gradocero Octubre
S U P L E M E N T O
d e
L I T E R A T U R A
2018
La formación universitaria de escritores en chile
NUEVA LITERATURA MAPUCHE ¶ Entrevista César Cabello: La lengua del dolor. ¶ Libres creadores Daniela Catrileo. ¶ Trinchera Literaria “Coyhaiqueer” de Ivonne Coñuecar. ¶ Perdidos leyendo traducciones Guadalupe Santa Cruz. ¶ Reseñas Contreras, Molina, López, Nadler y Santiago.
Financia:
Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura Convocatoria 2018 Región de Valparaíso
editorial
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Con octubre en la lengua
U
na lengua llegó a Latinoamérica con una cruz este mes hace cientos de años. Nosotros no olvidamos que antes hubo habitantes, con dialectos únicos, aplastados por un imperio. No creemos en la lengua de la corona y por eso somos latinoamericanos que escapamos de los moldes literarios como si fuera la peste negra importada por los conquistadores. Quizá nuestras reseñas no sean siempre reseñas, o las entrevistas no sean más que un diálogo profundo con un colega. Queremos aprender para la propia guerra que brindamos con toda nuestra sangre en el idioma. No miramos ninguna península para conseguir aprobación, ni al equivalente actual de sus virreinatos. Canon, academia y capitales son palabras vacías para las calles de los barrios que habitamos, que necesitan su propio lenguaje. Las palabras que usamos están en las calles y cambian con cada mirada. Grado Cero está lejos de la verdad, en el camino de la intemperie literaria. Elegimos mirar la herencia del sur, en auge hace décadas a partir de nombres como Luis Vulliamy, Elicura Chihuailaf, Jaime Huenún, Leonel Lienlaf y David Aniñir. Pero como no creemos en reproducir los nombres instalados, desplegamos un pequeño crisol de escritura actual que se acerca y aleja de la identidad y lengua étnica. La entrevista a César Cabello revela un nombre fundamental de la poesía chilena, bastante oculto pese a sus premios y publicaciones, que deriva en ediciones independientes. Daniela Catrileo entrega partes del notable y mestizo “Río
herido” (Edícola) en Libres creadores, y la Trinchera literaria le entrega su esquema a “Cohayqueer” (Ñire negro). El resto del número se desarrolla con regularidad, paneando la producción literaria. Son reseñados “Weiwei” (Elefante/ Notanpüan) de Agostina Luz López, “El amor de los salmones” (La Mujer Rota) de Francisco Molina, “Punk NYC: 1981-1991” (Montacerdos) de Ben Nadler, “Genealogía de la ferocidad” (Mímesis) de Silvina Santiago y “Pedazos de agua” (Carbón) de Roberto Contreras. Un particular equilibrio americano se realiza en ellos; el último es una autoedición hecha en el Taller Cerro de Valparaíso; otro un ensayo referido a la gran novela brasileña “Gran Sertón: Veredas” de Joao Guimaraes Rosa, producido en Viña del Mar; hay un retrato de una década de punk gringo; aparecen las escrituras modernas e híbridas de Molina y López, de Chile y Argentina respectivamente, que superan largamente las concepciones clásicas de los géneros literarios. Con el exceso por delante, de eso se trata, de ser libres escribiendo. El reportaje refiere a las propuestas académicas en la formación de escritores. Con testimonios de alumnos se revisan las experiencias de pregrado, diplomado y talleres con un impacto significativo. Los nombres de los alumnos hablan por sí solos del éxito de estos programas, en tanto han ganado reconocimiento por su impronta autoral: Federico Zurita, Pascual Brodsky, Mónica Droully y Daniel Tapia, son nombres a tener en cuenta en el panorama de las letras chilenas. La iniciativa recupera una de las propuestas nacionales vinculadas al cartón que se han validado conforme avanza el siglo, Joyita Cartonera. El Perdidos leyendo traducciones está dedicado a Guadalupe Santa Cruz, escritora surgida en la oscuridad de los ochenta chilenos. Si hoy celebramos el Premio Nacional de Literatura para Diamela Eltit, merecido sin duda, sirva para permitir brillar a otras escritoras de los ochenta. Verónica Zondek brilla también como creadora en sus últimos poemas publicados en “Fuego frío” (lOM), acompañada finalmente del joven novelista Felipe Orellana, del debut “Mujer colgando de una cuerda” (Pornos).
grado cero
R ES EÑ A
Por Sebastián Labra
Cualquiera que alguna vez haya disfrutado de ir al campo puede entender la sintonía de esta publicación: “Pedazos de agua”, capta los destellos de la naturaleza en versos simples. Estamos frente a un libro pausado, de fácil lectura, pero no por eso de fácil interpretación. Pareciera que Roberto Contreras nos lleva a su propio rincón verde mental, uno donde le hablan antepasados y donde los animales exhiben su sabiduría. Es un libro cruzado por ríos, penas, e historias. La familiaridad con la que nos habla permite un fluir poético que genera sentimientos comunes: tristeza, nostalgia, intimidad. En “Pedazos de Agua” existe una corriente que obliga a la contemplación, tal como sentarse a la orilla de un río a mirar el cauce moverse. Como la naturaleza, perfectamente organizado tanto en su presentación como en su desarrollo, su uniforme color blanco en cada página (también en su portada y contraportada) entrega al texto impreso un protagonismo especial, como si brillaran esas palabras entre la nada. Sin grandes pretensiones, el espacio entre verso y verso nos invita a imaginarnos cada metáfora como ofreciendo a la mente un lienzo en blanco donde se pudiese dibujar a antojo cada palabra. Siguiendo la tradición de Jorge Teillier, en el que cada poema es una imagen profunda que invita a la reflexión o la nostalgia, tal como en el siguiente verso: “Recoge cebollas en la huerta/ Un caballo atento/percibe en su faena/el anhelo de vivir en lo sembrado”. ¡Qué ganas de ser un caballo! Descubrir que en este mundo de trabajo de 9 am a 6 pm existen más anhelos que los urbanos, el esperado fin de semana y el nuevo celular de moda. “No solos los sauces lloran/ la pena es un tronco/ atascado en el río”, nos dice Contreras en este libro en el que ningún poema tiene título, pero ¿es necesario? Todo indica que no, los títulos sobran para el movimiento que generan sus palabras. La liviandad de su estética física concuerda con su falta de ganas de nominar todo. Si la poesía sirve para reflexionar, este libro logra buenos puntos altos en esa misión: “La garganta es un nido / donde se encuba la memoria/ La garganta es un arroyo/ donde fluyen las visiones/ La garganta es una puerta/ donde ingresan los sentidos / La garganta es un tejido/ donde se abriga la esperanza/ La garganta es una hoguera / donde se quema el presente”. “Pedazos de Agua” es un ejercicio literario que tal como su título indica posee todas esas cualidades que hacen del agua ser agua: transparentar los deseos de todos, reflejar rostros y sombras, limpiar impurezas de la vida, escurrir por rincones insospechados, permitir que crezca vida. El agua en esta ocasión nos sirve para saciar la sed por la poesía; aquel camino que nos enseña por donde transitar ese sendero en el bosque, uno que puede ser oscuro y solitario, o acompañado e iluminado una vez que descubres que en el bosque no estás nunca realmente solo: “Contempla la vejez de la madera/ pensando en sus propias astillas/ Remueve las brasas de una fogata/ invocando a sus parientes muertos/ consigue una noche interpretar/ el lenguaje secreto de los pinos/ El río dicta algunos nombres/ que vienen a ofrecerles una esperanza”.
S u Ple m e n to g r a d o c e ro Director: Juan Francisco Urzúa | Editor general: Cristóbal Gaete | Diseño e ilustraciones: Harol Bustos Colaboraron en este número: Matías Ávalos, Priscilla Cajales, Breno Donoso, Hugo Herrera, Sebastián Labra y Daniel Tapia | Correcciones: Priscilla Cajales La tipografía del logotipo gc es Santiago, diseñada por Contrafonts.cl | CONTACTO: GRADOCEROLIBROS@GMAIL.COM
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Weiwei
Agostina Luz López Elefante / Notanpüan 94 páginas Por Hugo Herrera
Pedazos de Agua Roberto Contreras Carbón Libros/ Cerro 80 páginas
octubre • 2018
El hilo que trenza los siete capítulos que componen “Weiwei” de Agostina Luz López corresponde a una búsqueda en torno a modos de narrar. Exploración que es definida en cierto momento de la novela como “un puro movimiento, un estado de tránsito, un ir hacia”, en relación a lo que la narradora llama “escritura prematura”, esto es una “escritura que no puede contar nada porque le falta madurar”, una escritura “que necesite entender el mensaje antes de transmitirlo, que necesite encontrar un lenguaje, un tiempo secreto”. Distancia temporal y concreción de la experiencia, entonces, marcan el problema de esta escritura en desplazamiento “que no termina de tener una forma, que es una forma en búsqueda”, puesto que la narradora reconoce que únicamente puede escribir sobre el presente, acción proyectada como “si fuera una escritura que no pudiera acumular, que se va borrando a sí misma, que solo puede contar lo que sucede en el momento”. Para entender este problema, el anterior pasaje se podría contrastar con otra línea de la novela: “María entiende que su padre nunca le habla del pasado, nunca hace de sus experiencias relatos”. Porque si narrar consiste en plasmar una experiencia, el signo inequívoco de esta es su ubicación distante en un pasado, al que no obstante resulta necesario aproximarse. Ese presente evanescente reconocido en la novela se relata en el capítulo de apertura y en el de cierre, desde un
castillo medieval en Francia, en donde la narradora lleva a cabo una pasantía, lo que la lleva a compartir, entre otras, con una taiwanesa de nombre Weiwei (“nombre perfecto para escribir una historia”). Entre ambos puntos se ubica el pasado, a partir de relatos acumulados mediante el contacto con otras y otros: la madre, el padre, las amigas, los amores. Al inicio de la novela, una descripción se torna metafórica y prefigura este problema que anuda narrar; distancia y aproximación. A medida que el avión que la lleva a destino se acerca a la ciudad, quien narra registra: “lo que está lejos no llega a formarse (…) se escapa de las formas (…) a medida que me acerco (…) algo empieza a tener una referencia en el mundo”. De este modo, “Hay que estar cerca, bien cerca, para ver y comprender”. Es decir, para relatar. Walter Benjamin escribió un ensayo fundamental sobre el ocaso del arte de narrar y la crisis de la experiencia, “El narrador”. Allí se lee que narrar historias “siempre ha sido el arte de volver a narrarlas, y este se pierde si las historias ya no se retienen. Se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se le presta oído”. La búsqueda de modos de contar desplegada en “Weiwei” parece fundamentarse sobre esta apreciación. La novela se trama mientras ella relata lo que antes escuchó y luego ese algo acaba por vincularse a su propia vida. De esta manera lo prematuro encontraría su lenguaje, su tiempo secreto, es decir, su forma. En el mismo ensayo, a juicio de Benjamin, la narración en tanto forma artesanal de comunicación no se propone “transmitir el puro «en sí» del asunto, como una información o un reporte. Sumerge el asunto en la vida del relator, para poder luego recuperarlo desde allí. Así, queda adherida a la narración la huella del narrador, como la huella de
la mano del alfarero a la superficie de su vasija de arcilla”. Es este procedimiento que entreteje asuntos de otras vidas en la vida de la narradora, el que parece ser el modo de relatar que se busca y se tantea en “Weiwei”. Narrar a partir de los asuntos de otras y otros los asuntos de quien cuenta. Un narrar soterrado, colateral, de allí que el iniciador predominante de gran parte de los relatos que se hilan en la novela sea el complemento indirecto “me dijo”, “me contó” o “me llamó”. El relato indirecto se vuelve directo mediante un particular deseo, el deseo de contarse a sí misma: “Me conté a mí misma el deseo de usar estos relatos para sanar a mis conocidos”, señala en un punto de la novela la narradora. Para Benjamin, el desplazamiento paulatino de la narración del ámbito del habla viva provocó “una nueva belleza en lo que se desvanece”. En “Weiwei”, esa belleza se ubica en lo que permanece en estado de latencia, a la espera de que los relatos acumulados en sus páginas se imbriquen a otras lectoras, a otros lectores.
“Punk: NYC 1981-1991” es una lectura contemporánea, codependiente del youtube, lista en los audífonos para impulsar el pogo urbano y dormido de la vida cotidiana, o convertirse en otras páginas de internet; una lectura que se abre, que no quiere agotar su pulso sobreinformando. El algoritmo corrige la búsqueda de Reagan Youth llevándote de inmediato a artistas como GG Allin, mainstream del subterráneo. Y es que la máquina cotidiana te trata de sacar lentamente de la vida pank. ¿Por qué editar este libro en medio del catálogo de Montacerdos, que considera buenos narradores chilenos
y extraordinarios aportes latinoamericanos? Hay cosas que no tienen explicación, porque NYC está a la mierda de nosotros, por más que nos suene la historia de gentrificación que denomina el fin de una época, por más que nuestro Presidente parezca algo así como el sujeto de la portada. Si quisiera explicármelo, diría: la música nunca es sólo música, veo los nombres que se derraman en las páginas, las ricas citas a la prosa riesgosa de los fanzines musicales contraculturales-tan extraña a los reaccionarios formatos medios literarios- y un modelo para continuar escribiendo nuestros propios libros de música y cultura sin abandonar la pretensión. O acercarnos a las formas de asociatividad musical, como los compilados y los split, tan necesarios en la independencia y en la autogestión en todo tipo de artes. También en la necesidad de una prosa para convertir esfuerzos apenas perceptibles en épicos. Y contrarrestar esa épica investigando: icónicos espacios no querían a los punks. Nadler complejiza el relato hegemónico que existe en cualquier parte, aunque sea underground. El epílogo del best seller Jorge Baradit podría funcionar como un complemento de los primeros relatos porteños de Daniel Hidalgo, y entronca muy bien con el epílogo vital de los protagonistas del libro. ¿Qué se puede esperar para las historias subterráneas del pank donde sea?
