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MÁLAGA DESDE LA MIRADA PANDÉMICA

Muy poco antes de que la pandemia produjera la primera crisis urbana de alcance planetario el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb publicó “el Cisne Negro”, metáfora de ese factor imprevisible que siempre ha determinado el zigzagueante curso de la historia, frente a la ortodoxia de los que, mediante la extrapolación al futuro de los datos del presente, opinan que aquella sigue un recorrido lineal, recurrente o circular. Al final, lo único seguro que el porvenir depara es la inevitable irrupción de profetas en todos los aspectos de la vida, la economía, los hábitos sociales, y, claro está, el destino de nuestras ciudades. La probabilidad de que alguno de ellos acierte es la misma que la de vaticinar el atentado del 11-S el día anterior, es decir, nula. No desprecio el valor de las estadísticas, de los estrategas, de los expertos, e incluso de los tertulianos radiofónicos. Pero una cosa es exponer razonadamente las tendencias y otra escribir las Tablas de la Ley.

Y esas tendencias, acusadas por el Covid, hablan de una luz en el horizonte de nuestra ciudad y nuestra provincia, si pudiéramos superar la dificultad de encontrar un ángulo positivo en la obscenidad de la tragedia. La vida, esperanzadora y brutal, se abre paso. Y hoy esa vida habla de que Málaga, salida del indiferente anonimato periférico en el que España sume a sus provincias, gracias a sus museos y su apuesta por la difusión de la Cultura, ha resultado ser, además, el corazón latente de una realidad mucho más sugestiva aún. De repente nos hemos dado cuenta de que la ciudad no se acababa en la ciudad y que Málaga era más que Málaga. De repente nos dimos cuenta de que no generábamos riqueza para crecer, sino que crecíamos para generar riqueza, como un caballo desbocado persiguiendo la meta de su propia zanahoria. Después de medio siglo poniendo ladrillos frente al mar, nos dimos cuenta de que habíamos abandonado la trasera, la tierra, las comarcas, las montañas, los ríos y las huertas. Y también nos dimos cuenta de que no nos dábamos cuenta de nada: de que llevábamos haciendo muchas cosas bien y el alcalde de Málaga lo sabía, pero también sabía que en un escenario brutalmente competitivo entre ciudades lo importante no es lo que seas sino el “branding” que transmitas. Y aquí lo encontramos en Picasso, y en la calidad de los hermosos espacios públicos que surgieron en calle Larios, el muelle 2, la calle Alcazabilla…. Y llamamos la atención de los periódicos extranjeros. Cumplido el primer objetivo- que es que “nos descubrieran”- el Covid, con su incertidumbre, sus miedos y su tiempo lento para pensar, nos indujo a salir de la ciudad, a “descomprimir” la aglomeración urbana, fuente de contagios, hacia las afueras, las aldeas, los pueblos y el campo. Y vimos que se podía trabajar en mejores lugares que en la aglomeración; que está-bamos bien conectados, aunque podríamos estarlo mejor. Que se podían organizar pequeñas comunidades residenciales en los pueblos abandonados, en el mismo campo, con centros de trabajo e investigación en común. La mirada del Covid ha servido en gran parte para romper esa dicotomía según la cual el universo de lo urbano quedó sentenciado como el escenario de las oportunidades y el mundo rural como el significante de la derrota, un espacio pasivo, mediáticamente invisible, destinado a compensar la huella ecológica de las ciudades y, en el mejor de los casos, reducido a la condescendiente servidumbre de lo “típico”, arcadia para consumo de urbanitas de capital. Esa mirada ha servido para que nos tomemos en serio la aplicación de tecnologías innovadoras a recursos productivos ancestrales, abandonados por las sirenas de la gran ciudad, sus pompas y sus ladrillos, que ahora podrían estar inventando alternativas propias para la revitalización de las economías locales, proporcionando con ello más autosuficiencia e igualdad, más cohesión social y más democracia y protección ambiental que las que nos puede ofrecer el reino de las multinacionales, como dice el sociólogo David Hammerstein. Son los tomates y los maravillosos cítricos del valle del Guadalhorce, los extratempranos de la Axarquía, mangos y aguacates, el liderazgo mundial en el sector oleícola de Decoops….Es la hora del Genal, del Guadiario, de la sierra de las Nieves; Antequera y su centralidad viaria y ferroviaria. Es la hora de que la ciudad SEA su región. Pero sobre todo es el aire, el tiempo lento, a sosegar un flujo vital que estaba pasado de revoluciones; es irrumpir pausadamente, desde la proximidad física y la conectividad virtual, en el sistema urbano y productivo, pero vinculado con el medio natural, enraizado en lo tangible pero integrado con el mundo, campo infinito para la aplicación de talento y sabiduría que nos recuerden que los territorios y la naturaleza YA eran inteligentes, antes de que las multinacionales, vendiendo a precio de oro su mercancía “sostenible” y “smart”, nos recuerden que éramos tontos antes de que ellos irrumpieran en el mercado.

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Salvador Moreno Peralta

Arquitecto y urbanista, académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.

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