César Faraco, el cóndor de los Andes
Tomo nota para estas líneas, recordando cuando el mozo de estoques del merideño César Faraco iniciaba el ceremonioso rito de vestir a su maestro. El torero se había comprometido encerrarse en solitario con siete toros de Piedras Negras, en el Nuevo Circo de Caracas. Una cita con su propia vida. El Cóndor de los Andes se cortaba la coleta. Era domingo, estábamos en Caracas en la habitación del Hotel Hollyday Inn, en Las Mercedes. De ejemplo y pundonor fue el traje de vida de este encastado diestro, vestido que siempre llevó con dignidad y sencillez. Faraco guardó dentro de su ser y a través del más duro batallar, aderezado con triunfos y sinsabores, salidas a hombros y cornadas, reconocimientos de grandes gestas y penas de grises tardes. Aquella tarde caía el telón de la vida profesional de uno de nuestros más calificados coletas, un torero que se abrió camino en tiempos adversos cuando el toreo era utópica ilusión que había que calentar con trasnochados desvelos. El Cóndor de los Andes a partir de esta tarde se posará en el árbol del retiro, habrá terminado su vuelo por los predios tauromáquicos. San Juan de Lagunillas, población que le viera nacer el 5 de junio de 1933, ha cambiado mucho. Poco a poco se integra a una nación en transformación. No es aquel pueblo en el que Cayetano Faraco, el padre 203