Punk: NYC 1981-1991 Ben Nadler Montacerdos 111 páginas
Por Cristóbal Gaete
En los K7`s punk, en las tocatas subterráneas, el acople agudo y molesto es el comienzo habitual del sonido. En el caso de esta biografía el acople es la lengua original; como cualquier traducción hay algo complejo en la lectura, que se va soltando en la medida que nos entregamos a ella. Pero la lectura sucede, gracias a Constanza Gutiérrez, traductora/escritora. Así se revela “Punk: NYC 1981-1991”: un modelo de investigación que supera largamente la escena epocal, el arco prometido; aparece la familia de los héroes del pank rock (que, como los poetas malditos, no deberían tener madre, aunque la necesitan más que todos los colegas) y la vida de un barrio, ejecutando la ductilidad de Ben Nadler para encontrar el tempo narrativo de elementos aparentemente disímiles. Es capaz de contar los subterráneos, la tragedia de la familia migrante del padre del vocalista de Reagan Youth, de combinar el devenir urbano con la tragedia generacional, elementos algo inexorables en este tipo de historias.
reseñas
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reseñas
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grado cero
El amor de los salmones Francisco Molina Los libros de la mujer rota 127 páginas
PorBreno Donoso
A Genealogía de la ferocidad. Ensayo sobre “Gran sertón: veredas” de Guimaraes Rosa. Silviano Santiago Mímesis 154 páginas
Por Cristóbal Gaete
En un cine, la imagen que nos hace ingresar a la experiencia es absolutamente negra, como lo es la portadilla de esta edición, intervenida con una cita a la referencia autobiográfica de Joao Guimaraes Rosa, que conocíamos en español por la edición que hizo la Universidad Católica de Valparaíso en 1972, “Diálogos con
En una libreta anoto impresiones sueltas sobre este libro: porno hipster / sintonía cósmica / prosa robotizada / abulia / formas del ocio / sinestesia / tensiones y contradicciones sobre las relaciones afectivas, etcétera, hasta que encuentro el punto de fuga: al develar parte de mi proceso de lectura acerca del libro señalo parte del proceso que Molina utiliza para la escritura de “El Amor de los salmones”: des-montajes y desdoblamientos. El libro está conformado por 7 cuentos y un texto botánico-ficción. Este libro sintoniza con la experiencia de las narrativas híbridas: amasijo de cuerpos prosaicos y poéticos, disociación de registros y escenas, fugas de tiempos y espacios. Las temáticas de los cuentos tratan, preferentemente, acerca de las evanescentes y caprichosas relaciones afectivas contemporáneas, inmersas en los tiempos de los dispositivos y aplicaciones para sexo y citas, donde gestos súbitos y dependencias abúlicas sobreviven entre muros y aire viciado. Horas
América Latina”. Esa edición costaba una luca cuando la encontré hace años, y por harto tiempo costó lo mismo en los días en que salían de la bodega. Imagino arañas y otros insectos de la selva, en libros escondidos en cajas y subterráneos. Y sí, eran arañas con veneno y tinta literaria trepando por el brazo de sus lectores hasta llegar a esta edición viñamarina, primera traducción del ensayo, clave para entender qué sucedió, cuál fue la recepción original a la novela “Gran Sertón: Veredas”, publicada en 1956. Yo solo sabía que era una gran novela, pero este ensayo publicado en 1978 permite apreciar cuánto impactó la literatura brasileña, como si se tratara de un asteroide, un objeto capaz de atravesar las categorías, de confundirlas. De desatar envidias y declaraciones. Nada es mágico, enseña el anecdotario, fue una lectura creciendo porque es una literatura para siempre. Santiago aumenta la percepción excéntrica de la obra, su carácter único y definitivo que hibrida la perspectiva regional y las vanguardias narrativas. Todo le sirve a un buen ensayista, que entiende su acción refractaria, que sólo existe para y por la obra, pero que le es fundamental, necesaria para establecerla, acompañarla, reinventarla para ser leída. Así, por ejemplo, ocupa para Guimaraes la categoría de Pound de inventor, la más alta para los creadores literarios. Creer en la obra como un acto de amor y literatura unidas; si el “Gran Sertón: Veredas” es para siempre, también lo será el primer ensayo que lo entiende. La edición agrega un texto breve de Marília Rothier Cardoso, “La traducción española de Gran Sertón: Veredas” (sin fecha), que reconstruye en la relación por correspondencia de Guimaraes Rosa con su traductor al español, el poeta Ángel
de ocio y obsesiones. Sobre todo, mucha obsesión. Vivir, experimentarla, en un intento de desglosar las maníacas trasmutaciones del afecto y la subjetividad de las parejas. Este libro está entregado hacia al infinito scroll de las prácticas zombis del sujeto globalizado, referencia a la Bioguía o a los memes explicativos de Pictoline. Su lenguaje posee el ritmo de una conversación de WhatsApp, otras veces se inscripta en el inconsciente del hablante y otras, abandona toda pretensión y exhibe el deshilache, los desajustes de la misma construcción narrativa.
Crespo, que muestra la voluntad poética de la traducción que fue reeditada en varios países desde 1967, justamente publicada al fallecimiento del novelista. Una versión como un ejercicio de variación, se reproducen líneas de prueba hasta que aciertas. Es, sobretodo, el intento de un poeta por dar cuenta de una narrativa que no le teme a ser poética, uno de los valores fundamentales del “Gran Sertón: Veredas”. Arañas también son los conceptos y el diseño en este tránsito por el sertón. Conceptos que atraviesan y se repiten, como la domesticación de la lectura, que se cruza con el propio diseño con que debuta Mímesis. Bajo el follaje de las palabras de Santiago o Cardoso aparecen símbolos de la novela, animales, hombres, balsas, el río que altera el sentido de la página dividiéndola en columnas. Elementos no domesticados, y extraídos del trabajo del artista Poty Lazzarotto, hechas para una edición brasileña. Mímesis debuta rescatando esas ilustraciones para el libro, incrustando las notas al pie (que ya no son) en el momento de lectura que corresponden, cortando frases y dándoles un determinado espacio, lo que permitiría leerlas como otra capa del texto, otro tramado: palabras escogidas del “Gran Sertón: Veredas”. La edición rompe los cánones, y en su riesgo siempre la querremos. Deconstruir formatos para revitalizarlos. Fiel es entonces como las palabras de Santiago al “Gran Sertón: veredas”. El sueño de una obra original es romperlo todo, el del ensayo, acompañarlo, pero ¿cuál sería el sueño de la edición que conflictúa sus normas?
La posmodernidad ha barrido con la secuencia tradicional-lógica de la narrativa, estableciendo a través de fragmentos, ruinas, intertextualidades, calidoscopios, toda una manera nueva de hacer y des-hacer con la palabra, sin embargo, ¿hasta qué grado el autor escribe para sí y hasta qué grado lo hace pensando en un público? En “El amor de los salmones” los 7 cuentos entretienen e interpelan con situaciones cotidianas, estableciendo un diálogo con el lector, pero el último texto produce ruido porque es demasiado ajeno al conjunto, parece colado forzadamente. Molina da cuenta de este giro en el mismo libro reconociendo que la idea emanada de la postulación a la beca de creación del Fondo del Libro ya no lo convence pues ha madurado la ceguera de dependencias afectivas para finalmente reconocer la importancia del trabajo en colaboración, añadiendo, pues, un texto final donde se alterna la ficción y la botánica. El problema radica, entonces, en el capricho del escritor y no en la atención hacia un posible lector que quedaría trunco una vez más por des-gracia de la posmodernidad líquida y vacua.
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trinchera literaria
TRINCHERA LITERARIA L
a adolescencia dispone un set de “verdades iniciales” inconmensurables para un imberbe: comprender la obtusa geopolítica del mundo, cómo funciona el país y la economía, encarar secretos familiares poco decorosos, que existe el sexo para gozar, sufrir, disfrutar. Como si se tratara de epifanías, van apareciendo personajes que acompañan los días, que gustan hasta el fetiche de llamarlos amigos. Comparten tus gustos, sirven de reflejo de tus miedos, reman contigo la galera de la evasión lejos del puerto de la realidad infame. Ivonne Coñuecar (Coyhaique, 1980), decide adoptar este prisma para proponer “Coyhaiqueer” –su primera novela después de 5 libros de poesía- que en 14 capítulos componen la vida de Jota, joven homosexual en un pueblo pequeño, rodeado de miradas poco disimuladas y restricciones morales, fotografías de una provincia abandonada a su suerte y precariedad. Como su título lo sugiere, la novela se desarrolla en Coyhaique, localidad rodeada de “cerros, carencias e incesto”, donde un grupo de jóvenes apáticos de su realidad provinciana, intentan desgajar que pasará con sus vidas, su sexualidad, y un futuro incierto que se construye saliendo de la zona, obligados por el exitismo, para probar suerte por primera vez fuera de casa. Elena, único narrador, cuenta cómo creció junto con Jota, rodeados de milicos, con padres que huían del epicentro de la dictadura que quería condenarlos por ser de izquierda. Huyen hacia un lugar como la pampa austral, donde la cercanía a la frontera y la calma del pueblo podían alejar los embates del genocidio. La paradoja involucra una traición, son militares los padres de sus amigos, y tendrán que ceder ante el pinochetismo, para mantener la amistad. Muestra de esto es el capítulo “La vida militar” donde Óscar, un niño amanerado, es la vergüenza de su progenitor uniformado, quien intenta corregirlo: “Un fin de semana el padre lo llevó a acampar al lago Pollux, quería que Óscar aprendiera a disparar, pero después de algunos intentos con un rifle calibre .22 y viendo los gestos histéricos de Óscar, lo miró con desprecio, como un producto
Coyhaiqueer I V O N N E C O Ñ U E C A R / Ñ I R E N E G R O / 1 3 9 PÁ G I N A S Por Juan Francisco Urzúa
con desperfectos y sin garantía, le quitó el arma y sintió vergüenza de ese crío amanerado que tendría que convertir en un hombre o dar por muerto. Camina bien. Camina como hombre. No hagas eso. Habla más fuerte. No hables. No hagas esos gestos. Esos no son juegos de hombre Óscar. ¡Este cabro es maricón! Le reclamaba a la madre algunas noches, como si ella pudiera arreglarle el hijo.” Los prejuicios y el miedo a la diferencia son el fondo de la novela, los que en progresión se van develando a medida que van creciendo los protagonistas: miedo a los milicos, al volcán, a los homosexuales, al vIH-SIDa, pedradas contra los libertinos a fin de cuentas; data de la represión de los ochenta, la dictadura y el aislamiento extremo. También así se van entrelazando historias provenientes de diferentes temporalidades, racconto utilizado como recurso para agilizar y refrescar el relato vital de los protagonistas, que a veces se vuelve monótono en la descripción de sus adolescentes vidas.
En respuesta a la opresión del ambiente los jóvenes desadaptados deciden formar un grupo que contiene su rareza, en el que evaden y disfrutan en la noche coyhaiquina. Destilados a destajo y cocaína tan abundante como la nieve que cae sin cesar. La geografía es agresiva pero es versátil para recibir turistas y suicidas sin hacer diferencia: para los fuerinos, tranquilidad; para los locales, aislamiento, tedio, estática. Una de las grandes virtudes de la novela: su tono urbano, más aún cuando la literatura producida en la pampa, en la mayoría de los casos, intenta colgarse de su impactante territorio. “Coyhaiqueer” no intenta enarbolar una postal trillada, sino que aspira a refundar una ciudad real sobre otra llena de prejuicios y represiones, verdad dura sobre el cinismo de décadas. “Había cuatro regimientos y Coyhaique se disfrazaba de fiesta cuando llegaban Pinochet y Lucía, y desde esas zonas aisladas, se paraba en un balcón imaginario, abría los brazos para sostener toda esa tierra suya y recitaba un poema a la soberanía, a la conectividad, a ese regalo de obras públicas que le estaba haciendo a los pobres patagones, cerrando magistralmente con la amenaza argentina y de bonus track, todo su espíritu nacional en su exhalación. Pinochet Extreme Zone Tour 80´s, olvídate de los pensamientos de izquierda en esta nueva gira”. Coñuecar goza de una hiperlaxitud con las palabras -data de un muy preocupado oficio- que juegan entre la narración y los recuerdos tal y como se presentan en la conciencia, como si se tratase de un relato hablado que necesita ejemplificarse, permitiéndose dudar de ellos, de su concordancia, a veces resolviéndolos, pero también jugando con la pronunciación de algunos anglicismos, rompiendo el lenguaje y reacomodándolo para ganar en intención más que en gramática.
