TOMO 02 1960-1966

¡DIOS Y LAS ALMAS!

PLÁTICAS DE NUESTRO PADRE FUNDADOR

PABLO MARÍA GUZMÁN, M. SP. S. DE 1960 A 1966

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MÉXICO, D. F. 1

Año de 1960 Retiro de preparación al Primer Capítulo General Extraordinario – MESST (1) Unión con Dios.- Amor. (1) Enero 27 - 1960 – Tecoyotitla.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Vengo en nombre de Dios a hablarles de Dios y si vale la expresión, a sumergirlas en Dios para que todas sus acciones lleven ese sello divino. ¿Qué sabemos nosotros los pobres mortales? ¿Qué sabemos lo que tenemos que hacer? Somos ciegos, nuestra mirada no va muy allá; necesitamos tener una mirada divina, necesitamos ante todo, la unión con Dios.

Se os ha llamado; Dios os ha dado una vocación para realizar una obra suya, Obra de Dios.

Recuerdo la palabra de Monseñor Martínez el día de la erección canónica del Instituto, aquí en la Capilla, cuando os dijo: “Para hacer la obra de Jesús, necesitamos ser otros Jesús; para hacer la obra de Dios necesitamos transformarnos en Dios.”

Si yo supiera, amadas hijas, que cada una de vosotras está llena de Dios, transformada en Cristo, guiada por el Espíritu de Dios, me sentiría completamente feliz, completamente satisfecho.

San Agustín decía: “Ama et fac quod vis”... Ama y haz lo que quieras... transfórmate en Cristo y haz lo que quieras, porque no has de querer sino lo que Cristo quiera y no has de hacer sino lo que Cristo haga.

Por eso, amadas hijas, espero que no salga de mis labios ninguna palabra que pudiera decirse humana, esas [1] palabras estudiadas que llaman de doble sentido.

Quiero que mi palabra sea la palabra de Dios. Y la palabra de Dios es la verdadera, la que siempre expresa rectitud y es rectitud.

Soy representante de Dios por mi sacerdocio. Por otra parte, soy el Padre espiritual de vuestras almas. Todos esos títulos me mueven, me obligan a hablaros con la palabra de Dios, a hablaros con rectitud, a no tratar de ninguna manera, de engañar a nadie. ¿Por qué un niño, por ejemplo, cuando su padre o su madre lo llaman a sus brazos, acude sin dificultad? ¿Por qué muchas veces él mismo los busca, sobre todo en las horas de peligro? Porque sabe que su padre, su madre lo aman y no harán nada que lo perjudique, al contrario, todo lo harán para su bien. Si no fuera así, entonces ya no tendría esa confianza. ¿Cuál es la base de la confianza del niño para los padres? Es la certeza que tiene de que es amado de sus padres.

La certeza que nosotros tenemos de que Dios nos ama, es el motivo y la base de 2

nuestra confianza. Por eso en las horas difíciles, en las horas en que queremos y buscamos luz, en que queremos un consuelo, en cualquiera de esas horas difíciles o importantes de la vida, siempre tenemos que volvernos a Dios. En Dios está la salvación. En Dios está la luz, en Dios está el amor, el consuelo, la paz. En una palabra, en Dios lo tenemos todo.

Todos estamos muy obligados a buscar esa unión con Dios porque El nos ha llamado. Toda vocación divina realiza un acercamiento a Dios y más todavía que un acercamiento material, (como cuando nosotros decimos a alguien: ven acá y viene y acorta la distancia, la suprime hasta hacer la unión) este llamado, esta vocación de Dios, realiza algo más grande, nos acerca a Él, nos comunica su Espíritu, nos comunica su amor. [2] Dios nos llama, la vocación es signo de amor, de confianza, de predilección. Por eso, amadas hijas en realidad una vocación nunca se debe despreciar, sobre todo cuando ese llamado es el de Dios.

Dios nos ha llamado en primer lugar a nuestra santificación. “Haec est voluntad Dei, sanctificatio vestra...” Esa vocación a la santidad supone muchas cosas, como cuando se nos invita a un festín, aparte de la confianza o de la estimación que nos manifiesta el que nos invita, sabemos que vamos a encontrar muchas sorpresas, porque generalmente en esos casos se procura llenar de satisfacciones y complacencia a los invitados.

Cuando Dios nos llama a la santidad, este llamado o cualquier otro de sus llamados, siempre supone amor y nos prepara grandes sorpresas. Aun cuando esas sorpresas aparentemente desconciertan a las almas y al mundo, el llamado de Dios supone amor. Se dice que Dios al que ama lo prueba, lo purifica, lo pone en la prensa como la uva en el lagar; pero también allí se encierran secretos de amor.

Cuando el Divino Padre le confió a su Hijo la salvación del mundo, cuando le dió esa vocación de Salvador, cuando le dió esa vocación de Sacerdote Eterno, Redentor y Salvador, esa vocación encerraba todo el amor que el Padre tiene para su Hijo.

Pero ¡qué sorpresas tan grandes y qué desconciertos para los que ven la cosas materialmente! Esa voluntad del Padre, esa vocación del Divino Padre, preparaba a su Divino Hijo nada menos que el Sacrificio de la Cruz! Y ese sacrificio, precisamente porque era querido por el Padre y porque era en favor de las almas a las que ya amaba Cristo Nuestro Señor como Sacerdote Eterno, con amor eterno, lo hacían dar por bien empleados todos sus dolores. [3] “Haec est voluntas Dei...” Esta es la voluntad de Mi Padre... el medio escogido para que yo lo glorifique, para que salve a las almas... por eso Cristo lo prefirió a todos los otros medios posibles de redención.

Cuando Dios nos llama, amadas hijas, y nos da en esta vocación la misión de sufrir, de sacrificarnos, más que el sacrificio mismo debemos ver la voluntad que lo quiere, debemos ver la voluntad que lo escoge para nosotros, debemos ver los frutos que tiene que producir. Porque nosotros en general, somos injustos al juzgar estas cosas que Dios quiere o permite en la vida, y nos ponemos a preguntar como los insensatos, el por qué de todas las cosas, enfrentándonos a Dios nuestro Señor, 3

atreviéndose, criaturas miserables que todo lo hemos recibido y nada teníamos, a preguntarle: ¿por qué haces esto conmigo...?

Todavía la bondad de Dios, la bondad de Cristo, Verbo Encarnado, nos quiere dar contestaciones a algunas de las cosas que preguntamos, de las dudas que tenemos.

Muchas veces El nos pregunta también; Cristo nos dice: “Popule meus, quid feci tibi?...” Pueblo mío ¿qué te he hecho? ¿en qué te he sido gravoso? ¡Dímelo... ¿qué más podía haber hecho por ti y no lo hice?... ¡Qué bondad del Señor de aclararnos esas cosas, cuando debiéramos recibirlo todo con amor y gratitud! Debería bastar para nosotros el saber que Dios lo quiere, para que abrazáramos con amor y generosidad todos los sacrificios que supone esa vocación.

Digo que somos injustos a veces en nuestros juicios, porque estamos viendo el sacrificio, el dolor, la humillación, solamente por un lado, por el aspecto que nos molesta, que nos hace sufrir y nos da pena; pero no lo vemos en el aspecto más hermoso, más luminoso. Lo vemos por el lado de la tierra y es oscuro, pero tiene un lado lu[4]minoso, es el que da al cielo. Y ese lado luminoso es el que oculta los mayores secretos del sacrificio amoroso.

Cuando Dios, amadas hijas, os dió la vocación, primero a la fe, después la vocación a la vida religiosa en general; cuando ya en particular, os llamó para poner en vuestra manos, para confiaros, una Obra suya destinada a glorificarlo por los medios que El le señaló, esa vocación encerró siempre un amor de predilección, un amor muy grande por parte de Dios; suponía amor y suponía también sacrificio, abnegación, generosidad por vuestra parte, para realizar esos designios de Dios.

Los medios no nos deben importar, siendo los que Dios quiere, los debemos aceptar. Si muriendo le doy gloria a Dios y realizo su beneplácito, bendita muerte! Si viviendo puedo complacerlo, bendita vida! En un medio o en otro, en un lugar o en otro, estando en el lugar que Dios quiere, qué feliz debo ser!

Yo quisiera, amadas hijas, que contempláramos la cruz no por el lado oscuro, sino por el lado luminoso; que nos remontemos a las alturas, que tratemos de introducirnos en el seno amorosísimo del Padre, sorprender allí los misterios de su amor para nosotros. Por eso hemos invocado al Espíritu Santo, porque es el único que introduce a las almas en la Unidad de la Trinidad.

Cuando abrí mis brazos para entonar el canto del Veni Creator, pensé que en realidad fue Jesús Crucificado el que nos atrajo al Espíritu Santo, el que nos lo dió y el que lo sigue dando. Poner los brazos en cruz recuerda a Jesús Crucificado; por eso el Espíritu Santo, que siempre viene cuando se le llama, viene más especialmente cuando se le llama así.

Leí en alguna parte, no sé a quién lo dijo el Señor, que le gusta mucho se le pida con los brazos en cruz. Seguramente por lo grato que fue a los ojos del [5] Divino Padre el sacrificio de Cristo.

Hemos invocado al Espíritu Santo, todavía más, es el Espíritu Santo el que nos 4

ha llamado para realizar esa obra de la glorificación del sacrificio de Cristo y para darle al Padre Celestial todo amor y toda la gloria.

Pues amadas hijas, quiero recordar con vosotras aquí en el silencio, en la presencia de Jesús, algo de lo que supone y de lo que pide la hermosa vocación a la que habéis sido llamadas; y le pido al Espíritu Santo que os transforme, que se apodere completamente de vuestras almas.

Estáis representando en estos momentos al Instituto entero y por lo mismo es importantísimo que vosotras honréis esa representación con la única honra que le podéis dar, que es la de ser instrumentos dóciles del Corazón de Dios, del Espíritu de Dios.

Por eso os decía que yo no voy a descender a ningún detalle de cosas puramente humanas, sino sencillamente voy a acercaros a Dios y si, como lo espero con la gracia del Señor, logro unir fuertemente vuestras almas con Dios, no tengo más qué hacer, mi misión terminó. Dios nuestro Señor habrá unificado sus sentimientos con los vuestros, os habrá comunicado el Corazón de Cristo su propio amor, sus designios amorosos.

Qué la Santísima Virgen nos alcance estas gracias; no somos nada más nosotros, amadas hijas; detrás de nosotros hay muchas almas que están pendiente de nosotros. Pero todavía diría yo, más que las almas está pendiente de nosotros la mirada de nuestro Padre Celestial, la mirada amorosa de Cristo, el amor infinito del Espíritu Santo. ¡Cuántas veces lo he pedido, lo he deseado, que nos movamos únicamente por Dios y para Dios! Y como estoy seguro de que vosotras deseáis lo mismo, porque, si habéis correspondido materialmente a vuestra vocación es porque interiormente y espiritualmente también queréis corresponder; si todos deseamos ese acercamiento a [6] Dios y vivir en el amor de Dios, en la unidad del Espíritu Santo, en la caridad perfecta; si tenemos esos sentimientos, amadas hijas, es porque amamos a Dios, porque en medio de las miserias que son propias del hombre, conservamos esos rasgos de nobleza divina, ese algo divino que llevamos en el alma, que nos hace clamar al Padre y buscar al Verbo y llamar ardientemente al Espíritu Santo.

Es el grito del alma que quiere superarse, que se siente oprimida muchas veces, que siente asfixiarse con esos miasmas1 que brotan de la tierra dominada por un espíritu que no es el Espíritu de Dios; sufrimos, y eso divino que llevamos en el alma, nos hace clamar, suspirar por Dios.

Cuando se ha recibido una gracia, una vocación especial, ¡cómo podrá sofocarse el amor divino, el anhelo de superación que Dios ha dejado en las almas, sin traicionarse y condenarse a una desgracia ya temporal, aparte de la prevista para la eternidad!

Por eso digo, amadas hijas, que siendo como sóis, almas de buena voluntad, y queriendo de veras la gloria de Nuestro Señor, tengo mucha confianza en que lo hemos

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El original dice “measmas” en lugar de “miasmas”

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de conseguir.

Terminemos esta primera consideración en un ambiente de gratitud a Dios Nuestro Señor, repitiéndole una palabra que ya le hemos dicho muchas veces; que se la dijimos con tanto entusiasmo por primera vez cuando nos llamó: “Ecce ego mitte me!” ¡Aquí estoy Señor, mándame, estoy dispuesto a obedecerte! ¡Aquí estoy! De nuevo digámosle al Señor. Aquí estoy para que me perdones todo lo que tengas que perdonarme, que seguramente es mucho en mi vida. Aquí me tienes para pedirte perdón de todo lo que haya podido faltar en tu servicio, de todo lo que haya podido hacer en contra de la misión que me diste!... Aquí vengo para que me perdones y a decirte que estoy dispuesto a seguirle sirviendo. Yo no soy digno de servirte Señor, pero te diré [7] como el Centurión: “Dómine non sum dignus...” no soy digno de que Tú me mandes, porque tu servicio pide una santidad y una pureza de alma que no tengo; pero dí una sola palabra, Señor, y mi alma será purificada, hermosísima, con tu palabra que es palabra divina!

Y Dios, amadas hijas, que más que nosotros desea esa unión, que es el que inspira las cosas que quiere conceder, no se tardará nada en despachar nuestra oración así como aquel criado del Centurión quedó sano sin que Jesús estuviera presente, también nosotros quedaremos sanos y el Señor con su poder creador nos transformará, nos purificará.

Renovemos en la presencia de Jesús la entrega que le hemos hecho de nuestra alma, de nuestro cuerpo, de todo lo que somos; pidámosle humildemente perdón y después dejemos que nuestra alma se regocije en el Señor porque ha tenido la dicha de ser llamada, escogida entre millares para servir a Dios, para sufrir por Dios, para amarlo y mediante ese amor, ese sufrimiento y ese servicio, convertirse en una salvadora de almas con Cristo. ASÍ SEA!

La humildad. (8) Miércoles 27 de Enero 1960 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor.

La vocación a la que Dios nuestro Señor se ha dignado llamarnos, debiendo ser una vocación que exige una grande unión con El, puesto que se trata de buscar su gloria, exige en quien la recibe, profunda humildad. Humildad para no desconcertarse con la magnitud de las luchas, de los problemas que se han de presentar, y también para no caer en el defecto de la presunción, creyendo que los tesoros que se han dado en vista de esa vocación, son cosa que el alma misma puedo usar y acrecentar confiada o atenida a sus propias fuerzas. [8] Lo sabemos demasiado, es una verdad de primer orden, que para cimentar bien nuestra vida espiritual, para poder ser buenos servidores de Dios, necesitamos en primer lugar la humildad; es esta humildad la que va a poner el cimiento sólido para que pueda desarrollarse en todo su esplendor la divina caridad, pero precisamente porque la humildad es la base de la vida espiritual, en este caso la base sólida al desarrollo de nuestra vocación, por eso el demonio la ataca con fiereza, trata de desvirtuarla, falsificarla.

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La hermosura de la humildad le viene de la hermosura de la verdad. Dios es la verdad y no puede coexistir en lo que no sea verdad. Si nosotros no queremos esa verdad, entonces estamos poniendo un obstáculo -qué no podrá superarse mientras no se reconozca el error,- a la obra de Dios en nuestras almas.

Si realmente fuéramos humildes, nunca nos desconcertaríamos, el desconcierto, el desaliento, en el fondo encierra siempre algo de soberbia porque supone que el hombre juega un papel definitivo en la obra de su perfección porque no tiene confianza en aquellos auxilios sobrenaturales de la gracia. Si de veras fuéramos humildes, nos encontraríamos inconmovibles ante cualquier defecto.

Es verdad, amadas hijas, que aquel Señor que nos ha llamado, es nada menos que nuestro Creador, nuestro Salvador, es nada menos el que tiene en sus manos todas las gracias, y al llamarnos, al darnos una misión está dispuesto a darnos también todas las cosas que sean necesarias para que la cumplamos, pero siempre a base de reconocer que El es el dueño y el Señor de todas las cosas.

Nuestra suficiencia debe siempre fincarse en Dios. Si creemos que Dios hará todo y nos dará lo que no tengamos y que necesitemos en el cumplimiento de nuestra misión, entonces tendremos una seguridad completa y será en el fondo un motivo muy sólido para tranquilizar nuestras almas. [9] El gran secreto de todas las cosas está en que Dios lo quiere; estamos suponiendo una vocación divina, suponiendo que el Señor quiere, como de veras la quiere nuestra perfección, y que esa perfección que El nos pide, está encaminada al cumplimiento perfecto de nuestra vocación, de manera que las gracias que recibamos, están orientadas todas al cumplimiento de esa vocación que hemos recibido.

La humildad nos hará ver lo que la vocación nos exige y lo que la vocación nos da. Hermosa virtud que nos permite glorificar a Dios dándole el primer lugar en todas nuestras acciones, teniéndolo siempre presente en todas las necesidades, en nuestros triunfos, en nuestras victorias sobre el demonio, sobre el pecado; en cualquier orden volvernos inmediatamente a Él, porque por su bondad, por su gracia, triunfaremos de nuestros enemigos.

En nuestras esperanzas e ilusiones santas, recurrir a El siempre: ¡En Ti, Señor, he esperado, no seré confundido! Que El sea todo en todas las cosas.

Cuando se tiene este fundamento, entonces puede decirse que la vida del espíritu se desarrolla en todo su esplendor. Se llama vida del espíritu no solamente porque se realiza sobre todo en el alma espiritual, sino porque, siendo de una manera especialísima la obra del Espíritu Santo, es a Él a quien debemos esa vida.

Entonces se puede edificar con toda rapidez, - porque el fundamento es sólido, ese edificio de la perfección; entonces puede el Espíritu Santo dejar sus gracias y aumentar cada día más y más la fuerza del amor divino en el alma.

Porque vamos a representar a Dios, necesitamos ser humildes para que El aparezca en todo. Tengan en cuenta, amadas hijas, que nosotros éramos criaturas insignificantes, sacadas de la nada. En Dios, en la voluntad de Dios que nos ha querido escoger y comunicarnos sus gracias y hacernos representantes suyos, tenemos el se[10]creto del amor; un amor que puede ser muy grande, como Dios lo quiere, porque 7

es precisamente El mismo el que ama en nosotros, y si somos representantes de Dios, las almas tienen derecho a pedirnos ese amor, a encontrar en nosotros ese amor, a ver que crezca y se desarrolle en nosotros la divina caridad.

Nuestra vida tiene que ser ante todo una vida de amor. La humildad remueve obstáculos; el edificio lo levanta y perfecciona el amor. Y Dios no solamente quiere darnos sus gracias sino que ha querido dársenos El mismo, habitar en nosotros El mismo, que es el Autor de la gracia. ¡Quién podrá resistir, amadas hijas, esa acción arrolladora del Espíritu Santo en las almas! ¡Quién podrá resistir a esos dardos ardientes del amor divino!

El demonio huye aterrorizado cuando encuentra el amor de Dios en las almas; teme más al amor que las penitencias, los ayunos y oraciones. Un alma llena de amor es una fortaleza inexpugnable, un centro de actividad divina.

Dios os ha mandado, amadas hijas, para ser conquistadoras de almas. Dios y las almas, primero Dios en el amor, primero Dios para el amor de nuestros corazones y después las almas. Porque Dios quiere que las almas se salven, Dios no quiere que se pierda ninguna de las almas y Cristo Nuestro Señor os ha dado, amadas hijas, la misión divina de colaborar con El a la salvación de las almas; pero las almas no se conquistan si no es por el amor, por el amor divino; un amor puramente humano, quizá podría conquistar por un momento las almas, pero acabaría por decepcionarlas, no podría mantener su entusiasmo, su interés. Necesitamos estar llenos del amor divino.

También para esto nos sirve mucho la humildad, ya que nos hará ver con sencillez y gratitud todo lo que el Señor quiere hacer por medio de nosotros. Cristo Nuestro Señor se enamoró de la humildad y quiso anonadarse comple[11]tamente. Fue en esa grande humillación que suponía su Crucifixión, suplicio destinado a los criminales, donde nos alcanzó la máxima gracia. ¿Cuándo lo comprenderemos, amadas hijas? Pero sobre todo, ¿cuándo lo estimaremos, cuándo nos convenceremos de que nunca somos tan poderosos como cuando estamos atados a la cruz de Cristo? ¿Cuándo nos convenceremos de que nunca nos encontramos tan cerca de Espíritu Santo como cuando estamos crucificados? El Espíritu Santo se da a las almas crucificadas o las prepara a recibir la cruz, a fin de poder exclamar con San Pablo: “Christo confixus sum cruce...” “Estoy atado con Cristo a la Cruz”.

Es preciso llenarnos del fuego divino, del amor divino que viene de la Cruz y del Espíritu Santo. Si vamos a ser salvadores, conquistadores de almas, no podremos de otra manera. En tanto atraeremos, convertiremos y comunicaremos amor a las almas, en cuanto que nosotros nos sintamos llenos del amor de Dios, en tanto que viva y se manifieste en nosotros el Espíritu de Dios.

Estas son las verdades básicas en la vida espiritual, y teniéndolas en cuenta no nos desconcertaremos, no perderemos la confianza ni nos sentiremos condenados a un fracaso sin remedio, ni tampoco nos entregaremos locamente a ilusiones falsas. El error está en tenernos en cuenta a nosotros mismos, olvidándonos que somos criaturas de Dios y que Él es quien quiere hacer todo en nosotros.

Para hacer la obra de Cristo hay que ser otros Cristos, transformarnos en Cristo 8

para que El en nosotros realice su obra. Lo más grande que puedo desear para vosotras, amadas hijas, es vuestra transformación en Cristo y veros llenas del Espíritu de Cristo.

Os recomiendo que todos los días al comulgar, cuando sintáis el abrazo dulcísimo de Jesús al alma, en la [12] hora suprema de esa unión divina, le supliquéis que no aparte de vosotras su Espíritu y que se lo ofrezcáis al Padre Celestial como el tesoro más preciado de vuestros corazones; que os ofrezcáis con Jesús, suplicando en cambio ser poseedoras del Espíritu Santo que es Espíritu del Padre y Espíritu de Cristo. ¡Qué fuerza arrolladora se prepara en un alma que se alimenta de estas virtudes, que vive esta vida y sabe explotar esos tesoros que tenemos! No es ilusión, es lo que la fe nos enseña. Recibimos a Cristo, somos dueños de Cristo; Cristo Nuestro Señor, muriendo por nosotros, nos quiso hacer poseedores de su Espíritu y el Espíritu Santo es el Amor infinito, el supremo Santificador de las almas.

Pero también el Espíritu Santo se aleja cuando ve que nosotros confiamos en nuestras propias fuerzas, cuando ve que no hemos dado entrada a la humildad en nuestros corazones.

“Fac cor nostrum secundum Cor tuum”... ¡Haz nuestro corazón semejante al tuyo!

Ese Corazón fue manso y humilde. ¡Qué felicidad tan grande para la Santísima Virgen que comprendió tan bien estos misterios2 del amor divino, que se humilló como nadie entre las puras criaturas y que fue llena del Amor divino como nadie lo será; y que tiene un poder único para llevar las almas a Dios porque no pone obstáculos a las gracias del Espíritu Santo!

Terminemos haciendo actos de fe y de confianza digamos a nuestro Señor: Señor, creo en tu amor, creo en el amor que le tienes a mi alma, creo en tu bondad, en tu misericordia y según esta fe, quiero que me concedas las gracias que Tú quieres concederme, la gracia de poseerte para siempre!

Examinemos en la presencia de Dios cuáles son nuestras disposiciones y si para cumplir nuestra vocación estamos dispuestos a darnos por completo al amor de [13] Dios y ser presa del amor divino. Si no es así, humildemente en la presencia del Señor pidámosle que por ser quien es y por el amor que nos tiene, nos conceda la gracia de dar un paso definitivo en el camino de nuestra perfección, entregándonos a su beneplácito, para que haga en nosotros lo que El quiera. ¡ASÍ SEA!

Espíritu de Amor que debe animarnos. (14) Jueves 28 de Enero - 1960 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Cuando Jesús recibió la lanzada que le traspasó el Corazón, cuando ese Corazón dejó de latir, salió de El sangre y agua. A los ojos de todos aquéllos que no estaban enterados del misterio de Cristo, pareció que con su muerte se había acabado todo y no comprendían que esa muerte, que esa sangre y esa agua, eran el principio de 2

El original dice “misterior” en lugar de “misterios”

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una nueva vida, porque en esa sangre y en esa agua, estaba representado el Espíritu Santo y sus dones.

Desde aquel momento se derribaba el muro espesísimo que se interponía entre el cielo y la tierra, para que ésta reconociera la verdadera vida, y se difundió el Espíritu en primer lugar entre los inmediatos seguidores de Cristo. También ellos, después de la muerte de Jesús, estaban tristes, el ambiente que los rodeaba en el Cenáculo, era un ambiente de tristeza y desolación por la muerte de Jesús.

Pero Jesús esperaba aquel día solemne de Pentecostés para derramar de una manera oficial, digamos, su Espíritu y hacer sentir aquel nuevo germen de vida poderosísima que se les comunicaría por el Espíritu Santo.

Entonces el dolor se convirtió en gozo; el Espíritu de Dios se derramó abundantemente en aquellas almas [14] y las transformó y las convirtió en verdaderos heraldos del Evangelio y apóstoles de Cristo. La Sangre divina comunicó también a aquellas almas los frutos del sacrificio de Jesús y tuvo el poder de infundir en las almas el Espíritu de Dios, en primer lugar en el alma inmaculada de María, en el alma de los Apóstoles.

Ninguna fuerza tan poderosa para unir como el amor, y aquella fusión que se realizó el día de Pentecostés, era la fusión del amor divino, el amor infinito en el corazón humano, en el alma humana.

De esa fusión había de resultar algo divino, porque en esa como absorción de lo humano en lo divino, había de aparecer siempre, dando la nota característica de esa fusión, la nota de lo divino, el AMOR. El amor había realizado la fusión y tenía que aparecer siempre, en todas las cosas el sello divino del amor.

Comenzó entonces para la Iglesia una vida que ha continuado hasta el presente y se prolongará hasta el fin de los tiempos, una vida íntima unión con Dios.

La Iglesia es la esposa de Cristo, poseedora de los tesoros de Cristo, llena del Espíritu de Cristo; y cuando esta Iglesia unge a sus sacerdotes, consagra a sus vírgenes, cuando esta Iglesia manda a sus apóstoles, los unge también con ese óleo divino del amor, invoca sobre ellos la gracia del Espíritu Santo y en ese Espíritu los manda a conquistar el mundo y les manda que sigan las máximas de lo divino, las máximas de Jesús, Maestro divino: no volver mal por mal, volver bien por mal; tener corazón compasivo, misericordioso; amor que perdona porque ha sentido la dicha de ser perdonado, de ser amado.

Cuando nos sentimos llenos del amor infinito, se nos puede pedir todo; todo lo daremos felices, porque en esa exuberancia de vida que tenemos, en la riqueza de [15] ese banquete espiritual, en la posesión perfecta del Amado, encontramos la suprema aspiración de nuestra vida y no nos atrevemos a negar nada. Si alguien posee muchas riquezas y tiene buen corazón, fácilmente da lo que se le pide.

Allí está el secreto de la divina caridad. La Iglesia, que se siente poseedora del Espíritu Santo, de ese amor que no se arrepiente en sus dones; la Iglesia, llena de ese Espíritu divino, lo difunde con facilidad y con El y en El glorifica el sacrificio de Cristo, la Víctima divina que apareció entre nosotros como la Benignidad, como la mansedumbre y humildad; como el Cordero de Dios que había de borrar los pecados del mundo.

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Ese Corazón, el más dulce, generoso, compasivo; ese Corazón que se había de deshacer de amor ante su Padre y ante las almas.

Amadas hijas, el que no tiene el Espíritu de Cristo, no puede ser apóstol de Cristo, no puede ser mensajero misericordioso; no puede amar, y el que no ama como Cristo amó, es un homicida, no tendrá lugar en el reino de los cielos.

Por eso, si somos llamados por Dios y hemos aceptado esa vocación divina, necesitamos llenarnos del Espíritu de Dios.

La humildad es una nota característica, una disposición necesaria para que se derrame en el alma el torrente impetuoso de la divina caridad. Y esa caridad nos manda amar lo mismo a Dios, oídlo, LO MISMO A DIOS QUE A LAS ALMAS, a las criaturas.

Podemos desaprobar el mal que hay en las almas, condenar el pecado; pero siempre debemos tener [16] compasión, misericordia, caridad para el pecador; tenemos que considerarlo como una criatura por la que Cristo nuestro Señor, el Hombre Dios, derramó su Sangre, a la que ama y quiere salvar.

Este es el espíritu que debe animar a los que se dicen y quieren ser apóstoles de Cristo. ¡Qué abundante sería la cosecha y cómo se lograría ese triunfo en los corazones más obstinados, si se procediera siempre con esa caridad!

Y porque es preciso ese espíritu para configurarnos a Cristo, por eso el mismo Espíritu Santo manifiesta bien su contrariedad, su dolor y disgusto, su desaprobación, cuando aparece en las almas cualquier rasgo que es contrario a la caridad. Es cuando amonesta, arguye, increpa, a través de aquéllos a quienes ha dado sus voces para hacerlo, a fin de que se corrija ese defecto.

Amadas hijas, no sólo tenemos la obligación de amar, sino que también - ojalá lo consiguiéramos, - tenemos la necesidad y el deber de convertirnos en amor, que se obre esa transformación, esa fusión suprema de nuestras almas en el amor infinito.

Esta es la meta soñada en toda vida de perfección, transformarse en Dios, en Cristo, porque a Dios lo hemos conocido a través de Cristo; en Cristo hemos sentido ese amor, lo hemos experimentado. “Gustad y ved, cuán bueno es el Señor!” Todo lo que en la antigua Ley se dijo del amor divino, lo vemos cristalizado a través de Cristo.

“Apareció la bondad, la misericordia, la benignidad”...

Al morir Cristo, al pedir perdón para los que Lo crucificaban, sentimos las dulzuras del amor divino, sentimos la misericordia infinita que se nos muestra a [17] través de ese Corazón agonizante de Jesús. Tenemos el deber, amadas hijas, la obligación de convertirnos en amor, de ser todos amor y para esto necesitamos el mismo Espíritu de Cristo; necesitamos que nos llene el Espíritu de Dios, y lógicamente, si estamos llenos de ese Espíritu, tendremos que ir derramando por todo el mundo la divina caridad.

Yo no comprendo, amadas hijas, ninguna misión divina sobre la tierra, que no se desarrolle en esa forma; las cosas más sencillas tienen que hacerse en ese espíritu y en cuanto se hacen así, tienen las gracias y bendiciones de Dios.

Por eso la Iglesia canoniza a los santos que no hicieron otra cosa sino cumplir su deber, aun cuando sea el más humilde aparentemente, porque estaba todo vivificado 11

por la savia divina del amor, animado por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santificador.

En cambio si se hicieran grandes cosas, si se transplantaran las montañas de un lugar a otro, pero no se tuviera la divina caridad, de nada serviría; no teniendo el sello del amor divino, todo sería inútil.

El Espíritu Santo que nos manda glorificar a Cristo y en el sacrificio de Cristo glorificar a la Trinidad Santísima, nos exige esa caridad única en el cielo y en la tierra.

El Espíritu de Dios es el mismo en todas partes; en donde quiera que aparece el Espíritu Santo, aparece en la misma forma, es el Amor infinito. “Si alguno dice que ama a Dios y no ama a sus hermanos, está en un error, porque el Espíritu de Dios nos manda amar a todas las almas, y yo diría, nos manda amar con un sello de ternura especial, por sus necesidades, a las almas más necesitadas. [18] Nosotros mismos, los que nos sentimos culpables delante de Dios –porque ¿quién puede decirse limpio en su presencia cuando El descubre manchas en el sol?– nosotros mismos, el día en que recibamos una corona de gloria por la misericordia divina, ¿a quién agradeceremos más sino a aquéllos que tuvieron compasión con nosotros en el día de nuestra desgracia, en el día en que se resfrió nuestra unión con Dios? ¿A quién agradecer más, sino a los que nos tendieron la mano en la hora de nuestra aflicción?

Para ellos tendremos gratitud especial y elevaremos una oración que Dios no puede dejar de oír, porque es la oración de Cristo Crucificado cuando le decía a su Padre: ¡Padre, perdónales porque no saben lo que hacen! De nosotros los pecadores que fuimos perdonados, se levantará una voz hasta el cielo: Padre, no te digo que los perdones porque ya los has perdonado, te pido que los glorifiques, que pagues su inmensa caridad, porque esa caridad la irradiaron del Corazón de Cristo; Señor, dales una gloria especial!

Esa gloria la tendrán las almas misericordiosas. “Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia!” Si no tenemos ese espíritu, no podremos realizar la obra de Cristo.

Yo quisiera, amadas hijas, que recordáramos estas verdades fundamentales. No busquemos en este mundo nuestra gloria; el que la busca es un ladrón que anda buscando lo que no le pertenece: ¡Sólo a Dios el honor y la gloria!

Si buscamos su gloria, tenemos que olvidarnos de nosotros mismos, lo cual en nada nos perjudica porque desde ese momento nos toma Dios completamente por su cuenta. “Al que se me entrega poco lo cuido [19] poco; al que me entrega más, lo cuido más. Al que se me entrega por completo sin reserva, ése corre por mi cuenta... ¿Quién amadas hijas, a menos de manifestar una ignorancia cretina, no prefiere correr por cuenta de Dios que de los hombres? ¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Bienaventurados quienes ponen su confianza en Dios!

Nunca es tarde para convencerse de las verdades fundamentales, para enderezar un camino, para entregarse completamente al amor de Dios. En esa pléyade de almas que han de formar el Instituto a través de siglos, en las que, así lo espero, florecerá una exquisita santidad, debe encontrar Nuestro Señor una disposición 12

perfecta, sincera, para corresponder a sus designios divinos.

No le dejen, amadas hijas, la gloria de la santidad a las que vengan dentro de cien años; las que vengan tienen que exigir la santidad de las primeras, y primeras pueden decirse no únicamente a los 25 años, sino todavía a los 50 y más.

El camino es único para ir a Dios, no hay dos vías: “Per Crucem ad lucem”... Por el sacrificio de Cristo, a la gloria de Cristo; por la paciencia de Cristo, por el amor. “In caritate Dei et patientia Christi”. Por el amor y el dolor.

El Espíritu que tiene que santificarnos es el mismo que santificó a la Virgen María, el que santificó a los Apóstoles; el que ha librado a la Iglesia en sus grandes tribulaciones, el Espíritu que al mismo tiempo se ha comunicado a través de esas almas, en forma extraordinaria, porque a su palabra resucitaron los muertos, se comunicó la vida espiritual a las almas; a su palabra corrieron ríos caudalosos de gracias en las almas, y mu[20]chas que se habían cerrado antes a la acción benéfica de esa gracia divina, ahora se abrirán para recibirla a torrentes.

Entonces, volviendo a lo anterior, necesitamos olvidarnos de nosotros mismos, ver lo que sea la gloria de Dios y seguir por ese camino único, por donde se consigue la gloria divina, sin pensar en si sufrimos o gozamos, pensando que es el camino de la gloria de Dios.

Si esa gloria de Dios nos pide ocultarnos, ocultarnos. Que nadie nos vea, como la violeta debajo de la hoja; pero que dejemos esparcir perfume delicado, perfume de amor desde esa oscuridad.

