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Capítulo 2. El Meridiano sin paralelo

Miguel Mateo, al que lamentablemente los venezolanos no pudimos ver en su intensidad como torero, fue un superdotado. Antes de Manuel Benítez, precursor del tremendismo. Sus piernas valían oro de ley. Cuando entrenaba lo hacía corriendo de espaldas, distancias larguísimas. Un portento como banderillero, creador de suertes. Inspirado, en situaciones difíciles le daba gran variedad a la lidia. Su facha exótica le lucía, cuando a otros los minimizaba con su poderío. Casi siempre vestía paños de alpaca negra, o azul marino, y cuentan se los hacía a la medida en La Vía del Corso en Roma. Costosas camisas de seda cruda, desabrochadas en el pecho, que tiraba a la basura cuando ya arruinadas por lo percudido no le valían. Calzaba zapatos de tenis sin calcetines. El pelo zaino y revuelto excesivamente untado por el uso de pesados aceites. Fumador empedernido y jugador compulsivo. Le conocí un día en Algeciras cuando en compañía de Antonio José Galán viajábamos de Málaga a Sevilla y nos detuvimos en Algeciras. Era una tarde en que las cuerdas de Galán y de Miguelín se enfrentarían en el reñidero. Gallos criados por el padre de Antonio José, contra la cuerda de Miguelín. Galleros, Galán padre y Miguelín, de fama internacional.

El padre de Galán, natural de Bujalance, Córdoba, exportó gallos de España a Venezuela, que llegaron a ser famosos en las galleras de Caracas y de Oriente. Eran aquellos pollos españoles de mucho temperamento y seguridad en certeros ataques.

Antonio Ordóñez era uno de los nombres base para las corridas valencianas, pero el rondeño se cayó de los carteles donde le anunciaron para la venta del abono junto a Manolo Martínez, Ángel Teruel, Curro Vázquez, Efraín Girón y Joselito Torres quien ha sido un torero importante en la fiesta de los toros en Venezuela. Joselito Torres, su figura breve y graciosa de niño precoz, descubierta en un festival taurino que organizó en Caracas el poeta y editor Miguel Otero Silva en homenaje al semanario humorístico El Morrocoy Azul, periódico que creó y dirigió reuniendo como colaboradores a varios intelectuales que hicieron oposición política con ácido sentido del humor. El festejo se organizó en 1948, en plena efervescencia taurina. La afición estaba muy animada con los éxitos de Luis Sánchez Olivares “El Diamante Negro”, en plazas españolas. Joselito fue de los pocos toreros venezolanos de aquella época que no se formó en la escuela de los toros criollos. Su apoderado Emilio Cebrián le cuidó mucho, tanto que apenas Joselito Torres destacó en Caracas con novillos de Guayabita –la única ganadería brava que teníamos en Venezuela– le llevó a Colombia

donde participó en tentaderos de la Sabana de Bogotá, en las fincas de Mondoñedo y de Clara Sierra. Hecho insólito este para un torero venezolano de la época, un lujo que no conocieron El Diamante Negro y César Girón, entre la pléyade de aspirantes que llenaba los carteles de la temporada de novilladas venezolana por los encumbrados pueblos de la sierra andina lidiando mestizos criollos e imposibles cebúes.

Muy niño, Joselito Torres viajó a Lima y en Acho tuvo grandes éxitos. Triunfos que avalaron su reaparición en Caracas. Fue enconado rival de César Girón en sus inicios, y llegó a superarlo en algunas tardes de la competencia más preñada de pasiones que haya conocido la afición capitalina entre dos novilleros. Luego, Joselito Torres tomó el rumbo de los caminos toreros de España en 1951, donde realizó una brillante campaña como novillero. Sus éxitos lo llevaron a la Feria del Pilar en Zaragoza para una alternativa con cartel de lujo: Rafael Ortega, Antonio Ordóñez y Juanito Posada, con toros de Concha y Sierra. Bigote, el del abrazo protocolar. Cagancho le confirmó el doctorado en Las Ventas con toros de Sánchez Fabrés.

De haber vivido Venezuela el auge taurino de plazas que se vivía aquel año de 1969, seguramente la carrera de Joselito Torres hubiese sido más destacada de lo que en realidad fue. Hombre de carácter y con un claro sentido de la responsabilidad en la profesión y vocación. Fue torero de valor auténtico. Tuvo gracia en su expresión técnica. Breve de tamaño y bravo en su entrega. Torero de mucha alegría, ejecutor de suertes a pies juntos y de graciosos recortes llegaba con prontitud a los tendidos. Mereció el respeto de todos los que le conocieron dentro y fuera de los escenarios taurinos.

Fue desafortunada la actuación de Joselito Torres en Valencia. Le acompañaron en el cartel el madrileño Ángel Teruel y José Fuentes, aquel fino diestro de Linares que apoderaba el mítico Rafael Sánchez “El Pipo”. El mismo personaje que descubrió a Manuel Benítez “El Cordobés”. En Valencia, aquella aciaga tarde se lidiaron toros de Torrecillas y al torero de Charallave le correspondió un toro negro, bragado, cornipaso y de mucho trapío que llevó el nombre de “Billar”. Joselito Torres vistió de hueso y azabache y se notaba en él una gran disposición para el triunfo. Con el capote había arrancado fuertes ovaciones, se entregó sin reparar en el fuerte viento que azotaba la arena. En un natural, cuando ya había sometido al toro zacatecano en el momento en que las zapatillas se funden con la arena para erigir sobre el sentimiento y la inspiración el pase fundamental del toreo,

el viento le descubrió el muslo para terminar con sus ilusiones, hacer inútil su entrega, y desbaratar los sueños de un torero que necesitaba de aquella tarde para continuar su vida profesional con dignidad. El pitón del toro le prendió por la pierna derecha, provocándole una cornada seria y profunda; pero lo grave no fue la cornada, sino la fractura del fémur izquierdo. Tan seria que le retiró del toreo.

Estuvo a unos pasos del triunfo. Más tarde actuaría en una que otra corrida y algunos festivales. Tuve el agrado de compartir cartel como aficionado con Joselito Torres en un festival en el Nuevo Circo, y juntos toreamos muchas veces en los tentaderos de la ganadería de Santa Marta, propiedad del distinguido aficionado práctico doctor Daniel Espinoza.

