OFENSA Y DEFENSA DE LA TAUROMAQUIA
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OFENSA Y DEFENSA DE LA TAUROMAQUIA
Horacio Reiba “Alcalino”
Prólogo de Raúl Dorra
BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA Dirección de Fomento Editorial 3
BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA Alfonso Esparza Ortiz Rector José Jaime Vázquez López Secretario General Flavio Guzmán Sánchez ED Vicerrectoría de Extensión y Difusión de la Cultura Ana María Dolores Huerta Jaramillo Directora de Fomento Editorial
Primera edición, 2017 ISBN: 978-607-525-437-1
© Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Dirección de Fomento Editorial 2 Norte 1404, CP 72000 Puebla, Pue. Teléfono y fax 01 222 2 46 85 59 Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico 4
A mi abuelo Carlos, por quien empezรณ todo esto A Vicente, mi padre, por tantas tardes y lecturas compartidas A Lourdes y Daniel, con amor y gratitud inmensos
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ÍNDICE PRÓLOGO Raúl Dorra INTRODUCCIÓN
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PRIMERA PARTE: FIESTA Y TORO 1. LA FIESTA: APUNTES PARA UN BOSQUEJO HISTÓRICO 21 Tauromaquias clásicas: Grecia 23 La tauromaquia en México 26 Ser aficionado 31 Los imprescindibles 33 Nostalgias de la verónica 40 Por naturales, la verdad última 43 La profundidad en el toreo 48 A la Plaza México, en su aniversario sesenta y siete 50 Las orejas protestadas de la México 54 ¿Es ésta la fiesta que queremos? 56 ¿Por qué ya no se va a los toros? 61 Soñar no cuesta nada 64 2. E L TORO: DEL MEDITERRÁNEO AL ANÁHUAC 67 Tótem mediterráneo 69 José Carlos Arévalo Muerte ritual del toro 70 De Atenco a San Mateo 73 Piedras Negras, gloria del campo bravo tlaxcalteca 76 La ganadería de La Punta 80 Aquellos toros de Mimiahuápam 83 Con ustedes, los victorinos 87 El vuelo de “Pajarito” 89 Los nombres de los toros 91 7
Apogeo del post toro de lidia mexicano Ciencia y toro de lidia mexicano
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SEGUNDA PARTE: OFENSA Y DEFENSA DE LA TAUROMAQUIA 3. LA OFENSA 105 Pornografía a la rusa 107 Monumento a la intolerancia 109 Cataluña abraza la censura 112 La inconducente farsa de Quito 115 De Cantinflas a Derbez 117 Amenazas de censura en Puebla y Tlaxcala 118 La UNAM suspende coloquio taurino 122 Un profesor de ética que enseña mentiras 123 Más allá del intento abolicionista de Bogotá 124 Antitaurinos a la carga y Coahuila sin toros 128 4. LA DEFENSA 131 El Ministerio de Cultura de Francia salvaguarda las corridas de toros 133 Valor y valores 136 Los verdes con Herrerías 138 ¿De verdad aman a los animales? 140 Sevilla: de Wolff a Macías 144 Hemingway y el drama negado 146 La violencia silenciada del deporte estadounidense 149 Los antitaurinos y la carta de Castella 150 Una propuesta que se las trae 153 Pavón, por una tauromaquia sin derramamiento de sangre bovina 157 Los ocho pecados capitales del abolicionismo 159 5. E L DEBATE 161 Taurofobia 163 Las sinrazones de Anselmi / I 167 Las sinrazones de Anselmi / II 170 8
Carta a El País (Horacio Reiba) 174 La fiesta brava (fragmento) 176 José Emilio Pacheco Norte en la plaza (fragmento) 179 Carlos Septién García El invento de los antitaurinos 181 Antonio Caballero ¿Los toros, patrimonio cultural inmaterial de la humanidad? 6. UNA EXPERIENCIA ACADÉMICA 183 Dilema Alfredo 191 Carta al Director 193 Los jóvenes, la ética y el toreo 199
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TERCERA PARTE: ARTE Y TAUROMAQUIA 7. E XPRESIONES: PINTURA, CINE , FLAMENCO, MÚSICA POPULAR… 207 Sánchez de Icaza, cabeza de cartel 209 Los Solleiro, unidos en el arte y en la muerte 211 Sofisma burdo a propósito de la cinematografía 213 De cómo Blancanieves se cayó del cartel 214 Luz en las sombras 218 Toreo y flamenco, un vínculo indisoluble 221 El arte inmarchitable de Pilar Rioja 222 La encerrona de Óscar Chávez 223 8. LETRAS TAURINAS 225 Necesidad de la poesía 227 García Lorca y Sánchez Mejías 231 La suerte o la muerte, de Gerardo Diego 234 Tres tercios, cuatro cronistas y un poeta 237 Antonio Caballero 240 Subcomandante Marcos: una parábola taurina 243 Vidaliana 245 9
La tarde perfecta de José Tomás, por Simón Casas 247 Natalia Radetich Filinich 252 Ibarra Mazari, cronista urbano 256 María Félix: retrato de diva en barrera 259 9. VARIA INTERVENCIÓN: CONFERENCIAS, MESAS REDONDAS, PRÓLOGOS… 261 Páez, Avilés y Reiba: una terna claridosa 263 Glosario táurico jornalero 267 Los toros escritos: conferencia de “Alcalino” 271 L. Páez Utopía, entropía y sostenibilidad de las corridas de toros en México (fragmento de conferencia) 274 Jorge Aguilar El Ranchero. Gran torero. Gran hombre (prólogo) 276 Vida y lidia del toro bravo (presentación del libro de José Carlos Arévalo) 280 BIBLIOGRAFÍA PRENSA DIARIA REVISTAS NOTA COMPLEMENTARIA REFERENCIAS FOTOGRÁFICAS
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PRÓLOGO (Epistolar)
Como bien sabes, querido Horacio, de las dos grandes aficiones que tú tienes –el futbol y los toros– yo, por desgracia, sólo te acompaño en la primera; aunque si hubiera podido elegir, seguramente habría preferido que desde niño me iniciaran más bien en la otra. Pero en Argentina, donde yo nací y crecí, no había toros de lidia. Así, mi admiración por el toreo (su belleza, su precisión y sobre todo su simbolismo esencial) es producto de mis reflexiones y afinidades literarias, y si se quiere también antropológicas. La estética del toreo (el traje y los movimientos del torero, ese complejo ba ile que lo liga con el toro, el colorido –de una proliferación casi insoportable–, la impresión de que todo está cubierto de galas sin resquicios, salvo el toro que sale desnudo mostrando su fuerza y belleza primordial) me retrotrae a la estética del barroco, a sus incesantes figuras literarias; pero su simbólica conduce fuera ya del tiempo histórico, a un estadio elemental en el que el hombre, para serlo, debió sacrificar, domesticar, la fuerza de la naturaleza. No se me escapa que lo que acabo de decir es una idealización, pues las corridas reales –y esto lo has señalado tú siempre, también está en tu libro–, como por otra parte ocurre con el futbol, seguramente están programadas de acuerdo a los intereses, no siempre generosos, de sus empresarios. Incluso muchas veces pueden ser un fiasco o una mera estafa. Pero la pasión colectiva – que por definición es un exceso, un desborde– sigue el llamado de la profundidad del ser. Y en esa profundidad, el sacrificio es un elemento primordial. Mentiría si te digo que he seguido la polémica entre taurinos y antitaurinos, apenas la conozco de oídas. Pero me asombra el escándalo en torno al sacrificio cuando nuestra cultura, como toda cultura, está fundada sobre el sacrificio. Seamos o no creyentes, nuestra cultura es la cristiana y ella se asienta sobre el 11
sacrificio del Hijo, sacrificio que se renueva en cada misa donde se come y se bebe –es verdad consagrada para el creyente– la carne y la sangre del Cristo. ¿O habrá que prohibir también las ceremonias religiosas? Sería interesante pensar en la posibilidad real de una cultura totalmente laica, pero esa posibilidad –en la que pensó por ejemplo Bertrand Russell– está aún lejos de nosotros. Se me ocurre, Horacio, que esa polémica es, como señala también Antonio Caballero en ese artículo verdaderamente antológico que nos has compartido, producto de un desconocimiento que va de lo más superficial a lo más hondo. Por lo que sé, en el ruedo no se mata por matar, no se mata por deporte o diversión. Se mata precisamente para no diversificar, para que la atención no se vierta fuera sino para que quede retenida en ese punto oscuro, inevitable. Se va en pos de la muerte para hacerla el momento de un estremecimiento central. Es una muerte profundamente erótica, de un erotismo espectacular. El sacrificio ceremonial, en todas las culturas, siempre ha sido un espectáculo, una mostración de lo misterioso en la que se reúnen lo erótico con lo tanático. Se trata de una muerte por representación. El que se sacrifica, el que es sacrificado, está ahí en lugar de un otro, de un colectivo cuya vida se quiere preservar. Una muerte que también es una redención. Sólo que en el caso del toreo hay algo que me llama la atención porque, hasta donde sé, me parece un rasgo peculiar, sólo en él presente: la distancia entre el sacrificador y el sacrificado se acorta y aun se adelgaza al punto de que los roles pueden invertirse. El torero nunca está seguro de que matará al toro. Yo he leído relatos literarios que enfatizan el miedo del torero. El torero puede ser herido o puede morir en el ruedo, y éste es un detalle no menor que alimenta la tensión del espectáculo y que, al menos para mí, conduce a un punto oscuro. ¿Por qué se ha abolido la garantía de supervivencia del sacrificador, de ése que, en principio, está ahí para sacrificar y no para ser sacrificado? ¿Por qué se ha operado este desplazamiento? El toreo, digo yo, nos podría plantear esa enorme, esa radical pregunta. Por otra parte, ignorante como soy de estas cosas, a menudo me ha llamado la atención que cuando se habla de ese evento cultural al que nunca se sabe si 12
encasillarlo en el género de los deportes o el de los espectáculos, se habla de “los toros”, “el toreo”, “la fiesta brava”, siempre acordándole el protagonismo esencial al toro, no al torero; ni siquiera repartiéndolo entre ambos. En un muy conocido romance de García Lorca se lee que “Antonio Torres Heredia / hijo y nieto de Camborios / con una vara de mimbre / va a Sevilla a ver los toros.” ¿Por qué –me pregunto yo– un gitano “delgado y garboso” se siente más atraído por el toro que por el torero? Los toreros tienen nombre y apellido, los toros un apodo efímero. Y sin embargo son los toros, es el toro con su fuerza tremenda y su tremenda belleza, es el toro con su turbulenta pasión, un toro que llega desde una remota antigüedad representado en la piedra o en el hierro, el que conmueve y se lleva la fiesta. Se diría que el torero es lo que pasa y el t oro lo que permanece. Y permanece –paradójica o quizá necesariamente– porque está puesto en el lugar del perdedor. Es claro que la historia de la tauromaquia ha de recoger la trayectoria de los grandes toreros pero difícilmente un torero victorioso producirá un poema de las calidades del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. El torero victorioso puede ser llevado en andas. Pero el torero cogido por el toro alcanza otra dimensión, muestra que el lado trágico que siempre acompaña a la fiesta envuelve a uno y otro. El toro arremete, apura el momento de la tragedia. El toro es lo masculino, el poseedor de la fuerza genésica, que sale enceguecido a la arena y al sol. Sería recomendable volver sobre el soneto de Miguel Hernández (de El rayo que no cesa) que comienza así: “Como el toro he nacido para el luto / y el dolor, como el toro estoy marcado / por un hierro infernal en el costado / y por varón en la ingle con un fruto.” Un animal noble y puro que crece “en el castigo”. El hombre frente al toro, el hombre frente a la fuerza, la belleza y aun la pasión de la naturaleza que quiere permanecer. El torero sale a matar pero teme, teme equivocarse, pone en riesgo su vida. ¿Algo en ese temor del torero no nos hará preguntarnos si en el comienzo de los comienzos hubo quizá un equív oco, si el hombre no será un ser equivocado? Todo lo pienso, claro, desde mi escritorio, porque desgraciadamente yo no soy un aficionado a la fiesta brava. Pero mucho hay que aprender de ella. 13
Y ya termino, esto se hizo largo y perdóname, Horacio, tanta lata, pero un día tú y yo empezamos a hablar de estas cosas. Lo que quiero decir es que, justamente porque no soy aficionado, estoy convencido, tanto como tú, de que sería triste que nuestra cultura, ya bastante entristecida, se quede sin los toros. RAÚL DORRA Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel III
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INTRODUCCIÓN
No sé bien cuando empecé a cobrar conciencia de lo mucho que significaba para mí la fiesta de toros, pero sí que, en cuanto esto sucedió, descubrí que una de las razones de mi irremediable fervor por el toreo y sus peripecias seguramente se debía al enorme valor simbólico que para mí ya representaban: en los toros, como en la vida, la felicidad emerge difícilmente y muy de cuando en vez, pero mientras eso tan deseado e inasible llega, un sinfín de detalles de int erés, buenos y malos, satisfactorios o desalentadores, reconfortantes o indignantes, mantienen en vilo nuestra mente, nuestro interés, nuestros sentimientos y nuestras ilusiones; está, además, la posibilidad siempre latente de que el arte, ese algo fundamentalmente asombroso y profundamente humano que nos colma y reconcilia con la existencia, brote ahí mismo, al alcance de nuestros sentidos, iluminándonos la sensibilidad y la conciencia aunque sea de manera fugaz y como al sesgo, a veces enteramente al azar, a veces como confirmación de que nuestras expectativas más optimistas no estaban tan erradas, contradiciendo lo que tenemos asumido como normal –incompleto o adverso casi siempre– tanto en materia de toros como en el devenir cotidiano. Me pregunto, sin embargo, si sentiría y opinaría lo mismo de tener ahora dieciséis años, y por lo tanto la mayor parte de mi tiempo lo destinara, casi sin darme cuenta, a recorrer en todas direcciones las redes sociales, como cualquier adolescente del siglo XXI. La rara coincidencia de acceder a los toros de la mano de mi padre, mi abuelo o algún tío, de nutrir ese temprano apego leyendo y releyendo interminablemente revistas y crónicas taurinas, escuchando a mis mayores exaltar los momentos estelares del presente y el pasado del toreo, o denostar las lacras inherentes a su complejidad y a la picardía connatural a sus personajes, de pasarme las horas interrogándolos e interrogándome con mal contenida emoción sobre tales asuntos, son seguramente pautas que pertene15
cen a un tiempo irrecuperable. Y no sólo en la dimensión individual. Quién me dice que hoy día, de poder encarnarme en alguien nacido hacia el año 2000, no adoptaría, como tantos jóvenes actuales, una actitud contraria a la tauromaquia. Seguramente no, porque me conozco, con la belicosa ferocidad de los más irreflexivos y vehementes, pero sí compartiendo con las mayorías una completa indiferencia a reconocer, en la rengueante tauromaquia de nuestros días, el valioso elemento del patrimonio cultural de mi país que sin duda llegó a ser. Y podría seguir siendo, si atendemos a uno de los deseos que han movido la confección de este libro. Conozco bien la tendencia del aficionado cabal –miembro de ese extraño colectivo del que quedan en pie unos cuantos especímenes– a atribuir todos los males que aquejan al toreo precisamente a los taurinos que, por lo menos en México, han desfigurado su esencia mediante el sinfín de triquiñuelas que trocaron al toro de casta en el sucedáneo raquítico y desbravado que he denominado post toro de lidia mexicano. Pero en seguida me detengo a reflexionar si en mala hora no se habrá aliado a tal cáfila de pícaros la globalización neoliberal, con su influencia omnipresente y su perniciosa escala de valores –reflejados en la civilización del espectáculo, su atroz aplanamiento de la y las culturas, y la homogenización de las costumbres–, como otro factor determinante para explicar por qué el arte de lidiar reses bravas dice ya tan poco a los jóvenes de este siglo, al grado de suscitar ese violento rechazo del que, con menudeo de zafios insultos y descompuestos anatemas, dan constante cuenta las redes sociales. Fue precisamente en busca de una respuesta a tal virulencia que diseñé, para una clase de la materia Taller de Ética Empresarial, en la Universidad Iberoamericana Puebla, la experiencia de que da cuenta el sexto capítulo. Quien lo lea seguramente encontrará hasta qué punto la reacción de rechazo de muchos jóvenes hacia el toreo puede ser atemperada –e incluso invertida– por el sereno análisis, cuando se realiza bajo pautas de reflexión moral y rigor intelectual adecuadamente encauzadas. Con ese capítulo culmina la segunda parte de la obra, misma a la que debe su título (Ofensa y defensa de la tauromaquia), así elegido tanto por referir16
se en su mayor parte a dicha temática como por la innegable preocupación que me produce la frágil situación de la fiesta de toros en la sociedad actual. Previamente, se incluye una primera parte dedicada a bocetar el devenir de la tauromaquia en México, referida tanto a sus orígenes, producto neto de la conquista española, como a algunas etapas clave de su evolución posterior, ya resueltamente incorporado este fenómeno particular al patrimonio cultural mexicano. Esta primera parte empieza por dar un vistazo al toro como elemento fundamental de la fiesta, aplicando su objetivo, en escueto viaje, de la bravura como un hecho biológico básicamente europeo, a lo que fue ocurriendo con ella cuando se la trasladó a nuestro país. Y hasta nuestros días. La tercera y última parte la integran algunos de los diálogos intertextuales que he emprendido con diversas obras artísticas de temática taurina que involucran pintura, cine, música, danza y cultura popular, así como poesía y literatura sobre toros. Y, como cierre, se incluyen textos leídos en conferencias, mesas redondas y presentaciones de libros, además del prólogo que mi querido amigo Carlos Hernández González me solicitó para su magnífico volumen: Jorge Aguilar El Ranchero. Un gran torero. Un gran hombre. Fuera de estos últimos –y algunos fragmentos de otros autores como José Emilio Pacheco, Carlos Septién García, Antonio Caballero, Ernesto Hemingway, José Carlos Arévalo y Leonardo Páez–, la mayor parte de los textos que dan forma al presente trabajo fueron publicados en su día en La Jornada de Oriente, diario con el que colaboro desde su fundación, en 1990, a razón de una columna semanal, denominada precisamente Tauromaquia. Los data la fecha que aparece entre paréntesis bajo el título de cada columna aquí reproducida. Los textos no publicados en el diario de referencia están señalados con un asterisco a la derecha del encabezado correspondiente. Mi agradecimiento más sincero a Aurelio Fernández Fuentes, amigo entrañable y director general de La Jornada de Oriente, tanto por el espacio que ha brindado a mis colaboraciones como por su anuencia a que una prolija selección de ellas fuese publicada en este libro que el lector tiene en sus manos, con algún retoque encaminado a paliar los defectos de la apresurada escritura pe17
riodística, y modificaciones mínimas, especialmente del título, en aquellas que consideré necesario actualizar, tomando en cuenta que en muchos casos hablamos de veinte o más años atrás desde su publicación original. No puedo sino dedicar palabras de gratitud y encomio al distinguido prologuista de esta pequeña obra, que en lugar de la usual invitación a la lectura del libro entabla más bien un diálogo casi íntimo con el autor, desarrollado con su generosidad característica y su sabia lucidez intelectual por Raúl Dorra. El lector, que ha admirado en Dorra la elevada calidad literaria y la precisión y originalidad de sus investigaciones, encontrará nuevos motivos para hacerlo en la singularidad de sus conceptos sobre la tauromaquia, visitada por él como un hecho antropológico y artístico, poético y mítico al mismo tiempo. Deseo enfatizar mi tributo personal al entrañable amigo y guía que ha sido para mí Raúl por las difíciles condiciones de salud por las que atravesaba al hacerme este i nvaluable obsequio, que sin duda lo será también para quien se solace con su espléndido prólogo. Encontrará ahí el mensaje de un no aficionado a toros, que carga de razones su defensa de la corrida desde una altura intelectual y humana realmente impresionantes. Ciudad de Puebla, invierno de 2016
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PRIMERA PARTE FIESTA Y TORO
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LA FIESTA: APUNTES PARA UN BOSQUEJO HISTÓRICO
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TAUROMAQUIAS CLÁSICAS: GRECIA (16 de agosto de 2004)
El trato entre el hombre y el toro bravo es de raíz mediterránea y su origen se pierde en la noche de los tiempos. Pero sus primeras manifestaciones conocidas –representación de audaces acrobacias practicada por hombres y mujeres jóvenes, probablemente sacerdotes– pertenecen a la cultura griega más antigua, según demuestran los famosos frescos del palacio de Cnosos y una variada colección de objetos de arte o de uso ritual o cotidiano –vajillas, relieves, estatuas, sellos– rescatados por la arqueología a partir de las exploraciones de Schliemann en Creta, a mediados del siglo XIX. Hace más de cuatro mil años la ciudad de Cnosos era el centro cultural y político del Mediterráneo oriental, y tuvo en Minos al más activo y poderoso de sus reyes. TESEO Y EL MINOTAURO. Minos había recibido como tributo de sus súbditos de ultramar un hermosísimo toro, blanco como el mármol, que pasó a constituir desde entonces uno de sus más preciados tesoros. Tal era su belleza, sin embargo, que la reina Pasifae tramó con Dédalo, arquitecto e inventor en la corte, la fabricación de una estructura hueca que simulaba una vaca en celo, y en la cual se entraría la reina para yacer carnalmente con el hermoso bóvido. De esos desviados amores nació un toro con rostro de hombre, el Minotauro, ávido de sangre humana. Estamos, no hace falta decirlo, plenamente inmersos en el territorio fascinante de la mitología clásica. Para ocultar su vergüenza, el todopoderoso Minos ordenó a Dédalo la construcción de un edificio de tal manera intrincado que nadie, salvo el propio constructor, pudiese encontrar la salida. Y como tributo de carne humana, dispuso que Atenas, sometida a su dominio, enviase anualmente a Creta sus trece jóvenes más bellos, para ser introducidos en el laberinto e irremediablemente devorados por el monstruo. No contaba, sin embargo, con que su hija Ariadna se enamoraría en el banquete previo de uno de ellos, llamado Teseo, y urdiría 23
su liberación, contando con la ayuda de una madeja de hilo sumamente resistente y longilíneo, ideado también por Dédalo, que ella mantendría sujeta en el exterior mientras Teseo tiraba de la otra punta conforme se iba adentrando en la siniestra mansión, contando así con un lazo que guiara su regreso tras ult imar al terrible Minotauro. Llevaba, además, una fina espada oculta y un trozo de tela, obra asimismo de Dédalo, que, colocada sobre nariz y boca, le ayudaría a evitar la aspiración de los vapores letales que emanaba su extraordinario oponente. Teseo siguió las instrucciones de la joven y, tras mil penalidades, supo afrontar el mortal encuentro con inspirado valor, hundiendo la hoja de acero en el cuerpo del terrible hombre-toro antes de emprender el camino de regreso, guiado por el hilo de Dédalo hasta los brazos de Ariadna. Puede decirse, pues, que el primer héroe ateniense debe su mítica gloria a una hazaña taurina. CORRIDA EN LA ATLÁNTIDA. Uno de los Diálogos de Platón –Critias o de la Atlántida– da cuenta de una extraña ceremonia taurina, llevada a cabo por los diez reyes de la Confederación Atlántida durante sus reuniones del quinto y el sexto años de cada decenio en el templo de Neptuno, donde revisaban la ma rcha de los acontecimientos políticos, impartían justicia conforme a las leyes emanadas del dios y renovaban su juramento de respetarlas escrupulosamente. Acto culminante de dichas reuniones oficiales –que hoy los medios llamarían pomposamente cumbres–, era la suelta de diez toros en los jardines del templo, que los diez reyes atlántidas, solos y armados únicamente con espadas y cuerdas, acosaban hábilmente hasta lograr cercar y dar muerte a uno de ellos. “Una vez consumado el sacrificio –dice Platón– y consagrados los miembros del toro según aquellas leyes, derramaban los reyes gota a gota la sangre de la víctima en una copa, echaban el resto al fuego y purificaban la columna. Recogiendo después la sangre en unos frasquitos de oro, esparcían su contenido sobre el fuego y juraban juzgar según las leyes escritas en la columna, castigar a quienes las i nfringieran… y no gobernar ellos mismos sino obedecer a quien los gobernara (lo hacían por turnos) conforme a las leyes de su padre (Neptuno).” Con el tiempo, sin embargo, el respeto al ritual y las leyes se fue relajando, y la Confe24
deración Atlántida cayó en una era de fanatismo materialista, corrupción de la virtud y desprecio de la ley. “Entonces fue cuando, viendo Júpiter, el dios de los dioses que gobierna según las leyes de la justicia y cuyas miradas disciernen sobre el bien y el mal, la depravación de un pueblo antes tan generoso, y deseando castigarlo para que volviera a la virtud y la sabiduría, reunió a todos los dioses… y al verlos juntos les dijo… (hasta aquí el fragmento conservado)” (Platón, 1976, pp. 732-733). DE GRECIA A MÉXICO. De la Atlántida sabemos, por distintas fuentes, que el mar la devoró, castigando su corrupción, estupidez y codicia, violatorias de un antiguo pacto de buena armonía. ¿No parece un relato destinado a simbolizar lo que ocurre ahora mismo con la fiesta brava mexicana?
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LA TAUROMAQUIA EN MÉXICO Carlos Horacio Reyes Ibarra
Existen en el mundo (Asia Menor, Creta, Grecia, Roma e Hispania, por mencionar algunas) distintas evidencias de tauromaquias de muy antigua data, a las que no haremos aquí más referencia. En México, las noticias de lidias taurinas son apenas cinco años más recientes que la caída de Tenochtitlan a manos de los españoles, si hemos de creer que Hernán Cortés recibió un mensaje del magistrado Luis Ponce, emisario de la Corona recién arribado a Veracruz, precisamente el 24 de junio de 1526 y en circunstancias de estarse “corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas” en la Ciudad de México (Cortés, 1967, pp. 267). Como es sabido, en Mesoamérica no había ganado vacuno domesticado antes de la llegada de los europeos, y con la Conquista se inició un complicado proceso de superposición de la cultura del vencedor a la del pueblo vencido cuyos más notorios efectos serían el mestizaje, el modo de gobierno virreinal, la implantación del catolicismo y la progresiva adopción –no exenta de una inevitable mezcla cultural con notables casos de sincretismo– de la visión del mundo y los modos de vida traídos a México por los españoles. Enclavada en Calimaya, poblado del Valle de Toluca, muy venida a menos en la actualidad y ya sin relación de herencia biogenética con las reses de casta navarra arribadas al citado paraje en los primeros años de la Colonia, la ganadería mexicana de Atenco sigue siendo la de más antiguo registro a escala mundial en lo que a toros de lidia se refiere, pues aparece como fundada en 1552 por Juan Gutiérrez Altamirano, primo carnal de Hernán Cortés y como él extremeño; antes, en 1521, había entrado por Veracruz un lote de becerros bravos procedentes de las Antillas, concretamente de Santo Domingo, y tres años
Fragmento de “Evolución técnica y estética de la tauromaquia en el siglo XX mexicano”, Tesis de maestría por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Maestría en Ciencias del Lenguaje (Inédita).
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después, la crianza de ganado bovino se había difundido notablemente por toda la región de Tlaxcala (Flores Hernández, 1986, p. 12), provincia que como se sabe gozó de notorias canonjías por parte del gobierno virreinal en compensación por los servicios prestados a Cortés durante la guerra de conquista. Muy pronto, los deportes taurinos, practicados a caballo por cortesanos y militares con arreglo a los usos entonces prevalecientes en España, tomarían carta de naturalización en el país, y Flores Hernández (1986) reproduce una ordenanza del cabildo de la Ciudad de México fechada el 11 de agosto de 1529 que no deja dudas al respecto: “Que de aquí en delante, todos los años por honra de la fiesta de Señor Sant Hipólito, en cuyo día se ganó esta cibdad, se corran siete toros, e que de aquéllos se maten dos e se den por amor de Dios a los monasterios e hospitales” (Ibid., p. 13) Desde los primeros tiempos de la Colonia, fue marcada la conmoción de indios y mestizos ante la llegada del toro a la vida del país, y pronta su adhesión entusiasta a las evoluciones de este arisco y majestuoso emisario de la Europa mediterránea, dotado de una presencia y un carácter virtualmente únicos en el reino animal, y asequible, pese a su poder y fiereza, a lances cara a cara donde la inteligencia y la habilidad del hombre podían alcanzar niveles de insólita de streza y belleza plástica. Aquellos individuos de tez oscura y mirada esquiva, privados de casi todo derecho en su propia tierra, se dejaron seducir sin mucha resistencia por los juegos de toros y cañas, sí, pero primordialmente por la condición de entidad cuasi fantástica compartida por el toro y el caballo; verlos frente a frente, haciendo y deshaciendo grupos de acción entre el polvo, el brillo de armas y atavíos, y la gritería en la plaza principal tuvo que suponer para los extrañados pobladores un espectáculo sorprendente, capaz de provocarles transportes de emoción y gozo inefables. Lo testimonia el que no pocos sujetos de extracción indígena, mestiza o negra, empujados por una pasión irrefrenable, espontáneamente decidieran tomar parte activa de los mismos, prescindiendo de cabalgadura –cuya posesión les estaba vedada– pero ávidos de ensayar pie a tierra recortes, quiebros y otras primitivas destrezas taurinas di ctadas por su afán emulativo o su florida imaginación. 27
No son pocos los registros escritos que, a resguardo en diversos archivos novohispanos, así lo atestiguan. Traslucen también un celo represivo de la a utoridad hacia individuos del populacho cuya vitalidad y entusiasmo les llevaran a desafiar las azarosas embestidas del ganado bravo, canónicamente reservado al entrenamiento de oficiales a caballo o al público lucimiento de principales y cortesanos. Pero, sobre todo, este género de registros documentales propone las evidencias de un proceso de asimilación operando a profundidad en el ánimo de los novohispanos, y muestran cómo la simple aceptación inicial de aquellos asombrosos juegos taurinos fue trocándose paulatinamente en pasión popular a menudo irrefrenable. No debe extrañar, en tales circunstancias, que los emergentes toreadores locales enfrentaran al toro desde una actitud imaginativamente innovadora, ni que su modo de lidiar se apartara sin remedio del de los caballeros españoles, no sólo porque los novohispanos –nativos y mestizos– iban a pie, sino porque su visión del mundo –tan alejada de la europea– y su condición marginal en la escala social, tenían que traducirse en una interpretación de los lances taurinos más ágil y arriesgada que la de sus amos, ha sta derivar en una modalidad juguetona y desafiante que encerraba, en el fondo, un precario modo de autoafirmación, silencioso grito de rebeldía frente a la rigidez del orden establecido. La complejidad del proceso descrito se apoyaba en la rápida difusión de la cría de ganado de lidia en buena parte del territorio novohispano, pues a partir de los enclaves fundacionales –Tlaxcala y el actual Estado de México–, no tardó ésta en extenderse hacia el occidente y norte del país, primero sobre el eje Querétaro-Guanajuato-Michoacán-Jalisco, más tarde por rumbos de Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí. En consonancia con el difícil acceso de los toreadores de extracción popular a las corridas citadinas, fuertemente vigiladas y basadas en los códigos del toreo a caballo y la alta jerarquía político-social de los protagonistas, los indígenas y mestizos de la Nueva España encontraron más propicio campo de acción y perfeccionamiento en el trajín cotidiano de haciendas y vaquerías, y un espacio público adecuado a la exhibición de sus nacientes y a menudo asombrosas habilidades en celebraciones rurales llamadas 28
con el tiempo jaripeos, donde perfeccionarían una variada gama de ejercicios de doma, monta y enlazamiento de ganado equino y bovino, empeñado cada ejecutante en destacar sobre los demás ya mediante la realización de suertes con mayor grado de dificultad y lucimiento, ya acentuando la plasticidad y estética de las mismas, y procurando darles un aire o acento personal que las fijara más vivamente en la estima de los espectadores. Curiosamente, este énfasis en el valor de la diferencia, aportado por la personalidad creativa o interpretativa del ejecutante, se ofrecería también a los ojos de público y toreadores como una de las prendas a destacar en las grandes figuras del toreo pie a tierra que floreció en España a partir del segundo tercio del siglo XVIII, y conserva intacta su fuerza sugestiva en su legítimo heredero, el actual toreo a pie. La tauromaquia rural mexicana, lentamente larvada durante la etapa colonial, iba a alcanzar su cúspide en la segunda mitad del siglo XIX, para lo cual debió operarse un nuevo sincretismo entre las suertes camperas –las propiamente charras, origen del jaripeo, cuya expresión informal eran los coleaderos– y ese incipiente toreo de a pie, paralelo en el tiempo pero sin contacto alguno con el hispano, que en la Península se había propuesto e impuesto como idóneo sucedáneo citadino de los antiguos juegos de toros y cañas. Al efecto, exi sten datos de la actuación en la capital de la Nueva España de una primera cuadrilla de “chulos de infantería” cuyo registro se remonta a 1734 (Flores Hernández, 1986, p. 50), en virtual simultaneidad con el alborear de un fenómeno similar por plazas y villas españolas donde, sin embargo, la influencia borbónica iba a resultar decisiva, pues no sólo hizo caer en desuso la tauromaquia a la jineta –conservada y acrecentada exclusivamente en Portugal, ya reino independiente–, sino que también contribuyó poderosamente al logro de una estricta codificación y rápida modernización de la recién advenida modalidad de a pie, en contraste con la liberalidad y anarquía que iban a caracterizar las manifestaciones de ésta en nuestro país. Por lo pronto, el México independiente vio coexistir ambas modalidades –la rural del jaripeo con la urbana del toreo–, y aunque el matador gaditano Bernardo Gaviño alcanzaría aquí un amplio reconocimiento durante el medio siglo que duró su actividad en plazas mexica29
nas –acabó por matarlo un toro en Texcoco el 30 de enero de 1888, ya septuagenario–, el primer ídolo taurino de este país era hijo del caporal de la hacienda de Atenco y tenía más de charro que de torero, así haya viajado fugazmente a la península ibérica para presentarse al público de Madrid, donde en octubre de 1889 le fue confirmada por Salvador Sánchez “Frascuelo”, figura emblemática del toreo español, su alternativa de matador, obtenida de Gaviño en Puebla diez años atrás. Se llamaba Ponciano Díaz y Salinas, y su manera de burlar las embestidas de las reses era tan diferente a la peninsular que no consiguió ser aceptado por aquellos públicos como diestro medianamente competente; en cambio, cuando ofreció exhibiciones ecuestres emparentadas con el jaripeo a la mexicana –que incluían la suerte allá inédita de banderillear a dos manos desde el caballo– su éxito fue instantáneo, aunque sólo a título de curiosidad exótica como con buen juicio comprendió Ponciano, que nunca llegó a plantearse seriamente la posibilidad de efectuar una campaña formal en ruedos españoles, sensible al rechazo de un medio cuyas preferencias estaban de antemano jugadas en favor de una tauromaquia muy distinta de aquella en la que el charro de Atenco estaba habituado a brillar. El ocaso de Ponciano Díaz, tras haber ganado y derrochado varias fortunas emanadas del entusiasmo y veneración de sus paisanos, terminaría con su prematura muerte, con cuarenta y uno años de edad y alcohólico, el 15 de abril de 1899 (Agustín Linares, 1958, p. 93); por ese entonces incursionaban ya habitualmente en territorio nacional los matadores y subalternos peninsulares que habían de impulsar la rápida aceptación entre nuestros aficionados de la ta uromaquia específicamente española, basada en una reglamentación rigurosa de las distintas fases y lances de la lidia de a pie, lo cual trajo como consecuencia un apreciable desarrollo técnico y estético que no tardaría en poner en evide ncia el anacronismo de las heterogéneas cuadrillas regionales que pululaban por el México porfiriano.
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SER AFICIONADO (7 de septiembre de 2009)
Me pregunto si en México los taurófilos, eternamente dados a la queja, no estaremos incurriendo en eso que la ciencia llama reduccionismo. Es decir, en referir todos los males que se abaten sobre la Fiesta a una sola causa, en nuestro caso tres lustros de nefasta gestión de la inamovible empresa capitalina. Esta hipótesis nace de la enormidad del presente desastre, que abarca todos los niveles posibles: no hay toros, no hay figuras, no hay ganaderos, no hay apoderados, no hay empresarios, no hay festejos, no hay presencia en los medios, y salvo las excepciones consabidas no existe un periodismo mínimamente crítico y orientador… Y lo peor, la amenaza principal para el futuro de las corridas de toros no es tanto la preocupante alharaca de proanimalistas y antitaurinos, sino la deserción de público en ciudades que habían sido el eje y motor de la tauromaquia nacional: el DF, Guadalajara, Monterrey, incluso Tijuana… Sólo mantienen el tono, casi como único sostén de nuestra tradición taurina, las ferias anuales de poblaciones chicas, donde la gente sigue yendo a su plaza con el entusiasmo de siempre. Pero son festejos menores, que remueven el ambiente local pero nunca han tenido peso en la formación de públicos y toreros de altura. LA LLAMADA Y LA ACTITUD. Porque la verdadera afición es otra cosa. Se nutre de gusto, experiencias, conversaciones, silencios, lecturas, meditaciones, filias, fobias… los ingredientes inevitables de toda pasión verdadera. Y si uno los revisa uno por uno, verá que son casi en su totalidad puras cosas pasadas de moda, perdidas en el camino hacia el mundo virtual que hoy habita la mayoría de nuestros jóvenes. No olvidemos que la afición nace, precisamente, cuando se es muy joven aún, y de preferencia impúber, esa edad a la cual nos llevaba de la mano algún familiar entrañable, escaleras arriba, rumbo al encuentro de un mundo mágico y deslumbrante. Luego, si la pasión prendía –lo cual no era seguro: muchos primos y hermanos recorrieron idéntica ruta sin quedar marca31
dos para siempre por la fuerza del toreo–, uno se encargaba de todo lo demás, un aprendizaje lento y sinuoso, cuajado de medias verónicas, dormidos naturales, tragedias famosas, crónicas inolvidables y conversaciones seguidas con arrobo. La afición se cocinaba a fuego lento y se iba saboreando con morosa delectación, igual que se degusta uno de esos chiles en nogada inaccesibles para el comercio culinario, que te cobra sanmateos de la época de oro y te sirve becerrines engordados y medio mochos. Quiero decir con esto que el buen aficionado tenía que someterse para llegar a serlo a una especie de liturgia, no dictada por alguien en particular, sino por la misma seriedad parsimoniosa que imponía el toro y su selecto séquito de adoradores. Ni qué decir que ese pasaje de iniciación nada tiene que ver con los gritones alcoholizados al uso, locos por la música y las orejas vengan o no al caso. O TROS TIEMPOS, DISTINTOS MODOS. Me pregunto, al margen de Herrerías y sus infinitas tropelías, si la juventud actual estará preparada para sentir el toreo hasta la médula, como la ha vivido siempre el aficionado cabal, o si asiste al tendido como quien va a la disco, en busca de excitación fácil, ruido ensordecedor y relaciones efímeras. Su constante demanda de la versión más bulla nguera y sórdida del viejo arte, sus demostraciones de júbilo ante los números circenses –rodillazos, pares con cortas, vertiginosos carruseles abrazado el diestro a los costillares, bajonazos con derrame–, toda esa quincalla que, como cualquier mediano conocedor sabe, constituye la cáscara de la Fiesta, más fácil y mucho menos riesgosa que el verdadero toreo, el de parar, templar, mandar y ligar desde la quietud y el aplomo, con ese temple sacramental que brota de un corazón bien templado y una sensibilidad sin concesiones. Y me lo pregunto consciente del poder omnipresente del videoclip y la fiebre de la velocidad que late en la cultura de nuestros días. Ésa que ha sido nodriza y maestra de todo ciudadano menor de treinta años. Edad por cierto excesiva para tomarle gusto a la anacrónica fiesta brava. ¿HAY SOLUCIÓN? A la vista, ninguna. Lo que nos queda es la fe del carbonero, consistente en esperar contra toda esperanza. Después de todo, que exista el toreo –ese arte cruento, bronco y exquisito a la vez– es ya un auténtico milagro. Y de milagros e ilusiones estuvo hecha siempre la afición. 32
LOS IMPRESCINDIBLES (SIGLO XX) (18 y 26 de diciembre de 2000; 2 y 8 de enero de 2001)
Esta columna dedicará las próximas semanas a publicar un sumario recuento de las veinticinco grandes figuras sin las cuales la evolución del toreo en el siglo XX –Siglo de Oro del toreo– no podría entenderse. Ni la nacionalidad ni el origen decidirán la muy particular elección del autor, sólo las evidencias de una grandeza o influencia incontrastables. El orden que rija será tan riguroso como natural: la antigüedad de alternativa. RODOLFO GAONA (León, 1888-DF, 1975 / Alternativa: Tetuán de las Victorias, 31.05.1908). Primera figura no española de la historia. Irrumpió en los dominios de Fuentes (elegancia señoril), “Bombita” (poder sin estilo) y “Machaquito” (cruda valentía) para imponer un toreo de ritmo y sensibilidad diferentes, que le alcanzó para integrar con Joselito y Belmonte la terna de la llamada Época de Oro (1915-1920) y formar a última hora una collera de estética sin par con “Chicuelo”. Se despidió apotéosicamente en El Toreo de la Condesa (12.04.25) y nunca más volvió. JOSÉ GÓMEZ O RTEGA “JOSELITO” (Gelves, 1895-Talavera de la Reina, 1920 / Alternativa: Sevilla, 28.09.1912). Prototipo del lidiador largo y completo, aunó clase a dominio y una desmedida ambición de mando que pronto lo convirtió en dictador del toreo de su tiempo. Nunca vino a México, pues lo mató prematuramente un toro terciado (“Bailaor”, de la Viuda de Ortega) en una plaza menor (Talavera, 16.05.20). Formó con Belmonte la pareja más famosa del siglo, y con Gaona una collera de banderilleros incomparable. JUAN BELMONTE GARCÍA (Sevilla, 1892-1962 / Alternativa: Madrid, 16.10.1913). El “Revolucionario” por antonomasia era un prógnata patizambo y algo jorobado de expresión melancólica y ausente, desde la cual interrogó la estructura todavía decimonónica del toreo de su tiempo para sentar –a fuerza de una permanencia en el terreno de las suertes inusual entonces– las bases de 33
la tauromaquia por venir. Como mito máximo de la historia, la realidad de sus aportaciones resulta casi imposible de desentrañar, aunque evidentemente no figura entre éstas el toreo ligado en redondo, que poco frecuentó. En cambio, no puede ponerse en duda su prodigioso lanceo a la verónica. IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS (Sevilla, 1891-Madrid, 1934 / Alternativa: Barcelona, 16.03.19). Un valor temerario, adobado por cierta torpeza corporal y un rabioso temperamento bastarían para definirlo como torero. Fue decisiva, en cambio, su contribución por doble vertiente a la poesía en lengua española, pues hizo de mecenas de la célebre Generación del 27 y tuvo en pago la más famosa elegía en castellano de su siglo: el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, la mejor y más originalmente cantada de todas las muertes toreras, tras su cornada por “Granadino”, de Ayala, en la ma nchega villa de Manzanares. MANUEL JIMÉNEZ “CHICUELO” (Sevilla, 1902-1967 / Alternativa: Sevilla, 28.09.19). Artista de enorme personalidad y finura, su carácter abúlico no le impediría emerger como verdadero fundador de la moderna faena en redondo, de la que ofreció en México (“Dentista” y “Lapicero” / 1925) y Madrid (“Corchaíto” / 1928) primicias deslumbrantes, basadas en el más puro toreo al natural. Además, fue el creador de la chicuelina. JOSÉ ORTIZ PUGA (Guadalajara, 1902-San Miguel de Allende, 1974 / Alternativa: México, 02.11.25). Ocupó, efímeramente, el vacío creado por la ausencia de Gaona en el ánimo de la afición. Su gran aportación se centra en el tercio de quites con creaciones de imaginación, ritmo y sutileza inefables, de tal manera acordes con las inclinaciones estéticas del público mexicano que marcaría medio siglo de historia para el ninguneado primer tercio. Como tantos grandes artistas del percal, bajaba bastante con la muleta. FERMÍN E SPINOSA SAUCEDO “ARMILLITA CHICO” (Saltillo, 1911-DF, 1978 / Alternativa: DF, 23.10.27). El torero más completo y dominador de todos los tiempos. Su vasta tauromaquia evolucionó con admirable naturalidad desde “Chicuelo” –padrino de su triunfal confirmación madrileña– hasta los llamados Tres Mosqueteros (Rodríguez, Capetillo y Córdoba), surgidos en la temporada 34
novilleril del verano de 1948, poco antes de la retirada de Fermín. Puede decirse que asumió, siempre en primerísima fila, todas los etapas fundamentales del toreo moderno. Perfecto dominador de los tres tercios, fueron concluyentes sus triunfos sobre Domingo Ortega y “Manolete”, las más grandes figuras españolas de su tiempo, y apasionante como ninguna su competencia mexicana con Lorenzo Garza, tanto como inquebrantable su fe en un hermano pequeño de Carmelo Pérez llamado Silverio. Primer mexicano en torear más que nadie en España (sesenta y cuatro corridas en 1935), sufriría, por parte de la desplazada torería ibérica, el famoso Boicot del Miedo de 1936. Volvería, en 1945, para cortar un rabo en Sevilla. CARMELO PÉREZ GUTIÉRREZ (Texcoco, 1908-Madrid, 1931 / Alternativa: DF, 03.11.29). Un adelantado a su tiempo, cuyo paso por la Fiesta, tan intenso como fugaz, se circunscribe casi todo a 1929, del 5 de mayo en que se presenta como novillero en El Toreo al 17 de noviembre en la misma plaza, cuando “Michín” lo hirió de muerte –una muerte dolorosa y lenta–. Asombró su estoica quietud ante toda clase de embestidas, sobre las que procuraba ejercer un mando angustioso pero a menudo sorprendente mediante el procedimiento de llevar muy bajos los engaños y prolongar el desarrollo de la suerte. No dispuso de tiempo ni toros afines a mensaje tan radical, pero su huella descomunal perdura. DOMINGO LÓPEZ ORTEGA (Bórox, 1908-Madrid, 1988 / Alternativa: Barcelona, 08.03.31). Síntesis de la sobriedad castellana y del dominio abrumador de “Gallito” con el toreo cambiado de Belmonte, que ejecutaba con notable temple y acento personal, fue la gran figura española de los años treinta y, en consecuencia, el último que cimentó su grandeza en el temible toro de “antes de la guerra”. Corto de repertorio y depositario tardío de la máxima clásica de dominar y matar pronto, tal concepción encajaba mal en la época que estaba por inaugurar Manolete, sustentada sobre los principios opuestos. Pero su clase y personalidad prevalecen. LORENZO GARZA ARRAMBIDE (Monterrey, 1909-DF, 1978 / Alternativa: Aranjuez, 05.09.34). Un clásico del pase natural. Y de faenas y broncas memo35
rables, astutamente entreveradas. A partir de su histórico triunfo del 3 -02-35, sus partidarios fueron legión y rivalizaron encarnizadamente con los de Armilla. Con el Soldado formó otra pareja célebre, patentada en el Madrid del año 34, cuando ambos eran novilleros. Y ha sido, con Manolo dos Santos, el único que tiene en su haber el corte de dos rabos una misma tarde en la Plaza México, alternando, por cierto, con Manolete. SILVERIO PÉREZ GUTIÉRREZ (Texcoco, 1915-DF, 2006 / Alternativa: Puebla, 06.11.38). En él cristalizan la sensibilidad, la (a)morosa lentitud y el ritmo del toreo más hondamente mexicano, presente ya en Gaona pero que nadie ha expresado con tanto sabor como el texcocano. Hizo creaciones inolvidables de la chicuelina, el trincherazo, el derechazo, la fregolina, y en México ha sido el más querido, esperado y aclamado de todos, luego de brillar intensamente al lado de las irrepetibles figuras –mexicanas y españolas– de la llamada Época de Oro, años treinta y cuarenta del siglo XX. MANUEL RODRÍGUEZ SÁNCHEZ “MANOLETE ” (Córdoba, 1917-Linares, 1947 / Alternativa: Sevilla, 02.07.39). Restaurador de la pasión taurina en España después del paréntesis sangriento de la Guerra Civil, el Monstruo ha sido el diestro de más personalidad de los últimos sesenta años y tal vez el más regular de todos los tiempos por la frecuencia y resonancia de sus triunfos, lo que no excluye a “Islero”, el miura que le dio trágica muerte en Linares (29.08.47). Solemne, reconcentrado, secamente dominador y dueño de un sentido del deber a toda prueba, su grandeza supera incluso el proteccionismo y las ilegales artimañas de José Flores “Camará” –prototipo del “apoderado” moderno– para colocarlo como uno de los espadas más trascendentales del siglo XX y de la historia. CARLOS (RUIZ CAMINO) ARRUZA (DF, 1920-La Marquesa, 1966 / Alternativa: DF, 01.12.40). Rival de Manolete en España, donde el Ciclón sería líder del escalafón de 1945 con ciento ocho corridas toreadas, supo agigantar su talla desde la medianía de sus primeras campañas en México hasta afianzarse como el torero completísimo y la personalidad poderosa y magnética que finalmente fue, primero a pie y luego a caballo, como rejoneador excepcional, faceta pro36
fesional que cubría cuando un percance vial segó su vida sobre la carretera México-Toluca (20.05.66). LUIS MIGUEL GONZÁLEZ LUCAS “DOMINGUÍN” (Madrid, 1925-Sotogrande, 1996 / Alternativa: La Coruña, 02.08.44). Para superar su fácil y fría maestría se colocó la máscara del provocador y asumió el papel con tal convicción y talento que supo convertir la animadversión del público en acicate de sus mejores triunfos, en las plazas y los despachos, sobre todo a partir de la muerte de Manolete, con quien alternaba la tarde de Linares y a quien había desafiado públicamente. Gran torero izquierdista, aunque algo despegado siempre. MANOLO DOS SANTOS (Golegá, 1925-Lisboa, 1973 / Alternativa: Sevilla, 15.08.48). El mejor de los diestros portugueses dominaba los tres tercios con un estilo impregnado de elegante y sonriente valentía que lo hizo ascender rápidamente a figura tanto en España como en México, donde tiene, con Garza, la exclusiva de haber cortado dos rabos una misma tarde en la Monumental (30.01.50, a toros de Pastejé). Muy castigado por los toros, se retiró pronto, antes de perder la vida en accidente de circulación. ANTONIO ORDÓÑEZ ARAUJO (Ronda, 1932-Sevilla, 1998 / Alternativa: Madrid, 28.06.51). Si Manolete ostenta el cetro de la ética taurina, el rondeño ha quedado como uno de los más acabados ejemplos de perfección estética a lo largo del siglo. Su verónica, milagro de profundidad, sabor y ritmo, anticipaba un toreo rezumante de empaque y suavidades cuya desnuda elegancia ocultaba el riesgo que conlleva la fidelidad al más riguroso clasicismo, libre de artificios de baja ley. CÉSAR GIRÓN DÍAZ (Caracas, 1933-Maracay, 1971 / Alternativa: Barcelona, 28.09.52). Cabeza de una frondosa dinastía torera, ha sido sin duda la mayor figura venezolana, con un estilo vistoso y entregado, apuntalado por su maestría en los tres tercios y un completo dominio del toreo en redondo. Poderoso y peleón, más que torero de clase, conquistó el orbe taurino en un santiamén y, colocado ya en lo alto, cortó dos rabos en tardes consecutivas en la Maestranza sevillana –caso único en la historia– y otro más en una de sus escasas campañas en la Plaza México. También murió en la carretera, víctima de fatal accidente. 37
FRANCISCO CAMINO SÁNCHEZ (Camas, 1940 / Alternativa: Valencia, 17.04.60). Un prodigio de sabiduría, finura y clase con capote, muleta y estoque, sin otro defecto que cierta abúlica dejadez, sin la cual habría sido mandón absoluto no obstante las graves cornadas a que lo orilló su callado compromiso con el toreo más puro a lo largo de una dilatada carrera. Célebre por sus gestas mexicanas en la primavera de 1963, se mantiene como el mayor triunfador histórico de la feria de San Isidro, con cuarenta y seis orejas y doce salidas por la puerta grande tras diecisiete años de participación. Cuajó con “Navideño”, de Garfias (Querétaro, 18.12.77), la faena más perfecta y artísticamente sobrecogedora que he visto en mi vida. MANUEL BENÍTEZ PÉREZ “E L CORDOBÉS” (Palma del Río, 1936 / Alternativa: Córdoba, 25.05.63). Repudiado por los aficionados tradicionalistas y acusado de vulgarizar el toreo y disminuir notoriamente al toro, funcionó como un genuino representante de los años sesenta, que con su melena a lo beatle y andares de cowboy puso el toreo en boca de todo mundo, de Triana a Estocolmo y de Lima a Nueva York. Dueño de una personalidad arrasadora, su poder de convocatoria ha sido el mayor desde Manolete, y aunque como torero fue corto e imperfecto, alcanzaría a batir numerosas marcas –relacionadas sobre todo con lo económico– y a cuajar faenas, a su manera, admirables. De trayectoria más bien breve, nunca se retiró oficialmente y ha hecho amagos de volver, incluso recientemente. MANUEL MARTÍNEZ ANCIRA (Monterrey, 1947-La Jolla, Ca., 1996 / Alternativa: Monterrey, 07.11.65). Maravillaron desde el principio la intuición, la creatividad y el sello propio que pronto lo convertirían en el último mandón del toreo en México. Con clase y tamaños para hacerse figura de época, después de un temprano intento de internacionalización fue limitando su campo de acción a las plazas del país, mientras intensificaba un control integral del medio que terminó por causarle a la Fiesta un daño formidable pues, entre otras lindezas, su obsesiva tiranía interrumpiría severamente la producción de toreros y se ocupó de menoscabar al toro hasta extremos escandalosos, co38
rrompiendo a fondo la esencia de un espectáculo que desde mediados de los ochenta vive en México en permanente estado de crisis. JULIO CÉSAR RINCÓN RAMÍREZ (Bogotá, 1965 / Alternativa: Bogotá, 08.12.82). Sus cuatro salidas de 1991 por la puerta grande de Madrid en otras tantas actuaciones consecutivas no sólo constituyen un hito inalcanzable en la historia de Las Ventas: de paso lo convirtieron en el matador colombiano más importante de todos los tiempos. Nunca excedido de clase, fue sin embargo un clásico capaz de labrarse un sitio de figura en el cerradísimo mercado español, tan esquivo siempre con los extranjeros, a fuerza de autenticidad, entrega y un indudable poderío muleteril. PUNTOS SUSPENSIVOS… Quedan, para completar veinticinco, tres puestos sin ocupar. El autor reservaba dos de ellos a El Niño de la Capea y Paco Ojeda, pero ha preferido dejarlos abiertos a la elección personal de cada lector, así de aficionados curtidos, que seguramente se inclinarán por algunos de los grandes de otros tiempos, como de quienes siguen hoy día las excitantes campañas de los Joselito, Enrique Ponce, José Tomás o El Juli, entre otros diestros en plena vigencia. Después de todo, es al lector a quien ha estado dedicado este breve y espero que estimulante repaso a las principales figuras del siglo XX, cien años sin duda áureos para la tauromaquia universal.
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NOSTALGIAS DE LA VERÓNICA (10 de noviembre de 2014)
Duró apenas un suspiro: Guillermo Capetillo se había plantado en el tercio y, ante la franca embestida de “Palo de Rosa”, de La Estancia, meció su pequeño capote con ritmo musical en dirección a su costado izquierdo, apenas una lenta caricia al viento, al toro y al arte intemporal de la verónica. A la vuelta del ast ado, imperceptible pero firmemente atado a la tela, desmayaría la suerte por el otro pitón. Y, sin solución de continuidad, de nuevo por el izquierdo; como la cosa más sencilla del mundo, el breve milagro continuó, alternando ambos lados mientras los olés rodaban desde el tendido. Hasta que el vaivén de aquel capote brujo se recogió sobre la cadera derecha del diestro, estrechándose con la noble embestida en escueto, escultural recorte. El animal quedó quieto, a bsorto ante el prodigio que, sin olerlo ni saberlo, acaba de coprotagonizar. Fuera de un par de dibujados doblones por el mismo pitón zurdo, nada más haría Capetillo en una tarde que se anunció tibiamente como la de su despedida, despedida que él mismo desmentiría, si bien de modo ambiguo, inmerso todavía en el mar de dudas que presidió su desastroso desempeño. Y eso que aquel primero había sido, si no el más bravo, el toro más noble y repetidor de la naciente temporada; en cambio, el descastado cuarto, con el que anduvo coleando a trapazos todo el ruedo, no tenía un pase cabal. NOSTALGIAS DE LA VERÓNICA. La verónica o lance natural con el capote, primera suerte de la lidia desde tiempo inmemorial, estaba ya descrita en las tauromaquias de Pepe-Hillo y Paquiro; al parecer fue el Guerra quien primero la dio de perfil –o de escorzo, al menos– y Belmonte quien puso los cimientos de su definitiva preminencia con aquellas “cinco verónicas sin enmendarse”, cantadas por Don Modesto en su famosa crónica de la primera novillada de Juan en Madrid (26.03.1913). Claro que el cerrado dramatismo belmontiano tenía el contrapunto de la cadenciosa, despaciosa y armoniosa verónica de Rodolfo Gaona, de sabor tan mexicano. En esa época, el lance natural aún se da40
ba con las manos altas, pero al poco tiempo discurría por cauces de mayor reunión y grados de plasticidad asombrosos. CULTORES DISTINGUIDOS. Quienes a fines del siglo pasado se extasiaban con las verónicas de Curro Romero y Rafael de Paula, tan esporádicas como bellas, o con el desmayo capotero de Fernando Cepeda, seguramente se habrían ido de espaldas si llegan a contemplar las que, con ganado mucho más pujante y violento, prodigaban Cagancho o Curro Puya –la verónica gitana, loada por Gerardo Diego como “la flor de la maravilla… lenta, olorosa, redonda…”–, o Chicuelo y Márquez, o, en plena progresión estética, las de los Solórzano, La Serna, Luis Castro, Pepe Luis Vázquez, Manolo Escudero, El Calesero, a quien alcancé a ver y que bordaba de capa a prácticamente todos sus toros. No me olvido de Ordóñez, Pepe Cáceres, El Viti y Chuchito Solórzano. Ni, incluso, del último Rey David y el primer Manolo Martínez. Antes, alcanzaron justa fama la finura de los lances de recibo de Pepe Ortiz y Luis Briones, el se ntimiento inigualable de Silverio o el salero de Procuna cuando se decidía e inspiraba. La verdad es que, al margen de la personal interpretación de cada cual, el saludo por verónicas no lo escamoteaba prácticamente nadie. Por principio, los toreros de formación clásica –Armilla, Ortega, El Niño de la Palma, Fermín Rivera, Dos Santos, Juanito Silveti, Alfredo Leal… Hasta que entre la endeblez del ganado y el encumbramiento de la faena de muleta relegaron el toreo de capa a su mínima expresión, atentando primero contra los quites y, al cabo, menoscabando el lance natural de toda la vida. Es verdad que, a partir de El Juli, la preocupación por la variedad capotera emprendería una especie de retorno que, sin embargo, no acaba de devolverle a la verónica su sitio de reina y señora del primer tercio. Lo que hoy vemos en las plazas –Morante al margen– son comprimidos de verónica. O incluso pseudoverónicas descargando la suerte –es decir, apoyándola en la pierna equivocada–, tristes sucedáneos de aquel clásico recrearse en el trazo de uno de los lances más hermosos de la tauromaquia. Por eso se celebra el gesto artístico de Capetillo. Tan desdibujado y sin sitio como se vio, había hecho, en menos de lo que se cuenta, lo más bello y perdu-
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rable del año. Toreo utilitario hemos tenido y seguiremos teniendo a pasto. Toreo así de poético, muy de vez en cuando.
