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L I T E R A T U R A
2018
Literatura deportiva independiente
ESPECIAL DEPORTES ¶ Entrevista La prueba de resistencia de Elvira Hernández. ¶ Perdidos leyendo traducciones Martín Roldán. ¶ Reseñas El púgil de Mike Wilson, Maratón de Macarena García, Gol de oro de Nibaldo Acero, Pelagatos de Mario Valdovinos y Selección nacional de V.V.A.A. ¶ Creadores Esteban Salinero, Roberto Castillo, Jerónimo Parada y Andrés Santa María.
Financia:
Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura Convocatoria 2018 Región de Valparaíso
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ay un magma común y anónimo que une esencialmente literatura y deporte, es cosa de ejercitar las analogías: la joven que corre por una pista de rekortán en un estadio nublado en la mañana; un hombre que corrige sus poemas un sábado en la noche mientras la fiesta está lejos de su casa. Un barrabrava que gasta parte de su semana pintando un lienzo nuevo; dos mujeres que realizan libros con formas singulares, imposibles para una librería, su conservación o estudio; un trabajo artesanal hecho para difundir la literatura de otro. El jugador de barrio que da todo lo que tiene el domingo en la cancha lejos de cualquier fama, un poeta que lee en una librería subterránea; ambos se emborrachan para
R E S E Ñ A El púgil Mike Wilson Lectura 125 páginas
Por Matías Ávalos
El gesto es clásico y abundan los ejemplos, Arlt traduciendo a lunfardo “Los demonios” de Dostoievski escribe “Los siete locos”, Corneille reescribe un mito fundante de Roma y produce “Horacio”, Brecht lo reescribe en “Los Horacios y los Curiacios” y unos años después Heiner Müller hará lo propio escribiendo “El Horacio”. Mike Wison dice ¿qué pasa si hago mi reescritura de Blade Runner en un plano de relato y en otro pongo a Erdosain a protagonizar Inteligencia Artificial de Spielberg, reemplazando al Astrólogo por Hal, el ojo rojo de 2001: Odisea del espacio? El resultado también es clásico, un libro tenso, lleno de información, arriesgado. “El púgil” empieza con una escena dramática: el protagonista cae de rodillas en la
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ESPÍRITU DEPORTIVO no poder hablar y así hacer durar un poco más el momento de felicidad que tienen. El hipotético libro de citas de Macelo Bielsa, sostén del temple, al lado de una traducción de Horacio. Podremos seguir enumerando ejemplos que los acerquen, pero, como una consecuencia de los casilleros de la vida en el neoliberalismo, deporte y literatura se han ido alejando. Mientras otros países con éxitos deportivos han creado una tradición al respecto, el nuestro, solo luego de las copas de fútbol a nivel internacional activó un sistema de publicaciones, aunque en estas la estética no aparece por ninguna parte, solo fórmulas probadas editorialmente como anécdotas o épica. No son los únicos caminos. La edición independiente comenzó a cuajar otras posibilidades. Un hito fundamental es “Cuaderno de deportes” de Elvira Hernández, en donde da cuenta de su particularidad
lona del mítico Luna Park y se pone a llorar a cántaros ante un público enardecido. Inmediatamente hay que salirse de ese lugar, el box es la excusa para producir al antihéroe, porque lo verdaderamente difícil, afirma la trama, sucede siempre después de la derrota. En su departamento, aniquilado por la resaca de la pelea, escucha una voz metálica que lo saca de sí, su refrigerador le habla. Esas palabras mecánicas lo regresan al problema introducido por su amiga: al apuntar una cámara de video al monitor en el que está conectada, se produce una réplica sin fin del vacío del lente. ¿Hay algo detrás de mi reflejo? La paradoja no es tan informática si se recuerda la famosa frase de Georg Büchner “cada ser humano es un abismo” que tanta escritura dio al psicoanálisis. Pasando en limpio, ambas escenas se preguntan si detrás del procedimiento según el cual nos relacionamos con el mundo, detrás de todos esos pensamientos: ¿hay un pensador? ¿es la autoconsciencia suficiente prueba de que somos alguien? La respuesta de Wilson es de ciencia ficción. Poner en duda sistemáticamente la realidad de los personajes y lo que ellos creen ser, condición necesaria del género que puede leerse en el Phillip K. Dick de
estilística, por ello la elegimos para conversar este número. Pero hay más si queremos escudriñar -como siempre deberíamos- en el pasado de nuestra literatura: el fallecido Poli Délano escribió de boxeo y de lucha libre, hay libros de Teófilo Cid, Enrique Lafourcade y Ricardo Puelma donde aparecen otros deportes. En nuestro especial deportivo elegimos a Martín Roldán para nuestro Perdidos leyendo traducciones por sus cuentos sobre Alianza Lima. Se reseñan los rugbiers de Mario Valdovinos, la maratón de Macarena García, los jugadores políticos de Nibaldo Acero, el box en el mítico coliseo Luna Park en la sociedad apocalíptica de Mike Wilson y varias disciplinas sintetizadas en la antología “Selección nacional”. Dos de nuestros creadores asumen la clásica relación de la literatura y el boxeo, Esteban Salinero (“Vermouth”) y Roberto Castillo Sandoval (“Muriendo por la dulce patria mía”);
“Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” o en algunos capítulos de Black Mirror: se conduce al protagonista a una serie de hechos en distintos planos de la realidad, cuya división se va borroneando a medida que avanza el libro, hasta que al final, todo forma parte de la misma masa heterogénea de sensaciones, certezas y especulaciones que dentro de “El púgil” constituyen el mundo.
el fútbol es representado por Andrés Santa María y Jerónimo Parada en “Pelota cosaca”, que resulta una continuación de su anterior “Pelota sudaca”, particular escritura a cuatro manos. La iniciativa corresponde a Tatami, que nos acerca propuestas latinoamericanas y la revisión de Carlos Cardani del boxeo en el mítico Club México, estrechando palabra y realidad. El resto del suplemento se debate en volver a reflexionar los formatos. Los mejores diseñadores de libros independientes opinan sobre qué es lo que se gana o pierde con un acabado conocimiento de la disciplina, en tiempos en que todos los libros pueden ser hechos desde la casa. Esa democratización de insumos y herramientas esconden también la necesidad de ciertos saberes. Los cuentos de “Noche en la ciudad” se analizan en la Trinchera Literaria, vinculando rock y literatura, una combinación contracultural. Esta vez no forzamos la literatura de provincia, dos de los reseñados no viven en Santiago, pero son editados y ambientan sus libros en la capital. El centralismo es sicológico y el cansancio de un cuerpo reemplazado por la vergüenza deportiva también lo es. Para llegar más allá de nuestros límites escriturales y deportivos, solo queda atravesar el dolor.
Una advertencia: la saturación de referencias genera problemas de lectura, hay algo juvenil en el autor que se ve reflejado en una no tan lograda teatralidad de la narración. En muchos pasajes, el personaje sabe y cuenta al lector lo que hasta ese momento venía haciendo el narrador. Idas y vueltas que junto con el hincapié en ideas filosóficas llaman la atención, viniendo de la pluma del autor de “Leñador”, una novela con precisión de bisturí. Las posteriores publicaciones de Wilson aclaran la obsesión con Wittgenstein, lo cual nos lleva a la pregunta que rodea al acto de reeditar un libro: ¿por qué?, ¿cómo leer una novela que tiene diez años? ¿Tener en cuenta la obra por sí sola o relacionarla con los posteriores libros del autor? Kant dice que el fin de la naturaleza debe ser buscado por encima de la naturaleza, así, a la pregunta del por qué hay que responder con un para qué. En el caso de “El púgil”, porque la agilidad de la pluma, porque la voluntad de la temática, porque la potencia de la obsesión: para que los escritores contemporáneos se arriesguen y expongan. Para que, como dice Aira, los lectores vuelvan a recordar por qué les gustaba leer.
s u ple m e n to g r a d o c e ro Director: Juan Francisco Urzúa | Editor general: Cristóbal Gaete | Diseño e ilustraciones: Harol Bustos | Fotografía: John Uberuaga Colaboraron en este número: Matías Ávalos, Priscilla Cajales y Daniel Tapia | Correcciones: Priscilla Cajales | La tipografía del logotipo gc es Santiago, diseñada por Contrafonts.cl CONTACTO: GRADOCEROLIBROS@GMAIL.COM
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trinchera literaria
TRINCHERA L IT ER ARIA Por Juan Francisco Urzúa
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as noches de Santiago, como en toda gran urbe, esconden entre sus esquinas los infraleves de la humanidad que se desarrolla en su quebrada geografía, amparando el salvajismo de los que se arrojan a rodar entre sus calles, los que deciden beberla frenéticamente, o se dejan llevar por el devenir de la ciudad que los devora. El encanto de la metrópolis para un provinciano es ese, la velocidad de la postal ilusoria y el errático fluir de sus posibilidades. La capital define “Noches en la ciudad”, segundo libro de Emilio Ramón, propuesta que en 10 relatos plantea la reconstrucción de historias mínimas que transcurren en ese espacio, pequeños incidentes o derrotas privadas, que a la manera de los voyeristas nos sitúa entre el tiro de cámara de desempleados, aspirantes a la fama, oficinistas cansados que no pueden con la presión de sus taras mentales y buscan la respuesta en absurdas recomendaciones de amigos, en el abuso del alcohol o las drogas. Las situaciones son muy descriptivas y se encargan de pasearnos ágilmente por el relieve que recorren los personajes, tugurios de mala muerte, estudios de televisión, callejuelas de un Santiago derruido y postmoderno. Emilio Ramón hace gala del oficio, pero se decide a no complicarlo, proponiendo personajes comunes, a veces de una facilidad tan obvia como llamarse Juan Pérez, y que sufren por las desventuras de la realidad que los maltrata, el desarraigo que los lleva al límite. El ritmo de los cuentos es sencillo pero eficaz, más cuando el control de los tiempos va entregando dinamismo en la configuración del relato. La gran mayoría de las situaciones conducen al humor, como la delirante sátira “¡Eliminado!”, donde el protagonista es un imitador sudaca de Michael Jackson que va a probar suerte a la televisión, humillado
Noches en la ciudad
Emilio Ramón / Santiago-Ander / 95 páginas
escatológicamente ni más ni menos que por el verdugo por excelencia, el Chacal de la trompeta. Ramón descubre una forma de jugar con el tiempo que resulta bastante eficiente en el cuento, aun cuando evidenciar de una manera tan burda al narrador, o intentar interlocuciones retóricas con el lector, quitan energía natural al texto. Uno de los pasajes que más resalta en el libro es el cuento “Fotofobia”, donde se abandona la clave anecdótica tensionando la narración hacia un thriller, resultando un relato desgarrador que se desencadena después de la muerte del hijo de los protagonistas; fatal constatación de lo que la negligencia y la crisis mental pueden causar en relaciones de amor destructivo.
“El alcohol comenzó a ahogar las preguntas que te atormentaban y, si bien, no entregaba respuestas, al menos te permitía dormir y no torturarte todas las noches entre pesadillas horribles. Los silencios largos. Las penas amargas. Los llantos en silencio. Años perdidos, de amigos perdidos, de discusiones, peleas, insultos mutuos. Fue tu culpa por estar emborrachándote con tus amigos. Fue tu culpa por estar cahuineando con tus amigas en la cocina. Palabras como cuchillas, palabras que desangran. ¿Podrías haber hecho algo si no hubieses estado un poco borracho? Palabras que apuñalan el fondo del alma. ¿Había sido tu culpa? Se acabó el sexo. Solo una cacha incómoda, seca y desabrida de vez en cuando. El imbunche huérfano de una razón para seguir respirado” Ramón logra con este texto llegar al clímax del volumen, dificultad mayor en el sentido diverso de la propuesta, incorporando claves dramáticas, soliloquios perspicaces que resaltan el trance de buscar una respuesta trascendente que no existe. Con pasajes que rayan en la poesía, se construye un texto que quiebra la figura del libro y hace sentir el oscuro derrotero en el que pululan sus personajes. Todas las historias son errores que se proponen desde el fondo de la desventura, no hay nada más que hacer. El relato nos inmiscuye en el meollo de una posición parcial, la mirada del hablante, la medida del que sufre, del desgarrado por una realidad que lo maltrata. Se subentiende el fin inconscientemente moral y directivo de las narraciones, que muchas veces buscan un
cierre efectista y taxativo. Esto puede ser un problema, ya que ciertos textos tienen un desarrollo menos preocupado y no se respeta la naturalidad de la narración, cerrándolos de manera forzada, cuando podrían quedar abiertos y a la expectativa. “Noches en la ciudad” corre con confianza las riveras del humor negro, característica fundamental de la impresión que quiere dejar Ramón en la búsqueda de proponernos una superficialidad regulada de las vidas que definen a sus personajes. A los que propone pueriles y desgajados. Quizás podría ser criticable el espectro que asume la narración, intencionalmente superficial, pero donde no puede negarse la importancia de la reconstrucción que el libro intenta buscar: reencantarse, purgar, o releer eso que nos acontece a todos. Aun en relatos bastante tradicionales, Ramón logra ver luces de diferencia, y las cartas son jugadas hacia la masividad: no intenta hacer textos crípticos, sino soluciones narrativas entendibles por todos. Asigna referencias pop como Michael Jackson, Lou Reed o The Smiths, sencillas y leíbles por cualquier lector. Esto se aprecia como una virtud cuando hoy en día los narradores intentan ser cada vez más complejos, hacer novelas enigmáticas que buscan inmiscuirnos en mundos torcidos por su medida. “Noches en la ciudad” es un bálsamo para todas las lecturas condensadas por la histeria posmo, un libro simple que logra construir una narración de una sinceridad fácil, acotada, que apuesta por divertir y ser cotidiano. Quizás no sea un libro que te lleve a las profundidades del ser, tampoco pretende serlo, pero sí se decide a contar buenas historias con una factura trabajada finamente, relatos que rozan la vida cotidiana a la manera que lo hace un cierto tipo de música que susurra al oído todas nuestras desventuras.