Si a esto le sumamos la ambientación en la segunda parte de los ochenta, y principio de los noventa que traen consigo una serie de referencias del pop alternativo como canciones de Cocteau Twins, Pet Shop Boys, Tears for Fears, A Flock Of Seagulls, Laura Branigan, entre otros, dan un ambiente cotidiano, verosímil, reconstruible, como si pudiéramos escuchar en la pista de baile, con el mismo desfase que en los ochentas llegaban los discos anglo a Coyhaique, las canciones llenas de homoerotismo no correspondido que los inspiraba. “Cuando Jota viajaba a Santiago grababa de las radios que hacían sus propias mezclas, algo que se convirtió en una costumbre de los patagones con poco acceso a la música y a esa modernidad que nos alumbraba los sueños cuando pensábamos en dejar atrás a toda esa gente, en otro lado estaban pasando cosas, quizás la vida, y ni nos enterábamos… that their jokes don’t make me laugh, they only make me feel like dying, in an unguarded moment”. En “Coyhaiqueer” reside la importancia de volver a leer el territorio, aun cuando la historia local esté raptada por la versión oficial dictada por fascistas de antaño, que solo intentan perpetuar sistemáticamente el miedo. La novela propone que la historia personal está cargada de elementos que la une al sentir de una generación, para bien o para mal, y que este relato debe ser recontado desde la perspectiva de quienes fueron silenciados. Proponer otra lectura de Coyhaique es una empresa arriesgada, pero Coñuecar no lo hace por casualidad, sino genera un sistema donde la ficción va desgranando la verdad sangrante, donde capa a capa se avanza en la observación vernacular, más allá de las postales que compran turistas que fingen una vida al aire libre. En este sentido se ofrece como un registro valioso para las futuras generaciones, antecedente del modo en que la intolerancia fue la vírgula que debieron que soportar por décadas los homosexuales, relegados a escondrijos, tratados despectivamente por la sociedad y la familia, aún más en la provincia, donde el infierno grande era el pan de cada día solo por cargar con orgullo su diferencia.
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BUSCANDO LA LENGUA César Cabello es un poeta que ha tomado la cosmogonía mapuche para traducirla en una poesía compleja, con múltiples símbolos apropiados. Aquí habla de sus lecturas y procesos de montaje de poemas que se van repitiendo hasta el infinito. Por Matías Ávalos
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e da la sensación que en Chile, la Frontera no es un lugar literario como en Argentina, sino real, tampoco es un límite como en general se entiende. Hay gente que tiene esto de ser fronterizo, vos de hecho estudiaste en la Universidad de la Frontera ¿no? Yo me formé como escritor en la Frontera, que tiene esto de la virtualidad, el tipo de poesía que se hace allá tiene características específicas, tiene que ver un poco con el collage lingüístico, la mezcla entre el mapudungun, el castellano, ciertas palabras que son extranjeras, por decirlo de alguna manera, y eso se da por el cruce entre los mapuche, los colonos y los criollos. Entonces yo me formé con ese tipo de textualidad. La ves en Clemente Riedemann. ¿Cuál es tu relación con la categoría de poeta mapuche? Yo no tengo una relación con la poesía mapuche, mi relación es con la cultura mapuche. Es distinto, muy distinto. Primero porque no hablo la lengua y segundo porque lo que me interesa, más que la literatura, es fundamentalmente el mito. Yo he trabajado en relación al mito de la muerte. El Nometulafken. A ver, es tener una idea del alma con tres momentos, estamos hablando del Püllün, que es el carácter o la personalidad del muerto, estamos hablando del Alwe, que es el alma nueva, joven, que se queda junto al cadáver un par de días, y tienes un alma definitiva que se llama Am, que es la que viaja hacia el mundo de los muertos. Esta idea de un más allá me parece lo fundamental que tiene el pueblo mapuche, el tema de la trascendencia, aunque sea un inframundo primario, porque de eso se trata, la vida que tienes en la tierra es la misma vida que tienes en el Nometulafken, que es la tierra al otro lado del mar, no hay castigo, no hay culpas, no hay penas, porque la imaginería, esta cuestión del infierno se instala con Dante, pero viene de las guerras asirias, de los sujetos empalados, de los campos regados de muertos. Estos inframundos primarios aparecen en los relatos antiguos mapuche, hay varios, por lo menos once, yo los tengo recopilados, hice una reescritura de los relatos de la muerte que voy a ver si publico. Había pensado en la dimensión de la traducción. Porque en algunos libros tuyos aparece la madre de Montalbán, pero más en primera persona aparece el abuelo y el mapudungun escuchado.
Eso tiene que ver un poco con la biografía de mi abuelo, mi abuelo hablaba mapudungun en la casa, cachai, pero no lo traducía, entonces entre mi abuela y mi abuelo hablaban en mapudungun cuando se trataba de cosas importantes, cuando no querían que nosotros supiéramos. Entonces tengo la experiencia de haberlo escuchado, pero de no entenderlo. ¿Y cuándo tomaste conciencia que era otra lengua? y también ¿cuándo empezó a ser traducción? Porque de alguna manera, cuando vos lo empezás a usar como material literario, empezás a traducir. Mira, justo ahora estoy armando un libro, estoy interesado en el tema de la inmigración y en el exilio, he estado revisando sobre todo poesía árabe, son los que tienen como más marcado ese tema, en especial el pueblo judío, que tiene dentro de su constitución el tema del exilio y el tema de la inmigración. Hay una experiencia que no está textualizada, cuando te despojan de todo, lo primordial sería tener ese sentimiento de dolor, por el despojo, y esa experiencia tú no la encontrai
textualizada en Chile, pero sí la encontrai en un poeta como Vallejo, con “España, aparta de mí este cáliz” que es una hueá súper rara, porque el compadre ni siquiera es de ahí po hueón, pero es capaz de sentir el despojo, pero si revisai la poesía chilena, ese sentimiento de dolor, que es una hueá primordial, no está, está todo mediado por el lenguaje, entonces de alguna manera yo he tratado de recrear ese dolor, sin poder conseguirlo porque en la lengua no está, entonces siempre trabajo con los contornos del lenguaje, los contornos de la experiencia, más con una imaginación que con un sustento concreto, sólido. Tu experiencia de frontera te da esa conciencia ¿no? A nosotros nos tocó el retorno a la democracia y la apertura hacia los mercados, la vuelta al mundo del país. Ahí se vivió un proceso interesante, por un lado hubo quienes tomaron todos estos referentes foráneos y los incorporaron a la poesía local, de frontera; y otros que se vincularon más con el larismo y en específico con la poesía de la cultura mapuche. Junto con el encuentro que organiza Elicura Chihuailaf, con grandes poetas chilenos como Gonzalo Rojas o Nicanor Parra, el gran boom de la poesía mapuche tiene que ver con ese fenómeno cultural, con el tema de la resistencia cultural a lo foráneo, y se vivió en ese proceso de cambio, más o menos desde el año 95 hasta el 2000, por poner una franja. Gente que reaccionó a los símbolos de la cultura transnacional anclándose o protegiéndose en lo local,
DEL DOLOR
así como también hubo gente que dialogó o conversó con estos elementos foráneos. Tus libros en físico son difíciles de conseguir, “Nometulafken” se consigue, pero “Lumpen”, que no es tan antiguo, no lo conseguí en físico. No, es que de “Lumpen” salieron 100 ejemplares, y los distribuí así como de regalo. Lo que pasa es que “Lumpen” tiene una historia bien particular. Esos dos libros (“Lumpen”-“Nometulafken”) yo los escribí juntos. Por eso es que en algunos libros se repiten algunos poemas, porque eran parte del mismo tiempo, cachai. Escribís mucho entonces. Generalmente escribo bastante, sí, por lo menos todos los días un poco, y leo. El libro. Mi abuela. O sea, yo nací en una población que se llama Población Santa Olga, que queda en Lo Espejo, ese lugar se creó a partir de una toma de terrenos, mi abuela fue una de las cuatro señoras que fundaron esa población, lo que relato en ese texto es la fundación de esa población, y de cómo el ingreso de la droga y fundamentalmente de la dictadura, del capitalismo, fue cambiando los modos y las formas de comunidad que habían en la población, estas formas colaborativas, comunitarias, se empezaron a ver deformadas por la instalación del capitalismo, por al consecución de bienes materiales y por la derrota ideológica. A lo largo del texto pasa una cuestión, se va degenerando el lenguaje, los sujetos que aparecen ahí se van deformando a lo largo del texto y terminan presos. Por eso hay tres tipos de textos, unos que tienen que ver con el trabajo, con la comunidad, después viene un quiebre que se puede ver en un poema que está entre actos: un compadre tiene una llave inglesa que primero presta, después la arrienda y después se ofrece para poder trabajar. Esa cuestión yo la viví con un vecino, es real. De cómo una herramienta, que era solidaria, pasa a ser una mercancía. Ese libro, de hecho, tiene poemas que yo dejé afuera. Claro, tu trabajo con el lenguaje es muy concienzudo, se nota mucha reflexión, ¿te molesta que aparezca el coa, por qué decidiste dejarlo fuera? No, es que el coa tiende a cambiar demasiado rápido, entonces la poesía termina siendo documento de época, no trasciende mucho, ese es el gran problema que tiene la jerga o el uso de ciertas expresiones que uno considera contemporánea o moderna. Por ejemplo, estaba cachando ahora, antes se decía ganar cuando te iba bien en el robo, ahora los hueones dicen coronar, cachai, entonces es distinto. Volviendo a la circulación, un escritor como vos, que arranca su carrera y gana estos premios, imprimir cien libros... medio que tenés que elegir a quién vendérselos porque se agotan rápido. A propósito de hablar de editoriales independientes, de edición, a mí me da la impresión de que hoy día, no sé si las editoriales independientes han construido lectores nuevos, un tipo de lector, ¿sabís por qué te lo digo? Porque uno va a estas feria de edición independiente y lo que ve son escritores vendiendo sus libros, y otros escritores comprando esos libros, entonces me da la impresión que han construido lectores que producen textos. Claro, al final no produjeron lectores sino... Los espacios han cambiado, ya no son las bibliotecas donde se lee, es el metro, las plazas y no sé si esos libros llegan a esos lugares, digamos, si son material, objeto para esos lugares.
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e n t r e v i sta
Inéditos de "Lumpen" Para conmemorar una vida Al fondo del patio descansan, ordenadas, tus herramientas, mientras en el suelo, entre inmóviles ladrillos, la losa del radier emerge como una página en blanco sobre la que trazarás los cimientos de otra vida que se aproxima. Primero fue el día en que abandonaste la casa de tus padres. Tenías 17 años y el mundo era un gran hotel. Lo desconocido, una nueva tierra que se ajustaba a tus proporciones. Luego vino el dormitorio de una mujer mayor. Fue ella quien te preguntó ¿quién eras? ¿a qué lugar pertenecías? ¿qué podías ofrecer? Y en ese juego nocturno de peón contra reina vieja, hablaste de tu gusto por los materiales ligeros, los alimentos perecibles y un libro de Proust que nunca comprendiste del todo. Asististe a varios funerales. Fueron menos los matrimonios. Te emparejaste de nuevo, ahora con mujeres de lechos más fértiles, pero que preguntaban lo mismo: ¿quién eras? ¿a qué lugar pertenecías? ¿qué podías ofrecer?
¿Y en tu experiencia como editor? Es que yo aprendí con el “Nometulafken”. Mira, puedes construir textos que tengan una estructura cronológica, inductiva o deductiva, pero que tengan relato, esa hueá es editar. Claro, porque armar el libro por conceptos o ideas es fácil, juntas textos nomás, total todos hablan de lo mismo. Pero eso no se ve mucho, salvo Zurita, en algunos hueones más... que saben escribir libros y eso es parte de saber escribir, aprender a editar. Sí, de acuerdo, de hecho "Nometulafken" podría ser estos libros como de Akal, tiene algo de enciclopedismo pero sin la rigidez, ¿no? Como universalizable. Es que mira, los relatos tradicionales mapuche de la muerte llegan hasta que tú cruzas al Nometulafken, imaginar toda la vida en el Nometulafken fue lo interesante, tuve que llenarla de imágenes, de sentido, que es llenar de sentido la muerte, pero no vista desde acá, sino desde el otro lado, entonces fueron los momentos, son tres momentos: está la idea de la muerte en la cultura, el momento del viaje en la barca con el wampotufe (balsero) y después la imaginación de la muerte allá, de cómo se habita la muerte. Yo me demoré dos años en escribir ese libro, leía textos tradicionales, reescribía los poemas. Al final quedaron varios poemas fuera, generalmente tengo muchos poemas sueltos. De hecho me llamó la atención eso, el promedio de tus libros debe ser 150 páginas, en relación a la extensión de lo que se edita en poesía es mucho. ¿Cómo se compone un libro tan largo? Con el relato po, con la fábula. ¿Y los elementos visuales de los primeros libros cómo los laburaste a la hora de componer? Lo que pasa es que a mí me ha interesado siempre el tema de la imagen, mi poesía se sostiene en torno a la imagen, eso es por el tipo de poeta que leía. Sí, me gustó eso de libros de aventura que aparece de manera muy homogénea.
Tiene que ver un poco con eso, de a ratos, al no poder configurar la imagen con palabras, ponerla po, ilustrarla, con esto que te hablo del tráfico de los símbolos, de vivir abarrotado de símbolos, hay vidas múltiples, y dar cuenta de eso es complicado en un texto. También me parecía un buen gesto esto de repetir algunos poemas en los libros. Ah, es que generalmente no escribo un solo libro a la vez. Mi proyecto tiene un poco que ver con el tema de la biografía, con el tema de la historia, con la memoria, con la imaginación y con esto de dar cuenta de ciertos referentes, que son de una tradición que no es canónica, la tradición del otro, la de Walcott, a pesar de que algunos son premios Nobel pero no es La Gran Poesía, es la poesía menor, ese es mi Canon. Entonces en ese ejercicio van saliendo todos estos poemas que en el fondo constituyen un gran libro, los poemas se repiten por eso, todos dialogan. Ahora hay un par de citas textuales que me gustaría usar como disparador. En “Industrias CHILE S.A” se dice: “el problema de Chile no es su realismo exacerbado sino su curia poética, es la mantención de un discurso unívoco que nos obliga a seguir fabricando libros como estos, más emparentados con el mundo de la metafísica que con el de la política, que es donde debiéramos estar”. Es que toda poesía es política, la palabra debiera tender a la política, a constituir el ser, y ese ser no es metafísico, es un ser en la polis, que es la ciudad, entonces tiene que ver con eso, con la constitución del ser, más que en relación con un partido, o una ideología. Otra vez la diferencia entre lo partidario y el ser, lo mismo que entre poesía y cultura mapuche, lo que trasciende. Es que en el fondo tiene que ver con develar la corrupción, la corrupción del lenguaje, de hecho la primera referencia histórica a la corrupción en el lenguaje político está en Tucídides, en Las Guerras de
Fue entonces cuando decidiste detener tu marcha y transformar aquellas preguntas en los pilares que sostendrían tu residencia.
“Yo no tengo una relación con la poesía mapuche, mi relación es con la cultura mapuche. Es distinto, muy distinto. Primero porque no hablo la lengua y segundo porque lo que me interesa, más que la literatura, es fundamentalmente el mito. Yo he trabajado en relación al mito de la muerte”
Hoy, la losa del radier devuelve tu imagen como un espejo. Si alguna vez tuviste algo que decirles, esta era tu respuesta.
Moby Dick He vivido entre las moscas, frente a un viejo surtidor de agua que expulsa sangre. He roto lámparas y como un escualo hostigado por pescadores he debido esconderme fuera de la ciudad. Prostituir mi cadáver, dejando una aleta, el espinazo, como evidencia de una agonía silenciosa. Los crímenes por los que se me acusa no son reales, salvo por los dos choros de puerto, infantiles, que vendí como personal de aseo a un barco inglés. Me amparo en la ficción traída desde costas brasileñas. Soy el único marino negro, estibador, de Valparaíso. Que mi rostro no los asuste, he perdido el mar. Vendí dos niños, es cierto, pero mi derrota viene de mucho antes, de la palma enana, del vudú, de los primeros esclavos. He vivido ocultándome, arrastrando navíos hacia el fondo, al estiércol. Mi nombre lo conocen en mi país, acá me apodan como a la ballena. Vivo sin pensar en castigos de otro mundo, busco un sitio en tierra firme. Llamadme Ismael, Ahab, Starbuck, la perversión de mi alma no la explican los océanos.
Peloponeso, es la primera referencia a la corrupción en el discurso público, que es la hueá que tú ves ahora, con los Chadwick enquistados en los cargos políticos y pasando piola, como si nada, o veís por ejemplo que Bachelet está en la ONU, en una comisión de derechos humanos y tiene catorce mapuches muertos en su gobierno, entonces ¿de qué estamos hablando? ¿Crees que en “Nometulafken” tiene que ver con hacerse cargo de esas muertes? Eso está en el prólogo de Fernanda Moraga, pero yo no comparto esa idea, porque no pensé en la muerte como una experiencia colectiva, yo pensé en mi propia muerte cuando escribí ese libro, nunca lo pensé como una teoría o una metáfora del pueblo mapuche, porque aparte los que mueren hoy día en el mundo mapuche no son los poetas, los gobiernos no matan escritores, los que mueren son los comuneros. En relación a la contingencia, ese proceso no cambió nada, pero personalmente, a César Cabello ¿qué le hizo esa escritura? Envejecer po hueón, pensar en la muerte te hace envejecer [nos reímos]. En los relatos antiguos mapuches, hay gente que va hacia el Nometulafken y vuelve pero vuelve para morir po, son generalmente personas vivas, que pasan al otro lado y vuelven. Porque todo lo que está vinculado a la muerte, a lo oscuro, es poderosamente negativo, entonces ir a la muerte y salir indemne es imposible. Me sentí como esos viajeros.
“Es que toda poesía es política, la palabra debiera tender a la política, a constituir el ser, y ese ser no es metafísico, es un ser en la polis, que es la ciudad, entonces tiene que ver con eso, con la constitución del ser, más que en relación con un partido, o una ideología”
Están buenos esos cruces que hacés, al interior de tus libros los autores vienen como amigos, no sé, Walcott, London, son muy cotidianos. Es que son parte de las lecturas habituales, por ejemplo hay un poeta que me gusta mucho que se llama Adonis, creo que es del Líbano y está radicado en Siria, siempre recaigo en él porque tiene un tema con la lengua, le falta su idioma, entonces la poesía que él construye es alrededor de un vacío, entonces siempre esta idea, y no hablo de la lengua como pensada por el mundo árabe, vinculada con dios, sino que este hueón está en los contornos del lenguaje, no es capaz de penetrar en el lenguaje, recurre a la letra, a otras ciudades, a otros espacios, y es un hueón que siempre queda afuera, exiliado, pero está la esperanza de restitución
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todo el rato, y es lo que estoy mirando que me gusta ahora, de hecho mi poesía tiene que ver un poco con eso, con restituirme, con la restitución metafísica, más que con la restitución física. Las partes en prosa de tus libros son muy claras. Mira, en torno a la cantidad de registros que hay dentro de los libros, hay crónica, memoria, historia, poesía... mis primeros libros son así, están llenos de referencias y de registros distintos. Se nota en la ocupación espacial, tus primeros libros comparados con los últimos, las páginas de los últimos están muy limpias. Sí, eso, eso, es que aprendí a escribir libros po hueón [se ríe] de cierta manera estoy buscando eso, cierta unidad formal, porque si tú mirai mis primeros libros aparece un yo, un nosotros y un tú en el mismo poema po hueón, una cosa medio esquizoide, que a mí, en estos momentos, me molestan, me molestan como lector, entonces estoy tratando como de limitar eso. Hay mucha claridad, la parte de la formación en Temuco, las crónicas de Santa Olga, aparece la abuela, hay algo de una ética que no pide perdón, no moraliza, sino que muestra; los problemas y lugares aparecen, y eso es muy difícil. En narrativa no se ve mucho. Estuve leyendo hace poco narrativa de la infancia en la primera guerra, de los niños a los que les quedaban los trajes largos, a los que les enseñaba a disparar, experiencias desgarradoras que acá en Chile no están, es una patria joven, tú no veís esto que te hablo, del dolor como sentimiento. Bueno, de hecho mencionabas a Zurita y debe ser de los pocos que lo manejan bien. Claro, y en el caso de Pepe Cuevas también, son casos en que a ese sentimiento se le hace honor, por decirlo de alguna manera. Está eso de la claridad en ambos, Cuevas es re claro en el lenguaje... Eso, de no rodear tanto, no parodiar tanto la tristeza, no hueviarla tanto... Incluso confiar más, si está, está nomás... ¿Y contemporáneos que a vos te gusten? Porque vos tenés una relación muy fluida con lo universal, que en tu caso como te decía, da siempre la sensación de intimidad en la cita. Es que yo habito ese país po, el de la poesía, entonces así miro, por eso de lo contemporáneo es poco lo que miro, es poco lo que voy a ferias, es poco lo que leo, me da la sensación de que se está narrando más que escribiendo poemas, están llenos de conectores en los poemas, de prosa, de gente que corta prosa en verso, pero no es poesía, si la poesía tiene un canto, un ritmo, una respiración, tiene otras maneras. Al final, combinar eso con la claridad es muy difícil. Hay poetas que nacen con eso, por ejemplo Cesare Pavese, ese hueón tiene esa claridad. Otros poetas tenemos otras características. Pero yo ahora ando buscando eso, claridad.
grado cero
La nitidez de las sombras
Por Matías Ávalos
El sentido se disputa en el plano del lenguaje, este tiene diversas formas de materializarse para entrar en nosotros y que junto con él, hagamos nuestro lo que tenemos indefectiblemente frente: el mundo. Lo que me interesa de este problema es la figura del que está en la otra vereda, fuera de ese mundo del que se volvió consciente a partir del ingreso al lenguaje escuchado-hablado / leído-escrito. La persona que está fuera sin haber decidido irse no es un viajero sino un exiliado. En el sentido filosófico todos lo somos, pero hay quienes lo son más: César Cabello nació en Santiago pero es [nieto de] mapuche, estudió en la Universidad de la Frontera y es autor de una obra donde se aborda, con el lenguaje como herramienta de investigación, el problema del exilio dentro del territorio; de los que por generaciones fueron obligados a prescindir de sus raíces, ignorar a sus muertos y sobre todo a perder su lengua. De “Las edades del laberinto” (2008), primer libro donde, como señala Carrasco, opera “la deconstrucción consciente que permea a partir de sus propios recursos formales e ideológicos la literatura universal” resalta la figura de las sombras: los animales, los símbolos, los familiares. En una época de claridad y luces como la nuestra, de confianza en el simulacro de la luz y los sensores, Cabello elige la baja resolución y el hermetismo de las penumbras para encontrar lo que necesita: responderse el porqué del exilio, qué lo provocó y de dónde son esas voces que hablan en una lengua que no conoce, de un dolor que intuye y ve, pero que nadie dice. Para eso, porque un poema no importa tanto por lo que dice como por lo que hace, empieza dinamitando las estructuras teológico-verbales que lo dejaron fuera, y lo hace desde adentro: “Padre Nuestro / que vienes de las sombras / y traes en tus ojos la sal de los caballos / Te pido que recortes las hojas de la higuera / y arrastres a tu pecho / las claves de mi nombre”. Ese exilio es la oportunidad de estar consigo mismo, responderse cosas. Y las respuestas son preguntas políticas: qué lugar ocupo, desde dónde encaro la realidad. La cita de Riedemann que elige para abrir la segunda parte del libro acompañará toda su obra, ejercer el “oficio de clasificar tinieblas”. En una serie animada, un duende que sale de su aldea feliz en busca de la vida real, es acogido por personas que se presentan como humildes campesinos, a la hora de agradecer la hospitalidad, pregunta sus nombres: no tenemos, dice uno de los personajes, solo somos humildes campesinos. El chiste, cínico por alumbrar un problema sin hacerse cargo, es perfecto para explicar la desmesura de nombres propios que van a aparecer durante todo el edificio fronterizo que es su obra. Pero es principalmente uno, Antonio Romano Montalbán, el que desde la mitad de “Las Edades...” capitanea junto a Cabello la escritura de este collage de literatura universal, sombras y cosmogonía intuida que serán sus tres primeros libros. Será también quien dirija la nave en “Industrias CHIle S.a” (2011, Premio de Mejores Obras Literarias inéditas CNCa), segundo libro del autor. Respondiendo a nuestra tesis [más importa lo que hace que lo que dice] ¿Qué hace Cabello con los nombres? invierte el chiste y dota de individuación a la masa, material con el que moldea todos sus libros: la masa de la memoria mapuche -y lumpen- desfetichitizada de la escritura idealizadora de Alonso de Ercilla -y el progresismo-, la masa de la urbe en la frontera, la masa de las
afueras de Santiago y los adentros del penal. Porque su obra pasa de la deconstrucción ubicada por Carrasco, a un materialismo deliberado que empieza en las últimas prosas de “Industrias...” y aparece con mayor claridad en “El País Nocturno y Enemigo” (2013, Premio de Mejores Obras Literarias inéditas CNCa) , y se acentúa en “Lumpen” (2016). Como muestra de su destreza formal, “Industrias...” está salpicada de prosas de distintos tonos que entusiasman por lo que se nos muestran, más que como un poeta, como un sólido escritor. Las Epístolas de Romano Montalbán son tratados literario-políticos a la manera de, valga la paradoja, el apasionante Sarmiento. Después, los relatos más autobiográficos, sitúan al autor en los años de formación y se preguntan cosas como “¿De qué sirve ser tantas veces mapuche, si lo único que arrastramos es un saco con huesos rotos?”. La parte en prosa ensancha esa escritura de sombras salvándola de los contras del hermetismo. La conciencia sobre la propia obra se ve en la inclusión de poemas que se repiten en los distintos libros (ejemplo: “Población y límite” empieza “El País...” y termina “Lumpen”), hace pensar en arquitectura, un ladrillo en una chimenea o en una columna, aunque sean la misma pieza, producen efectos distintos. Acá se habla siempre de otra cosa, el pro de estar fuera es mirar con detallismo de extranjero el universo material que rodea a la obra y [en esa relación sintética] que la compone. El poema no es el tema y ese es el aporte poético de Cabello, [el poema] es la herramienta más precisa en la navaja suiza del lenguaje. “El País...” es desmesurado; no hay crimen que no pueda suceder, sin embargo el exceso no es trágico ya que no hay destino. Hay desalojos pero no hay dónde van los desalojados. Hay formación pero no hay moraleja. Empezamos a vislumbrar un nuevo tipo de estrato social al cual no se lo puede leer con Marx, por más que el siguiente título sugiera esa lectura. Porque el sujeto de “Lumpen” no es el de una conciencia de clase falsa sino de una que nació “[...]detrás / de la nube del progreso”. De ahí viene, hacia dónde va es un misterio peligroso. El éxito al que aspira es también el del nombre propio, es decir, el éxito de una clase que está compuesta siempre por una persona, el éxito pos dictadura, neoliberal. La voz que alumbra lo imprevisible e imposible de pensar en términos clásicos al sujeto propuesto en “Lumpen” aparece en Marcos Camacho "Marcola", jefe de una banda carcelaria de Sao Pablo, que deja claras las diferencias entre las categorías propuestas para pensar lo marginal, y la realidad que el sistema se encargó de producir. Finalmente la sombra de sentido que intuyó en la lengua de su abuelo es retomada en “Nometulafken, al otro lado del mar” (2017), cuya trama principal, como se advierte en el interesante prólogo de Fernanda Moraga-García, “es la historia central de un balsero que se extravía en las turbulentas y sombrías aguas del «Río de las Lágrimas». Río por el que navegan [... ] los muertos mapuche hasta desembarcar en la isla o tierra de sus difuntos «al otro lado del mar”. La obra de Cabello se detiene con potencia de enciclopedista en un nombre-concepto al que ya se había hecho mención con anterioridad: se plaga el libro de notas al pie, se invita al lector a ingresar a un mundo abriendo nuevas dimensiones al hoy tan concurrido oficio de la traducción. Un libro bucle, una novela río, la poesía de Cabello sugiere todo el tiempo homogeneidad. Hay algo en las pistas que se insertan y retoman una y otra vez. Como esas películas cuya narración en varios planos generan la sensación de que podrían extenderse hasta su máxima posibilidad material, una obra completa de Cabello daría sensación de hipervínculo, de vértigo ante lo que no se agota, de Internet, de poesía.