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POR NATURALES, LA VERDAD ÚLTIMA (10 de diciembre de 2012)
Alguna vez me confió David Silveti que su plaza sudamericana favorita era la de Caracas –el Nuevo Circo, sin toros desde hace más de diez años–. El porqué: sólo ahí, para que la banda acompañe una faena con el pasodoble, tiene el diestro que estar toreando por naturales. El pase natural o regular –por oposición al cambiado– debe su nombre a los terrenos que ocupan toro y torero, y al hecho de que éste, conservando el est oque en la mano derecha, maneje la muleta con la zurda, tomando al astado por el pitón del mismo lado. Así de simple. Así de claro. Mucho después de descrita esta suerte fundamental por Pepe-Hillo –en la Tauromaquia que dictó a José de la Tixera poco antes de morir–, llegaría al toreo el derechazo, un natural de menor rango, puesto que se da extendiendo la tela con ayuda del estoque. Será, quizás, por esta circunstancia de alivio que, mientras el derechazo se ha conve rtido en el pase de muleta más socorrido y trillado (repásese cualquier reportaje gráfico sobre cualquier festejo: no sólo predominan fotos de derechazos, sino que resulta difícil distinguir los de cada alternante). El caso es que si, como crítica a la monotonía de la Fiesta, se hablaba hace medio siglo de “faenas de dos pases” –derechazo y natural–, hoy la faena estándar está prácticamente reducida a uno, y para ver a un matador con la muleta en la izquierda hace falta que la faena esté ya hecha y deshecho el toro a fuerza de derechazos. Puede que sea más por costumbre que por prudencia, pero el caso es que la tauromaquia a ctual ha relegado a intentos menores la práctica del pase fundamental. FAENAS AL NATURAL EN E L TOREO DE LA CONDESA. Los anales de la Fiesta en el Distrito Federal contienen puntual registro de grandes faenas con la izquierda, a las que esta circunstancia magnificó hasta extremos legendarios. No hay que estar muy versado en el tema para saber de la que Manuel Jiménez “Chicuelo”, el torero de la Alameda de Hércules, bordó con el sanmateíno 43
“Dentista” (25.10.25): la crítica de la época contó veinticinco naturales ligados en varias series, y la declaró el mayor prodigio jamás visto, aunque recordando que ya había sido bocetado por el mismo artista sevillano el año anterior, con otro toro muy noble de San Mateo, “Lapicero” de nombre. Pocos años más tarde, Carlos Quirós “Monosabio” –factótum de la crítica taurina– encontraba aún mayor ajuste y lentitud en el natural de Carmelo Pérez, ese fenómeno del toreo al que la voracidad empresarial arrojó prematuramente a la muerte. A “Viñero”, de Zacatepec (11.01.31), le daría, entre varios más, “el mejor que se haya hecho en la plaza El Toreo”, de acuerdo con la crónica de Armando de María y Campos. ARMILLA Y GARZA. La rivalidad de los dos Colosos del Norte se hacía más enconada cuando sus respectivos partidarios discutían sobre el mérito de su t orero con la muleta en la mano zurda, por algo denominada “la de cobrar”. Grandes faenas de Fermín predominantemente izquierdistas fueron las de “Mexicano” de La Punta (07.02.32), “Tapabocas” de Coquilla (20.03.38), “Chocolate” de Torrecilla (16.02.41), “Clarinero” de Pastejé (31.01.43, la tarde de “Tanguito”) y los punteños “Consentido” y “Pituso”, bordadas con la técnica perfilera de Manolete la primera tarde en que alternó con El Monstruo (16.01.46). El cordobés debe haberse quedado con los ojos cuadrados. En cuanto a Lorenzo y sus naturales de oro –el compás en ángulo recto, el cruce al pitón contrario, el privilegiado juego de muñeca, la pequeña muleta con su vuelo natural–, los toros así inmortalizados procedieron siempre de San Mateo: “Amapolo” (14.03.37: su faena más emblemática, la de los naturales rodilla en tierra), “Príncipe Azul” (06.02.38), “Terciopelo” (15.01.39) o “Colombiano” (13.12.42). Ya veremos que las zurdas de ambos siguieron haciendo cuando El Toreo desapareció. SOLÓRZANO, LICEAGA Y MANOLETE . Jesús Solórzano Dávalos ya había bordado naturales de escándalo en su famoso trasteo con “Granatillo” de San Mateo (10.01.32), pero quizá la primera vez que un torero se cruzó con un animal noble pero remiso para ligar un natural tras otro en series de figura erguida, muleta a rastras y pulseo preciso fuese en la faena del moreliano a “Cua44
tro Letras” de Zacatepec (13.11.32). A su elegante manera, el Rey del Temple continuaría cultivando el toreo izquierdista hasta el final de su carrera, pero la impresión ya no era la misma, con la fuerza y prodigalidad de la pareja Armilla Garza haciendo contraste con la declinante carrera de Jesús. En las faenas buenas del Manuel Rodríguez “Manolete” –lo reconocen hasta sus adversarios– solía predominar el toreo al natural, ejecutado con clase y personalidad inconfundibles, aunque a veces se ayudara con la punta de la e spada. Los aficionados que acudían a El Toreo lo pudieron constatar la tarde misma de su presentación (09.12.45), en la faena de rabo a “Gitano” de Torrecilla. Y en varias más, sobresaliendo los dormidos, ligadísimos naturales que recoge la filmación de su maravillosa faena a “Platino” de Coaxamalucan (17.02.46), último rabo suyo en La Condesa. Pocos días antes, su templada y mandona izquierda había hecho portentos con “Monterillo”, el 5º bis de una corrida que reunió a más de cincuenta mil espectadores en el tumultuoso estreno de la Plaza México. David Liceaga, uno de los toreros más completos que ha dado México, sin que exista para él la debida justicia histórica, era también una notabilidad manejando la sarga en la mano zurda. Ese apego innato por el natural está resaltado en crónicas de su primera época como matador, referido a faenas como la de “Risquero” de La Punta (05.01.36) o “Zamorano” de San Mateo (13.12.42: auténtico faenón, alternando con Garza y Silverio), pero culminaría en forma memorable cuando bordó el natural con “Florista” de Torrecilla (25.02.25), faena de tal manera clásica que en ningún momento se puso la muleta en la mano diestra. Y que tuvo, además de temple y mando, el corolario de una gran estocada. Y el obligado premio del rabo de un torrecilla de vuelta al ruedo. CUATRO CAMINOS. Breve y discontinua como fue, la historia de El Toreo una vez trasladada su estructura a Naucalpan, supo también, así fuera fuga zmente, del esplendor incomparable del toreo al natural. Fue gracias a Antonio Ordóñez y “Cascabel” –otro suavísimo burel de San Mateo: 09.12.56–, Jorge “Ranchero” Aguilar y “Bogoteño” de La Laguna (16.02.58) y Paco Camino con “Catrín” de Pastejé (27.03.63). Es posible que haya habido allí otras grandes 45
faenas con la izquierda –alguna de José Huerta, por ejemplo–, pero no he podido reunir información suficiente al respecto. GARZA, MANOLETE Y LOS PASTEJÉS. El 11 de diciembre de 1946 chocan por primera vez en la México dos colosos del pase natural. Con una bravísima corrida de Pastejé –la de mayor trapío lidiada en México por el Monstruo– el duelo de izquierdas pasará a la historia. Lorenzo, en trance de reaparecer, anda sin mucho sitio: lo recobra en cuanto se pone la pañosa en su zurda prodigiosa. Y tanto a “Amapolo” como a “Buen Mozo” les corta el rabo. Al segundo lo bordó de tal manera que para darle réplica, Manolete, que ya había desorejado a “Murciano”, ha de arrojar lejos su espadita de madera para ligarle naturales con la muleta sin ayuda a “Manzanito” y convencer de ese modo a la rejega afición. Fue la fiesta del pase natural. Y terminó con ambos colosos aupados en hombros y la tarde decembrina hirviendo en fervor taurino. ARMILLA Y “NACARILLO”. Pero a los pocos días (15.12.46) será Fermín Espinosa quien levante el mayor monumento conocido al pase natural. Fue con un torillo cárdeno sin mayor celo ni clase, “Nacarillo”, de Piedras Negras, y en las propias barbas de Manolete, que tuvo una mala tarde. Hasta veintisiete naturales excelsos contaron –y cantaron– los cronistas. Absolutamente memorable. GRANDEZA A CUENTAGOTAS. Hay constancia fílmica de una insólita faena por naturales de Luis Procuna –rey del toreo por alto– a “Polvorito” de Zacatepec (15.02.53). Poco antes (09.11.52), el Ranchero Aguilar había cuajado con la izquierda a “Montero”, de San Mateo, obra consagratoria del de Tlaxcala. Y sin olvidar lo bien que Fermín Rivera templó con su zurda magistral a “Clavelito III”, el torrecilla de su despedida (17.02.57), habría que esperar otros seis años para que todo un artista del natural –el neoleonés Humberto Moro– dejara deslizar su izquierda de oro y domeñar a puro temple y sentimiento la seca bravura de “Orgulloso”, de José Julián Llaguno (12.01.63). Después, mucho después, veríamos una muy fina faena por naturales de Miguel Espinosa (26.04.81, a “Suertero”, de Reyes Huerta); tampoco rehuía el toreo con la zurda Manolo Martínez, y buena muestra dio con “Gotita de 46
Miel”, de Xajay (25.02.79). Inolvidables naturales terminó ligándole Guillermo Capetillo a “Gallero” de Cerro Viejo –cumbre artística de su desigual carrera– (30.01.94), y los hubo también colosales en la de Joselito a “Valeroso” de De Santiago (25.02.96), como también en el lentísimo curso muleteril que Manuel Caballero con “Milenario” de Reyes Huerta (16.01.2000). Así, y perdón si cometo alguna omisión involuntaria, hasta llegar a la asombrosa faena por naturales –exactamente veintiséis– que Morante de la Puebla acaba de ofrecernos ante el remiso y mansurrón “Chatote”, de San Isidro (19.11.12). Pues es indudable que no hay toreo mejor ni más meritorio y hondamente emocionante que el que se ejecuta con la mano izquierda, librando al arte y al pulso del hombre el limpio juego de un lienzo escarlata tomado por la mitad del estaquillador.
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LA PROFUNDIDAD EN EL TOREO (20 de junio de 2005)
El lenguaje taurino podrá tener su lado pintoresco –tan sugerente y gráfico que su influencia se extiende al lenguaje común de los hispanohablantes– y un léxico riguroso para designar cada suerte de la lidia, pero lo que separa al espect ador común de quien de verdad entiende, siente y rezuma tauromaquia radica en otro polo, el de los vocablos encaminados a valorar a toro y torero, y por ende a la extraña fusión que se da entre ambos, ese algo que sólo ocurre una vez, sin retorno posible, y cuya fuerza emocional –o la fatal ausencia de ella– está siempre en espera de los términos precisos que hagan justicia a su carácter de hecho perdurable o certifiquen sin más su irrelevancia. Puestos en el papel de notarios y acuciados por la necesidad de sintetizar, los cronistas solemos echar mano de esas palabras definitorias con la esperanza de que, a través de ellas, la corrida cobre de nuevo vida en la imaginación del escucha o lector. Para que tal comunicación sea efectiva es indispensable que el interlocutor esté lo suficientemente versado en tauromaquia como para compartir sin problemas el código correspondiente, pero también, y sobre todo, que quien informa y juzga posea una competencia irreprochable. También independencia y ética, por supuesto, pero no es ésa la cuestión que hoy nos ocupa. Más bien la otra: el empleo del término justo que describa y justiprecie cuanto pasa en el ruedo. MECANISMO EN OPOSICIÓN A SENTIMIENTO. Una confusión cada día más generalizada al referir el toreo se da cuando el diestro en funciones echa la mano muy abajo al torear, y el cronista de turno habla de eso como muestra irrefutable de profundidad torera, sin entrar en mayores problemas sobre si se trató de un gesto puramente técnico, encaminado, por ejemplo, a ahormar o prolongar el viaje de la res, o se ha producido como resultado de un proceso mucho más intrincado e íntimo, cuando la fusión de contrarios se hace expre48
sión de la sensibilidad de un hombre entregado a su arte. Momento mágico, ajeno a la altura de los engaños, fuera del cual no existe verdadera hondura torera. MALGESTO Y SILVERIO. Cierta frase feliz que Paco Malgesto acuñó allá por los años cuarenta tal vez nos permita aclarar mejor el tema. El popular narrador y comentarista confesaba que exclamó por primera vez su sonoro y redundante “hondo y profundo” mientras Silverio Pérez –felices noventa años, Faraón– hacía prodigios con la lenta aunque nunca tonta embestida de “Ta nguito” de Pastejé, dando forma a la más célebre de sus faenas (31.01.43). Pero Silverio llevaba en el fondo del alma su sentimiento torero, que se manifestaba también en el trazo de una tanda de verónicas de lentificada belleza –no importa si más alta o más baja la mano de la salida–, o cuando mecía embestidas y clamores al son de su chicuelina, o convertía a toro y capote en piezas móviles de una danza escultórica al quitar por fregolinas. O al acariciar por alto una embestida de pitón a rabo, o si tronchaba su viaje con un trincherazo musical, que en las ocasiones de más abandonada inspiración solía ligarse a sí mismo sin solución de continuidad, inusitado enlace de trincherazos en redondo como si de una dormida serie de derechazos se tratara. Esa misma hondura, revestida de agobiadora pereza, la supo conquistar también Luis Procuna, girando con garbo y ritmo en sanjuaneras o costadillos inolvidables, y ya estaba en los tersos doblones de Juan Belmonte, en el capote y la muleta del sevillano de la Alameda de Hércules Manuel Jiménez “Chicuelo” –cuya corta estatura le obligaba a veces a llevar altas las manos–, el desparpajo imperial de Cagancho, la verónica solorzanista, la fiebre garcista, la cadencia ordoñista y los inacabables naturales de Paco Camino al toro “Catrín” de Pastejé, por no mencionar sino unos cuantos ejemplos insignes. En otras palabras, hondura equivale a éxtasis, y por lo tanto, la profundidad no puede fundarse en la forma sino en el fondo del toreo. No en el mecanismo externo sino en la más escondida intimidad creadora.
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A LA PLAZA MÉXICO, EN SU ANIVERSARIO SESENTA Y SIETE (11 de febrero de 2013)
QUERIDA PLAZA MÉXICO: Ésta es una felicitación, sesenta y siete años no se cumplen todos los días. Sobre todo si son sesenta y siete años vividos con tanta intensidad, compartiendo la pasión de la fiesta de toros. Con sus días de éxtasis gozoso y sus inevitables frustraciones, que de todo tiene que haber en la vida. No se va nunca de mi memoria el día que te conocí. 19 de marzo de 1961. Corrida de la Oreja de Oro. Y sobre tu arena, toda la historia centrada en un berrendo: “Sol”, de Santo Domingo. En el galope suave y pronto de un berrendo. Y en la muleta de Jorge Aguilar, que incitándolo y aguantándolo desde largo lo bordó con su templada mano derecha, lo estoqueó a un tiempo y le cortó el rabo. Suyo fue, por supuesto, el trofeo en disputa. Y el achuchón de la Rubia de Categoría, la misma que veíamos todos los domingos por televisión, cuando los toros eran fiesta y pasión nacionales en las voces de Malgesto y Alameda. Con la entrada de En el mundo como fondo musical al principio y al final de las transmisiones. Todavía no llegaba a las pantallas el futbol americano. Y empezaba a asomar apenas el otro futbol, el de verdad. Este saludo de felicitación contiene también la gratitud de un largo alumnado. Porque en ti y por ti aprendí a ver toros. Que es como decir a amarlos. Y a vibrar con secreta dicha nada más avistar tu silueta discreta, las esculturas que te rodean, las lentas e interminables escaleras de tu graderío. ¡Qué afici ón, aquella de los años sesenta y setenta! En ese entonces, la mejor del mundo. Y los que digan que no, que vean y comparen faenas y trofeos con los que paralelamente se aplaudían y otorgaban en la Maestranza y Las Ventas, que hoy poseen, sin discusión –y con Bilbao– la primacía mundial absoluta. Sol y sombra, ricos y pobres, afición y curiosos formaban, cuando te conocí, una unidad primordial. En tus gradas, los villamelones éramos sobre todo 50
aprendices atentos, no turba ruidosa. Y tu voz era una, no ese bullicio de nec edades en permanente y etílica colisión. Si el toreo nos elevaba al cielo –estoy seguro que cuando su grandeza te toca, flotas como una isla de cuento de hadas en una Arcadia etérea, ajena a cuanto te rodea– el destoreo merecía tu invariable y enérgica repulsa. Cómo olvidar cuando le pusiste las peras a veinticinco a El Cordobés, que acabó a cojinazos la corrida de su confirmación, exactamente como le había ocurrido a Litri catorce años antes. Y cómo, forzados a reemplazar tremendismo por toreo, ambos recibieron posteriormente de ti un reconocimiento imparcial y entusiasta. Sin ambages ni rencores, como correspondía a una afición sabiamente respetuosa del toro, el torero y el toreo auté nticos; tres respetos que empiezan por el respeto a uno mismo. Ése que con el paso de los años se te ha ido esfumando inexorablemente. Algo queda, sin embargo. A veces –pocas y casuales– tu vieja inteligencia sensible llega a aflorar, rescoldos del fuego que nutría y daba vitalidad a aqu ellos domingos entrañables. Ni dura ni blanda, sabías hacer de la pasión un acto de justicia. Y si repetidos sacudimientos emocionales y estéticos te llevaron a encumbrar y reconocer ídolos cuyas hazañas aún vibran, escondidas en tu alma de cemento, esa clara identificación con la inexpresable belleza del toreo no excluyó broncas sonoras a Garza, Silverio, Dominguín, Camino, Martínez. E incluso al mismo Manolete y en la propia tarde de tu estreno, aquel 5 de febrero sesenta y siete años atrás (“que no te vendan amor sin espinas”, diría Sabina). Ese apego al toreo puro te llevó, durante décadas, a desterrar de tu ruedo molinetes, manoletinas y toda esa desplantería barata en tan profusa boga actua lmente. Pero, por otro lado, tu criterio de sabia señora nunca dejó de abrirse a los estilos más diversos, clásicos o iconoclastas. Una afición así requería, naturalmente, de jueces de plaza a su altura. Lázaro Martínez y Juan Pellicer, por ejemplo. De Pellicer, al paso de los años, a toro muy pasado, ha dicho horrores El Cordobés, precisamente porque no le permitió hacer de las suyas. Quién lo diría hoy, con los “jueces” convertidos e n sumisos empleados de una empresa que, con el cuento de la autorregulación, ha conseguido colar novillos sin sortear para sus socios consentidos, ordenar des51
de el callejón indultos y orejas hasta la ignominia, y destituir, en peligroso eje rcicio de absolutismo, a jueces intachables, como el maestro Jesús Córdoba, porque se resistían a aprobar toretes y regalar apéndices al gusto y dictado del empresario. En estos días te visité de nuevo. Estabas de fiesta y era natural llevarte nue stro parabién. Nos saludó, como cada 5 de febrero, el montaje de una manifestación antitaurina en calles aledañas, signo de los difíciles tiempos que estamos viviendo. La víspera, habías paseado en hombros, entre muestras de idolátrico fervor, a un torero que, con perdón, en tus años mozos no habría pasado del quicio de tu puerta. Por el contrario, a esos mismos huéspedes frívolos de tu presente les costó un mundo apreciar el acendrado clasicismo de Fermín Riv era con astados muy de esta época, con los cuales sale sobrando la suerte de varas, antigua piedra de toque de la bravura. Rivera tiene en su toreo todos los ingredientes que hacían sintonía con tu sensibilidad; sobriedad, temple lento y largo, expresión propia. Los que gustosa reconociste en la versión final de su bien recordado abuelo. Lo cual nos lleva al agridulce tema de las despedidas. Ninguna plaza como tú para vivirlas a fondo, para transmitirnos piel adentro su inasible y agarrosa sustancia. Tardes y ocasiones inolvidables las de los adioses del propio Fermín Rivera y del Ranchero Aguilar, José Huerta, Procuna, Martínez, El Capea, Lomelín, Manolo Arruza… No sólo por el reguero de faenas grandes que dejaban tras de sí, sino porque, arropados por tu sentida adhesión, fueron capaces de reeditarlas en su último día. Y los que no tuvieron en tan señalada ocasión el sol de cara –como Armillita o Solórzano o Silverio o El Calesero…–, cuántas muestras de sincero respeto y fervor recibieron a cambio. El capítulo de faenas grandes sí que es, por ventura, un pozo sin fondo. Aquí sí que cada quien elija y tome. Aunque quizás haya, en tu apretada antología, un puñado de ellas por encima de toda discusión. Digamos: Silverio y “Barba Azul”, Garza y “Buen Mozo”, Manolete y “Manzanito”, Armilla y “Nacarillo”, Rivera y “Clavelito”, Arruza y “Holgazán”, Capetillo y “Fistol”, el Ranchero y “Montero”, Luis Miguel y “Pajarito”, Procuna y “Polvorito”, Cale52
sero y “Jerezano”, César Girón y “Rascarrabias”, José Huerta y “Macareno”, Chucho Solórzano y el novillo “Bellotero”, Arruza –a caballo y a pie– y “Gavilán”, El Viti y “Aventurero”, Huerta y “Rebocero”, Manolo y “Jarocho”, Curro y “Horchatito”, Chucho y “Fedayín”, Procuna y “Caporal”, Mariano y “Azucarero”, el Capitán y “Pelotero”, Manolo y “Amoroso”, Lomelín y “Luna Roja”, Mariano y “Timbalero”, Cavazos y “Mesonero”, Capea y “Manchadito”, David y “Presumido”, Guillermo y “Gallero”, Joselito y “Valeroso”, David y “Mar de Nubes”, el Pana y “Rey Mago”, El Juli y “Guapetón”… más lo que pueda haberse quedado en el sobrecargado tintero de la memoria. Implícitos están, por supuesto, los nombres de cuantos criadores y divisas hicieron posible todo ese caudal de arte: San Mateo, La Punta, Piedras Negras, La Laguna, Torrecilla, Pastejé, Zotoluca, Tequisquiapan, Valparaíso, Mariano Ramírez, José Julián Llaguno, Santo Domingo. Y también Mimiahuápam, Garfias, San Martín, Reyes Huerta, Montecristo, Barralva, La Joya… Esta visita, este viaje sentimental hacia el fondo de tu historia está siendo extenuante. Lo que tan sencillo parecía en un principio –visitar a nuestra amiga y maestra con motivo de su aniversario, gozar en su presencia y compartir una alegría legítima y cordial– resultó, a la hora de la verdad, un ejercicio tan feliz como fatigoso. Remover tal profusión de sentimientos puede llegar a ser abrumador. Así que me despido, querida Plaza México. Te dejo meditando a solas sobre todo lo vivido, gozado, ganado y perdido en este largo tiempo. Con la preocupación de tanta espada de Damocles pendiendo amenazante sobre tu futuro. Con la esperanza de que la generación actual de toreros jóvenes de México – tan abundante, expresiva y promisoria– consiga remontar la dura cuesta arriba que le deparó el destino. No les faltarán ni valor ni valores. Y ése sería, para ti, el mejor regalo. Para ti y para nuestra Fiesta, tan necesitada de un repunte que la devuelva a la escena pública con la fuerza y contundencia que tu solidez y tu historia simbolizan con legítimo orgullo. Porque la calidez de este abrazo colectivo que hoy te damos se repita por un largo porvenir, recibe la renovada gratitud de: ALCALINO 53
LAS OREJAS PROTESTADAS DE LA MÉXICO (17 de noviembre de 2014)
En apenas tres tardes, nueve orejas cortadas y cuatro salidas en hombros. Maravilla de maravillas. Cualquiera pensaría que, en esta temporada grande, los éxitos viajan en tren bala, como el cuento chino de moda. Y sin embargo… Sin embargo, si algo ha caracterizado esa retahíla de triunfos sensacionales ha sido la estentórea protesta que saludó el otorgamiento de dichos trofeos, especialmente cuando los jueces de plaza, como puestos de acuerdo, los prodigaron a pares. Jueces puestos de acuerdo ya se sabe por quién: algún personero de la empresa, seguramente el que el lector estará intuyendo. Y al lado de tan indulgentes y obedientes agitadores del pañuelo veloz, igual de prestos y dispuestos, cronistas de aluvión parecidamente sometidos (hay excepciones). Todo bajo unos tendidos con mucho cemento al sol, inequívoca señal del grado de desinterés popular que suscitan las postizas apoteosis que se cuecen en la gra n cazuela. PASE Y COMPARE . Habría que remontarse a las épocas de Armilla y Garza, Balderas, Solórzano y El Soldado, para encontrar cortes de apéndices en cantidades así de impresionantes. Claro que estamos hablando de 1936-37, temporada que pasaría a la historia como la de la independencia taurina de México. Y de una tercera corrida de siete orejas, dos rabos y la pezuña de “Pardito” de San Mateo, única pata cortada en la historia taurina de la capital, por un coloso en plenitud como Fermín Espinosa “Armillita”. También la temporada 1952-53 –ya en la México– abrió a lo grande. Sólo que en los dos primeros festejos de aquel lejano otoño, los dos rabos otorgados sirvieron para premiar las faenas de Capetillo a “Fistol” y de El Ranchero Aguilar a “Montero”, dos joyas difíciles de superar incluso por sus propios autores. Lluvia de trofeos, sí, pero de los indiscutibles, ésos que se justifican porque sirven para subrayar lo excepcional. Nada que ver con el discreto nivel de 54
lo visto hasta la fecha en las interminables sesiones de Insurgentes, dominadas por el tedio que provoca el mortecino post toro de lidia mexicano, de nuevo presente con redobladas endeblez y mansedumbre sobre la amarillenta arena. Cómo estarán las cosas que incluso los triunfadores de estas tres últimas tardes, interpelados al respecto, hablaban de animales de gran “bravura, fijeza y transmisión”, no se sabe si para quedar bien con el ganadero y el empresario o porque se perdió ya, incluso entre toreros de cartel, la noción de lo que significan tales cualidades, propias del toro auténtico. En todo caso grave señal, acríticamente secundada por el coro de especialistas. DEL RESPETO A LA MOFA . El rechazo del público a un trofeo mal otorgado no es cosa nueva. Pero, cuando se producía, ya fuese porque la faena no alcanzó altura suficiente, la estocada desmereció o el juez se volvió loco, la afición capitalina sabía sacar las uñas y poner las cosas en su sitio. Y el espada agraci ado por aquel arrebato generoso de la autoridad no tenía otra que inclina rse ante el parecer del respetable, por lo que el apéndice discutido iba a parar a la arena o, si el matador estaba persuadido de merecerlo, al bolsillo interior de su casaquilla. Pero nadie, ni la primera figura ni el último novillero, se hubiera atrevido a pasearlo ante un coro discrepante. Si en plazas menores eso se acostumbraba, aunque sólo fuese para las fotografías publicitarias de rigor, la México era otra cosa, y aquí había que cuadrarse. Hace no tanto, Enrique Ponce, ante una protesta generalizada, optó por arrojar el par de orejas otorgadas por algún juez palomeado por la empresa y meterse airado al callejón; un subterfugio barato para conmover a la ingenua multitud, que, arrepentida, lo obligaría a recorrer entre aplausos el anillo del devaluado coso monumental. Alguien a mi lado, con obvio acento español, exclamó algo así como “si llega a hacer esto en Madrid no entra más a Las Ventas”. Se refería, claro, a que buen cuidado tendría –Ponce o cualquier otro– de gastarse semejante pataleta en una plaza seria. Lo que la México fue pero ha dejado de ser, tras un corrosivo desgaste de más de cuatro lustros.
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¿ES ÉSTA LA FIESTA QUE QUEREMOS? (17 de febrero de 2014)
La pregunta es casi retórica, porque respuestas e intereses tienden a mezclarse y confundirse. Si uno repasa la poca información taurina que divulgan los medios, parecería que sí, que la tauromaquia vive en México uno de sus momentos estelares, pues todo son flores y elogios a diestra y siniestra. Como tal unanimidad mosquea, vale la pena acercar más la lupa al objetivo. Por ejemplo, al ambiente que reina durante el sorteo de cualquier corrida importante, donde los ganaderos se notan nerviosos y expectantes, la autoridad aparenta asumir muy seriamente su papel y los representantes de los toreros se desean suerte con talante taciturno; no faltan, sin embargo, aficionados curtidos que le ponen peros al ganado, engordado de prisa, dicen estos aguafiestas, con algún animal demasiado astigordo y varios de ellos extrañamente jadeantes tras las ma niobras de entorilamiento. Por contraste, un ganadero joven que asoma por ahí con aires de protagonista se hará lenguas sobre lo bonitos que están los seis o el gran juego que dieron los del festejo anterior, que uno recuerda como un caso más de ausencia de casta e invalidez supina. Confirmado queda que, en esta vida, no se consuela el que no quiere. Aun así, tanto optimismo suena exagerado. Como debe parecerles también, a los heraldos del esplendor de la fiesta, el rigor de cualquier comentario que los contradiga. E L PUNTO DE VISTA INTERESADO. Como desapareció la oportunidad de cotejar textos, dichos y pareceres por la noche o al día siguiente de la corrida porque, si uno exceptúa La Jornada y ciertas páginas web, el coro de alabanzas suena tan insípido como monocorde –adiós al placer de leer y concordar o discrepar con los Pellicer, Rafael Solana, Manuel Horta, Ojo, García Santos, Alameda, Carlos León, Don José, Leduc, Bitar, Jarameño…–, lo que queda, más allá de reseñas que se repiten casi palabra por palabra, son las entrevistas con 56
personajes de la fiesta, todos optimistas, ninguno “amargado”, y más de un torero figura empeñado en convencernos de que acaba de bordar el faenón de su vida, a un toro por supuesto “de gran calidad”, como por lo demás corroborarán criador e informador con desbordada euforia. Pero si la entrevista es el género periodístico más manoseado de nuestro tiempo, es también el más monótono y carente de imaginación, pesado lastre que, con raras excepciones, se distribuye a partes iguales entre entrevistadores y entrevistados. De modo que ni los entresijos del ambiente ni la bendita “libertad de expresión” nos sirven para desentrañar la cuestión: para la gente del toro, todo ma rcha a pedir de boca. Al grado que no se entiende cómo es que, bajo esas aguas tersas y cristalinas, no paran de patearse personas tan bien entrenadas en el ta cto diplomático y las declaraciones de concordia y afectos mutuos. CARTAS SOBRE LA MESA. Lo de las patadas bajo el agua puede derivar de repente en zipizapes como el de la empresa Pagés de Sevilla, de un lado, y del otro los famosos coletas del G-5 (Morante, Juli, Manzanares, Perera y Talavante), cuya agria disputa y definitivo alejamiento de la Maestranza y su feria de abril ha sido la noticia bomba de la pretemporada en España. O, en un medio menos dado a hostilidades como aparentemente es el mexicano –donde dos empresas monopólicas lo dominan prácticamente todo–, la suspensión de la temporada en Mérida por parte de ETMSA, en represalia porque la autoridad municipal rechazó un encierro falto de trapío, contrariando la manga anchísima que usualmente preside la Fiesta en nuestra república, donde la mofa de los reglamentos y sus supuestos garantes gubernamentales es lo normal. Ante tamaño atrevimiento y semejante incongruencia, la reacción del stablishment taurino nacional no podía hacerse esperar, incluidas perlas como la carta, de tono indignado, remitida al ayuntamiento meridano por el representante de la asociación de subalternos, Carlos Sánchez Torreblanca, con una redacción de sobaquillo y zambullida de cabeza al callejón, ausencia total de argumentos y la flagrante inexactitud de asegurar que el toro mexicano es más pequeño que el español porque “desciende de los toros navarros” llegados a México en el siglo XVI por iniciativa de Hernán Cortés. Como si fuese esa añeja y desaparecida rama –toros 57
efectivamente de cuerpo breve y ligero– y no la de Vistahermosa, a través de Saltillo-Llaguno, la que domina abrumadoramente la cabaña nacional. Para no ser menos, El Juli, también por carta, se ha animado a levantar la bandera de la ética frente a la empresa sevillana que, a su parecer, les faltó gravemente al respeto a él y las demás figuras del G-5. Asevera el madrileño –que por lo menos le dio quehacer a algún amanuense menos torpe que el de la asociación de subalternos aztecas– que su ruptura y la de sus colegas con el empresario Eduardo Canorea fue un paso obligado, de lesa dignidad, dado su despectivo trato hacia quienes se juegan la vida en el ruedo y frente al toro; una pugna donde la razón moral asiste a los diestros en la misma medida en que desasistió a su agreste contraparte. Suena bien, y resultaría hasta convincente, si ahora mismo no estuviera dedicado El Juli a matar, por cosos mexicanos, una parva colección de erales y utreros que fácilmente alcanza ya el medio centenar, con algún indulto de por medio y faenas tan admirables como, en otras circunstancias, lo sería la que cuajó el domingo anterior en Tlaxcala a huidizo y corniausente novillote de Montecristo, cuando tras hipnotizarlo con su muleta-imán le bordó una faena llena de sapiencia, temple y, lo que no deja de ser raro en él, inspirada y fértil imaginación. Habría sido una obra de arte si hubiese tenido delante algo parecido a un cuatreño íntegro y cabal. Y seguiría mereciendo elogios, a pesar de la sucesión de pinchazos que la afeó. Eso por no hablar de las ratas que este mismo abanderado de la ética profesional despachó hace poco en Cancún, pues lo que las fotografías muestran ni en Las Vegas habría pasado por toro. Las Vegas, otra de las “plazas” americanas pisadas hace no tanto por el mismo “matador de toros”, junto con otros distinguidos colegas de oficio. AUTORREGULACIÓN Y MANTRA HINDÚ. Volviendo al tema original de la presente columna, pareciera que sí, que la Fiesta que quieren y entienden como tal taurinos y toreros, con la prensa sistémica y buena parte de la afición de su lado, es esa que por hábito nos asestan, más disimuladamente en la capital del país y sin el menor recato en los estados con la sola excepción del Nuevo Pro58
greso de Guadalajara, única plaza seria de América. Una fiesta autorregulada – viva el neoliberalismo– aunque nada globalizada, pues sería inviable bajo el rígido control de los reglamentos europeos. Allá donde, además, aún existe un periodismo taurino que, sin ser precisamente inmaculado –nunca lo fue–, al menos cuenta con gente alerta y cuidadosa de aplicar responsablemente la crítica a los festejos que comenta. Y también a la trastienda y sus bambalinas, tan movidas últimamente. Cuando uno señala estas diferencias, que no son simplemente geográficas, no es raro topar con una frase, repetida como mantra hindú por los taurinos mexicanos: “ésta es nuestra fiesta y éste nuestro toro, el mejor del mundo por su calidad y duración (?); y al que no le guste, que se haga a un lado y nos deje disfrutar”. Nótese que, sin querer, dieron en el clavo. Que, efectivamente, la evidente retracción del público taurino –los muchos que ya “se hicieron a un lado”– ha ido en aumento a medida que la autorregulación empresarial, la omisión cómplice de las autoridades y la autocomplacencia de ganaderos, revist eros y demás taurinos se apoderaban impunemente de la Fiesta en México. Todavía quedan arrestos en la gente para ilusionarse con tal o cual c artel más o menos bien rematado –es verdad que con mucho malinchismo y distorsiones del gusto y el criterio de por medio–. Esto, las buenas entradas que esporádicamente se ven en la México y principales cosos del país, y con mayor frecuencia en las alegres ferias pueblerinas, no impide que, conforme una corrida avanza, la atención del público se relaje y el tedio y las manifestaciones etílicas se apoderen del ambiente, por más que los diestros se encimen al agonizante pseudotoro o anuncien obsequiosamente algún pilón relativamente astado. Obsérvelo usted: prácticamente no ha habido, en esta temporada grande ni en las anteriores, torito de regalo que se lidie con el graderío ocupado por la totalidad de la concurrencia original: muchos se van sin esperarse a más. Y rara vez se perdieron de algo realmente valioso y digno de ver. Este fenómeno, hoy común y antes desconocido, dice mucho acerca de lo que pasa en el ruedo. Que ni suele parecerse a lo que rezan las elogiosas reseñas ni logra ya despertar las sacudidas emocionales que dieron justificación y grandeza a la tauromaquia de toda la vida. 59
¿E S ÉSTA LA FIESTA QUE QUEREMOS? Sus defensores y beneficiarios dirán que sí, no pocos de ellos felizmente autoengañados por su engendro. Toca a nosotros decidir si les seguimos mansamente la corriente o continuamos esta desigual pugna, en afán de recuperar las esencias del mito que durante siglos diera contenido a una entrañable y hermosa tradición. En uno u otro caso, habrá que convenir en que la empobrecida versión de la tauromaquia que ante nosotros desfila perdió ya casi todo contacto con sus valores primigenios – verdad, valentía, equilibrio de fuerzas entre hombre y bestia, belleza al filo de la muerte, fuerza emocional…–, derivando en un producto comercial de calidad tan dudosa que ni siquiera comercialmente se sostiene. Los taurofóbicos tendrían que sentirse muy reconfortados de saber que los taurinos, con su actual fiesta de toros a la mexicana, les están proporcionando el argumento más contundente y el mejor antídoto contra la vieja pasión taurómaca que hizo del toreo –en México como en España y unas cuantas naciones afortunadas más–, celebración de la vida mediante la dignificación de la muerte sacrificial del toro, dando así forma a un arte popular de extraña, peculiar, incomparable belleza.
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¿POR QUÉ YA NO SE VA A LOS TOROS? (7 de diciembre de 2015)
En el semanario madrileño El Ruedo correspondiente al 21 de abril de 1960, Juan de Dios Álvarez, corresponsal en nuestro país de la ya desaparecida publicación, da cuenta de las corridas efectuadas simultáneamente el domingo 10 de dicho mes en la Plaza México (Procuna, Rafael Rodríguez y Juanito Silveti con seis de La Laguna) y El Toreo de Cuatro Caminos (Carlos Arruza a caballo y a pie, Antonio Velázquez y Alfredo Leal, toros de Santacilia y Tequisquiapan); y en uno de sus subtítulos apuntaba: “Setenta y cinco mil espectadores llenaron las dos plazas”. Más allá de la evidente exageración –ni la gran cazuela llegaba a las cincuenta mil localidades ni El Toreo pasó nunca de veintitrés mil–, el doble lleno de esa tarde abrileña marca un abismo entre la pasión taurina de entonces y la penuria galopante del presente. ¿Será posible que en los cincuenta y cuatro años transcurridos se haya disuelto en la nada el tradicional fervor taurómaco de los capitalinos? DEL AUGE AL VACÍO. En cincuenta y cuatro años no, pero sí, para mayor inri, en los últimos veinte. Todavía el 11 de diciembre de 1990, por citar otro caso puntual, a la México acudían más de treinta y cinco mil aficionados convocados por este discretísimo cartel: Morenito de Maracay, César Pastor y El Yeyo con astados de Campo Alegre. Semejante concurrencia sería hoy inconcebible. Y la explicación no es tan simple como parece. Eso sí, entre las múltiples causas del desastre es inevitable considerar cuánto se han encarecido desde entonces los boletos y, sobre todo, en qué medida se fueron yendo a pique la bravura y el trapío del ganado, así como el poder de convocatoria de los toreros; y si eso pasa con los ases actuales, qué se podía esperar de ilustres desconocidos para un público masivo que, la noche del jueves, pasando penurias indecibles abarrotó el Estadio Azteca, mientras en los desolados tendidos de la México se perdían unos cuantos familiares de seis inno61
minados, arrojados a los leones por una empresa desprovista de los mínimos exigibles de seriedad, afición y sentido común. Misma empresa que ha tenido bajo su tutela la Fiesta capitalina durante casi cinco lustros. Con lo que una posible explicación empieza a vislumbrarse. SUMAS Y RESTAS. El domingo anterior ya nos habíamos llevado el chasco de comprobar cómo la repetición de Diego Urdiales, tras su inolvidable faema a “Personaje”, se daba ante raquítica entrada. Un dato más a tomar en cuenta en relación con la caída en picada del interés y la afición al toro de los capitalinos. Lo que hace no tanto habría justificado un taquillazo, con la inquieta afición ávida por comprobar las excelencias artísticas del riojano, no pasó de cansino desfile de unos pocos miles, presas más bien de la costumbre. Aquí, es lícito afirmar que está operando el factor desinformación: quite usted al taurófilo irreductible y dígame de qué fuentes dispone el ciudadano común para enterarse de que aún existe la fiesta de toros. Pues ni los medios electrónicos la toman mínimamente en cuenta ni de la rica información gráfica y escrita de otros tiempos quedan ya más vestigios que una publicrónica monótona y gris. Hasta la calidad visual de la fotografía taurina de siempre ha desaparecido sin dejar huella. Sumados domingo y jueves últimos, a duras penas llegarían a cinco mil los defeños que sacaron boleto para los toros. Nadie creería que hubo un tiempo en que funcionaban simultáneamente dos cosos de gran tamaño –en la capital y el municipio conurbado de Naucalpan de Juárez– y que ambos se colmaban de público, expectación y toreo. De interés y emoción auténticos, en síntesis. LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ. La nota de 1960 del corresponsal mexicano de El Ruedo nada tenía de excepcional. Con algunas intermitencias, entre las décadas del cuarenta y el sesenta del siglo pasado, en la México y El Toreo se organizaban temporadas simultáneas. Y muchos domingos la concurrencia sumada de ambos cosos, sin alcanzar los ilusorios setenta y cinco mil espectadores de la información citada, rondaba de cerca esa cifra. Cuando Antonio Algara reestrenó El Toreo en Cuatro Caminos –invierno de 1947-48– las dos plazas funcionaron al unísono. Curiosamente, y pese a contar con todos los ases de la baraja nacional –Arruza, que a su vuelta de Es62
paña era la gran novedad y actuó siempre a plaza llena, Armilla, Garza, Silverio, El Soldado, Velázquez e incluso Procuna, que cambió de caballo en mitad del río– la competencia le resultó ruinosa, dado lo lejano y mal comunicado del flamante coso. Este antecedente trajo un precautorio parón hasta que, en 1953 54, Pablo B. Ochoa reabrió El Toreo con un elenco hispanomexicano muy competitivo. La experiencia no fue lo redituable que se esperaba, pero hubo tardes de lleno absoluto en ambas plazas –en la repetición del Calesero en la México tras su consagratoria actuación la tarde en que reaparecía Armillita, por ejemplo, mientras Ochoa refrescaba en Cuatro Caminos triunfos recientes de Jumillano y Guillermo Carvajal encartelándolos con Jorge Medina (17.01.54)–. Cuando, en diciembre del 56, Algara programó a todo lujo en Cuatro Caminos su famosa Feria Guadalupana, Alfonso Gaona, prudentemente, interrumpió su temporada grande el domingo tomado por la feria. En cambio, ninguna de las dos empresas acusó negativamente la competencia en 1959 y 1960, pues la afición respondió acudiendo en gran número a ambas plazas en cuanto cartel lo ameritara. Uno de tales casos fue el del 10 de abril de 1960 mencionado al principio, pero desde el año anterior se habían producido entradas que, sumadas, arrojaban, si no setenta y cinco mil, sí cerca de setenta mil boletos vendidos. Y siguió ocurriendo cuando, en 1963-64, presentó El Toreo a El Cordobés y la México a los Huerta, Rangel, Camino, Viti, Puerta. Y de nuevo en 1966, pues si Gaona llevó a El Toreo a Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y un incipiente Manolo Martínez, no por eso dejó la México de llenarse casi siempre. Tanto que el 6 de febrero ambos cosos agotaron el boletaje (Arruza rejoneó por última vez en la Monumental de Insurgentes cortándole las orejas a “Peregrino” de Reyes Huerta, con El Viti, Jaime Rangel y Manolo Espinosa como complemento; mientras, en El Toreo, José Huerta indultaba a “Espartaco” de Cantinflas, Finito cobraba dos rabiosos apéndices y Ordóñez prodigaba detalles de oro). Y como ésos, hubo varios entradones simultáneos. Eso fue, ni más ni menos, lo que nos han robado entre empresas desaprensivas, ganaderos del asfalto, diestros adocenados y medios que se olvidaron de la Fiesta para promover futbol americano y otras delicias por el estilo. 63
SOÑAR NO CUESTA NADA (7 de marzo de 2014)
Termina la temporada y uno se pone caviloso. Y en tales cavilaciones cabe lo mismo la sensación de vacío que nos deja todo lo pasado, y esa extraña impresión que es la nostalgia de lo no vivido, de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que la fiesta brava que anualmente se monta en la México es hoy incapaz de darnos. Quizá por eso la imaginación vuela y tiende a fantasear con los utópicos contornos de otra tauromaquia, una que fuera digna de la primera plaza del continente. Utopía solamente posible si alguien –con mucho poder, amor por la Fiesta y la indispensable dosis de quijotismo– intentara revertir la decadencia que la autorregulación trajo aparejada. Pura ficción, pues, ya que lo que menos les interesa a las partes involucradas es que tal cosa, semejante revuelta, llegase a producirse. SOÑAR NO CUESTA NADA . No, no vamos a pedir que regrese el toro con la casta, la fiereza y el poderío íntegros. No somos tan ilusos. Nos conformaríamos con recuperar al toro mexicano típico, más fino que basto y más pastueño que codicioso. Pero que, como cualquier toro bravo que se respete, sepa exigir un torero que lo entienda y aproveche. Y que además, de cuando en cuando, salga alguno que le pida las credenciales de una lidia reciamente dominadora. Con eso estaríamos conformes, no hace falta más. Tampoco estoy pensando en el toro de tres puyazos, bastaría con un par de ellos, aplicados, eso sí, en toda regla: toreando a caballo desde el cite hasta que la reunión se deshaga, y chorreando la garrocha, doblando sobre ella el tronco para castigar sin ensañamiento pero con firmeza, y girando el pecho del equino para que el astado pueda tomar su salida natural, al encuentro de un capot e diestramente manejado. Ni puyazos eternos ni la varita simulada al uso. Y que los maestros no nos regateen los quites. Como se verá, no pido milagros, apenas lo normal, lo de toda la vida. 64
Esta vuelta a la normalidad incluiría segundos tercios de cuadri llas bien coordinadas, sin capotazos de más ni pasadas en falso. Y faenas adecuadas a las condiciones del astado, ni cortas ni largas, en que el matador sencillamente sepa enseñarle al toro quién manda en el ruedo y por dónde tiene que embestir. La faena de un torero, ni más ni menos. Ni encimismos ni toreografía ni bravuconerías propias de ring de lucha libre. Simplemente el toreo, esa bendición. Si además hay arte e inspiración y sello propio, mejor que mejor. Y la estocada, claro. Que no a todos los toros se les puede matar con absoluta pureza es cosa bien sabida. Pero a salvo el decoro, incluso con recursos de buena ley llegado el caso. Con que tuviéramos eso –estos mínimos– la Fiesta se dignificaría. No digo que dejarían de salir mansos ni que desaparecería la frustración de tantas tardes ante corridas anodinas y vulgares, porque en tauromaquia, la conjunción de factores favorables será siempre un misterio, a tono con la condición huidiza del arte –de todo arte, tan a menudo suplantado por artificios y sucedáneos de baja estofa–. Pero al menos, la tradición taurina y sus valores genuinos quedarían en pie, y no en ese limbo, previo a la extinción, donde los autorreguladores y su corte de los milagros la tienen férreamente instalada. APOYOS REGLAMENTARIOS. Para que todo eso se diera habría que retocar el reglamento en unos cuantos puntos fundamentales. Ya mencioné la regla de los dos puyazos, pero podría ser incluso uno, no nos pongamos demasiado estrictos, a condición de que se ajustara a los tiempos, las distancias y la pelea en varas que definieron siempre la bravura. El otro tema sería la supresión de los toros de regalo, indispensable para que quien parta plaza en la capital de México lo haga con los machos bien apretados, vale decir, comprometido consigo mismo y dispuesto a aportar su máximo esfuerzo con los toros que el sorteo le haya deparado. Pero si tal supresión les parece impensable a los taurinos y sus cortesanos, ¿qué tal que, por reglamento, se vetara la concesión de trofeos en toros de obsequio? Y cuando digo toros, doy por sentado que los posibles regalos estarían clasificados de antemano como primer, segundo y tercer reserva, para impedir que el eventual 65
pagante se despache con la cuchara grande, eligiendo lo cómodo que haya en los corrales luego de escurrir el bulto ante su lote normal. Y AUTORIDADES RESPONSABLES, CLARO. Por supuesto, para que todo lo anterior cobrara forma y sentido se precisarían autoridades conscientes del valor cultural de la tradición taurina mexicana, y jueces de plaza probadamente competentes y con total independencia frente a empresas, ganaderos y apoderados, para lo cual sería indispensable contaran con plenas garantías de apoyo gube rnamental: justo lo que menos existe actualmente. Que tendría que existir, es un hecho. Que está en chino que ocurra, también lo es. Tan difícil como que se lidiaran toros íntegros en salud, edad y condiciones para la lidia (¿para cuándo un registro por ganaderías de alcance nacional, sobre un programa computacional ad hoc, abierto al público y a los estamentos taurinos vía internet, con la identidad –fecha de nacimiento, número, pelaje, características morfológicas y demás señas particulares…– de cada macho que haya en el campo bravo nacional?). Tan difícil como frenar el dispendio de orejas que tiene convertida a la México en plaza de pueblo. Tan difícil como sería que la empresa de la Monumental –tan celosa de los privilegios de su privacidad– tuviera que competir con otro coso y otra organización que, sin salir de la capital, estuviese dispuesta a reivindicar los valores auténticos de la tauromaquia. Porque tampoco sería descabellado pensar en otra plaza capitalina, alterna de la México, pero manejada con criterios reivindicatorios. ¿Qué tal? HASTA QUE LA VIGILIA VUELVE . En fin, dicen que soñar no cuesta nada. Salvo un buen batacazo al despertar. Y con ello la vuelta a la dura y abrupta realidad.
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EL TORO: DEL MEDITERRÁNEO AL ANÁHUAC
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TÓTEM MEDITERRÁNEO José Carlos Arévalo La sacralización del toro se consuma tras su ambigua conducta ante la domesticación. Vive en paralelo al hombre, pero no convive con él, como el perro o el caballo. Su relación es distante, pues una parte de la horda se deja domesticar y otra no. A la parte rebelde, el hombre la maneja de lejos. Y se sirv e de la honda y el can o el equino para fijarlo al territorio de modo más determinante. Esa operación es el principio que origina una relación mental –a veces mortal– y geométrica entre hombre y toro, un embrión de toreo, pues ya define distancias y terrenos, los de uno y otro. Pero en aquellos tiempos iniciales apenas había distinción entre el toro manso y el bravo. A éste, el agresivo, se le distinguía individualmente entre una gran tropa de individuos. Debía ser interesante y emocionante la extracción del toro escogido, porque entrañaba un peligro potencialmente mortal y una gran destreza. Su reseña tenía un objeto tan sacrificial como lúdico, pues en un pri ncipio ambos universos estaban unidos… Caprichoso en su crueldad y su generosidad como los dioses, como la naturaleza agresiva –terremotos, tormentas– y sin embargo nutricia –frutos y cosechas–, el toro promete muerte, mata a quien se cruza en su camino, y da vida su carne, su leche, su piel. Es la encarnación viva de lo sagrado… Tra nsgrede, indolente y no regladamente, como los dioses, el tabú del incesto (el que con toda naturalidad le impondrá después, aunque ocasionalmente, el ganadero moderno, para preservar los caracteres de su bravura)… ¿Por qué pervivió el toro agresivo, luego derivado en bravo, en el campo peninsular y en el sur de Francia? ¿Por qué no murió como en el resto de E uropa? ¿Por qué se perpetuó en Iberoamérica? Por una sola razón, el hombre de ese rincón europeo y de la América hispana lo preservó.
Vida y lidia del toro bravo (Ecología, ética y estética del sacrificio taurino), Edit. Sistema Producto Nacional Bovinos Espectáculo, México, 2015.
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MUERTE RITUAL DEL TORO (24 de octubre de 2005)
Quienes se oponen a la tauromaquia tal como se practica desde dos siglos y medio atrás argumentaron siempre a partir de la muerte ritual del toro, eso que ellos consideran una alevosa manera de acabar, lenta y premeditadamente, con la vida de un pobre animal, indefenso por su misma condición ante la agresión de una torva cuadrilla que lo supera en número y lo aventaja en inteligencia, malicia y medios, bajo el aliento de una masa de espectadores no menos ávidos de sangre y extraviados de conciencia. Con escasas variantes, este cartabón se ha repetido a lo largo de la historia de las corridas de toros. La diferencia fundamental en estos tiempos tiene que ver con los cambios operados en la visión del mundo y de la vida en mentalidades masificadas que, empujadas por los vientos del nuevo milenio, se sienten obligadas a rechazar lo antiguo y ceder a la tiranía de lo nuevo. Se trata de un movimiento sagazmente instrumentado por intereses de orientación muy concreta aunque sin rostro visible, dispuestos a echar mano de las formas más conservadoras de la política autoritaria para imponer a su arbitrio valores y normas acordes con su insaciable voluntad de control a escala global. Por eso, lo que en el pasado pudo limitarse a expresiones privadas de indiferencia o desafecto hacia la fiesta taurina –enteramente legítimas por lo demás–, ha dado paso con creciente frecuencia a manifestaciones mediáticas o incluso callejeras que condenan explícitamente las corridas de toros como muestra degradante de un arcaísmo incompatible con los tiempos que corren. Así, aunque la argumentación de base sea la de siempre, el fondo es muy otro: como tantos mensajes ominosos viene del norte anglosajón, corresponde a su innegable sed de divisas y dominio, y trabaja en pro de la imposición de una cultura única y de la universalización sin réplica de un pensamiento igualmente plano, uniforme y sometido. 70
LO SACRIFICIAL Y SUS VALORES. Para ese afán de homogenización mental y para los intereses hegemónicos que lo sostienen, los valores escondidos en las manifestaciones culturales de la periferia son un cáncer que conviene extirpar mediante una estrategia que pasa por la descalificación moral, la propaganda condenatoria y el activismo. Y con más razón cuando una tradición cualquiera puede ser percibida como rancia desde el encanto aséptico del mall, o se atreve a exaltar el valor de la vida libre y plena en medio de los rigores del mercado único. Porque eso, libertad y plenitud, está encerrado en el misterioso impulso del toro al acometer, y es lo mismo que su contraparte humana busca, apoyándose en el autocontrol y aspirando a expresar de manera no menos misteriosa vivencias, sentires y deseos pertenecientes tanto al mundo íntimo del hombre como al universo colectivo de su cultura. Ambos, toro y torero, pertenecen al mismo entramado con igual status de sujetos, y el rol del torero en tanto elemento que expone conscientemente la vida para recrearse a sí mismo al crear el toreo –como todo arte, una forma intrínsecamente no utilitaria– encuentra su exacto contrapunto en el toro, cuya muerte ritual no contradice y sí enfatiza su noble dignidad animal, negada en cambio por los procesos de producción cá rnica que una visión “correcta” del mundo globalizado asume como convenientes y normales, en consonancia con los valores estrictamente utilitarios que desde los centros hegemónicos interesa promover. De ese tamaño es la distorsión axiológica y la trampa cultural que subyace a la campaña hoy permanente –y por momentos asfixiante– en contra de las corridas de toros. LO QUE EL TORO REPRESENTA. Quien esté familiarizado con el toro bravo no dejará de admirar la calma inmensa que reina en su hábitat, la parsimonia gentil con que ahí se desenvuelve, el sentimiento de majestuoso temor que impone, la individualidad de sus rasgos y su carácter. Tratado siempre a cuerpo de rey, tendrá la oportunidad de enfrentar los quince minutos que dan sentido a su existencia manifestándose tal cual es, sin subterfugios ni engaños, capacitado como está para torcer su destino ritual a través de la cornada o mediante la explosión de bravura que lleva al indulto. Mas aunque éste no ocurra, habrá c errado su ciclo vital con grandeza y en una atmósfera de respeto a su ser y su 71
destino, incluso si un ejecutor inhรกbil prolongase de mรกs el episodio de su muerte. Que no serรก nunca una muerte humillante y humillada, como la que aguarda cotidianamente a cualquier animal de engorda de esos que usan para nutrirse las conciencias satisfechas.
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DE ATENCO A SAN MATEO: UNA HISTORIA SINGULAR (15 de julio de 2002)
Esto no es una alusión al primer levantamiento campesino del siglo XXI mexicano, sino simple asociación de ideas a la que ha dado lugar el nombre del municipio cercado hoy por fuerzas globalizadoras –policías salidos del mismo pueblo– que ni siquiera saben que lo son. Tampoco imaginaba Juan Gutiérrez Altamirano, primo de Hernán Cortés, los alcances de su decisión de criar ganado bravo en una de las haciendas, la de San Pedro Calimaya, que una vez consolidada la Conquista pasó a ocupar en el helado Valle de Toluca. Atenco era el nombre preciso del poblado indígena donde dicha propiedad se asentaba, y como el registro del hierro correspondiente –una simple A ligeramente estilizada– data de mediados del siglo XVI, sigue siendo Atenco la ganadería de reses de lidia más antigua que se conoce. Aunque la divisa celeste y blanca lleva muchos años sin ondear al viento de las plazas de toros, en Atenco se siguen criando toros de lidia. Ciertamente, no son ya sus propietarios actuales herederos de la familia Barbabosa, dueña de Atenco, San Diego de los Padres y Santín a lo largo del siglo XX y desde la segunda mitad del XIX, época coincidente con el mayor esplendor tanto de dichos hierros y sus productos bovinos como de la tauromaquia nacional. Pero el hilo de esa antigua vocación de los potreros calimayenses por la crianza de ganado de lidia no se ha perdido. ¿Ha ocurrido lo mismo con la sangre de la vacada? En este punto, las cosas pierden claridad. Luego de la llegada de los primeros hatos de reses españolas –de casta navarra– a principios del periodo colonial, las noticias se hacen borrosas. Y poco contribuyó a esclarecerlas el hecho de que el primer ídolo taurino que México tuvo –Ponciano Díaz, con alternativa en Puebla y posteriormente en Madrid– haya nacido precisamente en terrenos de la vetusta hacienda toluqueña un día de 1858 azotado por la ventisca 73
otoñal. Hijo de caporal, Ponciano, el torero con bigotes, llegaría a distinguirse como diestrísimo jinete y practicante privilegiado del repertorio completo de la charrería rural mexicana, que llevó a las plazas de toros, incluida la madrileña. En tiempos de Gaona, cuando la prócer divisa alcanzó su mayor brillo, en la sangre del linaje atenqueño no era ya reconocible la vieja casta fundacional. El auge duró hasta el primer tercio del siglo XX, y desde entonces, el cartel de las reses Atenco decayó rápidamente, en beneficio más de San Diego que de Sa ntín, que surtía preferentemente novilladas. Como Zamarrero, el último bastión familiar, que impregnó de sangre brava tantas temporadas chicas de los años sesenta, en la Plaza México. Hoy, las peripecias ganaderas, sociales y políticas de esa historia de casi ci nco siglos están siendo cuidadosamente reconstruidas por el investigador José Francisco Coello Ugalde, autor de abundante obra taurina y asesor de la Universidad Nacional Autónoma de México ( UNAM) en la producción del flamante DVD con filmaciones inéditas de corridas y novilladas celebradas en el periodo 1941-1946 en el histórico Toreo de la Condesa. El DVD se presentó esta semana, y el libro de Coello Ugalde dedicado a Atenco aparecerá muy pronto, según me asegura el propio autor. SAN MATEO. Pero si Atenco remite a lo más remoto en materia de ganado de lidia dentro y fuera del país, San Mateo sería responsable del esplendor del toreo mexicano moderno. La mejor simiente española del marqués de Saltillo llegó a la hacienda de San Mateo, enclavada en Fresnillo, Zacatecas, allá por 1908, sobrevivió a los duros avatares de la Revolución y proyectaría sobre las plazas el tipo de ejemplar terciado, codiciosamente enrazado y de gran fijeza y clase, tan abundante hasta hace pocas décadas, que llegó a caracterizar entre los taurinos al toro típicamente “mexicano”. Responsable principal del desarrollo y auge del mismo –que no de su actual decadencia– fue Antonio Llaguno González, cuya sabiduría y dedicación llegarían a convertirlo en –literalmente– el mejor ganadero del mundo. Así quedó entronizado a través de la Época de Oro del toreo mexicano (décadas 30-40 del siglo XX), antes que, hacia el último tercio del siglo, su sangre inundara por completo el campo bravo del país, re74
flejo de la gran calidad de sus productos, pero causa asimismo de la decadencia galopante que se cierne sobre la actual cabaña nacional. Por razones tanto de consanguinidad excesiva como de la selección al revés en que han incurrido la mayoría de los ganaderos, en atroz detrimento de la bravura, que es la única razón de ser del toro de lidia.