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reseñas
Gol de oro
Nibaldo Acero Los Perros Románticos 117 páginas Por Cristóbal Gaete
Un partido delirante es el que se juega en esta novela quebrada a partir del retiro de Carlos Cazely, el primero de los íconos que desfilará por este libro. Tras una digresión muy asimilable al juego biográfico, Acero explica su posición de líbero capaz de la patriada de llegar al otro arco en la cancha del barrio, que funda la voluntad de estilo para convertir el recuerdo en otra cosa. Entonces la voz narrativa da cuenta del partido desde el minuto 83, al que combina con la cronología anual chilena del siglo xx. Hay barricadas y lucha frente a un arbitraje irregular, que nos retrotrae a películas como “Escape a la victoria”. Los 21 jugadores van tomando identidad, nombres de la resistencia o del horror bajo el arbitraje del historiador Gonzalo Vial. Los hipervínculos se suavizan con clásicas publicidades. Acero entrega a ese lenguaje manido el abismo de imágenes que suceden en la cancha, al que incluso se le otorga la responsabilidad de suspender el tiempo, lo que efectivamente sucede en los hinchas del fútbol en los últimos minutos del partido. La hazaña está tan cerca y tan lejos, pero la suspensión funciona arriesgadamente mientras lo político va tomando predominancia. Aparecen mujeres como Gladys Marín y Sola Sierra empujando a la victoria hasta que la propia reserva re-
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novada toma el poder, protegiendo el empate hasta que la pelota sale del Estadio Nacional, en que los balones de reserva son calaveras. El pequeño intervalo antes del alargue implica un aire para fisurar la novela y recuperar la voz extraviada del comienzo, generando una autobiografía deportiva. Esta sección muestra la brutalidad del fútbol en el margen, que no se extravía por estudiar literatura en la uc. Acero cae en momentos de autocompasión y épica de la que se ha apropiado la transnacional, hasta que tuerce y marca su cuerpo y el de sus pares enumerando los abusos sexuales. Los códigos de un país son los que destrozan la novela, haciéndola personal y fuera de juego. El alargue cumple con devolvernos a un partido del que sabemos el resultado. Si en esos minutos finales del tiempo reglamentario Acero se apropiaba del citado filme de Stallone y Pelé, esta vez es de un comercial del cdf que recorre Chile utilizando diversos escenarios geográficos. La pichanga se convierte entonces en movilización y el mismo deporte se opaca ante la interpretación política; todo lo que es tácito antes se vuelve explícito, quizá preso el narrador por la voz radial redundante, en la duda de que la literatura no sea suficiente. Y claro, no es suficiente, pero es en sí misma. Amarilla merece el notorio descuido en la edición literaria y física. La primera, ensucia el libro con construcciones como “se da culturalmente por hecho”, el uso de términos como “trompadas” y el epígrafe de Bielsa mal cuadrado; la segunda, economiza el tóner excesivamente. No hay que ensuciar la pelota con estas cosas, más si en cambio la portada resulta atractiva y coherente con el libro. No obstante estos detalles la patriada del líbero Acero se cumple a cabalidad: “Gol de Oro” es un faro. El autor acaba de escribir un libro notable en su uso de
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la memoria emotiva, mucho más hondo que los proyectos transnacionales e independientes que han instrumentalizado el deporte. El gran mérito es politizar la literatura y el fútbol en su sintaxis y realización, sublimando el deseo de los hinchas y jugadores amateurs, abandonando el narrar de manera efectiva para ahondar en la prosa; celebramos estas jugadas inútiles y hermosas, verdaderos goles de oro en una temporada triste para el fútbol chileno.
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Pelagatos
Mario Valdovinos Ril 77 páginas
Por Juan Francisco Urzúa
La novela “Pelagatos” busca construir su estructura sobre la exploración de secciones temáticas para referenciar los hitos del último candor de la niñez en el college caro. Los personajes son una serie de preadolescentes cuicos llamados pelagatos por su intrascendencia, que viven la burbuja de no pensar en cómo llegó el dinero o el pan a la mesa, simplemente lo tienen y lo gastan, pero que sufren las carencias de la falta de tiempo y cariño de sus padres. Estos personajes adultos están embebidos en discursos xenófobos, de un alto clasismo, pinochetista, y su éxito profesional es producto de una constante reafirmación del resentimiento. Adoptando irónicamente la retórica Abc1: solo la clase alta es inteligente, solo lo que hago yo es bueno, el resto son todos ineficientes, para qué pago ese colegio si no te enseñan nada… y un largo etc. Los niños, en todo sentido permeables, toman la herencia de su medio, apartheid que les permite la felicidad al jugar rugby o hockey, alejando de una vez por todas cualquier variación en lo que ellos aceptan por entorno. “Para qué leer tanto, insiste este pechito, si nos vamos a dedicar, yo al menos, al puro y sagrado bizne, ya que tinimos, tenemos, bueno Pa, una asignatura bacán que se llama, justamente bussines y la dicta un gringo seco, de los pocos que salvan, que nos enseña cómo hacer negocios en el futuro y sentarse sobre medio mundo. Ser ricos, cuando jóvenes, forrarse en plata y darnos la gran vida”.
Destaca la inclusión del rugby en la novela, que como deporte ha sido muy poco, o casi nulamente abarcado por la literatura, siendo un punto alto en la descripción de Valdovinos el capítulo homónimo al deporte, en él se puede sentir el olor a pasto mojado, la adrenalina producto de los tackles, la emoción de correr con el óvalo en busca de un try, la sangre del roce, el barro en las orejas y los gritos de guerra. Todo esto vivido por una serie de púberes que creen en el partido como una representación de la vida futura: rudamente, a empellones, pero intentando respetar un Fair Play que no existe. “Pelagatos” séptima novela del narrador, quien cuenta con una nutrida lista de publicaciones en géneros como cuento y dramaturgia, se propone como un vínculo necesario hacia otros registros argumentales: el lenguaje de la alta alcurnia nacional. Volviéndose relevante más cuando en los noventa Fuguet fue criticado por dirigir su imaginario hacia estos tópicos, constatando que hoy en día existe una mayor comprensión de la diversidad de voces que mueven la narrativa, su estética. En este sentido, Valdovinos nos invita a sacar el sesgo y tabúes temáticos, y atrevernos a enfrentar a un texto crudo, distinto, ya que sus personajes son absolutamente divergentes, criados de otro modo, con un sistema de valores lejano: los hijos de los jefes que serán nuestros jefes, que solo estarán bajo nosotros, comiendo pasto, cuando los tackleamos en la cancha.
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Maratón
Macarena García Moggia Cuneta 101 páginas Por Priscilla Cajales
Una pareja dentro de un departamento en el centro de Santiago es la protagonista de “Maratón”, segunda publicación de Macarena García Moggia; su libro anterior es el poemario “Aldabas” (Edícola, 2016). Los primeros encuentros sexuales, las confesiones a cerca de su pasado reciente, los tira y afloja de quienes que tienen una historia en común y que encuentran en una tarde perdida de domingo un paréntesis donde relacionarse de un modo distinto, son la tónica de esta novela corta. La ciudad que nos muestra el relato es una con vista hacia el norte. Silenciosa a ratos, como en la época de verano en la que Santiago se desocupa del constante ajetreo. Una ciudad que se levanta a partir de un imaginario común, pantallas encendidas, el ruido de una ballena que contiene a sus habitantes. Destaca la descripción en el relato, García Moggia no fuerza los adjetivos, es siempre precisa, inclusive cuando construye las divagaciones de sus protagonistas, rasgo que se explica por su oficio poético.
Laura y Diego son personajes saliendo de la juventud, el cuerpo los acusa. Ambos se encuentran en ese momento de la vida en que te preguntas cuándo llegará el futuro que pensaste que sería tuyo. Laura quiere viajar, pero está atrapada por la cotidianeidad o el miedo. Diego ha fracasado en una relación y está en esa crisis, estático. En una ciudad en la que todos creen que van a alguna parte, desde la ambulancia que anuncia la urgencia, hasta los corredores que se autoimponen un recorrido a seguir; estos dos comparten un fin de semana que deja en evidencia el que no van a ninguna parte: “Irse y tener que volver, Laura. Irse irse es otra cosa. ¿Hasta cuándo va a durar esto? ¿Qué? ¡Esto! ¿Hasta los cuarenta? De jubilación a jubilación. ¿Qué
jubilación? Hasta que aparezca algún día la palabra futuro. El futuro de los que corren”. La voz de los personajes no siempre se puede reconocer, y la perspectiva del narrador varía en algunos capítulos, lo que le da al texto una plasticidad que lo enriquece. A través de las confesiones de los protagonistas vemos el pasado, los asuntos sin resolver, también el temple de la relación que van construyendo. Sin tensión, salvo en vagos momentos, la narración mantiene un ánimo similar de principio a fin. Los capítulos de la novela están marcados desde el kilómetro 1 al 42, así resuelve la escritora una estructura similar a la corrida y el desafío de la escritura de una novela. Sin embargo, lo que se erige como una estrategia, también podría resultar una trampa, al no presentarse un desarrollo sustantivo de la siquis de los personajes, sus historias o motivaciones. El relato de “Maratón” está cruzado por una corrida que se ve desde la ventana del tercer piso del departamento en donde se encuentran y el texto incorpora fragmentos relacionados con la preparación física, sicológica y los resultados de la carrera. Sería de esperar que este juego de narraciones paralelas construyeran una estructura con cuerpo único, sin embargo, estas siempre van en paralelo, como dos calles que jamás se encuentran. Los personajes atacan el silencio con sus fracasos, imposibilidades y privilegios; estar largas horas sentada frente a un ventanal viendo pasar la tarde, como lo confiesa la protagonista. Sin embargo, la corrida queda constantemente lejos del pulso de los acontecimientos. El relato se somete a una estructura dual, quiere posicionarse en esa exigencia, como si la autora sometiera su texto a correr completos esos 42 kilómetros de un maratón, pero no logra completar el ejercicio.
Selección Nacional.
Muestra de poesía chilena deportiva / VVAA Pez Espiral 67 páginas
Por Daniel Tapia
Ad portas del mundial de fútbol de Rusia y en medio del desencanto del país entero provocado por la no clasificación de la Roja, ocurren eventos que nos enrostran que la realidad de Chile siempre
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ha sido así. Uno es la aparición de “Selección Nacional. Muestra de poesía chilena deportiva”; realizada por Andrés Urzúa, con 11 autores a la medida de un equipo de fútbol. La ubicación en el campo de juego es la edad, aparecen con la casaquilla desde la uno a la once respectivamente: Floridor Pérez, Elvira Hernández, Erick Pohlhammer, Bruno Vidal, Jorge Velásquez, Jorge Polanco, Antonio Rioseco, Óscar Petrel, Rodrigo Arroyo, Juan Carlos Urtaza y Carlos Cardani. Equipazo que ofrece un panorama sobre cómo ha sido tratado el tema del deporte por algunos de nuestros poetas. Un antecedente de este catálogo es “Poesía chilena del deporte y los juegos”, publicado en 2003 por editorial Zig-Zag, selección realizada por el número uno de este nuevo equipo, don Floridor Pérez, la cual es bastante más amplia, ya que cuenta con 123 poetas. La actitud de rotular “Selección Nacional” como muestra y no antología es una manera de desmarcarse de aquel peso –y humo- conceptual, y dotar a este conjunto de lo que quiere el director técnico. Nunca ha cambiado el panorama deportivo para nosotros. Veamos a ese ciclista malogrado en el poema de Óscar Petrel: “¡pedalea pedalea! / Patricio Almonacid / yo te grito desde este lado del televisor / vuélvete héroe de los perdedores / fúndete, quémalo todo en las primeras tres horas”. La poesía chilena no acostumbra a cantar a los grandes éxitos deportivos (excepto por “Loas al Sport”, un remilgado poema de Luis Pinto, ganador de los Grandes Juegos Florales Deportivos), pues no tenemos triunfos en cuantía y no es ese el talante de los autores que conforman este equipo. De fútbol no es de lo único que se habla, pues aparecen el ajedrez, la halterofilia, el boxeo, la gimnasia, y cruzan estos poemas protagonistas
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que son en su mayoría “gente de verdad”: el alcalde de Lota fusilado en 1973; el cyborg de la Vega Central; Jesús Trepiana, portero suplente eterno de Unión Española; Armando Millán Manquilepi, muerto en dictadura; Rubén Jacob Carrasco, poeta wanderino; un boxeador acabado y otro que sueña con serlo, etc. Gente que no tiene entrenamiento adecuado, a la que le fue negada el éxito y que, contrariamente, reciben las crueldades del mundo moderno como presea. La actitud política del libro nos sigue advirtiendo que desde la dictadura no ha cambiado nada en nuestra realidad, como en el poema de Bruno Vidal, donde nuestro primer coliseo deportivo es perpetuado como centro de detenciones y fusilamientos: “Antes de despertar violentamente escucho el tableteo maravilloso / de esas ametralladoras que fueron emplazadas / en la víspera por mi Sargento Sotomayor / Yo a toda prisa me voy por la Avenida Maratón / Todo el vecindario de Villa Olímpica duerme profundamente”, o como en el poema de Elvira Hernández, en el que seguimos yendo a votar como si fuera una práctica deportiva donde se elige al menos peor, pero seguimos validando la constitución de Pinochet. Esta colección de poemas deja con la extraña sensación de no poder encontrar dentro de ella otro tópico que no sea el del fracaso, esa amargura de que alguien te está ganando algo, no importa qué: una partida de ajedrez, una carrera, una oportunidad, quizás tu jefe te explota, los políticos y o los empresarios que te defraudan. Así es la realidad en Chile, país que posee la extrañeza más grande en su poesía, la que siempre procura mostrar lo mejor ahí donde nadie lo ha visto.