Si la gloria de Dios me pide aparecer, apareceré, no para glorificarme de mí mismo, sino para buscar la gloria de Dios, para poner sobre mi frente la corona de espinas, la que llevaba la Cabeza de Cristo, la misma que han llevado los corazones que han querido compartir la cruz de Cristo para compartir su gloria. ¡Ay de aquél que por obstinación se mantenga en sus propios juicios y estorbe la gloria de Dios! Como esto es un secreto, el secreto de Dios, de aquí la necesidad urgente de la oración: “Señor, ¿qué quieres que haga, en qué te puedo servir?... Si Tú me pides que hable Señor, y es para tu gloria, hablaré, contaré tus misericordias, confesaré mis culpas. Si me pides que calle, te ofreceré el silencio del desierto interior; ese desierto tendrá un oasis en el que estaremos Tú y yo; Señor, ¿qué quieres que haga?

Decidme, amadas hijas, ¿no es ésta la disposición que debe tener toda alma consagrada a la gloria de Dios? ¿Quién puede rebatir esta doctrina que es la doctrina de Dios?

Entonces, amadas hijas, si ésta es la verdad y [21] la doctrina de Cristo, tenemos que seguirla, no hay que engañarnos, no debemos confiarnos a nuestras propias luces cuando está empeñada la gloria de Dios. Hay que orar, hay que recurrir a la oración. ¡Veni lumen cordium, veni pater páuperum!... ¡Qué hermosas invocaciones al Espíritu Santo hace la Iglesia en la liturgia! ¡Cómo lo está llamando sobre todo cuando tiene que tomar graves decisiones en beneficio de la Iglesia universal en los Concilios!

Por eso nosotros lo hemos invocado, lo hemos llamado, porque queremos que reine 13

aquí en esta Asamblea el Espíritu de Dios.

Yo no sé, amadas hijas, si Dios me conceda estar presente en alguna otra vez; por las dudas les quiero decir lo que llevo en mi corazón; les quiero decir la verdad, lo que tiene que decir el representante de Cristo, el que ha recibido una misión divina, la misión de cuidar estas almas, de proteger este rebaño: ¡Caminen, amadas hijas, por el camino de la verdad, por el camino de la caridad y nunca se equivocarán! Si las matan, mueran; pero mueran amando, perdonando!

“Pater, dimitte illis... Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen! Nadie sabe lo que hace cuando da una puñalada en el corazón a otro, cuando entierra una espina en el Corazón de Cristo; nadie mide las consecuencias de lo que es la pérdida de un alma; nadie mide las consecuencias de ser infieles al Amor infinito de un Dios!

Pater, dimitte illis!... Por mi parte, amadas hijas, desde ahora para siempre y hasta mi última hora, yo no quiero llevar en mi corazón ningún resentimiento con nadie.

Os aseguro que, sintiéndome heredero de los sentimientos del Corazón de Cristo, no tengo para todas sino amor.

DIOS SABE QUE LAS AMO, que las amo en el Espíritu de Dios. Si ustedes me aman, que Dios se los pague; pero si por un imposible, - porque sé que son buenas - no me amaran, eso no quita nada al amor que Dios me ha dado para sus almas. [22] Ese amor es el que me obliga, santa obligación a querer y a pedir para sus almas lo mejor. Dios sabe cuántas veces se lo he pedido y cómo se lo he pedido. Y si momentáneamente el espíritu del mal ha querido hacernos algún daño, estoy seguro que triunfará el Espíritu de Dios, porque yo lo he invocado y lo he invocado no por mis méritos, porque éstos son nulos; Lo he invocado valiéndome de los méritos infinitos de Cristo Nuestro Señor, desde la Cruz; desde la Cruz de mi altar y de mi Misa; Lo he invocado en nombre del sacrificio de Cristo y no puede dejar de venir, aquí estará, amadas hijas, o para premiarnos, o para quejarse amorosamente de nosotros. Espero que sea siempre para premiar la buena voluntad de todos.

Sigan por este camino, amadas hijas, el camino de la unidad, de la caridad. Otro camino es equivocado. Si alguien predicara otra doctrina, les diría lo que San Pablo: “aunque los Ángeles del cielo bajen a predicar otra doctrina, no hay que creerlo”... la doctrina de Dios, la doctrina de la Iglesia es la de la caridad, la de la misericordia, la del perdón.

Tener caridad no quiere decir dejar de advertir y corregir el error; sería falta de caridad no hacerlo. Hacerlo como Cristo que escogió el silencio de un confesionario para que vayamos a confesar todo lo que llevamos en el alma, para recibir el beso de la reconciliación en ese mismo silencio de la oración y el recogimiento. Allí es donde El nos perdona y nos comunica sus gracias.

Así seamos nosotros; hagamos lo que tengamos que hacer porque faltaríamos al deber no haciéndolo; pero hagámoslo envueltos en la divina caridad. Si mostramos una herida, una llaga, sea notorio nuestro sentimiento, nuestro deseo de curarla; que si advertimos un mal, aparezca la caridad divina que quiere remediarlo.

No seamos duros como aquéllos que no tienen corazón. “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”. Pidamos [23] a Jesús, haga nuestro corazón semejante al Suyo.

14

Procuremos darle a nuestra vida esa dulzura que no es debilidad sino fuerza, porque es la dulzura del Corazón de Cristo, la que salvó al mundo; porque es la dulzura del corazón del hombre la que ha de convertir a las almas.

No se me olvida un sueño que tuve, amadas hijas, que por ser sueño, no debía darle ninguna importancia, pero sin embargo por la doctrina que encierra, se la quise dar. Era un salón muy grande, todo lleno de Misioneros del Espíritu Santo y en la parte de atrás, entre otros, estábamos nuestro Padre y yo. El me decía: “hijo, hay que gobernar con energía y con dulzura; no lo quieren, pero sí lo quiero...”

Seguramente estas últimas palabras fueron las que se me grabaron en ese sueño tan profundo que todavía no se me olvida. Gobernar con energía con dulzura, así gobierna Cristo, así gobierna la Iglesia.

Pidamos al Señor estas gracias; les digo esto porque la mayor parte son superioras o tienen otros cargos. Siempre tenemos alguien a quien mandar; al mozo, a los albañiles, etc. Pues que aparezca en nosotros el Espíritu de Cristo y cuántas veces éste será el secreto de que ganemos los corazones más endurecidos.

Démosle gracias a Jesús que tantas veces nos perdona y supliquémosle que con la misma misericordia con que El nos ha visto, veamos siempre nosotros a nuestros hermanos, en donde quiera que nos encontremos, siempre con amor y misericordia.

ASÍ SEA. [24]

El Espíritu Santo nos purifica por la Cruz. (25) Jueves 28 de Enero de 1960 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: En la obra de nuestra santificación, en la obra del Espíritu Santo, de quien nos vienen los dones y las virtudes, las gracias ordinarias y extraordinarias, hasta llegar a aquella transformación en Cristo, es también el Espíritu Santo el que nos purifica, y para purificarnos de todas nuestras miserias, se vale del amor y del sufrimiento, amor y sufrimiento injertados, por decirlo así, en el amor y en el sacrificio de Aquél que es nuestro Redentor, nuestro Sacerdote, Cristo Jesús, que siendo perfectísimo, no tuvo necesidad como los demás sacerdotes, de purificarse, sino que había de ofrecerse como Hostia inmaculada, hostia de reparación en favor de todas las almas.

La obra del Espíritu Santo, amadas hijas, consiste en acercarnos a Cristo que es el Sacerdote Eterno y que es nuestro Sacerdote, el que pide por nosotros, el que eternamente intercederá por nosotros.

Entonces debemos estar muy atentos a esas cosas divinas, a esas mociones de las gracia, y buscar a Cristo y unirnos a Cristo Sacerdote y Víctima. ¡Qué consuelo tan grande para nosotros, amadas hijas, saber que tenemos este Sacerdote Eterno que se ha dignado tomarnos por su cuenta, que quiere que nos unamos a Él para realizar su grande obra de glorificación al Padre y a la Trinidad Santísima!

Tenemos indicados los grandes medios y decidimos: Per Ipsum, cum Ipso et in Ipso! Es el medio que escogemos para realizar la gloria de Dios, para alcanzar [25] 15

nuestra perfección: por El, por su sacrificio; pero habría que decir primero por su amor, porque de su amor procedió todo.

El primero de los dones fue el amor y también fue el amor el que inspiró el misterio de la Encarnación; fue el amor el que lo realizó. Es el amor el que hace que Cristo Nuestro Señor llame a las almas para unirlas a Él.

Entonces, si es por Cristo por quien vamos a buscar la gloria de Dios, debemos siempre tenerlo presente; presente en nuestro corazón, presente en la mirada luminosa y amorosa de nuestra alma para El, sin apartarnos un solo instante de Él, con la confianza absoluta de que será el medio que nosotros tengamos para rendirle a Dios todo honor y toda gloria.

Debemos ir siempre con El a todas partes, pero sobre todo estar con Él en esa grande hora que es la hora del sacrificio, la hora en que el sacerdote aquí en la tierra ofrece la Víctima divina al Padre Celestial.

Fácilmente comprenderemos que esa unión tan estrecha con Cristo, esa compañía divina de Cristo, exige de nosotros una grande pureza y de aquí que el Espíritu Santo no se canse de aplicar el cauterio divino que ha de purificarnos, que ha de arrancar todo lo dañado, que ha de obrar esa suprema purificación del alma.

Como sabemos, hay una clase de purificaciones que podemos hacer por nuestra propia cuenta, ayudados, como es natural, de la gracia de Dios, y hay otras purificaciones llevadas a cabo por el Espíritu Santo, a las cuales por venir de Él y sufrirlas el alma amorosamente, se les llama pasivas para distinguirlas de aquellas activas, en las que nosotros tenemos parte especial.

Debemos dejar en libertad al Espíritu Santo, amadas hijas, El sabe cuáles son los lugares más necesitados de que se les aplique el cauterio; El sabe, porque El mis[26]mo es quien lo ha señalado, el grado de perfección a que debemos llegar y todas las modalidades de esa perfección; El sabe lo que más necesitamos.

Por eso es indispensable de nuestra parte una grande docilidad al Espíritu Santo, lo mismo para recibir sus inspiraciones divinas, que para sufrir las purificaciones que El quiera que realicemos; pero unas y otras, todas esas purificaciones que vienen del Espíritu Santo, son la obra del amor y tienen que realizarse en la más estrecha unión con Dios, porque Cristo es el que les ha dado valor a todas nuestras acciones.

Así como deseamos hacer las cosas por Cristo, necesitamos hacerlas en Cristo, transformados en Cristo. Para eso hay que vivir siempre en unión con Cristo; unidos a Él, no solamente le damos valor a nuestras obras, sino que también alcanzamos una grande pureza de alma, la pureza necesaria para estrechar la unión con Dios, para recibir las gracias de Dios; y de tal manera debemos estar unidos a Cristo, de tal manera debemos unirnos a Jesús Crucificado, que realicemos por El, con El y en El esa gloria que quiere el Padre Celestial y que debemos darle por propia vocación a la Trinidad Santísima.

Cuando el alma es pura, cuando se purifica, se une a Cristo y entonces realiza automáticamente la obra de Cristo; entonces surge espontánea, amorosa, la adoración perfecta, esa adoración que se goza en contemplar amorosamente a Dios, que se goza en contemplar las hermosuras divinas, la grandeza divina, los atributos divinos, que se 16

goza en alabarlo.

Esta adoración debe ser la característica de vuestras almas, amadas hijas, la que os permitirá en un Trisagio eterno y perfecto, repetir aquel SANCTUS! La que eternamente os hará pronunciar también aquella doxología que es una alabanza: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo! [27] ¡Cómo nos gozaremos en las grandezas divinas, cómo nos sentiremos herederos de las gracias de Dios y cuál será nuestra felicidad de ser hijos de Dios, de tener como Padre al Padre de nuestro Señor Jesucristo! Entonces será nuestra adoración perfecta, ese éxtasis del amor, esa complacencia en las perfecciones divinas.

De nuestra unión con Cristo, de nuestra purificación, surge esa adoración, y por eso los verdaderos adoradores del Padre en espíritu y en verdad, de que hablaba la Samaritana, tienen que ser los que estén más unidos al sacrificio de Cristo. ¡Qué beneficio tan grande, amadas hijas, el que Dios nos hace, el que nos hace el Espíritu Santo cuando nos purifica! No hay cosa más grande que ésa en este mundo.

Por eso un grande amigo de la Cruz, un gran devoto de María se atrevió a hacer afirmaciones tan rotundas como ésta; “Si grande es el don de la fe, es más grande el don de la Cruz de Cristo”! y nos exhorta el mismo santo, Luis María Grignion de Montfort, a acercarnos a esta Cruz y nos dice que si supiéramos las gracias tan grandes que la Cruz nos trae, habríamos de hacer oración y mandar celebrar Misas para pedirla a Dios, para suplicarle que nos acerque a su Cruz y nos clave en esa Cruz divina! Es que la Cruz trae la glorificación de la Trinidad Santísima!

El Apóstol San Pablo se quejaba amorosamente, con lágrimas en los ojos, al contemplar los enemigos de la Cruz de Cristo; y no se refería a los que no tienen fe, sino a los que se dicen amigos y profesan la fe de Cristo y sin embargo, con una falta completa de lógica, se separan de la Cruz de Cristo en el momento en que más necesitan acercarse a esa tabla de salvación y santificación; le vuelven las espaldas para buscar locamente la felicidad y la paz en donde no se encuentran. [28] Nuestro Padre Félix fue un alma grandemente probada en tribulaciones y sufrimiento de todas clases; pero estaba convencido de la gracia tan grande que es la Cruz y decía que no somos dignos de esas pruebas por las que han pasado los santos, y en las que el Espíritu Divino los prepara a la más alta unión con Dios.

San Luis María Grignion de Montfort afirma también que hay ciertas clases de cruces que solamente la Santísima Virgen, con su especial poder de intercesión, alcanza para las almas que más la aman.

Este lenguaje parece extraño para el mundo. Quien oyera esto, sufriría el escándalo de los que no conocen las cosas de Dios. ¡Felices los que saben crucificarse, los que ven al Salvador en Cristo Crucificado!

Quienes entienden estas cosas son los grandes amigos de la Cruz de Cristo, son los que tienen fe muy grande en la oración de las almas probadas por Dios.

Si queremos que de nuestras almas se levante la adoración perfecta, hemos de sentirnos empapados en los sentimientos de Cristo, hemos de amar lo que El ama, odiar lo que El odia. El gran horno del amor, en donde hemos de transformarnos, es el 17

Corazón de Jesús Crucificado.

La Cruz. (29) Viernes 29 de Enero - 1960 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: En Cristo nuestro Señor, como Dios que era al mismo tiempo que Hombre, todas las acciones fueron perfectas durante su vida. Su atractivo era siempre hacia lo divino y en El encontraba siempre sus complacencias el Padre Celestial. [29] Aquellas palabras que dijo en el Jordán: “Este es mi Hijo muy amado en el que me he complacido”, podían escucharse en todos y cada uno de los pasos de la vida de Jesús; en cada uno de los pasos del Divino Salvador se encontraba el amor y ese anhelo de la glorificación del Padre y de la Trinidad Santísima, ese anhelo de salvar las almas.

Sin embargo hubo un momento, digamos así, más solemne de la vida de Jesús, en el que su amor llegó a la cumbre en sus manifestaciones; un momento en el que amó y se sintió amado como nunca se había sentido.

Ese día y esa hora fueron el día y la hora en que consumó su sacrificio, cuando pudo decir aquellas palabras: Consummatum est”... cuando el peso del dolor y todavía más, del amor, le arrancó la vida allá en lo alto de la Cruz.

Pero en la noche oscura en que Cristo quiso vivir, en aquellos profundos desamparos y desolaciones de su vida, sintió la grandeza del dolor que había de consumarse en la Cruz; al mostrarle el Espíritu Santo los frutos de su sacrificio, al ver que se abría el cielo y las tinieblas cedían el paso a la luz, Cristo descubrió el secreto de la gloria de su Cruz.

Al contemplar la Faz el Padre conmovido (hablando en nuestro lenguaje) complacido por nuestra reconciliación con El y ya con Cristo herederos del reino de ese Divino Padre, Jesús sintió que lo invadía aquel torrente incontenible del Espíritu Santo, torrente de amor divino, en una forma extraordinaria que le arrancó la vida, y fue en ese momento, al ver la gloria de su Cruz, cuando, ardiendo en el celo por nuestra felicidad, por nuestra santificación, quiso participarnos de esa Cruz, secreto de su gloria, y hacernos un especial llamado: “Venid a Mí todos los que sufrís... Yo os haré felices, Yo os comunicaré todos los consuelos abundantísimos que existen en Mi Corazón...”

Desde ese momento, son las almas más amadas de Jesús, las que Él llama con más instancia a la Cruz; [30] allí las cita para darles esos torrentes de amor de su divino Corazón.

El mundo no conoce a Cristo, ignora los secretos de la Cruz y por eso compadece a las almas que sufren les tiene lástima y quisiera quitar de ellas el peso que llevan, sin comprender que se encierra allí un secreto de amor, un secreto de glorificación para Dios, un secreto de salvación y felicidad para las almas.

Si nosotros, amadas hijas, queremos llevar nuestro amor hasta lo último, si queremos amar no como han amado aquéllos que únicamente se consideran buenos o fervorosos, sino como amaron los santos; si queremos participar del amor mismo de 18

Cristo Nuestro Señor, de su propio Espíritu, necesitamos acudir a la cita de amor que nos hace en la Cruz.

Ya había dicho el Señor que todos los que quieran vivir piadosamente tendrán que sufrir y padecer persecución y toda clase de penas. Pues si esto pasa con el que quiera vivir piadosamente, ¿qué no sucederá con el que quiera vivir esa vida de amor, imitando a Cristo, llevando su amor hasta el exceso si así puede decirse?

Tales almas son las que tienen que gustar más las delicias que se encierran en la Cruz de Cristo. Entonces, amadas hijas, cuando Jesús nos llama a su Cruz, no es con el fin principal de hacernos sufrir, es con el fin de llenar más y más nuestra alma de amor, con el fin de hacernos felices, de participarnos la gloria de su Padre que es su propia gloria; con el fin de participarnos la gloria de su Cruz que es la efusión del don magnífico de su Espíritu Santo.

Jesús no podía olvidarse de nosotros en esa hora suprema de su glorificación; cuando contemplaba sobre El la mirada amorosísima del Padre, la mirada llena de complacencia, se acordaba de nosotros, nos amaba infinitamente y su amor lo hacía querer siempre compartir con nosotros todo lo que El tenía de grande, de bueno y de [31] santo; si nos había alcanzado la gracia de ser admitidos como coherederos con El, quería también participarnos toda su felicidad y al sentir su alma bañada con la luz esplendorosa de la mirada de su Padre, pensaba en nosotros y deseaba comunicarnos esa gracia.

Si comprendiéramos las cosas en esta forma, amadas hijas, si verdaderamente aquilatáramos en su valor, en su grandeza, lo que es el sacrifico, en primer lugar el sacrificio de Cristo, la pasión de Cristo; y lo que es la participación en ese sacrificio, lo que significa unir nuestros sacrificios a la Cruz de Cristo, entonces, amadas hijas, nos sentiríamos verdaderamente felices, dichosos cuando el Señor nos llama, cuando el Señor se digna compartir con nosotros esa Cruz.

Seguramente que nuestra participación será en forma pequeña, insignificante, por más que nos parezca grande; sin embargo eso poco, eso pequeño, es lo que va a recibir la gran recompensa, no una parte de la gloria de Cristo, nó, toda la gloria del sacrificio de Cristo.

Porque si damos nosotros con generosidad lo que tenemos, aun cuando sea poco, recibiremos la plenitud del Espíritu Santo. Y lo primero que hace el Espíritu Santo al venir a nosotros, es darnos una estimación más grande de la pasión de Cristo, de la Cruz de Cristo; el Espíritu Santo descorre ante nosotros un poco del velo de ese grande misterio de la Cruz de Cristo y nos da ese gozo que es el gozo del espíritu, propio de Él.

Gozo que sin quitar la cruz, nos hace contemplar en ella la gloria de Dios, la salvación de las almas.

El Espíritu Santo nos da la unión con Dios, nos da la alegría, nos da la fuerza de convicción para atraer otras almas también al seno amorosísimo de Dios. Nó, verdaderamente no podía habernos dado Cristo nada más grande por su sacrificio, que el Espíritu Santo, el Espíritu que procede del Padre y del Hijo.

Si muchas veces, en lo poquito que damos y ofre[32]cemos, ya sentimos tanto gozo porque es más lo que recibimos en el don del Espíritu Santo, cuál será, amadas 19

hijas, el gozo de la inmolación total y completa, cuando demos todo, cuando lo inmolemos todo, poco o mucho pero todo! Y especialmente cuando consumemos nuestra vida fieles a ese ofrecimiento, a esa unión con Jesús Crucificado!

No debemos temer por las almas que sufren, debemos temer por las que no sufren o que no saben sufrir. No debemos temer la Cruz, amadas hija, debemos buscarla, considerarla como el tesoro más precioso, porque es la que va a sellar eternamente esa alianza divina de nuestras almas, esa unión con Dios.

Jesús nos llama a la Cruz, nos llama para crucificarnos, y que nadie se escandalice de esto; El mismo consideró como el don más precioso de su Padre la Cruz en que tenía que darle tanta gloria.

Nos llama a la Cruz para crucificarnos, pero también para compartir su gloria; y allí mismo en la Cruz encontramos al Espíritu Santo que nos ha de transformar plenamente en Jesús Crucificado.

Jesús nos llama para invadir nuestras almas, para enriquecernos con esos tesoros divinos. Pero os decía al principio, que habiendo encontrado tantas veces Jesús, a lo largo de su vida la mirada del Padre, como la encontró en Belén al nacer, como la encontró cuando estaba en los brazos de la Santísima Virgen, como la encontró cuando habiéndose perdido durante tres días, confesó que buscaba la gloria de su Padre y que convenía se ocupara de las cosas de su Padre; como la encontró en otras tantas ocasiones de su vida, ahora, al ver consumado su grande sacrificio, encuentra esa mirada divina con infinita complacencia, esa mirada única.

Esa mirada es la que quiere Jesús compartir con nosotros; y también el Padre Celestial, desde la Cruz de Cristo donde contempla con tanto amor a su Hijo, [33] nos llama a nosotros; nos llama al Padre, nos llama el Espíritu Santo para transformarnos en Cristo, y así transformados, merecer ese abrazo eterno del Padre, que nos sepultará en su seno amorosísimo y hará brillar sobre nosotros su mirada en toda la eternidad. ¡Ah, amadas hijas, cuántos secretos de amor encierra la cruz de Cristo! Pero qué difícil es comprender estas cosas! La cruz nos desconcierta solamente la gracia del Espíritu Santo es la que viene a darnos una luz para entender esto.

Allí está, amadas hijas, el camino que debe recorrer el alma consagrada a nuestro Señor, el alma escogida por Dios. No busquemos otro camino; pero también recordemos y tengamos presente que debemos recorrerlo con la sencillez con que lo recorrió Jesús. ¡Cuánta naturalidad divina en todas sus acciones! ¡Cuánta sencillez para realizar los actos propios del ministerio que se había impuesto: sanaba a los enfermos, instruía a las multitudes, tenía aquellas conversaciones íntimas en las que estaba formando a sus discípulos y todo lo hacía con una sencillez maravillosa; sin embargo su alma estaba inundada en los mayores sufrimientos, llevaba ya en su Corazón aquella Cruz pequeña, la de los dolores íntimos la más amarga.

Jesús tenía también sus horas especiales de desahogo y eran sobre todo las horas de la noche que dedicaba a la oración: “pernoctans in oratione”... cuando conversaba con su Padre, cuando le repetía una y mil veces aquella decisión de hacer su voluntad, y le decía aquel “fiat” amorosísimo que pronunciara al presentarse en este 20

mundo: “Ecce venio”...

Y pensaba en nosotros, en esas horas íntimas de conversación con su Padre, pensaba en los que teníamos que venir al mundo para continuar su misión, para atizar en ese mundo los ideales divinos del Corazón de Cristo, o sea la gloria del Padre, la gloria de la Santísima Virgen, la [34] salvación de las almas. En esas horas de intimidad y de oración se confortaba el Corazón de Jesús.

También nosotros, amadas hijas, debemos trabajar sencillamente, cumplir nuestro deber con sencillez y con amor, siempre asistidos por la gracia de Dios.

Debemos tener esas horas de desahogo, de conversación con Dios, para reafirmar todo lo que hemos hecho, lo que hemos ofrecido, lo que queremos hacer por la gloria divina; pero sobre todo decir una palabra que suena gratísima al Corazón de Dios, aquella palabra que Cristo pronunciaba con tanto amor y el Padre escuchaba con tanta complacencia: Pater, fiat voluntas tua!... Gloriarse en hacer la divina voluntad y confesarlo así con aquella sencillez de Jesús cuando decía: “siempre hago las cosas que son del agrado de mi Padre...”

Ojalá pudiéramos nosotros también decirle esa palabra que fue la que selló nuestra felicidad en el tiempo y en la eternidad, la palabra de la aceptación al llamado divino del amor; la palabra de aceptación al cumplimiento pleno de la voluntad de Dios sobre nosotros y sobre todas las cosas del mundo, en el gobierno del mundo, en el gobierno de las almas, en el desarrollo de los acontecimientos.

Un alma que siente así, que obra así, es verdaderamente el alma glorificadora del Padre, de la Trinidad Santísima, glorificadora de María.

Todo lo que no sea esto o no esté encaminado a conseguir esto, es perder el tiempo; y el tiempo no hay que perderlo, es preciosísimo, el tiempo pasa, el día de ayer se fue, el día de hoy está pasando y así rápidamente pasará nuestra vida y llegará la hora de las horas, la hora suprema de la muerte, en que tengamos que comparecer delante de Dios para darle cuenta de nuestra vida, para sellar eternamente nuestra unión con El. En verdad, amadas hijas, vale la pena el que nosotros aceptemos con generosidad todo lo que Dios quie[35]ra disponer sobre nosotros y que procuremos ser santamente avaros de ese tiempo que nos ha de proporcionar una gloria tan grande si sabemos aprovechar, y que ha de contribuir en una forma tan perfecta también a la salvación de las almas.

Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso! Allí está la fórmula divina, la que ha de resolver todos los problemas de la vida; Jesús Crucificado, nuestro Sacerdote Eterno, nuestra Víctima divina, POR ÉL, CON ÉL, EN ÉL! Por El, por su sacrificio, por su amor; con El, teniéndolo delante de nosotros y llevándolo en el fondo de nuestros corazones; en El, transformados en El, sintiendo como El, llevando el mismo Espíritu, siendo conducidos por el mismo Espíritu que condujo a Cristo a la Cruz, a la gloria y al seno amorosísimo del Padre.

Es la fórmula que oímos todos los días en la Santa Misa, y la que decimos en nuestras oraciones; ojalá que se convirtiera en una hermosa realidad, cada instante de 21

nuestra vida!

Amadas hijas, hay que ser generosos en el dar y no quitar nunca lo que damos; esto es muy penoso, muy triste, y supondría falta de amor, quitarle a Dios lo que le hemos ofrecido, lo que le hemos dado.

Es una misericordia suya que nos pida; El no es indigente, no necesita de nuestros bienes, no pide para tener la satisfacción de darnos. Quiere encontrar motivo, ocasión, si queréis pretexto, como decimos, para enriquecernos con sus dones, por eso nos pide.

Cuando no queremos darle a Dios, rechazamos también la posibilidad de recibir y esto apena el Corazón de Cristo porque El quiere darnos sus luces y sus gracias.

Pidamos el don de la perseverancia para ser siempre fieles en las buenas disposiciones que el Espíritu Santo nos haya infundido. Pidámosle sus dones divinos; no necesitamos decirle qué es lo que nos hace falta, porque El [36] mismo sabe y seguramente entre los dones que nos va a conceder, ocupará lugar muy especial la divina fortaleza.

Me llamó la atención que hablando de nuestro Padre Fundador, alguien dijera que recibió especialmente el don de fortaleza. Creo que nuestro Padre recibió en abundancia todos los dones del Espíritu Santo; pero al ver, al conocer lo que él sufrió en su vida, los trabajos, sacrificios, abnegación por qué3 pasó, las persecuciones y envidias, llevándolo todo con la sonrisa en los labios que le caracterizaba, se tiene que afirmar que recibió un don extraordinario de fortaleza.

De vez en cuando se encuentran, amadas hijas, algunas almas que parece que tienen comunicaciones especiales con Dios, luces de Dios y dones muy singulares.

Hablan con Dios, en el lenguaje en que puede hablarse con Él, y nos transmiten algo de esas conversaciones divinas, a través de las cuales sabemos precisamente que el Señor les concede gracias especiales. Así supimos nosotros las grandes gracias que recibió nuestro Venerado Padre y algunas de sus virtudes.

Así también, aun cuando no lo sepamos nosotros ni porque Dios nos lo diga ni porque nos lo mande decir, debemos suponer que al darnos en abundancia su Espíritu, nos dará sobre todo ese don tan precioso de la fortaleza que nos hará cumplir nuestros deberes con toda perfección, humanamente hablando, dada la fragilidad que nos es propia; nos asistirá con su divina fortaleza para el sufrimiento, para el amor; para poder vivir esa vida de intimidad y de unión con Dios. Nada de esto se podría sin la fortaleza del Espíritu Santo.

Terminemos esta meditación, amadas hijas, repitiendo una vez más a nuestro Señor la decisión inquebrantable que tenemos de darle gusto, de glorificarlo, de tratar de complacerlo en todo y hacer su divina voluntad; y no dejemos de acudir a aquella cita que nos da Cristo en su Cruz. Allí nos encontraremos todos, amadas hijas. [37] Si pudiéramos contemplar ese cuadro, sería muy interesante encontrarnos todos rodeando la Cruz de Cristo y contemplando cómo descendía sobre todos el mismo 3

El original impreso dice “por que” en lugar de “por qué”

22

Espíritu de Cristo y cómo descansaba la mirada del Padre y la complacencia de la Santísima Virgen, al vernos junto a la Cruz de su divino Hijo.

Sigamos ese camino, el más cierto. Después de la Cruz está el cielo; está la gloria por toda la eternidad. ASÍ SEA!

La Santísima Virgen. (38) Viernes 29 de Enero-60 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: La hermosura de las almas se mide por su acercamiento a Dios, por su fidelidad a la gracia, por su generosidad en el amor, y la primera de todas las criaturas en realizar ese ideal de perfección, siendo el modelo de todas las otras almas, es la Santísima Virgen. Ella fue predestinada eternamente para ser la Madre de Dios; pero en el tiempo le fue revelado ese secreto el día en que recibió una embajada del cielo, el día en que se le manifestó su verdadera vocación, el mensaje solemne, grandioso de la Trinidad Santísima.

El Espíritu Santo la llenó, la invadió completamente y Ella correspondió a esa gracia divina. Recibió un mensaje del cielo, pero su alma estaba llena del amor divino, preparada ya por el Espíritu Santo, y por eso el día de la Encarnación pudo con tanta generosidad responder a la invitación divina.

El Padre Celestial la llamaba para que Lo representara aquí en la tierra, para conferirle aquella dignidad inmensa de ser la Madre del Verbo Encarnado, y al aceptar María esa misión, esa vocación, le comunicó el Padre su ternura, su amor, su delicadeza, todo lo que caracteriza a la primera Persona divina de la Santísima Trinidad. [38] Sabemos, amadas hijas, con qué perfección cumplió la Santísima Virgen esa misión, cómo de veras fue no solamente la sombra del Padre Celestial, sino verdaderamente un alma, un ser inteligente que realizaba en la medida de las gracias recibidas, aquellas perfecciones divinas que la hacían vivir toda para su divino Hijo.

Muchas veces lo hemos dicho, el amor que Dios quiere de nosotros, el amor de las almas que se entregan por completo, el amor de las almas transformadas, tiene una semejanza con el amor del Padre. Por eso, entre las gracias que Dios concede a las almas, uno de los más altos grados de transformación consiste en ese colorido del amor, amor paternal.

En la vida y en los escritos de Monseñor Martínez, sobre todo en sus apuntes espirituales de ejercicios, en alguna ocasión habla de gracias muy grandes que recibió su alma, gracias de unión, y lo dice guardando cierto pudor espiritual al decirlo, cierto temor; pero claramente da a entender que el amor que Dios le pedía para Jesús, era el amor que tuviera las características del amor del Padre, que imitara el amor de María.

Esa gracia central a que se refiere la vida de Monseñor Martínez, no era otra que la gracia de la encarnación mística, que tiene ese colorido especial: una unión extraordinaria con el Verbo, al que se ama con un amor, digamos así, paternal o maternal, ya que la Santísima virgen fue la que representó con más perfección el amor 23

del Padre en la tierra, y por residir en Ella se le llama amor maternal; amor desinteresado, purísimo.

La Santísima Virgen recibió la misión de cuidar amorosamente a Jesús, pero sobre todo, por lo que ve a la vocación que Jesús mismo le confiara por voluntad de su Padre, acompañarlo en su Cruz, no solamente en aquellas tres horas en que Jesús estuvo crucificado, sino en la cruz de toda su vida. [39] Y fue una gracia singular par la Santísima Virgen el haber compartido, desde la Encarnación hasta la muerte de Jesús y todavía hasta la Asunción de Ella misma a los cielos, esa Cruz íntima del Corazón de Cristo, y haber comprendido como nadie la grandeza de la Cruz.

Es María un modelo hermosísimo que nosotros debemos imitar, con la limitación propia de cada uno de nosotros pero con la buena voluntad, con la generosidad que Dios nos pide y nos exige el amor mismo que nosotros deseamos darle.

Para poder cumplir esa misión, la Santísima Virgen recibió el Espíritu del Padre y el Espíritu del Hijo; recibió en abundancia ese Divino Espíritu que la hacía clamar a un mismo tiempo con voz y sentimientos inimitables; “Hijo mío”, reproduciendo la voz del Padre que eternamente se complace en llamar a su Hijo con ese nombre, y “Padre mío”, reproduciendo también la voz y los sentimientos de Cristo.

Si la vida de Jesús fue de dolor y de martirio, como dice la Imitación, así también fue la vida d la Santísima Virgen, trasunto de la vida de Cristo. ¡Y cómo nó, si era Ella la primera llama transformada completamente en Cristo, preparada por el Espíritu Santo como nadie para comprender el misterio de la Cruz! Era Madre, Madre dolorosa que llevaba en su Corazón la cruz de su Hijo y las cruces de aquellos hijos espirituales que Dios le daría, que somos todos los que formamos el Cuerpo místico de Cristo!

Es hermoso contemplar el modo, con que la Santísima Virgen supo cumplir su misión: llena de gracia, llena de fuego, traspasada por la espada de dolor, pero silenciosa, humilde, sencilla.

Yo me imagino que en la Santísima Virgen siempre aparecía la serenidad y que la iluminaba una luz divina, descubriendo su sonrisa delicada, la sonrisa misma de Cristo, del Cristo Adorador del Padre, del Cristo que, co[40]mo un modelo de Hijo, se complacía en amar, honrar, venerar a su Madre Santísima. Aparte del parecido físico que debían tener la Madre y el Hijo, la Virgen Santísima estaba plenamente transformada en Cristo.