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PIEDRAS NEGRAS, GLORIA DEL CAMPO BRAVO TLAXCALTECA (8 de noviembre de 2010)
Ignoro si la foto en gran formato de “Fantasío”, del marqués de Saltillo, seguirá presidiendo la entrada al salón-bar de la hacienda de Piedras Negras. “Fantasío” fue hijo de la vaca “Fantasía” y el semental “Tabaquero”, del marqués de Saltillo, que llegaron a Piedras Negras en 1905 con un lote de diez hembras y dos machos, de los cuales solamente “Tabaquero” dejó descendencia. Y de óptima calidad, aunque fuese “Fantasío” el que mejor ligó y mayor lustre diera al prócer hierro tlaxcalteca. La antigua hacienda agrícola de San Mateo Huiscolotepec –o Piedras Negras–, patrimonio de la familia González desde 1832, se incorporó al campo bravo del Anáhuac cuando don José María González Muñoz llevó a sus potreros un hato de San Cristóbal de la Trampa, ganadería brava de la región, en 1888. Y poco después, un toro español de Benjumea (“toritos de Benjumea, el demonio que los vea”, rezaba un refrán madrileño de la época). Como tantos comienzos, el de Piedras Negras hubo de someterse al procedimiento de “prueba y error”, mientras desfilaban por sus potreros animales adquiridos de Tepeyahualco –una mezcolanza de pintas, hechuras y comportamientos que incluía sangres tan disímbolas como Miura y Murube–. Hasta que, con la compra de las reses de Saltillo y el desarrollo de una línea pura de dicho encaste, don José María dio en el clavo y empezó a tejer lo que, en un tiempo relativ amente corto, daría auge, prestigio y leyenda a Piedras Negras. En pocos años los bovinos criados en el municipio de Tlaxco pasaron a ser garantía de calidad, y la expresión “está tres piedras” o “es muy tres piedras”, aplicada en tono de elogio a cualquier persona, objeto o asunto afortunado, hacía referencia a la bravura y clase sobresalientes de los astados marca dos con el hierro de la familia González Muñoz. 76
Nótese que la llegada a Piedras Negras de las vacas y toros del marqués de Saltillo ocurría un par de años antes de que el célebre Antonio Llaguno González recibiera en su hacienda zacatecana otro lote de igual procedencia, base de la indiscutible grandeza de San Mateo. MUCHAS TARDES DE GLORIA. Reglamentariamente, Piedras Negras obtuvo cartel en la capital al ser aprobado su encierro del 8 de noviembre de 1896 – hoy se cumplen ciento catorce años–, que lidió en la plaza de Bucareli una terna andaluza compuesta por Juan Jiménez “El Ecijano”, Joaquín Navarro “Quinito” y Diego Rodríguez “Silverio”. Lo que a continuación se fue desgranando constituye una de las vetas más ricas en la historia del toreo y la ganadería nacionales, desde los tiempos de Rodolfo Gaona (que cuajó con “Revenido”, su mejor faena en México, 17.02.23), incluido el famoso encierro de ocho cárdenos que con Rodolfo desorejaron Dominguín, Sánchez Mejías y Ernesto Pastor en tarde de apoteosis (22.01.21), hasta los de Mariano Ramos (y su recordado faenón a “Timbalero”, 21.03.82), pasando por los de Cagancho, Carmelo Pérez y Heriberto García, y por supuesto los de Armillita y Balderas, a quien la cornada de otro piedrinegrino, el trágico “Cobijero”, borró de este mundo en El Toreo de la Condesa (29.12.40). Quién lo hubiera dicho año y medio antes, cuando cuajó Balderas la mayor apoteosis de su vida torera, con los rabos de los piedranegrinos “Gallareto”, “Lucerito” y “Marinero”, en el único mano a mano con Armilla en el que consiguió vencer al coloso de Saltillo (22.01.39). Enorme sería el recorrido, pletórico de tardes, toros y toreros inolvidables, que tendríamos que emprender para dar una idea cabal de lo que ha significado Piedras Negras no sólo para el campo bravo de Tlaxcala sino para la tauromaquia mexicana en general. CINCO GENERACIONES. Salvada la venta de su torada que hacia el final del porfiriato hiciera José María González Muñoz en beneficio de Manuel Fernández del Castillo y Mier, cuyos malos manejos financieros no tardarían en revertir dicha operación, Piedras Negras ha estado en manos de los siguientes miembros del clan fundador, partiendo del momento en que don Lubín González y González quedó al frente de la divisa tabaco y rojo, en 1908 . Entre 77
1928 y 1941 Wiliulfo González Carvajal, propietario también de La Laguna, vacada hermana a la que pronto elevó a los primeros planos con un toro más pastueño que el piedrinegrino, tradicionalmente fiero y encastado; a la muerte de don Wiliulfo, producto de trágica caída en plena faena de acoso y derribo a campo abierto a mediados de 1941, hereda la ganadería su hijo Romárico, que al quedarse con La Laguna dejó la responsabilidad de Piedras Negras en manos de su hermano Raúl, uno de los últimos grandes señores del campo bravo tlaxcalteca, cuya estafeta ha recogido su hijo Marco Antonio, que el pasado martes 2 salió en hombros de la Ranchero Aguilar de Tlaxcala junto con el Zapata, Fermín Spínola e Israel Téllez, que desorejaron un encierro de muy fina s hechuras y óptima clase, tal vez un puntito soso, cuyos ejemplares fueron baut izados con nombres de toros célebres de la casa. Destacó por su juego el segundo, “Jumao”, toro de arrastre lento al que Spínola cuajó plenamente en los tres tercios. No está de más recordar que un primer “Jumao” formaba parte del lote de ocho que Fermín Armilla tuvo que despachar en solitario en la Corrida de Covadonga de 1939, al caer herido El Soldado por “Joyero”, segundo de la tarde, que lleno de celo lo empitonó gravemente cuando empezaba a torearlo de muleta. Fermín le cortó el rabo a “Jumao”, parte de la colección de dos apéndices caudales y cinco auriculares con que se alzó en tan memorable fecha. TIEMPOS MODERNOS. Ya en la Plaza México, Fermín Armilla, torero muy de la casa, inmortalizaría al cárdeno “Nacarillo” en medio del clamor provocado por los veintisiete pases naturales que compusieron la parte medular de aquella faena inmortal (15.12.46). Posteriormente, Piedras Negras –y, sobre todo, La Laguna– continuaron sirviendo la materia prima para la anual temporada grande y también en cosos del interior del país. Triunfadores asiduos con astados de la divisa rojo y negro fueron en Insurgentes Rafael Rodríguez (“Mercillero”, “Caminante”) y Joselito Huerta (máximos trofeos con dos toros de nombre coincidente –“Talismán”–, uno en 1956 y el segundo el año 60). Curiosamente, las mayores victorias en la México del madrileño Julio Aparicio y el rejoneador Álvaro Domecq hijo llegaron con otro par de tocayos – 78
“Trapero” se apelaban ambos–, dos toros de vuelta al ruedo en premio a su bravura. A partir de los años setenta, la presencia en temporada grande de los clásicos encierros de Piedras Negras y La Laguna menguó considerablemente. Ni disfrutaban ya de la predilección de los ases –la bravura, seca o suave, tiene menos cartel cada vez– ni el encaste que representaban pasaba por su mejor momento. Morlacos como “Timbalero” –el de la épica faena de Mariano Ramos en la entrada de la primavera en 1982– acabaron por espantar a la acomodaticia torería de hogaño.
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LA GANADERÍA DE LA PUNTA (15 de febrero de 2010)
El domingo 7 de febrero se anunció en la México la reaparición de La Punta, legendario hierro jalisciense que llevaba casi cuarenta años apartado de los carteles capitalinos y del curso global de la Fiesta, con la ganadería brava mexicana agudamente aquejada de consanguinidad y mansedumbre al desaparecer los genes de Murube, Veragua y Parladé que escribieran, con Saltillo como eje, la hermosa historia de nuestra tauromaquia a lo largo del siglo XX. Es más que dudoso que los nuevos punteños conserven intacta la pureza de la sangre parladeña que, vía Juan Belmonte y Campos Varela, los hermanos Francisco y José Madrazo importaron al país mediados los años veinte, y que con el tiempo y mucho trabajo darían lugar a la ganadería más larga del mundo, compuesta por cerca de mil cabezas de ganado y capaz de lidiar veinte corridas al año. La ganadería predilecta de Fermín Espinosa y Jesús Solórzano Dávalos. La de la alternativa de Silverio en Puebla, y también la de “Zapatero”, la más grave de sus cornadas. La de la confirmación de José Huerta en Insurgentes con un encierro imponente que, sin embargo, se paró pronto, anunciando las primeras sombras del ocaso de una vacada histórica. De hecho, el del domingo anterior fue apenas el vigésimo cartel en el coso de Insurgentes con el nombre de La Punta impreso (nueve de ellos antes de 1950), lo que confirma que dicho hierro alcanzó su máximo nivel en los años grandes de El Toreo de la Condesa, a partir del corridón del debut (23.01.1927: Chicuelo, Emilio Méndez y Marcial Lalanda) y a través de los veinte gloriosos años en que ofrendaron allí su vida “Rosaledo”, “Carabinero”, “Bordador”, “Faraón”, “Gavilán”, “Pizpireto”, “Embutido”, “Brillante”, “Tirabeque”, “Consentido”, “Pituso” y tantos más, sin olvidar a “Judío”, cuyos setecientos kilogramos no le impidieron buscar con encastada codicia la poderosa muleta de Domingo Ortega (27.01.35). Ni a “Cirilo” de Matancillas, vacada hermana de La Punta, el de la faena en que Silverio 80
se acopló y gozó como nunca, según propia confesión. De Matancillas fue también “Mañico”, el de la célebre faena de Rafael Osorno, que pasa por ser la mayor obra de novillero alguno en la vieja plaza de La Condesa (30.08.43). PARA MAESTROS. Como buen Parladé, el de La Punta fue siempre un toro largo, alto de agujas, negro de pelo y agresivo de pitones, que podían retorcerse en veleto o cerrarse hacia delante. Una hermosura de animal. Y una prueba muy seria para cualquier torero. Es lógico que resultaran del gusto de maestros consumados del corte de Lalanda, Heriberto García, Ortega, Armilla o Arruza. Extraña, en cambio, que nunca hayan rehuido anunciarse con ellos artistas de la talla de Solórzano (“Copero”, “Brillante”) y Silverio (“Pizpireto”, “Caraba”), autores de esas y otras faenas memorables con astados de la divisa gris, rojo y oro, lo cual los aparta del almibarado concepto de estilistas, a la espera del torito de carril. BAJA EL TRAPÍO. Es posible que el parteaguas haya sido el cornadón de “Zapatero” a Silverio (11.02.44), aunque parece más realista ubicar la disminución de trapío que de pronto empezó a caracterizar a los punteños en la llegada a México de Manolete, cuya reaparición, tras su triunfal y sangriento debut en el DF, fue precisamente con un terciado encierro de los Madrazo (16.01.46), tarde en que cortó el rabo de “Molinero” mientras Armilla obtenía los de “Consentido” y “Pituso”, conformándose Solórzano con la oreja de “Batanero” y un fajo de verónicas cuya naturalidad, quietud y temple siguen en espera del guapo que las iguale. A partir de ahí, La Punta alternaría sextetos de buen trapío con otros más apañados, como el que, ya en la México, le sirvió a Fermín Espinosa para decir adiós a la afición (03.04.49); a la semana, Chucho Solórzano se cortaba también la coleta con “Campasolo” de Matancillas, en tanto salía en hombros Procuna por dramático faenón al quinto, “Gitano”. E L OCASO. La Punta no lidió en Insurgentes durante la primera mitad de los cincuenta, y cuando en la Navidad de 1955 encabezó por fin un cartel de tronío (Velázquez, César Girón y la confirmación de José Huerta, que le cortaría a “Limonero” la única oreja del festejo), contrastó la arrogante estampa 81
de los toros con su nulo juego, ausentes de fuerza y bravura. Sí la tuvieron “Esclavino”, al que un Juan Silveti en plenitud le cortó el rabo (08.05.60), “Tramillero”, desorejado por Joselillo de Colombia (15.01.61), “Malicioso”, que proporcionó a Jaime Rangel el mayor triunfo de su vida (96.01.64) e incluso “Recobito”, de quinientos ochenta y cuatro kilos, a cuya altura no consiguió ponerse el mismo diestro hidalguense, confinado ya en carteles menores, mismo destino de los últimos encierros punteños lidiados en la ca pital; esa tarde (06.04.69), Luis Segura, se dedicó a huir del imponente “Tresrayas”, que casi regresa vivo al corral. También grandes y encastados, aunque cortos de fuelle, fueron los seis que Pepe Luis Vázquez, Joaquín Bernadó y El Queretano despacharon el 28 de febrero de 1971, último encierro de La Punta en la Plaza México hasta su reciente reaparición. Según Paco Madrazo, la historia de la gran vacada paterna se cerró en la feria de Aguascalientes de 1972 (mayo 5) con Joaquín Bernadó, Jesús Solórzano hijo y Fabián Ruiz enfrentados a un encierro que promedió casi seiscientos kilos, y dio, pese al sobrepeso, un juego más que digno.
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AQUELLOS TOROS DE MIMIAHUÁPAM… (30 de noviembre de 2015)
“Mazapán”, berrendo en negro capirote, aparejado, nevado, alunarado y botinero de las cuatro extremidades era, por aquello de los lunares blancuzcos y diminutos que le salpicaban los flancos, lo que en España llaman un toro burraco. No es de extrañar, ya que Jaral de Peñas importó no ha mucho sangre de Torrestrella, la divisa de Álvaro Domecq fundada a partir de simiente veragüeña, de la cual por lo visto no se deshizo totalmente su criador, pues la torada del Duque ha sido, seguramente, la más pintada del campo bravo español. Descontado lo vistoso de la capa y lo bien puesto de pitones, “Mazapán” era el más terciado del encierro de los señores Barroso, todo él de excelente presentación, contrastando con lo que sus “colegas” están echando a la México esta temporada; resultó también el único realmente bravo y encastado de un sexteto empeñado en confirmar, pese a la gallarda estampa, la deplorable condición del post toro de lidia mexicano. No fue “Mazapán” un toro completo –al final hizo amagos de rajarse, influido quizás por las desacoples de Diego Silveti en la segunda mitad de su sobresaltada faena–, pero hasta el momento de la primera cogida del salmantino, había embestido sin tregua y yendo siempre a más, al contrario del torero, que por perderle la distancia fue dramáticamente levantado en un par de ocasiones –el verdadero toro de lidia no perdona dudas ni destemplanzas–, y se salvó milagrosamente de la cornada, aunque no de un par de palizas a las que, por otro lado, se sobrepuso con entereza y raza. Si la oreja que le concedieron –tras pinchazo y entera que mató– fue discutida por buena parte del público, el arrastre lento a los restos de “Mazapán” unificó el aplauso. El desconcierto del guanajuatense ante la creciente oleada de bravura que impregnaba la nobleza del burraco, obediente a los toques no siempre acertados de su muleta, pudo deberse a que nuestros toreros –incluso los que más ac83
tuaciones suman en cosos de la república– han perdido casi por completo el hábito de gobernar esa embestida encastada que en otro tiempo caracterizó a los mejores productos de la cabaña brava mexicana. De ahí la diferencia entre el sitio que sí tiene Joselito Adame –asiduo de las últimas temporadas europeas– y las notorias carencias de sus colegas anclados en casa. ALTA PROSAPIA GANADERA. La familia Barroso lleva al menos tres generaciones entregada a la cría de ganado bravo, a partir de la adquisición por don Luis Barroso Barona del hierro de Torreón de Cañas –pura sangre de Llaguno– y su progresivo pulimiento, hasta dar con las claves de una ganadería que haría historia, en buena parte gracias a los sementales sanmateínos “Cominito” y “Pardito”, de adquisición posterior, que ligaron divinamente con una vacada producto de años de escrupulosa selección. Tiempo hubo, a lo largo de la década de los sesenta, en que el nombre de San Miguel de Mimiahuápam prácticamente garantizaba el éxito de una corrida. No en balde fue la divisa predilecta del primer Manolo Martínez –torero de la casa desde que despuntara como novillero–, quien tomó la alternativa en su tierra de manos de Lorenzo Garza con “Traficante”, al que desorejó, antes de ser seriamente herido por el cierraplaza (07.11.65), y la confirmó en la México con otro ejemplar mimiahupanese, “El Cid”, con el que tuvo petición de oreja, denegada por el juez Jacobo Pérez Verdía (12.02.67). A ese toro lo había saludado con una tanda de verónicas de ensueño, del tercio a los medios, que luego no prodigaría a lo largo de su fructífera trayectoria. Y con Mimiahuápam continuó triunfando, lo mismo en plazas mexicanas que en Sudamérica, mientras El Cacho Barroso se mantuvo al frente de la ganadería y ésta se radicó en Tlaxcala, si bien claramente distanciada, debido al torrente de sangre sanmateína que vigorizaba la casta de sus reses, de las divisas tradicionales de tan taurino estado. De Mimiahuápam fue el primer burel indultado por el regiomontano –“Calañés”, 18.09.66 y en Monterrey, justamente–, y de idéntica procedencia el sexteto, parejísimo en bravura y clase, que propició el muy recordado mano a mano de Capetillo y Martínez en Cuatro Caminos (03.12.67), sobresaliendo “Arizeño” y “Toñuco”, quinto y sexto del histórico encierro, arrastrados entre aclamaciones 84
sin las orejas y los rabos, que pasearon ambas figuras en una de las tardes a uténticamente grandes de la fiesta brava en México. Por no hablar de “Amoroso”, el único indulto de Manolo en la Monumental de Insurgentes (23.12.79). LA CORRIDA DE MADRID. En Las Ventas se han lidiado corridas portuguesas, francesas y colombianas, pero ningún encierro extranjero tan completo como el que Mimiahuápam envió a la isidrada de 1971. En realidad, los ocho hermosos ejemplares que colmarían el sueño de toda la vida de Luis Barroso Barona estaban destinados a la tercera actuación de Manolo Martínez en la feria isidril de 1970, la cual jamás se produjo al desechar los veterinarios el hato tlaxcalteca, que se pasó un año más pastando en Los Alburejos –la finca jerezana de Álvaro Domecq y Díez, que por cierto conservó los dos sobreros– antes de ser corridos ante la cátedra madrileña. El cartel anunciado para el sábado 22 de mayo de 1971 era más bien modesto (Victoriano Valencia, Antonio Lomelín y José Luis Parada, con el rejoneador Fermín Bohórquez por delante), y la titubeante actuación de los diestros hispanos restó lucimiento al juego de un encierro unánimemente alabado por la crítica, aunque a la hora del reparto de premios a lo mejor de la feria, los jurados decidieran ignorarlo. Inclusive relegaron al acapulqueño Lomelín a la condición de autor del “mejor quite de la feria” –por el que a cuerpo limpio le hizo al rejoneador jerezano, derribado en los medios y a merced de un utrero de su propia ganadería– despojándolo de lo que, a juicio de José Alameda, enviado de El Heraldo de México, había sido con diferencia la mejor estocada del ciclo, que coronó su muy buena faena al número veintidós, “Cariñoso”, segundo de la tarde, para cortar una oreja que, según el mismo cronista, resultó escaso premio para una lidia redonda. Los seis pele aron bravamente en varas y todos, con matices, derrocharon clase en sus mal correspondidas embestidas, al grado de ordenarse la vuelta al ruedo a los restos del cuarto, “Amistoso”, número treinta y tres, a cuya altura nunca consiguió ponerse el madrileño Victoriano Cuevas Roger. Un crítico tan puntilloso como Alfonso Navalón recrearía así la lidia del magnífico encierro: “Después de tantos años oyendo a los toreros españoles hablar de la mansedumbre y falta de raza de los toros 85
mexicanos, me supo a gloria el brillante juego de la corrida de Mimiahuápam por su casta alegre y el temple de sus embestidas.” Fue esa la última corrida con la divisa morado y amarillo que Luis Barroso Barona lidió, a título de culminación de una trayectoria ejemplar. Estaba ya hecha la operación de compra-venta que transfirió los derechos de propiedad a Alberto Bailleres, dueño actual de un hierro que sigue gozando de prestigio, aunque no a los niveles alcanzados en el esplendor de su etapa fundacional. Don Luis encaminó entonces sus esfuerzos precisamente a Jaral de Peñas, la procedencia de ese “Mazapán” que el domingo anterior nos devolvió la esperanza –hasta donde eso sea razonable y factible– en el futuro de la cabaña brava mexicana, tan venida a menos por efecto del monoencaste y el medio toro impuestos por, quién lo dijera, Manuel Martínez Ancira, último mandón de la torería nacional. De cara a esa añorada posibilidad tienen la palabra, entre otros, los herederos de aquel ganadero de lujo que se llamó Luis Barroso Barona.
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CON USTEDES, LOS VICTORINOS (13 de noviembre de 2000)
Nadie discute que Victorino Martín Andrés es, desde hace varios lustros, el mejor ganadero de España. Recientemente estuvo en Tlaxcala acompañado de su hijo, también responsable del hierro que alguna vez fue Albaserrada y procede del centenario encaste del marqués de Saltillo. Sin más preámbulo, lo que sigue es una síntesis de lo que ambos dijeron en el coloquio del sábado 4, complementado con datos de posterior charla con este columnista. VICTORINO MARTÍN ANDRÉS: “Cuando adquirí la ganadería de Escudero Calvo, a mediados de los años sesenta, eran toros que nadie quería; pero yo supe siempre que no hay casta más noble que Saltillo, y el tiempo y el trabajo acabaron dándome la razón. Eso sí, son toros tan bravos que exigen un toreo perfecto, por eso las figuras no los quieren, pese al ejemplo exitoso de El Viti, El Capea o, recientemente, aunque de manera muy esporádica, Ponce. Un grande que gustaba mucho de este encaste fue el mexicano Armillita, figura mundial en una época en que los mejores no buscaban andar tan cómodos como ahora. ”En México he visto toros extraordinarios, saltillos típicos como éste de Pepe Huerta que le tocó aquí a Caballero, uno de los pocos toreros actuales que nunca dudan en anunciarse con mis toros. Otro que los ha toreado muy bien en la última temporada es el Zotoluco, que estuvo extraordinario en Valencia y muy bien en Madrid. Por cierto que la mayor ovación del año en Las Ventas se la llevó ese día un paisano de ustedes, el picador Acosta, que ha dado una lección magistral a los picadores españoles.” VICTORINO MARTÍN GARCÍA: El Pana calentó el ambiente del coloquio solicitando a los ganaderos visitantes nos aclararan si compartían su impresión de que, mientras el actual toro español infunde terror, el mexicano mueve a risa. 87
Pero Victorino hijo eludió con elegancia el compromiso limitándose a decir que “con gusto respondo preguntas, no afirmaciones”. Este cronista lamentó en voz alta la desaparición del campo bravo mexicano de encastes tan clásicos como Parladé (lo hubo en las jaliscienses La Punta y Matancillas), Murube (en Pastejé, Rancho Seco y hasta Peñuelas) e incluso Veragua (San Nicolás Peralta y, en consecuencia, el primitivo Xajay), resultado de lo cual es la monotonía imperante en nuestros ruedos y la evidente incapacidad de nuestros toreros, empezando por las autonombradas “figuras”, para poderle al toro; Victorino Martín García comentó: “Dejar que se pierda un encaste es atentar contra la biodiversidad de la fauna terrestre, una riqueza ecológica que los gobiernos deberían ser los primeros en proteger de los desatinos de los particulares y los intereses ciegos del mercado.” Por su parte, Victorino padre había señalado que “es una pena que en México no exista ya más que un enca ste aunque se trate de Saltillo, que para mí es el mejor de todos. Las consecue ncias de esa uniformidad las pagan todos: los toreros de aquí, que como usted afirma se han vuelto ineptos para lidiar como se debe, y la fiesta en general, que se vuelve monótona y pierde interés para el público”. Como los grandes toreros, los ganaderos de raza saben dejar en nosotros un eco donde vibran largamente los acordes de lo recio, lo sencillo y lo verdadero.
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EL VUELO DE “PAJARITO” (6 de febrero de 2006)
Ahora que los entendidos en tauromaquia van en descenso, en dramático camino a la extinción, el vuelo ascendente de “Pajarito” ha abierto la puerta a una inesperada tauromaquia de tendido, que multiplicó confusión, zozobra y sustos en medio minuto de terror, venturosamente resuelto sin percances mayores –o eso se dice– entre la concurrencia de las barreras de sombra de la Plaza México, expuesta a lo peor mientras el noble cárdeno de Cuatro Caminos luchaba por escapar de la trampa finalmente mortal donde sus ímpetus de bravo lo habían depositado. Pero más allá de las vicisitudes de un momento que debió parecerles eterno a quienes sintieron el rebufo y los quinientos kilos de un toro de verdad revolviéndose entre ellos como una aparición de pesadilla, el efecto de semejante impresión dominaría el resto de la tarde, originando una corriente de opinión que trastocó el talante severo de quienes, por ejemplo, habían sancionado con pitos y diatribas el trasero rejonazo de muerte de Pablo Hermoso al primero de la tarde, cuya lidia de manso se siguió con ojo clínico y sin alharaca. Porque después del incidente, hipersensibilizado ya ese mismo público, desde los ocupantes de las barreras diezmadas por “Pajarito” hasta el último de los presentes, no dudarían en exigir un desmesurado rabo para el rejoneador estellés –el segundo de su fecunda trayectoria en la Monumental–, una oreja que Manolo Arruza difícilmente habría cobrado bajo otras circunstancias, y hasta un indulto absolutamente improcedente, sólo comprensible como celebratorio final del triunfo de la vida sobre la muerte que tan de cerca había rondado no ya a los participantes directos del rito taurino, sino a quienes, como tantos domingos, habían acudido a presenciarlo desde la “seguridad” de su butaca. Curioso vuelco anímico, que los expertos en psicología de masas harían muy bien en tomar en cuenta como materia viva para sus estudios. Del mismo modo que quienes mantenemos nuestro fervor por la Fiesta tendríamos que preguntarnos 89
cómo puede un espectáculo que encierra tal vitalidad y belleza resulta r tan indiferente a los jóvenes: si acaso habría tres o cuatro de ellos y ellas entre las docenas de aterrados espectadores que las cámaras registraron al filmar la dantesca escena. HEMEROTECA. El salto de un toro al tendido ya ocurrió en Puebla, en la vieja plaza del Paseo Nuevo, un 13 de marzo del lejano 1932. El animal procedía de Malpaso y esa tarde alternaban mano a mano dos españoles: Paco Tamarit “Chávez” y Eladio Amorós. Tampoco entonces hubo percances de gravedad, y la gente terminó sacando en hombros al teniente de la policía Vicente Gómez Serán, que en medio de la confusión tuvo la sangre fría necesaria para ultimar al intruso con el certero fuego de su pistola, evitando que ganara las gradas altas donde se apiñó instintivamente la atemorizada concurrencia.
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LOS NOMBRES DE LOS TOROS (27 de diciembre de 2015)
El domingo anterior, el sexto torete de La Punta saltó a la arena bajo un nombre distinto al consignado en la tarjeta de sorteo. No se debió a una confusión –de todos modos inadmisible– sino a deliberado deseo de ofender al juez Jorge Ramos, que acababa de negarle a Fabián Barba una oreja solicitada con cierta insistencia. Como la responsabilidad de denominar “Juezpen” al inocente punteño sólo puede recaer en el ganadero, con la complicidad de la administración del coso, la autoridad no habría tenido ninguna dificultad en aclarar el punto y castigar tan inaceptable falta de respeto al rito taurino y al público en general, confundida su plaza de toros con arena de lucha libre, donde tal género de vulgaridades son muy celebradas. Pero la delegación Benito Juárez pasó por alto el incidente, confirmando la nula estima que siente por la tradición taurina y sus aficionados, por no hablar del reglamento cuyo cumplimiento debiera tutelar. Por lo demás, el zafio exabrupto podría haberse evitado si el tema de los nombres de los toros estuviera sometido a unos usos y costumbres menos informales y antojadizos que los que privan en nuestro país, donde el criador es el primero en mostrar un olímpico desprecio hacia su propio ganado, incapaz de aplicarles un nombre individual a cada una de sus reses y de respetarlo en lo sucesivo, como seguramente sí lo hace con los gatos, perros, caballos y hasta burros de su propiedad. DIVERGENCIAS. Hablando de las diferencias de la Fiesta en México y España, se ha criticado a nuestros taurinos la diligencia con que suelen adoptar las prácticas viciosas que de allá nos llegan pero nunca las virtuosas, ésas que rea lmente servirían para mejorar aspectos esenciales de nuestras devaluadas corridas de toros. Sin duda, esto incluye los nombres de los astados, que en el campo bravo andaluz se asignan desde el nacimiento reproduciendo en masculino el nombre de la vaca madre –tradición rigurosa–, mientras por estas tierras 91
se encuentran actualmente sujetos a una frivolidad y un oportunismo cada vez más deleznables. Reflejo de una falta de seriedad que amenaza con acabar con lo poco que del rito táurico va quedando en pie. ACLARANDO PARADAS. No siempre fue así. Antiguamente, en la mayoría de las ganaderías mexicanas, caporales y vaqueros solían dirigirse a los toros por su nombre, nada de “el 561” o “el 442”, como ahora. Es verdad que no en todas existía la costumbre de asociar invariablemente el nombre del becerro al de su madre, como se hace en España, pero aun así, cada ganadería tenía sus propias reglas y siempre las seguía. En Zacatecas, digamos, se respetaba la letra inicial para, por ejemplo, al becerro parido por la “Cominita” denominarlo “Cominito”, sin menoscabo de que un hermano de éste fuera llamado “Comisario” y otro más “Comensal”. En todo caso, los sustantivos o adjetivos empleados remitían a actividades relacionadas con el campo y su entorno natural o humano, y eventualmente a denominaciones de moda, no desprovistas de cierto toque humorístico. Heriberto Rodríguez hizo famosos los nombres compuestos –“No te Entumas”, “Busco Suegras”, “Miel en Penca”, por ejemplo–, mientras en Tlaxcala predominaban alusiones a oficios e instrumentos de trabajo –“Cilindrero”, “Cobijero”, “Joyero”, “Tlachiquero”, “Garlopo”–, y de la fauna o la flora local – “Calao”, “Oncito”, “Tunero”, “Conejo”–. En la casa Llaguno eran inclinados a los diminutivos –“Pardito”, “Tortolito”, “Perlito”, “Manzanito”, “Rayito”, “Zorrito”– y tampoco faltaban en nuestras corridas gentilicios como “Colombiano”, “Italiano”, “Andaluz”, “Tapatío”, “Judío”, “Gitano”, “Murciano”, “Caribeño”, o evocaciones al carácter u otros atributos del animal –“Garboso”, “Buen Mozo”, “Famoso”, “Curioso”, “Divertido”, “Holgazán”–. El campo y actividades aledañas estaban presentes –“Serrano”, “Charrito”, “Huapanguero”, “Alcornoque”, “Cuervo”, “Cachorro”, “Mascalagua”–. Como caso singular, la tlaxcalteca Tenexac se ha distinguido por adjudicar a sus morlacos denominaciones en lengua náhuatl. En fin, si uno repasa los nombres de toros históricos, todos ellos exhalan un genuino sabor taurino –“Clarinero”, “Revenido”, “Tanguito”, “Amapo92
lo”, “Pavo”, “Cantaclaro”, “Consentido”, “Azucarero”, “Mosquetero”, “Tapabocas”, “Amoroso”, “Cascabel”. Nada que ver con las cursilerías hoy tan en boga. CAMBIOS DE NOMBRE . Podía ocurrir, aunque sólo excepcionalmente, que el nombre original sufriera modificaciones de ocasión, atendiendo a compromisos o patrocinios emergentes. En corridas de la prensa, por ejemplo, los toros se lidiaban con los sobrenombres de cronistas conocidos –“Monosabio”, “Ojo”, “Verduguillo”, “Duque de Varagua”…–, y en su sabrosísima obra El color de la divisa, Paco Madrazo aclara que “Piterito”, de La Punta, se corrió en El Toreo como “Palace Royal” en la Covadonga de 1937 (tomó cinco puyazos y fue estoqueado por Armillita). Antes, en una corrida concurso de ganaderías, a “Faraón”, del mismo hierro jalisciense, se le rebautizó “Vistoso” en atención a su hermoso trapío –ganó el premio al mejor presentado–, en tanto se adjudicaba al zotoluqueño “Azabache” la presea al más bravo de los que despacharon Domingo Ortega y el propio Fermín, amplio vencedor del mano a mano (13.01.35). Ya en la Plaza México, los únicos cambios de nombre solían darse en corridas por la Oreja de Oro, aplicándose a las reses los de distintas cervezas de la embotelladora que donaba el trofeo, de ahí que el berrendo de Santo Domingo inmortalizado por El Ranchero Aguilar en 1961 se lidiara como “Sol”, y como “Superior” el de Mimiahuápam con que triunfó José Huerta al año siguiente. Fuera de esas eventualidades, los mismos carteles de mano donde se anunciaban las corridas –y no solamente en la capital– usualmente mostraban al reverso las fotografías de los toros a lidiar, con sus números y nombres correspondientes. LA NUEVA USANZA. Lo dicho hasta aquí es perfectamente constatable y echa por tierra la conseja, difundida en tiempos recientes por ganaderos, empresarios y publicronistas, según la cual “en México siempre se bautizó a los toros el día de la corrida”. Este embuste no parece tener otro propósito que, precisamente, omitir darles un nombre propio desde su vacada de origen, y, por otro lado, hacer relaciones públicas mediante la pizarra que desde tiempo 93
inmemorial se fija sobre la puerta de toriles –esto en México, porque en España y otros países tal costumbre no existía y se adoptó posteriormente–. De ahí las cada vez más frecuentes alusiones a nombres o hipocorísticos de personas cercanas al ganadero –en el mejor de los casos–, o bien política o comercialmente convenientes: “Bobby”, “Don Javi”, “Piquis”, “Presidente”, “Ministro”, “Ejecutivo del Año”, o esa barbaridad de nombrar a cada toro del encierro con una de las palabras que componen alguna frase almibarada y lambiscona del tipo “Mil Gracias por su apoyo y presencia, señor gobernador”. Una variante de lo mismo hace alusión a comercios, marcas de automóviles o artefactos electrónicos con los que el propietario de la divisa o el empresario en turno tienen algún tipo de intercambio social o mercantil. UNA RAYA MÁS AL TIGRE . Esto de los apelativos apócrifos podrá parecer una nadería pero no lo es: en tauromaquia, forma y fondo integran una unidad indisoluble. Y tampoco debiera pasarse por alto la degradación y menoscabo del nombre, el hierro y la divisa prócer de La Punta, perpetrado a través de alimañas como las lidiadas el domingo 20 en la Plaza México, cuando precisamente La Punta –la original y parladeña– se caracterizó siempre por criar toros de gran trapío, hermosa estampa y notable bravura.
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APOGEO DEL POST TORO DE LIDIA MEXICANO (18 de enero de 2016)
En Occidente, el toreo es el último sacrificio ritual en que el victimario, para serlo, tiene que pasar antes por la posibilidad cierta de convertirse en víctima. Evidentemente, para que esta premisa realmente funcione se precisa instaurar un equilibrio de fuerzas que nació quebrado, pues la mítica confrontación hombre-bestia no será nunca una pugna entre iguales, y, por lo tanto, la nivelación entre ambos, indispensable para dar vigencia a dicha simetría indispensable, ha de inducirse artificialmente. Una de las razones por las que la tauromaquia es cultura, primigenia e inevitablemente. Resulta obvio que para lograr tal equilibrio, la víctima propiciatoria ha de ser un animal adulto lo suficientemente poderoso y fiero, de modo que su presunto victimario consiga doblegarlo en buena lid, mediante la actualización de unos atributos técnicos y morales que hagan posible, aun sin garantizarla, su supervivencia, y con ella el rito de dar muerte a la amenaza astada que ha osado desafiar. Con notable clarividencia, José Carlos Arévalo descubre en el matador al depredador necesario para mantener otro tipo de equilibrio, el ecológico, que hace posible que el toro de lidia perviva como especie, a salvo, por ahora, de una extinción implícita en el empeño abolicionista de los taurofóbicos. DE LA FIEREZA A LA BRAVURA. Pero el arte del toreo tuvo como antecedente una tauromaquia dura y ríspida, en que para doblegar la primitiva fiereza del toro de lidia era necesario entablar un toma y daca dividido en breves asaltos – el castigo en varas, el cuerpo a cuerpo banderillero, el trasteo sobre piernas preparatorio de la estocada– donde el exclusivo empeño del lidiador era hundir el estoque en su antagonista, respetando la dignidad de ciertas reglas. En tan riesgosa pugna destacarían ya los primeros maestros, aquellos que fueron explorando la manera de hacer más seguro el sacrificio de reses inevitablemente ariscas y avisadas: afianzar el oficio fue el primer paso para abrir caminos al arte. Pero esa depuración condujo también a la selección de animales cada vez menos fieros por más bravos, si convenimos en llamar bravura al impulso de 95
atacar en línea recta y con la testa humillada, propio del bovino producto de una atinada selección, y fiereza al puro instinto defensivo, ese agredir para quitarse de delante a quien osó desafiarlo, utilizando con bronquedad sus armas naturales, los rasgos de carácter del primitivo toro de lidia. CIEN AÑOS DE BRAVURA . El Siglo de Oro del toreo descansa sobre esa evolución, no tan lineal ni sencilla como parece. Pues para alcanzar el grado de perfeccionamiento artístico a que el arte de torear habría de llegar –en sus diversas vertientes y versiones– fue necesario un cuidadoso trabajo ganadero que apenas un puñado de históricos criadores lograría coronar. No andaban a ciegas, obraron bajo la tutela del lidiador, devenido ya mandón de la Fiesta – originalmente lo fue el ganadero– y dotado, por tanto, de la capacidad de exigir animales cada vez más propicios a su lucimiento personal. Aparece entonces el toro comercial, pariente cercano del medio toro, tan fustigado por la crítica a partir de la posguerra civil española, hasta el punto de forzar a la autoridad, en pleno auge de la degradación promovida por el Cordobés, a tomar cartas en el asunto. A partir de los tempranos setenta, con la ordenanza legal de herrar a los machos con el último dígito del año de su nacimiento, se recupera la edad reglamentaria. Y pasada de tueste la exigencia de autenticidad, se dispararían el peso y la arboladura, aunque no necesariamente el poder y la casta brava, rebajada por una selección encaminada a dulcificar la pugna toro-torero, so pretexto de la búsqueda del arte y la defensa del espectáculo. MÉXICO LINDO Y QUERIDO. Eso, en España. Porque en México las cosas ocurrieron de distinta manera. Antonio Llaguno González, auténtico mago en el manejo de la genética del toro de lidia, en apenas un par de décadas, int errumpidas por los azares de la Revolución, afinó extraordinariamente las condiciones de bravura de la simiente del marqués de Saltillo en San Mateo y Torrecilla, las dos vacadas próceres del estado de Zacatecas. Para entonces – primer tercio del siglo XX– Tlaxcala ya contaba con varias divisas señeras – Piedras Negras y La Laguna a la cabeza–, emparentadas no sólo con Saltillo; y poco después, los señores Madrazo importaban para La Punta y Matancillas toros y vacas de Parladé, cuya genética enriqueció las corridas mexicanas al dota r96
las de arrogante trapío. El enclave ganadero más antiguo aún se asentaba en las cercanías de Toluca –Atenco y San Diego de los Padres, ya decadentes– y otra aportación capital la hizo Pastejé, cuyos bravísimos encierros acreditaron, especialmente en los cuarenta, las bondades de la sangre de Murube. Sobre el cimiento de esas castas y de tal diversidad ganadera se construyó la Época de Oro del toreo en México. Pero vino Manolete y bajo su dominio todo cambió. Primero, porque Camará seleccionó casi exclusivamente novilladas para su pupilo, y además les hizo mutilar el pitón. La presencia del Monstruo de Córdoba fue fugaz, pero el mal ejemplo cundió. Durante varias décadas, la manija de la contención estuvo en manos de la autoridad capitalina –con jueces como Lázaro Martínez o Juan Pellicer, y gobiernos que, mal que bien, supieron respaldarlos–. Pero ya las figuras, aun sin el poder absolutista de Manolete, se habían convertido en poderosos instrumentos de presión para disminuir al toro cuanto fuera posible. El dinero manda, y la ecuación convenía por igual a empresas y ganaderos. PENÚLTIMA VUELTA DE TUERCA. Llegó con Manolo Martínez, artista preclaro y el último mandón. En sus años de esplendor las corridas se multiplicaron y el país vivió, por última vez en su historia, una fiebre de toreo que alegremente pasaba por alto minucias como el trapío, la edad y la integridad de las reses: todo valía para toro y la generación de platino –como la bautizara Pepe Chafick– se despachó a lo grande con astados de reducidas proporciones y nobleza deliciosa. Pero Martínez fue más allá al exigir exclusivamente ganaderías con simiente Llaguno, y su propio apoderado –que lo era el mismo Chafick– se convirtió en el criador modelo, al producir el género cornudo anhelado, hasta el punto que el lenguaje en clave de los años ochenta denominó achaficado al torillo tierno y acapachado. Este animal, justito en todo, dócil y repetidor, se convirtió en el insumo supremo de la tauromaquia a la mexicana que dominó hasta finales de los años ochenta. Su portaestandarte más duradero sería Eloy Cavazos, responsable de llevar a niveles vergonzosos el implícito fraude. Y de la fatal reducción a un único encaste, cada día más degenerado por una selección al revés: en los tentaderos solamente se aprobaba lo más endeble y pa stueño, y se rechazaba ipso facto lo que acusara asomos de casta y bravura. 97
Las consecuencias las hemos estado viviendo, sobre todo en el siglo presente. E L POST TORO DE LIDIA MEXICANO. La actual temporada grande es parámetro a la mano, pero, en realidad, el espécimen que he denominado de esta manera está enseñoreado de la cabaña brava nacional desde hace bastantes años. Es un animal de anovillada presencia –frecuentemente inflado mediante una alimentación orientada exclusivamente al engorde, que, lógicamente, agrava la pérdida de fuelle y prestaciones del bicho–; aplomado ya de salida, su temperamento pacífico y excesiva fragilidad, no sostenida por casta brava, apenas resiste el ya clásico puyazo simulado, antes de llegar al último tercio en calidad de mueble o, en el mejor de los casos, dedicado a pasar cansinamente o medio topar los engaños en viajes incompletos y distraídos. Si llega a mover una oreja, corta el viaje por falta de fuerza o puntea mínimamente, los publicronistas hablarán de aspereza y genio para justificar la desconfianza del diestro en turno. Y el escaso público, puesto a elegir entre aburrirse soberanamente o hacer como que disfruta, se apresurará a sacar el pañuelo y solicitar a silbidos una o más orejas aprovechando el menor pretexto, sean conatos de faena, espadazos a donde caigan pero de rápido efecto o simple simpatía hacia la “figura” que lo llevó a la taquilla o el aspirante depositario de momentáneos afectos. De todo eso hemos tenido ejemplos a pasto en la temporada actual. El domingo, por ejemplo, tocó turno de “abrir la puerta grande” a Juan Pablo Sá nchez, que había desorejado por una cadenciosa y templada faena a “Don Beto”, el tercero de Campo Real, toro noble, muy bien encelado por su mandona muleta; pero después sería obsequiado con un apéndice pueblerino del bravucón y pronto apagado sexto, por algunas tandas cortas e intrascendentes y un inclemente bajonazo. Tarde en que Alejandro Talavante ofreció su propia versión del becerrismo de tienta con un cardenito insignificante antes de fracasar con la espada. Y Arturo Macías, acuciado porque era su única oportunidad en la temporada, prolongó interminable e inútilmente sus trasteos a dos alimañas que se limitaron a hocicar la arena y topetear esporádicamente los engaños del empeñoso hidrocálido, avisado en ambos. 98
CIENCIA Y TORO DE LIDIA MEXICANO (16 de enero de 2017)
A mediados del año pasado se difundió ampliamente el resultado de una acuciosa investigación acerca del genoma del toro de lidia mexicano, llevada a cabo por la doctora en veterinaria Paulina García Eusebi. Su principal y más sonada conclusión era que existe en nuestro país, como resultado de más de cien años de cruzas zootécnicas entre los diversos encastes importados de España, una raza bien definida que se puede considerar exclusiva y propia del campo bravo del país. La doctora García Eusebi, tras un trabajo de campo, laboratorio y gabinete minuciosamente programado y llevado a cabo, comparó los resultados obtenidos con los de un estudio similar y precedente, efectuado con muestras de la cabaña brava española, mediante el cual pudieron determinarse los genomas específicos de las principales ramas de la ganadería peninsular. Y han sido éstos los que, utilizados como referencia, llevaron a la investigadora a la conclusión mencionada: el genoma del toro de lidia mexicano corresponde a un desarrollo particular, producto del cual es una cepa de riqueza genética propia e irrepet ible. Por este solo hecho, y según los estatutos de la Organización de las Naci ones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ( FAO), que son vinculantes, los bóvidos que pastan en nuestro campo bravo se harían acreedores a protección por parte de los gobiernos de todos los estados miembros de dicha organización. Y México es uno de ellos. UN ESTUDIO FASCINANTE . La labor de la investigadora mexicana – contratada para el efecto por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA)– se desplegó durante más de un año a través de las ganaderías del país con el apoyo de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia ( ANCTL). Pudo obtener así una ingente cantidad de muestras de veinte de los principales hierros y hatos ganaderos, con acceso adicional e indispensable a los libros donde cada criador lleva el historial de sus 99
cruzas y empadres a través del tiempo, así como de los resultados de las tientas y el comportamiento pormenorizado de los toros y novillos que ha lidiado en las diversas plazas de nuestra república y el extranjero. Con base en dicha información documental, la doctora García Eusebi trabaja ya en una segunda parte, relativa a distinguir características como casta, bravura, genio, humillación, fijeza, fuerza, debilidad, sosería y las restantes que definen el comportamiento de los astados durante su lidia, en un esfuerzo por identificarlas al interior del ADN de los mismos. Según mi leal saber y entender, esta fase de su investigación es la que mayor importancia taurina reviste, dada la situación de decadencia que con poquísimas excepciones acusa en las últimas dos décadas –por lo menos– la cabaña “brava” mexicana. HIPÓTESIS DE TRABAJO. Efectivamente, es de la mayor urgencia determinar qué se ha hecho mal en los últimos tiempos en perjuicio de los hatos ganaderos del país, donde la casta, el poder y la bravura dejaron de ser características propias del ganado de lidia nacido y criado en territorio nacional para convertirse en vaporosas entelequias del pasado. Y ésta debiera ser la premisa mayor de cualquier indagación acerca de la conducta de las reses, al grado que apenas las hay que admitan un mínimo castigo en varas –indicio de una precoz declinación física, cuyas causas convendría investigar con el mayor cuidado–, sistemáticamente acompañada por unas condiciones del temperamento de los ejemplares lindantes en la más bucólica y pacífica mansedumbre. Su correlato, tanto en el genoma racial como en los criterios de selección reflejados en los libros de tienta, arrojaría otros tantos datos que son de indagación urgentísima si queremos que nuestra Fiesta sobreviva. El propósito de contar con tan valiosa información sería, naturalmente, corregir de inmediato todo lo que haga falta, a sabiendas de que los resultados sólo podrán apreciarse a mediano y largo plazo. ALGUNAS PREGUNTAS INDISPENSABLES. Como cualquier trabajo de investigación científica debe estar orientado por objetivos bien claros, el de la doctora García Eusebi buscaría dar respuesta urgente a ciertas preguntas vinculadas a la hipótesis que estoy proponiendo, centrada en torno al pobre comportamiento 100
del post toro de lidia mexicano. Entre las cuestiones que sería imprescindible averiguar se encuentran sin duda las siguientes: ¿Cuánto cuesta hoy mantener una ganadería en general y un toro cuatreño en particular (considerando alimentación, asistencia sanitaria, empleados de servicio y gastos fijos a prorrateo, sin perder de vista las variaciones geográficas y de extensión de cada vacada que sean del caso)? ¿Qué número promedio de cabezas de ganado se crían por unidad de superficie verde? ¿El criador atiende personalmente su ganadería o delega esta responsabil idad en terceros y pertenece, por tanto, a la categoría de “ganadero de asfalto”? ¿Qué número de reses desecha cada hierro como resultado de los trabajos de selección y tienta, y qué porcentaje de su población bovina representan (aquí convendría graficar el historial de estos datos, globalmente y por ganadería)? ¿Qué virtudes prioriza el criador durante la tienta? ¿Y cómo influye este criterio en las cruzas y empadres que programa? ¿Existe alguna relación entre las calificaciones que el ganadero adjudica a sus reses y las observaciones de la crónica especializada para cada corrida que lidia en la república, con énfasis en las cuatro-cinco plazas principales? ¿En qué casos existe aproximada coincidencia y en cuáles otros cada parte “vio” cosas, y hasta corridas, diferentes? LO QUE ATAÑE A LOS MEDIOS. Ya la pregunta anterior lleva a considerar si las reseñas de los cronistas, comentaristas y críticos taurinos que vamos qu edando efectivamente registran con la debida solvencia y detalle las características de cada toro o, al menos, el comportamiento de la corrida en su conjunto. Como esto, en el México de nuestros días, muy pocos acostumbran hacerlo, habría que separar con sumo cuidado un corpus representativo de las reseñas y autores realmente confiables, lo cual significa eliminar de un plumazo a prácticamente toda la publicrónica. Adicionalmente, es necesario solicitar de los toreros, en sus entrevistas a pie de estribo y posteriores, que sean lo más específicos y sinceros que les sea posible al referirse a las condiciones del animal que acaban de estoquear. Y los de la corrida de referencia. 101
Claro que, si los coletudos son de por sí reticentes para responder cosas así, con los señores ganaderos el asunto se complica todavía más. Cualquier periodista del medio conoce de antemano lo que se acostumbra escuchar cuando uno platica con el criador de turno al finalizar una corrida cualquiera: lo usual es que hablen sin parar del caudal de cualidades que solamente ellos han sido capaces de ver en sus normalmente apagados y anémicos pupilos; algunos, incluso, se atreven a ponderar la “brava” pelea en varas (¡) de astados que uno ha visto reservonear o repucharse con descaro, y salir completamente aplomados del puyacito simulado al uso. Y es común oír cómo justifican una mala tarde aduciendo que el matador en turno “no entendió” lo que había que hacer para aprovechar las escondidas cualidades de uno de tantos mansos. Para que los torcidos derroteros por donde discurre la ganadería brava mexicana pudieran corregirse sería menester, primero que nada, que los propios dueños reconocieran el daño y tuvieran interés en corregirlo. Pero ante el rie sgo de convertirnos en estatuas de sal si nos sentamos a esperar que tal cosa suceda, toca al periodismo competente plantearse una investigación formal y seria –en forma de reportajes de investigación, mesas redondas, etcétera– que logre conducir con cierto grado de certeza a respuestas incómodas pero indispensables. COLOFÓN. La segunda parte de la notable y muy agradecible investigación de la doctora Paulina García Eusebi, sobre las bases que vengo planteando, le debe sonar al aficionado curtido como utopía ingenua, casi una carta a los Reyes Magos. Pero la disyuntiva es ésta: el Estado mexicano se encuentra obligado, por su vinculación con la FAO, a proteger al toro de lidia, para lo cual es indispensable respetar la continuidad de las corridas de toros, fundamentales para la crianza y supervivencia de esta raza bovina; pero para que la corrida sobreviva, habría que revertir su evidente y progresiva decadencia emocional, artística y económica, provocada directamente por el post toro de lidia mexicano, independientemente de la exclusividad racial de su ADN, que es donde reside el quid de la cuestión. Las conclusiones, por cuenta del lector. 102
SEGUNDA PARTE OFENSA Y DEFENSA DE LA TAUROMAQUIA
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LA OFENSA
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PORNOGRAFÍA A LA RUSA (3 de septiembre de 2001)
Rafael Herrerías podrá ser como empresario todo lo nefasto e inepto que se quiera, pero su pintoresco humor insiste en librarnos del tedio inherente a una fiesta que ya más perece velorio. Véase si no la última rueda de prensa que se le ocurrió convocar, ansioso por propalar que en México “hace falta profesionalismo”. Nuestro organizador “profesional” de corridas dirigía tan sabias palabras a un puñado de periodistas “profesionales” –casi todos “profesionalmente” sometidos a su rudo patronazgo–, mientras en calles aledañas a la México se fijaban carteles anunciando a tres novilleros obviamente “profesionales” –a uno de ellos, llegado el domingo, uno de sus cornúpetas se le iría vivo, por lo que el “profesional” empresario decidió repetirlo inmediatamente– con utreros criados –es un decir– por algún “profesional” cuate de Herrerías, de esos que se paran por su ganadería sólo cuando sus negocios se lo permiten o hay invitados ante los cuales presumir y festejar. Al fervorín herreriano no le faltó la acostumbrada cantaleta autorreguladora, incluida regañina a la autoridad, lo que es el colmo de la ingratitud, dado el entreguismo consabido y abyecto de la delegación Benito Juárez a sus intereses. CENSURA DIVINA. En Moscú, en cambio, sí hay autoridad y, por lo tanto, no habrá toros. Resulta que a Lidia Artamonova, nacida rusa pero naturalizada francesa, le dio por el rejoneo, y de vuelta en su país, por la organización de corridas a la portuguesa (es decir, sin dar muerte al animal en el ruedo), para lo cual presentó solicitud ante la alcaldía de Moscú, que le otorgó los permisos correspondientes. Los festejos se anunciaron para el 8 y 9 de septiembre, y los toros ya se encuentran en las improvisadas corraletas del estadio Olimpinsky, y vendido buena parte del boletaje. Se esperaba el puntual pataleo de la Sociedad Protectora de Animales, pero ni la Artamonova ni sus socios locales contaban con la descompuesta embesti107
da del Venerable Alexis II, supremo jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, para quien “semejante espectáculo constituye una propaganda nociva de la violencia que afecta a nuestra sociedad, educada durante siglos en los ideales del amor y la compasión”. Ni las purgas de Stalin ni el Gulag ni la actual represión en Chechenia –sospechosamente ajenos a tan arraigados ideales– habían conmovido al clero como el anuncio de las corridas moscovitas. Y como el piadoso ejemplo prendió, ahí tiene usted a un monseñor Kiril, metropolitano de Smoilensk y Kaliningrado, equiparando sin ambages tauromaquia con pornografía, o al alcalde capitalino Luzhkov –sensibilizado de paso por las severas admoniciones antitaurinas de Brigitte Bardot, conversa del ecologismo desde que ropa y arrugas cubrieron su glamorosa imagen de otros tiempos–, señalando que, después de todo, su sagrada misión en la vida es prevenir cualquier forma de violencia, sobre todo si emana de “un evento que no corresponde a las tradiciones rusas”. Complicado, pues, lo tienen la rejoneadora eslava y Víctor Mendes, matador portugués que la acompaña en la aventura, para conseguir que los fríos aires del Olimpinsky sean rasgados por el agudo clarín, y los moscovitas vean desfilar a cavalheiros y forcados y presencien la salida del primero de la tarde. ¿MENOS CIRCO? No estaría mal que, con saña vengativa, procediésemos a vetar las actuales presentaciones del Circo Ruso de Moscú en nuestro Distrito Federal, aduciendo, por ejemplo, que sus osos amaestrados son aquí figuras claramente extraculturales, forzadas por sus domadores a satisfacer nuestros perversos apetitos mediante sabe Dios qué horrendas torturas. Por lo menos, Herrerías iba a agradecérnoslo, puesto que le estaríamos ahorrando competencia desventajosa a su desabrida minitemporada.
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MONUMENTO A LA INTOLERANCIA (12 de abril de 2004)
Acaban de erigirlo, en tan sólo unas horas, los concejales del ayuntamiento de Barcelona, al votar en su pleno del martes 6 una moción contraria a la celebración de corridas de toros en aquella ciudad, empeñada en parecer más políticamente correcta que respetuosa de sus tradiciones. Luego de varias intervenciones en torno al tema de oradores de los seis partidos representados se procedió a votación secreta con estos resultados: veintiún votos a favor, quince en contra y dos abstenciones. Sólo los concejales del PSOE dividieron libremente su voto; el resto de los presentes votó en bloque, ya fuese a favor (Esquerra Republicana, Cataluña Verde y Ciu) o en contra ( PP). Tanta disciplina mueve ya a sospecha. ¿Democracia, decía usted? VERDES SIN VERDAD. El tema se atendió oficialmente a propuesta de varias entidades “defensoras de los derechos de los animales”. Pero el argumento de éstas, más que jurídico, era “científico”, basado, según su texto, en “la sensibilidad psíquica del bos primigenius (toro)”. De apadrinar dicha idea se encargó, previsiblemente, la Iniciativa Cataluña Verde. Habría que averiguar si sus representantes profesan un ecologismo comprometido y de buena fe o ha sido el suyo un mero golpe de oportunismo político. Si están al tanto de las muchas limitaciones científicas y filosóficas que acerca del conocimiento de la psique animal existen, y tienen además una postura definida sobre la “expansión jurídica de los derechos” en la discutible línea de Peter Singer (utilitarista) y Tom Regan (deontológica), debate nunca resuelto ni siquiera en Norteamérica, donde se originó. Si asumen el militarismo en tanto pistón de una tecnología insustentable, el estilo de vida consumista, el modelo desarrollista en economía y el neocolonialismo como causas fundamentales del deterioro ambiental (con la realidad del atroz e imprevisible cambio climático que ya estamos viviendo, y la destrucción de ecosistemas, culturas y modos de convivencia como su más viva 109
y terrible expresión). Y sobre todo, si antes de emprender su cruzada antitaurina, han colocado éstas –las causas verdaderas del desastre ambiental– entre sus prioridades. De no ser así, la cosa se habrá reducido a pura gimnasia parla mentaria, utilizando como conejillo de indias un tema tradicionalmente polémico, donde confluyen, frente a la libre elección personal de los taurófilos, muchos prejuicios y mitos de nuevo cuño. Lamentablemente, la publicidad dada al debate y sus comentadas consecuencias no dejarán de influir en el ciudadano de a pie, predisponiendo en contra del toreo a las mayorías silenciosas de una Barcelona enfrentada a la falsa disyuntiva de optar entre España o Europa. BASTIÓN TAURINO DEL SIGLO XX. Aunque las tauromaquias populares se remontan en Cataluña a siglos e incluso milenios, lo numéricamente verificable es que ninguna ciudad del mundo vio más toros que Barcelona a lo largo del siglo XX. En la alborada de la centuria había en su casco urbano dos cosos ta urinos –Las Arenas y Barceloneta–, y se abrían y clausuraban en Barcelona los nueve meses que dura la temporada española de corridas de toros. Y esa pasión taurina aún iba a crecer, hasta hacer de la ciudad condal escenario de lujo para la Edad de Oro del toreo –décadas del diez y del veinte: el Gallo, Gaona, Joselito y Belmonte–; fue en la Monumental (inaugurada en 1916) donde hacia los años treinta se hizo figura Domingo Ortega, donde Manolete toreó en su vida más que en ninguna otra plaza (setenta y cuatro veces) y donde se sucedieron algunos de los mayores triunfos de los Chicuelo, Cagancho, Armillita, Arruza, Dominguín, Ordóñez, Camino, El Viti, El Cordobés, al calor de un público tan hospitalario y entusiasta como competente, que de Gaona a Arruza hizo suyo a lo mejor del toreo mexicano del siglo, y donde, lo nunca visto, el coahuilense Fermín Espinosa hizo historia al cortarle ocho apéndices a un mismo toro (“Clavelito”, de Justo Puente, el 29 de julio de 1934). La actividad taurina cat alana, salvo durante la Guerra Civil (1936-1939), superó regularmente los sesenta festejos anuales. Tan elevado dinamismo empezaría a declinar a partir de los años setenta para estabilizarse en cifras cercanas a veinte festejos por año a fi110
nales del siglo, ya bajo el embate postmoderno que nubla identidades, confunde valores y uniforma actitudes. LORQUIANA. Para refrenar la tentación de censurar, a políticos y ciudadanos despistados de aquí y de allá les bastaría con distinguir entre el significado de los vocablos “cruento” y “cruel”. Esa simple comprensión quizás les permitiera entender por qué García Lorca llamó a la de toros “la fiesta más culta del mundo”.