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La prueba de resistencia de Elvira Hernández John Uberuaga.
Décadas de silencio tuvieron que pasar para conocer la hondura de esta poeta, pero en lugar de parecernos detenida en un momento de la historia, ha logrado montarse al tiempo; su resistencia ha sido siempre contemporánea.
Por Cristóbal Gaete
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n un café cercano a la Biblioteca Nacional escribe Elvira Hernández, la puedo ver un momento antes de entrar; atraviesa nuestro deseo de reducirla a su pasado, de imponerle un status de canon. Parece una anónima señora frágil redactando, pero resulta gigantesca al aislarse del ruido; está suspendida de las risas del café y la música ambiental. Impone, al seguir escribiendo, su incombustible contemporaneidad. Engañan la calma de su dicción y sus pasos tranquilos, en esos manuscritos la realidad se vuelve materia poética que revela matices que no conocíamos. Si las aves han volado en numerosos libros en la poesía joven chilena estos años, ella los aterriza a la realidad con “Pájaros desde mi ventana” (Alquimia Ediciones,
2018) para que recojan elementos de la contingencia tanto social como cultural. “Cuaderno de deportes” (Cuarto Propio, 2010), circula justo en el tiempo en que comienza la ola de publicaciones anecdóticas y épicas sobre el deporte chileno; logrando estetizar este elemento destinado a convertirse en producto de consumo, incluso en el ámbito de las letras. Hoy Elvira Hernández, nombre artificial, significa una escritura reconocida por premios como el reciente Jorge Teillier de la Universidad de la Frontera, pero sus poemas tuvieron que hallar su espacio en los subterráneos de la política de los ochenta, en ediciones fragmentarias, lejos del confort que actualmente hemos alcanzado. La autora primero es editada fuera: “cuando llegué a Argentina no sabía qué me estaban
pidiendo, porque en el fondo tú adquieres los hábitos del lugar donde vives. Cuando manejaba afuera lo hacía como acá, la gente estaba espantada, estaba haciendo algo mal. Acá es sobrevivir, no manejar. Una argentina me dijo reacciona, te están pidiendo un manuscrito. Allá los editores cumplen la función de editores, van a los lugares, escuchan lo que les interesa, lo que no les interesa; acá no hay nada. Uno va a la editorial porque a lo mejor te van a publicar, como si fuera un favor”. En tu pasado hay muchos formatos de edición, uno de ellos es el mimeógrafo. ¿Podrías explicarnos cómo funcionaba? Uno partía haciendo una matriz en una hoja larga de un material especial plastificado. Le bajábamos la cinta de tinta a la máquina de escribir y la tecla que golpeaba
al desnudo la hoja y picaba y dibujaba la letra. Luego se llevaba a una máquina que tenía una palanca que hacía pasar adosada la página para que se imprimiera con tinta. Con eso se hacían revistas manuales que se corcheteaban, se podían hacer en cualquier papel. Recuerdo que no solo se usaban hojas blancas, sino también papel bruto, craft, que era muy de esa época. ¿Cuánto era el tiraje? No eran tirajes muy grandes, el stencil no resistía mucho, se reventaba y quedaba una mancha. No era tan fácil. Tampoco estábamos preocupados de hacer muchas, porque no se podía almacenar, se hacía lo que se podía y se repartía. ¿Eran decenas, llegaban a la centena? Sí, puede ser. ¿Cómo era la circulación de esos ejemplares?
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Mano a mano. Siempre se iban pasando de a poco, pasabas una y te decían dame cuatro. ¿Esas ediciones las hacías sola? No, yo colaboré con otros que tenían más habilidad para hacerlo. Era una cosa eventual, a veces yo llegaba y estaban haciendo algo. Todas esas dificultades le debían dar una carga al hacer muy distinto. Claro, porque todas esas publicaciones eran semiclandestinas. Podían ser muy inocentes, pero era el hecho de que imprimieras algo lo peligroso, la dictadura estaba a la caza de las imprentas. Si tú andabas con una inocente impresión de mimeógrafo, ellos querían saber dónde estaba. El mimeógrafo era guardado como un tesoro. ¿Ese ánimo persecutorio era solo por fines políticos o tenía alguna otra intención de corte comercial? Buscaban a la gente que hacía las declaraciones. Los centros de alumnos tenían mimeógrafos. Lo interesante es que no sólo prestaba servicio a la política. Se imprimió mucho en ese tiempo. Quizá lo que más posibilitaba que hubiese algo era ese medio, porque los libros empezaron a circular después. ¿Se conservó una cantidad importante de ese material o simplemente desapareció? No. Alexis Figueroa con alguien más hizo una exposición de todo ese material que circuló, si mal no recuerdo, en la Biblioteca Nacional. Había poemas que solo querían decir algo y que no tenían más duración que la del día. Muchos poemas de esa índole y de esas características existieron, porque daban una respuesta. Creo que esa es una cuestión que existe desde siempre en la poesía, piensa en la lira popular. Existe un material que no tiene mucha visibilidad, pero que en condiciones como esas tiene más relieve, se hace más necesario. Se podría decir que a esa poesía le caben los adjetivos de política y pública que han utilizado para tu escritura. Los que escriben con más tiempo también le dan otra perspectiva, el caldo de cultivo está en ese momento. Todos son parte de ese período, lo que pasa es que la crítica solo se fija en lo que aparece, no se da tiempo para ir a buscar. La exploración en profundidad mayormente no se hace, se toma lo que ha logrado avanzar en el tiempo y esta suele ser una producción elitista. ¿Por qué crees que la crítica no profundiza? Acá no profundiza porque vivimos en el descampado. ¿Cuántos suplementos tenemos en circunstancias en que la circulación se reactiva con las editoriales independientes? Salen libros, pero, ¿quién los recoge aparte del lector? De pronto la crítica necesita llegar hasta un punto. Existen reseñas, pero resulta que las reseñas deberían estar a la orden del día, todo libro debería tener una, es lo mínimo que se pide. La crítica debería llegar hasta ese punto y recogerlo, pero como no lo tiene entonces parte por una reseña y luego con el artículo. Nos manejamos teniendo que romper muchos moldes, sin tener ciertas formas básicas
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para poder llegar a desarrollar un trabajo crítico. Piensa tú que lo único que hay son las presentaciones, que luego se adaptan. Además siempre tienen un ademán celebratorio, es complicado leerlas en serio. Las presentaciones se escribe en complicidad con el autor, con un apoyo incondicional con el libro. Es un elemento, pero no es una pesquisa crítica. “Meditaciones físicas por un hombre que se fue” son unas postales, ¿qué tenían al reverso? El número, para darles orden. A mí me interesó el Arte Correo en algún momento, hice un sobrecito donde metí tres o cuatro postales y las envíe, tenían una estampilla con un hombre desnudo que me hizo un amigo. El poema está situado en un contexto político dictatorial, no omite esa parte, pero pareciera que es un poema romántico.
Yo nunca quise hacer una carrera literaria. Debería hacer un registro de todo lo que hecho, no lo hago. Entonces me dicen por qué no pasas una suerte de cronología, pero funciono muy al día. No estoy pensando que tengo que entregar un dossier de cosas para que me postulen a algo, no tengo nada. ¿Cómo elegías a tus lectores? Eran mis amigos, no era el lector que tú quieres conquistar. Eran amigos que escribían, nuestro intercambio tenía un grado de fraternidad, de crítica frente a los modelos con los cuales nos vinculábamos. Éramos un grupo, de hecho estas meditaciones están escritas el año 89 donde yo me vínculo con una gran cantidad de escritoras después del Congreso de Escritoras del 87, entonces se vio ampliado el círculo. Eres bastante generosa con las editoriales independientes. ¿Por qué entregas tus textos así? Uno ve escritores que tienen mucha estrategia, que son muy celosos. Yo nunca quise hacer una carrera literaria. Debería hacer un registro de todo lo que hecho, no lo hago. Entonces me dicen por qué no haces una suerte de cronología, pero funciono muy al día. No estoy pensando que tengo que entregar un dossier de cosas para que me postulen a algo, no tengo nada. Siempre estoy entregando algo que esté inédito, porque eso permite hacer visible al grupo que hace un esfuerzo por publicar. Busco poemas inéditos y encuentro agendas de tiempos de la dictadura que surgen de repente. En una venía un poema
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de un momento en que las protestas arreciaban y la dictadura decidió reprimirlas duramente. En la zona de Pudahuel ametrallaron una población y las balas atravesaron y mataron gente que estaba en un comedor. La dictadura se regocijaba de ese tipo de cosas, que hubiera una protesta por un lado y que alguien cayera muerto en otra. Que paguen justos por pecadores causa mucho temor. Había cosas que casi te hacían llorar, ese poema surge en ese momento. Un grupo de mujeres estaba sacando esa agenda y se las pasé. Lo hicimos varios. Ese poema no fue recogido por nadie. ¿Hay muchos textos más perdidos? Muchos más. Yo escribo, no estoy pensando en publicar. César Aira publica en muchas editoriales de distinto tamaño. Hace poco un coetáneo armó una bibliografía de él. No tengo memoria para ese tipo de cosas. Ni tampoco pienso que debería recordarlas. ¿Cómo absorbes políticamente la información de la realidad? En “Santiago Waria” (1992) incluso hay vaticinios que se cumplen en la transición. El poeta es alguien que está metido en la chuchoca, yo interpreto lo que dice Eliot: “El ser humano no soporta tanta realidad”. En ese momento yo me retraigo y escribo, estoy hasta las masas. Tengo una vida cotidiana como cualquier chileno o chilena que busca sobrevivir, entonces estoy percibiendo entremedio, no a distancia. Quizá mi única elección consciente es que mi espacio de escritura no iba a ser una subjetividad íntima sino que mi subjetividad se iba a dispersar en un objetivo común. Ese es el lugar que yo ocupo. El resto es la escritura, que no es algo que piense por anticipado, diciendo que voy a escribir de esto. Es un impulso, sorpresivamente al escribir aparecen ciertas cosas que no podía pensar previamente. En estos momentos en el gam tengo un trabajo sobre la creación, tenía que elegir formato: libro de artista, performance, video, tablero de referencias. Yo elegí el tablero, adapté a eso un pizarrón y lo saturé de cosas. Mientras estaba escribiéndolo logré hacer consciente que cuando empecé a escribir tenía en la cabeza un alto de cosas y luego cuando alguien me preguntaba no podía verbalizar nada, porque traicionaba todo lo que había pensado, y decía cosas de las cuales luego me tenía que arrepentir. Con la escritura también. Con el tiempo determiné que mi sistema de traducción era imperfecto, y entonces finalmente logré hacer una suerte de movimiento en que la escritura fuera una cosa sin planificación, salía en el momento, pero se cruzaba con muchas cosas. Tengo una suerte de idioma pensante que no puedo traducir. Germán Carrasco menciona en un artículo de la Revista Santiago la biblioteca Bellarmino como importante en tu formación. Es donde está la Universidad Alberto Hurtado. Ahí había una biblioteca efectivamente clandestina, porque tenía libros y revistas que llegaban en valija diplomática autorizados por el Vaticano. Llegaba Casa de las Américas, libros de marxismo, etc. Las bibliotecas habían sido expurgadas. Este era
Apuntes de destrucción y reconstrucción en la poesía de Elvira Hernández Por Analaura Núñez
Esta autora fue parte de la primera ola feminista de los 90 en Chile, escribió cuestionando los símbolos patrios de la bandera, se refirió a sí misma como “india”, contó la violencia que aquejaba el contexto de vuelta a la democracia, un tremendo cambio en Chile, después de haber vivido tanto tiempo en dictadura. Puedo vislumbrar humor en sus páginas, cuando escribe palabras como “chaíto”, como diciendo chaíto a toda la tradición deshojada parar abrir puentes a otras formas de poesía, a otras formas de entendernos, de entender nuestro cuerpo, de cuestionarlo. De pensar en por qué nos maltratamos o nos dejamos maltratar. “¿La paz? La silueta que no se recorta ante los ojos de sus observadores. Estamos en el corredor del espectáculo. Al frente es la franja de Gaza.” Termina este verso el poema “Escenario de paz/escenario olímpico” del libro “Cuaderno de deportes”. Y pienso que todos somos espectadores, sobre todo ahora. La violencia se vivió y se sigue viviendo, ya sea en la calle, en las universidades, en la familia, en el rubro creativo y sin embargo, Hernández pareciera llamarnos, como encriptada, a dar cuenta de que además de ser espectadores, estamos siendo partícipes del mismo show. Combato cada día conmigo misma para observar y escuchar testimonios de mujeres que han sido violadas de tantas formas, de enfrentarme al sexismo de cercanos, de actitudes que uno quisiera que no existieran, las veo en amigos, en pololos, en padres, incluso en mí. Y es que hay que enfrentarlo todo, tirarse a la piscina de manera violenta, romperse a sí misma, descubrir nuevos espacios que habitar para salir del corredor del espectáculo y entrar al escenario no de paz, sino al escenario olímpico de lo derruido para reconstruir todo, una vez más.
El poeta es alguien que está metido en la chuchoca, yo interpreto lo que dice Eliot: “el ser humano no soporta tanta realidad”. En ese momento yo me retraigo y escribo, estoy hasta las masas.
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En la línea de fuego Por Flavio Dalmazzo
Nunca escuchó “pequeño dios”, menos “pequeño yo”. Ajena a modas, narcisismos, cálculo y zonas de poder, la obra de Elvira Hernández ha crecido en una temporalidad propia, ramificándose inquieta, con el oído pegado al entorno y el ajetreo común. Su escritura descarnada, filosa y esquiva, surge a partir del ejercicio de una insobornable lucidez: aquí la piel piensa, los ojos tactan y la lengua cruje conforme al derrotero feroz de la modernidad occidental. Poesía de la deriva y la inconformidad, en ella todo es arrojado a la hoguera de la escritura: experiencia personal y colectiva, habla de la urbe, cosas oídas, memorias, topografías, citas, imágenes hechizas, discursos públicos y publicitarios. Incluso la identidad y el nombre propio se han sometido al estricto trabajo de las palabras, del silencio. Porque la poesía es una actividad que demanda una fidelidad radical al desarrollo interno de la materia del lenguaje. Su obra enseña así una cuestión que atañe a la tardanza: hay que demorarse lo necesario, pues en poesía la única urgencia que vale es la urgencia de la escritura. Hay que tener calle para descifrar a Elvira Hernández. Leerla implica arriesgarse, avanzar por lo inseguro y lo inestable. Contra la banalidad de los tiempos, a la intemperie, sus textos han apostado y siguen apostando por el hueso del fundamento: “Oh palabras, no es necesario traje / sino desnudez”, reclama. Me parece que su escritura es la más contemporánea de las que nos rodean. Y que leerla y releerla es una tarea impostergable: pues, parafraseando a Benjamin, su poesía también nos muestra cómo forjar palabras inútiles para los –siempre camaleónicos– fines del fascismo.
Las venganzas hermosas de Elvira Hernández Por Breno Donoso Betanzo
Releída parte de su obra, “La Bandera de Chile” (1991), “Álbum de Valparaíso” (2002), “Cuaderno de deportes” (2010), a cada momento pareciera que Elvira me enseñara, inculcara, la escritura y la poesía como oficio. No por eso, menos dada a ciertas cuchilladas. Esta escritura no se deja almacenar, huye de juicios vagos y primeras impresiones; merece no solo una buena capacidad de interpretación, amerita pasión y disciplina para palpar sus raíces amargas. Paródica, esperpéntica, política: los adjetivos no dan abasto con esta obra que entabla diálogos y develados juicios; que hace artesanía y desajusta las posibilidades del lenguaje. A reclusión e intemperie, sus poemas desprenden rayos de lucidez sobre las formas absurdas, sórdidas y violentas de la identidad chilena. La ironía, la mascarada, le surten la tribuna anónima y contingente a su falsa arenga, a su antipoesía. La obra de E.H es un chiste severo sobre la realidad. El permanecer año tras daño entre estos zombis-urbe, la ha llevado a conocer muy bien las artimañas, mañas e injusticias del Empire Chilean.
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un lugar agradable para ir, yo estudiaba en el Centro de los Estudios Humanísticos y odiábamos ir al Instituto Chileno Norteamericano porque éramos antiimperialistas, me dolía la guata sentarme. Copiábamos a mano poemas de Cummings, de Pound. La Biblioteca Nacional era atrozmente desagradable y parecía que esperaban a los sospechosos que buscaban leer, íbamos solo si el libro no estaba en ningún otro lugar. Daba la impresión que te observaban, en ese tiempo el estudiante era un sospechoso. ”Pájaros desde mi ventana”, último libro que publicaste, está también en la antología “Los trabajos y los días”. Se fue armando hace mucho tiempo, desde el año 2012. Extraje de ahí unos cuantos en otra secuencia y en el último me interesó el que pudiera notarse la sintaxis del libro. Hay textos con valor de poema, pero hay otros que están más cercanos a una escritura que es nexo a otra de mayor envergadura. Quería que se notara que la escritura es una cosa irregular, con distintas temperaturas.
Trilogía de deportes ¿Para ti existe una conexión entre literatura y deporte? Ambos son un espacio público, y ese es el que a mí me interesa explorar. Pensemos que los poetas en la Grecia antigua estaban en ese lugar, con muchos intereses también. El deporte es una zona que han intentado demarcar como una suerte de pureza para el ser humano. Si la persona está deprimida le recomiendan que haga deporte, si estuvo en proceso de drogadicción, si pasa mucho tiempo en el computador. No es un lugar ajeno a los intereses. Son muy utilizables, ya sea amateur o financiado. Los futbolistas son el gran negocio, sus cuerpos se transan en el mercado, valen miles de miles de millones, los examinan con lupa. Hay representantes, gente que los compra y los vende. Alguien pertenece un tanto por ciento a distintas empresas. Todo está bastante lejos del origen del ejercicio, que estaba vinculado al cuerpo, y también al ámbito mental. Después cuando se empieza a hablar de competición, término que yo no uso, sino derechamente competencia, el asunto se extralimita. A algo que era gratuito, ahora puedes sacarle partido, hacer un negocio. Es un lugar de ilusión, de simulación, porque no es el lugar puro, a esta altura es de alienación, ha dado la vuelta. Estabas consciente que la literatura chilena no se había metido mucho en el deporte al escribir el “Cuaderno…” No, pero me metí sin pensarlo siquiera. ¿Aventurarías alguna idea de por qué no se acerca la literatura chilena al deporte? Quizá sea por el grado de percepción que se tenga de la literatura, de la poesía. Si la poesía es un mero trabajo estético no va a llegar a ese lugar. Si la poesía es la expresión de un yo, tampoco podría llegar a ese lugar tan fácilmente. Yo siento que mi poesía es también un lugar de conocimiento para mí y en ella descubro relaciones que de otra manera nos descubriría. ¿Hay algo que esté tomando una dirección?
grado cero
Sobre “Cuaderno de deportes” tengo que decirte que a veces uno habla de trilogías, la ciudad es una, hice Santiago, Valparaíso y luego salió “Santiago Rabia”, pero en deportes yo publiqué una parte. Después quedó un remanente que se llama “Pruebas de resistencia”, que es una transición a la que le doy vueltas a cada rato. Hay una tercera parte, la que más me interesa. Espero sacar “Pruebas de resistencia” luego, no es algo muy voluminoso. Fuiste a leer a una toma feminista en Valdivia ¿cuál es tu opinión de ese proceso? Es otra oleada reivindicativa de las mujeres en busca de derechos que no tienen, que no tenemos. Las mujeres carecemos de libertad personal, nuestros derechos están mutilados. Es absolutamente necesario, sobretodo porque se piden cosas a nivel educacional. Cuándo fuiste a leer a la toma ¿la gente te conoce, la gente lee? Había gente muy ligada a la lectura de autores chilenos, había una conexión. ¿Cómo ves la relación de universidad y sociedad? Yo la veo dentro de una gran complejidad, porque la universidad no tiene claro para qué está, cuál es su lugar. En mi época era el motor, principalmente porque había universidades como la Chile que se extendía hacia una función pública. Hoy con la privatización todo está confuso. La universidad rectora ya no lo es, se le aserruchó el piso en dictadura. Todos dicen que cumplen una función pública, todo se vuelve neblinoso, no se sabe dónde están
pugilato
los límites, no tenemos definiciones claras, no estamos en el mejor momento en esa relación. Hay algo particular, los autores de las nuevas generaciones te quieren, varios tienen anécdotas contigo. Es espontáneo. Nos reímos, coincidimos, estoy interesada en las cosas que hacen lo más jóvenes porque uno ya hizo su parte, escribe desde ese tiempo, a pesar que somos coetáneos, que estamos todos en el mismo tiempo, uno viene desde antes y abandonará este tiempo luego. Y porque siempre está en mí el interés por saber cómo va a seguir esta cuestión, porque tenemos una suerte de tradición, una de las pocas cosas que todavía no se han destruido. Desde ahí me vínculo con ellos. Soy una observadora interesada. Es un interés que no debería perderse nunca. Se da también en Verónica Zondek, Carlos Cociña y Soledad Fariña. ¿Qué te interesa ahora? A modo muy general hay un fenómeno con la parte sonora de la palabra. Eso antes no se daba, en mi época la poesía estaba regida por el ojo y toda sintaxis era visual, como la poesía de Juan Luis Martínez, de Guillermo Deisler. El libro de Juan Luis detiene eso, es un libro muy proteico que detiene ese fenómeno. Luego comienzan los poetas más jóvenes a destaponar el oído en relación a la palabra. Este es un período en que los poetas tienen banda, y otros que no la tienen, pero que la cantan con ritmo. Todavía no se ha hablado de eso.
La tensión la mascan los dientes. Sin protector da lo mismo escupirlos si pronto nos iremos a las manos. Vana memoria es apuntar nombres: Eufemo, Bato –el tartamudoHierón, los anfictiones. Las ciudades nacen solas, sin nada que les cuadre y es un gozo destruirlas De paso, no hace falta que los contendores bajen al cuadrilátero. Las razones no están ni en las graderías ni en la platea. Vuelan por los aires. Son cascotes, fierros, tablones, mallas, cañerías. Pequeñas fogatas iluminan la tarde. Estamos presentes. De “Cuaderno de deportes” (2004-2010)
LIBRES CREADORES
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VERMOUTH –ESTEBAN SALINERO– EDÍCOLA –157 PÁGS. De “3” “La aparición del muchacho en nuestras vidas fue a comienzos de los ’80. El Martillo Ávalos andaba por los trece y yo lo había encontrado una tarde llorando y dándole puñetazos a una pared de la calle Placer. Lo abordé y le dije que para eso mejor le iba a dar al saco de arena de la academia. El muchacho aceptó. Fue en una de las giras a Argentina, que ya se habían hecho una tradición veraniega del San Fermín, cuando vimos que lo del muchacho iba en serio. En mi caso, acompañé al representativo sólo para despejarme un par de semanas tras la separación con mi ex mujer. El muchacho tumbó a todos los peloduros trasandinos que se le pusieron por delante, nueve en total. Este pinta para grande –me dijo Polanco unas semanas después–. Si lo que vimos en Argentina se mantiene acá nos vamos derechito para arriba. Bastó una sesión de guantes con el Jornalero Matus, que se alistaba para la corona mundial de los wélter ante el africano Azumah Nelson, para que nuestra promesa se hiciera una realidad. El muchacho con apenas dieciocho años desnudó todas las falencias del retador a la corona y Matus caería en el tercero sin apelación ante el nigeriano. De ahí a foguearse en Miami hubo un solo paso. Polanco aceleró todo y a los veinticuatro El Martillo Ávalos ya era campeón continental de los semipesados, campeón nacional en tres categorías distintas y yo, desde el rincón, no dejaba de creerle al Rucio ni a los puños que habíamos encontrado. Por primera vez en nuestras vidas le dábamos el palo al gato, o al tigre como dice Sotito. La casa propia, los avisos comerciales, uno y otro rival, algún paquete metido por ahí para levantar el ánimo y mantener el negocio y el nivel. El casorio con la mina, el auto, el premio al deportista del año, la cabra chica, la borrachera, la farra, la fiesta, la afición por las putas caras, las peleas con la mina, la película en que hizo una aparición, la prensa, la tv, la fama, el auge y caída, y el peligroso resbalón. Luego vino un par de derrotas y caerse para levantarse de nuevo, una especie de semirretiro casi llegando a los 30 y después la reactivación de la maquinita para llegar a lo de Seúl, en lo que he llamado los últimos estertores de una carrera que pudo ser gloriosa. Polanco retornó hace apenas nueve meses. En México, el Rucio cayó en manos del Chalo Blanco, un representante de fut-
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Periodista. Finalista del concurso de cuentos Paula y Max Aub (España), ganador de los Juegos Literarios Gabriela Mistral en cuento el 2007. “Vermouth” es su primera novela.