Y ¡qué conmovedor contemplar a Jesús Niño, llevando ya en su Corazón la Cruz antes de ser clavado en ella; contemplar a la Santísima Virgen también ya desde Niña llevando esa Cruz! Repito, yo no sé si desde entonces le haya sido revelada en alguna forma su misión; pero ya se sentía llena del Espíritu Santo, porque en realidad lo estaba; ya se sentía inundada de aquellas gracias que le habían de permitir cumplir el beneplácito divino, ser la Madre del Verbo, acompañarlo, llevarlo en su seno amorosísimo y después en sus brazos y tenerlo siempre bajo su cuidado. ¿Quién puede negar que la Santísima Virgen fue la grande consoladora del 24

Corazón de Jesús? Confidencias que El con nadie podía tener porque nadie las podría comprender, las tenía con la Santísima Virgen; confidencias de amor infinito y de dolor infinito, el dolor que debía padecer Cristo y que las almas debían participar. Como nadie, la Virgen Santísima compartió esa Cruz con generosidad admirable, y se ofreció con Jesús a la gloria del Padre. ¡Qué consuelo para Jesús aquí en la tierra, tener esa alma más que seráfica de su Madre Inmaculada, ver cómo todos sus sentimientos encontraban un eco en el Corazón de esa Madre, y ver también, con la ciencia divina, lo que Ella sufriría por su amor!

Si hablando de uno de los Apóstoles, dijo Jesús: “Yo le mostraré todo lo que tiene que sufrir por mi Nombre...” tratándose de su Madre Santísima, cuando le fue revelado el secreto de la Maternidad divina, también pudo decir Jesús: Yo contemplo todo lo que Ella sufrirá por Mi Nombre por mi amor!... Sufrir por amor, es dar amor puro; sufrir sin amor no consuela. Y la [41] Santísima Virgen le estaba ofreciendo a su Divino Hijo amor crucificado, amor sacrificado.

Así lo acompañó fielmente hasta la Cruz, todas las veces que era necesario privarse de su presencia divina, lo hacía con gusto, - en el sentido de la sumisión amorosa a los designios divinos.

No hubiera querido Ella separarse nunca de su Hijo, pero era necesario y lo hacía. Sabemos que además de la ausencia física, sufría la Santísima Virgen aquellas ausencias a las que Jesús quiso someterla par que más se pareciera a Él, sobre todo después de su muerte, después de su Ascensión a los cielos.

La Santísima Virgen sufrió esos dolores de soledad durante veinticinco años, llegando así a la cumbre del dolor y del amor, a la cumbre de la perfección.

Pero ¡qué felicidad también, cuando escuchó ya la voz que la llamaba para recibir la recompensa y la glorificación eterna! Allí nos tenía presentes a nosotros y deseaba para nosotros la gloria de poder recibir el amor de Jesús y participar en su sacrificio!

La primera en acercarnos a la Cruz de Cristo es la Santísima Virgen; Ella es la que trabaja incansablemente para que podamos realizar la misión divina que hemos recibido.

La vida del hombre tiene aspectos muy hermosos; esa vida que a veces nos parece muy cansada, muy inútil, puede hacer muy grandes cosas, pero la más grande de todas es la de amar a Dios, sufrir en unión con Cristo y por los mismos fines de Cristo, imitar esas vidas hermosísimas , como la vida de Nuestra Señora, como la vida de tantos santos enamorados de Dios, que han pasado por la tierra dejándola llena de bendiciones, enriquecida con sus méritos y habiendo depositado en el Corazón de Cristo el bálsamo de los consuelos, al colaborar en la obra redentora y santificadora!

Todo esto podemos hacer en la vida y debemos hacerlo; por eso en esta ocasión en que Dios Nuestro Se[42]ñor nos ha concedido la gracia de reunirnos en estas meditaciones para renovarnos en el espíritu, debemos reafirmar nuestra vocación, darle más seriedad a nuestra vida, recordar que el amor de Jesús no es una cosa de juego sino algo muy serio! Despreciarlo sería una locura, no corresponder debidamente a él 25

sería una falta de gratitud.

No, amadas hijas, lejos de eso, que nos unamos todos en el amor, en un mismo ideal de perfección. Hagamos esa cuerda triple que difícilmente se rompe. Cuando las almas están unidas en el Espíritu Santo, adquieren una fuerza enorme que nada puede romper, y esa fuerza debe emplearse siempre para la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Si acaso nos hubiéramos olvidado un poco de estas cosas, si nos hubiéramos resfriado un poco en el amor de Dios, en la caridad, es tiempo de renovar nuestro espíritu y pensar que todo lo que hemos sufrido en la vida puede ser un combustible precioso para atizar el fuego del amor, si sabemos unirlo a la Cruz de Cristo.

Recordemos que no estamos solos, la Providencia divina vela por nosotros y cuida nuestros pasos; la Santísima Virgen como Madre nuestra, no nos abandona, no estamos solos. ¡Qué fuerza tan grande proporcionan estas verdades al alma! Por eso la meditación, la oración, es el verdadero descanso de las almas. Muchas otras en las que los hombres pretenden descansar, en realidad los agobian más. El descanso se encuentra en la conversación con Dios, en el recuerdo de estas gracias tan grandes que Dios Nuestro señor nos ha concedido y en la misión tan hermosa que nos ha confiado.

Tratemos de seguir adelante y arriba, amadas hijas, con la vista siempre en Dios, sin desanimarnos por las miserias de la tierra, porque nuestra morada está en los cielos y allí también en lo alto debe estar fija nuestra mirada.

No olvidemos que aun cuando todo nos llegara a [43] faltar en la vida, Dios no nos faltará porque es fidelísimo en todo lo que promete y en todo lo que da. Tengamos la seguridad de que El cumplirá sus promesas. Donde quiera que dos o tres se reúnan en su nombre, allí estará El en medio de ellos.

Que esté El en medio de nosotros y para eso vamos a pedir al Espíritu de Dios que no nos deje. Vamos a renovar en estos momentos la consagración que ya se hizo del Instituto al Espíritu Santo en varias ocasiones y que quisimos renovar de manera solemne al principio de este año. Es algo muy grande; no olvidemos aquellas palabras el mismo Espíritu Santo: “Dichosa el alma que se me consagra! Yo formaré en ella mi nido y la haré santa... le revelaré una vida interior de luces y misterios oculta a la mayor parte de los hombres... nadie se me entrega en vano y Yo me esmero en santificar lo que me pertenece...”

Un alma consagrada al Espíritu Santo, le pertenece, y nosotros nos gozamos en pertenecerle porque El es nuestro Dios, el Espíritu de Dios, el Amor Infinito, Espíritu del Padre y del Hijo.

Ese Divino Espíritu, al recibir este Instituto como cosa suya, lo protegerá, lo defenderá de sus enemigos y se complacerá en santificar las almas, cada una según la medida de la donación de Cristo, según el beneplácito divino. ¡Corremos por cuenta del Espíritu Santo, amadas hijas! Vamos a renovar es estos momentos nuestra consagración, seguros de que producirá efectos preciosísimos 26

en todo el Instituto y en cada una de nuestras almas.

Nó, no faltará el Señor a sus promesas que acabo de deciros y que fueron dirigidas por el Espíritu de Dios a una de sus almas predilectas; también nosotros tendremos la dicha de verlas realizadas si somos fieles en esta consagración, ya que implica llevar una vida de perfección y de amor. [44] Un alma consagrada tiene que esmerarse por su perfección porque es un alma que no se pertenece sino que pertenece al Espíritu Santo; tiene que procurar ser más hermosa cada día, para complacer a Aquél a quien se ha dado, al Amor infinito!

En esta consagración al Espíritu Santo, diremos la última palabra del retiro y dejaremos que Dios Nuestro Señor diga las que sigan. ¡Que todo sea para su gloria; nosotros seremos felices en repetir siempre con la Virgen Santísima: ECCE ANCILLA DOMINI FIAT MIHI SECUNDUM VERBUM TUUM!

Palabras de nuestro Padre en la fiesta organizada por nuestra Madre la víspera del Capítulo General Extraordinario. (45) Enero 29 de 1960 Me han dado las Reverendas Madres esta honrosa comisión de agradecer en su nombre la fiestecita que se ha organizado, y como yo también tengo que dar las gracias, ofreceremos toda esa gratitud a Dios Nuestro Señor.

La fiestecita nos ha hecho pasar un rato muy contentos y ha manifestado el buen espíritu que nos anima a todos, que espero en Dios Nuestro Señor, no decaiga. Ojalá ésta sea la chispa que encienda un nuevo fuego de amor, de caridad.

Le he dado gracias a Dios por todos los favores concedidos en estos días de retiro; verdaderamente estoy admirado de la obra del Espíritu Santo, y la única manera de agradecer, es ofreciendo la Víctima Divina.

Por eso mañana en la Santa Misa vamos a poner nuestras acciones de gracias y a pedir a nuestro Señor nos conceda una grande fidelidad a sus inspiraciones. [45] Me alegro y felicito a las organizadoras de este homenaje que ofrecieron para honrar y agradecer al Consejo General sus labores, y a mí, según me dijeron, por la partecita que he tomado en estos días; lo hice con mucho gusto y como saben que pertenezco a la familia de los sencillos como Dios Nuestro Señor nos quiere, decimos todo lo que sentimos sin dificultad.

Espero que a través de estas manifestaciones se vea lo que hay realmente en nuestros corazones: una grande voluntad de darle gloria a Dios y un gran deseo de hacer en todo su divina voluntad.

Estoy seguro que, pase lo que pase, estaremos siempre unidos, nos amaremos mucho y esta chispita que hoy ha prendido, se encenderá más y más, devorando de amor divino los corazones y dándonos la oportunidad de realizar la grande obra que Dios ha puesto en nuestras manos.

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Profesión Perpetua. (46) Febrero 2 – 1960 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: De todas las alianzas que pueden contraerse en la tierra, no hay ninguna que pueda compararse a aquélla que nos une con Dios, alianza de amor, no solamente para el tiempo sino también para la eternidad.

Pero el amor divino es el más exigente y requiere de aquéllos que desean poseerlo, nada menos que una entrega total, cualquiera otra entrega no satisfaría.

La historia de un alma llamada por Dios particularmente en la vida religiosa, es una historia de amor; pero también es una historia de grande sacrificio.

El alma consagrada tiene que ser un alma transformada y la transformación en Cristo es la obra del amor, al mismo tiempo que la obra del sacrificio, porque el alma transformada en Cristo tiene que imitarlo, y Cristo, como [46] lo recuerda la Iglesia en esta fiesta de la Purificación, es un signo de contradicción; todos los que Lo quieran seguir, tendrán que ser signo de contradicción por parte de los enemigos de Dios, por parte también de muchos de los amigos de Dios que no han recibido por voluntad divina, luces en algunas ocasiones, para juzgar de las almas llamadas.

El que quiera seguir a Cristo, tendrá que vencer a sus enemigos, luchar contra sus pasiones y defectos; pero en esta lucha hay una fuerza divina que sostiene, es el amor, el grande amor a Dios, el anhelo de llegar a esa soñada transformación en Cristo y el celo, infundido por el Espíritu Santo, que le lleva a salvar almas y amarlas hasta dar la vida por ellas como Cristo la dió.

Esta misión no la comprende el mundo porque no está preparado, por eso se opone y viene a ser esto causa de críticas, murmuraciones, cuando un alma trata de darse a nuestro Señor.

Cada quien opina según su propio juicio, y qué pocas almas comprenden el gesto de aquéllos que se resuelven a sacrificarlo todo al amor de Dios, principalmente lo que se opone a ese amor.

Ese sacrificarlo todo, no quiere decir que dejemos de vivir en este mundo y de tener relaciones sociales; todo esto lo tendremos, pero siempre dejando reinar el amor de Dios por encima de todas las cosas. Iremos al mundo para darle a Dios si no queremos que el mundo nos quite a Dios.

La historia, amadas hijas, de cada una de vuestras vocaciones, es una historia de amor; amor triunfante que ha perseverado hasta estos momentos; es una historia de sacrificio también. Yo no quiero entrar en pormenores, porque es muy difícil entrar a ese santuario de las almas y poder expresar lo que en ellas existe.

Ciertamente Dios Nuestro Señor ha querido que yo esté cerca de vosotras espiritualmente, que os conoz[47]ca, que haya seguido el proceso de la gracia en vuestras almas, y precisamente por eso sería el más facultado para decir una palabra.

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Por respeto yo no quiero entrar en ese santuario íntimo en que Dios reina.

Solamente quiero alegrarme con vosotras porque a pesar de todo, habéis perseverado en vuestra vocación.

Esta perseverancia supone un grande triunfo del amor divino y también un triunfo del amor humano, un triunfo sobre los enemigos. Nadie puede imaginarse todos los enemigos que tiene el alma que quiere vivir santamente.

Por eso es un motivo de gozo ver estas almas que vienen a consagrarse de manera definitiva a nuestro Señor y hacer sus votos no por un tiempo, ya no hay más que pensar, la elección está hecha definitivamente; ahora es la entrega total, la donación perpetua.

Y como una respuesta a esa entrega y donación, el Espíritu Santo desciende a las almas para enriquecerlas con sus dones. Es en este día sobre todo, en el que el alma recibe gracias semejantes a las del Bautismo, purificación completa, de manera que si en estos momentos se murieran, podrían ir directamente al cielo.

No puede ser de otra manera cuando hay donación total por parte del hombre y entrega plena por parte de Dios a las almas.

Este día es felicísimo para vosotras y es también muy feliz para todos aquéllos que os amamos; debemos sentirnos muy felices todos aquéllos que estamos ligados de cualquier manera con vosotras, sea con los vínculos espirituales, sea con los vínculos de la carne y de la sangre. Es una honra para nosotros el que alguien que nos pertenece espiritualmente o con los vínculos de la naturaleza, se haya entregado a Dios en forma total; es un desagravio al Amor infinito, una satisfacción que se da a Cristo Nuestro Señor tan olvidado, tan despreciado y ofendido por muchas almas. [48] Es también un motivo de alegría para el Instituto al que vosotras pertenecéis. En estos momentos en que hacéis vuestra profesión perpetua, quedaréis ligadas absolutamente al Instituto; se os podrán dar cargos de confianza que no se dan sino a los que han hecho profesión perpetua.

Así acostumbra prudentemente la Iglesia, porque supone que hay entrega total, que el Instituto tiene plena confianza en sus miembros y puede disponer de ellos para cualquier misión que se encomiende.

Generalmente esas misiones que requieren profesión perpetua, son de confianza, son difíciles, suponen entrega absoluta del religioso al Instituto y también confianza absoluta del Instituto.

Tenemos pues estas Religiosas de las que puede ya disponer absolutamente el Instituto. Yo sé que de hecho ha dispuesto y que desde la primera profesión os entregásteis para siempre. Sin embargo canónicamente, es hoy cuando la Iglesia acepta esa donación total.

Pero no olvidéis, amadas hijas, si en general se ha dicho que todo el que quiere vivir piadosamente tendrá que sufrir persecuciones por parte de los enemigos de Dios, el alma completamente consagrada a Él, tendrá que sufrir más.

El amor os hará triunfar, el amor a Dios y a las almas os hará salir adelante de todos los enemigos.

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Váis a ser cuidadas por Jesús con especialísimo cuidado, como el mejor de los Esposos que El es. El va a disponer las cosas de manera que nunca os falte la protección divina.

Vamos a pedir de manera especial que el Señor os conceda la gracia de la perseverancia final, porque todavía, mientras no vayamos definitivamente a nuestra patria, que es el cielo, podemos ser infieles al amor de Dios aquí en la tierra y la gracia que yo quiero pedir para vosotras es la fidelidad. [49] Yo no le pido a nuestro Señor que no sufráis, porque es una ilusión no querer sufrir en este mundo donde Cristo nuestro Señor murió crucificado.

Sería completamente anormal ser discípulos, ser esposas de Cristo Crucificado y no tener nada qué sufrir.

Al contrario, hay que suponer que vamos a sufrir, pero también a gozar, en ese sacrificio, por el mismo motivo por el que San Pablo decía: “Sobreabundo en gozo en medio de mis tribulaciones”... Es que estaba enamorado de Dios, enamorado de Cristo y todo lo padecía por Cristo.

Sufriréis, pero ese sufrimiento será vuestro gozo, porque certifica la pureza de vuestro amor.

Cuando un alma se presenta a ser juzgada por Dios, no puede tener nada tan precioso que ofrecerle, como ese sacrificio sufrido por amor: Señor, aquí estoy, lo sacrifiqué todo por tu amor... Y si llevamos las señales de Jesús Crucificado, aquellas señales de las que se gloriaba el Apóstol San Pablo, cuando decía que llevaba en su cuerpo los estigmas de la Pasión de Cristo, ¡qué felicidad! ¡qué gozo tan grande!

Os diré a vosotras, amadas hijas, lo que me decía al morir, una santa religiosa que era hija espiritual mía y que murió en olor de santidad: “Padre, le debo mucho, y lo que le voy a pedir a Dios en el cielo es que le dé mucha fortaleza para llevar la cruz de su vida”... No me dijo que pediría para mí no sufrir, sino fortaleza para sufrir.

Yo también, amadas hijas, voy a pedir, no que no sufráis, sino que tengáis fortaleza para llevar las cruces de vuestra vida; que sufráis generosamente, que al fin y al cabo, el sufrimiento pasa, la vida es corta y la eternidad será feliz para vosotras y para los seres que amáis, porque un alma consagrada completamente a Dios, tiene poder inmenso de atracción sobre todo para los suyos.

Así que todos los vuestros deben sentirse felices [50] al saber que tienen alguien que los ama mucho y que ama mucho a Dios y es muy amado de Dios y está siempre orando por ellos a Dios.

Ellas serán los ángeles que os cuiden, amados hermanos, amados hijos, amados familiares que estáis presentes; son los verdaderos ángeles que están cuidándolos y pidiendo a Dios por vosotros. Que no bajen nunca sus brazos, que los mantengan en esta actitud de oración, para que os alcancen grandes bendiciones, y la mayor de todas, las de estar unidos un día todos en el cielo, donde no habrá separaciones.

Pidamos esas gracias y alegrémonos en nuestro Señor. Recordad, amadas hijas, que en este día la Santísima Virgen ofreció a su Hijo, celebró aquella misa mística, en la que ofreció la Víctima Inmaculada 30

Que sea Ella, la Virgen sin mancha, la que os presente en sus manos y os ofrezca al Padre Celestial como hostias, y que esa oblación atraiga sobre vosotras y sobre el mundo entero y sobre el Instituto, las gracias del Espíritu Santo en ese Pentecostés íntimo que viene siempre que un alma se consagra completamente a Dios.

Hacedlo así, amadas hijas, y este día tendrá resonancia no solamente en el tiempo, sino también en toda la eternidad. ASÍ SEA.

Misa de acción de gracias y para pedir por el nuevo Gobierno del Instituto. (51) Abril 29 de 1960 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: A reserva de hacerlo en otra ocasión con más amplitud y aun por escrito, quiero que este primer sacrificio de la Misa que ofrezco en esta casa, sea para darle gracias a Dios nuestro Señor por todos los beneficios que nos [51] ha concedido y para implorar luces y gracias muy especiales para el nuevo gobierno del Instituto.

Siempre hemos vivido del altar y para el altar, del sacrificio de Cristo y para glorificar ese Sacrificio. Por eso ningún lugar tan a propósito para invocar las luces del Espíritu Santo, como el altar.

Acabamos de leer el Evangelio en donde Cristo nos dice que debemos vivir siempre muy unidos a Él para poder dar fruto. Si no permanecemos unidos, seremos fácilmente presa de nuestros enemigos.

Pase lo que pase, amadas hijas, debemos estar muy unidos en el Espíritu Santo, debemos deponer en nuestros corazones todo sentimiento que no sea conforme a esa divina caridad que del cielo bajó a la tierra para enseñarnos los caminos por los que debemos llegar también nosotros a ese perfecto amor de Dios.

Sin amor no vale la pena vivir la vida. Sin amor, no podremos nunca llegar al día aquél, feliz, de nuestra transformación en Cristo y de ninguna manera realizar el espíritu del Instituto que es precisamente de glorificación a la Trinidad Santísima, de glorificación a la gran Madre de Dios, María Santísima, y esto a través del sacrificio de Cristo.

Amadas hijas: Es hora ya de que todos volvamos una vez más nuestros ojos a Jesús Crucificado, que nos abracemos a Él para amarlo, pero también para imitarlo.

Amar a Cristo, ha dicho alguien, es imitarlo e imitarlo es sufrir como El sufrió, por amor a su Padre, por amor a las almas; imitarlo es ser humilde, es tener aquella caridad del que da la vida por el que ama.

Amadas hijas: yo tengo la pretensión si queréis, pero en realidad no quiero llamarla así, porque espero que sea realidad, de conocer bastante vuestras almas, y sé que en el fondo de todas existe ese gran anhelo de glorificación a Dios Nuestro Señor, ese grande anhelo de perfección; pues no hay que dejar sepultados esos anhelos, [52] hay que realizarlos y para ello hay que volver, insisto una vez más, nuestros ojos a la Víctima Divina de nuestros altares; yo os vengo a brindar nuevamente, como Padre de 31

vuestras almas, el apoyo de mi sacerdocio.

Soy el encargado oficialmente, más bien diría por voluntad de Dios, espiritualmente, de ofrecer vuestros sacrificios, vuestros anhelos, vuestro amor, a través de mi altar, a la Trinidad Santísima, y soy también el encargado de distribuir a vuestras almas las gracias de Dios, las bendiciones divinas.

Yo estaré siempre en el altar, ése es el lugar que Dios me ha dado para serviros, no invadiré ningún campo porque me sobran, no los necesito, soy más poderoso en ese lugar en que me encuentro que en ningún otro, y si alguien no me quisiera escuchar, tengo Quien me escucha, aquel Padre amorosísimo que es la fuente de toda ternura; ese Padre que nos dió a su propio Hijo, hará que esta palabra sacerdotal no se pierda.

Estoy muy lejos de confesarme derrotado y de ser pesimista; el día que dejara de tener confianza sería porque la hubiera perdido en el poder del sacrificio de Cristo y espero en Dios que nunca sucederá eso.

Dios es más poderoso que todas nuestras miserias, en una palabra, Dios es Padre y un padre siempre tiene abiertos los brazos para recibir a sus hijos.

Pero en fin, prometí que serían unas cuantas palabras porque disponemos de poco tiempo; esto basta, porque en resumidas cuentas os quiero decir que estoy en el altar para serviros, para cuidaros, para amarnos, para ayudaros como sacerdote, como Padre espiritual de vuestras almas y también como representante de Dios nuestro Señor, porque El así quiso escogerme para trabajar por el engrandecimiento de su gloria.

Ratifico mi confianza en vosotras, espero que vosotras también, delante de Dios nuestro Señor, con [53] un gran espíritu de fe, la ratifiquéis en mis Sacerdocio, y si eso hacemos, podemos estar seguros de que triunfaremos de todas las dificultades y que resucitaremos, digamos así, a una nueva vida en Cristo, en la que, así lo espero, podremos cumplir el propósito divino de darle a Dios nuestro Señor, en unión con Cristo y por Cristo, todo honor y toda gloria. ASÍ SEA.

Despedida de 2 Misioneras a Japón: R.M. Ma. Josefa Fox Garza y Gloria Villalba. (54) Abril 30 de 1960.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hace poco más de diez años que en este mismo lugar tan amado para todos nosotros, la Basílica de nuestra Señora de Guadalupe, dimos la despedida al primer grupo de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad que marchaba a Japón.

Llevaron las bendiciones de la gran Madre de Dios, porque a pesar de las dificultades propias de toda misión, particularmente de ésta en la que habían de luchar con climas especiales, con una lengua muy difícil (se ha dicho que es la más difícil del mundo), sin embargo Dios bendijo y ayudó a nuestras primeras Misioneras, que pudieron comenzar muy pronto sus obras de apostolado.

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A las primeras siguieron otros grupos, y Dios nos concedió la gracia de poder contar ya con un Noviciado en aquellas tierras y recibir a las jóvenes japonesas que, enamoradas de este ideal, quisieron consagrarse también a trabajar por sus hermanos.

Algunas de ellas vinieron a México; deseaban conocer a la Virgen Santísima de Guadalupe, conocer una nación católica, porque allá en Japón domina el paganismo, son 250,000 católicos para 90 millones de habitantes!

Dos de nuestras religiosas japonesas hicieron aquí [54] en México su profesión perpetua, en la Casa Madre, y quedaron encantadas de este país católico, llevando a su regreso a Japón el amor a la Virgen Santísima.

Dios nuestro Señor me concedió la gracia de visitar por dos veces esta Misión Mexicana en Japón: en 1952 y el año pasado.

Verdaderamente han sido continuas las bendiciones de Dios, como pude comprobarlo, y también muy grandes los esfuerzos y sacrificios de nuestras Misioneras.

Dios ha recibido esos sacrificios, los ha convertido en gracias para la conversión de muchos de aquellos infieles. La Parroquia de Fukuoka, en que trabajan nuestras Misioneras, tuvo la dicha de ser la primera en el número de bautizos, y esto a pesar de las grandes dificultades que se presentan.

Hoy viene un nuevo grupito de Misioneras que parte hacia el Japón; vienen a recibir un Crucifijo, el Crucifijo de las Misioneras, que les recuerda que van a realizar la obra de Cristo, a buscar con Cristo la salvación de las almas; les recuerda que no hay redención sin sacrificio y que para poder conquistar las almas, necesitan vivir con Jesús Crucificado y como El, crucificadas.

Hasta ahora nuestras Misioneras, gracias a Dios, han respondido a su vocación; quedé conmovido en mi primera visita al Japón y en la que hice últimamente, al ver cómo luchan en medio de aquellas dificultades, en aquel clima tan pesado. Nuestro Señor bendice estos sacrificios y estoy seguro de que seguirá derramando sus bendiciones abundantes.

El número de Misioneras japonesas aumenta; precisamente el 29 de junio próximo hará un año que tuve la dicha de imponer el hábito a cinco jóvenes japonesas.

Os damos la despedida, amadas hijas, y os ofrecemos nuestras oraciones especiales. Sabemos que todo el que trabaja por la gloria de Dios tiene que tropezar [55] con grandes dificultades, que necesita ser sostenido por la oración de sus hermanos. Por eso os ofrecemos orar continuamente; por eso hemos venidos a esta Basílica a implorar la bendición especialísima de la Santísima Virgen.

Nuestro Santo Padre Pío XII dijo que era la hora del Japón, la hora en que el mundo católico debe interesarse por la conversión de ese gran pueblo tan culto, tan inteligente, tan lleno de cualidades, que si nosotros logramos ganarlo para la Iglesia Católica, será una grande conquista, una avanzada poderosísima para la conquista del asia.

Y México, que tuvo su primer mártir en el Japón, ha sido una de las naciones misioneras que acudieron inmediatamente al llamado del Santo Padre.

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Hay varias Congregaciones Misioneras mexicanas trabajando en Japón: los Misioneros de Guadalupe, las Misioneras Clarisas y nuestras Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. Probablemente otras muchas comunidades vayan a sumarse para acelerar la conquista espiritual de aquellas almas.

Pidamos, amados hermanos, por estas Misioneras; que sean fuertes, que resistan las pruebas que nuestro Señor les ponga y que si mueren, mueran en la línea de batalla, y que si vuelven a su patria, como algunas han venido, puedan llevar otras muchas almas que como ellas, sean felices en la obra misionera, en la obra de Cristo.

Dios os bendiga, amada hijas, llevad esta bendición de la Virgen Santísima de Guadalupe, para que su nombre sea conocido en todas partes y sea amada de todas las almas. ASÍ SEA.

Nuestra Señora de la Luz.- Fiesta de la M. R. M. Sup. Gral. (56) Junio 1° de 1960 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Entrando en el espíritu de la Iglesia, debemos en [56] estos días prepararnos, en unión con la Santísima Virgen, a recibir la gracia del Espíritu Santo; esa gracia que siempre nos es necesaria porque sin ella no podríamos hacer nada bueno ni dar un paso más en el camino de nuestra transformación en Cristo, esa gracia necesaria para poder dar testimonio de Cristo, según la promesa del mismo Cristo Nuestro Señor cuando nos anunció la venida del Espíritu Santo: “El dará testimonio de Mí...”

Como cristianos, como almas consagradas a Dios, debemos ser los grandes confesores de Cristo, dar testimonio de Cristo, de Su divinidad; dar testimonio por nuestra propia vida, confesando la verdad de todo lo que Cristo Nuestro Señor nos quiso enseñar.

La Iglesia invita a todos sus hijos para que en estos días redoblen sus oraciones; las grandes necesidades de la Iglesia de Dios hacen que ella recurra a los medios supremos y el medio más grande para salvar a la Iglesia en sus necesidades, ha sido la asistencia del Espíritu Santo, del Espíritu de Dios que obra directamente en los corazones, pero que se manifiesta a través de las almas que dan testimonio de Dios.

Decimos que al Espíritu Santo no lo vemos, a Dios nadie lo ha visto; pero El se goza en manifestarse a través de las almas, particularmente a través de los santos, de aquellos seres poseídos por el Espíritu de Dios, dóciles a sus mociones divinas, a quienes ese Espíritu llena de fortaleza, de sabiduría, de ciencia, de todos sus dones, todo lo necesario para poder dar a nuestro Señor la gloria que El pide.

Y en estos tiempos de lucha tan tremenda en la Iglesia, en que parece que todos los elementos se han confabulado contra ella, la Iglesia de Dios está segura de que el remedio le tiene que venir de lo alto y vuelve a llamar al Espíritu Santo. El viene, El está obrando ya en nuestras almas y me parece a mí que tratándose de casos extraordinarios, está obrando en forma extraordinaria. [57] Claro que lo que nosotros vemos es la lucha interior, la obra de los enemigos, 34

vemos los estragos del mal, pero muchas veces se nos oculta lo que hace el Espíritu Santo, esa acción interior, efectiva, eficacísima Suya.

Es tan poderosa, que si se concentrara en una sola alma, ella podría resolver todos los problemas de la humanidad.

Para nosotros es un consuelo, amadas hijas, pensar que nuestra flaqueza, nuestra debilidad, se pueden convertir en fuerza y que nuestras miserias pueden ser usadas por Dios como medios para santificarnos.

Por eso la Iglesia suspira y también las almas interiores, por este día de Pentecostés.

Yo no sé, amadas hijas, si hay otra cosa en la que yo les haya insistido tanto a través de los años, desde la fundación del Instituto, como en la NECESIDAD de darnos al Espíritu Santo, ser poseídos por El, amarlo y hacerlo amar.

Y es que tengo la convicción plena, amadas hijas, de que un alma entregada al Espíritu Santo y poseída por El, realizará todo bien, será poderosa, será invencible, porque no será ella, sino el Espíritu de Dios el que la haga obrar.

Con este fin hemos hecho varias veces consagraciones al Espíritu Santo, con mucho entusiasmo; la furia de nuestros enemigos se manifiesta, y al manifestarse indica la grandeza de las obras que realizamos: buscar el reino de Dios, buscar el reinado del Espíritu Santo, formar almas llenas del Espíritu divino, que se transformen en Cristo para gloria de la Trinidad Santísima, que sean glorificadoras de la Madre de Dios, María Santísima. Esto es muy grande y tiene que suscitar celo, envidia, rencor de nuestros enemigos.

Pero escuchemos las palabras de Cristo: “Nolite timere...” no temáis, rebañito mío, porque ha sido del agrado de mi Padre darte su reino, darte su Espíritu...!

Pequeñitos como somos, en manos del Espíritu San[58]to podemos realizar grandes cosas, porque no somos nosotros sino El en nosotros. Pero el agente principal pide la colaboración del instrumento y nosotros debemos ser instrumentos dóciles en las manos de Dios, en las manos del Espíritu Santo para que podamos decir que El nos guía, que El es el alma de nuestras almas, el amor de nuestras vidas.

Para ser dóciles a esas mociones, el Señor nos da sus gracias continuamente a fin de ejecutar su divina voluntad sin estorbar sus designios, sin estorbar la acción del Espíritu Santo, sin estarle interrogando o queriendo sugerirle soluciones a cosas que sólo Él puede remediar.

Debemos ser dóciles al menor soplo de la gracia del Espíritu Santo, ir a donde El nos mande, sin volver siquiera la mirada; seamos aquella nación, aquel pueblo, como decía Nuestro Padre, gobernado por la obediencia y por el amor; entonces seremos fuertes porque nos guiará el Espíritu Santo.

El otro espíritu, el del mal, es bien conocido, y para mejor conocerlo, San Pablo dice muchas cosas que le son propias y pone en parangón con ellas los hermosísimos frutos del amor al Espíritu Santo.

Vamos a renovar, amadas hijas, nuestro deseo de ser todos de Dios, nuestra 35

súplica por María, de que venga a poseernos el Espíritu Santo y nuestra promesa de que, fiados en su gracia, procuraremos ser dóciles y tener siempre a flor de labios pero brotando del corazón aquellas palabras de la Virgen Santísima, Madre de Dios: ECCE ANCILLA DOMINI, FIAT MIHI SECUNDUM VERBUM TUUM!

Fiesta de la Comunidad. Santo de La M. R. Madre. (59) Junio 1° de 1960 Hace poco, cuando en el Santo Sacrificio de la Misa hablaba acerca del papel que yo creo me toca des[59]empeñar cerca de vosotras, os decía que éste debo desarrollarlo en el altar sobre todo.

Verdaderamente es una situación privilegiada, el poder contribuir a la solución de los graves problemas de las almas y de las instituciones con esto que es siempre eficaz: la oración, a la que Dios mismo ha prometido la eficacia; la oración humilde y confiada; sobre todo la oración que se ofrece como representante de Cristo, en nombre de Cristo, desde el altar, en el Santo Sacrificio de la Misa.

En el altar quiero seguir siendo para todas y cada una de mis hijas, las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, el Padre y el Pastor, sobre todo el sacerdote encargado de llevar al cielo las necesidades de las almas, y de traer de allá las bendiciones de Dios para ellas.

Estoy muy contento con este papel; desde luego creo que nadie puede desechar la oración que todos necesitamos; pero en esas obligaciones que tenemos para con Dios en la obras que nos ha encomendado, hay también una jerarquía y en esa jerarquía debemos tener presentes en primer lugar a aquéllos a quienes de una manera especialísima Dios Nuestro Señor ha confiado el cuidado de las almas.

Yo estoy seguro de interpretar los sentimientos de la M. R. Madre Fundadora porque la conozco, y por lo mismo creo que tanto ella como yo, porque somos llamados Fundadores, representantes, instrumentos de Dios, estamos dispuestos y deseosísimos de cooperar con nuestras oraciones y sacrificios al engrandecimiento de la Obra, dispuestos a pedir por todas y cada una de las que forman el Instituto, y ahora de una manera muy especial, por quien estamos festejando en este día, la M. R. M. Luz María, ya que Dios nuestro Señor ha puesto sobre su espalda una carga humanamente muy pesada, pero que, como han dicho en alguno de los discursos, aligerará la gracia de Dios Nuestro Señor.

Ojalá, amadas hijas, que el Espíritu Santo nos [60] concediera esta gracia tan grande que estamos pidiendo, la de formar un solo corazón, una sola alma y así trabajar con verdadero empeño en nuestra santificación.

Yo quiero ofrecer, en nombre propio y en nombre de la M. R. Madre Fundadora, la contribución de nuestras oraciones y sacrificios y decirles que por encima de todas las cosas predominan en nosotros el sentimiento de la paternidad espiritual y que, pase lo que pase, siempre nos sentiremos y procuraremos ser Padres para todas y cada una de vosotras.

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Es lo único que quería deciros, y para que eso se realice, no me aparto de mi lugar: el altar. Allí me encontrarán siempre, allí les tengo mis bendiciones y allí les daré lo que nuestro Señor me quiera dar para ustedes.

Mi felicitación y obsequio, como le dije a la M. R. Madre, es el Santo Sacrificio de la Misa que el Padre Superior me autorizó a ofrecer por ella.

En ese Santo Sacrificio está expresado todo lo que siento y todavía más, lo que Dios Nuestro Señor quiere conceder a la Madre y a todas y cada una de vosotras.

Ceremonia de Votos perpetuos. (61) Junio 29 de 1960 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: En la historia de vuestra vocación religiosa, éste es un nuevo paso, pudiera decirse definitivo, porque os váis a ligar perpetuamente a nuestro Señor con los votos religiosos.

No es el fin, sino el principio, pudiéramos decir, de una nueva vida de perfección.

Al hacer vosotras esta entrega perpetua, Dios os recibe como cosas suya completamente; el Instituto os recibe también en su seno definitivamente, y va a comenzar para vosotras esa vida que tiene que ser de más perfección. [61] Yo diría, sintetizándola, que es una vida en la que debéis vivir como Cristo Nuestro Señor, en la pobreza del espíritu; POBRES no sólo en lo material, sino con la pobreza de espíritu que se confunde con la humildad, haciéndonos siervas de todos, para ganarlos a todos a Cristo.

Pobres en el afecto, desprendidas de todo aquello que pudiera ser un estorbo a vuestra unión con Dios. Muy unidas a Dios, y en Dios muy unidas a las almas. Pobres.

Siervas. El mismo Papa goza en llamarse “siervo de los siervos de Dios”, siervo por amor.

Váis a servir a las almas, pero en realidad váis a servir a Dios, porque las almas son de Dios; seréis pobres, siervas de todos, humildes. ¡Qué hermosa es la humildad que, haciéndonos pequeños, nos engrandece porque nos hace perdernos en Dios! ¡Qué hermosa es un alma humilde que no se apropia nada, todo lo refiere a Dios! Es un alma pequeñita, que, como los niños reciben todo de sus padres, ella todo lo recibe de su Padre Celestial.

Váis a vivir esa vida, y sobre todo, diría yo, váis a ser obedientes. El obediente es el que hace la voluntad de Dios, el que canta las victorias, según lo dice el mismo Espíritu Santo: “Vir obediens, loquetur victorias”.

La cruz de la obediencia es la que más inmola, pero la que más glorifica a Dios.

El Espíritu Santo no quiso hacer otra alabanza de Cristo, pudiendo hacer muchas, sino ésta: “Fue obediente hasta la muerte”... Cristo Jesús hizo siempre las cosas que eran del agrado de su Padre. Y la Santísima Virgen toda su vida la consagró a la voluntad divina: “Ecce ancilla Domini”...

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Si no hacéis otra cosa que la voluntad de Dios en vuestra vida, tendréis la paz de vuestras almas, y como dijo Santa Teresita del Niño Jesús, Dios hará vuestra voluntad en el cielo, puesto que vosotras hicisteis la suya en la tierra. En estas pocas palabras se resume todo lo que debe ser vuestra vida. [62] Os recibimos con mucho amor y pido a Dios nuestro Señor que cada una de vosotras realice lo que va a ofrecer: que sea un lazo definitivo desde estos momentos, que seáis más religiosas y recibáis este beneficio del Señor llenas de agradecimiento y que ese agradecimiento os lleve a vivir una vida perfecta como Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. ASÍ SEA!

Profesión temporal. (63) Junio 29 de 1960 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Cuando uno es novicio, está que se muere por profesar; una vez profesando, quisiera ser novicio y volver al Noviciado...

Hay que vivir cada cosa en su tiempo. En Noviciado es el tiempo de formación, el tiempo en que se va comunicando el espíritu propio del Instituto; tiempo de observación en que el Instituto estudia al religioso, al novicio, y éste estudia el Instituto; se ponen de acuerdo si siguen adelante o nó.

La Iglesia es prudentísima y dispone todo esto, para que las cosas no se hagan forzadas.

Dios nuestro Señor no quiere que le demos nada a fuerza ni que se haga nada forzado; el matrimonio sin el consentimiento de cualquiera de las dos partes, sería inválido.

Y la entrega que hacemos a nuestro Señor, El quiere que sea con alegría. Claro que podrá llorarse un poquito por las emociones, este llanto no indicaría falta de conformidad sino una emoción natural; somos humanos, lloramos de tristeza, de alegría y de muchos otros sentimientos. Pero en el fondo, la entrega al Señor debe ser SIEMPRE ALEGRE. Después del Noviciado sigue esta ceremonia a la que ahora asistimos, de los primeros votos. Y quiero advertirles, amadas hijas, que la vida de profesas no es igual que la de novicias; ya no es tiempo de formación si[63]no tiempo de trabajar en las diversas obras. Quizá mañana algunas de ustedes tengan ya su carta de obediencia para irse a cualquier parte; y allí es donde se prueba verdaderamente si amamos a Nuestro Señor.

Puede ser que en el Noviciado se nos haga muy hermoso ser pobres, castos, obedientes; pero cuando llega el tiempo de la prueba, entonces es cuando comienza el ejercicio de la virtud verdadera y sólida.

Ahora tendrán que hacer algunas otras cosas que no hacían en el Noviciado y tendrán oportunidad de probar que verdaderamente son pobres, son obedientes. Ser 38

pobre no es ser miserable sino que significa no poseer nada sin permiso, no disponer nada sin permiso, desprenderse del afecto a las cosas y a las personas; vivir vida de pureza como la de los ángeles del cielo, en circunstancias en que puede ser más probada, como es en el trato con las almas.

Y ser obedientes; el religioso tiene que obedecer siempre a sus superiores con una obediencia pronta, alegre, para que sea grata a Dios Nuestro Señor.

En la práctica, aquí es donde empiezan las mayores dificultades, porque hay más ocasiones de faltar a este compromiso; pero el verdadero religioso procura ser siempre fiel a sus obligaciones, ser fiel a Jesús.

Basta el cumplimiento de los votos para llegar a la santidad, esa santidad a la que todo religioso está llamado.

Yo os felicito, amadas hijas, por esta entrega que váis a hacer, y lo único que os suplico, como Padre de vuestras almas, es que procuréis una grande fidelidad en el cumplimiento de vuestros votos.

Dicen que es mejor no hacer votos sino se han de cumplir. Yo le pediré a nuestro Señor que sea la fidelidad la característica de vuestra vida; que seáis obedientes.

Para esto tenéis la ayuda de la Santísima Virgen, Reina del Instituto, en esa hermosa advocación de la Encarnación, que os recuerda cómo Ella supo entregarse, pronunciar ese fiat del que nunca se desdijo. Fieles en la alegría, [64] fieles en el dolor y en la prueba. Esto lo único que quiero decirles, amadas hijas, porque allí está encerrado todo el programa de la perfección a que ustedes deben llegar. Así sea.

Toma de hábito. (65) Junio 29 de 1960 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En ese camino por donde se sigue la voz del Maestro Divino, en esa vocación escogida a la vida religiosa, váis a dar un paso más.

Han terminado los días del postulantado, ha terminado el tiempo, y ahora vosotras deseáis y pedís seguir adelante. Vuestros superiores, secundando esos nobles deseos, os esperan ahora en el Noviciado, donde comenzaréis una nueva vida.

Esa vida será propiamente la de vuestra formación. Váis a estudiar más a fondo el espíritu propio del Instituto al que Dios os ha llamado. Vuestras almas van a recibir orientaciones íntimas, porque sabemos que aun teniendo una misma vocación, hay muchos matices de esa vocación, hay lo que llaman la vocación dentro de la vocación, y es precisamente en el Noviciado en donde el alma va afianzándose en sus anhelos, recibiendo luces especiales del Espíritu Santo.

Pero esto no podría ser si no se tuvieran ciertas virtudes propias de ese tiempo, las cuales deben cultivarse muy especialmente. En primer lugar debéis pedir a Dios y tratar de conseguir, a lo largo del Noviciado, el espíritu de oración.

Las luces del cielo, las gracias del Espíritu Santo, vienen de ordinario de la 39

oración. Por eso debéis procurar guardar con mucho esmero la presencia de Dios. A nadie le parecerá afectada vuestra conducta, puesto que todas trabajan por adquirirla.

[65] Váis a formaros ciertos hábitos indispensables para más tarde vivir bien vuestra vida religiosa. Si en el noviciado no se adquieren ciertas virtudes, es muy difícil adquirirlas después. Amor a la oración, espíritu de recogimiento, observancia a las reglas, puntualidad, silencio, etc.

Habría mucho qué decir. Pero yo sólo quiero pediros esto: que procuraréis vivir una vida de intimidad con Dios.

Si encontráis dificultades, pedidle a nuestro Señor que os las resuelva; tendréis una Maestra para vuestro Noviciado, que os instruirá acerca de estas cosas. Procurad acudir a ella y ser muy sencillas; éste es un requisito indispensable para que las almas puedan ser formadas; un alma sencilla es como agua purísima, cristalina, en un vaso del cual puede verse hasta el fondo. El alma que se oculta y no es sencilla, es muy difícil de conducir.

Debéis ser sencillas porque se trata de asegurar vuestra vocación y estudiarla; pudiera ser que estudiándola, encontréis ciertas modalidades en las que debéis insistir.

Es precioso pues, que viváis interiormente, que viváis vuestra unión con Dios y que seáis muy sencillas. Luego la virtud básica de la vida religiosa: la obediencia.

Obedecer siempre, pronto, sin replicar interiormente, sino creyendo que la voz de Dios se manifiesta en el mandato del superior, aun cuando muchas veces os parezca que no hay motivo en las cosas que os mandan.

La obediencia es la que hace al perfecto religioso. ¡Qué difícil es, amadas hijas, practicar con perfección esta virtud y este voto! Encontramos fácilmente obedientes, pero perfectos obedientes no es fácil encontrarlos.

La obediencia supone espíritu de fe, creer que obedeciendo hacemos la voluntad de Dios, lo cual debe ayudarnos a hacerla con gusto. Amadas hijas, sed exi[66]gentes con vosotras mismas en este punto y tendréis la satisfacción de cantar la victoria prometida por el Espíritu Santo. El varón obediente cantará victoria.

Nuestro Padre nos insistía tanto en esto, que hasta me llamaba la atención, me parecía demasiado; pero tenía razón, la experiencia enseña que es difícil practicar con perfección esta virtud. Necesitáis obedecer todas las indicaciones que os hagan, con grande espíritu de fe.

Si esto os hace sufrir, no olvidéis que es la obediencia la que muchas veces obliga a nuestro Señor a hacer milagros, porque el que obedece, pone un sello sobrenatural a su obediencia, hace la voluntad de Dios.

Además, estudiaréis el espíritu de vuestra vocación que es muy hermoso; espíritu Trinitario, Eucarístico, Sacerdotal, Mariano. ¡Cuántas cosas, cuántos temas hermosos para vuestro estudio!

Quiera Dios Nuestro Señor, amadas hijas, daros la perseverancia y que este tiempo del Noviciado lo aprovechéis lo más posible para tomar ese querido matiz, ese color, como decía nuestro Padre, propio de cada familia religiosa; algo que Dios 40

Nuestro Señor quiere dar como un distintivo y que viene a manifestarse mucho aun al exterior, en ciertos rasgos fisonómicos.

Recordando aquellos días felices de mi Noviciado, quiero haceros estas recomendaciones que son las que recibí y que oí a mi santo Padre Fundador.

Hay otras muchas cosas que decir, pero todo se resume en esto: mucho amor a Dios, que debe reflejarse en el amor a nuestros hermanos; hacernos todo para todos a fin de ganarlos a todos a Cristo.

Recibid, amadas hijas, con mucho amor y agradecimiento este hábito que os va a distinguir como Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. Nos [67] unimos a vuestra alegría y a la de vuestros padres, parientes y amigos que han venido de lejos.

Es gracia muy grande y escogida la que Dios les hace, llamando a alguien de los suyos a servirlo en esta vida de perfección. ¡Cuánta gloria para Dios y cuántas almas pendientes de vuestra generosa entrega, de vuestra fidelidad, de vuestra santificación! Había un sacerdote santo que se excitaba a la virtud imaginándose muchas almas que le decían: “hazte santo porque si nó nos condenados...”

Vuestros Ángeles estarán pidiendo por vuestra santificación, porque de la vuestra dependerá la de otras muchas almas.

Que Dios os conceda esto; yo quiero hoy depositaros una vez más en el Corazón de la Santísima Virgen, esa Virgencita de la Encarnación, Patrona, del Instituto, que os acompañará siempre y os enseñará a ser religiosas, a no desmentiros nunca en ese deseo que teneís4 de imitarla en su fiat. ¡Qué hermosa el alma que se mueve al menor soplo del soplo del Espíritu Santo como el alma de María! ¡Dichosa Ella y dichosas las almas que tengan la felicidad de imitarla; y dichosas las almas que tengan que tratar con estas almas amantes de María, imitadoras de María!

Vamos a pedir esas gracias para que seáis unas santas novicias y después santas profesas, y consuméis vuestra vida en la tierra, dando a la Trinidad Santísima la gloria que espera de vosotras. ASÍ SEA!

Carta de nuestro Padre con motivo de las Bodas de Plata de la Fundación.- La Labor SLP. (68) Diciembre 14 de 1960 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En primer lugar quiero darles las gracias por las oraciones que han hecho por mi salud en mi última enfer[68]medad, de la cual, gracias a Dios, estoy ya casi completamente restablecido.

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El texto original escrito dice “tenís” en lugar de “tenéis”

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Pero especialmente quiero tratar de la fecha notable que se aproxima, el celebrar el Instituto las Bodas de Plata de la fundación.

Celebrar el nacimiento de una Obra de Dios, es algo debido que llena al mismo tiempo de grandes emociones a las almas, porque las hace participar en algún modo la hermosura y fecundidad de esa Obra.

Dios es la fuente de la fecundidad y en todas sus obras manifestó el poder de sus manos, alegrando en forma única a los seres creados por Él a su imagen y semejanza.

Fue un sacerdote según el Corazón de Dios quien nos aseguró que la Obra de las MESST era una Obra de Dios. Fue la Iglesia la que al aprobarla, confirmó la predicción de aquel santo y venerado Sacerdote, Félix de Jesús Rougier, Fundador de la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo.

La Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, como instrumento de Dios, puede considerarse como inspiradora de esta Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad que de ella recibió el espíritu, porque comparte con ella los grandes ideales de glorificación a la Santísima Trinidad, como los vivieron aquellas grandes y hermosas almas de los Venerables Siervos de Dios, Félix de Jesús Rougier y Concepción Cabrera de Armida.

Inspiradora de los hermosos rasgos fisonómicos de la Obra: Trinitarios, Eucarísticos, Sacerdotales y Marianos. Inspiradora de ese espíritu de amor y sacrificio, que quiere unir las almas a la Cruz de Cristo para alcanzar la gloria del Padre y de la Trinidad Santísima, para alcanzar en forma única la salvación de las almas.

Inspiradora de ese espíritu que quiere arrancar diariamente y a cada hora, al Gran Sacrificio de Cristo perpetuado en los altares, el Don magnífico y divino del [69] Espíritu Santo, y difundir ese Espíritu en el inmenso campo de las almas; llevarlo a los fieles y a los infieles, para que perfeccione la obra de la gracia en unos, para que disponga a los otros a recibir el don de la Fe; para que en un nuevo Pentecostés, se formen Cristiandades que llenas del Espíritu Santo, produzcan aquellos preciosos frutos que contempló la Iglesia en sus primeros días, especialmente llenos del fuego ardiente de ese Espíritu que palpitaba y se comunicaba a través de los Apóstoles que supieron por experiencia propia lo que era el fuego devorador del Espíritu de Dios.

La Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad quiere alcanzar para el mundo la gracia de un nuevo Pentecostés; pero muy especialmente lo quiere y lo pide para el sacerdote, a fin de que siga realizando la obra de los Apóstoles, llenando el mundo con su celo devorador, con sus almas seráficas y puedan ofrecerlo a Cristo Crucificado, como una víctima que con Él se ofrezca a la mayor gloria del Padre y de la Trinidad Santísima.

Y que vuelva a difundir en el mundo aquel Espíritu que encontró en el Cenáculo a María y a los Apóstoles.

Entonces, por María el Espíritu Santo regaló almas sin número a los Apóstoles; hoy, regalará el mismo Espíritu Santo a María las almas de sus sacerdotes para que la amen y la hagan amar, como conviene a la gran Madre de Dios, a la Madre amorosísima de los hombres.

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El Instituto de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad no ha temido emprender tan grande empresa, porque ha puesto su confianza en el gran Sacrificio de Cristo y en los Dolores fecundísimos de María, especialmente los que padeció en su soledad de 25 años antes de su Asunción a los cielos y después de la Ascensión de su Divino Hijo.

Desde el principio de la Obra, las Misioneras pudieron unirse al Sacrificio de Cristo y contemplar en su [70] trono eucarístico a Jesús, el gran Adorador del Padre, el supremo Glorificador de su Madre Santísima.

Y en la medida que la Obra se fue desarrollando, aumentaron los altares del Sacrificio y las custodias donde contemplar la Víctima divina. ¿Quién puede dudar que fueron esos rayos eucarísticos los que maduraron rápidamente aquellas hermosas almas, la primeras MESST trasplantadas a los jardines de la Trinidad, allá en el cielo?

Fue el ejemplo de Jesús Sacerdote y Víctima, el que llevó desde sus primeros años de vida al Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad a fecundar los campos inmensos de las Misioneras entre fieles, Primero China, después Japón y otros lugares de misiones donde se ha invocado al Divino Padre, tratando de imitar el amor de Cristo para Él.

La obra de Dios en los miembros del Instituto será siempre el secreto del cielo; pero podemos presumir algo acá en la tierra cuando vemos a esas almas compartir con generosidad la cruz de Cristo, llamando sin cesar al Espíritu Santo, desde el Corazón Inmaculado de María.

Por todo esto, amadas hijas, debemos prepararnos a celebrar el 25 aniversario de la fundación del Instituto con el mayor entusiasmo que podemos, sobretodo renovando nuestra fe y confianza en el gran Sacrificio de la Cruz, en la poderosísima mediación de la Santísima Virgen y de nuestros grandes protectores del cielo.

Y si este aniversario nos encuentra crucificados con Cristo, no dudemos ya que debe ser muy grato al Corazón de Dios.

Como consigna precisa y preciosa, quiero decir a todas mis amadas hijas MESST: ¡VIVAN SU MISA Y DE SU MISA! ¡Hagan de su vida una Misa y de la Misa su vida! En eso no hay engaño sino motivos seguros de victoria. [71] Quiero una vez más dar las gracias en primer lugar a Dios de quien todo lo recibimos; quiero dar las gracias a todas las almas que con grande espíritu de fe se entregaron a la Obra, muy particularmente a la Muy Reverenda Madre y amada Fundadora y a sus generosas colaboradoras.

No me toca a mí aquilatar su obra, eso lo sabe Dios y Él será su recompensa.

Pero como somos limitados y podemos faltar en muchas cosas, conviene recordar que los años jubilares son años de perdón. Que ese perdón descienda ampliamente sobre todos nosotros y que podamos seguir adelante con deseos sinceros de enmendar los errores y de perfeccionar nuestra vida.

Permítanme también, amadas hijas, que, como conclusión y para expresar los sentimientos más íntimos de mi alma, transcriba aquí algo que escribí el Viernes Santo 43

de 1957 en el Seminario Central de Lima: “¡Oh Jesús mío Crucificado, aquí tienes a tus plantas al más pequeño de tus hermanos de la nueva familia que conquistó tu amor crucificado! Soy pequeño pero llevo en mi alma la fuerza arrolladora de tu Espíritu que es también el de tu Padre. Con Él voy a hablar, con Él te voy a conmover, porque vas a escuchar a través de mi palabra la de tu Padre, y en mi amor verás también el de ese Padre!

“Oye pues, Oh Jesús, la palabra de tu Padre que te dice: Hijo mío amadísimo, en Quien siempre me he complacido, acepta como si fuera mía la gratitud del más pequeño de mis hijos, de tu hermano menor, mi sacerdote y misionero P... Tú me lo diste y yo te lo doy también porque como a mi Unigénito, todo te pertenece.

“Yo confirmo el don que Tú le has hecho de mi Espíritu y por eso cuando Él te llame y te ame, escucha en su voz la mía y en su amor el mío.”

“Oh Jesús, déjame hacer uso de esos poderes que me ha conferido el amor de tu Divino Padre y decirte GRACIAS, una y mil veces, gracias por tu infinita caridad! [72] “¡Te amo como tu Padre te ama! Y aunque yo no comprenda la grandeza de ese amor, me gozo en ofrecértelo y en saber que tengo poderes sublimes que yo mismo no abarco pero que son una feliz realidad que puedo ofrecerte.

“Si tengo el Espíritu de tu Padre, yo también puedo decirte que eres el Heredero universal de cuanto tengo. Te di mis miserias y las transformó tu Amor al redimirme y hacerme poseedor de tu Espíritu.

“Te doy cuanto ese Espíritu quiera realizar en mí y por mi medio. Te doy mi Sacerdocio con todo lo que pueda conquistar para la gloria del Padre y de la Trinidad Santísima. Te doy cuanto el amor y dolores de mi Madre Inmaculada me concedan realizar a través de mi sacerdocio.

“Te doy la Obra que Dios me inspiró para la glorificación de la Trinidad Santísima y de la Gran Madre de Dios; un regalo de Dios para los sacerdotes y de los sacerdotes para Dios.

“Es tuya porque nació en el Corazón del Padre, de donde procede todo don perfecto y lo de tu Padre es tuyo. Es tuya también porque es mía y todo lo mío te pertenece. Es tuya porque es de todos los sacerdotes que formamos contigo un mismo Sacerdocio. Es tuya porque es de tu Santísima Madre y Tú eres su Heredero Único!

“Cuídala pues, como a cosa TUYA MUY AMADA, por cuanto te he dicho. El demonio trata de acabarla precisamente por ser tuya y venir de donde viene; pero no lo conseguirá. Di Tú una sola palabra y todos tus enemigos quedarán confundidos.

“Esa Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad triunfará de sus enemigos y será, en Ti lo espero, un consuelo para la Iglesia y para tu Sagrado Corazón.

“El Espíritu Santo te dará allí un semillero de aquellas almas que Tú quieres y en las que realice una gran perfección. Recibe pues, oh Jesús, esa Obra y sé [73] glorificado en ella...”

Desde mi altar tendré el gusto de ser el que ofrezca con la Hostia de mi 44

Sacrificio, la de todas las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Demos gracias por todo y esperemos las que Dios quiera conceder a la Obra, para que siga adelante con nuevo entusiasmo, cumpliendo su misión en el cielo y en la tierra.

Afectísimo Padre en el Espíritu Santo y María, que las bendice de corazón.

FIN DEL AÑO 1960 [74]

AÑO DE 1961 – JUBILAR BODAS DE PLATA MESST Fiesta de Nuestra Señora de la Luz Preparación a Pentecostés. (75) 17 de Mayo, 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: ¡Pluguiera a Dios concedernos algo siquiera de aquel deseo, de aquel entusiasmo, de aquel espíritu de fe con que la Santísima Virgen y los Apóstoles esperaron el gran día de la promesa de Cristo, el día de Pentecostés!!

Insistió mucho Cristo Jesús ante los discípulos, en el necesitad que tenían de recibir el Espíritu Santo y aquella palabra del Maestro resonaba ahora de una manera muy especial en el corazón, en el alma de los Apóstoles y sobre todo en el alma de la Santísima Virgen.

No había dejado de cumplirse ninguna de las promesas de Jesús; una a una se fueron desarrollando y Él mismo dijo, hablando de Sí mismo que todas las cosas las había cumplido, todo lo que se había escrito de Él, y su palabra no pasaría nunca, se seguiría cumpliendo en todos los tiempos.

Ojalá que nosotros participáramos en algo, de esos deseos, que no fueron deseos vanos, ¡de recibir a Aquél que sabemos nos ha de traer tantos bienes espirituales! ¡Ojalá que nuestro deseo fuera un deseo ardiente del que tiene necesidad de algo apremiante!

Y la verdad es, amadas hijas, que a medida que se va viviendo en la vida, sobre todo en la vida espiritual, llegamos a convencernos plenamente de que sin el Espíritu Santo nada podemos y que con el Espíritu Santo todo lo podemos. “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”, de[75]cía San Pablo. ¡Todo lo puedo en el Espíritu de Dios!

Debemos sentir la necesidad de una renovación espiritual!

Por eso la festividad de Pentecostés la esperan con ansia las almas transformadas, las que sienten esa moción divina a cosas interiores, y por otra parte han encontrado serios obstáculos en su voluntad íntima, en el medio en que se desarrollan, para poder tener aquella transformación.

Estamos ya, amadas hijas, muy cerca de ese día gloriosísimo de Pentecostés y a medida que se acerca, debemos intensificar nuestros deseos de recibir al Espíritu Santo.

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“Mi deseo es darme y comunicarme”, dice el Espíritu Santo... pero no encuentro recipientes vacíos”...

Entonces tenemos que vaciarnos. ¿Vaciarnos de qué? De todas las cosas que nos estorben. Necesitamos grande espíritu de desprendimiento, de humildad, como el que, no teniendo lo que necesita, lo pide a quien lo tiene.

Si nosotros tuviéramos ese deseo, si hiciéramos ese vacío en el alma y quitáramos de allí las criaturas en cuanto éstas son obstáculo a que reine el Espíritu Santo, ¡qué sorpresas encontraríamos en esa alma al visitarla el Espíritu de Dios! La sorpresa que encontraron y gozaron inmensamente los discípulos el día felicísimo de Pentecostés.

Dios, amadas hijas, ha dejado en el fondo del corazón humano esa tendencia hacia Él, esas aspiraciones hacia lo alto, y si no realizamos esas aspiraciones, vivimos como atormentados interiormente, si queréis, muy ocultamente, muy secretamente, pero vivimos atormentados por aquello que no tenemos y que en el fondo queremos y debemos tener.

Su alma es llamada a la perfección, es im[76]posible que se conforme con vivir una vida ordinaria, una vida hasta cierto punto de tibieza. En el fondo está reclamando la unión con Dios, la realización de sus aspiraciones.

Nosotros traducimos todos los deseos y aspiraciones en una sola, cuando decimos que se nos pide la santidad y que deseamos santificarnos.

San Pablo nos transmitió un mensaje del cielo muy concreto: “Haec est voluntas Dei: sanctificatio vestra:” “La voluntad de Dios es que seáis santos.” Y ya lo sabemos, esa obra tiene que ser la obra del Espíritu de Dios en nosotros, no sin nosotros, con nosotros también, pero especialmente la obra del Espíritu de amor.

Si tenemos en el alma ese Divino Santificador, entonces no podemos dudar de que con esa gracia, con ese Huésped dulcísimo, podremos hacer todo lo que Dios nos pida para santificarnos.

Cuando uno considera las miserias tan grandes del corazón humano, cuando ha visto cómo cayeron los cedros del Líbano, parece que un sentimiento de temor y desconfianza invade todo nuestro ser, como preguntándonos: ¿a qué hora caeré yo?

En cualquier momento podemos caer y no nos extrañaría caer muy bajo, lo más bajo posible, se confiáramos en nuestras propias fuerzas.

Pero, amadas hijas, cuando vemos la obra de Dios, cuando nos sentimos poseídos por el Espíritu Santo, cuando sabemos que Él ha realizado grandes cosas en las almas, entonces tampoco podemos saber a qué alturas del amor divino podremos llegar si somos completamente poseídos por el Espíritu Santo. ¡Qué hermosa es esa entrega del alma al Espíritu de Dios para que Él haga de ella lo que quiera, para no ponerle obstáculos!

Esa voluntad nos pide, y por otra parte nos re[77]gala dones especialísimos para que seamos sensibles a todas las inspiraciones que nos hacen llegar al cumplimiento del querer divino que es nuestra santificación.

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Cuando no sabemos qué hacer, amadas hijas, y esto es muy común, son largas las horas de oscuridad en la vida, necesitamos buscar la luz indeficiente la más viva de todas las luces, porque es la luz divina. Entonces debemos volvernos al Espíritu Santo, a quien en realidad estamos unidos cuando sintamos que vamos por túneles oscuros.

Un alma poseída por el Espíritu de Dios, no puede estar en la oscuridad realmente, es sólo una apariencia, porque ese Espíritu llena completamente de luz divina a las almas que se le entregan.

Dios se esconde, dicen; pero –como lo explicaba en alguna ocasión Monseñor Martínez- se esconde ciertamente en lo más íntimo del corazón del hombre, en lo más íntimo del alma que ama a Dios, y lejos de irse, está más cerca que nunca. ¡Qué hermoso, amadas hijas, ser poseídos por el Espíritu Santo y dejarlo en libertad! El sabe el camino por donde tiene que llevarnos, sabe cuales horas de oscuridad nos conviene y qué horas de plena luz. Lo esencial es la entrega y la entrega tiene que ser absoluta; en la medida de la sinceridad de esa entrega, será la posesión del Espíritu Santo.

Por eso, a la Santísima Virgen que se entregó sin reservas, la condujo suavemente hasta consumar la obra de Dios en Ella. Y los apóstoles narran cómo aun materialmente, el Espíritu de Dios les indicaba los rumbos que debían seguir. ¿Por qué no hacemos efectiva, amadas hijas, esa entrega? Gracias a Dios, para vosotras no es co[78]sa nueva; lo hemos deseado, lo hemos predicado y podemos casi asegurar que con frecuencia, si no es en cada página de nuestros escritos, de aquellas cosas que os he predicado y que están escritas, se encuentra ese anhelo de ser poseídos y poseer al Espíritu Santo.

Renovemos pues, con ocasión de la gran festividad de Pentecostés, nuestra entrega al Espíritu Santo. No habrá sufrimiento, por grande que sea, que pueda quitarnos ese gozo interior del espíritu, porque Él dijo que nada nos podía arrebatar nuestro gozo.

Pidamos a la Santísima Virgen esa gracia., pidámosle una verdadera renovación.

Esto es lo que importa: amar y ser amados. Si somos muy amados de Dios, procuremos corresponder nosotros también, dándole todo el amor de nuestros corazones, todo lo que tienen, sobre todo nuestros grandes deseos de renovación espiritual.

Y ese deseo de volver a Dios, ya supone otro deseo de apartarnos de todo lo que no sea Dios; hacer de Dios el principio y fin de nuestra vida.

Pidamos en este Santo Sacrificio de la Misa, que todos nos preparemos a recibir al Espíritu Divino y que descienda de una manera particular al Instituto y dentro de él a todas las almas que más lo desean, porque Él se da en la medida en que lo deseamos.

Sed almas de grandes deseos para que Dios nuestro Señor se compadezca y nos envíe su Divino Espíritu. [79]

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Palabras de Nuestro Padre en la fiesta de Comunidad. (80) Mayo 17 – 1961 ¡Algunas veces he deseado ser poeta, principalmente para hablar a Dios de las almas y a las almas de Dios!

Soy hijo del Amor porque mi vocación, como la de mis Hermanos, nació allá en aquel día feliz en que, rasgándose los cielos, apareció en el hermoso cielo de San Luis Potosí una Paloma blanca, el Espíritu de Dios que de nuevo venía a posarse sobre un mundo hasta cierto punto corrompido, pudiera decirse. Venía a flotar sobre muchas miserias pero venía a proyectarse como el Renovador del orbe, para dar vida, nueva vida; para vencer el mal con el bien, el olvido y la negación con el amor.

Apareció juntamente con ese Espíritu Divino la Cruz bendita que llevaba un Corazón en el centro; la Cruz de Aquél que dijera un día a su dulce confidente de San Luis Potosí: “No quiero mandar ya sobre el mundo un nuevo diluvio ni fuego del cielo que lo acabe como acabara a las Ciudades malditas. Ahora triunfaré por mi Corazón, más rico en gracias que en aguas el diluvio, y con un fuego más ardiente que aquél que consumiera las Ciudades malditas...”

Por eso venía el Espíritu de Dios a dar testimonio al mundo, testimonio de Cristo; Espíritu que enseñaría lo que es el verdadero amor, porque el mundo se había olvidado de esto, y el verdadero amor es aquél que Cristo Crucificado nos ofreció en el Calvario.

Con razón alguien escribió al pie de un Crucifijo: “ASÍ SE AMA”... Y el Corazón del Hijo venía reclamando la gloria del Padre; había una santa emulación de amor en el seno de la Trinidad Santísima, porque el Hijo venía a pedir honor para su Padre, glorificación para su Padre. El Padre reclamaba amor para el [80] Hijo y para el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo, el Amor Infinito, venía a iniciar Él mismo la cruzada que glorificaría en el Sacrificio de Cristo a la Trinidad Santísima.

Y así, amadas hijas, en un amanecer glorioso para nuestra patria y para el mundo entero, nacieron las Obras de la Cruz y se han ido extendiendo por el mundo; y fecundísimas como son, han ido creando nuevos retoños que difundan su vida.

Vosotras tuvisteis la dicha de ser uno de esos retoños que recogiera la Palabra de Cristo, el deseo del Padre y la promesa del Espíritu para glorificar a cada una de las Divinas Personas.

Cuando he leído esas palabras de nuestros manuscritos en las que se trataba esa lucha de amor entre las Divinas Personas y se quiere y reclama la gloria de cada una de Ellas, he pensado en vosotras, las que como Santa Teresita del Niño Jesús, queriendo escoger, lo escogieron todo; la gloria del Padre, el amor del Verbo, el amor al Verbo Divino y al Verbo Encarnado.

Acabamos de oír esos trozos tan hermosos literariamente y con grande fondo, que están diciendo prácticamente cómo se difunde el espíritu, cómo se siembran nuevas ideas y cómo esas ideas, animadas por el Espíritu, van a penetrar como espada de dos filos hasta las profundidades del alma.

Vosotras vais a trabajar como obreras humildes, pero llenas de entusiasmo, en el inmenso campo de las almas. ¡Bendigo al Señor por vuestra vocación! ¡Me gozo en los 48

altísimos ideales que la animan y me siento feliz porque sé que Dios me ha dado almas que quieran traducir en hermosas realidades esos pensamientos divinos! ¡Qué hermosa es, qué hermosa será, cuando la veamos a través de la eternidad, sin los peligros que puede crear una alabanza prematura aquí en la tierra, qué hermosa el alma de una Misionera Eucarística de la [81] Santísima Trinidad! ¡Qué hermoso el tipo de santidad que atraerá irresistiblemente a muchísimas almas para venir a engrosar las filas de las Misioneras o para vivir su espíritu en el mundo, felices de consagrarse por completo al amor y servicio de Dios! ¡Os felicito, amadas hijas, porque a través de actos como el presente, a través de cosas al parecer sencillas, se descubre el fondo del espíritu que anima, el ideal, la espiritualidad que viene a distinguir las instituciones una de otra. Porque exteriormente muchas son iguales en sus obras.

