba el ingeniero Federico Luna propietario de La Laguna, una de las vacadas más puras de Saltillo, ganadería que en su mejor época fue elogiada por “Manolete” y las grandes figuras del toreo, y César tenía manera de adquirir vacas y sementales laguneros. ¡Claro! Había una gran diferencia en los precios de “La Laguna” y las buenas ganaderías mexicanas y “Guayabita”, y, por supuesto, ¡en 168


calidad! Esta “diferencia de precios” sería siempre una gran diferencia entre las ganaderías venezolanas y las del resto del mundo; por eso no tardaría para que el ganado que forma la cabaña brava venezolana, formado con desechos de desechos, se convierta en el sótano del edificio de la ganadería mundial. Por eso César me decía: “Esas vacas que hoy compran en dólares, mañana las venderán a locha. Este negocio no es para limpios. Si se quiere tener una buena ganadería, ser ganadero de postín, hay que gastar dinero”. Las cosas han sucedido mucho antes de lo que César Girón lo vaticinara. La historia de César Girón como empresario fue breve, aunque nutrida de experiencias. Debo decir que en sus carteles los únicos toreros venezolanos que contrató fueron sus propios hermanos Curro y Efraín; y él mismo que actuaba en las grandes ocasiones y combinaciones. Jamás contrató un torero venezolano distinto a sus hermanos. Para 1970, César y su empresa presentaron atractivos carteles en Valencia, sin lograr entusiasmar al público. Las pérdidas fueron cuantiosas. Trajo de México toros de Zotoluca, El Rocío, La Laguna y Reyes Huerta, y contrató a diestros consagrados como Antonio Ordóñez, Santiago Martín “El Viti”, Palomo Linares, el joven José Luis Parada que debutaba en Venezuela, el también debutante Antonio Lomelín, mexicano, valiente como pocos. Por supuesto sus hermanos Curro y Efraín. Uno de los carteles lo integraron Ordóñez, El Viti y el propio César, con toros de Reyes Huerta; y sin embargo la gente no acudió a la plaza. Este fracaso preocupó mucho a Girón; pero, en vez de rajarse, se interesó en conocer el motivo del fracaso. Aquel año de 1971 lo vivió entre Caracas y Valencia, pero con residencia en Maracay. Se le veía con frecuencia por el amplio y hermoso Paseo de Las Delicias entregado a sus largas caminatas, las que remataba a media mañana en La Maestranza para torear de salón y hasta para jugar una breve partida de fútbol. En El Cubanito se desayunaba a diario con un par de batidos de melón y ya al mediodía se iba a Caracas. No bebía. Comía en el Mesón del Toro en Sabana Grande, o en Mario’s de la Avenida Casanova, y todos los días regresaba a Maracay donde le esperaban. César vivía una ilusión sentimental que le revivía y había transformado. Valencia realizó una temporada interesante de la que recordamos las 169


dos grandes corridas del Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo. Una de ellas, la del sábado 26 de junio, sería la última de César. Triunfal, apoteósica, así fue su despedida de los ruedos. Tan marcada en el recuerdo como aquel “adiós a Madrid”, al que Cañabate en su reseña del ‘ABC’ tituló “Adiós por naturales”...El adiós de César Girón en Valencia fue digno de su fulgurante carrera. Contrató para la corrida a Antonio Bienvenida y a Luis Miguel Dominguín y compró una corrida de Reyes Huerta. Para el día siguiente anunció toros de Javier Garfias, para una Corrida Goyesca con Curro Romero, Manolo Martínez y Efraín Girón. César salió a hombros aquella tarde. Fue el primero en abrir la Puerta Grande en la historia de la Monumental. Cortó cuatro orejas, dos en cada toro. Hubo un momento cuando toreaba por naturales, que desde el centro del redondel apuntó con la punta de su estoque, acero heridor de triunfos y espada que bien utilizada sirvió para abrir caminos en gestas heroicas, lo apuntó hacia el Palco Presidencial. Allá, en el Palco, estaba su amigo, el doctor Rafael Caldera, Presidente de la República. De inmediato, levemente cruzado al pitón contrario, trazó una tanda de naturales muy templados, acariciantes, cimbreante la cintura y los flecos de la muleta apenas rozaban las arenas que le despedían de su vida profesional, muleta que llevaba atados los pitones del toro poblano, de nombre “Fabiolo”, que fue el último en su vida. La salida a hombros de Girón, en medio de dos pilares de la torería, como son la Casa Bienvenida y la Casa Dominguín, las dos representadas por sus mejores toreros, Antonio y Luis Miguel, iban de escolta del mejor torero de América que salía del coso a hombros del pueblo de bronce, mestizo e iracundo, que lo izaba como bandera de triunfo, de triunfos que necesita la nación venezolana para recobrar su desaparecida identidad. Salió redivido de las corridas del Sesquicentenario. Con más ideas, mejores proyectos. Manifestaba satisfacción en su orgullo porque comenzaba a poner en marcha el sueño grande de la gran plaza. Siempre quejoso, pero animado a emprender distintas empresas. Iba con mucha regularidad a Caracas, y no dejaba de pensar cómo organizar corridas de toros con los mejores toreros del mundo, con el sólo propósito de ganarles la pelea. En una ocasión toreó mano a mano con Dámaso González, que estaba de moda por sus alardes de valor ante los toros, y remedó al albaceteño en cada postura o actitud ante los toros de San Mateo, cinqueños y en 170


puntas, ganándole la pelea. Manifestó su deseo de reunir en la Feria de la Naranja a los mejores toreros del mundo. –No me importa el dinero. La plaza de Valencia debe sembrar para luego cosechar. Si traemos a los mejores toreros y a las mejores ganaderías, las cosas tienen que salirnos bien. Con el tiempo Valencia será como Sevilla, donde la gente va por inercia a la Feria de Abril, sin conocer los carteles pero sabiendo de antemano que en Sevilla se presentan buenos carteles y se respeta al público. Eso es lo que tenemos que hacer ¡Sembrar para luego cosechar! Hablaba de su proyecto “La feria de los famosos” y mostraba el boceto de los carteles con la famosa fotografía de Cuevas en la que vemos a César en un ayudado por alto, por el pitón derecho, el toro de Urquijo con las manos por delante y las astas que apuntan hacia el cielo, hacia la gloria. –Abriré con Luis Miguel y Paco Camino. Contrataré a Manolo Martínez, Miguel Márquez, Palomo y veré si Currito (su hermano) se pone a tono. Sabes que “don Francisco” a veces se pone cómico. César se refería así a Curro, cuando las relaciones fraternales estaban tensas. César siempre cuidó de Curro, pero siempre le celó. Lo mismo Curro, siempre reconoció la grandeza de César, pero le celaba mucho y actuaba con malcriadez en muchas oportunidades. César siempre veló por sus hermanos. Incluso cuando estaba disgustado. A su manera y muy particular estilo fue más que un protector y un padre para ellos. Para octubre de 1971, Federico Núñez y Oswaldo Michelena organizaron en la Monumental de Valencia un festival taurino. Estaban en boga en México los “festivales del recuerdo”, aprovechando que los toreros gloria de la “Edad de Oro “de México todavía se atrevían. Gracias a las buenas diligencias de Michelena contrataron a Silverio Pérez, Luis Castro “El Soldado”, Alfonso Ramírez “El Calesero” y a Luis Procuna; además de siete bellísimos novillos de siete diferentes ganaderías mexicanas que fueron donados por los ganaderos aztecas. Novillos muy bien presentados y de excelente procedencia. Federico contrató en Venezuela a Eduardo Antich y a Luis Sánchez “El Diamante Negro” y al novillero Carlos Reynaga, “El tornillo”, que había destacado en la temporada. Por uno de esos incomprensibles motivos que se escudan en ordenanzas la Comisión Taurina, impidió la celebración del festival para el día que estaba anunciado, alegando la tardanza de la llegada de los toros a la Monumental. Se casaron con la 171


letra de la Ley exacta. ¡Inflexibles! La tardanza fue de unas 24 a 30 horas. Siete hermosos novillos de irreprochable presencia, con más trapío y peso de muchos de los toros lidiados “reglamentariamente” en Valencia, pero el festival fue pospuesto por una semana y las pérdidas en dinero fueron cuantiosas. Los gastos de los toreros, su estada en hoteles, la devolución de entradas, gastos publicitarios. Una verdadera calamidad. El día de la suspensión, Oswaldo Michelena, con gran sentido del humor, nos invitó junto a los maestros mexicanos a su finca “La Guacamaya”. Entre las personas invitadas estaba César, quien compartió con Silverio, El Calesero, Procuna y El Soldado, que comentaban los planes de Girón en convertir a la Monumental en un coso de actividad permanente durante el año. No sólo para asuntos taurinos, sino también para otro tipo de espectáculos. Por aquellos días surgió un delicado problema entre Manolo Chopera, Sebastián González y la Asociación de Criadores de Toros de Lidia de México por unas vacas que envió a Venezuela a nombre, Ángel Procuna, representante del vasco en tierras aztecas. Vacas que supuestamente eran de “Torrecilla” y venían destinadas a la ganadería de “Tierra Blanca”. Con el tiempo se descubriría que Ángel Procuna le jugó con cartas marcadas a “El Mudo” Llaguno, cuando le compró las vacas y le dijo que eran para una ganadería mexicana, y a Chopera, cuando le dijo que las vacas eran de “Torrecilla” y lo cierto fue que Procuna en el camino cambió las vacas de “Torrecilla” por otras de otra procedencia (dicen que de San Diego de los Padres) y las envió a Venezuela. Lo cierto del asunto es que se violaron las leyes de la Secretaría de Agricultura de México y las ordenanzas de la Asociación de Criadores de México, se engañó al ganadero de “Torrecilla” y fueron timados Sebastián y Chopera. Para subsanarlo, unos días antes de la llegada de los toros para el festival y para las corridas que anunciaba la empresa Martínez-González para la Feria de Caracas, llegaron a Venezuela unos representantes de la Asociación de Ganaderos para sacrificar las vacas. Vinieron, fueron muy bien atendidos, hicieron su pantomima en la finca de Tierra Blanca en Villa de Cura y todos tan contentos. Cuando se realizó el festival en Valencia, en Caracas se inauguraba, la misma tarde, la feria con una memorable corrida de “Tequisquiapan”. 172


Ese día César Girón estaba en el callejón de la plaza. Vestía una franela blanca, de mangas largas y cuello de tortuga y calzaba mocasines blancos, sin medias. Salió a la arena cuando Eduardo Antich se vio “aperreado” por su novillo. Hizo el trabajo de un gran banderillero y le sirvió de peón de brega a Eduardo. Fue la última vez que César Girón se puso frente a un toro. Girón ha sido el más venezolano de todos los toreros. Jamás perdió su acento criollo, su dejo caraqueño, su forma abierta de decir las cosas. Guardaba adentro de su alma una gran admiración por España y se quejaba de que no pudiéramos hacer las cosas en el toreo como la hacían los taurinos españoles. Reclamaba un nacionalismo recalcitrante, porque se sentía huérfano del cariño de las masas. Entre las muchas manías que tenía César Girón estaba la de guardar objetos. Era un peligro cuando iba a una comida, una reunión, donde servían con cubertería lujosa, porque siempre se guardaba una cucharilla; o cuando iba a un restaurante. Se metía en el bolsillo un cenicero de lujo, un plato de loza fina, lo que le gustara. Así era con los relojes. Los relojes pulsera le encantaban y los coleccionaba. Conocí en su muñeca las mejores marcas de relojes y era más fácil que se desprendiera de una buena suma de dinero, por ejemplo, que de un reloj. Por los relojes pulsera sintió una gran debilidad y eran para él como un blasón que significaba conquistas. Cuando venía a Caracas gustaba de ufanarse de una conquista secreta que tenía en Maracay. Aunque no revelaba el nombre de la dama, sí me contaba que ésta para asegurarse que regresaría esa misma tarde a la Ciudad Jardín, le retenía un reloj suizo que César apreciaba mucho. El 20 de octubre de 1971 amaneció Maracay luminoso y muy fresco. César aprovechó para dar su caminata diaria por el paseo de Las Delicias en compañía de Freddy, su hermano menor. Ese día no fue a La Maestranza, porque debía ir a Caracas para tratar un asunto relacionado con un préstamo que había solicitado del Instituto Agrario Nacional (IAN). También, para cubrir algunos trámites de asuntos relacionados con las corridas de Valencia, en compañía de Rafael Felice Castillo, su secretario privado. Nos vimos brevemente en el Mario’s, como casi todos los mediodías. Me fui al diario y él se marchó, con Iván Sánchez, al restaurante El Portón, en El Rosal, donde tenía una cita con varios amigos. En El Portón, casa de Pepe Piñero, se reunió con Julio García Vallenilla, Carlitos García y sus hermanos Curro y Efraín. 173


Cosa muy curiosa. Se reunieron con César algunas de las personas más ligadas y por las que mayor afecto sintió en vida, como si de una despedida se tratara. Ese día Caracas estaba prendida de taurinismo por los cuatro costados. En el Hotel Hilton se reunía la gente de “Tarapío” con los portugueses Joao Pinto Barreiro y Mario Coelho, que habían llegado a Venezuela para rematar las negociaciones de la importación de reses de Europa, habiendo sido la finca de Pinto en Villa Franca de Xira el sitio escogido por las autoridades venezolanas para hacer la estación cuarentenaria de acuerdo a las exigencias de Sanidad Animal Internacional. Salí cerca de las nueve y treinta de la noche de la Universidad Católica Andrés Bello en Montalbán. Aquel día asistí a la cátedra de Filosofía del doctor Marino Pérez Durán y en compañía de mi hermana Milagros, que iniciaba su licenciatura de Comunicación Social asistía a la facultad en la Universidad Católica. Nos acompañaba en ese momento Francisco Pérez Avendaño, gran amigo de casa e hijo del doctor Martín Pérez Matos, célebre abogado caraqueño. Muy cerca de la salida a El Paraíso, escuché en la voz de Carlitos González, comentarista de los juegos de béisbol en Radio Rumbos, que informaba de un fatal accidente de tránsito en el que había perdido la vida César Girón. Fue como si sobre mis hombros se desplomara el cielo, el universo, un peso impresionante y aplastante cuando dijo: “... en un accidente automovilístico en La Victoria, se mató César Girón”. De inmediato fui al periódico, en la Esquina de La Quebradita. Jorge Cahue estaba a punto de abordar la patrulla del periódico para dirigirse al sitio del accidente. Tomé su lugar y junto a Ennio Perdomo, “El Loco”, un gran fotógrafo de sucesos, me trasladé de inmediato hasta el sitio donde había ocurrido el accidente. El fatal percance sucedió a las ocho y media de la noche en el kilómetro 72 de la Autopista Regional del Centro, justamente frente a una gran chimenea de un trapiche aragüeño. César conducía un Volkswagen Carmanggia. Aparentemente, se durmió y estrelló su carro contra la parte trasera de un camión Ford que viajaba, muy despacio y casi metido dentro del hombrillo de la carretera en la misma dirección que iba Girón. Llegamos al sitio. Entrevisté al ayudante del chofer, que aún se encontraba en el sitio del percance. El conductor del camión Ford, contra el que estrelló Girón, el vehículo que manejaba era el tachirense Parménides Haarón Colmenares, natural de San Cristóbal. El ayudante del chofer me contó que sintieron un gran ruido, y que Parménides 174


Chacón detuvo el camión en ese mismo instante. El vehículo de carga iba muy despacio y por eso rodó muy poco, escasos metros, desde el sitio de la colisión. Cuando Chacón revisó encontró a un carro rojo incrustado en la parte trasera. Parménides, naturalmente, no sabía de quién se trataba. De inmediato sacó el cuerpo herido y sin conocimiento, entre el amasijo de hierros torcidos que le abrazaban. Pidió ayuda sin tener respuesta. Al rato, luego de que varios automóviles pasaron sin atender a la solicitud de auxilio, se detuvo un automóvil. Era el Gobernador del Estado Portuguesa, Valdemar Cordero Vale, quien condujo a César Girón hasta Maracay y lo entregó en Emergencia del Hospital Central. Contó el Gobernador de Portuguesa que al llegar al Obelisco, monumento a la entrada de la Ciudad Jardín, sintió que César Girón dejó de existir. Sin embargo la opinión de los médicos fue diferente. El cadáver de Girón fue recibido por los doctores Jorge Pernía y Henry Burguera. Pernía me dijo que no sabía que el muerto era César, hasta el momento que revisaron sus documentos. Burguera me indicó que la muerte fue casi instantánea, y que se debió al hundimiento de la caja torácica en la que recibió un golpe muy fuerte del volante del automóvil, que quedó completamente destrozado. Más tarde, ya en el velatorio, me contó Rafael Felice que se había opuesto a que César regresara a Maracay. –Le acompañé junto a mi esposa y Efraín Girón, hasta el peaje de la autopista en Tazón. Discutimos fuerte porque estaba empeñado en “ir a buscar un reloj que había dejado”. Otro de los argumentos que esgrimió era que tenía que viajar a Carora, a “Los Aranguez”, para seguir sus entrenamientos ya que quería “estar como una hojilla” –así lo decía él–, para las corridas feriales. César se lavó la cara en la caseta de la Guardia Nacional, les dijo hasta luego, le dió la bendición a Efraín y se marchó. Rafael Felice Castillo se quedó muy preocupado. Cuando consideró que había transcurrido el tiempo para que hubiera llegado a su casa, Felice llamó a Maracay. El teléfono estaba ocupado y Rafael pensó que era César, que había llegado a su casa y conversaba. Sin embargo insistió, y al fin, cuando pudo comunicarse, una de las hermanas le informó que había muerto. El miércoles 20 de octubre en la mañana Maracay hervía en su corazón. El cadáver de César Girón fue llevado de la Gobernación de Aragua, 175


antiguo Hotel Jardín, el mismo sitio donde intentó robarle el traje de luces a Carlos Arruza, más tarde su padrino de alternativa, el hospedaje de Manolete y de Solórzano, de las grandes figuras del toreo que de niño le inspiraron y entusiasmaron. Fue un rosario infinito de gente del pueblo. Muchos de ellos jamás le vieron en una plaza de toros. Otros, le siguieron por las plazas de todo el mundo. Todos sabían que ese cuerpo inerte era el de un venezolano singular, distinto, rebelde, dueño de profundas contradicciones que le llevaron al triunfo y al dolor por no sentirse reconocido en la inmensidad de su propia verdad. El cadáver fue paseado por el ruedo de la plaza de toros La Maestranza. Las gradas se llenaron de pueblo. Del corazón de una nación que plenó el circo surgieron impresionantes expresiones de dolor.

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Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro” junto a Manuel Vílchez “Parrita” en el Nuevo Circo de Caracas.

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El Diamante Negro, ídolo de multitudes

La cuna de Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro” en Ocumare del Tuy fue de origen muy humilde. El campo tuyero ofrecía lágrimas y sudor para amasar la vida de los desposeídos. En estos cálidos predios se criaba ganado y así fue que por primera vez y casi por razón de vida tuvo, casi a la fuerza, contacto con los bovinos. Llegó a familiarizarse en el manejo de los toros, sin que ello provocara su afición por la profesión que le daría a la postre fama y fortuna. A Caracas llegó Luis Sánchez muy joven, casi un niño y por mediación de Marquitos Vélez dio sus primeros pasos como becerrista en la plaza escuela de “La Morena del Prado”, durante el año de 1944, con presentación formal como novillero el 19 de abril de 1945. Última función en la historia del Circo Metropolitano de Caracas. La presentación del novillero ocumareño fue en la parte seria de un espectáculo cómico: la cuadrilla bufa de Darío Albornoz “Serranito”. Relatan las crónicas que “El Diamante Negro” cortó una oreja y salió a hombros e inició el camino brillante del torero ídolo de multitudes. 179


El año 1945 fue generoso para Luis Sánchez Olivares. Tanto que llegó a formar incipiente pareja novilleril con el prospecto carabobeño Alí Gómez, “El León de Camoruco”. Aprovechando el cartel que gozaba entre los entusiasmados caraqueños, viajó a Suramérica en la temporada de 1946. Primero fue a Ecuador y luego a Colombia, para regresar a la patria el 16 de junio y presentarse en el Nuevo Circo con Pepe Chalmenta y el mexicano Rutilio Morales. No fue sino hasta el 19 de enero de 1947 que logró pisar fuerte en la plaza del Nuevo Circo, tarde que le cortó dos orejas y un rabo a un novillo criollo de Segundo Briceño. Fue el día que alternó con los novilleros españoles Antonio Aragón “El Niño del Hospicio”, más tarde famoso hombre de radio y luchador social, y Pedro de la Casa “Morenito de Talavera Chico”. Ese cartel se repitió a la semana y las reses fueron tan mansas que el público enfurecido quemó los palcos y todo el maderamen de la plaza caraqueña. El seis de febrero se atrevió a cruzar el océano Atlántico. Viajó a España, un trayecto inverosímil en aquellos días de la postguerra. Hizo su presentación como novillero en Logroño, alcanzando un importante triunfo al cortar cuatro orejas y un rabo. Como dato curioso les diré que era la primera vez que Luis se enfrentaba y lidiaba ganado de casta. La memorable fecha fue el 11 de junio de 1948. De allí en adelante, los triunfos se contaron por actuaciones. Se rindieron ante el embrujo de “El Diamante Negro” las plazas de Córdoba, Azpeitia, San Sebastián, Sevilla y otras. Hasta llegar a la Monumental de Las Ventas en Madrid, donde toreó con el hijo de Joaquín Rodríguez “Cagancho” y Alejandro García, toros de Garcigrande. El triunfo más importante fue alcanzado en Granada, tan rotundo y contundente que precipitó los planes para tomar la alternativa. La investidura ocurrió el 29 de septiembre en la Maestranza de Granada. Punto final a su brillante campaña como novillero puntero de la estadística española, culminada en primer lugar con 42 festejos, 25 orejas y cuatro rabos. El padrino del doctorado fue el madrileño Paquito Muñoz y el testigo Manolo González, al que distinguían los panegiristas de la crónica 180


taurina como “La Giralda vestido de luces”. Los toros pertenecieron a la histórica divisa de Saltillo, propiedad de don Félix Moreno Ardanuy. La primera actuación de “El Diamante Negro” como matador de toros en Venezuela fue el 28 de noviembre de 1948, mano a mano con Raúl Acha “Rovira”, lidiando toros de Vistahermosa. La corrida tuvo que celebrarse a las dos de la tarde, porque la situación política de la ciudad era muy confusa como consecuencia del derrocamiento del presidente Gallegos y de la instauración de un régimen militar. “El Diamante Negro” toreó mano a mano con Luis Procuna el 27 de marzo de 1949, cobrando 17 mil 500 dólares, suma jamás antes imaginada por torero venezolano alguno y uno de los honorarios más elevados cobrados, hasta aquel entonces, por cualquier torero nuestro país. Cada uno cortó tres orejas y rabo y salieron a hombros. Buenos toros de Guayabita. Primer gran triunfo de “El Diamante” en Caracas. El tres de abril hizo su presentación en Maracay, sólo ante cuatro toros de Guayabita. Cortó tres orejas y un rabo. Repitió en Caracas con Bienvenida y Luis Miguel, con toros de Mondoñedo, y volvió a cortar otro rabo, superando ampliamente a los ases españoles. Pero la tarde histórica fue la del 11 de diciembre de 1949, cuando alternó con Antonio Velásquez y Luis Miguel Dominguín en la lidia de bravos toros de Vistahermosa. Cortaron las orejas y los rabos, saliendo los tres espadas a hombros del Nuevo Circo. Esta tarde es una de la más recordadas por la afición capitalina, por haber marcado una gesta trascendental en nuestra historia. El ascenso de Luis se tronchó al encontrarse con una puñalada asesina del monosabio López Rizo, que le hizo perder el envión que lo había colocado en interesante sitio profesional. Estuvo más de veinte días entre la vida y la muerte, y la gente se congregaba día y noche a las puertas de la clínica para conocer el estado de salud del torero ídolo. Daniel Santos “El Inquieto Anacobero”, compuso una guaracha que de inmediato pegó en las radioemisoras de todo el país, en la que pedía a la Virgen de la Coromoto ¡Sálvame al Diamante Negro!. Tal fue el impacto de la canción, que la Iglesia Católica pidió a la Junta Militar de 181


Gobierno prohibir su difusión a través de las emisoras de radio, lo que el gobierno de inmediato complació para granjearse la simpatía clerical. Reapareció en nuestros ruedos durante la temporada de 1950, alternando con Miguel Báez “Litri”, Julio Aparicio y Manuel Calero “Calerito” en las plazas de Caracas y Maracay. Anunciado como nuestra gran figura, pero sin los éxitos de antes. Lo mismo ocurrió en 1952, cuando el 27 de enero dejó ir un toro a los corrales la tarde que Luis Miguel cortó cuatro orejas y un rabo. Esa temporada se estrenó entre nosotros el rondeño Antonio Ordóñez, quien debutó cortando cuatro orejas y un rabo en el Nuevo Circo. Fue el 31 de enero de 1954, cuando la terna de “El Diamante Negro”, Joselito Torres y César Girón hicieron el paseíllo en la Maestranza de Maracay, agotando el papel desde tempranas horas de la mañana. César cortó dos orejas, un rabo y la primera una pata concedida en esa plaza. “El Diamante Negro” y Joselito Torres pasaron a la enfermería. Luego Luis Sánchez y César Girón repitieron y salieron a hombros. Se suscitó la rivalidad con César, sin alcanzar los resultados que el contraste artístico y personal de los toreros prometía. La administración de los coletas se interpuso y la afición se quedó sin lo que pudo haber sido la pareja angular del toreo nacional. Otro desgraciado percance que le ocurrió a Luis tuvo lugar la tarde del 10 de diciembre de 1957 cuando toreó con Ángel Peralta, Miguel Báez “Litri” y Anselmo Liceaga en el Nuevo Circo. Toros de Peñuelas. Había “El Diamante Negro” cortado dos orejas en su primer toro, y estaba cuajando la faena de su vida cuando recibió una gravísima cornada en el cuello. Peralta, hombre de gran experiencia, le salvó la vida en el redondel, mientras en el quirófano fue la sabia intervención del doctor Guillermo Angulo López la que le arrebató la vida del ídolo a la muerte, que se la llevaba prendida en la medialuna de su guadaña. Continuó Luis Sánchez por los ruedos sin los éxitos anteriores y el 29 de septiembre de 1963 se despidió en el Nuevo Circo alternando con Antonio Bienvenida y Félix Briones lidiando toros de Xajay. 182


Reapareció luego en el Nuevo Circo el 12 de octubre de 1971, la misma fecha de su apoteosis granadina, con Dámaso González y Paco Camino lidiando toros de “Tequisquiapan”, y luego fue a San Cristóbal el 21 de enero de 1972 con Miguel Márquez y Paquirri, con toros de González Piedrahita. Fue esa la última vez que “El Diamante Negro” se vistió de luces. Después actuó en festivales benéficos a los que concurría el público masivamente para admirar y aplaudir al torero ídolo. En la actualidad vive en Maracay, rodeado del fervor y afecto de sus familiares y del respeto de la afición.

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. Viñeta

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186 Curro Girรณn en tarde de apoteosis en la Monumental de Pueblo Nuevo de San Cristรณbal


Curro Girón, figura del toreo

Si nos preguntan qué torero tiene el perfil de figura, responderíamos que Curro Girón, sin reparos. Curro lo encarnaría de las zapatillas a la castañeta, sin necesidad de improvisados ajustes. Todo en él era natural, además, propio. Tan natural era su actitud, que siempre se distinguió entre sus competidores, porque fue figura tanto en Europa como en las plazas importantes de nuestra América. Hombre de simpatía genuina que con su gracia natural, se colocaba en el centro de la atención en cualquier reunión. Hablar de toros con Curro, era delicioso. Además del ingrediente de su experiencia, salpicaba la plática con anécdotas por él vividas. Viene hoy a estas páginas su recuerdo, porque conmemoramos su partida, cuando teniendo varios contratos firmados para actuar en México bajo el apoderamiento de nuestro paisano Rafael Báez, se fue de este mundo dejando inconclusa la temporada de 1988 aquella noche del 28 de enero. Consideramos que Curro Girón ha sido uno de los grandes toreros de América y una auténtica figura de la fiesta respetado por España. Las 187


razones que fundamentan este racionamiento son que si un torero se califica por sus triunfos, deben evaluarse las plazas donde actúa y sus alternantes en la medida de la estatura y de su jerarquía profesional de con quienes ha realizado su carrera y, sobre todo, con quienes ha competido. Cuando Curro entra en la escena histórica del escenario de su brillante carrera, encuentra en el escalafón de matadores de toros a Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín, Manolo González, Rafael Ortega, Pepín Martín Vázquez y Antonio Ordóñez como capitanes del grupo español de figuras del toreo, que contaba además con Pedrés, Litri, Julio Aparicio, Antonio Chenel “Antoñete”, Manolo Vázquez, Diego Puerta, Paco Camino y Curro Romero, y sin olvidar el imbatible Manuel Benítez “El Cordobés”. Alternó con todos y con todos pudo. Su hermano César vivía la intensidad de su legítimo estrellato. Su competencia con Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro”, Joselito Torres y César Faraco llenaban el momento más importante de nuestra historia taurina. Cuando Curro Girón daba sus primeros pasos en la profesión, en México, nación taurina por excelencia siempre muy ligada a Venezuela por sus toros y sus toreros, tenía una baraja variada de toreros importantes. Era la época de Manuel Capetillo, que le marcaba el paso a grandes figuras del toreo universal. Eran los días de Juan Silveti, torero consagrado en España por sus triunfos en Madrid. Eran los días de la moda impuesta por el maestro Alfonso Ramírez “El Calesero”, Rafael Rodríguez “El volcán de Aguascalientes”, Humberto Moro, Antonio del Olivar… y más tarde le abrirían las plazas para el caudal de pasiones que provocarían Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Mariano Ramos y Curro Rivera. Eran ellos los que cortaban el bacalao, y Curro Girón alternó y pudo con todos. Lo mismo ocurrió con la gran figura de Colombia, el maestro Pepe Cáceres, que vivía su rivalidad local con Joselillo de Colombia, sembrador de la fiesta de los toros en muchas ciudades de Venezuela y que aún espera la justicia del reconocimiento. Cáceres y Curro tuvieron encuentros llenos de pasión en Maracay, Caracas, Tovar y diversas plazas venezolanas. Cada uno sembró peñas alrededor de sus nombres, como nunca antes había ocurrido. En Cali este par de auténticos maestros llenó toda una época inolvidable para los aficionados. En aquella época Portugal estaba representado 188


por sus dos grandes toreros, Manolo dos Santos y Paco Mendes. Figurones del toreo a los que el de Maracay puso firmes en el terreno de la competencia que abarcaba desde Madrid a Lima cruzando Sevilla, Bogotá y México. Con todos estos grandiosos toreros compitió el irreverente venezolano, y lo hizo en las plazas de ellos y ante sus aficiones y frente a los toros de aquellas latitudes ya que en Venezuela no existía el toro de lidia. Curro Girón vivió como figura que fue. Tuvo los mejores coches, habitó en las mejores casas, las más bellas mujeres escribieron apasionantes páginas en su vida y los mejores toreros estuvieron en su cuadrilla, como su hermano Rafael, Carlos Saldaña, Rigoberto Bolívar, Vicente Aray “Camachito” y Mario González, en Venezuela, porque en España Andrés Luque Gago le acompañó en sus temporadas como puntero. Más tarde Enrique Bernejo “Bojilla”. Al picador “Chavito” lo bajó del caballo y lo convirtió en su apoderado, sustituyendo a Fernando Gago. Aquellos que sostienen la jerarquía de un torero en cifras o acontecimientos satisfarán sus exigencias y no dudo de que han de calificar el rango a Curro, con sus cinco salidas a hombros en Las Ventas, los triunfos en la Maestranza de Sevilla. Éxitos continuados en Pamplona. En Lima, durante dos, años recibió el Escapulario de Oro del Señor de los Milagros. Tardes de cuatro orejas y dos rabos en la Feria de Cali, una pata entre los muchos éxitos en Manizales y triunfos arrolladores en Medellín. En Venezuela no tuvo rivales entre los nacionales o los visitantes: fue el amo de La Pluma de Oro en el clásico de la temporada nacional, la Corrida de la Prensa y fue triunfador permanente de San Cristóbal, Maracaibo y Valencia donde escribió páginas muy destacadas en los anales de la Historia de la Monumental de El Palotal. Ángel Escobar “Bola de Nieve”, célebre Mozo de Espadas venezolano que de joven se dio el lujo de vestir y servirle las espadas al maestro vallisoletano Fernando Domínguez, vistió por primera vez a Curro Girón en el Hotel Potomac de San Bernardino cuando reapareció como matador de toros en el Nuevo Circo el 3 de febrero de 1957. Fueron toros del doctor Manuel Labastida, toros berrendos de Santo Domingo. Cuenta en la biografía Curro, Yo, Girón, que “esa fue la corrida de toros más importante de mi vida.” Fue el triunfador: cuatro orejas y un rabo y salida a hombros en compañía de César y de Rafael, una oreja cada uno. Allí se encontraron sentimientos, recuerdos e ilusiones. 189


El 17 de febrero del 57, Curro Girón toreó una corrida de toros de Santacilia con Antonio Ordóñez y Alfonso Ramírez “Calesero”. Cartelazo con dos grandes, dos históricos de la fiesta. “El Calesero”, torero de Aguascalientes al que anunciaban como “el poeta del toreo”, tuvo a su servicio, antes de esta su reaparición en Caracas a “Bola de Nieve”. El Calesa, como Fernando Domínguez, fueron muy aficionados al flamenco, el de Valladolid lo bailaba casi tan bien como toreaba con el capote y el de México con su improvisación de coplas y fandangos competía en ingenio de improvisación con el negro “Bola de Nieve”. Los íntimos disfrutaban de las cosas de estos artistas, ante los que Ángel Escobar no se quedaba corto. Luego de triunfos que consolidaron su condición de matador de toros de jerarquía en España, Curro confirmó su alternativa en Madrid. Ha sido la Plaza de Madrid, ya fuera la antigua de La Carretera de Aragón o la actual de Las Ventas del Espíritu Santo, un bastión incuestionable para poder ser considerado el torero una figura de la fiesta o, Maestro del Toreo. Bastión que debe ser tomado por el triunfo, éxito subrayado con la salida a hombros por la Puerta Grande. Nelson Arreaza, apreciado e infatigable investigador de los números en la Fiesta de los Toros, ha sido considerado como el ordenador del toreo nacional. Especie de “disco duro” de los toros en Venezuela, a quien recurrimos con frecuencia para ordenarnos en nuestras apreciaciones, comparaciones y reportajes. A continuación cifras y datos suministrados por este distinguido investigador, referidas a las actuaciones de Curro Girón en Las Ventas de Madrid. Fue su debut en Las Ventas, arena que no pisó de novillero, el 12 de junio de 1958 con una corrida del ganadero salmantino Antonio Pérez de San Fernando. Tarde de debut, día de consagración. Curro Girón, ese día tan importante para un torero, cortó tres orejas. Una al toro de la alternativa, y dos en el sexto; además, abrió la Puerta Grande. Trofeos y reconocimiento que consagran a un gran torero. Aquella tarde de San Isidro el rejoneador Josechu Pérez de Mendoza abrió plaza con el sevillano Manolo Vázquez y el madrileño Ramón Solano “Solanito”, que meses antes había tomado la alternativa con Manolo Vázquez de padrino. “Solanito” terminaría su carrera de banderillero a las órdenes de Efraín Girón. Manolo Vázquez, gran figura del toreo y aunque sevillano de cuna fue un madrileño de corazón. Otras tardes memorables de Curro en Las Ventas de Madrid fueron: 190


15 de mayo de 1959. Dos orejas al segundo toro de la ganadería del duque de Pinohermoso. Alternó esa tarde con Antonio Bienvenida y Luis Segura. Curro Girón salió a hombros por la Puerta Grande. 30 de mayo de 1959. Feria de San Isidro. Toros de Juan Cobaleda. Una oreja a su primero y vuelta al ruedo, en su segundo. 21 de mayo de 1961. Toros de Pablo Romero, Curro Girón cortó una oreja, alternando con Gregorio Sánchez y Jaime Ostos. 8 de junio de 1961. Corrida de la Beneficencia, con la presencia del Jefe de Estado, Generalísimo Francisco Franco y su esposa Carmen Polo de Franco. Toros de Samuel Flores. Triunfo grande una oreja en el primer toro y las dos orejas del segundo. Curro Girón fue el triunfador, saliendo a hombros por la Puerta Grande. 22 de junio de 1961. Corrida del Montepío de Toreros, toros de Barcial Cobaleda. Alternaron Gregorio Sánchez, Curro Girón y Santiago Martín “El Viti”. Los tres toreros fueron premiados cada uno con una oreja, fueron ovacionados y sacados a hombros. Curro Girón cortó una oreja en su primero y escuchó palmas en su segundo. 06 de julio de 1961. Corrida de la Prensa con Diego Puerta y Curro Romero, lidiando reses de la ganadería de Doña María Teresa de Oliveira. 14 de junio de 1962. Plaza Monumental de Las Ventas de Madrid. Corrida a beneficio del Montepío de Toreros. Se lidiaron toros de la ganadería de don Antonio Pérez de San Fernando para los diestros Gregorio Sánchez, Curro Girón y Santiago Martín “El Viti”. Curro Girón le realizó una gran faena al quinto toro, cortándole una oreja, siendo el triunfador esa tarde. Los tres espadas torearon de manera desinteresada apoyando esa noble causa. Curro Girón siempre estuvo dispuesto a torear a favor de los más necesitados, colaborando con las instituciones benéficas. 4 de julio de1963. Corrida de la Prensa. Toros de Alipio Pérez-Tabernero Sanchón para César Girón, Pedro Martínez “Pedrés”, Curro Girón y Curro Romero. Los toreros escucharon ovaciones toda la tarde. Curro Girón cortó una oreja a cada uno de sus toros, saliendo a hombros de la multitud por la Puerta Grande. 14 de junio de 1962. Corrida del Montepío de Toreros, toros de don 191


Antonio Pérez de San Fernando para Gregorio Sánchez, Curro Girón y Santiago Martín “El Viti”. Curro Girón le realizó una gran faena al quinto toro, cortándole una oreja, siendo el triunfador esa tarde. 15 de mayo de 1967. Toros de Pablo Romero para Rafael Ortega, Curro Girón y Manuel Cano “El Pireo”. Curro Girón, a su primer toro, le cortó una oreja. Luego, al quinto toro de la tarde lo toreó muy bien, matándolo de una gran estocada, sin puntilla, premiándose su labor con una oreja. Fue el triunfador esa tarde, saliendo a hombros por la Puerta Grande. En el registro de Nelson Arreaza tenemos que Curro Girón toreó 33 tardes en Las Ventas, cortó 22 orejas y mató 66 toros. Curro Girón salió cinco veces a hombros en Madrid. Con semejante pergamino ¿Habrá quien dude que Curro Girón tuvo bien ganada la jerarquía de figura del toreo?

Sus inicios no fueron fáciles, pero sí importantes porque estuvieron marcados con su carácter. Cuando Curro Girón toreó su primer becerro en Caracas, César Girón se preparaba para la alternativa de matador de toros en Barcelona. Curro se presentó en el Nuevo Circo junto a Rafael, hermano mayor, en el Festival de los Carteros con Eduardo Antich y Rafael Cavalieri, los dos novilleros con mayor cartel que había en Venezuela. Venían de torear en España. Curro, además de cortar dos orejas y un rabo, se llevó el premio del festejo. Un reloj de oro, cuya esfera estuvo a punto de desgastar pues pasó toda la noche y madrugada observándola. Aquel festival fue una catapulta que le lanzó al estrellato. Al día siguiente la prensa caraqueña sólo hablaba de los Girón: César había cortado un rabo en Valencia de España y Curro las dos orejas y el rabo en Caracas. Aquella presentación de los hermanos Girón en el Nuevo Circo estimuló 192


a otros empresarios taurinos y los hermanitos Girón se presentaron en la novillada de la Casa España. Fue su debut como novillero con novillos criollos, con el español Paco Roldán en el cartel. Roldán también estuvo en la novillada inicial de César como novillero en Maracay. El día de su debut como novillero, Curro Girón recibió su bautizo de sangre. Una cornada grave, que le perforó la pleura. Despertó en el Hospital de Maracay. Cuenta en su biografía que ese es el día que más torero se ha sentido en su vida. En “el hule” Curro firmó una novillada para Valencia. También en esa oportunidad el novillo le pegó una cornada, que le cercenó la femoral. Le llevaron de urgencia al Hospital Central donde le atendió en emergencias el doctor Juan Vicente Seijas. El Negro Seijas, como le llamaban sería más tarde Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Carabobo, Presidente del Concejo Municipal de Valencia y Médico de la Plaza de Toros Monumental. Los hechos que narramos antes ocurrieron en Arenas de Valencia, plaza de la que el doctor Seijas fue Médico, junto al doctor Ignacio Romero, otra eminencia y gran taurino. La cornada fue considerada gravísima. Tan grave que cuando César supo la noticia hizo planes con Fernando Gago para que Curro se fuera a España. Don Carlos Girón, se plantó en sus trece y le dijo a César que si no iba Rafael entonces tampoco iría Curro. La resolución de César fue: –Mire vale, usted se jodió. Al viejo se le ha metido en la cabeza que el que va a ser torero es Rafael y que si Rafael no se va a España no viaja ninguno de los dos. Como usted es un carajito menor de edad olvídese del asunto porque yo ya tengo suficientes vainas para ponerme a pelear con el viejo. Cuando el primo César Perdomo Girón se enteró de todo esto le preguntó a su pariente Carlos Girón qué cuál era el problema, que él se ocuparía del asunto. Perdomo viajó con los dos a Madrid, costeando el viaje. Así que el año de 1955 se inició con el viaje a España. César había sido contratado para torear en Bogotá con Chicuelo II y el madrileño Dámaso Gómez una corrida de don Benjamín Rocha. El viejo Girón organizó al viaje a Colombia, odisea que hizo en un viejo camión hasta Bogotá. Fue la tarde histórica en la Santamaría. Eran días de turbulencia política entre liberales, conservadores y rojaspinillistas. La corrida se celebró en medio de la turbulencia política en 193


un ambiente muy tenso. César cortó dos orejas, un rabo y una pata. El triunfo de Girón fue el explosivo para que saltaran luces de bengala en la felicidad de la ciudad, olvidándose del pulso político que antes del festejo pronosticaba situaciones de conflicto. Cuenta Curro en su Yo Girón que al salir de la corrida, felices el padre y los hermanos de César, se encontraron con que al camión le habían desmontado el motor mientras ellos estaban en la plaza de toros. Con el cartel logrado por César y sus triunfos, el de Curro Girón por las cornadas de Maracay y de Valencia, se celebró un Festival a beneficio de la Fundación Venezolana contra la Parálisis Infantil. Fue la despedida de Venezuela de los hermanos Rafael y Curro Girón que no regresarían a Venezuela sino convertidos en toreros profesionales. Fue la primera vez que Curro lidió un becerro de casta. Completó el cartel con los hermanos Girón el histórico Julio Mendoza. Fue Curro el triunfador. Le cortó las orejas al novillo y se apropió con todo su derecho de los titulares de la prensa al día siguiente. Curro Girón vivió su primer tentadero en España, en la Ganadería de Rodríguez Arce en El Espinar, Provincia de Segovia. La ganadería estaba representada por el padre de Jumillano, Isidro Ortuño, que era un buen amigo de César. El tentadero lo hizo en compañía de los matadores de toros Juanito Bienvenida y Julio Aparicio. Cuenta Curro en Yo Girón que tuve el honor de desarrollar el texto como si fuera el propio matador quien narrara su relato en primera persona, que en aquel su primer tentadero le pegaron una paliza las becerras y el resultado fue desastroso. Esto provocó el disgusto e ira en César, además de burlas de Bienvenida y de Aparicio. La excusa de la falta de experiencia con el ganado bravo no era justificativo válido. Rafael, su hermano, había estado muy bien y los mozos de espada, Dionisio Sanz y Juanito Mora, entre ellos, comentaban primores de Rafael y sentenciaban el fracaso de Curro. Dionisio Sanz será más tarde y para toda la vida profesional de Curro Girón, su Mozo de Espadas. El 12 de abril de 1955 Curro Girón se presentó en Salamanca cortando cuatro orejas y un rabo a los novillos de Encina, ganadería de segunda. Novillada sin picadores. Eduardo Mergal novillero venezolano y su hermano Rafael completaron el cartel de tres venezolanos. Tarde de poco público y mucho frío. Curro con un triunfo a toda ley despejó los aires de la derrota sufrida en el tentadero de Rodríguez Arce. Aquel día comenzó una temporada sin caballos que lo llevó hasta La Línea 194


de la Concepción, para su debut con picadores, con novillos de Pareja Obregón. Cortó cuatro orejas y un rabo superando al torero local Miguelito Campos y al novillero aragonés El Tano . Más tarde, su debut en la emblemática Monumental de Barcelona. Domingo de Resurrección primero de abril de 1956, con novillos de Bernardino Jiménez. Cuatro orejas y puerta grande. Alternó con el rejoneador de la Puebla del Rio (Sevilla) Ángel Peralta, el castellonense Pepe Luis Ramírez y su hermano Rafael Girón que ese día sufrió una cornada. Barcelona, plaza importante, plaza emblemática para la torería venezolana, sería el escenario el 27 de septiembre de 1956 para la alternativa de Rafael y Curro Girón en la Feria de La Merced. Mucho cartel el de la terna venezolana. Graderíos a reventar y la Ciudad Condal con sabor tricolor en bares y tascas taurinas. César, como gran figura de la fiesta, sería el padrino de sus hermanos Rafael y Curro, triunfadores en la temporada de novilladas en plazas de España con destacadas presentaciones en la Monumental. El toro de la alternativa de Curro Girón, “Chucero” perteneció a la ganadería de los Hermanos Peralta “Viento Verde”. Curro fue triunfador de la tarde. Les cortó las orejas a sus dos toros y fue herido por el sexto de la tarde de un puntazo por el que fue atendido en la enfermería. Comenzaba a distanciarse Curro Girón, en el escalafón, de su hermano Rafael, y se acercaba en rango profesional e interés de las empresas al maestro César. Fernando Gago, su apoderado, aprovechando la estela dejada en el camino por César consiguió que Rafael y Curro fueran contratados por la empresa del doctor Carlos Gallece a Lima, a la Temporada de Acho en Lima para la Feria del Señor de los Milagros de 1956. Curro Girón repitió en 1958, temporada en la que realizó soberbias faenas premiadas con cinco orejas y un rabo. Aunque Curro no tuvo rivales y a la vista fue el triunfador indiscutible, los jueces prefirieron dejar desierto el Escapulario del Señor de los Milagros. Esta decisión provocó indignación, como se puede comprobar en las hemerotecas de los principales diarios de la ciudad virreinal. Volvió Curro en otras temporadas a Lima. Más tarde, en 1967 fue premiado con el Escapulario de Oro del Señor de los Milagros. Trofeo que le habían escamoteado en 1956 y que ahora ganaba abiertamente y sin dudas, compitiendo con 195


la mejor baraja de toreros del mundo: Manuel Benítez “El Cordobés”, Santiago Martín “El Viti”, Julio Aparicio, Paco Camino, El Pireo, Paquirri y el valiente Pedrín Benjumea. Cortó orejas en todas sus actuaciones, entre ellas un rabo, la segunda tarde. En el 68, cuando repetía como triunfador y figura del toreo reconocido por los peruanos, compitió con Manolo Martínez, Diego Puerta, Palomo Linares, Miguel Márquez, Dámaso González y el peruano Daniel Palomino. Volvió en los años setenta y la gran Chabuca Grande le rindió un homenaje, junto a las peñas criollas que le secuestraron, como hemos señalado, ofreciéndole la gran dama de la canción peruana su admiración en interpretaciones que se prolongaron hasta el amanecer. Curro fue un torero grandioso en el Perú, como lo sería en Madrid. Auténtica figura del toreo como lo fue en España. Su última visita al Perú fue en la Feria de 1974 cuando alternó con el 27 de octubre con dos toreros de Sanlúcar de Barrameda, José Martínez “Limeño” y José Luis Parada. Los toros fueron de la divisa peruana de Salamanca. Le tocaron en suerte a Girón dos grandes toros, los que aprovechó con emotiva intensidad. Cortó las orejas y salió a hombros de Acho. Las peñas “lo secuestraron”, se lo llevaron por el puente dejando atrás la plaza de Acho de y a un lado el camino de La Alameda. Curro estuvo por las calles de Lima hasta altas horas de la noche. El diario El Comercio tituló “Magistral faena de Curro Girón” y su comentario fue: “… el valor de la maestría y el pundonor de Curro Girón, equilibrado por la bravura y nobleza de sus toros hizo revivir el sentido de la fiesta brava en tarde sin sol ayer en Acho… Lima se le ha entregado a los Girón desde que César se llevó la última pata que cuenta la historia de Acho”. Para ser reconocido como figura del toreo, dicen los más exigentes, hay que triunfar en plazas importantes, como lo hemos demostrado con los números aportados por Arreaza. Ya Curro lo había hecho en Barcelona, en Madrid y lo hizo en Lima y el 23 de abril de 1958 lo haría en la Maestranza de Sevilla ante una corrida de Villamarta. Curro Girón, para quienes dudaron de su grandeza, salió a hombros en Sevilla aquella tarde abrileña luego que cortó dos orejas, una en cada toro, superando al torero de la Isla de San Fernando, el maestro Rafael Ortega y al ecijano Jaime Ostos con quien siempre tuvo una enconada y muy profesional rivalidad, en la que Girón siempre salió triunfador. Ostos fue herido y Curro lidió tres toros, la del sexto fue la 196


faena de la Feria de Abril, premiada por la prensa y las peñas, porque el de Villamarta fue un toro peligrosísimo que Girón sometió con valor y torería. En Sevilla, para la Feria de Abril de 1959, Curro fue contratado para tres tardes. Ese era su rango y así se manifestaba su importancia. La última participación de Curro Girón en la Feria de Abril de Sevilla, fue el año de 1964. Toreó dos tardes y cortó una oreja. En la séptima corrida de Feria, el 24 de abril de 1964, ante toros de Miura, toreó con Fermín Murillo. Su última corrida en la Maestranza de Sevilla fue el 26 de abril de 1964, toros de Clemente Tassara y alternó con Fermín Murillo, Victoriano Valencia y Andrés Vázquez una corrida de ocho toros. En la lidia de su último toro, Curro Girón cortó una oreja. Conquistó en el año 1961 la “Oreja de Plata” de la Feria Taurina de San Jaime de Valencia (España), por haber cortado siete orejas y un rabo, en dos actuaciones. El 11 de agosto de 1961, en Manzanares (España), se lidiaron ocho toros de la ganadería de doña Carmen Ramírez, de Salamanca, para los matadores Curro, Joaquín Bernadó, Curro Montes y el venezolano Sergio Díaz que tomaba ese día su alternativa. Curro Girón, aquella tarde, cortó cuatro orejas y dos rabos en el mismo escenario que presenció la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, tragedia que provocó el poema desgarrador de Federico García Lorca. En la Feria de Pamplona de 1958, Curro Girón fue premiado en tres corridas con siete orejas y un rabo. Salió a hombros el 8 de julio de 1958; el 10 de julio realizó ¡La Faena de Pamplona! ante un toro de Garci-Grande; el 12 de julio de 1958 triunfó con ganado de Miura cortándole las orejas al toro “Naranjero”, que le brindó a la bella joven Carmen Tuason, “Miss Filipinas”. San Fermín de 1959 tres actuaciones, seis toros y cinco orejas y un rabo. San Fermín de 1961 Curro Girón tuvo cuatro actuaciones, lidió ocho toros y cortó diez orejas; 1964, en la Plaza Monumental de Pamplona (España), Curro Girón tuvo dos actuaciones, lidió cuatro toros y cortó dos orejas. Curro Girón ha sido, después de Diego Puerta, el torero que ha cortado más trofeos en Pamplona: 41 orejas y 2 rabos en 22 presentaciones. Diego Puerta cortó un total de 43 orejas y 2 rabos en 30 paseíllos. No existe otro torero venezolano que haya sido tan reconocido en Colombia, como lo fue Curro Girón. En Medellín le corto las orejas, el rabo y una pata a un toro “Aguas Vivas” y las dos orejas al otro de su lote, epopeya del 19 de enero de 1959. 197