Antonio Ordóñez era el imán para la taquilla valenciana. Aquellos días le veía como le vio siempre el mundo del toreo. Con admiración y respeto, fue el de Ronda un torero para toreros. No imaginábamos aquellos días cuando nos iniciábamos en el periodismo que todos aquellos consagrados, admirados, llegarían a la distancia de la entrevista. Así fue con “el maestro”, como todos distinguíamos a Ordóñez aquellos días, y no como ahora que cualquier pintor de brocha es calificado de “maestro”. Me refiero a la conversación que tuvimos una noche luego de una corrida que organizó en la Maestranza, entre cumbres serranas y defendida por picachos y enormes barrancos en Ronda, la ciudad que hace miles de años inventaron los celtas entre riscos para evitar la agresividad de los íberos. Más tarde los griegos la destruyeron, pero los romanos la reconstruyeron y los árabes le dieron calor de permanencia. Ronda fue, con Granada, postrer reducto de la dominación árabe, querencia donde los sarracenos se apencaron en territorio europeo, hasta que Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, le pusieron el sello lacrado al documento de La Reconquista e iniciaron la universalización de los reinos de Aragón y de Castilla, para llevar La Cruz, el Evangelio y la lengua castellana a todos los confines del mundo. Romana y andaluza llamó a la monumental Ronda el granadino García Lorca, cuando narra en las páginas de Marianita Pineda la tarde de toros de Cayetano en la vieja plaza de Ronda. Fue en esa Ronda donde surgió

un novillero fenomenal al que anunciaban los carteles como “Niño de la Palma”, y con esa certeza que tenía Gregorio Corrochano para los titulares de sus crónicas anunció su próxima presentación en Madrid con aquel famoso encabezado “Es de Ronda y se llama Cayetano”... Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma” fue un gran torero, de éxito tan fugaz y efímero como era la dimensión de su ambición, que vivió días de gran confusión y total abandono en Caracas, cuando diluida su fama y prestigio se vio embutido en trajes viejos. Este Cayetano de Ronda permanecerá en la leyenda por el titular de Corrochano y por ser el padre de Antonio Ordóñez, uno de los dioses del Olimpo taurino. “La Palma”, que así se llama un mesón en Ronda, que adorna su pared principal con tres fotos de estos toreros...

Pedro Romero, miembro de la primera gran dinastía y fundador de la Escuela de Ronda, que con el tiempo rivalizaría en romance con la sevillana. Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma”, precoz figura y cabeza en la más moderna dinastía de toreros de Ronda... Y Antonio Ordóñez, maestro del torero. Los tres rondeños más famosos de la historia.

Con Antonio Ordóñez conversamos una noche, en “La Palma” de Ronda, habiendo concluido la breve temporada de corridas que organizó el maestro para conmemorar el bicentenario de la fundación de la plaza, la Maestranza de Ronda. Conversación que transcribo a manera de entrevista y que surgió en presencia de los matadores Pepe Dominguín, Victoriano Valencia, Curro Vásquez y Julio Robles activos éstos dos últimos, con quienes aquel día por la tarde había lidiado una corrida de Joaquín Buendía en el secular albero rondeño.

–El que hayan tenido movilidad estos toros con esos pesos es la respuesta de la raza que llevan dentro y que es capaz de moverlos con nobleza... otra ganadería hubiera rodado por el suelo. Como ganadero estaría tomándome un whisky, para celebrarlo, porque el tercer toro de la tarde fue un toro de vacas.

Se refería Antonio Ordóñez a un magnífico ejemplar de Buendía, negro y bragado, que había sido lidiado en tercer lugar aquella última corrida

de la Feria Bicentenaria. Esa referencia, fue el inicio de una tertulia que anduvo en la búsqueda de los problemas que confronta el espectáculo de torero, y fue por ello que, a renglón seguido, el rondeño se expresó de la siguiente manera:

–El toro que se lidia hoy en España es el toro más difícil que ha salido en la historia. Es más grande, contra estilo para el toreo estético, que tiene muy poca movilidad, muy poco temperamento y que provoca escasa emotividad... por ello sostengo que hay entre los toreros de ahora unos diez que hubieran arrasado, en plan de grandes figuras del toreo, en mi época. Y es fácil deducirlo, porque son toreros que con una pizca de movilidad que tenga el toro lucen una barbaridad. Es tan difícil el momento por el cual atraviesa la ganadería de lidia que recomendaría por absurdo que parezca, reunir todas las razas y encastes y hacer un revoltillo de ellas para empezar desde el principio y dejarnos de tantas tonterías de ramas muy cercanas, lo que ha provocado que el toro de hoy a pesar de su gran tamaño sea un enemigo blando, en apariencia de gran nobleza, que constamente esté matando toreros, hiriendo toreros, sin lograr que los públicos se estremezclen por el sangriento sacrificio que tenemos como resultado.

Insisto en que hoy hay grandes toreros, tan buenos o mejores que las figura de mi época, pero que por culpa de la poca movilidad del toro actual no lucen, ni logran emocionar como pudieron hacerlo antes.

Señala Ordóñez que la razón por la cual el toreo esté aparentemente manipulado por intereses ajenos al espectáculo es culpa de los propios toreros y de los taurinos que viven en torno a la fiesta. “Te habrás fijado en los detalles del espectáculo que dimos esta tarde en Ronda... las mulillas me constaron veinte mil duros y las traje de Sevilla”.

Por cierto que llevaban los colores blanco y rojo, de Atlético de Bilbao, el equipo de cual el maestro es hincha. Otro, más observador, dijo que se trataba de la bandera de Alianza Popular.

“La plaza no tiene desperdicios, está totalmente encalada, los herrajes, la arena, los corrales, todo en ella brilla como si estuviéramos inaugurándola hoy, y tiene doscientos años. Pero es que hay que darle

brillo a las cosas sencillas de la fiesta para que ella tenga grandeza... te fijaste en la corrida de toros. Una corrida con toros para Madrid en una plaza de tercera, y se veía muy natural. Te digo que los toreros son los principales enemigos de su profesión, porque ellos han perdido la majeza que lleva el alma del torero. No exigen los dineros y no gastan los dineros y así se va perdiendo ese halo de grandeza que siempre tuvo el matador de toros hasta convertirse en un funcionario más... un asalariado que en las tertulias sólo sabe hablar de tractores y ahorros, cuando debería hablar de toros, de ganaderías, de fincas ganaderas, de las cosas de su profesión...”.

