LLAMARLE GATO AL PERRO por: ALEJANDRO PALIZADA
E
n términos generales dos son los sentidos con que se suele usar el término de posverdad. En una primera instancia, se llama posverdad a una mentira. Y aunque así es mucho más fácil comprender de qué se trata la posverdad, parece que, si no profundizamos en las diferencias sutiles entre una cosa y la otra, si obviamos los matices que justifican el uso de un término distinto, estamos perdiendo de vista la complejidad del fenómeno. En segunda instancia, el término posverdad suele utilizarse como un rasgo de época, a fin de caracterizar una propensión hacia la relativización de lo que se consideraban ideas absolutas. Decimos “ideas” para abarcar también conceptos, valores, relatos. Este último término es el que usó Lyotard para explicar el fenómeno: la modernidad se edificó sobre “grandes relatos” o “metarrelatos” que constituían “normas” y, por lo tanto, los referentes últimos. Sin un “metarrelato”, sin una “norma” que rija y oriente epistemológicamente el orden social, lo que hay es un espacio más amplio de posibilidades. Trataré de explicarlo con un ejemplo: En una familia, de un padre y una madre, una hija de 18 años y un hijo de 12, hay implícita una jerarquía de discurso, una jerarquía del poder de la palabra: Los hijos deben obedecer al padre y a la madre. Un
día los padres salen al cine y, en casa, la jerarquía cambia: El hijo de 12 debe obedecer a la hija de 18. Otro día los padres salen con la hija de 18 años y el hijo de 12 se queda en casa con la niñera: El hijo de 12 debe obedecer a la niñera. En estas situaciones, el “poder” del orden que regula a la familia es el de los padres, y aun cuando estén ausentes, determinan el orden transfiriendo su “poder” a la instancia que ellos así consideren. Aunque la niñera no pertenezca a la familia, está legítimamente reconocida por los padres como portavoz y ejecutora del poder parental. Ahora imaginemos el siguiente cambio en esta misma familia. Cada miembro vive aparte, en su propia casa, y todos tienen la misma edad, digamos 30 años. ¿Tiene sentido que el padre de 30 años, cuando sale al cine, le diga a su hija de 30 años que vaya a cuidar al otro hijo de 30 años a su propia casa? ¿Tiene sentido si la madre dijera, al contrario, que debe ser el hijo quien debe ir a cuidar a la hija a su propia casa? ¿Cuál sería la jerarquía que debe respetarse para mantener el orden deseado, si es que aún tiene sentido hablar de un orden? En este segundo ejemplo la jerarquía que ordena a la familia está anulada, se vuelve irrelevante porque todos los miembros los asumimos en igualdad
de condiciones. Es un ejemplo forzado, desde luego, pero ilustra con claridad dos cosas. La primera es que o bien podemos asumir un mismo “orden”, o bien podemos asumir la posibilidad de “varios órdenes”. Lo segundo es ¿a quién nombramos en el “nosotros podemos”? Con eso planteado regresemos a la primera definición de “posverdad”. Se suele asociar que la “posverdad” es el producto de la masificación de la información (aunque cabe aclarar el sesgo con que suele usarse “información” como sinónimo de “noticia periodística”). Que las fake news se viralizan porque “las masas” no son lectores críticos. Que un Usuario web capaz de analizar y cotejar la información no caería en la seducción engañosa de la web. En realidad, el cambio crucial no ha sido que las masas accedan a la información. El cambio ha sido que las masas accedan a la producción, distribución y comercialización de su información. Esta base tecnológica es la que ha trastocado el orden jerárquico tradicional en donde ciertos “miembros de la familia” tenían como función la producción, distribución y comercialización de la información. El alcance de internet supera por mucho a los medios tradicionales. La televisión, la DOSSIER
9