El espíritu que anima al Instituto es el Espíritu de Dios, ese Espíritu nuevo que viene a forjar lo que han llamado EL MUNDO MEJOR. El mundo mejor es el mundo del Espíritu Santo, es el mundo en que reinarán las Divinas Personas y María, en que abundarán almas santas en la Iglesia y una Iglesia santa en sus hijos, será la Iglesia del mundo mejor.

Sigamos adelante sin cansarnos en la lucha. A nosotros, los humildes obreros de la Iglesia, los que queremos trabajar por la gloria de Dios, se nos abre una grande puerta. ¡Doscientos mil millones que no conocen a Dios! Ostium magnum apertum est nobis... ¡qué grande puerta se nos abre! ¡Y el mundo cristiano dividido!

Queremos estar en todas partes. El Espíritu de Dios ha puesto esas grandes aspiraciones de las que hablaba Teresita del Niño Jesús cuando decía que sentía todas las vocaciones en su alma. Y yo podría asegurar sin presunción ninguna, que entre las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad habría almas para darle a Nuestro Señor y a la Iglesia que me pidiera, con vocación para cualquier empresa difícil y noble que buscar la gloria de Dios. ¡Vayamos adelante, más unidos que nunca, [82] amadas hijas! Unidos por el Único que puede unir, el Espíritu de Dios. Toda otra unión sería ficticia. La unión en Dios, en el Espíritu Santo, es algo que nadie puede arrancar, porque cuando se quiere romper, se afianza más; así es lo divino.

Amadas hijas, reciban mis felicitaciones y reciba el Señor mis acciones de gracias porque en medio de las tribulaciones de la vida, cuando uno encuentra espíritu, almas que desean la gloria de Dios, - iba a decir aunque sean pequeñitas – ¡mejor que lo sean! hay motivos de esperar contra toda esperanza (si es que la esperanza había tratado de faltar.)

Bendigamos al Señor por las bondades y hagamos oración unos por otros, especialmente por aquellos a los que Dios Nuestro Señor les ha dado el encargo de regir los destinos de la Congregación, cada uno en su lugar, en su tiempo. La misión es divina, los mismo para el que trabaja oculto sin ser conocido, que para el que aparece.

Y ¡qué grande misión si cada uno sabemos estar en nuestro lugar y cumplir!

Amadas hijas, termino con las mismas palabras de San Pablo: tenemos una puerta inmensa abierta a nuestros anhelos: la gloria de Dios. Entremos por ella y 49

dejemos la vida luchando esas batallas del Señor para después tener otra dicha y sentirnos felices de haber luchado en la tierra por esa gloria de Dios, gozándolo para siempre en la eternidad. Así sea.

Plática de nuestro Padre en la Misa de los niños. (83) Mayo 16, Colegio Félix de J. Rougier.

Muy amados hijos en Cristo nuestro Señor: La Iglesia que nacía del Costado de Cristo Crucificado, de su Corazón agonizante, la Iglesia que sabía lo que ese Sacrificio era para ella, ha querido vivirlo siempre, ha querido con Cristo reproducirlo, cuando en los altares se ofrece diariamente esa Víctima divina al Pa[83]dre Eterno. Es la hora de más bendiciones para las almas, la hora más grande que puede existir en el mundo.

Aquí en el altar tocamos el cielo con la mano; no lo vemos con los ojos del cuerpo, pero es una realidad para el espíritu. La fe nos enseña esta verdad y nosotros la creemos.

En estos momentos, Cristo Nuestro Señor se ofrece en el altar a su Padre, y el Padre lo contempla con la mirada de infinita ternura. Como fruto de ese sacrificio, así como el día de la muerte de Cristo, se da a las almas el don magnífico del Espíritu Santo.

Estamos en el altar bajo la mirada y acción directa de la Trinidad Santísima. Si queremos glorificar al Padre, no hay lugar mejor que el altar, que el Sacrificio de Cristo.

Si queremos unirnos a Cristo, en ningún lugar podemos hacerlo mejor que en el altar, porque la Cruz une, el sacrificio amoroso une.

Jesús quiere que nos unamos a ese Sacrificio que fue ofrecido por nosotros, para nuestro bien, invita a todos a los fieles a participar en el Sacrificio del altar no sólo de cuerpo presente, sino en espíritu de unión, de caridad.

Por eso mismo la Iglesia ha desarrollado un movimiento litúrgico en los tiempos actuales, que nos lleva a sentirnos más unidos al Sacrificio de la Misa. Para eso han hecho ahora la Misa comunitaria, en la que el pueblo toma parte cantando, para que se comprendan mejor los misterios que se realizan en el altar.

Esa participación en el Sacrifico, debemos hacerlo mejor, acercándonos con un corazón puro; asistiendo al Sacrificio del altar para unirnos a las intenciones de Cristo y ofrecernos con Él y ofrecerlo. Debemos procurar la limpieza del alma y del corazón [84] debemos ofrecerle nuestros pequeños sacrificios, sobre todo el gran Sacrificio, la Misa.

Ustedes saben, amados hijos, que el alma es objeto de una persecución de odio, por parte de Satanás, que quiere perdernos. Pero es también objeto de otra persecución de parte del Espíritu Santo. Él nos invita al bien, a la bondad; nos invita hacia lo que puro y santo, nos invita a la oración, a comunicarnos con Dios, con el cielo; en cambio el demonio nos pone sugestiones malas, nos aparta de Dios y a toda costa nos quiere mantener en el pecado.

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Ustedes sean muy dóciles al Espíritu Santo para ser menos indignos de ofrecerse en el altar con Cristo y como Cristo, como si fueran hostias pequeñitas que consagra el sacerdote para la gloria del Padre. No hay dicha más grande que ofrecernos a Cristo y transformados en Cristo, llenos del Espíritu Santo, ser glorificadores de la Trinidad Santísima.

Vamos a ofrecer en estos momentos la Víctima Divina y vamos a pedirle que seamos menos indignos de recibir el don del Espíritu Santo, que sepamos guardar ese don en nuestro corazón, ya que somos templos del Espíritu Santo, que no se vaya, que no pase sino que encuentre en nuestra alma su nido. Con esto tienen para proteger su vida.

Vamos a ofrecer la Misa. Procuren tener mucha devoción a la Santa Misa, asistan a ella no sólo el domingo, sino, a ser posible todos los días. Que la asistencia a la Santa Misa sea como la característica de todos los alumnos que pasen por este Colegio, que tengan un grande amor a la Santa Misa, con la certeza de que allí encontrarán todo lo que quieran, porque lo conseguirán en la Cruz redentora de Cristo.

Vamos a continuar la Santa Misa. Ojalá puedan participara de la Víctima Divina.

Basta el estado de gracia para poder comulgar diariamente. Procuren poco a poco [85] participar de este Sacrificio comulgando, y así seguir en esa unión con Cristo hasta lograr lo que dijo San Pablo: “Ya no soy yo el que vivo, sino que Cristo es quien vive en mí”...

Vamos a pedir esa gracia para todos en la Santa Misa. Nos baña la mirada del Padre, del Hijo, y el Amor inmenso del Espíritu Santo. Pongámonos en estos momentos en la presencia de Dios y correspondamos también nosotros con una mirada atenta y amorosa a la mirada de Dios.

Plática den la Misa de las Misioneras Auxiliares y las Legionarias. (86) Mayo 16 Tampico Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: La Iglesia está viviendo un año más, la renovación de aquel gran misterio de Pentecostés, misterio anunciado por Cristo con mucho amor.

A los suyos les repetía: “Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá, y os conviene que venga. El me glorificará...”

Todo esto lo anunciaba Jesús en el gozo de los suyos...” “Vuestro corazón se llenará de gozo y ese gozo nadie os lo podrá quitar...”

Y de veras que el gozo espiritual que no está reñido con el sufrimiento físico ni con las penas morales, es un don de Dios que nadie lo puede quitar, Él es el único que podría quitárnoslo; pero mientras el alma permanezca fiel, tendrá ese gozo.

Decía San Pablo: “Alegraos en el Señor, de nuevo os digo, alegraos”... Y es que estamos recibiendo en el don del Espíritu Santo, el fruto preciosísimo de la Pasión de Nuestro Señor, esos dolores y humillaciones, esas desolaciones, todas esas penas que 51

la Sa[86]grada Escritura compara con las penas del infierno, todo lo quiso sufrir Nuestro Señor para que nosotros tuviéramos el gozo del Espíritu Santo.

El pecado había conducido a la humanidad a la tristeza del que vive ofendiendo a Dios, y sin la presencia de Cristo en el alma, el hombre vivía en la oscuridad. Si es triste vivir esa vida aun cuando sea por un día, por una hora, ¿qué sería tener que vivirla eternamente? ¿Qué será tener una eternidad desgraciada, cuando hemos sido creados para ser felices?

Por eso Dios decretó la Encarnación y en la forma más dolorosa para el Verbo Encarnado. El sufrió para que nosotros nos sufriéramos. Pero diréis, ¡es que nosotros sufrimos en cuerpo y en el alma...! Sí, mas hubiera sido muy distinto si no nos rescatara Cristo nuestro Señor. No tendríamos ese gozo que es conformidad, ese gozo que sin quitar la pena, nos hace sentir el júbilo de poder hacer el bien a otras almas. Tenemos que sufrir también como consecuencia de nuestros pecados.

La Iglesia celebra en este tiempo aquel misterio de Pentecostés y ese misterio lo estamos viviendo nosotros ahora. Por eso hay que abrir el alma y los senos del corazón para que los llene el Espíritu Santo.

Decía Jesús a la Samaritana: “Si conocieras el don de Dios”... Si conociéramos el don del Espíritu Santo, no nos dejaríamos llevar por el desaliento, pues Él tiene un poder infinito para transformarnos.

Y eso es lo que queremos, porque como cristianos, debemos reproducir a Cristo.

Y para eso debemos dejar al Espíritu Santo que nos lleve. Para nosotros el Espíritu Santo no es como para aquellos fieles de Efeso cuando San Pablo les preguntó: ¿Habéis recibido al Espíritu Santo?” Y ellos contestaron que ni siquiera sabían que existía el Espíritu Santo.

Nosotros recibimos al Espíritu Santo el día de [87] nuestro Bautismo y después volvemos a encontrarlo cada vez que hacemos algo bueno. Es el Espíritu Santo quien ha de realizar nuestra santificación. Es el regalo más grande que puede hacer el Espíritu Santo a un alma, santificarla. “La voluntad de Dios es vuestra santificación...”

Ahora estamos preparándonos y comenzando ya nuestras acciones de gracias por el 25 aniversario del Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad y como les decía, esta Obra fue inspirada en el mismo espíritu de las Obras de la Cruz, en el mismo espíritu de la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo. Allí está la esencia de ese espíritu, el cual está animado por el mismo Espíritu Santo.

Por eso al hacer estas fiestas, al preparar nuestras acciones de gracias y sabiendo que el Sacrificio de Cristo lo pagó todo, por eso es la hora de la Misa la hora suprema en la que nosotros queremos dar gracias y ofrecer actos de reparación y súplica, seguros de alcanzar todo.

Que ésta sea una de las muchas Misas que se ofrecerán en acción de gracias, reparación y súplica a la Trinidad Santísima. Todo lo ponemos en el Corazón de la Santísima Virgen para que sea Ella la encargada de decirle a Dios el grande amor que le tenemos.

Todas vosotras que me escucháis y que como regalo del cielo, habéis recibido 52

este don y participado de este espíritu, debéis uniros a nuestras acciones de gracias.

Por mi parte quiero, en nombre del Espíritu Santo, darles las gracias que Él quiera darles, gracias de oración, gracias de amor de Dios, porque esto es lo que más falta hace y le pido se las conceda a todos los niños de este Colegio.

Que siempre lleven como señal indeleble el amor al Espíritu Santo, que será su luz, su fortaleza y [88] que esas mismas gracias pasen por todos los que en alguna forma vivan este espíritu.

Recibamos una vez más en el altar, el don magnífico del Espíritu Santo. Así sea.

Palabras de N. Padre en la fiesta de la Comunidad. (89) Tampico. Mayo de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Dice el Señor que donde quiera que estén dos o tres reunidos en su Nombre, allí está Él en medio de ellos y creo que cuando, como aquí, no son dos ni tres, sino doscientos o trescientos, (pues quiero referirme a todos los miembros del Instituto, puesto que todos los ausentes participan de los mismos sentimientos de los presentes), es el mismo espíritu que reina para glorificar al Padre, para hablar del Padre aun cuando sea en la imperfección a que se refería el profeta cuando decía que no podía expresar con palabras sus sentimientos y sólo repetía AAA...

Así puede decirse tratándose de la gloria del Padre o del simple hecho de mencionar ese nombre y mencionarlo con el espíritu con que hablaba San Pablo, ese espíritu que le infundía el Espíritu de Dios.

Puedo asegurar que la presencia del Señor en medio de nosotros es en extremo agradable y que llena de satisfacciones al Corazón de Cristo y conmueve al Corazón del mismo Padre, porque no hablamos al Padre sino de Jesús.

Por eso el Padre no oye las imperfectas voces que le dirigimos como cosa nuestra, sino que siente en nosotros la voz de su Hijo que siempre le es agradable.

No cabe duda, amadas hijas, que la espiritualidad del Instituto es riquísima, expresa las delicadezas del Corazón de Cristo, los sentimientos del Padre y el fuego arrollador del Espíritu Santo; entra también en los secre[89]tos del Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen. La acompaña desde su nacimiento hasta su muerte, honra su soledad, el misterio de su dolor, el misterio de su alegría que fue el misterio de la Encarnación.

Me pregunto qué cosa más podría ofrecerse a Dios nuestro Señor, qué cosa más podríamos ofrecer a las almas nobles que buscan la manera de darle gloria a Dios, para entusiasmarlas a buscar su perfección. No temamos defraudar a nadie en el Instituto si se acerca deseosa de vivir una vida muy espiritual. Tengamos la seguridad de que en el Instituto encontrarán todas las almas buenos pastos, sobre todo las almas nobles, de sentimientos delicados que quieran imitar más de cerca al Corazón de Cristo.

Me da mucho gusto, amadas hijas, que ustedes asimilen las enseñanzas. Yo 53

observo y veo cómo esas enseñanzas, lo que forma propiamente la espiritualidad, se va entendiendo, se va traduciendo en mil detalles que vienen después a formar a otras almas, que vienen a enseñarles eso que distinguirán ellas como espiritualidad propia del Instituto. Todo esto es motivo de alegría.

Si estas reuniones no tuvieran otra ventaja que la de provocar esos sentimientos y hacer que se realicen esos trabajos de investigación que por otra parte no son difíciles puesto que los llevan en la misma sangre, sangre espiritual podría decirse, sería ya grande ventaja.

Creo que va a ser uno de los beneficios de este Año Jubilar, ir estudiando más a fondo el espíritu del Instituto, ir guardando esos mil detalles que cada una va dictando, esos pensamientos y composiciones, todo lo que se vaya haciendo en el Año y Dios nos conceda formar después un “Libro de Oro” que guarde estos recuerdos y puedan llegar a las generaciones futuras para decirles cómo se ha vivido ese espíritu del Instituto. [90] ¡Qué hermosas y qué simpáticas serán las almas que se formen en el espíritu de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad! Diré con la Escritura: “¿Quién es ésta... quiénes son éstas que han podido realizar su espíritu?... ¡Verdaderamente las alabaremos...!

Que el Instituto pueda presentar al fin de los tiempos a la Trinidad Santísima esa corte de almas que un pobre y humilde instrumento de Dios para su gloria y para la realización de la Obra, tuvo en su mente y que quiso cristalizar en alguna forma en una oración que quiso llamar “de fuego” por el ardor y fuego con lo que hacía, -seguramente inspirada en otra Oración de fuego de un alma muy grande, San Luis María Grignion de Montfort, en la que él pedía los misioneros de los últimos tiempos.

Los gustos de nuestro Señor no hay que enmendarlos. Y para ustedes es una satisfacción haber nacido como fruto, como retoño de las Obras de la Cruz.

Al tratar de secundar y hacer más intenso ese palpitar de las Obras, hemos escogido ambiciosamente TODO, ya que quisimos escoger a toda la Trinidad Santísima y a la Virgen María, desde que nació hasta que la enterraron y todavía después; quisimos tener mucha veneración por las virtudes íntimas del Corazón de Cristo, esas virtudes que nos enseña el Evangelio: su humildad y caridad, que nunca lograremos practicar con la perfección posible. Pero trataremos de hacerlo.

Todo esto es motivo para regocijarnos y si hubiera motivo de tristeza, dado el entusiasmo y el interés de salir de este mundo con buenas cuentas, nos basta recordar lo grande y misericordioso que es el Corazón de Cristo, el grande poder que tiene la Santísima Virgen para alcanzar misericordia. Si siempre lo hace con todas las almas, ¿qué no hará con quienes la honraron en su soledad, en su misterio de la Encarnación?

Ella nos alcanzará el perdón y no sólo para la ho[91]ra de la muerte, sino hasta ahora; ese perdón que nos deje más limpios, que nos haga enmendar nuestra vida y ser mejores en adelante.

No nos vamos a dedicar a darle dolores de cabeza a Nuestro Señor para que a la hora de nuestra muerte nos perdone. No, hay que tratar de ser mejores cada día.

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Las felicito a todas. Esta Casa de Tampico ha recibido gracias muy especiales, será tal vez por los sufrimientos físicos que han tenido que pasar, como el calor; pero a cambio de todo eso, han recibido grandes bendiciones.

Las felicito por todo y reciban nuestra vida, la de la M. R. Madre y un servidor, como una bendición más de Dios, pues queremos traerles las gracias de Dios. C reo que el hecho de vernos reunidos aquí, es una gracia.

Con mucho gusto estamos acompañándolas, y yo tengo la seguridad de que aunque el tiempo sea poco, las gracias van a ser muchas. Vamos a dejar en todas ese espíritu de paz, de alegría, de una paz profunda, de una serenidad muy grande. Dios nos conceda poner todos nuestro granito de arena para lograrlo.

Creo que puedo interpretar los sentimientos de la M. R. Madre, pues es mi hija también y antes que ustedes, la conocí yo. Dios la escogió para Madre de este Instituto que había de recibir tantas bendiciones y por lo mismo tantas persecuciones del enemigo que es muy poderoso, pero que nada podrá con nosotros si nos abrazamos a la Cruz de Cristo, a esa Cruz Redentora. ¡Que de allí nos saque si puede...!

No quise ponerme en pie para poder decirles más cosas, pero ya es muy tarde y ustedes están cansadas. Ustedes ya son por tradición desveladas. Si van a hacer una fiesta y hay que clavar algo... todos los clavos se han de poner la víspera... ¡todo por dar una sorpresa! Las sorpresas son muy bonitas, pero la [92] más bonita es la que nos prepara Dios Nuestro Señor allá en el cielo.

A mí me impresiona mucho lo que decía Santa Teresita: que Dios está como ansioso de darnos el premio. “Ahora me toca a Mí....” dirá. Pienso que allá vamos a estar como los niños.

Recuerdo que la hija del Maestro Picutti cuando llegó a México, después de la guerra en la que habían tenido que sufrir mucho hambre y muchas cosas más, al asistir a un desayuno decía: “¿Todo esto es para mí?”... Así nosotros vamos a preguntarle a Nuestro Señor: “¿Este es mi lugar? ¿Y ya no me van a echar fuera de aquí? ¿Esa Virgen tan hermosa es mi Madre?... SÍ, ELLA ES”...

Yo estoy seguro que Nuestro Padre nos va a alcanzar grandes gracias. ¿Qué más quieren que les diga? Ya no hay más qué decir cuando se ha dicho la palabra del amor. A Nuestro Señor le decimos: ¡te amo... y ya no podemos decirle más!

Estamos encantados aquí, pero ahora ya les voy a dar la bendición...

Plática de N. Padre en la fiesta de las MM. Auxiliares y Legionarias. (93) Tampico-Mayo de 1961 Muy amadas hijas todas en Cristo Nuestro Señor: Fue muy feliz idea de escoger como primer número de este programa el canto del Magnificat, que es el himno de acción de gracias por excelencia. Lo aprendimos de nuestra Madre la Santísima Virgen. En verdad, todo lo recibimos del cielo y todo en 55

forma de misericordia; la contestación de la tierra a esa misericordia del cielo, debe ser la gratitud.

Hace algunos años escribí un folleto que no publiqué, pero que debe andar rodando por ahí. Se titulaba: “Una respuesta al Amor misericordioso” y ésta es la gra[93]titud. En verdad no es otro el sentimiento que nos anima cuando vemos realizarse las obras de Dios a través de pobres instrumentos humanos; cuando encontramos la mano de Dios que llamamos Providencia, dirigiendo los acontecimientos de la vida para la realización de sus planes divinos.

Hace 25 años que comenzaba la Obra con ese santo alboroto que Dios ha dejado en el corazón de aquellos a quienes comunica un poco de su fecundidad divina.

Teníamos deseos de que la Obra se multiplicara, se extendiera. Por eso cuando se habló de la primera fundación, iba a ser en Tampico. Dios quiso que así fuera y que se realizara.

Yo no pude estar presente, pero vine algún tiempo después a una casita en la calle de Hidalgo, llena de los perfumes petroleros de Tampico.

Desde el primer momento en que Nuestro Señor me trajo a Tampico, y me trajo antes de la fundación, no me acuerdo de detalles, pero me enviaron a predicar en una Iglesia en la cual sentí que Nuestro Señor preparaba mi ánimo para que cuando se hiciera la fundación de la Obra en Tampico, se hiciera con muy buena voluntad.

Nos entendimos muy bien desde un principio. Ustedes saben porque lo hemos dicho muchas veces, no somos insensibles a las demostraciones de afecto y de simpatía que recibimos: las comprendemos y aquilatamos esa buena voluntad, esa generosidad, ese saber prestarse para realizar la obra de Dios.

No voy a nombrar a ninguna persona en particular, porque me parece que tendía que hacer una lista muy grande. Pero en general sí hemos encontrado aquí un apoyo, una simpatía especial, tan necesaria para realizar los sacrificios de la vida.

Encontramos aquí corazones que sintieran como los nuestros y que el Espíritu Santo preparaba para que se fundara la [94] Obra de Dios, como es la de las Misioneras Auxiliares.

Nuestro Señor se valió del celo de aquel varón de Dios que fue el Excmo. Sr. Armora, el cual con su sencillez y como jugando, arreglaba las cosas como las arreglan las almas sencillas, con Dios. El fue el Instrumento de que se valió Nuestro Señor, para que se hiciera esta fundación. Siempre recibió esta casa su apoyo, él la llamaba el Kinder y hasta la fecha lo siguen llamando así.

En el ofrecimiento que la señora hizo, oímos cosas muy interesantes acerca de lo que se ha podido realizar en el Colegio, en todas las demás obras de apostolado; pero esa es la parte externa. Hay otra parte íntima que se escapa a nuestra consideración.

A veces sabemos que algunos de nuestros exalumnos dicen que aquí en el Colegio han encontrado la orientación de su vida, porque recuerdan cosas que aquí aprendieron. Esto es para alabar a Dios.

Decía Santa Magdalena Sofía, Fundadora: “Si la Sociedad que Dios Nuestro 56

Señor quiso que yo fundara, no hubiera conseguido más que evitar un solo pecado mortal, me sentiría feliz”!...

Así nosotros, si esta fundación no hubiera conseguido más que oír esa palabra de los labios de jóvenes que en medio de las tempestades de la vida supieron encontrar a Dios, ¡bendita fundación la de Tampico! ¡Y benditos sacrificios que se realizaron y siguen realizándose!

Hay que reconocer que nada grande se hace que no cueste lágrimas. Y cuando vemos que Dios concede esa gracia de fecundidad divina, esa gracia que toca a las almas, podemos estar seguros que ha pedido Él una contribución de dolor, una contribución de lágrimas. A nosotros nos pidió un sacrificio, que por otra parte, le ofrecimos con gusto porque así hay que dárselo a Dios.

Tampico respondió y nos dio una vocación que debe sonreírnos en esta noche: me refiero a la M. María [95] del Pilar Govela que se ofreció como víctima por la Obra.

Yo fui confidente de sus íntimos sentimientos. Se empeñará más desde el cielo para alcanzar gracias a esta fundación de Tampico.

Hemos visto muchas cosas en este año; pero nos falta ver cosas más grandes.

Vamos a seguir trabajando con la gracia de Dios. Y estoy seguro, -por la confianza que tengo en Dios, de que premia el sacrificio- estoy seguro, digo, que el sacrificio de esta alma va a ser motivo para que derrame bendiciones no sólo en las almas de los niños, como en el Colegio, sino también en almas de niñas y así la obra será completa.

Podremos irle ofreciendo a Dios nuevos hogares, verdaderamente cristianos, donde se ame y tema a Dios, donde se goce en hacer su voluntad.

Debo terminar y quiero hacerlo por donde comencé, dándole gracias a Dios nuestro Señor, de quien viene todo don perfecto y también gracias a ustedes.

Yo no quiero ofender a nadie; pero sí les digo que quiero mucho a Tampico y siento que Tampico me quiere a mí. Ese cariño de mi sacerdocio para Tampico, no quiero que sea nada más algo platónico, sino que se traduzca en obras. Les regalamos la primera fundación del Instituto y ahora estoy dispuesto a ayudarlas en bien de sus hijas.

Yo no gobierno el Instituto, aquí está la Madre; pero yo les ayudaré con mi consejo. En esta manera podremos corresponder por nuestra parte a la buena voluntad y a la generosidad, pues está llena de detalles de esa clase la historia de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad en Tampico.

También le voy a pedir a Nuestro Señor que no se corte ese venerito de almas que Dios nos ha concedido y sigan surgiendo vocaciones, sea para Mi[96]sioneras Eucarísticas, sea para Misioneras Auxiliares o para Legionarias.

En todas partes presumimos a las de Tampico, hablamos de nuestras Auxiliares con grande satisfacción.

Veinte años tiene esta casa de haberse fundado; cinco de diferencia con la fundación del Instituto. Pidamos a Dios que podamos ver realizadas otras obras en bien de esta amada ciudad y en bien de todas ustedes.

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Fiestas del Año Jubilar MESST Plática de N. P. Sta. Misa.

Morelia, Mich. (97) 7 de Junio de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Cada una de las obras suscitadas por Dios trae al mundo un mensaje del cielo que debe trasmitir a la tierra. Ese mensaje sustancialmente, tiene que ser el mensaje mismo de Cristo, porque como decía San Pablo, “Cristo todo y en todas las cosas”.

Cristo es el gran Maestro, de Él escuchamos toda verdad; Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Pero como la humanidad se separa de Cristo con frecuencia, se separa de sus ejemplos y enseñanzas, por eso Dios suscita de tiempo en tiempo instituciones que vienen a recordar al mundo la vida de Cristo, los ejemplos, el mensaje de Cristo.

En los tiempos actuales, ésos que llamamos los últimos tiempos en que parece haberse conjurado el infierno contra la Obra de Cristo, en que el mundo ha sido invadido por el sensualismo, por el odio y toda clase de vicios, aparecen en el mundo unas Obras que se llaman Obras de la Cruz y que tienen como fin general establecer el reino de Dios en las almas, el reino del Espíritu Santo por medio del sacrificio de Cristo, de la Cruz de [97] Cristo por eso se llaman las Obras de la Cruz.

Vienen a recordar al mundo la gloria de la Cruz de Cristo y cuál es el camino para esto, cuando parece que se ha perdido el sentido de las cosas espirituales y humanas.

Aparecieron esas Obras en nuestro suelo como un regalo preciosísimo de Dios, no solamente para nuestra nación, sino para todo el mundo.

Precisamente vienen a recordar al mundo que no hay salvación fuera de la Cruz y que es la Cruz el medio de salvación, y que si queremos salvarnos, debemos volver nuestros ojos a la Cruz, a Jesús Crucificado.

Estas Obras quieren recordar al mundo ese gran misterio de la Encarnación, el misterio que nos trajo el regalo más grande del cielo: el Verbo de Dios Encarnado.

Ese misterio que es un misterio de humildad, de amor, y nos recuerda que en el cielo tenemos un Padre que nos ama; que ese Padre engendró eternamente un Hijo con todas las perfecciones del Padre y que quiso dar a los hombres ese mismo Hijo como señal del amor que les tenía. Quiso darnos a su Hijo para rescatarnos en la forma más dolorosa, la muerte, la muerte de Cruz.

Y Jesús muriendo Crucificado, nos hizo también otro don, el don de su Espíritu, ese Espíritu que nos permite llamarnos cristianos y ser verdaderos apóstoles de Cristo; ese Espíritu que nos permite entrar en los secretos íntimos del misterio de Cristo, el misterio gloriosísimo de la Redención. Ese Espíritu que, según la promesa de Cristo, nos enseña toda la verdad.

El mundo debía vivir una vida nueva a partir del momento de la Encarnación, una 58

vida mejor comprendida después de la muerte de Cristo y del Don de [98] su Espíritu Divino. Esa vida que nos hace glorificar a Dios, establecer ese contacto del cielo con la tierra, interrumpido a causa del pecado de nuestros padres en el paraíso; hablar a Dios con la única palabra con que se le puede hablar dignamente, la palabra misma del Verbo, haciendo nuestra la oración de Cristo, la palabra de Cristo; y amar a Dios con el amor mismo con que Él se ama, el único que lo satisface, el amor del Espíritu Santo. ¡Qué cambio tan grande en la vida! ¡Qué mensaje tan grande y tan hermoso el que Cristo Nuestro Señor trajo a la tierra! Pero los hombres en gran parte, se alejaron de la Cruz de Cristo, rechazaron al Espíritu Divino sin el cual es imposible la salvación y es imposible que florezca en el mundo la santidad auténtica.

Por eso Nuestro Señor, compadecido de las miserias humanas, ha querido mandar estas Obras de la Cruz para recordar al mundo sus grandes privilegios, para recordarnos que no hay salvación sin Cruz ni Cruz sin salvación.

Nacieron las Obras de la Cruz, obras fecundísimas. Sustancialmente esas Obras están formadas por el Apostolado de la Cruz, las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón; la Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús; la Liga Apostólica y los Misioneros del Espíritu Santo.

Pero en torno de esas Obras, y como instrumentos humildes para transmitir el mensaje de Cristo y de las mismas Obras de la Cruz, Dios ha suscitado otras obras filiales. Todas, o la mayor parte de ellas, tuvieron la aprobación de aquel varón de Dios escogido por el cielo para ser el Fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, director nato de las Obras de la Cruz, que sabía lo que eran y tenían gracia especial del cielo para difundirlas; él bendijo y aprobó todas esas pequeñas y nacientes Obras que llevan el mismo espíritu de la Cruz.

Entre ellas, propiamente la última, está la de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, cuya [99] fundación fue el 20 de Noviembre, poco menos de dos años antes de la muerte de nuestro Padre, en la época en que él ya estaba luchando con las enfermedades que lo llevaron al sepulcro.

Nació esta Obra el año 1936, como lo más exquisito y delicado de su corazón, (si es que me atrevo a hacer esta comparación), porque él ya estaba consumando su vida y sacando de su alma todas las cosas que deseaba regalarle al Padre de los cielos que tanto amaba.

Lleno de ese amor y ardiendo en celo por la salvación de las almas, ofreció en el altar de su Misa, aquel 20 de noviembre, una Obra pequeñita, una Obra nueva que quería vivir la vida de las Obras de la Cruz, que está inspirada en esas mismas Obras.

Esto es para nosotros, amadas hijas, una satisfacción muy grande, y en la medida en que la figura de nuestro santo Padre Fundador se haga más grande a los ojos del mundo, sentiremos todavía una dicha mayor de saber que fuimos ofrecidos por él en el altar de su sacrificio y que él aprobó, no con una aprobación ordinaria, sino con verdadero entusiasmo, el nacimiento de esta pequeña Obra de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Dios quiso, como sabéis, confiarle esa Obra en sus principios, y por sus consejos, por su oración, más tarde durante toda su vida y durante toda su eternidad la 59

ha confiado a otro Misionero del Espíritu Santo que tuvo la dicha de vivir con aquel venerado Padre Félix, que oyó de él muchas veces, explicaciones sobre la espiritualidad de las Obras de la Cruz y pudo leer atentamente, amorosamente, aquellos preciosos manuscritos que encierran tantos tesoros.

Y ese Misionera entresacó lo más hermoso de su espíritu para ponerlo como un ideal de perfección a [100] las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Por eso, amadas hijas, podemos decir sin vanidad ninguna, porque las cosas no son nuestras sino de Dios, que la Obra es grande, HERMOSA, que el ideal de perfección es alto y hermosísimo, capaz de atraer a las almas más exquisitas y más deseosas de la gloria de Dios.

No voy a hacer una explicación completa de ese espíritu; sería cuestión de días y quizá de meses. Algo he dicho en las diversas ocasiones en que he tenido la dicha de hablar al corazón de mis hijas Misioneras.

No sé si está presente mi taquígrafa oficial, ella sabe que son 30 ó 40 libros los que están escritos, todos ellos sobre el espíritu, y todavía sin decirlo todo, sin decirlo como debe decirse, porque ¡es uno tan pequeño para decir las cosas de Dios! Sin embargo, Dios suple la imperfección humana.

Obra sacerdotal, como todas las Obras de la Cruz; Trinitaria, que honra a las Divinas Personas, dando en esto satisfacción a la voluntad divina que quiere esa gloria para el Padre, para el Hijo y el Espíritu Santo; que honra el gran misterio de la Encarnación, que honra a la gran Madre de Dios, acompañándola desde la Encarnación hasta su Soledad.

Eso es nuestra Obra, vuestra Obra, amadas hijas, eso es el alimento de la piedad cotidiana de las Misioneras. Y es también lo que Dios quiere, lo que pide para las almas: más conocimiento del mismo Dios, más amor.

Por eso ahora en el Instituto se alaba y se glorifica a la Santísima Trinidad con aquel Trisagio que en el cielo se canta eternamente y que aquí en la tierra también muchas veces se ha cantado.

Me escribían que en esta última fiesta de la Santísima Trinidad, en el Noviciado, cada hora estaban cantando el Trisagio. Pero también se canta íntimamente en [101] cada una de las almas, cuando están en comunicación con Dios, glorificando a cada una de las Divinas Personas.

Yo puedo asegurar, amadas hijas, que hay almas enamoradas de Dios en el Instituto, que glorifican a las Divinas Personas; almas atraídas por el Padre, otras por el Verbo, otras por el Espíritu Santo, sin que sea distinto su amor porque es el amor mismo con que Dios se ama, el amor del Espíritu Santo.

Es un gran motivo para dar gracias a Dios, la existencia de las Obras; por eso hoy le damos gracias por esta Obra y por haberla querido poner en nuestras manos; gracias por aquellos que fueron llamados a realizarla; por las que serán llamadas hasta el fin del mundo.

Dar gracias pero también pedir perdón por todas las negligencias que como humanos, hayamos tenido, tanto en el cumplimiento de nuestros deberes, como en la 60

forma de tratar las Obras de Dios.

Que este Santo Sacrificio que estamos ofreciendo, sea una reparación y una solemne acción de gracias por los 25 años de la fundación de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

ASÍ SEA

Misa Solemne (102) Jueves 8 de junio 1961 – Morelia.

Muy amadas hijas, muy amados hermanos todos en Cristo Nuestro Señor: Por estar ausente el Excmo. y Reverendísimo Señor Arzobispo Luis María Altamirano, no pudo asistir a esta solemnidad como lo deseaba, y se me ha pedido les diga una palabras.

