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El conocimiento indígena no se encuentra organizado ni fraccionado a la manera de museo (planta baja: Naturaleza; segunda planta: Cultura), como dice Descola (2011); en ese sentido, no separa al ser humano de la naturaleza y, por lo tanto, la naturaleza no aparece como un objeto separado, sino que hace parte de un mismo cuerpo al que también pertenece el ser humano. Procuramos, en esta guía, relacionar dicho relato en lengua con el conocimiento específico de la diversidad de fauna acuática presente en la narración de Aurelio, a través de una serie de ilustraciones biológicas acompañadas de la historia natural de los animales representados. Igualmente ofrecemos una serie de ilustraciones que dan cuenta, de una manera distinta, de acercarse al mundo en el que los animales son también personas y en el que sus acciones derivan en consejos para los verdaderos seres humanos con los que han de formar y realizar el cuido de los miembros de una familia. Esta serie de consejos y prescripciones provienen del abuelo creador, quien les entregó una palabra de tabaco, de coca, de trabajo que hay que endulzar con manicuera, bebida obtenida a partir de la yuca dulce. De ahí para acá ya es buena vida, dicen los mayores (Consejo de ancianos del pueblo féénem na’a, 2016). Por eso se vuelve una necesidad formarse como una persona aconsejada capaz de seguir la palabra del abuelo creador, divulgada en una serie de prácticas cotidianas (como la dieta, el baño, entre otras) o rituales (como los discursos alrededor del baile, las canciones asociadas a estos, las historias de mambeadero, etcétera) que han sido transmitidas de generación en generación con el propósito de cuidar, no solo al cuerpo individual, sino también al pueblo entendido como un cuerpo colectivo, para así alcanzar ‘ser con buena vida’ ‘ímino ‘íikai fíivo. Así, un dueño de maloca se sienta con sus hijos, enseñando las palabras que recogió en su vida, en un proceso que se lleva a cabo a perpetuidad: los padres crían, aconsejan y guían a sus hijos con estas palabras y prácticas para que a su vez ellos, en el futuro, lo hagan de la misma manera (Cárdenas y Venegas, 2019/b). Los féenem na’a hacen parte de un conglomerado conocido como Gente de Centro al que pertenecen otros siete pueblos: los andoque, los bora, los miraña, los murui muina, los nonuya, los ocaina y los resígaro. Cada uno de estos grupos tiene un origen en el “Centro” y, por ello, comparten una serie de rasgos culturales como el consumo de la coca en forma de polvo (mambe) y el del tabaco en forma de pasta (ambil). Según el Censo Nacional de Población y Vivienda del DANE del 2018, los féenem na’a cuentan con una población estimada de 2113 personas en todo el territorio nacional. Su territorio tradicional se encuentra entre las cabeceras de la quebrada Monochoa y el alto río Cahuinarí, entre los murui n pod mak , andoque, nonuya, ocaina, resígaro y bora (es decir, en el centro de los otros pueblos de la Gente de Centro), que hoy se encuentra casi deshabitado a raíz de, según ellos, el movimiento de pueblos que produjo el tiempo del caucho, posteriormente, la emigración a las orillas del río Caquetá y, más recientemente, a cabeceras urbanas de ciudades como Leticia, Bogotá, Florencia, Puerto Leguízamo y Villavicencio. En la actualidad, subsisten cinco de los clanes del pueblo féenem na’a, debido