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Equipaje? ¿cuál? ¿dónde?
Saúl Álvarez Lara*
… Y una voz dijo a mi oído ¿el equipaje?, ¿está?, ¿dónde? No respondí, dudé y sin mirar el lugar de donde venía la voz me dije: mi equipaje va conmigo. Pero el silencio no apaciguó mi duda, apagó la voz pero avivó la duda, ¿y si tuviera que llevar un equipaje? en sentido estricto. Dudé por segunda vez, ¿qué llevaría? no lo sé. De ida llevaría ropa limpia y bien doblada, recién lavada, en una maleta organizada por prendas y momentos de uso; y de regreso, traería la misma ropa en la misma maleta, desorganizada y ya no tan limpia. Es lo que hubiera podido responder pero es lo primero que respondería cualquiera. Por la intención y el tono, como escondido, era posible que la voz preguntara por otro equipaje. ¿Otro equipaje?, ¿cuál? ¿No se trata de sacos, camisas, pantalones, medias, ropa interior, zapatos y cartucheras con cosméticos o útiles de higiene? o en el mejor de los casos ¿libros? Hay gente que lleva libros en su equipaje y por lo que he podido comprobar pocos los leen, los llevan a pasear, como el escritor que va al comedor del hotel a la hora del desayuno con una novela que no ha leído debajo del brazo, como una suerte de equipaje, y no la leerá. Conocí un fotógrafo que llevaba a todas partes una cámara pesada pero profesional con sus lentes intercambiables y nunca la sacaba del estuche. Equipaje es también aquello que la señora, en el bus o en el metro, carga en la cartera demasiado pequeña para la cantidad de cosas que según ella, necesita; la dificultad mayor es el equilibrio en movimiento, porque debe sacar lo que estorba y dejarlo sobre su regazo hasta llegar al rincón más profundo, entre dos costuras, donde está la pastilla que no puede olvidar. Equipaje es el recipiente hermético con el almuerzo del día que empleados y trabajadores llevan mezclado con las cosas que necesitan o creen que van a necesitar durante el día. Dicho esto, un celular también hace parte del equipaje, quienes no lo
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Narrador de ficciones en el mundo llamado “real”. Vive y trabaja en Medellín.
llevan bajo los ojos lo llevan pegado al oído, en el morral o en el bolsillo de atrás. Si me atengo a lo escrito hasta ahora, equipaje es todo lo que llevamos durante las veinticuatro horas, visible o invisible, casi siempre por seguridad. La memoria es también equipaje que llevamos a todas partes; como la del dibujante que por obligación abandonó los dibujos realizados durante años en un lugar al que no volvería; sin embargo, con la memoria como único equipaje que pudo sacar de aquel lugar, los redibujó uno a uno y con ellos narró su historia. Equipaje es todo. Pero si vuelvo al comienzo, a la voz que preguntó, me doy cuenta de que su pregunta me absorbió y no he vuelto a escucharla. Si de nuevo ha preguntado solo ha encontrado el silencio por respuesta y entonces supongo que no me ha vuelto a hablar porque nota el desasosiego que causó y decidió esperar. Pero la duda se mantiene en el aire y no puedo evitar volver al equipaje. Si equipaje no es solo lo que llevamos en maletas, morrales, bolsos o carteras, su versión invisible es misteriosa y tangible solo a algunos, más no a todos. Es evidente que al equipaje no siempre lo llaman equipaje, también lo llaman intención, curiosidad o conocimiento que se puede asociar con experiencia y, por supuesto, con memoria, paciencia, intuición, ingenio. ¿Todo esto será equipaje? Menuda pregunta la que cayó de no sé dónde y seguramente no me abandonará hasta cuando logre aligerar su peso porque si por algo distingue el equipaje, en sentido estricto, es por su peso. Algo, sin embargo, se mantiene en la superficie y es claro: equipaje es lo que llevamos, visible o invisible, además de nosotros. Equipaje es, como decía mi tía, el agregado; aseguraba que llegamos a este valle sin nada, empelotas y el resto, visible o invisible, que cargamos además del cuerpo y llega con el tiempo es agregado. Pero entrando en el detalle de mi