Ese mismo año de 1959 en la Feria de Cali, Curro cortó cuatro orejas y dos rabos a toros de don Benjamín Rocha. … En 1965, también en Cali, toros del doctor Ernesto González Caicedo, “Las Mercedes”, cortó cuatro orejas y un rabo. Santiago Martín “El Viti” y Manuel Cano “El Pireo”, una oreja cada uno. … El 3 de enero de 1967, en Cali toros de González Piedrahita, para Paco Camino, Antonio Chenel “Antoñete” y Curro Girón. Girón, dos orejas a su primer toro y una oreja a su segundo. El 1 de abril de 1962, en el Nuevo Circo de Caracas, Curro Girón toreó un mano a mano con el diestro sevillano Paco Camino, lidiando toros mexicanos de Santín. Curro Girón tuvo una tarde triunfal al cortar cuatro orejas. Paco Camino fue muy aplaudido por su voluntad y deseos de agradar, pero nada pudo hacer con los mansos toros que le tocaron en suerte. Curro Girón fue sacado a hombros del coso caraqueño. El 26 de enero de 1964, en el Nuevo Circo de Caracas, torearon los hermanos Girón, César, Curro y Efraín, una corrida con ganado mexicano de La Laguna. Fue una tarde apoteósica; cortaron nueve orejas, dos César, tres Curro y cuatro Efraín. El público asistente los sacó en hombros por las calles de Caracas. El 7 de febrero de 1965, se realizó la Corrida de la Prensa Deportiva, en el Nuevo Circo de Caracas. Torearon los diestros César Faraco, Curro Girón y Santiago Martín “El Viti”. Curro Girón fue el ganador del premio “La Pluma de Oro”. En el año de 1966, Curro Girón volvió a conquistar el premio de “La Pluma de Oro” en la Corrida de la Prensa de Venezuela. Actuó esa tarde con Paco Camino y Manuel Cano “El Pireo”. El 13 de febrero de 1966, en la Maestranza de Maracay (Venezuela), se lidiaron toros mexicanos de “El Rocío” para los diestros Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”, quien reaparecía; Curro Girón y Santiago Martín “El Viti”. Curro Girón al quinto toro de la tarde le cortó las dos orejas y fue sacado a hombros de la histórica plaza aragüeña. En la Feria de San Fermín de 1967, en la Plaza Monumental de Pamplona (España), Curro Girón tuvo dos actuaciones, lidió cuatro toros y cortó dos orejas. Esta sería su última actuación en los sanfermines. El 21 de noviembre de 1967, por realizar la mejor faena de la Feria de La Virgen de la Chiquinquirá “La Chinita”, en Maracaibo (Venezuela), 198


fue galardonado con el “Rosario de Oro y Brillantes”. En la Plaza de Acho en Lima (Perú), el año de 1967 conquistó “El Escapulario de Oro del Señor de los Milagros” como triunfador indiscutible de la feria. En 1968, en la Feria de San Sebastián de San Cristóbal (Venezuela), lidiando reses de “Torrecillas”, Curro Girón cortó en un mano a mano con el diestro español Paco Camino, seis orejas. El diestro sevillano no estuvo bien esa tarde. Ese mismo año, Curro Girón conquistó el trofeo “La Naranja de Oro”, como triunfador de la feria inaugural de la Plaza Monumental de Valencia (Venezuela). El año 1969, conquistó Curro Girón, nuevamente, la “Pluma de Oro” en la Corrida de la Prensa, la cual se celebraba por primera vez en la Plaza Monumental de Valencia (Venezuela). Alternó esa tarde con el diestro español Manuel Benítez “El Cordobés” y el mexicano Manolo Martínez. Curro Girón toreó por última vez en España, en la Plaza de Toros de Granada, el 11 de septiembre de 1977, concediéndole la alternativa a su coterráneo Luis de Aragua, lidiando reses de Salvador Gavira. Alternaron esa tarde los diestros Agustín Parra “Parrita” (hijo) y Manuel Ruiz “Manili” quienes fueron los testigos de la ceremonia. El diestro venezolano Luis de Aragua fue quien le cortó la coleta a Curro Girón en su despedida. Curro Girón, cortó su última oreja en la ciudad de Maracaibo (Venezuela), en el mes de noviembre de 1987. En su tiempo, logró una de las hazañas más importantes al convertirse en el matador de toros extranjero con mayor número de presentaciones en la madrileña Plaza de Las Ventas, lidiando un total de 66 toros en 33 tardes, cortando 22 orejas. El torero portugués Víctor Mendes lo igualó en la Feria de San Isidro de 1992 y superó en la Feria de San Isidro de 1993. Curro Girón toreó en la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas de Madrid (España), en 14 temporadas. Es el torero venezolano que más orejas ha cortado en esa plaza un total de 22, seguido muy de cerca por su hermano César, que cortó 21 orejas en un número menor de actuaciones, con 28. Curro Girón salió 5 veces por la Puerta Grande de la Plaza Monumental de las Ventas de Madrid, los años: 1958, 1959, 1961, 1963 y 1967, 199


igualando, con ese mismo número de salidas a hombros de esa plaza, a los diestros Marcial Lalanda, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, su hermano César Girón y Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”. Toreó cuatro Ferias de Abril de Sevilla. Las temporadas de 1958, 1959, 1960 y 1964. En total toreó 10 tardes y cortó 5 orejas. A la sombra de su hermano César, el mejor torero venezolano de la historia, siempre se le exigía a Curro mucha entrega y responsabilidad, y él dignamente soportó todas las presiones y comparaciones, dedicándose a realizar su toreo variado, alegre, largo y expresivo que le valieron ser el número uno del escalafón en España las temporadas de 1959 (81 corridas) y 1961 (74 corridas). Abrió las puertas de las plazas de toros españolas, siempre tan difíciles para los diestros extranjeros. Durante varias temporadas superó la suma de actuaciones de su hermano César, totalizando 629 actuaciones en la Península Ibérica. En Venezuela, toreó un total de 157 corridas, cortó 153 orejas y 3 rabos. Estuvo casado con la reina de la belleza de Colombia, Marlene Lozano, con la que tuvo dos hijos, Marco Antonio y Mónica. Tuvo mucho éxito en España, hizo fortuna y hasta llegó a comprarse un lujoso Mercedes Benz y un Jaguar. Su gran amigo, el maestro mexicano Eloy Cavazos, con quien compartió cartel muchas tardes, lo ayudó a torear sus últimas corridas en México. Estaba próximo a conmemorar el 32º aniversario de su alternativa. El 28 de enero de 1988 falleció en el Hospital Universitario de Caracas, víctima de una afección hepática, a la edad de 49 años. Estaba casado en segundas nupcias con la aragüeña Clarivel Mora, con quien tuvo una hija bautizada como Daniela. Este año 2015, se cumplieron 27 años de su triste partida.

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CapĂ­tulo 8

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César Faraco “El cóndor de los Andes” la mañana inaugural de la Monumental de Mérida con Manuel Benítez “El Cordobés” y Francisco Rivera “Paquirri”

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César Faraco, el cóndor de los Andes

Tomo nota para estas líneas, recordando cuando el mozo de estoques del merideño César Faraco iniciaba el ceremonioso rito de vestir a su maestro. El torero se había comprometido encerrarse en solitario con siete toros de Piedras Negras, en el Nuevo Circo de Caracas. Una cita con su propia vida. El Cóndor de los Andes se cortaba la coleta. Era domingo, estábamos en Caracas en la habitación del Hotel Hollyday Inn, en Las Mercedes. De ejemplo y pundonor fue el traje de vida de este encastado diestro, vestido que siempre llevó con dignidad y sencillez. Faraco guardó dentro de su ser y a través del más duro batallar, aderezado con triunfos y sinsabores, salidas a hombros y cornadas, reconocimientos de grandes gestas y penas de grises tardes. Aquella tarde caía el telón de la vida profesional de uno de nuestros más calificados coletas, un torero que se abrió camino en tiempos adversos cuando el toreo era utópica ilusión que había que calentar con trasnochados desvelos. El Cóndor de los Andes a partir de esta tarde se posará en el árbol del retiro, habrá terminado su vuelo por los predios tauromáquicos. San Juan de Lagunillas, población que le viera nacer el 5 de junio de 1933, ha cambiado mucho. Poco a poco se integra a una nación en transformación. No es aquel pueblo en el que Cayetano Faraco, el padre 203


de César, luchaba por levantar una familia junto a María Elena Alarcón. Los recuerdos de su niñez romperían en su mente cuando sentía que al vestirse le apretaban los machos de la taleguilla. Recordaba el torero que con la muerte de don Cayetano, aquel día del fatal accidente, se estrechó el sendero del futuro de la familia y doña María Elena, junto a sus hijos Cayetano, Arturo, Alicia y Oscar David, echaron a andar sobre las piedras del infortunio. Había necesidad de preparar a los muchachos, y doña María Elena logró una beca del gobierno para que Cayetano y César estudiaran con los Padres Salesianos en Caracas. Estuvieron cuatro años internos con los religiosos donde aprendieron el oficio de linotipistas. Cayetano se empleó en la Imprenta Standard y César en la Tipografía Caracas. Cumplían el dorado sueño de “quitar a mamá del trabajo”. César tenía 15 años y aún no sabía de qué se trataba la Fiesta de los Toros. Aquel turbulento año de 1948 llegaban a los puestos de revistas, los quioscos de Caracas, las ediciones semanales de La Lidia y La Fiesta, semanarios taurinos mexicanos. Víctor Querales las compraba religiosamente, y las fotos, los relatos de aquellos toreros mexicanos se convirtieron en fuente de sueños y de aventuras y en el descubrimiento de los héroes del redondel. El gusanillo del toreo oradó de inmediato el corazón de César, y la primera oportunidad que se le presentó no la desperdició. Descubrió en el Nuevo Circo de Caracas a Luis Procuna. Este, “El Berrendito”, como protagonista, de faena a Caraqueño de La Trasquila con trasteo histórico, merecedor de una placa conmemorativa. Allí se hizo ídolo de la afición capitalina. La mezcla de lo impreso en las revistas y lo visto en la arena, fueron la pócima que envenenó al joven merideño. El propio César narró así aquellos acontecimientos: Estaba en tendido de sol, cuando me quedé deslumbrado al iniciarse el paseíllo. Todo me parecía hermoso, y te confieso que cuando salió al ruedo el primer toro me dio mucho miedo. Creí que acabaría con todos los que estaban en la arena. Aquella tarde se lidiaron tres toros de Guayabita y tres mexicanos de La Trasquila. Cerró plaza Caraqueño, un toro de bandera de La Trasquila, al que Luis Procuna le cuajó un faenón inenarrable. Le concedieron las dos orejas, el rabo y una pata, y no exagero al decirte que todo el público se tiró al ruedo para llevarse a Procuna a hombros hasta el Hotel Majestic. Acompañé a la muchedumbre por las calles, e iba tan emocionado viendo al torero triunfador que no me di cuenta que en el camino había un poste de la 204


luz, con el que me di tremendo golpe en la cara. Nada me importaba, sólo no perder el cauce del río de gente que acompañaba a Luis Procuna.

La presentación de César Faraco en traje de luces fue en Maracay. Fue su bautismo de sangre, pero también su primer trofeo, una oreja. Triunfo que le reafirmó su cartel por aquellos predios. Faraco se presentó luego 11 domingos seguidos en Arenas de Valencia, alternando con los ases de la novillería nacional. Logró debutar en Caracas y se convirtió en el novillero puntero. Era el ocaso del decenio de los años cuarenta. Los éxitos le entusiasmaron para que viajara a España. Su despedida en Caracas fue un mano a mano en el Nuevo Circo con el colombiano Manolo Zúñiga. Cortó tres orejas y salió a hombros por la Puerta Grande. Antes de que llegara el frío invierno español, César Faraco tuvo la oportunidad de torear cinco novilladas sin picadores, pero cuando apareció el humo de las chimeneas desapareció la temporada taurina española, y el muchacho sanjuanero deambulaba por las calles de Madrid. Pedriles, un aventurero que llegó a Venezuela como Mozo de Espadas de Alí Gómez fue apoderado de Faraco en España. El taurino español le administraba el dinero que había reunido con sus ahorros de los sueldos que cobró en la Tipografía Caracas y los que con gran sacrificio guardó su madre, María Elena Alarcón de Faraco. Un día, Pedriles citó a Faraco a un café en la Cervecería La Alemana, de la Plaza Santa Ana. Faraco, lleno de ilusión porque se imaginaba en la estación del tren para viajar a Salamanca y comenzar a prepararse en tentaderos de los muchos amigos ganaderos que Pedriles le había dicho tenía. Con un café por delante, sólo en una mesa, Faraco recibió a su apoderado. –No tengo tiempo que perder César –le dijo a boca de jarro–, vengo a decirte que nos hemos quedado sin un duro y que ya no tengo ni para pagar el café que tienes por delante. Así que hasta luego. Me contó César, muchos años después de esta terrible reunión, que se sentía en el aire. Había perdido las piernas y la cabeza. Vivía el fin 205


de sus ilusiones. Un café con leche que no podía pagar, era todo lo que César Faraco tenía en la vida y lo tenía frente a él en una mesa. Su apoderado le había informado que estaba en la ruina, porque le había gastado todos los ahorros, alcanzados con mucho sacrificio, para su formación en España. Milagrosamente, minutos más tarde del estruendo emocional, se presentó Luis Sánchez, “Diamante Negro”. El torero de Ocumare le pidió calma al andino, que se había sumido en sepulcral silencio ante la debacle de todos sus sueños. Faraco se mantuvo horas frente a la taza de café. No tenía una sola peseta para pagar el mínimo consumo. “Diamante Negro” iba acompañado de don Manuel Mejías “Bienvenida”, el famoso “Papa Negro”. El mítico fundador de la dinastía, en la que destacaban los hermanos Manolo, Pepe, Ángel Luis, Antonio y Juanito Bienvenida. El caraqueño Antonio había sido el padrino de la confirmación de la alternativa de Luis Sánchez Olivares en Las Ventas. Faraco, desde ese día vivió en casa de los Bienvenida en el Número 3 de la calle General Mola. Le bastó a don Manuel la recomendación del Diamante Negro para hacerse cargo del torero estafado por el truhán. Lo llevó al campo de inmediato, en compañía de su hijo Juanito y de las figuras del momento, como lo eran Julio Aparicio y Manolo González. El primer día hubo un intento de burla por parte de los toreros, con sólo el propósito de descalificar al venezolano y burlarse del descubrimiento del Papa Negro. Más no contaban Aparicio y Manolito González con la valentía de Bienvenida, que al descubrir la patraña les encaró, en el propio tentadero, denunciando su cobardía. Al día siguiente, Manuel Mejía fue a las oficinas de Fernando Jardón, empresario de Las Ventas. Le exigió una novillada para el venezolano. Exigencia que hizo con el peso que tenía en Madrid la Casa Bienvenida. El 4 de abril de 1955 hizo César su debut en Madrid. Novillos de Francisco Jiménez, con Manuel del Pozo “Rayito” y Juanito Bienvenida. Pocos creían en Faraco. Muchos taurinos fueron a disfrutar del fracaso del venezolano, que sería el fracaso de Bienvenida y motivo de burla al “Papa Negro”. El torero del San Juan lagunillero tuvo una actuación redonda, triunfó, le cortó una oreja a cada uno de sus novillos y abrió de par en par la Puerta Grande de la Monumental de Las Ventas. Recuerdan los testigos 206


que cuando César Faraco salía a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas, camino de Manuel Becerra, Don Manuel corría a la par de la multitud restregándole su éxito a los sabihondos del toreo que pronosticaban el fracaso del torero venezolano. Había volado “El cóndor de los Andes”, como le bautizó don Ricardo García “K-Hito”, cronista y letrado. César Faraco fue un torero muy castigado por los toros. Sus cornadas de 1956 en Sevilla y la de Caracas en 1958 fueron terribles. Sus triunfos más resonantes tuvieron por escenarios las plazas de Las Ventas, Monumental de México y Nuevo Circo; pero el éxito y el sentimiento llegaron en la plaza de Orizaba, México, cuando el maestro de la banda le ordenó a sus músicos interpretar el Himno de México –“Mexicanos al grito de guerra”– mientras en venezolano toreaba con la muleta. A Faraco México le acogió como un torero mexicano. La tarde del jueves 8 de diciembre recibimos una llamada del doctor Jackson Ochoa Nieto, portador de algo que esperábamos, la muerte del maestro César Faraco. Una noticia que por esperada, no dejó de sorprendernos ingratamente. Había alzado el vuelo a la eternidad. El maestro vivía en San Cristóbal donde ejercía el cargo de Director de la Escuela Taurina en la Monumental de Pueblo Nuevo. Sus amigos Manolo Ordóñez y Pablo Duque le encontraron en su lecho, cuando fueron a buscarle a su casa al notar su ausencia de la diaria tertulia que compartían. Dolorosa pérdida para la fiesta de los toros, para la grata amistad compartida con quien nos enriqueció con exquisito trato. Se fue un personaje del toreo nacional. Los taurinos venezolanos recordaremos siempre la tarde del 4 de abril de 1954, cuando como novillero hizo su presentación en Madrid con novillos del ganadero Francisco Jiménez, cortándole una oreja a cada uno de sus astados. Fulgurante triunfo. Don Manuel Mejías lo anunció para que tomara la alternativa en la feria de San Isidro de 1955. Recibió la borla de matador de toros de manos de su hijo el caraqueño Antonio Bienvenida, en presencia del sevillano Manolo Vásquez con toros de Carlos Núñez. La historia lo reseña como el primer torero americano en tomar la alternativa en Las Ventas y el primer venezolano en abrir la Puerta Grande de la Monumental Plaza de Toros, como novillero. Aquel día del debut madrileño, hasta más allá de la Puerta Grande y de la Calle de Alcalá, llevaron a hombros al torero sudamericano con el que don Manuel Mejías Rapela, “Bienvenida” se había atrevido a apostarlo 207


todo. Era el mismo Faraco, aquel sólo y desamparado en una cafetería, estafado por el truhán que le apoderaba, y que le había robado hasta la última peseta de los ahorros. En aquel desagradable momento destaca la bondad de Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”, figura de la fiesta en España, quien logró que los miembros de la familia Bienvenida se encargaran del torero esquilmado. “Diamante Negro” ya gozaba de mucho y muy bien ganado cartel, y era persona influyente en los círculos taurinos. Faraco inició su andar en la fiesta de los toros lidiando reses criollas por esas plazas escondidas en la serranía de la cordillera, hasta que en 1951 logró verle la cara a ganado de casta. Novillada de Guayabita en Caracas actuando con Pedro Pérez, Hilario López, Eduardo Melgar, Gabriel Rodríguez y Eustoquio Sánchez. Su éxito le colocó en otro cartel, también con Guayabita, en el que figuraron Hilario López, Paquito Arias, Pedro Pérez, Leo González y Carlos Díaz “El Chino”. La presentación como matador de toros en Venezuela fue en el Nuevo Circo de Caracas con una corrida de Palomeque, mexicana, con Julio Aparicio y Manolo Vázquez en 1956. Repitió con toros de Guayabita el 9 de diciembre junto a Antonio Bienvenida, Luis Sánchez “Diamante Negro” y Manolo Vázquez, cuando conquistó su primera oreja en su tierra nacional, luego del doctorado madrileño. Vinieron muchos éxitos, pero de inolvidable aquella gran tarde del “Cóndor de los Andes” el 13 de diciembre de 1964 cuando lidió toros de “Pastejé” con Pedro Martínez “Pedrés” y Manuel Benítez “El Cordobés”. Faraco se alzó con un gran triunfo al cortar tres orejas. Se cortó la coleta en 1978 lidiando en solitario en el Nuevo Circo de Caracas una corrida con cinco toros de Piedras Negras y un toro de Manuel de Haro. Tarde de mucha torería, pues la prensa con cariño y admiración promovió aquel festejo de gran expectativa, en el que un gran torero se despidió ante el gran público capitalino.

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CapĂ­tulo 9

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Los hermanos Pepe, Luis Miguel y Domingo González Lucas, los Dominguín, protagonistas de este capítulo de Memoria de Arena.

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Pepe Izquierdo y Luis Miguel

Un nuevo libro-escándalo ha invadido los anaqueles de las librerías de Madrid. Poco tiene que ver con lo específico taurino. Nada que ver con la hermosa fiesta, su relación con los toros es la de sus protagonistas, los integrantes de la familia Dominguín, popularmente conocidos como los Dominguines. Dinastía del toreo casi tan extensa como los Armillita, Ordóñez y Girón. No es taurino el libro de Domingo González Aparicio, hijo de Domingo González Lucas y nieto del fundador de la dinastía, Domingo González Mateo, “Dominguín”, padre de Domingo, Pepe y Luis Miguel, con quien, por cierto, terminó la rama directa de los toreros de Quismondo, dentro del linaje castellano. El árbol de los madrileños se extendió y sombreó con tres ramas que extienden su tronco con los Ordóñez, Rivera, Teruel, Vásquez y Alcalde, toreros, importantes todos ellos, con quienes las mujeres Dominguín, hijas y nietas de Domingo González Mateo, formaron familia. Pero el asunto no es hablar de tan impresionante árbol genealógico, fundado por aquel que llamaron por su valor, carácter y decisión “El tiburón de Quismondo”, Domingo González Mateos, sino de lo que 211


recuerda de su familia el autor Domingo González Aparicio, hijo de Carmen Aparicio, un “viva la pepa” con poca gracia y mucha chulería de los frutos que caen del frondoso árbol de su familia torera, Se trata de un libro intrascendente, en sentido literario y también en lo anecdótico o referencial. Lo que hace es contar cosas que escuchó, leyó y no vivió, sin gracia ni estilo, y con una relación de temas más referidos que atestiguados. Temas escritos con la única intención de embadurnar la hoja de vida de su tío Luis Miguel. ¿Entonces? Se preguntarán Uds., a qué viene esto de dedicarle un espacio a este libro. Porque en el libro, entre la maleza de mentiras, hay una que han repetido los Dominguines, y tiene que ver con los venezolanos. Es la ofensa y calumnia inferida a un honorable caraqueño. Un invento de Luis Miguel, quien sabe con qué fines o propósitos. Como existe el peligro de que al repetir una mentira pueda considerarse un hecho cierto, debo referirme a lo realmente acontecido la tarde del 4 de enero de 1953 en el Nuevo Circo de Caracas. La mentira El libro biográfico, panegírico de Carlos Abella, en el capítulo “Sus pasiones”, página 342, dice: “Antonio Ordóñez actuaba en Caracas con Luis Miguel. Ya estaba enamorado de Carmina (hermana de Luis Miguel) y esta de él. Se cartean, aunque no dice nada a sus futuros cuñados, lo que sorprenderá a estos –en opinión de Domingo Peinado, que sí sabía lo de su prima con el torero. Completaba el cartel el torero local Joselito Torres y los toros pertenecían a la ganadería de Guayabita. El cuarto fue un toro muy bonito, berrendo de piel, que hirió de gravedad a Luis Miguel al prenderle por un muslo cuando toreaba sentado en el estribo. La cornada fue grande y Luis Miguel tuvo que retirarse a la enfermería, donde se encontró con un panorama desolador, ya que el doctor (José) Izquierdo, médico titular de la plaza, estaba bebido. Ante este panorama Dominguito se opuso a que operase a Luis Miguel y de las palabras se pasó a las manos, rodando Dominguito y el médico por tierra y con ellos el instrumental quirúrgico y las camillas. En un descuido, Luis Miguel, que conocía la gravedad del percance, escapó de la enfermería deteniendo un taxi y pidiéndole al conductor que le llevara a un centro médico.” Pepe Dominguín en su libro Mi Gente, Editorial Piesa, Madrid 1978, página 243, transcribe las palabras de su hermano Domingo, quien 212


estuvo en la plaza: “He pasado unos momentos de angustia y de indignación que no puedes figurarte. Al entrar a la enfermería hemos tenido un enganche muy fuerte y desagradable con el médico. Estaba bebido. Es increíble que estas cosas ocurran. Ni Miguel ni yo hemos aceptado que le opere en esas condiciones y nos hemos ido a la calle en un taxi que hemos abordado, a un a clínica. La cornada es muy extensa y honda, con tres trayectorias, y como sangraba mucho, con el cinturón le he hecho un torniquete que le ha contenido la hemorragia”. En ambos relatos hay muchas contradicciones, pues la fantasía de Luis Miguel cuenta que se fueron en un taxi conducido por una mujer, y Domingo dice que abordaron un taxi en el que el pasajero era una dama norteamericana. El parte médico del doctor Izquierdo, dice: “Durante la lidia del cuarto toro el domingo 4 de enero ingresó a la enfermería el diestro Luis Miguel Dominguín; pero otros toreros y algunos familiares pretendieron presenciar el trabajo de los cirujanos, el cual no les fue permitido porque eran obvios los inconvenientes que en la sala de operaciones podían resultar de la presencia de extraños, más aún si, como algunos de ellos, en el ruedo, podían haberse contaminado con tierra y excremento de animales. En consecuencia, los referidos extraños promovieron serio altercado aun con los agentes de Policía, e indujeron a Dominguín a solicitar servicios médicos en otra parte. “Contrariamente a lo dicho por la prensa, la herida de Dominguín no puede haber revestido gravedad particular ni medido 25 centímetros de profundidad, pues ni siquiera manaba sangre ni su sitio era para tanto; y el diestro, sin siquiera haberse acostado, resolvió retirarse después de haber participado en la discusión sin incurrir en el atrevimiento de sus compañeros”. Pepe Izquierdo (*) El doctor José Izquierdo fue un sabio muy cercano a mi familia. De él siempre se recuerdan, con gratitud, en el claustro universitario donde se formaron mis tíos Rafael Ernesto y Leopoldo. Fue uno de los cuatro apóstoles de la enseñanza de la medicina en Venezuela, conjuntamente con Enrique Tejera, Domingo Luciani y Enrique Toledo Trujillo. Nacido en la popular barriada caraqueña de Santa Teresa, proyectó la imagen inquebrantable de un caballero y excelente médico, sobre todo en su dedicación a la cirugía, en la cual alcanzó rango prominente 213


en la cátedra y en los Hospitales. Fue Director de Sanidad Militar con el grado de coronel. En la clínica privada, al lado del catre de los enfermos pobres y del lecho de los ricos, el doctor Izquierdo fue el mismo médico, con la misma conducta y la misma concepción filosófica del arte de curar y el mismo humanitario desprendimiento material, en el apostólico ejercicio de la medicina. Su gran afición a la Fiesta Brava, como aficionado entendido, le llevó a prestar servicios como Médico de Plaza y escribir la única Tauromaquia escrita por un venezolano. El sainete sufrido con los Dominguines provocó su inmediato alejamiento de la plaza y de los círculos taurinos venezolanos. Veinte años más tarde del incidente relatado, José Izquierdo escribió: “Hace poco más de veinte años Luis Miguel Dominguín llegó por sus propios pasos, aunque claudicante por causa de una cornada, a la enfermería del Nuevo Circo de la cual yo era médico jefe. La cornada no era penetrante, sino un puntazo que simplemente requería desinfección con yodo y agua oxigenada y la aplicación de un pequeño apósito. “Cuando yo me disponía al susodicho tratamiento, el hermano Domingo forzó groseramente la puerta, pero lo eché afuera y llamé a la policía. Entonces un vulgar banderillero se me abalanzó, pero se detuvo instantáneamente cuando vio que sería recibido con un balazo. Luego se presentó como intruso el doctor Hernández Natera y para contento mío se fueron con él Luis Miguel y sus hermanos. “Al día siguiente el tal Domingo se empeñó en tenaz diligencia para que me suspendieran de la mencionada medicatura, pero fue desoído y además seriamente amonestado por la autoridad competente. “Después, Luis Miguel dio en Nueva York y en España vulgares declaraciones de descrédito contra mi: que yo’estaba borracho’ que’amenazaba furiosamente con un revolver’ que’ya yo no operaba”. Naturalmente, yo no podía descender a refutarlo porque en Nueva York nadie puede saber quien es Luis Miguel y en España él, su hermano y yo somos suficientemente conocidos. (*) Fundador de la cátedra de Anatomía en la Escuela de Medicina (1915) y luego, en la Universidad Central (1922), se desempeñó como profesor titular de la cátedra durante 37 años (1915-1952). Médico del ejército (1916-1937), director de la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (1931-1952), presidente del Consejo Nacional de Educación (1931-1933) y del Colegio Médico del 214


Distrito Federal (1942-1943), introdujo en Venezuela la cirugía general del cráneo así como una técnica novedosa para la operación de próstata. Autor de 50 monografías de carácter científico, ha publicado también trabajos de tipo histórico, traducciones de Shakespeare y un Tratado de tauromaquia, producto de su experiencia de 30 años al frente de la medicatura de la plaza de toros de Caracas. Miembro fundador de la Academia de Ciencias Físicas y Matemáticas (1933). En 1964, el Colegio Médico del Distrito Federal crea la Orden «Dr. José Izquierdo». El Instituto Anatómico de la Universidad Central de Venezuela lleva su nombre.

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C a p í t u l o 10

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La Maestranza de Maracay, de ella escribimos lo que vivimos en sus arenas.

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Maracay, Sevilla en Aragua

Una de las joyas culturales de la tauromaquia iberoamericana es la plaza de toros de Maracay, inaugurada en enero de 1933 por el presidente de la República, General Juan Vicente Gómez. Ubicada en el barrio Calicanto, ha sido escuela para toreros y aficionados, y le ha dado a la ciudad identidad, personalidad y sitio de urbe importante. Los hijos del mandatario Gómez, Juan Vicente y Florencio Gómez Núñez, promotores de la idea, encargaron el proyecto y posterior construcción al destacado arquitecto Carlos Raúl Villanueva. Todo se hizo por concurso, en el que compitió con otro laureado profesional del urbanismo de la época, el arquitecto Luis Malausena. Ambos cumplían importantes encargos de obras públicas en Maracay. Villanueva fue un hombre que sentó las bases para la creación de la Escuela Venezolana de Arquitectura. Sus trabajos están dispersos por toda la geografía nacional. Uno de ellos es la Ciudad Universitaria de Caracas, un coloso que se levanta como ejemplo y modelo de concepción artística, hoy Patrimonio Cultural de la Humanidad. Otros, el Museo de Arte Moderno de Caracas, los estadios de la Ciudad Universitaria y el Aula Magna. Muchos son los elementos que integran su ingenioso 219


legado profesional, como el famoso Hotel Jardín, del que ya hicimos referencia cuando narramos las anécdotas de la presentación de Manolete y de Arruza en Maracay con César Girón. Fue el creador del proyecto para los cuarteles Páez y Bolívar, dos joyas de la arquitectura militar suramericana que se conservan como hermosos museos que con sus fachadas embellecen la Ciudad Jardín, la Clínica Maracay y la Casa de doña Amelia, conocida más tarde como El Hotel Moro, una de las obras arquitectónicas más hermosas de la capital aragüeña. El doctor José Casanova Godoy, aficionado integral, de vastos conocimientos y quien desde la primera magistratura del estado Aragua se entregó a la fiesta brava como ningún otro gobernante lo ha hecho en Venezuela, Joseíto, como le distinguíamos sus amigos, puso especial empeño en rescatar el inmueble taurino. Por eso, con motivo de los cuarenta años de su inauguración, en 1973, en su discurso de orden ante la Asamblea Legislativa del Estado Aragua narró la historia de cómo de proyectó y edificó este hermoso templo del toreo, siendo Gobernador de Aragua. Las palabras de Casanova Godoy fueron publicadas en la introducción del libro Fragua de toreros, historia taurina de La Maestranza “César Girón”. Una parte de la pieza oratoria, en la que se refiere a cómo se ordenó la edificación de tan hermoso edificio, es esta: Como era de rigor, se consultó con el general Gómez que de inmediato respondió: ‘‘Ajá, muy buena me parece la idea, escojan el terreno más adecuado para darle inmediato comienzo a la obra”. Pero una cosa sí les sugirió, movido por la incomodidad que le producía ver los toros desde tan lejos en el Palco Presidencial del Nuevo Circo de Caracas: ‘‘...el sitio mío me lo buscas cerquita”. De ahí surgió la Mezquita destinada al Palco Presidencial, que a los hermanos Gómez todavía les parecía pequeño. Los terrenos que hoy ocupa en Calicanto eran para entonces potreros y allí estaban los depósitos de gasolina. Se escogieron por su ubicación céntrica y su proximidad al pequeño teatro, donde hoy funciona el Ateneo de Aragua. Se analizó con cuidado la dimensión del ruedo; el del Nuevo Circo se les antojó “muy grande”, pues se cansaban pronto los toros, generalmente criollos, que era la procedencia del ganado que se lidiaba en la época, mientras que el del Metropolitano de Caracas y 220


el de Las Arenas de Valencia permitían, por pequeños, un mejor juego de los toros; por eso se optó por un tamaño intermedio, teniendo en cuenta además que para ese entonces estaba proscrita la suerte de varas, que el general Gómez rechazaba radicalmente. El arquitecto Villanueva viajó a España, de dónde tomó ideas y encontró motivos de inspiración, pero no la copia de alguna plaza. Concretado el proyecto se dio un adelanto de 650 mil bolívares, de un total de un millón 800 mil que habría de ser su costo definitivo. No se escatimaron gastos para realizar el suelo. Se trajeron mosaicos de España y algunos artesanos especializados y para mediados de 1930 ya se trabajaba febrilmente para la ejecución de la obra. Para junio de 1932 ya se definían nítidos los perfiles de la plaza que lucía monumental y hermosa en el verdor intenso que la circundaba. A medida que se acercaba la fecha prevista para la inauguración, una intensa excitación se iba apoderando de toda la ciudad. Entonces, como ahora, surgía entre los aficionados de todos los estratos, rumores, especulaciones y sobre la integración de los carteles y la organización del espectáculo. En la Churrería Española, de la calle Miranda y en el primer Quo Vadis de la calle Bolívar, el acontecimiento era objeto de animadas tertulias no exentas de la pasión que siempre ha despertado la fiesta brava. Ya se sabía que Eleazar Sananes estaba colgado de los carteles. El diestro “josefino” que se encontraba en las postrimerías de su carrera, venía trabajando de listero en la construcción de la plaza, gozaba de una estimación especial de la familia Gómez, especialmente de don Florencio con quien actuaba como subalterno de confianza en sus incursiones de aficionado práctico; por eso, una mañana mientras daba un vistazo a los trabajos, le dijo: ””Eleazar, comienza a entrenar para que te pongas en forma”. Sorprendido el maestro que ya no tenía el propósito de volver a vestir el traje de luces le inquirió sorprendido: ‘‘¿Y yo para qué?”. A lo que le respondió don Florencio: ‘‘Porque en esta plaza mía y siendo yo empresa, nada más justo que tu mates el primer toro”. Mientras tanto ya se encontraba en España José María Sanglade, gestionando toros y toreros; y una vez que se confirmó la contratación se anunció la definitiva integración de los carteles de la siguiente manera: Viernes 20 de enero a las cuatro de la tarde, ocho toros media casta de La 221


Providencia, divisa gualda y roja, para don Antonio Cañero, quien caso de no matar con el rejón toreará y estoqueará a pie –advertía el cartel–, y los matadores Eleazar Sananes “Rubito”, Manolito Bienvenida y Pepe Gallardo...” Gregorio Quijano Sanmiguel, aquel infatigable luchador, fue el empresario que organizó las “Corridas de los 40 años de la Plaza de Maracay”. Gregorio tuvo éxito en las temporadas de novilladas, que organizó en Caracas y en Maracay los años 1970 al 1974, siendo las más importantes, en número de logros taurinos y de festejos, las de 1971 y 1972; pero su hito más trascendente en la fiesta de los toros fue cuando se le enfrentó a Manolo Chopera como “Secretario General de la Unión Venezolana de Picadores y Banderilleros”. Lucha con raíces sindicales y repercusión en México y España. Mal interpretada por algunos, no comprendida por otros. Vana confrontación porque al paso del tiempo no hubo cosecha. Taurivenca, nombre de la empresa de Quijano, organizó una corrida de toros y una novillada. Corrida para el 20 de enero con Antonio José Galán, Carlos Rodríguez “El Mito” y Carlitos Martínez, nieto del general Gómez y sobrino nieto de don Florencio. Se lidió una corrida de Rocha, colombiana. La novillada del aniversario fue también con reses colombianas, de Nicasio Cuéllar con “El Boris” y los hermanos Freddy y Pepe Luis Girón.

En la vecina Valencia surgió un conflicto entre el Concejo Municipal y el Círculo de Periodistas Deportivos, con motivo de la Corrida de la Prensa. Los rebosantes llenos en la Monumental, taquillas millonarias, estimulaban el apetito voraz de los recaudadores de impuestos. Abelardo Raidi y Gustavo Aguirre no querían aflojar un centavo y los ediles valencianos luchaban con ferocidad por su tajada. La empresa que organizaba las corridas en Valencia era la de Manolo Chopera y Sebastián González, pero en esos momentos se entretenían en San Cristóbal con la organización de la feria de San Sebastián. Ya Hugo Domingo Molina estaba fuera de la empresa de Chopera, en 222


la que había sido socio. Molina y Chopera rompieron sin escándalo pero con amargura. Al paso del tiempo sería este divorcio un acicate para la superación de Hugo Domingo, que surgiría en el tiempo como el taurino más completo que haya conocido la historia del toreo en Venezuela. Ahora Hugo Domingo veía los toros desde la barrera. El que lo veía seguir los acontecimientos, como un parroquiano corriente, no sospechaba que dentro de pocos años se convertiría en el ganadero más próspero de la cabaña brava venezolana y en un gran empresario. Hugo Domingo vio, sentado en el graderío del enorme coso de Pueblo Nuevo, aquella feria de 1973 con tres corridas de toros mexicanas. Corridas de grandes triunfos para Eloy Cavazos y El Niño de la Capea, una pareja de toreros que actuarían muchas tardes juntos en distintas plazas venezolanas. Chucho Cabrera envió un gran encierro para la inauguración, la tarde que Eloy Cavazos salió a hombros tras cortar tres orejas. El Capea una sola y Manolo Martínez sin fortuna. Dámaso González y Antonio José Galán acompañaron ante los difíciles toros de Piedras Negras a César Faraco y con toros de Javier Garfias El Niño de la Capea fue el triunfador al cortar tres orejas en compañía de Currito Rivera y de Carlos Rodríguez “El Mito”. La temporada de novilladas continuaba esperanzada en Pepe Luis Girón, que actuó ante un difícil encierro de Rocha junto a Avelino de la Fuente y Gonzalo de Gregorio en el Nuevo Circo.

Entre las buenas noticias que llegaban estaba la de que había comenzado en Villa Franca de Xira, Portugal, la cuarentena de las reses españolas y portuguesas que habían importado los ganaderos venezolanos. El Médico Veterinario Tulio Mendoza se había encargado, en representación del gobierno de Venezuela, del proceso de observación y análisis. Desde Caracas se envió a Lisboa en avión un lote de seis mil ratones, para hacer pruebas de la fiebre aftosa. Dentro del jet, nadie sabe cómo, se escapó un buen número de los roedores, con el inminente peligro de que en su voracidad destruyeran 223


parte de los cables. Los pilotos del carguero de Viasa decidieron elevar a alturas impresionantes la nave para quitarles la vida a los escapados ratones. El resto saltó del avión por todas las puertas, ventanas y ranuras abiertas apenas la nave tocó pista portuguesa y se escaparon por el Aeropuerto de Lisboa. Nadie duda que hoy haya más ratones venezolanos en la capital lusitana que panaderos portugueses en Caracas. No fue la de los ratones la única aventura vivida mientras duró la cuarentena. Un día escapó un toro de Pinto Barreiro, cuando le transportaban en camión, desde la ganadería a la Estación Cuarentenaria. Este toro venía como semental para la ganadería de Tarapío, propiedad del industrial Marcos Esteban Branger. Los policías portugueses, guiados por el diestro lusitano Mario Coelho intervinieron para evitar daños a cosas y especialmente a personas, quitándole la vida al toro que se había hecho dueño y señor del villorrio. Antes, el impertinente y arrogante astado, había asustado a un rosario de religiosas que caminaba ordenadamente a la salida de un convento, camino a una milagrosa ermita del camino. También penetró a una casa de campo, donde jugaba un niño de dos o tres años de edad. Pudo salir en estampida pues se topó con la furia de una anciana portuguesa que armada con un palo de escoba se interpuso entre la criatura y el astado, golpeándole en el testuz a la brava bestia. Un día antes de iniciar la cuarentena de las reses en Portugal, el 3 de junio de 1973, en la Monumental de Barcelona, un toro del ganadero salmantino don Atanasio Fernández hirió mortalmente al destacado banderillero Joaquín Camino, hermano del maestro Paco Camino. Dos cornadas en el tórax, desgarrándole el pulmón, perforándole el diafragma y destrozándole el abdomen. Además, un pitón le penetró hasta el hígado, internándole la víscera y destruyéndola. La agonía fue horrorosa por dolorosa y larga. El toreo y sus protagonistas vivieron días de honda consternación. En Madrid José Ruiz “El Calatraveño” salió a hombros, tras cortar tres orejas, proeza soñada por los más famosos, y en ese momento envidiada por todos. El modesto torero vivió a plenitud aquel instante. Tal vez demasiadas vidas en un momento, porque si al día siguiente “El Calatraveño” era ya una gran figura del toreo, cuando le repitieron, los toros lo volvieron a colocar en el nivel que siempre tuvo: un buen diestro, pero no una figura. La crueldad de la fiesta. La temporada española entraba en el ocaso y Curro Girón vino a 224


Venezuela, adelantó su viaje, porque se había unido en sociedad con Alberto Vogeler, Augusto Esclusa, Carlos García Vallenilla y Rafael Ernesto Santander para organizar la Feria de Caracas. Tres corridas en octubre. Con toros de México y toreros españoles, mexicanos y venezolanos. Las cosas se hicieron con un estilo distinto al que se habían hecho con anterioridad, pues se trataba de un grupo de amigos que deseaban vivir la aventura de la Empresa Taurina. No necesitaban ser empresarios taurinos para nada, sino que se habían reunido para darse un buen gusto. Iniciaron reuniones con aficionados que estaban casi retirados de los graderíos, como Vicente Amengual y Carlitos Ladera, crearon premios, promovieron charlas y conferencias, reuniones entre amigos. La idea era vivir intensamente la organización de las corridas. Rafael Santander fue el hombre que se dedicó a la promoción de las corridas y las relaciones públicas. Rentaron un par de suites en el Hotel Caracas Hilton, y en ellas funcionaban las oficinas. Daba gusto ver jamones de jabugo, quesos manchegos, un buen abastecimiento de cervezas y escoceses, como elementos indispensables en las oficinas de la empresa. Curro Girón fue a México a comprar toros de las ganaderías de Reyes Huerta, Santacilia y Tequisquiapan. Contrató a Palomo Linares, El Niño de la Capea y a José Julio Granada a quien apoderaba el muy querido y admirado Enrique Bermejo “Bojilla”. Granada, de novillero, había hecho una campaña muy destacada y se asomaba como una de las jóvenes figuras más interesantes. Lamentablemente sería el primer traspié de “Bojilla”, en su dilatada carrera como apoderado de toreros. Los mexicanos Manolo Martínez y Mariano Ramos también fueron contratados, cerrando carteles el propio Curro Girón, dos tardes, y Efraín su hermano. Como podrán ver Curro seguía la política empresarial de César; es decir no contratar otro torero venezolano distinto a la Casa Girón. Fueron varios los trofeos que estuvieron en juego aquella temporada que organizó Curro en sociedad con el grupo de Carlitos García, Rafael Santander, Augusto Esclusa y Alberto Vogeler. El Sol de Caracas, entregado por la Peña Taurina Caracas, El Mantuano de Oro del restaurante El Mantuano propiedad de la madre de Diego Arria. Hubo placas y premios ofrecidos a triunfadores y toreros 225


destacados por peñas y agrupaciones. El gran triunfador fue “El Niño de la Capea”. Recuerdo bien en estos ágapes y reuniones al doctor Andrés de Armas, muy joven para entonces, que para la época dedicaba gran parte de su tiempo a trabajar en el Hospital Oncológico de Caracas. En el Restaurante El Mantuano, en Las Mercedes, junto al doctor de Armas y Abelardo Raidi estuvimos con los hermanos Arria Saliceti, Diego y Humberto, en compañía de “El Capea” que vivía la experiencia de su segunda temporada americana y ya era uno de los toreros preferidos por la afición venezolana. Al doctor Andrés de Armas lo traté por primera vez en estas reuniones. Le había conocido un año antes durante una reunión de fin de año, celebrada en los talleres de Meridiano, en la esquina de La Quebradita. El se me acercó y, abordándome con la simpatía que le ha caracterizado de siempre, dominio de sí mismo, me comentó mis escritos taurinos manifestándose permanente lector. Andrés de Armas era, antes de que su padre don Armando comprara el diario, un gran lector de Meridiano. Más tarde sustituiría a Efraín de la Cerda en la dirección, y fue cuando Meridiano comenzó a vivir sus mejores momentos como diario deportivo. Andrés conoce como pocos el mundo del deporte. Tiene una clarísima inteligencia de los conceptos del periodismo. Conceptos desarrollados como deportista, universitario, hombre de mundo, aficionado que sigue desde la tribuna, la radio o el televisor los eventos más importantes. Se trata de un joven de clara inteligencia, recio carácter, indoblegable en sus principios, que tiene en Meridiano un blasón por el que ha manifestado vocación de lucha y disposición de sacrificio. No sabe la gente de Meridiano lo mucho que el doctor Andrés de Armas ha luchado por el diario...Ni cuánto le debemos. Con el tiempo surgió una grata y respetuosa amistad. Ha sido el gran director del diario, el gran confidente y el mejor de los amigos. Se había hecho moda que empresarios no tradicionales organizaran festejos. Así que un día me sorprende José Jesús Vallenilla, Jota-Jota, y me dice que él y sus hermanos, Diego, Agustín y Baltazar, organizarán una corrida de toros en el Nuevo Circo con el fin de lidiar una corrida de “Bellavista”. Para la época, Jota-jota representaba en esa ganadería los intereses del José Joaquín González Gorrondona, “el junior“, que a través del Banco 226


Nacional de Descuento era el dueño de la mayoría de las acciones de la dehesa. Había salido Carmelo Polanco, y entrado Elías Acosta Hermoso, también por el camino de facturas y de pagarés y González Gorrondona, representado por Vallenilla. Se contrató, a través de Carmelo Torres, a Manolo Martínez, a Carlos Málaga “El Sol”, que hizo su presentación en Caracas, y a “El Niño de la Capea”, triunfador en las corridas que hacía poco había organizado Curro Girón.

