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Por su equipaje los reconoceréis
P or su equipaje los reconoceréi s
Julián Estrada Ochoa*
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Mi profesor de literatura en épocas de bachillerato, endosó a Thomas Mann este breve y mordaz comentario sobre la caracterización de las clases sociales en Alemania: por sus zapatos los reconoceréis. Titulé parafraseando al señor Mann, porque considero que el equipaje, igual que los zapatos, cumple similar reflejo sobre la personalidad y otras tantas características que se endosan a la condición humana de un pueblo. Desde épocas milenarias el hombre se desplaza de un lugar a otro –costumbre innata y universal de la especie– y dichos desplazamientos han sido estudiados por la arqueología y la historia con el propósito de plantear conspicuas tesis sobre su devenir histórico. Desde el neolítico el homus viajerus observa y simula la trashumancia de los animales en manada y termina por adaptarse al nomadismo, cuya mayor característica es la practicidad de su equipaje. Superado el neolítico, unos pocos siglos antes de la era cristiana, la historia de occidente pregona la osada habilidad de Helenos y Fenicios para organizar viajes con intenciones muy determinadas: expediciones de conquista y periplos de intercambio comercial; por aquellos tiempos se destacan un par de viajeros cuyos descubrimientos obnubilan a sus coterráneos, ellos son: Heródoto (siglo IV a.C) y Alejandro Magno (siglo III a.C) y milenios más tarde, finalizando la Edad Media aparecerá Marco Polo (siglo XII); para quien precisamente su equipaje de regreso será el responsable de su fama universal. En la actualidad viajar es una actividad que se hace con poca reflexión, dadas las facilidades científicas y tecnológicas del transporte, razón por la cual el viajero del siglo XXI no alcanza a imaginar lo que significaba viajar en épocas neolíticas, como tampoco imagina lo que significó hace mil o quinientos o doscientos años organizar expediciones intercontinentales, las cuales exigían una planeación que duraba décadas
Antropólogo culinario, periodista gastronómico, profesor universitario. Vive y trabaja en El Retiro, Antioquia.
(léase: haciendo su equipaje) y cuyas repercusiones históricas, culturales y económicas, hoy denominamos geopolítica. Así, el mapamundi contemporáneo es el resultado de muchos viajes emprendidos por diversos personajes, algunos eran monárquicos, otros avesados navegantes, otros despóticos militares, no faltaron oportunistas banqueros, apasionados científicos, serenos filósofos y claro está, auténticos cartógrafos; quede claro: es gracias a sus viajes y sus equipajes que hoy conocemos detalladamente los cinco continentes, sus mares, océanos, desiertos, selvas, montañas, etnias, idiomas, creencias y costumbres; fueron épocas donde se consolidaron históricos procesos de conquista y colonización que aun hoy siguen siendo materia de discusión y de acciones políticas contundentes; una breve lista de dichos personajes la componen: Colón, Magallanes, Cook, Levigstone, Ali Bey, Humboldt, Darwin, H.M.Stanley, John Speke, y Falcon Scott. ¿Total? equipaje y viaje tienen un significado intrínseco, existiendo entre ellos una reciprocidad que dependerá de la especificidad del viajero, de su acervo cultural y del entorno social desde donde inicia su periplo. Insistimos: viaje y equipaje son un todo lleno de circunstancias, símbolos y significaciones, donde accesorios, espacios, destinos, climas, profesiones aportan insumos para analizar el espectro de temas que gravitan a su alrededor. Veamos: el turismo que hoy conocemos en todo el mundo, tuvo sus orígenes a finales de los años 30 del siglo pasado, resultado de la popularización del automóvil en las clases medias europeas y a la numerosa construcción de carreteras que durante más de un siglo fue una tarea permanente en casi todos los países de ese mismo continente; de igual manera, la aparición de diferentes modos de transporte con acceso para todas las clases sociales (barcos, trenes, aviones) permitieron transitar en un solo día distancias jamás imaginadas. Si bien el turismo se practica desde principios del siglo XIX, es finalizada la segunda guerra mundial cuando se convierte en un fenómeno masivo, logrando permear amplios sectores de población norteamericana; viajar a hoteles de lujo y a playas del mediterraneo y el caribe deja de ser exclusividad de reyes, aristócratas y artistas; bastó con tener el equipaje adecuado para entrar en un mundo de fantasía y fatuas apariencias. Durante la segunda mitad del siglo XX viajar se convierte en una aparente manifestación de igualdad democrática, el equipaje es propio de pobres y ricos, y aparecen expertos fabricantes quienes ofrecen una maleta para cada ocasión y por ello la variedad de estilos, formas, materiales y los nombres de los accesorios se multiplica, se habla de arcones, baúles, cofres, maletas, maletines, tulas, morrales, mochilas, alforjas, chuspas, paquetes, canastos, sombrereras y estuches, seguramente unos más utilitarios que otros, pero en su momento todos llegan a formar un mínimo equipaje. La cultura del viaje se hace evidente, las maletas pasan a ser un activo más del patrimonio familiar y gozan de espacios específicos en casas, buses, aeropuertos, terminales de transportes y hoteles. Y es en esta referida cultura del viaje, donde el equipaje se convierte en santo y seña de oficios, personalidades, actividades y algunas otras manifestaciones de la vida en sociedad; sin lugar a dudas, una terminal de transporte, un aeropuerto o el lobby de un hotel constituyen espacios donde los equipajes por sus formas, sus colores, sus materiales y sus dueños permiten imaginar mundos desconocidos que invitan a unas silenciosa especulación sociológica. Allí llega la longeva y pintorreteada actriz, cuyo equipaje delata su larga experiencia de viajera permanente; también aparece el mochilero con morral y atuendos propios de un caminante sin destino y sin afán; a su lado con maleta de marca esta un afanoso ejecutivo moldeado en wall-street; sentadas con opaca actitud y silencioso dialogo se acompañan dos monjas de discreto equipaje y no falta la caja de cartón de aquel viajero que se empeña
en empacar lo que seguramente no va a llegar a su destino final. Precisemos: la analogía entre la vida y el viajar es una idea universal que se hace manifiesta en todas las civilizaciones y pueblos del mundo; en algunas, deriva de sus principios religiosos, en otras es pragmática expresión oral de la sabiduría popular alrededor de la existencia. En todos los idiomas y en los 4 puntos cardinales de la tierra, el hombre coincide con esta sabia sentencia: ¡La vida es un viaje! … y luego acota: hay que aprender a viajar liviano de equipaje.
El Retiro, septiembre 8 de 2020