RM Arte y Cultura junio 2016

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RUFINO 5 Los inicios de una vida fecunda

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Una historia de amor

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Tamayo y la música La madurez creadora

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La consagración en vida

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Los primeros veinteaños

FUNDADOR Hugo Soto Crotta 1933-2002 DIRECTOR Marcelo Peruggia Canova COORDINADORA CORPORATIVA Mayte Vega Fernández Vega

JUNIO 2016

E D I TO R I A L

EDITORA Sandra Hussein

SRIA DE DIRECCIÓN Caridad Ortiz

CORRECCIÓN Marxa de la Rosa Cinthya Mendoza

COMERCIALIZACIÓN Ann Karene del Pino

DISEÑO GRÁFICO Dafne Martínez PORTADA Dafne Martínez PRODUCCIÓN Claudio Peruggia Canova Tomás López Santiago

¡Viva Tamayo!

CORRESPONSALES ARGENTINA: Patricia A. Lorenzo BRASIL: Oscar Jadzinsky EUROPA: Marcela Mahr Tomás Zamoyski Florencia Denti

www.percano.mx

RM, REVISTA MÉDICA DE ARTE Y CULTURA Impreso el 29 de Mayo de 2016. Producida y comercializada por Grupo Percano de Editoras Asociadas, S.A. de C.V. Rafael Alducin No. 20, Col. Del Valle, C.P. 03100, México, D.F. Teléfono: 5575 96 41, Fax: 5575 54 11. Editor: Claudio Humberto Peruggia Canova. REVISTA MÉDICA se reserva todos los derechos, incluso los de traducción, conforme a la Unión Internacional del Derecho de Autor. Para todos los países signatarios de las Convenciones Panamericana e Internacional del Derecho de Autor, queda prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier sistema sin autorización por escirto del editor. El contenido de los artículos es responsabilidad exclusiva de los autores y no refleja necesariamente el punto de vista de los editores. Autorizada por la Dirección General de Correos con permiso No. PP09-0227. Licitud de contenido 848 y licitud de título No. 1507. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título No. 04-2008-080417034700-102. Impresa en México por Compañía Impresora El Universal, Allende No. 176. Col. Guerrero. Impresa en papel Burgo R4. Distribuida por SEPOMEX y por MAC Comunicación e Imagen, S.A. de C.V. Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial con registro No. 2797. Tiraje: 21,500 ejemplares mensuales, circulación certificada por PKF México Williams y Cía, SC.



Apenas hace unos días me di cuenta que estoy viejo, por eso ya no quiero viajar tanto ni que me hagan homenajes: sólo quitan el tiempo. Lo que quiero es pintar, es mi obligación personal, la vida lamentablemente es muy corta. Yo veo en el caballete un laboratorio en el cual se puede experimentar, hacer y deshacer sin ningún compromiso más que la pintura en sí.

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¡VIVA TAMAYO! El 24 de este mes se cumplen 25 años de la muerte de Tamayo, quien concluyó así una larga vida marcada por una obra deslumbrante, vital para el arte mexicano e internacional. ¿Por dónde empezar? ¿Hablar de su arte, de sus tantas veces nombrado color?, ¿o de la ruptura valerosa?, ¿de la subjetividad, sostén básico de todo arte que pretenda ser universal?; ¿o empezaríamos hablando de lo indígena, de las raíces que fueron base para las realizaciones que todos, independientemente de su cultura, pueden apreciar? Por cualquier extremo de este nudo limpio y eficaz que fue la vida de Rufino Tamayo podríamos empezar para desmadejar una existencia plena de creatividad, búsqueda impenitente colmada del obsequio de lo conseguido. El arte, como la magia, sólo posee una tendencia: la perfección, una perfección que se imposibilita a sí misma porque requiere de la continuidad, de la imposibilidad de detenerse, la mirada fija en el páramo, siempre despierta, siempre ajena a lo que no sea la consecución de los fines inalcanzables, carrera que no se detiene nunca, ni siquiera durante estos 25 años de ausencia, porque lo hecho hecho está, y el arte, como la magia, genera y se carga; como una carta en una botella, siempre transporta el mensaje que, aunque sea leído, cada vez se renueva, cada vez es distinto y otro. ¡Viva Tamayo!, porque su obra ahí está, más a nuestro alcance que nunca.

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RUFINO El 26 de agosto de 1991, Rufino Tamayo hubiera cumplido 92 años de edad. En la ciudad de Oaxaca se preparaban los festejos de cumpleaños de uno de los más grandes pintores mexicanos, puesto que esta ciudad había sido su cuna y depositaria de su obra y filantropía: una gran variedad de piezas arqueológicas fueron donadas por Rufino y Olga Tamayo para la apertura del Museo de Arte Prehispánico.También,una casa de ancianos, “Los Tamayo”, hacía muy poco había abierto sus puertas gracias a la generosidad de ese oaxaqueño universal. Sin embargo, no llegó a recibir el homenaje que su tierra natal le preparaba: la mañana del 24 de junio, en el Hospital del Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, un paro cardiaco “segó su vida pero no su obra, que permanece”, como afirmó en ese momento el escultor Juan Soriano.

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n mes antes, durante su ingreso al Colegio Nacional, Tamayo había señalado su preocupación por el trabajo de los jóvenes pintores y por el derrotero de las artes en general. Unos días más tarde, en Jalapa, la Universidad Veracruzana le había otorgado el doctorado Honoris Causa, y en la galería estatal Jalapeños Ilustres se exhibieron 55 de sus piezas gráficas. Ahí, el pintor había vuelto a sorprender por su vitalidad: las declaraciones vertidas entonces fueron recogidas como uno de los últimos actos públicos del maestro: “Sigo siendo socialista, a pesar de los cambios”. Pero los primeros días de junio, la alarmante noticia llegó a la redacción de los periódicos: Rufino Arellanes Tamayo había ingresado a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Nutrición debido, se dijo en un principio, a un resfriado provocado por haber nadado en la alberca de su casa en Cuernavaca. Otras veces, casi de manera anónima, ya habían alertado sobre el estado de salud del pintor. Y así, en unos cuantos días la noticia vino a entristecer a la plástica mundial, porque Tamayo, hasta hacía unos pocos meses, seguía pintando en su estudio, ya no las ocho horas diarias del obrero —como declaraba orgulloso—, pero sí entregado a la preocupación de trabajar “para hacer de México una nación feliz”, como dijera el día de su ingreso al Colegio Nacional. Y también, como

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Al final, como al principio, como en todo momento, no parece haber aire en los cuadros de Rufino Tamayo. La pintura está hecha para protegernos del vacío, nos proporciona las indefinibles armas para luchar contra una ausencia que amenaza sin descanso con robarnos la realidad, despojarnos de ella y dejarnos solos flotando ante esa muda interrogación que es toda tela en blanco antes de que la precisa y difícil pintura, el arte del que es dueño Rufino Tamayo, la convierta en respuesta; pero la respuesta, por su mismo carácter, nos regresa a la pregunta. La obra es entonces un continuo viaje, un interminable ir y venir, entre la negación y la afirmación, entre la ausencia y la presentación y sin embargo, una y otra no son más que presencia, ‘el reloj olvidado’ se muestra y trae consigo el recuerdo pero este recuerdo a su vez, inevitablemente, provoca la nostalgia del olvido. La pregunta se adelanta: ¿de qué hablan desde su silencio los cuadros de Rufino Tamayo?. Juan García Ponce. Rufino Tamayo. Obras recientes. Museo de Arte Moderno, INBA. México, 1976.

