Felipe la urraca

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Historias del estanque

Felipe la urraca FRANCESCO SMELZO

Traducciรณn Erik Luna Sรกnchez


Había, cerca del estanque, un bonito macho de urraca de plumas negras y relucientes llamado Felipe. Previendo encontrar esposa y hacer una buena nidada, Felipe pensó en hacer un nido sobre las ramas del viejo roble. Comenzó recogiendo las ramitas secas del prado, y las mezcló con el lodo del torrente. Ramita tras ramita construyó un buen nido, tan grande como un cesto de fruta. “¿Has terminado ese nido?” - Le preguntaron los conejos cuando planeaba sobre el prado para tomar algún palito “ Todavía no ... Casi “ - Respondía el - “¿Cuanto te falta para terminar el nido?” - Le preguntaban también los gansos, cuando iba a recoger un poco de fango a la ribera “ Todavía un poco... Ya casi está terminado, pero quisiera hacerlo aún más grande” - Respondía Felipe Pero estos viajes no terminaban nunca. Felipe no estaba contento con el nido, le parecía siempre demasiado pequeño, o demasiado bajo, o demasiado... O poco... En resumidas cuentas, había siempre algo que mejorar. A un cierto punto, el nido se había hecho tan grande que ya ocupaba buena parte de la copa del viejo roble. La urraca decidió que esta vez... Había quedado.

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Se metió entonces a recorrer el nido a lo largo y ancho pensando: “¡Con una demora como esta no me faltarán en lo absoluto las pretendientes! ¡Podrían caber cómodamente veinte nidadas!” No obstante, de repente se detuvo a reflexionar: “Aunque viéndolo bien... El piso así de áspero... Con estas ramitas que asoman... Podrían herir los pies de los polluelos”. Fue así que pensó en recubrir el piso del nido con piedritas planas y lisas que se encontraban sobre la orilla del río, cercano al estanque. “¿Has terminado ese nido?” - Le preguntaban los tejones que por la tarde iban a bañarse al río- “Todavía no... Casi” Respondía el “¿Cuanto te falta para terminar el nido?” - Le preguntaban también los castores que construían la presa - “Todavía un poco... Ya casi está terminado, pero quisiera hacerlo aún más acogedor” - Decía Felipe Finalmente, muchos y muchos viajes después, el piso del nido estaba todo cubierto de piedritas planas y lisas, incrustadas tan bien una con la otra que parecían un mosaico. Felipe, todo contento recorría de adelante a atrás su magnífico nido, satisfecho con su obra. Caminando pensaba: “¡Un nido así, no se ha visto jamás en la vida de una urraca!” “ Las hembras harán fila para venir a 2


establecerse aquí, sin excluir que pueda tomar por esposa a la mas bella urraca del estanque.” No obstante, de repente se detuvo a reflexionar: “ Aunque ciertamente... Las paredes del nido son tan feas, desnudas y sin adornos... Que a las hembras no les gustarán para nada.” Entonces se dijo que había solo una cosa por hacer: Recubrir las paredes del nido con el yeso blanco que se encontraba en la colina. Esta ocasión los viajes fueron todavía más largos, debido a que la colina estaba bastante lejos del estanque. Además el viaje no estaba ausente de riesgos: En el bosque cercano a la colina vivía un grupo de zorros que no hacía más que esperar una bella urraca para el almuerzo. Y de hecho. Un par de ocasiones, Felipe estuvo cerca de terminar en la panza de un zorro. Lo salvó tan solo el hecho de que el pelaje rojo de los zorros sobresalía de forma evidente de entre el blanco del yeso. Y por ello, de último momento, con el rabillo del ojo, Felipe podía advertir el peligro y levantarse en vuelo. Mientras tanto, la primavera, que había iniciado cuando Felipe comenzó la construcción de su nido, estaba aún en pleno fulgor y ya las tardes comenzaban a tornarse más cálidas.

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Los cerezos y los almendros estaban llenos de flores y había una gran agitación entre todos los pájaros del estanque que formaban las parejas que darían vida a las nuevas nidadas. Por todos lados se podían escuchar los cantos y admirar los bailes de cortejo de las tantas especies de volátiles. Y así pasaba también entre las urracas, los machos habían desde hace mucho terminado sus nidos, cuyas ramitas floridas entablaban competencias para mostrar a las hembras sus dotes. Poco a poco cada macho de urraca encontraba a su compañera, a la cual mostraba orgulloso el nido, que al poco tiempo se llenaba de los gritos estridentes de los polluelos que reclamaban su alimento. Felipe ni siquiera se daba cuenta de lo que ocurría, después de tantos viajes, finalmente había logrado recubrir con yeso todas las paredes del nido y ahora podía admirar su obra en todo su esplendor. A pesar de todo, continuó todavía por largo tiempo completando el nido con decoraciones que el consideraba esenciales. Al final. Exhausto por su obra, creyó que finalmente se podía considerar terminada. “Bien” - Pensó Felipe - “¿Hasta aquí, que queda por hacer?, ¡Ah, cierto! Casi lo olvidaba... ¡Encontrar una compañera, naturalmente! “ 4


Alisó entonces sus plumas relucientes, se puso enfrente de su bellísimo nido e inició el canto para reclamar a las hembras. Cantaba y cantaba, pero ninguna hembra daba señales de vida. Pasó así algunos días cantando sobre su rama, pero siempre sin éxito. Los animales que tenían nidos y madrigueras entorno al viejo roble no podían más con tal alboroto, la primavera había ya pasado hacía un buen tiempo, y solo había quedado esa urraca que escandalizaba e impedía la siesta vespertina. En una reunión para resolver la situación, se eligió al búho como representante de todos para ir y acallar a esa urraca. El búho fue con Felipe y le dijo: “¿Se puede saber que tienes que te la pasas cantando todo el santo día?” “¡Oh amigo! ¿Que tengo? ¿Nunca has escuchado el canto de cortejo de una urraca? -Respondió el “¡Claro que lo he escuchado!, ¡Pero no en pleno verano! ¡No existe hembra de urraca que no haya encontrado ya desde hace un buen tiempo a su compañero y no haya tenido ya una buena nidada! “ Ante estas palabras Felipe enmudeció. Para gran alivio de los vecinos. Traducción MC Erik Luna Sánchez 5


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