Está en España de moda la pareja que integran Martín Recio y Monteliú, peón de brega y banderillero estrella en la cuadrilla de “Antoñete”. Alguien comentó que había saludado desde el tercio, desmonterándose, casi las mismas veces en que habían actuado. Ordóñez, pensativo y sin dirigirse a nadie en especial, dice sentenciosamente:

“Los mejores banderilleros han pasado por el toreo sin que los públicos se dieran cuenta que existían. El mejor banderillero que vi fue Ferrer, “Sentencias”, y fue torero que jamás agradeció una ovación, eso de correr los toros a una mano, abrirlo y corretearlos por la arena para que luego el matador tenga que pasárselos por el fajín, no es bueno. Era bueno para los antiguos, como ese –hace referencia al cuadro de Pedro Romero–, pero no ahora que el toreo reclama estética, belleza, ceñirse en los terrenos para torear con majeza”.

Mientras hacen un alto en la tertulia, le preguntamos al matador cuál fue el mejor toro que lidió en Venezuela y nos responde: “El que no toree”. De inmediato recuerda a “Cascabel” de San Mateo con el que se consagró en la ciudad de México.

“Creo que el Reglamento Taurino actual abunda en artículos, y el proyecto del nuevo reglamento también abusa de ordenanzas. En primer lugar, tiene un gran defecto, y es que sobre el mismo no han opinado los matadores de toros en activo. Me llamaron a mí para que opinara, pero no estoy en activo. Hay que llamar a Manzanares, a El Capea, a Curro Vásquez, a Robles para que opinen... sin embargo creo que todavía abundarán artículos al respecto, porque considero que sólo

deberían escribirse cuatro cosas que son las que no deben hacerse y basta”.

“Fíjate en ese –vuelve a señalar la pintura de Pedro Romero–, ese hizo escuela y fundó una dinastía. Como él, los antiguos toreaban sin reglamento ni complicaciones y sentaron las bases del toreo de una manera rotunda, tan eficaz que hemos sido incapaces de remover a pesar de las vueltas que le hemos dado. La fiesta de los toros, como espectáculo, ha evolucionado poco en lo que respecta al encaje de ella dentro de la sociedad moderna. La promoción, la utilización de los medios, la difusión de la cosas de los toros se han quedado rezagadas si las comparamos con el deporte, las artes, u otros espectáculos que interesan a la sociedad moderna... es por eso que decimos, y con razón, que es un milagro su existencia”.

Antonio Ordóñez insiste en dos puntos que considera fundamentales para mantener la fiesta de los toros en rango e importancia: son los toreros los primeros que deben darle jerarquía a su profesión. Esta es una profesión de grandezas y si ellos viven para recaudar migajas estarán de la mano de las miserias... y el otro punto es el recobrar la movilidad del toro, buscarla entre las razas existentes. Debemos darnos cuenta de que la emoción no radica en los volúmenes de los toros, en las carnes, sino en la fiereza de las reses. Un toro debe ser considerado como un atleta, ágil y musculoso, bravo y emotivo, no un elefante con grandes cuernos que haga el papel de estatua. Antonio Ordóñez en Ronda habla de la fiesta... vida para la fiesta y se propone, desde la secular ciudad lanzar a los cuatros vientos de la geografía del toreo sus mensajes, porque está convencido de que con ellos salvará la profesión, el espectáculo que ha sido algo más importante que su propia vida.

Cada jueves por la noche se celebraba en el Nuevo Circo una novillada de la temporada de los Jueves Taurinos. Víctor Lucena, conocido como “El Brujo”, fue el empresario de estos espectáculos. El apodo le venía porque cada vez que organizaba un espectáculo enterraba en la arena

de la plaza cucharillas y tenedores “para que no lloviera”. Siempre le faltaba al Brujo Lucena un real para completar el bolívar y sus novilladas o corridas eran actos heroicos de organización. Eran castillos de naipes construidos con la consistencia de los sueños e ilusiones.

Los Jueves Taurinos en el Nuevo Circo de Caracas se organizaban con toros cebúes, aunque se anunciaban como toros criollos. Hay profundas diferencias entre un criollo, o cunero como le llaman en otros países, que un cebú. Las razas cebuinas desplazaron a los rebaños de los toros criollos del territorio nacional, como era de esperarse. Fueron razones económicas, y al desaparecer el criollo se perjudicó la formación de los toreros venezolanos ya que no teníamos ganaderías de casta, a excepción de Guayabita, descuidada y abandonada desde que cayó en manos de los acreedores de la familia Gómez, descendientes del general Juan Vicente Gómez, a la muerte de éste. Los cebúes eran toros que iban a los mataderos de Caracas, Turmero y de Maracay y que los probaban los organizadores en ese mismo lugar. Pedrucho de Caracas se encargaba de la prueba que consistía en llamar la atención del novillo en un corral con un capote y lancearlo a una mano dos o tres veces y así se intuía si el novillo serviría o no para el espectáculo. La gran mayoría de estas reses no eran aptas para la lidia y el espectáculo era aberrante.

Lucena contrataba para estas novilladas a muchachos que soñaban con ser toreros, sin la experiencia de los tentaderos y las escuelas en la plaza hacían de la ilusión una pesadilla.

Estos toros no embisten, aunque tienen una figura grotesca, su morfología de grandes orejas, gibas impresionantes y patas grandísimas daban la impresión de mojiganga. Un remedo del toreo. Más bien se destoreaba y los muchachos en vez de aprender la técnica del toreo lo que desarrollan eran malos hábitos, de los que más tarde en el camino de la profesión será muy difícil desprenderse.

Una de aquellas noches de los Jueves Taurinos, la afición de Caracas descubrió a Celestino Correa, torero que dará de qué hablar más adelante en los recuerdos de esta memoria de arena.

Pepe Escudero asistía con cierta regularidad al Mesón del Toro, una tasca que un mañico, Manolo Sierra, que había sido banderillero en su Zaragoza natal regentaba en Sabana Grande. En aquella época, Pepe Escudero se dedicaba a la publicidad y gozaba de afecto entre los

amigos y buenas relaciones. Pepe Escudero, animado con el ambiente que se respiraba en El Mesón del Toro, donde a diario iban las figuras del toreo se asoció con Juanito Campuzano, Manuel Vílchez “Parrita” y Pedrucho de Canarias en un proyecto empresarial para organizar novilladas en el Nuevo Circo.

Fueron unas novilladas bien promocionadas que entusiasmaron a la afición. Tuvieron sentido taurino y presentaron valores nacionales que interesaron al público. Además de Manolito Rodríguez Sánchez que fue el puntal de la torería criolla para aquella temporada. Caracas descubrió a Carlos Rodríguez “El Mito”, un muchacho de Maracay formado en la escuela del matadero, el aula de generosas enseñanzas para los llamados toreros de la Cantera.

