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8 DIVAGACIONES SOBRE LA PANDEMIA

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ALEJANDRO SOTO

ALEJANDRO SOTO

Inteligibilidad.

Hace un lustro en una ciudad asiática, de cuyo nombre no quiero acordarme, pregunté a un distinguido miembro del partido comunista de la India por su consciencia ciudadana al pertenecer a un país-civilización gigantesco y variado. “Le explicaré con un hecho y una apreciación”, respondió: “Vivo en una ciudad 40 kilómetros cercana a comunidades cuyas religiones no entiendo”. Ahora toca a los televidentes del Mediterráneo sentir la perplejidad de compartir la inmediatez con India al ver abruptamente piras encendidas en hileras interminables que pulverizan los cadáveres de las víctimas de una pandemia que sigue mutando y extendiéndose por el subcontinente. Nuestras sociedades saben que la cepa, digamos de Nueva Delhi, ya está en Londres con acento europeo y la británica en Bombay. Los televidentes quizás comiencen a enterarse de las inercias ancestrales y las deficiencias materiales de aquellos paupérrimos sistemas sanitarios que dificultan el arrinconamiento del virus y al contrario lo replican. Porque abruptamente (más allá del vínculo indoeuropeo) nos sentimos concernidos con la cercanía de las calles en que una vaca tiene trato preferente, con los poblados acechados con naturalidad por animales indomesticables. ¿Qué emergerá del capítulo indio de la pandemia? ¿Podría allí una de las subsiguientes mutaciones brincar traspasando el cortafuegos de las vacunas? ¿Quién podría contribuir a iluminarnos? Por lo menos, con toda seguridad, cualquier historiador generalista familiarizado con los tiempos o ritmos culturales de la India, más allá de la antojadiza fraseología actual que la define como “elefante” asiático del desarrollo y animándole en tanto “mayor democracia del mundo” llamada a competir con su vecino allende los Himalayas. El subcontinente aparece cercano por razones sanitarias compartidas. Triste y efímero consuelo que empobrece su visión de la India a las masificadas audiencias occidentales y de medio mundo. Convendría recordar cuando Ravi Shankar y Yehudi Menuhin respiraron hondo en el preámbulo y se encaramaron a lo trascendente pulsando sus cuerdas a dúo.

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Respiro, luego existo.

“No puedo respirar”, musitaba el reconocido George Floyd, causando angustia a la televidencia global que tuvo la infeliz oportunidad de verle en el infausto video de su detención y volatilización en pocos minutos, hace un año. Llegó a musitar su suplicio en los momentos álgidos cuando a escala universal una amenaza a la respiración se veía de manera tanto o más angustiosa que hoy, con poco conocimiento y sin vacunas, con el virus al parecer acechando en la manija de cada puerta, en los bancos de los parques o en los ascensores. El detenido expiró al aire libre acompañado por cámaras de teléfonos móviles que le inmortalizaron mientras otras tantas víctimas daban sus estertores finales en la soledad de unidades de tratamientos intensivos de cada continente, probablemente por no haber llevado mascarillas en el momento oportuno: no había. Interesante es recordar aquí que la mascarilla quirúrgica es un aporte práctico de la medicina china inventado hace poco más de un siglo por el doctor chinomalayo Wu Lien-Teh. A inicios de la primavera de 2020 apenas había autoridad occidental que la recomendara, vista como un accesorio propio de Asia oriental.

Ronquido.

En este largo paréntesis que ha dejado atrás a la antigua normalidad, quienes roncan, quienes dicen tener apneas del sueño, se han apresurado a interesarse por la importancia de respirar bien. Aparentemente en momentos de calma han reflexionado queriendo rescatar esa parte de su existencia que yace diariamente inconsciente casi 8 horas los 365 días del año. En síntesis, en la consulta médica han encontrado un aparato salvífico que les insufla más oxígeno para un mañana mejor. O sea un artilugio que conectan justo antes de caer en los brazos de Morfeo. Un ingenio de estos, por ejemplo, lleva un sello alemán, un distribuidor norteamericano y un potente cable para el enchufe hecho en China. Esta feliz síntesis que mantiene la plenitud a varios de nuestros amigos podría verse afectada por la amenaza de los desacoplamientos tecnológicos inherentes a la famosa disputa comercial, que por archiconocida no amerita nombrarse. Que el desacoplamiento tecnológico y comercial pueda llegar a afectar la respiración augura Angst y acaso habría que encender la luz roja. Otra cosa son las mascarillas vistas en las calles.

