Vestirse de torero

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4.- Vestirse de torero Enrique Rivas “Joselito”
5.- Manolo Martínez
6.- Pedro Gutiérrez “El Niño de la Capea”
8.- Miguel Espinosa “Armillita Chico”
18.- Manolo Arruza
22.- José Maria Luévano
28.- Alfredo Ríos “El Conde”
40.- Guillermo “Martínez”
44.- Pepe López
46.- Aldo Orozco
58.- Uriel Moreno “El Zapata”
62.- Antonio García “El Chihuahua”

14.- ¿Sabe usted con que ropas ira vestido el dia de su muerte Federico Garibay QPD

64.- ¿Y las madres de los toreros?

Mary Carmen Chávez Rivadeneyra

10.- Manolo Espinosa
15.- Fernado Corral “Corralito”
16.- Jorge de Jesús “El Glison”
32.- Antonio Barrera
38.- Arturo Macias
42.- Pepe Murillo
50.- Alfonso Hernández “El Pali”
56.- Ricardo Rivera
57.- Francisco Dodoli

Vestirse de torero

Por: Enrique Rivas “Joselito” Fotografía:

La puesta en escena de una corrida de toros, se encuentra envuelta en ritos, símbolos y señales que le dan al espectáculo un sentido mítico y lúdico de tal manera que su riqueza visual e incomparable.

Dentro de los ritos del toreo crece en importancia, el momento en el que los toreros se visten con el traje de luces.

El traje de luces, que es una prenda de diseño, de valor incalculable, es un objeto que desde hace casi dos siglos no ha sufrido prácticamente transformación.

Fue Joaquín Rodríguez Costillares quien diseña los primeros vestidos para torear modificó el traje de torear estableciendo la chaquetilla bordada con galones de oro para los maestros y de plata para los subalternos, el calzón de seda y la faja de colores.

Destacar también que es el elemento primero que capta la atención del espectador cuando entra en la plaza de toros y esto hace que se realce la figura del torero.

La ropa de torear dignifica y engrandece la más bella de las profesiones es símbolo de la luz, y colorido, es la segunda piel del torero, es su armadura y coraza como un caballero altivo y gallardo, todo es poco para definir ese sentimiento que comienza en el cuarto de un hotel, toda una ceremonia casi religiosa.

Estimado aficionado, le invito a que juntos, pasemos a la habitación del torero y seamos testigos del rito y ceremonia que representa el vestirse con la ropa de torear.

Desde que el torero se ve anunciado en los carteles, dispone junto con su mozo de espadas cual es el vestido de torear que lucirá esa tarde, el mozo que es la persona de sus confianzas y

le auxilia en su atención particular fuera y dentro de la plaza, es la figura mas cercana al diestro, conoce sus gustos, los cambios de su carácter, y es prácticamente la sombra del torero.

El mozo de espadas sobre una silla, como reza la tradición, coloca el vestido de luces, todo en orden, en la silla se coloca primero la chaquetilla, sobre la espalda de la silla, el chaleco en la parte baja de la silla, y en el suelo las zapatillas, la taleguilla extendida sobre el asiento de la silla; la camisa, tapando la chaquetilla, con el fin de que no se arrugue y quede estirada.

Encima de la taleguilla se coloca la montera en cuyo interior se meten los siguientes accesorios, el añadido o coleta, los tirantes y los pantis, las medias de torear, se colocan encima de la camisa, y todo se cubre con el capote de paseo.

Es lo primero que hace el mozo de espadas al entrar en la habitación del hotel, mientras que el torero recibe llamadas o charla con su apoderado y miembros de su cuadrilla, que en mitad de la mañana, acudirán a la plaza para la ceremonia del sorteo, otro ritual de vital importancia en el desarrollo de la corrida, del que hablaremos posteriormente.

El torero, se queda sólo con la compañía del mozo de espadas, aprovecha para darse una ducha, relajarse y descansar, son momentos de mucha tensión, el miedo se mete en la habitación y se coloca en la boca del estomago del torero, que piensa y repiensa en el compromiso y los deseos de triunfo, dialoga con sus temores y se anima con sus ilusiones.

Algunos toreros tratan de dormir la siesta, otros buscan la música que les acompañe, otros prefieren charlar con algún amigo o permanecer en solitario todo depende del carácter y las costumbres del matador.

Todo comienza un par de horas antes de la corrida, y apenas sin haber comido ya que solo pueden comer ligero, por si sufren algún percance y que los médicos puedan actuar con libertad.