Luis Arcángel también actuó en aquellas novilladas, luego de haber participado en la temporada española, a la que había ido de la mano de Rafael Sánchez “El Pipo” junto a Antonio Arteaga “Arteaguita”, un muchacho de Maracay con clase e intuición pero de escasa ambición que se quedó a menos de la mitad del camino que el destino le deparaba.

Luis Arcángel, nativo de La Victoria, tuvo prestancia y buen gusto como torero. Se inició con su hermano Miguel en la placita de La Macarena de Los Teques, que se había construido al lado de la carretera Panamericana y que sirvió, por muchos años, para organizar festivales de estudiantes universitarios y peñas taurinas, las que para esa época tenían gran actividad. Miguel, con los años, se haría periodista mientras que Luis, hombre educado, de finos modales, se dedicó a la compra y venta de automóviles luego de alcanzar la jerarquía de matador de toros.

Manolito Rodríguez, valiente y con una afición muy grande, se había iniciado como becerrista, lidiando cebúes en Tinaquillo y otras placitas vecinas a Valencia. Siempre atizado por su padre, Ángel Rodríguez Manau. En Caracas, cuando Manolito Rodríguez era un becerrista que iniciaba un camino incierto pero ilusionado, formó atractiva pareja con Gonzalo de Gregorio, un becerrista de clase e intuición a quien, tal vez, la excesiva facilidad le mermó ambición. El padre de Manolito, un aficionado catalán, en sus bares y tascas valencianos, hizo mucho por la afición carabobeña reuniendo peñas y tertulias. Ángel Rodríguez hizo de su tasca en Valencia, La Españolita, un pequeño museo que por años instruyó la imaginación de los aficionados carabobeños. Manolo Rodríguez es hoy día un destacado médico

cirujano que participa en festivales, tertulias y reuniones con aficionados entre los que goza de sincero respeto, simpatía y aprecio.

La temporada de novilladas organizada por la empresa “Los tres caballeros” tuvo la breve vida de la escasa existencia de ganado bravo en el campo venezolano la cual se limitaba a lo que pudiera haber en Guayabita. Al no contar con ganado bravo enviaron a Pedrucho de Canarias a Bogotá para que comprara una novillada. Pedruchito, de buena fe, confió en Fermín Sanz de Santamaría, propietario de las ganaderías de Mondoñedo y de Laguna Blanca, dos ganaderías que tienen sus dehesas en Mosquera, en la Sabana de Bogotá. Fermín, amabilísimo, muy educado, de un trato grato y que cuida rodearse de un interesante entorno, deslumbró con su clase y afectuoso trato a Pedruchito de Canarias quien, pleno de confianza, ni se molestó en ir al campo a ver la calidad, tamaño y trapío de las reses que compraba.

La sorpresa fue grande al desencajonar las reses en los corrales del Nuevo Circo. Lo que llegó de Bogotá fueron unos diminutos becerros, rechazados de inmediato por Alfonso Álvarez, rectísimo y muy estricto Presidente de la Comisión Taurina de Caracas. Las pérdidas fueron cuantiosas, al suspenderse el festejo, y con ellas llegó la quiebra de la naciente organización que prometía un horizonte muy interesante para la torería y para la afición de la capital.

El Mesón del Toro se convirtió en el centro taurino más importante de la ciudad. Manolo Sierra introdujo en la carta del restaurante un exquisito Cocido Madrileño, del que era un fanático César Girón. Con cierta regularidad me reunía con César, casi todos los lunes, ya que era el día que el gran torero venía a Caracas para atender sus asuntos privados. Solía llegar a la casa de su primo César Perdomo Girón, en Maripérez. Curro aún no se establecía en Venezuela, y cuando venía a Caracas iba mucho a casa de Manolo Sierra, con Efraín, su hermano, y su gran amigo Oscar Aguerrevere, “Pajarito”, que para la época ocupaba un importante cargo en la aerolínea Viasa.

Sergio Flores acompañaba a César o a Curro junto a Carlos Saldaña que tenía intenciones de reaparecer como matador de toros por aquellos días.

Sin embargo, la médula de la tertulia eran Juanito Campuzano y Manuel Vílchez “Parrita”, quienes en cierto sentido fueron los fundadores de la tertulia Los Amigos del Toro, que se instituiría en el mesón de Pedrito Campuzano en la Esquina de Candilito en La Candelaria. Pedro era hermano de Juanito, que se ocupaba de las cosas de muchos toreros como mozo de espadas o representante de apoderados y toreros.

Por aquellas fechas, en Maracaibo los hermanos Lozano, José Luis y Eduardo, organizaron la Feria de la Chinita. Maracaibo se convertía en la prolongación del conflicto inter empresas taurinas, que España conoció como “la guerrilla taurina” y que tenía como capitanes generales a Manuel Benítez “El Cordobés” y a Sebastián Palomo Linares. Las batallas se dirimieron en “La Guerrillera” la plaza de toros portátil que manejaban los Lozano y que tuvo como único propósito invadir con sus toreros la geografía hispana, en especial aquellos sitios en los que el poder de los grandes empresarios les tenía vetados. Muchos matadores de toros se plegaron a esta “guerrilla taurina”, casi en calidad de mercenarios, porque para la época, a pesar de sus cualidades profesionales, se encontraban postergados por los intereses de las grandes empresas: César Girón, Gregorio Sánchez, Alfredo Leal, Gabriel de la Casa, y Juan José García Corral militaron en las filas guerrilleras como húsares. La función de estos toreros que habían escrito historia, que por edad estaban a caballo entre el retiro y el respiro, era la de figurar por delante en los carteles con El Cordobés y Palomo Linares, y dejar que los guerrilleros escogieran en los sorteos los toros que más les agradaran. Más tarde, en el tiempo, el propio Luis Miguel Dominguín, leyenda viviente de la fiesta, cayó en la provocación mercantil de la guerrilla. La Casa Lozano, Eduardo, Pablo y José Luis se convertirían en la gran sociedad empresarial de la fiesta de los toros. Ejemplo en el mundo pues llegó a manejar con inusitado éxito la plaza de Las Ventas de Madrid, entre muchas. La profesionalización de la fiesta impresa por estos señores castellanos, de Alameda de la Sagra, profesionales que me atrevo calificar de “sabios taurinos” porque sus éxitos se han prolongado en el tiempo mucho más allá de los ruedos, de las plazas importantes porque han izado banderas de éxito en el campo bravo con las ganaderías de la “Casa Lozano”, vocablo con el que se suele distinguir la trilogía de capitanes Lozano. Ganaderías como la de Alcurrucén, Lozano

Hermanos, Hermanos Lozano que se ha convertido en un hierros emblema de bravura del toro castellano, por su trapío y la nobleza de sus toros con triunfos estruendosos en Madrid, Sevilla y Bilbao.