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C a p í t u l o 11

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Aquellos toros criollos que forjaron los hierros de la ganaderĂ­a brava

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El toro de lidia en Venezuela

El país se convirtió en una fiesta para celebrar la elección de Carlos Andrés Pérez como Presidente de la República en 1974. Conmemoración con características y expresiones de fiesta patria. La euforia alcanzó cotas de emoción nunca antes vividas en la etapa democrática. Las noticias que llegaban con los voceros de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) auguraban tiempos de bonanza. Fueron mensajes que provocaron fantasiosos paisajes de riqueza y de bienestar. Carlos Andrés fue muy influyente en la importación del ganado de lidia de España y de Portugal. Hubo continuidad con el proyecto llevado a cabo durante el gobierno del doctor Rafael Caldera que dio facilidades para ocupar la Estación Cuarentenaria de Los Taques, en el estado Falcón, y le ordenó al doctor Miguel Rodríguez Viso, Ministro de Agricultura y Cría, que las instalaciones estuvieran a disposición de los ganaderos de lidia y los médicos veterinarios ministeriales. Igualmente dio facilidades con la línea aérea internacional venezolana Viasa, para traer a tierras falconianas vacas y sementales. Sería mezquino quitarle los méritos al presidente Pérez, quien siempre manifestó su afecto, apoyo e interés por la fiesta de los toros. Los 231


ganaderos le rindieron muchos homenajes y fiestas en las ganaderías de “Tarapío”, “Los Aranguez” y “Tierra Blanca”. Se llegó a decir que la ganadería de “Tierra Blanca”, cuando estaba en Villa de Cura, era propiedad del primer mandatario en sociedad con Paco González Regalado, hermano de Sebastián González, quien en realidad era el propietario de la ganadería en sociedad con Manolo Chopera. La madrugada del 28 de enero de 1974, concluida la Feria de San Cristóbal, un grupo de periodistas, apoderados de toreros, empresarios y curiosos, a las cinco de la mañana, nos congregamos en la plaza de Pueblo Nuevo de para ver a Paco Camino y Dámaso González tentar unos toros propiedad de la Asociación de Criadores de Toros de Lidia. Los toros llegaron a Venezuela en lo que se conoció como “un pool” propiedad de todos los inversores en el transporte que importó las vacas y los toros desde Portugal. Se trataba de dos reses portuguesas, procedentes de la ganadería de Coímbra. Toros jóvenes, toros portugueses que no aprobaron el tentadero. Sí recibió la mejor nota un toro mexicano de San Martín, propiedad de Pepe Chafik. Era otra lección que le daban los ganaderos mexicanos a los venezolanos, quienes habiendo tenido tanto tiempo frente a ellos al toro de México, habiéndose formado la afición venezolana con el toro mexicano, no fueron capaces de darse cuenta de qué clase de toro tenían entre manos y qué sencillo hubiese sido fundar las bases de la cabaña brava nacional con simiente azteca. Aunque para decir verdad hay que señalar que fue el propio ganadero de México, que por motivos de política interna en su agrupación, carente de visión, se opuso con trabas burocráticas y prohibiciones absurdas a que salieran vientres y sementales para fundar ganaderías en el exterior como ahora lo estaban haciendo españoles y portugueses. Esta posición mexicana fue aprovechada por españoles y portugueses. Los españoles por vía de Manolo Chopera se metieron por el río que ya inundaba Colombia: Santa Coloma; y los portugueses, gracias a la simpatía de Joao Pinto Barreiro, se convirtieron en descubridores de la nobleza y del temple. Había cumplido tres años como corresponsal del semanario El Ruedo, revista que continuaba dirigiendo Carlos Briones, de la Editorial Católica. Veía con gran satisfacción cómo tenían mucha jerarquía las noticias procedentes de Venezuela. Nuestros reportajes, notas informativas y fotografías eran desplegados, lo que me daba una gran satisfacción profesional. 232


Fue la última feria de San Cristóbal que organizaron los socios Manolo Chopera y Sebastián González. Como si lo presintieran, echaron la casa por la ventana. Contrataron a Paco Camino, Eloy Cavazos, Manolo Martínez, Niño de la Capea, Dámaso González, Antonio José Galán, Ruiz Miguel, Curro y Rafael Girón y Carlos Rodríguez “El Mito”. Carlos Andrés asistió a todas las corridas en compañía de su paisano tachirense doctor Ramón J. Velásquez. El triunfador de la feria fue Eloy Cavazos, como antes de un mes se erigiría triunfador de la Corrida de la Prensa en su décima edición. El maestro de Monterrey fue a Valencia junto a Paco Camino y Curro Girón y toros de Valparaíso.

El 27 de mayo de 1972 fue el último día que un torero mexicano abrió la Puerta Grande de la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas, gracias a que le cortó las dos orejas a un toro colorado de la ganadera salmantina doña Amalia Pérez Tabernero, distinguido entre sus hermanos con el nombre de “Azulejo”. El maestro, que por aquellos días formaba parte de un destacado grupo de toreros mexicanos, toreó la tarde de su apoteosis con el aragonés Fermín Murillo y el linarense José Fuentes. Esa Puerta Grande de Cavazos se convirtió en un fantasma para las próximas generaciones de toreros mexicanos que, desde 1972 no encontraban la llave para abrir el candado venteño. Un par de años antes, España se había abierto a los toreros de México. Alberto Alonso Belmonte y Fernando Jardón intentaron abrir puertas para que los toros tuvieran los caminos más diversos, parecido a lo que hizo don Livinio Stuyck cuando le dio visa a toreros como los cuatro hermanos Girón, Pepe Cáceres, los portugueses dos Santos y Paco Mendes. En fin, algo similar a lo que los Chopera ahora en Madrid intentaron hacer con los mexicanos el año pasado. Eloy Cavazos formó parte de un póker de ases integrado además por su archirrival Manolo Martínez, Mariano Ramos que encarnó la charrería azteca y Curro Rivera un torero que en España realizó campañas vibrantes con destacados triunfos en Madrid. Los cuatro confirmaron en Las Ventas, y de los cuatro fue Eloy Cavazos el último que cruzó el umbral de la puerta grande el 27 de mayo de 1972. Cavazos es un 233


torero de renombre que hizo historia aquella tarde. Una historia de cuyos primeros días escribí en mis reportajes desde México y que hoy se reúnen en este libro. En Caracas, Gregorio Quijano y Taurivenca continuaron su temporada de novilladas. La presentación del joven cordobés Alfonso Galán, fue la gran atracción al comienzo del ciclo. Anunciaron al hermano de Antonio José con toros de Guayabita y los novilleros Rafael Pirela y Mario Rivera. El mismo día que llegó Alfonso a Venezuela, procedente de Bogotá, se fue directamente desde el aeropuerto hasta Meridiano. Ya era nuestro diario el periódico taurino más importante, y así lo reconocían los profesionales del toreo. Antonio José, su hermano mayor que había triunfado en Mérida, Maracaibo y San Cristóbal se refería a la presentación de su hermano en Caracas a manera de chiste: “Va a torear en el Nuevo Circo antes que yo.” Era febrero y ya la temporada de las ferias estaba por concluir. Sólo faltaban Mérida y Maracay; así que Alfonso Galán, gracias a la amistad surgida entre Antonio José y el ganadero de “Los Aranguez”, Alberto Ramírez Avendaño, se fue a la ganadería en Carora. Antonio José Galán había vivido momentos de reclusión taurina en la finca de Los Aranguez, junto a Francisco Rivera “Paquirri”. Los toreros hicieron gran amistad con los miembros de la familia Riera y gozaron del cariño y del aprecio de la gente de Carora. “Paquirri” vivía sumido en el guayabo que le producía la ausencia de su enamorada, Carmen Ordóñez, hija del maestro de Ronda, Antonio Ordóñez, nieta de “El Niño de la Palma”, por el lado paterno, y por el lado materno no se quedaba corta pues era hija de Carmiña, hermana de los Dominguín, Domingo, Pepe y Luis Miguel y nieta de Domingo González Mateo “Dominguín”... Entre bromas le decían a “Paquirri” que cuando se casara y tuviera un hijo este no sería un hijo normal. “Será un semental de toreros”, porque los Rivera también tienen lo suyo en el árbol genealógico, además de toda la casta, raza, temperamento y vocación del propio Francisco. Alfonso no iba a estar en aquellas alturas de Carora, donde se movía su hermano Antonio José, apadrinado por Mickey Castillo, un taurino que pasó como centella por la fiesta de los toros y que su contribución se resumió a entregarle a sus amigos, Antonio José y Alfonso, su amistad amplia y sincera. Alfonso se fue a Carora, más bien a la sabana de Copacoa donde está ubicada la casa del mayoral. 234


El mayoral para esa época era un vaquero de Palma del Río, Córdoba, de nombre Juan Martínez. Hombre temperamental, inusitadamente fuerte, un vaquero excepcional y auténtico “hombre de a caballo”. Fue Juan Martínez el fundador de un estilo vaquero en la ganadería de “Los Aranguez”. Hizo a Antonio Camacaro vaquero y ganadero. Antonio fue por años el mayoral. Juan hizo a los vaqueros como Gerardo y los otros muchachos sabaneros, amansó caballos, fundó bueyadas y sentó las bases para el manejo de la dehesa. Todo fue asimilado inmediatamente por los buenos vaqueros caroreños. Asimilaron los estilos de monta, como si de modas se tratara, recortaban crines y colas de los caballos, los vaqueros se hicieron garrochistas y se llegó a tentar a campo abierto. Da gusto ver acosar a las vacas y a los becerros en los cerrados de “Los Aranguez”. Faenas de campo que hacen muchachos vaqueros que no saben que, hace ya tiempo, aquellas sabanas fueron pisoteadas y correteadas por el mayoral de Palma de Rio, Juan Martínez en su yegua torda. De vez en cuando Alfonso Galán iba a Caracas y como concurría a la hora de almuerzo a Cuchilleros, casa de Juanito y Pedro Campuzano, nos citábamos para ir al Frontón de la Casa Vasca, en El Paraíso, a jugar pelota, frontones. Juntos íbamos al gimnasio del Hotel Caracas Hilton, al vapor y al baño sauna. Hicimos una grata amistad que aún perdura. Alfonso hizo sus pininos como torero en Venezuela. Entre nosotros dio sus primeros pasos. Tuvo momentos muy importantes en su carrera. Como novillero apuntaba por su gran clase. Antonio José Galán, su hermano y su guía, se mofaba de él y de su arte y le repetía con cansina insistencia “los de cojones a mandar y los de arte a acompañar”. Hay dos anécdotas interesantes en la vida profesional de Alfonso. La primera, la tarde de la confirmación de su alternativa en Madrid. Corrida de toros de Hernández Plá. Le tocó para confirmar el toro “Capitán”, indudablemente bravo. Ha sido el toro que más tiempo ha estado pegado al caballo recibiendo castigo. No le vi en la plaza; pero recuerdo muy bien la película en la que el toro recibe un prolongadísimo castigo; pero no de un ir y venir, sino una vara, prolongada y dañina, agotadora y fulminante, hasta que el toro tira la montura al suelo. No había manera de quitarle. Le colearon, es decir le tiraron del rabo y “Capitán” seguía prendido al peto. Esto, por supuesto, le desgastó. Madrid es Madrid, y cuando tiene guasa no hay como Madrid. Salió el toro de la suerte de varas, por supuesto quebrantado herido y agotado. 235


Había dejado en el peto toda la fuerza, el gas, el temperamento y la bravura. Fue Alfonso hasta donde estaba el toro convertido en un marmolillo y se puso frente a la cara del agotado “Capitán”. Un par de pases y se convirtió en un mueble, con sentido y peligro. Un auténtico problema que dudo exista un torero capaz de resolverlo; y Madrid quería que Alfonso Galán lo resolviera. Este fue su primer gran pecado profesional. El otro fue en Bilbao. En la feria de Bilbao con una corrida de Pablo Romero. Estuve presente y fui testigo de todo lo que ocurrió. La corrida, como suele suceder en esta casa andaluza, salió mansa, sin fuerza y con peligro. Alfonso, en su afán de gustar, prolongó demasiado su estada frente a la cara de sus toros. Currillo había sido herido por su primer astado y había pasado a la enfermería. Alfonso le sustituyó y cuando había logrado algunos muletazos de mucho mérito, que fueron coreados por gran parte del público, una minoría se metió con él. Tal vez la presión, los nervios, su inmenso deseo de triunfo, actuaron mecánicamente como un resorte y se encaró con la masa. De inmediato, fue toda la plaza la que le adversaba. No sólo la minoría, que le censuró antes; pues mi querido amigo, sin pensarlo dos veces, se llevó la mano derecha a los cojones y ¡Mira por dónde! La carrera profesional de Alfonso ha tenido triunfos importantes; pero no ha sido Alfonso hombre de guerra. Con una suerte bárbara para las mujeres, lleno de amigos porque es un tipo fenomenal, se ha dedicado más bien a los bienes raíces, con mucha fortuna, y en un vocero de la causa venezolana. Por Alfonso Galán lloraba la Pantoja, y eso que era mujer de Paquirri. Lloraba la Jurado, siendo Rocío mujer de Carrasco, campeón de boxeo, y la hermana de la Jurado también reclamaban su cuota de pasión de Alfonsete, como con cariño le llaman sus hermanas en Fuengirola. Sin duda, un rompecorazones de lujo. En Venezuela dejó muchos amores, amores que a él le recuerdan y él recuerda, porque si algo tienen estos hermanos Galán es el ser muy agradecidos, y ellos por Venezuela sienten mucho respeto y gratitud. Mérida celebró su Feria del Sol; y el plato fuerte del abono fue la alternativa de Jorge Jiménez; un muchacho de Puerto Cabello que hizo campaña de novillero en México. Cuando se doctoró en Mérida le apoderaba Rafael Báez. Jorge se destacó por valiente. Sus actuaciones en plazas de la frontera norteña mexicana y en la propia Monumental México se reseñan escritas en sangre. Fue padrino de Jiménez Manolo 236


Martínez y el testigo Eloy Cavazos. Una de las escasas veces que actuaron juntos, en un mismo cartel estos dos grandes toreros mexicanos, que juntos llenaron una polémica época del toreo. Los toros fueron de Piedras Negras. El ganadero piedrinegrino Raúl González trajo un toro que fue tentado para semental en la plaza de Mérida. Luego de ver la tienta el ganadero Fabio Grisolía, le compró para su naciente vacada de “La Carbonera”. En marzo del 74 llegó de Bogotá un novillero mexicano que haría época en Venezuela. Especialmente en Maracay. Me refiero a Adolfo Guzmán, que se presentó junto a Fermín Figueras “El Boris” y Rodríguez Vázquez con novillos de Santiago Dávila. Adolfo vino de México sin haberse destacado, aunque traía escuela, grandes ganas de triunfo y una contagiante simpatía que lo convirtieron desde el primer día el ídolo de Aragua. No ha habido otro novillero en Maracay que haya destacado tanto, dentro y fuera del ruedo, como este mexicano. Adolfo Guzmán toreó aquella temporada de 1974, nada más ni nada menos que 23 novilladas. Un record, no hay duda; más aún si acentuamos que la mayoría de los festejos fueron en Maracay. Algo que no han logrado ni aquellos que fueron ídolos nativos, toreros de la tierra, figuras de la plaza de Maracay. Además de sus éxitos profesionales, Adolfo Guzmán se convirtió en un personaje de la Ciudad Jardín. Fundó un bar-restaurante, hizo negocios exitosos y se convirtió en ídolo de las mujeres. Adolfo, con la inteligencia que le caracteriza, supo quitarse a tiempo de la actividad como torero aunque se mantiene ligado a la fiesta como apoderado y organizador de festejos. Apoderó en su momento de mayor éxito a Valente Arellano. Lo mismo hizo con Jorge de Jesús Glison, antes del trágico accidente con el novillo de Tepeyahualco en Tlaxcala. Un día, en Aguascalientes, cuando presenciaba una corrida de la Feria de San Marcos, me encontré con Adolfo. Apenas cruzamos unas palabras y me dijo que pensaba organizar una novillada en San Juan del Río, Querétaro. Para la fecha se encontraba en Chichimeco, rancho del matador Miguel Espinosa “Armillita”, el novillero venezolano Manolo Rodríguez que vivía, comía, dormía y toreaba gracias a la generosidad de la familia Espinosa. Le pedí a Adolfo Guzmán un puesto para Manolo; y Guzmán sólo me respondió: “No te prometo nada. Si hay algo le aviso a Manolo.” Fue el día de San Juan, la primera novillada que toreó en México Manolo Rodríguez, en San Juan del Rio, Estado de Querétaro, y todo 237


gracias a Adolfo Guzmán, un hombre agradecido como pocos y un caso para la historia del toreo de Aragua. Ídolo sin par de la afición maracayera. Para nombrar a Guzmán es imprescindible hacer referencia a Omar Sánchez, quien le representó y apoderó desde sus primeros pasos en arenas venezolanas. Omar ha sido un infatigable caminante en el sendero de los espectáculos. Organizó corridas de toros, espectáculos musicales, ferias, representó boxeadores, cantantes y toreros con un criterio amplio y certero. Pero han sido las mujeres en la vida de Omar las que le han quitado el oro. Es que de todas se enamora y a todas les entrega todo. Ha sido un tipo muy simpático, derecho y correcto, al que hay que estudiar a fondo para comprender. Aunque lo que está a la vista no necesita anteojos y, como dice la copla aquella sobre las mujeres y la perdición de los hombres. El “guzmancismo” llegó a tales extremos en Maracay, que una tarde hubo una trifulca en El Cubanito, entre Omar Sánchez y Vitico Sandoval. Sánchez acusó públicamente a Vitico, Antonio Arteaga Arteaguita, a “El Tato” Ramírez y a otros novilleros, que no habían tenido suerte en la plaza, de haberle agredido. Sin embargo, al día siguiente Sandoval desmintió la cayapa y confirmó el lance personal con Omar. Hasta ese día y momento llegó el cruce de acusaciones; pero todo tenía que ver con las novilladas que cada domingo toreaba Guzmán, mientras que los toreros de Aragua se quedaban sentados en las gradas, porque no habían triunfado en las oportunidades que les daba la empresa que administraba Omar Sánchez, en sociedad con Ramiro Machado, un hombre del boxeo con varias incursiones en los ensogados del toreo, radicado en Maracay. Raúl García, torero de Monterrey y sobrino del “Esteta Potosino”, Gregorio García, se presentó en Venezuela en la única corrida que aquel año se celebró en Maracay. Lo hizo junto al portugués Mario Coelho y el aragüeño Adolfo Rojas. Fue una gran corrida de la divisa de Carora, con toros que promediaron a la canal los 300 kilogramos. Raúl ha sido uno de los toreros “leyenda” en la Plaza México. Primero como rival de Gabriel España, en sus días de novillero y luego por su memorable faena a “Comanche” de Santo Domingo. Su paso por España fue importante. Confirmó la alternativa en Las Ventas, con toros de Galache, encartelado con Paco Camino y “El Cordobés”. En Zaragoza, feria del Pilar, cortó un rabo. Más tarde volvería Raúl, a Barquisimeto en corrida de feria, a Caracas en un 238


festival y a una asamblea de directivos taurinos convocada por Eduardo Antich. Me une a Raúl una gran amistad que nació en mi primera incursión a España en el año de 1972. Fuimos a Bilbao y viajamos por los ruedos del verano español, descubriendo una fiesta diferente, profundamente racial y que en parte fue expuesta por las experiencias vividas por este amigo de Monterrey y por su gran calidad como aficionado taurino. Las novilladas continuaban, y cada día abrían páginas importantes del toreo. Una de ellas fue el debut en la Maestranza maracayera de José Nelo, un alumno de la Escuela Taurina Municipal que dirigía Pedro Pineda. Dije de su presentación: “El debutante José Nelo pechó con lo peor de Clara Sierra, pero dejó buen ambiente y se destacó por lo fácil que es con el acero.” Más tarde, en España, su apoderado de siempre, Luis Álvarez, le bautizaría: “Morenito de Maracay”. Un torero importante para Venezuela y el mundo, un americano que ha dado la cara como pocos se han atrevido a hacerlo en España. El debut de Nelo fue en compañía de Freddy Girón y de Alfonso Galán, el 31 de marzo de 1974. Ese día, en el Nuevo Circo de Caracas, Adolfo Guzmán abrió de par en par la Puerta Grande, que no se abría desde que los tres hermanos Girón, tras lidiar una corrida de La Laguna, habían salido a hombros, en enero, diez años antes. Aquel año fui a Madrid, a la feria de San Isidro. El abono de mayo anunciaba carteles y acontecimientos interesantes como la confirmación de la alternativa en Las Ventas de Mariano Ramos, Rafael de Paula y de El Niño de la Capea, además del gusto que da siempre ir en primavera a Madrid, a España, a tener contacto con el toreo en España que es la expresión más acabada de lo que un aficionado pueda esperar de la fiesta de los toros. Con sus contrastes, como los claroscuros de Goya, con su polémica, como la permanente de Cánovas del Castillo, con su sentencia definitiva sobre el destino histórico de los toreros, como si de un Castelar se tratara. Madrid, como dice Ramón Gómez de la Serna, el último de los abrumadores cronistas de Madrid, “es la capital del mundo más difícil de comprender”; y, agrego yo, si las plazas de toros son el espejo de las ciudades, la plaza de Madrid será “la más difícil de comprender”. Escribe Juan Antonio Cabezas que “de Madrid no puede decirse que 239


‘le sale el sol por Antequera’. Le sale y le entra cada día por su calle de Alcalá”...Y por la calle de Alcalá, en Madrid, entra y sale el toreo. Para comprender el toreo hay que entender, primero, a Madrid, y luego hay que ver toros de Las Ventas de Madrid. De aquel San Isidro recuerdo tres tardes, como tres grandes joyas del toreo. La confirmación de la alternativa de Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea”, el retrato de la ambición profesional; la faena de Antonio José Galán a un toro de Alonso Moreno, como lección bravía; y los lances de Rafael de Paula, como pinceladas de un inacabado arte que aunque breves y escasas satisfacen a su incondicional grey. Asistí en compañía de Efraín Girón a Las Ventas, la tarde de la confirmación de la alternativa de “El Niño de la Capea”. Un jovencísimo torero que comparaban con Camino, cuando en realidad casi nada tenían en común. Tal vez la precocidad sabia de los elegidos. La corrida de Atanasio Fernández muy bien presentada, hermosa, con trapío, agradable, brava y sin bobaliconería, tuvo mucha movilidad y entre sus toros no existió la igualdad de comportamiento: los hubo desde el toro noble y franco, hasta el marrajo que se acunó en tablas, en la puerta de chiqueros, escarbando y defendiéndose. Recuerdo un instante de la corrida, cuando el toro se aquerenció en chiqueros y Paquirri, decidido, fue a por él, y Efraín comentó que allí, en ese sitio, “Pies de Búfalo” del duque de Pinohermoso, abrió en canal a César Girón. Francisco Rivera escalaba con una temeraria entrega la cuesta de la fama, y allí en ese sitio le cortó la oreja al manso de Atanasio. La actuación de Palomo fue soberbia. Le recuerdo fulgurante, embutido en blanco y plata. Y lo de “El Capea” fue inolvidable. La plaza enloquecida, confirmándole como figura del toreo, subrayando aquello que demostró la tarde del mano a mano con Julio Robles y los novillos de Juan Pedro Domecq, aquí mismo en Madrid. Todos los presentes estábamos conscientes de presenciar el nacimiento de una gran figura del toreo. Salí de la plaza emocionado. Fui hasta el Hotel Emperador, en Gran Vía, donde se alojaba Pedro en compañía de sus apoderados, los hermanos Javier y José Luis Martínez Uranga, primos hermanos de Manolo Chopera y conocidos por los taurinos con el nombre de “choperitas”. Allí encontré a José Alameda, el gran periodista de la radio y de la televisión mexicanas, y fuimos, junto a José Manuel Rodríguez, representante de Paco Camino, a tomarnos un café y una copa en Callao, unas cuadras más arriba hacia la calle de Alcalá. 240


Muy importante y trascendente en mi vida este contacto con José Alameda. Aún no le descubría como el océano inmenso que con una prosa y un verso, muy singular, regaría todas las playas del toreo. Le conocí, en ese momento, con gran superficialidad. Las luces de Madrid, como una marquesina, lo iluminaron y dejaron para admirarlo toda la vida. Alameda era conocido por sus grandes transmisiones radiales, en las que fue en un sentido rival de otro monstruo de la transmisión de las corridas por radio, Paco Malgesto. Nos contó Alameda que el año antes, en Burgos, transmitió para España por Televisión Española la corrida de la alternativa de El Capea. –No sabían quién era yo. Los telespectadores españoles acostumbrados al estilo de Matías Pratts, no lograban identificarme. Hasta que surgió la conspiración que en su momento llamé de “las navalonas y los marivisos”, para denunciar el terrorismo profesional de Alfonso Navalón y de Mariví Romero. El primero adalid de una crónica ladrona y asesina, afirmaba Alameda, denunció mi filiación republicana ante las autoridades policiales del franquismo. Fernández Clérigo, destacado político de la República Española, fue el padre de José Alameda, cuyo nombre auténtico fue Luis Carlos Fernández López Valdemoro, nacido en la madrileñísima calle de Goya, donde ahora se encuentra la Cafetería California 47. Tomó el seudónimo para escribir y hablar de toros. José en honor de su admirado “Gallito”, cuya voz escuchó en Marchena, Sevilla. El Alameda lo adquirió de la Alameda Central, de México, y de la Alameda de Hércules, de Sevilla. Todo lo pensó en su tienda de Curiosidades Mexicanas que tuvo cerca de la Alameda Central, vecino al Teatro de las Bellas Artes, en Ciudad de México, pues cuando buscaba el seudónimo para escribir, ya que no veía correcto usar el de Fernández Valdemoro, sintió que el Juan, por su admirado Belmonte, era mucho Juan de Pueblo, y que honrar a Gaona, con un Rodolfo, agradeciendo a México, era demasiada petulancia. Junto a sus nombres, días después, el 4 de noviembre de 1945 en la XEW, nació la frase que sería su bandera radiofónica y tarjeta de identidad: ‘‘El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega”. Años después nacería en el mismo sitio de la calle de Goya un torero madrileño que revolucionaría el mundo de la tauromaquia, con sus conceptos de sitio y de distancia: Antonio Chenel “Antoñete”. Conocía de Alameda su libro Los arquitectos del toreo moderno, 241


obra que realizó a manera de réplica del tema conceptual con el que Bergamín, en “El arte de birlibirloque” exalta a “Gallito”. Travesura intelectual de Alameda que, más tarde, con profusión de obras y ensayos ratificaría. José Alameda representaba al consorcio televisivo mexicano, que en ese momento organizaba en España la transmisión de una corrida de toros llamada “La corrida mundial”. Espectáculo que se transmitiría en directo desde Málaga, a México e Hispanoamérica. Entre café y copa me confesaría: “… cuando muera me recordarán por literato; no por las transmisiones de radio y de televisión”. Como le admiré en su rol radiofónico me costaba trabajo creer que en otra disciplina de la vida pudiera superarse a sí mismo. Cuan equivocado estaba, aún me faltaba conocer su obra literaria, la más importante ensamblada por taurino alguno en la historia de la fiesta con la que hicimos contacto hasta el mismo domingo 28 de enero de 1990, cuando el Maestro decidió irse de este mundo. Alameda fue siempre ‘el Maestro Alameda’, un maestro entre muchos profesores. Y sabiéndose mucho tiempo atrás que era un gran poeta, nos dejó en sentidos versos, su biografía, su autorretrato: Paso a paso he pasado por la Tierra/ camino a la muerte prometida/ Sin poder detenerme/Y la muerte me ha dado cada día/ un poco de su polvo. Y he vivido/ con una vida ambigua/ creciéndome la muerte por adentro/ detrás de la sonrisa/ Hasta quedar al cabo en un pequeño/ montón de huesos y ceniza/ Ese soy yo/ Tal es mi biografía. Fue hombre de las circunstancias, en el sentido del también madrileño Ortega y Gasset. A Carlos Fernández las circunstancias lo echaron de Madrid, de aquel Madrid de la época de Rafael Guerra “Guerrita”, y lo llevaron de niño a Marchena, Sevilla, donde en brazos del gallismo primero y más tarde del chicuelismo, bebió las gotas fundamentales de la leche del toreo. Ya hombre —como él mismo lo indica en su Retrato inconcluso— regresó a la Villa del Oso y del Madroño al compás de la vida. Se formó intelectualmente, casi sin estación de paso, hasta que el río de los acontecimientos lo arrojó sobre la playa de las circunstancias de la Segunda República, y en la expresión de sus intelectuales encuentra el cántaro donde se bebe su propia curva literaria, la del pozo de la generación de 1928. 242


Aquellos acontecimientos y circunstancias de la España convulsa le llevaron al París Socialista, la ciudad de las libertades. Allí, en la ciudad de Víctor Hugo y de Zola y en las aulas de la Universidad de La Sorbona, remató sus estudios de Derecho Romano, y bebió tragos del periodismo de libertades y de protestas; y con un título de abogado –pergamino que olvidó en algún rincón de la bohemia parisién– para ejercer una profesión que jamás ejerció, partió de El Havre, noroeste francés, a Southhampton, Inglaterra. Saltó el Canal de la Mancha plagado de minas alemanas y llegó a Londres el 13 de febrero de 1940. Con un pie en Londres, muy distinta a esta Londres de los Juegos Olímpicos, y con la mirada puesta en el Nueva York que anunciaba Federico García Lorca, cruzó el Atlántico. Al pisar tierra norteamericana encauzó su destino por las líneas del ferrocarril, caminos y caballos de hierro sobre los que se erigió el gigante del capitalismo, la franja derecha de los Estados Unidos. Fueron trenes que le llevaron. Nació José Alameda en la madrileña calle de Goya, el 24 de noviembre de 1912, por lo que en noviembre de este año de 2015 se cumplirán 103 años del nacimiento del famoso periodista. Carlos Fernández Valdemoro, quedó fascinado con México. Encantado con el abigarramiento mexicano. Firmó con el nombre de Carlos Fernández Valdemoro, porque fue hijo de Fernández Clérigo, que había sido secretario de don Manuel Azaña. Era a su vez el nieto del marqués de las Navas, y con todo su cortesano linaje, Fernández Valdemoro era demasiado republicano. Así que, para cruzar la arena del toreo, y meterse en el corazón del pueblo taurino con alma de literato, se autonombra Alameda, por la Alameda de Hércules, allá en Sevilla, en recuerdo de Manuel Jiménez Chicuelo, y José, nada más ni nada menos que por Joselito. José Alameda nació, frente a la Alameda Central, de la Ciudad de los Palacios, el México que haría suyo y que exaltaría con su prosa, su poesía, la narrativa singular y personalidad admirable. Fueron 50 años de actividad. Medio siglo de cátedra permanente, de “apasionada entrega” a la fiesta de los toros. Vida catalogada a manera de índice, en su obra de literatura taurina: El arte del toreo Católico, Los arquitectos del toreo moderno, Los heterodoxos del toreo, La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo, Retrato inconcluso, Crónicas de sangre, La evolución del toreo y Al hilo del toreo, junto a una infinidad de artículos y reportajes que su larga trayectoria literaria 243


preñó de positivismo taurino las páginas de diarios y de revistas del universo taurino. José Alameda será más recordado como literato que como incomparable relator y comentarista en los medios radiofónicos. Fue el más profundo de todos cuantos han existido. Coincidencialmente con su partida, Espasa Calpe lanzó al mercado de los libros su última obra Al hilo del toreo. Su trabajo periodístico fue una gran alabanza, grande por su pluma. A manera de agradecimiento por la dedicatoria que le hice del libro Solera brava, publicó un artículo en “El Heraldo de México”, su postrera tribuna taurina. Como ocurre cuando suceden estas cosas, el despacho informativo de la Agencia de Noticias llegó frío a la redacción aquella tarde de 1990. Simplemente anunció la muerte de José Alameda, “conocido periodista taurino”. Afortunadamente no fue así, porque quien ha escrito tanto, y tan bien, quien grabó su voz no en la mente y en el recuerdo, como él grabó la voz de “Gallito”, sino que hirió los electrones y se metió en cientos de cintas mil veces reproducidas, en videos y en magnetófonos, no puede morir. Allí, con ese tono leve de su grata voz, perfecta dicción, sonora prosa y verbo fácil, estará siempre José Alameda. Un crítico que con una frase podía hacer figura a un torero, y que al leer entre líneas pudo ser capaz de descubrir cosas profundas pero que nunca, jamás, hirió ni utilizó sus escrituras taurinas para atacar ni para participar en la vida privada de otros. La tarde anterior al fallecimiento me comuniqué con Guillermo Leal, en aquellos momentos su alumno más directo. Memo Leal fue directo y dijo que le quedaba poco “al Maestro”. Su busto se eterniza en tallas de duro pedernal o lustroso bronce. Hay uno en la “México” con el facsímil de su firma, otro en plazas y cosos taurinos, y uno, muy particular, en León, Guanajuato. Es una hermosa obra del escultor Humberto Peraza, con la dedicatoria del ganadero Alberto Bailleres, que dice: “A José Alameda, por su labor literaria en La Fiesta”. El bronce a sus espaldas tiene, grabado por el escultor, la Décima de las 244


ascuas. Alameda, agradecido a Peraza, le escribió el siguiente poema, que hoy con su “graciosa” huida adquiere carácter trascendental. La emoción de la escultura cuando esculpido me vi, fue verme fuera de mí reducido en forma pura, deshabitada figura. Prisionera de tal suerte la imagen en bronce inerte tiene una emoción real, pues anticipa, inmortal, el vacío de la muerte”.

José Alameda.

El triunfo fulgurante de “El Capea” se disipaba del ambiente venteño a medida que salían los encastados, bravos, peligrosos toros de Alonso Moreno. Manolo Cortés, torero de impresionante profesionalismo y de grandes recursos, no pudo con el desbordante genio de los toros andaluces. Paco Bautista fue incapaz de soportar los arreones de los saltillos. Cortés y Bautista pasaron a la enfermería. En el hule estaba Antonio José Galán, que había abierto la puerta de la sala de curas. Era tarde con olor a cloroformo y gasas. Había ambiente de tragedia. Saltó de la camilla Antonio José Galán. En el ruedo sólo quedaban las asistencias. Los matadores habían hecho mutis del escenario. Le recuerdo al bravo torero de Bujalance sin chaquetilla, con la camisa destrozada y el chaleco hecho jirones. Salió hecho un ciclón y le arrancó la muleta de la mano al mozo de espadas. Se fue hacia los bajos del palco de la autoridad, y con una rodilla en tierra se dobló con el bravísimo astado. Luego, por el otro pitón y cuando nadie se había enterado, relajado cada nervio de su ser, trazaba en los medios de la plaza de Madrid los más reposados, templados y toreros naturales que se hayan visto en el corazón del toreo. Aquella tarde conquistó Galán todos los trofeos de la Feria de San Isidro. Aquella tarde Madrid le hizo figura del toreo. 245


Otras tardes vendrían como la del rabo al toro de Miura en Sevilla, la de la tormenta de Pamplona, vendrían muchos gestos que coronarían gestas, pero fue la tarde de los toros de Alonso Moreno, cuando Galán se quedó sólo en la plaza de Madrid, la que le hizo alguien en el toreo. Dijo un periodista madrileño cuando en “La Venta del Gato”, sala de fiestas propiedad de mi viejo amigo Rafael Pantoja, resumía la tarde torera en un coloquio entre taurinos que “en el toreo hay tres capotes: el de paseo, el de brega... y el de Rafael de Paula”. La tarde de aquel día, con un traje pizarra y oro, con chaleco recamado, el jerezano Rafael de Paula había ido a la plaza de Las Ventas a confirmar la alternativa que había tomado allá abajo, en su rincón, hacía, más o menos, diez años atrás. Demasiado tiempo había esperado, según los ortodoxos. Nunca debió haber ido, decían los gitanos. De gitanos se llenó Madrid. Pelos azabache, prensados y atados en la cola, en las mujeres. Camisas blancas con el pecho abierto, descubriendo reliquias y medallas, en los hombres. La raza de bronce presente en Las Ventas para la confirmación de su torero, Rafael de Paula. Palmas por bulerías acompañaron el paseíllo, para animarlo. Ánimo fue lo que le faltó a Rafael, pues la tarde transcurría sin noticias y en medio de una plomiza mediocridad. Hasta que un toro, que no era el suyo, que no era toro de Rafael de Paula, salió rebotado de un caballo y encontró en su camino al “capote de Rafael de Paula”. Impresionante dejadez, total la entrega, la mano de salida un poco alta, cimbreante la cintura y hundido el mentón, sólo acompañó el viaje y... ¡Saltó del tendido el primer “quejío”!... Unos pasitos hacia adelante, de nuevo en el viaje del toro, y el segundo lance y... ¡Saltó del tendido una explosión!... Al tercero, la hecatombe y con el remate de una media verónica, ceñida, singular, diferente, nació el comentario de Rafael Campos de España en “La Venta del Gato”: “en el toreo hay tres capotes: el de paseo, el de brega... y el de Rafael de Paula”. Regresé a Caracas y encontré que se hacían preparativos para la organización de La Corrida del Mar, un mano a mano con Curro Girón y Manolo Martínez. Fue la presentación de “Los Aranguez” en la plaza de Caracas. Manolo le cortó una oreja al único toro que lidió porque el espectáculo se suspendió por lluvia. Fue la primera oreja que un matador de toros le cortaría a la ganadería de Carora. Curro Girón resultó herido, con un codo fracturado. El resto del encierro se lidiaría, más tarde, en una de las novilladas de la temporada de Taurivenca. Pepe Luis Girón tuvo la suerte de que le tocara un toro estupendo y 246


ese día fue su día como torero. Vimos lo que pudo haber sido de haber querido ser alguien. Vimos lo que había visto su hermano César y por qué cifró tantas esperanzas, justificadas luego de verle con el toro de “Los Aranguez” y porqué llegó a creer en él. La vida de Pepe Luis fue un mar de contradicciones. Lo tuvo todo y no tuvo nada. Desde niño vivió con César en Madrid, y fue uno de esos seres privilegiados que todo lo que intentan lo hacen bien. La maldición del privilegio, porque se aburren pronto del éxito fácil de la vida y llegan a ser perfectos “don nadie”. Ese fue el caso de Pepe Luis. Con una facilidad increíble para jugar fútbol, llegó a interesar al Real Madrid. Jugó en las divisiones inferiores del gran equipo español; pero no fue capaz de soportar la disciplina. No fue capaz, tampoco, de crecer en el toreo y se limitó a decir qué cosas pudo haber hecho. Borrascosa y oscura fue el resto de su vida, de permanente descenso, apagándose la luz del privilegio y de la vida, hasta morir en el Hospital Clínico Universitario de Caracas, convertido en piltrafa humana, alcoholizado, justo al año de haber muerto su hermano Curro, abandonado por amigos y aduladores, solo con un mal hepático. Aquel año 1974 se llevó en un accidente vial en la autopista del centro, cerca de La Morita, al banderillero valenciano Edgar Pérez “Perecito”. Le acompañaba Víctor Meléndez, torero valenciano que sufrió graves heridas y que milagrosamente salvó la vida. El cable trajo la noticia del gran triunfo en la Maestranza de Sevilla de Jorge Herrera, el novillero de Fusagasugá, Colombia, que tanto quiso Caracas. Jorge se convirtió en el héroe de las temporadas de novilladas organizadas por Taurivenca, los años 71 y 72. Sus triunfos le abrieron caminos en Colombia, donde los hermanos Lozano tenían intereses empresariales. José Luis le organizó en España una bonita campaña de novillero, para prepararle para un doctorado de lujo. En Sevilla el 18 de julio hizo el paseíllo en La Maestranza junto a Juan Martínez y Manuel Ruiz “Manili”. Cortó dos orejas y dio una vuelta al ruedo. Buen torero, aunque carente de ambición. Se conformó con las migajas que encontró en Colombia, con las que se hizo rico, hay que decir la verdad. Jorge estaba llamado a pisar cotas superiores en el toreo, y no se molestó en sacrificios y molestias. El 11 de agosto nos encontrábamos en el Nuevo Circo de Caracas cubriendo una de las novilladas de la temporada, cuando llegó el rumor de una desgracia. Se comentaba que a Curro Girón le había matado un toro en Madrid. Curro toreó aquella tarde de agosto en la Corrida de 247


los Veterinarios, organizada por su apoderado Manolo Lozano, médico veterinario y un hombre que siempre ha estado ligado a su facultad en la Universidad de Madrid, como también lo ha sido con todas las ataduras espirituales de su paso por la vida y es por ello que goza del afecto y de la admiración de todos los que le hemos conocido. Sufrió Curro una grave cornada de un toro de Galache, que le abrió el muslo derecho en canal. Toreaba con Currito Vázquez y Raúl Sánchez, un valeroso talaverano. Pero ese día estaba marcado con sangre. En la plaza de toros Monumental de Barcelona, un toro del “Hoyo de la Gitana” de nombre “Cuchareto”, le quitó la vida al valiente diestro lusitano José Falcón. Un día trágico, no hay duda. En esa fecha se recuerda con dolor la tragedia sucedida 40 años atrás, cuando el toro “Granadino” de la ganadería de Ayala, hirió mortalmente en Manzanares, a Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Joselito “El Gallo” y un hombre que con su intelectualidad dignificó espiritualmente la fiesta de los toros. Un día que recordó para la posteridad el genio de Federico García Lorca, con el poema más elegíaco de todo el poemario castellano: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Sánchez Mejías había ido a Manzanares en lugar de Domingo Ortega, y al día siguiente, 12 de agosto, estaba anunciado para torear en Pontevedra. Murió al ser trasladado a Madrid, en el coche de Armillita. El maestro de Saltillo fue el que se encargó de “Granadino”, pero antes, inmediatamente luego de ocurrir el fatal percance, Fermín le ordenó a las asistencias: “Díganle a los médicos que le taponen la herida como sea...Y que se lo lleven a Madrid en mi coche”. Camino a la enfermería, Sánchez Mejías con la muerte reflejada en su rostro, según Alfredo Corrochano, testigo de la tragedia, le decía a Antoñito, su mozo de espadas: “Se acabó, Antoñito; esto s´acabó”. El percance de Ignacio provocó mil especulaciones, porque dramática fue la vida de este maravilloso sevillano al que su tierra debe tanto. José Falcón, el diestro lusitano fallecido en Barcelona a consecuencias de la mortal herida que le infiriera “Cuchareto”, vino a Venezuela para torear en Puerto Cabello una corrida de toros que organizó Federico Núñez. Estuvo muy bien con toros duros, bravos, de Bellavista. Aquella actuación le abrió las puertas de muchas plazas. Vino a Caracas, fue a Maracay, participó en la feria de San Cristóbal. Su carrera en España abría caminos, porque se arrimaba como un valiente. Su día más 248


aciago, lamentablemente, lo vivió en Caracas la tarde que Luis Procuna le dio la alternativa a Joselito Álvarez. Fue aquella corrida que organizó Rafito Cedeño y que se recuerda porque saltó a la arena un toro de tamaño descomunal de la ganadería colombiana de “Clara Sierra” al que bautizaron “Betulio”, en homenaje al campeón mundial de boxeo. Uno de los toros del lote de Falcón se le fue vivo a los corrales. Esa fue la última tarde que vimos en Venezuela a este gran torero, quien cayó en la arena de la monumental catalana. Al mes de la tragedia de José Falcón en Barcelona, tomó la alternativa de matador de toros en la Ciudad Condal el guariqueño Celestino Correa. Una ceremonia muy vistosa y una actuación destacada, porque el criollo cortó una oreja. Era el justo final de un brillante, y muy sacrificado, camino como novillero que tuvo momentos estelares, que llenaron de esperanza a la afición venezolana. Celestino Correa fue descubierto en Caracas, en la temporada de 1969, en una novillada nocturna organizada por Víctor Lucena en la Temporada de los Jueves Taurinos. La afición se le entregó, encandilada por su capote luminoso, y el periodista Rodolfo Serrada Reyes “Positivo” le alzó como “bandera” Rodolfo movió cielo y tierra para ayudarle. Sus contactos con Jerónimo Pimentel le abrieron las puertas en la Santamaría de Bogotá. En la primera plaza de Colombia triunfó y salió a hombros. En la temporada venezolana, aunque había más oportunidades de las que ahora tienen los novilleros, Celestino veía muy estrecho su futuro, y por ello se fue a España. Las expresiones laudatorias de Serradas eran exageradas, no hay duda. Le comparaba con Rodolfo Gaona y le llamaba “El indio grande”, por ser Celestino natural de Tucupido. Meses de penuria pasó en España. Sufrió del frio inclemente y pasó hambre, hasta que un día se topó con Octavio Martínez “Nacional”, que administraba la plaza de toros de Las Palmas en Gran Canaria. Martínez fue un personaje que dejó huella en el toreo. De ello no me cabe la menor duda. Grandulón, voluminoso, pesado en carnes, se movía cual peso pluma para lograr sus propósitos. Nadie jamás ha exaltado tanto las dotes, reales y supuestas, de su torero como lo hacía Octavio con Celestino. En Madrid tenía un Mercedes Benz de color verde perico encendido. Cruzaba de banda a banda la geografía española, e igual estaba sentado en la mesa del despacho de Pedro Balañá hijo, como en un café con Manolo Chopera o en plena acera de La Gran Vía conversando con alguno de los hermanos Lozano. La temporada que hizo Celestino Correa como novillero fue importante por las plazas y las ganaderías que lidió, y por los alternantes. Pocas veces un torero 249


americano se había formado con tanta categoría y mimo como lo hizo Correa. Recuerdo cuando llegó a Venezuela, luego de la alternativa, cómo presumía de su colección de bellísimos vestidos de torear, sin estrenar, capotes de brega y muletas nuevas, completísimos juegos de estoques que hubiesen sido envidia de figuras del toreo. La espuerta y el fundón, repujados en finísimos cueros. Todo con categoría. Llegó Octavio con su poderdante al Caracas Hotel Hilton. Mucha grandeza alrededor del torero que recién había tomado la alternativa, y que tenía firmadas las ferias de Maracaibo y de Valencia. Impresionante el movimiento de prensa provocado en Caracas por el apoderado. A diario almorzaba en Cuchilleros, casa de los hermanos Juan y Pedro Campuzano, que era el sitio de la tertulia taurina caraqueña más importante. Allí concurrían apoderados, periodistas, empresarios y ganaderos a diario. Todos los días se hablaba de Correa. En la radio le dedicaban programas completos, aparecía en televisión y las páginas de los diarios hacía referencia a que “Correa sí torea”, el slogan que lanzó al mercado publicitario este grandulón de Almería, al que muchos detestaban porque, sinceramente, era atrevido para decir las cosas, agresivo en su sinceridad, pero al que yo, lo digo aquí, admiré y admiro en el recuerdo porque le sentí amigo y sincero. Octavio Martínez “Nacional” tuvo su estilo, y de su estilo, con aciertos y errores, convirtió a sus toreros –además llevó a Pedro González “El Venezolano” y a Paco Bautista–, en nombres importantes que fueron tomados en cuenta. No dejaba de ser Venezuela polo de atracción para la inversión taurina foránea. Antoñito García, el ganadero colombiano, insistía en hacerse criador en Venezuela. Trajo en sociedad con Oswaldo López una punta de vacas de Vistahermosa, la ganadería que fundara su padre en La Sabana de Bogotá, Mosquera, y fundó la ganadería de Los Samanes en la vecindad de Duaca, estado Lara. Breve vida la de esta divisa, fundada con ruido de charangas y de villamelonismo por los socios de la compañía. Lidió una sola corrida en su historia, en la plaza de Barquisimeto, y desapareció sin pena ni gloria. En Caracas, José de Jesús Vallenilla se convirtió en Presidente de la Compañía Anónima Monumental de Caracas, un proyecto de Borges Villegas, el caraqueño que le dio a Barcelona, España, su parque de atracciones de Montjuich. Borges Villegas fue antes el creador y administrador del Coney Island de Caracas, situado en la avenida Francisco Miranda en Los Palos Grandes. Sucedió como suceden todas 250


las cosas en Venezuela. Una gigantesca reunión en La Estancia. Cientos de promesas y al rato se esfumó la idea por muchas razones jamás explicadas. La única que supimos fue la de un penoso asunto que vivió el hijo de Borges Villegas, con la muerte de una muchacha en su casa. Este asunto le pegó muy fuerte a Borges Villegas y no volvimos a saber de él ni del asunto de la Monumental de Caracas ni siquiera por boca de su flamante presidente, José de Jesús Vallenilla Calcaño. Mientras en Caracas, luego de destacadas actuaciones en el interior, se presentaba Manuel del Prado “El Triste” en la temporada de novilladas, en Marbella se transmitió para el mundo la Corrida Mundial, mano a mano Manolo Martínez y Paco Camino con toros de Carlos Núñez. Espectáculo que condujo con maestría Pepe Alameda, pero que fue duramente criticado por la prensa protagonista de aquella época. No sabían los aficionados del mundo que, en ese momento, desde Marbella se daba el primer paso en la red comunicacional que más tarde uniría a los taurinos del mundo; y que 20 años después Televisión Española, con su programa “Tendido Cero”, bajo la conducción de Fernando Fernández Román, el centro de distribución de maravillosas imágenes de la fiesta por el mundo. Hugo Domingo Molina desempolvó los avíos y se plantó en el campo de batalla: anunció la organización de dos ferias, las de Maracaibo y San Cristóbal. Con un sentido de la oportunidad y de imaginación que carece la gran mayoría de los organizadores taurinos venezolanos, Hugo Domingo contrató a Rafael Ponzo y a Celestino Correa, para Maracaibo. A Correa lo puso en un mano a mano, criticado en su momento, con Palomo Linares con seis toros de Javier Garfias; y Ponzo alternó la tarde de su presentación con dos grandes figuras, Eloy Cavazos y Francisco Rivera “Paquirri” y toros mexicanos de “Valparaíso”, propiedad de don Valentín Rivero, una ganadería que en esa época vivía gran momento. El tercer cartel de la feria de La Chinita lo formaron Curro Girón, Paco Alcalde y Antonio José Galán con toros de Santacilia. Alcalde hacía su presentación en Venezuela. Se trata de un diestro manchego que llegó a emocionar sobremanera a los públicos por su entrega y espectacularidad, especialmente en banderillas. Desde Maracaibo se proyectaron Correa y Rafael Ponzo. El primer beneficiado fue Luis Gandica, organizador de la Feria de la 251