bolistas y boxeadores que le ofreció una parte del negocio si se hacía cargo de la presidencia del Zopilotes fc. El Chalo Blanco lo recibió con los brazos abiertos, más bien con las manos abiertas para que el Rucio pusiera sobre estas el cheque que lo acreditaba como uno de los tres socios mayoritarios de Zopilotes y que lo encumbraba en la presidencia. Por debajo iba la idea de hacerse de un par de representados en el fútbol azteca, con Blanco haciendo de intermediario en una madeja que involucraba al cartel de Juárez como financista y de quienes Blanco es cercano. Los amigos del cartel le aseguraron al Rucio un departamento en el acomodado barrio de Lomas de Chapultepec, un auto a la altura del presidente del club, fiestecitas, una secretaria danesa salida de un cabaret y bien contactada con el negocio de la noche, al cual Blanco también estaba ligado, y un guardaespaldas rumano por las dudas. Sí, rumano. El mismo rumano del que he hablado hace un rato y con que el muchacho se verá las caras mañana arriba del ring. Con todo eso, el Rucio ya daba el gran salto y se olvidaba del San Fermín, cerrado tres años antes, del muchacho, de mí –a quien muchas veces llamó mi fiel escudero– y de toda la mierda de quesos, pellejerías, gamulanes y cueros que estaban años antes en su ascendente historia. La vida tiene estas vueltas medio extrañas, medio cabronas, porque por más que uno diga que pagó todo lo que tenía que pagar y que alguna vez la vida a uno debe sonreírle, siempre, siempre, como si alguien estuviera metiéndole maldiciones, brujerías y vudú al futuro, viene la caída, el porrazo fatal, el k. o. medio traicionero. Polanco creía haber consolidado su negocio en México, tocar la cúspide, aunque la cochinada siempre está latente en este tipo de negocios. Ya cansados del chileno, como lo llamaban, los amigos del Cartel de Juárez aprovecharon el cumpleaños de Polanco para darle la despedida. Tras un año y seis meses al mando del club, pocas cosas cuadraban en los balances contables. El asunto del cumpleaños fue bastante simple. Los del cartel movieron algunas influencias y filtraron a un par de medios escogidos un presunto uso de cocaína en el camarín del club. Polanco conversó con Blanco, con José Manuel Tejeda el entrenador, con cada uno de los jugadores para asegurarse de que no existía nada de eso. Recibió solo respuestas negativas, todos le aseguraban que la blanca no corría en el camarín ni fuera de él, sólo cerveza y tequila al finalizar cada entrenamiento y todo plenamente autorizado por el técnico hasta tres días antes de cada encuentro, pero de blanca nada. El Rucio salió al cruce del rumor ante los medios y dijo que, de ser necesario, sometía a todo el plantel e incluso a él mismo y al cuerpo técnico a un control antidoping ante notario y certificado por la Federación. Y así fue. El día de su cumpleaños alguien, esa mano siempre negra, se encargó de mezclar la sal del tequila, taquitos, enchiladas y del asado con algunas dosis de cocaína y al Rucio se le vino la noche sin avisar ni decir agua va. Dos días después, creo que fue un lunes, los de la Federación le cobraban la palabra, examen de sangre y todos positivos por cocaína, carajo. Polanco retornaba a Chile, en una de sus tantas fugas, sin escalas ni intermedios, apenas con lo puesto, con ganas de ubicarme a la brevedad y queriendo saber cómo estaba el muchacho, un año y medio más tarde de lo ocurrido en Seúl. Voy por otra de Vermouth”. ✴✴✴
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PELOTA COSACA– JERÓNIMO PARADA Y ANDRÉS SANTA MARÍA–LA POLLERA –141 PÁGINAS. corea del sur: un kibun para la victoria Desde algún plano desconocido, allí donde todos los ancestros coreanos observan las obras de su descendencia, una pesada carga se cierne sobre la selección nacional de fútbol y sobre los habitantes de la península. Los padres de sus padres y las madres de sus madres, en una cadena incesante que se remonta a los orígenes del pueblo, contemplan con particular atención la obra de esta generación de jugadores ad portas de abordar tierras rusas, y la de toda una nación convencida que sus antepasados vigilan sus acciones. Si son honrados por sus acciones, les otorgarán felicidad y abundancia; en lo contrario, los sumirán en pobreza y miseria cuando juzguen sus actos como ignominiosos para el linaje. En una especie de gran galería interdimensional, llenada por una infinita hinchada de espectros obsesionados con las vidas de sus sucesores, habitan millones de almas que resumen en su variedad cada etapa de la historia de Corea. Se encuentran ahí los caídos en la primera gran unificación de los reinos de Silla, Goguryeo y Baekje, los testigos de los años dorados del reinado de Sejonge y los millones de soldados exterminados en más de un milenio de guerras. Desde aquellas tribunas del inframundo contemplan el presente los torturados y aplastados por el intento de colonización japonesa, los treinta y tres patriotas coreanos que el primero de marzo de 1919 se juntaron en el Parque Pagoda de Seúl para proclamar la Independencia y, sin duda con un lugar privilegiado en un palco espectral, aquellos que dejaron la vida en la fratricida Guerra de Corea, impulsada por las ambiciones caníbales de los imperios estadounidense y soviético. Por su parte, los jugadores de las Selección saben perfectamente, ya sea en un partido de clasificatorias en el Estadio Olímpico o en algún otro reducto en el mundo, que su aliento proviene de hinchas que desde múltiples dimensiones exigen ser honrados por gladiadores que hayan sabido esculpir con grandeza su propio kibun. El kibun, que podríamos entender como un rostro, una imagen que reúne lo físico y lo emocional como símbolo de nuestra individualidad, es el concepto crucial y raíz de la virtud y belleza de la cultura coreana y por ende de su fútbol. En su compromiso grupal, en su sacrificio incuestionable y en la lealtad absoluta mostrada a la dirección técnica de Shin Tae-Yong, se va tejiendo un kibun colectivo que pueda conseguir la titánica tarea de complacer a todos
y cada uno de los que fueron coreanos en otros tiempos y a la vez derrotar al adversario. Vale la pena reconocer que en el presente, los acontecimientos indican que esas hordas de espectros ancestrales no están precisamente conformes con el espectáculo que se les ofrece. ¿Cómo pudieron los coreanos permitir ser divididos por los apetitos degenerados de las potencias extranjeras? ¿Qué clase de inaceptable mamarracho es ese de las dos coreas, cada una absorbida por la estética de ideologías que son ajenas y que diluyen la sagrada influencia de Buda y Confucio? ¿Cómo pudieron terminar sus descendientes como ovejas de un líder incuestionable o sumergidos en el vacío de aparatos digitales y una vida entregada al trabajo como fin y no como medio? Atrapados en la era de la hiperconectividad, enfrentadas sus existencias y las del mundo entero a lo que el filósofo ByungChul Han describe como “el infierno de lo igual”, el kibun de la selección coreana será determinado por el efecto que provoquen en su espíritu las billones de almas que los observan, y si estas son finalmente un impulso o un tormento. La vigilancia interdimensional puede acercarlos peligrosamente a la paranoia y la locura, peligro que sólo podrá ser evitado si logran enfrentarse a los demonios más feroces propios de su tiempo. Deberán reconocerse como distintos y únicos, reconectarse con la alteridad de la tierra por sobre lo digital que no pesa, no huele, no opone resistencia. Esa realidad abolida deberá servir para proyectar un renacer de sus raíces, y lograr así darle un significado profundo a un gol de Son Heung-Min, que pueda ser celebrado por un grito atemporal, un alarido que se haga simultáneo en una misteriosa extensión de tiempo y espacio que configure un acontecimiento en que los lazos del pueblo coreano como presente y pasado se conecten en una armonía renovadora.
sergio ramos: los reyes católicos En el Palacio de los Vivero en Valladolid, dos adolescentes se miraban fijamente parados sobre un altar. A su alrededor, una numerosa pléyade se alistaba para presenciar una unión que cambiaría el curso de la historia. En
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sobre
los
autores
Jerónimo Parada es Licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile, actualmente cursa un magíster en Estudios Literarios en la Universidad de Buenos Aires. Se ha desempeñado como profesor de filosofía, escritor y asesor. Fue dramaturgo del proyecto Rizoma. Andrés Santa María es Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, dirigió la revista de Arte y Cultura del Centro Cultural Casa Abierta de Concón y actualmente desarrolla el proyecto radial Nómades. Ambos son coautores de “Pelota sudaca” (2015) y han colaborado en las revistas Vice y De Cabeza. Este nuevo libro perfila los países y jugadores de cara a la cita mundial.
Roma, el Papa Paulo II rogaba el perdón para los monarcas incestuosos, mientras los jóvenes primos se aprestaban a iniciar juntos una misión más grande que cualquier espasmo moralista, más importante que el amenazante mito de la genética: la nación hispánica. Desde entonces, incontables mártires han resistido innumerables tormentos para defender la integridad de España, dentro de los cuales Sergio Ramos se erige con justicia entre los más fieros representantes. Es en las clases de historia, en su escuela, cuando conoció a personajes dotados de virtudes que inspiraron sus características como futbolista: la fiereza y determinación que lo convertirían en un artista de la destrucción. Existen claros indicios que en su espíritu se depositó el invisible polvo cósmico dejado por los más fieles servidores de la Corona. En cada remontada del Real Madrid y de la selección, impulsadas por un imposible balón recuperado o un cabezazo milagroso, encontramos a Pelayo, el primer Príncipe de Asturias, que liberó a su pueblo de la dominación musulmana e inició un linaje imperecedero. Su sacrificio en el campo evoca a notables hombres de armas como el Almirante Blas de Lezo, quien pese a sufrir la amputación de una pierna, la pérdida de un ojo y la parálisis de su brazo derecho, no desistió nunca en volver una y otra vez al campo de batalla. Pero sombríos episodios se ciernen sobre todo lo que ha dado felicidad y sentido a Ramos a lo largo de su carrera. Fue probablemente en alguna jornada en el Camp Nou en medio de un duelo ante el Barcelona, con la bandera catalana extendida en las gradas y desatados cánticos antiespañoles animados por propios compatriotas, cuando sintió que la integridad de su patria estaba en peligro. En frente suyo, los de camiseta blaugrana –algunos de ellos compañeros en la obtención de la Copa del Mundo de 2010– se erigían como el símbolo de una Cataluña dispuesta a desmembrar siglos de historia y comenzar un camino propio: un abismo sin fondo comenzaría a tragarse el legado de Isabel, de Fernando, de Pelayo, de Lezo e incluso a él mismo, y también a los mártires que mantuvieron a flote a la Corona. Desde entonces, la posibilidad de que cada partido defendiendo a la selección pueda ser el último se ha transformado en una trágica motivación: porque si aquel fatal momento llega y se extinguen los recuerdos de la bandera española, la mirada ingenua de Felipe VI y el mismo Palacio Real de Madrid, también se desvanecerán de su memoria aquellos que alguna vez fueron sus compañeros, y deberán prepararse para ser enfrentados como el peor de sus enemigos. ✴✴✴
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MURIENDO POR LA DULCE PATRIA MÍA– ROBERTO CASTILLO SANDOVAL–LAUREL –342 PÁGINAS. de “la pelea imaginaria” Steve dice que me quiere mostrar algo interesante. Echa a andar la proyectora en cámara lenta. El efecto es muy extraño. Se frena el tiempo, desaparece el sonido, y las imágenes en la pantalla toman un aire de sueño, casi de pesadilla. Arturo se agazapa lentamente, muy abajo, con la cabeza apenas a treinta o cuarenta centímetros del suelo, sin quitarle la vista a Joe Louis. Tiene el ojo izquierdo cerrado y la nariz sangrando. Louis retrocede con un pequeño salto, pero luego avanza, mide la distancia, flecta la rodilla, baja el torso al mismo tiempo que levanta el codo derecho, planta el pie izquierdo con firmeza y saca casi desde la cadera el terrible puño derecho que describe un arco inexorable hasta impactar la mandíbula izquierda de Godoy. Arturo se remece y tambalea peligrosamente antes de recuperar el equilibrio. –Ese es un golpe bien dado, amigo. Yo no sé cómo el tipo lo aguantó –dijo Steve, y volvió a su oficina. Vi el resto de ese round en cámara lenta. Godoy sube y baja, se agacha, siempre avanzando. Joe Louis parece muy frustrado. Ese uppercut era para haber terminado la pelea. Dispara un gancho de derecha al cuerpo que incluso en cámara lenta tiene la celeridad de un zarpazo. Godoy no se detiene y lo trata de enredar en un intercambio de golpes al cuerpo. Los de Joe parecen llevar más fuerza. Godoy arremete con todo y sigue acosando a Louis, sin inquietarlo demasiado. El campeón lo sujeta de los brazos y espera que Godoy se dé cuenta de que la campana ya sonó. Se me acentúa la impresión de estar en un sueño cuando veo a Arturo desplazarse casi flotando a su rincón. El pulso me golpea las sienes. Aprieto el botón que activa la velocidad normal de 24 fotogramas por segundo, rogando que Steve me deje sufrir tranquilo y no se aparezca más. –Otra vez Joe Louis pudo haber terminado la pelea con el tremendo guante de uppercut que le dio a Godoy, pero este hombre está hecho de otro material, yo no sé de qué hacen la gente en el lugar de donde viene, pero este aguanta todo con su mandíbula de acero. Nunca había visto a un
boxeador acercarse tanto al suelo, ni siquiera a Galento, que a veces pelea bajo. Joe recuperó su calma, y es bonito verlo pelear con tanta frialdad, sus movimientos son de una belleza que hiela la sangre, pero no la de Arturo Godoy. ¡Gardner! –Pero este no es el Metropolitan Ballet, Bill Stern, ¿o sí?, y las peleas se ganan de dos maneras, por nocáut o por puntos. Si Joe no noquea a Arturo muy pronto, por bellos que sean sus movimientos, creo que va a meterse en líos, porque Arturo está llevando el ritmo de esta pelea con su agresividad y su increíble persistencia. No creo que Joe le haga mella; el hombre se fue sonriendo a su rincón después de haberse entreverado con el campeón del mundo de igual a igual. ¡Seguro que fuera del ring este caballero sudamericano lleva un sombrero de Adams Hats! Arturo ya ha recorrido más de la mitad del camino. Louis sale ganoso al octavo round, pero falla de entrada con un gancho de izquierda. Mantiene a Godoy a distancia a punta de jabs. Arturo dobla la cintura y se agazapa otra vez. Después avanza con dos puntetes de izquierda, midiendo la distancia para levantarse con un recto de derecha hacia arriba y otro de izquierda a la cabeza de Joe. Louis se sorprende y contesta con un uppercut corto, débil, casi sin ganas. Godoy aprovecha el momento y le planta su mejor recto de la noche, una zurda explosiva, a la sien de Joe. El campeón resiste firme y contesta con una derecha fuerte al mentón de Arturo. El griterío del público es casi insoportable; tengo que bajar el volumen. Me siento afiebrado y nervioso, como si no supiera cuál va a ser el resultado de la pelea, como si la historia pudiera cambiar delante de mis ojos. Steve se asoma un momento. «¡Agáchate, Godoy! ¡Agáchate, Godoy! ¡Agáchate, Godoy!» Es la voz entusiasta de Meredith que se distingue claramente. Steve se queda apoyado en el marco de la puerta, con un café en la mano. –Conozco al que grita –le digo, como pidiéndole disculpas, sin darme cuenta de que él no oye nada–. Le dice a Godoy que se mantenga alejado. –Nadie le tenía que decir nada a Godoy –me responde con una sonrisa–, hasta el más imbécil sabía que tenía que mantenerse alejado de Louis. La película muestra que Godoy hace justamente lo contrario, pero Steve no quiere quedarse a ver. Mejor que se vaya; me distrae, me hace avergonzarme de mi nerviosismo. Imagínense, emocionarse por una pelea de hace cincuenta años. Arturo tiene a Joe Louis acorralado en un
libres creadores
sobre
el
autor
Profesor de español y Literatura comparada en el Haverford College, Pensilvania, donde también participa en el programa de estudios latinoamericanos, latinos e ibéricos. Entre sus publicaciones recientes se cuenta la colección de crónicas y ensayos “Antípodas” (Cuarto Propio, 2014) y su traducción de “Bartleby, el escribano” de Herman Melville (Hueders, 2017). “Muriendo por la dulce patria mía”, editada originalmente por Planeta en 1998, narra tanto la mítica pelea de Arturo Godoy frente a Joe Louis como la búsqueda de información de Castillo.