Maracaibo anunció para su Feria de La Chinita a Juan José. Un torero que prometía mucho, hasta que en una carretera española un accidente automovilístico le destrozó el rostro en el impacto contra el parabrisas. El accidente le causó una lesión en un ojo, provocándole un impedimento visual de por vida. Juan José, que se encontraba en Lima, plaza que administraba Manolo Chopera, estuvo anunciado en Maracaibo hasta última hora. Fue sustituido en el cartel por César Girón. La verdad es que iba tan mal la venta de las entradas que los organizadores de las corridas de Maracaibo prefirieron evitarse los gastos del traslado de Juan José a Caracas, permitirle cumplir una obligación contractual, que también se había postergado en Lima, con Manolo Chopera, y organizar en la plaza zuliana los carteles con los diestros que tenían a mano. Además, César era la gran figura venezolana. Sin embargo la empresa suspendió una de las corridas marabinas porque el público zuliano no acudió a las taquillas. Girón defendió a capa y espada las razones y motivos esgrimidos por los empresarios españoles. Los Lozano alegaban “causas mayores”, porque había llovido el día anterior. Los maracuchos se aferraban a la letra del contrato y a las ordenanzas y exigieron que se realizaran las corridas. Total, que en el Hotel del Lago se reunieron empresarios y autoridades suspendiéndose la feria en medio de una tormenta de ofensas. Se levantó una ola de protestas en algunos medios de comunicación y centros de aficionados taurinos, porque Girón había ofendido a los zulianos al mencionar de manera muy despectiva a su pelotero, Luis Aparicio, y a la Virgen de la Chiquinquirá.

Caracas se animó con el anunció de la presentación de Curro Vázquez en el Nuevo Circo con Manolo Martínez y Efraín Girón. Sebastián González trajo para esta ocasión un encierro de berrendos de Santo Domingo, toros de don Manuel Labastidas, importante ganadero potosino. Curro Vázquez, sensación de la novillería traía aires de Ronda

que contrastaban con su juventud y risueña presencia. Había sufrido en Carabanchel, plaza Vista Alegre de Madrid, una horrorosa cornada en la tarde de su alternativa.

Manolo Chopera se encargó de la temporada de Curro Vázquez en América, y decidió su presentación en Venezuela. Reaparición en la actividad taurina aunque se dudaba de que el torero respondiera, dada la gravedad de la cornada de Madrid. Manolo Chopera, siempre prevenido a todo, le encerró en el Nuevo Circo un novillo de una ganadería colombiana que había sobrado de la temporada de Taurivenca, para que la prensa caraqueña le viera y juzgara sus condiciones. La corrida de los berrendos de Santo Domingo fue de las tardes memorables que hemos vivido en Caracas.

Manolo Martínez sufrió una grave lesión al caer al suelo, a causa de una voltereta durante la lidia de su segundo toro. El toro le pisó la mano derecha, destrozándole la muñeca y provocándole una grave lesión en el escafoide. Incluso se llegó a temer la inutilidad de la mano del regiomontano y hasta se habló de que había terminado su carrera como matador de toros. De por vida sufriría Manolo de este lamentable accidente. Efraín Girón tuvo ese día su gran tarde en Caracas. Cortó cinco orejas y un rabo, salió a hombros por la puerta grande y se colocó por una semana en figura del toreo. El carácter díscolo de Efraín, irreverente y agresivo, su falta de amor propio y la falta de ambición serían factores inmediatos para bajarle de un santiamén del podium de los triunfadores. Con los toros de Santo Domingo las cosas no se le dieron bien a Currito Vázquez y por ello Manolo Chopera regaló el sobrero de Javier Garfias. En un afán de darle oportunidad para que reventara el joven rubio en su arte y calidad, ya que Curro era carta básica para la temporada americana del empresario donostiarra. El sobrero fue un toro que había traído Manolo Martínez como séptimo cajón con la intención de regalarlo en caso de que no hubiera estado afortunado, ante la bien armada corrida de Santo Domingo.

La ganadería de Javier Garfias vivía un estupendo momento, y su dueño pocas veces se equivocaba cuando cantaba un toro. Y este era de los cantados con voz fuerte. Curro Vázquez estuvo inspirado. Su capote se reveló aquella tarde caraqueña, cuando los matices tropicales de fin de año le dan un grato esplendor a la tarde de tropical transparencia en el Valle de Caracas. Igual el temple de su muleta, Curro Vázquez cautivó a los asistentes. La ciudad le descubrió al mundo americano

una dimensión distinta de un gran torero. De no haber fallado con la espada, ya que pinchó muchas veces, hubiera cortado el rabo. Perdió los trofeos pero el rubio diestro de Linares será recordado mientras viva algún testigo de tan hermosa obra de arte taurino.

Curro Vázquez estaba alojado en el Hotel Tampa, en Sabana Grande, y cuando bajó a Il Fornaretto el ¡ristorante! celebraba Efraín su triunfo en una mesa muy grande. Con humildad Vázquez se reunió en mesa aparte con su cuadrilla y distinguió a lo lejos la figura de César, hermano mayor de Efraín y líder de la dinastía. Observó que César Girón no le quitaba la vista, y por más que él, Curro Vázquez, intentara dejar de verle, Girón no dejaba de mirarle hasta que sus ojos se encontraron. Cuando esto ocurrió, César Girón abandonó su sitio en la barra y se dirigió donde Curro Vázquez estaba con su cuadrilla. El de Linares se levantó en señal de respeto hacia el maestro pero en vez de encontrar camaradería, César Girón levantando amenazador su dedo índice le preguntó a Curro Vázquez si sabía quien era él.

–Claro maestro claro que lo sé: César Girón.

–Sí, César Girón, no Efraín. César Girón, recuérdalo. Dio media vuelta. Al día siguiente Curro Vázquez compartiría cartel con él en Valencia.

Y César cumplió su advertencia y fue el triunfador de la corrida de presentación de la divisa de Bella Vista, cortando dos orejas.

Cuenta Curro Vázquez esta anécdota y agrega que, después, el trato fue cordial, alejado de aquella actitud de amenazante advertencia.

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Ramón Reyes, un muchacho que estaba ausente de Venezuela desde los primeros años de los años cincuenta había vuelto. Volvía hecho matador de toros y con el nombre artístico de “El Ciclón de Puerto Cabello”. Apenas caído el régimen de Pérez Jiménez, y siendo Ramón un niño, se fue a la aventura de México. Se hizo boxeador por aquellos barrios del gran México, como Tepito. Combatió como profesional ganando hasta 300 pesos por pelea. Ramón Reyes fue del afecto del maestro Carlos Arruza desde el primer momento, y lo llevó a su finca. En Pastejé, Ramón aprendió a torear y se aficionó a la fiesta de los toros la que conocía porque en su familia en Puerto Cabello, sus primos y familiares,

han sido aficionados de toda la vida. Hizo campaña de novillero, apadrinado por Carlos Arruza y toreó en plazas tan importantes como las de Guadalajara y Ciudad Juárez. Al fallecer el maestro Carlos Arruza en un trágico accidente, en la carretera México-Toluca, Ramón quedó desamparado en Ciudad de México. Como novillero había ganado algo de dinero y aún estaba efervescente en su ánimo el espíritu de aventura; decidió marcharse a España en busca de fortuna torera con el nombre de “El Ciclón de Puerto Cabello” a manera de homenaje póstumo a su amigo “El Ciclón de México” como el célebre periodista y director de Dígame, Ricardo González “K-Hito”, bautizó a Arruza. Eran los días de la histórica rivalidad del mexicano con Manolete, “el Monstruo”.

El año taurino venezolano tuvo como epílogo la realización de varias corridas de toros. En Caracas, Manolo Chopera organizó la Corrida de la Beneficencia con la repetición de Efraín Girón en sustitución de Tomás Parra, aprovechando el triunfo de Efraín ante los berrendos de Santo Domingo. Se corrieron muchas versiones y hasta se dijo que Tomás Parra había cobrado sin torear ya que fue sacado del cartel sin ningún otro motivo que el interés del empresario en aprovechar el triunfo de Girón que había cortado un rabo una semana antes y creyó, Chopera, capitalizarlo en la taquilla. Lamentablemente no fue así. José Fuentes y Ángel Teruel, con toros de Valparaíso, completaron la terna de aquella corrida.

Manolito Rodríguez Sánchez y Pepe Luis Núñez, con la empresa “Los tres caballeros”, actuaron en la novillada del Estoque de Oro, festejo que a pesar de haber llenado la plaza marcó el réquiem de aquella organización que arrastraba insoportables pérdidas taquilleras para los fondos de Juanito Campuzano, Manuel Vílchez y Pedrucho de Canarias. Se lidiaron cuatro becerros de Guayabita y dos de Laguna Blanca, sin que los novilleros dijeran nada de importancia.

La última corrida del año fue trascendental. Desde hacía mucho tiempo la afición venezolana se quejaba de la falta de ganado bravo en el campo, lo que implicaba consecuencias restrictivas para la organización de la temporada. Guayabita apenas se daba abasto para satisfacer algunos festejos, y todo se edificaba sobre ganado importando: colombiano, en cuanto a novilladas, y mexicano para las corridas y temporadas feriales.

Para ser lidiada en Valencia el 07 de diciembre de 1969, Manolo Chopera adquirió una corrida de Bella Vista. Antonio García, joven ganadero

bogotano tenía contacto con Venezuela desde hacía ya bastante tiempo. El nombre de Vistahermosa de Colombia no era extraño para la afición criolla, porque varias de las fechas memorables en el toreo nacional, tenían como bastión la ganadería de Antonio, la de Vistahermosa de Mosquera, Cundinamarca. La situación económica en Colombia no era muy promisoria, y Venezuela iniciaba el desarrollo de una serie de plazas en la frontera. Se celebraron corridas de toros en Táriba, San Cristóbal, llegaron a Valencia los hermanos Joselillo de Colombia y Manolo Zúñiga con sus plazas portátiles. Echaban mano a corridas de toros de México y de Colombia. De Colombia Joselillo de Colombia trajo un par de corridas de Francisco García, siendo el representante de la ganadería para estas incursiones venezolanas su hijo Antonio.

Los orígenes de la ganadería de Vistahermosa colombiana son interesantes, y están ligados al desarrrollo de la fiesta de los toros en el territorio neogranadino y con el tiempo ejercería una decidida influencia en Venezuela. Francisco García fue de muy joven vaquero de la casa de Santa Coloma, en Sevilla. Llegó a Colombia en 1925, en compañía de su pariente Julio de la Olla, primer mayoral de Mondoñedo, contratado por Ignacio Santamaria cuando don Ignacio, el gran prócer de la fiesta de los toros en Colombia, negoció con el Conde de Santa Coloma la compra de los primeros sementales que formaron la ganadería cundinamarqueña. Mondoñedo fue fundada con vacas criollas colombianas. Vacas de las sierras andinas y los sementales de Santa Coloma, importados por Santamaría y registrados en los libros y en la historia del toreo con los nombres de: “Ligero”, “Civilero”, “Canastillo” y “Malavista” y dos del duque de Veragua, con los nombre de “Cigüeño” y “Granadino”, cuyas cabezas, o lo que de ellas quedan, adornan unos pasillos de la casa de habitación de la finca de La Holanda, en Mosquera. Tuve oportunidad de conocer este bello rincón de la Sabana de Bogotá invitado por Fermín Sanz de Santamaría, en una de mis primeras visitas a la hermosa y grata ciudad de Santafé. Más tarde el mayoral Julio de la Olla llevó otros machos de Santa Coloma a los predios de las fincas Holanda y El Rubí, en Mosquera, que tenían por nombre “Cordón”, “Aventurero”, “Greñudo” y “Estornino”. De los

cuatro padrearon los tres primeros, porque “Estornino” murió apenas pisó suelo bogotano.

La bancarrota comercial hizo que el señor Santamaría se viera obligado a entregar parte de su fortuna a la Corporación Colombiana de Crédito. Entre las propiedades estaba la ganadería de Mondoñedo, que para la época contaba con más de mil cabezas de ganado de cruce criollo con Santa Coloma. Durante dos años la Corporación de Crédito manejó la ganadería de Mondoñedo, y al frente de la vacada quedó Francisco García. En vista de que los herederos de don Ignacio, poco o nada hicieron por recuperar los bienes incautados, el organismo gubernamental, en vandálica actitud, acremente criticada por la opinión colombiana, en especial por el diario El Tiempo, de Bogotá, en histórica campaña, envió partidas de reses al matadero.

Muchos aficionados compraron a precio de gallina flaca parte de ganadería. Se fundaron ganaderías como la de don Benjamín Rocha Gómez (El Aceituno), con más de cien vacas y los toros “Taponero”, “Llorón”, “Alemán” y “Ligero”. César Marulanda fundó la ganadería de Nápoles en Armenia. Doña Clara Sierra, que compró vacas de Mondoñedo y gran parte del rebaño de Rocha Gómez, que moría asfixiado por el calor en las ardientes tierras de El Tolima, fundó la célebre finca de Venecia, vecina con La Holanda y colindante a El Cairo, tierras que luego serían de Francisco García. Se beneficiaron de la demencia burocrática los señores Arturo Hernández y Eduardo Laverde, como también el matador de toros español Félix Rodríguez Antón, santanderino que vivió en Colombia hasta el final de sus días y fue un pionero en la construcción del gran edificio de la ganadería brava neogranadina. Pepe Estela fundó en Cali la divisa de Ambaló, y también se benefició con vacas de la familia Santamaría compradas a la Corporación de Crédito.

Los sucesos de la quiebra financiera de don Ignacio Santamaría ocurrieron en el año de 1931, que aún retumban en el eco del desatre taurino en la Sabana de Bogotá y que provocaron la deserción y regreso a España del mayoral Julio de la Olla.

Francisco García, en cambio, prefirió esperar. Sin cobrar un peso, vestido de franciscana paciencia, se mantuvo vigilante de cada una de las reses. Este hecho de encontrarse encargado de la ganadería, propiedad de la Corporación, sus dotes de buen aficionado, trato directo

con Julio de la Olla, fueron elementos fundamentales para que supiera la auténtica constitución del rebaño. García, que estuvo a la orden de la Corporación de Crédito en calidad de funcionario, ganó grandes beneficios económicos por razones de cesantía y de antigüedad, que cobró con tierras y reses.

Así fue que se hizo ganadero de reses bravas y señor de tierras en la Sabana de Bogotá aquel joven andaluz que había llegado a tierras americanas como vaquero en compañía de su primo Julio de la Olla.

En 1936, Francisco García fundó la ganadería de Vista Hermosa con los sementales españoles y cien vientres que el avispadísimo sevillano supo escoger entre las mil reses que habían formado Mondoñedo. El hierro de la ganadería de García es similar a la de Joaquín Buendía, y por divisa los colores oro y encarnado, de la bandera española, la divisa de su amada tierra a la que fue a vivir los últimos días de su tránsito terrestre. Con un sentido muy claro de la selección, creó en el tiempo una gran ganadería. Un toro ideal para Colombia, de finas y pequeñas hechuras, bravo y encastado, que ganó fama con el tiempo. A Venezuela envió en 1949 una corrida memorable, en la que triunfó el leonés Antonio Velázquez, quien toreó junto a Luis Sánchez “El Diamante Negro” y Luis Miguel Dominguín. De ese triunfo en Caracas nació la ganadería venezolana de Vistahermosa, de Cayetano Pastor, que fundó con dos toros de Francisco García.

Antoñito tenía fija idea de salir de Colombia. Las guerrillas, la situación política, el espejismo de la Venezuela petrolera eran muchas tentaciones como para quedarse en la Sabana de Bogotá. Además, el cerco que le tendían sus colegas ganaderos, no diferentes a los del resto del mundo en cuanto a sus bajas pasiones, le ahogaban en su propia tierra.

Por todo esto Antonio García visitó la frontera. Se relacionó con aficionados tachirenses y llegó a entusiamarlos para que trajeran a Venezuela ganado bravo de su ganadería. Así lo hizo, con Joel Casique y otros socios que tuvieron, para esa época, la unción del Ministro de Relaciones Interiores, Carlos Andrés Pérez, que abrevió con su influencia estadios burocráticos. Antonio García fundó un hierro a su nombre; y con ese hierro y denominación trajo a Venezuela vacas y toros. Toros para ser lidiados en corridas a su nombre, y así se hizo la tarde del siete de diciembre de 1969 en Valencia, y así se hizo luego en San Cristóbal, cuando Joselito López, Miguel Márquez y el maestro salmantino Santiago Martín “El

Viti”, redondearon una tarde memorable de la que aún recordamos la brava actuación del toro “Vanidoso”; y así en Puerto Cabello y en Caracas y en otras plazas donde siempre se lidiaban toros que llegaron a Venezuela de novillos y de becerros, pero que habían nacido en Colombia y estuvieron herrados con señales diferentes a las de Bella Vista. No fueron estos célebres toros de Bellavista, así se empeñen en considerarlo algunos de los que fueran propietarios de la divisa tachirense. Esta circunstancia acarrearía confusiones, más tarde, en lo referente a la antigüedad de la ganadería; porque habiéndose lidiado sus toros antes que otras ganaderías –según los carteles, como el de Valencia la tarde del 07 de diciembre de 1969–, adquirió reconocimiento de antigüedad más tarde, cuando en Caracas lidió reses que sí habían nacido en el país y que sí tenían el hierro de Bellavista: porque las que se lidiaron en Valencia, y las otras plazas, que mencionamos llevaron el hierro de Antonio García, el criador bogotano.

Los toros anunciados como de Bellavista, pero que aclaramos eran de Antonio García, se lidiaron en la Monumental de Valencia y el cartel de esta corrida, última de la temporada, lo integraron César Girón, que cortó una oreja, José Fuentes y Curro Vázquez, ambos poderdantes de Rafael Sánchez El Pipo, famoso por sus excentricidades y porque fue el decubridor de Manuel Benítez “El Cordobés”. Los toros dieron buen juego. Manolo Chopera aprovechó para limpiar los corrales de la Monumental y regaló toros mexicanos de Valparaíso y de Javier Garfias.

Muy poca gente fue a la corrida. Hecho que no le preocupó a Manolo Chopera, que en uno de esos gestos, muy suyos, incomprensibles para el que ignore la dimensión que el vasco tuvo como profesional del toreo, abrió en el restaurante El Toro Rojo, de Valencia, unas botellas de escogidos caldos franceses, para brindar en tarde de fracaso económico por todos los éxitos que la vida le había dado, por la amistad. En compañía de Sebastián González Regalado y Miguel Laguna, dos

personas muy especiales para Martínez Flamerique, aprovechó para despedir el año de 1969 en suelo americano.

El año taurino se cerraba con el anuncio hecho por Sergio Flores, secretario General de la Unión de Subalternos, de un conflicto contra la empresa de Rodríguez y Pimentel, que organizarían las corridas de San Cristóbal. Flores representaba un grupo de subalternos que actuaba en las corridas que organizaba Manolo Chopera y que adversaba a otro que lideraba Gregorio Quijano, un sindicalista avezado que había organizado la Asociación de Toreros Subalternos, adversario de Chopera.

Gregorio se afilió a la causa de Jerónimo Pimentel, y como líder sindicalista alcanzó posiciones de gran ventaja para sus afiliados. Jerónimo Pimentel, matador de toros nacido en la población madrileña de Cenicientos, es uno de los hombres que ha abierto senderos para la fiesta de los toros en los pueblos de Suramérica. Asentado en Bogotá, ha sido ganadero, empresario, publicista, apoderado y representante de toreros y ganaderos, importador y exportador de ganado bravo, ha desarrollado una actividad tan intensa en la fiesta de los toros que es casi imposible exista un rincón que él no conozca. Pimentel ha vivido momentos de un gran poder taurino, un poder al que he visto rendir estructuras sociales y políticas. Pero también ha estado abrazado a la desgracia, y también he sido testigo de cómo le han dado la espalda los muchos a los que él, Jerónimo Pimentel, les tendió la generosa mano de la amistad. Del infortunio ha salido siempre con dignidad y con un afán emprendedor encomiable. Un hombre así es polémico, y sin embargo debo decir que siempre contó con mi apoyo, porque descubrí el amor que Jerónimo Pimentel ha sentido por la fiesta de los toros. El 15 de diciembre, Meridiano se imprimió en los talleres del desaparecido diario La República ubicados de Cipreses a Hoyo en Caracas. La gran aceptación exigía mayor número de ejemplares por edición, y los talleres de Rotolito, donde había nacido un par de meses atrás, no se daban abasto a las exigencias de la demanda. Imprimiríamos en plomo y aumentaría la tirada de manera considerable. La guerra entre la Cadena Capriles y Carlos González benefició al diario, porque Radio Rumbos se había sumado a la campaña, a favor de Meridiano.

Los encendidos editoriales de Aquilino José Mata, en Noti-Rumbos, marcaron una lucha que no había vivido el periodismo venezolano con anterioridad. Carlitos González, que tenía la simpatía del mundo deportivo, se enfretaba a Miguel Ángel Capriles, un gigante que

adversaba la aparición de Meridiano por razones egoístas, motivos que alimentaba Raúl Hernández, jefe de las páginas deportivas de los diarios Últimas Noticias y El Mundo, enemigo acérrimo de Carlitos.

Meridiano había nacido con fortuna. Los lectores reclamaban sus ejemplares a horas del mediodía, ya que era el único diario que traía los resultados del béisbol, las peleas de boxeo en las que participaban nuestros compatriotas en tierras del lejano oriente y porque era la única publicación nacional que informaba a diario sobre la fiesta de los toros. Recuerdo bien que la hora de cierre en la redacción era de madrugada. Casi de mañana. Se hacían las reseñas de los juegos de pelota en Barquisimeto, Maracay y Valencia, con comodidad. Incluso había tiempo para revelar las fotos y nuestras primeras páginas tenían gráficas de eventos del interior. Guillermo Arrioja, que más tarde sería redactor de Meridiano trabajaba en la linotipia con Julio Barradas. Por las noches, cuando esperábamos alguna noticia de importancia, comíamos en la esquina de El Muerto, una parrilla con yuca o hallaquitas de maíz, por dos bolívares. El bar de El Hoyo, donde servían generosas cuba-libres por dos bolívares con cincuenta céntimos (cinco reales), y dónde había una rockola con la variedad más grande de boleros antañones, interpretados por Leo Marini, Los Panchos, Pachito Rizet, Daniel Santos, era nuestro sitio de reunión. En su tertulia polemizábamos de deportes, se hablaba de política con verdadera pasión y sus mesas, cubiertas por viejos y raídos hules, sirvieron de cátedra periodística, porque allí, en aquel botiquín, fueron muchas las lecciones de periodismo aprendidas. La vieja casona de La República estaba muy abandonada.

En la parte de atrás había un gran archivo fotográfico, que se deterioraba día a día. Recuperamos una pequeña parte. Lamentablemente, más adelante se perdió todo, cuando embargaron a la empresa del vocero adeco. La República había sido un diario que reunió un excelente grupo de periodistas. Fue dirigido por Luis Esteban Rey, hombre de imparcialidad y objetividad intachables. Lamentablemente el capital de Julio Pocaterra, su identificación con Acción Democrática y otros asuntos más aparentes que reales, lo identificaron como un vocero del partido y del gobierno. Lo que no era cierto. Venezuela algún día reconocerá lo que significó La República como forjadora de grandes periodistas.

Aquel año, la gran noticia taurina fue la decisión de las autoridades españolas de fundar el Control de Registro de las Ganaderías de Lidia, con el fin de acabar con el becerrismo impuesto bajo la influencia de

Manuel Benítez “El Cordobés” y los organizadores de toda la tramoya de la “guerrilla”, a la que hicimos referencia, y así obligar la lidia del toro cuatreño. Una medida que provocó gran polémica, pero que a la postre arrojaría resultados muy positivos.

Muchas fueron las bajas entre los matadores de toros, a causa del sentido y peligrosidad desarrollados por el toro adulto que sustituyó al novillo adelantado, pero también la fiesta de los toros, en España, adquirió una gran jerarquía, y por el toro se diferenció aun más de las imitaciones que existen en otros rincones del mundo. No cabe duda que ha sido la presencia del toro en el ruedo, la emotividad del toro auténtico, lo que ha sostenido a la hermosa fiesta en Europa. El espectáculo se benefició, con la medida del Registro de las Ganaderías, y creció en dimensiones que no nos podíamos imaginar a finales de 1969, cuando en Venezuela apenas había 13 toreros de alternativa, casi todos en preocupante inactividad, y apenas lidiábamos de nuestra cabaña unos cuantos toros de Guayabita, porque en ese momento comenzaba a formarse el toro venezolano en la amplia y generosa anchura de nuestro campo.

C a p í t u l o 3

El ganadero de Mimiahuapam, Chacho Barroso, Paco Camino, Javier Garfias, Manolo Martínez y don Manuel Martínez Flamarique “Chopera” . . . Una Época de grandeza en la Fiesta.

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