No puedo dejar de decirles porque se trata de [102] darle gracias a Dios Nuestro Señor; se trata de pedirle perdón; se trata de ofrecerle un acto de amor, de adoración y súplica. Esto me conviene a mí como sacerdote y muy especialmente en el lugar que ocupo.

Por esos ocultos designios de la Providencia, que escoge al que quiere para encomendarle sus obras, quiso Dios encomendar al cuidado de mi Sacerdocio esta Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Guardo por lo mismo en mi corazón, los designios de Dios sobre esta Obra y también guardo los secretos de las almas que la forman, ya que puedo asegurar que en general las conozco a todas. Vi nacer la Obra, he seguido sus pasos, sintiéndome continuamente identificado con ella; por tanto es mi obligación en este día unirme a las acciones de gracias, a los actos de reparación, de amor y petición que se van a ofrecer.

Se ha dedicado este día a pedir por las Fundadoras; dedicamos un día especial, el de ayer, a la Muy Reverenda Madre Fundadora, la que hizo cabeza desde el primer momento en que nació la Obra. Y llamamos Fundadoras a aquellas otras Misioneras que formaron el primer grupo, el 20 de noviembre de 1936.

De estas Fundadoras, una tenemos en el cielo, fruto primero, pero no por primero poco maduro, porque según creemos, fue un alma que Dios Nuestro Señor quiso perfeccionar y madurar rápidamente; un alma que, sin presunción ninguna, en la sencillez de su corazón, quiso ofrecerse como víctima por la Obra, como ella dijo, por los sacerdotes y por la Acción Católica; un alma llena de amor a su vocación.

Al preguntarle qué nos iba a mandar desde el cielo, parodiando un poco aquello de Santa Teresita del Niño Jesús que ofreció una lluvia de rosas para la tierra, dijo que ella nos mandaría vocaciones. Coincidencia tal [103] vez, o realidad, pero esa muerte marcó el principio de una vida de más actividad espiritual en el naciente Instituto. Se presentaron nuevas vocaciones y sólo Dios sabe las gracias que esa alma nos ha alcanzado.

Hablo de ella, pero lo mismo puedo hablar de las otras dos Misioneras que 61

esperamos estén en el cielo. Ellas amaron su vocación, se sacrificaron por ella y sin duda se unen a nosotros en estos momentos, en todas las solemnidades que se seguirán preparando por las bodas de plata de este Instituto.

Indudablemente que los fundadores tienen un compromiso especial con Dios en las Obras que se les encomiendan, porque tienen que transmitir al mundo el pensamiento divino, realizando ese pensamiento, el cual, por decirlo así, encarna en las obras que se llaman de Dios.

Recuerdo que antes de comenzar esta Obra, quise cerciorarme de que realmente era una Obra de Dios, porque hay tantas ilusiones en la vida y a veces nos forjamos tantas cosas que no responden a la realidad, cosas meramente ficticias, si queréis buenas, pero que no llegan a realizarse.

Tratándose de una cosa tan seria, en la que iba de por medio el porvenir de muchas almas, teniendo un grupito de jóvenes resueltas a reunirse, aunque todavía no se reunían, era preciso cerciorarse de que no íbamos a defraudar a estas personas y por eso quise consultar a un hombre de Dios.

Es cosa de experiencia que siempre que queremos aclarar situaciones y conocer un poco ese pensamiento divino, procuramos buscar aquellas almas que nos parecen más unidas, más cercanas a Dios, particularmente al sacerdote, al sacerdote según el Corazón [104] de Cristo. Para mí no fue difícil encontrarlo porque lo tenía en casa, lo conocía y me conocía; lo consideraba yo como un gran santo, como un hombre de Dios; ahora la Iglesia dirá la última palabra, su causa de canonización está introducida y muy adelantada.

Entonces era el tipo del hombre de Dios que yo necesitaba y le consulté acerca de esta Obra; le dije: “Nuestro Padre, -porque de él hablo-, quiero que usted me diga si esta Obra es de Dios. Si es de Dios para apoyarla, si no es, para dejarlo todo. Quiero pedirle que hable con la señorita que hace cabeza de esta Obra, (la fundadora, la Muy Reverenda Madre Enriqueta Rodríguez Noriega), quien por entonces vivía en la Ciudad de Puebla... quiero presentársela y usted pregúntele todo lo que guste...

Tuvieron una entrevista el 25 de agosto de 1934; hablaron largo y de esa entrevista resultó lo que deseábamos saber. Nos aseguró nuestro Padre que la Obra era de Dios y no solamente le pareció buena, sino que la recibió con verdadero entusiasmo que no nos manifestaba precisamente a nosotros, sino a otras personas confidencialmente.

Todos los aspectos de la Obra le gustaron y todavía la antevíspera de su muerte le dijo al que había de ser su sucesor, el R. P. Iturbide, estas palabras que él me transmitió indicándome que si era necesario lo hacía con juramento: La antevíspera me estuvo hablando de varios asuntos y miembros de la Congregación... al llegar a usted, Nuestro Padre dijo: “Las Misioneras Eucarísticas de la Trinidad, formándose como lo desean, harán mucho bien; ayúdeles en todo lo que pueda...”

Después tuve la dicha de que mediera una bendición especial para esta Obra, algunos minutos antes de morir, ya no hablaba, pero respondía con movimientos de [105] su cabeza, a lo que se le decía. Yo le pedí una bendición especial para las Misioneras y él asintió.

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Una vez que nos cercioramos de que la Obra era de Dios, comenzamos a trabajar en ella con aquel entusiasmo propio de la juventud, entusiasmo de quien busca la gloria de Dios Nuestro Señor.

Sería infantil creer que una Obra de Dios se realiza en medio de triunfos sin ninguna contradicción ni esfuerzo. Quien así creyera, desconoce por completo los caminos de Dios.

Una grande alma que Dios escogió como piedra fundamental para las Obras de la Cruz, a quien con tanto cariño llamamos “Nuestra Madre”, la Señora Armida, cuya causa de canonización también ha sido introducida, decía: “Nada grande se hace sin lágrimas, el cielo pide sangre para rociar sus flores...”

Y una obra de Dios es siempre grande. He ahí por qué deseábamos saber que la Obra era de Dios, porque siendo Él, podemos alabarla justamente, no son los hombres los que tienen que juzgarla definitivamente.

Sólo Dios sabe cuáles son las columnas ocultas que hayan sostenido al Instituto.

No es el momento tampoco de detenerme a hablar de los fines de la Obra. Lo cierto es que, gracias a Dios, y sin tomar en cuenta la pequeñez y debilidad de los instrumentos de que Él se valió, Dios mismo ha querido bendecir esta Obra, ha puesto sus ojos en ella, y quizá por ser tan amada de su Corazón, los enemigos no faltaron, me refiero a los enemigos tradicionales de Cristo, aquellos espíritus malos que están en el infierno y que buscan en la tierra la manera de restarle gloria a Dios. Pero a pesar de todo y por encima de todo, la Obra sigue adelante.

El Excmo. Sr. Martínez que en paz descan[106]se, apoyó con gran bondad siempre esta Obra y solía decir: “Ustedes son las de la buena suerte”... Y es que Dios nunca falta a las almas que Él escoge. Yo lo puedo asegurar como sacerdote, jamás me ha faltado ni en las cosas pequeñas ni en las grandes. Lo digo para hacer honor a mi sacerdocio, no por vanidad.

Cuando Dios permite que seamos probados y hasta que se nos quite la vida, no es porque nos deje solos, no es porque no tengamos quién nos defienda. Así conviene a su gloria y al bien de las almas. Así sufrió Cristo Nuestro Señor para bien de las almas y gloria de su Padre, y así quiere que suframos todos lo que Lo seguimos.

Da fuerza muy grande pensar que Dios Nuestro Señor está con nosotros. Ha sido éste el pensamiento, la palabra también, más efectiva, en la que los santos han encontrado fuerza.

Cuando la Santísima Virgen recibió aquel gran mensaje del cielo, su Maternidad divina, oyó del Ángel estas: “El Señor está contigo... Dóminus tecum...” Y aquel otro gran Patriarca que pudo escuchar “Ego ero tecum... estaré contigo...” Y el Apóstol San Pablo que desafiaba a todos los elementos cuando se sentía perseguido: “¿Si Dios con nosotros, quién contra nosotros?”

El gran secreto de nuestra fuerza está pues, en sentirnos amparados por Dios, y para poder sentir ese amparo, necesitamos tener la seguridad de que estamos tratando de hacer su voluntad, trabajando por su gloria. De allí el gran consuelo que todos recibimos cuando nuestro Padre nos aseguró que la Obra era de Dios.

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Entonces necesitamos amarla, cuidarla, sufrir por ella. El niño, cuando es niño, necesita más el cuidado de sus padres; así las instituciones; y comparado al nacimiento de la institución es también el trabajo en tierra de misiones; es como un niño que hay que cuidar por[107]que se supone que son pocos los cristianos en un país de infieles y que se necesita el auxilio de los misioneros, a ellos y a los que reciben el trabajo de ellos.

Tenemos grande responsabilidad. ¿Habremos cumplido con ella? Esto sólo Dios lo sabe, pero la prudencia, la humildad, nos pide que siempre desconfiemos de nuestras propias fuerzas. Por muy buena voluntad que tengamos, es necesario pedir perdón a Dios. ¿Quién puede asegurar que ha hecho todo lo que debe? Decimos: he hecho todo lo posible; pero no podemos probarlo. Si fuera cierto que hemos hecho todo lo posible, entonces tenemos otro capítulo más de responsabilidad con Dios: el agradecimiento, la gratitud, que debe ser mucho más grande, cuando hemos recibido más.

Por eso hemos escogido en el Instituto, como medio de transformación de lo pequeño en grande, el Santo Sacrificio de la Misa.

Yo tengo conciencia de haber insistido desde la fundación en esto: que las Misioneras pongan todo su corazón, su vida, en el Santo Sacrificio de la Misa, rindiendo un culto constante de adoración, acción de gracias, reparación, petición, a cada una de la Divinas Personas, a través de la Víctima divina; identificarnos con lo que Cristo Nuestro Señor hace en la grande hora de su Sacrificio Eucarístico.

He dado también esta palabra como orden del día perenne: que se procure hacer de la Misa nuestra vida y de nuestra vida Una Misa. Inmolarse por Cristo. Por Él, con Él y en Él, para dar a Dios Padre Omnipotente todo honor y toda gloria.

Necesito terminar, amadas hijas, amados [108] hermanos y sólo os ruego que os unáis a nuestras intenciones como nos unimos a las de Cristo en el altar.

Elevemos ese himno de acción de gracias a través del Santo Sacrificio, por todo el Instituto y por todo lo que han recibido las fundadoras, aquellas a las que Dios Nuestro Señor les ha pedido más, porque seguramente les habrá dado más. Dios no pide lo que no da.

Que Él acepte nuestras acciones de gracias con este gran Sacrificio, de la Misa, que dirá todo lo que nosotros no podemos decir y hablará por nosotros.

Que encuentre Dios Nuestro Señor corazones agradecidos, corazones contritos, resueltos aún a sacrificar la vida, a seguir adelante para que triunfe esta Obra de la cual se nos aseguró que ES UNA OBRA DE DIOS! Así sea!

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Fiestas del Año Jubilar en Puebla, Pue. (109) Junio 11 – 1961 – 10 p. m.

Excelentísimo Señor Márquez: Muy amada Hija Fundadora de las M. E. SS. T. Muy amada Hija Superiora General.

Muy amadas Hijas todas en Jesús: Un día que nuestro Venerado Padre Fundador visitaba la primera casita en la Calle de Tamaulipas, les dijo a las Misioneras Eucarística de la Santísima Trinidad estas palabras: “Recordar es vivir...”

Hemos recordado en estos momentos, ayudándonos de esas poesías, de esos cantos, de esas hermosas alegorías tan artísticas, el nacimiento y el desarrollo de la Obra en los 25 años que estamos ahora celebrando.

Para mí los recuerdos de esta Ciudad de Puebla son especialmente caros. La Obra fue concebida, como [109] todas las Obras, en el seno de Dios, en la mente divina, puesto que se nos ha asegurado que es Obra de Dios; pero en su realización hemos visto intervenir varios factores; y para mí, como instrumento pequeño y humilde, escogido de Dios para ayudar la Obra, es Puebla el lugar don vi la posibilidad de llevarla a cabo y el momento de que esto pudiera realizarse.

Visitaba un día la casa del Arzobispado de Puebla y allí encontré por primera vez a la que había de ser la Fundadora del Instituto. No la vi perfectamente bien, pero tuve una impresión especial de que esa joven sería la Fundadora de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Sería imposible recordar toda la historia; por otra parte está consignada en los Anales del Instituto, escritos por la misma Fundadora. Pero no cabe duda de que cuando Dios Nuestro Señor iba acercando los elementos, era señal de que estaba a punto de realizarse su Obra.

En Puebla encontré esa piedra fundamental para comenzar y al mismo tiempo encontraba otras almas en otros lugares. En México, en la casa de la R. M. Ana María Treviño, teníamos nuestras primeras juntas; allí reunía yo al grupo de jóvenes que preparaba pacientemente. En Guadalajara, buscando a una de nuestras Misioneras, la R. M. María de San Miguel, fui a su casa para hablar un poco y allí otra de sus hermanas, actualmente la M. R. M. Superiora General, expresó también sus deseos de ingresar.

Poco a poco Nuestro Señor nos fue dando los elementos necesarios para poder dar un paso definitivo. Pero se necesita ante todo contar con la aprobación de nuestros superiores. Yo como religioso, como Misionero del Espíritu Santo, no podía moverme sin el permiso de mi Superior y Fundador; urgía saber su opinión sobre la Obra y fue así como concertamos la entrevista del [110] 25 de agosto de 1934, en la que él, después de haber hablado ampliamente con la M. R. M. Enriqueta Rodríguez, nos transmitió esa grata nueva que recordamos siempre con tanto gusto, con tanto consuelo y esperanza: LA OBRA ES DE DIOS. Sabiendo esto, necesitábamos todavía otros apoyos y por consejo de nuestro 65

mismo Padre Fundador que así lo creyó conveniente, la M. R. Madre se dirigió al entonces Obispo Auxiliar de Puebla, Monseñor José Ignacio Márquez, a quien está unida por gran simpatía personal, ya que él la conocía muy bien y mucho se había ocupado en su formación.

El Excmo. Sr. Márquez desde los principios simpatizó con la Obra. Como varón prudente, tuvo que hacer algunas aclaraciones, que ésas siempre son bien recibidas cuando están animadas del buen espíritu, del Espíritu de Dios. Todos sabemos cómo se interesó Monseñor por la Obra.

Nuestro Padre había deseado que se diera principio en Puebla precisamente para contar con ese apoyo del Sr. Márquez; pero el entonces Arzobispo, Excmo. Sr. Pedro Vera y Zuria, indicó que, dados los fines de la Obra, su preparación y demás, le parecía conveniente se fundara en México, donde se encontrarían elementos necesarios para poderse desarrollar; dijo que él ayudaría, como en efecto ayudó dándonos una recomendación muy amplia para el Encargado de la Sede vacante en México, Excmo. Sr. Maximino Ruiz, pues acababa de morir el Excmo. Sr. Pascual Díaz.

Yo estuve con él antes de partir para la fundación en San Luis Potosí, donde fui enviado pocos días antes del 20 de Noviembre, y me concedió que desde el primer día tuvieran las Misioneras el Sagrado Depósito; él las recibió con mucho gusto, mientras el nuevo Arzobispo decidiría lo que debía hacerse.

Quiso Dios Nuestro Señor que este nuevo Arzobispo de México fuera el Excmo.

Sr. Dn. Luis María Martínez, [111] quien desde los primeros momentos se mostró Padre de la Obra y no dudó en darnos toda la ayuda que necesitábamos. Así fue Nuestro Señor llevando las cosas.

Aquí hemos visto algunos rasgos de la historia; verdaderamente el Señor va guiando todos los acontecimientos, y al recordarlos, vemos nosotros esa Mano providente.

Por eso en los días de sufrimiento y de lucha y de peligro, debemos recordar las palabras de San Pablo: “Dios que me libró en el pasado, me libra en el presente y me librará en el porvenir...” ¡Ese Dios que tuvo la Obra en su Corazón en el pasado y la tiene en el presente, la tendrá también en el porvenir!

Las felicito, amadas hijas, y lo único que deseo es que todo esto sirva para estrechar más los lazos que nos unen, esos lazos fuertes del amor, de la caridad en el Espíritu Santo.

Nuestro Señor pide siempre y clama por esa unidad: PATER UT SINT UNUM, y hoy se levanta mi oración sacerdotal pidiendo la misma gracia: ¡Señor, que sean una sola cosa! ¡Son tan buenas todas! ¡Están tan bien dispuestas! ¡Dios les ha dado tantos medios para triunfar!

Porque los dones vienen de Dios, y si sabemos aprovecharlos, indudablemente alcanzaremos el triunfo en la Obra de Dios.

Quiero expresar a todas mi gratitud por todo esto que han hecho, por las palabras de adhesión y respeto que han manifestado; en cuanto a ciertas alabanzas, las paso, teniendo en cuenta aquello que decía nuestro Padre con mucha gracia: “hay 66

que tener en cuenta que los poetas siempre exageran un poco...”

Que Dios Nuestro Señor nos una en el Espíritu Santo siempre más estrechamente, y en el Corazón [112] Inmaculado de la Virgen Santísima, triunfando y haciendo triunfar la Obra de Dios en nuestras almas y en todas las almas del mundo.

Santuario de San Miguel del Milagro. (113) Junio 13 – 1961 Veni Sancte Spíritus.... Ave María....

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En la lucha que tenemos que sostener para alcanzar el cielo, para alcanzar la unión inamisible, eterna, con Dios, quiso Él mismo, Nuestro Señor, darnos a sus Ángeles para auxiliarnos, para que nos ayuden a obtener el triunfo. Tenemos desde luego los Ángeles Custodios; pero además tenemos al que es Príncipe de todos los Ángeles, al Gran Arcángel San Miguel que se distingue por su celo de la gloria de Dios y por el grande interés que toma en la salvación de las almas. Él protege particularmente las instituciones. Por eso se le invoca, por eso con frecuencia encontramos en las puertas de los conventos, en las puertas de las casas consagradas a las obras de Dios, la imagen de San Miguel Sabemos que él obtuvo un gran triunfo en el cielo; el triunfo de la humildad sobre la soberbia, el triunfo del amor a María sobre el odio a María, cuando, enfrentándose a todos los espíritus angélicos rebeldes, lanzó aquél desafío: “¡Quién como Dios!” ¡Quién como la Madre de Dios...!, mereciendo ser confirmado eternamente en la Gracia mientras sus enemigos fueron lanzados a las profundidades del infierno.

Este lugar, amadas hijas, este Santuario, es notable entre los notables, porque aquí se ha querido manifestar la gloria y el poder de ese Arcángel. Aquí, en este lu[113]gar tan apartado, quiso él manifestarse, para recordarnos que siempre desea cumplir la misión que Dios le ha confiado: y ha traído aquí a las almas que necesitan de su protección.

Quiero recordar entre otras muchas almas, a nuestro venerado Padre Fundador, el Padre Félix; él venía aquí con mucho gusto y en su pensamiento estaba el convertir este lugar en centro de peregrinaciones nacionales, porque el hecho de estas apariciones en la forma en que se realizaron, le da una importancia preeminente entre todos los lugares donde se ha aparecido el Santo Arcángel.

Nosotros, es decir, el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, se ha puesto también bajo la protección de San Miguel.

Aquí venimos en días grandes y solemnes para dar gracias; recordarán que venimos cuando llegó la aprobación del Instituto; vinieron después algunas de nuestras Misioneras que se iban a otras tierras, para pedir la ayuda, el amparo y la protección de San Miguel.

Ahora le pedimos que nos ayude a dar gracias por este favor tan grande de los 67

25 años del Instituto y que con su protección, nos alcance la gracia de realizar el pensamiento divino, de imitarlo en su celo por la salvación de las almas para gloria de Dios; para que nos conceda una grande pureza de vida.

Pongamos una vez más, bajo la protección de San Miguel, no solamente nuestras almas en particular, sino el Instituto y no solamente el Instituto, sino todos los intereses del mundo, los intereses de la Santa Iglesia que se siente perseguida, amenazada, y que está viviendo con la certidumbre de que Dios no la abandonará sino que ha de defenderla.

Precisamente el que va a la vanguardia de esa [114] defensa es el gran Servidor de María, el Arcángel San Miguel: Ella le manda, él obedece, él pone a las órdenes de la Reina de los cielos, todas las legiones de Ángeles para defender a la Iglesia.

Necesitamos, amadas hijas, esa protección, necesitamos el estímulo de su ejemplo; y necesitamos la protección de todos los otros Ángeles que se sometieron amorosamente a los designios divinos.

Dejemos pues aquí nuestra humilde súplica; renovemos esa alianza de amor fraternal con San Miguel. Su misión es ayudar a todos los que buscan la gloria de Dios.

Nosotros queremos esa gloria y por eso venimos a pedir la ayuda de San Miguel.

Se dice que fue después de una visión de San Miguel, enfrentándose a los espíritus malos, cuando el Papa León XIII mandó que se rezara todos los días al fin de la Misa, la oración: “San Miguel Arcángel defiéndenos en la lucha...”

En la historia de la fundación de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, hay una protección muy especial de San Miguel, que recordamos al cantar el himno del Instituto: “Quien como Dios, dijo el Ángel un día...” Ya sabéis que ese Ángel es San Miguel... Y nosotros también con santa osadía, con audacia fundada en la fe que tenemos de la protección divina, queremos morir por Dios y las almas.

Se supone que antes queremos también vivir por Dios y las almas. Recuerdo que cuando el Excmo. Sr. Luis María Martínez oyó por primera vez la letra del himno en la Casa de Aguayo, le gusto y la aprobó diciendo: “¿Por qué no mejor “viviremos por Dios y las almas”?... Pero yo dejé el texto original “morir” porque, repito, el que muere por Dios, ha vivido por Dios: “qualis vita, finis ita...” como es la vida es la muerte. Debemos ir hasta lo último. [115] Tenemos que seguir nuestra peregrinación a Tlaxcala; dejamos nuestras súplicas aquí ante el Santo Arcángel, seguros de que Él nos ayudará a conseguir la gloria de Dios. Es característica de los Ángeles y sobre todo de San Miguel, buscar la gloria de Dios, él patrocina todo lo que a esto se refiera.

Estoy seguro de que protegerá nuestras almas, nos alcanzará la humildad, esa humildad que a él lo hizo tan grande, cuando reconoció el poder de Dios.

Sabemos que el motivo de la defección de Satanás fue la envidia que tuvo al saber que la Encarnación se realizaría en el hombre y no en el ángel. Ese amor mal entendido lo perdió.

Pidamos nosotros la humildad para desaparecer siempre y que aparezca Dios.

Que podamos repetir, no sólo al cantar el himno, sino todos los días de nuestra vida: 68

QUIEN COMO DIOS, sea en la pena, en la alegría, en esa alegría que Él nos da, de ser hijos de Dios y que nadie nos podrá quitar; alegría de ser herederos de su gloria, templos del Espíritu Santo, hijos de la Santísima Virgen.

Vayamos confiados en que todos nuestros pasos por la vida serán marcados, sellados con la protección de San Miguel Arcángel. ¡ASÍ SEA! [116]

Santos Ejercicios en el Noviciado. Junio 20 – 28 (117) Últimos que dio Nuestro Padre.

Entrada (117) Día 20, 8 p. m.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hemos dado comienzo a estos ejercicios invocando al Espíritu Santo, al Espíritu de luz, Espíritu de amor; aquel Espíritu que, según la promesa de Cristo, vino a enseñarnos todas las cosas.

Los días de ejercicios son días de amor, días de gracias.

En unos días de ejercicios ¡cuántas cosas se pueden aprender!

Hemos venido a prepararnos con estos días de retiro, para saborear más las delicadezas de Dios al llamarnos a su santo servicio.

El Espíritu de Dios, en el fondo de nuestro corazón, nos dirá muchas cosas.

Pensaremos en el compromiso que hemos contraído voluntariamente con Dios. [117] Debemos tender siempre a la perfección, sin que esto quede nada más en palabras. Precisa recordar las obligaciones y saber recibir las gracias. Recordar los puntos básicos de la vida religiosa en general y el espíritu del Instituto en particular; ver y pensar en lo hermoso que es el espíritu y cómo debemos amarlo, vivirlo.

Si viviéramos plenamente ese espíritu, daríamos mucha gloria a Dios y sería un gran bien para nuestra alma.

Toda vocación supone amor, predilección por parte de Dios. Esa predilección encierra un compromiso de correspondencia a lo divino; si despreciamos esta gracia, despreciamos al mismo Dios. Cuando Dios nos llama, todo nos debe llenar de emoción y gratitud.

No nos damos cuenta de las gracias tan grandes que realiza en nosotros nuestra santa vocación. Por eso debemos corresponder a ella, y esto es otro don precioso de Dios. [118] Las que van a entrar al Noviciado, deben conocer la gracia tan grande que Dios les concede con este nuevo paso de su vida religiosa. El Noviciado es tiempo de amor, tiempo de poesía. El porvenir está íntimamente ligado a los días del Noviciado. Hay que reflexionar en esa gracia inmensa. Los sacrificios y renuncias de la vida religiosa no son 69

nada comparados con las gracias que Dios nos da por medio del Espíritu Santo para realizar nuestra vocación.

Si el alma se da por completo, el Noviciado será tiempo de amor y sólo amor.

Entonces consagrarse exclusivamente a Dios, rechazar todas las cosas que pertenecen a un pasado y no admitir voluntariamente nada que pueda distraer.

Dejad, amadas hijas, que vuestra alma converse libremente con Dios, con la Santísima Virgen y con los Ángeles. Que vuestra conversación sea en Dios, para recibir las gracias inmensas que Él os quiere dar. ASÍ SEA. [119]

Fin del Instituto. Lema. (120) Junio 21 de 1961 11 a. m.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Ungidos con el Espíritu de Dios y con el gran deseo de poseer ese Espíritu, vamos a entrar en consideraciones que nos ayuden a realizar el plan divino sobre nuestra alma y el plan de Dios sobre la Obra a la que os habéis consagrado. Tenemos obligación sagrada de indagar a la luz de Dios lo que esa Obra quiere de nosotros, lo que nos da; pero también los deberes que nosotros tenemos para con ella.

Sabemos que el fin general de todo Instituto religioso, Órdenes, Congregaciones, etc., está en la santificación de sus miembros mediante la observancia de las Constituciones, donde se expone la doctrina del estado religioso; particularmente en un artículo especial, se habla del espíritu propio de cada institución.

Si la observancia de las Constituciones es lo que influye poderosamente en la santificación de los miembros, urge estudiarlas y entrar más y más en el verdadero espíritu de las mismas.

Grande y hermoso es el ideal de la perfección de las almas que buscan a Dios. ¿Qué ideal más elevado puede presentarse a un alma, que buscar a Dios, dar gloria a Dios, conocerlo, amarlo, hacerlo conocer y hacerlo amar?

Las Obras, al salir de las manos de Dios, salen perfectas como todo lo que es de Él; y si en la ejecución sufren algunas deformaciones, esto se debe a la fragilidad a la miseria de los medios, de los elementos humanos que en ellas intervienen. Para evitar esto, conviene volver con frecuencia sobre aquellos puntos que nos hablan de la perfección en la vocación propia y en general en la vocación al estado religioso.

Si una Obra es de Dios, entonces tenemos que in[120]dagar el pensamiento divino, y ¿cómo hacer para indagar, para entrar en ese pensamiento divino? Tenemos como medio poderosísimo para esto la oración, el estudio de las Constituciones y de todo aquello que los encargados por Dios para servir de instrumentos a la realización de una Obra, nos enseñen, es decir los fundadores.

Les llaman fundadores, en realidad son el medio de que Dios se vale para realizar sus obras. El verdadero Fundador de toda institución que viene de la Iglesia es Dios; de su Corazón salen todas esas obras y por eso se llaman obras de Dios.

Por eso también en las instituciones religiosas, además de las cosas que están 70

escritas, se conservan otras por tradición, se conservan explicaciones verbales que se dan acerca de la espiritualidad, acerca del modo de practicar los votos y otros mil detalles que no pueden estar todos consignados expresamente en las Constituciones.

Es muy necesario volver siempre a las fuentes, recordar las palabras de aquellos que promovieron las Obras. Gracias a Dios, amadas hijas, vosotras conocéis bastante, porque si no habéis oído todo, la mayor parte de lo que se ha dicho está consignado por escrito, se conservan los escritos de conferencias, ejercicios, sermones ocasionales, en fin, muchas cosas que nos hablan de lo que Dios y los instrumentos de Dios quieren de la Obra.

Estas cosas debemos verlas con un grande espíritu de fe cuando se nos trasmiten a través de instrumentos de los que Dios quiere valerse, ya que no ha querido Él directamente enseñarnos y decirnos todo. Él dijo a sus discípulos: “Id y enseñad... id y predicad...! Después que los Apóstoles recibieron al Espíritu Santo, se dispersaron por toda la tierra para predicar la palabra de Dios. Ellos recibieron luces especiales y debían trasmitir esas luces, comunicar las gracias recibidas a todas las almas. [121] Respecto al ideal del Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, podemos en pocas palabras sintetizarlo. Un resumen de resúmenes está en lo que se llama el lema del Instituto: DIOS Y LAS ALMAS. En la primera palabra se expresa lo más grande que puede decirse, lo más grande que puede buscarse y desearse: DIOS, hacer a Dios objeto de nuestros estudios, de nuestro conocimiento, de nuestro amor y celo. Dios, que es para nosotros lo más grande.

Bastaría esta primera parte de lo que se pretende hacer, para entusiasmar a cualquier alma generosa; unirse, asociarse para buscar la gloria de Dios, para conseguir más fácilmente el amor a Dios, puesto que en la unión está la fuerza y como dice la Escritura Santa, la cuerda triple difícilmente se rompe; es una comunicación de gracias como la que se tiene en la comunión de los santos. Comunicación de gracias entre almas asociadas con los mismos fines, en que las virtudes de unos suplen defectos de otros, en que si uno cae, tiene manos que lo levanten, en que siempre se están elevando oraciones de unos por otros, almas amantes de Dios que se ayudan para llegar más fácilmente a la santidad.

Cuando la Sagrada Escritura dice: “Ay del que está solo!...” me parece que tiene en cuenta principalmente esa obligación de santificarse, esas grandes batallas que tiene que sostener el alma y los grandes peligros que la rodean, así como el inconveniente que sería para ella sentirse sola y estar sola.

No es raro que a veces en la vida religiosa algunas almas se sientan solas, abandonadas; puede suceder esto como prueba, como tentación, porque no responde a la realidad. El religioso en efecto, nunca está solo, siempre está acompañado, lo acompaña esa fuerza moral, esa fuerza espiritual de todos sus hermanos que profesan el mismo ideal de perfección.

Está apoyado por la oración muy especial de los [122] fundadores de las instituciones, sea que ellos se encuentren ya gozando de Dios en el cielo, o estén en la tierra.

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¿Se podría decir alguien solo cuando sabe, en nuestro caso por ejemplo, que todos los días se eleva una Hostia, la Hostia divina, la Víctima santa al Padre Celestial, por medio del Corazón Inmaculado de María, pidiendo expresamente por sus necesidades, por su santificación? Nada importa que no lo sepa, ni lo vea ni lo oiga, porque la realidad es que la oración se eleva.

Los que verdaderamente están solos son aquellos que renunciaron voluntariamente a la unidad de la Iglesia, que se separaron por el cisma, que están excomulgados y han muerto en pecado sin reconciliarse. Esos quisieron separarse voluntariamente de la comunión que la Iglesia establece entre los elegidos.

Tenemos el dogma consolador de la comunión de los santos y especialmente entre los hermanos de ideal, que nos hemos afiliado bajo las mismas banderas, para establecer el reino de Dios entre las almas. ¡Qué consuelo pensar que si yo caigo, tengo alguien que me levante y con una caridad tan grande, que ni siquiera aparece para no causarme alguna pena! Leí en Santa Teresita del Niño Jesús unos pensamientos muy hermosos a propósito de las almas que se sienten desfallecer. Ella compara esas almas a una llamita que está próxima a extinguirse, como aquella lámpara mortecina que vio en la capilla del convento, la cual proporcionó a una de las Hermanas el fuego para encender un cirio y con él se escondieron todas las otras luces.

Santa Teresita llevó su consideración inmediatamente al campo de las almas, cuántas veces deberemos la luz brillante, el éxito en las empresas, a una de esas lucecitas que parecían estar apagándose, almas ocultas, silenciosas, víctimas desconocidas, que cuando ya parecían morir o en realidad hayan muerto comunicaron antes otras almas el fuego para seguir iluminando. [123] Y dice la Santa que en el cielo sabremos a quién somos deudores de muchas de esas resurrecciones espirituales, quiénes nos levantaron de las caídas, quiénes nos tendieron la mano; almas desconocidas quizá para nosotros, pero llenas de la caridad de Cristo.

“O quam bonum et quam jucundum habitare frates in Unum”... ¡Qué hermoso habitar todos los hermanos unidos! decía el Salmista. Ese texto se aplica a la vida religiosa; si realmente vivimos unidos, seremos poderosísimos, formaremos una valla muy difícil de franquear a nuestros enemigos.

El Instituto nos propone en la primera parte de su lema, a todos los que le quieren seguir, a DIOS como objeto de amor, a Dios como objeto de celo, de apostolado, y como meta suprema de la vida. Por eso, amadas hijas, aquel gran formador de almas que era nuestro venerado Padre Félix, en el tiempo del Noviciado especialmente, y después a lo largo de toda la formación espiritual, siempre le daba el primer lugar a Dios.

Lo primero que nos preguntaba cuando asistíamos a dirección espiritual con él era: ¿“cómo anda su presencia de Dios?”... A él le gustaba tomar unas palabras de San Juan de la Cruz, en que define la unión con Dios como “atención amorosa”, porque el que camina en la presencia de Dios, o es perfecto, o alcanzará pronto su perfección: “Ambula coram Deo... “camina delante de Dios y serás perfecto.” Aléjate de Dios y 72

comenzarás a fallar, a desfallecer, a debilitarte, serás presa fácilmente de tus enemigos...

Yo nunca me cansaré, amadas hijas, de recomendaros la unión con Dios; la unión con Dios en la oración de sufrimiento; la unión con Dios para que ese sufrimiento encuentre fortaleza. La unión en la oración de alegría, la unión para que esa alegría nos proporcione la verdadera dicha de no perderla nunca porque se finque en Dios. La unión con Dios para sentirnos fuertes en Él; quien se ad[124]hiere a Dios es un solo espíritu con Él.

Por eso nuestros enemigos, inteligentes cuando nos quieren perder, procuran apartarnos de Dios, ponernos mil obstáculos que si no nos impiden por completo, sí retardan esa unión con Dios; no pudiendo otra cosa, al menos la retardan y la hacen menos intensa.

Debemos vivir siempre unidos a Dios, amadas hijas, correr en todo momento al seno de Dios, a los brazos de Dios, al Corazón de Dios, para encontrar allí lo que buscamos. En la hora del peligro, el niño, el joven y aún los grandes, se vuelven a su madre; lloran, se vuelven a ella, la llaman.

Si nosotros nos sentimos en peligro, amenazados por nuestros enemigos, si sentimos el impacto de esos ataques a veces aun materialmente, debemos volvernos a Dios: ¡Dios mío, ayúdame... líbrame de mis enemigos!