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CATALUÑA ABRAZA LA CENSURA (2 de agosto de 2010)
El pasado miércoles, el Parlament catalán condenó a muerte a la fiesta de toros por sesenta y ocho votos contra cincuenta y cinco y nueve abstenciones, muy notorias las del PSC, el partido en el poder. Noticia del día en España, en Francia, incluso en países lejanos. Estupor entre la prensa extranjera –los trescientos puestos para periodistas que hubo que habilitar en el recinto no tenían precedentes–. Júbilo entre los abolicionistas, capitaneados por un argentino apellidado Anselmi. El torero catalán Serafín Marín simplemente hundió la cabeza, completamente abatido. Desde el lado sereno de la inteligencia, los Fernando Savater, Rafael de Mendizábal, Vargas Llosa, Francis Wolff, Antonio Caballero, Almudena Grandes, Luis Eduardo Aute, catalanes de pro como Albert Boadella, Víctor Pin o Nuria Amat, e incluso intelectuales desafectos a las corridas, como Javier Marías y su tocayo Cercas hablan de atentado a la cultura, censura antidemocrática, retorno del Santo Oficio, en claro contraste con la a usencia de argumentos del abolicionismo: muera la tortura y viva la modernidad, lo de costumbre. Más la negativa cerril a reconocer que se trata de un gesto de afirmación nacionalista. Un modo de deslindarse de la incómoda vinculación con España y sus más caros símbolos. “Soy catalán, no español”, ¿dónde habré oído esto? E L PROCESO. Ya en 2004, los concejales barceloneses habían declarado a su ciudad “contraria a las corridas de toros”, pero fue en abril de 2009 cuando el colectivo proanimalista ¡Prou! entregó al parlamento autonómico una Iniciativa Legislativa Popular ( ILC), amparada por ciento ochenta mil firmas, solicitando la abolición de las corridas, sin tocar por cierto los corre bous, versión catalana de los festejos callejeros en que se veja impunemente a bovinos de desecho. Una de tantas tauromaquias autóctonas, ancestral como lo es el culto mediterráneo 112
al toro. Pero sin relación con el espectáculo a la usanza española, el enemigo a batir. Curiosa distinción, a fe. Jurídicamente hablando, esa ILC fue la puerta de entrada a la votación del miércoles 28. Aunque la tramitología local incluía un debate intermedio, y numerosos invitados hablaron en el Parlament en pro o en contra de la fiesta, la suerte estaba echada. En realidad, fueron palabras al viento, destinadas a pe rderse entre las paredes del amplio recinto más que a ser escuchadas por los aburridos parlamentarios. Afuera, mientras los abolicionistas se movilizaban, el medio taurino guardaba silencio. “No pasa nada, Barcelona era ya una plaza perdida desde hace tiempo.” No pasa nada… ¿en dónde habré oído esto? SOMERO VISTAZO. Los que celebraban con la misma euforia con que allí mismo se festejaban hace un mes los goles de España eran jóvenes –ellas sobre todo– cuyos gestos y atuendo remiten al modelo Beverly Hills: jeans o mini, pelo recién lavado y discreto maquillaje: victoria del mundo anglosajón, en suma. Por el contrario, la resignación del perdedor vestía saco y corbata. Incluso Serafín Marín, que en el último San Isidro y antes en la propia Barcelona ha hecho el paseíllo tocado con berretina, un tipo de gorro inequívocamente catalán, vestía ropa elegante. Elegancia, clase, aplomo, señorío, estoicismo, muerte, vocablos comunes al lenguaje taurino que la globalización rampante no entiende ni desea entender: son conceptos cuya incorrección política es patente, a los jóvenes no les dicen nada. Detrás de su astuto instructor argentino, los activistas son chicos alegres que, incluso, habían celebrado con inocultable gozo y furibundos correos a diferentes blogs las graves cornadas recientes de José Tomás y Julio Aparicio, impúdicos torturadores de pobres bestias. “Stop Animal Cruelty ¡No more blood!” Pancarta sostenida por un hombre desnudo y bañado de pintura roja el miércoles, en las afueras del Parlamento catalán. Simbolismo en el gesto, en la expresión, en el idioma… MÉXICO: ¿Y YO POR QUÉ ? La noticia taurina más trascendental del siglo mereció de la prensa mexicana unas cuantas líneas de compromiso. Incluso El País, el principal diario español, tan antitaurino por lo demás (léase editorial del jueves 29, repásese su historial post-Joaquín Vidal), destina a su corresponsalía 113
mexicana un espacio considerablemente mayor que cualquier diario deportivo de circulación nacional. Hasta en Colombia y Perú –no se diga Francia–, cobertura y comentarios tuvieron mayor profundidad y envergadura. Pero aquí no hubo reacciones de peso, el medio taurino no da la cara, la Fiesta agoniza. Salvo para La Jornada, la importancia de la nota del jueves no es mayor que cuando en Canarias, la otra autonomía española oficialmente antitaurina, se decretó la muerte civil de unas corridas de toros rigurosamente inexistentes allí para ese entonces (1991). LOCOS DE ALEGRÍA. En cambio, el activismo antitaurino está de enhorabuena y la prensa nacional e internacional lo refleja generosamente. Hablan de redoblar iniciativas, modificar leyes, visitar escuelas y redacciones, aleccionar turistas. Y, como siempre, de tortura, barbarie, atraso, esas cosas etéreas que conviene extirpar para civilizar la convivencia. Es el triunfo de la policía cult ural, censora implacable de lo que debe ser prohibido o permitido, lo que nos conviene ver y lo que no. Que la ignorancia sea por fin una e indivisible, por encima de tradiciones, artes y oficios. Manifestaciones culturales en suma. E storbos todos que una globalización tomada al pie de la letra intenta eliminar. CONSUMATUM EST . Desde Cataluña, hemos asistido al triunfo del fanatismo integrista sobre el individualismo cerril de los taurinos, de la militancia ciega sobre el inmovilismo suicida, de la publicidad tremendista sobre parte de nuestro patrimonio cultural. Y de la corrección sobre la incorrección política. La globalización anglosajona ha hablado.
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LA INCONDUCENTE FARSA DE QUITO (12 de diciembre de 2011)
Cada año, a principios de diciembre, la plaza de Iñaquito, en la capital de Ecuador, era escenario de una de las ferias taurinas más exitosas y mejor organizadas del continente. Este verano, sin embargo, el presidente Correa organizó un referéndum donde, entre otros temas realmente importantes, sometía a consideración de los ciudadanos la conveniencia de suprimir las corridas a muerte. Paradójicamente, la propuesta fue derrotada en el interior del país pero triunfó en la capital. Sólo que en vez de extinguir por completo la Fiesta y su feria anual –cuya importante derrama económica está fuera de discusión–, los organizadores optaron por la modalidad de festejos incruentos… aunque a los toros se les apuntille en lo oscurito. Sorprendentemente, hubo toreros importantes que se plegaron, con tal de no resignar prometedores y jugosos ingresos. El resultado ha sido una suerte de mascarada: apócrifas confirmaciones de alternativa –¿de qué, porque de matador de toros, imposible?–, generalizados triunfos de pacotilla, puesto que nadie pierde orejas con la espada al eliminarse la suerte suprema, complacencia de las autoridades ante el desfile de chivos retozones y afanosos toreadores… En fin, un desastre. Tristemente, nuestro paisano Diego Silveti ha sido uno de los ¿espadas? sumados a la deplorable farsa quiteña. REPROBADOS. Por cierto, el lunes 5 se presentaron ante la ALDF diversos representantes del medio taurino mexicano para exponer sus particulares a rgumentos acerca de las implicaciones económicas, artísticas y culturales de la fiesta de toros, frente a quienes, con elementos extraídos del discurso de un animalismo políticamente correcto, pugnan por suprimirla –las huestes del Partido Verde, cuyo presidente, conocido como El Niño Verde, debería estar entre rejas y no promoviendo barbaridades–. Pues bien, en opinión de los diputados que los escucharon, todos ellos villamelones consumados, pincharon 115
estrepitosamente en hueso, al no aportar datos suficientes para convencerlos de que la tauromaquia es un bien cultural que conviene reconocer y preservar. Según la asambleísta del PRD Lizbeth Rosas, los taurinos no fueron capaces de neutralizar el peso de la argumentación abolicionista, y para resolver la disputa no ve otra salida que un referéndum entre la ciudadanía del Distrito Federal. Peligroso paso, responsable ya del desaguisado quiteño.
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DE CANTINFLAS A DERBEZ (30 de julio de 2012)
En la semana, empezó a circular por youtube una arenga antitaurina del comediante de Televisa Eugenio Derbez, tan malintencionada como falaz. No vale la pena detallar su contenido –burdo, tramposo y fácilmente rebatible–, pero sí recordar que un grande de la comedia como Mario Moreno “Cantinflas” no sólo ha sido el mejor torero cómico de la historia, sino que al hacerse ganadero de bravo, la divisa Moreno Reyes Hermanos debutó en la capital del país, el 6 de febrero de 1966, con el indulto del noble “Espartaco”, inmortalizado por Joselito Huerta, gran figura del toreo y originario del estado de Puebla. En películas como Ni sangre ni arena (1941), La vuelta al mundo en ochenta días (1956) y El padrecito (1964), Cantinflas torea y torea muy bien, alternando lo serio con lo regocijante de manera magistral. Y sus presentaciones en los cosos, hacia los años cuarenta y cincuenta, eran un muestrario de personalísimo ingenio y suficiencia torera como no ha vuelto a verse. Establezca usted mismo la distancia entre el taurinismo integral del genial Cantinflas y la alharaca antitaurina de un presunto sucedáneo suyo como el mencionado subproducto comercial de Televisa, en quien confluyen nítidamente los tres adjetivos que mejor distinguen al activismo taurofóbico en boga: incultura, estulticia y mala fe.
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AMENAZAS DE CENSURA EN PUEBLA Y TLAXCALA (29 de julio de 2013)
La censura es un instrumento del poder que se mantiene activo desde tiempo inmemorial, pese a la ilusión de libertad que las modernas constituciones preconizan. A lo largo de la historia, se ha censurado en nombre de principios religiosos, morales, cívicos, artísticos, civilizatorios, de Estado. Pero siempre hubo detrás una razón política. Lo que equivale a decir que operaba a la sombra el afán bien de obtener, bien de preservar o acrecentar el poder del sujeto censurador. Es innegable que para cuidar la salud pública o librar a las generaciones más jóvenes de influencias malignas están justificadas determinadas prohibiciones, de manera muy notoria –y muy actual– las apologías del odio –¡precisamente!– y el acceso a la pornografía infantil o al consumo de determinadas sustancias, lesivas a la salud física y mental de la persona. Sabedores de esto, quienes abiertamente pugnan por la abolición de la tauromaquia han incluido en su argumentario la peregrina ocurrencia de que asistir a una corrida de toros tiene el efecto de insensibilizar a los infantes, almas inocentes que al presenciar la tortura y muerte de un pobre e indefenso animal, van a incorporar a su formación del carácter el desprecio por la vida, inoculando inadvertidamente en su espíritu el virus de la crueldad, mientras fecunda progresivamente en ellos la oculta convicción de que un recurso aceptable y eficaz para la resolución de conflictos –o como simple entretenimiento sádico– es la agresividad en su estado más primitivo y brutal. Que sería, en síntesis, la versión e interpretación única que de la tauromaquia admiten sus y nuestros censuradores. Desde luego, si ésas fuesen las consecuencias irremisibles del gusto por las corridas, los cosos taurinos serían un hervidero demencial de gente socialmente peligrosa. Y escenario frecuente de reyertas y algaradas propias de circo romano, con el derramamiento de la sangre del toro como incentivo del de sangre humana, llevado a cabo empírica o simbólicamente incluso en la vida 118
personal de los asistentes a unas prácticas que, de arrojar semejante balance, sería efectivamente de desear que desaparecieran. (Cualquier aproximación del escenario descrito a lo que efectivamente ocurre en ciertos estadios deportivos, o con cierto tipo de atletas cultivados en la violencia extrema, es pura coinc idencia.) PECULIARIDADES DE LA TAUROFOBIA. Pero la realidad es menos lineal, menos simple de lo que a los taurfóbicos por lo visto les agradaría. En otra oc asión creo haber desmenuzado para esta columna algo sobre los traumas ligados a las fobias, que son, en síntesis, una respuesta fundamentalmente irracional, que supone la suspensión de las facultades de discernimiento, bruscamente reemplazadas por el impulso a escapar con horror del objeto abominado. Lo que marca la diferencia entre cualquier otra clase de fobia y la de quienes tienen al toreo como objeto de la suya propia –y ninguna fobia es, en principio, censurable o punible, al no ser responsable de la misma quien la padece–, estriba en que, mientras no existe fobia corriente que mueva a una persona sensata a solicitar la supresión del objeto de la suya –nos quedaríamos sin cirujanos si la fobia a la sangre generase hordas de activistas fanatizados al estilo de los a ntitaurinos–, la taurofobia ha provocado un extendido movimiento en favor de la supresión radical y definitiva de la tauromaquia. Esta tendencia difiere de los antiguos intentos abolicionistas y prohibicionistas relacionados con el tema taurino en que al actual lo potencian las famosas redes sociales, y está siendo aprovechado por diversas fuerzas políticas que hacen un uso oportunista del asunto, ya para incluirlo en sus agendas electorales, ya como elemento distractor ante su impotencia o falta de interés para afrontar problemas sociales realmente acuciantes. Y aquí la lista puede ser todo lo extensa que se desee, pues puede abarcar desde la pobreza extrema a la educación, y desde la inseguridad pública al deterioro de los ecosistemas naturales de cuya integridad depende la vida, tanto de la especie humana como de otras muchas del reino animal. CASO PUEBLA. Leo en la prensa que Puebla es el segundo estado de la república en legislar sobre maltrato animal. Como quedaron exentas de penalización en dicha ley las corridas de toros, la charrería y las peleas de gallos, entre otras 119
manifestaciones de la cultura vernácula, se trataría, en suma, de un movimiento mascotista, pues tampoco se menciona nada relacionado con el notorio maltrato y muerte de aves y mamíferos para el abasto humano en rastros y criaderos diversos. No obstante, varios diputados del congreso poblano se han dedicado a lamentar públicamente la mencionada y expresa exención de la fiesta brava, aduciendo las sinrazones de costumbre, tan huecas de sustento como tenazmente repetidas a impulsos ya de la fobia mencionada, ya del interés político de unos cuantos (y en esto lleva mano el Partido Verde Ecologista de México, que ni es verde ni es ecologista ni pertenece a los ciudadanos de este país, sino a una c amarilla de aprovechones, partidarios de la pena de muerte). Convendría, no obstante, que taurinos y taurófilos estuviéramos conscientes de la necesidad de reaccionar en consecuencia, porque la influencia del antecedente abolicionista catalán es poderosa, como lo es también el redismo social, mayoritariamente en manos de adolescentes desocupados y sagaces agentes comerciales y políticos, siempre dispuestos a engancharse a cualquier campaña que les resulte redituable o gregariamente excitante y atractiva. CASO TLAXCALA. A diferencia de la ley expedida por el congreso del estado de Puebla la semana anterior, en la vecina Tlaxcala se ha extendido –más en los medios que en la calle, siguiendo otra de las constantes perversas del antitaurini smo– un movimiento tendiente a la supresión de las corridas de toros. Previsiblemente apoyados en consignas del tipo “Toros sí, toreros no” –ya nos explicarán sus jaleadores cómo podría sobrevivir la especie toro de lidia sin corridas de toros–, y nucleados en torno a asociaciones protectoras de animales, portadoras de una idea noble que es pasto frecuente de contradicciones e hipocresías. No dudo que haya proanimalistas sinceros entre los participantes en este brote abolicionista, por cierto sin antecedentes conocidos en el estado de Tla xcala, la entidad con más ganaderías de bravo del país. Pero es claro, por sus c aracterísticas y su coincidencia en el tiempo, que está ligado a los conflictos postelectorales surgidos a raíz de la apretada victoria del matador Rafael Ortega en los comicios del pasado día 7, en los que obtuvo, según el recuento oficial, 120
la presidencia municipal de Apizaco. Como su ventaja sobre el candidato del PAN fue mínima –siete votos apenas– es explicable la inconformidad y el activismo del derrotado y sus partidarios. Lo que no resulta ética ni moralmente admisible es la referencia –directa o indirecta– a la profesión del alcalde electo como recurso para menoscabarlo y azuzar incautos en su contra. Y olvide usted la paradoja de que la Tauromaquia de la semana anterior aludiese la filiación políticamente conservadora de la mayor parte de los actores de la fiesta brava, pues en este caso es el partido conservador por excelencia el que intenta mover a las masas en contra de su oponente, haciendo resaltar su condición de matador de toros. Es decir, insinuando que se trata de alguien ese ncialmente cruel, insensible e indeseable. Carambola simple que ni siqui era merece llamarse subliminal, dado lo burdo de la relación propuesta. Pero que se trate de una muestra más de desesperación que de astucia política no impide que, como en tantos otros casos, la fiesta de toros sea el objeto expiatorio de la furia social que irresponsablemente se pretende desatar. Es precisamente por esto que se extraña la reacción organizada de quienes amamos la fiesta y sabemos, como José Tomás acaba de expresarlo en la presentación de su Diálogo con “Navegante”, que la buena defensa de la tauromaquia pasa por divulgar explícitamente la realidad de sus contenidos mítico y ritual, ético y estético. Habría que hacerlo, estableciendo de paso distancias con la intolera ncia, agresividad y ausencia de buenas razones, únicas armas que la taurofobia conoce y esgrime con ferocidad digna de mejor causa.
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LA UNAM SUSPENDE COLOQUIO TAURINO (15 de abril de 2014)
OMINOSO SILENCIO. Historias como la del (recién fallecido) Chafik Handam Amad, nativo de Líbano y mexicano universal, podrían no tener futuro de prosperar los arteros ataques a la Fiesta cuya última manifestación ha sido la cancelación de una mesa redonda sobre Cultura, Periodismo y Literatura en el Mundo Taurino, programada para el pasado 10 de abril por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM con la participación de Benedicto Callejas, Marycarmen Rivadeneyra, Gabriela Guevara y Francisco Coello Ugalde, y suspendida de manera abrupta al no poderse garantizar la seguridad de ponentes y asistencia. Más lamentable incluso que la espantada de la autoridad universitaria ante la intimidación de redistas taurofóbicos me parece el comportamiento omiso del estamento taurino en general, incapaz de una reacción diligente, inteligente y digna ante la nueva agresión del porrismo antitaurino, cuya matonería y audacia va en aumento en proporción a la pasividad de quienes tendrían que salir en defensa de los valores culturales, éticos y estéticos de la tauromaquia.
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UN PROFESOR DE ÉTICA QUE ENSEÑA MENTIRAS (22 de abril de 2014)
Anda por México, dictando conferencias y concediendo entrevistas, el filósofo y matemático español Jesús Mosterín. Su objetivo no es ahondar en las profundidades científicas de las disciplinas de su especialidad, sino hacer campaña antitaurina en nuestro país, aprovechando sus éxitos ante el parlamento catalán para machacar con las mismas mentiras de bulto reiteradamente lanzadas a través de las páginas de El País. Pero no son los capciosos y perfectamente rebatibles argumentos de Mosterín lo más preocupante, sino que la UNAM facilite sus aulas y auditorios y empeñe su prestigio para que este notorio taurofóbico se despache a gusto. La misma UNAM que hace poco canceló una mesa redonda en la que cuatro académicos mexicanos hablarían de literatura y cultura taurinas a quienes desearan escucharlos. No cabe duda que los tiempos y los vientos están cambiando para mal. Y es una pena que, teniendo los toreros que tenemos, carezcamos de la cultura ta urina y la conciencia y los redaños que hacen falta para organizar una defensa serena pero contundente de nuestra Fiesta y sus muchos valores, seguramente más éticos y humanitarios que la oportunista explotación pseudofilosófica de lo políticamente correcto.
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MÁS ALLÁ DEL INTENTO ABOLICIONISTA DE BOGOTÁ (15 de septiembre de 2014)
No abundaré en lo consabido: la alcaldada de Gustavo Petro, apoderándose de la plaza Santamaría y jurando que no habría nunca más corridas de toros en la ciudad que tan “democráticamente” gobierna, la huelga de hambre de los ocho novilleros colombianos como la mejor y más heroica y eficaz respuesta al expolio del exguerrillero devenido alcalde, las “compasivas” y “civilizadas” provocaciones de los antitaurinos que los agredieron, el fallo de la Corte Constitucional de la República, ordenando restituirle a Bogotá ese elemento de su patrimonio cultural que ha sido y es la tauromaquia, el pataleo y renovadas amenazas del alcalde… Y el compás de espera que se ha abierto, pues si bien los magistrados dispusieron un plazo de seis meses para resolver la licitaci ón del coso –cuyo difunto constructor donó a la ciudad precisamente para que se escenificaran en él funciones taurinas–, no está clara la ruta a seguir ni los responsables concretos de aplicarla. Aunque el Concejo Municipal de Bogotá acaba de votar en el mismo sentido que los custodios del constitucionalismo, el entuerto, pues, permanece en vilo. Tanto así que los exhaustos novilleros en huelga de hambre van a mant enerla en tanto no se den pasos concretos para restituir la legalidad y devolverle a Bogotá su fiesta de toros. Una actitud que los enaltece, y que habría hecho falta en Caracas y Quito, con dos cosos taurinos de primer orden, de los cuales se vieron arbitrariamente privados los ciudadanos por autoridades supuest amente muy socialistas, antiimperialistas y de avanzada. VIENTOS CRUZADOS. Si bien Salvador Boix, el músico catalán, apoderado hasta hace poco de José Tomás, ha expresado su beneplácito ante el laudo de la Corte Constitucional de la República de Colombia, e inclusive lo menciona como un parteaguas cuya influencia podría incluso llegar hasta Barcelona – demasiado optimismo el suyo–, hay en su misiva al doctor Felipe Negret, pre124
sidente de la Corporación Taurina de Bogotá, un señalamiento fundamental: la denuncia de quienes, en diversos países, y amparados en una ideología supuestamente progresista y de izquierda, han tomado a la fiesta brava como cabeza de turco para fortalecer sus posiciones políticas, eludiendo los temas sociales, humanos y ambientales a los que realmente debieran abocarse, para hacerle creer al sector más ingenuo pero también más numeroso del electorado que abolir la tauromaquia representa un paso moralmente indispensable para las asépticas sociedades del siglo XXI. Este nexo entre progresismo y antitaurinismo no es por supuesto inevitable, como tampoco su contrario, es decir, la identificación automática de quienes gustan de los toros con posiciones ideológicamente conservadoras. Que el PP se declare en Madrid favorable a la tauromaquia –aunque en los hechos, sus pronunciamientos sean un brindis al sol–, y que entre los actores de la Fiesta haya predominado, a través de la historia, una franca filiación derechista, más que resolver el problema contribuye a enturbiarlo, salvo para esas mentalidades superficiales y acríticas, que, por desgracia, pululan a lo ancho y largo del espectro político y social. Porque quien acepte a la tauromaquia como un arte con todas sus letras – incluso más que eso: una estética que encierra una ética rigurosa, y un rito fundido a un mito, esto es, una tradición vigente y viva–, tendrá que reconocer a los aficionados a este hecho cultural como sujetos de derechos inalienables. Aplicarles la censura a esa tradición y a sus seguidores es, esto sí, un acto que cercena libertades y entra en contradicción flagrante con el espíritu de la democracia, entendida como paradigma y como forma de convivencia, de estado y de gobierno. Y es que las modernas democracias liberales, con todas sus imperfecciones, si en algo se reconocen es en la voluntad de expandir las libertades y derechos del ciudadano. Son los gobiernos autoritarios y los estados totalitarios los que persiguen disidencias y –aduciendo precisamente razones de estado– se dan a sí mismos licencia para dictar restricciones, suprimir oposiciones y, consecuentemente, aplicar con prodigalidad la censura. 125
En esta lógica –que me gustaría ver refutada desde posiciones verdaderamente progresistas, humanistas e igualitarias–, la fiesta de toros no pertenece a derechas ni izquierdas, mucho menos fomenta ideologías, perturba mentes infantiles o incita a la violencia, como invocando información del FBI (¡vaya!) argumentan algunos. Para eso nos basta y sobra con el futbol americano, la mayoría de los contenidos noticiosos y televisivos, o el intervencionismo y de structividad atroces de ciertos gobiernos “democráticos”, tan violatorios de los derechos humanos como las peores dictaduras. Incluida, por supuesto, la que en España instauró Francisco Franco, equivocadamente tenido por algunos como promotor de la tauromaquia, a la que si acaso habrá utilizado en momentos determinados –nunca tanto como al futbol–, con fines innegablemente aviesos. ATREVIDA ES LA IGNORANCIA. Entiendo que estas aseveraciones no dejarán de provocar escozor en quienes se dicen y sienten antitaurinos, a derecha o izquierda, bien o mal intencionados, pues de todo hay en el creciente conglomerado taurofóbico, tan conectado a las redes sociales. Los de mentalidad más avanzada en lo social ven en la tauromaquia vestigios de un mundo envejecido y al mismo tiempo envilecido, responsable del caos que actualmente atenaza al planeta. Desde la otra perspectiva, la de los partidarios de la globalización ne oliberal, acabar con peculiaridades culturales exóticas –nocivas e inadecuadas per se–, forma parte del ideario de lo políticamente correcto, y responde a dictados del pensamiento único de raíz anglosajona, y a la necesidad de sentirse parte de una ilusoria “modernidad”, marcada por la tecnología y el consumismo. Sería interesante que ambas posiciones pudieran confrontar sus argumentos con los del taurófilo inteligente, reflexivo y sensible. Situados –los que sean capaces de ello–, en un plano de tolerancia y respeto mutuos, terminarían por aceptar la validez de algo que no han tenido oportunidad de conocer, degustar ni mucho menos comprender, pero que a nosotros nos nutre el espíritu con la plenitud propia de las bellas artes, todas ellas minoritarias y, sin embargo, cada una depositaria de rasgos y valores esenciales para mejor amar, saborear y entender la existencia. 126
E N DEFENSA DE LA ECOLOGÍA. Entre las gracias que todos, pros y antis, debemos a la fiesta de toros –la auténtica, no su caricatura– está el mantenimiento de ecosistemas naturales que de otra manera se perderían. Sin corridas de toros, desaparecerían asimismo las diversas variedades o encastes del “toro de lidia”, con toda su majestuosa y singular apostura. Y con ello el exclusivo carácter, fenotípico y genotípico, que ha hecho de este bóvido una especie privilegiada, tanto por la buena vida que ha sabido procurarse y procurarle a su entorno ambiental, como por el destino final de su crianza, representativo de la supervivencia de una tradición de insólitas bellezas, que es también el último rito sacrificial en el que una fracción pequeña pero significativa de la cultura occidental aún se permite reconocerse, recrearse y conmoverse.
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ANTITAURINOS A LA CARGA Y COAHUILA SIN TOROS (24 de agosto de 2015)
Amparados en la absurda moda taurofóbica y envalentonados por los éxitos del abolicionismo galopante, los antitaurinos están desplegando un activismo inusitado que, al fin, parece estar encontrando réplica. Comentábamos en columna anterior la carta enviada por Sebastián Castella a los medios españoles y franceses más influyentes denunciando la reiterada y puntual violación de varios artículos, tanto de la Constitución Europea como de la del Estado español, como la primera reacción decidida y firme del taurinismo en contra de los ataques desatados en su contra. Y hace pocos días se dio a conocer una querella formalmente presentada ante la judicatura a nombre de Morante de la Puebla. Como se recordará, a Morante había intentado agredirlo un individuo que, a la muerte de uno de sus toros, saltó al ruedo del Coliseo Balear de Palma de Mallorca el pasado 6 de agosto. Y a los pocos días –el 9, en Marbella– al repetir su hazaña el mismo sujeto –identificado como Peter Hanssen, un escandinavo avecindado en Badajoz–, el De la Puebla decidió abandonar el ruedo en protesta por la pasividad policiaca, dejando a su toro sin estoquear. A la moda invasionista se sumaría poco después en otra plaza una joven escasa de ropa, en plan de “consolar” a un astado moribundo y en trance de ser apuntillado. Tranquilo como es, el público asistente a las plazas no ha tomado hasta ahora represalia alguna –tampoco contra las usuales manifestaciones callejeras–, a pesar de la notoria ofensa, de palabra pero también de obra, que representan estas ilegales irrupciones. Qué bueno que los toreros, tildados de asesinos de salmados por esta gente, e insultados –junto con todos nosotros– a través de las redes sociales, plagadas de violencia antitaurina, por fin hayan decidido tomar cartas en el asunto. Por lo pronto, a la razonada misiva de Castella hay que sumar esa demanda por cien mil euros formalmente presentada por Morante en contra del tal Peter Hanssen, un tipo con trazas de ser un vividor oscuramente 128
subvencionado y carente del respeto más elemental al país que lo ha acogido, con todas las fobias y complejos integrados a su rijosa personalidad. Los cargos de difamación de honor y ataque físico justifican plenamente la demanda y, sobre todo, representan la segunda reacción verificable de un taurinismo desunido y paralizado. Es decir, potencialmente suicida. LO DE COAHUILA, EL COLMO. El congreso del estado norteño acaba de decretar –por dieciséis votos y cinco abstenciones, a saber qué cuentas son éstas– la prohibición a que se verifiquen corridas de toros en su territorio. Al frente del gobierno estatal está el priista Rubén Moreira, que envió tal iniciativa de ley y es hermano del gobernante de triste memoria que en el sexenio anterior batiera todas las marcas de endeudamiento para un estado de la federación en la historia de nuestro país. Y que, por supuesto, permanece impune. El abolicionismo, pues, como distractor de problemas reales, a favor de la paranoia antitaurina imperante. Entre esos problemas nada ficticios ni artificiales que padece Coahuila –y con ella este país de impolutas casas blancas y cacerías de maestros mediáticamente orquestadas–, está la realidad, develada en el curso de la semana, de centenares de niños, mujeres y ancianos agricultores en hacinamiento, explotados por quince o más horas diarias los siete días de la semana por patrióticos empresarios que piden les agradezcamos por abrir, para gente que se debate en la miseria más cruel, tan humanitarias fuentes de trabajo. Y con decidido apoyo gubernamental, faltaría más. Así opera, lanzando bombas de humo para disimular el incendio verdadero, el oportunismo cínico de los politicastros que padecemos. Y ahora también en el estado donde vio la luz don Fermín Espinosa Saucedo “Armillita Chico”, gloria de Saltillo, de Coahuila, de México y del toreo universal. Y también el malogrado Valente Arellano, nacido en Torreón, último fenómeno de nuestra tauromaquia, antes de que la dejásemos caer al pozo del que, contra vientos, mareas y tsunamis, está intentando salir.
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LA DEFENSA
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EL MINISTERIO DE CULTURA DE FRANCIA SALVAGUARDA LAS CORRIDAS DE TOROS (30 de enero de 2012)
Durante el II Coloquio Internacional de Tlaxcala, una intervención decisiva fue la de François Zumbiehl, doctor en antropología cultural y vicepresidente del Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas de Francia. Él participó muy activamente en el proceso mediante el cual el Ministerio de Cultura de su país reconoció a la tauromaquia como patrimonio inmaterial, con lo que, por primera vez, un gobierno democrático declara oficialmente a las corridas de toros patrimonio cultural protegido. La intervención del Zumbiehl, autor también de una interesantísima bibliografía taurina, no tuvo desperdicio y, bien interpretada, podría servir de faro orientador para conseguir para la Fiesta, en México y otros países, una salv aguardia formal semejante. VIEJA ASPIRACIÓN, NUEVOS ARISTAS. Las prohibiciones contra la tauromaquia son de antigua data en Europa y América. Ya una vez Felipe II le encomendó a fray Luis de León expusiera ante el papa Pío V las vastas razones históricas por las cuales no procedía su excomunión a los toreadores españoles del siglo XVI. Pero lo que hasta hace poco podía considerarse anecdótico –la aversión hacia los toros de determinados personajes y grupos– cobra aspectos de suma gravedad al despuntar este siglo XXI, dada la existencia de un movimiento internacional perfectamente orquestado cuyos primeros frutos – Barcelona, la propuesta de abolición que está estudiando la ALDF– no pueden ser más inquietantes. Este esfuerzo común del taurinismo galo, y su exitosa culminación, debiera servir de ejemplo a las aficiones de países que sienten amenazada su profunda sensibilidad taurina. RÍGIDAS EXIGENCIAS. El documento presentado ante el Ministerio de Cultura de la República Francesa fue fruto de cuidadosa elaboración por un obser133
vatorio que aglutinaba a todos los actores nacionales de la Fiesta. El argumentario final había sido debatido por diversos comités internamente constituidos (el comité ético y el científico a la cabeza), de modo que su texto se ajustase tanto a definir exhaustivamente los valores de la tauromaquia como a los lineamientos establecido en las convenciones de la UNESCO de 2003 y 2005 sobre patrimonio cultural inmaterial, que por cierto no dan cabida a unos hipotéticos derechos animales, pero sí incluyen una compleja serie de exigencias. Los requisitos básicos parten de que sea un bien cultural reconocido como tal en función de los valores que representa; que exista una comunidad activa dedicada a la construcción, práctica, evaluación y continuidad intergeneracional del mismo; que cuente con simbología, lenguaje y objetos propios; que quede claramente especificada la noción de sus “buenas prácticas”, en oposición a aquellas que no lo sean; y que se encuadre en alguna de los cinco categorías que la institución multinacional señala (los toros podrían caber por lo menos en dos de ellas: artes del espectáculo y usos sociales y rituales y actos festivos). SABER UNIRSE . Un elemento esencial fue la participación unificada de absolutamente todos los actores del país galo relacionados con tauromaquia: desde ganaderos, matadores y subalternos hasta uniones y asociaciones de aficionados, cronistas y académicos. Además, la solicitud fue firmada por los alcaldes de las cincuenta y siete ciudades taurinas de Francia, procedentes de partidos que abarcan todo el espectro político, desde comunistas hasta ultraconservadores. Obsérvese en esta unidad en torno a un propósito superior –salvaguardar la cultura taurina del país– la madurez ciudadana de los franceses, que ojalá pudiera encontrar réplica en los distintos actores y factores de la fiesta brava de nuestra república. E NTRE WALT DISNEY Y LA CORRECCIÓN POLÍTICA. Cuando se supo que el documento había sido registrado ante el Ministerio de Cultura el activismo de los grupos antitaurinos franceses aumentó de intensidad y volumen. Muy sólidas tuvieron que ser las razones invocadas en el argumentario del observatorio y defendidas por sus representantes durante sus discusiones con el consejo ministerial nombrado para tratar el caso, no sólo porque éste estaba integrado por 134
personas ajenas al mundo del toro y desconocedores de dicha tradición, sino por la repercusión en ellos de prejuicios sumamente arraigados en el mundo globalizado. Un mundo más apegado a las redes sociales que al rigor de la dialéctica, y sometido a la influencia de tendencias tan en boga como la falaz humanización de los animales que tanto debe a las fantasías esparcidas por la casa Disney, más la viciosa adopción de lo políticamente correcto, corriente tan reduccionista como poderosa, que no puede ocultar unos orígenes en el neoconservadurismo anglosajón –Tatcher y Reagan de la mano–, y que, ya en el presente siglo, parece haber incluido como objeto predilecto de sus anatemas precisamente a las corridas de toros. REACCIÓN DE LOS ANTIS. Al hacerse pública la aprobación de la corrida como patrimonio cultural inmaterial de Francia, los grupos antitaurinos arreciaron sus ataques, tanto contra miembros de los estamentos taurinos del país como contra personal del propio ministerio de cultura. A injurias de todo tipo, militantes del antitaurinismo añadieron agresiones físicas contra personas y sus bienes. Lógicamente, estas manifestaciones de vandalismo terminaron de convencer a la opinión pública de que no son precisamente la conmiseración por el sufrimiento animal ni la defensa de los derechos de las bestias lo que los mueve. Mucho menos una etérea superioridad moral sobre taurinos y taurófilos. Por el contrario, tales manifestaciones de intolerancia y barbarie simplemente definen el talante oscurantista de quienes desean imponer una censura activa contra las corridas de toros, que a eso se resume el afán abolicionista tan en boga.
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VALOR Y VALORES (14 de julio de 2003)
Si en los albores del siglo XXI el toreo es todavía una realidad, todo lo limitada que se quiera pero felizmente tangible, a contracorriente con tendencias globalizadoras de notoria matriz anglosajona, no debe su supervivencia a la perspic acia organizativa de sus empresarios, ni a la calidad y agudeza –tan considerable en otros tiempos– de los que lo describen, analizan y evalúan, ni a dudosos desvelos y cuidados ganaderos. Ni siquiera a que sigan naciendo individuos inoculados por un virus misterioso que les hace ver la práctica, sin duda riesgosa, de esta extraña forma del arte como oportunidad privilegiada de expresión y realización personal. Si el toreo es y quiere seguir siendo, las razones habrá que buscarlas en sus reservas de atávica rebeldía frente a un mundo crecientemente antinatural, en circular relación con una humanidad cada día más dominada por la tecnología y el mercado, y por tanto fatalmente apartada de sus raíces, mismas a que nos regresan de súbito –en un movimiento virtualmente mágico, tan extático como efímero– los mejores y más genuinos momentos de la tauromaquia. CUESTIÓN DE VALORES. Como ocurre con toda tradición, la que nos ocupa está sustentada en un relato primigenio: el encuentro del hombre con las fuerzas superiores de la naturaleza, y la necesidad de trascenderlas de una manera activa, inteligente e imaginativa: vale decir, poniendo en juego lo más intransferible y valioso de la condición humana. Un vistazo superficial a ese ingente bagaje quizá se detendría en las consideraciones técnicas y racionales del arte de lidiar reses bravas. Pero si queremos develar las claves del toreo, es obligación ineludible cavar hasta el fondo de sus valores intrínsecos, sin los cuales qu edaría reducido a esa forma insustancial e inerte que tan a menudo nos encontramos, de la mano de toreros yupis y empresarios gángsters, con toda su cauda de publicronistas, operadores y partiquinos. 136
Para liberarnos de ese pesado tributo al espíritu de la globalización neoliberal –en cuyo sobrepago, que lo es fundamentalmente al becerro de oro del pragmatismo, está el verdadero riesgo de extinción de la fiesta de toros– existen en el núcleo del toreo valores de esencial contenido humanista. Valores basados en la creatividad, la originalidad y la responsable disposición a ca mbiar el dolor físico por la llamarada del arte, y la precaria y amenazada supervivencia material por la redención ética. Si ubicamos como valores rectores del toreo la libertad (artística, laboral, contemplativo-reflexiva), la justicia (impartida por un público apto para justipreciar lo que ve, tanto en el toro como en el torero y el toreo presentes y actuantes) y la creatividad (la propia de cualquier forma legítima de arte), será preciso convenir que poco significarían sin la apoyadura de una ética que dote de equilibrio moral la armonía que el mencionado rito encierra, como aspiración permanente y como realización eventual. Dicha ética ha de respetar invariablemente la paridad de la pugna entre hombre y bestia, entre inteligencia e ímpetu (no tan) ciego, permitiendo que el humano en cuestión efectivamente arrostre un potencial riesgo de muerte, mediante la invariable concurrencia del tipo de toro que la tradición ha señalado como dotado para lograrlo. Así, la v alentía del lidiador, su serenidad para enfrentar el peligro y la entereza y el saber hacer que le permitan superar las dificultades inherentes al auténtico toro de lidia obrarán como la contrapartida necesaria para legitimar su arte. De suerte que los valores propiamente artísticos del toreo –técnica precisa, creatividad, inspiración, expresión personal– sólo será posible que se actualicen si el toro posee la presencia, el poderío y la acometividad adecuadas, y el hombre pone a contribución la valentía, arrojo, serenidad y entereza indispensables para facturar, con la materia bruta de un astado íntegro, una obra que, mayor o menor, sea digna de la historia del arte de torear. Si usted piensa que es mucho pedir, la respuesta es simple: el toreo emociona solamente cuando dichos valores cobran actualidad en la plaza. Y si deseamos que remonte el oleaje adverso del nuevo milenio, quienes hacen y propician tauromaquia se tendrían que abocar con toda urgencia a recuperarlos. 137
LOS VERDES CON HERRERÍAS (4 de marzo de 2002)
Aunque desde hace varios años Rafael Herrerías se basta y sobra para vaciar la Plaza México de interés, de toros y de público, la Asamblea del DF ha decidido apuntalar sus esforzados afanes aprobando una iniciativa del Partido Verde Ecologista de México ( PVEM) titulada Ley Protectora de Animales, cuyo texto prohíbe expresamente a los menores de edad “presenciar sacrificios humanitarios de animales” donde quiera que éstos legalmente se realicen. Una consecuencia natural, dicen los que han tenido acceso al texto original de la tal ley, sería la prohibición del acceso a los tendidos de la plaza capitalina de menores de dieciocho años en cuanto el reglamento específico, aún por elaborar, entre en vigor. Como se recordará, el PVEM formaba parte de “Alianza por el Cambio”, la plataforma electoral que catapultó a Vicente Fox a la presidencia de la república. Y aunque ese matrimonio de mutuas conveniencias quedó recientemente deshecho por decisión de los Verdes, tuvieron éstos buen cuidado de retener la cuota de poder que la coyuntura electoral les ofreció. Poder que ahora se han creído en la obligación de justificar no con ideas –que nunca tuvieron– sino con prohibiciones. O SCUROS ORÍGENES. Huérfanos de iniciativas ancladas en las realidades sociales y ambientales del país, los presuntos ecologistas insertados en el actual gobierno decidieron ampararse en el socorrido recurso del “fusil” para dar fe de pertinencia política. Evidentemente, su plataforma está inspirada en el derecho anglosajón, que es como decir en una mentalidad y una axiología cultural esencialmente etnocéntrica, impositiva e intolerante, acorde con el significado profundo de la llamada Globalización, a cuyos intereses sirven desde aquí tan ciega y dócilmente. LA SOMBRA DE LA CENSURA. Es un hecho, sin embargo, que al erigirse en defensores oficiosos de la “salud” mental y la integridad “moral” de nosotros y 138
nuestros hijos, incurren en explícitos actos de censura, hecho éste de mucha más relevancia que las agresivas manifestaciones de los animalistas en los alrededores de la Plaza México en días de corrida. Bajo el oscuro manto de la censura, ejercida desde siempre por los grupos más conservadores de la sociedad, las garantías individuales amparadas por nuestra Constitución se desdibujan peligrosamente. No se trata ya de entender el toreo como ritualizado rescate del encuentro hombre-naturaleza –tan escamoteado por la vida moderna–, o los valores que encierra y asume la tauromaquia, o la autenticidad de las gestas que viene mostrando y transmitiendo a la gente plural –por obra de representantes conspicuos de sí misma– desde hace tantos siglos, o su incidencia bienhechora en la formación de tantas generaciones de mexicanos, gozosamente prendados de la ética y la estética taurinas –la peor batahola ocurrida en una plaza de toros ha sido juego de niños comparada con las mortales algarazas comunes en las canchas de futbol o los colegios norteamericanos de adolescentes–. Se trata, sencillamente, de negarnos con toda dignidad a aceptar que el prohibicionismo y la censura, tan gratos a los fascismos de todos los tiempos, prosperen impunemente en una época marcada entre otras cosas por la voluntad ciudadana de construir una democracia que redistribuya el poder y socialice los beneficios del trabajo, en lugar de continuar concentrándolos en pocas manos, incluidas las de quienes se solazan al decidir por los demás e invariablemente en su contra. E L PELIGRO REAL. La Ley Protectora de Animales puede ser debatida –y por supuesto dialécticamente derrotada– desde muchos otros ángulos, incluso el ambientalista. Pero eso no oculta que el verdadero riesgo que sobre la cont inuidad de la fiesta de toros se cierne lo representen mejor que nadie los propios taurinos, incapaces de entender nada que no sea medrar, y empeñados en ampliar su extenso acervo de corruptelas en abierta contradicción con los genuinos valores culturales, éticos, y estéticos de la tauromaquia.
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¿DE VERDAD AMAN A LOS ANIMALES? (4 de abril de 2011)
El viernes, en las afueras de El Relicario, media docena de hombres y mujeres jóvenes mostraron cartulinas con denuestos por escrito y, micrófono en mano, vocearon consignas repletas de lugares comunes en contra de las corridas de toros. Nadie los tomó en cuenta y al poco rato se fueron, tal como habían llegado. Pero si alguien se detuvo a leer o a escucharlos por un minuto, habrá notado que las letreros eran exactamente los mismos del festejo, el año y el siglo anteriores, cuando se acuñó en España la frase antitaurina “la tortura no es arte ni es cultura”, reflejo de su equivalente anglosajón “Stop Animal Cruelty ¡No more blood!”, en la que sin duda estuvo inspirada. ¿Nada nuevo bajo el sol? Al contrario. Si un turbio ventarrón sacude hoy al mundo es el del integrismo más ominoso. Lo saben nuestros paisanos migrantes, sobre todo si la tierra de promisión ha sido, para su mala suerte, Arizona. Lo saben las minorías étnicas y religiosas de cualquier lugar del planeta, pues ellos son objeto, en pleno siglo XXI, de anatemas rabiosos y tenaces persecuciones. Lo saben viejos y jóvenes, ninis y abuelos, hombres y sobre todo mujeres, desamparados por un sistema crecientemente voraz y depredador. Y fingen ignorarlo los taurinos (“no pasa nada”… “la fiesta es inmortal”… y demás necedades por el estilo). Mientras tanto, activistas no tan carentes de imaginación como los que rondan El Relicario en días de corrida preparan la próxima embestida. Ellos habitan otro mundo, alejados de ritos y tradiciones que desconocen y no intentan comprender, pero a los que tienen a gala oponerse porque sí, sin preocuparse por encontrar argumentos sólidos ni escuchar a quien no opine como ellos. Si uno rastrea sus orígenes, le asombraría lo cercanos que se encuentran de los poderes colonialistas que prometen libertad y democracia a pueblos empobrecidos –aunque bien provistos de petróleo, coltán u otras materias primas estra140
tégicas–, mediante guerras ya sea preventivas o presuntamente humanitarias. Quizá por esa razón, difícilmente coinciden en una misma persona –en un mismo activista– la fobia contra la tauromaquia y la denuncia del neocolonialismo. Implicaría una contradicción flagrante. E L TORO DE LIDIA. Vamos a suponer, porque habrá casos, que el animalista en cuestión considera atroz el gusto de cierta gente –nosotros– por un espectáculo donde la sangre corre gratuitamente y sin utilidad alguna (seguramente, los rastros y mataderos de ganado, las granjas donde viven hacinados pollos o cerdos de engorda, raramente suscitan sus protestas porque el sufrimiento de estas pobres bestias sirve para el consumo humano). Primera contradicción o quiebra lógica en su pensamiento: si lo que abominan es el sufrimiento animal, tendrían que asumirlo con congruencia total, sin incurrir en incongruencias selectivas. E COLOGÍA PROFUNDA. Pero vamos a seguir suponiendo: que el animalista de nuestros desvelos esté al tanto de la contradicción señalada y, en su huida hacia delante, haya decidido hacerse vegetariano, a fin de no propiciar con sus hábitos nutricios el sufrimiento de más fauna. Quienes así procedan están emparentados con la ecología profunda. Y dicha deep ecology, de raíz nórdica y anglosajona, preconiza, entre otras cosas, la necesidad de reducir el número de habitantes que pueblan nuestro castigado planeta, humanitario fin que puede cumplirse por diversas vías, incluso las coercitivas o francamente violentas (¿qué tal algunos “daños colaterales” más? ¿O la esterilización forzosa, las epidemias de diseño, los enfrentamientos tribales programados o algún novedoso método de factura similar y corte parecidamente fascista?). Y conste que quienes tales cosas proponen, al hacerlo sienten reforzada su superioridad moral, a semejanza de los antitaurinos y abolicionistas militantes, que sin duda nos consideran indignos de pertenecer al género humano, dada nuestra gozosa degustación de un espectáculo tan anacrónico y bárbaro como la tauromaquia. 141
LA DECEPCIÓN ECOLÓGICA. Para el escritor Javier Marías, que defendió públicamente la continuidad de las corridas de toros pese a declararse no afici onado (El País Semanal, 10 de enero y 14 de febrero de 2010), la brutal embestida en su contra de numerosos lectores antitaurinos –y por lo mismo agresivos e intolerantes en grado sumo– pudo obedecer a que se atrevió a calificarlos de “exterminadores de toros”, habida cuenta que la supresión de las corridas conllevaría la de la especie bovina que les da sustento. Mencionar la existencia e xtremadamente libre y bien atendida del toro de lidia por parte de sus criadores, en extensiones vastas y abiertas, y gozando de escrupulosos cuidados sanitarios desde que nace hasta su entrada al ruedo, es cosa que mucho molesta a los a ntis, sobre todo cuando se compara con las atrocidades que comete contra el reino animal la civilización a la que pertenecemos y pertenecen ellos mismos, les guste o no. Pero hay algo más: una de las manifestaciones más evidentes de la actual crisis ambiental radica en la acelerada pérdida de biodiversidad que sufre el planeta. Y el toro de lidia –con toda la variedad genética impresa en sus diversos encastes– es uno de los ejemplos más notorios de conservación de una especie y de un hábitat capaz de constituir ecosistemas igualmente hospitalarios, con una enorme diversidad de plantas y animales que, de esa manera, aseguran su continuidad como especies en condiciones asaz privilegiadas. Lo que convierte a nuestro toro –y por extensión a la corrida– en una tradición sumamente amigable con el medio ambiente. Además de alojar y promover de manera activa la forma acaso más específica y radical del arte. FESTEJO SANGRIENTO. El desarrollo de la corrida del viernes se tiñó de rojo cuando el quinto de la tarde empitonó y envió al hule a Arturo Macías. Pundonoroso como siempre, El Cejas lucha aún por salir del fondo del pozo donde lo condujo su desafortunada aventura ibérica del año anterior, tan llena de pe rcances y peripecias. Animoso pero sin sitio, ya lo había empitonado su primero cuando le metió la espada, y el quinto, un animal muy bien puesto y bastante probón, no desperdició que abriera una luz entre su cuerpo y la muleta al cita rlo con la zurda para pegarle un cate en el escroto, lesión más dolorosa que gra142
ve, pero que en nada contribuirá a devolverle la confianza al esforzado aguascalentense. REFLEXIÓN. ¿Hará falta aclarar que la sangre derramada por Arturo Macías no es la de un sádico torturador de animales indefensos, sino la de quien ha sabido asumir con libre y total integridad los riesgos inherentes a su vocación de matador de toros?
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SEVILLA: DE WOLFF A MACÍAS (12 de abril de 2010)
Cada Domingo de Resurrección, en el sevillano teatro María Luisa, un personaje de las letras tiene a su cargo el pregón de la feria de abril. Esta vez, el invitado de honor fue el filósofo Francis Wolff, catedrático de la Sorbona y analista profundo del toreo. Aunque su nombre no suene tanto como los de un Carlos Fuentes o un Mario Vargas Llosa –pregoneros en años recientes–, la presencia de Wolff fue acogida con enorme interés de los sevillanos, que interrumpieron su alocución varias veces y en un rapto de fervor lo despidieron con gritos de ¡to-re-ro! ¡to-re-ro! Y es que el filósofo parisino se ha significado por su resuelta defensa de la corrida ante el ataque frontal del nacionalismo catalán más exacerbado, en alianza con animalistas hipersensibles, que en los últimos meses han agitado a fondo las aguas en busca de la prohibición definitiva de la fiesta de toros, confusamente considerada por ellos como un arcaísmo, basado en la tortura y muerte pública de animales. Mientras esta especie de policía cultural, utilizando dinero del fisco y de distintas fundaciones del mundo anglosajón, intenta hacer mella en el ánimo de los políticos presuntamente progresistas, la Francia taurina está poniendo ejemplo al anquilosado taurinismo español, metido en sus pugnas internas de costumbre, donde ocupan lugar de honor turbios manejos de despacho, una de cuyas expresiones acabamos de vivir en México (la gira de El Juli con becerritos), en tanto sufre otra de ellas el hidrocálido Arturo Macías, programado dentro de la misma feria sevillana en una sola corrida, del hierro portugués de Palha, lo que equivale a echar al foso de los leones a quien se supone la mayor esperanza mexicana del momento presente. LAS RAZONES DE WOLFF. Coincide la comparecencia como pregonero del intelectual galo con la presentación de su obra 50 Razones para defender la corrida de toros, alegato elaborado a partir de su dominio de la filosofía clásica, donde 144
descubre rasgos pedagógicos en la lidia, en contraste con las acusaciones de sadismo, degradación moral y deshumanización flagrante que gratuitamente nos atribuyen los antitaurinos. Conforme el idealismo platónico, el toreo, afirma Wolff, es una idea que tarde a tarde se hace realidad en el ruedo, encarnada en un hombre común, provisoriamente transformado en un ente moral que busca la belleza al precio del rie sgo. Como quería Aristóteles, esa idea encarnada ha de amoldarse a la materia bruta –el toro y la fuerza de su embestida–, para someterla y sublimarla de acuerdo con su inteligencia y personal expresión –he aquí una de las razones por las que el toreo debe considerarse un a rte. Además, el torero auténtico da lecciones de estoicismo, de cómo la tranquilidad del alma es capaz de sobreponerse a la violencia del cuerpo. Y por último, el aficionado profesa el epicureísmo ya que se acerca a la corrida con espíritu gozoso, sin dejar por ello de reconocer que, como todo lo que tiene profundidad humana, el toreo encierra amenazas desconocidas que podrían dar margen a la tragedia. SIN COMPLEJOS. Para terminar, Francis Wolff sintetizó en una sola las cincuenta razones de su libro: reclamemos sin complejos nuestro derecho a ir a los toros simplemente porque nos gustan. Y llevemos a nuestro padre, a nuestro hermano, a nuestro amigo, a nuestro primo catalán y gallego. ¡Allez, Sevilla! Para esta ardorosa empresa puedes contar con el ejército francés del Norte. Y se armó una tremolina digna de la Maestranza, con sombreros, puros y Puerta del Príncipe. DEL DISCURSO A LOS HECHOS. Francis Wolff hablaba de la ética –y de la estética– como rasgos esenciales del hecho taurino. Mas como éste no se limita al ruedo, habría que agregar que el torero desfavorecido en los despachos tiene que llevarles la contraria a los taurinos en el ruedo. Y mientras esto sucede –lo está viviendo Macías en España–, otra cara antiética –y antitética– la ofrecen nuestros diligentes empresarios, alfombrándoles con dólares el pasillo a las figuras españolas. Y transigiendo con sus exigencias de arriesgar lo menos con indecorosos becerros afeitados como garantía. De nuevo, hemos pagado con oro sus espejitos de colores. En cambio, la apuesta de Arturo Macías al salirles a los de Palha sí representa un valor ético indiscutible, que merecería ser coronado por el éxito aunque, a priori, éste parezca bastante improbable. Suerte, torero. 145
HEMINGWAY Y EL DRAMA NEGADO (25 de mayo de 2015)
El pasado jueves, Saúl Jiménez Fortes, matador de toros malagueño, sufrió en Madrid un gravísimo percance, que por su ubicación anatómica y ostensible crudeza –casi lo degüella “Droguero”– remitía al de Julio Aparicio en 2010, o los de Joselito y El Campeño –este último lamentablemente mortal– en los años ochenta. Profundamente consternado y temiéndose lo peor abandonó el público la plaza de Las Ventas. Pero mientras los medios daban parte del suceso a cuentagotas –y eso que, ya se sabe, la Fiesta sólo parece ser noticia cuando hay un percance grave que airear–, las redes sociales repicaron masivamente al son de los “compasivos” taurofóbicos, tan amantes de las bestias todos ellos, que se aplicaron con un esmero siniestro a hacer escarnio y mofa del torero herido. Todo muy globalizado y postmoderno, pues. Pero el drama quedó ahí, empapando de sangre torera la arena venteña. Y su explicación también, flotando en el ambiente y en la realidad de la corrida: un joven dispuesto a luchar contra las barreras interpuestas a tantos como él por un sistema empresarial insensible e injusto –al precio de la vida, si preciso fuera–, el ímpetu que lo llevó a recibir a portagayola a los dos imponentes ca staños de Salvador Domecq, que en ninguna de las dos ocasiones acudieron francos, la tenaz decisión de afirmar las plantas ante cualquier tipo de embestida. Y la ilusión de soñar con una probable puerta grande aguantando con estoicismo una pedrea de acometidas tan inciertas que la última de ellas –la muleta en la izquierda, el estoque atrás, el cuerpo cruzado y ofrecido sin vent ajas a los astifinos pitones– terminó con el diestro empalado y zarandeado como un muñeco para, en su caída delante del burel y arrollado por éste en el suelo, el certero pitonazo que le horadó el cuello, provocando incontenible hemorragia ante el azoro de toreros y asistencias, y el horror del graderío. Y todo de verdad, todo auténtico, el drama del toreo en pleno, como ayer, como hace tantos años y décadas y siglos; como continuará latente cada vez que haya 146
un toro con todos sus atributos en la arena, atributos que incluyen, por supuesto, la facultad de dar muerte al hombre destinado, en principio, a sacrificarlo… o a inmolarse él mismo en torera lid. Que ése es el alto precio y el innegable valor de este drama que el mimetismo globalizador se empeña en negar. HEMINGWAY. El Nobel norteamericano quedó fascinado con la fiesta desde su primera visita a España, a principios de los años veinte. Había acudido al coso por recomendación de Gertrude Stein, la célebre mecenas norteamericana de la generación perdida, afincada en el París de la primera postguerra. Y además de empapar de ambiente taurino su primera gran novela –The Sun Also Rises (1929)–, en 1932 publicó un ensayo, Muerte en la tarde, dedicado enteramente a la tauromaquia y ofrecido en tono divulgatorio al lector anglosajón. Es un libro deleznable, lleno de tópicos manidos y fantasías muy discutibles. Pero, como toda obra fallida de un gran escritor, encierra algunas páginas memorables. De la dedicada a la terrible cornada en Madrid de Gitanillo de Triana (31.05.31) y sus casi tres meses de lenta agonía, recojo el siguiente fragmento, perfectamente aplicable a los taurófobos de esta hora: Las personas que dicen que pagarían por ir a una corrida siempre que pudieran ver a un torero corneado y no siempre a los toros muertos por los toreros, hubieran tenido que estar aquel día en la plaza, en la enfermería, y más tarde en el hospital. Gitanillo vivió lo suficie nte como aguantar los calores de junio y julio y las dos primeras semanas de agosto, y al fin murió de meningitis causada por la herida en la base de la espina dorsal. Pesaba ciento vei ntiocho libras cuando fue herido y sesenta y tres cuando murió. Durante el verano sufrió tres rupturas diferentes de la arteria femoral, debilitada por las úlceras que originaron los drenajes de las heridas de los muslos, y porque se le rompía al toser… Las personas que dicen que pagarían por ver un torero muerto se hubieran sentido reco mpensadas cuando Gitanillo entró en delirio, en el calor tórrido del verano, a causa del dolor y de la fiebre. Se le podía oír desde la calle. Parecía criminal dejarlo vivir y hubiera sido mejor para él morirse después de la corrida, cuando aún tenía el dominio de sí mismo y conservaba todo su valor, en lugar de tener que pasar por todos los grados del horror y de la humillación física y moral, a fuerza de soportar un dolor insoportable. 147
Ver y oír a un ser humano en tales momentos le hace a uno más razonable, creo yo, en relación con los toros: el toro encuentra la muerte en quince minutos, a p artir del momento en que el torero empieza a bregar con él; todas las heridas las recibe en caliente, y no le duelen más que las heridas que el torero recibe en caliente, ni pueden hacerle padecer demasiado. Pero mientras el hombre tenga un alma inmortal y los médicos le conserven la vida todo el tiempo que puedan, en momentos en que la muerte es el mejor regalo que un hombre puede hacer a otro, los toros y los caballos parecerán bien tratados en el ruedo y el torero seguirá corriendo el mayor riesgo. ¿A qué agregar nada?
