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Qué es para mí ser lesbiana? – Marta Márquez

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Créditos

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¿QUÉ ES PARA MÍ SER LESBIANA?

Siempre me creí muy lista. Siempre estaba segura de que sabía lo que hacía, lo que quería. Porque la infancia te regala el desconocimiento y un horizonte lejano para aprender y la juventud la terquedad y la embargo, todo aquello no era más que el reflejo de la sociedad que tenía alrededor. Porque, realmente, el mundo en el que yo vivía era muy poco inclusivo y muy poco de mostrar que había algo más que una vida heterosexual, con hipoteca, boda, coche e hijos de por medio. Tonta de mí, creía que eso me daría la felicidad. Y lo quería todo más pronto que tarde. Visto desde la lejanía suena todo un poco obtuso, la verdad. Y no es que yo culpe a mi familia por ser eso lo que me enseñó sin darme otras alternativas, no. Mi madre siempre me animó a estudiar y a no depender de nadie y mi padre a creer en mí misma y a que con mi esfuerzo puedo conseguir todo lo que me proponga. Entonces, pensaréis que soy estúpida. Teniendo a dos personas que me dejaron crecer las alas y las raíces cómo podía yo, siendo rebelde como era, no querer explorar el mundo un poquito más. La respuesta: mi profunda creencia en el amor romántico. Nunca jamás en los primeros veinticinco años de mi vida había pensado en la palabra lesbiana ni en lo que ello significaba. Mi abuela alguna vez hablaba de algunas “lesbianas f a m o s a s ” armarizadas con un tono bastante despectivo, y solo recuerdo que me molestaban esos comentarios porque atacaban a personas que, a mi juicio, eran inocentes de culpa alguna; creía que su comentario

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necedad de quien practica la todología*. Sin era injusto y la injusticia siempre me ha sobrepasado. Así me gané el mote (de esta misma abuela) de “abogada de pleitos pobres”. En mi colegio nunca me hablaron de las lesbianas, tampoco en el instituto. Ninguna amiga mía, amiga de amiga o conocida era lesbiana, o bisexual. Los gais tampoco estaban a mi alrededor, ni para bien ni para mal. Nada. Silencio. Desconocimiento. Desinformación. Desinterés. ¿Por qué nunca tuve esa curiosidad? ¿Quizá fuese por la falta de referentes positivos? ¿Referentes, al menos? Quizá no te lo creas, tampoco es importante que lo hagas, pero ser lesbiana, reconocerme lesbiana, ante la vida y el mundo, mi mundo, me hace seguir adelante. Cuando creo que todo es un asco, que el ser humano no se merece el tiempo que gasto en tratar de mejorar siquiera un poquito la situación de las personas LGTBI, cuando siento que estoy perdida y que mi vida no es ni un poco parecida a lo que yo pensaba que sería, entonces me reúno con mis compañeras activistas: gais, lesbianas, bisexuales, trans y resto de subversivas y me acuerdo del porqué hago lo que hago y vivo como vivo. Es una fuerza interior que te hace seguir y luchar por quien eres; y eso solo aparece cuando tienes algo por lo que luchar, cuando vives (te hacen vivir) en un submundo en el que ser de una forma u otra