Noche transfigurada.

En este período que parece una eternidad, pero que no lo es, otros han ensayado un pensamiento de ondas largas en lo que se puede denominar la alta noche, combinación natural de resonancias marinas rescatada por el vecino más ilustre de Adrogué. Son quienes en estos tiempos no se han querido ir a dormir temprano y se aferran a la silla, la butaca o el sillón dispuestos a efectuar una disección nocturna, acaso psicológica, de sí mismos. Hace ya 30 años, sintonizando a la BBC lejos del meridiano de Greenwich, quien aquí escribe escuchaba un programa sobre la trayectoria de Miles Davies en el que un antiguo estudiante de medicina aludía al pretencioso concepto de la disección nocturna. En el programa se transmitieron diversas piezas del potente exhalador del jazz, incluyendo su versión sinuosa de Sketches of Spain. Como nota a pie de página se puede complementar aquí que Herbie Hancock, intérprete y exégeta, ha revelado recientemente en Harvard los claroscuros del Davies discriminado y a la vez portador de uno de los más potentes timbres difundidos conscientemente por un país en el mundo en el siglo XX. En cualquier caso, puestos a elegir entre cuál sería la obra que mejor define las noches en vela de no pocos de nuestros contemporáneos urbanitas, la Verklärte Nacht de Arnold Schönberg o la interpretación de Round Midnight en versión de Miles Davies, acaso el desasosiego de los respondientes se dirigiría a la Noche transfigurada de Schönberg. Sin duda.

¿Plantar árboles o irnos a Marte?

Hace ya tres décadas, estudiando en la Universidad de Beijing, recibí una invitación junto a otros estudiantes extranjeros para plantar árboles en las afuera de la capital. Lo hicimos junto al alcalde de la época en unos suburbios hoy irreconocibles que tradicionalmente han sido los primeros en sentir el viento arenoso que anualmente antes de la primavera azota la capital. Originario del desierto de Gobi en la vecina Mongolia, el gigantesco arenal que cubre de amarillo el cielo en la época contemporánea ha logrado asociarse con la polución del aire. Ahora China está marcadamente entrando en una posición de avanzada en las energías limpias y paralelamente avanza a la vanguardia de su exploración espacial en Marte, al igual que EE.UU. Cuando hace poco más de un año vimos un video de trabajadores sanitarios de los hospitales temporales de Wuhan dando por concluida su exitosa misión allí entonando la popular canción “el sol siempre está detrás de la tormenta” ( 阳光总 在风雨后 ), entendimos que China también llegaría al planeta rojo, según lo planificado (ahora su nave lo está orbitando y en semanas aterrizará allí). Resta ahora que como humanidad concertadamente solucionemos la deuda ambiental en la Tierra: hay capacidad para hacerlo. Si al cabo de un lustro la raza humana no entiende que la pandemia paralelamente ha devenido en una oportunidad para salvarnos de males mayores, acaso en un par de generaciones deberemos vislumbrar la derrota de abandonar el planeta. In extremis hay quienes especulan que incluso malograda y sin posibilidades para que nosotros respiremos en la Tierra, ésta posee inherentes capacidades para recuperarse sin nosotros. Sería un desafío sólo nuestro.

¿Te has vacunado?