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LA VIOLENCIA SILENCIADA DEL DEPORTE ESTADOUNIDENSE (24 de junio de 2013)
Las noticias del mundo deportivo, cada vez más teñidas de amarillo, han hecho saber en estos días que pesan serias sospechas de asesinato sobre un famoso jugador del mal llamado futbol americano, Aaron Hernandez de nombre (así, sin acentos, como gringo que es). Una vez más, aquí tendrían buen material de estudio quienes afirman que la tauromaquia envenena mentes y fomenta la crueldad, razón por la cual urge poner a salvo de su negativa influencia a niños y jóvenes (hay plazas, y la de la “culta” Barcelona fue una de ellas, donde se prohíbe la entrada a menores de edad; y ni hablar de la veda prácticamente universal de escenas taurinas en horario televisivo teóricamente infantil). Lo digo porque los tales futbolistas de americano son la especie atlética con mayor presencia en la página roja nacional e internacional –doce o quince espeluznantes casos de violencia mayor tan sólo en años recientes–, mientras en España, los redistas sociales se refocilan con el aislado asunto de Ortega Cano –acusado de homicidio culposo en un accidente de tráfico– para atacar a la Fiesta. Es como cuando se nos acusa a los taurófilos de ser gente sedienta de sa ngre, que alimenta desde los tendidos de las plazas de toros sus instintos más bajos y tenebrosos, cuando ni de chiste se sabe de broncas, en coso taurino alguno, comparables a las suscitadas por las siniestras barras bravas en los campos de futbol y sus alrededores. O al vandalismo y abusos que suelen acompañar, en cualquier confín del mundo, las “celebraciones” multitudinarias de una victoria deportiva o un simple partido internacional. Para que se distinga mejor de qué lado está la civilización y de cuál la barbarie.
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LOS ANTITAURINOS Y LA CARTA DE CASTELLA (17 de agosto de 2015)
El pasado martes 11, este columnista estuvo en la querida y muy taurina ciudad de Huamantla, invitado a inaugurar el ciclo cultural paralelo a su feria tradici onal. Elegí como tema Los enemigos de la Fiesta, referido tanto a los de fuera como a los de dentro. Ese mismo día, los principales diarios de España publicaban una carta firmada por el diestro francés Sebastián Castella en la que, por fin, una figura del toreo se atreve a reclamar de la autoridad el cumplimiento de los diversos artículos constitucionales –tanto de la Unión Europea como del Estado español–, reiteradamente vulnerados por el antitaurinismo organizado en su pretensión de prohibir las corridas de toros, mismo que, ante la pasividad gubernamental, ha llevado su escalada hasta las arenas de las plazas de toros, i nvadidas por abolicionistas para agredir toreros, perturbar la marcha del espectáculo e insultar al público presente. LA CARTA DE CASTELLA. El espada galo no se limita a denunciar las agresiones. Señala uno a uno los artículos constitucionales constantemente viole ntados por el furor antitaurino, desde el que garantiza la seguridad personal, amparada por el 6 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, hasta el que protege al ciudadano comunitario contra cualquier forma de discriminación (artículo 21), pasando por los que garantizan la libertad de pe nsamiento (artículo 10), la libertad de expresión (artículo 11) y la libertad de las artes (artículo 13). En cuanto a sus precisiones con la Constitución española en la mano, Castella no es menos explícito: el Estado tendría que proteger a la fiesta brava, a sus profesionales y a sus seguidores de quienes acostumbran violar sus artíc ulos 14 (“los españoles son iguales ante la ley”), 18 (“Se garantiza el derecho al honor”), 20 (“Se reconocen y protegen los derechos […] a la producción y creación artística) o 35 (“Todos los españoles tienen el deber y el derecho al 150
trabajo). Identifica a la corriente animalística con una persecución ideológica y política que ha reducido a los profesionales y aficionados al toro a ciudadanos de segunda clase, al intentar privarles de su derecho al trabajo y a la libre elección y el libre ejercicio de sus preferencias artísticas, mientras se vulnera su honor al tildarlos de asesinos y de seres incivilizados y peligrosos, y todo en nombre del progreso social y moral, del cual la Unión Europea, por cierto, se viene alejando a grandes pasos. Y no precisamente por causa de la tauromaquia (véase Grecia primero y el sangrante caso de los refugiados actualmente). El matador nacido en Béziers y avecindado en España reconoce que pronunciarse como él lo hace está mal visto. Pero –concluye “o se acaba el tiempo de la vergüenza o se acabará el nuestro… Primero cercenarán nuestra libertad, y después seguirán muchas otras… Porque hoy son los toros, pero mañana será cualquier otra manifestación artística que no les caiga en gracia. El pensamiento único es así… (siendo que) El toreo no es de izquierdas ni de derechas. Es de poetas, pintores y genios. De Lorca y de Picasso, dos artistas poco sospechosos de fascistas ni asesinos. Es del pueblo.” Finaliza con una petición: un sí es no es utópica: “Salgamos del armario y llenemos las plazas. Tomemos las calles. Son tan nuestras como de los prohibicionistas. Y nosotros somos más. Y podemos gritar más fuerte. No hay mayor verdad que la de un hombre ante un toro bravo. En nuestra mano está que no nos la quiten.” Que se sepa, el francés es el primero en abandonar la táctica del avestruz que ha caracterizado a los taurinos frente a los antis. Hace honor al país de la libertad, donde nació, y a la ética de la profesión con la que se gana la vida, a trueque de exponer la suya tarde a tarde. Así lo reconoció su colega Morante de la Puebla al brindarle un toro al día siguiente, en Gijón. Además, da en el bla nco al denunciar la hipocresía de esos abolicionistas tan ruidosos y activos contra la Fiesta como silenciosos e indiferentes a causas sociales de verdadera trascendencia. Ayer, Castella se encerraba con seis toros en la plaza del Puerto de Santa María a beneficio de la Fundación Down de Sevilla. Alcanzó un triunfo memorable. 151
LOS ENEMIGOS DE LA FIESTA. Por puro azar, para abrir la feria cultural en el auditorio Fundadores del Museo Taurino de Huamantla elegí como tema precisamente el de Los enemigos de la Fiesta, una sintética disección tanto del mal que viene de fuera –de ese pensamiento único, de raíz anglosajona, aludido por Castella– como del que corroe a la tauromaquia desde dentro. Presento aquí un resumen sumarísimo de lo dicho ante una numerosa audiencia de buenos aficionados, en el marco de un sentido homenaje al maestro Manuel de la Vega, humantleco ilustre y actual director de la Casa de Cultura local. Como son harto conocidas y tema frecuente de esta columna las lacras que denigran en México a la fiesta alguna vez brava –en perversa colusión diestros sin ética, apoderados corruptores, ganaderos corruptibles, autoridades corruptas, empresarios facciosos y sin visión de futuro, públicos conformistas e incultos y medios indiferentes o cómplices–, me gustaría centrarme hoy en el tema referido por Sebastián Castella en su ya famosa carta; es decir, en la campaña difamatoria emprendida por animalistas radicales, ecologistas despistados, intelectuales intolerantes –y, paradojas de la vida, profundamente ignorantes– y políticos oportunistas y ambiciosos en plan de aprovecharse, todos a una, de la culpable dejadez e inhibición de taurinos y taurófilos. Esa actitud de avestruc es finalmente rota por Castella. Con una advertencia previa: no todo ser humano que profese amor por los animales, mucho menos los ambientalistas conscientes y bien preparados – como tampoco personas indiferentes o incluso desafectas a las corridas de toros–, tienen por qué convertirse en abolicionistas. Durante siglos, hemos convivido con ellos en paz, y bien claro tenemos, taurinos y taurófilos, que estamos en minoría. Exactamente como puedan estarlo los aficionados a la música clásica, la ópera, la pintura, la literatura o la danza, artes todas en indudable situación minoritaria frente a, pongamos por caso, los seguidores de las telenovelas, de innumerables cantantes populares o de los deportes de masas, como el futbol.
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UNA PROPUESTA QUE SE LAS TRAE (25 de enero de 2011)
Hay una sensación de final de ciclo que va más allá del término de 2010. Tri stemente, la abolición oficial de las corridas de toros en Cataluña ha sido la noticia del año. Y si en España las reacciones de taurinos y aficionados pecaron de tibias e inconcretas, en México habían sido prácticamente nulas. Todo lo opuesto al renovado ímpetu de los antis. Hay, incluso, diputados federales di spuestos a seguir el ejemplo de sus homónimos catalanes, guiados por el deleznable pero siempre temible cálculo electoral. O RIGINAL PROPUESTA. Así las cosas, los cronistas de La Jornada nacional – José Cueli, Jaime Avilés y Leonardo Páez– decidieron romper el silencio reinante, y acaban de lanzar una idea tendiente a sintonizar el rito taurino con la sensibilidad proanimalista en boga. Analizando distintos momentos de la lidia formal, ubicaron en la (mala) práctica de la suerte suprema uno de los focos más vulnerables a las amenazas de los censores. Y han lanzado, a través de nuestra edición capitalina (La Jornada, 20 de diciembre de 2010), una propuesta común, fruto de sus cavilaciones. En conclusión, el audaz triunvirato jornalero sugiere las modificaciones reglamentarias siguientes: 1. Suprimir el contenido del artículo 71 de la norma vigente para el Distrito Federal, relativo a los tres avisos que deben sonar para que un toro vuelva vivo al corral transcurrido el tiempo que la ley concede a un matador de toros o novillos para cumplir su cometido. 2. A cambio, sería devuelto al corral todo astado al que se le hayan señalado hasta cuatro pinchazos –o cuatro intentos de descabello–, cifra que marcaría el límite permitido de agresiones, ya sea con la espada larga o la de cruceta, a fin de evitar que el final de la lidia se convierta en una impúdica sangría a ojos del respetable. 153
3. Adicionalmente, mis colegas proponen la figura del “estoqueador”, que a la manera del sobresaliente que antiguamente acompañaba a los rejoneadores, se encargaría de dar muerte al bicho, una vez concluida la faena de muleta de diestros que no lo sean tanto oficiando con la espada (Castella, Talavante, Perera, Hilda… y un larguísimo etcétera). Esta idea no está inspirada, como algún malicioso insinuó, en el beisbolero “bateador designado”, sino en la necesidad de evitarles a público y toreros la prolongación ad nauseam de escenas frustrantes y sin contenido artístico, pero sobre todo desagradablemente sanguinolentas, que por lo mismo pidieran ser blanco en el futuro de los furiosos ataques de la creciente militancia antitaurina. E VOLUCIÓN CONSTATABLE . Aunque el taurinismo más recalcitrante suponga que la normatización de la corrida ha sido a través de tres siglos de toreo idéntica a la que conocemos, lo cierto es que la misma regla de los avisos suprimió en su momento prácticas tan bárbaras como la media luna –especie de hoz para desjarretar a los toros que por incompetencia del matador se resistían a doblar, en un ataque en el que participaban también perros adiestrados para el efecto, práctica que se prolongaría hasta el segundo tercio del siglo XIX–. Como bien señala la nota de los colegas, la reglamentación hispana de los tres avisos se adoptó en la capital mexicana en 1908; cuando en España se señalaban no a toque de clarín, sino mediante una indicación gestual que el alguacil illo hacía desde el callejón al matador en turno. Con el tiempo, el lapso de tolerancia se fue extendiendo hasta quedar en los dieciséis minutos actuales, que en la península ibérica son quince, y en algunas plazas sudamericanas seis, que se computan a partir del primer intento de estocada. HISTORIA DEL PETO. Otro caso evidente de humanización de la fiesta lo señala la introducción del peto protector para los caballos de pica. Hasta 1928 – 1930 en México–, los jamelgos recibían a pecho descubierto las embestidas de los bureles, y el ruedo se iba sembrando de cadáveres equinos conforme el primer tercio transcurría. El aficionado asumía este despropósito como uno más de los trances de la lidia, pero la progresiva urbanización de las costumbres fue haciendo más notoria la carnicería resultante, hasta que una disposición 154
gubernamental, tras evaluar distintas propuestas, prescribió en Madrid el uso del peto para las cabalgaduras a partir de marzo de 1928, junto con una disposición que suprimía la presencia de los picadores en el ruedo para esperar la salida del toro. Esto significa que la llamada edad de oro del toreo, presidida por Gaona, Joselito y Belmonte, se verificó a la antigua y sanguinolenta usanza, y que artistas de la talla de Chicuelo, Pepe Ortiz, Cagancho y Fermín Armilla se hicieron toreros cuando aún estaba vigente dicha reglamentación. O POSICIONISMO. Las dos modificaciones enunciadas –especialmente la que introducía el peto protector, reforzado luego hasta el abuso– sufrieron, en su momento, las iras de los tradicionalistas. En ese sentido, el escepticismo con que ha sido recibida la propuesta de Cueli-Avilés-Páez no representa novedad alguna. Son otras objeciones las que, eventualmente, pudieran oponérseles. S eñalaré a este respecto algunas de mis dudas personales, en la inteligencia de que deben tomarse como tales, y no como expresión de un afán inmovilista con el que en absoluto me identifico. VIABILIDAD. La idea de las cuatro agresiones como máximo me parece buena, aunque me temo que estaría lejos de convencer a los antis… y a los profesionales del toreo. Habría que aclarar, sin embargo, si luego de tres pinchazos tiene derecho el espada a optar por el descabello, lo que extendería sus posibilidades a siete (tres viajes fallidos con la espada larga y hasta cuatro golpes con la corta), antes de que el juez ordenase la salida de los cabestros. En cambio, me cuesta adherirme a la figura del estoqueador designado porque introduce en la lidia y su evaluación elementos de flagrante desigualdad. Por ejemplo: ¿valdría los mismos trofeos una gran faena coronada por un sobresaliente de espadas que otra, de parecida calidad, coronada por el autor de la misma? Y si así fuera, ¿aceptaría el torero-matador que su obra se tasara con igual criterio que la de un alternante suyo que, cómodamente, se apartó del toro después de trastearlo para dar paso a un especialista de la estocada designado para el efecto? ¿Y qué pasaría si, por el contrario, el sobresaliente marra, malogrando la obra de su jefe de cuadrilla? ¿Y qué cuando se trate de estoquear a un animal peligroso, con el cual el titular no se ha lucido, pero tampoco desea 155
exponerse a un percance en el trance final? ¿Y la nueva regla, que aparent emente da origen a dos categorías diferentes de diestros, el matador a la usanza tradicional y el torero a secas, eximiría a éste de la obligación de despachar a la totalidad de los toros que le correspondiesen o solamente a algunos? ¿Y aceptarían los del primer grupo alternar en pie de igualdad con los del segundo? ¿Y sobreviviría a la nueva ley la alternativa de matador de toros, pieza indispensable de la liturgia taurina y también para entender y valorar la historia del toreo? Son, en fin, algunas cuestiones que la propuesta comentada tendría inevit ablemente que plantearse. Y, desde luego, que resolver a satisfacción de las partes afectadas.
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PAVÓN, POR UNA TAUROMAQUIA SIN DERRAMAMIENTO DE SANGRE BOVINA (31 de agosto de 2015)
Una vez decretado por el Congreso de Coahuila el fin de la fiesta brava, tal como desde hace un par de siglos se conoce, Carlos Hernández González (Carlos Pavón para los iniciados), novillero, ganadero de bravo, amigo dilecto y a utor de numerosas obras sobre temas taurinos –la última una biografía de El Ranchero Aguilar– regresa, en un texto sin desperdicio, a la tesis que había sustentado en la primera de ellas, Sin sangre, Pajarito. Como introducción, reproduce los fragmentos básicos de aquellos artículos que contienen e intentan dar sustento a las leyes antitaurinas vigentes en Cataluña, Canarias y nuestro estado de Sonora, además de citar entradas de wikipedia donde se nombra a algunos de los intelectuales y antitaurinos más connotados (como si no pudieran contracitarse otros tantos, mucho más interiorizados en el asunto, que a lo largo de más de cien años se han declarado partidarios firmes e incluso apasionados de las corridas de toros, su celebración, sus protagonistas –el toro y el torero– y su significado). De dicha y antitaurina wikipedia, Pavón subraya este párrafo lamentable: los defensores del toreo afirman que el toro de lidia no existiría si no fuera por las corridas de toros… los antitaurinos afirman que los toros bravos no existen porque existan las corridas, sino al contrario, que las corridas existen porque los toros bravos ya existían. Tautología tan elemental mal puede servir para entablar polémica alguna: de ese jaez suelen ser los argumentos del abolicionismo. Pero, en fin, parece que nuestro amigo se da por vencido, y entre pugnar por el respeto a la tradición que tanto amamos, y dar su brazo a torcer a los animalistas a quienes horroriza la lidia y muerte del toro bravo –los hay incluso refractarios a consumir productos que no sean exclusivamente vegetales, pero la mayoría seguro que mantiene la dieta a base de proteína animal con que todos fuimos criados–, elige esa tercera vía que supondría la supervivencia de una 157
tauromaquia sin derramamiento de sangre bovina, como la mejor manera de contentar a los dos bandos y llevar la fiesta en paz, dado que, para Carlos, los que quieren que vuelvan a celebrarse corridas tradicionales (en lugares donde han sido prohibidas) están en la posición de todo o nada, lo cual es un error pues la respuesta sería: NADA. Sepan toreros y aficionados que los ganaderos (al menos unos cuantos y yo) sí aceptaríamos lidiar nuestros toros en forma incruenta. La crianza del toro bravo seguirá pase lo que pase, a pesar de que las autoridades coarten la libertad del ciudadano . Dada la gravedad de los ataques abolicionistas que se multiplican día con día en los países taurinos del mundo –insistiré siempre que infundados y basados en el impulso taurofóbico de moda, malamente disfrazado con razones espurias–, la propuesta de Pavón es atendible, por mucho que nosotros no nos imaginemos una tauromaquia asépticamente incruenta. Si de por sí cuesta un mundo lograr que las corridas, sobre todo en México, conserven la mínima dignidad, es inevitable no asociar ese toreo incruento que propone nuestro amigo a los patéticos ensayos del pasado en “cosos” de Houston y Las Vegas – o, para el caso, Cancún–. Triste remedo del arte que tanto amamos. Un arte único, sin parangón. Y cruento, pero no cruel. Como sea, la propuesta de Pavón explora una tercera vía. Y no podemos ignorarla.
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LOS OCHO PECADOS CAPITALES DEL ABOLICIONISMO (17 de agosto de 2015)
Si algo une en su fanatizada cruzada a quienes claman por la supresión de los toros –porque de prohibirse las corridas se condenaría a extinción a la singular familia bóvida toro de lidia– no es su afán de frenar el maltrato a los animales – en cuyo caso estarían solicitando con idéntica vehemencia la cancelación de l ugares donde se sacrifican especies destinadas a alimentarnos y que, al revés del toro de lidia, en aras del mercado sobreviven hacinadas mientras les llega la hora–, sino una serie de desviaciones psicológicas e ideológicas que los marcan profundamente, y los han hecho fácil pasto del oportunismo de los politica stros y del exhibicionismo obtuso de los redistas sociales. Los rasgos más notorios de los militantes de la corriente antitaurina y abolicionista surgida en este malhadado siglo XXI son los siguientes: 1) Taurofobia: que como todas las fobias es un impulso irracional. 2) Incultura: son gente básicamente iletrada, incapaz de comprender y analizar una tradición –cualquiera de ellas– desde los valores de su mito de origen y la simbología que los actualiza en un rito. 3) Intolerancia: espíritu inquisitorial, sustitución de la empatía por un odio ciego. 4) Integrismo: que es el intento de imponer al resto de la sociedad su propia y muy particular visión del mundo (late aquí la imposición de los valores de la globalización anglosajona sobre cualquier tradición cultural que le sea ajena). 5) Corrección política: que es esa disolución del criterio personal en corrientes de pensamiento mayoritarias, particularmente en asuntos “sensibles” a dete rminados grupos o personas, con la consecuente persecución de aquello que simplemente esté señalado como “incorrecto” o mal visto por los censores. 6) Oportunismo cínico: a cargo de políticos en campaña a la caza de ingenuos o de los que intentan frenar su desprestigio abrazando, con notorio exhibici onismo, causas facilonas. 159
7) Ilusión de superioridad moral: sobre los taurófilos, catalogados automáticamente, por el sólo hecho de serlo, como seres despreciables, primitivos y violentos. Una proyección a espejo en toda forma. 8) Buenismo: que no es otra cosa que la sensación mojigata de estar participando en un movimiento inmaculado, civilizado y progresista, que los hace “buenos” por definición, sin comprometerlos a nada importante ni socialmente trascendente. A lo anterior podría añadirse –puesto que ha cobrado efecto legal tanto en el Barcelona como en Quito, Bogotá y Caracas, ciudades históricamente taurinas donde ya no se dan toros tras sendos decretos gubernamentales o votaciones “democráticas”– un concepto claramente anacrónico de la democracia como simple recuento de votos o, todavía peor, como mero resultado de alguna encuesta o sondeo callejero –la dictadura de la mayoría–, siendo que en su versión más avanzada, la verdadera democracia vela por los derechos de las minorías y evita, salvo en casos especialísimos –apologías del odio, fundamentalmente– cualquier forma de censura. COLOFÓN. Mucho es lo que podría abundarse en torno a tema tan candente y actual. Pero con lo escrito hasta aquí, creo haberlo situado en sus coordenadas esenciales. El resto, decíamos en la conferencia de Huamantla, nos toca a nosotros: cultivar una esperanza activa con la mirada puesta en el futuro de la Fiesta, tal como acaba de hacerlo, desde su postura como ciudadano europeo y matador de toros profesional, el notable diestro francés Sebastián Castella.
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EL DEBATE
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TAUROFOBIA (16 de julio de 2012)
El domingo anterior, un ruidoso grupo contrario a las corridas de toros se manifestó en los aledaños de la Plaza México, y hasta hubo quien propuso comprar boleto y protestar dentro del coso aprovechando la escasa afluencia del público taurino, proverbialmente pacífico en comparación con la agresividad de dichos opositores. Finalmente, se retiraron por donde habían llegado y nada turbó el desarrollo de la segunda novillada de la temporada. BELICOSIDAD EXTREMA. Un dato a retener es precisamente el contraste entre la animosidad de los antitaurinos y la tolerancia de los aficionados, cualesquier sea la población o país donde tal confrontación se reproduzca, cosa que viene ocurriendo con cada vez mayor frecuencia. Y por si alguna duda existiese aún acerca de qué lado es el violento y agresivo en tan unilateral contienda, ahí están las redes sociales para confirmarlo: no hay página o filmación taurina cuyo blog esté a salvo del furor condenatorio, traducido en insultos irreproduc ibles contra toreros y aficionados, pues de asesinos a unos y sádicos malnacidos a los otros no nos bajan. Estribillos consabidos, como “toros sí; toreros no” o “la tortura no es arte ni es cultura”, suenan como rondas infantiles al lado de los sonoros epítetos que el anonimato de la red estimula en los antis, que acaso sin darse cuenta están desmintiendo con tan descompuesta gritería la presunta superioridad moral que se supone en la base de sus airadas recriminaciones. En realidad, son comportamientos dictados más por una especie de fobia al toreo que por las humanitarias razones aducidas. TAUROFÓBICOS. Aunque el movimiento contra las corridas de toros se ha denominado antitaurino, animalista, incluso progresista, ecologista, compasivo o civilizatorio, sus características corresponden punto por punto a una reacción fóbica, entendiéndose “fobia” por “aversión obsesiva a alguien o a algo” o, mejor aún, “temor irracional compulsivo”, definiciones ambas de diccionario, 163
con las cuales se corresponde sin duda el comportamiento –efectivamente compulsivo e irracional– de los adherentes a la moda persecutoria de todo lo que huela a tauromaquia. Algo que, por lo demás, están muy lejos de entender o siquiera de intentarlo. Quien padece fobia a los espacios cerrados (claustrofobia) responde ante la situación objeto de su aversión con el impulso ciego de evadirla, sin ninguna posibilidad ni deseo de razonar su pánico. Sin embargo, lo usual es reconocer tal reacción compulsiva como problema propio, y ni se le ocurriría a quien la sufre culpar a los arquitectos que diseñan el tipo de espacio que lo enferma. Arreglados estaríamos si las personas con fobia a la sangre –hay quienes se desmayan al ver una gota– decidieran encabezar un movimiento contra los cirujanos, acusándolos de “atormentar” a sus pacientes por puro sadismo. Que es, más o menos, lo que los taurófobos nos reclaman a toreros y taurófilos (según estudios recie ntes, los toros segregan durante la lidia dosis masivas de dopamina y otras susta ncias que inhiben el dolor, tal como pacientes anestesiados). Otra manera de enfocar el fenómeno “fobia” sería desde el punto de vista de la sensibilidad, atributo humano si los hay, pero susceptible de jugarnos malas pasadas cuando se exacerba al grado de escapar de un control mental más o menos razonable. La persona que, aterrorizada por la presencia de minúsculo ratoncito es capaz de lanzarse por la ventana de un tercer piso puede ilustrar un caso extremo en este sentido. Y si este ejemplo pudiera parecer caricaturesco, piénsese en todo el daño que puede llegar a causar una aversión compulsiva cuando, enfocada contra otros seres humanos, emprende los tortuosos atajos de los racismos o las homofobias. Que, por cierto, suelen encontrar una compensación tranquilizadora en el cuidado mimoso de sus mascotas, muy notorio, por ejemplo, en Adolf Hitler. ¿DE QUIÉN ES EL PROBLEMA? Está a la vista la enorme y aberrante diferencia entre los taurófobos al uso y quien es consciente de padecer cualquier otra fobia y que, por lo mismo, procura no colocarse en una situación que la desate: mientras éste procede como persona inteligente, los otros intentan remediar su congoja arremetiendo en forma irracional y violenta contra quienes simplemen164
te no la compartimos. Lo hacen, además, amparándose en una supuesta superioridad moral, que según su credo, los autorizaría a cargar contra el culpable – el torero, el taurino, usted, yo, quien quiera que practique el toreo o se aproxime al toreo con ánimo de disfrute espiritual o lúdico– utilizando como arma la diatriba y permitiéndose la comisión de actos de evidente vandalismo y ruindad. El mismo impulso destructor que alienta las innumerables guerras y los conflictos humanos mal canalizados. No es de extrañar, en estas condiciones, que la taurofobia se niegue a conocer y reconocer al adversario elegido, y que evada tajantemente toda posibilidad de diálogo, puesto que lo ha condenado de antemano y sólo le queda volcar sobre él –sobre ellas y ellos– un arsenal completo de denuestos y censuras: la prohibición de las corridas es, se quiera o no, un típico caso de censura. Según tan enrevesada lógica, su furor sólo podrá encontrar paz una vez consumada la destrucción total del enemigo. Por eso, lo único que se le ocurre es clamar por la abolición de las corridas de toros, y acusar de sadismo y crueldad a quienes las posibilitan y disfrutan. FICCIÓN CONTRA REALIDAD. Es cierto que un movimiento tan próspero y difundido como el que nos ocupa no habría alcanzado tales dimensiones sin un argumentario más o menos coherente en qué sustentarse. El amor por los animales y la consecuente negativa a provocarles dolor está en su base, pero visto que toda forma de cultura –imitando en esto a la naturaleza– implica poner cierta fauna al servicio de las sociedades humanas a fin de poder satisfacer diversas necesidades, y considerado el inevitable sacrificio de animales tanto para nuestra alimentación como en incontables experimentos de carácter científico, por no mencionar los daños y desaparición de especies provocados por activ idades comerciales y de urbanización a gran escala, es claro que las razones puramente humanitarias revelan un tufo de evidente hipocresía. Se requieren, por tanto, razones más elevadas, y es por eso que los taurófobos añaden, con ahorro de pruebas, que gozar con las prácticas taurinas atrofia la sensibilidad humana, fomenta la crueldad y siembra, especialmente en niños 165
y jóvenes, semillas de violencia y de futuros desarreglos psicológicos, contrarios a la buena convivencia y al progreso social. O TRA CARA DEL PENSAMIENTO ÚNICO. Un observador medianamente avispado advertirá que este tipo de patrañas tuvo su origen en culturas del todo ajenas al fenómeno taurino, que fueron creando en su seno núcleos con una clara orientación fóbica hacia lo que, en su desconocimiento e ignorancia, tomaron equivocadamente por actos de barbarie primitiva y cruda, en todo caso, el motivo ideal para justificar un intervencionismo presuntamente redentor, del cual se ha nutrido el leitmotiv de todos los colonialismos y racismos habidos y por haber. La taurofobia es, pues, uno de tantos prejuicios etnocéntricos, propios de las ideologías de dominación política y económica que, precisamente, están en la raíz del imperialismo anglosajón que hoy pugna por acentuar su dominio, bajo la denominación aparentemente inocua de globalización. Muy mal tendría que estar nuestra sociedad y completamente a la deriva la cultura en México para hacerle el juego al pensamiento único en este y en otros temas, en vez de orientar energía y creatividad hacia causas real y humanamente liberadoras, ante las cuales los antitaurinos suelen guardar piadoso silencio.
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LAS SINRAZONES DE ANSELMI / I (3 de octubre de 2011)
Hace algunas noches, mi admirada Carmen Aristegui entrevistó en su programa de CNN al animalista, vegano y antitaurino profesional de origen argentino Leonardo Anselmi, que tuviera destacada participación en la exitosa campaña por la abolición de las corridas de toros en Cataluña. La temeridad de la mayoría de sus afirmaciones, y la rotundidad con que las fue enunciando, sin una mínima posibilidad de réplica, me mueven a rescatar algunas de las más llamativas para intentar refutarlas, así sea de manera muy sucinta. Entrecomilladas en itálicas cito las principales aseveraciones del entrevistado, y a continuación mis puntos de vista acerca de las mismas. 1. Empezó diciendo Anselmi que “Hay que empezar por preguntarnos qué dicen de una sociedad las corridas de toros.” Como es lógico, el televidente esperaba con interés las conclusiones de un análisis metódico y riguroso sobre las implicaciones sociológicas de la tauromaquia y su significado profundo; pero lo que siguió, como veremos más adelante, fue una imparable diatriba, llena en lugares comunes y sin la mínima relación de fondo con el fenómeno que el invitado decía haber estudiado “científicamente”. 2. “Las corridas son un hecho que ya no debe tener cabida en el siglo XXI, pero el principal obstáculo para su supresión está en la cantidad de puestos de trabajo que se perderían… aunque eso tiene fácil solución, pues se pueden crean empresas rentables donde ocupar a tantos desempleados.” Como quien dice, el tipo ha descubierto no solamente la manera infalible de solucionar la eventual pérdida de puestos de trabajo que la abol ición de las corridas representaría, sino la solución definitiva a las reiteradas crisis económicas del neoliberalismo, de las cuales no es la menor el creciente desempleo que actualmente asuela al mundo. Imposible mayor simplonería. 3. “Todas las ganaderías de toros del mundo son deficitarias. Nuestra p ropuesta sería reconvertir en santuarios para el ecoturismo los espacios rurales donde actualmente se crían to167
ros de lidia.” Sería interesante conocer la opinión sobre el ecoturismo al uso de un ambientalista serio (como, digamos, Ramachandra Guha). Y preguntarse, ya que de una actividad tan deficitaria se trata, de dónde saldrían los recursos para mantener en pie su proyecto de reconversión laboral de la cláusula anterior: ¿del erario público, como las millonarias indemnizaciones a los Balañá, propietarios de la exmonumental de Barcelona? ¿De las pujantes empresas privadas donde el animoso animalista sugiere colocar a quienes actualmente ocupan puestos de trabajo relacionados con la tauromaquia? En cuanto a la falta de rentabilidad de “todas las ganaderías”, habría que felicitar al osado activista por su acceso a los datos contables –y obviamente confidenciales– de vacadas como Miura, Victorino Martín, Alcurrucén, Fuente Ymbro, Núñez del Cuvillo, Victorino del Río, los Domecq y demás criadores que llevan el peso de la temporada española (no meto la mano al fuego por los mexicanos, al menos no por los actuales), y que todos presuponíamos económicamente solventes antes de esta insólita revelación del citado gurú. Como según su dicho muchos de los ganaderos mencionados llevarían décadas dedicados a despilfarrar sus patrimonios, alguno de ellos por más de siglo y medio, la única conclusión posible sería un altruismo colectivo sin parangón en el mundo moderno. Lo cual, si el entrevistado tiene dos dedos de frente y un mínimo de buena fe, tendría que llevarlo a interrogarse acerca de las extrañas razones por las que el toreo –cualquier cosa que esto signifique– ha sido capaz de prohijar semejante anomalía. 4. “Francia sólo cuenta con unas cuantas plazas de toros, en regiones muy pequeñas del sur de su territorio… y México es el país más antitaurino del mundo… eso está clarísimo ” (enfatizando, ante la expresión de duda de la entrevistadora). Lo que está clarísimo es que, pese a contar con el repertorio de taurinos más torpe y nefasto de su historia (empresarios, apoderados, ganaderos, medios e informadores, y desde luego autoridades omisas hacia el espectáculo aunque siempre dispuestas a cargarlo de impuestos extraordinarios), la fiesta de toros continúa siendo, numéricamente, el segundo espectáculo de masas del país. Por lo demás, un simple vistazo al devenir taurino de México durante el siglo XX quizás habría 168
refrenado tan tajante afirmación del mal informado sudamericano, que, eso sí, declaró sentirse orgullo de que “en Argentina las corridas desaparecieron por decreto con la primera constitución política del país”. En cuanto a la nimia incidencia de la tauromaquia en Francia, se podría estar de acuerdo con Anselmi siempre que medio centenar de cosos taurinos y una docena de las ferias europeas actuales de mayor prestigio puedan minimizarse a voluntad del declarante. 5. “A los políticos les ha faltado sensibilidad, y a veces también valor, para escuchar el clamor antitaurino de sus ciudadanos.” No, por cierto, a los de Cataluña, que se dejaron seducir por el activismo de Anselmi, aunque más por motivos de oportunismo electoral e imparable moda separatista que por las torcidas razones argüidas por el activista. Por lo demás, el hecho de que el pasado 25 de julio, Barcelona haya puesto fin a seiscientos veinticuatro años de convivencia con festejos taurinos de diversa índole, da cuenta de si se trataba de un fenómeno hispanizante o de una antigua tradición catalana. 6. “Las corridas de toros son el único espectáculo donde la gente se divierte y ríe de la tortura de un animal.” Al error semántico (la palabra tortura, dicen los diccionarios, tiene como requisito obligado la indefensión e incapacidad de la víctima para oponerse al sadismo del victimario), habría que añadir la falacia de que el disfrute del aficionado esté en el sufrimiento del toro: a la plaza se va a disfrutar con el arte del toreo y a admirar la bravura de ejemplares de una familia bovina singular, nadie lo hace para gozar el derramamiento de sangre, ni del torero ni del animal. 7. “Existen otras modalidades de sacrificios de animales causados por el hombre, pero s olamente en las corridas hay un público que se divierte y ríe con la tortura y muerte del toro .” Afortunada afirmación ésta, mediante la cual Anselmi se lava las manos frente a verdaderos casos de crueldad humana hacia diversas especies animales (comestibles, de laboratorio, de compañía, etc.). Puesta en palabras queda, en toda su plenitud, la hipocresía de un señor que se pronuncia contra las corridas de toros, y en cambio se declara indiferente ante abusos que sufran otros animales, muchas veces a nombre del avance civilizatorio que tanto se preocupa por ensalzar. Este artículo va a continuar y concluir en la Tauromaquia del próximo lunes 10 de octubre. 169
LAS SINRAZONES DE ANSELMI / II (10 de octubre de 2011)
En su ataque frontal a la tauromaquia, el argentino Leonardo Anselmi dejó escapar, durante la entrevista concedida a Carmen Aristegui el pasado día 22 en su programa de la cadena norteamericana CNN, las siguientes joyas declarativas, complemento de las comentadas por esta columna en su pasada entrega. (Como entonces, lo dicho por el activista va en letra cursiva y entrecomillado, y en seguida las acotaciones del columnista.) 8. “Los que defienden las corridas ignoran que, desde niños, se han estado dejando arra strar por una presión social que los insensibilizó progresivamente, corrompiendo en ellos la compasión.” Parece que el arma predilecta de los antitaurinos, tan eficazmente representados por este convencido o convenenciero animalista, consiste en machacar acerca de la inferioridad ética de los aficionados a toros –para colmo, ignorada por éstos mismos– frente al altruismo compasivo de los abolicionistas. Como si para sostener semejante infundio bastara con proferir anatemas verbales y declaraciones tremendistas. Estoy persuadido que una investigación seria simplemente confirmaría la ajenitud esencial del arte –de cualquier arte, incluido el taurino–, a las pretensiones de deshumanización tan temerariamente postuladas por el osado activista argentino y sus irreflexivos seguidores. 9. Para mejor ilustrar lo anterior, vaya esta perla, bajo exclusiva responsabilidad del entrevistado: “Yo escuché en una plaza de toros cómo un abuelo le explicaba a su nieto que ese de negro era el malo y había que acabar con él. Que por eso lo estaban p icando con una lanza desde un caballo y que lo tenían que seguir torturando hasta la muerte.” Peregrina afirmación que, seguramente, haría sonreír a quienes, como la mayoría de los aficionados a toros, lo que escuchábamos ensalzar a nuestros mayores eran la maestría de Armilla, el sentimiento de Silverio, la personalidad de Garza o Procuna, el señorío y la honradez de Manolete, el arte de Calesero 170
o Paco Camino, el temple inmaculado de Antonio Ordóñez o El Viti, o esto que le oí a un sorprendido ingeniero parisino, asistente ocasional a cierta corrida de feria en Huamantla: ayer vi trabajar a un hombre –me dijo Alain Painvine aquel lunes de fábrica–, con una sensibilidad y una comprensión del carácter de los toros realmente extraordinaria: si eso no es arte, mucho se le parece. Como habrá advertido el lector –aunque ni lo advierte ni lo admitirá nunca el antitaurinismo radical– lo que se nos enseñó a atender, juzgar y eventualmente amar son los valores más notorios de la tauromaquia, un hecho profundamente emocionante y vital, que no divertido ni mucho menos revanchista o sádico, como argumenta Anselmi para descalificarlo. Por lo demás, cualquier persona medianamente culta sabe que todo arte es una tradición sustentada en valores que se reproducen creativamente. Y eso le pasó de noche al invitado de Aristegui, a la que habrá que agradecer esta nueva oportunidad de corroborar que el abolicionismo opera como doctrina integrista, y responde a una mezcla de fobia y de rabia reconcentradas, dos rémoras humanas que jamás se han distinguido por la racionalidad de sus argumentos. 10. “Existe una conexión absolutamente directa entre la violencia contra los animales y la violencia en contra de los seres humanos… la proyección de la violencia inevitablemente e ngendra violencia.” La presunción de superioridad moral del alegato antitaurino sobre quienes gustamos de las corridas vuelve a ponerse de manifiesto media nte un sofisma fácil de desmontar pero igualmente sencillo de digerir en tanto más acrítica sea la actitud de un receptor tomado por sorpresa. Si se tratase de alguien impresionable y más bien simple, su conclusión sería: ofréceles corridas de toros a las masas y tendrás una sociedad más violenta, insensible y brutal. Dado el énfasis con que Anselmi señaló que su país suprimió las corridas hace más de dos siglos (punto 4 de su alegato), una buena prueba de lo que aquí sostiene sería la relativa ausencia de violencia social en Argentina y otros países donde no hay festejos taurinos (digamos Chile y Brasil, para continuar en el cono sur de nuestro continente); dejo a juicio del lector la fragilidad de lo aseverado a la luz de las estadísticas sobre los índices de criminalidad y a sesinatos que se cometen en las principales urbes de la región –como Río de Janeiro, Sao Paulo y, por supuesto, Buenos Aires–, así como las probadas estrategias de 171
tortura, eliminación y exterminio (guerras sucias) que, por desgracia, informan su pasado reciente, bajo el dominio de dictaduras militares prohijadas a la luz del Plan Cóndor. Pese a la rotundidad con que Anselmi asocia gusto por los toros y procliv idad a la violencia, se trata de otra afirmación absolutamente insostenible. 11. Como golpe de efecto final, Anselmi expresó su agradecimiento “a la sensible sociedad mexicana, que nos ha abierto sus puertas para darle a conocer las bases científicas y éticas de nuestra oposición a las corridas de toros. Estamos a disposición de las asociaciones, universidades, grupos políticos e investigadores que deseen contactarnos y dialogar con nosotros sobre el tema.” Quien tal afirma seguramente ignora que hace poco se publicó, bajo el sello de la UNAM, una valiosa recopilación fílmica sobre la historia de las corridas de toros en México. Y que el anterior rector de ésta que es la principal universidad de América Latina, el doctor Juan Ramón de la Fuente, gusta de asistir a la Plaza México con la misma acendrada afición por la Fiesta que tantos artistas e intelectuales de las más diversas esferas y nacionalidades han manifestado, de palabra y obra, desde hace varios siglos. Al margen del curioso sentido dado por Anselmi a la palabra ciencia y voces derivadas, y de su habilidad para convocar a las élites intelectuales y morales del país para que se unan a su cruzada en contra de los trastornados y deshumanizados taurinos y taurófilos del orbe, no cabe duda que el tipo dispone no sólo de labia y salmodias en cantidad suficiente, sino también de fuentes de fina nciación lo bastante generosas como para permitirle seguir recorriendo mundo como lo viene haciendo desde hace varios años. Subsidios y subsidiarios nada transparentes, por supuesto, aunque el colega Leonardo Páez ha revelado que las costosas actividades de Anselmi corren por cuenta, entre otras fuentes de apoyo monetario, de la fundación Franz Weber, con sede en Suiza, la cual, a su vez, representa los intereses de empresas trasnacionales de alimentos para ma scotas (La Jornada, 2 de octubre de 2011, columna La Fiesta en Paz). A PROPÓSITO. Un digno corolario y demostración de la real calidad ética de los antitaurinos se puede consultar en las redes sociales, a propósito de la grav ísima cornada sufrida el viernes en Zaragoza por el diestro andaluz Juan José 172
Padilla, de cuya desgracia se alegran sin el menor recato cientos de abolicionistas, aprovechando la coyuntura para insistir en su uso equivocado de la palabra “tortura” y en el socorrido eslogan “toros sí, toreros no”. Probado queda con esto que su presunta superioridad moral no es tal, y que yerran garrafalmente al considerar la tauromaquia como una simple lucha física, primitiva y sádica, y no como una representación verdaderamente singular de la vida y la muerte, impregnada de valores propios que la han convertido en un arte muy de nuestro tiempo.
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CARTA A EL PAÍS 12 de marzo de 2010 SEÑOR DIRECTOR: No me asusta la oposición visceral a las corridas de toros –cómo, si ha sido la regla entre quienes se manifiestan en su contra. Pero sí me decepciona que se colara a la sección más pensante y plural de El País un artículo con las características del que publicó el pasado jueves 11 de marzo, bajo la firma del profesor investigador del CSIC Jesús Mosterín. El señor Mosterín podrá ser investigador científico, pero su lógica es parvularia. Empieza por atribuirle cromatismo al negro –cualquier niño de primaria sabe que tal tonalidad indica precisamente ausencia de color–, y relaciona la persistencia de las corridas en Colombia y México con el hecho de que sean “dos de los países más violentos del mundo”, mientras “otros países más suaves… como Chile, Argentina o Brasil, hace tiempo las abolieron”. Si el gazapo inicial denotaba ignorancia de la física elemental, su particular visión sociológica e histórica borró de un plumazo la siniestra resonancia de los nombres y “hazañas” de los Pinochet, Videla o Garrastazu Médici, que no eran ni mexicanos ni colombianos, ni tampoco actuaron solos. Por cierto, olvidó incluir en su diatriba a Portugal –tal vez porque allí está prohibido dar muerte a los toros… a la vista del público– y a Francia, país donde tengo entendido se desarrolla desde hace algunos años la temporada taurina mejor organizada y más exitosa de Europa; si fue por descuido o para no estropear su peregrina identidad tauromaquia = barbarie nacional, lo adecuado sería preguntarlo al científico de marras. En cualquier caso, no resultó sorprendente su siguiente perla: los ingleses “han sido los primeros que han abolido los encierros y las corridas de toros”, toda una primicia histórica, lanzada al parecer para evidenciar la superioridad
Esta carta fue dirigida por correo electrónico a la dirección del diario español El País, como réplica al artículo del profesor investigador del CSIC Jesús Mosterín, publicado en la edición del 11 de marzo de 2010 de dicho periódico. El País nunca la publicó.
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moral de los británicos sobre la España Negra, blanco de su alegato. Buen ejemplo Inglaterra, el país de las peleas de perros y la tradicional caza de la zorra, alimaña que por lo visto no comparte la noble condición de los rumiantes, “los más miedosos, pacíficos y huidizos de todos los animales”, Mosterín dixit, aunque otra cosa crean quienes libremente acuden a las plazas de toros, atra ídos precisamente por los rasgos de carácter propios de los astados de lidia, que son lo más opuesto que pueda existir en el reino animal a esa medrosa beatitud que Mosterín les atribuye. Pero claro, hacía falta disparate tal para justificar las acusaciones de tortura tozudamente sostenidas por nuestro despistado profesor: el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española dice que para que tal cosa exista, la indefensión de la víctima es requisito fundamental. Por lo visto, tampoco la semántica es materia que el autor domine o al menos respete. Ya lo había demostrado cuando declaró a la moral un simple listado de costumbres y normas provincianas, en oposición a la ética, la cual “siempre es universal”, según afirma, corrigiéndole la plana a toda la filosofía no idealista, que ubicó el discernimiento último sobre el bien y el mal al interior de la íntima conciencia de cada ser humano, por definición el ámbito más resistente y ajeno a cualquier pretensión de universalidad. De modo, pues, que las corridas deben abolirse, según Mosterín, por dictado de la “ética vigente” (si admite vigencia, temporalidad, no será tan universal), y sobre todo para salvar de sí mismos a los españoles, mexicanos y colombianos de mentalidad más arcaica, retrógrada y supongo que también sádica. Personalmente, pienso más bien que tocaba a El País –diario al que tanto queremos y debemos, sobre todo por su etapa primera, liderada por José Ortega Spottorno, dignísimo heredero de la pasión taurómaca de don José Ortega y Gasett– preservarnos de la lectura de un panfleto de tan deplorables características, por muy profesor investigador que su autor se ostente. Suyo cordialmente: HORACIO REIBA (Puebla, México) 175
LA FIESTA BRAVA (UN CUENTO DE ANDRÉS QUINTANA) José Emilio Pacheco La tierra parece ascender, los arrozales flotan en el aire, se agrandan los árboles comidos por el desfoliador, bajo el estruendo concéntrico de las aspas el hel icóptero hace su aterrizaje vertical, otros quince se posan en los alrededores, usted salta a tierra metralleta en mano, usted dispara y ordena disparar contra todo lo que se mueva y aun lo inmóvil, no quedará bambú sobre bambú, no habrá ningún sobreviviente en lo que fue una aldea a orillas del río de sangre, bala, cuchillo, metralleta, granada, lanzallamas, culata, todo se vuelve instrumento de muerte, al terminar con los habitantes incendian las chozas y vuelven a los helicópteros, usted, capitán Keller, siente la paz del deber cumplido, arden entre las ruinas cadáveres de mujeres, niños, ancianos, no queda nadie porque, como usted dice, todos los pobladores pueden ser del Vietcong, sus hombres regresan sin una baja y con un sentimiento opuesto a la compasión, el asco y el horror que les causaron los primeros combates, ahora, capitán Keller, se encuentra a miles de kilómetros de aquel infierno que envenena de violencia y de droga al mundo entero y usted contribuyó a desatar; la guerra aún no termina pero usted no volverá a la tierra arrasada por el napalm, porque, pensión de veterano, camisa verde, Rolleiflex, de pie en la Sala Maya del Museo de Antropología, atiende las explicaciones de una muchacha que describe en inglés cómo fue hallada la tumba en el Templo de las Inscripciones en Palenque, usted ha llegado aquí sólo para aplazar el momento en que deberá conseguir un trabajo civil y olvidarse para siempre de Vietnam, entre todos los países del mundo escogió México porque en la agencia de viajes le informaron que era lo
El principio del placer, Edit. Era, México, 1997, pp. 68-71.
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más barato y lo más próximo, así pues no le queda más remedio que observar con fugaz admiración esta parte de un itinerario inevitable, en realidad nada le ha impresionado, las mejores piezas las había visto en reproducciones, desde luego en su presencia real se ven muy distintas, pero en cualquier caso no le producen mayor emoción los vestigios de un mundo aniquilado por un imperio que fue tan poderoso como el suyo, capitán Keller, …(pero)… la violencia inmóvil de la escultura azteca provoca en usted una respuesta que ninguna obra de arte le había suscitado, cuando menos lo esperaba se ve ante el acre monolito en que un escultor sin nombre fijó como quien petrifica una obsesión la imagen implacable de Coatlicue, madre de todas las deidades, del sol, la luna y las estrellas, diosa que crea la vida en este planeta y recibe a los muertos en su cuerpo, usted se queda imantado ante ella, imantado, no hay otra palabra, suspenderá los tours a Teotihuacan, Taxco y Xochimilco para volver al museo jueves, viernes y sábado, sentarse frente a Coatlicue y reconocer en ella algo que usted ha intuido siempre, capitán, su insistencia provoca sospechas en los cuidadores, para justificarse, para disimular esa fascinación aberrante, usted compra un block y empieza a dibujar en todos sus detalles a Coatlicue, el domingo, le parecerá absurdo su interés en una escultura que le resulta ajena, y en vez de volver al Museo se inscribirá en la excursión FIESTA BRAVA, los amigos que ha hecho en este viaje le preguntarán por qué no estuvo con ellos en Taxco, en Cuernavaca, en las pirámides y en los jardines flotantes de Xochimilco, en dónde se ha metido durante estos días, ¿acaso no leyó a D. H. Lawrence, no sabe que la ciudad de México es siniestra y en cada esquina acecha un peligro mortal?, no, no, jamás salga solo, capitán Keller, con estos mexicanos nunca se sabe, no se preocupen, me sé cuidar, si no me han visto es porque me paso todos los días en Chapultepec dibujando las mejores piezas, y ellos, para qué pierde su tiempo, puede comprar libros, postales, slides, reproducciones en miniatura, cuando termina la conversación, en la plaza México suena el clarín, se escucha 177
un pasodoble, aparecen en el ruedo los matadores y sus cuadrillas, sale el primer toro, lo capotean, pican, banderillean y matan, usted se horroriza ante el espectáculo, no resiste ver lo que le hacen al toro, y dice a sus compatriotas, salvajes mexicanos, cómo se puede torturar así a los animales, qué país, esta maldita FIESTA BRAVA explica su atraso, su miseria, su servilismo, su agresividad, no tienen ningún futuro, habría que fusilarlos a todos, usted se levanta, abandona la plaza, toma un taxi, vuelve al museo a contemplar a su diosa, a seguir dibujándola en el poco tiempo en que aún estará abierta la sala,
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NORTE SOBRE LA PLAZA Carlos Septién García
Desmañado, el ancho sombrero puesto de cualquier modo sobre los desordenados cabellos, colgante el amplio traje desplanchado, Mr. Stanley irguió su inmenso corpachón en la barrera. —No. No diga usted eso –reprochó. A su lado, otro americano con tipo de recién llegado, levantó la agria cara para recibir el reproche. —No diga usted que esto de los toros es barbarie mexicana. No hable usted así aquí, porque estamos en un lugar respetable. —¿La plaza de toros un lugar respetable? –casi gritó el otro–. ¿Este sitio donde estamos oyendo gritos salvajes y mirando sangre y… —Calle usted, por Dios –recargó Stanley–. No precipite sus juicios. No trate usted de hacer tan a la ligera un capítulo de su propio libro, como suelen hacerlo tantos compatriotas nuestros. Tengo años de vivir en este país y puedo decirle que las corridas de toros son una de las cosas más serias, más útiles, más institucionales que tiene México… —But… –quiso interrumpir el turista. —Yo también –prosiguió Stanley– cuando llegué a México caí en la vulgaridad de considerar los toros como barbarie, sin darme cuenta de que, simultáneamente, seguía considerando nuestros rastros de Chicago como instituciones respetables. Pero es preciso reconocer, cuando menos, que en las corridas los toros tienen algo de eso por lo que venimos luchando: una oportunidad. Mientras que en los rastros mueren súbitamente, sin chance de ninguna especie. Ya, desde luego, el primer procedimiento es más correcto.
Crónicas de Toros, El Tío Carlos-El Quinto, Editorial Jus, México, 1948. Fragmento de la reseña de la corrida del 19 de marzo de 1944 en El Toreo de la Condesa, publicada al día siguiente en el diario El Universal de la Ciudad de México, bajo el pseudónimo de El Tío Carlos.
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Pero eso es lo menos importante. Lo interesante es que aquí, en la plaza de toros, se tiene un panorama apasionado y brillante del México real… —¿Quiere usted decirme que hay varios Méxicos? —¡Naturalmente! –declaró Stanley–. Hay por lo menos dos Méxicos radicalmente distintos. O, más bien, hay un México que es y sigue siendo México, y otro que no lo es, o que está dejando de serlo a grandes pasos. —I don’t understand –replicó sinceramente azorado el turista. —Mi trabajo me ha costado entenderlo –replicó Stanley–. Años de viajar por este país tratando con sus gentes ordinarias, comunes y corrientes; años empleados en discernir quiénes son las figuras de relumbrón y propaganda y quiénes los valores verdaderos; años de saborear las reacciones genuinamente nacionales de este pueblo maravilloso; años de ver con tristeza cómo el México falso se mantiene al mando merced a sus hábiles ligas internacionales, y nunca a un arraigo popular del que carece… Pero ustedes, los viajeros eventuales de mi país, nunca ven eso… […]… ¡Si al menos se tomaran la molestia de venir a los toros y entender este espectáculo! Aquí verían una síntesis espléndida de México. Aquí verían cómo un pueblo que no tiene democracia vota con pañuelos blancos e impone su decisión. Aquí verían cómo un pueblo en el que la opinión pública es desdeñada, se encara a la autoridad y hace respetar sus derechos. Aquí verían cómo un pueblo en el que no existe la responsabilidad de los funcionarios públicos, agrupados en mafias poderosas, ca stiga con cojines al pillo y con bronca o desdén al simulador. Aquí verían cómo un pueblo ama sus tradiciones y se apega con pasión a ellas; y cómo es imposible y contraproducente el tratar de presionar sobre ese pueblo para que olvide su abolengo y su origen. Y hasta, por último, verían cómo ese pueblo calumniado fraterniza con los gringos comunes y corrientes en el tendido, y los trata con simpatía y procura explicarles las peripecias y el sentido de la lidia… …[…] O, en otras palabras, ¿se ha dado usted cuenta que hoy, el viento del norte no ha dejado torear a los lidiadores –referente mítico de este pueblo en permanente riesgo–; cómo les mueve y agita la capa y la muleta a la hora de acercarse al enemigo? Pues los mexicanos quieren simplemente que cese el viento del norte y se les deje torear. Ellos se bastan y sobran para poder con el toro… 180
EL INVENTO DE LOS ANTITAURINOS Antonio Caballero
El problema detrás del debate sobre las corridas de toros es la ignorancia. Los enemigos de la fiesta de los toros, sean animalistas sinceros o politiqueros sin escrúpulos, no saben de qué están hablando. No saben qué es, en qué consiste, la fiesta de los toros. No pretendo, por supuesto, que la conozcan en detalle: sus orígenes míticos, la multiplicidad de sus significados, su historia en los ú ltimos siglos, sus efemérides trágicas, sus reglamentaciones burocráticas. Lo que vuelve imposible la discusión con ellos es que no saben por qué ni para qué se torea. Como quien no sabe para qué se baila ni para qué se compone música, y, por no entender el sentido de esas actividades, decide condenarlas tachándolas de inmorales. Por su valor ilustrativo, y no por buscar el prestigio de autoridades, traigo a cuento una anécdota pictórico-taurina. Le preguntó una vez el pintor Pablo Picasso a su amigo el matador de toros Luis Miguel Dominguín: “¿Tú por qué toreas?” Y Dominguín le preguntó a su vez: “¿Tú por qué pintas?” Los antitaurinos no saben por qué se torea, ni por qué se va a los toros. Pero en vez de intentar averiguarlo se inventan un porqué: por sadismo, dicen: por amor a la sangre violentamente derramada; por placer en el dolor y la muerte de bellos animales; por complacencia morbosa en la tortura. De nada sirve que toreros y aficionados les expliquemos unánimemente que no es así; y que si ésos fueran los elementos que constituyen el toreo y la afición no seríamos ni toreros ni aficionados a los toros. De nada sirve que ese perfil de crueldad torpe y gratuita corresponda más bien al de muchos de los antitaurinos: como los que vimos el otro domingo en Bogotá tirando piedras y gargajos y gritando insultos, o como los que en las redes sociales lanzan ame
Revista Semana, Bogotá, 7 de febrero de 2017.
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nazas de violencia contra los aficionados o se alegran al enterarse de que un torero ha muerto en el ruedo. No quieren saber en qué consiste lo que de antemano desprecian y condenan. Prefieren creer en su propio invento, y es ese invento grotesco lo que no les gusta. Con razón. A nosotros tampoco. Lo que nos gusta no es la tortura sino el arte del toreo. La belleza del juego, el valor del combate, el sentido del sacrificio: todo lo que los toros son y que los antitaurinos no quieren ver que son, y sustituyen en su argumentación autista por una caricatura esperpéntica. Y el juicio al respecto –como todo en Colombia, país obcecadamente leguleyo– se remonta hasta las altas cortes. La cosa estaba en que la Corte Constitucional había exceptuado las corridas de toros (como el coleo, y las riñas de gallos) de la ley que prohíbe el maltrato a los animales. Pero, como es habitual en Colombia, hubo demandas al respecto. Y la misma corte (aunque con otros jueces) acaba de sacarle el quite a una ponencia del magistrado Alejandro Linares que dejaba así las cosas y le chutó al decisión definitiva (aunque demandable) al Congreso, que deberá tomarla en dos años mediante una ley. Pero todavía está por debatir en la corte otra ponencia, a cargo del magistrado Alberto Rojas Ríos, que propone algo tan difícil como la cuadratura del círculo: corridas de toros en que “se proscriban y eviten los sufrimientos, dolores y malos tratos a los animales como seres sintientes”. Es decir, sin combatir con los toros. Sin herirlos: ni con la puya del picador (habrá que suprimir el tercio de varas); ni con las banderillas de los peones (habrá que suprimir el tercio de banderillas); ni, desde luego, con el estoque del matador: tampoco habrá tercio de muerte. ¿Cómo se hará para eliminar los tres tercios de la corrida sin eliminar la corrida? El magistrado da una solución: “Como se hace en Francia y en Portugal”. La idea viene, como sucede con los antitaurinos, de una información inventada: la de que en esos países no se mata a los toros. Al magistrado Rojas le habría bastado con informarse mejor. En todas las plazas de Francia –en Nimes, en Arles, en Mont de Marsan, en Bayonne y en las demás– se mata a estoque a los toros, tal como se hace en España y –todavía– en Colombia. Y en Portugal 182
se los mata también, pero no a estoque: se los apuntilla fuera de la vista del público, en los corrales, al día siguiente de la corrida. Y tampoco eso daría satisfacción a los antitaurinos, que lo que quieren no es que no se mate a los toros sino que no se los toree. Que no se les lleve en c amión del campo a la plaza, lo cual los somete a un cruel estrés; que no los asuste el griterío del público; que no los fatiguen las incitaciones y los engaños de la capa y de la muleta. En resumen: que las corridas de toros se hagan sin toros. Lo cual tiene, curiosamente, un precedente en el anecdotario taurino, en este caso taurino-musical. Hace un siglo el gran torero Rafael Guerra, Guerrita, ya retirado y rico, era el dueño del único teatro que había en la ciudad de Córdoba. Llegó allí en una gira de conciertos el famoso pianista Arturo Rubinstein y Guerrita, que de su juventud borrascosa recordaba el piano como un instrumento propio de burdeles, se negó a prestar su teatro, que era un teatro decente. Acudieron a su vergüenza torera: Rubinstein, le dijeron, también era un artista, como él. Y Guerrita cedió, magnánimo, diciendo: “El señor Rubinstein puede dar su concierto; pero sin piano”.