Naranja en Valencia, que anunciaba a los dos toreros en sus carteles. La venta de las entradas estuvo muy apaciguada, hasta que saltó en la prensa la noticia del éxito de Correa y de Ponzo en Maracaibo. Triunfo que parecía un parto de una vieja exigencia nacionalista, la de una pareja rival para sostener sobre sus hombros el negocio taurino venezolano. Lo de Maracaibo se repetiría todos los años, y toda la vida, y siempre con los toreros venezolanos. El empresario nacional no tiene conciencia de la importancia que significa el torero venezolano para el público. Le da miedo que el venezolano triunfe, porque le teme a que le cobren más dinero del que le cobran cuando el venezolano es un simple relleno. No sabe, no se da cuenta, no se ha dado cuenta de que el nacionalismo se explota con dividendos positivos en todas partes del mundo. Han sido los toreros de Sevilla el sostén del toreo en La Maestranza. Los valencianos Vicente Ruiz “El Soro”, Enrique Ponce, Manolo Carrión y Vicente Barrera le han dado vida a las corridas falleras en Valencia de España y son el bastión de la feria de San Jaime en la plaza de la calle de Játiva. Madrid revivió, creció y se hizo gigante con “Antoñete”, un torero que a Manolo Chopera le parecía “viejo y acabado” cuando se lo recomendé en Venezuela para que fuera por delante de una corrida de Javier Garfias que mató en Valencia. “Antoñete” en Madrid le salvaría la integridad empresarial a Manolo Chopera. Gracias al triunvirato histórico de Santiago Martín “El Viti”, Julio Robles y “El Niño de la Capea” Salamanca convirtió su tímida temporada en una gran temporada. En México, han sido la afición y sus toreros los que le han dado personalidad e historia al toreo. Y no hablemos de Colombia y de César Rincón. Colombia se hizo importante en la fiesta, porque los colombianos se encontraron con César Rincón en las plazas y el bogotano le dio rango al toreo neogranadino y abrió paso a otros buenos toreros. Tienen el caso del Perú, con excelentes aficionados, llegó a tener buenas ganaderías, pero nunca ha tenido buenos toreros. La peruana es una fiesta postiza, es igual que la temporada de Ópera en Caracas, o la de Ballet. No le pertenece ni a la ciudad ni a sus ciudadanos. Celestino Correa toreó mano a mano con Palomo, una corrida de Garfias. Palomo cortó un rabo, en su mejor faena realizada en suelo venezolano. Un rabo que en nada valió para la habilidad de Octavio Martínez “Nacional”, quien peleó duramente con todos hasta conseguir que le otorgaran a Celestino Correa el premio de la feria, “El Rosario de oro de la Virgen de La Chiquinquirá”. Nadie lo creería: quitarle un 252


trofeo a los hermanos Lozano. Pues bien, eso lo hizo Octavio Martínez, el mismo que hizo figura a Celestino. Lo que ocurriría luego la historia lo narra, pero Correa se sentó en el trono, y si lo hizo mucho tuvo que ver su apoderado. Rafael Ponzo presentó su tarjeta de visita en Maracaibo, con lances cadenciosos y templadísimos muletazos. Fue un torero distinto, la otra cara de Correa, y el toreo se dividió en Venezuela o se era “poncista” o se militaba en el bando “correista”. Se vivió con inusitada pasión la fiesta de los toros. Si Maracaibo fue de Celestino, Ponzo se adueñó de Valencia. Su tarde de presentación con toros de Chafik, Paco Camino y Paco Bautista fue memorable. A Rafael Ponzo le apoderaba un gran taurino, el donostiarra José María Recondo, quien le había preparado con conciencia para que fuera torero para el mundo. Sabía de las desigualdades temperamentales de Rafael y le había creado cierto halo de gitano. En su San Sebastián natal le había recluido con su hermano, para que en el matadero practicara a diario la suerte del descabello. Hizo una campaña de novillero con Paco Rodríguez, gracias a Antonio José Galán que fue socio del empresario malagueño, por las plazas de la Costa del Sol. De mozo de espadas llevó Ponzo en sus inicios de Gonzalo Sánchez Conde, “Gonzalito”, que a la vez era mozo de espadas y hombre de confianza de Curro Romero. Con “Gonzalito”, precisamente, se vivió una anécdota muy relevante en la plaza de Valencia. Era presidente de la Comisión Taurina el doctor Arnaldo Rincones, un aficionado a los toros que sentía gran gusto, y se lo daba, yendo todos los años a Sevilla, a la feria de Abril, y pregonando por todas partes su “currismo”. Ser partidario de Curro Romero ha sido una posición adquirida por un grueso sector de Sevilla, que va más allá de los propios confines del toreo. Se es “currista”, taurinamente hablando, en un sentido irracional, porque no hay que olvidar uno de esos aforismos populares, sabios como todo aquello decantado en el tiempo, que si a un torero se le mide en su grandeza por el mayor “número de toros que le quepan en la cabeza, a un buen aficionado también, por el mayor número de toreros que sea capaz de saber ver”. Ponzo, volviendo al caso, tuvo una buena actuación, y luego de una estocada fulminante, aunque defectuosa, el público enardecido porque el diapasón de su pasión había templado la cuerda del nacionalismo, le pidió con fuerza dos orejas. Rincones, aferrándose a la letra del libro jamás escrito de las formas del toreo, no otorgó ni una oreja. Hubo 253


tumulto en las gradas y la gente se tiró al ruedo, pues querían sacar al torero a hombros. En un descuido “Gonzalito”, con una afilada navaja que carga siempre para cortar los patanegras que trae para sus relaciones públicas, le cortó las dos orejas. Al doctor Rincones se le sube la sangre y ordena a la Guardia Nacional suspender la entrega de trofeos no ordenada por él y de la que el protagonista fue “Gonzalito”. Ya se imaginarán, el asunto rayó en el caos y al borde de una peligrosa alteración de orden público. Las aguas llegarían a su nivel, y Arnaldo Rincones y “Gonzalito” unidos en su devoción por Curro Romero transitarían en el camino de la amistad una buena parte del camino de sus vidas. Sin embargo Rafael Ponzo no fue capaz de capitalizar aquel caudal de emociones que tuvo frente a sí. Aquel año fui por primera vez a la feria del señor de los Milagros en Lima y tuve el privilegio de ser testigo de un gran triunfo de Curro Girón, en la vieja plaza de Acho. Girón cortó tres orejas y salió a hombros de los limeños. Lo pasearon por las calles de la virreinal ciudad hasta altas horas de la noche, y cuando llegó al hotel con el vestido de torear destrozado estábamos francamente preocupados. Viajamos a Lima José Malpica y Luis Pietri, aprovechando la actuación de dos venezolanos en la temporada. Rafael Ponzo y Curro Girón. Curro era un verdadero ídolo en Lima. Daba gusto ver cómo la gente se le entregó sin reservas, desde el instante que hizo el paseíllo. Luego se entregó él, también sin reservas. Me agradó el público limeño sobremanera. Se trata de una afición que además de ser enterada es participativa, y en esta característica radica lo más importante de Lima. La plaza de Acho es una joya de la arquitectura limeña, mezcla de soluciones españolas y respuestas propias a cuestiones de espacio, en sentido estético y funcional de la construcción. Si va usted desde el Hotel Bolívar, hospedaje muy antiguo situado frente a la Plaza de San Martín, se cruza el famoso Jirón de la Unión, calle peatonal atiborrada de comercios a la que se penetra tras cruzar unos arcos bajo hermosos balcones que miran hacia la estatua de un José de San Martín fatigado, sobre una cabalgadura hecha polvo tras el titánico esfuerzo de cruzar la Cordillera de los Andes. Al salir del Jirón se encuentra usted con varios edificios de importancia, a medida que va caminando. Un templo color rosa limeño, donde se venera a Santa 254


Rosa de Lima y a San Martín de Porres. Más adelante, sólido cual piedra, el Palacio de Gobierno con un gigantesco bronce en una de sus esquinas, desafiante, lanza en ristre, el fundador de la ciudad Francisco Pizarro González. Adelante y bajo curiosos árboles llenos de traviesas avecillas, el bronce original de Simón Bolívar, cuya réplica está en la plaza mayor de Caracas. Un Bolívar triunfador, agresivo, el caraqueño que con sus destempladas aventuras ofendió hasta la eternidad a los orgullosos limeños, y dejó su imagen altanera prendida en los corazones de arrebatadas peruanas. Bolívar vive en rebeldía bajo el cielo limeño, sobre el suelo peruano, porque frente a él se guardan los instrumentos de suplicio que en la colonia fueron de la Sagrada Inquisición. Sigo hasta un enjambre de callejuelas en la que en cada esquina hay ventorrillos de fritangas, con hedores que emana el aceite de anchoveta, desagradable al olfato del que no esté acostumbrado y abominable para el que lo paladeé por primera vez, como fue mi caso al intentar desayunar con huevos fritos en este espantoso óleo. En mi mente, como en la de todos, los versos de las canciones que Chabuca Grande dedica a la Ciudad de los Virreyes; y por ello decepcionante cuando se llega “ al viejo puente y la Alameda”. Reminiscencias de un ayer no lejano, que ese puente pudo ser hermoso, y de una Alameda que pudo haberse prestado para la más ardiente declaración de amor. Acho es una plaza de ruedo grande, al contrario de las plazas de México, Colombia o Venezuela, donde el reducido diámetro del redondel les da ventajas a los toros y hace de mayor movilidad el espectáculo. Rematados con arcadas los tendidos tienen aire hermoso. Españolísimo es el interior. La parte baja, exterior de los tendidos, está circundada, como si la ahorcaran unos pasillos sostenidos por arquería peculiar y única. Los numerosos corrales son muy grandes. Sobre estos, un restaurante que se llena de aficionados y de comensales los días de corrida. La comida se ameniza con guitarras y cajones, que acompañan los cantores de los tristes versos de los valses peruanos, versos que hablan de desamores y de castas sociales, de hombres humildes que quieren a hijas de ricos, indios y cholos depreciados por blancos, el negro se cruza en el vals al aparecer su golpe africano, suave y tenue, en el acompañamiento del cajón; y los mesoneros sirven raciones de humeantes anticuchos y helados pisco sour. La plaza de Lima reúne en sus barreras hermosísimas mujeres. Muchas 255


de ellas encargaron un traje a Londres, Nueva York, París o Roma, para cada una de las tardes de la feria del Señor de los Milagros. Es la gran fiesta anual de Lima, la temporada de toros. Además de las bellas y elegantes mujeres de barrera se siente el revuelo en el sector popular con la presencia de las peñas. Peñas de negros, peñas de cholos, peñas de españoles y peñas de aficionados. Al quinto toro la banda, bella en su sonido, interpreta La Marinera, y en los vomitorios de los tendidos surge la pareja, ella y él unidos por pañuelo de fina batista que toma cada cual con preconcebida delicadeza por las puntas. El Perú está presente, dentro de la plaza con los aires de La Marinera, en los tendidos en la variedad de las razas que forman al pueblo peruano, antes de las corridas con sus chalanes que con riendas de sedas con colores de la bandera peruana, pisan la arena de Acho con el conocido “paso peruano”. Bonita experiencia la limeña, que repetiría luego en el tiempo. En Caracas se celebra la segunda temporada organizada por Curro Girón y sus socios Augusto Esclusa, Rafael Ernesto Santander, Alberto Vogeller y Carlitos García Vallenilla. Girón fue el triunfador, y había traído especialmente para la temporada a Ponzo. El mismo organizó ruedas de prensa y hablaba de Rafael Ponzo con el propósito de entusiasmar la rivalidad. “Haré todo por mantenerme, que Ponzo luche por quitarme” fue uno de los titulares de Meridiano en aquel ambiente de rivalidad.

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C a p í t u l o 12

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Antoñete en su grandeza fue mucho más que una referencia de grandeza, la admiración y la fraternidad.

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Antoñete, Caracas lo rescata para Madrid

En Madrid, a la edad de 79 años murió en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda el 21 de octubre de 2011, el Maestro de Maestros, Antonio Chenel “Antoñete”, víctima de una bronconeumonía contra la que había luchado durante tres días. –No hay duda que ese día todo cambió para mí, pues de no haberme tropezado con Jesús Nieves quien sabe dónde estaría. Antoñete sería un punto de referencia anecdótico para algunos aficionados. Así comenzaba el relato de su vida en Caracas, aquella mañana en los jardines alrededor de la piscina en el Hotel Tamanaco, junto a Karina, su esposa, la madre de Marco su hijo que lleva por nombre el agradecimiento de Chenel hacia una familia, los Branger-Llorens que le dieron el afecto que no tenía cuando llegó a Venezuela en 1977… –Todos habrían olvidado al “toro blanco”, nada era igual. Con sus dejos de frágil apariencia, el torero madrileño rompió el cintillo que ahorca el celofán de la cajetilla de cigarrillos. Con el ritual que podría tener un sacerdote en la Eucaristía, Antonio Chenel le quitó el papel de plata a la cajetilla de Winston, la que guarda el aroma del tabaco en los rubios pitillos americanos. 259


–­ Muchas cosas me han pasado en la vida, pero esa, la de haberme encontrado con Jesús Nieves, ha sido de las más importantes. Jesús Nieves es un aficionado práctico caraqueño, al que el Colegio de Economistas de Venezuela encargó la organización de un festival taurino en el Nuevo Circo de Caracas. Fue a mediados de la temporada de 1977. Nieves contrató un grupo de toreros que estaban a la mano en Caracas, como Manolo Escudero de visita en casa de Federico Núñez y los emblemas criollos del toreo: Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro” y Alí Gómez “El León de Camoruco”. Se puso en Fermín Rivera y en el mexicano Pepe Luis Vázquez, con sólo discar el teléfono les contactó, pero se empeñó en que “‘Antoñete” debía estar en el cartel, pero desconocía su paradero. Nieves viajó a Madrid, y por medio de Manolo Cano se puso en contacto con el desaparecido torero del mechón, a quien contrató para torear el festival de los economistas. ¿Por qué se empeñó Nieves en contratar a Antonio Chenel “Antoñete” para un festival taurino en Caracas?

Una razón sencilla que la entiende al vuelo cualquier aficionado. La culpa fue de César Girón, muerto en un accidente de carretera seis años antes. Girón, que entrenaba a diario con Nieves en el Nuevo Circo, no se cansaba de repetir que, para él, el mejor torero que había visto era “Antoñete”. Y Nieves se preguntaba cuán bueno debía de ser aquel torero que César Girón no paraba de elogiar. –Aquella noche llegué tarde a este hotel, al Hotel Tamanaco, pero sólo me permitieron pasar la noche porque todo estaba ocupado. Tuve que irme allí enfrente, al Holiday Inn. Karina, la esposa del maestro, es testigo de nuestra conversación en la famosa terraza del Hotel Tamanaco. Es un amplio balcón que se asoma al luminoso valle de la capital venezolana, y mira de frente a la Cordillera de La Costa, con su impresionante Cerro del Ávila. Quiso “Antoñete” que todo comenzara por el principio. –Quiero comenzar aquí, por donde todo empezó. Es una manera muy simple de agradecer el privilegio de ser tocado por la varita de la fortuna. ¿Es usted creyente? –A mi manera. De una forma egoísta, sumamente egoísta; sí, sí creo en 260


Dios y en la Virgen de La Paloma. –En la Virgen porque desde niño veía a mi madre encenderle todos los días un cirio a la Paloma. ... Además, cuando más hundido he estado en la vida es cuando más he creído en Dios, porque he sentido cómo me ha echado la mano para agarrarme fuerte sin dejarme caer. Puedo decir que le he sentido a Dios muchas, pero muchas veces y por eso te digo que he sido un privilegiado en esta vida, un hombre que a mi edad tengo el privilegio de hacer lo que quiero, que lo que más me gusta es torear y hablar de toros y porque me reúno y tengo amistad con quien quiero, como es el caso de Karina, mi esposa, mi amiga, mi compañera... Los festivales de Caracas fueron en junio del 77 y a los seis meses reapareció como matador de toros en Margarita. –La reaparición en Margarita fue el 18 de diciembre de 1977, y en decidirme a dar ese paso tuvo mucho que ver mi gran amigo Curro Girón. Él me entusiasmó, yo estaba deprimido y creí que todo había acabado. Cuando amanecí el 19 de diciembre del 77, sabía que podía volver a ser figura del toreo. Vinieron varias corridas en Venezuela. Una en Guanare con unos impresionantes toros de Rocha con Curro Girón y Juan Diego y la reaparición en Caracas junto a Manzanares y Pepe Cámara. Con una gran corrida del tlaxcalteca Manuel de Haro que le llevó al célebre festival en Lorca donde Emilio Mera lo puso en contacto con Sayalero y Bandrés, quienes en Benalmádena, al año siguiente, le propusieron una exclusiva de 15 corridas de toros a un cerro de millones. En los antecedentes de todo esto recuerda el madrileño Chenel la figura de Manuel Rodríguez “Manolete”... –Vivir en la Conserjería de la Plaza de Toros de Madrid tuvo mucha influencia en mi vida, pero lo que más me estimuló fue ver un día a Pepe Luis Vázquez la tarde de su presentación como novillero y descubrir en el Patio de Caballos de Las Ventas a Manuel Rodríguez “Manolete”. Dice “Antoñete” que fueron el empaque y la personalidad del “monstruo” lo que le impresionaron... –Porque ni Pepe Luis ni Manolete influirían en mi formación, ni en manera de hacer el toreo. El concepto del compás abierto me lo inculcó 261


Juan Belmonte, al que vi en el festival de Conchita Cintrón. Le vi a Belmonte echar pie en tierra, porque salió aquella tarde de rejoneador, y hacerle cosas a los toros que signaron mis maneras como torero. Al torero que he visto reflejado en mi interpretación del “belmontismo” es Rafael Ortega, torero que cada vez que le veo en el video le descubro semblanzas de extraordinario artista. “Antoñete” recuerda con admiración a Domingo Ortega. –­­ El temple, el temple que tenía Ortega con el capote por el lado izquierdo era asombroso. Los toros que llegaban a la jurisdicción convertidos en torbellino, se convertían en remanso. Claro, era con los toros de aquella época; el toreo de Ortega no hubiera sido igual con los toros de hoy. ¿Cómo es eso? –Muy fácil. El toro de hoy es el toro con más edad, con más peso y con más trapío que se ha lidiado en la historia del toreo. Pero dicen los libros... Habrá salido uno que otro toro terrorífico, pero no como ahora que todos los días son terroríficos. Los toros célebres de antaño hubieran sido rechazados por los veterinarios en el apartado de Madrid. Todos los toros de Guerrita y muchos de Joselito y de Belmonte. ¿Está de acuerdo con las exigencias de los veterinarios de Madrid? –De ninguna manera. Lo que se le debe exigir a un toro es edad y trapío. El peso es secundario. No vale un toro gordo si no puede andar. Lo que importa es la edad y que sea armónico, que reúna las características de su raza. No se puede pedir a un Santa Coloma que se parezca a un pablorromero, ni un Miura a un Conde de la Corte. Los estereotipos de los veterinarios de Madrid, de la autoridad en general, han creado una especie de veda para algunas ganaderías muy buenas que hay en España. Ya no van los Murubes ni los Buendías, tampoco los toros de Coquilla a Las Ventas, y esas fueron ganaderías que escribieron las páginas más importantes de la historia taurina de Madrid. Ha pisado terrenos de muchas ciudades, ¿Hay alguna ciudad que le haya impactado? –La Ciudad de México, no hay duda; fue en el año de 1953. Me impresionó su grandeza, en especial el torerismo que se vivía entonces en México. Era una vida de torero mucho más intensa que Madrid o 262


Sevilla. Me impactó México porque fue mi descubrimiento de América. Llegué en un Constellation, aquellos gigantescos aviones que cruzaban el Atlántico en una eternidad. Un viaje larguísimo, con muchas escalas. Me impresionó en México el trato respetuoso que se le daba a los toreros y la calidad de los aficionados. ¿Los mejores aficionados? –El de México ha sido el público más apasionado que he conocido. Para bien y para mal; pero el público más enterado era aquel de Lima de los años cincuenta. Todo cambió, volví a Lima luego y ya no era igual. Igual te digo de la afición de Caracas, la que conocí en los años sesenta. ¡Qué difícil era cortar una oreja en el Nuevo Circo! –Madrid para mí es muy especial. Es mi pueblo, crecí en la plaza de toros. Viví en Las Ventas años muy especiales de mi vida. De niño, después de las corridas, junto a los chavales nos metíamos por los tendidos a recoger colillas de cigarrillo. Era tabaco negro, que metíamos en bolsitas de papel para revenderlo luego. No había pitillos, los fumadores liaban sus propios cigarrillos. Allí me aficioné a los toros y al tabaco. Desde entonces los tres vivimos unidos. Madrid tiene sus días. Los hay que quieres quemarlos a todos, y también cuando los amas. Es una gran plaza. Sevilla es otra cosa, más torerista, más sensible al detalle. El buen aficionado sevillano es más escrutador, ve cosas que no ven los demás. Estas cuatro plazas de toros, Madrid y Sevilla en España y en América México y Lima, son el no va más del toreo. Por Caracas, la Caracas de los años sesenta, no la de ahora que me la han cambiado, guardo un sitio muy especial en mi corazón. Habla usted, maestro, del torerismo de Sevilla. ¿No cree usted que es allá, en Andalucía, donde está la esencia del toro bravo? –Si me preguntaras por un ganadero te mencionaría a un ganadero de Salamanca. A don Atanasio Fernández. Para mi el mejor que he conocido. La primera vez que fui a su ganadería fui a la tapia. Un día de mucho frío en una época de demasiada hambre. Ya al final del tentadero se acordó de mi que estaba acurrucado y relleno de papeles de periódico para cobijarme y romper los puñales del viento que me taladraban. Era una vaca vieja, muy toreada, me pegó una paliza. Ni a comer me invitó don Atanasio. Andando y rumiando mi disgusto me prometí en el camino regresar a Campocerrado allá en Yeltes, Salamanca, pero como matador de toros. Y lo hice, también hice amistad con don Atanasio, a quien le gustaba mi forma de tentar. Tanta 263


amistad hicimos que le tentaba las vacas con las que él se quedaba y también las vacas que vendía. Lo hice por muchos años, ha sido el ganadero con mayor sensibilidad que he conocido. Él descubría la vaca al rompe, sabía de su casta antes que le pegaran el primer puyazo. Poco le importaba si era o no cómoda para el torero, él siempre buscaba otra cosa para quedarse con ella. Se apoyaba mucho en su mayoral, Domi. Un auténtico fenómeno. Sólo comparable a Severiano de don Antonio Pérez. Ellos, Domi y Seve, son los mejores mayorales que he conocido. Pero usted es ganadero de Ibarra, de Murube. ¿Por qué? –Ha sido con ganado de Murube que conseguí mis grandes triunfos en el toreo. Si no los más espectaculares, sí los más importantes. Esos éxitos que son clave en tu carrera. Las tres orejas de Madrid con un toro de Félix Cameno, mis éxitos en Las Ventas con los toros de Fermín Bohórquez. Y también porque mi gran amigo Pedro Gutiérrez, “El Niño de la Capea”, ha sido amplio y generoso conmigo. El Capea me dio al toro Romerito además de muchos consejos. Hemos hecho más amistad Pedro y yo como ganaderos que la que hicimos cuando toreábamos juntos. El Capea va a marcar un hito en la historia ganadera, porque con la casta que le sobraba en el ruedo se la echa a la ganadería y ha levantado la bandera de Murube en medio del campo de batalla de los parladés. Estas son las cosas bonitas del toreo, la competencia con las mismas armas y dando la cara. Pedro es un gran hombre, un gran torero y un gran ganadero. ¿Qué torero recuerda usted en una dimensión especial? –César Girón. Le recuerdo por su carácter y disposición al sacrificio. Le conocí en la plaza de toros. Llegó con un jersey una fría mañana. Apenas me vio me preguntó: ¿“Te hago un toro para entrar en calor? Desde entonces le llamamos “El niño del jersey”. Ese suéter se agujereó con el paso de los días y César lo rellenaba de papel. Cuando César Girón estaba en España no se fumaba ni un cigarrillo ni se tomaba una copa. Sólo vivía para el toro. Era todo sacrificio porque su meta era ser figura del toreo. Como amigo fue extraordinario: generoso y amplio en la amistad. Ha sido un personaje irrepetible, un gran hombre y un extraordinario torero. Antoñete hace una bola de papel con los restos de la cajetilla de Winston, busca con afán un cesto y al no descubrirlo guarda en un rincón de la mesa los restos del paquete de tabaco. Con la mirada perdida en la 264


luminosa amplitud del valle de los Caribes recuerda el día más duro de su vida... –Fue el día que decidí hacerme banderillero. Abandonarlo todo. No soportaba más fracasos. Había fracasado como torero y también en el matrimonio, las cosas no pudieron haber salido peor. De la amistad me quedaban ingratos recuerdos. Los negocios no se hicieron para mí. Mi vida era una ruina. Decidí que me iba a meter a banderillero. Se lo comuniqué a mi cuñado, a Paco Parejo casado, con mi hermana mayor y que era el veedor de la empresa de Madrid. Paco me dijo que él me podía poner en Las Ventas con una corrida de Félix Cameno, que debía probar suerte. Te diré que Paco ha sido el mejor aficionado al toro que he conocido y su propuesta me insufló confianza y como me gusta apostar aposté a mi futuro con un envite más. ¿Y qué tal? –­ Corté tres orejas y salí por la Puerta Grande. Todo cambió para mí y viví otra de las muchas etapas que he vivido en mi vida de torero. Hay fotos impresionantes de esa corrida... –­ Entre ellas la que más me ha gustado. Es una gráfica de Botán, un natural. El toro larguísimo ve medido ante la muleta. Esa foto mía es la que más me ha gustado. De otros toreros, la de Manolete con el Miura en Barcelona. Conocí a Manolete en el patio de caballos de Las Ventas y sabía que era un tío alto, y al verle a aquel toro de Miura que era tan alto como Manolete me impresionaba verle tan sereno y tan seguro en esa foto. Es la foto que más me ha impresionado. Pero habrá tenido días que recuerda con especial afecto... –Sí, aquel cuando abrí la puerta grande de Madrid en 1953 y salí a hombros por primera vez. También la tarde de mi reaparición en Madrid, en 1965. Incluya las últimas actuaciones en Madrid. ¿Y los momentos más tristes? –En 1961, cuando pensaba que no valía la pena vivir la profesión de torero, estaba muy amargado. 265


¿Un apoderado? –Sánchez Mejías. Para mí el ideal. Sabía meterse en tu interior y como su manera de pensar y de actuar era de torero, te entendías con él a la perfección. Murió en Lima cuando yo toreaba un festival en Acho. Se sintió mal en la plaza y creyó que era algo del estómago, una indigestión. Se fue al hotel y cuando llegamos había muerto de un infarto. Me hizo mucha pero mucha falta. Una cuadrilla ideal. –El Chimo, el de Manolete, como Mozo de Espadas. Gabriel González de banderillero y Parra padre de picador. ¿Cuál ha sido para usted el mejor empresario? –Don Pedro Balañá, padre, de los de antes, y Manolito Chopera de los de siempre. El primero era un visionario. Don Pedro gozaba con descubrir toreros, organizar las cosas a su manera pero en bien de la fiesta. Sentó las bases de una proyección sobre la que vivió España momentos muy difíciles. Manolo Chopera es distinto, es un gran arquitecto, el constructor de la empresa taurina moderna. Ha sido un revolucionario en el toreo, hizo de la empresa taurina el gigante industrial que es ahora. Sin Manolo Chopera Madrid no sería lo que es ahora. Cuando se enteren lo que está haciendo en San Sebastián, su tierra, el mundo va a dar un vuelco. Primero de sorpresa y luego porque todos, como siempre, seguirán su ejemplo Pedro Balañá padre, y Manolito Chopera. Las artes en el toreo. –Roberto Domingo ha sido el mejor entre los grandes pintores de la fiesta de los toros. Por lo que a mi respecta, y entre los escultores el mexicano Humberto Peraza. Recuerdo en la Zona Rosa una vitrina que exponía un Manolete despeinado, con la muleta a rastras, un rostro agobiado y el estoque en la mano derecha, imperioso y vencedor el acero. Ha sido el bronce más impresionante que he visto. También, y del mismo autor, recuerdo un encierro. Cuando vi esas obras no tenía con qué comprarlas. Pero te puedo detallar cada una de ellas como si las tuviera frente a mí... ¿Qué crónica recuerda? –La de K-hito cuando tituló en Toledo: “Antoñete coge el mando en el 266


toreo.” Esa tarde corté cuatro orejas y la crónica la publicó en Dígame. Un personaje en su vida. –Dominguito Dominguín. Él hizo cosas increíbles, como la de organizar corridas de toros en Belgrado, con el mariscal Tito. Impresionantemente culto, enterado de todo y bien informado, fue un hombre inteligentísimo. Domingo gustaba de hacer pulso con su inteligencia. Era provocativo y les retaba a todos. Su muerte fue, sin lugar a dudas, un exceso del volcán que llevaba dentro... Si hubiera alguien capaz de escribir su biografía, sería un libro abierto de enseñanzas. ¿Por qué el Real Madrid? –Porque cuando era niño el Madrid era el equipo del pueblo. El estadio de Chamartín, que no es la sombra del Bernabeu de ahora, estaba abierto para nosotros los chicos pobres de Madrid. El otro campo era el del Atlético de Aviación, un equipo de los militares, afecto al franquismo y a los militares. Era muy lejano para nosotros. Al Real Madrid lo traigo de la mano desde mi niñez. Es parte importante de mi vida. Un gran día con el Real Madrid –Fue un día que toreé en Beziers y que el Madrid jugaba la Copa de Europa en París. Terminada la corrida me fui en coche hasta París. Ganamos la Copa y sentí mucho más que un triunfo deportivo. Era un triunfo de España en el extranjero. Se siente muy lindo vivirlo. Fue el gran día, No lo dudes. Usted ha sido un gran bohemio, un hombre deseado por las mujeres y al que la vida ha retado muchas veces. La música y la poesía son baluartes de la bohemia bien entendida, maestro, ya para terminar, podría darnos el nombre de una canción, de un autor... –De una canción, “El siete leguas”, la recuerdo porque estaba de moda cuando llegué a México. Creo que era El Charro Avita el que la cantaba en la radio, pero los mariachis de todo México la tenían por emblema. Mis dos grandes compañeros en mis días y noches de soledad han sido Manolo Caracol y José Alfredo Jiménez. Bastaría hurgar en las letras de sus temas para saber porqué... Admirado por los propios toreros, vale esta declaración que Pepe Dominguín nos diera en Madrid en el Hotel Foxá, cuartel de Chenel 267


cuando toreaba en Las Ventas. Importante declaración, pues desde que Domingo González Mateo, aquel “Tiburón de Quismondo”, hizo acto de presencia en la fiesta de los toros, con un protagonismo positivo, siempre ha latido el corazón de un Dominguín en el toreo. Sea ya como Dominguín padre, constructor de ilusiones y hacedor de realidades esplendorosas... Domingo hijo, creador de bases hiperbólicas que aún sostienen muros impresionantes del toreo... Pepe, preclara inteligencia que se asoma como bandera de guerra desde las aparentes cenizas de la fiesta... O Luis Miguel, vanguardista apresurado envuelto en su picaresca figura que se confunde con los versos y trazos porteños de Alberti. Son todas estas cosas las que hicieron, no hay otras razones, que Pepe Dominguín haya vuelto a los toros. Ahora representando a Curro Vásquez, un torero de arte que reemprende, con José González Lucas, el camino que el destino le había preparado para convertirse en extraño elegido al que aguarda un trono especial en el reino de los toros... Hoy no hay desdén. Dominguín y Curro Vásquez buscan los campos de lucha. Luchas como aquellas que se concertaban en la Cervecería La Alemana, en la plaza Santa Ana, ese rincón que quiere irse del nuevo Madrid, del que salían los dominguines para enfrascarse en querellas dignas de hombres distintos, para más tarde salir airosos, repartiendo luces. Dominguín ha vuelto a los toros en la persona de Pepe. Yo, como aficionado y como periodista, sin decir que como su amigo, me siento ilusionado. Me cuesta creer que haya toros, por lo menos en el brevísimo segmento de mi vida, sin la presencia de uno de los hijos de aquel gran taurino de Quismondo. Encuentro a Pepe en la Cafetería del Foxá, sitio de “acuartelamiento” de Antoñete que se abstraía de su Madrid, los días antes de la corrida de la despedida... Allí, entre el ir y venir de decenas de periodistas de prensa y de radio, entre el alboroto que armó Joaquín Gordillo, metido en el ojo de aquel torbellino, conversamos con el elegante Dominguín que ha vuelto a los 268


toros porque me ilusiona andar con un torero como Curro Vásquez... Un grupo editorial publicó su “Carta a Domingo Dominguín”, y allí comenzó la disertación del que fuera, según Antonio Ordóñez, junto a Pepe Bienvenida uno de los dos banderilleros más cojonudos que haya conocido la historia del toreo... La verdad, dice Pepe, que coincidió con Ordóñez en lo Pepote Bienvenida. No puedo juzgarme, porque nunca me vi. Tiene Pepe Dominguín muchas teorías sobre la fiesta de los toros... una de ellas es la de preservar la bravura de los toros indultado en la plaza a los toros bravos. –En las corridas de importancia debería existir una especie de comisión que abogue por el indulto del toro bravo. No por perdonarle la vida al toro del triunfo, al toro del escándalo para el torero, sino al toro bravo, fiero, encastado, que viene siendo desechado por toreros y ganaderos y se va de nuestras manos para quedar a merced de este toro aparatoso, funcionario que hoy sirve a la fiesta. ¿Por qué la carta de Domingo? –Porque es una respuesta a todos los que se asombran al descubrir la verdad del toreo en la muleta. La única verdad que ha existido en la fiesta desde los tiempos inmemoriales y que no es otra que la de ejecutar las suertes sin trampas. Puede que exista uno que otro estilo, una expresión diferente, pero la verdad es una sola y esa fue la que aprendí desde que comenzó a ser torero... ya verás, viví aquel verano sangriento del que Hemingway hizo referencia entre dos expresiones. La de Miguel y la de Antonio. Sin embargo, allí vivimos en medio de la verdad del toreo. Pepe Dominguín es autor de varios libros. Uno de ellos, Mi gente ha sido un éxito editorial... otro habla de los días finales de Domingo, su hermano mayor... y un tercero, que está por publicar, es de cuentos. –Hay cuentos taurinos, unos cuantos, y cuentos de la vida. Fuimos con Pepe Dominguín desde Sevilla a Ronda. Me esperó con 269


Curro Vásquez en el Aeropuerto de Sevilla para luego, en manos de un chofer muy corto de vista y muy tapado de oídos remontamos en una sonora carcacha la sierra rondeña. A pesar de estrellarnos contra un hato de ovejas –el conductor le reclamaba al pastor, el que las ovejas no llevaran linterna– la elocuencia de Pepe no se amilanó. Habló de sus experiencias americanas y de los días cuando su padre era capitán general del toreo. –Un domingo en la tarde íbamos camino a la plaza. Mi padre y Chocolate delante, Domingo y yo detrás. En eso se detuvo Chocolate y le pregunta a mi padre: “¿Domingo, qué hacen los ingleses los domingos por la tarde si no tienen toros?”. Era el único mundo que existía para Chocolate, para los taurinos, sólo pensábamos en las cosas de la fiesta de los toros. Los toreros cuando no toreábamos íbamos a un tentadero, a una tertulia donde sólo se hablaba de toros. Leíamos libros taurinos y escuchábamos en la radio programas de toros. Ahora todo ha cambiado. Se ha aflamencado, perdiéndose el más puro sentido del toreo. Ahora los toreros no son buenos aficionados. Es por eso que con Curro Vásquez me siento feliz. Además de ser un gran torero es un artista del corte de los de antes. Le gusta hablar de toros, vivir para los toros, y eso me hace feliz. Fuimos a la catedral de Sevilla. Este hermoso y monumental templo integra junto a los de Burgos y Toledo los tres más importantes de España. Pepe, como casi todos los Dominguín, no es creyente: pero a instancias de Curro Vásquez visita el interior del templo. –Maestro –dice Curro–, necesitamos torear en Sevilla. Vamos a pedirle a la Virgen que nos eche una mano. Viendo la gran cantidad de vírgenes que hay en la catedral, Pepe Dominguín le pregunta a Curro a cuál de ellas hay que rezarle para que nos haga caso. Me imagino que será la que está en el Altar Mayor. Nos dirigimos al Altar Mayor y un cura nos detiene... pide abonemos una cuota para visitar la nave principal de la catedral. 270


–No soporto esta golfería, dice Pepe, así que lo mejor que puedes hacer, si desear torear en Sevilla, es arrimarte en la temporada, porque yo no le doy un solo duro a estos golfos. Aparentemente violento, profundamente sensible, este Pepe Dominguín es portador de una tradición que pretende irse con los de su estirpe. Así lo comprende y por ello suelta a cada instante su marchosería, tanto en los rincones de Andalucía como en los llanos castellanos, como para sembrar, propagar, la semilla del toreo. La semilla del árbol que le dio vida y que ahora con el recuerdo de tantas cosas lindas le da cobijo.

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Manolo Escudero, torero cumbre en la interpretación de la verónica … y también en el afecto y en la amistad

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Manolo Escudero, El torero de embajadores

Manolo Escudero visitó, en actitud de profunda satisfacción y de triunfo profesional, la tertulia de “Los Amigos del Toro”. En casa de Juanito Campuzano conversamos con el torero de Embajadores, quien no cabía de gozo por sus dos grandes triunfos en Caracas. Éxitos en dos festivales que han tenido inusitada trascendencia en la ciudad, al extremo de avivarse la fiesta, cruzando la noticia los límites de lo taurino e invadiendo territorios que se habían mantenido indiferentes a los toros. Manolo Escudero, del barrio de Lavapiés, calle Embajadores, donde el mismísimo Vicente Pastor tuvo la ocurrencia de ponerle ascensor a su piso, era un torero irrepetible. Personaje del Viejo Madrid de Manolo Lozano y de la calle de Alcalá, el pueblo de la plaza del Cascorro, la ciudad con cicatriz abierta con la herida por una faca sobre la que se extiende La Ribera de Curtidores, con su gente llena de gracia en el hablar. Con su Rastro, lleno de objetos que tejen entre unos y otros recuerdos y sueños y esperanzas e ilusiones perdidas. Fue Escudero un torero de la época de Manolete, un hombre que recuerda la crueldad de la Guerra, como un bisturí que le cortó en 275


dos su vida, sin huella aparente pero que dejó una profunda cicatriz cercenándole su alma de torero. La herida del torero fue distinta a la del hombre. Esta se abrió con el pitón de un toro que le perforó el pulmón en San Sebastián, al hacerle un quite al potosino Gregorio García. Cura eterna, olorosa a sulfas, yodo y cloroformo. El terrible hule de las enfermerías de antes de la Guerra, que partió en dos la Fiesta Nacional. Lo hizo al diezmar la cabaña brava, al ubicar caprichosamente a los españoles en zonas antagónicas y en conflicto, lo hizo al crear un paralelo fatídico con el “antes y después de Manolete”. Escudero fue un torero de antes y después de Manolete, exaltado por la pluma de don Mariano de la Cavia, que lo refirió con este epigrama: Y escribió con la roja percalina / todo un curso de estética taurina Así habló Escudero, aquella tarde en Cuchilleros: –Un mono puede que sea gracioso, pero no tiene arte porque le falta elegancia. Hay muchos toreros que dominan la técnica a la perfección, incluso se puede decir que “tienen gracia”, pero no son artistas. Sentencioso, con las manos extendidas sobre el mantel que cubre la mesa, un esbozo de sonrisa que intenta equilibrar los ojos azules, diminutos y escrutadores, ocultos y de travieso movimiento entre unos párpados que pretenden esconderlos, Manolo Escudero inicia su charla en la tertulia de Los Cuchilleros. –Está el caso de Pepe Luis Vázquez. Admirado y respetado torero sevillano. Pepe Luis conoce la técnica como pocos toreros, tiene mucha gracia y nada de arte. En cambio, Curro Romero, Rafael de Paula y Antonio Ordóñez tienen arte a caudales, ¡Y gracia! “Aquello de “Cagancho” de que de Despeñaperros para arriba se trabaja, fue una majadería del gitano. Manolete es uno de los prototipos de la mayoría de los toreros, y más para Escudero porque fue Manolo hombre de la época del cordobés. Además, ahijado de Manolete en la alternativa. –Le vi por primera vez cuando confirmó la alternativa en 1939. Luego tuve oportunidad de hablar con Manolete la tarde que me dio la alternativa en Murcia. 276


“Si de Juan Belmonte el toreo heredó el temple y el mando, de Manolete fue el sitio, la colocación, hilvanar los pases, ligar la faena. Más tarde Manuel Benítez “El Cordobés” rompería los moldes del sitio que pedían los toros, para imponer su sitio... Son Belmonte, Manolete y “El Cordobés” los tres grandes revolucionarios del toreo. Escudero recuerda momentos importantes en su vida, pero también aciagos: –Si pudiera borrar de mi mente dos toros, serían dos que me tocaron en Madrid una tarde de 1945. Fueron dos alimañas del Marqués de Albayda, tan peligrosas, duras y difíciles, que “Armillita”, después de la corrida, me dijo en el hotel: “Manolo, son los más complicados que he visto en mi vida de torero”. ¡Y hay que ver con la facilidad que veía “Armillita” los toros! Mientras que del que mejores recuerdos tiene fue un toro de Cobaleda que lidió en Madrid. –Venía de México con la moral por los suelos. En la Plaza Monumental me echaron un toro a los corrales. El primero que se iba vivo en la historia de esa plaza. Como comprenderás, destrozado espiritualmente. En Madrid lidié soberbiamente un toro de Cobaleda, con él realicé la faena de mi vida. Algunos aficionados contaron hasta 33 naturales. Fue una faena completísima en la que brillé como muletero. Me quitaba el “san benito” de que sólo podía torear bien con el capote y realizaba una gran faena con la muleta. Manolo Escudero es un hombre extrovertido, de gran clase y un temperamento difícil. No aguanta a los pesados y hace culto sincero a la amistad. Goza hablando de toros, con buenos taurinos. Con los advenedizos es indiferente y a veces un poquito grosero. “Es que ya llevo muchos años aguantando a los pastosos”. “Muchas veces fui con Escudero al campo, en especial a ‘Los Aránguez’ con el doctor Alberto Ramírez Avendaño. Debo decir que han sido los mejores tentaderos que he hecho en mi vida de aficionado”, pues Escudero tiene el don de la fácil explicación y se preocupa, cuando se siente a gusto y entre amigos, de dar sus explicaciones y sus teorías mezclándolas con la práctica ante las becerras. No gusta recordar la tarde del año 44 en San Sebastián cuando un toro le partió en dos el pulmón al hacerle un quite al potosino Gregorio 277


García. Aquella tarde también toreó con Manuel Álvarez “El Andaluz”. La gravísima cornada lo alejó de los ruedos hasta que reapareció en Barcelona, junto a otro mexicano, Silverio Pérez. Cómo estaría Escudero en su reaparición, que cortó cuatro orejas. Esos viajes que hicimos juntos eran rematados en las veladas con gratas conversaciones, porque Manolo Escudero es un gran conversador y debido a que ha sido un judío errante como viajero, matiza todo con una hilada conversación salpicada sabrosamente con gratas anécdotas por él vividas. Fueron muchos los caminos que recorrí junto a Manolo, caminos en Venezuela y en España, en el recuerdo y en la historia. Guardo de este maestro un agradable recuerdo, porque a pesar de la diferencia de edades ha sido Escudero un hombre joven, física y mentalmente, abierto a la comprensión aunque aparentemente intransigente. Su modernidad no está reñida con lo tradicional y, como hijo de Madrid, la Villa del Oso y del Madroño debe sentirse orgullosa de él.

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Retocar

Don Manuel de Haro y la SeĂąora Martha GonzĂĄles de De Haro ha sido un tesoro que guardo en el joyel del afecto como un regalo privilegiado que ha dado la vida.

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La corrida de don Manuel de Haro

Juan Vicente Seijas, Presidente del Concejo Municipal de Valencia, llamó a Cabildo a Manolo Chopera y a Sebastián González. Pretendía animar la absurda mole y desperezar la plaza de toros que moría por abandono de la gente. “El Negro” Seijas se negó a ponerle un candado a la puerta grande de la colosal estructura. El gigantismo desproporcionado, exceso de mezcla, corredores inútiles, baños desaseados y espacios en penumbra que nadie sabe para qué fueron construidos convirtieron al coloso de El Palotal en el más impersonal escenario para los toros y en antipático, nada amigable, conglomerado de concreto. Nadie imaginó que, con el paso del tiempo, Francisco Cabrera de los Santos, como Alcalde, transformaría el inmenso embudo para hacer de aquel adefesio la más cómoda y hermosa plaza de toros de América. Paco Cabrera, que predicó con el ejemplo de los sueños y de las promesas hechas realidad, demostró con este botón de muestra que la posibilidad para rescatar y mejorar al país es posible después de este huracán de sin razón que ha destruido almas y corazones en los venezolanos. No era el problema de la plaza de Valencia su inmenso aforo, como pregonaban algunos, el problema estaba en que en su construcción se 281


vació tanto concreto que se creó un monumento de cemento, vacío de gracia, y jamás la vistieron con la hermosura y el arte que deben tener los proyectos de arquitectura taurina. Con el gasto que se hizo en cabillas y cemento para la Monumental de Valencia, pudieron haberse construido dos o tres estadios para fútbol y beisbol, de igual aforo que la antipática plaza de El Palotal, uno de los más horribles esperpentos jamás construidos por el ser humano sobre la geografía taurina. El terreno que ocupa la plaza de toros y sus servicios, los costos que genera mantener semejante mole, lo inhumano de su estructura la han hecho en la plaza más difícil de manejar en Venezuela. Desde su inauguración en 1967, sus servicios jamás habían funcionado correctamente. Los pasillos guardaban aterradora oscuridad. La fetidez embargaba el recinto de los sanitarios con pisos llenos de charcos en los que se entrelazan orines y aguas negras. Pasillos y tendidos enrejados, para poder controlar la entrada del público. Son tantas las puertas que el aficionado debe franquear, desde al momento que adquiere su boleto en la taquilla o el expendio, hasta ocupar su asiento en las gradas, que se ha creado una incontrolable red de corruptelas y raterías. Con el tiempo, Miguel Eduardo Dao, joven empresario valenciano, se atrevió dar corridas. Miguel convirtió las gradas, los tendidos económicos, en elemento de promoción. Llevó los toros a los barrios de Valencia y regaló boletos. Lo hizo en las escuelas con el fin de que los muchachos fueran a las corridas. Tenía como misión el propósito de entusiasmar a los valencianos por el espectáculo de los toros, que hasta que la plaza fuera administrada por Miguel Dao había sido un espectáculo ajeno a la ciudad, promovido por los diarios caraqueños. Pero esto sería mucho después de que en Valencia volvieran a fracasar las grandes empresas. Sebastián y Chopera decidieron volver a administrar la plaza, amenazada con vetos y cierres, luego del breve y conflictivo paso de Luis Gandica, y ocurrió la graciosa huida de Hugo Domingo Molina. Millones de bolívares estaban enterrados en los pilotes del monstruo, pues no se avizoraba ningún empresario con valor para hacerse cargo del coso. En rueda de prensa, Sebastián González anunció ocho festejos, partiendo desde febrero con un fin de semana en el que se presentarían una corrida y un festival. 282


La temporada venezolana de 1975 dejó un saldo relativamente positivo, siendo los líderes de la temporada Celestino y Ponzo, en el rango de matadores de toros. Gilberto Ruiz Torres fue el más destacado en el escalafón de los novilleros, junto al colombiano Oscar Silva, y la ganadería de Los Aranguez como puntera absoluta en el renglón de los criadores. Venezuela cifraba sus esperanzas en las noticias que hablaban de Carlos Osorio “Rayito” y de Luis Aragua, que hacían campaña en España. Como respuesta a los triunfos alcanzados durante la anterior campaña de los dos nuevos valores, se organizó en Maracay un mano a mano “natural”: Celestino Correa y Rafael Ponzo, con toros de la divisa de “Los Aranguez”. La corrida fue organizada por Juan Corso, pero detrás en la empresa estuvo siempre el aficionado Vicente Lozano Rivas. Corso fue novillero de joven y cuando entendió que no podía con los capotes y las muletas, comprendió que debía dejarlo; pero no la fiesta de los toros. Así que se quedó como organizador. Los empresarios como él, sin grandes plazas o temporadas que les respaldasen, viven en permanente zozobra, dependiendo más de la suerte, la mayoría de las veces, que del éxito en la organización; porque cuando estos empresarios ganan es para pagar unos centavos que ya deben por la calle. Y cuando pierden lo pierden todo: lo suyo propio y lo de los amigos. No dejaron de atacar a la corrida los de siempre, pues Vicente Lozano no repartió entre la prensa ni un boleto ni hizo un solo favor, ni reservó una sola habitación de un hotel y mucho menos se vio en la necesidad de colocar avisos publicitarios. La Cadena Capriles atacó al espectáculo despiadadamente. José Vicente Fossi, tomó la fusta de distintas columnas en sus manos para azotar a Juan Corso y a los organizadores. El éxito de la corrida se daba por descontado, y era tal el entusiasmo que existía alrededor de estos dos muchachos, de Celestino Correa y de Rafael Ponzo, que no hubo necesidad de poner carteles en la calle ni desplegar avisos en los periódicos o hacer campaña de radio. La boletería se agotó el martes antes de la corrida, un día después de haberse abierto la taquilla. Pero ya lo sabe Ud., “corrida de expectación, corrida de decepción”. Los toros de “Los Aránguez” anovillados, descastados, parados y carentes de raza, deslucieron. Sin embargo poco fue lo que de su parte pusieron Ponzo y Correa, a pesar de que el maestro Pedro Pineda ayudó 283


a Ponzo, su alumno en la Escuela Taurina Municipal, desde el callejón de la plaza. Hubo un momento en que creímos que Ponzo le cortaba la oreja al toro. No había estado mal con el capote y entusiasmó al público con su faena de muleta. Colocó un espadazo que lucía efectivo, pero el toro tardaba en echarse. Pineda, desde el callejón, vertió sobre la arena de la plaza un cubo de agua. Luego me enteré de que al ganado criollo, cuando venía estragado y sediento por los caminos del llano a las plazas del centro, le “ayudaban a morir” echándole cubetas de agua cuando le había estoqueado porque “la sed no los dejaba morir”. Hugo Domingo Molina presentó en San Cristóbal cinco corridas de toros con ganado mexicano en cuatro festejos y una corrida de Bellavista para cerrar la temporada. Se convertiría en tradición la corrida de Bellavista, en la Feria de San Cristóbal, hasta que desapareció en las manos del ingeniero Elías Acosta Hermoso. “El Niño de la Capea” fue el triunfador de la feria y en base de este éxito reclamaría mejores honorarios para la temporada de 1977, lo que Hugo Domingo no satisfaría. Tenía arraigo la Corrida de la Prensa y ya se sentaban sobre bases ciertas algunas de las ferias más importantes de Venezuela. Por estas razones nació la idea de la celebración de la Corrida del Cuerpo Técnico de la Policía Judicial, la Corrida de la PTJ, que con el tiempo se convertiría en un clásico extraordinario de la temporada de Caracas. Alfredo Díaz Acero, Inspector de PTJ que de muchacho quiso ser torero y en su intento se convirtió en gran amigo de los hermanos Girón y aficionado consecuente a los espectáculos, le propuso a Rafael Cavalieri organizar la corrida. Cavalieri, banderillero ya veterano, que de novillero llegó a entusiasmar las masas porque tuvo buenas maneras y fue inteligente en la plaza y fuera de los ruedos, había incursionado como empresario de algunas novilladas y lo hizo exitosamente. Como banderillero fue líder entre sus compañeros. Batalló contra Gregorio Quijano, a favor de la Asociación de Subalternos que apoyaba a Manolo Chopera, y más tarde saltó la barrera y se colocó al lado de Quijano, en la Unión de Banderilleros, sin dudas y con decisión. Cosas en la vida de los gremios, a las que poco nos acostumbramos. Con la idea de fomentar con los recursos que se obtuvieran un plan de ayuda para la juventud, se obtuvo la autorización para organizar la Corrida de la PTJ, sustituyendo el festejo “Novillada de la PTJ” que se había celebrado con anterioridad. Cavalieri, en plan de empresario grande, con el respaldo institucional de Alfredito Díaz, contrató a 284


Manolo Martínez, “El Niño de la Capea” y a Celestino Correa para lidiar una corrida de “Reyes Huerta”. Éxito importante para “El Capea” y un fracaso preocupante para Celestino Correa. Había nacido un clásico de la temporada caraqueña, que iba a hacer tanta historia como la propia Corrida de la Prensa.