Por eso es de creerse, amadas hijas, que la hora más difícil, la hora más combatida en la existencia del hombre, la hora de la muerte, atraiga los ataques más furiosos de los enemigos, pero también aparecen los gemidos del alma implorando auxilio y Dios se complace en acudir al llamado de sus hijos y la Santísima Virgen se apresura a escuchar la voz de sus hijos pecadores arrepentidos que la llaman.

Por eso las grandes conquistas se realizan en esta hora; allí está presente siempre el Padre que tenemos en los cielos, el Padre de donde procede todo don perfecto. Tenemos la asistencia de la Santísima Virgen.

Pero, amadas hijas, no hay que esperar esa última hora para buscar la unión con Dios. La suprema felicidad está en nuestra unión con Dios y la mayor desgracia es apartarnos de Él. Cuando veamos un peligro, clamemos, pidamos misericordia, invoquemos a la Santísima Virgen y seremos libres de nuestros enemigos. [125] ¡Qué consolador pensar que si nosotros no lo hacemos bien, o aun haciéndolo, tenemos en nuestros hermanos otras tantas fuentes de súplica! ¡Cuánto conmueve al Señor esas peticiones desinteresadas que provoca el amor a Dios y la caridad fraterna, cuando en vez de criticar, de murmurar, de exhibir los defectos de nuestros hermanos, vamos ante el altar a hacer oración por ellos y nos imponemos voluntariamente algunas mortificaciones y penitencias y hacemos mucha oración para remediar aquellos males!

Es la gran ventaja de vivir en comunidad, amadas hijas, de asociarnos a instituciones consagradas expresamente a la gloria de Dios y bien de las almas. Si vamos a salvar a otras almas, tenemos que salvar la nuestra.

El Instituto, amadas hijas, quiere almas que busquen la gloria de Dios, que amen 73

a Dios, que sirvan a Dios, imprimiendo un sello especial en ese amor, en la manera de practicar ese apostolado y para seguir esa modalidad, el instituto ha contemplado a Cristo que es el modelo de toda perfección, ha entrado al Corazón de Cristo, sondeando los secretos de amor y anhelos de ese Corazón, aquello que es lo que expone a sus miembros para que procuren vivir ese espíritu.

Aquí entra ya lo que es la espiritualidad propia del Instituto. Contemplamos a Jesús, pero con el colorido especial de Adorador del Padre, Glorificador del Padre y por extensión, y como consecuencia de ese amor y gloria de su Padre, buscamos la glorificación de aquella criatura feliz que recibió a Cristo en la tierra, la Santísima Virgen.

Contemplamos la glorificación especial del Sacrificio de Cristo, de la Cruz de Cristo, de donde nos vino la salvación a todos los hombres, el secreto para abrir las puertas del cielo a todos los que entran allí. ¡Cruz tan grande, tan desconocida y muchas veces tan perseguida! ¡Sacrificio tan noble, tan generoso, tan perfecto! [126] Contemplamos la gloria de esa Cruz en el don magnífico del Espíritu Santo al mundo. Verdades profundas, propias del Evangelio y por lo mismo irresistibles, a salvo de cualquier ataque por lo que ve a pureza de espiritualidad. Cuando los hombres proponen algunas ideas, éstas pueden ser cosas extravagantes, imposibles. Cuando lo que proponemos no es de invención humana sino realidad divina, entonces puede resistir a toda crítica.

Aunque sea algunos puntos, trataremos con la gracia de Dios en estos ejercicios, y porque vamos a entrar en Dios, por eso debemos pedir las luces de Dios, la asistencia del Espíritu de Dios; debemos pedirlo por medio de la Santísima Virgen.

Así como en el Cenáculo vino por medio de Ella a derramarse en todos lo que estaban presentes, así en esta pequeña reunión, en este pequeño Cenáculo en que por amor a Dios estamos reunidos, recibiremos esas luces divinas por medio de María. Esa luz, ese fuego que calienta, enciende; fuego poderoso que alimentará vuestras vidas y a través de ellas las otras muchas almas. En ese cirio que es vuestra alma, se van a prender otros muchos y van a dar luz de vuestra luz, fuego de vuestro fuego, amor de vuestro amor. ¡Qué responsabilidad tan grande, para matar todos los egoísmos, para preparar ese banquete espiritual en el que vengan a sentarse millares y millares de almas, todas las que Dios quiera daros para que participen de los manjares que les ofrezcamos y serán los que hayamos podido obtener de Dios y en Dios, por nuestra unión con Él, por nuestros sacrificios.

Estamos en una hora muy solemne de la vida, la hora que Dios nos ha dado para trabajar; y hoy que se levantan contra la Iglesia tantos enemigos furiosos, ella necesita la generosidad de todos sus hijos, Decía el Señor a un alma, que es la hora de combatir sin descanso, [127] hora en que la Iglesia pide el amor, la cooperación de sus hijos.

Os he llamado, amadas hijas, y aquí estáis, pasando lista de presente; pero es necesarios ir hasta el fin, no retroceder, no desmayar en los primeros tiros que se cruce con el enemigo; hay que perseverar hasta el fin y si tuviéramos la dicha de morir en el campo de batalla buscando la gloria de Dios y el bien de las almas, seríamos 74

verdaderamente felices.

Por eso en nuestras Constituciones se nos manda que cuando muera un Misionero del Espíritu Santo se rece inmediatamente el Te Deum, el Magnificat, para dar gracias a Dios porque un soldado más ha muerto peleando por la gloria de Dios y en el cumplimiento de su deber.

Ante estos ideales debemos sacrificar todo lo demás puntos de amor propio, gustos comodidades; debemos en ciertas ocasiones, ser piadosamente crueles para acabar con todas aquellas cosas que aunque no impidan nuestra acción, la hagan menos fecunda. ¿Qué importa dejarlo todo, si lo vamos a recuperar en la eternidad? Tenemos la eternidad para descansar, la eternidad para cultivar afectos purísimos. Hay que ganar esa eternidad para nosotros y para tantas otras almas que se perderían si nosotros no les ayudamos. ¡Ay de aquellos que retardan el triunfo de la Obra de Dios! Nosotros vayamos adelante procurando cumplir nuestros deberes.

Yo quiero deciros, amadas hijas, muchas cosas que más que de mis labios saldrán de mi corazón, porque cada vez que os hablo no sé si pueda tener otra oportunidad para hablar. Y si la tuviera, os repetiría lo mismo, aquello que Dios puso en mi corazón para vosotras, mis grandes anhelos que como sacerdote tengo, de la gloria de Dios.

El haberme dado Dios vuestras almas como [128] cooperadoras en esa misión sacerdotal y haberlas ofrecido yo, unido a todos los sacerdotes de la tierra para cooperar con ellos en la obra de Dios, son cosas sagradas, son cosas muy serias, amadas hijas!

No queda otra cosa que hacer sino santificarse, no hay que volver atrás porque sería cobardía y desgracia. Lo único que queda es caminar adelante y arriba, como dijo nuestro venerado Padre, caminar hacia Dios, hacia el cielo.

Reafirmad esta parte de vuestra vocación y decidle al Señor que aquí estáis, que no os deje retroceder, que os conceda realizar plenamente el espíritu de vuestra santa vocación.

Hace poco recibí una carta de uno de mis superiores mayores en donde me decía que quería verme realizar el ideal perfecto de Misionero del Espíritu Santo. Así debe él desearlo porque busca la gloria de Dios y ¡qué felicidad si esto se realizara, si pudiera yo ser lo que Dios quiere de mí, lo que quiere mi superior!

Pues yo también deseo darle a Nuestro Señor una Congregación de almas que lo amen mucho, que alcancen la santidad, la perfección; una Congregación de santas. ¡Ojalá que se pudiera realizar esto! ¿Por qué no? Así es el cielo, así puede ser también la tierra cuando se da a Dios el primer lugar y se vive con Dios y en Dios.

Vamos a alcanzar este prodigio que la gracia divina nos puede conceder, que todos nos santifiquemos en nuestra vocación, amadas hijas, que podamos realizar los deseos del Señor, formar ese ejército de almas perfectas o que tienden seriamente a 75

buscar su perfección, para establecer sobre la tierra el reino de Dios, para glorificar al Padre, a la Trinidad Santísima, a la Virgen María y salvar innumerables almas.

ASÍ SEA. [129]

Fe y confianza en Dios.Nuestro Nombre: Misioneras. (130) Junio 21 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En el nombre de las instituciones se deja ver desde luego el fin que buscan. A vuestro Instituto se le ha puesto el nombre de MISIONERAS Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Misioneras por esa misión, extraordinaria en su grandeza, de glorificar a la Trinidad Santísima, de llevar su amor a todas las almas. Hablar de Dios y hacer, si fuera posible, que en todos los corazones se encienda el fuego ardiente del amor a Dios.

Hacer, si fuera posible, que se le conozca y se le ame como Él es, en la unidad de su esencia y en la Trinidad de Personas!

Así como en el seno de la Trinidad se establece una corriente de amor entre las Divinas Personas, de manera que todo el Padre se da al Hijo y al Espíritu Santo y lo mismo estas Divinas Personas se dan al Padre y se dan entre ellas, que así en el corazón del hombre circulara esa corriente Trinitaria de amor, por la cual se venera al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, fuera el mismo con que Ellas se aman allá en el seno de la Trinidad, amor en el Espíritu Santo... ¡Qué grande misión! Llevar las luces y las gracias del misterio adorable al corazón de los hombres, comenzar aquí en la tierra ese Trisagio que ha de repetirse eternamente en el cielo; buscar esa gloria y dar esa gloria, disponer de aquel medio divino que Dios nos quiso dar cuando decretó la Encarnación del Verbo! ¡Contemplar amar y explotar, digamos así, la grandeza de este misterio!

Por eso el Instituto tiene una veneración particular, al mismo tiempo que por el misterio de la Trini[130]dad Santísima, por el de la Encarnación del Verbo, y por eso también cuando quisimos darle un título para venerar especialmente a nuestra Señora escogimos el de ese misterio altísimo y hermosísimo, de amor, de misericordia, de humildad, el de la Encarnación. Al hablar de Ella, recordamos esa gracia inmensa que la hizo ser Madre de Dios.

No es pues, únicamente, el esfuerzo de la criatura, lo que va a concurrir para glorificar a la Trinidad Santísima; hemos hecho uso, queremos hacerlo siempre, de los méritos infinitos de Cristo nuestro Señor y de los dolores y méritos de la Virgen Santísima, y a esos dolores y a esos méritos, unir nuestro granito de arena, asistidos por la divina gracia.

Entonces la adoración será perfecta porque la hará perfecta Aquél que se ofrece como Víctima en la Cruz, la hará perfecta la mediación de Aquélla que ofreció esa Víctima divina en el Calvario, la Virgen María.

Entonces, amadas hijas, no estamos haciendo esfuerzos inútiles, estamos 76

trabajando en una manera muy efectiva. De Cristo, de su Pasión, de sus méritos, sacaremos lo que cada uno de nosotros quiera sacar, según la fe que tenga en ellos, según la confianza. ¡Y cuánto se gozará Jesús al ver que nosotros tenemos una confianza ilimitada, así queremos que sea, en sus méritos y que tomamos su Sacrificio para ofrecerlo continuamente a la gloria de su Padre y de la Trinidad Santísima!

Pero se comprende, amadas hijas, que quienes vivan este espíritu, tienen que ser, como decía nuestro Venerado Padre Fundador, ante todo almas contemplativas, tienen que llevar un grande amor, tienen que estar adornadas de muchas virtudes y entre las virtudes deben tener una pureza eximia, tratar de perfeccionar esa pureza para que puedan gozar de aquel privilegio de las almas puras: bienaventurados, dijo el Señor, los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. [131] Estas almas, teniendo que ser contemplativas porque así lo pide su espíritu, tendrán que ser puras a fin de llevar el nombre y el amor de Dios a todas partes, ardiendo en santo celo. Tendrán que ser misioneras, no prescindirán de su espíritu misionero porque así lo exige el amor y la misión que han recibido de llevar a Dios por todas partes, de llevarlo por la predicación, por la palabra, por el ejemplo.

Es cierto que también desde el silencio se puede obrar y alcanzar muchas cosas; pero el Señor dijo: ID Y ENSEÑAD! Y nosotros, queriendo obsequiar esos deseos, buscamos las almas que tengan esa vocación, espíritu apostólico, para llevar el nombre de Dios a todas partes.

Por eso no nos conformamos con tener dentro de nuestras Casas almas contemplativas, queremos lanzarlas al apostolado.

Os lo confieso, amadas hijas, fue una de las cosas que más me impulsaron a llevar adelante la Obra de vuestro Instituto, una grande ilusión para mí, obsequiar a la Iglesia con un Instituto que formara almas contemplativas pero en orden al apostolado, en orden a llevar el nombre de Dios por todas partes para que el mundo conozca esa visión hermosa de un alma que ama a Dios y que trabaja y se sacrifica para hacerlo amar.

Esa visión que puede dar un gozo anticipado de la alegría del cielo donde se contempla la gloria de Dios a través de todos sus santos.

Puede ser que muchas almas en el mundo tengan, como de hecho tienen, otra vocación, y está bien, cuando Dios allí las lleva. Pero la vocación de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad tiene que ser contemplativa y activa, en el sentido de apostólica.

Y ¿cómo hacer para triunfar en esa misión, que por otra parte no se oculta a nadie, - es una misión difícil, pues muchos dicen:.. “yo guardaría muy bien mi espíritu si estuviera completamente encerrada, si nadie me distrajera, si no oyera ni volar una mosca cerca de mí... [132] Está bien, entonces para que esa alma pueda vivir envuelta en el amor de Dios, en medio del torbellino del mundo, necesita estar llena de Dios, enamorada de Dios, para que ningún vendaval pueda hacerle daño, ningunas aguas quitar ese colorido 77

precioso del alma, para que no se desvanezca su perfume.

Un alma así podrá dejar fuego donde encuentre tibieza, pureza donde encuentre sensualismo, amor donde encuentre olvido, sin perder su propia hermosura, sino al contrario, aumentándola, perfeccionándola. Así hizo Cristo, así nuestra Señora, pasaron por el mundo dejándole toda clase de bendiciones sin que el mundo les quitara nada.

Me dirán: pero Cristo era Dios y María la Madre de Dios... Pues bien, amadas hijas, nosotros somos los hijos de Dios, hombres de Dios, almas de Dios, posesión de Dios. Seremos cuidados por Dios y no apareceremos nosotros, sino Dios en nosotros.

Felizmente el Apóstol San Pablo así nos lo dejó confirmado en sus preciosas enseñanzas: ¡Vivo, pero no soy yo quien vive, es Cristo el que vive en mí”...

Si es Cristo, si es Dios el que vive en nosotros, amadas hijas, nada podrá arrebatarnos el amor de Dios, ni distracciones, ni ocupaciones, ni hambre, ni guerra, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Cristo.

Un alma que no ame a Dios, no podrá hacer la obra de Dios, porque para hacer la obra de Cristo se necesita ser otro Cristo y para ser otro Cristo, se necesita tener el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo.

Si un alma no está poseída por el Espíritu Santo, no es apta para el apostolado, pero tampoco es apta para nada bueno, porque si se encierra, se llenará de elucubraciones inútiles y no podrá realizar nada por la gloria de Dios.

El anacoreta, si hace algo por la gloria de Dios, es porque ama mucho y el apóstol en su actividad, si hace algo, es porque ama mucho también. Los que triun[133]fan en el mundo son los enamorados de Dios.

Os lo he repetido muchas veces, en medio de las tribulaciones y en medio de cualquier circunstancia de la vida, hay que hacer sobresalir el amor de Dios, que así lo sintamos y lo demás no nos importe.

Es una fuerza invencible la que proporciona el amor divino; si estamos unidos a Dios, si vivimos con el Creador que tiene en sus manos el destino de todos los puebles y el secreto de todas las voluntades, ¿qué podemos temer? “Si Deus pro nobis, quis contra nos?”... Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Y si Él quiere dejar lugar a nuestros enemigos para que nos persigan y nos hagan sufrir, es para que brille su gloria en el amor que le tengamos, es para darnos oportunidad de hacer algo por la gloria divina. Por eso las cosas nos cuestan a veces tanto, amadas hijas. Dios permite que nuestros enemigos aparentemente nos mortifiquen porque en realidad son gracias las que Él nos concede a través de esas mortificaciones.

El alma que está unida con Dios no puede perecer. He ahí por qué el Señor es tan celoso de que tengamos fe en Él y confianza.

Yo os he relatado varias veces, porque me hizo profunda impresión, aquel hecho que narra Don Bosco en su vida, cuando nos dice de un sueño que tuvo en el que vio a uno de sus discípulos muy amados, el que ahora es Santo Domingo Savio; poco después de su muerte se le apareció el jovencito en medio de multitudes de almas. Don 78

Bosco le pregunta: ¿qué me dices para mi alma, qué se dice de mí en el cielo...? Y el joven le contesta: ¿”Ve todas esta almas? Son la que se han salvado por su obras, pero sepa que millones más se hu[134]bieran salvado si usted hubiera tenido más confianza en Dios...”

Y lo narra Don Bosco así con toda sencillez y humildad, diciendo que procuró tomar nota de la advertencia, multiplicando lo más posible sus actos de confianza.

El que tiene confianza en Dios, confianza en el Sacrificio de Cristo, honra a Cristo, honra el Sacrificio de Cristo; en el momento en que empieza a hundirse San Pedro, dentro del agua, es porque le falta fe. Así nuestras almas se empiezan a hundir cuando les falta confianza, entonces ya no creen que ese sacrificio de Jesús es infinitamente poderoso para remediar tal o cual necesidad.

Un alma que se deja llevar por esa falta de confianza, sin confesarlo está dando la razón a los enemigos, está diciendo que son más poderosos que Dios.

Pero Dios quiere, amadas hijas, que a esa confianza, a esa fe, unamos el trabajo, las obras, los pequeños sacrificios.

En el estado actual de cosas, sería muy triste para un hombre el haber pasado por la vida sin sufrir nada por el amor de Dios. Si se propusieran dos caminos a quien verdaderamente ame, uno fácil para llegar al Amado, otro lleno de espinas y sacrificios por el cual llegara también adonde está quien ama, si ese Ser amado es un Jesús en la Cruz, entonces sin vacilar, escogería el camino difícil.

Nadie que ame verdaderamente, sería capaz de escoger el camino fácil!

Y cuando Dios nos hace entrar por el camino difícil, amadas hijas, es porque nos ama, porque quiere premiarnos, quiere darnos oportunidad de confesarlo en medio de nuestros enemigos.

Los medios se multiplicarán, como vemos que se multiplican, unas cosas nos vienen del interior y otras del exterior, pero todas deben cooperar al amor de Dios; [135] problemas, dificultades todo sirve para amar más a Dios, para darle más gloria; bienvenidas todas esas personas y mortificaciones. Si no fuera así, entonces deberíamos hacerlas a un lado; pero sabemos que todo coopera al bien del que ama a Dios.

Digo estas cosas para quitar ciertos escrúpulos que a veces se quieren apoderar de algunas Misioneras aquí en el Instituto, cuando empiezan a soñar con una vida sin dificultades, con un paraíso de delicias aquí en la tierra, cosa que Dios no quiere para ellas; cuando quieren dejar su cruz para tomar otra que Dios no les ha dado; cuando se imaginan que no van a encontrar aquí la manera de ser en realidad almas contemplativas y suspiran por la vida contemplativa…

Dios me ha dado algo de paciencia, amadas hijas, pero si alguna vez la he querido perder, es cuando oigo decir estas cosas, porque ¡si ésa es la base del Instituto, el ser ante todo contemplativas! Contemplativas y al mismo tiempo activas, mejor dicho apostólicas!

No es una actividad loca la que queremos desarrollar, sino una actividad ordenada como la de los apóstoles; es una vida en la que no se excluyen las obras del 79

apostolado en medio de la contemplación.

Aquél que desea una vida puramente eremítica, está bien, que se retire al desierto o a instituciones en que se vive esa vida. Lo que yo no admito es esto: que aquí no se puede vivir la vida contemplativa – yo no discuto otra cosa – porque no es exacto afirmar esto. Si aquí nos llamó Nuestro Señor, aquí debemos quedarnos, y aquí esforzarnos para llevar esa vida de contemplación y apostolado y no estar pensando en otras cosas.

Algunas de sus Hermanas han salido de la Congregación buscando otra vida y creo que la mayor parte de ellas está ahora en su casa. Se equivocaron, creyeron que iban a encontrar la realización de una vocación que Dios les había dado y no fue así. ¡Miren, amadas hijas, dejemos tranquilo a cada quien donde Dios lo quiere! [136] Lo que yo quiero decirles es esto: en su vocación de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, deben ser como decía nuestro Padre Fundador, eminentemente contemplativas; que se anteponga la contemplación a la acción, no como cosas que no pueden compaginarse, sino que se ponga a la acción el fuego de la contemplación.

Dice Santo Tomás que es más perfecto arder e iluminar, que únicamente arder.

En el orden actual de la Providencia, amadas hijas, en el plan de la Redención, Dios nuestro Señor así lo pide y exige y la Iglesia lo realiza amorosamente. Cristo mandó a sus discípulos que predicaran el Evangelio; pudieran haberlo hecho los ángeles, pero Dios quiso que fueran los hombres, y no se olviden que tenemos más de 1,000 millones de infieles, aparte de los que no aman ni conocen a Dios como debieran.

La misión del Instituto está en buscar la gloria de Dios, la gloria de la Trinidad Santísima a través del sacrificio de Cristo, de los méritos de Cristo, en primer lugar, procurando llevar la luz de la verdad y del amor a las almas por los medios que la Iglesia les apruebe y que en particular los superiores les ordenen o les aprueben.

Claro que quien tiene fe en el Sacrificio de Cristo, porque ése es el medio por el que queremos realizar la gloria de Dios, - le dará una gloria inmensa.

Eso es lo que deseamos, reproducir esa gloria infinita, como en hermosa policromía, ese cuadro magnífico de la glorificación que Cristo dio a su Padre a través de su Sacrificio.

Que vayamos poniendo nosotros nuestra gotita de sangre, nuestra pequeña contribución en el acto de paciencia, de humildad, de caridad, de vencimiento. ¡No sé en qué forma explicaros esto, amadas hijas! ¡Felices nosotros si al llegar agotados al fin de nuestra vida, después de recorrer nuestro camino, encontramos que todas nuestras fuerzas las hemos gastado en el [137] servicio de Dios! Esto no es imposible, amadas hijas, es posible, es lo que Dios nos pide, lo que estamos pidiéndole nosotros.

Reafirmemos pues, estos puntos de la vocación misionera en el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad y veamos cómo esa vocación es grande, hermosa, digna de que nos sacrifiquemos por ella, vosotras como llamadas a formar parte del Instituto y todos los que fuimos llamados por Dios para ayudarlo, para poner nuestro granito de arena en esa Obra grandiosa porque es divina.

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Cuando una Obra es de Dios, no hay que tener miedo de alabarla; y es una gracia inmensa, una gracia especial, el haber sido llamados a colaborar en ella, no me cansaré de decirlo.

Terminemos agradeciendo este beneficio a Nuestro Señor y prometiéndole hacer todo el esfuerzo para cumplir los fines que tiene y pidiendo al Espíritu Santo por María, que nos conceda ser almas de veras contemplativas, llenas del amor de Dios para poder ser almas de la Trinidad. ASÍ SEA!

Nuestro Nombre: Eucarísticas (138) Junio 23 – 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Sigamos estudiando en el nombre, el espíritu que anima al Instituto.

Dijimos ayer que debían ser MISIONERAS y veremos ahora por qué se llaman EUCARÍSTICAS, Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

La razón principal de ser Eucarísticas, es que deben desarrollar sobre todo en el altar, su vocación, en el altar especialmente en la hora del Santo Sacrificio de la Misa, o sea en el Sacrificio Eucarístico.

Vuestra vida va a glorificar a la Trinidad Santísima, valiéndose para ello del Sacrificio de Cristo en sus cuatro fines de adoración, acción de gracias, reparación e imploración. Por eso, [138] amadas hijas, las almas que forman el Instituto deben ser almas sacerdotales, de espíritu sacerdotal y por lo mismo también, deben ser almas víctimas porque el Sacerdocio está íntimamente ligado al Sacrificio; así como Cristo es el Sacerdote y la Víctima de su propio Sacrificio, así también las almas que quieran seguirlo, deben ser y estar muy unidas al Sacerdocio de Cristo, ser víctimas con la Víctima.

Es necesario profundizar las ideas, empaparse bien de lo que es el espíritu sacerdotal que debe animar al Instituto. Todas estas explicaciones son parte de la formación general que se da en el Noviciado y que se sigue dando a través de conferencias, ejercicios, pláticas, en los diversos modos de que se sirve el Instituto para formar sus miembros.

Por mi parte he procurado explicar en cuanto he podido, ese espíritu, y así se encuentra en los escritos, en las versiones taquigráficas; he explicado lo que es el alma sacerdotal, lo que quiere decir víctima.

Cristo se ofreció voluntariamente: “Oblatus est quia Ipse voluit...” se ofreció porque quiso...

El sacrificio, para que sea grato a Dios, tiene que ser como el de Cristo, voluntario; no puede haber víctimas forzadas, si alguien no quiere aceptar ser víctima, no le obliga el Señor a eso; pero debemos tender, sin presunción ninguna, con humildad, con sencillez, debemos tender a esto, con tanta mayor confianza, cuanto que, conociendo esa pequeñez, sabemos también que Dios es infinitamente bueno y misericordioso y que nunca niega Su gracia a quien se la pide.

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Si un alma pequeñita, humilde, quiere sacrificarse por amor de Dios y ofrecer su vida, -porque en realidad el espíritu de víctima no es sino una oblación sincera, total, para que Nuestro Señor disponga de nosotros como quiera,- no es el alma misma la que va a escoger la forma en que tiene que ser inmolada con Cristo, es Él quien tiene que escoger, y sencillamente el acto de entrega, el [139] aceptar la voluntad de Dios en las diversas formas en que Él quiere disponer de nosotros en la vida, es suficiente para constituirnos en ese estado de víctima y así ser, como dice lo relativo a este espíritu de la Obra, “víctimas con la Víctima”, unidas a su sacerdocio, ofrecidas al Divino Padre por manos de María, atrayendo a través de este Sacrificio de Cristo que es nuestro y de la pequeñez del sacrificio personal que ofrecemos, la gracia insigne de dar nuevamente al mundo de las almas el Espíritu Santo.

Esta es toda la Teología de la vocación de las Misioneras, como es la teología del Sacerdocio de Cristo, la teología de la glorificación del sacrificio de Cristo. En realidad, amadas hijas, vamos a mostrar, no lo que nosotros somos, sino lo que es el sacrificio de Cristo; vamos a recordar esas verdades básicas de nuestra fe, que pueden ser sabidas, conocidas, pero que es preciso sean practicadas, profundizadas, que se estimen en mayor grado.

En las persecuciones del demonio contra la Iglesia y las almas, se trata de abatir la Cruz de Cristo, de hacer que las almas no entren por ese camino de la Cruz, y se viene a crear un ambiente de aversión a todo lo que sea sacrificio; se alaba, se propone y se busca todo lo que sea comodidad, todo lo que engendre satisfacciones, sin tener en cuenta que sean lícitas o ilícitas, sino simplemente el afán de gozar.

Se propaga y proclama el sensualismo y toda clase de vicios; en la vida espiritual se quiere ir por caminos fáciles, prescindiendo del sacrificio y por lo tanto ni en lo material ni en lo espiritual, ni en lo moral, se quiere nada que mortifique, excluyendo todo lo que sea penitencia, privación.

Para calmar las inquietudes de conciencia que pudieran despertarse, se hacen grandes planes, se forjan proyectos admirables al parecer, para alcanzar la conversión de las almas, la gloria de Dios, sin que esto [140] llegue a conseguirse porque en realidad lo único que salva y redime es el sacrificio de Cristo, la Cruz de Cristo.

Si alguien cree estar en la verdad cuando entra por el camino de la comodidad, está equivocado; la puerta de la salvación es la Cruz, por ese camino se llega a la luz del Espíritu Santo.

Yo quiero entonces, amadas hijas, grabar profundamente esas ideas que son básicas en vuestro espíritu. Si lamentamos a veces fracasos en la formación, no es porque la doctrina no sea buena, esa doctrina que nos dan nuestros superiores, sino porque nosotros no la vivimos, no la practicamos.

Si estamos convencidos de que debemos crucificarnos con Cristo, no nos extrañará nada de lo que puede hacernos sufrir en la vida; con esa convicción practicaríamos las virtudes más perfectamente, y sobre todo los votos a los que se compromete el religioso: pobreza, castidad, obediencia.

El alma enamorada de Cristo se goza en la pobreza material y espiritual, que equivale al espíritu de desprendimiento; el alma se siente libre, ligera para ir a Dios, no 82

apegada a nada, sin ataduras; es pobre.

También encuentra un gusto muy espiritual, muy divino porque Dios lo da, en la práctica del voto de castidad, refrenando todas las pasiones para someterlas por amor de Dios; y muy particularmente el alma crucificada se goza en la obediencia; esa obediencia que tanto ensalzó el Espíritu Santo en Cristo: “Factus est obediens usque ad mortem...” “mortem autem crucis”... Fue obediente hasta la muerte y muerte de Cruz; por lo cual Dios Lo exaltó y le dio un nombre que está sobre todo nombre.

Pero amadas hijas, vivimos en épocas en que las ideas que reinan son contrarias completamente a ese espíritu de sumisión. Actualmente se predica mucho la independencia, el no someterse nadie a nadie, el no que[141]rer obedecer, y si hay obligación de obedecer, hacerlo a más no poder, a regañadientes, una obediencia forzada que supone cierta rebeldía siempre en el que la practica.

La obediencia que nosotros debemos practicar es la que Cristo practicó. Él se ofreció con tanto amor, que llenó de complacencias a su Padre Celestial; eso es lo que más engrandece el Sacrificio de Cristo, ese amor, esa voluntad con que se apresuró a cumplir lo que el Padre quería; “Ecce venio, ut faciam voluntatem tuam... “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”... Por eso lo repitió tantas veces: “siempre hago lo que le agrada a mi Padre”... Y cuando terminó su misión en la tierra, exclamó feliz: “¡Padre, he cumplido la misión que me encomendaste!” Es así como debemos obedecer todo lo que se nos manda en nombre de Dios, es así como debemos obedecer a quienes Lo representan.

Es la doctrina que yo predico, amadas hijas; si alguien interpretara de otra manera las cosas, está en un error. Queremos obedecer como Cristo a su Padre, en la sencillez de nuestros corazones, sin presunción ninguna pero con muy buena voluntad.

Por otra parte, como Misionero del Espíritu Santo, fui formado por aquel grande hombre de Dios, el Padre Félix, que en sus instrucciones sobre la vida religiosa insistió muy especialmente en la obediencia, haciendo hincapié en el espíritu de fe que supone; él era intransigente cuando de esto se trataba. Traicionaríamos ese espíritu si predicáramos otra doctrina.

Yo quiero que conste, amadas hijas, que el espíritu de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad tiene que ser de adhesión plena a las decisiones de la obediencia, a todo lo que manden nuestros superiores.

Si para obedecer necesitamos morir, nuestra [142] muerte sería gloriosísima e imitaría a Cristo Nuestro Señor que murió crucificado porque su Padre así lo quiso.

El mundo que se ha levantado contra Cristo, que se ha rebelado en contra de Él, persigue la Cruz de Cristo, y para establecer el equilibrio, se necesita que las almas que aman a Dios sean humildes y se sometan por amor de Dios y sigan los senderos de Cristo, los senderos que llevan a la Cruz donde se consuma el sacrificio de la vida.

Estas virtudes, amadas hijas, son sacerdotales, pero no exclusivas del sacerdote, también son para aquellas almas que quieren, como las vuestras, imitar a Jesús Sacerdote y Víctima, que quieren honrar el Sacerdocio de Cristo, que se interesan y se inmolan por Él, ya que el fin del Instituto es agradecer el Sacerdocio de Cristo y su participación a los sacerdotes de la tierra.

83

Tenía que ser entonces, espíritu Eucarístico el de las Misioneras y en torno de ese espíritu Eucarístico, la veneración la adoración del Santísimo Sacramento, la participación de la Eucaristía, considerándola como Sacramento y como Sacrificio.

Como Sacrificio, nos damos y ofrecemos con Cristo; como Sacramento, recibimos a Jesús Eucaristía, nos alimentamos de ese Pan de vida que es la Eucaristía y lo mismo cuando nos ofrecemos con la Víctima, se realiza esa transformación en Cristo, nos vamos perdiendo en Él, divinizando por decirlo así. Aparece la fuerza de lo divino, la fuerza de la gracia de Dios.

La Misionera debe ser apasionada del altar para ofrecerse como víctima, para comulgar la Víctima, para adorar a Jesús Eucaristía, para conversar con Él y cerca de Él solucionar los problemas de las almas. Este es el camino que yo les señalo para resolver sus problemas, amadas hijas, más que otros caminos que no condu[143]cen a nada y sí resfrían la caridad.

Debemos dirigirnos a nuestro lugar predilecto para tratar con Jesús todo esto, pedirle luces, fortaleza, consejo, pedirle su Espíritu. ¡Qué armas tan poderosas tenemos, y qué culpables seremos si las dejamos sin aprovechar, si queremos ser directores y resolver problemas por nosotros mismos y hacerlo estando ausente la caridad en nuestra vida!

Os estoy hablando, amadas hijas, para deciros cómo os quiere Nuestro Señor y por lo mismo cómo os quiero yo, cómo quiero que seáis. Y os lo digo en una forma lo más clara posible para que no haya dudas acerca de la intención.

Ojalá, y así se lo pido a Nuestro Señor, quede muy bien claro lo que os digo, como un testamento en el que se consigna la voluntad y se dejan las ideas precisas acerca de lo que queremos.

Misioneras Eucarísticas; en todas las Casas del Instituto se debe adorar la Eucaristía, y cuando haya manera de hacerlo, cuando haya personal suficiente, se debe tener la Exposición de día y de noche.

En las Casas pequeñas o de Misiones, se hace como hasta ahora, sólo parte del día, unas horas y de vez en cuando días enteros. La tendencia es a vivir siempre bajo los rayos de ese sol de amor que es la Divina Eucaristía y darle almas que verdaderamente la amen, que se gocen en esa adoración; aún cuando no pueda ser perpetua, siempre será adoración, ya esté Jesús expuesto, o reservado en su Sagrario, ya sea en el Santo Sacrificio, en la hora suprema para la cual tenemos que prepararnos todos los sacerdotes que ofrecemos la Víctima, y las almas que ofrecen con nosotros esa Víctima divina.

Allí tenemos el secreto absoluto para el éxito. Se ha dicho que cuando los otros apostolados fallan, el [144] de la Cruz no falla, el apostolado del sufrimiento, el apostolado de la Cruz de Cristo, modelo de todo apostolado. Y si nosotros vamos a unirnos a ese Sacrificio, haciendo apostolado en la forma en que Cristo lo hizo, sufriendo con Cristo, ofreciéndonos con Cristo, entonces, amadas hijas, necesariamente tenemos que sacar provecho, porque no se premiará tanto nuestro esfuerzo cuanto la grandeza del Sacrifico de Cristo.