Todo en secreto, a puerta cerrada y en

compañía de su mozo de espadas, el silencio se impone, y con un respeto por tan sublime acto. El Mozo de espadas con palabras de respeto y casi en susurro, le dice al torero.... “Maestro, es la hora”.

Tan solo esas palabras romperán el silencio del torero que se dispone a enfundarse los pantis, y enfundarse las medias y ligas con la eficaz ayuda de su mozo de espadas, incorporándose de la cama, se dispondrá la difícil tarea de ajustarse la taleguilla... tirantes, camisa y zapatillas, antes de colocarse el añadido o coleta, se mirará al espejo y gesticulando con su cabeza, le dará a entender si está todo a su gusto.

Para vestirse, primero se pone los leotardos y encima las medias de seda, derechas y estiradas.

Posteriormente, la taleguilla y se ajustan los machos, los cuales se entrelazan amarrándolos fuertemente para que queden firmes.

Enseguida la camisa, abotonando la parte superior de la taleguilla y sobre ésta la faja corta, que debe ser del mismo color de la corbata.

El matador se sienta y le prenden el añadido, al final se coloca el chaleco y la chaquetilla, es el momento de partir hacia la plaza, con la montera en la mano y el capote de paseo, doblado en el antebrazo.

La mayoría de los toreros tienen un alto sentido religioso y llevan siempre una “Capilla Portátil” generalmente es una pieza de fina talabartería en forma de libro y en el interior lleva una serie de compartimentos para que el matador coloque las imágenes y estampas de su devoción, recuerdos muy queridos, fotografías y amuletos de suerte, que le son regalados por familiares y aficionados que le admiran.

Estampas de la Virgen de La Macarena, de Guadalupe, del Cristo Del Gran Poder, oraciones de los santos de su predilección, etc.

En la mesita donde coloca su altar también pone con mucha devoción una veladora, que la prende justo antes de salir para la plaza, después

Miguel Espinosa “Armillita Chico”

de encomendarse al Dios bueno pidiéndole su protección y su ayuda para lograr el triunfo.

Son muy pocas las personas que tienen el privilegio de presenciar este rito, tan solo los allegados del matador y por expresa invitación del mismo le señalara al mozo de espadas quienes pueden permanecer en la habitación.

Los aficionados y conocedores, mientras tanto se encuentran en el lobby del hotel o en el salón Bar, esperando que el torero baje de la habitación para desearle suerte y tener alguna cercanía con el torero en turno.

El ver de cerca a un hombre vestido de torero, impresiona, seduce y cautiva, todos se transforman, toman otra dimensión y la admiración por su persona crece, al fin están vestidos de héroes, porque dejan de ser mortales, dejan atrás al hombre y comienza el mito y la leyenda que van construyendo cada tarde de toros.

Este artículo fué publícado en el periódico Ocho Columnas de Guadalajara, por Federico Garibay e ilustrado con fotografías de Oskar Ruizesparza el 26 de Diciembre de 1988

¿Sabe usted con qué Ropas irá Vestido el día de su Muerte?

Cada mañana, cuando usted se viste para ir al trabajo, ¿se ha puesto a considerar que quizá se está vistiendo por última vez? Lo más probable es que nunca haya analizado las cosas desde ese punto de vista, y por ello no le concede usted ninguna importancia a un hecho tan cotidiano y baladí como es el de vestirse.

Pero el torero se encuentra en un caso muy diferente al cual se encuentra usted o al cual me encuentro yo. El torero sí que piensa --cada tarde de corrida-- que puede no regresar más a su habitación. y piensa también que puede morir, aun antes de que termine la corrida. Por eso, el hecho de vestirse de luces revista para él caracteres de auténtico ritual. Es tan sui géneris la contemplación del hombre que se enfunda en un terno de raso y alamares antes de irse a la plaza, que quizá lo único que pueda asemejársele en solemnidad sea e! ver revestirse sus ornamentos a un sacerdote antes de salir a oficiar misa. Después de todo, entre el sacerdote y el torero existe un cierto paralelismo:

Ambos se atavían lujosamente para ofrecer -uno a su feligresía, y el otro a la afición- la celebración de un sacrificio: Incruento el del altar; cruento ‘el del albero. Y después del ofertorio -o del brindis-, el sacrificio que ofrece el torero al público puede ser no solamente el del toro, sino el de sí mismo.

