2 minute read

Lacarreta

28 días de abril y Colombia tiene el estómago vacío. En Patio Bonito a las seis de la mañana, Daniel sale de su casa con la carreta para verse con su hermano en el primer día de paro nacional. Era el primer 28 de muchos, una prolongación indefinida, un movimiento social.

Habían pasado meses de restricciones y pandemia. Kennedy se militarizaba una y otra vez, se multaban a los malabaristas, las bibliotecas seguían cerradas y los músicos no tenían donde tocar. Daniel y su hermano tenían una cita en Banderas. La carreta llevaba los parlantes, salió por la avenida Cali alrededor de las ocho y treinta de la mañana.

Advertisement

Cientos de jóvenes y artistas se toman las vías de la avenida Cali y desde la carreta suena salsa choque:

“y uno y dos y tres, Uribe paraco hijueputa” . En medio de la gente, las botas y los fusiles que acordonaron la localidad caminan detrás de Daniel y él no alcanzó a llegar a Banderas. Se cambiaron las botas por tenis, se acercan y piden el favor de llevar en su carreta “pinturas y brochas”. Le dicen a Daniel “son para un mural” y con ingenuidad acepta. Las bolsas que llevan los caminantes y van en esa caja de ruedas, son botellas, gasolina y pólvora. Mientras seguían por la Avenida Américas los dos caminantes se van y se pierden entre las gentes.

No pasaron ni cinco minutos desde que los chicos de la cerreta aceptan ese favor y una docena de matrimonios entre policías motorizados y ESMAD los interceptan, Daniel es de- tenido, le espera una audiencia que lo acusara de terrorismo. Los caminantes vuelven a ponerse las botas y ríen mientras a Daniel lo conducen hasta las celdas de la estación de policía de Kennedy.

Durante el camino, esposado, piensa en su banda y en su saxofón. Tataratea las canciones de Ska que se convierten en su propia realidad. Piensa en su hija, contiene el llanto, sabe que en ese lugar no habrá ni amigos ni piel rojas, entiende que las paredes serán el papel para transcribir sus versos y sus notas. Los barrotes serán su instrumento, la melodía.

Antes de llevarlo ante un juez, los caminantes solicitaron una rueda de prensa. Llegan los noticieros, Daniel estaba solo frente a las cámaras y esposado como trofeo, no llora, no se amilana. Mientras los policías hablan de su captura en la televisión se enfoca su mirada al suelo. Él no entiende cómo los tambores, los parlantes y el saxofón que iban a alegrar la jornada del paro de pronto se mezclaron con pólvora en esa carreta.

Su declaración es su propia defensa: “yosoyartista,yosoymúsico,yo me dedico a tocar mi saxofón, nuestraprotestaespacífica,esartística,es musical” . La mujer, una juez de garantías, comprende a qué se dedica esa carreta; desmiente a los uniformados y a Daniel, su propia historia lo absolvió. En el primer día de paro nacional, Daniel a las dos de la tarde es el primero de los montajes judiciales en el país.

Cuando las botas acordonaron Kennedy meses atrás, esos dos ca- minantes habían patrullado por las calles de su barrio, habían elegido golpear la puerta de su casa y también contuvieron el momento. Recorrían su cuadra, hablaban con sus vecinos, fumaban en la esquina, lo veían andar a él con su carreta, su saxofón, su banda y sus amigos. El músico es libre. Los libros secuestrados por los confinamientos llegan al Parque Primavera, una mujer lee Somos cinco mil de Víctor Jara y como coincidencia, mientras escuchábamos las líneas y el testimonio que hablaba de los miles de presos de la dictadura chilena, nos encontramos con Daniel.

La carreta llevaba las pinturas, los parlantes y los instrumentos, alguien le dibuja un saxofonista. Esa tarde, una toma cultural de músicos, poetas y malabaristas celebramos su libertad mientras los caminantes vuelven a pasar. Esta vez solo nos miran y todo vuelve a empezar, la carreta vuelve a rodar, Techo, Portal, el barrio, la cuadra, todo lugar porque no quedaba más que luchar y bailar.

This article is from: