4 minute read

Llorar de la risa o reír

El llanto es la primera señal que damos de nuestro estado de ánimo y, en términos evolutivos, la más fundamental. Cuando somos niños, llorar nos sirve para comunicar principalmente los dolores físicos o nuestras inseguridades. Desmond Morris sostiene que, cuando se genera el llanto, produce o debería producir reacciones protectoras por parte de los padres. Si el niño se encuentra separado del padre en el momento de dar la señal, ésta produce el efecto inmediato de reducir la distancia entre ellos, hasta que el niño es tomado en brazos. Si el niño está ya en contacto con su progenitor, o si el llanto persiste después de establecer el contacto, se procede al examen de su cuerpo, en busca de las posibles causas del dolor.

La risa, según señala Desmond, en los lejanos tiempos de la evolución, surgió del llanto. Este último, se presenta en el momento de nacer, en cambio, la risa no aparece hasta el segundo o tercer mes; etapa que coincide con el desarrollo del reconocimiento de la madre. Cuando la madre hace algo que asusta al niño, le da, ella misma, mensajes opuestos, por un lado le dice soy tu madre, tu protectora y no tienes nada que temer y por la otra, mira, aquí hay algo que da miedo. Esa mágica combinación del temor provocado y el abrigo de la madre, produjo, en

de tanto llorar.

aquellos distantes tiempos, la risa. Posteriormente esta emoción, se fijó y desarrolló como respuesta distinta y separada.

La sonrisa, por su parte, no es solamente una versión secundaria de la risa; sin duda, ese fue su origen, pero en algún punto, se independizó para ser considerada como una reacción mucho más especializada. En su función, la sonrisa de gran intensidad, es completamente distinta a la risa de gran intensidad. Si saludamos a alguien sonriéndole, esta persona sabrá que es bien recibida, en cambio, si le saludamos riendo, lo dudará. La sonrisa, es social, es la oportunidad de conectar, es recíproca, puede mostrar cierta aprensión pero al mismo tiempo simpatía mutua. En este orden de ideas, un rasgo ligero de reserva equivale a no ser agresivo y ser no agresivo equivale a ser amistoso, de tal suerte que, la sonrisa evoluciona como un amigable procedimiento de afinidad.

Puedes mentir, reír o sonreír por convivir, pero llorar se asocia más a la empatía, a la expresión natural de los sentimientos. El 10 de mayo, mientras llevaba a mi hijo a la escuela, me platicaba que se sentía un poco triste, porque a pesar de que había practicado mucho los pasos de su coreografía para el festejo del día de las madres, la maestra no lo había elegido para estar en la parte de arriba del escenario (no entendí por qué habría unos niños arriba y otros abajo, pero no era relevante). Le pregunté si sabía el motivo, me sorprendió y me gustó su respuesta –denotaba confianza en sí mismo pero también una dosis de realidad–; me dijo, no estoy seguro, yo pienso que lo he hecho muy bien –se quedó callado unos instantes, probablemente recordando sus ensayos–, tal vez fue porque me equivoqué dos veces. Después de dejarlo en el colegio, me quedé un poco triste porque sentí que para él era importante.

En el camino a la oficina, recordé, que a su edad pasé por algo similar; cuando cursaba la primaria, se abrió la posibilidad de integrarme a un grupo de canto para formar el coro de la escuela; para mí, al igual que para varios de mis compañeros, era una excelente oportunidad para salir de las clases regulares y hacer algo diferente, digamos, divertirnos; así que, entusiasmados, muchos nos anotamos y fuimos a la primera clase, lo que no sabíamos, al menos hasta entrar al salón, es que de inmediato nos pondrían a cantar para quedarse únicamente con los más afinados, supusimos.

El caso fue que, para mi mala fortuna, en la primera fase, me dejaron fuera del grupo, no duré ni media hora; asumí, que no era muy entonado. Lo más triste fue que muy pronto lo confirmé. Resultó, que algunos de mis compañeros me convencieron de regresar a la siguiente lección, argumentándome que en la primera, al profesor no le dio tiempo de terminar el proceso de selección, que podría intentarlo y probablemente me dejaran continuar, así lo hice y más tardé en (des)entonar la primera estrofa que en volver a ser expulsado del aula. Ojalá que hubiera sido una historia de éxito; que actualmente fuera un cantante famoso y que aquel profesor se estuviera dando de topes contra la pared por no haber descubierto mi potencial; tristemente no fue así, hoy sigo cantando feo, aunque con sentimiento.

La historia de mi hijo fue un poco diferente. Ese día, un poco más tarde, mi esposa me compartió el video de su actuación, yo esperaba verlo a lo lejos, detrás de sus compañeros o en la parte baja del escenario, pero fue increíble, desde los primeros instantes en que lo vi, comencé a llorar. No daba crédito, estaba delante de sus compañeros en el escenario, en la parte alta. Justo lo que él quería. Al comenzar la música, me dio ternura verlo muy enfocado en sus pasos, interpretando cada movimiento con mucho cuidado, aprovechando su oportunidad; y yo no entendía lo que me estaba sucediendo, era sencillamente la parte emocional siendo tremendamente empática con lo que significaba para él estar ahí, porque no sólo fueron sus palabras, lo había notado en su tono de voz, y al verlo bailar, en su dedicación. Desde el aspecto racional, yo había tratado de minimizar el suceso, era una nimiedad, un evento escolar más; pero eso no le restó ni un ápice al estremecimiento que experimenté, me conmovió hasta las lágrimas el que se haya cumplido su deseo y su interpretación. En la etapa preverbal, los seres humanos confiamos mucho más en los pequeños movimientos, en los cambios de actitud y en los tonos de voz; a medida que crecemos perdemos un poco ese talento (a excepción de los «adivinos»). Pero también otras especies pueden ser muy hábiles en este aspecto. Un caballo llamado Clever Hans, se hizo famoso por responder correctamente, golpeando el suelo con su pezuña, a preguntas de matemáticas; se llegó a pensar que tenía una inteligencia de un niño de 13 o 14 años. Después de diversos experimentos, lograron establecer que Clever obtenía alguna señal de su entorno y con ello, descubrieron su asombrosa habilidad de leer la actitud de los humanos. Los ínfimos cambios de postura o de expresiones, eran las señales para dejar de patear el suelo.

Tenemos pues que, reír y llorar te permite comunicar, pero también soltar las emociones que puedes o no haber reconocido del todo. Con seguridad, nadie puede empezar a hablar a los cuatro meses, pero definitivamente sí se puede comunicar a través del llanto, la risa o la sonrisa.

Reunión de Alerta de Género

Reunión con Colectivos de Búsqueda

Capacitación de Archivo

This article is from: