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M de Memoria y D de Dignidad, por Óscar Hernández-Campano

Mal vamos si olvidamos ese cuento tan bonito e ilustrativo que explica lo que somos y de dónde venimos. La muchachada de hoy -y otros no tan jóvenes- no recuerda al viejo tirano que tenía querencia por los nudos, tal vez por ser oriundo de tierras marineras. No saben lo del joven y apuesto príncipe, ungido por

el emperador, y que -dicen- lo engañó para transformar el reino, aunque yo creo que nos engañó a todos. Brumosa memoria queda del moderno Prometeo que desde Moncloa robó el fuego del poder a los dioses y lo entregó, descafeinado, a los súbditos. Estos, agradecidos, entonaron alegres canciones que, sin ira, hablaban de libertad. Se perdió el recuerdo del gran pacto, de aquella suerte de 'Comunidad del anillo' de la que formaron parte, hermanados, desde esbirros del imperio hasta los de la hoz y el martillo, que renunciaron a la hoz, al martillo, al himno, a la bandera e hincaron la rodilla ante el entronizado príncipe. Sí, aquellos eran estadistas a los que dieron a elegir entre susto o muerte. Apenas queda memoria del gran funambulista que enterró en Suresnes el alma de sus antecesores en el cargo en un cofre de plomo. Junto a aquellas ánimas guardó la tricolor y los valores marxistas. Bonito cuento, sin duda.

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Todo se olvida, todo se disipa en las brumas del pasado. Tampoco parece estar en la mente de tantos el sufrimiento de los llamados con mil nombres, como si fuésemos ángeles caídos. Aquellos de Sodoma o de Urano, epénticos o sarasas, practicantes de lo nefando, maricas, bollos, travelos, todos indignos. Siglos de persecución, condena y marginación, de desprecio, violencia y tortura, inmemorial dolor que la memoria colectiva desmemoriada se empeña en banalizar. La trituradora sistémica, llamada economía de mercado, lo succiona todo,

Manifestación del Orgullo LGTB, el pasado junio, en Murcia ALFONSO DURÁN

compitiendo con los mismísimos agujeros negros. Primero, mientras sirvió a los gestores de la fe, nos condenaba; luego, cuando voló libre por todo el globo y sin ataduras legales o morales, vio potencial económico y nos absorbió. Nuestra realidad debía domesticarse y las palabras aún duelen, así que cambiémoslas por siglas. Total, llevábamos siglos sin atrevernos a decir nuestro nombre. Ni Urano, ni Sodoma, ni léxico positivista. Letras, muchas, variadas e integradoras, para desintegrarnos, para que las use el mundo con normalidad escondiendo lo que de verdad sigue doliendo o molestando. Hola, soy LGTBI. Y los ojos se abren como platos, como si dijéramos: soy del FBI. Nunca me ha convencido tanta letra porque cubre otras palabras: gay, lesbiana, trans, bisexual, intersexual, y todas las que el argot de turno haya inventado. A veces creo que nos regalaron unas letras para esconder lo que molesta. Nos asimilaron. Nos unimos al rito y contrato del matrimonio, a la construcción de la familia tradicional con un toque de color, a la hipoteca compartida, al préstamo del coche y al apartamento en Benidorm. Comemos con los suegros y votamos a uno u otro. Somos ellos.

El viejo emperador ríe en su cripta, esté donde esté. Sus nudos aguantan. Lo vemos a diario. Sus instituciones remozadas son robustas. Y los LGTBI, en esta lucha sin cuartel por el derecho a ser como somos, decidimos abrazar el pack de bienvenida a este modelo de civilización. Es comprensible. También tuvimos que elegir entre susto o muerte. Pero el susto comportaba una senilidad despiadada. Porque ya no es cuestión de amnistías, reconciliaciones o miradas hacia el futuro sin rencores, juntos, como hermanos, que decía la canción. De lo que se trata es de dignidad. El pride debería haberse traducido como dignidad. Los enfrentamientos con la policía y las manifestaciones exigían ser conmemorados con dignidad y respeto, como seres humanos con derechos. Sin embargo, se optó por la palabra orgullo. La elección no es baladí. El sentimiento de orgullo es individualista, exige consumir en igualdad y es cómplice del olvido. La dignidad, en cambio, recuerda, exige ser en igualdad y reivindica la memoria de los que quedaron atrás. Y en esas estamos, taytantos años después del comienzo de la democracia, teniendo que publicar un monográfico para reivindicar la memoria de maricones, bolleras, trans y demás disidencias, porque entre las letras que adornan el traje que nos dejaron vestir siguen descosiéndose la M de memoria y D de dignidad.

Christopher-Stree

Óscar Hernández-Campano.

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