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¿LOS TOROS, PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL DE LA HUMANIDAD? REQUISITOS DE LA UNESCO (16 de enero de 2012)
Sin duda, el Coloquio Internacional realizado durante tres días de la semana pasada en la capital tlaxcalteca ha sido uno de los eventos taurinos de nivel más elevado habidos hasta hoy, aquí o en cualquier parte. Culminó el jueves 19 con la Declaración Tlaxcala, que contiene los fundamentos para que desde México se formule ante la UNESCO solicitud formal para que se reconozca la tauromaquia patrimonio inmaterial de la humanidad. Participaron ponentes de tres países taurinos –México, España y Francia–, que desde el primer momento pusieron sus intervenciones a una altura intelectual destacadísima, lo mismo quienes analizaron la corrida desde la antropología, la sociología o la filosofía que los especi alistas en historia o medios de comunicación, medicina veterinaria o ambientalismo. Hubo sin embargo un tema decisivo para que las ponencias todas y los objetivos mismos del coloquio pudieran orientarse con sentido unit ario. Y esas claves las aportaron los expertos en la jurisprudencia correspondiente, cuando desglosaron ante el auditorio tanto el contenido del capítulo II de la legislación del organismo multinacional en lo relativo a requisitos de forma y fondo de la tradición a registrar, como las características y etapas del largo proceso involucrado. Con esa heterogénea pero muy valiosa materia prima intelectual y cultural, y con dichas directrices técnicas, la redacción del documento final, a cargo de un grupo de ponentes y organizadores, pudo vertebrarse en la forma más clara y completa posible. DEFINICIONES. El patrimonio cultural inmaterial puede expresarse como una manifestación viva y está siempre vinculado a la identidad de una comunitaria bien definida, que en el caso taurino estaría constituida por los actores del fenómeno en cuestión y quienes lo siguen como aficionados, comunica dores, 184
artistas, etcétera. Esta comunidad en torno a la tauromaquia, que por supuesto no abarca a todos los habitantes de la nación –más bien a una minoría–, tiene asiento en diversos países. Un elemento que la UNESCO considera esencial es la transmisión a través de un tiempo largo de la tradición aspirante a registro. Y como todo patrimonio inmaterial es dinámico, el inventario de su composición –prácticas, lenguaje, conocimientos, destrezas, seguimiento, actualizaciones y demás– tiene que acotar claramente sus tiempos y espacios de realización, así como sus aportaciones al enriquecimiento de la cultura de pertenencia. El tema de la evolución y las posibles distorsiones no es asunto menor, y debe quedar ampliamente expuesto en el argumentario. Hablar de la salvaguardia del patrimonio inmaterial es referirse necesariamente a su desarrollo económico y social. Y asimismo asumir, desde diferentes perspectivas, la defensa de los derechos de la comunidad que lo sostiene. MARCO NORMATIVO. Se crea a partir de la Convención de 2003 por la UNESCO, e incluye criterios de identificación, metodologías e inventarios, además de precisar la jurisprudencia procesal correspondiente. En el citado documento se enfatiza la conveniencia de incluir en la educación formal estrategia s para el conocimiento y transmisión del patrimonio, de preferencia articulada con los temas de derechos humanos y protección del medio ambiente. No hace mención alguna a unos presuntos derechos animales –elemento básico de la argumentación antitaurina–, circunstancia que ha permitido el reconocimiento reciente de tradiciones como la cetrería (caza de aves al vuelo por halcones adiestrados) y el Sanquemón (antiguo ritual italiano que incluye el sacrificio de cabras vivas, arrojadas al mar para propiciar la buena pesca). Además, el Estado debe elevar a rango de política pública la verificación y vigilancia permanente del inventario nacional de su patrimonio cultural inmaterial. PARTICIPACIÓN COMUNITARIA. Para la UNESCO es indispensable que se compruebe la participación comunitaria a lo largo de todo el proceso, como requisito que lo legitime y garantice el respeto al principio democrático. El éxito del registro está relacionado con la apropiación de la tradición por parte de una comunidad, y de sus perspectivas en el largo plazo, de ahí la obligación de 185
incluir en toda solicitud estrategias de seguimiento, evaluación y actualización. Como las comunidades involucradas usualmente no son homegéneas –hay proveedores, emisores, receptores e intérpretes–, se precisa una clara delimitación del papel de cada actor en la trama de la tradición aspirante. Y, en prev isión de que pudieran sobrevenir contradicciones y conflictos internos, hay que añadir mecanismos para resolución de los mismos, que velen por los derechos colectivos. En el caso de la tauromaquia, estaríamos hablando, básicamente, del reglamento taurino vigente, de preferencia unificado. METODOLOGÍA. El registro se debe realizar holísticamente: la tradición descrita en todas sus vertientes como un sistema de interrelaciones, analizado a profundidad y de manera integral. Esto hace indispensable la participación de equipos de expertos a distintos niveles, con capacidad para elaborar adecuadamente tanto la descripción detallada del fenómeno como el argumentario global y su ajuste a los requerimientos jurídicos de la UNESCO. Es importante destacar el concepto de “buenas prácticas” –y en el caso nuestro, el de las desviaciones más comunes de las mismas, siempre con el reglamento como marco de referencia–, a fin de alentar procesos que garanticen en lo posible la autenticidad, dentro de una necesaria evolución, del patrimonio inmaterial de que se trate. ACLARACIÓN. Conviene aclarar que, en caso de reconocimiento oficial, las fichas y formatos que integraron la solicitud de ninguna manera funcionan como una camisa de fuerza que impida la flexibilización de la tradición reconocida por la UNESCO. De hecho, el objetivo de que se haya abierto la posibilidad de registro para el patrimonio inmaterial de la humanidad fue precisamente salvaguardar prácticas tradicionales minoritarias, que por lo mismo difícilmente sobrevivirían si su continuidad se sometiese a plebiscito u otros procedimie ntos de pseudodemocracia aritmética. PROCEDIMIENTOS DE EMERGENCIA. La Convención de 2007 agrega a la de 2003 instrumentos utilizables para el registro expeditivo de manifestaciones que se considere que están en riesgo y son de salvaguardia urgente.
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UNA EXPERIENCIA ACADÉMICA
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El autor tiene como actividad central la de profesor universitario, que ejerce desde hace más de cinco lustros en centros educativos de la ciudad de Puebla. En el otoño de 2013, dentro del curso denominado Taller de Ética Empresarial, les presenté a mis alumnos de la Universidad Iberoamericana, como ejercicio a desarrollar, un dilema ético relacionado con la administración de un diario deportivo, género de la prensa especializada que tradicionalmente se ocupa en México de la fiesta brava. Una vez concluida la experiencia, publiqué en mi columna semanal Tauromaquia una síntesis con los resultados de dicho ejercicio didáctico, que entiendo producirá en el lector el mismo sentimiento de sorpresa que yo mismo experimenté. Este capítulo incluye el material de trabajo de que dispusieron los alumnos, es decir, el Dilema Alfredo –donde se les explica el dilema que deben resolver, poniéndose en el lugar del director de un diario deportivo imaginario–, la carta que le dirigen a este personaje creado ad hoc los supuestos cronistas taurinos que su decisión unilateral dejaba en el desempleo, y una síntesis de los reportes elaborados por los alumnos, publicada en mi columna de La Jornada de Oriente. Recomiendo encarecidamente revisar la reacción del alumnado, una vez analizado el fenómeno bajo directrices estrictamente académicas de carácter ético, a tenor con la materia cursada. Aunque el Dilema Alfredo es ficticio –elaborado por mí como titular del taller de referencia–, la dirección del diario deportivo de mayor circulación en el país, poco antes del ejercicio que se reporta, decidió suprimir por completo su información taurina, y la explicación bajo firma del director era, precisamente, que su pequeña hija le había pedido no volver a publicar nada relacionado con el sufrimiento y tortura de los toros a que las corridas darían lugar. También es certificable la promoción masiva y presumiblemente pagada de los torneos de futbol americano de la NFL (National Football League), incluso mediante sec189
ciones especiales en encarte. Naturalmente, en el caso real no hubo margen a la defensa de los periodistas afectados de cese; sí lo hay, como en apego a una estricta deontología laboral debiera ser, en la ficción configurada en torno del Dilema Alfredo. Participaron en el ejercicio de referencia los siguientes estudiantes: Alejandra Ablanedo, Antonio Acasuzo, Elsa Balvanera, Diego Benítez, Yamile Cáram, Ibet Castillo, Andrea Delgado, Lizbeth Durán, Juan Carlos Gali, Mauricio González, Pilar He rnández Pimentel, Antar Kuri, Omar Kuri, Abraham Márquez, Luis Muñoz, Gabriel Quirarte, Azol Rossáinz, Andrea Sampedro, Marelyn Torres, Mariana Uh y Sebastian Ruff.
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DILEMA ALFREDO
Alfredo dirige el diario deportivo de mayor circulación nacional. Su tema fuerte es el futbol, pero últimamente, ciertas empresas clientes de capital norteamericano le están presionando para que aumente la difusión del futbol americano. El otro día, su hija Diana, que tiene seis años, motivada por lo que les dijo su miss en el kínder, le pidió que ya no publicara cosas de toros, tema tradiciona lmente presente en la prensa mexicana, donde la crónica taurina contó siempre con comentaristas y escritores de elevada calidad periodística y literaria. En lo sucesivo, su diario sólo tocará el tema para cubrir manifestaciones antitaurinas aunque sean de apenas unas cuantas personas, en contraste con las muchas que asisten a las plazas de toros cuando hay una corrida importante. Pensando también en la necesidad de espacio para complacer a sus anunciantes nacionales y extranjeros interesados en promover el futbol americano, ha preparado un editorial explicando la petición de la niña y prometiendo no incluir en adelante nada relacionado con los toros. Como esta decisión dejará sin empleo a sus tres cronistas taurinos, éstos, al enterarse, le han hecho llegar una carta (ver documento anexo) que contiene las razones por las cuales la tauromaquia no es una simple matanza de animales, sino que tiene un contenido cultural comprobado, sustentado en la tradición y defendido por numerosas personalidades de la ciencia, el arte y la cultura. Alfredo les ha prometido a los cronistas cesantes leer su carta con atención. En ella pretenden hacerle ver el error que cometería al suprimir sus páginas taurinas, en perjuicio de un núcleo de lectores específico, además de atentar contra la fuente de trabajo de los cronistas cesantes. La apuesta de estos redactores al borde del despido es conseguir que cambie de opinión. Una vez leída la carta, Alfredo va a decidir si se sostiene en la promesa hecha a Dianita, bajo presión de anunciantes poderosos, o le explica a la niña que, 191
a su edad, no puede entender del tema lo suficiente, y que las cosas son más complejas de cómo las plantea su miss, origen de la animadversión de la pequeña hacia las corridas de toros, a las que por cierto no ha asistido nunca, ni vi sto siquiera por televisión (en cambio, conoce muchas páginas antitaurinas de la red). De cualquier manera, piensa Alfredo, si decido dar marcha atrás siempre será posible balancear adecuadamente el número de páginas dedicadas a las distintas manifestaciones deportivas, sin dejar de cumplir con los anunciantes que me exigen dedicar espacio preferencial al futbol americano. Tú eres Alfredo. Puesto ante el dilema expuesto, tendrás que responder honestamente a las siguientes preguntas: A) ¿Te parecería éticamente aceptable desechar las razones expuestas por las personas a las que estás mandando al desempleo con tal de complacer a tu hijita? B) Y si decides mantenerte en lo dicho, ¿te está moviendo el amor paternal hacia Dianita, o más bien lo haces por interés comercial, para complacer a las empresas de capital norteamericano interesadas en promover sus propios deportes? ¿Y, en el fondo, estás realmente convencido de que seguir publicando crónicas y fotografías taurinas significa promover una actividad socialmente nociva, ya que, como dicen los antitaurinos “la tortura no es arte ni es cultura”? C) ¿O, por el contrario, rectificarás, pues es de sabios cambiar de opinión y la carta de los cronistas taurinos te hizo ver que la fiesta brava es realmente un rito y un espectáculo artísticamente valioso y digno de ser conservado como parte del patrimonio cultural mexicano? Explica tu decisión a partir de la ética, indicado en cada caso qué Valores Rectores (con sus Valores funcionales respectivos) estás aplicando.
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CARTA AL DIRECTOR
E STIMADO ALFREDO: Conocer tu decisión de suprimir de las páginas de nuestro periódico el tema al que nos dedicamos profesionalmente nos ha sorprendido sobremanera. Creemos con toda firmeza que la adopción de un pensamiento único, el que sostienen e impulsan los autores y beneficiarios principales de la llamada globalización, es un error que atenta contra la diversidad cultural en general, y la riquísima cultura de nuestro país en particular. Estados Unidos y sus princ ipales firmas trasnacionales han sido el poder globalizador por excelencia, pero conviene recordar el dicho de que se trata de un país que transitó de la barbarie a la civilización sin pasar por la cultura. Les importan los negocios, no el patrimonio cultural de lo demás pueblos. Conviene recordarlo muy bien, para no ser una víctima más de su capacidad de absorción y su tradicional incomprensión del mundo fuera de su propio país. Otro dicho muy certero dice que “E stados Unidos es el único país del mundo que cree que Estados Unidos es el único país del mundo”. Está bien que el nuestro sea un diario deportivo, pero eso no implica que su director y sus redactores sean unos iletrados, completamente insensibles a las tradiciones y la cultura de nuestro pueblo. Luego de este preámbulo no haremos una apología de la fiesta de los toros. Preferimos que sean otros, personajes con un gran peso y significación en el mundo del pensamiento, la ciencia y las artes, quienes tomen la palabra. Predominan, por supuesto, personalidades de la cultura iberoamericana, pero hay también opiniones de franceses, ingleses, norteamericanos, sudafricanos y europeos del norte. Sólo te pedimos leer con atención sus puntos de vista respecto de la tauromaquia antes de decidir si realmente es una medida inteligente y sana prescindir del tema y, en consecuencia, de nuestra participación en el periódico. 193
LORD TRISTAN GAREL-JONES (exministro de Gran Bretaña, diplomático y miembro de la Real Sociedad Protectora de Aves): La defensa de los toros ha de ser la punta de lanza del contraataque contra la cultura global homogénea de habla inglesa… hacia la que en el siglo XXI estamos caminando casi como sonámbulos… permitirlo implicaría el triunfo de unos valores anglo-norteamericanos cuyo rechazo a la Fiesta es tan visceral como equivocado. ALBERTO SÁNCHEZ PIÑOL (antropólogo catalán). Lo que nos solivianta y escandaliza realmente es que los toros expongan a la luz pública la realidad de la muerte en una sociedad hedonista y farisea como la que padecemos… Está emergiendo un ne opuritanismo falaz que se infiltra porque lleva la etiqueta de izquierdas. En ese caso... ¿Somos víctimas de un Comité de Salud Pública resuelto a imponernos la virtud manu militari? JUAN CARLOS ILLERA DEL PORTAL (biólogo e investigador, no aficionado a los toros): El dolor que siente un toro bravo es muy inferior al que sentiría otro animal , ya que libera un número muy alto de hormonas como serotonina, dopamina y testosterona … También se ha demostrado que tiene un nivel muy bajo de estrés durante la lidia. Cuando más se estresa el toro bravo es cuando sale a la plaza, no cuando le clavan las puyas y banderillas… Considero muy superior el grado de estrés que experimenta el torero (Conclusiones de una investigación científica que se verificó utilizando microchips insertados en el cuerpo de toros de lidia). MARIO VARGAS LLOSA (escritor peruano, Premio Nobel de Literatura 2010): Para quien goza con una extraordinaria faena, los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo… el torero, con sus precarias armas materiales… y sabiduría y coraje… armonía y elegancia… va creando unas escenas que impre gnan la memoria de los espectadores y pasan a formar parte de sus vidas… Para saber que esto es cierto no es indispensable asistir a una corrida (ningún aficionado obligaría a nadie que no lo deseara a ir a la plaza). Basta con leer los poemas y los textos que los toros y los toreros han inspirado a grandes poetas, como Lorca y Alberti, y ver los cuadros en que pintores como Goya o Picasso han inmortalizado el arte del toreo… para muchas, muchísimas personas, la fiesta de los toros es algo más complejo y sutil que un deporte, un espectáculo que tiene algo de danza y de pintura, de teatro y poesía, en el que la valentía, la destreza, la intuición, la 194
gracia, la elegancia y la cercanía de la muerte se combinan para representar la condición humana. FERNANDO SAVATER (filósofo humanista contemporáneo): No es que desde el punto de vista ético haya que defender a los toros, es que no hay argumento ético para cond enarlos. Prohibir la Fiesta es ir contra la libertad humana… quienes lo hacen sólo desean imponer su cosmovisión unilateralmente… y son ellos los que incurren en barbarie en el sentido literal del término, porque desde los tiempos antiguos, el bárbaro era el que no distinguía entre el animal y el hombre. FRANCIS WOLFF (catedrático de filosofía de la Universidad de París): Cualesquiera que sean los deberes que tengamos hacia los “otros animales”, son siempre relativos, o sea subordinados a los que debemos hacia los otros hombres, que, ésos sí, son deberes absol utos, porque son deberes de reciprocidad, de justicia y de comunidad… La ética de la corrida es la aplicación perfecta de esta tesis: respetar al toro, velar por la equidad del duelo… Esto es lo contrario de la barbarie porque se sitúa a equidistancia de dos fuerzas opuestas. Si el combate fuese igualitario, su práctica sería innoble para el hombre puesto que el valor de la vida humana se vería reducido al del animal –como en la formas de barbarie antigua que eran los juegos del circo romano. Si el combate fuese desleal, su práctica sería innoble para el toro, puesto que el valor de la vida animal se vería reducido al de una cosa –como en la barbarie moderna que suponen las formas usuales de ganadería industrial. O CTAVIO PAZ (poeta y ensayista mexicano, Premio Nobel de Literatura 1990): ¿El toreo? Para mí es poesía en movimiento. FEDERICO GARCÍA LORCA (poeta español, asesinado en 1936 durante la Guerra Civil): No hay en el mundo fiesta más culta que la fiesta de toros. CARLOS FUENTES (escritor mexicano): Mi primera experiencia taurina me despertó un universo de emociones artísticas. La fiesta de los toros representa el conflicto entre la naturaleza y la voluntad humana en el que la muerte siempre es vida … y en el que en el fondo, al final, el que de verdad perece es el torero, el toro siempre sobrevive. CHARLES CHAPLIN (emblemático histrión y cineasta inglés): En las corridas de toros se reúne todo: color, alegría, tragedia, valentía, ingenio, brutalidad, energía y fuerza, gracia y emoción… Todo. Es el espectáculo más completo que he conocido. 195
ANTONIO CABALLERO (escritor y diplomático colombiano): Bueno, sí, la barbarie: sangre y arena, sol y moscas, vocerío… Pero nadie que haya visto a Rafael de Paula torear a la verónica, o a Antoñete dejar parado a un toro en la esquina de una media… puede olvidarlo nunca. Y al contrario, el recuerdo se estira y se d espereza en la memoria, y lo que fue un fogonazo se patina de lentitud y nostalgia… La fuerza –y también la violencia: una violencia mágica, armoniosa, musical– forma parte de esa belleza fugaz y duradera del toreo, que es lo más bello del mundo. JOSÉ O RTEGA Y GASSET (filósofo, el más importante de España en la primera mitad del siglo XX): Quien quiera conocer la historia de España tendría que conocer la historia de las corridas de toros. CAMILO JOSÉ CELA (escritor español, Premio Nobel de Literatura 1989): La fiesta de toros es un arte único y exclusivo, una expresión de nuestra sensibilidad colectiva. Y podrá ser cruenta pero nunca cruel, en el sentido psicológico y ético del término. J. M. COETZEE (escritor sudafricano, Premio Nobel de Literatura 2003): Matemos a la bestia, sí… pero hagamos de ello una contienda, un ritual, y honremos a nue stro antagonista por su fuerza y su bravura… Mirémosle a los ojos antes de matarlo, y d émosle luego las gracias. Cantemos canciones sobre él… al toro no lo matamos de forma abyecta después de haberle obligado a llevar una vida abyecta, sino que lo honramos antes de matarlo y después de haberle permitido vivir gozosamente y morir noblemente, peleando… (de su biografía sobre Elizabeth Costello). ALBERT BOADELLA (actor y dramaturgo catalán, fundador del célebre grupo Els Joglars): Los cómicos de la farándula siempre soñamos con la aparición de Mefistófeles poniéndose a nuestra disposición como lo hizo con Fausto. Pero yo no pediría jamás la ridiculez del retorno a la juventud… le pediría poder escoger mi forma de muerte, que sería transformarme en toro, y morir en la plaza a manos de un gran diestro como José Tomás. FERNANDO BOTERO (pintor y escultor colombiano): Me parece absurdo y doloroso que priven a tanta gente de una pasión como esta gran tradición cultural: pintaron la corrida Manet, Goya, Picasso, Bacon… No hay un gran arte inspirado en el futbol. Se vive un mal momento para la tauromaquia, para el arte… para todo. JAVIER CERCAS (escritor y ensayista catalán): Yo no sé si el toreo es un arte, pero basta ver a José Tomás, solo e inmóvil en el centro del ruedo mientras lleva y trae a su antojo 196
a un animal salvaje de 500 kilos con la única ayuda de su capa, para comprender que si no es un arte, se parece tanto al arte que es muy difícil distinguirlo de él; también para admitir que quizá es un arte demasiado serio para nuestro tiempo… un tiempo que propende al arte intrascendente, al arte como diversión y entretenimiento, a un arte lúdico que desprecia o no entiende un juego artístico en el que uno se lo juega todo, porque en él están en juego la vida y la muerte. RAFAEL GÓMEZ “E L GALLO” (Matador de toros): Torear es tener un misterio que decir… y decirlo. LISA LOFT (Miembro del Dansk Toro Club de Copenhague): Para nosotros, la fiesta de toros es un homenaje a la inteligencia, al valor y al arte humanos; es, en el fondo, un homenaje al hombre. NURIA AMAT (escritora catalana): El buen amante del arte del toreo se comporta como el lector o escritor que escribe o lee para encontrar el instante de la frase sublime, perfecta, que le haga saltar las lágrimas. Porque el estilo de la página y el arte de torear son la misma cosa. Salvo que el escritor no se juega la vida al buscar una metáfora. JEAN CAU (escritor y periodista francés, Premio Goncourt 1961; fue secretario de Jean-Paul Sartre): El día de corrida, el aficionado a los toros tiene una cita con Papá Noel. VÍCTOR GÓMEZ PIN (filósofo): La tauromaquia no peca respecto a las demás artes por defecto (de sutileza o de rigor), sino por exceso (de radicalidad y ambición)… Lejos de que el torero deba apuntar a ser fundamentalmente artista, fértil sería para el artista intentar reencontrarse a sí mismo tomando modelo en la siempre frágil figura del torero. RAMÓN DEL VALLE -INCLÁN (novelista, dramaturgo y poeta modernista): Si nuestro teatro tuviese el temblor de la fiesta de toros sería magnífico. Si hubiese sabido tran sportar esa violencia estética, sería tan heroico como La Ilíada. Una corrida de toros es algo espiritualmente muy hermoso. RAMÓN PÉREZ DE AYALA (escritor y periodista español): Los toros no son un arte universal porque ganaderías de bravo sólo hay en España y unos cuantos países más, p ero sí lo son en el sentido en que lo es todo arte. Son al mismo tiempo arte y drama vivo . Los toros no pueden morir. Moriría una parte de España. (Y de México, podríamos agregar nosotros.) 197
MICHEL LEIRIS (escritor y etnólogo francés, cofundador del Collége de Sociologie en 1937, y posteriormente director del Centre national de la recherche scientifique): En toda corrida sucede algo cuya gravedad no halla paralelo en ningún otro atrevido intento de burlar a la muerte… es el lado esencialmente trágico de la hazaña del torero lo que le co nfiere ese valor singular: todas sus acciones son preparativos técnicos y al mismo tiempo ceremoniales para la muerte pública del héroe, que no es otro que ese semidiós bestial: el toro… El matador: un Damocles que cogió su destino por los cuernos, con su espada en la mano. JAVIER MARÍAS (novelista español): Si las corridas se prohibieran, en nada cambiarían mi vida ni mis costumbres, luego carezco de todo interés personal o laboral en su perm anencia. Pero tampoco tengo nada en contra de ellas… (además) el mantenimiento de no pocas dehesas (parques auténticamente naturales, donde un animal criado por el hombre goza de condiciones para realizar su naturaleza específica) sería inviable sin la fiesta de los t oros… me temo que, en este caso, los autonombrados “defensores de los animales” son su mayor amenaza y sus mayores enemigos. MARINA ABRAMOVIC (artista serbia del performance). Amo las corridas de toros, he ido a muchas, he leído a Hemingway… Las corridas simbolizan la oscuridad y la luz. Y me entristece que en Barcelona las hayan prohibido. Es muy estúpido prohibir u na tradición así, que viene del alma y a ella va dirigida. JUAN BELMONTE (matador de toros): El toreo es una fuerza del espíritu. E NRIQUE TIERNO GALVÁN (filósofo y alcalde socialista de Madrid en los años ochenta del siglo XX): El toreo es escuela de valores democráticos. Cerramos con una anécdota. Hace años, el guionista Peter Viertel le preguntó a ORSON WELLES (cineasta neoyorquino, realizador, entre otras, de la revolucionaria película El ciudadano Kane) quién era el anciano norteamericano enamorado del toreo, si HEMINGWAY (Ernest, Premio Nobel de literatura 1954) o él mismo. “Ambos”, respondió Welles. Y después guardó silencio. Firman los tres cronistas taurinos del diario.
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LOS JÓVENES, LA ÉTICA Y EL TOREO (2 de diciembre de 2013)
Hace cosa de un año, las redes sociales vibraron al llamado de alguno de sus usuarios, partidario de la abolición de las corridas. Y por supuesto, la fiesta de toros perdió por paliza, al conjuro de la frase “toros sí, toreros no”. En una barra dominada por el inmediatismo y los malos modos, donde la razón sucumbe a la gritería y los tópicos de moda, qué otra cosa cabía esperar. Pudiera pensarse, sin embargo, que en una universidad las cosas tenderían a ser diferentes. Y no me refiero sólo a las reiteradas muestras de apoyo a la tauromaquia por parte del exrector de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México Juan Ramón de la Fuente o su director de Publicaciones el reconocido literato Ignacio Solares, pues existen, en la capital y en el interior del país, otros ejemplos relevantes. Hablo más bien de los jóvenes estudiantes cuando, temporalmente alejados del ruido mediático, se ven obligados a analizar y a rgumentar posiciones y conclusiones relativas a la Fiesta. DILEMA LABORAL. Como profesor responsable de un taller de Ética Empresarial en la Universidad Iberomericana, me surgió la idea de elaborar un dilema, ficticio, según el cual el director de cierto diario deportivo decide clausurar su sección taurina a pedido de su pequeña hija, por un lado, y por otro bajo la presión de anunciantes de conocidas firmas trasnacionales, dispuestos a invertir en publicidad con tal de que el periódico amplíe sustancialmente su espacio dedicado al futbol americano. Tal resolución implica el despido de tres cronistas y reporteros de toros. Ante la inesperada situación, estas tres personas, inconformes con su cese, le presentan al director una carta bien razonada en favor de la fiesta, que incluye las opiniones vertidas por personal idades del arte, la ciencia y en general la alta cultura, las mismas que esta columna publicó recientemente (La Jornada de Oriente de fechas 23 y 30 de septiembre de 2013); el lógico objetivo es que reconsidere su postura y les devuelva su fuente de trabajo. 199
Los alumnos del taller –jóvenes de entre veintiún y veinticuatro años, que cursan carreras relacionadas con la economía y los negocios– saben de antemano: 1) que tienen que asumir el papel del director aludido para resolver en consecuencia; 2) que lo que decidan debe estar apoyado en valores humanistas, por lo que hay que compaginar éstos con los intereses comerciales en juego. El grupo está integrado por veintiún estudiantes y, atendiendo a lo controversial del tema taurino, se les pide que trabajen en parejas y discutan a fondo el caso. SONDEO INICIAL Y DISCUSIONES PRELIMINARES. La primera ronda de discusiones, en el aula, una vez leído el Dilema Alfredo de acuerdo con lo establecido para la clase, devela la presencia de una aficionada furibunda a la Fiesta y dos o tres jóvenes más dispuestos a apoyarla. Sin embargo, hacen mayoría los opositores, incluido un estudiante alemán de intercambio para quien, lógicamente, los toros representan un anacronismo comparable al circo romano. Por momentos, moderar las discusiones se hace difícil: realmente, el tema desata y exalta pasiones. Es una sesión de hora y media, orientada a calentar motores y escuchar opiniones. Las parejas de estudiantes tienen una semana para discutir entre sí y presentar por escrito sus respectivas resoluciones al dilema planteado. Nat uralmente, la tarea no será evaluada de acuerdo con la decisión que finalmente adopte cada “director” del hipotético diario, sino por la coherencia y la solidez lógica y ética de las argumentaciones. REVISIÓN DE TAREAS. La primera sorpresa es ésta: a pesar de que las discusiones cara a cara del primer día mostraron una clara mayoría contraria a las corridas de toros –aunque nunca tan aplastante como la que acostumbran exhibir las redes sociales, esa barra del caos y las reacciones viscerales–, en los trabajos por escrito, debidamente meditados y fundamentados, esa tendencia se revirtió completamente. Es decir, que casi todos los reportes atacaron por injusta la decisión de Alfredo de suprimir la sección taurina y dejar en el desempleo a los responsables de la misma, al tiempo que ponían en duda que fuese el amor filial lo que realmente había movido al director, bajo sospecha de enmascarar así 200
mezquinos intereses comerciales. No obstante, más que combatir la creciente presencia del futbol americano –aunque también algo de esto hubo, entre los contrarios a la inculturación que conlleva–, la orientación dominante entre el alumnado aconsejaba compatibilizar ambos asuntos, aduciendo que se enriquecería el contenido del diario, respetando las distintas preferencias de sus lect ores. De los once trabajos presentados, en nueve de ellos el “director” del peri ódico reconsidera su primera decisión (cancelar la sección taurina), convencido por la bien argumentada carta de los cronistas. Por el contrario, sólo dos equipos se mantuvieron firmes en la idea de suprimir las páginas dedicadas a la tauromaquia. Sebastian Ruff, el alumno alemán en visita de intercambio, razonablemente, dividió en dos vertientes su argumentario: por un lado, en su papel de director implicado en el dilema decidió mantener los puestos de trabajo y la sección taurina del ficticio diario mexicano; por otro, como estudiante extranjero, y desde su incomprensión natural de las corridas de toros, simplemente añadió que le parecen un “deporte éticamente dudoso.” VALORES RECTORES Y FUNCIONALES: ARTÍSTICOS Y CULTURALES. Los valores rectores esgrimidos para tomar su decisión los centran los alumnos en la justicia (sería injusto despedir a tres personas no por la mala calidad de su trabajo sino por la temática del mismo) y la libertad (contraria a la tácita censura de la tauromaquia, pero ligada también a la libertad de expresión y el respeto al derecho a la información del público lector). En cuanto a los valores funcionales de orden laboral se mencionaron, entre otros, la lealtad, la empatía y la equidad que debe tener un director hacia sus empleados, así como la responsabilidad y el respeto que merecen tanto los cronistas como los lectores; hubo también, en las reflexiones de los estudiantes, menciones a la solidaridad entre sí de los periodistas de la fuente taurina. Y a la honestidad del director al reconsiderar y dar marcha atrás a su decisión primera. Entre los valores propiamente taurinos –éticos y estéticos– rescatados por los jóvenes alumnos, pueden mencionarse la creatividad y la plasticidad (dos de los 201
reportes reclaman el valor artístico de las fotografías taurinas, agregando uno de ellos la necesidad de contar con al menos un fotógrafo especializado en toros, detalle que el dilema presentado por mí a los alumnos no consideraba); e inclusive la valentía: una estudiante la relaciona tanto con la capacidad y conocimientos de su temática que revela la carta de los cronistas, como con la que es propia del torero al desplegar su arte ante el peligro; aclaro que se trata de una estudiante que prefirió trabajar sola y que, el primer día, declaró que no le agradaban en absoluto las corridas de toros: se nota que leyó y meditó a fondo las opiniones de los personajes de la cultura contenidas en la carta al director, pues recoge citas de Charles Chaplin, Lisa Loft y Rafael El Gallo en apoyo de la decisión finalmente tomada, al asumir el papel de director enfrentado al dilema ético descrito. CONTRAVALORES. A tenor con lo anterior, quienes se pronuncian porque el imaginario director reconsidere su postura inicial verían lo opuesto –mantener el veto a la Fiesta– no precisamente como muestra de amor a la hijita, sino como falta de criterio y de ética profesional, al ampararse en la ingenua solicitud de una niña para privar de trabajo a los cronistas y de información taurina a los lectores. La mayoría se pronunció por explicarle a la pequeña, en términos adecuados, que su horror por las corridas (obviamente nunca asistió a una, y está enterada del tema sólo a través de su miss y de las redes sociales) no tiene un fundamento sólido, como tampoco su insólita petición al papá director de periódico. RESOLUCIONES EN CONTRA. De las dos que se registraron, una de ellas incumplió las reglas del juego (asumir el papel del director de diario), al preferir los dos integrantes de ese equipo la elaboración de un alegato personal, que parte de la peregrina afirmación de que los toros no pertenecen a la cultura mexicana sino a la española –bajo esa lógica, ni la lengua que hablamos ni la arquitectura que habitamos y da forma a nuestras ciudades ni la religión que mayoritariamente se profesa en México ni cinco siglos de artes, ciencia y otras aportaciones originarias de este país formarían parte de nuestra cultura –; más adelante mostrarán desacuerdo con las opiniones de Octavio Paz y Camilo José Cela pero sin refutarlas con razones propias, al tiempo que niegan cualquier v a202
lidez a los experimentos que, utilizando microchips insertados en varios ast ados, llevó a cabo el neurobiólogo Juan Carlos Illera del Portal en sus investigaciones sobre el grado de estrés y de dolor que experimenta el toro durante su lidia (información incluida en la carta de los cronistas al director). Como es natural, el no adoptar el papel del director, sumado a la ausencia de argumentos – que no su libre y legítima resolución del dilema– determinó una calificación baja para dicho reporte. Más centrado, el otro texto convalida la petición de la hijita aduciendo que ésta ha sido solamente portavoz de una corriente abolicionista mayoritaria. Reconoce que no porque no aparezcan noticias sobre el toreo éste va a desaparecer, y sin embargo tal abstinencia informativa en algo puede ayudar a la larga. Coincide con la anterior en su negativa a considerar a la tauromaquia como parte integral de nuestro legado cultural, e invoca los “derechos de los animales” para reafirmarse en su posición de suprimir la sección taurina del diario. CONCLUSIÓN. Elevar el nivel de la discusión y, sobre esto, dar un tiempo razonable para que las aguas se remansen y el análisis racional –condicionado además por el respeto a principios éticos– logre abrirse paso entre personas obligadas, en su condición de universitarios, a pensar y debatir dialécticamente, tiene un efecto mucho más favorable a la tauromaquia que cuando el tema se somete a encuestas apresuradas y manoteo controversial necesariamente cargado de emotividad. Pero además de esta revelación esencial, la experiencia que traté de describir dice muchas más cosas acerca de los jóvenes y su manera de ver e interpretar la cultura, repensar la extensión de los derechos humanos al reino animal, y discutir y conciliar, con las herramientas analíticas y la serenidad de ánimo debidos, puntos de vista encontrados. En síntesis, que un enfoque realmente educado, imparcial y bien formado e informado redundaría, de acuerdo con el resultado de este experimento, en favor de la tauromaquia, además de poner en evidencia las sinrazones de la taurofobia que nos acosa. 203
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TERCERA PARTE ARTE Y TAUROMAQUIA
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EXPRESIONES: PINTURA, CINE, FLAMENCO, MUSICA POPULAR
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SÁNCHEZ DE ICAZA, CABEZA DE CARTEL (24 de abril de 2000)
El próximo jueves 4 de mayo, por la noche, Plaza Angelópolis va a abrir sus puertas a una exposición pictórica de tema taurino, copatrocinada por la embajada francesa en nuestro país. Se trata de una muy completa muestra firmada por el artista capitalino Rafael Sánchez de Icaza, que de esta manera debutará en Puebla de manera formal, aunque su obra ya sea de sobra conocida –y unánimemente apreciada– por los aficionados a toros, acostumbrados a admirar los personales apuntes que el maestro publica los lunes en La Jornada, ilustrando lances de la corrida de la víspera. Estamos, pues, ante una presentación no sólo bienvenida sino deseada de tiempo atrás por los poblanos, pues no es lo mismo admirar a través de reproducciones el fino manejo de tintas y pinceles del mejor pintor taurino con que México cuenta en la actualidad que disfrutarlo en directa comunión con su obra, reconocida por lo demás en América y Europa, con sus exposiciones de Madrid hace tres años, y Sevilla y Nimes en la primavera del 99, como los momentos estelares de una bien justificada nombradía. VERSATILIDAD Y ESTILO. Último eslabón de una vasta tradición figurativa, Sánchez de Icaza domina con igual maestría el apunte al grafito obtenido in situ que los trabajos a tinta china o la acuarela y el óleo, modalidad esta última de escasa difusión en los medios masivos que con tanta frecuencia acogen su producción más inmediata, caracterizada en su tratamiento de la figura humana por una clara fidelidad a los cánones de la estética taurina –se trata, antes que nada, de un gran aficionado a toros–, y asimismo de las bestias, dado su exahustivo conocimiento de las características anatómicas y locomotoras de bóvidos y equinos, lo cual dota a su pintura de un poder de sugestión direct amente proporcional a la unidad formal e interna de cada una de sus obras. 209
Si alguna vez se ha referido esta columna a la maravillosa experiencia que supone compartir tendido con este consumado artista, que en cuestión de minutos y sobre la marcha es capaz de llevar al papel lo que el torero acaba de i nterpretar en la arena y frente al toro, no al modo de mímesis servil, sino con asombrosa penetración de la oscura entraña del toreo, la ocasión que a partir del venidero día 4 se nos presenta promete ensanchar en tiempo y espacio esa íntima emoción, hasta el punto de ofrecer ángulos parecidamente atractivos para el ávido taurófilo y para quien, ajeno por completo a la fiesta brava, ande en pos de manifestaciones pláticas dotadas de expresividad propia, independie ntemente de que lata en éstas la misma misteriosa fuerza que, por más de dos siglos, ha motivado a partir de la inusitada relación toro-torero a tantos y tan formidables artistas de la estampa, de Goya a Picasso y de Doré a Botero.
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LOS SOLLEIRO, HERMANADOS EN EL ARTE Y EN LA MUERTE (29 de julio de 2002)
La tarde del domingo anterior, cuando el público desalojaba la Plaza México en medio de una tormenta, se reportó que una persona yacía en la boca de uno de los túneles de acceso a las gradas, aparentemente muerta. Era este aficionado un hombre de edad, y un infarto repentino lo había fulminado. Las indagaciones del Ministerio Público no tardaron en identificarlo como Antonio Solleiro, y de inmediato, la gente del toro asoció ese apellido con el de Luis Solleiro, que desde los años cuarenta firmaba garbosas estampas taurinas –reproducidas luego en la prensa o en boletos y carteles de mano–, y que falleció también de muerte inesperada cuando presenciaba una corrida en la Monumental de Morelia, allá por 1989. Se supo después que ambos hermanos compartían, con su desbordante afición a los toros, el gusto por la pintura, aunque sólo Luis la practicara profesionalmente. Así pues, los Solleiro crecieron juntos amando la misma Fiesta, sintieron al unísono el impulso de trasladar al lienzo o al papel los lances de la lidia que más los impresionaban –y en ellos y con ellos a los toreros de su predilección–, y terminarían unidos también por el azar misterioso –desgracia o privilegio, según se vea– de una muerte inusual, ocurrida con trece años de diferencia en el mágico lugar donde se supone sólo pueden caer los toreros: la plaza de toros. UN ARTE DENTRO DE OTRO. Seguramente usted ha coincidido alguna vez en el tendido con personajes parecidos, que sacan punta a sus lápices como los mozos de estoques a las espadas de sus maestros allá abajo, en el callejón, y luego de ensimismarse en la contemplación del toreo se hunden sin vacilaciones en un liviano universo de trazos suaves para ir reproduciendo sobre el papel lo que fue arte efímero en la dura realidad de la arena. Yo he visto entregarse con naturalidad a este noble impulso a compañeros de localidad 211
como Rafael Sánchez de Icaza o José Luis Ayala, pero también, en Puebla y en México, a personas cuyo nombre no indagué, y seguramente lo hacían por puro placer, como una de tantas formas de participación entrañable que sabe suscitar nuestra mal comprendida fiesta brava. Conservo, como un obsequio invaluable, alguna de estas espontáneas creaciones, y cuando intermitentemente regreso a ella, no es raro que descubra nuevos matices, tanto en el pintor como en el modelo. Precisamente, buscando obra de Solleiro me puse a hurgar en estos días entre boletos y carteles taurinos, y asimismo revisé los periódicos y revistas que solían publicar escenas de la corrida del domingo anterior bajo la firma de algún dibujante de prestigio –por lo visto, tan hermosa costumbre sólo persiste en nuestra Jornada nacional–; así, he podido confirmar los rasgos estilísticos que diferencian un Ruano Llopis de un Pancho Flores, pero también la evolución de la pintura taurina, y del toreo mismo, que va de Luis Gómez o Antonio Jiménez a Carreño, Navarrete, Rincón Gallardo, Reynaldo Torres, Reus, Reveles o Sánchez de Icaza, por no hablar de la extensa lista de cultores hispanos del apunte y la pintura taurinos, lista que incluye hasta al monosabio Fermín Vázquez, de servicio activo en la madrileña plaza de Las Ventas y uno de los pintores más cotizados de la actualidad. DESTINOS PARALELOS. Pero el interés estético cedió al estremecimiento cuando di con los alegres colores de otro pintor que, como Luis y Antonio Solleiro, también encontró la muerte en el lugar de sus vivencias más intensas: la plaza de toros. Me refiero a Raúl Bassó, un yucateco cuyo desbordado amor por la tauromaquia lo encaminó tempranamente a la pintura, y más tarde lo indujo a probar fortuna como aspirante a torero. Para ganarse la vida combinaba lápices y pinceles con las banderillas y el percal de su función de subalterno, hasta que un novillo de Cerro Gordo acabó con su vida en el pueblo mexiquense de Santa Clara, el 30 de noviembre de 1969. Igual que los Solleiro, vida, esencia, amor y muerte se reunieron al final en la misma tela.
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SOFISMA BURDO A PROPÓSITO DE LA CINEMATOGRAFÍA (29 de julio de 2013)
El colega tlaxcalteca Yassir Zárate Méndez, con quien compartimos espacio en esta Jornada de Oriente, nos hace el favor de llamarnos en su columna del pasado jueves seres manipulados y extraviados en la patética contemplación, para colmo reflexiva y gozosa, de una práctica tan “atroz, cruel y soez” como las corridas de toros. Alega, asimismo, que el hecho de que creadores artísticos de diversos géneros, nacionalidades y disciplinas hayan elegido la tauromaquia como tema de su obra no la redime en absoluto, y pone como ejemplo la guerra, inhumana por naturaleza, indeseable per se, pero asimismo tema imprescindible del arte universal, la literatura especialmente, aunque él haya elegido el cine contemporáneo para ejemplificarlo mejor. Habría que recordarle a nuestro afanoso detractor algo tan obvio como es el hecho de que, mientras los autores de Bastardos sin gloria (Tarantino) o Rescatando al soldado Ryan (Spielberg) –películas bélicas que cita como demostración de que es posible, con tema tan deleznable, armar obras artísticas de envergadura– tuvieron el claro propósito de ilustrar la estupidez e inhumanidad de la guerra, leitmotiv de estos y otros filmes antibélicos bastante mejores –personalmente recomiendo Senderos de gloria, Cara de guerra (dirigidos ambos por Stanley Kubrick) y La delgada línea roja–, los García Lorca, Goya, Hemingway, Picasso, Chaves Nogales, Vargas Llosa y demás manipulados y envilecidos artistas, lejos de censurar el tema taurino, supieron encontrar en él legítima inspiración, y dedicaron conscientemente sus obras a exaltarlo. Evidentemente, eran conocedores y degustadores del toreo, y estaban persuadidos de sus valores profundos y claramente motivados por los mismos. Ellos y su obra ilustran la distancia existente entre el saboreo del arte de torear y su deliberada satanización, hija de la taurofobia y la ignorancia, avivadas no pocas veces por la mala fe. Como digo, la diferencia no es poca, y deja por los suelos el presunto argumento del osado colega de Tlaxcala. 213
DE CÓMO BLANCANIEVES SE CAYÓ DEL CARTEL (2 de septiembre de 2013)
Este lunes quería hablar de Blancanieves, esa portentosa película de Pablo Berger que obtuvo diez premios Goya y supera con creces –en originalidad, audacia y pureza cinematográfica– a la francesa El artista, que abrió nuevos derroteros a las artes de este siglo mediante la fórmula retro del cine silente en blanco y negro. Me interesaba, por sobre todas las cosas, explorar con el debido cuidado una obra cuya riqueza visual y ambiental, ritmo del relato, musicalización y vi rtuosas actuaciones recrean aspectos de la vida en los años veinte del siglo pasado, justo la década en que dos expresiones populares –la cinematografía y el toreo– alcanzaron la categoría de artes mayores. Y porque, además, Blancanieves –el trágico personaje de la niña torera– metaforiza de manera poética la situación actual de la fiesta de toros, cercada por todos lados y traicionada incluso por los suyos, que ante los problemas y amenazas prefieren mirar hacia otra parte. Pues todo eso cabe y vive dentro de esta hermosa película, oscilante entre el drama, el triunfo y la tragedia. Quería, motivado por una tenaz fuerza íntima, dedicar a la cinta de Berger este comentario, bucear en sus aguas profundas y desmontar la idea de que pueda tratarse de un cuento de hadas simplemente adaptado a una época y un ambiente diferentes de los del relato de los hermanos Grimm. Y algo había conseguido. Hasta creía haber descubierto en el empeño cosas importantes, y una aceptable forma de expresarlas. Y aquí mismo estaban, delante de mi vista, hace apenas unos minutos. Antes –lo habrá adivinado ya el lector– de que una ventana intrusa, un par de precipitados teclazos y el misterio que en su fondo esconden estas maravillosas máquinas contemporáneas se lo tragara para siempre. Desvanecido en el éter un trabajo prolijo y meditado, y sin tiempo ya para intentar reconstruirlo. En pocas palabras, que mi artículo, mi crónica sobre Blancanieves y todo lo que creí descubrir en ella, se convirtió de pronto en risotada del diablo, alimen214
to de la nada, desmemoria que se fuga a la velocidad de la luz. Tal vez algún día, bajo otro estado de ánimo, intente recuperar lo perdido. De momento, que con lo asentado baste. Y vamos a ver qué otro asunto aparece por aquí para salvar, a deshoras, este inaplazable compromiso de cada semana con el amable lector. FAENA MALOGRADA. Por lo pronto, me siento como debe sentirse un torero al que le tocaron los tres avisos después de una faena brotada de su ser más genuino y profundo (estoy exagerando, evidentemente: ningún pergeñador de párrafos más o menos coherentes podrá comparar jamás sus modestos logros con los de un artista de la talla de Morante, Silverio o José Tomás. Ni siquiera con el novillero modesto que una tarde cualquiera creyó pisar la cima más alta, sólo para descubrir, en el instante del sonoro batacazo, que pisaba una nube vaporosa). Rindo, pues, homenaje al torero –al auténtico, no al simulador–, al valor de su lucha y al milagro de su arte. Por cuanto tiene de instante fugaz, de plastic idad huidiza, de obra irrecuperable. Afortunadamente, Blancanieves –que posee también las cualidades de una obra de arte– sigue ahí, a disposición de nuestra permanente avidez de reflexión y belleza. MALA FE . Una apostilla al texto perdido estaba dedicada a la entrevista que Columba Vértiz de la Fuente –de la sección cultural del semanario Proceso– realizó con Pablo Berger, el cineasta que escribió el guión original, dirigió la película y realizó el montaje de Blancanieves. Me interesaba subrayar, sobre todo, los prejuicios taurofóbicos que trasluce el texto de marras. El empeño de la periodista por forzar a su entrevistado, si no a declararse antitaurino –cosa que a Vértiz le habría encantado–, por lo menos a tomar distancia del tema. No lo consiguió: por el contrario, Pablo Berger afirma que para el arte no puede haber temas tabú, y habla, entre otras cosas, de cómo crear un argumento de ficción sobre el toreo se le impuso con poderosa urgencia. UN (SIC) REVELADOR. No obstante, la entrevistadora no iba a quedar satisfecha sin dejar la huella de su inconformidad bajo la forma de un “(sic)” que no puede ser más gráfico. Dice Berger: “Yo no soy taurino, soy flamenco, soy vasco, y la productora es catalana… Muchos antitaurinos han visto el largometraje y me han dicho que les ha gustado… a mí la parte de los toros que más me interesa es el baile con la muerte 215
(sic)… de alguna manera siempre estuvo en mí ese fondo taurino y yo no podía luchar con él” (Proceso, Semanario, 25 de agosto de 2013, No. 1921, p. 70). Si ésos son los procedimientos y así de notorios los prejuicios de una peri odista presuntamente crítica y culta, qué podemos esperar de sus colegas más aculturados, acríticos e indiferentes, que son mayoría. Ni más ni menos que lo que venimos comprobando en la prensa diaria y los noticiarios de radio y televisión: la omisión cada vez más acusada de información taurina, y la omisión sin más de una temática que abordaron en el pasado algunos de los más ilustres escritores y periodistas de este país. Temática que ya solamente parece ser not icia cuando se trata de airear las manifestaciones de unos cuantos taurófobos enardecidos o animalistas despistados. Porque acerca de toros, toreros y corridas, según se le transmite a la sociedad actual, lo mejor es decir lo mínimo. O, de preferencia, nada. Tal la conspiración de silencio en marcha. POR CIERTO. En el mismo número de Proceso (ibid, pp. 72-73), Leonardo Páez, que como bien saben ustedes es uno de los escasos cronistas y escritores de toros expertos, pensantes y comprometidos que van quedando en México, denuncia una serie de actitudes antitaurinas del exgobernador de Coahuila Humberto Moreira, el hombre que dejó a su estado una deuda sin precedentes, sabiéndose de antemano protegido por la impunidad que caracteriza a la clase política del país en general y de su partido en particular. Un caso más donde campea a sus anchas el oportunismo político que es en gente de esta ralea una especie de segunda naturaleza –los Moreira, gobernadores en curiosa sucesión, lo mismo han hablado de fundar un museo taurino en la capital de su entidad que de abolir para siempre las corridas de toros. Los interesados en los pormenores del tortuoso asunto, magníficamente descrito y tratado por Páez, que sí es un intelectual crítico aunque no figure en secciones culturales, pueden consultar la fuente señalada. MÁS DE LO MISMO. Me preguntaba, todavía bajo el peso de la dichosa pérdida de mi escrito sobre Blancanieves, si convendría sustituirlo por temas como las cornadas que tanto abundan por estos meses, el aniversario 66 del trágico fin de Manolete, el centenario de la alternativa de Juan Belmonte o cualquier otra 216
efeméride o asunto a la mano. Pero estando en ésas me encuentro con que en mi misma ciudad florece un manojo de activistas taurofóbicas cuya vocera dice estar enterada de que un grupo de empresarios poblanos se apresta a construir una nueva plaza de toros “con dinero público” (?), razón por la cual personas integrantes de lo que denominan ellas Asociación Activa para la Suspensión de la Crueldad hacia los Animales realizaron el pasado miércoles 28 una manifestación –vocablo excesivo, pues no pasarían de diez las damas congregadas– ante el consulado de España en Puebla, para protestar –hágame usted favor– en contra de cierta práctica conocida como El toro de la Vega de Tordesillas, consistente, según ellas, en el salvaje alanceamiento de un astado en las fiestas anuales de dicha población hispana. Práctica que, desde luego, equiparan con las corridas de toros, “vestigio medieval que no concuerda con el grado de desarrollo moral, intelectual y reflexivo de la sociedad mexicana del siglo XXI”. Amenazan, además, con movilizar al congreso del estado para que se apresure a declarar la abolición formal de la tauromaquia, “como ya hicieron los gobiernos de Veracruz y Sonora”. Para lograrlo, continúa la vocera de marras, cuentan con el apoyo de congresistas pertenecientes al PRI y el Partido Verde Ecologista, partido éste cuyo ecologismo ha consistido en pedir se reinstale la pena de muerte en el país, y en apoyar el remate de las costas y playas mexicanas en beneficio de hoteleros extranjeros, entre otras tropelías abiertamente opuestas al ambientalismo de buena cepa. Se puede ser inculto, sobre todo en un país cuya educación se hunde sin remedio. Se puede ser inculto y además estulto, como sobradamente demuestran las temerarias afirmaciones de las activistas de marras. Pero la convergencia de las categorías inculto, estulto y representante popular suponen un coctel capaz de las peores barrabasadas. De modo que, por improcedentes y hasta cómicas que nos puedan parecer este tipo de posturas, si no nos protegemos y protegemos la Fiesta, en un santiamén pueden llevarnos y llevarla al abismo. Y, por favor, no dejen de ver Blancanieves. Van a agradecerme la insistencia.
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LUZ EN LAS SOMBRAS (16 de febrero de 2015)
Renel Tron, mexicana, hija de francés e irlandesa, aficionada a los toros desde niña, ha producido un documental de enorme calidad e interés. Luz en las sombras, destellos del toro bravo en México revela mucho más de lo que su título promete. Producto de la espontánea rebeldía de su autora contra el furor taurofóbico que se ha apoderado de las redes sociales, los espacios públicos y las páginas de los diarios –tan renuentes a la información y al tema taurinos, por lo demás–, Luz en las sombras es, sobre todo, un fresco y crudo pedazo de campo irrumpiendo en el conformismo de nuestras tristes ciudades del siglo XXI. Un guiño de los ecosistemas del México profundo a la voracidad globalizadora del mall, empeñada en negarlos. De las suaves voces de los caporales y sus caballos al paso por las brechas vecinales de los espacios abiertos donde el toro se cría, a las excluyentes urbanizaciones de élite y los carísimas puentes y segundos pisos que les dan acceso, separándolos abruptamente del ciudadano de a pie. Una obra que, al abundar en los entresijos del toreo, rezuma verdad e invita a la reflexión. El objetivo de Tron es ése, precisamente: llevar al no aficionado, incluso al antitaurino, la honda realidad del toro bravo y del sacrificio festivo y ritual al que su existencia soberana da justificación y sentido. En su aventura artística la han acompañado un director en perfecta sintonía con este alto propósito – Fabrizio Feluchy, amigo suyo desde tiempos escolares– y un músico profesional de veintisiete años, Jorge Uruchurtu, cuyos sonidos de fondo, tan pronto sutiles como estridentes, en armonía siempre con el paisaje y con el ritmo magistral del documental, le prestan a éste una fuerza y una eficacia formidables. DE PANFLETO, NADA. Luz en las sombras muestra, no alega. Expone, no grita. Desliza, no polemiza. Adentra al espectador en un microcosmos tan peculiar como atrayente sin arrojar estiércol contra nada ni contra nadie. Supone, por lo 218
tanto, la réplica perfecta desde el ser y el sentimiento del aficionado contra la grosería vociferante del antitaurinismo en boga. Luz y armonía al natural, voces iletradas pero humanamente auténticas: de los pastores al comunicarse familiarmente con el ganado, de vecinos de Villa Colima enfrascados en el ensa mblado anual de su preciosísima Petatera, de esos aspirantes a la gloria de los ruedos que antes de que la globalización los tornara en presuntos criminales fueron héroes jóvenes dispuestos a arrebatar el fuego a los dioses del Olimpo. Eso y más es el hermoso documental de Renel Tron, chilanga y mestiza al mismo tiempo, especialista en arquitectura del paisaje, taurófila de buena cepa, artista del inconformismo con recursos y creatividad de sobra para trascender la autocomplacencia evasiva de un medio notoriamente incapaz de defender su fiesta, perdido como está en una endogamia rastacuera, seguramente reflejo de una incultura –también taurina– que les nubla la perspectiva del significado profundo de la tauromaquia como patrimonio histórico y cultural de México. LO QUE TENDRÍA QUE SEGUIR. Renel Tron ha puesto su tiempo, su dinero y su imaginación de artista genuina al servicio de una causa aparentemente perdida. Pero su propuesta es tan poderosa que da nuevo aliento a la esperanza, y de ninguna manera debiera quedarse encriptada en sus cintas originales ni en un puñado de discos compactos. Los pasos siguientes tendrían que permitirle trascender esa semiclandestinidad que últimamente acecha a todo lo taurino, para poder cumplir su vocación pedagógica a cabalidad. Y para eso se requiere posicionar activamente en los medios toda la verdad, la sensibilidad y el poder de sugestión que emana Luz en las sombras, destellos del toro bravo en México. Que lo conozcan, a lo largo de la república, políticos y asambleístas aferrados, en su descredito, al populismo y los golpes de efecto, sí, pero también y sobre todo ese vasto auditorio lego en tauromaquia y presa fácil del pensamiento único y lo políticamente correcto que han dictado sentencia contra la fiesta de toros – los cuales, en tanto especie bovina, desaparecerían sin dejar rastro si dejásemos morir la fiesta– a través de las redes sociales y los criterios mediáticos dominantes. Y ya que son éstos –Facebook, Twiter, YouTube y demás– los territorios virtuales elegidos por los enemigos de la Fiesta para denigrarla públicamente, 219
qué mejor que ofrecerles esta respuesta contundente y sutil a través de estos mismos medios. Si a Rafael El Gallo se le atribuye aquello de que “lo bien toreao es lo bien arrematao”, estamos en la obligación, tanto Renel y su equipo como cada uno de nosotros, de pugnar por que semejante obra de arte trascienda los límites marcados por la costumbre y los usos en boga, y cumpla realmente su misión en la precarizada sociedad del siglo XXI, dentro y fuera de México, pues la amenaza es múltiple y acecha a todos los países que han rendido un culto de siglos a l dios Tauro.