El momento en que el torero se viste de luces representa su penúltima hora de relativa intimidad -la última la vivirá intensamente en la capilla de la plaza -, Y es que, en cuanto atraviese el vestíbulo del hotel o ponga un pie en la acera de la calle, estará a merced de un público bullicioso que habrá de seguirlo para encumbrarlo; o para hundirlo; o para orillarlo a la muerte. Por eso son

tantos los toreros que confiesan que su mayor miedo lo experimentan en el momento en que se están vistiendo de luces.

La posibilidad de morir es una dama sombría que invariablemente va del brazo de los toreros. Los acompaña insistente y celosamente a todas las plazas; los oprime cada vez que un toro, desafiante, arranca hacia ellos. El redondel no tiene terreno alguno del que el espada pueda evadirse. Se dice que en el ruedo son unos los terrenos del toro y otros los terrenos del torero; pero indistintamente, unos y otros, son los terrenos en que campea y se enseñorea la posibilidad de la muerte: Cierta para el toro; factible para el torero.

El natural temor de morir -juntamente con la influencia de ciertos atavismos gitanos y una escasa instrucción en materia religiosa-, hacen del torero --salvo raras excepciones-- un tipo de hombre excesivamente supersticioso. Los toreros, en su mayoría, evitan a toda costa depositar la montera sobre la cama; impiden a las mujeres el accéso a su habitación; señalan una cruz sobre la arena, con su zapatilla derecha, antes de iniciar el paseíllo: esquivan la mirada para no ver salir al ruedo a los toros de su lote, o procuran -después de brindar y antes de iniciar su faena de muletaque la montera sobre la arena en’ determinada posición.

Y si no cae como ellos quieren, la acomodan a su capricho antes de enfrentarse al toro. Todas estas extrañas conductas tienen una sola explicación: la superstición: el temor al mal fario.

Un torero gitano-extraordinariamente supersticioso-- fue Rafael Gómez Ortega El Gallo. Lo fue a tal grado que en cierta ocasión que iban en calesa rumbo a la plaza vio al paso un cortejo fúnebre. Ello bastó para que ordenara terminantemente al auriga el inmediato regreso al hotel. El Gallo fue encarcelado por incumplimiento de contrato pero la sanción no le importó. Según él había puesto a salvo su vida, sobreviviendo a lo que él se habría temido fuera su última tarde.

Se dice -y con razón- que en la medida en que ha ido disminuyendo la peligrosidad del toro de lidia, ha ido perdiendo solemnidad el rito

Jorge de Jesus “El Glison”

de vestirse de luces. Hoy en día, si usted echa un vistazo a la habitación del torero, se podrá encontrar un ambiente muy diferente del que quizá le habrán contado. Nada de respetuoso recogimiento. Nada tampoco de guitarristas flamencos ni de rumbosos cantores para poner «de vena» al diestro. Ahora el torero enciende el aparato televisor y charla despreocupadamente con sus amigos y hasta con sus amigas.

Pero existen también los toreros originales, a quienes no parece importarles incorporar a la mujer a la tarea de vestirlos. Fernando Corral Corralito, por ejemplo, se viste de luces en la presencia --y con la ayuda de su mujer; Jorge de Jesús Gleason pide que sea una dama ---y no su mozo de espadas-- quien le haga la trencilla. Curiosamente, tanto Corralito como El Glison son personas muy ilustradas, y quizá por ello desdeñen tantas supersticiones recibidas, que acongojan lo indecible a casi todos los toreros.

La noche anterior a la corrida, los matadores de toros que blasonen de responsables, se acuestan temprano y tratan de descansar lo más que puedan. El torero, generalmente, se abstiene de asistir al sorteo. Lo representan en él sus apoderados o los miembros de su cuadrilla. Entre tanto, el torero sigue durmiendo. Se levanta tarde y toma un buen desayuno. y ya no come a mediodía. Quizá cene, si es que sale con bien de la plaza. Aproximadamente unas dos horas antes del festejo, se da una ducha y a continuación comienza a vestirse. Enfundarse en un terno de luces no es un cometido fácil, por lo cual el matador requiere de los servicios de su mozo de estoques.

El torero se coloca primeramente la montera, a fin de que el mozo tome un mechón del pelo de la nuca y pueda apretar en él el añadido o coleta, que es -desde hace siglos-el distintivo inequívoco de quienes ejercen la profesión taurina. Por eso, quienes se despiden de ella, renuncian a la coleta, la cual les es cortada solemne y públicamente a golpe de tijera. La coleta, antiguamente, era natural; hoy en día, postiza -salvo algunas excepciones-. Una vez colocado el añadido, el diestro se despoja de la montera. El mozo de espadas, entre tanto, le calza las medias, procurando estirarlas perfectamente,

Manolo Arruza

para que no presenten ni la más mínima arruga. El torero es un artista y como tal, ha de cuidar todos los detalles de su apariencia e indumentaria. Después se ciñe la taleguilla.

