El Incendio de Quito y la Tragedia de Guápulo

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EL INCENDIO DE QUITO Y LA TRAGEDIA DE GUÁPULO

EL INCENDIO DE QUITO Y LA TRAGEDIA DE GUÁPULO

EL INCENDIO DE QUITO Y LA TRAGEDIA DE GUÁPULO

Proyecto editorial de la carrera de Diseño Fotográfico

Instituto Superior Tecnológico Metropolitano, La Metro

Quito, Ecuador 2024

Autoridades:

Rector: Mgs. Hugo Carrera Ríos

Vicerector: Dr. Pedro Avendaño

Producción: Dir. de la carrera de Diseño Fotográfico: Msc. Xavier Granja Cedeño

Dirección del Proyecto: Msc. Xavier Granja Cedeño

Equipo de Fotografía: Docentes de la carrera de Diseño Fotográfico: Msc. Xavier Granja Cedeño, Lic.Ximena Padilla. Estudiantes de la carrera de Diseño Fotográfico

Andrea Barrazueta / Estefano Gómez / Fernando Monroy / Juan Portugal / Camila Sigcha / Eva Velasteguí.

Textos: Equipo editorial: Dr. Pedro Avendaño

Revisión Editorial: Msc. Almudena Grandal / DF. Andrés Páez

Reservados todos los derechos de reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin autorización previa del Instituto Superior Tecnológico Metropolitano, La Metro. Bajo sanciones establecidas en las leyes ecuatorianas e internacionales.

Guápulo se levantará de la ceniza ardiente, Se levantará por sobre sus dolores Se empinará por sobre la sucesión infinita de los carros que suben o bajan y sus habitantes persistirán, continuarán armando una y otra vez sus casas su escuela, su santuario y buscarán de entre la tierra calcinada los caminos invisibles que dejaron los primeros habitantes, esos constructores lunares de atalayas y pirámides, que a veces se asoman, divertidos, por entre la procesión de la virgen.

La devastación de Guápulo comenzó el mismo día en que Quito se incendió. Al parecer, manos anónimas desataron el infierno en la parte baja del Cebollar, en la Avenida de los Conquistadores, y el viento del Norte fue el vehículo que transportó las lenguas de fuego a todo el barrio.

Dicen que, desde las laderas del Pichincha, en el extremo Occidental se divisaban las columnas de humo negro como el carbón. También desde el sur vieron con ojos estupefactos, cómo las llamas subían sin control y arrasaban las laderas y lo poco que quedaba de la capa vegetal. Los eucaliptus, convertidos en antorchas gigantes, esparcían sus hojas y ramas, y como mensajeras aladas llevando en sus entrañas fuego y más fuego, desparramaban la devastación rojiza de la tarde.

Empinadas sobre las serranías del río, las lenguas de fuego giraron había el Barrio Bolaños, situado a un costado de la avenida Guayasamín y próximo al túnel de mismo nombre -allí no hay vías de escape, no hay agua, solo escaleras infinitas que conectan a los vecinos y sus casas-. Convertido en un brasero, las gentes escaparon como pudieron ante la mirada sorprendida de quienes tocaban las bocinas de sus autos pidiendo paso por la carretera, porque debían llegar a tiempo a sus casas en el valle. Las gentes del Barrio Bolaños caminan cada día por el estrecho pasillo del túnel Guayasamín y tragan más humo que lo que les dejó el propio incendio.

No se conformó con nada, el incendió siguió a Bellavista y desde esa cumbre desafió la casa y la biblioteca de quienes crearon la Revista Trama Arquitectura y Diseño, años de cultura, fotografía e investigación se fueron en unos

cuantos minutos. Saltó hacia la Avda. González Suárez y amenazó como nunca a sus habitantes que ya no pudieron ver el paisaje de los valles porque fue una sola nube negra y tóxica.

Mientras, en la profundidad de Guápulo, las llamas atravesaron las calles desde el Cerro Auqui antigua y sagrada atalaya de los primeros pueblos, esos que estaban aquí desde antes de los Incas. El fuego volvió a dibujar una pirámide ardiente, indiferente a los enormes barrancos y quebradas, desafiando los cielos y la noche persistió en su empeño caliente de calcinarlo todo.

Es cierto, que ante la magnitud de este evento las casas y cosas quemadas fueron relativamente pocas, siempre en medio del reino ardiente puede haber más y más desastre, pero aquí la magnitud del incendio tiene otras caras que los automovilistas de esta carretera no perciben.

Esa tarde, infinitas familias se enfrentaron a las llamas cuando estas estaban a unos metros de sus casas. Casas que no solo son habitaciones, sino hogares en los que se han constituido los afectos de toda una vida. Se desataron pequeños y grandes dramas familiares, temblores humanos ante la inminencia de la pérdida total, llantos incontenibles y ahogo tras ahogo, sin suministro eléctrico y con baldes, palas, mangueras y lo poco que hubo de agua, las gentes de Guápulo se levantaron sobre sus dolores, sobre los vidrios rotos de sus casas, por sobre las ventanas tapiadas por el hollín negro de las cenizas y salieron a las calles y sin renuncia, se juntaron ricos y pobres, analfabetos y letrados y juntos le hicieron frente a la hecatombe.

No hubo hidrantes porque en esta parte del Quito patrimonial simplemente no hay o si existen, no transportan agua. Dicen que uno en el Pasaje Ana de Ayala estaba obstruido por el cemento de un arreglo reciente, los vecinos lograron a punta de cincel destaparlo y tener agua. En otros lados, los hidrantes y primeros equipos fueron los grifos de las casas. Y así paso tras paso, pequeñas y grandes batallas personales y colectivas lograron contener el fuego. Para cuando los bomberos llegaron, parte del trabajo ya estaba hecho. A veces no pudieron entrar por los callejones trechos, en otros lados se descolgaron por los precipicios, pero en todos los casos, fueron y se comportaron como caballeros del fuego, esos que son capaces de entregar su propia vida a cambio de otras vidas.