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TOREO Y FLAMENCO, UN VÍNCULO INDISOLUBLE (3 de marzo de 2014)
El mismo día en que Paco de Lucía falleció, puse especial atención a un fra gmento de cierta entrevista que Ricardo Rocha le hizo bastantes años ha. Y no resisto reproducir lo que allí expresó cuando, a insinuación del periodista, se animó a comparar al arte taurino con el suyo propio. Allí, el inmenso artista de la guitarra flamenca iba a desanudar el mito existente entre la técnica y el arte, cuya falsa oposición aclara con tanta sensibilidad como lucidez. Veamos. Desde pequeño, la guitarra fue mi pasión. Yo quería reivindicar el flamenco, tan despreciado por la sociedad española de aquel tiempo… Siendo la guitarra el eje de mi vida, mi técnica y mi estilo los fui desarrollando desde niño, sin saber bien a bien cómo… La técnica está en general mal vista porque se la considera enemiga del arte, algo frío y distante… Pero sin técnica no puede haber arte… La confrontación de la técnica contra el arte carece de sentido… Es verdad que, para expresarse, el artista tiene que abandonarse a la inspiración… Pero para abandonarse uno y poder dar rienda suelta al duende, primero se tiene que dominar la técnica a tal grado que, en d eterminado momento, pueda olvidarse de ella y entregarse de lleno al arte… Es como en el toreo, que los toreros demasiado técnicos nos parecen fríos… y sin embargo, tampoco vale el que se fía tanto de su arte que olvidó desarrollar antes la técnica… Por eso hay toreros que de sesentaiún corridas se pasan sesenta sin saber qué hacerles a los toros, pálidos de angustia, que es el síntoma principal del que carece de técnica y quiere dejarlo todo a la inspiración… Pero el verdadero artista, en el flamenco y en el toreo, es aquel que, una vez dominada la técnica, es capaz de utilizarla para decir algo propio, algo diferente… Y aquí sí que caben por igual toreros técnicos y toreros artistas, a condición de que tengan dentro un misterio que expresar… es d ecir, de hacer arte utilizando como vehículo su propio cuerpo, y al toro como la materia que debe moldearse… El arte, cualquier arte, cuenta siempre con un vehículo material que le permite e xpresarse, pero sólo le será posible llevar ese vehículo a buen puerto si antes es capaz de dominar todos los resortes y automatismos de la técnica, que es la madre del arte. En el toreo, en el flamenco y en todo lo demás del universo de la expresión estética. Sin comentarios. 221
EL ARTE INMARCHITABLE DE PILAR RIOJA (26 de noviembre de 2012)
Tuvo que ser en México donde el flamenco atemperara su versión más arrebatada para convertirse en un arte suave y rítmico, más cercano a la levitación íntima que al desborde temperamental. Para enfatizar el temple y despaciosidad de su alado discurso, Pilar Rioja prescindió desde muy joven del taconeo, el desmelenamiento, y los golpes de efecto. Lo suyo ha sido, durante más de sesenta años, un modelo de pureza que aun en los cambios de velocidad y ritmo supo hacer legendarias su sutileza y finura de estilo. Viene esto a cuento porque, el fin de semana anterior, la personalísima bailaora nacida en Torreón ofreció tres recitales en la Sala Covarrubias del Centro Cultural de la UNAM. Un lujo auténtico, más admirable aún si tomamos en cuenta que Pilar cumplió ya sus ochenta, espléndidamente vividos y bailados. Entre los números que soberbiamente interpretó está La oración del torero, obra de Joaquín Turina, y La amorosa, que la propia Pilar describe como “un baile muy dulce, que evoca la relación entre el toro y el torero”; todo esto dentro de un programa que incluyó además La Oriental (de Enrique Granados), y números tan clásicos como Farruca, Taranto y Tangos y tientos. Como siempre, la acompañaban músicos y cantaores del más alto nivel. Ni qué decir tiene que Pilar Rioja sigue siendo una enamorada de la fiesta de toros, ese arte tan cercano al suyo, aunque a diferencia del flamenco esté hoy expuesto al fuego graneado del aventurerismo abolicionista de políticos y redistas sociales. En justa correspondencia, no se me olvida lo que una vez le esc uché decir a su esposo, el finado poeta Luis Rius: “Según Rodolfo Gaona, el de Pilar es el flamenco más puro que ha visto en su vida.” Y eso que Rodolfo, en sus días de gloria en España, vio actuar a Pastora Imperio y La Niña de los Peines, entre otras figuras señeras del género. Gaona partió hace muchos años, pero para gloria y fortuna nuestra, Pilar Rioja permanece activa, con su arte más decantado y asolerado que nunca. Y con un contrato en la bolsa para presentarse en 2013 ante el público neoyorquino. 222
ENCERRONA DE ÓSCAR CHÁVEZ (2 de enero de 2012)
Hace pocas semanas, Óscar Chávez recibía por fin el Premio Nacional de Arte, un reconocimiento tardío a su amorosa, ingente labor de investigación y rescate de música mexicana genuinamente popular –esto es, anterior a que las industrias disquera, radiofónica y televisiva devastaran tan entrañable territorio para convertirlo en su particular coto comercial–. Y en estos días, uno de tantos azares puso en mis manos un disco compacto con el sugestivo título de Encerrona, que en realidad es uno de los seis que integran una peculiar corrida musical, grabada hace ya bastantes ayeres por este cantautor capitalino, cuya devoción por el tema taurino desconocía. Este hallazgo feliz permite al columnista dar tema y continuidad a su hábito de dedicar los últimos días del año a la degustación y comentario de obras – generalmente literarias– conectadas con la tauromaquia. LA IDEA GLOBAL. Para dar cima a su proyecto, Chávez combinó con pasodobles mexicanos compuestos a través de más de un siglo, piezas de los distintos géneros vernáculos –corrido, copla, huapango, sones huasteco, jarocho o abajeño, rancheras…– donde el toro tuviese algún tipo de protagonismo. Lo mismo si servía al compositor como medio de comparación para una de tantas crisis económicas que han asolado este país (Décimas del toro puntal, DP), que si se tratara de un toro ladino, llamando fuera del hato a la vaquita coqueta (El arreo, DP). Composiciones ambas incluidas en el único volumen al que por ahora tengo acceso. TERCERO DE LA TARDE . Este volumen III de Encerrona reproduce en su portada –en tonos rosa mexicano– un grabado de Manuel Manilla, artista del siglo XIX, presumiblemente tapatío. Integran el programa seleccionado por Chávez canciones y romances tan antiguos que varios son de autor desconocido (dominio público: DP), como las muy bellas Décimas del toro puntal y El arreo, ya ci223
tados, o El toro Palomo, El Chilito y Juana no vayas a misa, donde brilla un agarroso ingenio rural muy siglo XIX. Sí se acredita la autoría de El torito retinto (Armando Rosales) y El toro abajeño (precioso son de Víctor Huesca). Y figuran también cinco composiciones de tema propiamente taurino; tres son pasodobles con acompañamiento de mariachi: de La Virgen de la Macarena (Genaro Núñez) se nos ofrece solamente la música, de Cielo andaluz conocíamos de sobra la melodía pero no la letra de José F. Elizondo, que no está a la altura de la sentida partitura de Rafael Gascón; tampoco sobresale por su inspiración Lorenzo Garza, pasodoble dedicado por Alfonso Esparza Oteo al Ave de las Tempestades cuando, a finales de los años treinta, estaban ambos en lo más alto del candelero. ¡QUÉ PAR DE HALLAZGOS! Y entre tan interesante y variado material, cuyo acompañamiento musical sobresale por su rigor y belleza, dos livianas joyas. Fueron en su origen composiciones en verso, pero el propio Óscar Chávez les ha agregado, de su autoría, sendas piezas musicales de sabor acendradamente mexicano, marco de auténtico lujo para El gran Silvete –de Margarito Ledesma, el inefable bardo de Chamacuero de Comonfort– y un Corrido a la despedida de Rodolfo Gaona (DP) que tampoco tiene desperdicio. Ambas composiciones dan cuenta de la profusa imaginación y el florido ingenio del pueblo llano, y permiten que, entre ciertos ripios y errores inevitables, se abra paso una bien estructurada versificación, de indudable riqueza léxica y aliento poético impregnado de sinceridad y frescura. Se trata, pues, de un material absolutamente de cole cción, al servicio del cual supo poner Chávez su amplísimo dominio de los diversos registros de la música popular de época –segunda y tercera décadas del siglo XX, en este caso– con talento y finura sobrados. Considero innecesario advertir que quedaré eternamente agradecido con quien pudiera proporcionarme algún norte sobre cómo y dónde acceder a los otros cinco volúmenes de esta originalísima Encerrona, me temo que agotados y prácticamente inconseguibles.
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LETRAS TAURINAS
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NECESIDAD DE LA POESÍA (10 de abril de 2006)
A la vida le hace falta poesía. Y al toreo también. En tiempos de agudo alejamiento de las fuentes donde abrevan los seres humanos que de verdad aspiren a serlo, una liviana muestra de poesía nunca estará de más. Y como resulta que la tauromaquia, ese extraño mundo que gira a su propio ritmo, que no es deporte ni simplemente espectáculo –véase la grotesca monotonía de sus sucedáneos mecanizados, ya sea en moto o en calidad de recortadores–, y que disimula tras las formalidades de lo ritual su vocación de arte al borde de la muerte, está más cerca de lo poético que de cualquier otra expresión plástica, qué tal si aprovechando el remanso de relativa paz que trae consigo la semana santa nos atrevemos, como los buenos toreros, a pisar terrenos comprometidos. Comprometidos con la belleza. Comprometidos con la emoción. Comprometidos, como explicara memorablemente Michel Leiris, con los infinitos riesgos del rigor creativo. MIGUEL HERNÁNDEZ . Del poeta mártir de Orihuela se sabe que, a principios de los años treinta, previos a la Guerra Civil española, colaboró activamente, bajo la dirección del académico de la lengua José María de Cossío, en la investigación y redacción del célebre tratado técnico-histórico Los toros, cuyos once volúmenes constituyen la más clásica referencia libresca que sobre tauromaquia exista. No es de extrañar, por tanto, que al desencadenarse la cruenta contienda civil que partió a España en dos bandos y casi acaba con el toro de lidia, Hernández, miliciano en defensa de la república, llamase a las armas a sus compatriotas equiparando, con mágico lirismo, las virtudes del pueblo español a las del toro de lidia, tótem por excelencia de la cultura y la nación hispanas. Aquí un fragmento de su Llamo al toro de España: Alza, toro de España: levántate, despierta. / Despiértate del todo, toro de negra espuma, / que respiras la luz y rezumas la sombra, / y concentras los mares bajo tu piel cerrada. // Despiértate.//… // Levántate. // Resopla tu poder, despliega tu esqueleto, / enarbola tu 227
frente con las rotundas hachas, / con las dos herramientas de asustar a los astros, / de amenazar al cielo con astas de tragedia. // Esgrímete. // Toro en la primavera más toro que otras veces, / en España más toro, toro, que en otras partes. / Más cálido que nunca, más volcánico, toro, / que irradias, que iluminas al fuego, yérguete. // Desencadénate. // Desencadena el raudo corazón que te orienta / por las plazas de España, sobre su astral arena. / A desollarte vivo vienen lobos y águilas / que han envidiado siempre tu hermosura de pu eblo. // Yérguete. //… // Víbrate. // No te van a absorber la sangre de riqueza, / no te arrebatarán los ojos minerales. / La piel donde recoge resplandor el lucero / no arrancarán del toro de torrencial mercurio. // Revuélvete. // Es como si quisieran arrancar l a piel al sol, / al torrente la espuma con uña y picotazo. / No te van a castrar, poder tan masculino / que fecundas la piedra; no te van a castrar. // Truénate. // No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás / si no es para escarbar sangre y furia en la arena, / unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas / abalanzarse luego con decisión de rayo. // Abalánzate. // Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado, / y en el granito fiero paciste la fier eza: / revuélvete en el alma de todos los que han visto / la luz primera en esta península ultrajada. // Revuélvete. // Partido en dos pedazos, este toro de siglos, / este toro que dentro de nosotros habita: / partido en dos mitades, con una mataría / y con la otra mitad moriría luchando. // Atorbellínate. // De la airada cabeza que fortalece el mundo, / del cuello como un bloque de titanes en marcha, / brotará la victoria como un ancho bramido / que hará sangrar al mármol y sonar a la arena. // Sálvate. // Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate. / Levanta, toro: truena, toro, abalánzate. / Atorbellínate, toro: revuélvete. / Sálv ate, denso toro de emoción y de España. // Sálvate. JOSÉ BERGAMÍN. Dramaturgo, ensayista y poeta, este ilustre madrileño (1895-1983) pasó la mayor parte de su vida en el exilio –México fue su casa entre 1939 y 1947– y, andando el tiempo, le enviaría desde Francia a su amigo Juan Pellicer Cámara –hermano del poeta tabasqueño Carlos Pellicer, además de gran cronista taurino y el mejor juez que ha tenido la Plaza México– estas décimas cargadas de fina ironía, alusivas a una actuación en Nimes de Manuel Benítez “El Cordobés”: Admiróse un cordobés / al ver que en la dulce Francia / fuese tanta la ignorancia / de lo que el toreo es, / que, volviéndolo al revés, / pudo, con su a udaz torpeza, / torear con la 228
cabeza / como si fuera francés: / su arte diabólica ves / que no es más que una simpleza // Eso –dijo un andaluz–/ no es competencia torera / pelear con una fiera / el testuz contra el testuz; / todo el toreo, que es luz / se apaga así de repente, / aunque lo aplauda la gente / creyéndolo verdadero, / porque es el bruto el torero / y el toro el inteligente. // A este Co rdobés astuto, / traficante del toreo, / habría que llamarle, creo, / como al toro, “noble bruto”. / Su brutalidad reputo / noble o notable, aunque sea / para mí cosa tan fea / y espectáculo tan triste / ver a un torero que embiste / y a un toro que lo torea. JOSÉ ALAMEDA. Más conocido por su obra como cronista y ensayista, dejó también algunos claros ejemplos de buena poesía. Como su Origen de Antonio Ordóñez: Algo que viene del mar / y sube a Ronda. Un ceceo / entre el hablar y el callar, / Desde el mar, / que es quietud y es balanceo, / algo se siente rondar. / Quizá el rumor del toreo. // Cuando le vi torear / fue sin estremecimiento, / era sólo un mecimiento / como del aire al pasar. / Quizá del aire al pensar / un mágico pensamiento. / Sin patetismos de hondura, / ni la falaz tesitura / de abrir de más el compás. / Ni un paso –un nudo–de más: / perfecta la singladura / anchuroso el horizonte. / Ponte donde quieras, ponte / simplemente b ajo el Sol, / él te mostrará el sendero / del arte puro español, / el que sigue el gran torero / cuando viene a torear / hasta Ronda… Desde el mar. JOAQUÍN SABINA. El tormentoso y genial cantautor es taurino irredento. Y justo cuando empezaba a rendir un ensimismado culto a José Tomás, el homenaje a Antoñete en Las Ventas, coincidente con el Mundial de futbol Francia 98 (al que alude en uno de los versos), iba a revivir en Sabina su antigua devoción por el ilustre veterano. Espejo del cual es este soneto publicado al día siguiente (25.06.98) en el diario El Mundo: Esta tarde la sombra está que arde, / esta tarde rezamos los ateos, / esta tarde Antoñete (Dios te guarde) / desempolva el milagro del toreo. // Esta tarde Madrid es mi planeta, / esta tarde se guarda la distancia, / esta tarde da clases de muleta / el catedrático de la el egancia. // Esta tarde se paran los relojes, / esta tarde hacen huelga las tormentas, / esta tarde no importan los mundiales. // Esta tarde el chiquero sobrecoge, / esta tarde, en su casa de Las Ventas, / descumple años Chenel por naturales. De sus seis sonetos a José Tomás, apreciemos el siguiente: 229
José Tomás canta como Tiziano, / levita como dios, saca de quicio, / se venga del bochorno del verano, / prende un horno sin fuegos de artificio. // Compite en quites, mece chicuelinas, / va de paseo al Coliseo de Roma, / desentumece, por manoletinas, / la rutina ferial Santa Coloma. // Republicano zar de los toreros, / el barrabás parece, cuando pasa / por tu fajín, rocín de don Quijote. // Tu pasión es cruzarte con Isleros, / tu puerta la del Príncipe y tu casa / mi corazón cosido a tu capote.
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GARCÍA LORCA Y SÁNCHEZ MEJÍAS (9 de agosto de 2004)
Se ha insistido hasta el hartazgo en la notoria recurrencia al toreo de connotados creadores artísticos como frecuente (aunque cada vez menos) fuente de inspiración. A Juan Belmonte, en el Madrid de 1913, lo homenajeaba y reconocía como uno de los suyos –sólo que “más auténtico”–, una célebre tertulia de intelectuales y artistas encabezada por Ramón del Valle-Inclán. Y no menos copiosa fue en México –otro México, claro: el de los años treinta y cuarenta–, la entusiasta adhesión a la fiesta de poetas, ensayistas, científicos, músicos y cineastas. De hecho, la obra taurina de Goya, Monet, Bizet, Nervo, Picasso, Falla, Benlluire, Blasco Ibáñez, Ortega y Gasset, Cossío, Bergamín, Hemingway, Gerardo Diego, Michel Leiris, Chumacero, Peraza, Carlos Velo, Fuentes, Vargas Llosa o Tomás Segovia es apenas la punta visible de un profundo iceberg taurino, asumido sin miramientos por ilustres representativos del mundo del pensamiento, las artes y las ciencias, incluso aquellos que, sin mezclar el tema con su obra, han seguido las peripecias de la Fiesta con fervor de iniciados. Pero hablar del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías son palabras mayores. No en balde se le ha considerado uno de los poemas fundamentales del siglo XX escritos en español. Con esa sola obra, dicen los que saben, Federico García Lorca habría alcanzado la inmortalidad. De una manera indirecta pero no menos real la alcanzó su ya ausente personaje. ANIVERSARIO. Aunque el Llanto fue publicado por primera vez en 1935, la muerte de Sánchez Mejías está por cumplir setenta años, pues ocurrió el 13 de agosto de 1934 en el sanatorio de toreros de Madrid, hasta donde había sido traslado Ignacio –con la herida sin operar y en viaje lleno de contratiempos–, desde el pueblecito castellano de Manzanares, luego que “Granadino”, de Ayala, le seccionara la safena derecha el sábado 11 alrededor de “las cinco de la 231
tarde”, palabras que se repiten como una salmodia a lo largo de la primera de las cuatro partes en que Lorca dividió su poema. Sánchez Mejías –que acababa de reaparecer mes y medio atrás, con cuarenta y tres años y una hermosa calva– no estaba en el cartel original de aquella feria manchega, integrado por el mexicano Armillita, Domingo Ortega, Alfredo Corrochano y Simao da Veiga, que abrió plaza rejoneando los dos primeros astados. Pero Ortega sufrió un accidente vial e Ignacio fue llamado a última hora para sustituirlo. De modo que arribó precipitadamente y sin su cuadrilla habitual. Nuestro Fermín Espinosa –él sí inmortal por méritos exclusivamente taurinos– recordaba vívidamente la disputa del veterano diestro sevillano con los empresarios y su amenaza de no partir plaza si no se le cubrían anticipadamente sus emolumentos, y también la clara querencia a tablas de “Granadino”, noble por lo demás, y el empeño de Ignacio por iniciar sentado en el estribo su faena, así como la inevitable cogida al tercer muletazo y la mancha de sangre extendiéndose vorazmente sobre la seda obispo y oro en cuanto el toro soltó a su presa, apenas afuera del tercio y sin derrotar, en cornada de una sola aunque devastadora trayectoria. Al herido se lo llevaron precipitadamente hacia una terrible muerte por septicemia –no se conocían aún los antibióticos– y Fermín, como segundo espada, fue a recoger a la barrera los trastos con que daría pronta cuenta del animal. E L NEXO INTELECTUAL. La cercana amistad de García Lorca con Sánchez Mejías databa de varios años atrás, cuando el torero se acercó al grupo de poetas jóvenes que acabarían integrando la llamada Generación del 27. Lo movía el mismo interés intelectual que lo había llevado a escribir crónica y ensayo taurinos, y hasta un drama psicológico titulado Sin razón, que evidenciaba en aquel insólito matador un amplio conocimiento de las teorías de Freud, muy poco difundidas entonces por España. Otros nombres ilustres ligados al 27 son los de Alberti, Bergamín, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Manuel Altolaguirre, Pedro Salinas y el nobel Vicente Alexandre, que tuvieron en Mejías un tenaz y efectivo impulsor, aportando su prestigio personal pero también su 232
generoso peculio. Buena prueba del agradecimiento y dolor de sus amigos está en los poemas elegiacos que a su muerte le dedicaron tanto Lorca como Alberti. VALIENTE PERO VULGAR. Paradójicamente, y aunque sin duda poseía buena técnica y sabía torear, el torero más culto de la historia fue un diestro sin estilo ni clase, que sobresalía fundamentalmente por sus alardes de valor, teatral e i nteligentemente administrados. Tanto que le permitieron rivalizar con Gaona, Joselito y Belmonte –cumbres de la época, en México y en España–, así fuese de manera fugaz. MÉXICO EN LA CIMA . Pero la trágica corrida de Manzanares nos aporta un dato más. Fermín Armilla le cortó al quinto de la tarde las orejas, el rabo y dos patas. Otra contundente evidencia de por qué, en la España de los años treinta, el Maestro de Saltillo fue una figura sin parangón. Y objeto de la ignominia de un boicot, por parte de sus pares hispanos, que Juan Belmonte bautizaría como el boicot del miedo.
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LA SUERTE O LA MUERTE, DE GERARDO DIEGO (4 de enero de 2016)
Sobre la poesía taurina, que no es precisamente escasa, existen, al menos, dos certezas universalmente compartidas: 1) El llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, es uno de los mayores poemas en castellano de todos los tiempos, y en materia elegiaca, rivaliza sin desdoro con las Coplas (por la muerte de su padre) de Jorge Manrique (fallecido en 1479); 2) En tanto poemario taurino (volumen que reúne todos los poemas de un autor), la más elevada calidad corresponde a La suerte o la muerte, publicado por Gerardo Diego en 1963. Como García Lorca, Diego pertenece a la llamada Generación del 27 (Jorge Guillén, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, el nobel Vicente Aleixandre…), cuya producción poética ha sido equiparada con lo mejor del Siglo de Oro español. De todas las luminarias de dicha generación –que tuvo, por cierto, en el infortunado matador Sánchez Mejías a uno de sus mayores apoyos, tanto propagandístico como económico–, el santanderino Gerardo Diego (18961987) fue el más aficionado a toros. Y su poemario, del que ofrecemos en esta primera columna de 2016 una brevísima muestra, refleja con nitidez ese equilibrio feliz entre creación literaria de alto nivel, y sapiencia y amor genuinos por la Fiesta. SALIDA DEL TORO. Es el comienzo. Es el alfa. / Y el chiquero –vientre y sombra– / arroja sobre la alfombra / una negra sed de alfalfa. / ¿Dónde está el arroyo fresco? / No hay más sombra de arabesco / que el capote, sierpe seca. / Todo es límite y res iste / y al álgebra ¡luz! Embiste / la negación que derrueca. VERÓNICAS GITANAS . Lenta, olorosa, redonda / la flor de la maravilla / se abre cada vez más honda / y se encierra en su semilla. / Cómo huele a abril y a mayo / ese barrido desmayo / esa playa de desgana / ese gozo, esa tristeza, / esa rítmica pereza, / campana del sur, campana. 234
MEDIA VERÓNICA. Uno, dos, tres, siete lances / columnas de un monumento. / No se deshaga en romances / que no se lo lleve el viento. / Falta la cúpula alta, / la rotonda que se exalta / sobre la teoría jónica. / Y la torera cintura / –flor de elegancia– clausura, / pura, la media verónica. SUERTE DE VARAS . Cruje el rey sus soberanos / huesos. Qué poderío / Y el caballo alza sus manos / como tañendo el vacío. / Un minuto dura, eterno, / el alto pujar del cuerno / contra el pulso que se afianza. / Ni uno de los dos cediera / si el maestro no te ndiera / la larga de la esperanza. CAÍDA AL DESCUBIERTO . La caída al descubierto / levanta a la plaza en pie. / El caballo se hizo el muerto, / muerto el piquero se ve. / Pero entre el jaco y pavura, / saltando pica y montura, / allá va –rayo– el espada. / Y el monosabio al urcola, / sirgando por la empopada, / tira y tira de la cola. LA ALTERNATIVA. Hay una luz decisiva / en el ruedo de la feria. / El tomar la alternativa / es ceremonia muy seria. / Hamlet, la gloria de ayer / encaja el “ser o no ser” / al nuevo, flamante espada. / Faltan manos para el trueque / y abrazos. Vuela, alfaneque, / a ser o César o nada. N ATURALES . El toreo se hace hondo, / a un tiempo se abisma y vuela / cuando va el toro en redondo / atado el cuerno a la tela. / Que naturaleza rija / el pulso, y que la sortija / de la suerte se acompase. / De frente, que el toro elija / y dibuje, cierre, exija / base, pase, clase, frase. P ASE DE PECHO. Entre un temporal deshecho / la gruesa nave embestía. / Al pasar por el estrecho / la plaza se estremecía. / Tú erguido, firme, derecho, / faro en tu roca vigía, / larga el brazo, álzale al techo, / rompa la espuma bravía. / Y allá va el pase de pecho. / Fue la noche y ya es el día. AYUDADOS POR BAJO . El toreo ¿sube o baja? / Aún recuerdo una faena / – ayudados en cadena– / de Juan Belmonte a un Murube. / Y fue verdad. Y yo estuve. / Suerte la mía, chiquilla. / Bilbao. El murube humilla. / Ay, qué pasión, qué tensión. / Qué hondo y largo y lento son / al doblar por la rodilla. TORERO MEXICANO. Esbelto, de goma elástica, / con otra luz y otra plástica / vino el torero de México, / con su sabor de onomástica / y su novedad de léxico. // Y aunque se ve que es el mismo / cañamazo y alfabeto / hay un dechado, un guarismo / de sismático ba utismo / y defendido secreto. // Sólo una Meca, un Califa, / entre el Roncal y Tarifa / qu i235
so el padre del toreo . / Un solo premio en la rifa / el hijo de Zebedeo. // Y una india matriz concibe, / más allá del mar Caribe, / un chamaco –¿un héroe, un golfo? –, / y lo cristiana y lo inscribe / con el nombre de Rodolfo. // El nuevo Martín Lutero / ya se estira y se apersona, / y se estiliza, altanero./ ¡Qué elegancia de torero / la de Rodolfo Gaona! // Pues su quiebro de rodillas / y su larga y su verónica, / su tercio de banderillas, / merecen, no estas quintillas, / otro Bernal y otra Crónica. // Lámina pura de oro, / flexible, sonora, huera, / riza y desriza ante el toro / el azteca meteoro de la sagrada gaonera. // De p echo con la derecha / va a ser el pase que estrecha / Menfis, Aldamas y Bali, / hieratismo con sospecha / de pirámide o teocali. // Después, y ya en pleno cisma, / las dinastías honrosas: / los Freg –sangres generosas– / y los Armillas en prisma / de facetas espinosas. // Y Garza, que es ave rara. / ¿Y Arruza? Si se alquitara / su sangre, si no se cruza / ¿no es toda nuestra esa cara, / “veni-vidi-vici” Arruza? ÉGLOGA DE ANTONIO “BIENVENIDA” (FRAGMENTO). De un Antonio a otro Antonio tiendo un arco. / Fábula de Antonio Fuentes. / Égloga de Antonio “Bienvenida”. / Arco de puente al río de mi vida. / Y cómo fluye el agua año tras año / llevándose en su espuma imperceptible / la repetida suerte, la increíble / revolera de engaño y desengaño… mientras que el dogma insigne de la gracia / por medio siglo permanece y crece / en la media docena / –oh tradición, linaje, aristocracia– / de los grandes electos en cadena. / De Antonio y Rafael / a José y Juan, a Pepe Luis y Antonio / –con tres o cuatro más, que no excomulgo–… / va el toreo, va el río por su cauce / espejando en remansos que no quiero / la caña degollada de Granero / y del gitano Curro Puya sauce. / Égloga sueño este poema, Antonio, / mi puro testamento o testimonio / de la suerte o la muerte. / Égloga o elegía, / pues la alegría unida a la tristeza / en el toreo son naturaleza, / don de lágrimas hondo, y merecía / tu cruzar por la plaza paso a paso / el verso natural de Garcilaso. P LAZA VACÍA (FRAGMENTO). Plaza de toros, vieja y noble plaza, / desierta al amarillo sol de enero. / Decoro renaciente, árabe traza, / circundando una ausencia de toreo. // Yo gusto de asomarme al graderío, / lecho de humanidad torpe y prensada, / que hoy se me ofrece incólume y vacío, / concéntrico diafragma de la nada… Toda la plaza siente en sus costuras / nostalgias de ruinoso jaramago. / Reina el olvido, oh paz de las alturas, / y el incrédulo tiempo obra su estrago. // ¿“Lagartijo” existió? ¿Y aquella larga? / ¿Dónde la estela del vibrar cenceño? / Sobre la arena pálida y amarga, / la vida es sombra, y el toreo sueño . 236
TRES TERCIOS, CUATRO CRONISTAS Y UN POETA
VERÓNICAS DE BRONCE . Sobre la arena húmeda se abrió el asombro de un capote de torear duro y moreno como de bronce, hondo y suave como una caricia. Rosas de hierro forjado resbalaron al suelo desde sus pliegues florecidos; rosas de hierro como las de una balconería de palacio virreinal. A fuego vivo labró el artista ante nosotros el milagro; siete lances y medio como rosas de forja dieciochesca. Y la multitud se entregó al prodigio, porque había presenci ado la resurrección de los viejos, desdeñados prestigios de la verónica. … Allí, en los tercios de la plaza El Toreo, quedará el aroma ennoblecido de la s verónicas que Luis Castro diera al toro Porrista de Torrecilla, la tarde del 5 de marzo del año del señor de 1944. Allí quedarán para que nadie ose borrar con lociones de peluquería la fr agancia clásica de esos siete lances. Siete lances como siete rosas de hierro forjado. CARLOS SEPTIÉN GARCÍA, “E L TÍO CARLOS” / El Universal, 6 de marzo de 1944 QUITE SOLORZANISTA. Por cuenta del Conejo Chico es el primer encuentro de “Perlito” con la caballería, al quite acude Chucho Solórzano, y clava los pies en la arena y esculpe tres prodigiosas, lentas, suavísimas verónicas. Y luego, la sorpresa: es la chicuelina, pero desarr ollada por abajo, dejando caer el capote, girando entre los pitones con sencillez exquisita. Así hasta tres veces. Y la multitud en un principio contempló con azoro la ejecución del magnífico lance. Para después estallar en tempestuoso aplauso… Y todos se dijeron al punto: –Esto es nuevo– –¡Es de Chucho! ¿Convenimos al fin en que el torero mexicano no es gregario, y posee raro sentimiento a rtístico y delicada inventiva? CARLOS QUIRÓS, “MONOSABIO” / La Afición, 28 de febrero de 1933 237
BANDERILLAS: ESTAMPA DE GALLITO CON GAONA. Huraño, cenceño, altivo / Quieto en la estampa te veo / Como cuando estabas vivo / En la suma del toreo // Te da los palos José / –Las banderillas, tu suerte– / Él lo sabe –y yo lo sé– / No por competir, por verte // Por ver en tiempo y espacio / El milagro de ajustar / Los pies al verso de Horacio // Y salir como al entrar: / Andando, abriendo despacio / La gloria, de par en par. JOSÉ ALAMEDA / El hilo del toreo, p. 161 TRES GRANDES DEL SEGUNDO TERCIO. ¿Los tres mejores pares de banderillas que vi en mi vida? Todos al mismo toro: “Pichirichi”, de Zacatepec. El de Carlos Arruza fue un prodigio de maestría, incluido el galleo para ponerse él mismo en suerte al bicho y la forma de irlo consintiendo una vez prendido en lo alto aquel mar avilloso par al cuarteo. David Liceaga, jugueteo por delante hasta ponerlo al hilo de las tablas, se distanció un buen trecho corriendo hacia atrás con agilidad y gracia y quebró a espalda de los tableros un par ajustadísimo. Y Fermín Armilla, que había invitado a sus alternantes y presenciaba desde los medios la memorable escena, vio de repente como “Pichirichi” lo avistaba y se desprendía en su dirección como una bala: el maestro aguantó impávido como una escultura, se lo dejó llegar hasta casi la faja y allí, en los mismos medios de El Toreo, le quebró el viaje por el pitón derecho y reunió en las péndulas las banderillas. Todo eso transcurrió en segundos, un minuto a lo sumo, y de sólo recordarlo todavía se me pone la carne de gallina... RAFAEL SOLANA / Revista de la Comunidad Conacyt, abril-mayo 1980 UN TORO, UN TORERO, UNA FAENA Y UN VOLAPIÉ ¡Y TODO AUTÉNTICO! La verdad y la belleza: Todo fue auténtico. El bravo y noble toro de La Punta; el torero que lo es, de los pies a la cabeza, y que se llama Fermín Murillo; la faena, de perfecta medida, y el volapié, soberano. De gran trapío, bien armado, salió comiéndose los capotes, doblando cod iciosamente sobre ellos y fue a los caballos con ímpetu y fiereza, derribando jinetes y cabalgaduras. El punteño era eso, un toro: algo tan sencillo en otra época, no tanto en esta … 238
… Después ya no se vio nadie más en el ruedo sino, únicamente, un torero y un to ro… en constante relación. La lidia tuvo una rara unidad. Ajustados los ayudados por abajo, desde muy cerca, fueron subiendo de tono, hasta adquirir una largueza y un temple excepci onales. Los naturales, sencillamente perfectos, culminaron en uno de increí ble extensión y en cuyo transcurso los pitones fueron siguiendo la muleta, siempre a la misma distancia: el brío del pase de pecho fue el clásico remate. Estábamos viendo torear con limpia y enjundiosa ve rdad… Y dejándose ver entró a matar Fermín Murillo. Por derecho, tan lentamente como había toreado y hecho saborear el toreo, fue hundiendo el acero en el morrillo, mientras el tor ero se recreaba en la estocada. Todo fue verdad, valerosa verdad, bella verdad e inesperada, porque ahora todo se falsifica en el mundo de los toros. La oreja, y más que la oreja del toro, la conquista del público mexicano por un torero de verdad, ajeno a la publicidad y los sens acionalismos escandalosos. JUAN DE MARCHENA / Esto, 11 de enero de 1965
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ANTONIO CABALLERO (5 de enero de 2015)
Los fines de año, el columnista se siente inclinado a buscar algún libro de toros digno de ser leído o releído, reemplazando la emoción que falta en los ruedos por el placer de la lectura. Tocó esta vez turno a una reedición reciente de Turner, A la sombra de la muerte, escrita a principios de los noventa por Antonio Caballero (Bogotá, 1945), autor tan original que ocupa en la literatura taurina de hoy un lugar sin etiqueta posible. Con esta ventaja: podremos tener a veces ganas de protestarle alguna opinión suelta, pero nunca su manera de expresarla. Vean si no. LA FIESTA. Bueno, la barbarie: sangre y arena, sol y moscas, vocerío, crueldad y mucha trampa. Pero nadie que haya visto a Rafael de Paula torear a la verónica, o a Antoñete d ejar parado a un toro en la esquina de una media o a José Tomás levitar mientras torea… puede olvidarlo nunca. Y al contrario, el recuerdo se estira y se despereza en la memoria, y lo que fue un fogonazo se patina de lentitud y nostalgia… Nada hay más bello y a la v ez más fuerte. La fuerza –y también la violencia: una violencia mágica, armoniosa, musical – forma parte de esa belleza fugaz y duradera del toreo, que es lo más bello del mundo . JUAN BELMONTE . No son muchos los hombres que han inventado un arte… Orfeo, por ejemplo, inventó la música; pero nadie toma en serio la existencia histórica de Orfeo, sin hablar de que en otras civilizaciones la invención de la música es atribuida a Gilgamesh o a Quetzalcóatl. De Juan Belmonte, en cambio, sabemos exactamente cuándo y dónde nació: en el número 72 de la Calle Ancha de la Feria, en Sevilla, el 14 de abril de 1892. Y sabemos que, a continuación, inventó el toreo. … ya famoso, continúa confesando que como espectador en la plaza se siente incapaz de lidiar al toro (que está) en el ruedo. De lidiarlo probablemente era incapaz. De torearlo, no… Desde Pedro Romero hasta Joselito el Gallo (histórico rival de Belmonte), lo que se hacía con los toros era lidiarlos: someterlos y matarlos en un combate cuerpo a cuerpo… 240
Belmonte introdujo en esa lucha la dimensión del arte: de lo imaginario… le dio una espiritualidad que antes no tenía: como si le hubiese dado el alma. CURRO ROMERO. No sé quién dijo –Bienvenida, tal vez…– que el arte es lo que queda cuando se quita todo lo que sobra. Curro Romero, el viernes por la tarde, quitó todo lo que sobraba del arte del toreo. Lo hizo con un torito colorao de Moura bautizado con el nombre predestinado de “Soneto”… No es que hiciera un soneto sino que lo inventó: nuevo, crujiente, oloroso, recién hecho, como le salían a Petrarca en el siglo XIV. El toro lo ayudó, como ayudó Laura a Petrarca con su simple existencia: tan embestidor y tan grácil, coloradito y bien hecho, y tan noble que teniendo a Curro entre sus astas para cornearlo de veras no lo hizo, porque estaba concentrado volviendo a contar los versos para ver si eran catorce y el s oneto estaba hecho. Se ha dicho que lo distrajo la gorrita milagrosa que le tiró un arenero… Para milagrosa, la faena de Curro. CÉSAR RINCÓN. La plaza llena hasta los topes, y a la espera. Cuando salió Rincón por la puerta de cuadrillas, un largo aplauso. Porque el público de Madrid, que es el más mezquino y rencoroso del mundo, es también el más agradecido. Y sabe perfectamente lo que le debe a Rincón: el haberle devuelto a la fiesta un elemento que desde hacía años venía fa ltándole: el toreo. Al día siguiente lo diría Vicente Zabala publicando en el ABC una foto a toda página de Rincón frente al toro titulada “He aquí el secreto” –y el secreto no es más que eso: el torero frente al toro y no al hilo del pitón. JOSELITO. En la plaza de Úbeda, reducida y ruidosa, le decía Emilio Muñoz, ese torero flamígero y barroco de Triana, al sobrio y silencioso Joselito, que se estaba jugando en s ilencio la vida ante un toro probón y buscador de Algarra: “¡José, si da igual, que éstos no entienden!” En los tendidos, la gente protestaba. Y Joselito seguía toreando con calma ante la incomprensión estética del público, ante la incomprensión ética de Muñoz. Toreaba simpl emente como tenía que torear. La frialdad, o más bien, la impasibilidad del clasicismo no es otra cosa que sentido de responsabilidad… El clasicismo consiste en que nunca haga falta lo que le sobra al arte… y más que frialdad es lucidez (que) no excluye el viento repentino de la inspiración… Cuando la serenidad de la estructura clásica se encuentra con el empuje romántico de un toro bravo, el resultado puede ser admirable. MANIZALES. Como en todas las cosas serias de la vida, en los toros no hay dos cosas sino tres: toro, torero y público. Sin el público que mira no hay toro ni torero, así como el yin 241
y el yang, que según los sabios chinos conforman el Todo, no lo conforman solos: necesitan, además, el ojo de un sabio chino. En la feria de Manizales hubo toros y toreros , pero faltó el chino. Quiero decir, que el público mira las corridas no con el ojo crítico de la sabiduría, sino con el festivo del entusiasmo: mucha bota de vino con brandy y aguardiente, mucho pasodoble, mucho transistor… y un público demasiado orejero, demasiado bondadoso y contemporizador, y mucho más atento en la plaza a lo superfluo que a lo importante. Por eso, aunque a lo largo de la feria se vieron buenos toros… como los de Rocha, con ganas de pelea con el caballo y difíciles para la muleta… o como los de La Carolina… que iban fijos y alegres al trapo del torero…, los más aplaudidos fueron los toritos institucionales de Ernesto Gutiérrez, blandos como la melcocha… Todo está muy bien, sin duda. Pero para ver cosas así no es necesario ir a los toros: bastaba con el Baile de Fantasía del Club Manizales. E L MISTERIO. En los toros, como en el más vasto devenir del universo, nunca sabemos lo que va a pasar… Los mejores matadores, la ganadería más afamada, y en el periódico de la mañana un delicioso pronóstico meteorológico… y resulta que todo sale mal. O al revés: es un sobrero de descarte, polvoriento de corrales, el toro que sí sirve, y el matador que venía de relleno es el único que de verdad torea. Nunca se ha dado el caso, en un concierto, que al final reciba más ovaciones un segundo violín que el director de orquesta: en los toros sí. Ni que triunfe el electricista y fracase Mick Jagger: en los toros sí… No es como el futbol. Porque se habla mucho de futbol, sí, pero Góngora no escribió sonetos al respecto, ni Picasso pintó goles… ni se han armado nunca polémicas feroces sobre si debe o no prohibirse el futbol. No es como el ajedrez o el ballet, cuyos términos técnicos –mate pastor, fouetté– son incomprensibles para los profanos: los de los toros los entienden todos los que hablen español… y hasta el más antitaurino sabe que quiere decir “la hora de la verdad”, o “salir por la puerta grande”, o “ver los toros desde la barr era”. BRINDIS. ¿Verdad que hay un elegante misterio y una estimulante sugestión intelectual, espiritual y estética en cada una de las líneas de Antonio Caballero? Sirvan, en nuestro caso, para desear al lector un año capaz de superar malos augurios y derrotar con arte a la incertidumbre. En los toros y en la vida. 242
SUBCOMANDANTE MARCOS: UNA PARÁBOLA TAURINA (5 de marzo de 2001)
Todavía con el regusto de la impresionante pieza de literatura política que el Sup fue desgranando honda, lenta, templadamente de cara a un zócalo más lleno de poblanos que nunca, ofrezco al lector transcripción de un curioso texto epistolar del mismo autor, originado hace años en la selva lacandona y lleno de alusiones portadoras de un sorpresivo amor por la fiesta de toros, más que de profundos conocimientos sobre la materia. Dice así: “Sigo sin poder bajarme de la ceiba. La luna es un toro de plateada cornamenta que embiste al oriente (…) Yo pienso que, no siendo guerrillero, torero fuera. Pretendo entonces tomar la noche como negro capote, pero tiene tantos agujeros semejando estrellas que desisto de mi intento. Me quito del cuello el descolorido paliacate, ya más marrón que rojo, y lo despliego con una elegancia que ya quisiera Sánchez Mejías. Grillos y cocuyos llenan el tendido de sombra, el de sol está vacío por obvias circunstancias. Yo me dirijo al centro de la plaza que, como es el centro de la copa de la ceiba, es más seguro y queda a unos pasos. Cito a la luna intentando una media verónica. La luna-toro se sigue de largo. Es inexplicable que no perciba a tan gallardo torero. Cito de nuevo, el público está impaciente y una martucha bosteza de fastidio. Nada, apenas una luciérnaga embiste zigzagueante. Un muletazo untado a la ci ntura no consigue arrancar del respetable nada que no sea el continuo aserrar de los grillos. El toro lunático sigue adelante sin voltear siquiera. Yo me siento en un rincón y suspiro de tristeza. Lo que es a mí, ni las mujeres ni las lunas me hacen caso… (…) Durito opina que es más fácil torear cometas, salen de donde menos se espera uno y son enjundiosos como toro de Miura. La luna siempre tiene el mismo derrotero y, aunque eso facilita el estoque final, no permite mucho lucimiento del traje de luces y el respetable tiende a aburrirse soberanamente… Yo le doy la razón y la muleta. Durito quiere enseñarme unos pases que, dice, le enseñó Federico García Lorca. A mi pregunta de si los escarabajos ta mbién torean, Durito responde que uno debe saber de todo y que el toreo es como la política, aunque en ésta los toros salen bastante mañosos y traicioneros. ‘Es más, a mí me decían Du243
rito El Camborio, y lo que en otros no envidiaban, ya lo envidiaban en mí’, dice. En ésas estamos cuando escuchamos unas voces al pie de la ceiba. (…) Yo me quedo inmóvil, fumando. Mis lances toreriles deberán esperar, para mostrar su gracia, mejores ocasiones y tiempos menos beligerantes. Durito suspira en tono flamenco pues no hay trigo en los tendidos. Abajo, se aburren y se van… (…) La luna termina por embestir el horizonte, justo en la oscura mul eta de la montaña. De reojo mira la luna al Sup. Él está enjugándose la cara con el capote. Ya no supo si lloraba… El Sup en mitad del ruedo esperando, paciente, a que el reloj marque las cinco de la tarde. La hora –su hora– está cada vez más cerca. Ojalá que los toros embistan noblemente, y sea por el bien de todos, digo yo.”
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VIDALIANA (15 de abril de 2002)
La trinidad toro-torero-público no se basta a sí misma para certificar el hecho taurino y develar su entraña. De ahí la importancia del crítico, que cuando lo es de verdad aporta nada menos que ese hilo conductor con el cual se va tejiendo la pequeña y grande historia del toreo. Lo que sigue es un homenaje-muestra de Joaquín Vidal, cronista titular de El País recientemente desaparecido. ANTOÑETE . Las faenas de Antoñete, dos lecciones magistrales de la mejor tauromaquia, tenían sobre todo una carga de torería que aromatizaba no ya las suertes, sino cada uno de sus movimientos. La soledad trágica que viven toro y torero… emanaba ayer una emotividad máxima. Crecido el maestro en su arte, transfigurado, iba creando una obra hermosísima que se remontaba a sí misma en cada nuevo pasaje. El entramado de la faena era el toreo fundamental, por naturales principalmente… instrumentados con gran hondura (Madrid, 07.06.85). CURRO ROMERO. Al cuarto, Curro lo acarició por alto, lo mimó por bajo, ejecutó unos redondos de cadencia sutil, embarcó relajado y apuesto, recreó trincherillas y kikiriquíes, e ntonó kirieleisones, volvió a los naturales y al ver los dos últimos –el mando, el arte y la gracia en fusión nuclear–fue San Pedro y le entregó las llaves del cielo… Una cosa es Curro, otra todo lo demás de la Creación. Su fama –fantástica, contradictoria y estrambótica– hace creer a algunas gentes que nunca ha cortado dos orejas, que nunca conoció la gloria. Pero sí la conoce. Ha estado en la gloria muchas veces. Sólo que había bajado a merendar. Y ayer volvió a subir (Sevilla, 17.04.99). JOSÉ TOMÁS. Llegó José Tomás, se puso la muleta en la izquierda y acabó con el cuadro… La hegemonía de los pegapases y sus derechazos pasó a mejor vida. De momento, pues el público actual, ya se sabe. Pero la esencia y la hondura del toreo verdadero quedaron pla smadas, para que se sepa cómo es, para quien lo quiera mejorar… si puede… El toreo no ha muerto… El toreo es como lo realizó José Tomás en el puro platillo de Las Ventas (Madrid, 27.05.97). 245
E L JULI. Hubo un momento… No importa que fuese sólo un momento. La fiesta más bella está hecha de momentos, de detalles, de sutiles emociones. Cuando la gloria y la tragedia bailan sobre un filo apenas perceptible pasan estas cosas, que, o son magia o no se pueden entender… Los momentos, los detalles, las emociones los trajo El Juli y supieron a caricia de brisa fresca. Ocurrió en el primer tercio de su primer toro. El Juli se abrió de capa y dio un recital de recursos y de inspiración. Bendita variedad del toreo de capa. Un honor a la vari edad del toreo en toda suerte y en cualquier tercio (Sevilla, 05.05.2000). HERMOSO Y “CAGANCHO”. Cagancho mecía la abundante cola, cabalgaba a dos pistas, presentaba los pechos apalancándose sobre las patas, cuarteaba, terciaba, retaba según le conviniera, y las suertes del toreo a caballo salían como de seda… Un jinete con alma torera es menester que vaya en la silla para que se produzcan las suertes bellísimas que “Cagancho” y Pablo Hermoso recrearon de consuno en el segundo toro de rejoneo (Pamplona, 07.07.97). LACRAS. Hubo un toro que se dejó. En el lenguaje de los revisteros áulicos, se dejó es término común. Se han traído un vocabulario plagado de vulgaridades… en el que se encuentran el toro que se dejó, el que sirvió, el torero que tocó pelo, y, de ahí en adelante, el zamacuco, el tócale y el pónsela, el arrimón, el torero que estuvo importante y otras perlas … Si la palabra es la idea, de esos términos se deriva que, el toreo, mal asunto. Tener un concepto utilitario de la lidia es desconocerla. Tener un concepto utilitario del toro es despreciar su casta y su bravura. Y quizás se encuentre ahí cierta explicación a las razones por las que han co nvertido en bucólico morucho al toro bravo (Sevilla, 16.04.97)… Decía un ganadero histórico que, si a los toreros les interesara que los toros no se cayeran, no se caerían nunca (Valencia, 27.07.97).
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LA TARDE PERFECTA, POR SIMÓN CASAS (6 de enero de 2014)
El título completo del libro es La tarde perfecta de José Tomás y acaba de ser presentado en México el mes pasado. Escrito por el empresario y apoderado francés Simón Casas, se le supondría pensado para recrear la famosa corrida del 16 de septiembre de 2012 en Nimes, en la que JT se encerró con seis toros de distintos hierros y obtuvo un triunfo memorable. Es así, pero sólo parcialmente. Concebido en tres partes bien diferenciadas –o tres tiempos, como los llama el autor– en realidad es una especie de larga carta personal dirigida a Alain Montcouquiol, con quien Bernard Simon Bomb (es decir, “Simón Casas”) compartió el sueño de ser torero, primero en su natal Nimes y, antes de que cumplieran ambos los veinte años, en la mismísima capital de España. Con escasa fortuna en apariencia, pero arando sin desmayo para sembrar la semilla del moderno toreo francés, hoy tan en boga. Prologuista de la obra es el muy original y celebrado músico argentino Andrés Calamaro, ferviente taurófilo, para escozor de los que propalan que la fiesta de toros es hija bastarda de la barbarie hispana, y reflejo de la incultura y atraso de unos cuantos pueblos más. HOMENAJE A LA FRANCIA TAURINA. Si el hilo conductor de La Tarde perfecta es, efectivamente, un relato de la referida corrida de 2012 en las Arena s de Nimes –no existe en el mundo un anfiteatro romano mejor adaptado al toreo–, hay una larga elipsis –todo el segundo tiempo– reservada a la reconstrucción sentimental del impulso inicial de los primeros toreros franceses de la era moderna, encabezados de algún modo por la pareja Casas-Montcouquiol. Una historia poco conocida, sin la cual sería inimaginable el auge posterior de la tauromaquia gala, tanto en la arena, vestida de luces, como en los tendidos de sus plazas, a menudo repletos, así como en la abundante y valiosa literatura que la ha acompañado. 247
FRANCESES Y POLACOS. En un siglo, sólo hubo cuatro matadores franceses, cuyas modestas carreras no habían aportado ningún brío a la historia del arte taurino. En mi época (años 60) ser torero y ser francés también podía ser síntoma de una forma de demencia… (Simon y Alain) nos estábamos condenando, sin saberlo, a un caos de identidad que nunca dejó de pesarnos… (pp. 52-53). No exagera el autor. Cuenta incluso que cuando se acercaron al empresario de Saint-Sever, en Las Landas, para solicitarle una oportunidad, su respuesta fue: “mientras yo viva, ningún torero francés pisará mi ruedo…” En semanas subsecuentes, semejante afrenta le costó al buen hombre una invasión de veintita ntos espontáneos en sus novilladas, entre otros Frédéric Pascal, Jacques Brunet “Jaquito”, Lucien Orlewski “Chinito de Francia” (el primer francés que salió en hombros de Las Ventas), Simon y Alain, por supuesto, y además Christian, hermano del segundo, que por entonces aún no se llamaba Nimeño II. ¡Cinco de nosotros tomamos la alternativa!… Y sin embargo, por nuestras venas no corría sangre española… la de Chinito era medio vietnamita, medio polaca. Polaca… al igual que la de Sebastian Castella… o la mía, mezcla sefardí-turco-polaca (un día deberíamos preguntarnos de verdad por qué corre tanta sangre polaca por las venas de los toreros franceses) (p. 67). NIMEÑO II… Y SU HERMANO ALAIN. Figura en ese segundo tiempo este emocionado recuerdo del infortunado Nimeño II: Sórdidamente enganchado por un miura en Arlés, Christian cayó de cabeza después de que su cuerpo, desarticulado como el de un títere, volara más de dos metros… (cuando) llevamos a Christian a la enfermería estaba inánime y con los ojos en blanco… José Luis (Segura, su apoderado) me dijo, con voz sollozante, que le habían practicado una traqueotomía, que el cuerpo de Christian ya no respondía, que las vértebras cerv icales estaban afectadas, que un helicóptero lo llevaría a Marsella… Llovía a cántaros. En el hall del hospital, Alain (el primer Nimeño, hermano del herido) aguardaba con dos o tres íntimos. Se dirigió a mí. Lo llevé al parking. Nos sentamos en mi coche como si estuviéramos a punto de hacer un largo viaje, pero el coche no arrancó. La lluvia golpeaba en ráfagas ruidosas ¿Qué nos dijimos? Poca cosa, quizá nada… (pp. 72-73). Pocos años de inmovilidad tetrapléjica después, Christian fue sepultado como un héroe en la catedral de Nimes. Durante el oficio sonó una de sus rancheras preferidas: “con dinero y sin dinero… sigo siendo el rey…” Sí, con su muerte, este ni-moi (natural de Ni248
mes, en francés) se convirtió en rey. Desde la Roma antigua, ¿habrá tenido Nimes un héroe más mítico? (p. 73). ¿Qué fue de Nimeño I? Alain Montcouquiol no quiso siquiera tomar la a lternativa (sí lo hizo Casas, su compañero de andanzas madrileñas, aunque el mismo 17 de mayo de 1975, en cuanto se despojó del terno negro y oro con que recibiera la investidura, se dio por bien servido y definitivamente retirado). No obstante, Simón le rinde este tributo fraterno: tenía todas las cualidades para convertirse en un gran torero: fuerte personalidad, técnica segura, repertorio variado, pasión. Alain sigue siendo para mí el “torero francés desconocido” que iluminó la carrera de los m atadores que nos sucedieron (p. 113). DOS CAFÉS, DOS ÉPOCAS. En Madrid, a los dos francesitos les gustaba merodear el Café Gijón, frecuentado más por gente de la cultura que del toro. Para poder comer, Simón y Alain, seguros de su apostura, andaban a la caza de cocteles e inauguraciones, donde nunca faltan ni los bocadillos ni el buen vino, y a los que procuraban colarse vistiendo sus mejores trapitos y colgada del brazo alguna chica de trapío apantallador. No llegaron a torear seriamente, fuera de algunas capeas y esporádicos tentaderos donde quizás les dejaran echar capa. Todo esto recordaba Simón Casas en el Dolce Café de Nimes, ojeando su agenda de 1965, rescatada de alguna caja polvorienta. Y mientras hacía los últimos ajustes a las cuentas de la ya inminente encerrona de José Tomás. Con más cuidado que nunca, pues su acuerdo con Salvador Boix, el músico catalán de jazz que apodera al diestro, señalaba que Casas no perdería ni un euro, pero todas las utilidades serían para JT. Ése fue el trato. Lo tomas o lo dejas, le había dicho Boix. Para dar fe de la clase de compromiso que contrae el torero de Galapagar las pocas veces que se viste de luces –apenas tres en 2012, ninguna en 2013–, en el artículo 7 de sus contratos se lee: “Equipo médico obligado, además del de reglamento: un cirujano torácico, un cirujano vascular y cuatro bolsas de sangre A negativa…” (p. 30). E L INDULTO DE “INGRATO”. El toro de Juan Pedro Domecq, quinto de la mañana nimeña (la corrida se celebró a mediodía, lo cual no es inusual en 249
Francia), saltó de salida al callejón, como lo hacen los mansos que quieren huir. Lo hizo justo contra el burladero de los médicos de plaza y: Su impulso fue tal que alcanzó con el cuerno el antebrazo de un cirujano, que quedó estupefacto al resultar, por pr imera vez, el improbable herido. Se abrió una puerta para que Ingrato volviera al ruedo. Entonces se encontró a José Tomás, quien, sin el menor gesto de duda, lo recibió en los pliegues de su capa sujetándola únicamente con la mano derecha, cosa que nunca se hace, y enlazando los pases como si toreara por derechazos. Ingrato embestía una y otra vez con una suavidad poco habitual en ese momento de la lidia… Entonces, JT creó un repertorio teniendo por in strumento su capa de seda. Hizo florecer ante nuestros ojos pases raros con lo s enlaces más insólitos: caleserinas, fregolinas, serpentinas, tapatías, rancheras… ¡Pases recogidos en ramos como si fueran flores!… una sobredosis de belleza… Así se desarrolló la faena: nos transportaba de sorpresa en sorpresa, nos bamboleaba en un torrente de emociones, nos proyectaba a un universo nunca imaginado. Llegó el momento en que el torero debería haber levantado la espada para entrar a matar. Se alzó una voz ¡Indulto! Después cien, después mil: ¡Indulto! ¡Indulto!… Los puristas protestaban… ¡No entendían que también Ingrato era un artista! ¡Un poeta en cuatro patas, cuya alma animal había evolucionado por la gracia de José Tomás, y que, en estos casos, la gracia se debe compartir! (pp. 98-99). E L OTRO TORO “NAVEGANTE ”. El 24 de abril de 2010, en Aguascalientes, “Navegante”, de De Santiago, a punto estuvo de acabar con la vida de José Tomás. En Nimes, el 16 de septiembre de 2012, cerraba plaza otro “Navegante” que, a contrapelo con la nobleza del resto de la corrida, resultó lleno de vicios y no se dejó engañar… el objetivo del torero era ganar, pase a pase, algunos centímetros de terreno, hasta p egar sus muslos a la punta de los cuernos de un animal obligado a rendirse poco a poco a un hombre que solamente utilizaba su valor para reducir a la nada su salvajería aparentemente indomable, consiguiendo de ese modo cortar otra oreja de un toro que no ofrecía ninguna posibilidad de triunfo… José Tomás cortó en total once orejas y un rabo (pp. 109-110). REFLEXIÓN FINAL. La actuación de José Tomás en la plaza de Nimes el 16 de septiembre de 2012 ha pasado ya a la historia de la corrida. Lo propio de las obras maestras es dinamizar la reflexión, iluminar la memoria, ofrecer al espíritu una mayor percepción y ma rcar con su sello el paso del tiempo. Esta corrida tuvo para mí ese efecto revelador, y lo mismo les ocurrió a los demás espectadores… (p. 20)… Sí, el tiempo se detuvo. José Tomás fundió 250
los corazones en una unidad sagrada, porque sólo lo sagrado puede imponer a miles de pers onas tan dichosa unidad. Así, los ruedos son templos donde el sacrificio del toro no se hace en vano y su muerte no es cruel. Desde la Antigüedad, ese sacrificio es mítico: la muerte del toro da sentido a la vida de los hombres… La dramaturgia de la tauromaquia se alimenta a la vez de belleza, de poesía y de preceptos condenados (p. 120). Cuando mi mirada se cruzó con la de Alain, me pregunté cuál de los dos, si él, conte mplativo agotado, o yo, activista exhausto, tuvo más veces acceso a la felicidad… con ese objet ivo emprendimos a los veinte años una carrera cuya línea de llegada, me temo, ni él ni yo hemos alcanzado nunca… ¡Ojalá hubiéramos podido torear como José Tomás! (pp. 110111). El libro termina así: … ¡Alabada sea esta iniciación, que ha forjado en tantas almas una percepción superior del destino! Hay quienes creen que la sangre no puede irrigar la cultura, y quienes han comprendido que la sangre, que es la vida, da sentido a la cultura. “Toda sangre llega al lugar de su quietud” (cita tomada del Chilam-Balam). … Oigo los tambores del batallón de ángeles que en breve habrán de llevarme al reino i ncierto. Que mis hijas lean, entonces, estas palabras, para que comprendan que el amor es a la vida lo que el toro al torero: un revelador divino. Que la perfección es una diana que s ólo se puede alcanzar con flechas sin veneno.