Varios amigos, y especialmente uno que creo conocer muy bien, me han relatado sensaciones análogas. “Fui a vacunarme, pero en las colas se veía gente claramente mayor que yo”. ¿Pero cómo puede ser eso? El perfil de la respuesta se parece, ya sea entre vacunados en Barcelona, Sabadell o Vic, y es de suponer que allí donde fuere. Se han puesto en la cola en espera de su dosis entremezclándose con un grupo etario impropio de ellos, según ellos. Han relatado que ida la sorpresa han iniciado una conversación distendida en que cada cual informaba a sus interlocutores lo que le había significado este año y a cuántas personas conocían afectadas directa o indirectamente. Un fervor del relato que en otra dimensión me recuerda a los sobresaltados que históricamente han salido de sus casas entre el río Mapocho y el Maule (en la noche o a la hora del té) a guarecerse al aire libre de terremotos 7.7, 8.3, 8.8, o incluso del megahistórico 9.5 (todos en la escala Richter), y a posteriormente a establecer un vivaz diálogo con el prójimo. Volviendo a nuestra rabiosa actualidad: las entretenidas colas concluyeron y todos fueron vacunados. Y queda la enseñanza para mis amigos: antes de agradecer a los sanitarios y a los improvisados contertulios, repararon que esa lejanía etaria que habían percibido media hora antes era una simple ilusión, un autoengaño. Simplemente nadie había sido vacunado contra el paso del tiempo que nos envuelve a todos.

¿¡Es que no hay otro tema!?

Un día, al inicio de todo esto, un joven sobrino y filósofo en ciernes, admirador de Slavoj Žižek, estalló en el WhatsApp familiar instándonos a la sobriedad: “¿!Es que no hay otro tema que compartir!?” Lo expresó elegantemente con un emoticon del virus popularizado como pulpo gigante. Todos entendimos. Ni siquiera era abril de 2020 y la abrumadora mayoría de nuestros mensajes se relacionaban con el virus. Ha pasado un año y su cascada sanitaria se ha transformado en el asunto más difundido de la historia. Todo lo cubre: noticias, noticias en desarrollo, noticias de verdad, noticias de verdad absoluta y noticias falsas; geopolítica y todos los subtemas que puedan concernirle; arte lúdico y fiestas ilegales y de disfraces. También ha afectado a la cortesía, reemplazando el breve y educado parecer sobre el estado del tiempo entre vecinos de buena voluntad. Incluso ha llegado a la filosofía, ¡cómo no!, varios de cuyos connotados cultores están viendo la pandemia como hilo conductor de variadas temáticas contemporáneas. Y, por cierto, ha impregnado la glotonería discursiva del pensador esloveno, quien hace un par de meses declaró que “con la pandemia empecé a creer en la ética de la gente corriente”.

Lo que no es.

A diferencia de un conflicto civil mayor, una guerra civil o una guerra, la infraestructura y los circuitos de distribución están intactos. Se han registrado cuellos de botella, miles de contenedores varados en los puertos, o retenidos, y por ello, en el caso de los productos perecederos, se han podrido oportunamente. Se han notado diferencias a escala de distribución de contenedores, pero los consumidores no han notado estas diferencias. Y así, al final, hemos comprobado que el papel higiénico, el agua embotellada, las conservas y tallarines en grandes cantidades no eran de necesario acaparamiento ni en Europa ni en gran parte de las Américas (por lo menos no por esta causa). Tampoco hay odio entre pueblos ni nada que se le parezca, con algunas excepciones antiasiáticas reportadas en los Estados Unidos que en su momento atizo Trump. Rebobinando, la pandemia tampoco ha sido un cisne negro (un hecho imprevisible de enormes consecuencias que se trata de explicar y racionalizar retrospectivamente), sino que lo que la ensayista Michelle Wucker ha definido como rinoceronte gris (un hecho previsible no enfrentado a tiempo). En efecto, cualquier biólogo del mundo sabía que a la luz de la historia de las epidemias y a la creciente vecindad entre humanos y naturaleza parecía probable que en esta generación enfrentáramos una pandemia. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no fue convocado y a la Organización Mundial de la Salud a los pocos meses del brote se le anunció que financieramente quedaría medio al garete. En fin, entre lo que es y no es, lo que nunca debió ser.

Augusto Soto Director Dialogue with China Project

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