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Capítulo 8. César Faraco, el condor de los Andes
from Memoria de Arena
by FCTH
César Faraco, el cóndor de los Andes
Tomo nota para estas líneas, recordando cuando el mozo de estoques del merideño César Faraco iniciaba el ceremonioso rito de vestir a su maestro. El torero se había comprometido encerrarse en solitario con siete toros de Piedras Negras, en el Nuevo Circo de Caracas. Una cita con su propia vida. El Cóndor de los Andes se cortaba la coleta. Era domingo, estábamos en Caracas en la habitación del Hotel Hollyday Inn, en Las Mercedes.
De ejemplo y pundonor fue el traje de vida de este encastado diestro, vestido que siempre llevó con dignidad y sencillez. Faraco guardó dentro de su ser y a través del más duro batallar, aderezado con triunfos y sinsabores, salidas a hombros y cornadas, reconocimientos de grandes gestas y penas de grises tardes.
Aquella tarde caía el telón de la vida profesional de uno de nuestros más calificados coletas, un torero que se abrió camino en tiempos adversos cuando el toreo era utópica ilusión que había que calentar con trasnochados desvelos. El Cóndor de los Andes a partir de esta tarde se posará en el árbol del retiro, habrá terminado su vuelo por los predios tauromáquicos.
San Juan de Lagunillas, población que le viera nacer el 5 de junio de 1933, ha cambiado mucho. Poco a poco se integra a una nación en transformación. No es aquel pueblo en el que Cayetano Faraco, el padre
de César, luchaba por levantar una familia junto a María Elena Alarcón. Los recuerdos de su niñez romperían en su mente cuando sentía que al vestirse le apretaban los machos de la taleguilla. Recordaba el torero que con la muerte de don Cayetano, aquel día del fatal accidente, se estrechó el sendero del futuro de la familia y doña María Elena, junto a sus hijos Cayetano, Arturo, Alicia y Oscar David, echaron a andar sobre las piedras del infortunio.
Había necesidad de preparar a los muchachos, y doña María Elena logró una beca del gobierno para que Cayetano y César estudiaran con los Padres Salesianos en Caracas. Estuvieron cuatro años internos con los religiosos donde aprendieron el oficio de linotipistas. Cayetano se empleó en la Imprenta Standard y César en la Tipografía Caracas. Cumplían el dorado sueño de “quitar a mamá del trabajo”. César tenía 15 años y aún no sabía de qué se trataba la Fiesta de los Toros.
Aquel turbulento año de 1948 llegaban a los puestos de revistas, los quioscos de Caracas, las ediciones semanales de La Lidia y La Fiesta, semanarios taurinos mexicanos. Víctor Querales las compraba religiosamente, y las fotos, los relatos de aquellos toreros mexicanos se convirtieron en fuente de sueños y de aventuras y en el descubrimiento de los héroes del redondel. El gusanillo del toreo oradó de inmediato el corazón de César, y la primera oportunidad que se le presentó no la desperdició. Descubrió en el Nuevo Circo de Caracas a Luis Procuna. Este, “El Berrendito”, como protagonista, de faena a Caraqueño de La Trasquila con trasteo histórico, merecedor de una placa conmemorativa. Allí se hizo ídolo de la afición capitalina. La mezcla de lo impreso en las revistas y lo visto en la arena, fueron la pócima que envenenó al joven merideño. El propio César narró así aquellos acontecimientos:
Estaba en tendido de sol, cuando me quedé deslumbrado al iniciarse el paseíllo. Todo me parecía hermoso, y te confieso que cuando salió al ruedo el primer toro me dio mucho miedo. Creí que acabaría con todos los que estaban en la arena. Aquella tarde se lidiaron tres toros de Guayabita y tres mexicanos de La Trasquila. Cerró plaza Caraqueño, un toro de bandera de La Trasquila, al que Luis Procuna le cuajó un faenón inenarrable. Le concedieron las dos orejas, el rabo y una pata, y no exagero al decirte que todo el público se tiró al ruedo para llevarse a Procuna a hombros hasta el Hotel Majestic. Acompañé a la muchedumbre por las calles, e iba tan emocionado viendo al torero triunfador que no me di cuenta que en el camino había un poste de la
luz, con el que me di tremendo golpe en la cara. Nada me importaba, sólo no perder el cauce del río de gente que acompañaba a Luis Procuna.
La presentación de César Faraco en traje de luces fue en Maracay. Fue su bautismo de sangre, pero también su primer trofeo, una oreja. Triunfo que le reafirmó su cartel por aquellos predios. Faraco se presentó luego 11 domingos seguidos en Arenas de Valencia, alternando con los ases de la novillería nacional. Logró debutar en Caracas y se convirtió en el novillero puntero. Era el ocaso del decenio de los años cuarenta. Los éxitos le entusiasmaron para que viajara a España. Su despedida en Caracas fue un mano a mano en el Nuevo Circo con el colombiano Manolo Zúñiga. Cortó tres orejas y salió a hombros por la Puerta Grande.
Antes de que llegara el frío invierno español, César Faraco tuvo la oportunidad de torear cinco novilladas sin picadores, pero cuando apareció el humo de las chimeneas desapareció la temporada taurina española, y el muchacho sanjuanero deambulaba por las calles de Madrid.
Pedriles, un aventurero que llegó a Venezuela como Mozo de Espadas de Alí Gómez fue apoderado de Faraco en España. El taurino español le administraba el dinero que había reunido con sus ahorros de los sueldos que cobró en la Tipografía Caracas y los que con gran sacrificio guardó su madre, María Elena Alarcón de Faraco. Un día, Pedriles citó a Faraco a un café en la Cervecería La Alemana, de la Plaza Santa Ana. Faraco, lleno de ilusión porque se imaginaba en la estación del tren para viajar a Salamanca y comenzar a prepararse en tentaderos de los muchos amigos ganaderos que Pedriles le había dicho tenía. Con un café por delante, sólo en una mesa, Faraco recibió a su apoderado.
–No tengo tiempo que perder César –le dijo a boca de jarro–, vengo a decirte que nos hemos quedado sin un duro y que ya no tengo ni para pagar el café que tienes por delante. Así que hasta luego.
Me contó César, muchos años después de esta terrible reunión, que se sentía en el aire. Había perdido las piernas y la cabeza. Vivía el fin
de sus ilusiones. Un café con leche que no podía pagar, era todo lo que César Faraco tenía en la vida y lo tenía frente a él en una mesa. Su apoderado le había informado que estaba en la ruina, porque le había gastado todos los ahorros, alcanzados con mucho sacrificio, para su formación en España.
Milagrosamente, minutos más tarde del estruendo emocional, se presentó Luis Sánchez, “Diamante Negro”. El torero de Ocumare le pidió calma al andino, que se había sumido en sepulcral silencio ante la debacle de todos sus sueños.
Faraco se mantuvo horas frente a la taza de café. No tenía una sola peseta para pagar el mínimo consumo. “Diamante Negro” iba acompañado de don Manuel Mejías “Bienvenida”, el famoso “Papa Negro”. El mítico fundador de la dinastía, en la que destacaban los hermanos Manolo, Pepe, Ángel Luis, Antonio y Juanito Bienvenida. El caraqueño Antonio había sido el padrino de la confirmación de la alternativa de Luis Sánchez Olivares en Las Ventas.
Faraco, desde ese día vivió en casa de los Bienvenida en el Número 3 de la calle General Mola. Le bastó a don Manuel la recomendación del Diamante Negro para hacerse cargo del torero estafado por el truhán. Lo llevó al campo de inmediato, en compañía de su hijo Juanito y de las figuras del momento, como lo eran Julio Aparicio y Manolo González. El primer día hubo un intento de burla por parte de los toreros, con sólo el propósito de descalificar al venezolano y burlarse del descubrimiento del Papa Negro. Más no contaban Aparicio y Manolito González con la valentía de Bienvenida, que al descubrir la patraña les encaró, en el propio tentadero, denunciando su cobardía.
Al día siguiente, Manuel Mejía fue a las oficinas de Fernando Jardón, empresario de Las Ventas. Le exigió una novillada para el venezolano. Exigencia que hizo con el peso que tenía en Madrid la Casa Bienvenida.
El 4 de abril de 1955 hizo César su debut en Madrid. Novillos de Francisco Jiménez, con Manuel del Pozo “Rayito” y Juanito Bienvenida. Pocos creían en Faraco. Muchos taurinos fueron a disfrutar del fracaso del venezolano, que sería el fracaso de Bienvenida y motivo de burla al “Papa Negro”. El torero del San Juan lagunillero tuvo una actuación redonda, triunfó, le cortó una oreja a cada uno de sus novillos y abrió de par en par la Puerta Grande de la Monumental de Las Ventas. Recuerdan los testigos
que cuando César Faraco salía a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas, camino de Manuel Becerra, Don Manuel corría a la par de la multitud restregándole su éxito a los sabihondos del toreo que pronosticaban el fracaso del torero venezolano. Había volado “El cóndor de los Andes”, como le bautizó don Ricardo García “K-Hito”, cronista y letrado.
César Faraco fue un torero muy castigado por los toros. Sus cornadas de 1956 en Sevilla y la de Caracas en 1958 fueron terribles. Sus triunfos más resonantes tuvieron por escenarios las plazas de Las Ventas, Monumental de México y Nuevo Circo; pero el éxito y el sentimiento llegaron en la plaza de Orizaba, México, cuando el maestro de la banda le ordenó a sus músicos interpretar el Himno de México –“Mexicanos al grito de guerra”– mientras en venezolano toreaba con la muleta. A Faraco México le acogió como un torero mexicano.
La tarde del jueves 8 de diciembre recibimos una llamada del doctor Jackson Ochoa Nieto, portador de algo que esperábamos, la muerte del maestro César Faraco. Una noticia que por esperada, no dejó de sorprendernos ingratamente. Había alzado el vuelo a la eternidad.
El maestro vivía en San Cristóbal donde ejercía el cargo de Director de la Escuela Taurina en la Monumental de Pueblo Nuevo. Sus amigos Manolo Ordóñez y Pablo Duque le encontraron en su lecho, cuando fueron a buscarle a su casa al notar su ausencia de la diaria tertulia que compartían. Dolorosa pérdida para la fiesta de los toros, para la grata amistad compartida con quien nos enriqueció con exquisito trato. Se fue un personaje del toreo nacional.
Los taurinos venezolanos recordaremos siempre la tarde del 4 de abril de 1954, cuando como novillero hizo su presentación en Madrid con novillos del ganadero Francisco Jiménez, cortándole una oreja a cada uno de sus astados. Fulgurante triunfo. Don Manuel Mejías lo anunció para que tomara la alternativa en la feria de San Isidro de 1955. Recibió la borla de matador de toros de manos de su hijo el caraqueño Antonio Bienvenida, en presencia del sevillano Manolo Vásquez con toros de Carlos Núñez. La historia lo reseña como el primer torero americano en tomar la alternativa en Las Ventas y el primer venezolano en abrir la Puerta Grande de la Monumental Plaza de Toros, como novillero.
Aquel día del debut madrileño, hasta más allá de la Puerta Grande y de la Calle de Alcalá, llevaron a hombros al torero sudamericano con el que don Manuel Mejías Rapela, “Bienvenida” se había atrevido a apostarlo 207
todo. Era el mismo Faraco, aquel sólo y desamparado en una cafetería, estafado por el truhán que le apoderaba, y que le había robado hasta la última peseta de los ahorros.
En aquel desagradable momento destaca la bondad de Luis Sánchez Olivares “Diamante Negro”, figura de la fiesta en España, quien logró que los miembros de la familia Bienvenida se encargaran del torero esquilmado. “Diamante Negro” ya gozaba de mucho y muy bien ganado cartel, y era persona influyente en los círculos taurinos. Faraco inició su andar en la fiesta de los toros lidiando reses criollas por esas plazas escondidas en la serranía de la cordillera, hasta que en 1951 logró verle la cara a ganado de casta. Novillada de Guayabita en Caracas actuando con Pedro Pérez, Hilario López, Eduardo Melgar, Gabriel Rodríguez y Eustoquio Sánchez. Su éxito le colocó en otro cartel, también con Guayabita, en el que figuraron Hilario López, Paquito Arias, Pedro Pérez, Leo González y Carlos Díaz “El Chino”. La presentación como matador de toros en Venezuela fue en el Nuevo Circo de Caracas con una corrida de Palomeque, mexicana, con Julio Aparicio y Manolo Vázquez en 1956. Repitió con toros de Guayabita el 9 de diciembre junto a Antonio Bienvenida, Luis Sánchez “Diamante Negro” y Manolo Vázquez, cuando conquistó su primera oreja en su tierra nacional, luego del doctorado madrileño. Vinieron muchos éxitos, pero de inolvidable aquella gran tarde del “Cóndor de los Andes” el 13 de diciembre de 1964 cuando lidió toros de “Pastejé” con Pedro Martínez “Pedrés” y Manuel Benítez “El Cordobés”. Faraco se alzó con un gran triunfo al cortar tres orejas.
Se cortó la coleta en 1978 lidiando en solitario en el Nuevo Circo de Caracas una corrida con cinco toros de Piedras Negras y un toro de Manuel de Haro. Tarde de mucha torería, pues la prensa con cariño y admiración promovió aquel festejo de gran expectativa, en el que un gran torero se despidió ante el gran público capitalino.
C a p í t u l o 9
Los hermanos Pepe, Luis Miguel y Domingo González Lucas, los Dominguín, protagonistas de este capítulo de Memoria de Arena.