equipaje que puede ser igual al de otros o completamente distinto, diré, para abreviar y responder así a la voz aquella, que mi equipaje, el que llevo a todas partes, no es causa de exceso de peso que además nadie o solo algunos presienten. Mi equipaje ha pasado de estar anclado en la necesidad de ver con precisión, de ver más o menos pero en detalle y representarlo con líneas de tinta y pluma; y también a narrar lo que veo con el mismo apego al detalle. He ahí dos momentos de mi equipaje invisible, la mayor parte de la veces imaginario, sin olvidar por supuesto las maletas, los maletines o incluso el morral que me acompaña a todas partes. Sin embargo, a pesar de que los dos equipajes, el visible y el invisible van siempre juntos y se complementan, entonces constato que el visible cambia con frecuencia mientras el invisible no, es el mismo en permanente ebullición. Hace pocos días terminé un dibujo, pequeño, lo mostré a una persona cercana, lo miró y preguntó: ¿cuándo lo hiciste? No encontré una respuesta más apropiada que esta: llevo toda la vida haciéndolo. Es mi equipaje. ¿Debería haber respondido lo mismo a la voz aquella: lo llevo conmigo, encima, adentro, a un lado, desde siempre? Confirmo entonces que, al menos para mí, la ebullición del equipaje invisible es constante. En este momento, mi equipaje, el que llevo a todas partes y nadie ve, viene cargado con un sartal de ficciones. Algunas esquivas, difícil encontrarles el lado; otras amigables pero con la tendencia a caer en la repetición y por supuesto, si conservan esa esencia de ficción, se repetirán distinto; y otras, que cuando salen a la superficie son francamente conmovedoras porque solo hacen parte de un deseo y el deseo es volátil. La ficción también es volátil. Vivimos estimulados por ficciones que nos alientan el día o imaginamos en permanencia y de tanto hacerlo las convertimos en hechos cumplidos. La ficción no es nada distinto al imaginario que llevamos a todas partes; ahora recuerdo que el papá Chaplin decía a su hijo Charles que el mejor juguete, quizá porque el niño pedía juguetes, lo llevamos aquí y con ese aquí señalaba el lugar donde comúnmente decimos que
está la inteligencia, la imaginación, la memoria. Hay quienes narran sus imaginarios, quienes los dibujan, quienes los convierten en ideas, en formas de vida o de relación con otros; hay también quienes los convierten en guerras y violencias; y también hay quienes no hacen nada con ellos. En alguna de las ficciones con las que me he cruzado en los últimos tiempos, el personaje central, un detective seguramente, identificó los cambios en la personalidad de un sospechoso a quien seguía de cerca para comprobar su participación en hechos aun oscuros porque, poco a poco, sin que se notara demasiado, el contenido de las bolsas de basura que sacaba cada día al lugar dedicado para dejarlas, había cambiado en las últimas semanas. El detective tenía montada una vigilancia veinticuatro / siete a la casa del sospechoso pero nunca lo veía, la única prueba de que estaba allí eran las bolsas de basura que cada dos días aparecían al comienzo de la mañana en el lugar donde un trabajador de la unidad residencial donde vivía pasaba a recogerlos. El detective notó el cambio del sospechoso porque las bolsas de basura cambiaron de tamaño, de forma y cada vez fueron más pequeñas, cada vez tuvieron una apariencia más ligera, como si quien las dejara allí estuviera cambiando sus costumbres, eran los desechos de alguien que estaba cambiando de vida y posiblemente abandonando el lugar. Cuando el detective cayó en la cuenta ya era tarde, el sospechoso había partido. Antes de desaparecer, había cambiado de equipaje. El equipaje también está en lo que, visible o invisible, desechamos por inservible, por desactualizado o por pesado. La voz que me interrogó calló, quizá a la espera de una respuesta más enfática, más corta, más decisiva. Sin embargo si por alguna razón reaparece y hace la pregunta le pasaré este texto que, lo espere o no, hace parte del equipaje que va conmigo a todas partes…