PERRO DE LUNA, 1973.



artista profundamente humano que fue, Tamayo, aquel día, puso el dedo en la llaga:

Ha terminado una era de cambios radicales y experimentos que con frecuencia derivaron hacia expresiones meramente intelectuales. Hoy estamos ante la necesidad de volver al humanismo, de combatir la deshumanización provocada por la técnica, la inflexibilidad de las ideologías y el exceso de racionalismo, fenómenos que han invadido las propias manifestaciones artísticas. Y lo dicho por Rufino Tamayo no suena a falsa preocupación: de niño supo los rigores de la pobreza y ya como pintor vivió el enfrentamiento, decidido y decisivo para el arte mexicano, con la escuela de los muralistas. Esa tesonera lucha, ese afán por llevar adelante su pintura, incluso en situaciones difíciles como lo fue su primer viaje a Nueva York, donde compartió un modesto estudio con el músico Carlos Chávez, habla de un artista capaz de transformar el arte mexicano y de ser el maestro de nuevas generaciones de pintores. Tal vez por eso, hablaba incluso de la muerte sin temor: la consideraba algo inevitable y en su caso, demasiado cercana como para preocuparse.

MÁSCARA ROJA, 1969.

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EL TROVADOR, 1945.

Mi pintura no sólo no es informal, sino lo que es más, es figurativa. En ella está reconocible la forma de las cosas, y muy en particular la del hombre, cuya presencia en mi trabajo es permanente. Y aquí viene al caso eso de la nueva fisonomía, la que se refiere a un realismo no descriptivo, y que está sometido a la conveniencia del cuadro, con todas sus restricciones específicas. Con ello quiero decir que ha de conformarse a la función pictórica pura, sirviéndose para ello de medios de expresión actuales. Rufino Tamayo, “Aclaraciones al margen de un artículo de Raquel Tibol”. Excélsior, 25 de marzo de 1963.

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LOS INICIOS DE UNA VIDA FECUNDA

Rufino Arellanes Tamayo nació en la ciudad de Oaxaca, el 26 de agosto de 1899. En 1907, huérfano ya, vino a la Ciudad de México para vivir con unos tíos que tenían un puesto de frutas. Fueron años difíciles —reconocería el pintor en muchas entrevistas—, de pobreza.

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Huérfano y adolescente —cuenta Xavier Villaurrutia— vino a México y trabajó con humildes parientes, en un mercado de la ciudad vendiendo frutos del trópico, de su trópico que, a manera de atmósfera, viajó con él hasta la altiplanicie. Los mismos frutos que habrán de aparecer en su pintura como motivos recurrentes, insistentes, con la geometría de sus formas y con la magia de su color. La vocación artística de Rufino Tamayo surgió a temprana edad pero, al mismo tiempo, sin la precocidad que deslumbra un instante para extinguirse luego y ya para siempre. Permanencia de RUFINO TAMAYO

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En 1917, el joven Rufino es alumno regular de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Sus compañeros son, entre otros, Gabriel Fernández Ledesma, Julio Castellanos y Agustín Lazo. Se cuenta que es el propio Vasconcelos quien le consigue una beca y, posteriormente, le ayuda a obtener su primer trabajo oficial. En 1921, Tamayo es nombrado jefe del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología, al tiempo que da clases de dibujo en algunas primarias de la ciudad. Ahí, en aquel espacio donde se resguardaba gran parte de las expresiones artísticas de nuestro pueblo, Rufino Tamayo va reconociéndose y penetra en muchos de los aspectos desconocidos de los pueblos indígenas. Entre 1921 y 1926, Tamayo vive esos años que Villaurrutia bautizó como los de crisis, de inconformidad con lo aprendido:

HOMBRE CON GUITARRA, 1959.

Años de búsqueda febril en que, solo o en compañía del pintor Agustín Lazo, se entregó a conocer y a estudiar, por todos los medios indirectos que tenía a su alcance, la pintura francesa moderna, desde los impresionistas y pos-impresionistas hasta los cubistas, la única pintura que tenía vitalidad y la savia que podía servirle de alimento y de estímulo, de referencia, de comprobación y de aventura.

Por esos años, Tamayo se liga con los Contemporáneos quienes, desde la literatura, se empeñaban por implantar lo que el pintor pretendía: hacer universal el arte de México, llevarlo a la modernidad cultural. En 1926, en un local improvisado de la avenida Madero, en el centro de la ciudad, Rufino Tamayo presenta su primera exposición individual con óleos, acuarelas y xilografías. Volvemos a las declaraciones de Villaurru-

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tia, testigo esencial de estas primeras tentativas del pintor oaxaqueño, y el primero que llama la atención acerca de la grandeza de su arte: El dibujo firme y voluntariamente rígido de las figuras y, sobre todo, los colores atrevidos, primarios, anunciaban ya, desde entonces, al gran colorista que ha llegado a ser. Al mismo tiempo, la ausencia de cualquier elemento pintoresco, decorativo y aun folklórico, hacía visible la decisión del pintor Rufino Tamayo de apartarse de los caminos fáciles para entrar en los senderos inexplorados, estrechos, en los que es fuerza perderse para en verdad encontrarse.



MUEJRES EN TEHUANTEPEC, 1939.

En 1926 realiza su primer viaje a Nueva York, acompañado por Carlos Chávez, y ahí radicará hasta 1928. El compositor y el pintor compartían en un hotel una modesta habitación, en la cual el lugar más iluminado era el baño y ahí, Rufino Tamayo se dedicaba a pintar. A finales de 1926, la Galería Weyhe —situada en el 794 de la avenida Lexington— muestra, del 19 al 30 de octubre, la obra de Tamayo. Esta exposición sería comentada por Gabriel Fernández Ledesma con las siguientes palabras en el número 5 de la revista Forma: Tiene la plástica de Tamayo la dureza de las formas de "la loza’"mexicana y la esencia de las frutas tropicales. El pintor tomó de la naturaleza lo estricto y combinó volúmenes como un niño hace con su juego de arquitectura: colocar cubos, prismas, cilindros, conos, pirámides, esferas en donde queden más armoniosamente acomodados. Otra cualidad se encuentra en sus pinturas: los espacios representan un papel tan importante como las formas mismas. Existe la proporción justa entre los cuerpos y el vacío. Así son sus telas: la emoción de las formas llega directa, de las fuentes originales hasta el pintor. No hay intermedios de elaboración mental en que la tortura mate a lo virginal: el artista pinta por imperativo orgánico, por deseo simple, y devuelve religiosamente, como un acumulador que se descarga, toda la riqueza de fuerzas con la que la naturaleza lo ha poseído. Así, lo que en otros es meditación y ensayos progresivos para una obra, es en Tamayo intuición bárbara y pura. Estoy seguro de que si Tamayo no hubiera sido pintor, sus manos habrían hecho tecolotes de barro y campanas de Atzompan.

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Entre 1927 —fecha en que exhibe su obra en el Art Center de Nueva York— y 1932, Tamayo sigue en la búsqueda infatigable de los elementos que lo caracterizan. A su regreso de los Estados Unidos, es nombrado profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes, y en 1929 realiza una muestra de su trabajo en la Galería de Arte Moderno del Palacio de Bellas Artes, que fuera organizada por Carlos Mérida y Carlos Orozco. Manhattan vuelve a abrirle las puertas y en 1931 realiza una exposición individual en la John Levy Galleries. Al siguiente año es nombrado jefe de la sección de dibujo del Departamento de Artes Plásticas de la SEP, y un año más tarde, en el edificio donde se encontraba el Conservatorio Nacional de Música (Moneda 16) pinta el mural El canto y la música. Durante esa labor conoce a la que será su esposa de toda la vida: Olga Flores Rivas, estudiante de la carrera de piano.



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Mexicano, lo soy sin necesidad de pensarlo, porque nací en Oaxaca, porque mis padres fueron indios, e india mi primera formación. Esto no es un mérito ni un defecto, es un hecho.

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UNA HISTORIA DE AMOR

Resulta curioso pensar que Olga Tamayo, quien desde 1934 —fecha en la cual contrajeron matrimonio— hasta 1991 se convirtió en su apoderada y la mujer ideal para organizar la apacible vida del artista, comenzó por no comprender la pintura de su futuro esposo. A Rufino Tamayo no le gustaba hablar de los precios de sus cuadros ni del costo que sus obras adquirían en el extranjero, y Olga se convirtió en la persona que defendía su trabajo, fue la ayuda insustituible del artista, su representante sin sueldo. Y el romance comenzó cuando la joven Olga, al ver aquellos “monos” que Tamayo pintaba en el cubo de la escalera, fue a quejarse con el director del Conservatorio, quien evidentemente se negó a tomar en serio la petición. La joven concertista, que entonces —lo confesó muchas veces— no sabía nada de arte, iba a burlarse de aquel pintor cuyos trazos le resultaban espantosos. Y de la burla —uno bien puede imaginárselo— pasaron a las confidencias y de ahí, al poco tiempo, fueron marido y mujer. Muchos periodistas sostenían que Olga Tamayo era el obstáculo con el que se topaban a la hora de querer entrevistar al artista; sin embargo, para él fue una mujer fundamental: le dio orden a su vida, lo alivió de las preocupaciones monetarias y le dejó hacer lo que quería, pintar. De aquel primer mural que no sólo enmarca el inicio de la carrera

de Tamayo como muralista, sino que esconde una historia de amor que forma parte ya de nuestra historia cultural, Antonio Rodríguez dijo: …lo realizó Tamayo hacia el año de 1933 en la antigua Escuela Nacional de Música. Como la naturaleza del edificio lo requería, Tamayo pintó ahí, en el cubo de la escalera y en el arranque del muro del primer piso, algunos motivos musicales: sobre todo guitarras, y diversas mujeres en actitud de cantar, o de tocar sus respectivos instrumentos. Algunas de esas figuras, particularmente la de la mujer que canta, tienen un parentesco inconfundible con los cuadros de caballete de esta época. La mujer que toca la guitarra, toda de un bloque, evoca por su arquitectura, por la sucesión de planos que la conforman, y hasta por su expresión de azoramiento, la obra maestra del arte azteca: la Coatlicue.

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Por una curiosa coincidencia las dos obras exhiben, a la altura del pecho, una especie de collar ovalado: en la Coatlicue, formado por manos abiertas, corazones y una calavera; en la pintura de Tamayo, por una mandolina. No pretendemos insinuar que el pintor haya tomado la estatua de la diosa de la vida y de la muerte como modelo. Pero más que coincidencia, deberíamos considerarlo como una floración natural, producida al calor de las formas prehispánicas, tan vivas en todo el país, que rodean al artista. Es en esta forma casi espontánea, y no por un cultivo artificial, intelectualizado —o no tan sólo por ello, puesto que ese "cultivo" existe—, que el arte prehispánico ha ejercido su poderosa influencia sobre la pintura contemporánea de México. La solidez de esta figura monolítica se afirma, por el contraste, con la imponderabilidad de otras dos figuras de mujeres que arriba y a los lados de la primera, flotan en el espacio, como la melodía que la línea de su cuerpo modula, o como el viento que al mecer las hojas es música primigenia.

EL CANTO Y LA MÚSICA, 1933.

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MUJER CON MÁSCARA ROJA, 1940.

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TAMAYO Y LA MÚSICA

EL FLAUTISTA, 1944.

No es casual que Rufino Tamayo haya realizado su primer mural con el tema de la música, porque ésta es una constante que florecerá a lo largo de su obra y que de una u otra manera influirá en el trabajo de algunos de los más importantes músicos mexicanos contemporáneos. De ahí que tampoco sea casualidad su amistad con Carlos Chávez. Hay que recordar que Rufino Tamayo era un gran guitarrista. Había aprendido a tocar la guitarra para cantar aquellas canciones zapatistas que escuchaban todo el tiempo en su casa. Uno de sus óleos lleva por título Hombre con guitarra (1986) y en 1987, al celebrarse sus 70 años de vida creativa, Blas Galindo compuso una cantata dedicada al pintor mientras que José Antonio Alcaraz escribió una presentación, “Luz de luz”: Sin temor a exagerar, puede afirmarse que el centro de la vasta y codiciable producción de Tamayo —en su territorio sibarítico es capaz de abarcar con idéntico acierto la intimidad y el vuelo de la épica— resuenan simultáneamente la flauta de carrizo y opulencias sinfónicas. En su miríada de texturas el canto de Tamayo da cuerpo, por igual, al ascetismo gregoriano o a aquella sencillez entrañable en la melodía popular entonada por una voz infantil durante las labores del campo, tanto como la complejidad fructuosa de una trampa polifónica. La diversidad imaginativa con que Tamayo suele matizar está en relación directa con el concepto y la utilización de las intensidades como parte medular del discurso musical, tanto como sus granulaciones características, análogas a sonoridades percutidas (en algunos casos de evidente origen prehispánico)".

