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Ballesteros González, Florentino “Florentino Ballesteros Hijo”

bAllesteros gonzÁlez, florentino “FLORENTINO BALLESTEROS”

Matador de toros, aunque después renunció a la alternativa y continuó como novillero. Nació en Zaragoza, el 3 de septiembre de 1914, hijo de aquel otro Florentino Ballesteros Ballesteros de la promoción de 1916 que rivalizó con Joselito y Belmonte y que murió prematuramente en Madrid. Cuando nació este Florentino su padre estaba en la cumbre de la fama y en Zaragoza era un verdadero ídolo, por lo que comenzaron a cantarse coplas referentes a la posibilidad de que el niño recién nacido fuese torero como el padre: Ballesteros tiene un hijo y lo quiere meter a fraile. Y Zaragoza reclama: ¡Torero, como su padre! O aquella otra: Florentino tiene un hijo que se quiere meter a fraile,/ pero el chico ya toreaba en el vientre de su madre. Cuando Candelaria González quedó viuda, con veintitrés años y dos hijos de corta edad, quemó todo lo que su marido tenía que le pudiera recordar que había sido torero. Así no habría posibilidad que su hijo se aficionase a los toros y quisiera seguir sus pasos. Se casó con otro hombre y se trasladaron a vivir a Ceuta. El jovencito Florentino, con apenas quince años vivía ajeno a todo; su padrastro lo había matriculado en la Escuela de Comercio y cursaba el primer curso de la carrera. Era 1928, y el día 17 de febrero se recibió en su casa una carta con matasellos de Zaragoza dirigida a nombre de Florentino Ballesteros González y el remite era del Club Taurino Zaragozano. Aquella carta fue el detonante para que el joven, que durante quince años había vivido totalmente ausente de lo que no fueran sus estudios y sus juegos infantiles, quisiese ser torero. Este es su testimonio: “Mi madre había roto cuantos recuerdos taurinos nos ligaban a nuestro pobre padre. Ni una fotografía, ni un vestido de torero, ni un recorte de prensa, nada, todo lo quemó con la pretensión de que yo no viera nada, de que en mí no prendiera la llama del toreo. Y pasaron los años sin que yo demostrara la menor afición a los ruedos. Ni hablaba de toros ni sentía deseos de saber lo que era aquello. Únicamente me acordaba de que a mi padre lo había matado un toro y de que mi madre lo lloró mucho. Pero un día llegó una carta en la que se decía que “enterados de que el hijo de Florentino Balles-

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teros quería ser torero”, me invitaban a torear una becerrada en Zaragoza. ¡Casi nada la que se armó en mi casa! Yo no había pensado en torear, ni mucho menos, pero aquella carta, me ilusionó de una forma extraordinaria. Y no me lo pensé más. ¡A Zaragoza!. Llegué aquí dos o tres días antes del festejo. “Pinturas” y Salvador Morer me dieron unas lecciones urgentes de toreo de salón. Me lo enseñaron todo: desde lo que era un capote hasta para que servía una espada. No había cumplido los quince años. Me dije: “Con tres lecciones hago lo mismo que hizo mi padre al principio” ¡Y cómo me equivoqué!¡Que difícil era ser torero! Lo comprendí rápidamente, pero no di ni un solo paso atrás. Mi faena la premiaron con una oreja, pero no la merecí. Una oreja de simpatía, de obligada atención al hijo de Florentino Ballesteros, “el que quería meterse a fraile”. “Pero como la afición de Zaragoza me reclamaba torero –igual que mi padre–, torero fui. Y no me arrepiento...” “Yo no fui como él; no tuve su sentido de la vida ni su exacta valoración del triunfo de un torero. Rápidamente me vi en novillero mimado, con muchos contratos por delante, un hombre que despertaba grandes simpatías y unas ilusiones que no encontraban freno. En la temporada del 33 llegué a torear medio centenar de novilladas, veinticuatro de ellas sin salir de Andalucía, donde casi nunca gustaron los toreros aragoneses. Me creía alguien, pero pronto recibí el primer aviso: una tremenda cogida en Madrid. El pitón del novillo me entró veintisiete centímetros en el muslo, recreándose la fiera al sostenerme en el aire de tal manera que creyeron que me había matado...” “Recibí la alternativa con todos los honores, después de haber matado siete novillos de Vista Alegre. En la tarde de mi doctorado corté dos orejas. Entonces eché en falta el consejo de mi padre, y no me hubiera ocurrido lo que vino después: los dos avisos en Madrid en mi precipitada reaparición, la mala orientación de mi apoderado, la renuncia a la alternativa...” “En la temporada de mi alternativa solo me dio tiempo a torear cuatro corridas en España...” “Rompí con mi apoderado, cosa que sorprendió a muchos. Fue como una actitud de niño mimado. Yo tenía un chalet, dos automóviles y algunos duros en el banco...” “Decidí volver, después de anunciar mi retirada del toreo, y toreé diecisiete novilladas. Estalló la guerra y volvió a truncar mi carrera de nuevo matador...” “Yo terminé francamente mal, sin nombre y sin dinero. Al acabar la guerra me hice banderillero y toreé a las ordenes de Don Álvaro Domecq, de Carlos Arruza, “Parrita”, “Manolete” y hasta Mario Cabré. Al salir con el “monstruo”, en Logroño, pensé en las vueltas que da el toreo: unos años antes aquel fenómeno al que yo había de servir había sido mi sobresaliente en Córdoba. Fue

