9 minute read

VUELVE A CASA

He leído un par de historias. Una, sobre la familia de Juan Carlos Soto, y la otra de Carlos Castillo Villaseñor. No me voy a meter en detalles, me gustaría que las leyeran, ambas historias las pueden encontrar en números anteriores de esta revista. El factor humano es responsable de la mayoría de los accidentes aéreos. Muchas veces la distracción de los tripulantes o de los mecánicos es crucial para causar un accidente o mínimo incidente. Ya he escrito en otros números sobre la importancia del mantenimiento y de la concentración de pilotos en cabina. Ahora quiero hacer mención de las circunstancias fuera del control tanto de unos como los otros: las fallas mecánicas. En ambos casos de los héroes citados al principio de esta columna, la falla no fue humana, pero la determinación y la pericia por salir adelante ¡fue sobrehumana! La seguridad es la prioridad número uno de la industria aérea. En el año 2018, la tasa de accidentes de aviones jet fue de 0.19, es decir, un accidente por cada 5.4 millones de vuelos. Actualmente, un pasajero necesitaría al menos volar cada día durante 241 años para tener la probabilidad de sufrir un accidente aéreo. Así que es más probable que mueras en un accidente automovilístico que en uno aéreo. Ahora, ¿cuáles son las probabilidades de sobrevivir en un accidente aéreo? La tasa de supervivencia es de 69 % en el caso de que viajes en la zona de la cola (por detrás de las alas). Según la revista Popular Mechanics las probabilidades de sobrevivir se reducen hasta el 56% en la parte delantera o en 49% en primera clase. Nuestros sobrevivientes lo lograron gracias a la pericia de los pilotos y la determinación para sobrevivir. Juan Carlos Soto y su familia se estrellaron en la selva, mientras que Carlos Castillo en el mar. Extremos totales y resultados similares. La audacia de los pilotos, las ganas de vivir, al amor a la familia, la intervención divina, todo influyó para que estas vidas se salvaran. Cuando leí la historia de Juan Carlos, mis ojos se nublaron, y cuando escuché de viva voz la historia de Carlos, mis lágrimas rodaron. Sé que existen muchas memorias como las de PILOTOFEMPPA

REVISTA DE LA FEDERACIÓN MEXICANA DE PILOTOS Y PROPIETARIOS DE AERONAVES, A.C.

Advertisement

JOSÉ CARDONA ESCALONA ASCENDIENDO EN LA BRUMA ENERO 2019

alan purwin

ellos, pero siendo personas tan cercanas a mí, me conmueven de manera especial. Cuando leí sus historias, me puse a pensar en el riesgo diario que corren los pilotos y su

NUEVO FBO EN ATIZAPÁN SOY PILOTO ROTAX

¿CóNFIAS MUJERES FEMPPA: EN Mí?

tripulación. Sus vidas corren peligro (y no soy alarmista) por cuestiones técnicas, climáticas o humanas. Para nosotros como pasajeros obviamente el trance es pequeño, ya que solo viajamos una mínima parte de lo que lo hacen ellos. Muchas veces sus horas de vuelo son excesivas y lo dejan todo en tierra, como familia y amigos. Ha de ser mucha la zozobra de sus familias para sobrellevar la ausencia. Solo le ruegan a Dios que los proteja y a ellos les piden

¡que vuelvan a casa!

28 piloto femppa uno lucharía por su vida, se tomaron de la mano y se desearon suerte. El Cap. Cabañas realizó maniobras para conseguir que cayera primero la cola del avión, pero al momento del impacto, el tren de aterrizaje chocó bruscamente contra el agua desprendiéndose ambas ruedas, acto seguido la nariz del avión se fue a pique; debido a que el parabrisas del avión se quebró, en segundos la cabina estaba sumergida totalmente en el agua. Momentos antes de la caída, Jorge veía cómo se aproximaban a gran velocidad (entre 50-60 nudos) al agua. Cerró los ojos y se agarró con todas sus fuerzas del asiento donde viajaba Carlos, después del impacto tardó un poco en reaccionar, pero estaba vivo, aunque todo era silencio, logró ver la salida de las burbujas por el frente del avión y sin pensarlo dos veces, se apresuró a salir. Por su parte, Carlos Arturo nos compartió que por la desesperación no encontraba la manija de la puerta: “Sabía perfectamente dónde se hallaba la manija, al subir, aún en tierra, había asegurado mi puerta y verifique la del piloto; pero en esos momentos por la confusión del golpe no la encontraba. Sentí que la muerte me abrazó, estuve a punto de rendirme, pero seguí buscando con el tacto hasta que la encontré, abrí la puerta, mientras que con la otra mano soltaba el cinturón de seguridad, para inmediatamente nadar hacia la superficie en donde ya estaba Jorge a salvo”, recuerda. Carlos sangraba y le dijo a Jorge que no podía respirar, este recordó algunos primeros auxilios que aprendió en los cursos recurrentes, lo abrazó y revisó sus extremidades para ver si había algún punto de dolor localizado. Sin ninguna novedad, concluyeron que se había quedado sin aire por el impacto. Estando aún a la vista una pequeña parte de la cola del avión el capitán Cabañas logró salir, mientras Carlos y Jorge le gritaban a Jaime, quien no había salido cuando el avión se hundió completamente. Recién habían despegado, el Cap. Cabañas tuvo inconvenientes con las comunicaciones “Debía traer la bocina a todo el volumen, lo que ocasionaba ruido de estática dificultando la escucha de los mensajes”. Ya se habían perfilado para regresar y se lo comunicaron a la torre, cuando Carlos, quien ocupaba el asiento de copiloto, hizo algunos ajustes al radio logrando una comunicación más clara. El Cap. Cabañas se comunicó con torre y abortó el regreso y retomaron nuevamente su dirección”, recuerda Jorge Gil. Pasando la Presa de la Buena Mujer, Carlos avisó que se dormiría un rato, Jaime siguió sus pasos, mientras que Jorge disfrutó del paisaje por algunos minutos más; observó El Sargento y la Isla Cerralvo hasta quedarse dormido. A una altitud de crucero de 8000 pies sobre el Mar de Cortés, la aeronave presentó las primeras fallas. Con el primer jalón del avión Jorge y Carlos despertaron, hubo un segundo y un tercero muy bruscos que sacudieron el avión con el que Jaime despertó asustado… Jorge, quien iba a su lado, bromeó diciéndole que se iban a caer… sin siquiera imaginar lo que en las próximas horas vivirían. Por su experiencia supieron que la caída seria inminente. Ante la pérdida de potencia del motor no había nada más que hacer durante los siguientes diez minutos. El avión planeaba y perdía altura, el Cap. Cabañas les compartió las acciones que seguirían. Iniciaron por asegurar todo lo que estuviera suelto en el interior del avión para que, ante el impacto, no se convirtieran en un proyectil que pudiera dañarlos. Les dijo que en el agua observaran la dirección de las burbujas, si las seguían encontrarían una salida segura. Les recordó que no fueran a accionar su chaleco salvavidas hasta que estuvieran seguros de estar fuera del avión. Trataron de comunicarse con torre de La Paz, sin obtener respuesta, a los 5000 pies pudieron comunicarse con torre de Culiacán reportando la emergencia, para luego perder comunicaciones. Todos, con los chalecos salvavidas puestos, acordaron que una vez en el agua cada AGOSTO 2020