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RETRATO DE OLGA, 1935.

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LOS PRIMEROS VEINTE AÑOS

En 1935, Tamayo dio otro paso en su fructífera carrera al exhibir acuarelas y gouaches en la Galería Elder de San Francisco. Un año más tarde, el pintor, junto con Orozco y Siqueiros, es nombrado por la Asamblea Nacional de Productores de Artes Plásticas y la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, delegado en el American Artist’ Congress, celebrado en Nueva York. Y precisamente de 1935 proviene uno de los cuadros más significativos de Tamayo, Retrato de Olga, en el que a decir de Justino Fernández, triunfan al fin todas las cualidades del pintor: ...morados, ocres y sepias se combinan con gran mesura en la sencillez de las formas, finamente construidas y sugeridas en parte por las económicas líneas e importantemente por el color cuyos tonos crean una atmósfera espiritual adecuada a la actitud y a la expresión del modelo; refrenada sensualidad y equilibrado intelectualismo que muestran al mejor Tamayo de otros años.

REVOLUCIÓN, 1938.

Entre 1937 y 1938, Tamayo expone en Nueva York y San Francisco y pinta en el Museo Nacional de las Culturas —entonces Museo de Antropología— el mural al fresco Revolución. Cinco años más tarde —dice Antonio Rodríguez al hablar de este mural—, y como si traicionara su postura de esteta para quien interesa ante todo la plástica por sí misma, Tamayo pinta en el Museo Nacional de Antropología e Historia un mural con tema político: un soldado y un obrero que agreden violentamente con su fusil y con un martillo, a sendos capitalistas. En el mismo mural pintó también dos manos: una encadenada, otra libre. Este mural ofrece poco interés. El pintor, como ya lo hemos visto, nunca se ha sentido a sus anchas en el desarrollo de temas políticos. Además, lo que se hace más visible en esta pintura no es la intención revolucionaria, sino el movimiento en diagonal del fusil, el brazo alargado escorzo, que veremos en cuadros de épocas posteriores, como Mujer en la noche y Mujer alcanzando la luna; finalmente, los conos truncados de las columnas rotas, los cubos de los edificios destruidos, y los discos astrales que habrán de estar presentes en toda la obra de Tamayo. Permanencia de RUFINO TAMAYO

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ALGUNOS CONSEJOS A LOS JÓVENES PINTORES Trabajar con humildad, tener el orgullo de soportar el aislamiento, el silencio, la soledad y sobre todo la dureza del trabajo; no tener prisa; preguntarse de una vez por todas ¿qué es la pintura? y estar seguro de la respuesta; no hay que anteponer ningún valor a los valores plásticos. Un consejo final: todo esto no tiene ningún valor porque lo diga alguien. Cada pintor tiene que descubrirlo por sí mismo y si no es capaz de ello, mejor que se dedique a otra cosa. —Rufino Tamayo— MUJER ALCANZANDO LA LUNA, 1946.

Por esos años, Tamayo es nombrado instructor de arte en The Dalton School de Nueva York, donde fija su residencia, acompañado de su inseparable Olga, a quien —lo cuenta ella misma en una entrevista— lleva a la Avenida 53 y le dice que ahí se encuentran las mejores galerías y que un día sus cuadros estarán en ellas. En 1945 cumple su promesa al exponer en la Valentine Gallery, sitio en el que presentará varias veces su obra. Es curioso pensar que los años que van de 1939 a 1946, nos entregan un pintor que ha creado su propio 26

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mundo personal e interno. Su pintura adquiere esa bidimensionalidad que el propio Rufino señala como una de las características de su obra:

Víctor Alba. "Rufino Tamayo. Los primeros pasos”. Revista Mañana , junio de 1953.

Para mí, la perspectiva no tiene razón de ser, pudo ser muy importante en el siglo XVI pero ahora la preocupación de los pintores actuales es conservar las dos dimensiones del plano en que están trabajando y no romperlas por ningún motivo. El valor de cada color es casi igual; entonces mi pintura es muy mala para sacarle fotografías. No hay la tercera dimensión que tanto preocupa a otros pintores.


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En estos años, los animales se convierten en símbolos dentro de la pintura de Tamayo con cuadros como Animales y Perro aullando, pintura en la cual, dice Justino Fernández:

Northampton, Massachusetts. El mural tiene una finalidad pedagógica: enseñar cuál debe ser la postura del artista ante el arte y la del público ante la obra de arte.

El artista nos remite a esa eterna aspiración de infinitud que nuestra limitación nos hace desear tanto; compuesto con la estructura áurea tan frecuentemente empleada, original en el color y la forma, es todo un acierto que podría interpretarse como un homenaje a Maldoror.

Para eso —de nuevo Rodríguez— pintó en un extremo del tablero cómo se presenta ante los ojos: la tierra, el agua, el viento y el fuego; y en otro extremo, cómo el artista transforma lo que ve en arte. Finalmente, en otro tablero pintó al espectador, azorado ante el resultado de la metamorfosis”.

En 1943 Tamayo pinta otro mural, La naturaleza y el artista. La obra de arte y el espectador, en The Hillyer Art Library del Smith College en

El propio Tamayo, al explicar el mural, plantea su concepción estética: ... la naturaleza es la fuente que nos ofrece los elementos plásticos para la producción artística. Pero esos elementos no deben ser utilizados de una manera literal, sino rehaciéndolos a fin de que el resultado final sea creación y no imitación. La obra de arte no debe ser juzgada por su semejanza con la naturaleza, sino teniendo en cuenta su condición de entidad independiente, con vida y con problemas propios.

PERRO AULLANDO, 1960.

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AUTORRETRATO,1931.

Entre 1945 y 1948, Tamayo expone tanto en Estados Unidos como en México. En The Arts Club de Chicago, exhibe sus obras del periodo correspondiente de 1929 a 1944. El Museo de Arte de Cincinnati le organiza una gran exposición retrospectiva y en The Brooklin Museum Art School se presenta, en 1946, el Tamayo Workshop. En 1947, en la Galería de Arte Mexicano se exhibe su Obra reciente y un año más tarde, con motivo de sus 20 años de labor artística, en el Palacio de Bellas Artes se presenta una gran retrospectiva de su obra.