El mozo le cierra las botonaduras laterales que se encuentran al nivel de las rodillas, y le aprieta convenientemente los machos. Simbólicamente, llevar los machos bien ceñidos es signo de valentía. Después, las zapatillas. El mozo ata las cintas minuciosamente. Posteriormente el torero circunda su cintura juncal con una faja. A continuación, sobre los tirantes de la taleguiIla, se enfunda el espada en una inmaculada camisa, con pechera de holanes. Y sobre la camisa se anuda el corbatín. A últimas fechas los toreros acostumbran emplear –a guisa de pisacorbata-una crucecilla de hilo, que ellos mismos hilvanan; o, en su defecto, una medalla con alguna venerada imagen. El chaleco y la casaquilla son las últimas prendas que atavían al torero. Ahora enciende una veladora a las imágenes de su particular devoción, y reza intensamente durante unos cuantos minutos. Ya apagará la veladora cuando regrese -si es que regresa- de la plaza. Antes de marcharse, reclama su capote de paseo y su montera. Y el uno al brazo izquierdo y la otra en la mano derecha, se encamina al misterio acongojante que representa para él cada corrida de toros: Un episodio cuyo desenlace puede ser de triunfo, de fracaso... o de tragedia.

Francisco Dodoli

¿Y las madres de los toreros?

A todas las mujeres que han dado a luz algún torero(a)

¿Sabe usté una cosa mare?

Hoy se ha muerto Manolete en la Plaza de Linares, que momento más tremendo, lo he visto morir matando y lo he visto matar muriendo…

El papel de la mujer en el mundo de los toros ha cambiado notablemente en los últimos años, y aunque aún existen rescoldos de machismo en su interior, el toreo mismo ha demostrado que desde sus orígenes la figura femenina es parte de su historia.

Anteriormente, solo la presencia del padre de un torero era una imagen cotidiana en la camioneta del diestro, en el callejón de la plaza o en la barrera. Mientras la madre permanecía en la casa, en una capilla y alejada del ambiente de los toros, siempre en ese preludio de corrida que se convierte en delirio, entre cirios y rezos que imploran que su hijotorero, salga ileso de un percance o de la misma muerte.

Hace varios años, las madres de los toreros esperaban al final de la corrida, una llamada telefónica en medio de minutos de incertidumbre para escuchar el desenlace de la tarde, esperando que todo estuviera sin novedad en la integridad de su hijo.

Recuerdo la imagen de la torera Raquel Martínez en el callejón de las plazas, rompiendo cánones de supersticiones en que las mujeres no podían permanecer en el callejón, pensamientos retrógradas que empañan el ambiente de los toros; mientras ella, se veía acompañando a su hijo con los avíos en la mano en cada tarde que toreaba Diego Martín “Rubito”.

Anécdotas de madres de toreros existen muchas en diferentes épocas. Citando algunas recordemos a la madre de José Gómez “El Gallo” que dijo: “para que un toro mate a mi hijo, necesita quitarse un pitón y aventárselo” sin embargo, lo mató un toro.

La madre de Joaquín Rodríguez “Cagancho” embelesada por su hijo expresó, “ Y todavía que lo ven partir plaza, quieren que toree”. Entre los muchos percances del toreo, el diestro Feliz Guzmán recibió una cornada por el toro “reventón”

“La Madre del torero” de el Padre Cue

Este poema declamado magistralmente por el finado Ferico Garibay se encuentra en: www.mexicomio.com.mx y en “GRANDES PLUMAS” dar clic, para volver a dar clic en Fedrico Garibay, ahi encontrara el poema y otros más.

de Heriberto García, provocándole posteriormente la muerte, motivo suficiente para que su madre perdiera la cordura y caminara sin brújula el resto de su vida, llorando la pérdida de su hijo y gritando su nombre a deshoras de la noche.