rincón y busca una apertura con la izquierda en las costillas. Louis trata de deshacerse del peso y contesta con dos zurdazos suaves, casi desganados. Arturo le endosa un gancho duro, mantiene la presión, y prueba una derecha cruzada. El público grita, fuera de sí. Ninguno de los dos boxeadores oye el campanazo. Donovan tampoco le hace caso, aunque el time-keeper la hace repicar por lo menos ocho veces con su martillo. Cuando el réferi reacciona, tiene que forcejear para que los boxeadores se suelten. Todo el Madison Square Garden está de pie, aullando de entusiasmo, chiflando, aplaudiendo. –¡Si este no es un peleón magnífico, yo no sé lo que será! Este round se lo llevó Arturo por un margen muy amplio. Ni una persona en un millón le daba tanta chance a Godoy esta noche, y por eso los oyentes se habrán dado cuenta de que la multitud ha cambiado de bando. Ahora alienta y aplaude claramente al sudamericano. ¡Gardner! –Estoy tan abismado como el que más, Bill Stern. Godoy salió con todo, y se ve muy entero, con el pelo totalmente mojado de sudor y la cara muy golpeada, mientras sus séconds le dan instrucciones. El pánico cunde en el otro rincón, y oigo a Jack Blackburn trabajando furiosamente para insistirle a su pupilo que la cosa va en serio. Por eso dieciocho mil fanáticos están de pie, aplaudiendo al sudamericano. –¡Y no nos olvidemos de que cada uno de ellos debería sacarse el sombrero de Adams Hats para demostrar su admiración por el espectáculo que estamos viendo, Gardner! –¡Me sacó las palabras de la boca, Bill Stern! ¡De vuelta con usted, que ya empezó el noveno! ✴✴✴
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EL
r e p o r ta j e
Por Juan Francisco Urzúa
E
Escriben los diseñadores El auge que ha tenido la edición independiente chilena los últimos 10 años se debe en gran parte a la intervención de los diseñadores editoriales, quienes buscan economías eficientes para publicar, definen el volumen de los materiales utilizados, y buscan soluciones prolijas de encuadernado y belleza gráfica.
El diseñador ya no solo está a cargo del montaje gráfico de los textos, o diagramación, piensa el libro como objeto compuesto. Aunque de factura artesanal e incluso reciclada, busca generar una identidad visual coherente con la propuesta argumental y el sentido que finalmente quiere entregar la editorial. El objetivo es estructurar el material de una manera clara y dirigida, además de dotar de expresión y retener la atención de los lectores. La asociación simbiótica entre los editores que procuran disponer buenos textos y los diseñadores editoriales que dan forma física a estas ideas llevan el libro a estándares artísticos. Hablamos con cinco de los diseñadores más destacados de la edición independiente chilena, quienes con su estética y oficio, saben procurar no solo formatos disímiles a los de las multinacionales, sino que repiensan la edición en su totalidad. Otra característica los separa del mundo editorial comercial y los une a todos: el respeto por la libertad, la independencia y el amor por los libros.
no hay un contenido que haga sentido, es solo eso: un lindo libro, o un producto más. Editoriales independientes. A nivel local, han proliferado las editoriales o los proyectos de publicaciones. Ha sido sorprendente ver el modo en que las técnicas de impresión análogas se han vitalizado. En Valparaíso está –entre otros– Taller Cerro haciendo un trabajo destacable en cuanto a diseño, manufactura e impresión, y Ediciones Granizo activando la gráfica poética en formatos experimentales muy cuidados. Los nombro porque su trabajo me hace sentir que están
“Compost de recortes –monteúnico– únicamente” / N. Sagredo, Gran Negro Ediciones.
OFICIO
l diseño editorial ha estado presente en la historia desde que los copistas –personas que dominaban la lengua y que escribían libros a mano- empezaron a incluir en sus composiciones elementos gráficos que apoyaban o realzaban el contenido. Esta práctica se llevó también a cabo en el antiguo Egipto, donde los escribanos producían textos ornamentados en papiro; o en Roma, donde quien tenía este oficio era un esclavo. Se sitúa el comienzo de la práctica en el siglo XV, en pleno Renacimiento, Johannes Gutenberg componía libros intervenidos por el diseño, incluso antes de la invención de la imprenta. Hoy las herramientas informáticas son múltiples, contando con una amplia gama de aplicaciones que posibilitan un trabajo más rápido y prolijo, lo que permite maquetar y componer publicaciones con concordancia entre texto, imagen, diseño y diagramación. Todos estos elementos están dotados del oficio y sello gráfico de su diseñador al momento de comunicar el mensaje escrito. Esto se hace relevante, aún más en tiempos donde el formato impreso permite una circulación a gran escala a un costo accesible, pluralizando la posibilidad de producir libros.
grado cero
Nicolás Sagredo El trabajo gráfico de Sagredo es reconocible a distancia, cada pieza tiene grabada el sello estético que lo diferencia del monótono diseño tradicional. En su nutrida carrera ha trabajado formatos como el fanzine, gráficas de discos, cartelería y una amplia producción editorial, donde ha participado en el diseño de libros para Cuadro de Tiza, lom, Alquimia y Gran Negro Ediciones. Hoy se encuentra abocado al collage, el cual ha incorporado de una manera eximia en el diseño de libros, aportando nuevamente a que la belleza del impreso no sea solo estética, sino que esté cargada de ideas. Inicios. En casa siempre hubo muchas revistas y periódicos. Mis padres tenían un quiosco en una población viñamarina, eran suplementeros. Desde chico me encantaba poder hojear tanto papel impreso. Creo que todo se remonta a las publicaciones de corte
político y material de difusión contracultural en la quinta región costa e interior. A los 16 años me aventuré a hacer un par de zines con un amigo, para esto aprendí a ocupar la computadora y algún software de edición. Ir a conocer las máquinas de reproducción impresa te invita a ver de cerca las posibilidades del papel y la tinta juntas, pero, sobre todo, ver cómo una idea o contenido que hace un sentido completo en el momento puede participar de un diálogo más amplio al instante de ser publicado y llegar a otras personas y localidades. Después vino un libro de poesía, “Poemas Sueltos” de Jorge Saavedra, publicado por Feria de Kultura Libertaria Valparaíso. El libro. Un libro es un objeto hermoso. Así de simple y así de ridículo también, porque para que un libro sea un libro, tiene que estar hecho de papel impreso, que ordenado y encuadernado, genere un volumen. Es un objeto que requiere de muchos procesos, donde convive la creación y la destrucción. Con el paso del tiempo estos métodos se han ido sofisticando en la técnica, pero han ido en desmedro de la calidad táctil –y editorial– del objeto mismo. El diseño es una parte del libro. Claramente podemos percibir que una cuidada ejecución de las herramientas técnicas para la confección de él, en conjunto con decisiones estéticas acertadas en las áreas de la composición gráfica, hacen que se aprecie en belleza y singularidad, pero si en esa belleza singular
en comunión con otros proyectos sudamericanos y del resto del planeta, estrechando las inquietudes colectivas e individuales con la práctica editorial, sin indagar en separaciones, sino todo lo contrario. Referentes. Son amplios y en algunos casos bien difusos, si tengo que rescatar una base puedo nombrar a Mauricio Amster y Guillermo Deisler. Por otro lado, la gráfica presente en las publicaciones de corte político y poético (zines, discos, libros) pertenecientes a una estética de recursos limitados pero honestamente ejecutados, como el trabajo de Gee Vaucher para la banda Crass. Me interesa mucho la idea de las personas que se atreven a diseñar/producir, editar/publicar. Arte y collage. He venido incursionando hace varios años en la técnica del collage, tanto de modo análogo como digital. Ha sido un proceso de descubrir la potencia de la imagen y su cruce con la poesía. Al mismo tiempo, me sirve como un modo de poner en ejercicio conocimientos de composición y tipografía, también de desarrollar una forma de ilustrar contenido aplicado a portadas de libros, discos, póster, etc. La relación que se genera es que se alimenta un oficio, se aporta novedad al aprendizaje y su continuidad. Considero al collage una técnica con una fuerte deriva experimental; propicia el trabajar con la idea de desplazar el sentido de la imagen, una posible alteración discursiva y cromática. Un experimento de edición.
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Jael y Carolina Bolla
Portada de “Poetas, voladores de luces” de Enrique Lihn, Overol.