De esa época es el retrato que Xavier Villaurrutia escribió acerca del pintor y de su obra en la revista México en el Arte número 2: Alto y moreno. Ojos vivos y boca grande y frutal. Nariz ancha en que las ventanas muy abiertas parecen absorber el aire sin descanso, en una inspiración. Grandes manos de un dibujo fuerte y fino a la vez. El tiempo ha ido aclarando el color de la piel de Rufino Tamayo, del mismo modo que ha dejado caer en sus cabellos oscuros la fría ceniza de la edad. Silencioso y huraño, reservado y recóndito. Explosivo también como un volcán que surgiera inesperado y cuya erupción se aquietara casi al mismo tiempo de su aparición, para volver a una soledad silenciosa.

Tamayo es un artista porque comprende que lo único que el arte puede lograr es poner en movimiento una serie de capacidades que tengan por fin el lograr una expresión particular del estado estético en el cual se encuentra el creador de arte. —Carlos Fuentes— “Tamayo y yo”, Novedades, 8 de agosto de 1948.

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Al comentar la exposición, Cardoza y Aragón señala en Cuadernos Americanos que Tamayo es un nuevo ciclo en la pintura mexicana; rechaza algunos de los ataques que se empezaban a hacer contra su pintura y afirma su nacionalismo en el hecho de que Tamayo: Está pintando a México con lenguaje y metáforas y sentimientos hondos, populares y tradicionales, en donde lo europeo nutre con su lección su fuerza, para que ésta se realice con cabal plenitud.

LLAMADA DE LA REVOLUCIÓN, 1935.

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Para Cardoza y Aragón, Tamayo era una voz que dice su verdad de acuerdo con la propia comprensión de la pintura, una voz que ha surgido en el mejor momento para destacarse: su presencia se impone con la mayor sencillez y hasta como con un desgano, por sí misma y ajena a otro designio que ser y estar allí, viva y pujante, cantando por cada pulgada de su superficie, con acento y contenido que surge con legitimidad igual a la de la más mexicana y nativa obra de arte. No es una voz más en el coro, sino que canta aparte, por su cuenta y riesgo, y como se le da la gana. No había sitio para ella en el coro mural, en donde, en realidad, hay tres solistas aparentemente reunidos y con una misma intención igualmente aparente. El ciclo de la pintura al fresco lo abrieron y lo están cerrando sus creadores, en el muro y fuera del muro, en sus óleos, grabados y acuarelas. Rufino Tamayo abre un nuevo ciclo.

EL HERALDO Y LA MUERTE, 1959.

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HOMENAJE ALA RAZA INDIA, 1952.

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LA MADUREZ CREADORA

1949 es un año decisivo para el pintor: viaja por primera vez a Europa y al año siguiente, acompañado de Rivera y Siqueiros, representa a nuestro país en la XXV Bienal de Venecia; realiza también su primera exposición individual en París en la Galerie Beaux-Arts, con obra que posteriormente se exhibirá en Bruselas. Aun más: comienza a ser representado en Nueva York por la Knoekler Gallery. En esos años, Tamayo empieza a ser cuestionado e incluso atacado por algunos de los representantes de la llamada Escuela mexicana de pintura, es decir, la de los muralistas. Aún resonaba el eco de aquella declaración encendida y grito de guerra de Siqueiros: “No hay más ruta que la nuestra”. El peso de la corriente es tan fuerte, que no falta quienes lo señalan como un pintor antipatriota y poco comprometido. Esta visión, afortunadamente, no es compartida por aquellos críticos lúcidos que supieron encontrar en la obra de Tamayo la síntesis de nuestra cultura a la par que competía al tú por tú con la gran pintura europea. Mucho tiempo después el propio Tamayo recordaría ese enfrentamiento: Fui un descontento con la llamada escuela mexicana, porque en primer término considero que es un error considerar nacional a la cultura. No creo en esa teoría que se ha formado últimamente por ciertas personas, de que ser muy nacionalista sea la forma de ser universal; yo creo que para ser universal tenemos que alimentarnos de todas partes.

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NACIMIENTO DE NUESTRA NACIONALIDAD, 1952.

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AMÉRICA, 1955.

En 1952, para la exposición itinerante Arte mexicano de la antigüedad a nuestros días pinta el mural Homenaje a la raza india y en el Palacio de Bellas Artes, dos de sus más celebrados murales, Nacimiento de nuestra nacionalidad y México de hoy.

Al acercarse, en 1952 –dice Antonio Rodríguez–, a los dos muros que en el Palacio de Bellas Artes le destinan, Tamayo se halla en plena madurez. Desde que en 1926 presentó su primera exposición, hasta ese momento, Tamayo ha templado su personalidad y afinado su estilo a lo largo de múltiples y variadas experiencias. Después de haber pasado de un realismo poético no exento de folklorismo, a la conquista de la esencia, su forma ahora es libre como el viento. No ha pretendido, ni querido, romper el cordón umbilical con las fuentes nutricias, pero se mueve en una órbita en que la realidad y la fantasía se alternan. Más libre que nunca, su dibujo está en condiciones de sugerir las formas más osadas. Y el color, antes terroso como el almagre de la Mixteca oaxaqueña, o líquido como de zumo de fruta tropical, parece provenir de un mundo entrevisto en sueños por el artista. Algo queda en él de la cerámica popular, de los vasos antiguos, de los códices mixtecos y del trópico, pero destilado a lo largo de un proceso decantador en que la imaginación juega un importante papel. Adueñado de estos poderosos recursos, Tamayo puede enfrentarse, sin miedo, al tema audaz y erizado de escollos de lo que él llama Nacimiento de nuestra nacionalidad, por el fenómeno de la Conquista. Tema apasionante, había sido tratado numerosas veces por otros pintores pero siempre en forma polémica. Tamayo es el primer gran pintor mexicano que presenta la Conquista del Anáhuac en forma objetiva, aparentemente sin pasión, como un historiador o un sociólogo. Constata el hecho histórico y lo representa en el momento exacto en que se produjo. Para él, la Conquista es el tremendo choque de dos razas, de dos civilizaciones, y de dos formas de interpretar la vida; choque del que nace una entidad nueva que es la nación mexicana. Permanencia de RUFINO TAMAYO

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Ese mismo año, en la Pan American Union de Washington, se celebra una exposición retrospectiva de su obra, y al año siguiente comparte con el francés Menessier el Gran Premio de Pintura de la II Bienal de São Paulo, Brasil. Obtiene también el tercer premio en el Carnegie International Show. Asimismo, realiza otro mural, El hombre, para el Dallas Museum of Fine Arts de Texas. EL hombre, de Tamayo —de nuevo apunta Rodríguez en su magnífica historia de la pintura mural mexicana—, es una obra digna de nuestro tiempo, de ambiciosos anhelos y de maravillosas conquistas humanas. Es la expresión de nuestra época, dada por una metáfora de nuestros días. Al criticar un día a aquellos pintores que todavía emplean en su lenguaje pictórico viejos lugares comunes como el gorro frigio, dijo Tamayo: "¿No sería el avión un símbolo mucho mejor y verdaderamente contemporáneo para expresar la libertad?"

Sin embargo, este impulso que Tamayo siente por el arte mural no desentona para nada con su trabajo de caballete, en el cual ven los críticos a un pintor totalmente autónomo que es, a la vez, la mayor personalidad que se enfrenta al muralismo y sus

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EL HOMBRE, 1953.



secuelas, y que encuentra en el hombre uno de sus temas fundamentales. Así lo dice Paul Westheim: En la quinta década del siglo, terminada la serie de perros aullantes, Tamayo empieza a elaborar una nueva estructura plástica. Y desde entonces su tema será el hombre, el hombre que más allá de su condición de ser colectivo se descubre a sí mismo, ser individual e intransferible, tan intransferible como su vida, que no puede ser vivida por ninguna otra persona. La obra más importante de aquella época es Las músicas dormidas (1950), melancólica meditación en torno a la soledad del hombre que, siendo parte de la naturaleza, se halla irremediablemente separado de ella. Bajo la luna negra yacen en el paisaje las dos grandes figuras, como prominencias de ese otro cuerpo celeste que es la tierra, desplegando un ritmo ondulante que se repite en los colores, colores apagados, silenciosamente musicales.

LAS MÚSICAS DORMIDAS, 1950.

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En 1954, Tamayo pinta en el Sanborn’s Lafragua los murales La noche y el día y Naturaleza muerta, al mismo tiempo que el Salón de la plástica organiza una exposición en homenaje al reconocimiento obtenido en la Bienal de São Paulo. Tres murales, en tres diferentes partes del mundo marcarán los

siguientes años: en 1956 se inaugura el mural América en el Bank of the Southwest de Houston. En 1957 pinta el mural Prometeo para la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, y en 1958, en el nuevo edificio de la UNESCO en París, pinta el mural Prometeo dando el fuego a los hombres.



No sé si soy un gran pintor, no obstante, lo que si sé es que regularmente se descubren piezas enterradas en la tierra y que parece que las he copiado, yo Rufino Tamayo, pintor de 1964. La tierra es siempre la misma, también el cielo, el hombre no cambia. No plagio a mis antepasados, los vuelvo a encontrar y para mí es un milagro. El milagro indio.

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PROMETEO DANDO EL FUEGO A LOS HOMBRES, 1958.

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RUFINO TAMAYO POSA JUNTO A SU MURAL PROMETEO, CIUDAD DE MÉXICO, 1957.

Al contrario de los campesinos asustados —señala Rodríguez—, a quienes la técnica moderna tanto horroriza que llegan a identificar la máquina con la opresión, Tamayo, con una visión moderna de la vida y de la sociedad, simboliza la libertad en imágenes voladoras que sugiere el avión. Y con ello demuestra una vez más que, a pesar de no compartir los postulados estéticos de otros miembros de la escuela mexicana de pintura y de no convertir su arte en canto épico de una nación, o en voz panegirista de un ideal, Tamayo nunca se ha sentido divorciado ni de su pueblo, ni de su patria, ni mucho menos del hombre. El hecho de que vuelva a abordar el tema de Prometeo en el fresco que pintó para el edificio de la UNESCO, en París, confirma plenamente esta tesis. En este mural, el hombre se muestra inerte y pasivo como la masa de Orozco. No grita ni gesticula; tampoco se yergue contra sí mismo en actitudes suicidas; no se mueve de su propio sitio. Es una estatua sin vida, sin conciencia y sin ojos. Prometeo ya no aparece como un mediador que da a unos lo que toma a otros. Aquí el hijo de Themis es el rival de los dioses que viene a animar al hombre: a transformarlo de estatua en ser vivo, de ente ciego en ser superior, capaz de abrir los ojos "a los signos de la llama". No viene a dar migajas, aunque dé luz a seres hambrientos que todo lo suplican sin saber conquistar nada. Viene a dar al hombre la conciencia de su propia hombría, por medio del fuego que alumbra a metas e incita a la acción creadora. En el momento en que el fuego toca al hombre todo se convierte en luz flamígera, poderosa, vital. La mujer parece desdoblarse del hombre, y la humanidad entera como que se desprende de los dos. Permanencia de RUFINO TAMAYO

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Una característica importante de este periodo es la pérdida de rigidez de las figuras de Tamayo, así como de su capacidad para extenderse casi hacia el infinito. Octavio Paz dijo, refiriéndose a esta etapa: La antigua rigidez de la figura y objetos cede el sitio a una concepción más dinámica; todo vuela o danza, corre, asciende o se despeña. Las deformaciones dejan de ser puramente estéticas para cumplir una función que no es exagerado llamar ritual; a veces consagran, otras condenan. El espacio, sin renunciar a sus valores plásticos, se convierte en el vibrante lugar de cita del vértigo, y los antiguos elementos –la sandía, las mujeres, las guitarras, los muñecos– se transforman y acceden a un mundo regido por los astros y los pájaros. El sol y la luna, fuerzas enemigas y complementarias, presiden este universo, en donde abundan las alusiones al infinito.

En 1960, Rufino Tamayo recibe dos importantes reconocimientos: el gran premio de la Fundación Guggenheim y el premio internacional de la Bienal de México.

EL HOMBRE Y SU SOMBRA, 1971.

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MUJER CON JAULA DE PÁJAROS, 1932

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HOMBRE FRENTE AL INFINITO, 1970.

Las exposiciones se multiplican y un año después es electo miembro del Institute and Academy of Arts and Letters de Estados Unidos. Para 1963, pinta dos murales, Israel de ayer e Israel de hoy en el trasatlántico Shalom, propiedad israelí. Un año después recibe el Premio Nacional de Arte de manos del presidente Adolfo López Mateos, y para la Ford Foundation realiza 26 litografías en el Tamarind Workshop de Los Ángeles. También pinta el mural Dualidad para el nuevo Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México. En 1967, para el pabellón mexicano de la Exposición Mundial de Montreal pinta el mural El mexicano y su mundo que se instala, posteriormente, en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Ese año se le rinde un homenaje por sus 50 años de labor artística. Para otra feria internacional, la Hemisfair’68, pinta el mural Fraternidad que después será instalado en el edificio central de la ONU en Nueva York, vecino casi de los vitrales realizados por otro de los grandes de este siglo: Marc Chagall. Para 1969 pinta otro mural, Energía, que se encuentra en el Club de Industriales de la ciudad de México, y obtiene el premio lbbico Reggino de Reggio, en Calabria, Italia. Hombre frente al infinito es el título del

EL MEXICANO Y SU MUNDO, 1970.

13 de noviembre se inaugura la nueva sede de la UNESCO en París, con decoraciones de Picasso, Miró, Moore, Calder, Noguchi, Appel, Afro, Arp, Brassai y Tamayo. Picasso realiza un mural dividido en 20 paneles de madera; Miró hace un relieve de cerámica sobre un muro exterior; Moore aporta una gran escultura; Calder, un móvil; Noguchi recrea un jardín japonés; Arp realiza un relieve exterior; Tamayo pinta al fresco el mural Prometeo dando el fuego a los

hombres (5 x 1.5 metros, vinelita sobre cemento y yeso) en la gran Sala de Comisiones del Edificio de Conferencias. En la prensa parisina aparecen muchos comentarios.

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mural que pinta en 1970 en el Hotel Camino Real. Además, es nombrado Comendador de la Orden del Mérito de la República Italiana. Al año siguiente su tierra natal, Oaxaca, le rinde un homenaje como “hijo predilecto” y le cambian el nombre a la calle Arcos, que de entonces a la fecha lleva orgullosamente el nombre del pintor que naciera en la calle de Cocijopí. Además, se le entrega la medalla Juárez. Al año siguiente, Tamayo dona 1,300 piezas de arte precolombino para organizar un Museo de Arte Prehispánico en la ciudad de Oaxaca y en 1975, en el Palazzo Strozzi de Florencia, se organiza una gran exposición retrospectiva, muchas de cuyas piezas recorrerán Japón en 1976, con mo-

tivo de una retrospectiva itinerante. Un nuevo mural es realizado en 1977, Eclipse total, obra que nos recuerda la íntima relación que Tamayo tuvo con los astros y con el cielo estrellado que forma parte indisoluble de su inconografía y que se vería enriquecida algunos años más tarde con la creación de El universo. En el Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York se presenta, en 1979, una gran muestra: Rufino Tamayo: mito y magia y la UNAM le otorga el grado de doctor honoris causa. Dos monumentales esculturas en hierro son donadas por el pintor. Una, Homenaje al sol que se encuentra frente al Palacio Municipal de Monterrey y Germen, instalada en el Centro Cultural de la Universidad Autónoma de México.

ECLIPSE TOTAL, 1977.

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LA FAMILIA, 1987.

El dios Xipe fue para el hombre precolombino una vivencia religioso-psíquica expresada en formas que son símbolo, no descripción. Nosotros, gente del siglo XX, tenemos otras vivencias, otras angustias y exaltaciones. Lo demoniaco de la existencia ocurre dentro de nosotros mismos, como conmoción interna, como vibración nerviosa. Tamayo no reproduce experiencias psíquicas sino que las hace conscientes mediante la configuración formal. De ahí la significación que tiene y debe tener para este artista el lenguaje de las formas. Tamayo sabe gritar en colores. Sonreír, jubilar, danzar en colores. Con sus líneas y superficies sabe girar y volar, plañe y solloza. Tamayo, al igual que otros pintores, está desarrollando la óptica que corresponde a este nuevo mundo de cuatro dimensiones. Su concepción espacial consiste en la ampliación del espacio pictórico hacia adelante, intento de penetrar en el campo visual del espectador. Esta nueva disposición del espacio pictórico, en torno al cual giran los esfuerzos de Tamayo, confiere a los recursos plásticos —color, líneas, superficie— un nuevo valor funcional. No se trata ahí de un proceso pictórico, sino de un intento original y muy serio de organización plástica del creador espiritual. Cualquier contenido sirve si se vuelve motivo de creación artística. Paul Westheim,“Rufino Tamayo. Una investigación estética”.

Novedades, diciembre de 1949.

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LA CONSAGRACIÓN EN VIDA

Lo fundamental es que soy un hombre igual a los otros hombres, dotado igual que ellos, con las mismas aspiraciones y preocupaciones. Uno más entre los hombres de este mundo dividido por prejuicios y nacionalismos, pero unido por la participación común en una misma cultura, la cultura humana, cualquiera que sean las formas locales e históricas que adopte —dijo en alguna ocasión

Rufino Tamayo—. El artista, para entonces los ochenta, era la figura más importante de la plástica mexicana. Su importancia era tal que en 1981, en un terreno del Bosque de Chapultepec se construyó el museo que lleva su nombre y a cuyo acervo el artista donó pinturas, esculturas, dibujos, grabados y tapices de 174 creadores, además de un gran número de obras propias. El Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo, obra de los arquitectos Teodoro González de León y Abraham Zabludowsky, fue inaugurado el 21 de mayo de 1981. Compuesto por 10 salas de exhibición distribuidas en 4,500 metros cuadrados de construcción, el museo es uno de los más modernos en su tipo, ya que su estructura está desarrollada para dar gran importancia a la iluminación natural e integrado al paisaje. Fue sin duda uno de los homenajes más grandes que se le hicieran al maestro; por algún tiempo, el museo estuvo en manos de una empresa privada que había sido la promotora de éste y, posteriormente, pasó al INBA, apoyado por la Fundación Olga y Rufino Tamayo A.C., que a partir de 1990 se encargó de obtener recursos para hacer de este Museo un centro de cultura vivo.

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Tamayo —escribió Juan García Ponce— puede ir hacia atrás o hacia adelante en cualquier momento; jamás ha salido de sí mismo, su obra repite siempre el rito de la creación. Así, ha partido de la construcción rigurosa para llegar a la denuncia y el escarnio y finalmente a la gozosa contemplación. Desde ella, ya todo es juego, difícil facilidad, dominio de sí mismo, y el color y la forma se llenan de sentido de una manera natural. El mundo nos abre las puertas y se entrega. Pero la esencia de ese juego descansa en la enigmática comprensión y la comunicación directa del carácter sagrado de la realidad. De él parte y a él nos conduce, mediante su dramática y suntuosa celebración en la obra, el arte vivo ya para siempre y en continuo proceso de enriquecimiento de Rufino Tamayo. EL UNIVERSO, 1982.