ANECDOTARIO POR: STAFF FEMPPA

Jaime fue el último en salir, ocupaba uno de los asientos de atrás junto a Jorge Gil, y por lo brusco del impacto y la súbita entrada de agua, el cinturón de seguridad se volteó al revés. Con desesperación, solo con sus manos buscó la manera de poder liberarse, hasta que en una de tantas maniobras tuvo éxito; el aire comenzaba a faltarle, no se sentía capaz de salir por sus propias fuerzas hacia la superficie, pero una vez fuera del avión activó su chaleco salvavidas y en el acto pudo emerger. Una de las maniobras que comentaron antes de caer y sugeridas por el Cap. Cabañas, experto en rescates de la Marina, fue que se amarraran para que el oleaje no los dispersara. Una vez afuera los cuatro estaban inquietos porque cuando mandaron el mensaje a torre no habían alcanzado a escuchar respuesta alguna; dudaban si el mensaje de auxilio había sido recibido por las autoridades en tierra. Sin embargo, se mantenían a flote con los chalecos salvavidas, todos excepto Charly (para los cuates) a quien le tocó un chaleco en mal estado, que se desinfló a los pocos minutos, teniendo que asirse de una de las llantas del avión que aún flotaba cerca de ellos. Con el hundimiento del avión quedaron sobre la superficie del mar restos, escombros y basura del avión. Las primeras aeronaves en buscarlos vieron los restos y enviaron este primer mensaje: “el avión se había caído y no había sobrevivientes, solo escombros, sin rastros del avión”. Daniel, el hijo más pequeño de Carlos Arturo y piloto privado, recibió este prematuro y alarmante mensaje. Habían pasado dos horas tras el impacto del avión en el agua. Los náufragos platicaban a ratos, rezaban o simplemente se veían las caras en silencio. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde, sabían que pronto anochecería, haciendo más difíciles las labores de rescate. Jorge vio su gorra flotando a lo lejos y fue por ella, pensando que para algo le podía servir, por lo menos para cubrirse del sol, nunca pensó que le ayudaría a ahuyentar a una gaviota que por un buen rato estuvo molestándolos. Cuando a lo lejos escucharon el inconfundible ruido del motor de un avión, apenas lograban distinguirlo, pues volaba muy lejos de donde se encontraban. La marea los había arrastrado más de diez kilómetros de la zona del accidente. Tardaron todavía más de media hora en que un avión volara directo hacia donde estaban y al sobrevolarlos les hizo señales con las alas de que ya los había visto. En ese momento se sintieron aliviados y en poco tiempo eran seis aviones de pistón los que volaban en círculos sobre de ellos, además de un helicóptero y un King Air de la Marina que volaba todavía más alto. “Es el show aéreo más increíble que he presenciado, cinco aviones volando sincronizados a diferentes alturas; daban señales a un sexto avión Cessna C-182 que, en una maniobra de precisión, en un vuelo a muy baja altura, nos trataba de lanzar una balsa salvavidas”, nos compartió Carlos Arturo. La mochila cayó a un poco más de 100 metros de donde se encontraban, Jaime, el más joven de todos, se sintió con la fuerza de nadar contra corriente e ir por ella, regresar y para una vez reunidos nuevamente abrirla entre los cuatro. El agotamiento por las más de dos horas que llevaban flotando en el mar, además de que Charly y el capitán Cabañas resultaron golpeados tras el impacto, por lo que complicó un poco la labor de subirse a la balsa, que se volteaba en los primeros intentos; pero nuevamente con trabajo en equipo y la buena coordinación que tenían, se pusieron a salvo sobre la balsa, esperando a que llegaran más refuerzos. Entre tanto, los aviones les lanzaron botellas de agua, que arrojadas de tales alturas cada una se convertía más en amenaza que en una ayuda. Una vez arriba de la balsa, remaron con las manos para alcanzarlas y poder hidratarse. Las comunicaciones en ese punto, aproximadamente 70 millas de Culiacán y 70 millas de La Paz eran complejas por lo que además de los aviones que los sobrevolaban, a cierta distancia, había otro más, copiando las comunicaciones a la torre de Culiacán. Para las siete de la tarde, los rescató una embarcación de la Marina y aunque pasaron otras dos horas más para que llegaran a Navolato, Sinaloa, ya se encontraban fuera de peligro. Una vez en tierra fueron trasladados en ambulancias hacia un hospital en Culiacán. Ingresaron por su propio pie y cada uno fue revisado. Los supervivientes justo la mañana después del accidente en el hotel de Culiacán acompañados por Aurora y Leo; esposa e hijo de Enrique Perillo, pieza clave para su rescate.

This article is from: