Argonauta, Revista Cultural del Bajío Año 5 nro. 15

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IDENTIDAD Y RECONOCIMIENTO EN LA ERA DE LA POSVERDAD Del juego de la imitación al captcha por: FRANCISCO GALLARDO NEGRETE En 1955, John McCarthy, Marvin Lee Minsky, Nathaniel Rochester y Claude Elwood Shannon comenzaron los preparativos de la Conferencia de Dartmouth. Según sus planes, al año siguiente, durante el verano, diez especialistas provenientes de distintas latitudes convivirían estrechamente en la Universidad de Dartmouth e intercambiarían puntos de vista acerca de diversos temas relacionados con el funcionamiento o, mejor dicho, con el comportamiento de las máquinas. La convocatoria, firmada al calce por los entusiastas organizadores, lucía prometedora: “Este estudio se centrará en la siguiente hipótesis: cada uno de los aspectos del aprendizaje y otras características de la inteligencia son susceptibles a ser descritos con exactitud y por eso una máquina puede simularlos.” Así pues, McCarthy y compañía pensaban en la inteligencia artificial, término que acuñaron en ese momento, como una gran simuladora, como una especie de maestra en el difícil arte del camuflaje, como la participante que lograría ganar de una buena vez y para siempre en el juego de la imitación que Alan Turing había replanteado justo un lustro antes. En su artículo de 1950, Computing Machinery and Intelligence, el matemático londinense había introducido, en efecto, una variante crucial en el juego de la imitación, de tal suerte que lo había convertido en la prueba que hasta el día de hoy lleva su apellido, el test de Turing. Originalmente, el juego de la imitación contemplaba a tres participantes: A (un hombre), B (una mujer) y C (alguien con sexo indistinto). Puestos en habitaciones separadas, A y B en una y C en otra, C hacía las veces de interrogador y A y B de contestatarios. Sin ningún tipo de contacto visual y a través de mensajes tipográficos, escritos a máquina (para que ni siquiera la caligrafía fuera una pista delatora o un revelador indicio), A debía tratar de engañar a C, confundiéndose con la identidad de B, y B, por el contrario, tenía que tratar de ayudarlo, deslindándose de la identidad de A. La modificación de Turing era, en realidad, muy sencilla: sustituir a A con una máquina o, más específicamente, con una computadora electrónica o con una computadora digital. Por lo demás, las reglas del juego de la imitación se mantenían inalterables. Si la computadora conseguía embaucar al interrogador, esto es, si lograba hacerse pasar por un ser humano, entonces “la pregunta rectora, ¿pueden pensar las máquinas?, con todo y su aparente sinsentido merecería ser, por lo menos, objeto de discusión y centro de debate”. Su nombre no deja lugar a dudas: la inteligencia artificial pretende imitar, con la mayor fidelidad posible, a la inteligencia natural o humana. Los organizadores de la Conferencia de Dartmouth, guiados por el luminoso espíritu de Alan Turing — quien se había suicidado el 7 de junio de 1954—, creyeron que

la clave de una inteligencia artificial eficiente era proveer a una computadora de un conocimiento universal y omnímodo ab initio. Equivocados todavía, ellos estaban a un paso de llegar al concepto de aprendizaje automático. Pero, para arribar ahí, había sido necesario que pasaran las décadas, los siglos y los milenios, y que algunas de las características de la inteligencia propiamente dicha cambiaran mientras otras, las estrictamente fundamentales, permanecían inmutables a través del tiempo.  INTELIGENCIA PARTICULAR E INTELIGENCIA GENERAL Después de dos años de celebrada la Conferencia de Dartmouth, McCarthy y compañía se reunieron nuevamente con el objetivo de cristalizar algunas de sus ideas principales. En las instalaciones del mítico Instituto Tecnológico de Massachusetts, escribe McCarthy, “solicitamos una habitación,

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