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Fragmentos de equipaje

F ragmentos de equipaj e

Marta Cecilia Cadavid Moreno*

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En cuero de vaca, con puntadas desiguales de lanas de colores, un pedazo de cartón en el fondo y dos asas de lana triple tejida, la valija es su mayor orgullo desde que aprendió a coser. Escondida debajo de la cama, contiene toda clase de bártulos: una servilleta arrugada: nos vemos a las ocho, en la esquina; dos flores disecadas; una muñeca de porcelana regalo de su tía Elvira; escrito en una hoja de cuaderno: … pasaste ayer y mi alma tembló, solo pude mirarte de lejos y nada más… Letras de tangos, zarzuelas, operetas, música colombiana. Sueños enrollados en las ondas de su pelo. Emilia teje y desteje para hilvanar recuerdos nuevos. Atrás quedan los anhelos de infancia borrados por una historia de veinte años de silencio entre sus padres, por la partida de sus hermanas, por su cojera. Ahora el equipaje lo hace el momento: en la valija reposa el recuerdo de cuánto disfrutaba esculcar los cajones de su hermana mayor, usar sus perfumes y desbaratarle los hermosos sombreros de época para utilizar las plumas como adornos en sus vestidos. Soltó en el camino los dolores de la cirugía para corregir su pie corto, una historia de alcoholes y engaños, una bebé muerta en sus brazos, la demencia de su madre… en un bolsillo semioculto, un vestidito color rosa con la letra A bordada en el pecho. Y llegó el tiempo de hacer una purga en su equipaje. Hoy, nuevos bolsillos albergan manojos de alegrías, amigas y naipes, coloquios con Catalina de Rusia, Simón Bolívar, María Antonieta y otros más, a través de los caracteres en negrilla que saltan de los pálidos folios, fotografías que testimonian el amor por sus nietos y montones de lanas con las que teje bufandas de esperanza, suéteres de cariño y gorros de protección. Emilia convirtió el dolor en risas, la desesperanza en fortaleza, el fracaso en canciones, en pocillos de

Escritora. Poeta con publicaciones individuales y en antologías. Vive y trabaja en Medellín.

humeante café que sirve de un termo en su nochero y en el infaltable Pielroja, que aprietan sus labios la mayor parte del tiempo. Lo inhala con fruición y en sus volutas libera su alma enérgica, tesonera, atemporal y, según sus palabras, ‘contemporizadora’. En tanto lo dice, la brasa se consume lenta. Es un cigarrillo que dilata el tiempo y hace que el café conserve su calor. Esta era una maleta rectangular de cartón grueso, café, con manijas y cierre arriba. La usó una viajera incansable, que adquirió otra más moderna. La vieja, fue a parar a las manos de mi padre. Estamos hechos de las maletas que otros nos legaron, incluso, de aquellas que perdemos en el camino. La maleta era de él, pero también del que necesitara lo que allí coleccionaba. Solía caminar mirando al piso en busca de cosas inútiles: un pedazo de caucho, una tuerca oxidada, uno que otro tornillo viejo, clavos de varios tamaños, incluso torcidos, porque los enderezaba con el martillo, aros de plástico de algún objeto ya inexistente y otros cachivaches. Con los años, aquella maleta se convirtió en un preciado bien, cuando algún objeto se dañaba, acudíamos allí para encontrar la pieza que resolvería el problema. Mi padre habría encontrado lo que necesitaba para destorcer su vida. Tenía también una maleta auxiliar, que usaba en sus largas y frecuentes caminatas: sus bolsillos, ya fueran del pantalón, de la camisa, o de ambos. Hizo para mí una maleta con fragmentos de sobriedad en medio de su alcoholismo. Aunque no muchos, fueron suficientes para crear un marco fuerte con fondo y bolsillos tan finos, que aún perduran en mí. Construyó, con la ayuda de su imaginación y locuacidad, formó todo el marco de la maleta con una cualidad: expandible. Protegió las esquinas con momentos íntimos, como cuando me enseñó a disfrutar del tomate. Hacía una ceremonia en la cocina: los partía en casquitos, les espolvoreaba sal, los dejaba reposar unos momentos para que soltaran su jugo, y luego, me daba a probar. A veces, me dejaba tomar el caldo. ¡Delicioso! Así protegió las cuatro esquinas delanteras. Para las esquinas de atrás, me hacía chocolatinas con panela y chocolate Luker, el que venía en pasta. Sacaba un pedazo de chocolate y otro de panela, los ponía juntos y los envolvía en un papel o en un trapo limpio para golpearlos y volverlos una masa. ¡Quedaba lista la chocolatina! Los bolsillos mágicos me permitían viajar: uno, para visitar las constelaciones que me mostraba en las noches: Orión, Sirio, El Cangrejo; otro, que abrió mi mente al hipnotismo, la reencarnación, la astrología y la quiromancia; y uno más, en el que me remonté en la aurora, ardí con los rayos del sol, fui una florecilla del campo o un hermoso pájaro tricolor. No he olvidado las manijas: de catorce años fui a San Andrés con mi madrina y cuando llegué, mi padre me recibió con este poema:

Te tuve, te quise, te adoré. La ausencia es una revelación, nada de lo que existe podrá ser ni valer, si no existes tú. No existe el vacío, existes tú. Sin embargo, tu alcoba…vacía. ¿La piensas llenar? Te espera el vacío ¡y te espero yo! Hizo el equipaje de su vida con un etílico fluido que permeó la mayor parte de sus instantes. De espíritu andariego, conversador y agudo, yace allí el día en que abandonó el hogar lleno de pobreza y demasiados hijos. Estudiaba en la biblioteca y trabajaba en la cantina en la noche. Se enamoró de las estrellas y los planetas, de las yerbas y la magia, de la quiromancia y la astrología, de las ciencias herméticas… Se convirtió en autodidacta. Mala fortuna la suya, se aficionó al licor. La botella de aguardiente que guardaba en el bolsillo, se mueve inquieta adentro. Arrumados en un costado, los libros de hipnotismo, reencarnación, y metafísica, se esconden avergonzados. Veo la pálida fotografía de una mujer de cabello ensortijado y sonrisa franca; las perlas en sus orejas parecen llorar. Un letrero metálico, oxidado, reza: Adivino y Quiromántico. La maleta está a reventar: botellas de aguardiente vacías, pastillas de

Mejoral y cigarrillos impregnados de ceniza y anís. Delirium tremens. Soledad, miseria. Cirrosis. En la gastada billetera, un boleto de lotería con ‘el número ganador’ y un trozo de papel con la nota de suicidio de su hermano Óscar. Las experiencias que acumulamos, las vivencias, forman nuestro equipaje de vida. Al hacer las maletas, ordenamos nuestro mundo, viajamos a través de las memorias de quienes marcaron nuestra vida y nos legaron pedazos de su equipaje. Hice una maleta para registrar nuevas formas de desplazamiento, e imaginé guardar en ella el recuerdo del viaje que realizó mi cuerpo para encontrarme con mi primer amor, o el trayecto que recorrieron los brazos de mi hija para estrechar los míos. Guardaría también, el camino que hizo mi pensamiento angustiado hasta la anciana que agonizaba en la acera; cabría el impulso apasionado de besar a uno de mis amantes, o el viaje que hicieron mis lágrimas, cuando mi perrita falleció. También el de las aves en vuelo, que me hace sonreír, o el tránsito que hace la imagen de un bebé hasta mis ojos y me llena de alegría. Viajes de la emoción. Incluso el armonioso recorrido de las olas hacia la playa que me transforma cada vez que lo observo. ¿Qué sucede en medio de estos traslados? ¿Cuántas transformaciones podrían ocurrirme en la travesía y cuánto de lo que inicia el viaje, llega al final del camino? ¿Qué decir del que hizo mi corazón hacia el anhelo de ver a mi nieto que nunca llegó, o la desilusión cuando estiré mis brazos hacia alguien y me extendió su mano? Viajes frustrados. ¿Viajes perdidos? En la valija incluiré el intento de un viaje hacia mi interior. ¿Cómo emprenderlo? ¿Quién hace el viaje? ¿Mi ego? ¿Mi mente? ¿Mi consciencia? Podría ser un viaje de recordación o regresión, desandar lo vivido. Le pediré a La Dama de la Memoria que despliegue el pergamino de mis recuerdos. Que, como una cámara indiscreta, incursione en mi interior y repase los caminos hollados en busca de explosiones de dolor, tristeza, duda o asombro. Que el zoom de su lente escudriñe y halle lo que provocó la expresión desmesurada, la ira en mis ojos, el llanto, el abandono, que me revele algún momento feliz de mi infancia y congele el recuerdo. Encontrará sitios oscuros y pasará de largo. Hay cuartos que no se dejan ver. Este será el viaje más difícil. Mi equipaje guarda memorias, vivencias, oscuridades. La valija está presta para seguir llenándose. Quedo en deuda conmigo.

… Te tuve, te quise, te adoré. La ausencia es una revelación, nada de lo que existe podrá ser ni valer, si no existes tú. No existe el vacío, existes tú. Sin embargo, tu alcoba…vacía. ¿La piensas llenar? Te espera el vacío ¡y te espero yo!…

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