Días antes de la Corrida de la PTJ se celebró en el Nuevo Circo una corrida de toros en honor a la Fuerza Aérea Venezolana (FAV), en la que se presentó el joven torero mexicano Curro Leal. En este festejo hizo su presentación en ruedos nacionales la ganadería mexicana de don Manuel de Haro, dehesa que haría historia en Venezuela por sus hermosos y encastados toros que servirían para el reencuentro con un gran torero, Antonio Chenel “Antoñete” y para que Pepe Cámara viviera su mejor tarde en Caracas. Los toros de De Haro no están entre los favoritos de los toreros mexicanos. Sin embargo, el comportamiento que sus ejemplares han tenido en Venezuela dice otra cosa. Junto a Curro Leal completaron el cartel Palomo Linares y Rafael Ponzo. Don Manuel de Haro, con quien he hecho una digna y edificante amistad, casado con la señora Martha González, hermana del ganadero Raúl González, de la ganadería de Piedras Negras. De Haro es un hombre de muy particular comportamiento, porque no he conocido otro idealista en la fiesta de los toros que haya batallado tanto por lo que cree. Y no es que Manuel de Haro se haya cerrado a otras alternativas ideológicas, sino más bien ha convertido su pensamiento en un ideario sincrético de lo que es la cría del toro de lidia. Muchos han sido los días que he vivido el privilegio de compartir un tema de conversación con Manuel de Haro. En las mismas estepas tlaxcaltecas me ha narrado aquella historia de Hernán Cortés y de La Malinche, señalándome los picachos insolentes que apuntan al cielo, que era nuestro único testigo, coronados con nieves perpetuas. Tiene Manuel conceptos muy particulares sobre el toro de lidia, y los repasa casi a diario en su discurso. Tal vez lo que le haya faltado es la comprensión por parte de sus colegas, y las oportunidades que le ha quitado la vida. Seguro estoy de que tiene en su hijo, el licenciado Jorge de Haro González, un heredero de su ideario que sabrá luchar con dignidad, sin flaquezas y tal vez con mejores oportunidades por los 285


conceptos en los que ha creído, y que considera son lo mejor para la dignidad de la fiesta de los toros a escala universal. La señora Martha González, esposa de Manuel de Haro y madre de Jorge, heredó el hierro de “La Laguna”, con el que se marcan los toros de Manuel de Haro, y doña Martha también, en la repartición hecha por la familia, heredó célebres e históricas señales de “Tepeyahualco”, ganadería que más tarde sería propiedad de su hijo Manuel, con el que hice estrecha amistad en México, y en Venezuela cuando vino varias veces a Caracas, Valencia y Maracaibo a ver lidiar sus toros. Manolito, en una de sus gratas visitas a Venezuela, fue herido por una vaca de “Tarapío” en un tentadero en casa de la familia Branger. La vaquilla le metió en la pierna siete centímetros de pitón; pero Manolo, por no alarmar, siguió en el tentadero como si nada hubiera ocurrido. Cuando viajábamos de Pira Pira, que es donde está la ganadería de “Tarapío” a Caracas, tenía fiebre muy alta y decía cosas delirantes. Fuimos de emergencia a la clínica Las Mercedes para que le atendiera el doctor Héctor Visconti, médico de los toreros.

Me encontraba en Madrid un 15 de mayo cuando tuve agradable tropiezo en el momento que me dirigía a mi sitio en la plaza de Las Ventas. Un encuentro inesperado con Jorge de Haro, ganadero mexicano a quien conocí cuando era un mozalbete en un tentadero de la ganadería de su padre don Manuel de Haro, en aquella plaza de la estepa tlaxcalteca. Entonces, el madrileño Antonio Chenel “Antoñete” se preparaba para su reaparición en México. Don Manuel “le premiaba” al torero del mechón la gran tarde que en Caracas nos brindó con sus cárdenos. Tuve el privilegio, junto a mi compadre Raúl Izquierdo, de ser anfitrión en Caracas de don Manuel y de su hermosa y muy amable esposa, doña Martha González de De Haro. Este día, el 15 de mayo en Madrid, a Jorge le acompañaba su querida Patricia Lebrija de De Haro y por ellos en la plaza me enteré de la muerte de mi admirada doña Martha, con quien me unía inmenso 286


respeto y afecto profundo, a su esposo y a sus hijos. Hoy quiero recordarla en el homenaje a la bonita doña con el relato de una travesura de su hijo Manuel, cuando Manolo vino a Venezuela con unos toros que se lidiaron en Maracaibo. Fue así. En una ocasión, Manolo y un grupo de amigos, entre quienes se encontraban Antonio Arteaga “Arteaguita”, Jesús Salermi y Oscar Aguerrevere, uno de los ganaderos de “Tierra Blanca” y destacado gerente de la aviación comercial venezolana, discutíamos el inagotable tema del toro de lidia mexicano, el toro de España y las importaciones hechas a Venezuela por los criadores nacionales. Hubo un momento de intransigencia, especialmente por parte de Aguerrevere, que en ese momento deseaba encender un cigarrillo pero no tenía fósforos ni mechero. Al solicitarle fuego a Manuel de Haro, el hijo de doña Martha le acercó un yesquero, encendido, y a medida que Oscar Aguerrevere le acercaba el cigarrillo, con intención de encenderlo, de Haro le alejaba y bajaba el fuego. Así hasta que literalmente dobló Oscar Aguerrevere, a lo que de Haro dijo: “Esta es la diferencia, la gran diferencia entre el toro mexicano y el toro de España. ¡Así, así con la entrega de la nobleza humilla el toro de México!”. La señora Martha González de Haro, madre de Manuel de Haro, era nieta, sobrina, hija, hermana, prima y madre de muy buenos ganaderos de reses bravas. Esta hermosa señora fue estandarte para los ganaderos fundadores de los más célebres hierros la histórica región de Tlaxcala. Ganaderías que sostuvieron sobre sus hombros, durante muchas décadas, el desarrollo de la fiesta de los toros en México y en gran parte de Sur América. Todo lo anterior de acuerdo a datos que gentilmente me suministró su esposo, don Manuel de Haro. Y en largas, muy amenas, e ilustrativas pláticas que he tenido con su hijo el licenciado Jorge de Haro González, abogado destacado, aficionado de categoría que conoce y vive la fiesta de los toros bajo un prisma muy realista y objetivo que llegó a ser Presidente de la Asociación de Criadores de Toros de Lidia a tempranísima edad y Presidente de la Conferencia Mundial de Ganaderos, hombre de envidiable cultura y apego por las cosas de su tierra. El asunto nació en 1835, cuando don Mariano González Fernández arrendó la hacienda San Mateo Huiscolotepec en el Estado de Tlaxcala. Años más tarde, en 1856, González Fernández adquirió la propiedad, que es la famosa hacienda de Piedras Negras, cuyo casco aún hoy se 287


erige altanero y desafiante, con sus paredes de piedras enmohecidas y ennegrecidas por el paso del tiempo, una construcción de duro carácter que surge en medio del frío de la región, con paredes orgullosas que son símbolo de la época dorada del toreo mexicano. Don Mariano tuvo nueve hijos. De ellos, José María González Muñoz era muy aficionado a los toros. Nombre importantísimo en la historia de la ganadería brava, se asoció con un primo hermano suyo, José María González Pavón, que era propietario de Tepeyahualco, para (con ganado de San Cristóbal de la Trampa –ganado criollo, cunero–, fundar la ganadería de Piedras Negras. Las fincas en México en esa época le daban sus nombres a las ganaderías bravas. Lo contrario de lo que ocurría en España, y lo contrario del México moderno, donde los hombres le ceden sus nombres a los hierros ganaderos y donde las ganaderías desde los primeros tiempos adquieren la denominación de sus propietarios. Con mucho entusiasmo los González iniciaron la cría del ganado bravo en los desafiantes terrenos de Tlaxcala, que a ratos se parecen a las estepas con fríos vientos capaces de cortar la cara como si de hojas de filosos puñales se tratara. Eran muy buenos vaqueros, hombres de a caballo que faenaban con destreza. También entusiasmados se unieron a la cría del ganado los hermanos de don José María González: Manuel y Carlos, fundando una familia ganadera de gran importancia. Don José María González, fundador de Piedras Negras, hizo un negocio con el matador de toros bilbaíno Luis Mazzantini, en una de las temporadas que “Don Luis” vino a América. El negocio consistió en la venta de un toro español, a la ganadería de Piedras Negras, de la ganadería de don Pablo Benjumea que había sobrado en la temporada realizada en la Plaza Colón de la ciudad de México el año de 1888. Este toro fue el primer semental español que padreó en Piedras Negras. Al fallecer uno de los socios de Piedras Negras, don José María González Pavón, que era propietario del antiguo hierro de Tepeyahualco, en la partición de la herencia el ganado fue a parar a los potreros de las fincas de Zotoluca, La Laguna, Piedras Negras, Coaxamalucan y Ajuluapan. Rota la sociedad por la desaparición de uno de los socios, don José María González Muñoz dejó que sus hijos Lubín y Romárico tomaran las riendas de Piedras Negras y se fue a vivir a los predios de Zacatepec, 288


en una casa que diseñó y edificó especialmente para su retiro. Carlos González Muñoz, hermano de José María e hijo de Mariano González Fernández, fundó con reses de Piedras Negras la ganadería de Coaxamalucan, divisa de tardes memorables en Venezuela, como fue aquella cuando César Girón en Caracas le cortó un rabo a uno de estos encastados toros, o aquella otra cuando en el mismo Nuevo Circo el joven espada guariqueño Celestino Correa se encerró en solitario con seis estupendos ejemplares. La fundación de Coaxamalucan ocurrió en 1907, en el poblado tlaxcalteca conocido como San Lucas Coaxamalucan, que no es más que una fracción de la hacienda de San Mateo Huiscolotepec. Un año crucial para la cría del toro de lidia en Tlaxcala fue el de 1908. Ocurrió que dos de los hijos de don Manuel González Muñoz, Lubín y Romárico, se separaron y cada cual fundó su ganadería. Lubín se quedó con Piedras Negras y le agregó unas vacas y un toro españoles, que estaban en Tepeyahualco. Las vacas, diez en total, y el toro, pertenecían todos a la ganadería sevillana del Marqués de Saltillo. Romárico, por su parte, reunió el ganado bajo la denominación de “La Laguna” con vacas de Tepeyahualco y un toro de Ibarra. Los fundadores, don José María González Muñoz, retirado en Zacatepec y don Carlos González Muñoz, de Coaxamalucan, y Romárico González González, fallecieron entre 1915 y 1918. Los herederos, Wiliulfo González y Lubín González, hicieron de La Laguna y de Piedras Negras dos estupendas ganaderías que muy pronto alcanzaron renombre internacional. Los toreros, las grandes figuras del toreo, fueron los heraldos que se encargaron en lanzar a los cuatro vientos las bondades de los toros de Tlaxcala a los cuatro rincones del universo del toreo. Se logró con los toros y las vacas de Saltillo. De tanta categoría los productos laguneros, que en 1929 se dieron el lujo y el gusto de enviar sus toros a España, a la plaza de El Chofre en San Sebastián, lidiados por el mexicano Heriberto García (torero que cortó un rabo en Madrid) y las figuras hispanas Marcial Lalanda, Joaquín Rodríguez “Cagancho” y Manolito Bienvenida en el momento de su plenitud profesional. La gente de Tlaxcala se ha apegado a la escuela de sus ancestros. Una actitud que los llena de orgullo. Hoy el ganadero de Piedras Negras 289


es Raúl González, que se encargó de la ganadería en 1952 cuando su hermano Romárico, que había manejado Piedras Negras y La Laguna, le cedió la conducción de la histórica vacada. Romárico había heredado la responsabilidad en la dirección de la ganadería prócer de Tlaxcala en 1941, cuando murió trágicamente su hermano Wiliulfo en un coleadero en la plaza de tientas de la hacienda San Mateo Huiscolotepec, al caer de un caballo. Wiliulfo hizo muchos tentaderos a campo abierto, en colleras de caballos, como se estila en algunas ganaderías andaluzas. La faena campera andaluza siempre le atrajo y como era un grandioso caballista y buen torero de a pie, sintió que de esa manera se integraba más aún a la formación de su ganadería. Era muy campero, campero mexicano, y como toda su familia gustaba de las cosas de su campo, de su charrería y faenas campiranas entre las que estaba el colear ganado. El tentadero de Piedras Negras, como sucede con muchos tentaderos y lienzos charros en México, sirve para cumplir las dos funciones: la de torear a pie y la de colear a caballo; y fue precisamente en Piedras Negras, en un coleadero, donde Wiliulfo González Carvajal perdió la vida al caer de un caballo. Heredaron Piedras Negras doña Delfina González viuda de González y sus seis hijos: Romárico, Javier, Raúl, nuestra querida amiga Martha de Haro y Susana González González. En el año de 1969 las tres porciones de la ganadería de La Laguna que eran propiedad de Romárico, Magdalena y Susana fueron adquiridas por el ingeniero Federico Luna, pero la cuarta parte integrada por las más puras reses de la vacada original, de las reses laguneras, de purísima procedencia saltillo, fueron adquiridas por doña Martha González de De Haro que guardó para ella el histórico hierro. Conocí a Manuel de Haro y a la señora Martha, en ocasión del primer viaje de sus toros a Venezuela. Junto a mi compadre Raúl Izquierdo fuimos a casa de Amadeo Costa, cuando este era propietario del restaurante de carnes La Estancia, en La Castellana. En una entrevista de Haro, al preguntarle si se pensaba importar sementales a México, desde España, para refrescar la sangre del toro mexicano, soltó una respuesta que provocó muchos comentarios en Venezuela e incluso una protesta de Palomo Linares a nivel internacional. Sus palabras de reprodujeron en México y en España. 290


–No. No hemos pensado en traer semen de España o en importar sementales; pero lo que sí tenemos claro es que la ganadería brava española necesita con urgencia refrescarse, y creo que lo más conveniente es hacerlo con semen del toro bravo de México. Hizo referencia a la caída del toro español en una entrevista reportaje que le hice para el semanario El Ruedo. En 1976 la cabaña brava española vivía momentos muy preocupantes en relación al tema de “la caída del toro”. Hombre de teoría muy definida en la cría del toro de lidia, don Manuel no sólo ha luchado contra la inclemencia de los suelos de Tlaxcala, las heladas, la falta de recursos, sino a favor de un concepto de selección y de formación de la ganadería brava. Sus conceptos y criterios lo han enfrentado a los ganaderos de Zacatecas, los herederos de las teorías de don Antonio Llaguno. La fundación de Coaxamalucan ocurrió en 1907, en el poblado tlaxcalteca conocido como San Lucas Coaxamalucan, que no es más que una fracción de la hacienda de San Mateo Huiscolotepec. Un año crucial para la cría del toro de lidia en Tlaxcala fue el de 1908. Ocurrió que dos de los hijos de don Manuel González Muñoz, Lubín y Romárico, se separaron y cada cual fundó su ganadería. Lubín se quedó con Piedras Negras y le agregó unas vacas y un toro españoles, que estaban en Tepeyahualco. Las vacas, diez en total, y el toro, pertenecían todos a la ganadería sevillana del Marqués de Saltillo. Romárico reunió el ganado bajo la denominación de “La Laguna” con vacas de Tepeyahualco y un toro de Ibarra. Los fundadores, don José María González Muñoz, retirado en Zacatepec y don Carlos González Muñoz, de Coaxamalucan, y Romárico González González, fallecieron entre 1915 y 1918.

Manolo Chopera reapareció en la Monumental de Valencia con dos corridas de toros mexicanas, una de José Julián Llaguno y otra de Javier Garfias, con dos carteles que presentaban a Manolo Martínez, “Niño de la Capea” y “El Mito”, la tarde del sábado siete de febrero y el domingo a Curro Girón, Ángel Teruel y Manolo Arruza. 291


Fue una gran tarde de Curro Girón que acaparó los trofeos de la feria. Seguía por su cauce la temporada con un conflicto entre Hugo Domingo Molina y Rafael Báez porque el apoderado de Eloy Cavazos acusó, en declaraciones dadas a nuestros corresponsal en España, José Beltrán Gómez, de “incumplimiento de palabra” por parte del empresario tachirense para la feria del Sol. No pasó de allí la cosa, pues era la palabra de uno contra la del otro, pero sí quedó una gran fractura entre Báez y Molina, acrecentada con el tiempo por la poca simpatía hacia la causa mexicana del empresario andino. Una encuesta hecha en España entre destacados periodistas, hizo un escalafón de los toreros, de los mejores toreros del momento. Fue publicado en varios medios en sus secciones taurinas y en la elección participaron los periodistas de moda. Pepe Bermejo, SER, Manuel Moles, TVE, Carlos de Rojas y Joaquín Vidal de Informaciones, José Luis Dávila, Hoja del Lunes, Selipe, Ya, Filiberto Mira, Radio Sevilla, Vicente Zabala, ABC, Alfonso Navalón y Mariví Romero, Diario Pueblo. La votación de los especialistas españoles colocaba al tope de la encuesta a Paco Camino y a El Niño de la Capea, cada uno con nueve votos, seguidos por Santiago Martín “El Viti”, Ángel Teruel y José María Manzanares, con ocho votos; Roberto Domínguez con siete y con cinco Dámaso Gómez, Miguel Márquez, Ruiz Miguel y Dámaso González. En la continuación de la programación de Valencia presentó Manolo Chopera una corrida de toros y un festival. Para el festival contrató a César Faraco, Antonio Ordóñez, Diego Puerta y Juan Carlos Beca Belmonte para que lidiaran cuatro toros de Mariano Muñoz, Zacatepec, y cuatro de Tierra Blanca. La corrida de toros fue de Tequisquiapan para Teruel, Capea y Curro Girón. Hubo ambiente para los dos festejos y bajé junto a Sebastián González a recibir a Antonio Ordóñez, que llegó en compañía de su yerno, Juan Carlos Beca Belmonte y de un grupo de “ordoñistas hueso colorado”, aficionados invitados por el rondeño a Valencia. El divismo del maestro era insoportable y apenas daba acceso a la entrevista. –Si los toreros dicen que he sido el que mejor ha toreado déjeme decirle a usted, para que no haya polémicas, que el que mejor ha toreado ha sido “El Niño de la Palma”, mi padre, Cayetano Ordóñez. La ocurrencia de Antonio Ordóñez fue festejada con sonoras carcajadas 292


por el grupo de sus invitados, convertidos en sus incondicionales y que al momento de la entrevista formaban un semicírculo en el despacho de la aduana, mientras esperábamos que sobre la negra cinta de caucho sobre la que paseaban cajas, maletas y pertenencias de los pasajeros, apareciera el equipaje del rondeño y de sus acompañantes. Sebastián González partió de inmediato a Caracas ya que el maestro, con su comitiva, se quedó en el Hotel Tamanaco y no fue hasta el domingo por la mañana que se fueron a Valencia. Ha sido Ordóñez uno de los grandes toreros de todos los tiempos; aunque en Venezuela, lamentablemente, como en casi toda América, no tuvieron los aficionados la suerte de verle en su gran dimensión de magistral artista. Escasas fueron sus demostraciones en suelo americano. Se podrían contar con los dedos de una mano. Una tarde en México con un San Mateo, la de Lima con un toro de Javier Garfias, la de Maracay con César Girón cuando le cortó las orejas y el rabo a un toro de Rancho Seco y en Caracas tuvo varias actuaciones destacadas. Todas estas sin llegar a ser las obras maestras con las que convenció a los más exigentes públicos españoles hasta alcanzar el indiscutible grado de gran maestro. El festival tuvo poco lucimiento, a excepción de una enrabietada actuación de Diego Puerta que le cortó las orejas a un dificilísimo Tierra Blanca. Beca Belmonte y Faraco estuvieron desafortunados y Ordóñez fue constantemente abucheado. –Rodolfo, tú me entregaste un aspirante a novillero muerto de hambre, lleno de promesas incumplidas, que estaba en España a la deriva y sin saber qué techo le cobijaría durante la noche y ahora te devuelvo a Celestino Correa convertido en un matador de toros. Así anunció Octavio Martínez “Nacional”, dirigiéndose a Rodolfo Serradas “Positivo”, la ruptura con el torero de Tucupido. –Dejo a Celestino Correa y me llevo a España a un fuera de serie, a Pedro González “El Venezolano” que va a ser una gran figura del toreo. Era el nuevo valor que se llevaba a España Octavio Martínez. La aventura con Celestino había llegado a su final. Había visto a un novillero zuliano, de Santa Bárbara del Zulia al que llamaban en los tentaderos “El Maracucho”, formado en Maracay, Pedro González. Lo primero que hizo Octavio Martínez con Pedro González fue llevárselo a un tentadero en Carora, a la ganadería de “Los Aranguez”. Convencido 293


Octavio que Pedro podía ser torero, le cambió el nombre por el de “El Venezolano” y desplegó en la prensa una prolija promoción basada en entrevistas y declaraciones de impacto y polémica que convirtieron al torero que se llevaría a España en centro de atención de la afición. Al apenas iniciarse la Feria de Abril en Sevilla, Octavio presentó en Camas, la cuna de Curro Romero y de Paco Camino, a Pedro González una mañana, en una novillada que organizó con astados de Benítez Cubero, junto a Pascual Gómez Jaén y otro novillero de la región. Pedro González, anunciado en los carteles como “El Venezolano”, cortó cuatro orejas y dos rabos. Los cables de las agencias internacionales, en especial la Agencia France Press de la que era corresponsal José Beltrán Gómez (Pepe Madriles), lanzaron a los cuatro vientos la buena nueva del triunfo del torero zuliano y del descubrimiento en tierra de María Santísima de una figura del toreo. Ya toda España conocía de la existencia del nuevo fenómeno descubierto por Octavio Martínez. Para la época iban a Sevilla muchos aficionados venezolanos. De Valencia don Pablo Espinal y Arnaldo Rincones, de Maracay Alberto Ramírez Avendaño y José Casanova Godoy, de Caracas Manolo Marín y Manuel Malpica. Todos fueron invitados especiales al descubrimiento del fenómeno en Camas. El golpe publicitario tuvo contundencia, pues no dejó de sonar el nombre de Pedro González, alimentando curiosidad y esperanza entre los aficionados de Venezuela, hasta que a finales de temporada se le organizó la alternativa en la Feria de La Chiquinquirá de Maracaibo con toros de Reyes Huerta, Paco Camino como padrino y con el testimonio de Cruz Flores, que hizo su presentación en América del Sur. Vimos aquella tarde a un torero muy placeado, con ideas claras y bien ordenadas en la estructura de la lidia. Vistió un hermosísimo terno bordado en oro y plata, de sedas de profundo azul marino, vestido mágico, de un extraño fulgor, hermosísimo, bajo la luz del sol marabino. Nunca olvidaré los seis pares de banderillas que colocó “El Venezolano” la tarde de su alternativa, haciendo alarde de su condición física y del conocimiento que tenía de los terrenos. Colocó seis pares de banderillas de gloriosa inmensidad, sin necesidad de que los banderilleros le colocaran los toros, sin que un solo capote de un subalterno le ayudara en la colocación de los toros. Impresionante fue el momento de la alternativa, un instante de profundo silencio y hasta de fervor, que se sintió en plaza llena de bote en bote. 294


Cuando Pedro brindó la muerte del toro, se desgranó la ovación más impresionante que háyase escuchado jamás en un redondel venezolano. Hubo en esos momentos tan importantes una comunicación inquebrantable con profundo sentido de solidaridad de la raza zuliana, que avivó la necesidad del vínculo existencial entre torero y tierra, terruño y la presencia del protagonista. Un nuevo anuncio hecho por un torero nacional, que nunca fue interpretado por los organizadores de los espectáculos taurinos en Venezuela. En Caracas, Antonio José Galán recibió una horrible cornada que le partió en dos la femoral, cuando toreaba por naturales a un astifino toro de Zacatepec. Fue una corrida que organizó Luis Gandica y para la que contrató a Simón Mijares “El Duende”, que reaparecía en Caracas luego de muchos años, de aquellas temporadas organizadas por José Manuel Pérez Pérez. En ellas que destacó este torero que se convirtió en ídolo de las multitudes capitalinas. “El Duende” se fue a España con Antonio Ordóñez, luego de un Festival del Recuerdo en Caracas donde actuó junto a Luis Castro “El Soldado”, Lorenzo Garza, Fermín Rivera y Raúl Acha Rovira. En Ronda tomó la alternativa de matador de toros, sin que posteriormente hiciera campaña que valga la pena destacar, pues casi siempre redujo su radio de acción al ambiente familiar del maestro de Ronda, de su mujer Carmiña González y de sus hijas, Carmen y Belén, quienes casarían con Francisco Rivera “Paquirri” y Juan Carlos Beca Belmonte. Junto a Galán y a “El Duende”, Gandica contrató a José Fuentes, aquel torero de Linares con el que “El Pipo” hizo una brillante campaña publicitaria que tuvo como slogan “Linares nos lo quitó y Linares nos lo devuelve”. El amanoletado José Fuentes, torero senequista, temple acariciante y mando sin estruendos, vivió momentos muy importantes en el toreo. Le faltó “apretar el acelerador” en momentos clave de su vida profesional, porque es muy injusto el sitio en el que está colocado en la historia del toreo, especialmente habiendo tenido inobjetables condiciones artísticas. La cornada de Antonio José Galán fue curada por el doctor Héctor Visconti, en la Policlínica Las Mercedes. Fueron varias las operaciones a las que fue exitosamente sometido el torero cordobés. Cornada muy grave en la que se temió perdiera la vida el valiente diestro de Bujalance.

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Decía Galán cuando de coraje hablaba que “el valor de los toreros es como un frasco de agua colonia; cada tarde se echa uno un poquito, hasta que se acaba el perfume del frasco y cuando se necesita estar perfumado para una gran fiesta, ya no hay colonia”. “Se me acaba el valor, Vito”, decía y al mismo tiempo se descubría el cuerpo para mostrar las terribles heridas. En la Policlínica Las Mercedes pasó un buen tiempo y allí iba a verle a diario junto al ganadero mexicano Marianito Muñoz, que había llegado a Venezuela hacía más o menos un mes con sus toros de Zacapetec. La corrida se iba a lidiar en principio en Valencia, pero se dividió el encierro con toros de Tierra Blanca para el festival que toreó Antonio Ordóñez en la Monumental. Luego tres de los toros de Zacapetec se lidiaron en el Nuevo Circo y uno de ellos, “Don Ron”, bautizado en la plaza de Caracas en homenaje a los buenos rones venezolanos, tantas veces ponderados por el ganadero zacatecano, le pegó la horrible cornada a Galán. Mariano vivió un mes entre nosotros. Se hizo contertulio en la reunión que teníamos en Los Cuchilleros. Juan Diego, Arturo Magaña y Manuel del Prado “El Triste” le acompañaban a todas partes. La noche del festival de Valencia, recuerdo bien que nos fuimos hasta bien entrada la madrugada con Mariano a recorrer algunos bares. Ya bien entrada la noche decidimos ir a comer y en el restaurante encontramos a los ganaderos de Tarapío, Marcos y Maribel Branger, acompañados de una inmensa legión de amigos. La señora de Branger, siempre amable, le preguntó a Mariano si quería acompañarles en la sobremesa “para tomarnos una champañita” “Señora, respondió, da la casualidad que yo al champagne nunca me le he rajado”. Ya mejor, Antonio José Galán viajó Mariano a México, donde le volví a ver a finales de este año en compañía de un grupo de amigos que fundamos la peña “Los Amigos del Toro”.

Aquel año, luego del festival de Valencia, organizamos otro en Tovar, a beneficio de las obras de la Parroquia de la Virgen de Regla. Fuimos 296


Tobías Uribe, Raúl Izquierdo, César Dao, Cheo Ramírez y yo con vacas de “Los Aranguez”. Fue un festejo de mucho éxito. Para llegar a Tovar tuvimos que sortear muchas dificultades, porque a causa de las lluvias la carretera entre Mérida, donde habíamos llegado por avión, se encontraba obstruida. Con los bártulos al hombro tuvimos que caminar un trecho de unos cuatro kilómetros, con Tobías Uribe y su amable esposa, Indalecia Gómez de Uribe, mi hermano Rafael Ernesto, Raúl Izquierdo y otros amigos. Estos festivales de los aficionados prácticos tuvieron mucho éxito y toreamos varias veces en Maracay, Valencia, Barquisimeto, San Cristóbal. Aquel año fuimos a México, actuamos junto a Tobías Uribe y Raúl Izquierdo en la “Antonio Velázquez”, plaza de toros del Restaurante Arroyo, en compañía de don Roberto Morales, Paco Cabañas y del doctor Leopoldo Sánchez Valle. Nos preparamos para este festival yendo al campo bravo de Tlaxcala junto a Rogelio Morales, “El Triste” y Juan Diego y en Tepejí del Rio, en el Estado de México, a la ganadería de Pepe Chafik, “San Martín”. Fuimos a casa de don Manuel de Haro, quien nos echó unas vacas fuertes, bravas y de gran calidad. Muy grande la primera, ya varias veces parida y que no había sido tentada. Creí que esa era el tamaño de todas las vacas que se iban a tentar y le salí para tragarme el miedo lo más pronto. Resultó que la cárdena muy cornalona tenía la fuerza justa y un lado izquierdo muy agradable, de mucha obediencia y estupendo recorrido. Ese recorrido ideal para el torero poco experimentado, como es el caso de la gran mayoría de los aficionados prácticos. La vaca resultó a la medida para mi falta de oficio y de experiencia, y la gocé toreando. No tuvieron la misma calidad las otras vacas, aunque más gratamente presentadas, mucho más jóvenes, pero con pólvora en las pezuñas, revolviéndose en un palmo de terreno lo que hizo del tentadero un vía crucis para mis compañeros. Luego de casa de don Manuel de Haro nos fuimos a Puebla a dormir. En la mañana del día siguiente, muy temprano, llegamos a la finca de los señores De la Concha, donde pastaba el ganado de Zacatepec, propiedad de Marianito Muñoz. Fuimos recibidos por Mariano en compañía del matador de toros Jorge Aguilar “El Ranchero”, vestido de charro con calzones color mamey y un gran sombrero mexicano hermosísimo, con el que más tarde, aprovechando la inmensa bondad de una vaca de Muñoz tuve el placer de torearla al natural. 297


El tentadero se hizo a campo abierto y por testigos tuvimos el hermoso e inmenso nevado del Popocatepetl, vigilante y sereno y posiblemente satisfecho y orgulloso ante la infinita amabilidad de Mariano Muñoz y de su gente, de sus hijos, hijos del gran volcán de penacho nevado, que nos atendieron con generosidad impresionante. A cada momento nos ofrecían pulque, de diferentes sabores, guayaba, de limón y sandía, mientras toreábamos hasta hartarnos las buenas vacas de Zacatepec. Más tarde nos reunimos con la familia Muñoz y Aguilar en una vieja casona, la casa de Zacatepec. La reunión se celebró en una sala adornada con una impresionante cabeza de un toro de Aleas que “El Ranchero” desorejó en Madrid. Marianito Muñoz, a la hora de los postres, ofreció un brindis por la amistad y por el toreo, brindis que resumió en los versos de un hermoso poema que hoy se eterniza en el tiempo grabado en hermosa placa de bronce colocada en la plaza México. No volví a ver al maestro tlaxcalteca. Sabía de “El Ranchero” por amigos comunes que le admiraban como persona y como torero. Un día, años más tarde, me enteré por un cable, con la acostumbrada frialdad que los despachos cablegráficos informan de las buenas y de las malas noticias, que Jorge Aguilar había muerto. No de una muerte natural, común y corriente, había muerto como un dios del Olimpo del Toreo, lo hizo toreando en el tentadero de Coaxamalucan el martes 27 de enero de 1981. Sostuve entre mis manos el pedazo de papel que llevaba impreso en tinta cada carácter que componía la información. Poco a poco sentí un tropel de recuerdos que vi, los recordé enfundados en aquel majestuoso traje de charro que vestía “El Ranchero” la mañana aquella en la falda del volcán poblano, en tierras de la familia De la Concha, cuando hicimos el inolvidable tentadero con las bravas y nobles vacas de Zacatepec, aquellos de mi también ido amigo Marianito Muñoz.

Escribí, a manera de epitafio para el admirado maestro, estas líneas: “Imagino que si Jorge Aguilar “El Ranchero”, hubiera tenido para 298


escoger una muerte, habría sido la que le tocó”. Murió en una plaza de tienta, la de Coaxamalucan, en la tierra muy noble y muy ganadera de Tlaxcala, luego de rematar una tanda de naturales, cuando ejecutaba un ceñido, sentido y templado pase de pecho. Murió sobre la misma tierra tlaxcalteca que le vio nacer y en una de las plazas de tienta que le lanzó al estrellato. Estepas que duermen en serena hermosura a las faldas del inquieto y majestuoso nevado, potreros en los que pastan las vacas de los Muñoz y donde pastaron las reses de Tepeyahualco antes de ser fundadoras de la ganadería brava mexicana. Suelo de Tlaxcala, piso histórico muy ligado a la fundación del México moderno, punto intermedio entre el puerto de Veracruz y la gran Tenotchitlán. El señorío de Jorge, su singular torerismo, sencillez, genuina afición, y por sobre todas las cosas amor por su profesión de torero, han sido de las cosas que más me han impactado. No olvidaré como sobre un caballo bayo picaron aquella mañana las bravas y nobles vacas de Zacatepec. No podría olvidarlo jamás, porque con su sombrero charro tuve el gusto de torear al natural una de aquellas nobles vacas, negras y de amurubadas hechuras, cubetas de cuerna, que con bondadosa bravura nos hicieron creer a Tobías Uribe, Raúl Izquierdo y a mí, que el toreo es cosa sencilla. Luces de candil le dieron vida a las sombras aquella noche, cuando todos juntos, reunidos en la hermandad de toreo, escuchamos en boca de Mariano el poema que el ganadero le había escrito a “El Ranchero”, torero ídolo de Tlaxcala. Se calló el tañido del cencerro que llama al cruzado de pulque, como se callaron las risas de los felices amigos, al ver cómo rodaba una escondida lágrima por los surcos del curtido rostro del veterano torero. “El Ranchero” nació en el viejo cascarón de la hacienda de Piedras Negras. Ruina colonial que se atreve a murmurar la historia con el frío viento de la noche. Viento que cimbra los encinillos, como luego se cimbraría la cintura de Jorge al torear lleno de sentimiento. Su presentación en México fue como sería su vida de torero, en la medida de “Joselito”, el recio ídolo novillero sombra en la suavidad “Silveriana”. Filigranas de las que inmortalizaron a “Pistachero”, “Raspinegro”, etc.

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Su padrino fue el lusitano Manolo dos Santos y la tarde de la alternativa la del 28 de enero de 1951. Tal como era para la amistad, lo fue para los toros: Seco, sin adornos, pero con ligazón, seriedad y mucha verdad. Entre sus muchas tardes de gloria está aquella cuando inmortalizó a “Montenegro” de San Mateo toreando con Juanito Silveti en la Plaza México. Fue torero de México para España. En 1953 toreó más de 40 tardes, incluyendo fechas en Sevilla y tres en Madrid. Le dijo adiós a la taleguilla en la Monumental de México con Joselito Huerta y Chucho Solórzano cortándole un rabo a “Forzado” de Mimiahuapan el 11 de febrero de 1968. Diecisiete años de torero, llenando de sentimiento toda aquella tierra ganadera de Tlaxcala para la que ha sido la gran figura que han tenido “Tepeyahualco”, “Coaxamalucan”, Piedras Negras, “La Laguna”, “La Trasquila”, “Ajuluapan”, “Zotoluca”, “Zatatepec”, y todos esos hierros curtidos sobre los serenos parajes, con sus encomiendas llenas de historia, la gente que hizo el México antiguo y el México de ahora. Jorge Aguilar, “El Ranchero” murió como quisiera morir un torero. Por ello me alegro de su muerte, pero siento la pena en mi amigo Mariano Muñoz, su cuñado, siento el dolor que su prematura desaparición debe haber causado en el seno de su precioso hogar, siento pena porque la fiesta ha perdido alguien que la amaba de veras.

Álvaro, mi hermano, que es arquitecto, viajó con nosotros a Puebla, venía de Guadalajara donde había participado en un Congreso profesional. En la Perla Tapatía vivió una experiencia que por simpática vale la pena reseñarla. Existía en aquella época la plaza de toros El Progreso, de Guadalajara. Álvaro, en compañía de otros arquitectos venezolanos, viajó directamente desde Caracas hasta Guadalajara, haciendo escala en la Ciudad de México sólo para cambiar de aeronave. Al llegar se enteró de que había toros en El Progreso y sin registrarse en el hotel, dejando el equipaje en 300


el aeropuerto, se fue a la plaza pues tenía el tiempo justo. Así que en reventa adquirieron un par de boletos y se colocaron en los graderíos. La persona que le tocó al lado se sintió atraído por el dejo en el hablar de mi hermano y de su acompañante, por lo que les preguntó si eran venezolanos. Comenzó una grata plática con el tema de Venezuela y de lo venezolano. –Fíjese, le dice el mexicano, que yo tengo un gran amigo en Caracas. – ¿Cómo se llama? –Es Víctor José López, un periodista taurino, “El Vito” del diario Meridiano, es como mi hermano. –No, responde Álvaro, “El Vito” es mi hermano. La persona con la que hablaba se enfada, cree que le toman el pelo. Hubo necesidad de que Álvaro le mostrara su pasaporte para que se convenciera de la verdad que decía. La persona era el novillero Rogelio Morales, que hizo en plazas venezolanas una larga y dilatada campaña profesional, dejó gran cartel y muchos amigos. Más tarde se unirían al grupo que por Tlaxcala hacíamos “campaña de campo” en los tentaderos de aquellas ganaderías de los buenos amigos de Haro y Muñoz. A Álvaro se le unió un amigo en Guadalajara, residente en Querétaro y arquitecto como él. Era hijo del Juez de la Plaza queretana y había estudiado en la Universidad de Clemson, en Carolina del Sur, la misma época que Álvaro. Este compañero viajó hasta la Ciudad de México y nos acompañó en casa de Chucho Arroyo durante el festival taurino. Estaban en México, para la época de los festivales, varios amigos venezolanos, entre ellos el matador de toros César Faraco, muy querido en México y el empresario venezolano Sebastián González. Sebastián fue hasta Arroyo junto a Javier y Pepe Garfias, los dos célebres ganaderos potosinos que con tanto éxito han lidiado sus reses en plazas de Venezuela y Sur América. En Arroyo participamos en un festival con el doctor Leopoldo Sánchez Valle, gran amigo de Curro Girón, Roberto Morales Legaspi y Paco Cabañas. Luego del festival se celebró una gran fiesta en el Tablao Flamenco, una sala que en su oportunidad fue inaugurada por Lola Flores. El tablao en sí está construido de varios tipos de finas maderas, lo que le da sonoridad diferente a los distintos 301


espacios. Esto lo aprovechan los bailaores de flamenco para realizar sueños de sonoridad. Se trata de algo único en el mundo.

La temporada de novilladas de Caracas se presentaba como un reto y por ello hubo varios intentos en seguir los pasos de éxito de aquella empresa Taurivenca que administró Gregorio Quijano. Roberto Marubini era un joven contador que trabajaba en el departamento de contabilidad de un frigorífico que administraba Carlos Olivero, un italiano metido en el negocio de la carne. Olivero le compraba a Quijano las carnes de los novillos que se lidiaban y se beneficiaban en el destasadero de la plaza de toros. Roberto Marubini representaba a Olivero ante los matarifes. Quijano invitó a Marubini a que presenciara los espectáculos de las novilladas y por su buena ubicación en la plaza, lo exitoso de la temporada, tuvo Roberto oportunidad de conocer mucha gente. Gente ligada a los espectáculos, a la banca y el mundo económico, a las Fuerzas Armadas y a la política. Roberto se fue aficionando, poco a poco. Le gustó la gente que descubrió en la plaza e hizo buenas amistades. Una de ellas fue José de Luca, que administraba la taquilla de los espectáculos de Quijano, haciendo las funciones de contador en la empresa Taurivenca. Otro buen amigo de Marubini era Alejandro Mondría, miembro de la peña taurina que tenía su sede en la Cervecería Río Chico, en la Avenida Miranda por los predios de Chacao. Marubini, de Luca y Mondría se unieron en empresa y se entusiasmaron para organizar festejos taurinos, organización que llamaron “Promociones Fiesta Brava”. Ángela, una joven rubia, que quería ser torera, estaba de moda en las revistas del corazón y en los semanarios taurinos de España. Los gremios de toreros y las autoridades del gobierno español cumpliendo al pie de la letra viejas ordenanzas, le impedían pisar las arenas por el simple hecho de ser mujer; y por ello, la brava torera se montó a caballo y toreaba como rejoneadora. Pero Ángela en su vocación lo que más quería era pisar los ruedos como torera de a pie. Se fue a México y 302


allá la conocí a finales de los años sesenta cuando Manuel Benítez “El Cordobés” hacía campaña por aquellas tierras. No tuvo mucha suerte Ángela en México y en España se convirtió en una cruzada de la causa feminista hasta lograr la revisión de leyes y ordenanzas y torear junto a sus compañeros hombres. Marubini, Mondría y de Luca organizaron una breve temporada, con la torera Ángela como principal atracción. Roberto viajó a Colombia y trajo dos bonitas novilladas de Las Mercedes (González Caicedo) y Dosgutiérrez. Con Curro Leal se puso de acuerdo en México y contrató a Alfredo Gómez “El Brillante”, el torero más destacado en la temporada de la plaza México. Un taquillazo fue el debut de Roberto Marubini como empresario. Además del atractivo de Ángela, que era indudable, las novilladas colombianas estuvieron muy bien presentadas, lo que ayudó mucho al ambiente. Se respiraban aires de acontecimiento grande. La novillada de la presentación de Ángela sirvió para descubrir al valenciano Luis Meza como novillero. Sorprendió con su toreo de capa y buenas maneras con la muleta. Lamentablemente, como suele ocurrir con la mayoría de los espadas nacionales, las flores de la prensa le alucinaron y Meza se quedó varado en el recuerdo de aquellos sorprendentes lances. Con el tiempo se escudó en la protesta por la incomprensión y se perdió diluido en el riachuelo de la vida. Luis Meza, una tarde, llegó a la redacción y me manifestó su vocación artística, como dibujante. Quería ser pintor, y pintor taurino. Sentí una gran alegría, pues vi una promesa artística en los bocetos que me presentaba. Me unía una amistad de trabajo con el gran dibujante uruguayo Galeandro, que para la época dirigía una exitosa Academia de Dibujo. Hablé con Galeandro y logré una beca para Luis Meza. No tuvo ni la cortesía de responderle la atención a Galeandro y no volví a saber de él, de Luis Meza. El tiempo le daría un sitio Roberto Marubini en la fiesta, convirtiéndose con su hijo Alessandro en el empresario de Maracaibo, de la complicada Feria de la Chinita de Maracaibo. Entre los aportes de Marubini a la fiesta, que son muchos, deseo recordar la contratación de dos novilleros mexicanos que le dieron mucho sabor a la temporada de novilladas en Caracas y se convirtieron en destacadas figuras del toreo en su natal México. Nos referimos a Alfredo Gómez “Brillante”, y Jorge Gutiérrez. 303


“Por ser parco y retraído, parecía ausente; pero, expresándose con el capote o la muleta en el toreo de salón, Jorge Gutiérrez copaba la escena aquellas mañanas del agosto caraqueño”. Son las primeras letras de un prólogo a un estupendo trabajo numérico, realizado por Nelson Arreaza con motivo la reaparición fugaz de Gutiérrez en un festival homenaje a Jorge San Román, su amigo, en la Santa María de Querétaro. –Eran los días de agosto de la temporada de 1976 y se vivía con inusitada intensidad la fiesta de los toros en Caracas. Surgían ganaderías, fechas y competencias y aparecían empresarios y organizadores por las cuatro esquinas. Roberto Marubini le había agregado fechas al calendario ya amplio y extenso que había organizado Quijano en su descomunal proyecto de Taurivenca. El que mayor número de novilladas ha logrado reunir en temporadas consecutivas en Venezuela. Impresionó Jorge Gutiérrez en el parque de Los Caobos, igual que en la plaza. Fue en aquella mañana de agosto que nació mi admiración por este torero de Hidalgo. Un torero diferente al común del profesional de los toros. Cabal como hombre, al que aprendí a respetar y admirar, en los dos meses que vivió en Caracas. Era Caracas una ciudad taurina. Sembradas en surcos de pasión surgían como flores en el jardín del toreo las peñas de gran actividad, las tertulias de los bares y restaurantes. La tertulia más conocida era la de Los Cuchilleros, en la esquina de Candilito. Reunión los martes. A horas del mediodía caían por Los Cuchilleros los toreros que actuaban en la temporada, empresarios como Sebastián González y Manolo Chopera, igual que los periodistas Rodolfo Serrada Reyes “Positivo”, Federico Núñez, César Dao y Ernesto Martínez. Fotógrafos con la jerarquía del gran Ramón Medina “Villa” y de Roberto Moreno. Los ganaderos de moda, de Los Aránguez, Alberto Ramírez, Oscar Aguerrevere de Tierra Blanca y Maribel Branger, de Tarapío. Aficionados de jerarquía: Manolo Marín, Freddy Olavarría y Manuel Vílchez “Parrita”. Pepe Lobato “Jerezano”, Salvador Sánchez “Manchego” y profesionales: Carlos Saldaña, El Negro Rigoberto Bolívar, Camachito. En fin, ahí se 304


reunía el toreo en un cartel que integraban Antonio Chenel “Antoñete”, Manolo Escudero, El Capea, Paco Camino, David y Juan Silveti... ¡Entre muchos! Entre los asiduos a las tertulias estaba un gran aficionado andaluz, Aurelio Brenes “Piquito”. Para la época de “Brillante” y Jorge Gutiérrez, era propietario del Bar Sport, famoso 30 años atrás porque sus habitaciones recibían a toreros como Raúl Acha “Rovira” y su fraternal amigo Gabriel Alonso “El Cagancho Rubio”. Este señor, al que llamaban “Piquito” porque hizo una fortuna vendiendo pan de piquito por las calles de Caracas, les abrió las puertas de su casa a los dos novilleros mexicanos. Nos recordaba “Piquito” que el gusto por el picante de Alfredo y de Jorge era tan exagerado que por comida consumían un frasco de Tabasco. Cuando Jorge se presentó en Caracas, apenas tenía experiencia de cuatro o cinco novilladas. Fue tan grata la impresión que dejó en sus primeros lances que alborotó a la afición y le comparaban con Manolo Martínez. Cosa que hizo México también, en los inicios del hidalguense. La realidad fue otra. Surgió en el tiempo un maestro del toreo, artista con personalidad propia. Esta evolución tuve la fortuna de atestiguarla gracias a destacadas actuaciones en la Plaza México, donde Jorge Gutiérrez se convertiría en un torero consentido por aquella afición. Esa historia tiene a muchos que la escriban. Quiero referirme a mi testimonio en España, donde según Nelson Arreaza, en meticulosa investigación, toreó más de 30 corridas. Desde su alternativa con la terrorífica corrida de Celestino Cuadri, como aquella tarde en Burgos con los toros de Manolo González, junto a dos “monstruos” como lo han sido El Capea y Espartaco. Gutiérrez no fue de paseo a España. Desde que pisó arena íbera el de Tula tuvo una actitud digna y muy profesional. Si Madrid fue un Rubicón lleno de trampas, Bilbao no se quedó atrás. España toda le clavó divisas de terror como si fueran banderillas: Conde de la Corte, en Madrid como en Bilbao, y en Madrid también los de Celestino Cuadri y la inolvidable corrida de los Moreno Silva la tarde de la horrible cornada a Curro Vázquez, cuando en el Sanatorio amanecimos junto a Jaime Rangel y Bojilla esperando lo peor para el gran torero rubio de Linares. Queridos personajes surgieron siempre en el camino de la amistad con Jorge Gutiérrez. Su suegro, José Ramón Villasante, en inolvidables 305


tardes de tertulia junto a Jorge Cuesta y Laura Herbert de Villasante, su gran admiradora. En México, aquellas comidas entre grandes y muy apreciados amigos organizadas por Chucho Arroyo, junto a quien compartimos en Caracas una tarde de triunfo celebrada en El Punta Grill de Las Mercedes, tarde en la que realizó una grandiosa faena Jorge ante un toro de José Julián Llaguno. Este minucioso trabajo realizado por Nelson Arreaza, abre senderos en el recuerdo. Senderos torerísimos junto a una gran figura de la Fiesta de los Toros, el hidalguense Jorge Gutiérrez. Un maestro del toreo que, hace poco en la Santa María de Querétaro, en enero de este año, luego de siete temporadas sin pisar una arena taurina, desplegar un capote o agarrar una muleta, estuvo inmenso en el festival homenaje a su apreciado amigo Jorge San Román “El Queretano”. De corazón se preparó Jorge Gutiérrez para ese evento. Estoy seguro de lo que significó. Un compromiso de vida en compañía de su fraterno amigo Alfredo Gómez “Brillante” quien dobló su contrato de obligaciones, y lo acompañó en su preparación por los tentaderos de los ganaderos amigos.