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libres creadores
RÍO HERIDO– DANIELA CATRILEO– EDÍCOLA–67 PÁGS.
LIBRES CREADORES
e n t r e v i sta
de “todo río contIene un coraZón de engaÑoS”. No he visto llorar a mi padre La base de todos tus muertos tiene un ciclo sobre el agua. Lamer piedras para alimentarnos, volver al barro para izar banderas del cabello. Miramos el cielo que no volverá y la madre que muere en un charco aún más profundo que tus pies descalzos sobre el zanjón. Esto es el comienzo de lo que llamaremos viaje: los niños cantan en vez de llorar
Imperativo La orden fue: el animal o tú y tras apretar los dientes maldijiste a escondidas cada puto ancestro, volcán, hojarasca. Los ojos de la muerte se tornaron un famélico ladrido y una caricia a contrapelo saldó la traición. A la mañana siguiente un perro colgaba del árbol un ñachi canino, escena ingerida. Ahí entendiste que resistir era navegar hasta la orilla.
de “accIón fluVIal: InmerSIón” Frente al enemigo Escucho el ritmo de olas en su espalda saltamos un par de veces para no mojar el espacio de rocas para no llenar el blanco de días que se ahogan por el fuego. Nunca dijo que corriéramos para salvarnos. Nuestro rostro de frente ante balas. Nuestros rugidos de frente ante máquinas. Nunca fueron olas.
de “Ser IncendIo en tu cauce” La madre está en sueños, me contestó. ¿Quién es tu mamá? le pregunté. Yo, acá no soy yo. La voz también es el relato del eco. Su rostro es el mío, más no el puñado de piedras que escriben la arena. Él no tiene una foto con su número de cédula pero repite su nombre como si formara un gran dígito. Yo tengo de su madre una manta de lana que borda cada punto de sus dedos. Desde el tejido, un lenguaje que se hunde en la piel. Una poblada muerte en la última palabra que no recuerdo porque a mí no me sucedió. Las luces de la ciudad Quiero ver las luces más altas de la ciudad con esa línea delgada de noche. Habitar caminos que siguen en un hombre que ha perdido la mitad de su juventud una madre y una casa. Recorrer bares de la estación intercambiando señas y mujeres con nudillos en cada arruga de su camisa. Recuperar la mueca incansable colmar de humo mi botella. Quiero ser la temible infancia con toda la vida en sus remos. Un trozo de geografía meciendo el agua de las grietas para avanzar a la edad primitiva del hombre y su agujero. Mi cruz es el río la acequia y el pozo. Hinchado de gorriones y arbustos clavando este duelo entre mis pulmones me arrastro por el río con el pecho abierto limpiando la herida. Y si mi bautizo puede dejar los pecados en prostitutas húmedas del desierto, sumergido y solitario cabalgo en mi río de viejas historias donde estuve mientras ellos morían.
sobre
la
autora
Nace en Santiago en 1987. Integra el Colectivo Mapuche Feminista [Rangiñtulewfü]. Ha publicado los libros de poesía: “Río Herido” (2013, 2016), “Invertebrada” (2017) y el libro colectivo “Niñas con palillos” (Balmaceda Arte joven ediciones). Además, ha publicado en formato plaquettes “Cada Vigilia” (2007) y “El territorio del viaje” (2017).
Caminé en su funeral de espigas El amor al padre, el odio al padre llevar la cuenta de ancestros por orden santo no es recomendable en la juventud. Ser cinta que oscila entre cavidades de la montaña hasta tu casa. La idea y el encierro de las palabras surcos bailables en un lugar que nos guarde de los gritos y la muerte. Esta muerte caminar hasta olvidar que nadie espera. Sentir el gemido viajero de mi cordura crecer a la fuerza hasta dominar la ciudad. Imaginan la bestia del padre mientras ríen y se embriagan en soledad del cerro y su virgen. Agradable sólo por soledad y las estrellas que te gusta nombrar entre dientes de metales espesos y vino. Tantos huérfanos se te caen de los brazos perdieron el camino de vuelta. Y toda su sangre todas sus tierras una que otra bala sucede ahora. Un disparo es cosa poca. Dame tus puentes tus caletas entre ríos, entre fango. Los niños también caen muertos no sólo la madre.
libres creadores
10
grado cero
sobre
Ahora camino/ camino hacia atrás/ como descosiendo lo andado/ y todo
la
autora
Poeta y traductora. Comenzó a publicar en la década del ochenta, manteniendo una producción constante por tres décadas. Sobresalen en su producción “El hueso de la memoria” (1988), “Vagido” (1990), “El libro de los valles”(2003), “Por gracia del hombre” (2008). Ha traducido a Anne Carson, Anne Sexton y Derek Walcott, entre otros autores.
por saber que eso que avisté/ lo vi: Tablas al viento/ cenizas/ candentes sinlenguas / ellas/ las de siempre/ las ardidas/ las que tocan el cuesco/ el mondo hueso/ el ingenio ciego/ los ojos en pasmo/ y ellos/ esos aires que penden de un hilo/ esos guantes que no rozan el habla/ no palpan/ no palpan los pastos arrebolados/ las rocas hirientes/ los bosques fantasmas/ los hueros de alma/ los hueros de risa/ los mudos y las fracturas en remojo. Esas/ las que duermen en su tinte. Ayer/ ayer sin más/ tú ibas de galán. Hoy/ hoy me parpadeas con tu mirada/ me revuelcas los saberes pigmeos/ aunque no/ no conozcas de nombres/ ni de casas/ ni de ventanas engalanadas. No/ ni de cantos/ ni de sueños/ ni de frutos.
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No
Fragmentos.
ni tampoco del color entreverado en el cabello largo del afecto. Fragmento la tierra/ fragmento el viento/ las aves/ el trabajo/ los montes/ Sólo sé que ilustras
los mares.
que adornas
que ardes el ansia
Fragmento los huesos/ los cráneos equinos/ los cueros/ el ansia de
dominio.
la avidez/ el pacto
y no dejas otra cosa sino Fragmento la textura áspera/ la escritura/ la letra chica entre las rocas/ los un blanco
blanco
blanco
muy blanco.
tallados silenciosos para occisos/ los difuntos/ los verdes desaparecidos/ los que aletean entre los vivos/ los pastizales en llamas/ los que arden/
Es que incansable merodea La Pelada/ y reina el silencio/ y escenifica la muerte/ y traiciona la vida/ el canto suelto/ el latido.
los que sellan la huella con un fi erro al rojo/ los troncos que gritan/ que hablan/ que corroen un pensamiento.
Ahora/ ahora gime/ gime entre los truenos herbales/ entre ráfagas salvajes/ y es ese/ el olor a carne mojada/ el que lento se adentra/
Fragmento que señala con una mano/ con un hacha/ un rescoldo/ un cirio
duerme/ habita en tus uñas/
en la calva llanura/ en el registro desembocado/ furioso/ atrapado entre vientos y mientos/ entre las aguas de un cuanto hay.
y queda
Fragmento de un todo/ de una nada/ respiramos ahora/ respiramos mañana/ mmmmm………………../ la memoria es cansina/ el dedo es sapiente/ y hoy/ el olvido es carencia/ porque aire es el viento/ transparencia/ querella/ pedacito de algo/ mmmm……………/ y cuelga/ cuelga de esas cruces que el viento parió/ una semilla/ un ser/ una ilusión/ mmmm ……………….. de vida/ de vida hoy contenida/ trashumante mañana/ mas siempre y aún entre/ entre entres/ entre los entres de Guerra por siempre jamás.
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libres creadores
MUJER COLGANDO DE UNA CUERDA–FE ORELLANA–PORNOS –114 PÁGINAS.
FUEGO FRÍO– VERÓNICA ZONDEK– LOM–148 PÁGINAS. 3
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fragmento de “mujer colgando de una cuerda” Si hace más de quinientos años Santiago se trazó como un tablero de ajedrez, Beatriz se sentía como aquel peón que va de casilla en casilla, avanzando hacia el campo enemigo en busca de un título de que se cree merecedor, pero termina entre las piezas más terribles del tablero. En un comienzo, con el caso de Jin cerrado, la periodista consiguió cierta tranquilidad en su fuero interno. Sin embargo, a medida que el tiempo avanzó, aquella calma fue mermando al recordar que, al fin y al cabo, compartía la misma ciudad con Los Guatones. ¿Cabía una posibilidad de que supieran quién era ella? ¿Irían en su contra a manera de venganza? Ponte en su lugar, se decía, montaste todo un imperio, ganas una millonada de plata y tienes poder sobre un grupo de matones y, de la nada, una mina que ni siquiera conoces se mete en el medio y termina derrumbándote el negocio. ¿No intentarías desquitarte? Una tarde, mientras regresaba del diario, descubrió una camioneta tipo pick up estacionada en la berma, a dos cuadras de su casa. Apoyado en la puerta derecha, un gordo con pinta de coquero a mal traer se secaba el sudor de la frente con un pañuelo y miraba a lado y lado, expectante. De inmediato Beatriz pensó que era un sapo de Los Guatones, que la tenían en la mira y que le había llegado su hora. Cualquier persona, al darse cuenta de esto, hubiera dado media vuelta y huido, pero hay momentos en que se toman decisiones demasiado avezadas o demasiado estúpidas, en fin, nunca la correcta, y Beatriz, como un insecto atraído por la planta carnívora, sintió nada más el impulso de sus pies dirigiéndola a toda velocidad hacia el gordo. No podía dominarlo, solo se movía sin control. Más tarde se preguntaría qué buscaba con aquello ¿Encarar al gordo, quizás? ¿Ofrecerle combos, sin pensar que el tipo la doblaba en tamaño? Pero cuando ya estaba punto de alcanzarlo, una viejita salió del negocio a su espalda y entró, sin chistar, en la camioneta del gordo, quien se subió rápido al vehículo y se largó de ahí. Falsa alarma. Un leve temblor surgió desde lo más hondo de su pecho para luego expandirse al resto de su organismo. Sudaba frío y una comba pulsante le atacaba la parte trasera de la cabeza. Eran la paranoia y el miedo echando raíces. Partió corriendo hasta su casa, colocó cerrojo tras cerrojo en la puerta y se mantuvo en vela, con las luces encendidas durante la noche entera. Desde aquel momento, la supuesta presencia de Los Guatones se volvió un carroñero furtivo, invisible, con sus enormes alas extendidas sobrevolando su vida, o al menos eso creía Beatriz, que la vigilaban en todas partes, por su barrio, en la calle, cuando partía al diario cada mañana. Durante el día andaba por la ciudad como esperando el desastre y por la noche apenas podía pegar un ojo. Quizás los pocos instantes de calma los encontraba junto a Fabián o, siendo más específicos, mientras Fabián aplicaba en ella todo el repertorio de amarres y tensados de cuerdas que conocía. El shibari, le había explicado el fotógrafo, era una palabra japonesa que significaba, literalmente, atadura. Había nacido en ese territorio durante el siglo xv como un arte de guerra, tortura e inmovilización, que solo podía ser aplicado por samuráis, la única clase digna de hacerlo, pero a medida que pasaron los años, se fue perfeccionando y
expandiéndose hasta convertirse, ahora, en una de las prácticas eróticas más extendidas. No se trataba de amarrar porque sí, pensaba Fabián, sino que era un gesto, una forma de demostrar amor, como si lo que buscara en realidad fuera abrazar al otro, contraerlo más allá de las posibilidades del cuerpo, extendiendo sus dedos a través de las cuerdas para componer una hermosa imagen. Y es que las cuerdas definen a quien las usa, le comento Fabián a Beatriz, la primera vez que en un empezar suave, usó unas de seda roja de seis milímetros de grosor, cruzándoselas por la parte baja de los pechos hasta su espalda. La envolvió con ellas para, luego, ir tejiendo en ida y vuelta. Al final, había formado una trama triangular sobre la piel blanca de Beatriz, con dos hebras le colgaban desde los hombros que Fabián entrelazó entre las escápulas. ¿Aprieta?, preguntó el fotógrafo, teniéndola ya paralizada. Para nada.
había dejado en su piel-, bajaron los nueve pisos que mediaban entre el departamento del fotógrafo y la calle San Pablo. Era un sábado a las cuatro de la tarde. Afuera, el día estival batallaba contra unos nubarrones próximos. Avanzaron un par de metros hasta cruzar Bandera y luego descendieron por Puente en dirección sur. El centro de la ciudad se encontraba repleto de gente como si se tratara de un día de fiestas; entraban y salían masas, todas cargadas de bolsas y cajas con compras. A los diez minutos de viaje se detuvieron frente a un centro comercial: cuatro pisos de multitiendas revestidas por muros de concreto de casi cinco metros de espesor. La pareja se quedó un momento en la entrada, mirando un puesto ambulante de bisutería. De reojo frente a ellos, un tullido pedía limosna en una caja de zapatos. Estuvieron varios minutos ahí, estudiándolo: no tenía piernas y solo una de sus manos le era útil; a la otra le faltaban tres dedos, y llevaba el torso completamente desnudo. De su espalda morena emergía una joroba que parecía un volcán carnoso. Me recuerda esa película Freaks, comentó Fabián, o a cualquiera de Jodorowsky. A mí a una pintura de El Bosco, pero no me acuerdo de cuál de todas. ¡Ah, pero qué culta! Luego de ese cruce de palabras, se encogieron de hombros y entraron al centro comercial. Pidieron algo de comida rápida, se sentaron en una mesa y aprovecharon el almuerzo chatarra para conversar sobre qué hacer ahora que el tema de Jin había acabado, cómo afrontar lo de Los Guatones quienes, hasta ahora, no habían hecho ningún movimiento en contra de Beatriz –ella no había querido comentar, en parte por vergüenza, su impresión de estar constantemente siento perseguida-, y algo más cercano, en qué ocupar el resto de la tarde sabatina. Podían ir al cine o a un bar, pero luego de un largo debate no llegaron a ninguna conclusión. Para cuando salieron eran las seis de la tarde, aún quedaba sol por un par de horas y el tullido seguía en su lugar.
sobre
Y Fabián tiró de la trenza, la que comprimió los pechos de Beatriz hasta convertirlos en dos perlas enrojecidas. No se trataba de una experiencia nueva para Beatriz-durante la universidad tuvo un pololo aficionado al bondage, aunque éste no lo manejaba por completo y los resultados no eran tan agradables-, pero ahora era diferente. La presión de las cuerdas se hizo más intensa y las fibras se fueron adueñando de la piel, punzando, hiriendo un poco, haciendo que cada roce se volviera una sensación vital, una caricia del ardor. Y Beatriz, estando tan indefensa, en un estado de ingravidez ante el otro, sentía el chorro de adrenalina corriendo por la espina dorsal, un subidón que no demoraba en convertirse en un aflojo de cada músculo, olvidando el amarre, no queriendo salir jamás de ahí. Después de una sesión de shibari, que duró casi toda la noche y buena parte del día siguiente, Beatriz y Fabián se sentían agotados y muriendo de algo que llamaremos hambre post-coital. Se desperezaron en la cama –y en el caso de Beatriz, acarició las huellas que la fricción de las cuerdas
el
autor
Nace en Santiago en 1991. Recibió el Premio Roberto Bolaño en novela y el Premio de los Juegos literarios Gabriela Mistral. Es coordinador del lea (Laboratorio de Escritura de las Américas), taller literario internacional que mezcla las escrituras de países como Argentina, Bolivia y Colombia.
r e p o rta j e
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Formación escritural universitaria en Chile
¿Es posible Por Juan Francisco Urzúa
grado cero
En Chile, cientos de talleres, tanto privados, de instituciones o centros educacionales, han intentado por décadas aportar a la formación de la escritura de las nuevas generaciones. A este esfuerzo se han sumado las universidades, que han complejizado su oferta académica, incorporado a sus planes de estudios talleres, diplomados y hasta pregrados, en la búsqueda de amparar un nicho que por muchos años estuvo en el terreno de la autodidaxia. Revisamos 5 de los programas más innovadores que ofrecen las universidades chilenas, y en voz de sus alumnos, configuramos cómo se está enseñando el oficio escritural.
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r e p o rta j e
Jornada de exposición de obra, Pregrado Literatura Creativa UDP.
Jornada de Taller de Pablo Simonetti para futuros escritores.
a escribir UDP
aprender
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Finnis Terrae
literatura? Taller de Pablo Simonetti para futuros escritores
Pregrado Literatura Creativa Universidad Diego Portales
El best seller nacional Pablo Simonetti encontró en la Universidad Finis Terrae un nicho donde poder formar narradores. De manera gratuita y para todo público, se abre la convocatoria -que ya cuenta su octava versióndonde cerca de 300 personas postulan cada año, siendo seleccionado 11 talleristas. Se exhibe un récord impresionante: 16 autores publicados, 3 aceptados en postgrados de creación literaria, 1 ganador y 8 finalistas del Concurso de Cuentos de Revista Paula, 1 ganadora del Concurso Nacional de Dramaturgia, entre otros reconocimientos. En cuatro meses se busca trabajar en los talleristas “una voz narrativa única”, así también como el rigor y el respeto al oficio.
Este pregrado está cruzado por una serie de talleres de creación literaria, y es la primera universidad en Chile que dispuso una carrera formal centrada en formar escritores. Dirigido por el escritor Álvaro Bisama, buscan en 8 semestres aproximar a los alumnos a los distintos ámbitos de la creación profesional literaria, haciendo hincapié en la pedagogía, investigación, y por sobre todo en el área editorial. En este último punto reside su mayor virtud: abrir el campo de la edición a jóvenes escritores, que deben terminar su carrera haciendo su práctica en una editorial real, completando así el proceso del libro.
MÓNICA DROUILLY
Ingeniera Civil Industrial Química y Licenciada en Es(Asiste desde el tética. Narradora año 2016) y dramaturga. Ha sido merecedora de diversos reconocimientos, entre ellos, el de la xvIII Muestra Nacional de Dramaturgia, la Beca Dow Chemical y el Concurso de Cuentos de revista Paula. Es autora de “Retrovisor” (Librosdementira, 2017) y “Querido John/Take a chance on me” (Ministerio de la Cultura, 2018), además de codramaturga de “FIN” de Marabolí+Piriz. ¿Por qué decidiste asistir al taller? Siempre tuve curiosidad por la escritura, y los escritores que conocía venían principalmente de las humanidades, o tenían una especie de pedigree de escritor, por lo que me parecía atractivo venir de otro lado. Para mí fue fantástico encontrarme con gente de otras áreas, ingenieros comerciales, periodistas, enfermeras, esto hace que el background desde donde son leídos los textos sea muchísimo más amplio, y rompe la endogamia que existe en las letras nacionales. ¿Habías estado en otros talleres antes? Había estado en talleres, tomé el de Juan Radrigán el 2010 en el Teatro de la Memoria; también asistí al taller de Matías Correa justo antes del de Simonetti, el cual me pareció muy bueno; los otros
fueron talleres personales como el de Malú Urriola. Teniendo estas experiencias de taller, ¿por qué decides tomar el de Simonetti? Por varios motivos, el primero porque Pablo tenía el mismo origen que yo, la ingeniería, y aparte geográficamente me acomodaba, lo cual es importante, quería inscribirme en un taller al que pudiera asistir. El de Pablo es un taller largo, y eso me interesaba por la continuidad del trabajo. Él es muy cercano, generoso, y constantemente hace esfuerzos para que nos sintamos cómodos con su presencia. Se sale del rol de figura pública, y nos retroalimenta de sus lecturas o anécdotas, lo que generan una instancia de colaboración. No es una dictadura, sino más bien una monarquía participativa: Pablo convoca y guía, no somos completamente iguales, pero somos respetados todos. ¿Cómo trabajaban los textos? Al taller de Simonetti llegas cuando tú ya escribes, y llevas un texto para presentárselo a los compañeros, el que se lee en voz alta, y viene una sección de feedback: primero de los compañeros, luego el de Pablo. Y ahí salen cosas de distinto tipo, hay gente que se preocupa mucho de la ortografía, otros que se fijan más en la estructura, en la conformación de los personajes, algunos buscan matar los clichés. Somos un grupo de 11 personas que
comentan desde distintos flancos tu texto. El taller de Simonetti propone como objetivo el “conseguir una voz narrativa única” ¿Cómo se fomenta esto? La propuesta del taller es a no imitar escrituras, aunque se revisan lecturas de escritores connotados chilenos y del mundo, pero se valoran las voces distintas, las particularidades. Pablo nos insta a no escribir desde el lugar común, sino que tomarse un poco más de tiempo y construir desde lo particular, buscar tu propio lenguaje, tu forma. ¿Es mucha la gente que deserta? No, aunque también es un poco rotativo, porque hay gente que entró antes y se va antes, por lo que va llegando gente nueva. Es riguroso, yo no me atrevería a mandar un mamarracho de texto, porque le faltaría el respeto a mis compañeros, a Pablo, a mí misma, por lo que si voy a ir a instalarme dos horas y media en el taller, me lo voy a tomar en serio. Y ese compromiso también lo noto en los demás. Por lo general llega gente cuya preocupación por la escritura es la que predomina. Es harto trabajo.
PASCUAL BRODSKY
Hijo del escritor Roberto Brodsky y pariente de José (generación 2012) Santos González Vera. Su primer libro “Años de fascinación” (Hueders) fue publicado el año pasado, mientras se encontraba cursando el Máster en Escritura creativa de la New York University. ¿Por qué elegiste Literatura creativa como carrera en pregrado? Quería leer literatura, y tener que responder lo menos posible a evaluaciones académicas demasiado rigurosas, quería intentar tener la instancia de lectura y el cotejo de los textos en detalle, pero hacerlo con cierta libertad. Y también por cuestiones muy prácticas, no tenía que hacer la PSU de nuevo, tampoco tenía idea quién estaba haciendo clases ahí, empecé a entenderlo todo cuando ya estaba adentro. ¿Cómo era el enfoque de la carrera? Encuentro que la idea de tener en una
Taller de Creación Literaria de la Pontificia Universidad Católica escuela de literatura la posibilidad de especialización en el campo editorial me parece saludable. Es bueno que se reposicione la literatura con una potencialidad más crítica, poder inmiscuirse en el debate público, poder decir las cosas sin demasiados compromisos formales. El lugar que toma la teoría de las humanidades en general, necesita una figuración más pública, por lo que en ese sentido el enfoque editorial es bastante bueno. Por otra parte, si no hay una formación histórica, teórica, de manejo de textos, puede ser que esa proyección editorial se popee mucho, que termine al servicio del gusto del momento o de las preferencias solo de los profesores de la escuela. ¿Cómo era la relación con los profesores? Era una buena relación. Yo creo que las expectativas de profesores como Bisama, Zambra o Costamagna eran altas, quizás demasiado altas. Había compañeros que en ciertos momentos no estaban ni ahí, y uno se preguntaba por qué están acá. Si estas intoxicado en esto, no tiene mucho sentido hacerlo, si estás es porque te gusta, no porque te vas a hacer rico. Ante este panorama, creo que la disposición de los profesores era buena, y en el fondo querían que entendiéramos que uno habla desde un contexto, y dónde va a caer lo que están diciendo. Sobre todo en Bisama, había una serie de discusiones y debates que nos proponían replantearnos la tradición literaria chilena, cuestionar el canon en general, creo que esa era la complejidad que buscaban los profesores, problematizar y preguntar todo de nuevo. Esto se mezclaba muchas veces con un dejar hacer respecto a la teoría, lo cual lo volvía demasiado relajado, muy hippie.
Tú seguiste estudiando en EE.UU ¿Qué diferencia has notado con la experiencia académica que tuviste en Chile? Nunca en Chile desarrollé una noción clara sobre lo que podía hacer con la investigación académica, también porque opté por una rama más creativa. De todas maneras dudo mucho que se pueda decir que en ee.UU las investigaciones puedan ser mejores que las que se hacen en Chile, aunque se aprecia una clara precariedad en relación a los recursos. Por ejemplo, casi todos los archivos de escritores están en las universidades gringas, produciéndose una fuga intelectual hacia los centros universitarios del imperio. ¿Piensas que te ayudó a avanzar en tu idea de obra? Una de mis responsabilidades formales era escribir todas las semanas, por lo que me ayudaba a tener un mejor ritmo de escritura y producción. Tenía una relación de curiosidad con la literatura, entonces intenté dedicarle tiempo siempre. Me sirvió para soltar la mano, para mirar los textos desde un punto de vista del que va a hacerlos, del productor, y ese espacio es bueno. Me gusta compartir con gente con la que tengo en común lecturas, quizás desde puntos de vista distintos, pero me interesaba lo que estaban haciendo. Era bueno contar con personas relacionadas con la literatura, que pudieran darte visiones de lo que tu texto está haciendo. Aparte, tener talleres de escritura centrados en ejercicios formales específicos, lo encuentro muy productivo. Dar ese pie forzado es uno de los puntos fuertes de la carrera, se puede ver la artesanía de la escritura. Eso me ayudó bastante en la idea del libro.
Es el más corto de los programas reseñados, dura 37 horas pedagógicas. Cuenta con una plana fija de 5 escritores que lo dictan: Mike Wilson (Jefe del programa), Alvaro Bisama, María José Viera-Gallo, Patricio Jara y Alejandra Costamagna.
FEDERICO ZURITA
El 2012 publicó su primer libro de cuentos “El (generación 2014) asalto al universo” (Eloy). El año 2014 ganó el primer lugar del Concurso de Cuentos de Revista Paula con “Todos los pasos”, texto que comenzó a escribir mientras cursaba el Taller. Un año después publica en el mismo género “Lo insondable” (La Pollera). ¿Por qué te decidiste por el taller de PUC? Tenía la necesidad de asistir a un taller, había cursado algunos antes, como el de Zona de Contacto de El Mercurio, el de Alejandra Costamagna y a algunos informales con amigos. Estaba preparando mi tesis doctoral, y tomé el taller fundamentalmente porque creo que son una suerte de tiempo de suspensión, donde podemos opinar de modo diferente sobre la literatura, en función de conseguir un propósito específico, que es mejorar nuestra escritura. Me gusta del taller literario la posibilidad de que los pares comenten lo que uno escribe, y uno también entregar una retroalimentación. Por supuesto que quien guía el taller también es importante, y en ese sentido Alejandra Costamagna y Álvaro Bisama fueron un súper buen aporte. Pero lo central es poder hablar con otros autores que tienen proyectos, que están en tu misma etapa probando cosas, con los que puedes poner a prueba las estrategias de los textos. ¿Cómo era la metodología del taller?
Cada profesor del taller tenía un objetivo, alguno preocupado de que entendiéramos la progresión de la acción, otro de cómo se construye un personaje, otro nos proponía escribir a partir de nuestra biografía, entonces hubo en cada profesor una entrada diferente. Hacían una breve clase expositiva, para luego proponernos ejercicios, que a veces se escribían en el mismo tiempo del taller, otros los traíamos como tarea para leer entre los compañeros. El taller estaba organizado como un curso, con contenidos y con continuidad en el desarrollo de los mismos, a diferencia de los talleres. ¿Tú crees que se puede formar escritores en un taller? No, lo que yo creo es que depende de uno. No creo que un taller pueda garantizar que vas a salir como escritor, el que proponga eso está mintiendo. Depende realmente de cómo uno se tome el taller, cómo juegas con los ejercicios, asumir riesgos, enfrentarte a la crítica. Si alguien va a un taller esperando recibir solo elogios o halagos, no debería asistir. Uno debería sentir que fue exitoso en el taller cuando recibes muchas críticas, cuando te indicaron todos los errores que cometiste, eso hace que uno aprenda. Esto es como cualquier trabajo y hay que hacerlo con humildad. ¿Crees que el taller te ayudó a consolidar tu obra? Me permitió escribir sistemáticamente en un momento donde no me podía hacer
el tiempo de escribir creativamente. Me ofreció muchas herramientas, hizo identificar muchos ripios en mi escritura, y me permitió escribir el cuento con el que gané el concurso de la revista Paula ese año. Ese texto lo trabajé dentro del taller, surgió a raíz de un ejercicio en el módulo de Costamagna. A partir de la conversación con Alejandra, hay una identificación de material que podía ser desarrollado, y ella me recomendó escribir sobre eso. De ahí hay un ejercicio personal, donde cobraron sentido las recomendaciones, y es donde uno se da cuenta que los textos no se escriben de una, sino que forman parte de un proceso, donde vas escribiendo y desechado lo que no sirve. Darse cuenta de eso es un proceso muy bonito. ¿Existía un rigor entre los talleristas en relación al trabajo que se encomendaba? Había diferencias de nivel, ya que no todos se dedicaban a escribir, había personas provenientes de otras áreas, pero sí recuerdo que era una generación bastante entusiasta. No creo que todos vayan a terminar publicando, pero todos trabajaban. ¿Qué crees que fue lo más importante que te entregó el Taller de Creación Literaria de la PUC? Creo que algo importante del taller es poder estar, en poco tiempo, con cinco miradas diferentes sobre la escritura, guiando los módulos. Porque eso permite que a la hora de escribir en cada módulo nos concentremos en diferentes aspectos y podamos tener una suerte de visión tridimensional de la estructura del cuento.
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Diplomado en Escritura Creativa de la Universidad Diego Portales Desde el año 2016, la Universidad Diego Portales (UDP) dicta este programa, orientado a desarrollar las herramientas necesarias para poder publicar un libro. Dura 6 meses (180 horas). Se trabaja junto a un tutor la idea de libro; este es quizás su mayor atractivo, ya que detrás de estas tutorías hay escritores de la talla de Roberto Merino o Patricio Jara.
SOFÍA VAISMAN
Estudió Licenciatura en Música con mención en composición (generación 2016) en la PUC. Publicó su primer libro de poemas: “Pasillos de tiempos precoces” (Planeta de Papel, 2015) sin pasar por un taller literario. El segundo, “No le pongamos nombre a lo nuestro” (Puntos Suspensivos, 2018), lo trabajó en el Diplomado. ¿Por qué decidiste cursar el diplomado de la UDP? Fue un poco fortuito, siempre había estado escribiendo, y había salido del pregrado de mi universidad. Así que como tenía tiempo decidí hacerlo, y me pareció atractivo dado que existía la posibilidad que nos hiciera cases Raúl Zurita, lo cual nunca sucedió, fue una carnada, aunque dio el discurso de graduación. Creo que en un diplomado, y en general en el contexto académico, hay mucho de lobby más que
Es el primero de esta naturaleza realizado en provincia y ofrece una variedad de módulos que imparten distintos Por Daniel Tapia profesores, los que abarcan la mayoría de las disciplinas del arte de la escritura: poesía, narrativa, guión, dramaturgia, ensayo; te entregan aportes teóricos y técnicos que pueden ser muy nutritivos si los sabes aprovechar y no entras en la trampa del ego del escritor. En total son 84 horas pedagógicas y las clases son los días sábado, de mayo a noviembre. Las sesiones son en el Instituto de Artes de la PUCv en Viña del Mar. En un largo mesón nos sentamos todos con la profesora o profesor en la cabecera. Las clases son de exposición teórica en el primer bloque. Nos encargan lecturas de textos para la casa y los abordamos en la clase. El segundo bloque es de trabajo práctico, cada estudiante lee sus trabajos esperando devoluciones por parte del maestro o maestra, además de las de los compañeros. En la sala tenemos té, café y galletas para estar a gusto. He tenido o tendré profesoras como Cynthia Rimsky, Alejandra Costamagna, Macarena García Moggia y Sara Cordón; y profesores como Enrique Winter, Javier Zoro, Virgilio Rodríguez y Luis Barrales. Escritoras y escritores reconocidos, reconocibles y que además conducen sus propios talleres o trabajan en otros diplomados o carreras similares en otras instituciones.
de calidad. También existe un fin práctico, donde por haberlo cursado, puedo incluirlo en el Fondo del Libro, donde puede pesar el contar con un diplomado de la UDP. ¿Cómo es la estructura del plan de estudios? Está dividido en dos partes, los primeros tres meses son módulos electivos donde se ve un poco de todo, por ejemplo, tienes un módulo de escritura no ficción dictado por Rafael Gumucio, poesía contemporánea chilena, Patricio Jara te hace un apartado de narrativa, entre otros ramos. Los otros tres meses te toma un tutor designado de acuerdo a tu proyecto, que en mi caso fue Roberto Merino, y que está a cargo de supervisar tu trabajo escritural junto con dos compañeros. ¿Cómo es el trabajo de los textos? Va a depender de cada profesor, hay profesores más metódicos como Kurt Folch, que va a poner un poema en el proyector y propondrá leerlo todos juntos, pidiendo opiniones, para luego hacer un comentario del texto. Después tienes otros como Zambra, que llega hablando solamente, y reparte unos cuentos que tiene impresos, lees dos de los 10 que trajo y comenta. Casi siempre era la misma dinámica, leer en voz alta y recibir comentarios. El trabajo de escritura es clase a clase, los profesores exponen un escritor o corriente, y dan de tarea trabajar un texto en ese estilo, los que serán comentados la clase siguiente. La idea es que logremos producir textos variados. ¿Qué tan importantes son los tutores? De partida, el coordinador (Kurt Folch) es súper atento y muestra curiosidad por tu trabajo, va a depender de quien te toque. En mi caso, Merino fue bastante preocupado, pero no sé si esto será así siempre.
PUCV
TESTIMONIO: DIPLOMADO EN ESCRITURA CREATIVA PUCV
grado cero
Generación 2016, Diplomado Escritura Creativa PUCV.
Un diplomado te reúne con personas que tienen diversas expectativas con respecto a su propia escritura, ya que “el diplomado de eSCRITURa CReaTIva está dirigido a escritores potenciales, aficionados, emergentes o profesionales, además de estudiantes y licenciados en literatura, periodismo, historia, filosofía, psicología, arte, áreas afines y todos quienes posean un entusiasmo por la escritura junto con un dominio básico de la misma”, por lo que tengo compañeras que son profesoras, ingenieras o artistas visuales; y compañeros que son abogados,
periodistas y como la excepción hace la regla, hay un matemático. Un abanico bastante amplio de personas, la mayoría no familiarizada con la práctica de la escritura, lo que implica que los módulos sean niveladores, por lo que varios de ellos entregan herramientas y contenidos básicos que he repasado por haberlas aprendido en otros talleres. Los módulos de las áreas en las que no tengo dominio me han servido para familiarizarme con lecturas de esos géneros que me son más esquivos por interés. Escribir en un género donde no te sientes cómodo es un
¿Cómo se trabajaba el rigor? Mira, todos los que entramos salimos del diplomado, porque académicamente no era muy exigente, de hecho nunca recibí una evaluación hasta que me gradué. Nos pedían tareas y uno las entregaba, pero no existía una preocupación sobre cómo nos estaba yendo con mis compañeros. Una de las características fundamentales del diplomado es que se trabaja una obra ¿Te ayudó a consolidar la idea de libro que tenías? Si, de todas maneras. Entré con un bosquejo de libro, que no sabía bien para donde iba, y durante el diplomado encontré su médula. De todos modos depende de cada proyecto, pero en mi caso me hizo germinar una idea, un método, pero nada tan específico, sino que en el transcurso apareció el libro. ¿Crees que sirve académica o laboralmente contar con un Diplomado en Escritura Creativa? Laboralmente de ninguna manera, te sirve igual que tener un título de músico. Yo creo que más sirve en tu carrera de escritor o académicamente, ya que te entrega una cierta bibliografía, una estructura. Que haya algo un poco más cuadrado, un programa de estudio, sirve para ponernos de acuerdo sobre qué textos vamos a tomar en serio y cuáles no. Es necesario ir definiendo líneas para conocer los movimientos, para no pensar que estamos inventando la pólvora. El diplomado tiene un valor, el cual no es bajo ¿crees que esto elitiza el espacio? Sí, pero no creo que sea un problema propio del diplomado de la UDP, la educación es un espacio elitista en nuestro país. Creo que los mueve un fin comercial, hacen su pega y cobran por un servicio.
desafío a cumplir, pero creo que harían falta más horas de trabajo de taller en este diplomado, ya que cada proceso ha quedado corto de tiempo. En ese sentido es ambicioso pasar por todos los géneros escriturales que cubre el programa de estudios. Se tendrían que ampliar las horas o reducir los módulos, pero es importante que los docentes los culminen sin apuros. Se supone que para el fin del diplomado cada asistente debe tener terminado su proyecto de obra, una obra de cualquiera de los géneros que son estudiados y de la extensión que sea. Comparado con otros similares, es el más barato, hecho por el cual incluso viajan personas desde Santiago para asistir a clases. Eso no significa que el hecho de estudiar ahí no me haga un poco de ruido: pero es real que tener algunos maestros que te enseñan una vuelta de tuerca o que te muestran la simpleza o a leer con atención es algo que se da solo en estas instancias tallerísticas. Por eso es negativo cuando hay complacencia por parte de los profesores con los textos de los estudiantes. Y, por el contrario, es enriquecedor que el tutor o tutora te haga ver claramente tus errores y te sugiera cómo llegar a lo que quieres, obtener una enseñanza de un sensei. Son buenos los que “pegan”. Me gustaría hacer un taller más largo con Cynthia Rimsky. Nos tuvo contra las cuerdas y nos dio varias lecciones. También aproveché las clases de Alejandra Costamagna. Ambas en narrativa, que es un terreno que he explorado poco. Tengo expectativas de aprender buenas cosas con Macarena García y Luis Barrales.
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i n i c i c i at i vas
l a j o Y I ta c a r t o n e r a
VOLVIENDO EL CARTÓN UN OBJETO DE ARTE Las editoriales cartoneras –invento argentino en respuesta al corralito el año 2003- han proliferado en Chile la última década, solucionando el problema material y económico que plantea la publicación de libros. La Joyita Cartonera ha asumido esta labor con rigor, concentrándose primordialmente en la encuadernación, técnica que le ha hecho destacar entre sus pares, así también como su preocupado catálogo, que incluye autores de la talla de Gonzalo Millán, Elvira Hernández o Malú Urriola. Conversamos con su editora general, Elizabeth Cárdenas, quien nos contó cómo han sido estos cuatro años entre sueños, política y cartones.
