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Equipaje abierto
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Ángela María Gaviria Rico*
En esta madrugada acomodarás el equipaje de ayer en tu maleta. Tus manos se deslizan por la blusa de flores, comienzas a abotonarla, es una prenda más para guardar. Sabes que estás guardando las manos que se deslizaban suavemente por la tela, tu piel la estrenó. También guardarás en tu equipaje todas las risas, las palabras de los invitados, de los amigos y también de los otros, los que nunca celebraron tus años, hacían simulacros de felicitaciones, de regalos rimbombantes, empacados en papeles sedosos que luego se arrugaban. Tus cuarenta años quedarán en la maleta, la compraste cuando viajaste a Buenos Aires, estaba en la vitrina, te gustó el color, entre marrón y naranja, colores vivos, siempre te atraían, la elegiste por su brillo, por su olor, también te gustaron sus herrajes, el cierre blanco, con dientes anchos. Te atrapaban cierres, candados, lo que se podía abrir, cerrar, brillar, oler y oxidar. Ahora abres tu maleta, el cierre es fino, como lo que irás guardando en ella, la maleta donde te guardas. Meterás en ella los nudos ocultos para desatarlos cuando la vuelvas a abrir. Lograrás que se abra tu garganta, expulsarás el pasado. Saldrán memorias, saltarán por tu piel, por los huesos, por la cabeza. Volverás a recorrerte. Te sorprenderás de todo lo guardado. Esculcarás con tus manos el equipaje, se enredarán en tus dedos las horas. Sabrás que algunos ya salieron. Te miras al espejo, adviertes cómo el peso de tu maleta inclina tu figura. Buscas la llave del candado, por fin la encuentras, la habías cambiado de lugar, estaba guardada en la cajita japonesa, la tomas, está desteñida, pero tu memoria la recuerda con su brillo, con sus colores. Volverás a abrir tu equipaje, desfilarán todos: Los nombres, las figuras, los sonidos, los olores, y mientras los miras, pones las manos en el cierre, los recorres, diente
Escritora. Especialista en técnicas de meditación. Vive y trabaja en Medellín.
por diente, te das cuenta de que algunos están gastados. El cierre te avisa todo lo que has guardado en ella. Cada diente se asemeja a las cicatrices que se fueron instalando en tu piel, observas cómo algunos de sus dientes resisten. Cuando eras pequeña tomabas los candados que guardaba tu padre en una bolsa de cuero de color marrón, era una aventura verlos, jugabas, elegías las llaves, los abrías, los cerrabas, y comenzaban tus viajes imaginarios. Cuando llegabas al mar, lo primero que hacías era oler sus olas, cerrabas tus ojos, sentías la humedad en los pies, sabías que el agua del mar era diferente a la de la poceta de tu casa cuando la llenabas con sal. Hacías tus barquitos rojos y los ponías a navegar, viajabas con ellos, pegabas plastilina por debajo para que resistieran tus viajes. Entonces te preguntabas cuántos mares hay, cuánta gente se ha bañado en ellos, quiero conocerlos todos, voy a oler todas sus olas. Recordarás tus sueños, te recordarás salvaje, intrépida. Saltarán tus mochilas, las que llenaste por tanto tiempo de poemas, de carcajadas, de música, de papeles blancos para llenarlos en la noche. Se fugarán los olores de tu maleta que hacían su recorrido en las noches, con los tenis rojos, que nunca limpiabas, no era posible desparecer los olores. Cómo desaparecer los días, las calles, la lluvia, cómo desaparecer tu figura, tu pelo, los tenis rojos remojados de vida. Cómo desaparecer los olores de tu ciudad. No podrías desaparecer los nombres de quienes amaste, había que dejarlos guardados, atraparlos, ya estaban muertos. Dejaste sus últimas horas. Vuelves a recorrer sus nombres, a tenerlos vivos. Brincarán los rostros amarillentos de las fotos, te verás cuando aún no habías crecido. Recuerdas cuando cortabas la punta de tu zapato derecho, no te gustaba salir con tus hermanas en las fotos, vestidas igual, paradas igual, entonces el día de la primera comunión de tu hermano, tuviste la ocurrencia de cortar la punta de tu zapato derecho, por fin saldría una foto diferente. Continuarás viendo cómo salen de tu maleta los muertos. Tomas la foto del tío José que llegaba a tu casa con su acordeón en la mano, cantando, de su boca salían palabras y olor a ron, te quedabas mirándolo, lo escuchabas y lo olías, era tu héroe de los 10 años; siempre te dijiste, quiero cantar, quiero beber y vivir como el tío José. Descubres las fotos de cuando cumplió 15 años tu hermana mayor, sentirás cómo te dolió la cabeza cuando hicieron en la peluquería un nido en ella, creías que iban a aterrizar muchos pájaros, te dolió tu cabeza, te dolieron los pies, fueron obligados a usar los zapatos para la fiesta, no te podías poner los tenis rojos. Lograste bailar, así te picara tu piel, el vestido lleno de encajes te dio alergia, igual que tus ojos maquillados, se hizo una goma, como si se hubieran mezclado en acuarela azul, tus pestañas ya no eran las tuyas, parecían embetunadas, no se movían, ni siquiera con la música, pero lograste bailar, solo que tus medias al dar un giro se rasgaron y sigilosamente te fuiste para el baño, te sentiste libre al quitártelas, las arrojaste en la papelera. Tu pelo se soltó en otro giro de tu ritmo, quedaste de nuevo desatada, como si tuvieras puesto tus tenis rojos, recordando al tío José cuando cantaba y olía a ron. Te darás cuenta qué tan urgente era que salieran los muertos, a los que mataste como lo hiciste con el entrenador de futbol de tu hijo, fue fácil para ti, él se lo buscó, lo echó, lo chutó como una pelota, a él se le olvidaron sus goles, pero tú lo mataste, quedaste dormida, el sueño llegó y tomaste el destornillador de mango amarillo, lo enterraste en el ombligo de aquel hombre que destrozaba su sueño. Verás que se instalaban las memorias de otros que ampliaron tu equipaje, en él cabían hasta los zancudos que se reventaban de tanto picar, se filtraron hasta el fondo, ocuparon las esquinas de tu maleta, quedaban
espacios para otros. Se llenó tu equipaje de cumbias, de cantos gregorianos, de tangos, boleros y sambas para olvidar. Épocas marcadas por guerras externas, por tus guerras internas. Guerras como las de tu país. Todo estaba expuesto a contaminarse. Se iluminará la noche como los cucullos que atrapabas en tu niñez, recordarás que llegabas a casa y solo decías, conseguí quién me ilumine la noche y triunfante sacabas el libro con sigilo, ya tenías luz, ya podías leer. Verás esas noches donde todos dormían menos tú. Escucharás otra vez el galopar de tu hijo en tu vientre. Los tangos y las milongas, todos los grillos, los pájaros y murciélagos estarán los músicos de la calle, las tertulias nocturnas que aún suenan como las maracas que también tocaba tu tío José, quizás por eso solías cantar muchas veces Tío Alberto, solo que cambiaba su nombre. Pero al fin de cuentas en tu mochila cabían los parques, ibas con tu uniforme de colegio. En tu mochila siempre llevabas papeles en blanco, un lápiz rojo y el libro para leer y no ir a clase. La clase te la dabas tú, la ciudad. Era tiempo de leer la vida. Entonces saltarán de nuevo tus nombres, llegará tu memoria, cuando te llamaban Eulalia, María, saltarán las noches en que te llamaban Mariana, y ahora cuando reviente el cierre de tu maleta, lograrás verte, saldrá un nuevo nombre. Te darás cuenta de que tu maleta quedó abierta como tu vida.