A mitad de año, Hugo Domingo anunció las contrataciones para la Feria de San Cristóbal, con el propósito de poner a la venta el abono que salía a la calle en esos días. Uno de los anuncios que hizo fue la no contratación de “El Niño de la Capea” que había sido el triunfador de la temporada. Esos días Rafael Cavalieri fue a Madrid con el propósito de contratar toreros para la feria de Caracas. Desde España y por medio de la Agencia France Press anunció a Curro Romero y a Rafael de Paula. Una manía de los empresarios bisoños en Venezuela, de contratar a estos toreros que sólo son comprendidos en el rincón andaluz donde se mueven entre misterios étnicos que no entendemos por estos predios. Con los polémicos Romero y de Paula se anunciaron a “El Niño de la 306


Capea”, Manzanares –que no se había presentado en Venezuela–, Paco Alcalde y los venezolanos Luis de Aragua y Carlos Osorio “Rayito”. Este último despuntaba como firme promesa del toreo bajo la conducción de Gonzalo Sánchez Conde “Gonzalito”. En Caracas, durante la temporada de Marubini, se presentó Jorge Gutiérrez. Este joven torero mexicano vino a Venezuela recomendado por Curro Leal, que había iniciado su aventura venezolana con éxito y se unía en amistad con Roberto para la realización de proyectos a futuro. Jorge apenas habría toreado dos o tres festejos en México, gracias a la influencia del matador de toros Jaime Rangel. El impacto de Gutiérrez fue tal que se convirtió en la gran figura de la temporada. Se le vio desenvuelto, creativo, valeroso y con un mensaje fresco que se convirtió en sostén de la temporada. Gutiérrez y “El Brillante” vivían en un apartamento de las Residencias Anauco en Parque Central, que Marubini había alquilado para alojar los toreros contratados. Roberto siempre ha tenido ideas renovadoras, de alcances positivos. Los dos jóvenes mexicanos hicieron una gran amistad y a diario iban a entrenar a Los Caobos, un espacio abierto aledaño a Parque Central, que utilizaban los toreros para sus entrenamientos en las mañanas. Hice más amistad con Alfredo Gómez quien me acompañaba una o dos veces por semana al frontón del Centro Vasco en El Paraíso donde, junto a César Quijada, al principio y más tarde con Arturo Magaña, jugábamos pelota como parte de los entrenamientos para estar en forma para los festivales que toreábamos. Y conocí más a Alfredo porque cuando Jorge hizo su presentación en Caracas, yo estaba en España, y cuando regresé ya este joven hidalguense, que con el tiempo se convertiría en uno de los mejores toreros mexicanos de todas las épocas, se había marchado a España. Sin embargo, como Jorge volvería más tarde, coincidimos en Los Caobos varias mañanas. Con el tiempo le apreciaría en su dimensión humana, estrechando una cálida amistad a pesar de su aspecto huraño y retraído. Jorge es un gran aficionado, conocedor del toro de lidia como pocos y un excelente tentador que se ha desarrollado en los tentaderos de las mejores ganaderías aztecas. Con el tiempo se convertiría en uno de los grandes toreros de México y en el favorito de la plaza capitalina, con un tirón fuerte en los tendidos. Su indudable valor que arropa con la 307


variedad que surge de la inspirada creatividad le ha dado sello distinto al de sus compañeros. Aquella variedad la descubrí cuando juntos toreábamos de salón en Los Caobos, a Jorge le gustaba mucho practicar quites y lances de gran variedad, desempolvar viejas suertes, unir rasgos de unas y otras para inventarlas de su propia creación, hablar mucho sobre las suertes, las distancias y los terrenos. Vive Jorge Gutiérrez con gran intensidad su profesión. Cuando se preparaba para tomar la alternativa le volví a ver en Los Cués, casa de Javier Garfias en Querétaro, una tarde en que Jaime Rangel picó las vacas. Jorge casaría más tarde con María Isabel Villasante, hija de los ganaderos de “Carranco”, una hermosísima y muy simpática muchacha que ha sabido darle sitio al difícil hombre que es su esposo. “El Brillante” y Jorge iban a diario a casa de Aurelio Brenes, en el Bar Sport, que quedaba frente a la Plaza Henry Clay en el centro de la ciudad, parte vieja. El restaurante era una vieja casona, que administraba “Piquito”, como conocíamos a Aurelio. En los amplios y viejos corredores del Sport, pintados de oscuro color oliva con pinturas de brillante aceite, colgaban antiquísimos carteles de las plazas del Puerto de Santa María, Cádiz y de Sevilla. Sobre el ruinoso mostrador, una cabeza de toro: finas como punzones las astas que coronaban desafiantes la cabeza de aquel toro que, según la información que suministraba la plaquita colocada sobre la madera que la sostenía, había sido estoqueado por Antonio Bienvenida. A Aurelio Brenes le llamábamos “Piquito”, porque cuando llegó a Venezuela, cuando vino de su Sevilla en uno de esos barcos de emigrantes que trajeron a nuestra tierra tanta gente buena y trabajadora, que sentaron las bases de la Venezuela moderna, se inició vendiendo panecillos que en España conocen como “palitroques” y que por su forma sirven para denominación metafórica de las banderillas en las reseñas de los revisteros. A esos panecillos, pedacitos puntiagudos, los llamaba el caraqueño “pan de piquito” y Aurelio Brenes iba de bar en bar, por las calles de la vieja Caracas, vendiendo los “piquitos”... Y se quedó “Piquito”, para toda la vida, este hombre extraordinario que sólo tuvo detalles de afecto y de cariño para todos los que tuvimos el privilegio de conocerte. “El Brillante” y Jorge Gutiérrez no fueron la excepción. A diario iban al mediodía a comer al Bar Sport. Los novilleros pagaban, pero muy poco. Apenas pagarían el diez por ciento de lo que consumían. 308


“Es que si no les cobro se ofenderían y no vuelven”. Decía “Piquito”, quien más tarde convertiría al Sport en un hermosísimo restaurante criollo, de nombre “Doña Bárbara”, especializado en carnes a la parrilla, que se convirtió en el comedero estrella del centro. Con el tiempo se retiraría Aurelio del fragor diario de la lucha y del trabajo, aquejado de un cáncer. Se marchó a su Sevilla, donde tuve el privilegio de compartir algunos días con él por aquellas hermosas tierras de su Andalucía que tanto amó. Con “Piquito” navegué el Guadalquivir en unas enormes barcazas que van de isla en isla. Imagino que muchas de ellas le servirían a Chaves Nogales de inspiración para la narración de las aventuras del joven Juan Belmonte en sus excursiones a Tablada. Conocí los caminos que conducen a Huelva, a la que se entra por la Loma de la Víbora, desafiante, en medio de la superstición andaluza. Conocí Aracena. “Piquito” me llevó a la calle Sánchez Dalp, nombre que es más famoso como ganadero, que como héroe andaluz, pues ha sido a nombre de la señora Dolores Sánchez Dalp que se lidian las reses del que fuera destacado matador de toros sevillano, Manolito González, al que la afición festiva conoció como “La Giralda vestido de luces” por su gracioso arte, valor a toda prueba y porque como estandarte, una tarde, izó en triunfo el toreo de Sevilla. Fue en el caudal de bravura de un toro de Graciliano Pérez Tabernero en Las Ventas de Madrid. Vi, luego de cruzar el Río Tinto y Zalamea la Real, en la Huelva pescadora, el horizonte mismo que habrá visto Colón cuando inició la más grande de las aventuras que haya jamás conocido la humanidad. Disfruté del salobre frescor de la marisma, cuando fuimos hasta Sanlúcar por el camino del Guadalquivir. “Piquito” fue durante aquella estada mía en Andalucía un guía inobjetable, que me descubrió los más recónditos rincones del paisaje, las mesas gastronómicas más populares y exquisitas y junto a él pisé los perdidos caminos que había pisado la torería y que viven sus aventuras en los viejos tratados de tauromaquia, porque son los caminos que nos llevan a los hierros de la bravura eterna del toro andaluz. Los sueños de Cavalieri se realizaron y la Feria de Caracas se dio en base a Curro Romero y Rafael de Paula, que lidiaron toros de Cayetano Pastor con Efraín Girón. La tarde anterior una corrida de Torrecilla fue lidiada por Curro Leal, Paco Alcalde y Bernardo Valencia. Con Leal vino como apoderado el matador Fermín Rivera, gloria del toreo mexicano que se aquerenció en Caracas. A Fermín le había visto 309


varias veces en festivales del recuerdo, los que para la época estaban en boga; y en Caracas teníamos la oportunidad de disfrutar de algunos de estos festejos y así recordar aquellos toreros de los años cuarenta y cincuenta, la mayoría mexicanos, de la añorada Época de Oro. Fermín Rivera era uno de ellos. Ya el maestro potosino había dejado de apoderar y de representar a su hijo Curro, que hacía brillante campaña en España, destacándose sus apoteósicos triunfos en Sevilla, Madrid y Bilbao. Ahora era el apoderado de Curro Leal, un hombre de gran tenacidad que alcanzó cotas importantes como torero y que llegó a sujetar en su puño de gerente de la Plaza México el espectáculo taurino mexicano. Muchas tardes compartí con Fermín Rivera en la barra de Los Cuchilleros, y en estas tertulias me platicada de su época y de los protagonistas. De su presentación en España, en Aranjuez y de sus éxitos antes del rompimiento entre toreros de España y de México. La política siempre metida en medio, embadurnándolo todo y destruyendo con los pies lo que tanto trabajo había costado edificar con buenos propósitos, tardes de triunfo y éxitos de los maestros. Entre las anécdotas que recuerdo está la del pasodoble “Novillero”, que algunos creen que fue un homenaje de Agustín Lara le hizo a Lorenzo Garza. –Fíjate que Lara dice en la letra: “lo mismo en un quite que en las banderillas...”; y Garza no era banderillero, no ponía banderillas. ¿Cómo podía Lara, gran taurino, muy detallista en todas sus letras, referirse a él “poniendo” banderillas? –Sucede, mi querido Víctor, que la tarde de mi despedida como novillero en El Toreo, le brindé a Agustín la muerte de un toro de “La Laguna” , con el que estuve muy, pero muy bien. Se emociona Fermín Rivera al recordar aquella tarde de su adiós como novillero de la afición de El Toreo. Alternó con dos espadas que fueron gloria de la época, el aguascalentense Alfonso Ramírez “El Calesero” y Juanito Estrada, torero de recio arte y de frágil carácter, cuya excelsitud con el capote y con la muleta quedó grabada para la eternidad en las amarillentas páginas de las famosas revistas La Lidia y La Fiesta de México. - A los días me dijo el maestro Lara que pusiera cuidado porque “me 310


tenía un regalo”... Y en la radio sonó el pasodoble “Novillero” y dio la casualidad que al poco tiempo se estrenó la película “Novillero”, en la que el protagonista era Garza, ya para la época convertido en figurón del toreo...Yo que apenas comenzaba era como una breve nube y no podía ocultar la magnificencia de semejante sol. Pero el pasodoble “Novillero” fue un obsequio, la retribución de un brindis que le hice en “El Toreo”, al maestro Agustín Lara. Este fino señor de la vida, don Fermín Rivera Malabehar, nació en el barrio de San Miguelito de la capital del Estado de San Luis Potosí. Hijo de un ferrocarrilero, don Manuel Rivera, que fue entusiasta aficionado taurino. –Me entusiasmé al ver a Heriberto García, allá en San Luis, y me dije “¿porqué no yo, si esto es requetefácil”; y es que lo ví tan bonito, eso de torear que desde que vi a Heriberto no pensaba en otra cosa que en hacerme torero. Mi padre, un día con unos amigos, me llevó a la ganadería de Santo Domingo y allí tuve la oportunidades ponerme por delante de una becerra. “Quedó mi padre tan a gusto con mi actuación que comenzó a tomarme en serio y ese mismo día le compró a don Manuel Labastida un novillo para que lo matara a puerta cerrada, a ver si de verdad jalaba. El becerrote con unos trescientos kilos era del rancho de “La Malada”, que no era de lo mejor, como se suponía, pero fíjate que embistió requeté bien y estuve, a mi manera y con la poca experiencia que tenía, a gusto. Y les gusté a mi padre y al banderillero Ignacio Núñez, que me ayudó con el capote en la lidia de aquel mi primer novillo y se convirtió en mi más ferviente admirador”. Fermín Rivera debutó en San Luis junto a Jesús Solórzano y Pepe Amorós, el mismo que un par de años más tarde, en 1933, inauguraría la plaza de toros de Maracay. Hablamos del año de 1931, cuando sucedían estos hechos en el inicio de su brillante carrera. Acontecimientos que narraba Fermín en la barra del bar de la Avenida Urdaneta, uno a uno, como si fuera ayer, cada día que nos reuníamos. –Aunque los becerros que toreamos en San Luis la tarde de mi debut como novillero eran de Atenco, fue de Santo Domingo, un sobrero, al que le corté la primera oreja. El primer trofeo de mi vida. “En México, luego de algunas vueltecitas, me fui a vivir con Alberto Cossío, “El Patatero”, que tenía para esa época una Escuela Taurina 311


a la que asistían matadores de toros y novilleros. Alberto Cossío “El Patatero” fue una institución taurina en México y tuvo autoridad e influencia al impartir sus clases. Formó una escuela, tuvo sentido en la preparación de los toreros. “Comencé como banderillero en las cuadrillas de Heriberto García, matador de toros, Ricardo Torres y “El Ahijado del Matadero”, novilleros. Era la forma cómo nos hacíamos en esa época. Durante la semana a aprender los secretos de la lidia en la escuela, con “El Patatero”, a jugar mucho frontón, para hacer piernas y poner los reflejos a tono; y los fines de semana a verle la cara al toro, como banderillero. “Te diré la verdad, “El Patatero” no me tenía mucha confianza al principio; y si me aguantaba era porque don Manuel Labastida me había recomendado al señor Juan Zarzosa, quien fue el que llevó a la casa de Alberto Cossío; pero no me tenía mucha confianza, y lo demostró cuando me hizo mi primera novillada en “El Toreo” con cuatro novillos de Ajuluapan. Cartel con “El Minero”, Juan Escamilla y una mujer gordísima, a la que anunciaban como “la mujer más gorda del mundo”. “El Patatero”, por la poca confianza que me tenía, me anunció como “Fermín Ramírez”, por si las cosas no marchaban bien... “Y hubo tanto éxito que Juan Aguirre “El Conejo Chico”, célebre picador de toros, más tarde ganadero y en esta oportunidad empresario, me anunció para una repetición; pero “El Patatero” prefirió guardar el contrato “para la próxima temporada, cuando esté más cuajado”. Juan Aguirre “Conejo Chico” fue famoso picador de toros que le hacía los tentaderos a don Antonio Llaguno. El prócer de San Mateo le tuvo mucho afecto y le vendió toros y vacas de San Mateo, con lo que Juan Aguirre fundó su ganadería que más tarde, tras muchos años, fue el hierro que compró Pepe Chafik, el apoderado de Manolo Martínez y con el que fundó su ganadería de San Martín. –Eduardo Margeli, empresario español, me contrató para la alternativa en la temporada de 1935. Fue “Armillita” mi padrino de alternativa, con toros de Rancho Seco, y de testigo aquel gran torero de Valladolid, Fernando Domínguez que veía de Venezuela donde había toreado en el Nuevo Circo. La fecha de la alternativa de Fermín Rivera fue el 8 de diciembre de 1935. El toro, cárdeno ensabanado de pelo y marcado con el número 53, llevó por nombre “Parlero”. Fue un toro de muchas carnes, pues pesó 312


565 kilos. La cabeza me imagino debe estar en poder de Currito Rivera, pues siempre la guardó el maestro Fermín en su casa potosina. A este toro le cortó las dos orejas. Aunque triunfó con el toro de la alternativa en El Toreo, la primera plaza de México, la temporada de 1936 no se le presentó muy clara. Había pocas oportunidades para los toreros que no tenían jerarquía de figuras del toreo, y Fermín no alcanzaba, aún, el grado. Decidió marcharse a España. España siempre ha sido un hito importante en la carrera de los toreros americanos, en especial de los mexicanos. Han sido las plazas españolas los teatros consagratorios. Madrid, Sevilla y Bilbao son las plazas que multiplican los esfuerzos y los éxitos. Un triunfo fuera de ellas no es tan importante. La siembra de los esfuerzos no tiene igual fruto que los logrados en estas históricas arenas. El año de 1936 se presentó excesivamente conflictivo: los toreros españoles y mexicanos se enlazaron en un absurdo pleito que tuvo como nudo gordiano la presencia triunfal e imponente de “Armillita”, el genio de Saltillo, que puso a sus pies el toreo universal e hizo de las grandes figuras españoles su corte imperial. Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Vicente Barrera, todos conspiraron contra Fermín Espinosa, en lo que Juan Belmonte acertadamente llamó “el boicot del miedo”. Le cortaron la apoteósica carrera a “Armillita” rompiendo cobardemente las relaciones taurinas hispano-mexicanas. –Reventó la Guerra Civil en España y no pude torear. Me vi en la obligación de volver a México, derrotado sin haber fracasado. Era muy duro dar la cara y por eso hice campaña en ruedos de Sur América, vine a Caracas y fui a Bogotá. Llegué hasta Lima. Fueron ocho largos y muy duros años en un escenario de segundón, pues las puertas de España seguían cerradas por las causas de la guerra, primero y luego porque seguían rotas las relaciones taurinas. Así que en 1944 me fui a Portugal. Hice mi presentación en Campo Pequeño y gané cartel. “Al reanudarse las relaciones hispano-mexicanas fuimos contratados Arruza y yo, ya que él como yo estábamos en Portugal haciendo campaña. Fueron los festejos que denominaron “corridas de la concordia”. Corrida de La Concordia en México y Corrida de La Concordia en España. Las de España fueron en Barcelona, Madrid y Aranjuez. “Arruza deslumbró con su toreó atlético, valeroso, deportivo, de fresco mensaje lleno de competencia y de entrega, y yo toreé en Aranjuez y en Toledo. Hubo malos entendidos entre Arruza y yo, por lo de la 313


contratación a Barcelona y Madrid, lo que quebrantaría para toda la vida nuestra amistad. “En Toledo tuve una actuación grandiosa. Le corté las orejas y el rabo al sexto toro de la tarde. Ese día actué junto al monstruo: Manuel Rodríguez “Manolete”. Me impresionó el cordobés por su aparente soberbia y su profunda generosidad. Con nosotros toreó “El Estudiante”, al que le pegué un repaso en un quite que hicimos. Y eso que Luis ha sido un grandioso torero con el capote “Las corridas de Aranjuez y Toledo me dieron buen nombre en España. No quise volver a México a pesar de que estábamos a finales de la temporada. Debes saber que hablamos de septiembre de 1944, así que preferí quedarme en Salamanca, en el frío campo charro en el que están sembradas las ganaderías bravas salmantinas. Había que hacer un gran sacrificio, pues mi meta era la de conquistar España para poder entrar en México. Las plazas de mi tierra las tenía cerradas a cal y canto. Motivos políticos, empresariales en cierto sentido, pero cerradas. Y eso para mí era mortal. “En Salamanca me preparé muy bien, aunque invertí en mi estada en el Campo Charro mi escaso patrimonio. El invierno en España es una gran lección. La falta de la luz mediterránea, el frío entumecedor, el bajo perfil de la fiesta de los toros y de sus protagonistas, ubica la realidad en puntos más visibles. Allí vi la realidad, la gran realidad de la diferencia entre el toreo de España y de América: la ambición. Sin ambición de gloria y de dinero no se puede ser torero. Quien no la tenga, mejor no lo intente. “En Madrid confirmé la alternativa con una corrida de Sánchez Fabrés, lo que antes era “Coquilla”, los Santa Colomas de Salamanca, bajitos, cárdenos, encastados, bravos, de gran movilidad; pero no sería hasta el 30 de septiembre que Madrid me cancelaría mi cuota de grandes sacrificios: salí a hombros de Las Ventas. “La temporada más brillante de mi carrera, en México, fue la de 19471948, cuando don Tomás Valle era el empresario de la capital”. Pero si un título pudiera llevar la biografía de este gran torero y excelente amigo, debe ser el de “Clavelito”. En ninguna otra biografía taurina este nombre marca tres momentos históricos.

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En febrero de 1951, Fermín Rivera le cortó las dos orejas y el rabo al toro “Clavelito” de Torrecilla, y se colocó en figurón del toreo. En febrero de 1955, lidió a “Clavelillo”, también de Torrecilla y le cortó las orejas y el rabo. Y el último toro de su brillante carrera, la tarde del adiós en México, fue de Torrecilla y tuvo el nombre de “Clavelito”. Nuevamente cortó las dos orejas y el rabo, y le puso punto final a una brillante historia, de la que nos dejó como herencia a la grey taurina a un gran torero: Curro Rivera. En octubre del 76 llegó a Caracas un gran taurino, Alberto Alonso Belmonte, como apoderado de un joven torero al que ya habían descubierto en España, cuatro años antes, en las plazas de Quintanar de la Orden, Alicante y Benidorm cuando un toro de Ramón Sánchez le abrió sus carnes rompiéndole la inmunidad con la primera cornada. Me refiero a José María Manzanares. Además de la presentación de Manzanares debutaron en plazas nacionales, a finales de la temporada, Fermín Espinosa, el hijo del maestro “Armillita”, en la Monumental de Valencia, y Carlos Osorio “Rayito”, un maracayero hecho en Andalucía por Gonzalito a la vera de Curro Romero. Se cerraba el año con la noticia del triunfo de Curro Girón en Lima y la noticia de que Roberto Marubini, gerente de la Empresa Promociones Taurinas, había firmado con el Inspector Germán Vera, la exclusividad para organizar la Corrida de la P.T.J.

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C a p í t u l o 15

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Nunca hubo una tertulia como la de Los Cuchilleros … Ni más taurina, ni más venezolana que la de Candilito en La Candelaria. Aquí con dos de sus más fieles protagonistas: el Maestro Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea” y Juan Campuzano Álvarez … Ambos protagonistas de la historia grande del toreo en Venezuela.

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En Cuchilleros late el corazón del toreo

Con un entreverado de dimes y diretes que surgió de la polémica entre Luis Gandica y el doctor Juan Vicente Seijas, abrió las puertas el año de 1975. “El Negro” Seijas reclamaba, para el Concejo de Valencia, institución propietaria de la plaza Monumental, la organización de las corridas de la Prensa y de la Municipalidad. Mientras exponía argumentos, apoyado por los concejales, Luis Gandica insistía en ser él único organizador y empresario respaldado por la legalidad que otorgan los documentos y por tanto la única persona autorizada para contratar para los festejos que hubieren de realizarse en las arenas de la plaza de El Palotal. Luis hacía énfasis con reiterada impertinencia que había sido él, y sólo él, el único que se había comido las verdes cuando los grandes cacaos de las empresas habían huido de los compromisos contractuales, habían tirado la toalla en medio del fragor de la batalla; y ahora, por favor, quería le dejaran chuparse las maduras. Lógica aspiración del joven oficial de la Fuerza Aérea. Lo cierto del penoso asunto, que se ventiló como culebrón en la prensa nacional, es que Valencia volvía a ser la apetitosa fruta, deseada por los grandes empresarios, luego del éxito taquillero de Ponzo y de Correa, quienes llegaron convertidos en toreros de interés para las masas, luego de sus triunfos en Maracaibo. Se convertía Valencia en manzana de la 319


discordia, porque se le veía el queso a la tostada, a una plaza que hasta hace poco había sido desechada por grandes empresas (Chopera, Girón, Dominguín). Volvía a lucir rentable, gracias a dos valores nacionales que nacieron para el conocimiento público en Maracaibo, en el éxito que arropa al triunfo, en la Feria de la Chiquinquirá, apenas unos días antes del inicio de la Feria de la Naranja. Nunca han entendido los empresarios venezolanos el sentido del valor localista en los espectáculos taurinos, más atractivos para la gran masa del tendido, que el torero foráneo irrelevante, el que no es figura reconocida del toreo. Aquí en Venezuela y en cualquier parte del mundo se prefiere el artista nacional, de calidad. Si no, que se lo pregunten a los sevillanos y a los mexicanos, quienes han sabido, para beneficio de sus artistas, explotar el “ismo” de sus pueblos. Mientras los titulares de la prensa taurina distraían con el pleito Seijas-Gandica, una querella famosa por las cosas que se dijeron y por la preferencia al argumento de culebrón que le dio la prensa, Luis Gandica firmaba toreros y contrataba ganaderías para su temporada y para las corridas de la Prensa y de la Municipalidad, todo en un paquete, lo que en realidad era el quid de la cuestión, luego del exitazo económico de las corridas de la Feria de la Naranja. Éxito alcanzado, indudablemente, gracias al interés que despertó la pareja PonzoCorrea, que en Maracaibo se destapó como interesante y competitiva, equilibrada justamente para la pasión: un torero de Maracay y otro de Caracas, aunque nacido en Tucupido. Un torero rubio y otro moreno, dos conceptos, dos expresiones, una sola unidad para llenar un vacío, si hubiese habido una pizca de imaginación. Mientras se dirimía el pleito, en el Aeropuerto de Maiquetía, el empresario Hugo Domingo Molina recibía las corridas mexicanas que serían lidiadas en San Cristóbal. Hugo Domingo Molina, en privado, manifestaba su inclinación por organizar un monopolio con el propósito de administrar las plazas más importantes de Venezuela. Quería Hugo Domingo seguir los pasos de su socio, y del que fuera su maestro, Manolo Chopera, donostiarra que llegó a dominar el toreo desde Lima hasta México, en territorio americano. Entendía el taribero que con varias plazas podría abaratar costos, a la vez que le daría calidad a los carteles. Era Molina un convencido de la calidad y del equilibrio, y sabía que para ello debía crear una infraestructura capaz de soportar el andamiaje de una organización ambiciosa; pero se cuidaba mucho, le aterraban los gastos excesivos, temía naufragar en una tempestad contable. 320


Anunció Molina su reaparición en la Monumental de Pueblo Nuevo, como empresario, después de su reaparición formal como organizador en Maracaibo. Toros de Javier Garfias, Mariano Ramírez y Valentín Rivero, se lidiarían en tres de las cinco corridas del abono, una venta de entradas que dominaba perfectamente y que a la postre sería el éxito económico por sus vínculos con la comunidad del Táchira, lo que nunca logró Manolo Chopera. Las otras dos corridas eran del hierro colombiano de Las Mercedes, una, y la otra de Bellavista, como única corrida venezolana lidiada en la temporada sancristobalense. Valencia era en 1975 la plaza de mayor recaudación de dinero en el mundo. Mucho más que San Cristóbal o México. Por ello, a pesar de los conflictos que se ventilaban a diario en la prensa, la Monumental era de gran atractivo para Hugo Domingo Molina, quien se movía por bajo cuerda para crear una red empresarial con capítulos importantes en San Cristóbal, Caracas, Valencia, Maracaibo, Mérida, Barquisimeto y algunas plazas colombianas como la de Cali, negocio del que se habló en la prensa neogranadina y venezolana, aunque nunca cristalizó. Aspiraciones de empresario continental. La Corrida de la Prensa era, en ese momento, la golosina más atractiva para cualquier figura del toreo, empresario u organizador. Tanto Seijas como Gandica lucharon por el derecho de organizar la Corrida de la Prensa hasta sus últimas consecuencias. A la muerte de César Girón, los hermanos Luis Miguel y Domingo Dominguín, en sociedad con Curro Girón, cumplieron con las obligaciones que César contrajo en vida. Luego cedieron los derechos a la empresa Tersícores, en 1973, organización que perdió dinero con las corridas de feria y extraordinarias, iniciándose el camino cuesta abajo de la plaza millonaria. Luis Gandica, en 1974 subarrendó la Monumental y heredó de la anterior empresa organizadora una serie de obligaciones que existían con ganaderos mexicanos y matadores de toros, cuyos contratos habían sido incumplidos por Tersícores o, simplemente, no habían sido cancelados. Era el caso de Reyes Huerta, quien vetó la plaza por 17 mil dólares. Luis Gandica le reclamó el dinero a Juan Vicente Seijas, pues, según él, la municipalidad nunca cumplió sus obligaciones para con Tersícores, empresa a la que le debían 43 mil bolívares, según declaró para Meridiano. Uno de los recursos de Gandica, dicho por él mismo, para cobrar el dinero fue emitir cheques sin fondos, a favor del Concejo de Valencia. Al rebotar los cheques se armó la de San Quintín, pues las declaraciones de 321


Seijas contra Gandica fueron de explosiva agresividad. A fin de cuentas se presentó una de dimes y de diretes que provocó la postergación de las corridas de la Prensa y de la Municipalidad, que el doctor Juan Vicente Seijas se empeñaba fueran apareadas. Como si los líos de Valencia fueran insuficientes, Octavio Martínez “Nacional” se unió en una sociedad empresarial con Manuel Malpica, Víctor Saume y Luis Pietri, para organizar una corrida de toros en Caracas con Celestino Correa como principal atracción. El problema era que coincidía la corrida de Caracas con las corridas de Valencia y las dos empresas anunciaban a Palomo Linares. Unos decían que la culpa era del Círculo de Periodistas Deportivos, por posponer la fecha de la Corrida de la Prensa, otros decían otra cosa, pero la verdad es que estaba todo demasiado revuelto. La feria de San Cristóbal reunió a grandes figuras del toreo. El Viti, Palomo, Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Niño de la Capea fueron base fuerte de los carteles, con Paco Alcalde, Galán y el colombiano Jorge Herrera, como toreros “cuña” que no deslucían y más bien remataban muy bien los carteles. La infantería patriota no estaba mal, pues se anunciaron a Curro Girón, Celestino y Ponzo y “El Sol”. El último cartel de la feria, el quinto, fue un intento de remedar la idea de los Lozano en Colombia: fin de feria. Es decir, un toro para cada matador a beneficio del empresario. No resultó esta idea en la que tanto insistió Hugo Domingo Molina. Debió seguir el ejemplo de Colombia de dar un cartel con tres toreros colombianos y de incluir en la venta de los abonos dos o más novilladas. Estas ideas que favorecen a los toreros venezolanos no son estimuladas por los empresarios nacionales que siempre han sido cegatos ante la importancia comercial que tiene en su proyección el torero nacional. En tanto río revuelto, el pescador que tuvo ganancias fue Rafael Ponzo, convertido después del inconveniente con Arnaldo Rincones, Presidente de la Comisión Taurina valenciana, en el ídolo de Valencia. Ponzo firmó la Corrida de la Prensa, con El Capea y Cavazos, y la Corrida de la Municipalidad, para lidiar toros de Cantinflas con Currito Rivera y Palomo Linares. Los toros de Cantinflas no dieron el peso. Se completó la corrida con toros de Aguas Vivas, colombianos de don Jaime Vélez, criador de la costa atlántica colombiana, de la hermosa ciudad caribeña de Cartagena de Indias. La plaza no se llenó ninguno de los dos días. En la Corrida de la Prensa el gran triunfador fue Eloy Cavazos. A Ponzo se le fue la oportunidad sin dejar huella. Como tampoco dejó huella en la 322


feria del Sol en Mérida, y no la había dejado en San Cristóbal. Razón tuvo “Bola de Nieve” cuando dijo aquello de que: ‘‘Cuando el mío se está secando, estos se ahogan en la orilla”. En Mérida debutó en corridas de toros la divisa de “Tierra Blanca”, ganadería fundada por Sebastián González y Manolo Chopera, quienes más tarde formarían sociedad con Oscar Aguerrevere. Esta ganadería se fundó con vacas de González Piedrahita, vacas mexicanas de Torrecilla, según Ángel Procuna, y más adelante en el tiempo con vacas y sementales españoles de don Joaquín Buendía Peña. Se ha convertido en el tiempo en una de las ganaderías más puras en lo concerniente a la sangre de Santa Coloma, porque fueron varias las veces que se importaron vacas y sementales de la ganadería andaluza, y muchas más las que se importaron pajuelas de semen y dicen que hasta embriones, todo de los más puro y seleccionado de la famosa ganadería, cuyo dueño, Don Joaquín, tiene estrecha amistad con Manolo Chopera. La corrida de “Tierra Blanca” fue lidiada por Eloy Cavazos, Palomo Linares y Efraín Girón, alcanzando el venezolano un triunfo destacado con el toro “Meloncito”. El trofeo de la Feria del Sol fue ganado por Palomo Linares, quien tuvo una gran actuación. Lamentablemente sucedió un incidente con el Presidente de la Comisión Taurina, un señor Rodríguez, al que Palomo se refirió como protagonista porque tuvo una serie de notorios desaciertos en la conducción de los festejos. Rodríguez, luego de haberle entregado públicamente a Palomo Linares el premio “El Frailejón de Oro”, se lo quitó, también frente al público, porque el torero le había llamado “vanidoso”. Mérida se caracterizaría en el tiempo por estas contradicciones. Su gente, en vez de progresar intelectualmente en el toro, busca abrigo y amparo en foráneos, para sentirse diferentes. Tal fue el caso de Alfonso Navalón, cuando ya ni respiraba en España como periodista. Recibió oxígeno en Mérida, al ser invitado como personaje especialísimo a la Feria del Sol. Su paso por Mérida fue catastrófico y provocó todo tipo de inconvenientes. Muchas veces repetirían la dosis con personajes de menor catadura pero igualmente nocivos. Es por ello que a pesar de todos los esfuerzos hechos por la gente de Mérida los progresos son pocos. Se lidia el toro chico y despuntado y a la plaza se va a beber aguardiente y a gozar de la algarabía de los tendidos sin participar del espectáculo. Si los emeritenses en el tiempo hubiesen dirigido sus esfuerzos, los que han invertido en invitar “destacadas 323


personalidades” a sus corridas, en hacer escuelas taurinas, en darle oportunidades a los novilleros locales, hubieran logrado mucho más de lo que hasta ahora han hecho en la fiesta de los toros. Un lamentable remedo con pretensiones intelectuales que solo es causa de burla y de risa por los mismos que la explotan. En el ambiente flotaba la rivalidad entre Celestino y Ponzo, porque lo que Octavio Martínez “Nacional” insistía en reunirlos, en un mano a mano en Caracas donde los dos toreros estaban prácticamente inéditos. La gente de Ponzo, equivocadamente, le sacó el cuerpo al compromiso, y “Nacional”, creyó que Correa sólo soportaba el peso del compromiso. El dos de marzo se encerró Celestino en solitario con seis toros de Coaxamalucan, en el Nuevo Circo. El resultado fue la quiebra económica del torero, un relativo triunfo artístico y una fehaciente demostración de escaso poder de convocatoria. Esto significó el entierro del torero. Fue una absurda actitud que alimentó la fantasía de la gente que administraba a Celestino Correa, y entre quienes destacaban Rodolfo Serradas y Octavio Martínez. La temporada de novilladas abría sus primeros frentes en Caracas y en Maracay. En el Nuevo Circo, Rodríguez Vázquez toreó las dos primeras novilladas de la temporada junto al colombiano Alberto Ruiz y el mexicano Fernando Ramírez. En Maracay se despidió de la afición en un festejo celebrado en la plaza del Calicanto el alumno aventajado de la Escuela Taurina Municipal, José Nelo, con novillos de Cuéllar junto a Pedro González “El Maracucho” y “Carnicerito de Puebla”. Nelo se fue a España y en tierras ibéricas, con el paso de las temporadas, se convertiría en uno de los toreros americanos más importantes de las últimas décadas. Por esos mismos días también viajó a la Madre Patria Rafael Pirela, quien culminaría por aquellas plazas su formación profesional. En Maracay, Adolfo Guzmán, luego de una impresionante campaña como novillero, temporada que lo convirtió en el ídolo de la afición de Aragua, tomó la alternativa de matador de toros con una corrida de la ganadería colombiana de Balcones del Río, divisa que a partir de esta fecha abriría un interesante capítulo en Venezuela. Fue una gran corrida de toros la de la familia Villaveces, y fue la tarde inspirada de Joselito López, quien vivió su mejor momento profesional. El testigo de la alternativa del mexicano fue Adolfo Rojas, que ya vivía la declinación de su luz taurina y humana. El ambiente taurino venezolano tenía halo positivo, pues si teníamos 324


varios espadas haciendo campaña en España y México, en Venezuela se movía la temporada de novilladas en varias plazas, siendo las más importantes Caracas y Maracay. Me di a la tarea de editar una revista. Un quincenario llamado ¡A los toros¡. Me acompañó la fortuna y llegué a publicar nueve ediciones. Conté con la colaboración de mi hermana Milagros, estudiante de periodismo para la época y logramos junto a Vladimir López Negreti, diagramador y colaborador en la redacción, un medio que logró trascendencia en el ambiente y cumplió una función didáctica. La revista satisfizo en gran parte mis aspiraciones de aficionado, aunque en lo económico muy poco fue el respaldo publicitario que recibí. Ese siempre ha sido el Talón de Aquiles en todos los esfuerzos periodísticos taurinos en Venezuela, y en el mundo. El 21 de mayo falleció en México, a los 87 años de edad, Rodolfo Gaona. Fue “El Califa” la primera gran figura del toreo que América, México, le dio al mundo. Se codeó de “tú a tú” con Joselito y Belmonte, y a pesar del egoísmo de los historiadores españoles, Gaona es un capítulo importante en la historia del toreo. Abrió puertas, hizo caminos, soportó conspiraciones y padeció injusticias, pero a la postre fue un torero ejemplar que se atrevió a ser parte de la terna en el gran cartel de la Edad de Oro. En el Bar Los Cuchilleros, Avenida Urdaneta, propiedad de los hermanos Pedro y Juan Campuzano, nos reuníamos con frecuencia un grupo de taurinos que integraban Alberto Ramírez Avendaño, Tobías Uribe, los propios hermanos Campuzano, Pedruchito de Canarias, reuniéndonos cada martes porque ese día venía Ramírez, de Maracay, para tratar asuntos profesionales. A la reunión se agregaban algunos aficionados, convirtiéndose al poco tiempo, Los Cuchilleros, en la gran tertulia capitalina. Juan Campuzano recién se había asociado con su hermano Pedro en la administración y me pidió le ayudara en la promoción. Siempre he asido un gran admirador de Andrés Martínez de León, el gran pintor y humorista sevillano que creó el fabuloso personaje de “Oselito”. Un libro, un folleto, cientos de tiras cómicas, todo un tratado publicó en El Ruedo de Madrid, sobre este personaje de fábula. También creó, en su fantasía, una peña taurina. La peña de “Los amigos del toro” en la caricatura de “Oselito” era un grupo de aficionados andaluces que se reunía con el fin de comentar todo lo que ocurría alrededor de la fiesta, para hacerla más cónsona con 325


las exigencias de los públicos. “La parte sana de la afición”, así rezaba el slogan de los personajes del gran pintor sevillano. De Martínez de León fue la idea, no hay duda, y de él tomé el propósito de crear en Caracas la peña “Los amigos del toro”, en primer lugar para ayudar en la promoción de la tertulia y luego para identificar un reportaje semanal que se nutría de breves noticias surgidas en la charla, entre amigos, y que podría tener algún interés para los lectores. Fue siempre una peña imaginaria, de la que cada martes reseñaba en Meridiano una especie de acta de sus reuniones. Sus integrantes eran aquellos que cada martes se reunían en Cuchilleros. El argumento, el tema en boga, ¿los personajes?, los que estuvieran presentes. La primera reseña apareció el miércoles 18 de junio; y desde ese día, con periódica regularidad, apareció cada miércoles el acta de la reunión de la peña en Meridiano. Así vivió la peña por muchos años, casi tres lustros, mientras la reseñé y mientras existió cohesión entre los contertulios. Llegó a límites inconcebibles. En ella se trataban temas polémicos de la historia del toreo. Se dirimían conceptos de aficionados. Era una fuente inagotable de noticias. Hubo días que la gente no cabía, y se servían tapas y tragos en las aceras de la Avenida Urdaneta, una de las arterias viales más congestionadas de Caracas. A Los Cuchilleros concurría lo más granado del toreo universal. En su bar se contrataban toreros y cuadrillas, se planificaron temporada y campañas. Era frecuente ver en la barra a Manolo Chopera conversando con Alberto Alonso Belmonte o José Luis Lozano, a Bojilla con Antoñete o a Manolo Escudero con algún ganadero español de visita, como fue el caso de Hernández Pla o Pablo Jiménez Pasquau. Fue durante mucho tiempo el cuartel general de los ganaderos portugueses, Álvaro Palha Von Ziegler, Pasanha y José Samuel Lupi, excelente rejoneador, quienes por breve tiempo convirtieron Caracas en su lar del exilio mientras la Revolución de las Rosas intentó encajar en el árbol histórico de Portugal. Varias veces nos reuníamos con Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y Lola Flores, los Pantoja, toda la familia de gitanos que más tarde tendía en Isabel la flor del jardín. Un cartel que más de un empresario teatral habrá soñado. En la tertulia se reunían en una misma mesa Manolo Escudero, Antoñete, Paco Camino, Niño de la Capea y Manzanares. ¡Como para llenar la plaza de Madrid!’. David Silveti era contertulio frecuente, junto a Curro Leal quien en sus primeros días, cuando le apoderaba Fermín Rivera, 326


pasó largas temporadas en Caracas. No fallaban a diario Juan Diego de México, Arturo Magaña y Manuel del Prado “El Triste”, un matador de toros y dos novilleros mexicanos, radicados en Caracas, con los que hice gran amistad, pues con ellos acudía casi a diario al Frontón del Centro Vasco, en El Paraíso, o íbamos por las mañanas a entrenar en Los Caobos, sitio donde se reunía la torería para lidiar de salón en aquella época de gran actividad. Los hermanos Galán, Antonio José y Alfonso, Alfonso Ordóñez y Alfonso Barroso, banderilleros y picadores de lujo, torería brillante de toda una época, atraía como papel atrapa moscas a los aficionados y a los turistas, porque Los Cuchilleros llegó a figurar en listas de recomendaciones que hacían las agencias de viajes. La peña “Los amigos del toro” fue un verdadero tesoro para la afición venezolana. De ella surgió un grupo de aficionados prácticos que integré junto a Tobías Uribe, Raúl Izquierdo y Pedrito Campuzano. Con el doctor Alberto Ramírez Avendaño organizamos muchos tentaderos y festivales por varios años. El primero de estos festivales fue en la plaza “Vista Alegre” de Tovar, a beneficio de las obras parroquiales del Padre Juan Eduardo Ramírez, un cordereño pariente del doctor Ramírez. Resultó todo un éxito gracias al ganado de “Los Aranguez” que fue noble y muy cooperador. Aquella tarde fueron como invitados especiales Joseíto Casanova y Marcel Pérez Arias, dos buenos amigos y excelentes aficionados aragüeños que entendían de esta pasión y compartían la gran afición. Surgió de la reunión de “Los amigos del toro” una gira taurina por tentaderos de México, por las frías y áridas plazas de Tlaxcala, tan llenas del calor amistoso y jovial de su gente, por las tierras de los estados de México y de San Luis Potosí, en las ganaderías de Zacatepec, San Martín, Santiago y don Manuel de Haro, San Judas, Morales, Garfias y Tequisquiapan. No nos quedamos cortos en lo que a organización de conferencias respecta, pues hasta al maestro Pepe Alameda invitamos a que diera una charla en la Confederación de Ganaderos de Venezuela, alcanzado un éxito impresionante. Por varios años duró la efervescencia peñista. Este grupo imaginario adquirió personalidad real al reseñar su existencia la enciclopedia de 327


Espasa Calpe, “Los Toros”, obra que originalmente organizó y planificó don José María de Cossío. Sin embargo, es en las páginas de Meridiano, en el acta semanal que reseñaba, donde se guarda esta bitácora taurina que un día deberá publicarse para conocer la mejor y más activa época taurina vivida en la capital venezolana. Los periódicos anunciaron la suspensión de la temporada de novilladas de Taurivenca, porque la ganadera de Tarapío, Maribel Branger, y el empresario de Caracas, Gregorio Quijano, se enfrentaron en una polémica que tuvo sus raíces en el nacionalismo de la señora Branger, que quería imponer dos novilleros venezolanos por cartel, y el sentido crematístico del organizador, que insistía en que los novilleros venezolanos bajaban la recaudación en la taquilla hasta hacerle perder dinero. Una polémica dañina, no hay duda. La noticia aparecida el 22 de julio tuvo como cabezal la frase del doctor Víctor Grossman, Cirujano Cardio-vascular, que operó a Rafael Girón en el Hospital Militar de Caracas: “El primer tercio de la lidia se ha completado con éxito”. Rafael Girón padeció siempre de una afección cardíaca. Un mal que le impidió desenvolverse a plenitud en la profesión. Un día, en Quito, se desmayó entrenando en la plaza de Iñaquito. Cada día se hacía más difícil actuar. Los doctores Navarro Dona y Grossman le operaron con éxito, a corazón abierto y le colocaron una válvula. Así actuaría el resto de su vida, como banderillero en las cuadrillas de sus hermanos y en las de las grandes figuras del toreo que visitaron nuestras plazas. Molina seguía firme en su propósito de adueñarse de todas las plazas rentables. Fundó la empresa DECSA (Diversiones y Espectáculos de Carabobo, Sociedad Anónima) y abrió la venta del abono para las corridas de la Feria de la Naranja. También coqueteaba con el Nuevo Circo, y ataba hilos que iban desde San Cristóbal hasta las arenas de San Agustín. Los atractivos novilleriles que nutrían la temporada se fundamentaban en Ángel Majano, un madrileño de Getafe que hizo su presentación como novillero en Caracas, y en Jaime Rivero “El Húngaro”, un mexicano que llegó en la misma época a la búsqueda de oportunidades para torear en Venezuela. Jaime Rivero y Ángel Majano, eran el haz y el envés del toreo. Cara y cruz en concepción y la manera de vivir la profesión. 328