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NATALIA RADETICH FILINICH (24 de junio de 2013)
Pocas obras de tema taurino habrán despertado tanto interés, nada más salir a la luz, como Diálogo con Navegante, el recién publicado volumen que, con José Tomás como leitmotiv, reúne nueve textos de distintos autores que disertan en torno al torero de Galapagar y la gravísima cornada que hace tres años, en Aguascalientes, le infligiera “Navegante”, de De Santiago, y de la que salvó azarosamente la vida. Pasarían quince meses antes de que volviera a vestir el terno de luces, quince meses para la reflexión, que el torero sintetiza admirablemente en el escrito que abre el libro. Y que empieza, justamente, con una visita imaginaria del astado que casi lo mata. La aspereza de esta insólita relación va cediendo progresivamente a un diálogo escueto pero amistoso, entre dos seres ligados ya de manera indisoluble. Para la Fiesta y, sobre todo, para el hombre que derramó su sangre con profusión sobre la arena hidrocálida. Lo que no esperaba, francamente, era encontrarme entre los autores elegidos para enriquecer el contenido del libro –el Nobel Vargas Llosa entre ellos– a mi amiga Natalia Radetich Filinich. ¿Les suena raro este nombre? Pudiera ser, pero, para ir orientando el comentario, debo decir que se trata de la mejor pluma que hoy mismo tiene México –¿sólo México?– en cuanto a escribir de toros con verdadera erudición analítica se trata. IDEAS E IMÁGENES. Tan joven como es –veintitantos añitos, no más–, Natalia ha publicado ya un tratado sobre la risa que enfoca este fenómeno hondamente humano desde una perspectiva original y rigurosa. Mismos atributos del texto que memorablemente leyera durante el II Coloquio Internacional de Tauromaquia verificado en enero de 2012 en Tlaxcala. Si en aquella ocasión nos maravilló su modo de describir una famosa fotografía de Manolete –el pase natural a un Miura en Barcelona, año 1944–, trayendo plásticamente al presente sus diversos significados y apelando a su tremenda, cuestionada vigencia, nue252
vamente su análisis sobre la Fiesta, dividido en cuatro breves capítulos, arroja una mirada en la que campean la inteligencia, la profundidad y la pasión vital, expresadas con una elegancia y un estilo muy suyos. Pero también –y éste es quizá su rasgo más agradecible– está la frescura de una mirada nueva, arrojada con enorme perspicacia sobre el significado del toreo desde la filosofía, la historia y la sociología, tres profesiones hermanadas en Natalia a partir de su propia, y muy vasta, formación universitaria. RECINTOS CON MAGIA. El primer capítulo viaja del reconocimiento, no exento de cierto asombro, de una prehistórica relación del ser humano con bestias astadas –testimoniada por el arte rupestre– a la descripción de las plazas de toros actuales –“extraños recintos, consagrados al ritual tauromáquico y a su trágico desenlace: la muerte pública del toro bravo”–, hasta explorar lo que allí ocurre cada domingo, cuando acogen a una “minoría cultural que… reunida en los tendidos, participa de ese encaramiento entre hombre y animal y de su desenlace sacrificial.” Presente está también la interrogante de cuanto ocurre antes del sacrificio del burel. Esa extraña danza que el ojo del taurófilo examina minuciosamente, ya con escepticismo, ya con entusiasmo, y a veces con esa fascinación que solamente puede arrancarnos la visión de lo irrepetible y la visita transgresora de lo mágico. Arriesgada, diríase que siendo y sintiéndose muy torera, Radetich se adentra en los terrenos de máximo riesgo donde toro y torero cumplen el ritual, se pregunta qué es un pase y qué factores han de concurrir para que se suscite el encendido fervor de los presentes, más propensos siempre a la pa rquedad que al entusiasmo. Pero que, cuando éste se abre paso con toda su fuerza, pueden convertirse en los individuos más plenos y felices del universo. La verdadera catarsis del toreo, la tragedia moderna más elaborada y fina que se conoce, sigue diciendo. RITO E IMPREVISIBILIDAD. Naturalmente –y de esto se ocupa el capítulo II– todo lo anterior aparece enmarcado en un riguroso ritual cuyo núcleo radica en el momento de la lidia, organizada en tres tercios, con la serie de pasos estri ctamente codificados a que todo participante ha de atenerse. Pero esta puesta en escena permanecerá vacía de contenido hasta que el torero –“ataviado con el ba253
rroco y resplandeciente traje de luces”–, armado de una ética y una estética propias, se enfrente a su destino, encarnado en “ese animal rodeado –como decía Octavio Paz– de ‘huracanado luto’”. Duro trance en el que la muerte, canónicamente reservada al toro, “es puesta momentáneamente en cuestión”. Puesto que puede caer –y tal es el quid del toreo– de cualquiera de los dos lados de la moneda. Como bien pueden atestiguarlo “Navegante” y José Tomás. UNA FIESTA Y UN ARTE . Si “Como toda fiesta, el toreo es desbordante y pródigo”, según nos dice Natalia en el capítulo III, esta peculiarísima celebración “ha engendrado múltiples prácticas culturales con las cuales guarda una relación inextricable” (poesía, pintura, literatura, música, fotografía, arquitectura, escultura, teatro, cine…). Pero, señala, “la fuerza engendradora de cultura que caracteriza a la tauromaquia no se agota en el arte”. Y pasa entonces a referirse al léxico riquísimo y peculiar creado en torno a la fiesta de toros y sus diversos actores y peripecias. Esa “comunidad de lenguaje” integrada por toreros, taurinos y taurófilos es lo que ha ido dotando de sentido y perspectiva los lances y avatares del toreo, que entre las artes que pudieran llamarse efímeras es la que más profunda huella va dejando a su paso. No deja sin embargo de advertir que la “Antigua práctica cultural de la tauromaquia –el último rito sacrificial vivo de Occidente–corre, hoy, riesgo de desaparecer.” Como bien lo demuestra el penoso caso de Barcelona, “signo inequívoco de la existencia precaria del toreo en nuestros días.” NADA NUEVO BAJO EL SOL. Mas, como toda fiesta solar, la tauromaquia nunca ha dejado de estar, históricamente, a salvo de apetitos abolicionistas. Tanto el poder político como el eclesiástico la tuvieron en la mira en distintas etapas históricas, de las cuales no es la actual la menos preocupante. Porque el toreo, lo que representa y significa, transgrede la gris uniformidad de un orden neoliberal obsesionado en lo políticamente correcto. No obstante, observa Radetich, “los taurófilos descreen del discurso evolucionista que atribuye superioridad moral a la civilización con respecto a presuntas sociedades no civil izadas”. Decir que la tauromaquia tortura al toro es desconocer que la tortura es todo lo contrario, “una infame práctica fundada en un profundo desprecio por la víctima y en un deseo de acallamiento de la diferencia”. En cambio, “los aficionados (y los toreros) 254
aman al toro que entregan en sacrificio: sienten un profundo respeto y admiración por su indocilidad, por su animalidad no domesticada… aman la esgrima de sus cuernos –alrededor de la cual han construido una profusa mitología–, conocen –como sutiles zoólogos– los secretos de su anatomía, y descifran –como avezados etólogos– las variaciones de su comportamiento. Los aficionados encuentran, en el toro bravo, no un objeto de conmiseración, sino una alteridad que exhibe el límite de lo humano.” Tras desnudar la hipocresía latente en el mascotismo y enumerar algunos de los muchos rituales sacrificiales que en el mundo existen, y donde “la víctima sacrificial es –como el toro de lidia– entrañablemente respetada y preciada”, Radetich Filinich rompe una última y erudita lanza en pro del este extraño rito donde, ciertamente, “los taurinos establecen… otra relación con la animalidad: en la fiesta brava encuentran la posibilidad de restituir el lugar del animal no domesticado, del animal indócil e insubordinado, de esa animalidad potente y vigorosa que los antiguos hombres representaron en las paredes de las cuevas”. Ya quisieran, digo yo, expresar con tal elegancia y lucidez su postura los i nfinitos detractores del toreo que pululan en las redes sociales y en el discurso de ciertos políticos oportunistas y vacuos. Faena de orejas y rabo la de Natalia Radetich Filinich.
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IBARRA MAZARI, CRONISTA URBANO (4 de enero de 2005)
El miércoles pasado, el mundo quedó un poco más vacío para quienes conocimos y quisimos a José Luis, esa extraña mezcla de poblanidad irrenunciable con universalismo desbordado, un generoso cuenco cultural en el que por supuesto cabía también la fiesta de toros, que él gozó y amó intensamente en los años áureos del toreo mexicano, y soslayó con soberano desdén en los últimos tiempos, instalado en esa ironía tan suya que hacía ver todavía más diminuta a la pequeña tauromaquia de nuestros días. De suerte que sus visitas finales a la plaza de toros fueron de carácter profesional, para regalar sabiduría y agudeza desde alguno de los burladeros de callejón destinados a las transmisiones radiofónicas de las corridas. De hecho –aunque me esté mal decirlo– solamente aceptaba transmitir si era en mano a mano con quien esto escribe, con lo que de paso me dispensaba el privilegio de su diálogo y su esgrima de conversador incomparable, tan excelente cronista de toros como lo fue de la vida y la cultura. Con su ausencia se pierde la magia de quien veneró por igual a Brahms y a Silverio, a García Márquez y a Lorenzo Garza, a Pilar Rioja y a Paco Camino. BALCÓN DE MUESTRA. Pero la fama pública de Ibarra Mazari descansó en los últimos tiempos en su inimitable Balcón, esa botella que su voz inconfundible lanzaba al mar de nuestra cotidianidad complicada y mezquina. No para maquillarla, sino para descubrir en ella resonancias y matices entrañables, fiel a su apego de siempre por lo nuestro, y a los valores escondidos de una cultura cada día más desconocida y ajena a sus propios hijos. Desde luego, a una inteligencia tan despierta como la suya no se le podía escapar un trozo de patrimonio tan singular como la fiesta de toros. Y más de una vez la utilizó como punto de encuentro lingüístico-conceptual en alguna de sus sabrosas columnas. Lo que sigue es un fragmento de una de ellas (La Jornada de Oriente, 21.03.01). 256
Si hace algunos años este balconero pudo hablar del “servicio” de transporte colectivo local con términos taurinos, hoy que la fiesta “brava” agoniza, vuelve a encontrar notable similitud entre los dos estertores… Fíjate: toros que parecen de mármol, toreros fantoches (¿has visto cómo, al cabo de tres o cuatro pasecitos monótonos, idénticos cada tarde, el “torero” le enseña al “toro” el pecho como luchador de ring, y cómo mira retador al público, como las cantantes de ranchero?), empresarios imbeciloides, cronistas vendidos, apoderados con alma de mercaderes, asociaciones de papel de china y mil corruptelas más que están acabando con el espectáculo taurino: cultura de siglos, cultura popular, desatendida por los asombrosamente incultos gobiernos mexicanos del más alto nivel. No creo, francamente, que ningún experto en el tema hubiera descrito mejor la situación de la tauromaquia en los albores de este nuevo siglo que, la ve rdad, huele a oscurantismo y destila miseria y miedo por todos los poros. E XTRAÑA COINCIDENCIA. José Luis murió hacia el anochecer del jueves 29 de diciembre. Muchas veces me había relatado –y a sus oyentes también– que si abandonó los estudios de secundaria en la Venustiano Carranza fue por culpa de sus frecuentes escapadas al cercano Toreo de Puebla, con una muleta desteñida debajo de la camisa y un par de cuernos envueltos en papel periódico, pues lo suyo, creía entonces, era hacerse torero para disputarle las palmas a Armilla o a Arruza, dos maestros de su predilección. Menos conocidas, sin embargo, son las razones que desencadenaron en él tan explosivo y temprano fervor por la Fiesta. Resulta –solía contarme– que una tarde de domingo, mientras jugaba en el patio de su casa a los acordes de la música clásica que un hermano suyo (¿Javier?, ¿Nacho?) acostumbraba poner en la radio familiar para disfrute del v ecindario, alguien cambio de estación y empezó a resonar la voz de Paco Malgesto desde el viejo Toreo de la Condesa, narrando con su estilo peculiar las peripecias de la quinta corrida de la temporada 1940-41. Repentinamente fascinado, José Luis se prendió a la colorida crónica y así pudo asistir, vía las ondas hertzianas –la radio: su verdadera vocación futura– al relato de la cornada mortal que en dicho coso capitalino le infligía “Cobijero” de Piedras Negras a Alberto Balderas “El Torero de México”. Tan hondamente debió impresio257
narlo aquel vívido drama que ya no se perdería corrida, atento el oído al aparato. Era el anochecer del 29 de diciembre de 1940, y acababa de romper la década dorada de la tauromaquia nacional. Sesenta y cuatro años después, el crepúsculo de otro 29 de diciembre habría de llevarse en silencio a aquel inquieto niño que con el tiempo sería figura en lo suyo: la crónica urbana, los juegos de humor y palabras, el insobornable amor por Puebla.
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MARÍA FÉLIX, RETRATO DE DIVA EN BARRERA (8 de abril de 2002 / Obituario)
Algo había en María que convertía en noticia aquello que tocaba, ya fuese con la mirada o la voz o simplemente con estar ahí. Y a su barrera de sombra no solía faltar, hablo de su época de mucho dejarse ver allá por los cuarenta, en el viejo Toreo, pues a la México sólo se presentaría esporádicamente, tocada con amplio sombrero ladeado y el inevitable puro al borde de la comisura. Agustín Lara, al fin marido de su mujer, no tenía inconveniente en lucirla, a salvo desde el nicho de su popularidad abrumadora de la competencia con una Doña en el apogeo de su belleza legendaria. La gente, acostumbrada a verlos domingo a domingo, se permitía confianzas a veces excesivas, que iban de la salutación cariñosa al regocijado albur –“¡María, regala uno de tu ganadería!”–, casi como vecinos de barrio suyos lo mismo el asoleado de sombrero de petate que el encumbrado con chofer a la puerta. Después de todo, por aquella plaza se dejaron caer más de una vez personajes de la talla de Rita Hayworth, Errol Flynn o Tyrone Power, sin olvidar celebridades del cine nacional, el teatro, la política, el deporte, las bellas artes, que hacían de El Toreo una especie de patio de vecindad de aquel México, cosmopolita ya y un poco provinciano al mismo tiempo. Esa, no otra, fue la relación de la Félix con la fiesta de toros y la razón de que se le tenga por icono eterno de la misma. Es decir, de una atmósfera y de un país irrecuperables. ¿AFICIONADA? No parece, a juzgar por sus esporádicas declaraciones en torno al toreo, que la Doña fuese propiamente una aficionada, con conciencia taurina y regusto de conocedora profunda. Como tantas cosas en su vida, la seducía el relumbrón superficial de la Fiesta, que utilizó como marco para sí misma, acaso desde el cómodo papel de seguidora del torero de moda, quien quiera que éste fuese y sin el menor compromiso con cuestiones como el estilo o la actitud del tal: Procuna, Manolete, Dominguín, Camino, Manolo, El Cor259
dobés… la mezcolanza no obedece a patrón taurino alguno sino a caprichos de estrella. En su larga etapa de parisina adoptiva fue ya muy poco al coso, ávida más que de toros de refrescar su imagen pública al calor de algún brindis de conveniencia. Y no parece que fuera distinta su relación con el cine, el teatro, la música, la literatura o la pintura, ámbitos que frecuentó y sin duda disfrutó más por frivolidad mundana que por interés auténtico, sin olvidar jamás que el ve rdadero centro de sus afanes se llamaba María de los Ángeles Félix, diva absorta hasta la insolencia en los pormenores de su propio cultivo. Y que esas plazas, hoy permanentemente vacías, era capaz de llenarlas por pura presencia, sin importar que el cartel fuera flojo o la tarde desapacible o el festejo más soso que una jícama. De cuántas corridas así, estrictamente olvidables, no habrá salido más de un anónimo aficionado como del paraíso, convencido de que lo transportaba consigo aquella mujer de ensueño, entrevista a lo lejos entre notas de pasodoble, aromas cerveceros y esporádicos olés.
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VARIA INTERVENCIÓN: CONFERENCIAS, MESAS REDONDAS, PRÓLOGOS…
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PÁEZ, AVILÉS Y REIBA: UNA TERNA CLARIDOSA (26 de julio de 2010)
Jaime Avilés Lumbrera Chico, Leonardo Páez y Horacio Reiba conformaban el cartel, y la asistencia fue más selecta que numerosa: en Profética, el jueves, e staban los cabales, los irreductibles, los aficionados de verdad. Los había de Puebla y Tlaxcala hasta sumar algo más de medio centenar. Y todos permanecieron en sus lugares de principio a fin, atentos y no pocas veces participativos, mientras la lluvia caía sin cesar sobre la moderna techumbre del hermoso patio poblano, herméticamente inmune a la humedad y el ruido. E MOCIONANTE RECUERDO DE LUMBRERA. El tema era el que señalamos aquí previamente: ¿Qué pasa con la fiesta de toros en México? Lumbrera Chico se abrió de capa con un giro inesperado de la memoria, que nos condujo al sentido deceso de su padre, el primer Lumbrera, que sucumbió a los rigores de un infarto pulmonar, asumido con casta de toro bravo herido en todo lo alto –según afirmara su hijo visiblemente conmovido– y cuya última voluntad fue que sus cenizas continuaran su agitada existencia mezcladas con la arena de la Plaza México. Un año le costó a Lumbrera Chico desprenderse de los restos de su progenitor, hasta que cierta noche, acompañado por una mínima cuadrilla de amigos de verdad, se introdujo en el escenario de las principales gestas taurinas de este país. Y entonces ocurrió lo impensable: al golpe profuso de aquel polvo enamorado contra el piso, en los medios del coso, los restos del gran Jaime Avilés Ortiz adoptaron la disposición de un círculo perfecto, pequeño ruedo gris centelleando bajo la luz de la luna dentro del gran ruedo de Mixcoac, mientras, sobrecogidos de emoción, guardaban silencio los presentes. Gran tipo Lumbrera, heredaría a su primogénito esa sangre combativa y apasionada que lo mismo entra en ebullición para denostar desviaciones taurinas, que denuncia atropellos de los poderosos –dentro y fuera de la fiesta– o ensaya fórmulas capaces de iluminar las zonas oscuras de nuestra realidad con guerrera lucidez.
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TOROS Y POLÍTICA. Fue José Ortega y Gasset (1883-1955), eminente filósofo español, quien expuso que, para conocer la historia de España, nada mejor que escudriñar en la historia de la fiesta de toros, mapa y espejo de las distintas etapas y avatares del país. Así, la situación actual de nuestra tauromaquia –con sus Herrerías, Miguelitos (Alemán y Espinosa), ganaderos de asfalto, publicronistas semianalfabetos y cosos vacíos– difícilmente podría explicarse sin la influencia del modelo neoliberal. La fiesta, que había resistido los embates combinados de la modernidad, la televisión, el futbol, el becerrismo martinista, el consumismo y la creciente precariedad, ha sufrido lo indecible frente a la dejación gubernamental, el descerebramiento colectivo (inducido por la pinza SEP-TV) y la embestida brutal de prácticas y valores propios de la cultura anglosajona, con su aséptica hipocresía, su culto a lo desechable y su manía por lo políticamente correcto. TONTO PAÍS. Leonardo Páez calificó al México actual como el país taurino más tonto del mundo. Y abundó en razones: en ninguna parte, la fiesta está en manos de gente tan rica como en México. En las listas de Forbes ningún gran empresario taurino español se acerca ni de lejos al poderío económico de los Slim, Bailleres, Azcárraga o Peralta, personajes que a lo largo de los últimos años han estado conectados de una u otra manera con la fiesta de toros. Y que, sin embargo, no han sido capaces de generar un espectáculo medianamente interesante, ni de hacer de las corridas un buen negocio. Si es o no deliberada su negligencia –en este país, gracias a la ley de consolidación fiscal, las pérdidas contables pueden redundar en ahorro de impuestos–, el resultado es así de contundente. Pareciera que nuestros más emblemáticos magnates se empeñan en perder dinero jugando a los toros, algo impensable en España, Francia, Colombia, Ecuador, Perú, en cualquier otro país taurino del mundo. Sólo en México, que alguna vez disputó a España el cetro de la tauromaquia, sería concebible la casi desaparición de las novilladas, las listas negras de toreros y ganaderías alguna vez prominentes, el ninguneo sistemático de nuestros cada día más escasos valores taurinos. Por eso, por lo desventajoso de la compara264
ción y el empecinamiento autodestructivo, aclaró Páez, merecemos de sobra el deshonroso título que él mismo propuso y aplicó. É TICA Y ESTÉTICA. ¿Qué era un testigo? El origen del vocablo fue explicado por Lumbrera Chico con su acostumbrada precisión y economía de palabras: en Roma, para testificar ante los jueces o ante los dioses, el juramentado se tomaba los testículos en prenda de decir verdad y proceder con honor. Y eso precisamente es lo que el torero debe ser: un testigo que dé testimonio de arte y valor a partir de la ética, es decir, de la verdad del toro íntegro y del toreo a uténtico. Porque el toreo es una conjunción inseparable de ética y estética . Si cualquiera de las dos faltas, automáticamente “se tapa”, desaparece como en un agujero negro. TRADICIÓN EN PELIGRO. Para entender el significado del toreo se requiere saber lo que una tradición es y representa. Y toda tradición es un bien cultural cuyo mito de origen remite a ciertos valores que una cultura dada asume como patrimonio propio. Y que al manifestarse como un rito, periódicamente recreado y perfectamente codificado, vuelven y se manifiestan a través de su sistema de símbolos. Tal es el programa circular que cualquier tradición del mundo debe cumplir. Si en el camino algo se pierde, si sus valores primigenios no se respetan o han extraviado su significado, esa tradición está en riesgo de extinguirse. Situación que, como dijera Reiba, coincide con la de la fiesta de toros en el México de hoy. PROPUESTA FINAL. Mucho más se dijo y bastantes comentarios e intervenciones del auditorio suscitaron las afirmaciones de los tres integrantes de la mesa (casi todos concordantes, aunque alguna en plan de faena hecha, sin faltar la reventadora provocación). Como final, quedaría resonando esta propuesta de Páez: ahora que nuevos gobiernos asumirán el poder ejecutivo en Puebla y Tlaxcala, conviene emplazar a los candidatos electos a que se pronuncien ace rca de la fiesta de toros, sean o no taurófilos y estén o no de acuerdo con las corridas. Pero urge un pronunciamiento claro al respecto. Ojalá que la grey taurina y el periodismo responsable, agregó, tome la iniciativa de poner a prueba –a través de las preguntas pertinentes, incluso mediante un manifiesto– la 265
sensibilidad de dichas autoridades venideras y su voluntad política frente a nuestro patrimonio cultural, del cual forma parte ineludible la tauromaquia. GRATITUD. Por la hospitalidad desinteresada y fraterna de José Luis Escalera, factótum de Profética, ese espacio generoso al que la cultura y la gente de Puebla nunca estaremos suficientemente agradecidos.
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GLOSARIO TÁURICO-JORNALERO (2 de agosto de 2010)
Del diálogo taurino sostenido en Profética el jueves 22 de julio por los cronistas Leonardo Páez, Jaime Avilés Lumbrera Chico (de La Jornada nacional ambos) y Horacio Reiba (de esta casa editorial) hemos extraído algunos términos que el columnista juzga indispensables, tanto para honrar tan señalada ocasión como para fijar en la memoria del lector sus significados, útiles a una mejor comprensión del preocupante estado de la fiesta de toros en México. Contribuyeron también con su participación dialogante los amigos Antonio Moreno, Juan Huerta y Jaime Oaxaca, entre otros. En contra de lo que es usual, este glosario no respetará un orden alfabético, sino las relaciones semánticas que sirvan de enlace a los vocablos que a cont inuación se definen. TOREO. Arte popular tradicional que, para llevarse a cabo, requiere la unión indisociable y dinámica de ética y estética. La ausencia de cualquiera de estos dos elementos lo malogrará irremediablemente. E STÉTICA. Disciplina abocada al estudio de la belleza en cualquiera de sus formas; muy relacionada con las bellas artes y su perfeccionamiento conceptual, técnico y estilístico. É TICA. Parte de la filosofía que trata sobre los principios del bien y del mal. Está relacionada con las conductas y actitudes humanas, sustentadas en valores de carácter moral. TESTIGO. En la Roma clásica, el hombre que presentaba testimonio ante un juez o ante los dioses se tomaba los testículos para simbolizar, a modo de j uramento, su compromiso con la verdad. En tauromaquia, el testimonio que está obligado a dar el torero se traduce en la actitud viril de enfrentar con arte y sin trampa al toro íntegro que demandan la tradición y el reglamento taurino vigente. 267
AFICIÓN. Enfermedad, preferentemente hereditaria, que aqueja a una parte cada día más reducida de la población nacional. TAURÓFILO. Aficionado al toreo o a cualquier forma de tauromaquia. Persona que gusta de las corridas de toros. MEXHINCADO. Variedad del taurófilo nacional firmemente convencido de que todo lo que venga de España es, por ese sólo hecho, superior al producto nacional correspondiente, que él considera un mero sucedáneo, despojado de las mejores virtudes del original. TAURINO. Como sustantivo, se refiere a las personas operativamente implicadas en cualquier aspecto relacionado con la organización y puesta en escena de las corridas de toros o novillos. Ejemplo: ganaderos, empresarios, apoderados, publicronistas… Como adjetivo, califica al toro de lidia y las cosas de su entorno y el de la tauromaquia. PUBLICRONISTAS. Periodista especializado que se caracteriza por entender su oficio como un patrimonio expendible al mejor postor, que en el caso de la fiesta de toros suele ser alguien relacionado con algún torero, ganadero, empresario o cualquier otro elemento interesado en que el referido ensalce exageradamente y sin motivo justificado a quien ha comprado subrepticiamente sus servicios profesionales justamente con esa finalidad. BIODIVERSIDAD. Suma de especies animales y vegetales que alojan los ecosistemas del planeta. Si un ecosistema dado sufre alteraciones profundas, es posible que algunas de las especies que lo conforman, o el ecosistema en su conjunto, se encuentren en peligro de extinción. HABITAURO. Ecosistema endémico –es decir, limitado a unos pocos nichos culturales– en el que interactúan como elementos esenciales el toro, el torero, la autoridad competente, el público espectador-lector y los cronistas y críticos en los diversos medios, en una relación dialéctica cuyas tensiones han dado como resultado el hecho cultural llamado toreo. En los últimos tiempos, este peculiar ecosistema ha acusado una considerable degradación que hace peligrar su futuro, particularmente en México. 268
TORO BRAVO MEXICANO. Variedad del toro de lidia de origen español desarrollada por el talento y la dedicación de los ganaderos escrupulosos de este país (cuando los había). Esta subespecie bovina se distingue por su buena casta, que redunda en una movilidad exigente, atenuada por la excelente clase de sus embestidas. Su tamaño y el de su cornamenta siempre fue armonioso y nunca exagerado, nada que ver con la mastodóntica presentación de las actuales reses hispanas. POST TORO DE LIDIA MEXICANO. Sucedáneo del anterior, se presenta en los cosos despojado de sus cualidades de bravura y acometividad congénitas, reemplazadas por demostraciones de desganada pasividad y ausencia de poder y casta; evidentemente, es producto indeseable de una equivocada selección ganadera, realizada así con el exclusivo propósito de satisfacer los deseos de c omodidad de los toreros y sus apoderados. Se puede identificar como el producto degenerado de varias décadas de selección al revés. SUFRIMIENTO. Categoría psicológica exclusivamente humana que sobreviene de manera súbita o continuada cuando la mente se abstrae en pensamientos relacionados con su finitud –en todos los sentidos–, o cuando el dolor vence las resistencias sensibles del organismo. Los animales pueden experimentar dolor, enfermedad y muerte, pero nada ni nadie ha podido demostrar que sufran, salvo en las fábulas antiguas y contemporáneas, representadas éstas en particular por numerosos productos de la casa Disney, donde los animales hablan y actúan como humanos. ANIMALISTA. Persona empeñada en hacer que las especies animales que pueblan la Tierra sean sujetos de una serie de derechos que, en su opinión, deberían quedar consagrados jurídicamente. Su evidente hipersensibilidad suele desaparecer cuando se trata de la defensa y promoción de los derechos humanos, tanto individuales como, sobre todo, colectivos… o de limitar el maltrato hacia animales para abasto de carne, experimentos clínicos o simple diversión sin riesgo humano. ABOLICIONISTA. Animalista cuya mentalidad, claramente integrista, lo ha convertido en militante activo en favor de la supresión de las corridas de toros. 269
INTEGRISTA. Quien ha decidido imponer a los demás su ideología y visión del mundo, o una parte fundamental de la misma. RIQUEZA. Acumulación inmoderada de capital, generalmente económico (sobre todo bajo el neoliberalismo en boga), que implica el sometimiento al dinero de los valores individuales y culturales, base del antiguo humanismo. O LINARQUÍA. Según definición de Jaime Avilés, es la unión perversa que se da en determinados países (como el nuestro) entre las oligarquías nacionales y las bandas organizadas del narcotráfico, duplicando así el daño infligido a la sociedad. INMUNIDAD AL RIDÍCULO. Desarreglo mental, inducido por un narcisimo incontrolable, que se traduce en incapacidad para percibir cuándo las actitudes, actos o declaraciones propias caen o amenazan con caer en lo absurdo, grotesco o ridículo. Ejemplo típico: la actual olinarquía mexicana. NINIS. Designa a los siete millones de jóvenes mexicanos que en la actualidad ni estudian ni trabajan. E indirectamente, subraya la incapacidad de los promotores taurinos para encontrar entre esa población ávida de oportunidades al menos un novillero con hambre y personalidad capaces de apasionar a la aletargada afición. A cambio, los ninis, el ejército de la desesperanza y los sin futuro, abastece sin cesar a las fuerzas del crimen organizado, aportando sicarios al servicio de la muerte.
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LOS TOROS ESCRITOS, CONFERENCIA MAGISTRAL DE “ALCALINO” (La Jornada, 18 de mayo de 2014, columna ¿La fiesta en paz?) Leonardo Páez El 9 de mayo en el patio del palacio municipal de la ciudad de Puebla, ante una asistencia que casi alcanzó el centenar de escuchas, el prestigiado cronista Horacio Reiba “Alcalino”, de La Jornada de Oriente, sustentó la conferencia Los toros escritos, dentro del tradicional ciclo Los toros hablados, que hace 35 años organiza el grupo Tradiciones y Cultura. “Alcalino” demostró la importancia histórica de la crónica y la crítica taurinas en las mejores épocas del toreo, y señaló los elementos indispensables para que tal situación se diera: que lo que sucedía en la plaza real mente resultara conmovedor, y que existieran periodistas y escritores sensibles al acontecimie nto, dotados de buena pluma, es decir, con independencia, imaginación, talento y estilo. Como ahora, pues. Mediante una esmerada selección de textos de diversos autores, ordenados en el sentido de la lidia de un toro imaginario, el conferenciante empezó con un viaje a los orígenes de la crónica taurina (Diario de Madrid, 1793), dilucidó la diferencia entre el combate a la antigua –verdadera lid entre hombre y bestia– y el toreo como arte, aprovechando un espléndido retrato de Juan Belmonte hecho por el escritor colombiano Antonio Caballero, y con un par de décimas de Gerardo Diego inició esa lidia a retazos no de uno, sino de varios toros memorables, eligiendo trozos cortos de cada tercio y cada episodio de los mismos. Las verónicas intemporales de El Soldado a “Porrista”, de Torrecilla, relatadas por Carlos Septién García, puyazos memorables de Efrén Acosta y Sixto Vázquez en Madrid, por Joaquín Vidal, un desmayado quite de Solórzano padre, por Monosabio, y otro de Pepe Ortiz, por Robert Ryan, un soneto de Pepe Alameda a un tercio de banderillas compartido por Gaona y Gallito, así como la forma en que adornaron, en un solo viaje, las péndolas de “Pichirichi”, 271
de Zacatepec, Armilla, Liceaga y Arruza, relatada por Rafael Solana hijo, y cuatro faenas, empezando por la de “Tanguito”, en textos de enorme emoción taurina y literaria, salidos de las plumas de Septién García, Juan Pellicer, Joaquín Vidal y Simón Casas. La estocada recibiendo en otra décima de Gerardo Diego, para cerrar con uno de esos relatos rimados, usuales en los tiempos de mayor pasión taurina, con motivo de una salida en hombros triple: Ortiz, Cagancho y Garza, de El Toreo. Un fragmento de la crónica –aparentemente muy crítica– hecha por Gregorio Corrochano a la corrida de San Isidro de 1920 la víspera de la muerte en Talavera de Joselito, estrepitosamente abroncado esa su última tarde madrileña, lo mismo que Belmonte y Sánchez Mejías. ¿Por qué ese quiebre a un relato de contenido aparentemente tan antológico? Para demostrar que la crítica de toros no tiene por qué ser complaciente ni ñoña. A una pregunta sobre la situación actual de la crónica y la crítica taurinas, tan positivistas ellas, Reiba sugirió echar un vistazo los domingos a La Jornada nacional vía internet, porque las ediciones de los estados rara vez incluyen la columna ¿La fiesta en paz? Fuera de eso, nadie del auditorio se animó a recomendar nada, seguramente porque no leen o por lo flaquísimo de la melosa caballada. También se le inquirió sobre el futuro de la plaza El Relicario, a lo que Alc alino contestó no saber absolutamente nada, y aprovechó para reclamar a las autoridades un mínimo respeto al derecho a la información de quienes gustan del toreo, subrayando que aquél tampoco existe para el simple ciudadano. Sobre escritores como José Alameda, opinó que tiene un par de libros realmente valiosos, y que aunque sus narraciones eran de una complacencia conmovedora hacia todo mundo –no en balde vivía de eso–, encerraban al menos conocimiento de causa, amenidad y estilo propio. Un lujo leer y escuchar a “Alcalino”. La diferencia de fondo entre las fiestas de México y España, antes que la tradición, presencia del toro, técnica, información, crítica y organización del espectáculo, es la autoridad en la plaza y el respaldo absoluto con que cuenta por parte de quien la designa. Mientras aquí nuestros desvalidos jueces están a 272
merced de las autorreguladas empresas, en España la autoridad taurina ejerce su criterio con absoluta independencia, sea éste acertado o no. Ya podrá Joselito Adame –o cualquier otro mexicano atrevido– realizar una faena rotunda en la plaza de Las Ventas, como ocurrió este miércoles, que si al presidente en turno no se le antoja soltar la oreja, pues no la suelta, así la exija la plaza entera, y el empresario ni gira órdenes ni le mienta la madre ni lo amenaza de muerte, porque se va derechito al bote. Acá, con que estornude, eructe o suelte un flato una-reconocida-figura-importada, se le otorgan orejas como confeti. Es el contraste entre sólo tener autoridad y realmente serlo y ejercerla .
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UTOPÍA, ENTROPÍA Y SOSTENIBILIDAD DE LAS CORRIDAS DE TOROS EN MÉXICO Horacio Reiba CONCLUSIONES De acuerdo con lo referido en el presente texto, la situación de la tauromaquia en México cuando finaliza 2011 no podría ser más crítica. En los términos aquí abordados, hablaríamos de su drástico alejamiento de la esencia del mito primigenio y las utópicas promesas que en sí mismo contiene, en contraste con una realidad cada vez más invadida de entropía, por motivos que creo haber desglosado con suficiente claridad. Para sintetizar en pocas líneas lo visto y analizado, concluiría expresando lo siguiente: I ) La tauromaquia es en México una tradición de siglos. Y lo es porque está dotada de un relato mítico primordial y una secuencia ritual –en torno a lo que se conoce genéricamente como corrida de toros– que ha podido evolucionar técnica y artísticamente, apartándose en ocasiones, aunque nunca irremediablemente, de la ética que, en tanto mito, le da sustento. II ) Al trascender el mero discurso mítico para expresarlo de manera poética, estamos también ante una manifestación que ocupa por derecho propio un lugar en la historia del arte. A los valores éticos –y utópicos–que subyacen al mito, se aúna una estética de la representación taurina capaz de escenas de belleza subyugante, expresión de un lenguaje propio, articulado según una estricta sintaxis. III ) Todo mito implica una promesa utópica, que en este caso tiene una doble vertiente: por un lado, está presente en el relato mítico primigenio, ideal, de la tauromaquia. Por otro, nuestro legítimo interés por el arte del toreo, que hace soñar al aficionado en esa tarde ideal que tan raramente se sustancia en las
Fragmento de la ponencia presentada en el II Coloquio Internacional “La fiesta de los toros: un patrimonio inmaterial compartido” (Tlaxcala, 17-19 de enero de 2012).
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plazas de toros, y sin embargo –y tal vez por eso mismo– nos sigue llevando a la taquilla y al tendido. Desgraciadamente, en un número de espectadores cada vez menor. IV) Toda tradición es un sistema; mejor dicho, un subsistema del sistema sociocultural ( SSC) que lo abarca. Y entre las propiedades ineludibles de todo sistema está la entropía, energía que se aparta de sus fines óptimos para menoscabarlo y degradarlo, sea desde dentro del propio sistema (entropía endógena) o desde el exterior (entropía exógena). V) Un sistema sustentable (sostenible) es aquel dotado de un control interno de la entropía, capaz de garantizar su continuidad en el tiempo (la del sistema). Esto no implica la inexistencia de entropía, inevitable por principio de esta teoría, sino que el sistema posee, en oposición y como defensa, una fuerza contraria (negantrópica), garante de su sobrevivencia. VI ) Gracias a la vitalidad y fuerza propias que a lo largo del siglo XX la caracterizaron, la tauromaquia mexicana ha podido mantenerse como un sistema sustentable, al sobrevivir, aunque no sin esfuerzo, a los agudos ataques de entropía que en diferentes momentos de su historia la asolaron. Sin embargo, ninguno de ellos fue tan depredador ni ha encontrado la oposición de tan escasas defensas (negantropía) como el actual. De hecho, puede afirmarse sin titubear que la crisis que la tauromaquia enfrenta en el siglo XXI mexicano no tiene precedente en ninguna de sus antecesoras de los últimos cien años. VII ) Nos toca a nosotros aficionados, y a nadie más, presentar una oposición decidida a la descomposición galopante de esa hermosa tradición que decimos amar tanto: la fiesta de toros. Como nuestra injerencia en el menguante negocio taurino es, por lo menos, muy improbable, las aportaciones que podemos dar tendrán que expresarse en la plaza –como repulsa al abandono de la ética y la distorsión de la estética taurinas– y a través de este tipo de ponencias, estudios, investigaciones, reflexiones y diagnósticos que permitan a quien corre sponda tomar cartas en el asunto. Tlaxcala, 17 de enero de 2012
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JORGE AGUILAR EL RANCHERO. UN GRAN TORERO. UN GRAN HOMBRE, DE CARLOS HERNÁNDEZ GONZÁLEZ PRÓLOGO Horacio Reiba Un torero que nunca esperó su toro –le bastaba con que su llama interior se avivara, y entonces importaba poco la catadura y el estilo del morlaco– aguardó el paso de muchas décadas antes de dar con su autor. Tenía que ser éste un hombre del campo bravo tlaxcalteca, que es como decir tan genuino y sensible como Jorge Aguilar González, que nació en Piedras Negras, se crió entre el ganado de esta divisa prócer y se hizo torero a las faldas de su Malinche, montaña atravesada por tajos y cañadas, y coronada por crines que el invierno nieva, y que no sé por qué me recuerdan tanto el toreo de El Ranchero, largo como mugido de toro en celo, templado como el viento que sin prisa baja por sus laderas, suave como las flores silvestres que crían los llanos de su tierra natal, en medio de cardos agudos como pitones. El autor, ese autor que Jorge necesitaba, se llama Carlos Hernández González, Carlitos Pavón para sus amigos, que somos legión. En el largo hipocorístico cabe todo el cariño que se le profesa, y en el apellido ficticio, un callado homenaje a su hermano Francisco, que se anunciaba “Pancho Pavón” en los carteles, y se dejó la vida en las astas de un “Peñuelas” cuando apenas se abría al milagro de la vida. Novillero también por aquellos años, Carlos abandonó sus sueños de gloria por amor a su madre, y se consagró a la amistad con idéntica pasión que a la fiesta de toros, justo en la época en que Jorge Aguilar acababa
Jorge Aguilar El Ranchero. Un gran torero. Un gran hombre, Gobierno del Estado de Tlaxcala / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 2015.
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de agregar el nombre de “Bogoteño” a los de “Náufrago” y “Chinaco”, marcados ambos con el hierro de Rancho Seco, la hacienda ganadera que los Hernández González poseían en las cercanías de Apizaco, en el corazón de su esestado natal. Seguramente por eso, el contenido de este volumen no se limita a las a ndanzas de El Ranchero, el torero más importante e internacional nacido en Tlaxcala. Para hablar de un protagonista así, entendió Carlitos Pavón, había que hurgar en su árbol genealógico, encontrar los ecos de su pasado familiar, e xtendido a la historia taurina de una región que ha sido clave para la evolución y el desarrollo de la Fiesta en México. Y después, seguir a Jorge en su carácter de hombre de campo antes que de espada vestido de luces. Charro completo, tentador superdotado y uno de los mejores derribadores a campo abierto habidos en el país, todo eso fue el otro ranchero –así, sin la mayúscula inicial que brillara en tantos carteles de toros–. Todo eso y cuanto la acuciosa investigación llevada a cabo por el autor va añadiendo con singular amenidad a nuestro conocimiento del personaje, su entorno y sus antecedentes. Enamorado profundamente del campo, del toro y del toreo, Carlos Hernández –ganadero, torero, amigo ejemplar– tampoco es ningún improvisado como escritor. Díganlo si no títulos como Sin sangre, Pajarito o La legendaria hacienda de Piedras Negras / Su gente y sus toros. Si esta última es una formidable reconstrucción histórica que hace pleno honor al subtítulo, Pajarito desató una polémica que parece destinada a cobrar más fuerza conforme el tiempo transcurre, puesto que, con una visión de futuro casi inconcebible en este taurino de toda la vida, postula una hipotética tauromaquia incruenta, acorde con la furiosa embestida taurofóbica que, por desgracia, estamos soportando según acumula calendarios este siglo proceloso. Claro está que los puristas se opusieron desde el primer momento a semejante idea: Carlitos respondió no con duros doblones de castigo sino con la suavidad habitual en él, el mismo temple que, allá en sus años mozos, caracterizó su incipiente manera de torear. Pues él, con Pajarito, nunca pretendió azuzar controversias, simplemente propuso una posibilidad, que el paso del tiempo está revelando probable. 277
Jorge Aguilar tampoco fue amante de discusiones estériles, pero su modo de ahondar el toreo, tan campero y tan mexicano, las despertaba sin tregua. Y si nunca fue hombre de declaraciones altisonantes ni disputas prefabricadas, tanto en México como en España las faenas nacidas de su sentimiento torero provocaban cataclismos en los cosos, animaban encendidas discusiones entre los aficionados y no pocas veces alentaron en su contra los golpes bajos caracterí sticos del taurinismo pícaro y ruin. Para desmontar las necias acusaciones de burdo y tosco de estilo con que ciertos críticos intentaron descalificarlo –para sabernos a gloria, las tunas no necesitan piel de durazno ni tersuras de manzana–, puede leerse la crónica que Carlos Septién García dedicó a su inmortal faena a “Montero” de San Mateo, misma que recogen puntualmente las páginas del este libro. Que asimismo alojan la opinión de un coloso universal del toreo como Fermín Espinosa Armillita, cuando declaró haber presenciado en su larga vida no más de tres faenas por naturales realmente grandiosas; dos de Chicuelo –su padrino de confirmación madrileña, en 1928–, a “Dentista” de San Mateo en El Toreo de la Condesa y a “Corchaíto” de Graciliano Pérez Tabernero en Madrid, y, justamente, la de El Ranchero a “Montero” el 9 de noviembre de 1952, el año más glorioso de Jorge. Nuestro biografiado nunca rompió récords ni estableció marcas –inútil ponerle puertas al monte–, pero en cambio ha dejado en los anales de la tauromaquia profunda un puñado de nombres que remiten a otros tantos faenones rigurosamente históricos, y por tanto irrepetibles. Por estas páginas, caro lector, sentirás latir de nuevo la sangre brava de “Vajillero”, “Pistachero”, “Tragaldabas”, “Raspinegro” –y apenas estamos en la etapa novilleril de El Ranchero–, “Fundador”, “Montero”, “Náufrago”, “Voluntario” –al que cuajó en Pamplona la que estimaba su mejor faena en España–, “Chinaco”, “Pancho López”, “Viajero”, “Bogoteño”, “Huracán”, “Sol”, “Solito”, “Joronguito”, “Forjador”. Estamos hablando de hierros tan ilustres como La Laguna, Piedras Negras, Zotoluca, Rancho Seco, Atanasio Fernández, Torrecilla, Santacilia, Santo Domingo, La Punta, Mimiahuápam, la crema y nata de esa misteriosa entelequia, el toro de lidia, capaz de darle gloria o muerte a quien ose desafiarlo sin otros 278
argumentos que los de la valentía, el saber, el arte. Y algo más, ese algo más que han tenido muy pocos, y entre esos pocos Jorge El Ranchero Aguilar. El biógrafo que tan pacientemente esperó nuestro torero tenía que ser, como él, amante nato del campo y del toro, de la vida y de la muerte representadas por ese tótem primordial que ha sido el toro en las culturas más antiguas y clásicas. Y, como Jorge Aguilar mismo, no fino sino recio, no almibarado sino seco, no impostado sino sincero, no habilidoso sino mandón, no calculador sino sensible, no vacuamente soberbio sino humilde en su grandeza. Para que lo que El Ranchero pintó en el lienzo terroso del ruedo pudiera encontrar correspondencia en el papel y la tinta, tuvimos que esperar hasta la llegada puntual de Carlos Hernández González, casi una vida entera. Y su arribo, con este hermoso libro bajo el brazo, lo saludamos con júbilo, agitando nuestro pañuelo como tantas veces lo hiciéramos en solicitud de los máximos trofeos para Jorge Aguilar. Tan gran torero y tan completo charro que, para atraparlo, la muerte tuvo que darle cita en una placita de tienta, y sorprenderlo con la muleta en la zurda, mientras dibujaba con mano muy baja y corazón vibrante ese último pase natural que todavía no termina porque, qué quieren ustedes, nació con voc ación de eternidad. La eternidad que merece la figura del toreo y el hombre cabal, tlaxcalteca y campirano, charro y mexicano como el que más, al que Carlos Hernández González –Carlitos Pavón– rinde homenaje póstumo con esta obra que el afortunado lector seguramente degustará con deleite y no querrá dejar de releer cuantas veces llame a su espíritu la voz de su pasión por los toros. Que es y será, ya para siempre, la del toreo rotundo, puro y mexicanísimo de Jorge Aguilar González, El Ranchero de Tlaxcala, El Ranchero Aguilar.
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VIDA Y LIDIA DEL TORO BRAVO, DE JOSÉ CARLOS ARÉVALO DÍAZ DE QUIJANO PRESENTACIÓN Horacio Reiba Un tratado, según el diccionario de la Real Academia Española, es aquella obra literaria que representa un ajuste o conclusión sobre la materia allí abordada. Por lo tanto, no todo texto libresco es un tratado, ni todo escritor un tratadista. Hacia 1921, Ludwig Wittgenstein, un joven filósofo austriaco, con mucho de genio y bastante de antisocial, publicó su Tractatus lógico-philosophicus, atrevimiento que los especialistas recibieron con estupor, antes de convertirlo en un clásico. Wittgenstein intentaba, nada menos, cerrar, ajustar en sus últimos términos, la historia de la filosofía. Digo esto para aclarar lo que es y lo que no es un tratado. Porque resulta que tenemos uno entre las manos, tan poco voluminoso como el de Wittgenstein, y conviene dejar bien sentados desde el principio sus posibles alcances, que se antojan incalculables. Vida y lidia del toro bravo, y como subtítulo Ecología, ética y estética del sacrificio taurino. Así se rotula ésta última obra de José Carlos Arévalo, de cuya fértil pluma teníamos ya antecedentes abundantes e incluso preclaros. Pero ningún tratado en forma, que yo conozca o recuerde. En realidad, es difícil llamar así a cualquier obra de tema taurino. El hilo del toreo, de Alameda, seguramente. Y alguno más, que se me escapa. Porque incluso el Cossío es más un colosal banco de datos que otra cosa –precisos muchos de ellos, y no pocos inexactos–. Claro que para dar categoría de tratado al libro de Arévalo, o a cualquier otro, hace falta justificar tal denominación. Analizarlo y someterlo a crítica. A sabiendas que, como ha ocurrido con la filosofía o con la historia, cualquier pretensión de
Vida y lidia del toro bravo (Ecología, ética y estética del sacrificio taurino) , Edit. Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, México, 2015.
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enunciar la última palabra al respecto no pasa de quimera, que el tiempo y sus mudanzas habrán de relativizar o, en el peor de los casos, desnudar, como al emperador del cuento. Quiero decir que un tratado, por trascendente que parezca, lo es siempre de y para su tiempo. Lo relevante, y ustedes seguramente estarán de acuerdo conmigo, es que para nada es poca cosa que una obra a lcance en su momento la categoría de tratado. El texto de Arévalo traza un arco monumental que va de la elucidación de los orígenes del toro de lidia, el misterio de la fiereza innata en unos pocos ejemplares de tal especie bovina, a la situación actual de la fiesta de toros, pasando por su evolución y el gran salto de la tauromaquia al toreo. En tanto tratado, este libro sólo podría haber sido escrito en y para la segunda década del siglo XXI, con la Fiesta de toros sitiada con creciente furor desde varios frentes, a todos los cuales da cumplida réplica el autor. Y, atención, lo hace más como analista profundo de realidades que como simple cronista o aficionado. Y siempre desde la entraña del mito y el rito taurinos, develados paso a paso con deslumbrante lucidez. Arévalo ilustra al aficionado y procura empatizar con el detractor, entender sus torcidas razones en función de la globalización que se nos ha impuesto y del mundo virtual que avasalla a las nuevas generaciones, pero sin dejar ni por un momento de dar señales muy evidentes de su identidad como taurino y su encendido amor por la Fiesta que heredamos de nuestros mayores, este acontecimiento singular que es al mismo tiempo presentación y representación, permanencia y transfiguración, drama y celebración de la fusión estética y geométrica entre humanidad y animalidad, mortalmente asumidas por los dos polos del toreo. Hasta parece que estoy reproduciendo frases enteras tomadas del libro. Nadie debiera extrañarse, porque hay en estas páginas un fulgor que horada la memoria. Expresiones como “la bravura es al toro lo que el valor al torero… un acto reflejo sin el menor instinto de conservación”; o “el toro, caprichoso en su crueldad y en su generosidad como los dioses, como la naturaleza agresiva –terremotos, tormentas–, y sin embargo nutricia –frutos, cosechas–, promete muerte y da vida: su carne, su leche, su piel. Es la encarnación viva de lo 281
sagrado… y fue (en las culturas mediterráneas más insignes) la víctima sacrificial más preciada que podía hacerse a los dioses”; o bien (otra frase textual) “el toreo es un juego de ver, una trama de mirar, de entender lo que se mira… una quimera existencial y estética tan fuerte que la realidad sucedida en el ruedo se sale del mundo, se evade del tiempo real”; o esta otra: “el toreo se hace poesía cuando el torero se complace en su dicción… la brega es prosa. La espiral (el toreo en redondo) el dibujo del tiempo infinito”; o “la lógica del toreo va más allá de la lógica de un masa de quinientos kilos de peso que adquiere gráciles dotes de esquiva cuando una muleta la torea con sutiles e inteligentes dotes de mando”; o “todas las corridas son la primera corrida: no se repiten, se resta uran, cada vez que un torero cita a un toro”; o “las corridas estarían más cerca del teatro que del cine, de no ser porque su texto dramático cambia todos los días”; o “la posición del público de toros no es tan precaria como en los espectáculos deportivos, donde su presencia no sentencia el juego y su pasividad deriva en pasión mimética, a menudo enajenada de la calidad de la acción, alimentada por el tribalismo y la apuesta”; o “la fiesta otorga naturalidad a la lidia, un aire jovial, desenfadado y bravío que redime a la corrida de ser un ritual severamente necrofílico”; o “la lidia se encarga de ordenar el mito como una narración, un drama. Y lo hace (en el siglo de la Ilustración) bajo el canon de la modernidad (que exige tres actos)… con unidad de tiempo y lugar”; y ésta más: “el toreo descubre la lidia y la música la orquesta. Pedro Romero logra de Ca rlos IV que su oficio deje de ser considerado una profesión vil y lo convierte en profesión liberal, al mismo tiempo que Wolfang Amadeus Mozart abandona a su último señor, el arzobispo de Salzburgo”; o “el universo taurino es un paradigma ecológico, desde el campo donde nace y vive el toro hasta la plaza donde muere… y se basta para neutralizar racionalmente la agresividad del antitaurino global”, ya que “el torero es el depredador necesario para el equil ibrio ecológico de la dehesa”. En fin, que seguir citando pasajes del libro nos apartaría del objeto de esta presentación, pero habrá servido, creo, para que ustedes se den una idea aproximada de la calidad del texto, la profundidad de lo 282
planteado y, en consecuencia, los genuinos alcances de la obra. La estrecha comunión entre fondo y forma, entre significante y significado. Esta Vida y lidia del toro bravo está dividida en dos partes: Quién es el toro y dónde se encuentra es la primera, comprende desde la sacralización antigua de tan singular criatura a la paulatina e intencional conversión de su fiereza en bravura –la mano del ganadero– y una minuciosa exploración de sus diversas prestaciones durante la lidia, con provechosas indicaciones sobre la superposición de fenotipo y genotipo. Es, digamos, la parte erudita de este tra tado. No tiene desperdicio. La segunda parte, bajo el subtítulo Lidia y sacrificio del toro, versa propiamente sobre el toreo, su génesis, sus escenarios y, naturalmente, sus dos protagonistas esenciales; que no son por cierto los únicos, porque está además el público, equivalente al coro de la tragedia clásica, pero con un papel mucho más rel evante que en el teatro griego. Cada parte se despliega en capítulos cortos, y e ntre ambas, como al interior de cada una de ellas, existe una coherencia nunca reñida con ese aliento de frescura, de originalidad, que confío haberles transmitido a ustedes con mi anterior selección de citas. Por todas esas razones me he permitido sugerir que estamos ante un formidable tratado de tauromaquia, y no ante un libro cualquiera. No está pensado, desde luego, para leerse entero de una sentada, sino para saborearse poco a poco y digerirse con la debida calma. Cualquier semejanza con la poesía del temple está aquí perfectamente legitimada. Inútil sería preguntarnos cuál es el capítulo más redondo –ése que releeremos con especial deleite tantas veces como nos sea posible, porque siempre nos develará algo nuevo, bellamente además–; y digo que sería inútil porque en este caso puede ser cualquiera. Que a mí me haya llegado a lo más hondo el titulado La evolución de un lenguaje (pp. 185-201) es lo de menos. Para no errarle, procuren no perderse ninguno. Finalmente, creo mi deber de presentador hacer una advertencia, y manifestar una pequeña discrepancia con la conclusión de la obra. La advertencia es enteramente lógica, ya que el autor, al hablar del toro contemporáneo y su ev olución, toma como referencia la marcha de la Fiesta en España, cosa perfecta283
mente natural dada su bien localizada y muy valiosa experiencia personal. Y la discrepancia me surgió al final, cuando Arévalo expresa que el arte de torear no requiere defensa alguna de nuestra parte puesto que su propia grandeza, como arte y como historia del arte, que él ha glosado erudita y brillantemente, lo pone a salvo de vanas diatribas. Yo considero, por el contrario, que tales ataques no son para nada vanos, y que a la vista está lo caro que nos ha salido permanecer impasibles ante la andanada de insultos e irracionales ataques provenie ntes de la taurofobia globalizada, que olió la sangre y viene por más. Tardías y todo, he aplaudido las respectivas respuestas de Sebastián Castella y Morante de la Puebla en elemental defensa de sus derechos como profesionales del toreo, derechos que no difieren mucho de los nuestros como aficionados. Y creo que una de las maneras de empezar a responder a la deliberada brutalidad de taurófobos y políticos como una ominosa forma de censura, tendría que empezar precisamente por dar la más amplia difusión a libros como éste, cuyas eruditas y apasionadas descripciones envuelven una sólida, original y muy consistente argumentación. En síntesis, que sería un pecado de lesa tauromaquia limitar su circulación a unos cuantos lectores afortunados. Lo ideal sería invadir con él las librerías y utilizar sus tesis como armas de combate en favor de la Fiesta. Puedo estar equivocado pero ésta es mi opinión personal. Por lo pronto, no dejen de adquirir esta Vida y lidia del toro bravo, aprovechando que lo tenemos hoy tan a la mano. Y a José Carlos, mi agradecida enhorabuena y este muy sincero abrazo. Zacatecas, 16 de septiembre de 2015
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NOTA COMPLEMENTARIA
Como es natural en los tiempos que corren, no he dejado de consultar eventualmente notas ad hoc de la información taurina alojada en internet. Lo cual incluye, por supuesto, jugosas visitas a la filmoteca de YouTube, obligada prolongación de programas taurinos televisados de tan grata memoria como Brindis taurino, de José Alameda, en los años sesenta a ochenta del siglo XX, Toros y Toreros, de Julio Téllez y Toros en Imevisión, entre los ochenta y 2010, o Tendido Cero de TVE y Toros y toreros, de Canal Once, estos últimos felizmente vigentes. Aunque, eso sí, en disuasivos horarios de medianoche, como si el gusto por la tauromaquia tuviera que mantenerse bajo cuerda, muda confirmación de que no hay censura digna de tal nombre que no aspire a devenir autocensura.
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REFERENCIAS FOTOGRÁFICAS PORTADA: https://www.google.com.mx/?gfe_rd=cr&ei=JgfiVrTRBLX8ge3plqACQ&gws_rd=ssl#q=Morante+de+la+Puebla+fotos Pág. 21: https://www.google.com.mx/?gfe_rd=cr&ei=JgfiVrTRBLX8geplqACQ&gws_rd=ssl#q=plaza+m%C3%A9xico+fotos Pág. 21: Campo Bravo. Pág. 67: https://www.google.com.mx/search?q=toros+d+elidia+en+el+campo+fotos &biw=1366&bih=667&tbm=isch&tbo=u&source=univ&sa=X&ved=0ahUK EwiWn MWfqLfLAhVGhYMKHVNhACEQ7AkIMA Pág. 67: Pablo Ruiz Flandes. Pág. 105: https://www.google.com.mx/?gfe_rd=cr&ei=JgfiVrTRBLX8ge3plqACQ&gws_rd=ssl#q=manifestaciones+antitaurinas+fotos 105. Idem. Pág. 131: www.mundotoro,com Pág. 131: https://www.google.com.mx/search?q=capotes+sobre+la+barrera+plaza+de +toros&biw=1366&bih=667&tbm=isch&tbo=u&source=univ&sa=X&ved= 0ahUKEwj3lLq9qrfLAhXJsIMKHbjAB58QsAQIGQ Pág. 161: https://www.google.com.mx/search?q=vi%C3%B1etas+y+fotos+sobre+deb ates&biw=1366&bih=667&tbm=isch&tbo=u&source=univ&ved=0ahUKEwj X9Mq7fLAhVJses&biw=1366&bih=667&tbm=isch&tbo=u&source=univ&s a=X&ved= =0ahUKEwjX9Mqvq7fLAhVJsoMKHdEQCcoQ7AkIJA Pág. 161: https://www.google.com.mx/?gfe_rd=cr&ei=JgfiVrTRBLX8ge3plqCQ&gws_-rd=ssl#q=salones+de+clase+fotos Pág. 187: Idem. Pág. 187: Idem. Pág. 207: Humberto Peraza (escultor). 293
Pรกg. 207: Archivo personal del autor. Pรกg. 225: Archivo personal del autor. Pรกg. 225: Archivo personal del autor. Pรกg. 261: Archivo personal del autor. Pรกg. 261: Archivo personal del autor Contraportada: www.altoromexico.com
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Hijo y nieto de taurófilos de buena cepa, Horacio Reiba (Puebla, 1948) – “Alcalino” en sus notas taurinas– confiesa que no habría tenido inconveniente en probar suerte como maletilla, de haber contado con el valor, la vista y la decisión indispensables. En lugar de seguir la voz interior que lo empujaba a esa aventura prefirió cursar estudios de ingeniería química primero, y ciencias del lenguaje más tarde –profesiones que ejerce en la actualidad como docente universitario–, por lo que su contacto con la fiesta de toros acabaría limitándose a la de cronista de la especialidad para prensa, radio y televisión. Colaborador asiduo en la última etapa de El Redondel –tanto el legendario dominical capitalino de toros y deportes como la posterior y efímera revista–, en la actualidad publica cada lunes la columna Tauromaquia en La Jornada de Oriente, diario con el que colabora desde su fundación en 1990, por lo que puede calcularse con ce rteza que, a la fecha, lleva escritas más de un millar de dichas colaboraciones; producción a la que hay que sumar la realizada en el pasado para las prestigiosas revistas 6 Toros 6 y Campo Bravo; y los textos que le publica el portal digital Al toro México, en nuestra república, y Tendido 7 en Colombia. El presente volumen recoge una selección de sus textos semanales para La Jornada de Oriente, ordenados temáticamente. La segunda parte, que es la más considerable, está dedicada al asunto que da título a la presente obra y com295
pendia la preocupaciĂłn del autor por el presente y el futuro de las corridas de toros, en las cuales identifica una peculiarĂsima forma del arte y de la cultura mexicana, en serio riesgo de verse arrasada por los vientos huracanados de la globalizaciĂłn anglosajona.
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Ofensa y defensa de la tauromaquia, de Horacio Reiba “Alcalino”, se terminó de imprimir en diciembre de 2017 en los talleres de Conciencia Gráfica, con domicilio en Fraccionamiento Cabañas, Valsequillo L-2, Oasis Valsequillo, Puebla, Pue. y con número de teléfono 01222 2817162. La composición tipográfica y el cuidado son de es de Jesús Bonilla Fernández. El tiraje consta de 500 ejemplares.
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