Prueba de esta constante transformación del arte de Tamayo es el vitral monumental que realiza en 1982: El universo. Enorme como una casa, el vitral puede darnos idea de la serenidad con la que el pintor oaxaqueño veía el cosmos y el mundo que lo rodeaba: movimiento y quietud se daban aquí la mano y el color azul proporcionaba, a quienes lo veían en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México, una maravillosa contemplación del espacio infinito. Tal vez por ello es que las imágenes del cosmos que acompañaron la obra del oaxaqueño fueran elegidas para cerrar una muestra organizada por un equipo franco-español, llamada Arte total de todos los tiempos, con un cuadro de galaxias. En 1983, Tamayo realiza una escultura monumental, La conquista del espacio, que se encuentra en el aeropuerto de San Francisco, California. Los premios y las distinciones se suceden: recibe el premio Albert Einstein de la Technion Society de Israel; es nombrado académico de la Academia de San Lucas en Roma; es designado miembro de la Royal Academy de Londres.

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GALAXIA, 1977.

Pero también se entrega generosamente: si antes apoyó los proyectos de becas de la UNAM, ahora dona una Casa Hogar que lleva el nombre de Olga y que se encuentra en Cuernavaca. En 1987, Tamayo cumple 70 años de creación artística: los homenajes al trabajo fructífero del oaxaqueño parecen no tener fin: es nombrado Commandeur des Arts et des Lettres de Francia. Su obra gráfica se exhibe en Ciudad Juárez y en Culiacán. Sus litografías en Guanajuato y en Oaxaca. En el Museo Tamayo y en el Palacio de Bellas Artes se presenta la muestra más amplia de su trabajo y se incluyen en ella algunos de los murales más importantes realizados por el pintor además de dibujo, escultura, gráfica y documentos diversos. La Orquesta Sinfónica Nacional estrena Homenaje a Rufino Tamayo, una cantata compuesta por otro insigne mexicano, el músico y compositor Blas Galindo, quien utilizó como texto para su obra las palabras del propio pintor, las cuales pueden considerarse la quintaesencia de su perspectiva cromática:

“Verde, como el campo en tiempos de lluvia. Naranja, como puesta de sol de otoño. Violeta, como el reflejo carmesí sobre el mar azul. Magenta, como las bugambilias que adornan a nuestros jardines. Ocre, como la tierra erosionada de la altiplanicie. Café, como la tierra húmeda del fértil trópico. Rosa, como conjunción de sol y de luna. Gris, como la mañana sin sol en día lluvioso. Amarillo, como tierno sol en día de primavera. Blanco, como el color de la luna llena. Negro, como noche sin luna y sin estrellas. Rojo, como el fuego que todo lo consume”.

LA GRAN GALAXIA, 1976.

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Antes de trabajar, siempre hago un bosquejo del lienzo que quiero pintar. Imagino un sueño o una escena cualquiera. Tengo mis botes de pintura cerca de mí. Utilizo mucho vinílica; así, cuando algo no me gusta, lo puedo borrar. Entonces, comienzo a trazar curvas, una silueta. Las deformaciones no son voluntarias; son indispensables. La pasta se vuelve espesa y forma un tipo de ola. Los colores se desvanecen unos en otros.

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POESÍA DEL VUELO, 1982.

El 11 de diciembre de 1987, el Ballet Nacional de México realiza cuatro estrenos mundiales dentro de la línea estética del pintor; en el programa de mano podía leerse: Se crea un programa de danza para el maestro que nos ha dado con su pintura una enseñanza que es un gozo, que es una parte esencial de nuestra existencia.

Al año siguiente, Tamayo retribuirá este homenaje pintando el telón de la coreografía Constelaciones y danzantes. Los premios lo acompañan además de las exposiciones: en España, donde le había sido otorgada la Medalla de Oro al mérito en las artes, expone en el Centro de Arte Reina Sofía. También recibe la medalla Belisario Domínguez que le otorga el Senado de la República Mexicana. Y continúa dando muestras de su generosidad; dona para la UNICEF el cuadro Poesía del vuelo, el cual será reproducido en las tarjetas que esta institución vende para apoyar las causas de la niñez, y también ilustra uno de los libros de texto gratuito de edu-

cación primaria que en esa época los niños mexicanos tenían en sus manos. En la Unión Soviética, en Moscú y Leningrado, entre 1989 y 1990, se realizan dos muestras antológicas de sus obras. En ese mismo, es restaurado y abierto al público el mural El canto y la música, que de alguna manera inicia la historia del artista y también la cierra. Tamayo sigue pintando; ese año concluye también uno de sus últimos cuadros: El joven violinista. Y a la vez, sigue retribuyendo generosamente al pueblo del que se consideraba parte: dona a la ciudad de Oaxaca una casa hogar para ancianos que lleva por nombre “Los Tamayo”, y que es inaugurada el 4 de abril de 1991. Permanencia de RUFINO TAMAYO

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ÍNDICE DE ANUNCIANTES KARDIAS AC Centro de Cirugía................ 9 LABORATORIOS GROSSMAN Bedoyecta Tri....................... 2ª de forros, 62 LABORATORIOS LIOMONT Supradol.............................. 9 LABORATORIOS SENOSIAIN Afumix................................. 31, 33 Ciproflox DM....................... 2, 56 Evipress............................... 10, 11 Exel...................................... 37, 56 Nexus.................................. 43, 45 Orecil................................... 4ª de forros, 60 Senovital............................. 22, 25 Sies..................................... 51, 60 Ulsen PCS............................ 19, 56 MOONCATS Academia de Música.......... 47 NOVOPHARM Dilarmine............................. 15, 54 VALEANT Caladryl............................... 3ª. De forros Elidel................................... 27, 62 YOGA................................... 60


EL HOMBRE DEL VIOLIN, 1990.

Sus apariciones en público muestran a un hombre cansado pero afectuoso y, como siempre, con muchas ganas de trabajar: La muerte —había declarado en 1987— es algo que tiene que suceder, y la mejor posición que se puede tener frente a ella es estar conforme con lo inevitable. Para mí, por cierto, será muy pronto, pero no le tengo miedo.

El pintor será homenajeado todavía por la Universidad Veracruzana y el gobierno de aquel estado. Poco después, la noticia de su muerte entristece al universo artístico mexicano e internacional. Los restos de Rufino Tamayo reciben el homenaje sentido del pueblo de México en el Palacio de Bellas Artes, el día martes 25 de junio. A la una de la tarde, cuando el féretro es cargado en hombros para trasladarlo a la carroza que aguarda, un aplauso, que primero sonó muy bajo y después inundó el vestíbulo del edificio y acompañó a Tamayo hasta la propia calle, es el último testimonio de admiración, agradecimiento y afecto para el señor de los colores que, desgraciadamente, se ha ido. Pero no sin antes enseñarnos el respeto por su propio trabajo, por sus convicciones y por la libertad, con el legado que constituyen sus siguientes palabras:

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AUTORRETRATO, 1967.

La libertad es fundamental; no sรณlo en las artes plรกsticas, sino en cualquier actividad. Si uno no es libre, estรก perdido.

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