Manuel Rodríguez “Manolete” al sentir el frío paulatino de la muerte, comentó: “que disgusto se va a llevar mi madre” puesto que la relación con ella era particular y excesivamente estrecha; además de vivir entre mujeres con nombre de tragedia, desde su madre Doña Angustias, y su hermana Dolores. Tras la muerte del coleta, estas mujeres entre otras más de la familia ocultaron su rostro dentro de un velo negro, que cubría su pena, esa que siente la desgracia de perder un hijo o un hermano por las astas de los toros. Se sabe que psicológica y emocionalmente no existe dolor más grande que perder un hijo, suceso que ni siquiera tiene nombre.

Manuel Benítez “El Cordobés” cuando iba a torear a Palma del Río le dijo a su hermana Ángela Benítez, quien sustituyó en ese momento la figura de su finada madre “o te compro una casa o te visto de luto”.

El novillero José Luis Tapia el 15 de julio de 1979, fue a torear a la Plaza monumental de Zacatecas, en vísperas de su regreso su madre

Doña Salud Morales, que en paz descanse, tenía una angustia tan grande, que su rostro se cubrió de paño, como si una substancia venenosa se suministrara por todo su cuerpo hasta llegar al rostro para encargarse de exterminar sádicamente el color de sus mejillas, aspecto de desgaste emocional llevado al límite.

Carmen Ordoñez, sufrió por varios lados, por ser hija, esposa y madre de toreros. ¡Vaya trilogía de parentescos y profesiones taurómacas!

Doña Margarita Castro Viuda de Freg, como se llamaban anteriormente, fue madre de cuatro matadores de toros, Salvador, Alfredo, Luis y Miguel, de los cuales, el último murió en Madrid el 12 de julio de 1914 en la Plaza de Madrid; el público pidió que se suspendiera la corrida por vez primera

En una entrevista realizada por Guillermo H. Cantú en su libro Manolo Martínez. Un demonio de Pasión. El Matador comentó lo siguiente: ¿Cómo reacciona tu mamá cuando te fuiste a México Manolo? Ella me comprendió, pero seguramente le causó tristeza, la de torero no era profesión que aceptara la familia, nadie se mostró contento con mi resolución, pero jamás supo ella de que se trataba este oficio. Creo que para mi madre el drama de los toros es como una celebración bonita, llena de color y de alegría. Espero que nadie le haya

explicado el “negocio” la tragedia que envuelve en sus misterios y que considere que las cornadas son solo pequeños accidentes. (1)

Las madres de los toreros semejan el rostro de la virgen de la Macarena, llevan lágrimas permanentes en los ojos y que ruedan por sus mejillas. Son Majas que dan a luz niños o niñas que se convierten en diestros, subalternos, rejoneadores, forcados, y que después de haber vivido ellas la cornada del parto que es como una herida que tiene color de clavel y dolor de vida todo lo convierte en gloria, al tener el primer careo de la mirada infantil, que algún día llegará hasta una plaza de toros, en esa complicidad de comunicación del ruedo a la barrera.

La profesión de Matador de toros, es difícil de ser aceptada para estas mujeres, pero a la vez, sobrelleva la decisión y se torna un gran apoyo. Además del orgullo de tener en casa hombres vestidos de seda y oro, artistas peculiares de este arte.

Cuantas veces más de alguna madre hace el oficio de mozo de estoques y también cose una camisa, prende un alamar y zurce la serenidad que se rompe tarde a tarde. Además de sentirse orgullosa y tener el enorme placer al saber que la corrida terminó en una salida a hombros, por ese túnel frió igual que los quirófanos en donde nacieron sus hijos, en donde ronda la vida, la muerte, la alegría y el dolor.

Como los tiempos cambian y el desarrollo de la humanidad no tiene género, en todos los ámbitos de la vida la mujer está presente, activa e inmersa en la vida laboral. En el mundo de la tauromaquia también hay empresarias, apoderadas, ganaderas, fotógrafas, escritoras, y Matadoras de toros, entre otras actividades que ejercen su labor profesional; demostrando su seguridad, carácter, fortaleza y temple, a pesar de que su alma vaya bordada entre los hilos del terno de aquellas madres de toreros de profesión.

¡Olé por todas ellas!

(1) H. Cantú Guillermo. Manolo Martínez. Un Demonio de Pasión. Ed. Ediciones 2000, México, D.F. 2001 Pág. 148

El ensayo de: ¿Y las madres de los toreros? fue publícado por vez primera en la Revista “Matador” Año 7 N°8 pág.8. Y en el Portal Taurino Opinión y Toros: el día 18 de mayo de 2012

y Fotografia Oskar Ruizesparza

La soberanía de los pueblos, estriba en sus costumbres y tradiciones. ¡Mantengamoslas vivas!

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