¿
Cómo nace la idea de tener una editorial cartonera? Desde comienzos de los años 2000. Participé en diversos grupos literarios, con los cuales realicé trabajo de edición y publicación en revistas independientes. Publiqué mi primer poemario hecho 100% a mano por Calafate Cartonera, llamado “En la boca del lobo” (2013), y desde ahí decidí iniciar mi propia editorial cartonera desde cero. El equipo de La Joyita Cartonera está actualmente integrado por la doctora Bárbara Fernández, prologadora y académica (en Escocia) y yo en Chile. Además de la edición, me encargo del concepto del libro, de la diagramación, y de confeccionar los ejemplares. Contamos con el apoyo de María Elena Monsalve, revisora de estilo, cuentista y encuadernadora. Nuestros colaboradores, como ilustradores o ayudantes en el taller, provienen de otras cartoneras, o son participantes de nuestros talleres. ¿Cuáles fueron sus referentes cartoneros? Nuestros referentes y de quienes aprendimos el oficio cartonero son las editoriales chilenas Calafate Cartonera (que ya no trabaja), Opalina Cartonera (en Valparaíso), Loquita Cartonera (Santiago). De todos ellos hemos aprendido el oficio de encuadernación, grabado, libro de artista y con ellos compartimos el amor por los libros.
¿Cómo seleccionan su catálogo y trabajan la edición? Durante los cuatro años que hemos estado trabajando, hemos publicado obras mayormente de mujeres, emergentes y también consagradas. Nos ha interesado incluir en nuestro catálogo obras que fueron publicadas durante la dictadura, y que pensamos son atemporales y de un gran valor; obras que hablan sobre memoria, sobre derechos humanos. Es por este motivo que contamos en nuestro catálogo con “Bobby Sands desfallece en el muro” de Carmen Berenguer, y “La Ciudad” de Gonzalo Millán, libros de gran potencia y que circularon durante la dictadura de manera clandestina o fueron publicadas en el exterior antes que en Chile. Nuestra publicación más reciente es “La Bandera de Chile” de Elvira Hernández, poemario que presentamos en junio pasado junto a la poeta, en la Embajada de Chile en Londres y en The University of Edinburgh, en Escocia. Este es el segundo libro que publicamos con Elvira Hernández, siendo el primero un poema inédito llamado “Santiago Rabia”, que se publicó en 2016. Nuestra relación con esta poeta ha generado mucho interés en el mundo cartonero, sobre todo porque ella tuvo noticias del Premio Neruda mientras lanzábamos esta versión de “La Bandera…” en la Universidad de Edimburgo. El tema se ha comenzado a internacionalizar bastante y la Joyita en este momento tiene un rol central, del cual estamos muy orgullosas y felices. Actualmente estamos trabajando en “Piedras Rodantes” de Malú Urriola, y “Uranio” de Marina Arrate, los cuales también llevarán prólogos críticos de Bárbara Fernández, quien estudió a estas autoras como parte de su tesis doctoral en Edimburgo. Cuéntennos el proceso de producción de sus libros Nuestro proceso se lleva a cabo con la
ayuda de varios colaboradores entre ellos ilustradores, personas que ayudan en la encuadernación, gente que nos apoya recolectando cartón, etc. En cuanto a la producción de ejemplares, la cantidad de libros varía entre 50 y 100. Los libros están encuadernados a mano, y las tapas tienen arte de portada que suele ser collage y stencil. Solíamos dejar nuestros libros en ciertas librerías que daban un respeto a nuestro trabajo, pero esto no ha funcionado porque se han ido quedando con los libros y, en definitiva, nunca nos pagan los ejemplares que entregamos. Por esta razón es que lo que hacemos ahora es venderlos personalmente (vía redes sociales), en ferias y en las presentaciones. Ustedes también desarrollan talleres de encuadernación ¿cómo ha sido esta experiencia? Es bastante linda la experiencia de taller. Muchas veces participan personas que están trabajando en círculos literarios en comunas de Santiago. En las comunas periféricas donde hay bastante actividad de autopublicación y escritura. Van profesores, o gente que quiere aprender a encuadernar para ganar un poco de dinero. Hemos hecho talleres de libro en formato pequeño orientado a educadores, padres o personas que quieren facilitar / acompañar a los niños en el tema de lectura. Lo que hacemos en los talleres es enseñar a las personas a usar el cartón, cómo preparar la publicación o lo que va a ir dentro de esta tapa. Les enseñamos costuras para unir la tapa con el libro, y también hacemos una lectura de la obra, hablamos de su autor/autora y hablamos sobre el contexto en el cual la obra fue escrita y publicada. Muchas veces hemos hecho talleres gratis incluyendo todos los materiales, pero hay gente que no lo valora. Se inscriben y no llegan, lo que impide que alguien más tenga acceso a ese cupo. Es un
tema de cultura, al parecer. Si es gratis, no se valora. ¿Cómo ven el panorama de la encuadernación artesanal en Chile? Hay mucha gente haciendo encuadernación artesanal hoy en día. Hay gente que hace cosas bellísimas, perfectas, hay artesanos produciendo herramientas a buen precio y puedes encontrarlas sin tener que mandar a comprar fuera. Hay gente que está trabajando hasta en restauración. Hay bastantes artesanos fabricando papeles maravillosos (marmolados) que podemos usar en nuestras publicaciones, hay algunos lugares donde puedes comprar papel y mandar a cortarlo al tamaño adecuado, pero todavía son escasos. Estamos en vías de desarrollo en comparación con las cosas que están haciendo en Argentina, donde producen libros que pueden ser disfrutados como objeto libro y ser leídos, sin embargo, hay cosas lindas como la que hizo la Universidad de Valparaíso. He visto bastante mini talleres haciendo publicaciones para niños cuyos formatos están más en la línea de Bruno Munari, que son un desafío total, pero estamos en esa dirección. ¿Se puede subsistir de un proyecto cartonero? Solemos decir que los trabajos oficiales son los que pagan las cuentas y nos permiten viajar y conocer. Nuestro trabajo en la editorial es nuestro segundo trabajo y es el oficio que nos ha permitido desarrollar el pensamiento crítico, de curatoría, de libro de artista, de ilustración. Nos ha permitido conocer personas muy diversas, nos ha dado la oportunidad de conocer a nuestros poetas, a nuestros ídolos, trabajar con ellos, compartir con equipos que colaboran, donan su trabajo por algo -como diría Elvira Hernández- utópico. Pensamos que en algún momento llegaremos a este punto donde dejaremos esos trabajos “oficiales” para dedicarnos de lleno a este trabajo que nos alimenta el alma. La Joyita Cartonera
r e p o rta j e
Ejemplar de "La Bandera de Chile" de Elvira Hernández.
octubre • 2018
grado cero
16
PERDIDOS LEYENDO TRADUCCIONES
Guadalupe Santa Cruz (1952-2015): encender las palabras Por Cristóbal Gaete
U
na mujer viaja en un auto por los bordes del mapa de la Iv Región, atraviesa caminos de tierra, extiende con su movimiento el territorio de lo conocido, el de los hitos urbanos. En esos lugares nunca ha habido una escritora antes, nadie los ha escrito alguna vez, sí, quizá, apareció alguien en alguna volada antropológica, el producto ideal para un FONDaRT. Son pueblos, comunidades, casi; vive un puñado de personas en cada localidad. Andacollo, Pichasca, Los Choros. Las personas hablan con la desconocida, quizá es primera vez que les preguntan algo, que registran sus nombres. “Quebrada” (Francisco Zeguers, 2007), es lo que construye con ese viaje Guadalupe Santa Cruz, una impresionante mezcla de testimonio convertido en literatura, estampa de viaje y grabados capaces de configurar una nueva textura, una nueva huella de su viaje. En la desaparición del tránsito encuentra otra cosa, otra pérdida, como en Carrizal Bajo; pero sobre todo, construye un escenario eterno e indómito, nuestro propio Far West invisible para los que persiguen vaqueros por descampados gringos en sus sueños: “En todos los valles hay un hijo que recuerda al padre que fuera hijo del poder y la vergüenza. A la vista de los valles transversales que traen agua frondosa y van a dar al mar, a los confluentes, a algún lago que borra las pistas del trecho recorrido, los padres, cuando aún se hallan vivos, se desperezan. Se despiertan de la siesta, de la enfermedad o del olvido y les dicen a sus herederos y herederas que ellos no recibieron nada, así como ellos, sus descendientes, no recibirán nada. Ni siquiera el nombre, el pago del nombre. Los descendientes de los descendientes, que no han recibido nada, lo saben”. Lo sabemos. Como también sabemos que la literatura es un oficio tan prolijo como el grabado. También, que nadie reconoce a nadie en este descampado, y si esta lectura se me hubiera revelado antes, podría llenar esta página de elementos personales. No importa; la literatura no tiene tiempo, siempre está esperando. Las fotos de internet enmarañan el pelo de la autora, como los pensamientos o los tránsitos en el mapa de su cabeza. O las lenguas inglesa y francesa que cruzaron su formación y su trabajo de traductora. Mapas, tiempos, cabeza, lenguaje. La pulsión por los mapas ya había sido sintetizada en “Cita capital” (Cuarto Propio, 1992), su segunda novela. Si hoy leemos proyectos como el de Sergio Chejfec con la boca abierta, volver al acervo de esta autora podría abrirnos los ojos a búsquedas nacionales, como lo es también la de
“Las calles que transitamos y las páginas que escribimos en Santiago pertenecen a una ciudad desmembrada. Por ello, tal vez, nuestros cuerpos y nuestras plumas viven este obsesivo afán de levantarle mapas, estos repetidos intentos de ofrecerle itinerarios (de hacerse puente de carne), de componerle atajos con la argamasa de las palabras (de hacerse texto con ella)”. De “La ciudad archipiélago”
Gustavo Boldrini (“Longotoma”; a él le dedica “Quebradas”). Ella esta vez elige un territorio per se antagónico, Santiago, capital que ya no pertenece al relato hecho por José Donoso o a los autores marginales. No podía pertenecer a ellos, sino solo a sí misma y a su extrañamiento, como obra sumamente moderna en el contexto de la narrativa nacional. Es un elemento que constituye la escritura desde sus comienzos, si atendemos la siguiente cita del crítico Rodrigo Pinto al debut (“Salir”, 1989): “La autora desdeña aquellos recursos que constituyen la armadura tradicional de una novela o más bien los sumerge bajo un tejido verbal que se articula desde la subjetividad del narrador” (Apsi, 1989). Hay varios puntos más que desarrolla Pinto que adscribe este lector, el perfil biográfico del autor exiliado, el lenguaje poético. Pero hay algo más, una transferencia, una empatía, algo en que la lengua es una herramienta; refundar la habitabilidad de la ciudad. Santa Cruz, encuentra palabras para convertirla en un territorio nuevo. Y cualquier refundación implica también un caos. Santa Cruz deconstruye el mapa y la novela para convertirla en un verdadero puzzle de la experiencia capitalina. La copia que conseguí en la biblioteca pública cercana, está totalmente deshecha; de poder sacudir sus páginas, jamás podría volver a armar el libro sin ayuda de su numeración. “Desde una visión aérea, la forma ovalada del Hipódromo constituye un quiebre en la morfología de Santiago, una superficie respiratoria, como piscina para el ojo. Se espejea hacia el sur, casi simétricamente, con aquella del Club Hípico. En una, los caballos corren sobre la
tierra, en la otra lo hacen sobre el pasto. Las carreras se llevan a cabo en el Club Hípico siguiendo el sentido de las agujas de un reloj, en el Hipódromo lo hacen en el sentido inverso, contra el tiempo”. Piscina, ojo. Toma elementos disímiles que en su fricción constituyen una literatura que hace poesía más allá de ser prosa o ensayo. Ella lo explica mejor en una entrevista: “Así como cuando hago grabados, considero a las palabras como materiales con los que trabajar. Y hay palabras brillantes, impermeables, porosas y sensuales. Me interesa esta posibilidad de invitar a las personas a poner atención en las palabras cotidianas. Me gusta poner las palabras en choque y crear un lenguaje innovador. Una palabra puede encender una persona o puede apagarla”. Vuelvo por tercera vez a enumerar, esta vez editoriales que la publicaron: Cuarto Propio, Lom, Franciszo Zeguers, Sangría, Alquimia, Cuadro de Tiza. Todos proyectos independientes, varios de ellos con una política de género clara. La solapa de la contraportada de “Cita Capital” enumera muchas escritoras y sus obras. Allá está Guadalupe Santa Cruz. No es un lugar
tan lejano como parece. Después de caminar por todas las librerías de mi ciudad, rebotar y pensarla como una desconocida, fui a la biblioteca y algo cayó de forma insondable en el mapa de mi propio barrio. Decisiones como las de Sangría -digitalizar parte importante del libro- permite accesibilidad al material de la compilación de ensayos “Lo que vibra por las superficies” (2013), a la que robamos una reflexión que brilla también para sí misma: “O la bella velocidad de algunas obras escritas a destiempo en tiempos pasados, que nos alcanzan recién o de nuevo hoy: las de María Carolina Geel, las de Marta Brunet (como tantas otras obras de escritoras), las de Juan Emar”. Una amiga me dijo una vez que con las escritoras que se juntaba pensaban que los hombres dejaban pasar a una para dejar a las demás detrás de la puerta. Cuando imagino esa puerta debe ser de las pesadas, que se cierran con vehemencia y tienen fierros arriba. Quizá no sea dejarlas pasar, sino a entrar allí, o dejar de pensar en el autor como figura unívoca. Eltit nunca estuvo sola. Santa Cruz no estuvo sola. Zondek no estuvo sola. Leamos.