cuando realmente me di cuenta de lo que yo realmente era. Un desplazado...” “Lo dejé, y creo que pocas veces fue tan sensato en mi vida. Sí, porque llamando a mil puertas pude conseguir unos contratos cobrando muy poco, casi nada, para ser más sincero...” Y llegó un momento en que me vi perdido. Tuve que recurrir a Carlos Arruza para pedirle un vestido de luces para probar otra aventura. La de América. Carlos, que acababa de torear en una plaza francesa, me atendió muy bien y me hizo el regalo. No tenía dinero para el pasaje y conseguí enrolarme como camarero en un barco panameño, en el cual pasé muchas calamidades, hasta que al fin me dejaron abandonado en Gibraltar, donde el buque fue incautado. Menos mal que en aquellas lamentables circunstancias encontré a Don César Costa, un desconocido que me ayudó dándome un pasaje para Venezuela. A su bondad le debo lo que conseguí en América, donde me hice mayordomo de un Club que me concedió la explotación de su bar. A los dos años pude mandarle a mi mujer veinte mil duros para que viniera a América con mis hijos. Hoy tengo un hotel en Punta Cabello, el Hotel Aragón...”. Hasta aquí las confesiones del torero. Se entiende, que su juventud, su falta de experiencia y la falta de buenos consejeros hicieron que su carrera taurina fuera al desastre. En 1929 empezó a torear novilladas y en 1930 sumó al finalizar la temporada 17 festejos. Se presentó en Las Ventas como novillero con picadores el 14 de agosto de 1932 alternando con Luciano Contreras y José Cerdá en la lidia de novillos de varias ganaderías: Graciliano Pérez Tabernero, uno de María Hernán (4º) y uno de Emilio Bueno (5º). Palmas y silencio fue el balance de su actuación. En 1933 toreó 35 novillas que podían haber sido más si no hubiese sufrido una grave cornada en Madrid el 3 de agosto. Al finalizar la temporada, el 8 de octubre, recibió la alternativa en Barcelona, de manos de Vicente Barrera, que le cedió el toro Zagalo, de la ganadería lusa de Alves do Río, en presencia de Fernando Domínguez. El año siguiente confirmó su doctorado en Madrid, el 3 de mayo de 1934 con Rafael Gómez “El Gallo” de padrino y Manolo Bienvenida de segundo espada con toros de Celso Cruz del Castillo. Terminó la temporada con 25 corridas de toros y marchó a Perú, donde se presentó en Lima, en la Plaza de Acho, el 2 de diciembre con Vicente Barrera y Facultades de Lima, con toros de la ganadería de La Viña. Sin embargo en la de 1935 solamente ajustó 4 festejos, por lo que optó como ya se ha visto más arriba por renunciar a la alternativa, torear de novillero y al final, desengañado, hacerse banderillero, categoría esta, que tampoco fue duradera porque se dedicó a otras actividades extra taurinas en las que triunfó plenamente. Falleció en Caracas (Venezuela), el 26 de junio de 1984.

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