CE SARIO
En la editorial Hojas rudas, las hermanas Bolla desarrollan el arte de elaborar libros extendidos artesanales con forma de acordeones plegables, verdaderos origamis literarios. Su propuesta estética y editorial busca rescatar los espacios lúdicos de los formatos impresos, transformándolos en objetos de arte que están cruzados por la libertad y la autonomía como criterios transversales. Inicios. J: Mi vínculo con el diseño editorial es desde lo teórico. Comencé a investigar sobre los movimientos editoriales de los últimos años en Latinoamérica y como consecuencia me aproximé a la edición de libros. Así pasé a lo práctico, no bastaba con saber cómo funcionaban las editoriales o la cadena de distribución, lo que quería era hacer un libro y abarcar la manufactura completa. Al mismo tiempo me adentré en el oficio de la encuadernación y la reparación de libros, finalmente me di cuenta que estaba todo alineado y decidí iniciar un proyecto editorial -Hojas rudas- que relacionara las artes del libro con lo artesanal. C: Partí en el diseño editorial incorporándome a un proyecto que recién se gestaba, Hojas rudas. Mis conocimientos en bordado de cuadros, telar, origami, papel reciclado, encuadernación artesanal, papel marmolado, entre otros, tomaron un nuevo sentido en la creación de nuevos diseños de libros. De esta manera, todas las habilidades que había adquirido con los años confluyeron a la perfección ahí. El libro. Un libro es un objeto cotidiano, no hay altares, aunque las bibliotecas pareciesen serlo. Es un absurdo, una unión de hojas cuya lógica es avanzar, pero que muchas veces nos hace detenernos e incluso retroceder. Es una incomodidad política, un malestar
que se hace tinta química o vegetal. Hay estoicismo en los libros, por eso se dice que son un soporte, aguantan todo tipo de discursos, hasta los más perturbados. Pero claro, hay algunos que se suicidan antes, se deshojan y no aguantan una lectura. Otros en cambio, pasan a ser testigos pacientes de innumerables épocas. En fin, un libro es todo lo que nosotras queramos que sea. Referentes. Nuestro trabajo se vincula con los y las artistas del libro y la encuadernación. En este ámbito un referente importante es Hedi Kyle; en diseño reconocemos la importancia de Mauricio Amster y no podemos dejar de nombrar a Guillermo Deisler y su atrevimiento de jugar con las palabras y las imágenes sobre el papel. Formatos y técnicas. El diseño comunica al igual que el texto, si no piensas bien los lineamientos estéticos del libro se mutila una parte, lo dejas indefenso. Al trabajar diversos materiales y variadas estructuras se genera la oportunidad de que los lectores se conecten con los libros mediante todos los sentidos. También, publicamos esencialmente poesía y estas nuevas formas han sido potenciadoras de la palabra escrita. Conservación de sus libros. Probablemente nuestros libros, si son dignos de estudio, se hallarán atrapados en una vitrina de vidrio, listos para ser examinados por haber marcado una tendencia en diseño. Si eso llegase a suceder, nos revolcaríamos en nuestras tumbas porque nuestro propósito principal es que sean manipulados y leídos con toda libertad.
r e p o r ta j e
Daniela Escobar
NE
Hojas Rudas: “Nogales” de Rodolfo Reyes Macaya. El diseño del libro lleva por nombre “Un cuarto de círculo”
El diseño propuesto por Escobar se articula en un proceso que se asemeja a la dirección de arte. El ejercicio de montaje muestra la importante relación entre el texto y la imagen, que en el caso de los libros de Overol, definen su identidad estética. Los elementos visuales son utilizados para atraer, destacar ideas, tensionar conceptos y entregar puntos de descanso.
Inicios. En mi familia no existía un hábito de lectura, por lo que no tuve a mi disposición una biblioteca muy generosa. Recuerdo las ediciones de los Clásicos de la Literatura Universal que venían de regalo con el diario La Nación: “Bodas de sangre”, “Médico a palos”. Cada diseño de portada igual al otro: un parche blanco sobre un fondo gris, a dos corchetes, donde solo variaba el título color magenta. Apilados en la biblioteca parecían petardos. Lo que me llamó la atención de estas ediciones fue la capacidad de condensar información en un volumen físico, que podías andar trayendo a cuestas, contigo. De alguna manera, el libro se transforma en una extensión de ti. Ya realizando fanzines, impresiones caseras para unos textos que escribíamos con unos amigos, me di cuenta de que esto podía tomar formas distintas. La revista Grifo fue mi primer trabajo vinculado a una imprenta. El libro. Una obra que tiene una dimensión material -volumen- e información inscrita: texto, imágenes. Posee, además, la capacidad
de convertirse en testimonio de un momento específico. El libro digital, por su lado, plantea sus propias leyes. La composición de los textos influye en la manera en que un libro pueda ser leído, que el ojo no se canse; la elección del formato, su tamaño, contribuye a que sea cómodo o no de sostener; el material sobre el que se imprime se relaciona con su durabilidad y tiene cualidades expresivas. El diseño tiene una influencia directa sobre la percepción del libro, genera una expectativa, lo cual es una oportunidad para comunicar ideas, reforzar el carácter de una obra y la identidad de una editorial. Referentes. Para el diseño del libro “Poetas, voladores de luces” (Overol, 2017), tomé como referencia el trabajo que Lance Wyman realizó para los Juegos Olímpicos de México 1968. Debido a que los poemas del libro obedecían a este contexto histórico, busqué diseños que hubieran sido relevantes en esos años. También me sirvió la obra del italiano Franco Grignani, quien realizó constantes ejercicios visuales de percepción y afirmaba que para ser más eficaces en cuanto a la comunicación visual, el arte gráfico debe contar con una gran cantidad de experimentos para hacerle frente a la domesticación del ojo. Yo comparto esa idea, así como también la perspectiva de Irma Boom, quien se involucra en los distintos procesos del libro, en la edición, creación de conceptos, dirección de arte, impresión; para ella el diseño no es un proceso neutral y debes implicarte, tomar decisiones que contribuyan a realzar el concepto de un libro. Peter Saville, diseñador de las carátulas de Joy Division y New Order, tiene un sistema de trabajo complejo, en el cual se apropia de imágenes y citas, haciendo énfasis en el contenido del mensaje y una especie de compromiso con la forma. Overol. Con Andrés Florit teníamos ganas de crear una editorial que hiciera hincapié en los detalles y atendiera a la calidad en cuanto a materiales, diseño y trabajo de edición, es decir, que se diera el tiempo
de revisar los textos minuciosamente y de plantear una visualidad específica. Esta construcción ha sido interesante pues no existe un cliente a quien tengamos que venderle nada, sino que somos nosotros mismos generando una línea editorial, vendiendo los libros, leyendo manuscritos, haciendo gestión de prensa, etc. En cuanto al diseño editorial, la lectura constante de los textos me permite a veces tomar puntos de partida que no son evidentes en el título mismo del libro, a veces es un ambiente, un ritmo o un detalle, que sumado a las inquietudes gráficas personales, los referentes, la opinión de los autores y la identidad de la editorial, permiten llegar a un resultado. En todo este transcurso, destaco el feedback de los lectores, quienes agradecen el cariño destinado a la producción de los libros y también aportan con comentarios que son constructivos para la editorial.
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Por Joaquín Contreras
Otros soportes materiales
Fue parte de Lanzallamas y ahora participa en Carbón Libros, junto a su hermano Roberto, y navaja.org. Hoy se dedica desde Alemania a la investigación y producción de tipografías digitales, lo que puedes revisar en contrafonts.cl. Entendiendo que la creación de fuentes digitales es la actividad que produce diferentes tipografías, es decir, textos con alfabetos prediseñados con la finalidad de componer textos, la composición de textos contiene factores técnicos y estéticos. Los técnicos trabajan con el texto que podemos componer, pensando en la fuente como una herramienta para libros
grado cero
Sobre la tipografía
r e p o r ta j e
Portada del libro “11” de Carlos Soto Román. Diseño por Joaquín Contreras.
y revistas, es decir donde la lectura será continua: si el alfabeto contiene variantes (itálicas, negritas, versalitas), si el grupo de signos es suficiente para el tipo de texto (diacríticos de otros idiomas, signos de puntuación completos, números acordes a las letras, etc). También hay fuentes que son dibujadas con minúsculas que se ven más grandes o que son más apretadas para ahorrar espacio, a costa de generar un texto menos aireado. De más está decir que
Por Cristóbal Correa
Es parte de la casa de oficios gráficos Cerro. Se especializa en diseño editorial e impresión tipográfica, serigrafía y risografía, a través de la producción y manufactura de papelería, zines, libros y discos. Puedes revisar su trabajo en http://cristobalcorrea.tumblr.com
“Historial de las Coníferas” de Samuel Espíndola. Diseño por Pablo Marchant, impresión risográfica a dos tintas a cargo de Cristóbal Correa en taller Cerro.
La tipografía nos permite atisbar el contexto desde el que el mensaje ha sido generado, podemos ver que su diseño es dibujo técnico o de ejecución manual. O que corresponde a lenguajes que relacionamos con el Imperio Romano, Alemania o China, que es oficial y autoritario o cercano y frágil. Pero muchas veces esto es utilizado para reforzar ideologías, como por ejemplo en el diseño para deporte “masculino y fuerte”
y el diseño de modas “femenino y frágil o sensual”, o sea, la elección de un tipo de letra por su expresión nos habla de una cultura que se refuerza en esos trazos. Ahí es donde está el debate expresivo/neutral. El título “Arial 12” de David Bustos, es un buen ejemplo de este acercamiento a lo neutral en nuestra lectura y escritura cotidiana. Un ejercicio similar es el que realizamos con Carlos Soto para su libro “11”, donde además del texto, el formato remite a un lenguaje oficial que da autoridad a un discurso ideológico. Se ha retomado el uso de rotulaciones (o lettering) como ocurre en las publicaciones de ilustración o en fanzines normalmente más visuales. En Valparaíso, Ediciones del Caxicondor utiliza rotulaciones muy poco comunes; los Libros del Fuego utilizan casi de forma exclusiva fuentes latinoamericanas, bien elegidas y utilizadas con gracia. En concepción, Mauro Andrés Astete rotula las portadillas de Ruin Mag; Gran Negro y Grieta Garbo publican mucho material rotulado. Calabaza del Diablo actualmente cuenta con el diseño del agudo Víctor Jaque, así mismo Alquimia con la mano de Nico Sagredo, quien destaca por su tipografía de texto muy cuidada. Otro aspecto relevante es que los signos tengan un buen espaciado entre ellos, esto quiere decir que las palabras se vean agrupadas como un elemento básico distinguible de inmediato y que los demás signos apoyen la gramática: espacios, puntuación y signos alfanuméricos. No se trata de que una fuente deba tener serifas (líneas en la base de los signos) o que sean o no sean delgadas o gruesas, sino que el diseño general de los signos sea armónico y cumpla un rol en la lectura. Esa sería la visión clásica: poder comprender el sentido de un texto, la transmisión de un mensaje escrito.
Cuando recién organizaba las ganas y los esfuerzos para empezar tenía la visión clara de querer hacer cosas nuevas, con técnicas y máquinas que miraran más hacia el pasado que al futuro. Influenciado por Eric Gill y William Morris, revisando archivos sobre antiguos libros religiosos tibetanos, de la india, chinos y japoneses, desplegables, impresos en tela con muchas capas de tinta, que venían en una caja, etc. ediciones que no tenían nada que ver con la forma tan atrapada y regular de los libros que conocemos ahora. El avance de la producción gráfica asociada a las nuevas tecnologías offset y digital optimiza tiempo y dinero, pero creó un escenario de obsolescencia y desuso de ciertas máquinas gráficas de calidad que algunos arquitectos, artistas y diseñadores empezaron a aprovechar. De un momento a otro, resultó fácil poder encontrar avisos, literalmente papeles pegados en locales de servicio de corte en calle San Diego, anunciando ventas o remates de máquinas letterpress, Adanas, Minervas, Heildelbergs, cajas de tipos, muebles y cizallas de fierro fundido. Paralelo al rescate de máquinas de los años 50-60, en Cerro llegamos a conocer acerca del sistema de impresión Risográfica
y las máquinas similares a una fotocopiadora que sacó a partir de los años 60 la compañía japonesa Riso. Estas son ideales para poder hacer producciones gráficas de baja y mediana escala, de buena calidad, sin tener costos tan altos. Con ella hemos podido realizar tirajes de libros, revistas, zines, discos, cassettes, cuadernos, agendas, de 50-100-200 y 300 ejemplares. Hemos tenido ediciones que mezclan Riso-Lettepress, por ejemplo, o Riso-Serigrafía-Letterpress. Se han usado linotipias (técnica casi extinta), clichés metálicos, tipos móviles de plomo y madera, con encuadernaciones que van de hotmelt a costuras de hilo manual. En Chile los papeles de mejor calidad y atributos son generalmente caros, porque son importados. El costo obliga a las imprentas y editoriales -que trabajan con tirajes grandes- a no moverse mucho más allá del bond al couché, y de la cartulina dúplex al craft. Y ahí queda un espacio de oportunidad para probar nuevas posibilidades de materialidad, con papeles libres de ácido, más texturados, más gruesos, teñidos de algún color, etcétera. Poder lograr resultados que tengan algo de sorpresa, textura y sensación, ojalá lo más alejado posible de lo que ofrece una producción industrial.
Portada de espécimen tipográfico de la fuente Santiago, diseñada por contrafonts.
hay muchas fuentes (cientos de miles) y que no todas son exitosas en el resultado de todos sus signos.