Finalmente, las brazas ardientes se apagaron mediante sucesivas mingas, esa ancestral costumbre de juntarse para emprender solidariamente una tarea, pala tras pala y nuevamente el agua sepultaron al monstruo ardiente, que agazapado espera sin duda, una nueva oportunidad.

Ahora, la tierra está calcinada, miles de nidos de pajaritos desaparecieron y sus restos de paja tenue quedaron como testigos inertes del fuego, otros animales quedaron paralizados, calcinados, detenidos para siempre en su carrera. Hay despojos, vestigios, cenizas. Casi todo es invisible, aquí no hay turismo de desastre porque el desastre es puertas adentro. Los curiosos no encontrarán una mansión quemada, sino los signos de un incendio que corrió por las arterias invisibles del Guápulo milenario.

Este, es un relato visual actual, es el drama de la tierra y una metáfora de aquello que la humanidad puede hacerle

al planeta. Hay personas que juegan con el fuego que es purificador y al mismo tiempo destructor, hay quienes buscan en el incendio tal vez una venganza, una rabia o una reivindicación, cualquiera sea el caso, ellos no estarán invitados a la mesa de la reconstrucción, no plantarán los nuevos árboles, no serán testigos de un nuevo tiempo. Ese será su castigo.

DEVASTACIÓN

La palabra devastación está emparentada con las ciencias del llanto. Es una energía que abraza, arrasa y declara la inexistencia de la ceniza, la reducción total, burlona y presente de lo que aquí fue y dejó de ser.

Vagas leguas ardientes besaron toda la quebrada del infiernillo y establecieron su dominio efímero, pero definitivo de inciertos territorios. Borraron la esperanza para dejar hollín negro como en la boca de una mina de carbón.

Los sueños no crecen en este reino, no hay flores, se fueron los colibríes y los gavilanes. Se hizo el silencio y los ojos se cerraron en una atmósfera oscura y de prófugo luto, ese que vela a la orilla de los campamentos. Aquí quedó la calle y el viajero junto a las alas que tiemblan en los barrancos del río.

Pero el Santuario reina protegido por una fuerza misteriosa; reina sobre la devastación y como un brazo de piedra impávido mira el paisaje sobre la torre de los Quitus.

DESPOJOS

Son pequeños objetos, a veces solo visibles para el lente de la cámara; son una confusión desparramada sobre la tierra quemada. En su tiempo contuvieron otras cosas: como el pan en el horno, como en vino en la botella o como los peces en sus latas de conserva. Aquí se quedó la vajilla rota. El plato que nunca volverá a contener alimentos y que ya no será servido en la mesa de la familia. Es un atardecer sin perfumes.

Seguramente son destrucciones que fueron queridas en un segundo, en una tarde o en una sucesión de horas. Objetos que ahora son insignificantes en la noche de la tierra. Ahora son sustancias imperfectas, pérdidas eternas, patrimonio estéril. No sabemos quién amó estas cosas, no sabemos quién las compró o qué adornaron o a quién alimentaron.

Asisten a su propio funeral, a su huida eterna, tienen la fuerza triste de un dios caído.

VIDA

Los biólogos dicen que la tierra calcinada tarda meses, años y a veces siglos en recuperarse, pero siendo esta una evidencia científica, a veces ocurren pequeños milagros vegetales. Una semilla, una raíz, un brote escapan a la devastación y establecen un reino en miniatura y reclaman para sí la resurrección y contra toda lógica, conservan la vida. A su alrededor la vida presenta una majestad que presagia solo esperanza, es como si la simiente, en su escondrijo milenario, se resistiera a ser pulverizada.

Seguramente, estos brotes encontraron la vertiente extraviada, la sombra requerida, la humedad grávida o absorbieron las gotas vacilantes de las lluvias ausentes o de los helicópteros, pero lo cierto, es que están aquí dispuestas a la vivir a toda costa, sin vergüenzas ajenas, recuperarán el reino vegetal y se lo ofrecerán al hombre y a la mujer, al habitante y su circunstancia.

Hemos llegado al final de este recorrido dramático. Quisimos ser testigos a través de la fotografía, de aquello que fue y que dejó de ser, un no lugar compuesto por las brazas y las cenizas, un reino devastado y al mismo tiempo próximo a renacer.

La fotografía con su potencia para capturar el tiempo y el espacio en un solo click, es más que una imagen, es un sistema complejo de comunicación capaz de mostrar aquellas circunstancias tan humanas y tan conmovedoras que nos remueven y nos sacan de la cotidianeidad de la ordinaria rutina.

Casi no hay rostros en este recorrido, solo tierra calcinada por el fuego, tal vez, no es solo Guápulo el que se incendió sino Quito extendido en sus volcanes, porque fue una llamada roja como la lava la que se tomó los precipicios, las quebradas y los rincones de este territorio.

Dicen los vecinos que no había ni agua ni electricidad, pero sobraban manos y voluntades en la lucha por detener las llamas. Algunos también dicen que el barrio Bolaños es una manifestación del olvido y otros nunca imaginaron que las llamas llegarían a Bellavista y a la Avda. González Suárez.

Se escuchan susurros que hablan de los pequeños y grandes dramas que se desataron… pero hay de aquellos murmullos que repiten como un mantra: todo ha de florecer.

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