hace que tengas o no tengas derechos. Ser lesbiana me ha hecho abrir unos ojos que no sabía que tenía. Unos ojos que están dentro de una misma, que sirven para detectar injusticias, para ver una verdad invisible para el común de los mortales. Ser lesbiana es reconocer al resto de mujeres como iguales, como parte de una comunidad unida por un lazo que no se puede ver, eso a lo que llaman sororidad y que tanto está costando. Esto es lo más parecido a una autobiografía. No es una opinión personal, es mi misma vida. Ser lesbiana para mí significa saber que no siempre a una mujer, ser lesbiana, le supuso lo mismo que a mí. Que en pleno siglo XXI hay tantas formas de ser lesbiana como lesbianas existen y que, de alguna forma, tengo que sentirme afortunada porque aquí, con mayor o menor dificultad, puedo expresarme tal y como soy, vestirme tal y como lo siento, expresar mi identidad y mi orientación al gusto. Pero ser lesbiana también debería de ser, y al menos para mí lo es, saber que ser lesbiana no debió de ser nada parecido a esto en siglos anteriores. Es posible que para las Damas de Llangollen, Anne Lister, Jane Pirie, Marie Equi, Radclyffe Hall, para Marcela y Elisa no significase algo así. Es posible incluso que ni siquiera para la mismísima Natalie Clifford Barney, que vivió en pleno siglo XX, fuese lo mismo que para mí. Me pregunto cómo era vivir siendo lesbiana antes del siglo XXI. Pero no un leer su historia y saber que muchas las pasaron canutas sino saberlo realmente; vivir en la Europa del siglo XIX (me pierde la época Victoriana), o en los Estados Unidos del siglo XVIII y poder comprobar in situ cuán fácil era perder la cabeza, literalmente, desterrada, repudiada familiar y socialmente y, aun así, ir con ella bien alta queriendo cambiar el mundo. Gracias a mujeres como ellas, y otras muchas, el mundo ha ido entendiendo que las mujeres tienen deseo sexual y que lo que se conocía como “amistad romántica” y te permitía tener ciertos acercamientos más íntimos a otras mujeres ha dejado paso a la lucha colectiva por unos derechos que nos pertenecen como seres que habitan este planeta. ¿Qué pensaría Natalie de mí? ¿Qué pensaría sobre la lucha de las mujeres lesbianas y bisexuales del siglo XXI? ¿Estaría la Amazona satisfecha con nuestra rebeldía o creería que hemos caído en un aburguesamiento promovido por una ficticia igualdad? De cualquier forma, si de algo nos tiene que servir el legado de esta gran dama es el apoyo que siempre dio a mujeres (y algunos hombres) que trataban de encontrar un lugar para expresar su arte. Demostró, en los primeros años del siglo XX y durante toda su vida, que la sororidad existía desde antes que tuviese un nombre o una definición en el diccionario. Y es que Natalie, como muchas de mis compañeras de lucha, creía que su posición de mujer privilegiada –porque tenía mucha pasta e influencia– tenía que verse reflejada en algo más que hacer fiestas y pasarlo genial. Desde luego, si hay un espejo en el que mirarse ese debería ser el de grandes mujeres como las que se dejaron la piel para hacer que la palabra lesbiana se escuchase, se entendiese y se aceptase. Obviamente, ellas comenzaron un trabajo que aún no termina y debemos ser nosotras quienes, desde nuestras posiciones y posibilidades, continuemos avanzando, unidas si es posible, hasta una verdadera igualdad. Para resumir, ser lesbiana –para mí– es un posicionamiento político, una forma de entender el mundo y, al fin y al cabo, una manera de vivir. Es la satisfacción de saber que ahora sé quién soy.

Soy Marta Márquez y en un intento de dedicarme a lo que me hace feliz, soy activista por los derechos de las personas LGTBI, escritora de relatos, de artículos, de algún que otro guión de cortometrajes y soñadora de una novela que lleva en mi mente demasiado tiempo. Presidenta de Galehi, Asociación de familias LGTBI y representante LGTBI en el Consejo de Atención a la Infancia y Adolescencia de la Comunidad de Madrid, del Consejo de Familias también de la CAM) y redactora de medios LGTBI desde hace más de diez años. Apasionada por el saber, cada vez me doy cuenta de que sé menos y eso me frustra y me ilusiona a partes iguales. Deconstruida y vuelta a construir una y otra vez. IG: @edea TW: @marta_lakme

Agustina Casot es lesbiana, autora integral de historietas, ilustradora y organizadora de ¡Vamos las pibas! festival de autorxs de historieta en la ciudad de Buenos Aires. Facebook e instagram: @agustinahistorietas Twitter: @agushistorietas https://agustinacasot.myportfolio.com/

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