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in i c i ati va s
TATAMI: EL DEPORTE COMO LA OTRA MUSA ¿Cómo nace la revista? A partir de la lesión de Katsuyori Shibata (contusiones, fin de una carrera), nos pareció necesario que alguien escribiera sobre eso. Estábamos ahí y fue un clic, hay que escribir sobre lucha libre. Pero claro, éramos dos personas conversando de lucha libre japonesa en un bar con una idea volátil sobre revistas y proyectos que suelen quedarse ahí, en el bar. Tras una par de juntas más la idea persistió, coincidió con la lectura de textos que cruzaban lo literario y deportivo, y proyectos escriturales que también rozaban el tema. Entonces ya no era solo escribir sobre lucha libre, sino sobre escritura y deporte, una suerte de subgénero de la literatura que, cada tanto, nos sorprende con más de alguna joya. En el equipo inicial estábamos Álvaro Gaete y Gastón Carrasco como editores, Juan Pablo Martínez como diseñador. Actualmente se nos sumó Felipe Orellana y tenemos dos corresponsales estables ad honorem, Carlos Cardani en el área pugilística y Guanchulo en lucha libre. Tatami: Escritura y deporte ¿Cómo se juntan ambos mundos? Más que escribir sobre deportes, nos interesa la escritura, y la manera en que esta se ve permeada de la práctica deportiva. Es una forma de entender escritura y deporte como disciplina. Varias de nuestras primeras entradas estuvieron en mano de escritores que hicieron deporte y comprendieron ese vínculo, u otros que no y lo entendieron también. Escritura y deporte como espacio de encuentro, como ludus o juego, pero también como uso del espacio público. El espacio de la revista es la arena donde batirse a duelo. ¿Cómo ha sido la recepción de los lectores del estilo literario dentro de temas deportivos? El público, nos parece, debe ser lo más amplio posible. Gente asidua a las disciplinas, pero también advenedizos o entusiastas. No hay margen ni limitante. Se escriben y publican artículos muy específicos (como qué implica entrenar en un dojo de lucha en Japón) o textos que cruzan lo político y literario (como el caso del tiburón Contreras, o “Gol de oro”). Entonces, el público puede encontrar escrituras, poéticas y textos desde y para todos los gustos posibles. Imaginamos la revista como la programación de los juegos olímpicos, puedes ver la triatlón y al rato a un judoka derribar por la espalda al rival, las disciplinas conviven en sana competencia. Han respondido con visitas, asumimos que por curiosidad en principio, pero hay una cantidad de visitas fijas que, creemos, pertenece a un público más fiel. Esperamos
Textos deportivos con una clara misión literaria: cómo el deporte se encuentra repleto de imágenes poéticas e historias que merecen ser contadas. Hablamos con Álvaro Gaete y Gastón Carrasco, editores de la propuesta digital, quienes nos contaron cómo ha sido el proceso y la recepción al relacionar las prácticas deportivas con los procesos escriturales. no perderlos a ellos, pero también que se sume más gente. ¿Cuáles son las líneas deportivas que fomenta la revista? Restricciones no tenemos. O, más bien, sí tenemos, pero pocas. Hay libertad formal y creativa. Apelamos a la disposición a ser editados y corregidos de los autores. Procuramos evitar gente muy quisquillosa o no dispuesta a corregir la forma. Digamos que esa es una restricción, que tiene que ver más con el sujeto que con el texto. Dada la apertura del enfoque, recibimos todo tipo de textos vinculados de alguna manera a lo deportivo, incluso entendiendo lo deportivo en un sentido amplio. Todo está sujeto a ser deporte. Existe una amplia tradición en la redacción deportiva nacional ¿Tienen alguna consideración con la memoria o el rescate de antiguas plumas deportivas? Es una línea a desarrollar, lo hemos pensado y está en carpeta, lo que nos abriría un mundo increíble por conocer. Pensamos en un artículo pendiente sobre Valentín Trujillo y su relación con el box, o una serie novelas y relatos que no la han pasado bien en el tiempo y merecen tener vitrina o ser rescatados de alguna manera. Es trabajo que hay que hacer, y ya que estamos en esta, no tenemos otra opción. ¿Qué piensan de la utilización que ha tenido por parte de las multinacionales la literatura deportiva? Es un tema complejo. Es una entrada a la lectura a mucha gente no próxima a leer, pero también está la posibilidad de la venta fácil. Hay novelas y poemarios en torno al deporte que, sin pretensión alguna, han sido exitosos y cuentan con una pulsión mucho más natural sobre el vínculo entre una y otra disciplina. “Bádminton” de Luis Eduardo García, donde el deporte es una excusa para ejercicios de escritura y pensamiento; “Ejercicios en el agua” de Gabriel Silva; el siempre presente Viel Temperley; la joya de libro inédito que está preparando Andrés Urzúa de la Sotta, “Maratón” de Macarena García, etc. Pero claro, no son parte del mundo de las multinacionales. El ejemplo de “Yo soy de” (la U, Católica,
el Colo, etc.) es bueno; hay uno bien escrito, el resto deja bastante que desear, pero son o fueron un éxito. Los fenómenos más próximos al periodismo que pueden gustar o no, pero que destacan por lo efímero (libros sobre Jadue, Bielsa, Sampaoli), y que, obviamente, quedarán en el anecdotario. Otra cosa sería pensar en Foster Wallace o Murakami quienes han explorado el tema deportivo (tenis, atletismo, respectivamente) y entender el fenómeno de ventas, sostenido en el nombre y la firma autoral, pero también con cierto respaldo escritural.
¿La elección de solo estar en digital es más recursiva o de formato? Es una opción consciente más que una decisión. La virtualidad permite llegar a más público y nos permite recibir en tiempo presente el feedback de la gente. La difusión es importante y, a fin de cuentas, cada lector con su “Me gusta” o al compartir nos ayuda a construir el espacio. Subir un buen artículo es dar un buen golpe sobre el ring, los “Me gusta” son vítores de la gente. También estamos interesados en variaciones del material, por ejemplo, después de cierto tanto de publicaciones hacer un dossier. Esta idea igual se reforzó con el último día del libro. Nos invitaron a dar charlas en colegios, lo que fue súper sorpresivo y alentador. El formato de Tatami (Escritura y deportes) causó interés y creemos que es un cruce al que se le puede sacar mucho jugo en cuanto a lo didáctico y pedagógico ¿Cuál es la frecuencia en la que publican en su blog? Intentamos subir dos o tres entradas por semana, pero gestionar autores y/o temas no siempre es tan factible ni expedito. Nos toma tiempo reclutar y trabajar textos. A diferencia de otras revistas el filtro se hace solo, es temático. Nos gustaría tener más periodicidad, pero no siempre se cuenta con el material. En estos casos parchamos escribiendo nosotros, pero claro, queremos pluralidad y no acabronarnos con la cancha. Puedes leer los contenidos de revista Tatami en: http://revistatatami.blogspot.cl/
De izquierda a derecha: Gastón Carrasco, Felipe Orellana y Álvaro Gaete.
perdidos leyendo traducciones
“Cada uno tiene una navaja. Torraca, con el puñal de Alex en la mano, es el último en derramar las gotas de sangre que salen de su brazo izquierdo. Los otros se curan la herida con el pisco barato que les sirve para tomar valor, para no pensar en las consecuencias. Cada uno ha hecho un juramento de sangre uniendo su sangre a la derramada por su camarada en la calle; la sangre que había bautizado la camiseta blanquiazul de toda la vida”.
Martín Roldán (1970) Tarantino en el estadio
Por Cristóbal Gaete
-“Este no es amor para débiles”-
L
os estadios son una ciudad segmentada, la galería es el ingreso más barato y a ella ingresa la barrabrava, algunos grupos con tickets gratuitos entregados por la misma dirigencia; todo lo que parezca peligroso será retenido en el control de acceso. Pero lo subversivo está dentro de los cuerpos, en algo que ningún policía podría quitar. Roldán lo sabe, deja su cinturón en una botillería a unas cuadras y avanza. Cualquiera tendría miedo, él no, es parte del Comando Svr; lo saludan respetuosamente jóvenes estigmatizados por su violencia y marginalidad. Saben que él contará su historia. Pocos clubes tienen la fortuna de tener hinchas escritores que logren transmitir el sentimiento, Alianza Lima la tiene. Un especial de deporte y literatura no puede considerar solo a quienes lo escriben a la distancia. “Este no es amor para cobardes” (2009, reeditado por Piloto de tormenta en Argentina, distribuido en Chile por Nopatria), es la síntesis de la experiencia aliancista de Roldán en forma de cuentos, la misma historia desde distintos puntos de vista; del nacimiento de una pasión, a las peleas callejeras; del proceso de renovación del Comando Svr, al roce con la política peruana. Porque los barrabravas son sujetos de época, de posdictadura y transición sucia, que prueban la inexistencia de dios abrazando una bandera que da sentido a la vida. La camiseta del club significa más que la del país y su devenir, ella está sobre la fractura peruana. Los cuentos refieren a la barra de Alianza, pero todo club necesita un rival, en este caso es Universitario. En los clásicos sudamericanos tradicionales no hay baile de a
uno: Boca Juniors contra River Plate, Flamengo contra Fluminense, Colo-Colo contra la Universidad de Chile, binomios multiplicados fuera de las capitales. Toda pasión desbordada es posible de convertirse en literatura, así lo hizo Roberto Fontanarrosa con Rosario Central en “19 de diciembre de 1971” y Alfredo Sepúlveda en “Sangre azul” con la U. Una línea imaginaría se raya en el asfalto y se convierte en un territorio dividido por los colores. La calle es la extensión del estadio, es la cancha interminable en la que se da cara. No puedes tener miedo. Se carga la historia del barrio, la familiar; te alejas del yo para pasar al nosotros. “Pude notar que la camiseta recuperada tenía algunas gotas de sangre fresca, seguro de la cabeza del crema; y también manchas de sangre seca, quizá del aliancista a quien se la habían quitado anteriormente. Diego la acariciaba con fruición y de cuando en cuando besaba el escudo del club que la adornaba. Parecía sentir una especie de placer, en su mirada había una determinación extraña, como si hiciera un juramento que solamente él conocía”. “Este no es amor para cobardes” parte con una violencia que no da respiro, rápidamente nos vemos en corridas por las calles,
defendiendo un sentimiento, empatando partidos perdidos con los muertos de la hinchada rival, dispuestos a pelear por una camiseta que ni siquiera nos pertenece, rebelándonos de golpe a la sensatez más allá de la clase; un libro como este explica que esta locura es transversal en la sociedad. Una vez establecidas las acciones y consecuencias, Roldán nos explica los componentes raciales y sociales que lo separan con los hinchas de Universitario. Alianza es el equipo afroamericano de buen pie, Universitario es un equipo de clase y que sólo desea la victoria, pero que paradójicamente se populariza en los últimos años, generando un alienado sentido de identidad. Alianza pasó por segunda, años sin éxitos que fueron solidificando la pasión; pero un resultado no cambia un sentimiento y pareciera que las malas profundizan el amor, como pasa con nuestras amistades, parejas o familia. Roldán es el único prosista con la suficiente experiencia para narrar peleas que nunca veremos. No hay cámaras, un periodista no podría entrar; sus palabras inventan la realidad, la cinética pandillera con piedras volando y cuchillas en las manos. Él tiene las herramientas, la ultraviolencia es contenida por un estilo intenso, brutal y filudo, sumamente cinematográfico-¡Tarantino en el estadio!- y con elipsis: a veces el final de los cuentos debemos cargarlo nosotros.
La camiseta tira y carga la mano: los hinchas de Alianza no pueden entregar su lienzo ni correr, pese a estar en desventaja numérica; deben aguantar, el Comando Svr no abandona a nadie, como tampoco el escritor, que dedica su libro a compañeros de grada, los vuelve épicos. Su escritura es una bengala eterna, que brillará en la memoria de los que saben la verdad que hay en estos relatos. El calor se transmite, lo único frío son los cuerpos que quedan tirados tras las cacerías urbanas. Ver un partido en la casa suscrito al Canal del Fútbol en relación a estar en la cancha equivale a la diferencia entre la pornografía y el sexo. Hay otros narradores como el trasandino Eduardo Sacheri, que, en busca de extender la experiencia y lograr la identificación con sus lectores, los personajes oyen partidos por radio o los ven por televisión, limitados por las obligaciones que hacen que no lleguen a la cancha. Es capaz de escribir cuentos para distintas camisetas, que parecen escritos por simpatizantes. Para Roldán eso no es posible, todo pasa en el estadio y por la pasión desbordada por Alianza, si eres un hincha tibio no te hará sentido: este no es amor para cobardes. Por eso no es una escritura/producto más allá de Perú, donde fue editado en Norma. Fuera del país deben incluir notas para entender su argot. En Chile también circula su colaboración en el libro “Amistad sin fronteras” que narra la amistad entre Alianza y Colo-Colo, cuando enviaron jugadores tras la tragedia aérea que se llevó consigo el plantel de los peruanos en 1987. Alianza también se cuela en “Podemos ser héroes” (2014), que será reeditado y ampliado con nuevos cuentos en la casa chilena de Estruendomudo. En el conjunto inserta “La Madrina”, mujer mayor que no abandona al club pese a los viajes y la altura, capaz de hacer dedo para llegar a las canchas. Es una cábala: “La veíamos llegar por la avenida Isabel la Católica junto a la menor de sus hijas. Su andar coqueto de jarana antigua resaltaba su mediana figura que traía la camiseta bien puesta debajo de alguna chompa tejida en sus tardes de jubilada. En medio de caras que daban miedo, su rostro surcado por quiebres, paredes y huachitas, tenía la primera opción para encabezar las colas de ingreso al estadio. Su lugar ya estaba reservado: el paravalancha al lado izquierdo del bombo. Allí nadie se atrevía a tocarla ni siquiera en los empujones que se dan cuando la tribuna insinúa apagarse, ni en la más brutal avalancha de gol. Los que estaban cerca de ella, preferían mil veces golpearse a que la Madrina sufriera algún golpe que podría ser mortal debido a su edad. Ella ni se inmutaba por eso. De pie todo el partido, sus sentidos los concentraba en esas once camisetas que de tanto verlas, le habían coloreado la vida de azul y blanco”.