Majano ha sido un elemento dignificante de la fiesta de los toros. Hoy es un destacado banderillero, figura entre los banderilleros que ha hecho de la profesión un ejemplo de dignidad. En Venezuela tuvo mucho cartel como novillero. Vivió entre nosotros largas temporadas y cultivó la amistad. El Húngaro era distinto. Pocos le recuerdan como torero, aunque en España llegó a cortar una oreja en Las Ventas y a triunfar ruidosamente en la plaza de Los Tejares de Córdoba. Su paso por Caracas fue muy conflictivo y constantemente se involucraba en hechos de sangre. Vivió en permanente antagonismo con sus paisanos, especialmente con Gilberto Ruiz Torres, un novillero mexicano que tuvo un buen momento en su tierra y que vino a Caracas a recuperar el tiempo perdido radicándose entre nosotros y ante quienes tuvo actuaciones muy destacadas. Varias veces me vi solicitado por las autoridades para responder por acciones de querella protagonizadas por “El Húngaro”. Un día supe más de él por un despacho cablegráfico procedente de Ciudad de México. Se informaba en la nota que este torero yucateco, nacido en Mérida, descendiente de una familia de húngaros que tenía tradición de artistas de circos y espectáculos, de maromeros, trapecistas, equilibristas, había muerto al estallar un baño de vapor en un barrio de la Ciudad de México. En agosto falleció en Caracas el viejo novillero español Paco Roldán, quien vivía como corredor de seguros. Un madrileño hijo de banderillero famoso, Paco Roldán, que vivió en Venezuela por muchos años, siendo el más importante motivo para recordarle profesionalmente el haber participado en los carteles de presentación, como profesionales, de César Girón, primero, y de su hermano Curro, después. Marcos Ortega vino a Barquisimeto ya convertido en matador de toros y con éxitos muy importantes en España, especialmente en Barcelona. Le acompañó en aquella oportunidad el taurino riojano Rafael González “Chabola”, personaje muy singular en la fiesta de los toros que se radicó en España. “Chabola” contrató la Feria de la Divina Pastora por Curro Girón, quien junto al grupo de aficionados que había organizado la Feria de Caracas presentó dos corridas. Una con toros de varias ganaderías mexicanas, limpieza de corrales, con astados de Rancho Seco, Campo Alegre y Piedras Negras, y otra de “Los Aranguez”, la ganadería caroreña de los hermanos Riera Zubillaga. Además del mexicano Marcos Ortega, Curro Girón contrató a Dámaso González y a Raúl García y a su hermano Efraín. Un toro le dió una voltereta muy 329


aparatosa a Ortega, y entre golpe y golpe perdió un diente postizo de plata. Pues más le preocupaba a Marcos el encontrar el diente que el peligro que significaba quedarse frente al toro, en cuclillas, buscando el falso diente. Ortega fue uno de los novilleros que se hizo en las temporadas de Taurivenca, dejó grato ambiente y se marchó a España, como novillero, alcanzando gran popularidad en Barcelona donde llegó a cortar un rabo como novillero, y otro de matador. Lamentablemente unos hechos políticos crearon mayor distención entre los gobiernos de México y de España, rompiendo la administración del Lic. Luis Echeverría relaciones con el gobierno del Generalísimo Francisco Franco. Para esa época Manolo Martínez llevaba 40 corridas de toros, y hablábamos de septiembre cuando aún quedaba mucha temporada por delante. También estaban en España Eloy Cavazos, Rafael Gil “Rafaelillo” y Marcos Ortega que había toreado 18 novilladas y llevaba once corridas de toros con gran cartel en Barcelona. Hugo Domingo Molina anunció que organizaría la Feria de Caracas. Si se unían los proyectos de Caracas a los de Valencia y San Cristóbal, estábamos frente al primer gran empresario venezolano con aspiraciones de un control casi absoluto de las plazas nacionales. Con dos fatales acontecimientos se abría el cuarto trimestre del año setenticinco: Antonio Bienvenida y Domingo Dominguín habían partido. Aunque siempre se espera que la tragedia haga el paseíllo junto a las cuadrillas cada tarde y en cada plaza, cuando aparece siempre nos sorprende. Y es que no se acostumbra el hombre a la muerte, y eso que es compañera permanente en el tránsito por la tierra. Mentiría si les digo que no me sorprendí cuando leí en los despachos cablegráficos la infausta noticia de que el maestro Bienvenida estaba entre la vida y la muerte como consecuencia de una voltereta sufrida en la plaza de tientas de la ganadería de doña Amalia Pérez de Tabernero, cerca de San Lorenzo del Escorial. Fractura con luxación cervical de las vértebras quinta y sexta. Entre líneas, se leía en el cable, que de quedar vivo quedaría inútil. Antonio Bienvenida había nacido en Caracas, en una pensión cerca del Hotel Majestic, famoso para la época, que regentaba una señora llamada “La Gaona”. Fue un accidente su caraqueñismo, aunque en 330


alguna oportunidad echaría mano del gentilicio accidental. Bienvenida fue sevillanísimo en su forma de ser y madrileño en su forma de vivir. El 16 de enero de 1944 se presentó ante el público de Caracas. Lo hizo como novillero en un mano a mano, sin picadores, con el valenciano Aurelio Puchol “Morenito de Valencia”. Cortó cuatro orejas. Repitió, gracias al triunfo, con Julio Mendoza y el mismo Aurelio Puchol el 23 de enero de 1945. La insignificante presencia de los becerros de Guayabita provocó violentas protestas en los tendidos y hubo que suspender el espectáculo. Las últimas actuaciones de Antonio Bienvenida en Venezuela fueron en la Monumental de Valencia. Una, llena de gloria, la del Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo junto a Luis Miguel y César Girón. Otra, con Curro Girón y Pepe Cáceres con toros de “Tarapío”, cuando se le fue vivo al corral el único toro que no pudo matar en 48 años de actividad. Aquel día aciago de su vida torera hablé con Antonio Bienvenida. Estábamos los dos solos en la cafetería del Hotel Intercontinental Valencia y se lamentaba de la mala suerte de aquella tarde. De las cosas desagradables recordaba las 14 cornadas recibidas en su carrera, siendo la más grave aquella de Barcelona en 1941 cuando intentó dar el “pase cambiado”, el mismo muletazo que a su padre, don Manuel Mejías “Bienvenida”, al intentarlo lo hirió de gravedad un toro de “Trespalacios” y, literalmente, le quitó de torero. Hubo otras, muy graves también: las de Zaragoza, Málaga y las dos de Madrid. -”Esta tarde y una en San Luis Potosí, México, han sido las tardes más tristes de mi vida. En México la fuerza pública tuvo que acompañarme. Me querían matar. Lo de hoy ha sido muy doloroso”. No dejaba de quejarse de su mala suerte con el toro de “Tarapío”. “Pero es que a ese marrajo no había por donde echarle mano!”. Recordaba Antonio Bienvenida la tarde de su presentación en Valencia, España, como novillero. –Me había dicho mi padre que aquella tarde me jugaba la carrera. Sentí que no estuve bien, a pesar de haber hecho todo por “salvar la carrera”, como me había señalado mi padre. Al llegar a la habitación me dijo mi padre: “Has estado en torero. Te has ganado el puesto para Sevilla”. En Sevilla salí tan confiado, tan ilusionado, que salí a hombros de La Maestranza hasta la casa de mi padre. 331


–Desde ese día, de novillero, fui un torero para Sevilla. –Sevilla siempre me trató muy bien. Aquella noche entre un montón de colillas de cigarrillos, los dos solos, muchas tazas de café, me contó Bienvenida su vida, y me dijo: –La tarde más importante de mi vida fue aquella de San Sebastián de los Reyes. Toreé tan a gusto que me dijo mi padre:-”Antonio, después de verte torear así puedo morir tranquilo”. Al mes falleció mi padre. Decía Bienvenida que su torero había sido Domingo Ortega. –Y los toros que más me han gustado han sido los gracilianos, los toros de don Graciliano Pérez Tabernero, un importante ganadero de Salamanca que crio el toro ibarreño, el Santa Coloma, sin cruces con Saltillo. Antonio Bienvenida falleció en la Sala de Cuidados Intensivos de la Clínica La Paz de Madrid el siete de octubre de 1975, y fue enterrado en Madrid el día ocho. Su sepelio fue un acontecimiento público. Le llevaron a la plaza de Las Ventas y su cadáver fue paseado a hombros de las figuras del toreo. Toda España lloró su adiós. Nacieron de la inspiración de cantaores y guitarristas, coplas y sevillanas en honor al maestro. Su adiós, el adiós de Madrid a Antonio Bienvenida, fue el adiós a un maestro del toreo. A la semana de la tragedia de Bienvenida, en Guayaquil, Ecuador, Domingo González Lucas, Domingo Dominguín, de un tiro en la sien derecha se quitó la vida. Hecho de gran impacto emotivo que ocurrió en una habitación de un hotel del cálido puerto ecuatoriano. El cadáver de Domingo Dominguín fue descubierto por una camarera del hospedaje, en las primeras horas de la noche del domingo 12 de octubre, cuando fue a arreglar las cosas de la recámara. La vida de Domingo Dominguín fue de tormentoso argumento. Desde muy joven defendió teorías políticas que le perjudicaron mucho en la España franquista, por lo que los últimos años de su vida los pasó en tierras americanas, las mismas tierras montañosas de los andes suramericanos donde había dado sus primeros pasos de torero, cuando junto a su padre, don Domingo González Mateo, “El tiburón de Quismondo”, hermanas y hermanos, se vinieron a vivir a América porque no había lugar para ellos en la España franquista que surgía. De estas andanzas y aventuras 332


de la familia González-Lucas, por tierras americanas, hay una detallada relación, muy bien escrita por Pepe Dominguín, el tercero de la familia torera, en el libro “Mi gente” que dedica a la memoria de Dominguín padre y a la gloria de Luis Miguel. “El As de Espadas”, así le anunciaban en las promociones, hizo su presentación en Venezuela en “Arenas de Valencia”, en 1942, junto a sus hermanos Pepe y Luis Miguel, con becerros de Guayabita y de Julio César Ohep. Los hermanitos Dominguín, la primera tarde, cortaron seis orejas; dos cada uno a su becerro de Guayabita. El triunfo obligó a la empresa a una nueva fecha, y aquella tarde el triunfador fue Dominguito, que cortó dos orejas, un rabo y una pata a un novillo de Guayabita, por cierto de capa colorada. No se limitaron sus actuaciones en Venezuela a los ruedos, también fue apoderado de toreros y empresario. En Valencia, organizó las corridas del Cuatricentenario de la fundación de la capital del estado Carabobo en el Parque de Atracciones, con su hermano Luis Miguel, Rafael Ortega y Joselito Torres y ganado de Guayabita. Dominguito falleció a los 55 años de edad. Le traté mucho cuando la contratación de Carlitos Martínez, para las corridas que Domingo organizó en Valencia, cuando Luis Miguel le dio la alternativa a Carlos. Luego viajamos juntos a Bilbao, para la temporada de 1972 y más tarde le vi y compartí con él en Madrid. Eran días difíciles para Domingo, pues recién acababa su primer matrimonio y se unía con Ana Lucía, su última mujer. Ante una ausencia de Efraín de la Cerda en la Dirección de Meridiano, se encargó del diario José Vicente Fossi, otro periodista de extracción caprilera que venía a descubrirnos cómo hacer un mejor diario. Lo primero que hizo fue abrir varios frentes de pelea dentro de la redacción. Con Apolinar Martínez fue el pleito más marcado. Diría más bien una actitud paranoica por parte de Fossi, inspirado en las recomendaciones que le hacían algunos de sus amigos, que laboraban en otros periódicos. Casi a diario trazaba una línea editorial que nada tenía que ver con lo tradicional en Meridiano ni con la realidad periodística del país. De las revistas españolas recortaba caricaturas y si se parecían los dibujos, o creía él se parecían a personajes del deporte o de la farándula nacional, se las atribuía y con ellas adornaba una columna que escribía, de refritos 333


de noticias, y que con gran humildad publicaba en la página tres, la página editorial y la más importante del diario. Un día hubo un conflicto desagradable por la toma de posiciones frente a una pelea por título mundial, que Omar Lares, en El Universal, en su columna, con la audacia que siempre le ha caracterizado y que ha logrado frutos declaró “tongo”. Es decir, de resultado fraudulento y amañado. Alfredo Fuentes que estaba encargado del boxeo, vio una pelea distinta a la que había “visto” Omar Lares, y por supuesto era diferente a la opinión que del combate, que no había visto, pudiera tener José Vicente Fossi. Este consideró lo ocurrido como una afrenta, se quejó con don Armando de Armas y denunció una conspiración en su contra. Don Armando llamó a Apolinar a sus oficinas en La Candelaria y después de escuchar los argumentos de Martínez concluyó dándole la razón al compañero. Los días de Fossi estaban contados en Meridiano. En la Jefatura de Información encontré en Fossi una muralla de irracionalidad. Con una impresionante paranoia profesional veía enemigos por todas partes. El enfrentamiento con Fossi llegó al clímax cuando se anunció la alternativa de “El Boris” en Caracas. Me convirtió en una especie de vocero promotor de la empresa. Colocó la información taurina en la página tres, siempre a favor de la empresa para prefabricar un ídolo con Fermín Figueras “El Boris”, un Charlot prefabricado por César Rondón Lovera, en su condición de Presidente de la Comisión Taurina del DF y de Gregorio Quijano que tras una huelga de hambre y el apoyo del sensacionalismo y del amarillismo taurino llegó a interesar, por breves momentos, al público de Caracas. La estrella se desvaneció inmediatamente. Aprovecharon el golpe publicitario y lo llevaron a México donde apadrinado por la casa de Reyes Huerta y bajo la batuta de Abraham Ortega “inventaron” al torero con presentaciones en la Plaza México, donde tuvo la infeliz idea de la creación del estrambótico “pase del murciélago”, especie de maroma en la que se colgaba de la barrera para pasar con la muleta a los novillos. Con esos aires de maromero del toreo llegó a Caracas “El Boris”, para una alternativa promovidísima con Manolo Martínez y Ángel Teruel, que organizó la empresa de Hugo Domingo Molina, Decsa, que mantenía sus aspiraciones continentales. La alternativa de tuvo aires de acontecimiento importante. La plaza se llenó y hubo mucho ambiente anterior a la fecha de la corrida; pero el propio Boris se encargaría 334


de desbaratar en segundos lo que tanto trabajo había costado. Ya en México había metido la pata. En un descuido de Abraham Ortega, “El Boris” le sustrajo el contrato que le había firmado por cinco años y donde se comprometía a torear en Caracas. Ante el hecho concreto de que estaba anunciado, hubo que hacer nuevos arreglos, por más dinero, para la alternativa. Es cierto que cobró más por esa corrida, pero dejó de cobrar otras corridas que le había hecho Abraham Ortega, que sinceramente tenía fe en este torero, y que le había organizado una campaña por ruedos de Venezuela y de México imponiéndolo en las corridas de “Reyes Huerta” y “Soltepec”. Luego en el ruedo la situación empeoró, pues “El Boris” estuvo francamente mal. Se vio irresoluto e ignorante, y como si fuera poco su torpeza fue tal que cuando Ángel Teruel le invitó a compartir la suerte de banderillas en un torpe ademán se negó y se echó todo el público en contra. Fue la de su alternativa el principio del fin, el descenso vertiginoso. Recuerdo muy bien que al día siguiente de la corrida, muy temprano por la mañana fui hasta la Plaza Venezuela a tomar un taxi para trasladarme al centro de la ciudad para hacer algunas diligencias personales. El sitio de taxis estaba frente a la Torre Capriles, que tenía una fuente de soda que daba hacia una pequeña y grata terraza, al aire libre. Pues bien, allí estaba “El Boris”, al día siguiente de su rotundo fracaso, con cuatro hermosísimas mujeres gastando dinero a manos llenas. Nunca más interesó “El Boris”. No tenía por qué hacerlo. Aunque la tarde de la alternativa de “El Boris” la plaza se había llenado, los gastos asustaron a Hugo Domingo Molina. Izó las velas de sus naves y huyó de Caracas. Sería la primera de sus históricas “espantás” en Caracas, porque más tarde volvería a asustarse ante el monstruo caraqueño. Molina dejó esperando a la afición con el cartel de Manolo Arruza y Paco Alcalde, con toros de Javier Garfias, anunciado para el 28 de octubre. Ya Decsa, la empresa que tuvo aspiraciones continentales, comenzó a padecer una mortal enfermedad que la haría desaparecer del ámbito taurino nacional, pues renglón seguido huiría, también, Molina de la Monumental de Valencia, donde hizo el intento de vender un abono. Valencia no es San Cristóbal. El año taurino se cerró con una huelga de hambre del torero porteño Jorge Jiménez, a la puerta del Nuevo Circo. Actitud de protesta que levantó al momento que Curro Girón, como empresario, le llevó un contrato para que lo firmara. Jiménez suspendió la huelga de hambre, 335


recogió sus bártulos y se fue del país sin llegar a cumplir el contrato que exigía con su actitud de protesta. En un festival organizado por el Ministerio de Obras Públicas en el Nuevo Circo, se despidió el mexicano Antonio Popoca, novillero cuando la época de Lorenzo y de Silverio en México. Un novillero que había recibido promesas de la empresa de la plaza de la capital azteca, sin que llegaran a concretarse. Un día irrumpió en las oficinas de Margeli, el empresario español de El Toreo, y le dijo: –Si no cumple usted su promesa de ponerme en el cartel, cumpliré la mía de matarlo. Pasó la novillada y no pusieron a Popoca. Al día siguiente, fue a las oficinas de la empresa y le descargó a Margeli un revolver, matándole en el acto. Antonio Popoca pasó varios años en la cárcel y al tiempo, gracias a un indulto, salió en libertad. Vino a vivir a Venezuela, donde hizo muy buenas amistades. Trabajó en el Ministerio de Obras Públicas y dejó una pulcra hoja de servicios. Le veía siempre en las plazas de toros pues jamás decayó su afición. Tuve el honor de que me invitara a su casa, un piso en Bello Monte, donde se entretenía en repasar álbumes de recortes y de fotos amarillentas que reunían momentos de gran sentimentalismo en su vida, una vida truncada por la desesperación y la locura por ser torero. A los pocos años murió Antonio Popoca, quien se había despedido como torero aquella tarde del festival en el Nuevo Circo. Unas tijeras cortaron unas pequeñas trenzas que simularon la coleta, la coleta de torero que siempre trenzo a su corazón.

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C a p í t u l o 16

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Con Paco Camino en el Urrutia de Sabana Grande, una comida organizada por Manolo Chopera para la despedida del genial sevillano de la aficiรณn valenciana. (Foto Roberto Moreno)

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El sendero de Paco Camino

La fiesta en México se extendió sobre la provincia. Eloy Cavazos toreó 126 corridas en un año, récord histórico en ambas playas del Atlántico. Manolo Martínez superó los 100 festejos y Currito Rivera llegó a 90 corridas en la temporada de 1977. Luis de Aragua era el torero de la esperanza venezolana en el albor del nuevo año, y su nombre figuró en el cartel de La Corrida de la Prensa, anunciada para el 15 de enero en la Monumental de Valencia con toros de “Los Martínez”. Luis de Aragua junto a Manolo y El Niño de la Capea, una pareja clásica que expresaba la rivalidad hispano-mexicana de aquellos años. Fue el joven maestro de Salamanca el ganador del trofeo de “La Pluma de Oro” y Manolo compuso bonitas faenas que no remató con la espada. A Luis de Aragua se le vio aplastado por el compromiso. Hugo Domingo Molina tomó en sus manos, ya sin socios, la Feria de 339


San Cristóbal, cuyo abono extendió a seis corridas. De las seis corridas cinco fueron aztecas y solo una venezolana, la de “Bella Vista”, que cerró el abono y que a la postre sería la divisa del gran triunfo; y lo será en muletas mexicanas. Sucedió que las corridas de San Martín, El Rocío y de Garfias –que lidió en los nombres de Santiago, Los Cues, José Antonio y de Javier Garfias–, se repartieron entre Manolo, El Capea, Manzanares, Galán, Lomelín, las grandes figuras del momento, dejándole a Mariano Ramos y a Curro Leal el supuesto trago amargo de la corrida nacional. No fue de amargo sabor la corrida tachirense, al contrario, los toros de “Bella Vista” fueron golosinas para el triunfo apoteósico de Mariano Ramos, que cortó cuatro orejas la tarde del cerrojazo, corrida que fue televisada a toda Venezuela por el Canal Ocho de Venezolana de Televisión y en la que participé en compañía de Alejandro Arratia Oses y de Federico Núñez. Curro Leal no estuvo acertado con la espada, pero pudo haber sido otro gran triunfador, ya que redondeó estupendas faenas y Carlos Osorio “Rayito” no estuvo bien y permitió se le escapara una gran oportunidad. “Antoñete” siguió con entusiasmo en la temporada nacional y tuvo una gran tarde en la plaza portugueseña de Guanare, en una corrida que organizó Curro Girón como empresario, con la ayuda de Juan Diego, de México. Se lidiaron toros de Rocha, colombianos, con mucha cara y muchas arrobas como nunca pensó “Antoñete” se lidiaría una corrida en Venezuela. Era, como dicen los aficionados al referirse a una corrida de toros hecha, bien armada y cuajada “una corrida para Bilbao”. Los toros tuvieron mucha nobleza y los tres espadas triunfaron. Sirvió esta corrida para darle más confianza aún a Chenel en estos primeros pasos de su curiosa reaparición. Dos hechos que iban a ser muy importantes en el curso de la temporada coparon los titulares en los informativos taurinos: Paco Camino anunció su despedida de los ruedos. De Venezuela lo haría en la Monumental de Valencia; y Manolo Martínez se preparaba para ir a la Feria de Abril en Sevilla, un sueño de todo el que se precie en ser figura del toreo. La mañana del jueves 26 de enero recibí una llamada de Manolo Chopera, que ha tenido siempre la costumbre de comunicarse él, directamente, cuando ha de informar o cuando necesita de un favor. 340


–Quisiéramos que nos acompañaras a comer hoy al medio día. Te esperamos en el “Urrutia”. Se refería Manolo con “nosotros” a Sebastián González y a Paco Camino. El maestro había llegado en horas de la madrugada desde España para actuar el domingo en la Monumental de Valencia. Sebastián González se había encargado de todos los detalles de la corrida de la despedida de Paco Camino en la Monumental de Valencia y se había hecho un acontecimiento de importante trascendencia lo de la despedida. En realidad, había sido una corrida de toros sacada de la manga por Manolo Chopera, pues la idea era aprovechar un lote de toros de distintas ganaderías que le habían sobrado de la temporada y como tenía fechas libres un acontecimiento como el adiós de Paco Camino lucía muy atractivo. En Meridiano le hicimos mucha promoción a esta corrida, por varios motivos: lo que ha significado Camino en la fiesta de los toros, y para Venezuela y por lo que representa Paco Camino en mi vida como aficionado. En la promoción editamos un suplemento, muy hermoso, de “Hechos y hazañas de Paco Canino” que fue un exitazo editorial. Aquel día de la comida en el Urrutia nos acompañó el aficionado Manolo Peña, que aunque radicado desde hacía años en España casi todos los inviernos venía a Caracas, donde se reunía con sus amigos taurinos y aprovechaba para hacer sus negocios en venta de joyas y de piedras preciosas. Conocí a Paco Camino años atrás, cuando el sevillano hizo su presentación en Venezuela, en 1960, en La Maestranza de Maracay y yo estudiaba en la Universidad en Maracay. Camino toreó junto a Luis Procuna y a “El Diamante Negro”, con toros mexicanos de Pastejé. En 1960 yo vivía en Maracay, recién había llegado de Estados Unidos donde había iniciado mis estudios universitarios. En la Facultad de Agronomía cursaba materias con el propósito de lograr la equivalencia en mis estudios, pero me vi envuelto en los avatares políticos de la época que difícilmente pasaban desapercibidos e indiferentes en la vida de nuestra comunidad estudiantil. Maracay además de haberse convertido en ciudad de estudiantes y de militares, vivía momentos taurinos de gran importancia. En La Maestranza, a principios del 1960, don Manuel Zafrané presentó el 341


mano a mano entre Luis Miguel Dominguín y Curro Girón con toros mexicanos de Mimiahuapam. Don Manuel buscaba repetir el éxito del mano a mano entre César y Luis Miguel, celebrado en esta misma plaza años atrás. Luego vino la célebre corrida del triunfo de Carlitos Saldaña con los toros de Xajay. Fue el debut de Diego Puerta en Venezuela, el valeroso artista sevillano, junto a Rafael Girón y el maestro de Tetela de Ocampo, Joselito Huerta, quienes lidiaron un encierro poderoso de Xajay, que encumbró a Saldaña luego de que Carlitos le cortara el rabo a un toro bravísimo y de gran nobleza. Estuvo muy bien Saldaña, había sido el punto cimático en su desigual carrera de torero. En 1960 tomó la alternativa de matador de toros el mirandino Evelio Yépez en Maracay, con Eduardo Antich y Joselito Torres. Antes y en la misma arena de la 19 de abril, Evelio entusiasmaría al público de Maracay con un quite por gaoneras que le hizo a un toro de Dominguín, la tarde del mano a mano de Luis Miguel y Curro Girón. Un quite que fue lo único emocionante en tan tedioso mano a mano, por lo que despertó un entusiasmo que no se manifestó, más tarde, cuando la corrida de “Guayabita” la tarde de su alternativa. Aquel año de 1960 también fue el año de la presentación de Paco Camino en Venezuela, al que Arratia Oses anunció en sus cuñas radiales con el slogan de “ ¡No hay Puerta sin Camino ni Camino sin Puerta! “ refiriéndose a la maravillosa pareja de ases sevillanos que debutaron en Venezuela aquella temporada. La segunda corrida de Camino en Maracay fue con Alfredo Leal y con Sergio Flores, los toros fueron de Pastejé. Paco Camino se había metido en el corazón de la afición venezolana, como se metería muy dentro del alma de los aficionados de Lima y de México. No podía estructurarse un cartel de categoría sin Camino. Hasta el día de su adiós definitivo de nuestras plazas, muchos años más tarde, cuando lidió junto a Curro Girón y “Antoñete” una corrida de Los Aránguez en Barquisimeto, una temporada organizada por Rafito Cedeño en la Ciudad de los Crepúsculos. Un adiós sin la pompa del “hasta pronto” anunciado en Valencia en la temporada de 1978, un adiós casi obligado porque al volver Camino en esa oportunidad no estuvo afortunado y más tarde en Aranjuez recibió una horrible cornada que lo hizo meditar más seriamente sobre su vuelta a la lucha en los ruedos. 342


Hice una estrecha amistad con Camino, la cual nació en la ganadería de Sebastián González, cuando las reses de Tierra Blanca estaban en Villa de Cura. Le hice una entrevista en esa oportunidad, que publiqué en la revista Bohemia y algunos trabajos que luego fueron publicados en Meridiano, tuvieron como tema a Paco Camino. La proximidad que da la entrevista con el personaje me acercó al torero al que descubrí lleno de sencillez y de gran amplitud en el trato. Le gusta hablar mucho de toros con los aficionados, y cuando tiene confianza es bromista y muy extrovertido. Más tarde, en España, viajé en compañía de Paco Camino y de Pedro Beltrán desde Bilbao hasta Benidorm, cuando Camino fue el padrino de la alternativa de Freddy Omar Villanueva “El Negrito”, un matador de toros de Puerto Cabello, con muchas condiciones y menos vocación y disposición para la dura lucha, hombre de gran simpatía y educación, muy amigo de “El Capea” en compañía del que se inició en la aventura taurina, de la mano de Eliseo Moro Giraldez, por los campos de Salamanca. Con Camino viví Algunos de los momentos importantes de su vida profesional. Recorrí rutas del toreo, tanto en España como en Venezuela, y con este hombre de timidez aparente, por su introversión, aprendí mucho de la vida interior de los toreros, de la política del espectáculo y de la historia menuda que nunca se narra, porque no es la “historia oficial del toreo”. Paco Camino es introvertido cuando se encuentra en grupos numerosos; pero es más amigo de rodearse con los íntimos, que con el mundillo del toro que flota como hojarasca en el viento alrededor de los famosos de la fiesta. Paco Camino, en vísperas de su anunciado retiro de los ruedos, de las arenas que lo hicieron millonario y mundialmente famoso, no había perdido la sencillez de su carácter. Aquel día en el Urrutia seguía siendo el joven que prefería tomarse tranquilamente unos chatos de vino, o una cerveza Polar muy fría, acompañada de un poco de pescado frito, a ser el hombre de mundo vestido con bien cortados casimires y sedosas camisas hechas a la medida, que conocí en España, las veces que juntos fuimos a tomar un aperitivo en el Wellington o en el Hotel Villa Magna antes de ir a comer en “Gloria Bendita”, ya cuando estaba detrás del Hotel Palace en la 343


calle de Cervantes o, más tarde, cuando Salvador, su propietario, mudó su restaurante a los predios del Santiago Bernabeu en El Paseo de La Castellana. Lo informal le va mejor a Camino y en su informalidad, aquella época, no dejaba de bromear con Julio Aparicio que era su íntimo amigo hasta que surgió una penosa ruptura cuando los hijos de ambos, Rafael (Rafi) y Julito hacían campaña de becerristas e iniciaban el camino del toreo. Más tarde Rafi hizo pareja con Litri hijo y Julito Aparicio caminó solo en la fiesta; pero Paco y Julio que habían sido grandes amigos de pesadas y muy famosas bromas no se reconciliaron jamás. Paco Camino, a pesar de ser uno de los hombres más ricos de España, tenía la sencilla apariencia de cualquier joven madrileño –siendo muy andaluz– vecino del barrio de Salamanca, vivía en la calle de Serrano, y se entretenía siguiendo las quinielas con los resultados del fútbol español. No ha sido Paco Camino indiferente al acontecer político, aunque sí ajeno al contagio de la pasión que nace al estar tan próximo al poder. Fue Paco Camino distinguido por Fraga Iribarne o por el propio generalísimo Francisco Franco, igual que ha sido gran amigo de Carlos Andrés Pérez, o de Rafael Caldera en Venezuela, destacados políticos en México, Colombia y el Perú le han distinguido con su amistad. Camino, en la intimidad, era la cara opuesta de lo que era en el ruedo; esa faz dura con que hacía el paseíllo, de niño estudioso, serio y dedicado, la cambiaba por un aspecto risueño, de joven inocente pero ocurrente e inteligente y con ese gracioso dejo andaluz que los sevillanos no pierden le daba, y le da, mucha gracia a la conversación. –El que inventó lo de la “mandanga” además de ser poco original entiende muy poco del toreo. Me dijo aquel día en el Restaurante Urrutia de la calle Solano López en Sabana Grande, con Manolo Chopera, Sebastián González y Manolo Peña. Comenzó Paco Camino aquella entrevista mostrándose contrariado con la fama que le crearon en los años de su dilatado bache. –Qué más desearía un torero que triunfar todas las tardes y satisfacer a todos los públicos; pero, eso es imposible. –Primero, la fiesta se acabaría porque sería un aburrimiento. Luego 344


el torero, a medida que va perfeccionándose en la profesión, que va entendiendo más a los toros, va interpretando los problemas más pronto. Allí a veces pareciera que “no quiero” y acabe pronto con el toro. No es que “no quiero” y acabe pronto con el toro. No es que “no quiera”, sino que sería imposible dadas las condiciones de la res satisfacer a la gente. Por ello abrevio y la gente me chilla, me abroncan y dicen que no quise. ¡Bueno! Es mejor que digan que no quise, a que digan no pude. Eso lo deja a uno siempre como un superdotado del toreo. ¿Hay una gran diferencia entre el Paco Camino de hace veinte años al de ahora? –¡Natural! Cuando comenzaba tenía facilidad para el toreo por motivos de mi formación, de mi afición y, por qué no decirlo, de mi valor. Pero carecía del conocimiento real de la situación ante el toro y me defendía básicamente con las virtudes que antes señalé, más una dosis de intuición. Ahora es diferente; tal vez tenga menos valor que al principio, ya que sé mucho más claramente dónde está el peligro. Te digo que ha desaparecido el valor aparente, ese que le convierte en un ser arrojado, pero más que valor es ignorancia. Hoy más que intuir donde está el peligro, le veo. ¿No tiene nada que ver con la pérdida de condiciones, de reflejos? –Nada. En lo absoluto. Soy un hombre joven, apenas tengo 36 años, estoy en una edad donde otros profesionales están iniciándose. Un ministro de 36 años es un niño y ya ves, dicen que estoy viejo. Te diré que ahora toreo más vacas que nunca, tengo una afición desbordante y me siento más fuerte porque me cuido mucho más. ¿Por qué te retiras entonces? –Muchas son las razones, pero lo principal es la familia. Toda la familia. Pero de veras que podría estar en el ruedo mucho tiempo más. Eso indica que regresarás pronto. –No; he tomado la determinación de irme y solo por necesidad o por aburrimiento regresaría. Los que regresan empañan su pretérita gloria. 345


–No fue ese el caso de Belmonte; el regresó para triunfar más fuerte que nunca y para pisar terrenos inverosímiles. Volvamos a lo de la “mandanga”; se te ha criticado la falta de raza, el haberte amparado en la “Casa Chopera” y el no haber peleado cuanto te buscaron pelea otros toros. –Si te refieres a Palomo Linares te diré, simplemente, que como torero no me ha gustado. No entraré a definirlo como artista que no lo es, solo te diré que no me ha gustado. Luego de la pelea se hace en el ruedo. Eso de utilizar los medios de comunicación para decir tonterías de uno o de otro torero no va conmigo. Tras Palomo ha existido un clan publicitario que no va con mi modo de ver ni la vida ni el toreo. Te vas dejando aparentemente vacío el trono de la máxima figura; como aficionado, qué toreros dejas que sean de tu preferencia. –Ángel Teruel, El Viti, Manzanares, Capea. En ese orden de importancia. –No. Los he mencionado de acuerdo me han venido a la mente. Teruel es un torerazo; los de miuras en Madrid le vino bien. Manzanares debería exigirse un poco más de sí mismo. Es un gran torero. Capea está sobrado de valor y de inteligencia y llegará muy lejos y El Viti es por todos conocidos su gran calidad. Se dice que Manzanares es de la línea de Curro Romero, de Rafael de Paula. –Manzanares es un gran torero. También dicen los taurinos que a Capea le ha llegado la hora de la “mandanga”. –Saldrá pronto de allí, si es cierto eso. Le sobra raza y tiene demasiada afición para dejarse arrastrar por la abulia. Se ha dicho que le ha sacado el cuerpo a ciertas divisas. De esas que llaman “no comerciales”, las terroríficas. –Otra calumnia que se me ha inventado, creo haber sido el torero que más ganaderías diferentes he lidiado en la historia del toreo. Albaserradas –lo que ahora es Victorino Martín– pablorromeros, miuras, todas las 346


ganaderías de América, de México. Lo que pasa es que luego he podido exigir y lo he hecho. Unas ganaderías garantizan más el triunfo que otras y si tú puedes hacerlo, torear las mejores, tonto serías si no lo hicieras. ¿Qué opina del toro mexicano? –Es un toro con menos raza que el de España, pero cuando sale bueno es insuperable. Ahora, no se equivoquen, cuando sale con peligro sale peor que el de España. ¿Por qué tu preferencia por lo de Santa Coloma? –Porque es un toro con raza, más definido. Lo incómodo del toro de Santa Coloma para muchos toreros es que no soporta equivocaciones. Pero tiene una bravura más real, más definida que cualquier otro toro de España. Eso no quiere decir que no haya estado bien con otras ganaderías; te repito que he toreado de todo y con casi todo he triunfado. ¿Qué opinas de la crítica taurina? –Hay aspectos positivos en la crítica taurina. Ellos han devuelto al toro y eso es muy importante. Pero no estoy de acuerdo en que llamen en sus crónicas becerros a animales con más de quinientos kilos de peso y cuatro años de edad. Dicen que las pizarras están equivocadas. –Si están equivocadas la culpa es de la autoridad taurina. Que digan de una vez que las autoridades actúan deshonestamente y no el echen el peso a los toreros. ¿Consideras objetiva la crítica taurina? –De todo hay en la Viña del Señor; ya que llevo más de diez mil toros lidiados aún estoy aprendiendo. ¿Es difícil entender de toros? –Muy difícil. Lo puedes ver en la cantidad de chavales que se inician como aficionados, becerristas, novilleros y matadores. Verás que son pocos, muy pocos los que pueden vivir de la profesión y contados con los dedos de una mano los que pueden llamar figuras del toreo. La crítica taurina causa de la manipulación de los pitones de los toros. 347


–Insisto en lo que te dije de las ganaderías; al principio hay que tragar de todo. Luego tienes fuerza y escoges. Yo escojo ganaderías acreditadas y toros cómodos de cabeza. Sería un “lila” si escogiera ganaderías terroríficas con unos pitones de miedo. Todos tratamos de exponer en la vida lo menos posible y los toreros no somos excepciones. Pero es que existe una historia del afeitado con muchos capítulos. –Ya no existe el serrucho; pero si es así sería una minoría. Hay toros tan bonitos que no podrían ser lidiados en Madrid porque dirían que están afeitados, y no es así, es producto de las selección. ¿Cómo cuáles? –Los de Baltasar Ibán, los de Santa Coloma. Toros de cabeza pequeña, sabe que son así, que esa es su característica zootécnica. Mira, hay algo evidente y que lo ha conseguido la crítica; el toro lleva su carnet de identidad. Los toros se lidian en cuatro años cumplidos, cuando no con cinco, y antes se lidiaban toros con tres años de edad. Con la edad que se lidian los toros ahora no hay engaño; aprenden pronto y mucho. ¿Qué harás cuando te retires? –Ir al campo; atender mis fincas. Pero eso sí, seguiré viviendo en Madrid y de vez en cuando a Sevilla. ¿Qué opinas de la política? –Que me va. Me gusta escuchar y atiendo al que habla de entendimiento y paz. Se ha dicho que eres miembro de un partido político. –Falso; soy independiente, pero como hombre público tengo amigos en todas las esferas sociales, también políticos y cuando me ven con fulano ya dicen que hago política. ¿Cuáles han sido las temporadas más importantes en tu vida de matador de toros. –Las de los años 66, 67, 69 y 70, aquella en que toreé los seis toros de Madrid. ¿Quiénes han sido las personas que más han influenciado en tu vida? 348


–Mi padre y don Pablo Chopera. ¿Qué opinas de “El Cordobés”, dicen que eran amigos? –Lo de enemigo lo dicen por lo de Aranjuez; eso fue asunto de nervios. Hemos sido muy buenos amigos. ¿Qué nos dices de El Cordobés como torero? –Hombre, su técnica no era la de Ordóñez, Antoñete o Bienvenida, pero a su forma revolucionó esto y llevó el toreo a donde quiso. ¿Cuál ha sido el torero que más te ha molestado en la plaza? –Diego Puerta, porque era un perro de presa, y siempre lo tenías en la pantorrilla pegándote bocados. ¿Por qué no seguiste criando toros de lidia? –Porque eso es la ruina y además proporciona muchos problemas y disgustos. ¿Paco, has dado siempre la cara en el toreo? –Siempre. Desde que tomé la alternativa solo he faltado un año a San Isidro, siempre he ido a Bilbao y en Sevilla he estado en doce ferias. ¿Es eso dar la cara? ¿Estás cansado del toreo? –Son casi veinte años de no parar. A veces me siento cansado pero es lo único que sé hacer y lo llevo dentro de mí como una llama que me aviva, hace que desaparezca el cansancio y me pone de nuevo en el campo de batalla. Paco Camino se inició como un niño precoz en el arte de matar reses bravas. Desde casi sus inicios se integró a una de las casas empresariales más poderosas que han existido en la historia de la fiesta. Unos de los detractores de Paco, dice que de no haber estado en casa de los Chopera hubiese desaparecido del planeta en los primeros años de su vida; otros, sus panegiristas, dicen lo contrario, que de no haber estado en casa de los Chopera hubiese sacado más raza y su figura se hubiese encumbrado a la alturas de un Gallito o un Belmonte. Lo cierto es que afortunada o desafortunadamente, vivió en esa casa 349


como torero y negar que fue soporte de la gran empresa sería injusto. Su paso por el toreo ha sido muy importante, fue un maestro de dimensión universal al que siempre habrá que recurrir cuando se hable de tauromaquia. Aún es joven Paco Camino. De su prematuro retiro saldrá de vez en cuando para dictar una clase de torerismo, ya sea en un festival, en un tentadero o en una tertulia, que para eso nació “Niño Sabio” y se retiró “maestro del Toreo”.

Paco Camino volvería más tarde a los ruedos. Aquel año fuimos juntos a México. La plaza México le dijo adiós, junto a Manolo Martínez y Eloy Cavazos con toros de Mimiahuapam. Como en Valencia los toros de Garfias no tuvieron palabra de honor, los de Mimiahuapam no la tuvieron en la México. Las dos corridas fueron lamentables espectáculos artísticos, aunque estuvieron envueltas en las sedas de los grandes acontecimientos. En México fue apoteósico el movimiento de los medios, hasta que Rafael Camino, su hermano y mozo de espadas, en presencia de José Alameda, le cortó la coleta en medio del ruedo. Fui a México invitado por Manolo Chopera y Paco Camino a la corrida del adiós definitivo en La México. Llegué al Hotel Aristos y allí me esperaba Javier Garfias, con el famoso ganadero potosino. Fui, ese mismo día, hasta su casa en Lerma. –El hecho de que lidie Camino toros de Mimiahuapam es un gran triunfo que he logrado. Javier Garfias era el empresario de la Monumental México, y aunque su esposa Ángeles es prima de Alberto Bailleres, los celos profesionales que existen entre estos dos grandes hombres mexicanos ha sido avivado por intereses bastardos y han hecho de sus diferencias abismos insalvables; pero Javier logró que fueran los toros de Bailleres los que se lidiaran la tarde del adiós de Paco. 350


–Fíjate esta plana que publicamos en “Esto”. Y me mostró una foto en la que aparece junto a Paco Camino y a Alberto Bailleres dando la vuelta al ruedo en una de sus muchas tardes de éxito. Aquel año fueron a México muchos venezolanos a despedir a Paco Camino. Estaba Hugo Domingo Molina, Alberto Ramírez Avendaño, Oscar Aguerrevere, Sebastián González, Carlitos Martínez y Javier Garfias organizó en “Los Cués” un tentadero que dirigió Jaime Rangel y en el que participaron Teófilo Gómez, Carlitos Martínez y el matador de novillos Jorge Gutiérrez, que se preparaba para tomar la alternativa. De México volví a Caracas y empaqué mis cosas para irme a Sevilla; fui a la capital hispalense a cubrir la presentación de Manolo Martínez en La Maestranza.

No fue fácil la conquista de Venezuela por Manolo Martínez. La baraja taurina nacional contaba con sus mejores espadas, como fueron los hermanos César, Curro y Efraín Girón, además de toreros como Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro”, que eran propietarios del afecto irracional de la multitud. Condición sine qua non del ídolo de masas. Los mejores toreros de España habían hecho suyo el bastión suramericano, para cuando Manolo hizo sus primeras visitas a Venezuela. Fueron los días que revivieron los míticos Luis Miguel y Antonio Bienvenida tras afortunado festival en Las Ventas, tiempos en los que mandaban en la Fiesta Antonio Ordóñez, Paco Camino, Manuel Benítez “El Cordobés”, Santiago Martín “El Viti”, Diego Puerta y Palomo Linares, toreros que vivían metidos entre las trincheras de combate, jugándose la vida y su propia existencia profesional, en los escenarios que se encontraban divididos por la contienda de la política taurina. Ardua lucha entre las grandes casas de las empresas, que por aquellos días se imponían y dominaban la escena desde la virreinal plaza de Acho en 351


Lima, Perú, hasta la frontera mexicana con los Estados Unidos, que no era, en ese momento, tan “de cristal”, como la calificaría más adelante Carlos Fuentes. Eran los días en que América tenía mucha importancia económica para Europa, porque los toreros “hacían la América” en la temporada invernal. Nada fácil, por supuesto, para los coletas americanos. Allí, el reconocido mérito de los llamados toreros de la excelencia: Gaona, Armillita, Arruza y Girón, póker de ases con quienes la América de Bronce ganó las partidas sobre el tapete de las arenas del toro, desde los días de Gallito y Belmonte, hasta épocas de Manolete, Dominguín y Ordóñez. Ante esa realidad inobjetable, trepidante, se presentó un desgarbado joven norteño en el Nuevo Circo de Caracas. Fue una tarde luminosa del noviembre caraqueño, exactamente el 13 de noviembre de 1966. Cartel inolvidable para quien escribe, pues se trataba del debut de Manolo en la América del Sur, y la presentación de Sebastián Palomo Linares en América. Les acompañó en el festejo el merideño César Faraco, El cóndor de los Andes, y los toros llevaron la divisa de San Miguel de Mimiahuapam. Manolo fue el único que cortó oreja. Una oreja la tarde de su presentación; y aunque las espadas se convirtieron en bastos para Palomo Linares, el aniñado diestro de Jaén conquistó el fervor de la afición capitalina. Cuitlahuac, marcado con el número 105, fue el astado que le diera la bienvenida en Venezuela a Manolo, un torero que con el tiempo crecería en torería y madurez profesional. ¿Quién era aquel joven de raquítico aspecto al que comenzaban a anunciar en los carteles como El Mexicano de Oro? Venezuela esperaba desde hacía tiempo que llegara un torero de México, con los arrestos y la personalidad, dentro y fuera de los ruedos de aquellos toreros de la Época de Oro, que se hicieron del corazón de la afición criolla; porque fueron los toreros mexicanos los que forjaron lo mejor de la afición venezolana. Armillita, Garza y El Soldado tuvieron entre los venezolanos fervientes admiradores. Arruza fue descubierto por Andrés Gago, antes de su incursión lusitana, en el ruedo de Caracas, y Luis Procuna ha sido el torero más querido por la afición de la capital 352


venezolana, desde que construyera sobre la bravura de Caraqueño de La Trasquila una faena monumental, que fuera premiada con la única pata en la historia del Nuevo Circo. Procuna se convirtió en el mejor compañero y más atractivo rival para Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”. Antes de Manolo, grandes toreros de México encontraron en los escenarios venezolanos la extensión de la pasión taurina que había sembrado su rivalidad con los toreros de España. Andrés Blando, Antonio Velázquez, Luis y Félix Briones, Garza y El Soldado. ¡Silverio Pérez! El valiente Rafael Rodríguez y El Ciclón Arruza, lo mismo que los inolvidables El Ranchero Aguilar y Juanito Silveti. Joselito Huerta, adusta expresión indígena y Alfonso Ramírez El Calesero, trazo profundo de la emoción estética. La joven legión posterior a la Época de Oro como fueron el exquisito príncipe Alfredo Leal, el magistral Chucho Córdoba y el chihuahuense Raúl Contreras Finito, llenaban pero no copaban la escena y mucho menos satisfacían las expectativas. Manolo Martínez llegó para llenarlas todas, y rebasar su contenido. Ha sido este gran torero de México, la referencia histórica para los venezolanos en los días de su crecimiento como artista y como figura del toreo. Convencidos estamos, los venezolanos, que de no haber sido porque en nuestro reñidero se topó con los finos gallos españoles este chinguero azteca, no habría cruzado las aguas del Caribe hasta toparse con la Armada Española en las aguas del Golfo y del Mediterráneo. Nuestros públicos y plazas reclaman para sí parte de la formación de Manolo Martínez en su más de veinte años pisando arenas venezolanas. Aquel Manolo de los primeros días era un torero de juvenil aspecto y de desgarbada figura, demostrando enciclopédica amplitud y largura en su tauromaquia. Todo lo contrario al Manolo maestro. Hombre de gruesa madurez, que culminaría sus días en los ruedos con una expresión técnica corta y escueta, aunque precisa y profunda. Traía, eso sí, en sus alforjas el don del mando y del temple, con inteligencia y absoluta comprensión del toro de lidia. Cuando Manolo Martínez hizo el paseíllo la tarde del 13 de noviembre del año 1966 en el Nuevo Circo de Caracas, sobre la casi centenaria arena estaban aún frescas las huellas holladas por las zapatillas de César Girón, quien meses antes se había cortado la coleta con la idea de ponerle punto y final a una carrera brillante encerrándose en solitario con seis toros de Valparaíso. Fue epopéyico el adiós, y atrás crecían en el recuerdo sus tardes históricas de Guadalajara, México, Bogotá, 353


Caracas y Lima, en América; Madrid, Sevilla, Pamplona y Bilbao, en España; Arles, Dax y Nimes en Francia, como cuentas de los grandes misterios que separan los gozosos capítulos del rosario de triunfos, en cientos de plazas menores de este titán de los ruedos que con su adiós dejó desamparada la afición venezolana. Manolo, sin saberlo y mucho menos proponérselo, ocuparía en América el lugar de la respuesta al reto que hasta esa fecha, en forma hasta insolente, había sido Girón ante la cara de los grandes de España. Hablábamos de los grandes rivales que tuvo Manolo al pisar tierra venezolana, pero no debemos dejar fuera los que fueron surgiendo en el transcurso del tiempo como lo fueron su propio paisano Eloy Cavazos, que le vino a retar hasta estas remotas tierras sureñas, y los jóvenes maestros Francisco Rivera Paquirri, José María Manzanares y Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea, cuarteto con el que cubrió el lapso final de su vida torera entre los venezolanos. Sin embargo, fueron los hitos de Manolo los que marcaron huella en su camino venezolano. Momento para recordar lo que acotaba el gran escritor madrileño, don Antonio Díaz Cañabate, cuando alguien le preguntó el porqué no tomaba notas durante una corrida de toros. A lo que le respondió don Antonio “lo que no se graba en la memoria, bueno o malo, no vale la pena reseñar”. Debemos confesar que pretendimos recurrir al detallado inventario que tiene de la historiografía taurina venezolana el excelente recopilador Nelson Arreaza, base valiosísima para el orden histórico de nuestra fiesta, pero me pareció traicionar el principio de Cañabate, que debe ser el principio fundamental del buen aficionado. Así, pues, que cuando hablamos de Manolo Martínez en Venezuela, el primer recuerdo que me salta a la memoria es verle vestido de pizarra y plata en la Monumental de Valencia, con el muslo derecho abierto por una cornada de la cual manaba un torrente de sangre. Sangre que salpicó el testuz del toro de Reyes Huerta que recién le había herido. Realizó Martínez una de las grandes faenas de su vida, como él mismo lo confesaría más tarde en la Ciudad de los Palacios, una tarde en el Restaurante Belenhausen en grata tertulia junto a don José Alameda. Y no podía ser menos, pues Manolo alternó en aquella Corrida de la Prensa con dos leones: Curro Girón y Manuel Benítez “El Cordobés”. Fue una tarde histórica, los toros de don Reyes salieron bravos y nobles, estupendamente presentados, escogidos para tan importante cartel por el siempre gratamente recordado Abraham Ortega. El Círculo de 354


Periodistas que presidía para ese entonces Abelardo Raidi, el creador del mundialmente famoso evento, tuvo que dividir el trofeo entre los tres toreros, pero con sangre y sobre la arena de Valencia quedó tatuada la misión torera en la tierra de este torero de Monterrey, que no fue otra que la de ser figura del toreo. Figurón, diríamos los que fuimos testigos de sus tardes en San Cristóbal, cuando en la Feria de San Sebastián, tras cortar siete orejas se hizo acreedor a todos los trofeos que estaban en disputa. Tres tardes fue Manolo a esa temporada de 1969, con rivales de la categoría de Curro Girón, Paco Camino y Palomo Linares y toros de Peñuelas, El Rocío y Pastejé. Aquel año 69, en la referida Feria de San Sebastián, nació Manolo como ídolo para las masas taurinas venezolanas. No fue un torero “simpático”, y mucho menos un artista de “buena prensa”, a pesar del empeño y gran labor de sus apoderados Pepe Luis Méndez, Álvaro Garza y Pepe Chafick. Manolo lo estropeaba todo con su carácter huraño, nada afectuoso y siempre aislado. Con brusquedad respondía a las entrevistas y pocos fueron los que pudieron llegarle cerca en la amistad. Maracay y Caracas le fueron plazas duras, pero al final se le entregaron sin reservas. En Caracas le indultó un toro a los ganaderos Miaja y Chafick, de La Gloria y de nombre Diamante, el primer toro de la línea de San Martín indultado en Venezuela. Pero su plaza fue Valencia. La plaza grande, la de las históricas corridas de la Prensa, donde rivalizó con los grandes de España. Allí creció Manolo con muchas faenas grandiosas, una de ellas ante un toro de nombre Matajacas que por su trapío le hacían asco los banderilleros y apoderados a la hora del sorteo. Ese Matajacas de Javier Garfias sirvió como un libro abierto para exponer toda su grandeza lidiadora, abrirle los ojos a los incrédulos e invitarlos a que metieran sus dedos dentro de la herida abierta en el corazón del toreo. Fue una obra de exquisito arte, ya moldeado el barro, que era dura roca en el principio en el que las manos de este Buonaroti de la más hermosa de las fiestas. Hubo otras heridas, cómo no, aparte de la histórica cornada de Valencia. Manolo fue herido en Maracay, aquella tarde que vistió como vistiera Alberto Balderas, de canario y plata, también en Caracas, donde el escafoides pulverizado a causa de un pisotón de un Santo Domingo 355


le hizo perder el sitio con la espada, hasta encontrarlo más tarde al cortarle los gavilanes a la toledana. Se fue sin decir hasta luego. Vinieron noticias aciagas de su triste vuelta a los ruedos, de sus éxitos ganaderos y de su muerte en Los Ángeles. Se comentaron sus proezas y su recuerdo, como las sombras en el ocaso, crece a medida que se pone el sol. Manolo fue la grandeza que creció con el poniente del sol del toreo.

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C a p í t u l o 17

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Fue el colombiano César Rincón el hombre que arrinconó el toreo con sus triunfos en Las Ventas de Madrid. Decía Pepe Dominguín que, “verle torear es como hablar con Dios”.

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Ver torear a César Rincón “Es como hablar con Dios”

“Lo de César Rincón es como si le hablaras a Dios… ¡Y que Dios te conteste!”. Frase de Pepe Dominguín, cuando le preguntaron el porqué tanto escándalo alrededor delo que había hecho el colombiano en Madrid. Francisco Aguado, sin cruzar opinión con Dominguín, sentencia: “Cesar Rincón arrinconó el toreo, imprimiéndole a la fiesta sello de “clamor rinconista”, Ambos se refieren a las cuatro salidas a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas. Fue cuando todo comenzó: 21 de mayo de 1991. Fue cuando César Rincón, que había entrado por la puerta de atrás a la Monumental de Madrid, salió a las horas a hombros y por el medio de la Calle de Alcalá. Rincón venía de Colombia, donde era la primera figura del toreo neogranadino. De todos es sabido que, en los toros, sin la consagración de España, de nada valen los triunfos americanos. El primer viaje de César Rincón a España lo había hecho como novillero en la temporada de 1982. Fue de la mano de Pedro Domingo, un torero antioqueño, de influencia y tendencia política, que con la 359


firme convicción de nacionalizar la fiesta de los toros en Colombia se dedicó al sindicalismo taurino. Darío Piedrahita, el nombre de pila de “Pedro Domingo”, torero de Medellín, que de novillero se anunciaba en los carteles como “El Paisa”. Nos referimos a un buen profesional, torero inteligente, con fundamentos y conocimiento de la fiesta. Gracias a Pedro Domingo fue que César Rincón incursionó como novillero en plazas de España. Oportunidad que le sirvió a Rincón para reunirse con gente bien calificada en la fiesta, hablar y escuchar con entendidos y destacados profesionales aplacando su sed taurina con el agua del toreo en la fuente de la fiesta. El torero de Medellín le ayudó al bogotano, en su formación inicial; pero más tarde sucedieron situaciones que provocaron una ruidosa ruptura entre César y Pedro Domingo. De regreso a Colombia luego de su primera incursión en España, César Rincón tomó la alternativa en Bogotá, plaza de toros Santamaría el 8 de diciembre de 1982. Fue su padrino quien era y sería el torero de su admiración: Antonio Chenel “Antoñete”. El abrazo ocurrió en presencia del joven maestro alicantino José María Manzanares. Los toros fueron de Vistahermosa, ganadería propiedad de Antonio García. No lograba Rincón ubicarse en el sitial que le aguardaba el toreo. A mitad del año 1983 viajó a México para confirmar su alternativa 31 de julio con el toro Cartujo, de Mariano Ramírez. Fue su tocayo César Pastor el padrino y el hidrocálido Ricardo Sánchez el testigo. De anodina pudiera considerarse su fugaz paso por Insurgentes, de no haber sido que Francisco Lazo, cronista del diario Esto, que se atrevió lanzar las campanas al vuelo para anunciar que la afición de México estuvo en presencia de un buen torero sin darse cuenta. Se ponían las cosas en orden en la vitrina de la fiesta de los toros, luego de los triunfos de Madrid. México como también Venezuela y la propia Colombia, verían muy pronto sus plazas azotadas por el tsunami que “arrinconaba” el toreo. Fue contratado a México para la Temporada Grande por la influencia de su epopeya madrileña. Su regreso a Insurgentes fue inolvidable. Ocurrió la tarde del 12 de noviembre de 1995, la tarde de la corrida de Javier Garfias en la que César Rincón alternó con Mariano Ramos y Jorge Gutiérrez. Al primero de su lote, tercero de la corrida le cuajó el de Bogotá una faena magistral. El del genial ganadero potosino atendía por “Ventanito”. Fue la consagración del ya consagrado maestro en el embudo de la Colonia Nápoles. Le concedieron las dos orejas y hubo 360


petición, muy fuerte petición de rabo. Esta presentación le bastó al de Bogotá para confirmar ante la muy difícil y entendida afición de México que él, César Rincón era la primera figura del toreo. Cuando César Rincón regresó al Hotel Camino Real se encontró con la muy desagradable situación de que alguien se metió en la habitación y le hurtó prendas y dinero. Fue un escandalaso del que se hizo eco la prensa. Ruido que llegó hasta Mario Moreno “Cantinflas”, quien de inmediato invitó al maestro a compartir en su casa una comida. Apenas el gran Cantinflas vio a Rincón le dijo: –Matador, ¡estamos iguales! – ¿Y cómo es eso? – ¡Ah! Es que cuando fui a Bogotá, un carterista me robó la cartera en la plaza de toros. Risas aparte, la conversación entre dos americanos universales trascendió con afecto y mutua admiración. Además de refrendar su categoría, César Rincón ratificó su maestría al dictar cátedra de torería con magnífica faena sobre la mano izquierda realizada al hilo de las tablas. Largos, templados los naturales de enorme dimensión rematados con forzados de pecho. Firmó la monumental cátedra del más exquisito toreo, con una cercera y bien ejecutada estocada. No regresaría a La México. Había cumplido consigo mismo. Ha relatado Luis Álvarez, en varias ocasiones, que aquel día, 21 de mayo de 1991 Rincón estuvo en el apartamento de José Nelo “Morenito de Maracay” supervisando el trabajo de fontaneros, albañiles y obreros y echando una mano como pintor de brocha gorda. Matando el tiempo en la propiedad de su compañero venezolano mientras el minutero cubría la esfera del tiempo que le separaba para el inicio de la corrida. Morenito era también poderdante de Álvarez y junto a Rincón formaba una mancuerna con los que Luis Álvarez pretendía abrochar la temporada americana. En Colombia Rincón era ídolo. En Venezuela Morenito jugaba de local con mucha fuerza. La ambición no se dormía, como dice la letra del tango “Silencio”, de Alfredo Lepera, que Carlos Gardel, acompañado por las guitarras de Barbieri y Riverol aún canta con sentido y acierto. Tampoco el cuerpo descansaba en la hamaca del horizonte de las tierras americanas. En 361


España se movían las piezas en el ajedrez de los ayuntamientos. Luis Álvarez lo hizo en La Coruña, con el Alcalde Paco Vázquez, se metió al rescate del Coliseo que se hundía. Aquella tarde del 21 de mayo llevaba el brindis político en el esportón, y le bastaba a Álvarez que le brindara a José María Blanco, político gallego. Habría sido suficiente. Todo bien anotado para que César Rincón brindara la lidia de Santanerito de Baltasar Ibán, el toro sexto de la corrida, a uno de los concejales del Ayuntamiento de A Coruña. Luis colocó al concejal muy cerquita del burladero de matadores en la barrera de la Monumental. Había un proyecto entrelazado con muchos sueños y desvelos para aquella feria que nacía para el calendario taurino. Sólo planes, sueños, ideas, nada concreto. Ignoraba lo que provocaría haber colocado las cartas tapadas sobre el paño del juego de la vida, no sabía el torero, tampoco su apoderado, que esa distinción, con ese toro y aquella tarde provocaría cambios muy profundos en las vidas de todos. La temporada la había iniciado César Rincón convaleciente de una terrible cornada que sufrió en Palmira el 2 de noviembre de 1990. Herida muy seria, de consecuencias terribles que le seccionó la femoral. Una transfusión lo salvó de morir aquella tarde del 2 de noviembre de 1990, pero casi le causa la muerte al contagiarle de hepatitis C. Sería, de allí en adelante, la permanente lucha por su existencia. Repuesto de la herida de Palmira, pero con el volcán de la hepatitis formándose en su interior, comenzó la temporada española de 1991. Fue en Las Ventas de Madrid, el 28 de abril de 1991 ante una dura corrida de Celestino Cuadri. No estuvo mal, pero tampoco destacada su actuación. Sin embargo tuvo suficiente rédito para que Luis Álvarez luchara cuando se presentara la oportunidad, a exigirle a la empresa de los Hermanos José Luis, Pablo y Eduardo Lozano, Toresma, una sustitución. Rincón y Álvarez necesitaban con urgencia un respiro en Madrid. Nada importante había ocurrido en la vida del torero colombiano, desde su confirmación en Las Ventas el 2 de septiembre de 1984. Con “Manili” como padrino y de testigo a Pepe Luis Vargas con el toro “Fojanero”, perteneciente a la ganadería de Lamamie de Claricac… Pero llegó la ocasión: 21 de mayo en San Isidro. Curro Vázquez y Miguel espinosa “Armillita Chico” en el cartel. Toros de Baltasar Ibán. El sexto toro de la corrida, que atendía por Santanerito de Baltasar Ibán fue el segundo toro del lote del bogotano César Rincón. Faena cumbre la realizada por Rincón a Santanerito, que fue la llave con la que abrió la Puerta Grande de Las Ventas tras cortarle dos orejas a este bravo y emocionante toro de Ibán, sorprendiendo al público de 362


Madrid que, gracias a la bravura del toro y a la entrega del torero, descubrió la dimensión de la expresión con la que Pepe Dominguín le describiría el acontecimiento a José Carlos Arévalo más adelante, en el camino de sucesos triunfales en el sendero de César Rincón: –Es como hablar con Dios, y que te responda. Cuando Rincón comenzaba a saborear su apoteosis personal en su habitación del Hotel Foxá, cuando salía de la ducha de la habitación del Hotel Foxá que “Antoñete” convirtió el Cuartel General en la esplendorosa época de su vuelta a los ruedos, Luis Álvarez irrumpió en aquel recinto disminuido en su espacio por haberse convertido en continente de los paisanos colombianos que celebraban el triunfo del torero. Luis Álvarez empujó a César y lo reingresó en la sala de baño: “¿Te atreves volver a torear mañana?”. La empresa de los hermanos Lozano, por diligencias de Gerardo Roa, apoderado de Emilio Oliva, iba a anunciar al chiclanero en sustitución de su sobrino Fernando. Al enterarse Luis Álvarez de lo que sucedía, le propuso a José Luis Lozano sustituirlo por César Rincón. Luego de un pulso entre los Lozano y Álvarez, pues se resistía creer que el primer colombiano que había abierto la Puerta Grande de Las Ventas se atrevería volver a la Plaza de Las Ventas antes de pasar 24 horas de su triunfo a Madrid. Antes de proponérselo a Rincón, Luis Álvarez se reunió con Manolo Chopera y su hijo Pablo, en Kuliska, un restaurante vasco de Madrid. Quería conversar y sobre toro comentar con su amigo los acontecimientos. Chopera le dijo: “Cuando juegas y triunfas, hay que jugar”. El cartel había quedado con la corrida de Murteira, a la que le habían rechazado tres toros que, a su vez fueron sustituidos por tres de la misma ganadería portuguesa procedentes de un semental indultado en Málaga y que escogió en el campo Rafael Moreno, apoderado de Espartaco. Luis Álvarez, conocedor de todo esto, y consciente que Moreno lucharía por lograr la reivindicación de su torero, Juan Antonio Ruiz “Espartaco”, reconocido en Sevilla pero que no acababa de entrar en el gusto de los tendidos de Madrid, sabía que por lo menos en buenas intenciones había garantía en la corrida portuguesa. El otro compañero de cartel era Francisco Ruiz Miguel, el torero de la Isla de San Fernando que aquella temporada hacía campaña de despedida por toda la geografía española. 363


– ¿Te atreves volver a torear mañana? – ¿Dónde? –preguntó Rincón. –En Madrid –respondió el apoderado. –Ni hablar, ¡A Madrid yo no vuelvo! Las opiniones de los amigos de César le recomendaron que no lo hiciera. Entre ellos el Embajador de Colombia en Madrid, Williams Jaramillo, que le dijo al apoderado: “¿Estás loco? ¡Devolverías las orejas!”. Luis Álvarez recurrió herido en su amor propio y le increpa, diciéndole: “¿Acaso yo me meto en sus asuntos?”. El apoderado se atrevía apostar fuerte por su torero porque sabía a plenitud porqué podía confiar. Rincón había hecho una gran temporada en Colombia, con toros de aquella ganaderías que no aceptaba la Asociación de Ganaderos. Sus condiciones hicieron que fuera el triunfador de la Feria de Cañaveralejo en Cali cuando Ernesto González Caicedo era el empresario cuando se competía junto a los mejores toreros de España. Ante la decisión tomada por César Rincón, fue cuando Luis Álvarez lo mete de un empujó en el baño y le dice “¡Vamos a hablar!”. César se sienta sobre la tapa de la poceta y Álvarez en el bidet. Habían cerrado la puerta del baño y estuvieron un buen rato, hasta que “salió humo blanco”. Acordaron la oferta de la empresa y “echaron pa’lante”: Rincón sustituye a Fernando Lozano, le anuncian junto a Francisco Ruiz Miguel y Juan Antonio Ruiz “Espartaco” el 22 de mayo en una corrida de Murteira Grave. Regresa Luis Álvarez a su reunión con Manolo y su hijo Pablo, en el Kuliska, donde le ofrece a Chopera el torero. Manolo le ofrece Almería, Bayona y 13 corridas de toros. Luis Álvarez no se cansa de ponerle fichas al paño de la ruleta y le dice: “Si Rincón sale a hombros, duplicas la oferta”. Pablo Martínez Labiano, hijo de Manolo Chopera le responde: “¡Hostia! Si te lo vas a llevar todo”. La voz profunda y de autoridad de Manolo Chopera re responde: “¡Vale!”. Otra vez, en el sexto toro consigue cortar las dos orejas. Alentejo era el nombre por el que atendía el toro lusitano. Rincón arrasó con todos 364


los premios de aquella Feria de San Isidro de 1991, lo que le abrió un camino amplio en oportunidades, ante los organizadores de la Corrida de la Beneficencia. El festejo más importante de la temporada de Madrid estaba programado para celebrarse el 6 de junio con una corrida de toros de Samuel Flores y Curro Romero. Había que rematar el cartel y César Rincón era uno de los candidatos junto a Ortega Cano. Luis Álvarez se reunió con Victoriano Valencia que, para la época, era el apoderado de Ortega Cano que la Beneficencia fuera un mano a mano entre Ortega y Rincón, “ya que los toros de Samuel, muy anchos de sienes y a contra estilo de Romero, amenazaban con llevar al fracaso las mejores intenciones de los organizadores.” César Rincón entre los derechos de la Televisión, la transmisión de Fernando Fernández Román con retransmisión a México y Sudamérica gestionadas por el Director de TVE, Jordi García Candau y gracias al apoyo de RCN Colombia, agregó a su cuenta bancaria más de 20 millones de pesetas Otra vez la puerta grande de Madrid se abrió para el neogranadino, tres orejas y salida a hombros. Tres salidas a hombros en Las Ventas eran la base de la fortaleza de su cartel para ser contratado para la Feria de Otoño con José María Manzanares y David Luguillano. Fue el primero de octubre de 1991, la última fecha en Madrid en tan glorioso año para Rincón. César cortó una oreja a cada uno de sus toros, uno de Sepúlveda y otro Joao Moura. Abrió por cuarta vez consecutiva la Puerta Grande de Las Ventas del Espíritu Santo. La Plaza Monumental de Madrid. ¡Lo que no estaba escrito! Aquella temporada de “Clamor rinconista” –frase de Paco Aguado–, marcaría historia 68 tardes en la campaña franco-española, consagrándose como la máxima figura del toreo universal y héroe de su tierra colombiana. Cuando César regresa a Bogotá, vuelve a una nación polarizada. Un país sometido por los bandidos al terror de los grupos armados de las FARC y del ELN. Rincón se une a los grandes ciudadanos universales de Colombia, Gabriel García Márquez, el periodista William Ospina, el poeta Darío Jaramillo Agudelo, el escritor Héctor Abad Faciolince y el maestro Fernando Botero, seres tan universales como él, como el sencillo Maestro del Toreo César Rincón, que son hombres que sembraron 365


extramuros la imagen positiva de la gran nación colombiana, en aquel año de 1991. El mismo año cuando un grupo de estudiantes realizó el milagro político de la nación. Cuando el proceso Constituyente partió en dos a la historia política y social de la Nueva Granada. Logrando la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente el 4 de julio de 1991. Desde ese momento César Rincón se convirtió en ejemplo de un pueblo desesperado, arrinconado como lo está ahora el pueblo de Venezuela, por el terror, resultado de la guerra, los secuestros, la confrontación y la corrupción. Ejemplo vivo el del gran torero, reflejo del espejo de su logro descubierto por su temple al entregar la vida a cabio de la gloria cada tarde en el ruedo. Había sido en 1989 cuando César Rincón participó por primera vez en la temporada de Venezuela, en la plaza de San Cristóbal. Lo hizo en el marco de la Feria de San Sebastián con una corrida de La Carbonera. Tarde de irrelevante actuación. También en Mérida, Feria del Sol. Desafortunado también, de nuevo en La Carbonera. No sería sino hasta después de Madrid que los empresarios le tomarían en cuenta para nuestras plazas. A Colombia, tierra de buenos toreros y excelentes ganaderos, no se le abrían los cuarteles venezolanos, como debieron de abrirse entre dos naciones vecinas y taurinas. Tampoco los venezolanos interesaban en el firmamento neogranadino. Nito Ortega y José Pulido habían sido dos espadas de antaño que gozaron del favoritismo de los públicos venezolanos. Ortega, torero de masas, imaginativo en la variedad de su repertorio y Pulido, que según Alberto Lopera “…insiste en proclamarse como el primer matador colombiano por haber recibido una alternativa en Quito (Ecuador) el primero de diciembre de 1935, de manos de Lagartito y Cayetano Palomino como testigo”. Más tarde Pulido recibió otra alternativa, esta vez en su natal Bogotá de manos del zamorano Félix Rodríguez y un toro de Mondoñedo. El primer torero colombiano de importancia que hizo campaña en ruedos de Venezuela fue el vallecaucano Joselillo de Colombia –José Zúñiga–, figura en su tierra a quien los venezolanos debemos en gran parte nuestro desarrollo taurino integral por sus esfuerzos en la siembra el toreo en nuestra nación. Torero con la confirmación de su alternativa en Madrid, de manos de Antonio Bienvenida. Sembrador de ilusiones con sus temporadas en Táriba, San Cristóbal y Valencia. Endebles plazas de talanqueras en La Guacamaya y La Concordia para las que se 366


atrevió contratar figuras del toreo y ganaderías de primera. Hablamos de Antonio Ordóñez, Juan Silveti, Manuel Benítez “El Cordobés”, por nombrar algunos. Estas plazas convertirían sus tablas en ladrillos, transformándose en las más modernas de Sudamérica, como son las plazas de El Coliseo de El Torbes en Táriba, La Monumental de Pueblo Nuevo en San Cristóbal, la plaza de Las Trinitarias en Maracaibo, la Monumental de Mérida y la de Valencia en El Palotal. Todo se le debe, sin regates, a Joselillo de Colombia, el gran transformador de la fiesta. Tanto en territorio colombiano como en Venezuela. Fue José Zúñiga quien desarrolló el toreo en todas las ferias importantes de Colombia, Cali, Bogotá, Medellín, Armenia, Bucaramanga, Manizales, el creador de la feria de Cartagena de Indias y sembrador de ganaderías. Sin embargo, el gran torero de Colombia fue Pepe Cáceres –José Eslava Cáceres. Llegó a tener en Venezuela mucho cartel, muchos admiradores y entre varias organizaciones una peña muy importante, que aún existe, en San Sebastián de los Reyes en Aragua. Una peña que competía con las que le rendían homenaje a los hermanos Girón, César y Curro, toreros que vivían sus mejores días. La rivalidad entre Curro Girón y Pepe Cáceres se dirimió en Maracay, y con César Girón fue inolvidable el mano a mano de la Corrida de la Prensa, celebrado bajo un torrencial aguacero que no fue capaz de ahuyentar al público que llenó hasta las banderas la plaza de toros del Nuevo Circo de Caracas. Cáceres, fue el primer Maestro del toreo colombiano. La gran figura, antes de la desbordante presencia de César Rincón, respuesta a la época de expansión del toreo en Colombia cuando las empresas españolas que manejaron las ferias neogranadinas llevaban a la temporada a los ases del toreo ibérico como fueron Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, Paco Camino y Diego Puerta, El Cordobés y Palomo Linares… En fin, era Cáceres el torero más importante de Colombia, con el respaldo de la entrega llena de la pasión de la competencia por los públicos de su tierra. Murió Cáceres en agosto de 1987, como consecuencia de la cornada por un toro de San Esteban de Ovejas en Sogamoso. La cornada la sufrió Cáceres el 20 de junio, luego de una dolorosa y terrible convalecencia. Cuatro años antes del estallido en el firmamento estelar de César Rincón en Madrid. Han sido muchos los buenos matadores de toros que de Colombia, como Vázquez II, el primer novillero colombiano en viajar a España con un contrato de 20 novilladas y el respaldo de la Casa Camará. Oscar Cruz prometía ser un figurón del toreo por su presencia, concepto 367


del arte y técnica, mas su disposición le decantó por el mundo de la farándula donde se destacó como representante y apoderado del Ballet de María Rosa; el torero de Palmira. Enrique Trujillo, quien vivió en Venezuela, fue un artista de los que destacaban su clase y su finura. Diego Martínez, destacado taurino español le llevó a España ilusionando a la afición. No “reventó” en el torero que de él se esperaba, pero se le recuerda como un buen torero. De Pedro Domingo dicen que fue el descubridor de César Rincón. Torero de familia pudiente hizo carrera universitaria en los Estados Unidos y decantó su afición por los toros por la dirigencia sindical. Desarrolló una Ley Taurina cuya esencia era darle sentido nacionalista a la fiesta. El presidente Pastrana Borrero, afortunadamente, no la sancionó. Es posible que su hijo Andrés, más tarde Presidente de Colombia, pudo haber influido para que no se aprobara aquella locura de Pedro Domingo. Andrés Pastrana era aficionado, fue muy amigo de Palomo Linares y de los hermanos Lozano. Compartimos en Aranjuez varios tentaderos en la ganadería de Sebastián (Palomo). Habla bien de toros e imagino habrá hablado con el doctor Pastrana Borrero. Pedro Domingo fue fundador de la Empresa Escol, en sociedad con los hermanos Eduardo y José Luis Lozano. Como escritor escribió una “biografía no autorizada” de César Rincón donde cuenta cosas terribles del maestro. Es posible que haya sido la tinta del rencor la que dibujara el trazo de lo escrito. Hernán Alonso, considerado como una figura del toreo desde su rango de novillero, llegó a mandar en la fiesta colombiana donde le consideraban “el mejor novillero de todos los tiempos”. Manolo Chopera se entusiasmó con Alonso, le apoderó en España, y a su regresó a Colombia lo recibieron como a un ídolo. Tarde a tarde fue mermando la ilusión sembrada, porque el triunfo convincente nunca llegó. Sus ideas políticas lo convirtieron en el líder natural de la Unión de Toreros de Colombia, donde su primer objetivo era el sacar de los carteles de Colombia a los toreros extranjeros. Jaime González, “El Puno”, fue torero de mucha presencia en Venezuela desde sus días de novillero. En España le apoderó Diego Martínez. Le conocí a “El Puno” en Bogotá, una mañana que nos invitó Martínez a que acompañáramos al Parque Nacional, cerca de donde le entregaría las llaves de una bella mansión a su madre. Una casa adquirida con el dinero producto de sus éxitos taurinos en España. Le vi muchas tardes en España, una inolvidable en Bilbao, con toros de Miura; 368


pero fue un Festival a beneficio de las guarderías infantiles, en el que sustituyó a Diego Puerta el que lanzó al estrellato a Jaime González. Festival que reunió a Litri, Gregorio Sánchez, Andrés Vázquez, Paco Camino y Curro Vázquez, en el que Jaime González, “El Puno”, fue el máximo triunfador luego de cortarle las orejas a su novillo. El festival fue televisado a toda España. Fue un tacazo de Diego Martínez. Un triunfo tan importante que trascendió con la firma de 50 corridas de toros, incluyendo la confirmación en Madrid el 19 de mayo en la Feria de San Isidro con El Viti y Dámaso González y todos de Baltasar Ibán. El bogotano Germán Ureña reunió las esperanzas de los colombianos apostando por su futuro. Melanio Murillo, su mentor, lo trajo varias temporadas a Venezuela donde ganó mucho cartel. Cartel que tuvo en España y en México, donde vive desde hace años y goza de la estimación y respeto como profesional de todo aquel que le trata La incursión de un grupo de novilleros que se convertirían en toreros importantes de Colombia fue la camada de novilleros sobre la que se sostuvieron las temporadas que, a partir de 1971, organizó en las plazas de Caracas, Maracay y Barquisimeto, el empresario Gregorio Quijano gerente de la Empresa Taurivenca. Fue Taurivenca una empresa con apoyo de Jerónimo Pimentel en Colombia, gracias a quien logró el concurso de diversas ganaderías neogranadinas que alimentaron aquellas temporadas en Venezuela que formaron camadas de toreros que a la postre sostendrían temporadas con aires de competencia alternando con sus pares venezolanos y mexicanos. El ganado diverso procedente de Colombia sentó las bases para el desarrollo taurino nacional. Sería larga la lista de divisas que ha participado en el desarrollo taurino nacional, como importantes los hierros de nuestras ganaderías como Mondoñedo que nutrió la camada fundacional de Tarapío. González Piedrahita, Ernesto Gutiérrez y de Vistahermosa tuvieron mucho que ver con Los Aránguez y Tierra Blanca. La costeña ganadería de Aguas Vivas, sirvió como experiencia para el reto de la ganadería de tierra caliente en los trópicos caribeños. Rocha, Dosgutiérrez, Fuentelapeña las que en sus días formaron ganaderías como Bella Vista, Tarapío, Rancho Grande, El Prado, La Carbonera … Otras como El Socorro, Villaveces, El Encinillo, Pepe Estela, Ambaló Nicasio Cuéllar, Domiciano Cameno sirvieron de base para los carteles de las importantísimas novilladas cuyos espectáculos forjaron afición en ciudades como Maracay, Valencia, Barquisimeto y la misma Caracas. 369


De aquellos novilleros son muchos de los matadores que como Jorge Herrera y Enrique Calvo “El Cali”, llegaron a reposar la responsabilidad en las primeras exitosas temporadas de Taurivenca. Herrera, ídolo de la afición de Caracas, torero favorito del público capitalino. Enrique Calvo “El Cali”, espada de mucho cartel y mucha calidad; Alberto Ruiz “El Bogotano”, padre de una gran promesa del toreo neogranadino; Fabio Zerrato, toreó mucho por Maracaibo y el occidente; Hernán Quintero “El Solo”; Oscar Silva, ídolo de Maracay y triunfador en el Nuevo Circo; Álvaro Torel, Jairo Antonio Castro, Leónidas Manrique, Arturo Villa “El Villano”, Luis Alerto Meza, Raúl Gómez un torero con proyección para haber sido figura del toreo. Repasando las huellas del camino de la presencia de César Rincón en Venezuela, decíamos que fueron las plazas andinas de San Cristóbal y de Mérida las que le dieron la bienvenida al maestro a tierras venezolanas. Bienvenida sin mucha fortuna allá por 1989 cuando alternó, de acuerdo a los archivos ordenados por Nelson Arreaza “Numerito”, con Curro Zambrano y Tomás Campuzano en Pueblo Nuevo y en Mérida con Christian Montcouquiol “Nimeño II” y Nerio Ramírez “El Tovareño”, con doble ración de La Carbonera. En 1990 no toreó en Venezuela, pero luego de su apoteosis madrileña César Rincón fue requerido por las empresas venezolanas lo mismo que pedían su presencia en los carteles de México, Ecuador y El Perú La presencia del maestro Rincón en plazas venezolanas, insisto que de acuerdo al registro del notario del toreo nacional, Nelson Arreaza, es de 43 corridas de toros y 50 orejas desde su presentación el 28 de enero de 1989, hasta el 26 de enero de 2008. Ambos festejos en San Cristóbal. En su última actuación César Rincón cortó tres orejas a los toros de Juan Bernardo Caicedo. Aquella tarde alternó con Rafael Orellana y Miguel Ángel Perera. Con lo de Madrid sucedió lo que bien señaló Aguado: “Arrinconó al toreo”, aquella temporada invernal de 19911992 el bogotano toreó nueve tardes en plazas venezolanas. Mientras en el 89 su paso por Venezuela fue de puntilla, su presentación en Venezuela ya con la investidura de Sumo Pontífice de la Fiesta fue en Maracay, mano a mano con José Nelo “Morenito de Maracay” y toros de Hugo Domingo Molina. El recibimiento fue de apoteosis: se agotó la boletería y Rincón fue ovacionado hasta por estornudar, toda la tarde, por un público que se le descubría, que deseaba entregársele a como diera lugar. Al cuarto le cortó dos orejas. En Valencia se presentó en el Forum, un gimnasio de baloncesto 370


acondicionado especialmente para que Rincón toreara. Fueron dos tardes, 30 de octubre y primero de noviembre de 1991, mano a mano con “Morenito” el sábado con toros de Los Aránguez (3 orejas), y el domingo con José Antonio Valencia y Ortega Cano toros de La Carbonera (2 orejas). A la Monumental fue en febrero de 1992, oficializando su presentación ante la entendida afición del Cabriales, Rincón hizo el paseíllo en la Corrida de la Policía Técnica, uno de los festejos de mayor jerarquía de la temporada venezolana. En el Nuevo Circo de Caracas César Rincón fue breve: su debut fue el 16 de febrero del 92, mano a mano con “Morenito de Maracay” y con toros pertenecientes a la ganadería de Tierra Blanca. Una gran expectativa que los descastados astados falconianos echaron por la borda. Luego, al año siguiente, en enero de 1993 fue el triunfador en la Corrida de la Prensa lidiándose toros de Hugo Domingo Molina. Con José Nelo Morenito de Maracay y Enrique Ponce. Repitió en 1994 en Caracas la tradicional Corrida de la Prensa con “Morenito de Maracay” y El Cordobés. No sería afortunada su última actuación en la capital venezolana ante toros de El Encinillo con Erick Cortéz y José María Manzanares en aciaga tarde con bronca muy fuerte. La plaza de San Cristóbal fue en Venezuela el gran escenario para sus actuaciones. Aquella plaza cuya arena había cruzado de puntillas, en sus primeros tiempos, fue el escenario de sus mejores actuaciones en Venezuela y fue en Pueblo Nuevo donde Rincón se despidió de la afición de Venezuela en el 2007 con dos presentaciones con toros colombianos de El Capiro el 27 de enero y de Juan Bernardo Caicedo el 26 la tarde del hasta luego con Miguel Ángel Perera y Rafael Orellana como compañeros de cartel en una tarde brillante en la que cortó tres orejas y sufrió una aparatosa voltereta a causa del arrimón que se pegó, como si de su primera tarde se tratara, porque César Rincón siempre fue un torero de absoluta entrega defendiendo su jerarquía de primera figura del toreo.

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C a p í t u l o 18

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Manolo Lozano, Raúl Acha Rovira, El Vito, don Alfonso Ramírez “El Calesero” y el periodista Guillermo Salas en Lima, cuando la afición limeña descubrió el busto de Raúl. La reunión de “amigos de Rovira”, fue convocada y orgaizada por su hijo Emmanuel.

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Rovira, de Buenos Aires a Madrid

Aunque pudo haber sido Madrid porque fue Madrid el escenario de los triunfos históricos de Raúl Acha, Enmanuel, su hijo, escogió Lima, la capital del Perú por su trascendente significado histórico para reunir a los amigos del histórico Rovira. Fue en1995. “El Bola”, gran cantante, al que sus frágiles rodillas le impidieron caminar los senderos del toreo, organizó un homenaje a su padre, al que asistimos en compañía de Juanito Bienvenida, Manolo Lozano, Alfonso Ramírez “El Calesero”, el periodista mexicano Guillermo Salas, el compositor Manuel Alejandro, Gabriel Alonso, El Tano y El Churri, Marcial Ayaipoma y los hermanos Antonio y Alfonso Galán, entre muchos amigos del maestro. Decíamos que el homenaje pudo haber sido en Madrid, porque en Madrid Rovira llegó a torear 18 tardes y corto 12 orejas y cuatro de estas tardes abrió Puerta Grande. Lo que le da derecho a sentir la plaza como propia. El hecho de ser uno de los mitos de la gran plaza hubiera bastado para que el homenaje fuera en Las Ventas. Pero el significado de Lima en la vida Rovira, es mucho más grande porque tiene que ver con las raíces del hombre y del torero. Raúl Acha “Rovira” llegó a Lima muy jovencito, nacía el decenio del cuarenta y llevaba sobre sus hombreras los polvos de los muchos caminos andados. Había nacido el año 20 en Buenos Aires, de padres 375


santanderinos, que fueron artistas del baile, con mucho éxito en Argentina. Durante una estada de la pareja en la Capital Federal, nació Raúl; pero luego los Acha regresaron a España, a Madrid a vivir en el castizo barrio de Carabanchel. En Madrid se prendió de Rovira la afición por los toros. Fue en Carabanchel donde comenzó a caminar los caminos del toreo y llegó a participar en becerradas y novilladas. Estaba encaminado hacia el éxito, cuando en el fatídico año de 1936 estalló la Guerra Española. Rebelde como ninguno, Rovira tomó como suya la causa republicana y participó activamente como correo clandestino del gobierno de Madrid. Fue detenido en medio de la contienda y enviado a un campo de concentración franquista. Finalizada la guerra dirigió el rumbo hacia su natal Buenos Aires, ciudad que en el sedimento de la memoria significaba paz, tranquilidad, representaba la vida con sus retos, sus fracasos y triunfos. Trabajó en muchos oficios, fue conductor de colectivos (autobuses), camarero, contador de algunas empresas. Tuvo relación con el mundo del teatro y por su locuacidad y simpatía fomentó muchos amigos políticos y militares. Rovira nunca dejó de sentirse español y torero. Como en la Argentina no satisfacía su afición se marchó al Perú donde comenzó su carrera como novillero. En Lima, cuando quería ser novillero, conoció a los matadores de toros Alfonso Ramírez “Calesero” y Fermín Rivera, que habían sido contratados por la empresa para torear en Acho. Un día, “Calesero” distinguió entre los bártulos de Raúl una hermosa montera de morilla, que le cambió por otra de menor calidad. Alfonso lo hizo bajo la promesa de ponerlo a torear en San Luis Potosí, la tierra de Fermín Rivera y en Aguascalientes, la cuna y hogar de “El Calesero”. Nunca cumplieron la promesa “El Calesero” y Rivera, aunque con el tiempo fueron fraternales amigos de Rovira. El carácter indomable de Raúl Acha “Rovira” le ganó la animadversión del grupo que en Lima se conoce como “señoritos toreros”, entre ellos influyente aficionado práctico Fernando Graña, líder de la sociedad taurina limeña. Graña no soportó la indiferencia de Raúl y pontificada 376


en sus círculos taurinos que “ese argentino nunca llegará a ser torero”. Rovira se destacó entre los novilleros peruanos de mayor valía, como eran El Nene y Sargento, los hermanos Isidro y José Morales y Filiberto Flores en la temporada que organizó José de Pomar. El diario El Comercio fue bandera de este esfuerzo que llegó a cundir de tal manera que, en 1944, la afición peruana consideraba que Acho le quedaba chica Lima y la campaña de Don Fausto Gastañeta, crítico taurino que firmó sus reseñas y artículos con el seudónimo de “Que se vaya”, fue uno de los más asiduos reclamantes de la construcción de una plaza Monumental. Luego de hacer campaña de novillero en Perú donde se había nacionalizado ciudadano peruano, viajó a Venezuela. En Caracas, Rovira se hizo de grandes amigos, como El Catire Alfonso Álvarez y el periodista Oswaldo Pérez Esteves. Compartió con los toreros nacionales, como Rafael Sulbarán, Pepe Vilma, Serruti, Antonio Parejo, Chico del Matadero, El Negro Julio Mendoza, Cástulo Martín, Pacorro, Cipriano Álvarez y otros que igual actuaban como espadas o banderilleros. Fue el 14 de mayo de 1944 cuando Rovira debutó en el Nuevo Circo, contratado por el español Emilio Cebrián para que lidiara una corrida de toros criollos de Urama. Pepe Vilma y Rafael Sulbarán le acompañaron. Reunido algún dinero tras una temporada en Caracas, Rovira viajó a México. Fue en busca de El Calesero y de Fermín Rivera para que le cumplieran la promesa dada a cambio de una montera de morilla en Lima. En México se hizo matador de toros, tras una campaña de novillero que incluyó éxitos en la capital. Tomó su primera alternativa en Mérida, Yucatán, de manos de Luis Gómez “El Estudiante” con toros de Sinkehuel. Esta corrida de la alternativa la hizo el propio Raúl, porque en México estaba el conocido aficionado peruano Fernando Graña Elizalde, buen aficionado práctico y hombre con mucha influencia en Lima. Graña le prometió a Rovira que si tomaba la alternativa, y ya que era ciudadano peruano, le contrataría para la feria del señor de los Milagros de aquel año. Graña Elizalde era, además, propietario de la ganadería de Huando, y miembro de la Junta Directiva de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima, el grupo que administraba la plaza de toros de Acho. 377


Graña no le contrató, y tampoco le dio razones por qué no lo hizo. Cuando Rovira fue a Lima le reclamó no haber cumplido su palabra de hombre y ello ahondó las diferencias entre Raúl y los grupos taurinos peruanos, los de las clases dominantes, del poder y del dinero, que siempre estuvieron contra de él. No así la base del toreo peruano, que veían a Rovira con respeto y admiración. Luego de su alternativa mexicana, que no valía en España, viajó a Barcelona en junio de 1946. Era un perfecto desconocido. Con mucha habilidad contactó a don Pedro Balañá, que lo anunció para el domingo 24 de junio en la Monumental, junto al mexicano Luís Briones, al navarro Julián Marín y el madrileño Manolo Escudero. El de Embajadores se negaba darle el doctorado “porque el argentino no tiene categoría para torear conmigo”. Raúl se enfrentó al madrileño y al final tuvo el apoyo de don Pedro. Cuando Escudero vio que se le iban los dineros de la corrida y las oportunidades en Barcelona en caso de oponerse a la voluntad del empresario, porque Balañá estaba decidido de incluir a Rovira en el cartel, aceptó ser el padrino del argentino. El triunfo de Raúl en la Monumental de Barcelona fue memorable, como lo había sido dos años antes en esa misma plaza el éxito de Carlos Arruza y lo serían seis años más tarde los triunfos del venezolano César Girón. Rovira cortó cuatro orejas y salió a hombros de los catalanes. Al día siguiente toda Barcelona hablaba del argentino, y Raúl Acha toreó siete tardes consecutivas y se hizo famoso en toda España, la España de Manolete y de Carlos Arruza. Al finalizar la temporada, Rovira había toreado 42 corridas, y eso que empezó cuando la campaña llevaba medio camino andado. El 10 de octubre confirmó la alternativa en Las Ventas con Gitanillo de Triana y Parrita.

Los seis toros de Madrid Un día camino a Alicante, leyó en el tren un reportaje de Capdevila en ABC, en el que se ponderaba el gesto de Luis Miguel Dominguín que se iba a encerrar con seis toros de Villagodio en Las ventas. Capdevila le comentó a Rovira que el hecho tendría mucha repercusión, “porque se hacía abriendo la temporada y porque la largura de Luis Miguel como torero daba por descontado la variedad del espectáculo”. Al llegar a Alicante Rovira llamó a Madrid a su apoderado, para preguntarle si había leído lo del ABC y Luis Miguel. Le propuso hacer lo mismo, es decir, encerrarse con seis toros pero antes. Su apoderado le dijo que no 378


había toros aptos para un gesto como ese en Madrid y que los únicos toros a los que podían recurrir eran los de la corrida del Marqués de Albarda, procedentes del Conde de la Corte. Una corrida que todos los toreros de toda España habían rechazado por corralones, fea de hechuras y pasada de kilos y de años. Aquella tarde toreaba con Luis Miguel en Alicante. Comenzó la guerra en banderillas, cuando le indicó a Pepe Amorós, su banderillero, que pusiera las banderillas, lo hizo fuerte, junto a Luis Miguel: “Vamos, Pepe, enséñale a éste cómo se ponen las banderillas”. Dominguín, aquella tarde, no se atrevió a colocar un solo par. Rovira se arrimó tanto, y armó tal lío que le cortó la pata a uno de sus toros. Es famosa la foto de la pata de Alicante, pues mientras Raúl exhibe el trofeo, Luis Miguel le mira de reojo con marcado coraje en su enrabietada cara. Al terminar la corrida le dijo a su apoderado que le anunciara para matar el jueves lo seis toros de Albayda en Madrid. Rovira triunfó, mató los seis toros de seis estocadas, cortó cuatro orejas y la multitud lo sacó a hombros de la plaza por Alcalá y lo llevó hasta la Calle Princesa, hasta la casa donde vivían los dominguines. Desde aquel día las autoridades madrileñas prohíben sacar a hombros a los toreros más allá de la glorieta al frente de la Monumental de Las Ventas. El éxito de Rovira hizo crecer la curiosidad por saber qué podía hacer Luis Miguel el domingo con seis toros. El madrileño no estuvo bien, apenas cortó una oreja. Rovira fue a la plaza a ver a su rival, pero se salió al tercer toro. La rivalidad con el menor de los Dominguín estaba en ebullición. La venganza de Luis Miguel surgió en la plaza Monumental de Chacra Ríos en lima, al cruzársele a Rovira en un quite. Raúl, enfadado, se fue hacia Luis Miguel y le abofeteó. Más tarde, ese mismo día, Luis Miguel envió a su cuadrilla para que le pegaran a Rovira. Raúl, un día que comíamos en La Rosa de los Vientos, en la Costa Verde, la Playa de Lima, me relataba cuando contrató a Luis Miguel para su reaparición en Acho. “Es un buen gaché –me decía Raúl– lo que sucede es que tiene muchos cojones. Para contratarle más valía deponer posiciones de orgullo que cuestiones de dinero. Tenía las barajas de El Cordobés y Palomo Linares para jugar, pero al que quería era a Luis Miguel. Dominguín vino a Lima con sus hermanos, junto a Domingo y a Pepe. Recuerdo que cuando nos vimos no nos saludamos. Dominguito, que era un genio, terció y haciéndose el pendejo dijo: “¿Por qué no os dais la mano?”. Le di a Luis Miguel más dinero que a nadie; le pagué 20 mil dólares, pero él creía que ganaba igual que Palomo, al que le cancelé 379


15 mil. La venganza estuvo en hacerle creer al público que sustituía a El Cordobés, que no vino a Lima. Para Luis Miguel más valía la categoría que el dinero. Yo lo sabía. Cómo sería de tío Luis Miguel que le tocó un toro manso, ilidiable y sin embargo me defendió la corrida arrimándose como un bárbaro. Ha sido un tío Luis Miguel, no hay duda”. Se hizo figura del toreo, y con el reconocimiento regresó a Lima para enrostrale a Fernando Graña y a los señoritos toreros que estuvieron equivocados al pronosticarle el fracaso. Compitió con Graña como empresario, y le quitó Acho. Antes de que la Beneficencia se decidiera por Rovira, Graña fue a visitarle. No aceptó la copa que le invitó Raúl; y, sin siquiera sentarse le amenazó diciéndole que le encontraría como enemigo a sus aspiraciones. Rovira le respondió “tu sabes que el enemigo soy yo. Si no lo supieras, no hubieras venido. Lo que me da gusto es que sabes que ‘ese argentino’ sí ha podido ser torero y sabes que también será empresario de Lima”. En tiempos de Juan Domingo Perón quiso presentar corridas de toros en Buenos Aires. Compró corridas andaluzas de Felipe Bartolomé, el Conde de la Corte y Juan pedro Domecq. Estaban listas para ser embarcadas en el Puerto de Cádiz. Perón había dicho que sí al proyecto. El general le llamó un día a Rovira y le comunicó que la Sociedad Protectora de Animales se oponía “porque iban a matar a los animalitos”. Las sociedades protectoras de animales siempre han tenido fuerza en los gobiernos fascistas, donde cunde la hipocresía y se maltrata al ser humano y a sus derechos. Rovira, al escuchar lo que decía el general Perón, perdió los estribos, cosa nada rara en él que siempre tuvo un carácter tremendo, y le preguntó “¿Por qué no dicen nada de la gente que ata el gobierno?”. Acabó la luna de miel con el general, vieja amistad que había nacido cuando Perón era coronel y Rovira camarero del café donde Perón y Eva Duarte, actriz de poca monta entonces, se veían a escondidas. Tuvo Raúl que marcharse a Lima.

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Autor: Víctor José López “El Vito” Cédula de Identidad V-1748990 Venezuela Corrector de Estilos Samuel González Pedidos y Distribución: vjlopez7@gmail.com vjlopez7@yahoo.es @vejotaele Teléfonos 584142487170 582127811971 Venta en México: Asociación Nacional de Matadores Atlanta #133 Col. Nápoles Ciudad de México Tel. 12514407 anmtnrs01@prodigi.net.mx

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