Debemos ver con cariño, con amor, con interés santo todo lo que se relacione 84

con el Sacrificio Eucarístico, con la Sagrada Eucaristía; preparar las almas para el sacrificio, para el altar, para que reciban a Jesús, para que adoren a Jesús, para que se crucifiquen con Cristo; prepararlas para que sean verdaderamente almas eucarísticas, sacerdotales; y luego veremos cómo éste es el secreto para ser también almas Trinitarias, glorificadoras de la Santísima Trinidad.

Hagamos, amadas hijas, una breve revisión de nuestra vida, a ver si no hemos cedido en nuestro fervor, si no hemos hecho sustituciones de cosas que no tienen importancia, por las que en realidad la tienen; si hemos descuidado nuestro espíritu eucarístico; si hemos adelantado en el amor a la Eucaristía, en el amor al Santo Sacrificio de la Misa que es la base de todo lo demás, base del desarrollo de nuestra vida espiritual y de nuestra vida apostólica.

En caso de encontrar algunas fallas, tratemos de enmendarnos y renovarnos, acercándonos a donde todas las gracias se reciben, al altar. Pedir humildemente perdón a Dios por nuestras faltas.

Las que van a terminar su Noviciado, pedir perdón de aquellas faltas en el amor, en la atención, en la delicadeza hacia la Sagrada Eucaristía; sea en las comuniones, sea en la asistencia a ese acto central de la vida litúrgica de la Iglesia, sea en el cuidado de las cosas que se relacionan con el culto. Lo que cada una en particular [145] sienta que ha sido motivo de falta para con Jesús Eucaristía.

Las que ya están en los trabajos del apostolado, igualmente, revisar siempre la vida para corregir los defectos, para no dejarlos prosperar, sino enmendarlos.

Encender de nuevo, si se apagó por desgracia, el celo, el fuego eucarístico en el alma, encender aquellos anhelos de glorificación a la Santísima Trinidad, si es que se han extinguido o corren peligro de extinguirse; si se ha oscurecido un tanto el espíritu sacerdotal.

Hay que examinarse y pedirle al Espíritu Santo que venga a atizar de nuevo en nosotros el fuego de Su amor, a sacudirnos; si es necesario, como decía un alma muy santa, “que nos mande una regadera de cruces”... para despertarnos, para sentirnos otra vez en el camino en donde debemos estar.

Han oído ustedes hablar de los cohetes que se lanzan al espacio... cuando entran en la órbita han triunfado, cuando salen, se malogró el efecto.

A veces nosotros nos salimos de la órbita, parece que caminamos muy aprisa, pero en un rumbo que no es el que debíamos tomar.

Necesitamos volver a coger nuestro redil y para esto humillarnos, reconocer que hemos faltado, pues el demonio como es tan soberbio, por allí atiza a las almas, en la soberbia: “después de todo yo no he faltado tanto y si he faltado, es porque tengo razón... antes dije poco... necesitaba decir más...”

El Espíritu Santo nos dice: humíllate, pide perdón, reconcíliate con Dios, haz un acto de contrición, endereza tus caminos... ¡Qué hermoso es reconocer y confesar los defectos!

Por eso la confesión deja tanta tranquilidad, porque debemos ser sencillos, humildes, decir sinceramente la verdad; pidiendo perdón a Dios nuestro Señor, 85

encontramos paz en el espíritu.

El perdón viene, como siempre viene cuando se pide humildemente, porque Dios no falta, y allí tene[146]mos el remedio de nuestras necesidades. Antes que hacer capítulo de culpas con los superiores, aunque también esto debe hacerse, hagámoslo con nuestro Señor.

Decía nuestro Padre que un alma le hizo ver algunas cosas que no le gustaban de él y otras pocas que sí le gustaban... Dios nos permite hacer algunas cosas buenas, darle consuelos, y esto debe ser motivo de gratitud. Por unas pedir perdón, por otras dar gracias. Y si el esfuerzo siempre es sincero, entonces, amadas hijas, crece el motivo de nuestro agradecimiento, porque la bondad del Señor impidió que tuviéramos caídas o que fueran de tal naturaleza que no pudiéramos levantarnos; quitó los obstáculos de nuestra vida, como decía Santa Teresita del Niño Jesús, para que no cayéramos y esto merece una acción de gracias extraordinaria.

Terminemos esta meditación reafirmándonos más en el deseo de ser almas verdaderamente eucarísticas. Y para ello pidamos al Divino Padre, por los méritos de Cristo nuestro Señor su Divino Hijo, que nos conceda la gracia de ser poseedoras de su Espíritu, Espíritu de verdad, Espíritu de paz, Espíritu de dulzura.

Por este camino, amadas hijas, no podemos perdernos, es el camino seguro que nos llevará al triunfo, el que está siempre con Cristo Crucificado; camino seguro contra todos los enemigos.

Hagamos de Jesús Crucificado, de Jesús Eucaristía, de Jesús Sacerdote, de Jesús Víctima, -que todo eso es para nosotros ese Jesús que se quedó en la Eucaristía y murió en la Cruz- hagamos de Él nuestra vida y así aseguraremos nuestra salvación, nuestra santificación y la santificación de otras muchísimas almas.

ASÍ SEA. [147]

Sobre el Divino Padre (148) Junio 22 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Al hablar de Dios, debo entrar en la contemplación del más alto de los misterios y realmente me siento impotente para ello. Sirva el amor, el respeto y la obligación como una excusa para hacerlo, a pesar de todas mis limitaciones.

Debo hablar de Dios en el más alto de sus misterios, el de la Santísima Trinidad y debo hablaros, porque allí está el centro de vuestra vocación. Dios os creó precisamente para que fueseis almas consagradas plenamente a glorificar ese misterio.

No vamos a considerar únicamente la Unidad en Dios, vamos a hablar de la Trinidad de Personas, y si tratamos de imitar a Cristo, el modelo que nos fue dado para aprender de Él toda la verdad, comenzaremos por estudiar ese ejemplo de amor, de adoración, de gratitud, de ternura de Jesús para su Padre.

Dios es el Padre amorosísimo de quien todo lo recibimos, Dios en general; pero esa Paternidad Divina se refiere y se predica especialmente de la primera Persona, de 86

Aquél a quien Jesús llamaba con el dulcísimo Nombre: ¡PADRE! ¡Padre, he aquí que vengo para hacer tu Voluntad... Padre... en tus manos encomiendo mi espíritu...! Jesús nos asegura que su Padre y Él son una misma cosa y nos enseña esa devoción al Padre. ¡Qué gracia tan grande haber aprendido el modo de amar y de ser amado en Cristo Nuestro Señor! Nosotros estaríamos muy lejos de alcanzar ese ideal, el que nos ha de convertir en perfectos adoradores del Padre, como Jesús lo fue. Pero la contemplación de ese amor, de esa adoración en Cristo, debe llenar de una satisfacción profunda nuestro espíritu. [148] Alguna vez dije, amadas hijas, que quizá ustedes no se darían cuenta, o muy pocas se darían de todo lo que encierra aquella letra del “Peregrino de amor”, especialmente en su última parte; y alguien protestó, como asegurando que sí se daba cuenta.

Realmente quiero decir que para aquellos que sentimos en la vida ansias inmensas de glorificar al Padre, para aquellos que queremos, aun cuando sea de lejos, imitar a Jesús Adorador del Padre, derramando hasta la última gota de su sangre por amor del Padre; para aquellos que sabemos cómo amó Jesús al Padre, cómo lo sirvió, en qué forma tan perfecta lo glorificó por su sacrificio, y todo lo que no sabemos sino únicamente imaginamos, esas relaciones de intimidad que aquí en la tierra se prolongaron en la Humanidad santísima de Cristo; para todos aquellos, repito, que ardemos en el deseo de la gloria del Padre y sentimos que no podemos realizarla porque nuestra pequeñez nos lo impide y también nuestra ignorancia, nuestra limitación de criaturas, y lo más triste nuestra propia falta de generosidad; para todos aquellos que, queriendo amar no podemos amar como queremos, siempre será un consuelo pensar que esa gloria que tanto anhelamos, hay alguien que la ha dado; pensar que ese Padre que nos ama con infinita ternura, a quien debemos la existencia, que es Padre bueno, Padre Santo del cielo, tiene alguien que Lo ama, que lo glorifica, que ha realizado plenamente su gloria, y ése es su divino Hijo, el Verbo Encarnado.

Este pensamiento de saber que alguien ha dado a nuestro Padre Dios, Padre de Jesucristo y Padre Nuestro todo honor y toda gloria como decimos en la Santa Misa, es suficiente para arrancar una alegría inmensa, inenarrable en el espíritu.

Yo quisiera, si fuera posible, morir escuchando esa canto por el significado; porque, amadas hijas, yo creo que nunca se da uno más cuenta de la propia limitación, que cuando la vida se acaba, porque todavía cuando vivimos, soñamos en hacer muchas cosas por la gloria de [149] Dios; pero cuando ha terminado el tiempo y nos encontramos enfrente de ese Dios para ser juzgados y vemos que si quisimos hacer mucho, hicimos poco y lleno de imperfecciones y que aunque mucho hubiéramos hecho, era más lo que quedaba por hacer, será siempre un gozo muy grande pensar que alguien que es nuestro, porque así lo llamamos NUESTRO Señor Jesucristo, el Padre Celestial nos lo dio (“de tal manera amó Dios al mundo que le dio su propio Hijo”), ese alguien a quien llamamos Esposo del alma, Hermano y todos los nombres que el amor puede expresar, ha dado al Padre inmensa gloria y honor, la gloria que Él merece como Dios; y le ha dado alabanza perfecta y glorificación perfecta! ¡Qué dicha pensar esto!

87

Y la esperanza de que aquellos que nosotros dejamos en el mundo, a los que llamamos hijos en el espíritu, a quienes tratamos de comunicar nuestro espíritu, puedan, por la gracia que reciben de Dios y por su misericordia, realizar aun con mayor perfección o con menos imperfección que nosotros lo que nosotros quisimos y no pudimos realizar, nos da también la más grande dicha y felicidad, porque ellos forman parte de nuestra propia vida.

Yo me regocijo, amadas hijas, me gozo en el Espíritu Santo, sabiendo que un alma le da gloria a Dios; pero si esa alma es de aquellas que el Señor me ha dado, de las que me pertenecen de manera especial porque las recibí para cuidarlas, para amarlas, para ejercer ante ellas el papel de la paternidad divina, en nombre de Dios, como representante suyo, es natural que ese gozo se intensifique.

Este es el secreto que encierra mi predilección por el pequeño canto, por la significación que tiene, por la realidad de esas palabras.

Jesús vivía envuelto en una corriente impetuosa de amor a su Padre; era en su Humanidad santísima el efecto de la unión hipostática de la naturaleza humana con la divina en la Persona del Verbo. Y nosotros queremos [150] ser introducidos en esa corriente poderosísima de amor que nos lleve al Padre.

Con todo esto ¿qué conseguiremos? Sencillamente el cumplimiento de un deber; ser buenos hijos para con el mejor de los Padres, rendirle a nuestro Dios todo honor y toda la gloria, pagar algo de lo mucho que recibimos, confesar el amor de que somos objeto por parte de ese Padre que tenemos en el cielo.

Jesús se gozaba en confesar su amor al Padre, quería que todo el mundo se diera cuenta de que su Padre lo amaba. Y cuando nosotros glorificamos al Padre Celestial, estamos confesando el amor que tiene a su Hijo, porque el Padre le da su Nombre a Jesús, es Padre de Jesús, todo el Hijo vive para el Padre, el Padre vive para el Hijo; para Él dispuso todas las cosas, preparó ese magnífico cuadro de la creación ese mundo de gracias y bendiciones que es la Santísima Virgen. Para el Hijo creó todo: “Omnia per Ipsum facta sunt et sine Ipso factum est nihil”...

Para Él lo hizo todo su Padre, y Cristo, que llevaba el Corazón más agradecido de los hombres, el Corazón de un Dios, sintiendo una gratitud inmensa, quiso que nosotros participáramos de ella. Por eso anhela ver multiplicarse las almas que lo comprendan.

Si nosotros, amadas hijas, no hiciéramos otra cosa que tratar de dar gusto a Jesús, imitarlo, glorificar el amor que su Padre le tiene, agradecerlo, ya llevaríamos una señal inequívoca de las predilecciones divinas, una fuente segura de bendiciones, porque a pesar de nuestra limitación y defectos, si queremos sinceramente esa gloria y la buscamos, ya tenemos allí el motivo para que Cristo nos ame con predilección.

Y cuando vamos por el mundo buscando esas almas que Dios creó expresamente para esto, y ponemos nuestros sacrificios, nuestra vida para que la arranquen los enemigos o la hagan sufrir los mismos amigos, entonces, amadas hijas, estamos haciendo la obra más [151] grata al Corazón de Cristo, entonces conmovemos las entrañas del Padre Celestial y se derrama sobre nosotros el Espíritu del Padre y del Hijo, y como consecuencia de esto, nos inundará la más pura de todas las dichas y 88

alegrías.

Ya veis, decimos muchas palabras sin poder expresar la profundidad de las cosas, pero Dios sabe que lo único que deseamos es complacerlo y darle gloria.

Vosotras, amadas hijas, fuisteis escogidas entre millones para realizar este ideal de perfección, este deseo de Cristo de dar a su Padre adoradores en espíritu y en verdad.

Esto está en vuestra vocación porque el espíritu de esa vocación es el que estoy tratando de explicaros y daros a conocer, porque si Dios Nuestro Señor quiso que existieseis vosotras para dar gusto a mi Sacerdocio, Dios sabe que en mis anhelos sacerdotales está sobre todo el imitar a Cristo en la glorificación de su Padre y para esto buscar almas que me ayuden a conseguirlo.

Por eso tengo la seguridad de interpretar el espíritu del Instituto, precisamente porque Dios quiso darlo como un regalo de mi Sacerdocio y en mi Sacerdocio –así lo quiso expresamente- a todos los sacerdotes del mundo.

No me meto en terrenos ajenos, ni creo falsear tampoco las cosas del espíritu; por eso os decía al principio que quería hablaros con toda la verdad, con toda la claridad y sencillez del corazón.

Dios nos ha visto con ojos de misericordia, amadas hijas, cuando se fijó en nosotros para darle gloria; pero esta vocación, precisamente por ser sublime, por tocar las fibras más delicadas del Corazón de Cristo, del Corazón de Dios, exige una fidelidad muy grande, exige sacrificio; pero siempre serán pequeños los sacrificios que se hagan para poderla realizar. [152] ¿Quién será el alma afortunada que pueda realizar esa vocación? “Quis est hic et laudábimus eum...?” ¡Qué felices serán las Misioneras Eucarística de la Santísima Trinidad que al fin de su vida puedan decir: Padre, he realizado la obra que me encomendaste, he amado, he hecho amar tu Nombre; te he glorificado...!

Y al pronunciar estas palabras, sentir la mirada de Cristo, mirada de infinita ternura, de complacencia suma, mirada que es el cielo, porque una mirada de ésas, ya no se resiste, es la felicidad inamisible allá en el cielo; mirada que dice amor, amor agradecido.

Porque aun cuando recibimos todo, y la base de nuestra grandeza, si alguna llegamos a tener, son los méritos infinitos de Cristo nuestro Señor, todavía Él se digna agradecer lo que hacemos por Él y así prometió que no quedaría sin recompensa un vaso de agua dado en su Nombre.

Cristo se sigue mostrando sensible a todo lo que se hace por Él; pero cuando se hace lo más grande, lo que Él más desea, lo que formó las delicias de su Padre, entonces, amadas hijas, de lo más íntimo de su Corazón sale aquella palabra profunda de su agradecimiento, y nosotros sentimos vergüenza, pudor espiritual, oyendo esas palabras, contemplando esa mirada, sintiendo ese amor agradecido para nosotros que lo recibimos todo de Dios.

Fue la Santísima Virgen la que primero tuvo este gozo, al consumar su carrera; por eso Ella nos toma por su cuenta para formarnos en el espíritu de nuestra vocación.

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Estudiad ese espíritu, amadas hijas, amad a Dios con todas vuestras fuerzas y si todavía no alcanzáis a comprender estas cosas, pedid a Dios que os ilumine y Él os iluminará.

No importa que ahora no comprendan todo, basta que quieran comprenderlo; no digo que no se den cuenta del significado material de las palabras, sino que no [153] las profundicen. Debemos trabajar intensamente y pedir a Jesús todos los días el amor a su Padre, para poder decir con el mismo Jesús: ¡Padre mío, Padre nuestro, y tener su Espíritu para amar al Padre como quiere ser amado!

Se requiere, amadas hijas, grande delicadeza en el amor. Por eso, si un alma está consagrada a esto, debemos cuidarla, rodearla de atenciones, para que cumpla su misión sobre la tierra.

Por eso Dios que nos quiere cuidar, nos pone a veces cercos de espinas para no ser alcanzados por nuestros enemigos.

Aceptemos con inmensa gratitud la vocación que Dios nos ha dado, a vosotras como miembros de este Instituto, a mí como indigno representante de Dios para tramar esos planes de la Obra, particularmente en lo que ve a su parte espiritual.

Amadas hijas, no temo asegurar que aún cuando sea imperfecta mi palabra, ha llegado a los oídos de Jesús como una hermosa sinfonía, porque le ha trasmitido el amor a su Padre y porque Él se goza en que sus hijos pequeñitos, empiecen a decir aunque sea con palabras inciertas e imperfectas, eso que Él mismo dice eternamente en una sola palabra divina, el mismo Verbo.

Le hemos dado a Jesús una hora de verdadera satisfacción, de consuelo, pero que no sea una sola hora, que sean todas las horas de la vida; y si alguna vez deseamos vivir mucho, que sea precisamente para que esas horas de amor y de sacrificio por amor, se multipliquen, esperando aquella hora sin fin de la eternidad en que por siempre alabemos al Padre de los cielos y llenemos de complacencias al Corazón de Cristo y a la que se goza en esos consuelos del Corazón de Cristo, la Virgen Santísima.

Arrojémonos como niños pequeñitos en brazos de nuestro Padre Celestial, pidiéndole no nos deje, no [154] permita que nosotros nos apartemos de Él, y que pasemos nuestra vida entera amándolo y nuestra eternidad también amándolo y glorificándolo, Así sea.

Sobre el Divino Padre (155) Viernes 23 de junio-1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Estamos hablando de la devoción al Divino Padre y vemos cómo el modelo de la devoción, de ese amor, es Jesús, y vemos cómo a semejanza de Jesús, algunas almas han sido especialmente atraídas hacia el Padre. Me parece que es una señal inequívoca de predilección, de confianza por parte de Jesús para esas almas.

Siempre que hablo o escribo sobre esta devoción, recuerdo la figura de aquel grande hombre de Dios que fue nuestro Venerado Padre Fundador, el Padre Félix, 90

porque él fue una de las almas que más se distinguieron por su devoción a la Primera Divina Persona, con un entusiasmo que nunca decaía, con tenacidad verdaderamente grande, atizada toda ella por el fuego del amor que lo consumía para ese Padre.

Con ese fuego nos hablaba siempre; y recuerdo que la última vez que hice ejercicios espirituales con él, (o más bien dicho, él dio una plática en esos ejercicios porque no pudo darlos todos,) – nos habló de la devoción al Divino Padre.

En sus conversaciones privadas, en sus cartas y con, más seguridad, con más empeño todavía, en su oración, siempre quería que se difundiera el amor al Padre, esa devoción de inmensa ternura, como dice el Padre Faber, la devoción de las devociones.

Precisamente leyendo algunos apuntes, encontré algo que escribió nuestro Padre a un grupo de señoritas que en Morelia formaban una asociación llamada “Amigas de Jesús” y que se ocupaban de adorar en nues[155]tra Iglesia al Santísimo Sacramento. Les dice: “Me vine muy contento de mi última visita a vuestra querida Asociación. Todo lo que vi entre vosotras me llenó de agradecimiento para con Jesús; sois de veras las amigas de Jesús, como Él las desea... Por eso Él os ama, os bendice, os favorece y os acerca a su divino Padre. “…Todas, o casi todas, cumplís vuestros compromisos de amor y cada día estáis una hora con Jesús, en su intimidad, amándolo, conociéndolo. ...¡Cuántas habéis aprendido con Él a hacer oración, esa oración afectiva, al alcance de todos y que fue la de tantos santos; esa oración afectiva que fue la de David en todos sus Salmos y la del serafín de la tierra, San Francisco de Asís; una jaculatoria ardiente, un grito del alma, una palabra de amor. ...“Que cada una viva unida muy estrechamente a Jesús y en unión con Él clame al Divino Padre tan poco conocido y amado. Yo me propongo escribiros largo el mes próximo, de la devoción al Padre. ¡Quién tuviera un millón de lenguas para dar a conocer su amor a los hombres! ...Amad vosotras a ese Padre, mis queridas hijas, como Jesús con entusiasmo, con pasión, con amor acendrado. Buscad en todo su divina voluntad y que cada una de las Amigas de Jesús pueda decir: “lo que le gusta a mi Padre, es lo que yo hago”... “...Os veo desde aquí haciendo adoración, envueltas en vuestro blanco manto de pureza y luz, manto color del Amado Padre...” ...Que las Amigas de Jesús sean las hijas predilectas del Divino Padre...”

Así cómo en esta carta, sobre todo en los últimos años de su vida, en todas las ocasiones se dedicó a extender la devoción del Divino Padre. [156] Los artículos que yo escribí sobre el Divino Padre en el periódico de “Pentecostés”, los escribí por indicación suya. Para mí los deseos de nuestro Padre eran órdenes que obedecía con mucho gusto; todavía más, tratándose de escribir sobre la devoción al Padre Celestial.

Antes de publicarlos, se los leí a nuestro Padre y se mostró complacido. En realidad yo estaba tan identificado con nuestro Padre Fundador, que todo lo que él 91

deseaba o quería, era para mí también deseado y querido, y como a mi superior que era, también me movía el deseo de obedecerlo en todo. Gracias a Dios y a ese espíritu de obediencia que me guió para escribir, encontré mucha facilidad de hacerlo, no tenía más tiempo que el necesario para escribir el tema de cada artículo.

Puedo decir entonces, que recibí la gracia de la devoción al Divino Padre a través de nuestro Padre; el fuego prendió bien y por eso cuando yo vi que nuestro padre estaba ya para acabar, a fin de darle consuelo y también porque así lo sentí, antes de morir él le prometí continuar su obra de glorificación al Padre, tratando de hacerlo con ustedes en primer lugar.

Tengo ese compromiso libremente contraído por mi parte, y con mucha satisfacción ejecutado; sólo Dios sabe cómo, pero con muy buena voluntad. Les aseguro que al trabajar por esa devoción, encuentro grandes consuelos para mi alma, siempre me refugio en el Padre y Él me da ese consuelo.

Allá en el Corazón del Padre encontré muchos secretos de amor para Él, para Dios y las almas. Por eso también escribí la Oración de Fuego, que como ven, es en gran parte un acto de amor y un deseo grande de glorificar al Padre, porque si hemos de imitar a Cristo, Cristo se distinguió por ese amor, y se hemos de llegar a la cima de la perfección que Dios quiere para cada uno, esa perfección se encuentra en la transformación en Cristo muestra claramente la devo[157]ción al Padre Celestial.

Devoción consoladora, devoción llena de inmensa ternura, como decía el P. Faber y repetía con mucho agrado nuestro Padre Fundador.

Ahora estamos trabajando, forjando vuestras almas, para hacer de ellas adoradoras del Padre en espíritu y en verdad, porque Jesús se dignó manifestarnos que ésa es la voluntad de su Padre, así lo dijo a la Samaritana; y en esa adoración al Padre en espíritu y en verdad se encierra toda perfección, se encierra esa imitación íntima del Corazón de Cristo. ¿Cómo hacer en la práctica, para perfeccionar nuestro amor al Padre Celestial, para alcanzar la transformación en Cristo? Debemos clamar al Espíritu Santo, debemos pedirle a la Santísima Virgen que nos alcance esa gracia, ya que es la obra del Espíritu Santo y de María.

Para alcanzar el amor al Divino Padre, debemos pedírselo humildemente a Jesús, porque Él es el modelo de ese amor. Nos dice la Escritura Santa que solamente el Espíritu Santo nos puede infundir ese amor y enseñarnos a clamar ABBA PATTER; pero en realidad al clamar así, estamos diciendo la palabra de Cristo, estamos diciendo algo que más que de nuestros labios, sale de los labios de Cristo. A Él debemos pedirle humildemente, que nos alcance el verdadero amor al Padre Celestial.

En vuestra vocación como Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, debéis glorificar a cada una de las Divinas Personas, amar a cada una de Ellas, porque las Tres son dignas del mismo amor, las Tres no forman más que un solo Dios; pero en la práctica debemos hacer objeto especial de amor a cada Persona Divina en particular, no olvidar a ninguna, amarlas a las Tres, repetir aquellas palabras de Isabel de la Trinidad: “Oh mi Uno, oh mis Tres”; palabras que también nuestro Padre Fundador nos repetía con frecuencia. [157 bis] 92

Nuestro Padre acostumbraba hacer una hora de adoración diaria, especialmente dedicada al Padre y le llamaba “la hora del Padre”, donde quiera que estuviera, a veces en un tren cuando viajaba; pero nunca omitía esta hora que había señalado y dedicado para alabar al Padre. ¡Qué hermoso, amadas hijas, que desde este destierro tan lleno de miserias, donde tanto se ofende a Dios, donde tanto se desconocen los favores divinos, haya almas que como Jesús, se gocen en llamar al Padre de quien procede todo don perfecto, Padre de las luces, Padre de nuestro Señor Jesucristo! ¡Qué hermoso que, cuando hay tantas almas rebeldes que se apartan de Dios, que dejan la casa paterna para vagar por regiones lejanas como el hijo pródigo, existan hijos fieles que se gocen en llamar, en invocar a su Padre, en pedirle cuanto necesitan!

Dios es feliz dando, porque es propio del amor darse y dar, es propio de la Paternidad dar y darse. Dios se goza en eso y si nosotros le pedimos algo que, más que para nosotros es para la gloria del Padre, ¿cómo nos lo va a negar?

Por eso cuando yo le pedía almas al Señor, cuando le pedía al Padre que me diera almas para que lo adoraran en espíritu y en verdad, estaba en realidad pidiéndole su propia gloria, sus propios deseos, y por lo mismo tenía y tengo la seguridad de ser escuchado.

Prácticamente quise hacer de la Obra de las Misioneras un medio de agrupar sus adoradores, teniendo todos el mismo anhelo, tendiendo al mismo fin.

No todas lo realizarán del mismo modo; según su amor, su fidelidad, su correspondencia a la gracia, será también la práctica, pero en el fondo tienden a lo mismo. [158] Yo hice la Oración de Fuego pidiendo esas almas y las almas vinieron, y tenía yo tanta seguridad de que el Señor me las daría, que llegué a decir a las primeras Misioneras, al primer grupito: “Hijas, si vinieran todas al mismo tiempo a notificarme: Padre, ya nos vamos,... lo dejamos solo,... yo les respondería: Pues si así lo desean, váyanse, hijas, esto significa que no fueron ustedes las elegidas para realizar la obra, pero la obra se hará...”

Yo tenía esa seguridad porque había pedido en nombre de Cristo Nuestro Señor, por su Preciosísima Sangre, por sus méritos; por medio de María había pedido yo esas almas glorificadoras de la Trinidad Santísima, del Padre, de María la misma Virgen Santísima, y por eso estaba seguro de no ser defraudado, estaba seguro de que la Obra se realizaría.

Por eso cuando la veo amenazada, perseguida, azotada por las tribulaciones, lejos de desalentarme, recuerdo aquella oración, recuerdo el poder y la bondad del Padre y recuero las palabras de Jesús que ha dicho que muchas veces se ve obligado hasta a obrar milagros para no hacer quedar mal, para apoyar la oración de sus sacerdotes; cuando esa oración y petición es la misma de Cristo, cuando se identifican las voluntades de Cristo y del sacerdote, ¿qué lugar a duda podría existir, de que esas almas vendrían?

Son de Dios, son almas de Dios y lejos de querer nada contra ellas, se quiere 93

todo el bien para ellas; son amadas, muy amadas, consentidas, muy consentidas y queridas de Dios nuestro Señor! Allí tienen la seguridad del triunfo!

Ahora bien, amadas hijas, se nos ha ofrecido el triunfo, se ha escuchado esa oración; pero no se nos ha dicho que vamos a triunfar sin lucha.

Cristo triunfó en la Cruz, todos los que deseamos seguir a Cristo, tenemos que seguir el camino de la Cruz; cuando sufrimos, somos felices porque entonces realiza[159]mos su obra como Él, como Cristo Crucificado; nunca le damos tanto gloria como cuando estamos crucificados, crucificados con Cristo.

Por eso en medio de los grandes dolores, hay en el fondo una alegría! Si yo fuera poeta, compositor de música, haría mis mejores versos, mis mejores sinfonías cuando sufro.

De vez en cuando también al gozar, si el gozo es muy espiritual... pero lo más eficaz es el sufrimiento.

Entonces participamos del don del Espíritu Santo, de ese gozo espiritual que es gozo en el Espíritu de Dios, gozo que nadie nos puede quitar; así pueden hacernos “cecina”, acabar con nosotros, pero el alma estará dentro cantando los cánticos de amor que el Espíritu Santo le inspira!

Entonces, amadas hijas, yo quiero deciros esas cosas para que afiancéis más vuestro amor al Espíritu Santo; vosotras sóis el fondo de esa oración, y si Cristo hará milagros para atender a la oración de un sacerdote, en primer lugar los hará para los que deseamos su gloria, la gloria del Padre.

No debe arredrarnos la lucha sino aumentar nuestra fe y confianza en la protección divina. Vamos a sufrir porque tenemos que imitar a Jesús, Varón de dolores.

Algunos creyeron que la Cruz era su derrota, el fin de sus ideales; pero no fue así. “Yo, cuando sea exaltado, atraeré todas las cosas hacia Mí”... Nunca tenemos un imán tan poderoso como cuando sufrimos. Cuando San Pablo pudo afirmar: “estoy atado a la Cruz, de Cristo”, nos estaba diciendo ya la grande fuerza de su apostolado, la grande fecundidad que había de tener.

Pues amadas hijas, procuremos de veras realizar ese espíritu de la Cruz, y ustedes tienen la obligación de hacerlo por ser almas Trinitarias.

Aquí la devoción al Padre, al Verbo, al Espíritu Santo, no debe ser cosa rara; es necesario que podamos decir sin jactancia, sin pretensión, humildemente, que [160] aquí hay, no un alma devota, muy devota del Padre, del Verbo, del Espíritu Santo, sino todas, todas y cada una; aquí están “almacenadas” esas almas; quien quiera encontrar esas perfectas devotas de la Santísima Trinidad, búsquelas aquí, entre estas almas consagradas a las Divinas Personas, obligadas a una devoción especialísima.

Claro que habrá grados, vuelvo a decirlo; hasta los dedos de la mano son distintos; cada quien en su propio grado, pero todas tendiendo a lo mismo y si no tendieran a eso, yo pienso que sale sobrando fundar una Congregación de la Santísima Trinidad... habría que irse al común de los fieles y no hacer injuria a este fin especial.

Se entiende que en una Congregación de la Santísima Trinidad, hay el deseo de 94

amar en especial a cada una de las Divinas Personas; si no fuera así, quiere decir que no viven su espíritu, su vocación.

Gracias a Dios Nuestro Señor, amadas hijas, yo no tengo más que bendecirlo, porque he encontrado que en general, ese espíritu ha prendido bien en el Instituto, oficialmente. Habrá luces y sombras, pero el cuadro me parece hermoso y tratando de perfeccionarse cada vez más, porque estamos en la cima de la perfección, estamos trabajando para tenerla. Cada día que pasa, deseamos estar más cerca del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y más cerca de María, la Glorificadora de la Santísima Trinidad.

Si es necesario un milagro para salvarnos, Dios lo hará, lo puede hacer, no tiene dificultad ninguna para hacerlo, basta que lo quiera.

Entonces cuando dependemos de un Padre tan bueno, tan amoroso, tan poderoso, que sin merecerlo nosotros, nos quiere tanto, ¿por qué tememos, por qué nos preocupamos como los que no tienen esperanza? ¿Por qué hacer el papel de huérfanos desvalidos que no tienen [161] quién se ocupe de ellos? Hay que esperar contra toda esperanza, porque en Dios lo tenemos todo.

Quise hacer esta especie de suplemento a la meditación de ayer, porque creo es para todos nosotros un consuelo y más o menos todos andamos necesitados de él. Que venga como un consuelo a nuestras almas, el pensar que no somos huérfanos, que tenemos un Padre y que ese Padre es el mejor de los padres; y que tenemos por Madre a la Virgen Santísima.

Que todo sirva para estimularnos a seguir adelante en la lucha. Estamos aquí, en el servicio de Dios, en la Casa de Dios y aquí nos quedamos. “¡Aquí estoy!” debe decir cada una de ustedes, y aquí me quedo y si Dios me saca de aquí, me voy pero con Él, nos vamos juntos, muy a gusto pero los dos.

Terminen su meditación, amadas hijas, felicitando a Jesús por su amor al Padre y pidiendo se los conceda a ustedes por intercesión de aquel gran santo, nuestro Padre Fundador que, estoy seguro, se siente feliz al ver que hablamos del Divino Padre; si así no lo hiciéramos, estaría extrañadísimo. En nombre de él, y sintiéndome su representante, es como les estoy hablando. Así quedará muy satisfecho y todos nosotros muy contentos.

ASÍ SEA.

El amor a Jesús. (162) Junio 23 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Así como nuestro amor al Padre debe llevar el sello del amor que Jesús le tiene, el amor al Hijo debe también caracterizarse por el amor que su Padre le tiene. Ninguna otra clase de amor podría complacerle.

A Jesús el Verbo Encarnado, Lo encontramos en cada uno de los pasos de nuestra vida, Lo encontramos en la obra de nuestra redención, Lo encontramos siempre [162] que recurrimos a Él para implorar su misericordia, para ofrecerlo como nuestro gran Suficiente.

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Cuántas veces, al sentir las necesidades y las limitaciones de las criaturas, volvemos nuestros ojos a Cristo, nuestro Creador, al mismo tiempo que nuestro Redentor, y Lo invocamos y Lo ofrecemos al Padre Celestial.

Sus méritos infinitos constantemente se están ofreciendo en la Misa; y para llenarnos de confianza, el sacerdote nos recuerda que ese Sacrificio es nuestro Sacrificio: “Orad hermanos, para que mi sacrificio y el vuestro sea grato al Padre Omnipotente...”

Y al ofrecerlo, sentimos la seguridad de que saldamos nuestras deudas. Y sentimos que amamos a Jesús, porque es natural, Lo encontramos con tanta frecuencia, que aún cuando fueran muy duros nuestros corazones, sentiríamos por Él una ternura inmensa. Por Él conocemos a Dios, por Él entramos en los secretos del amor al Padre.

El amor al Padre es la gran lección de la vida de Jesús. El vino, fue enviado del Padre, para glorificar al Padre, haciéndolo conocer, haciéndolo amar y amándole Él mismo.

El fue y sigue siendo el gran Maestro de nuestras almas. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. El camino por donde Jesús nos lleva es el camino que va hacia el Padre. “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre”...

Es la trayectoria que recorrió Jesús; del Seno del Padre vino al mundo y dejó al mundo para volver al Padre. Pero no solo, sino en compañía de todas las almas redimidas con su preciosa Sangre; almas que amaban como Él, almas que como Él, pudieron llamar Padre a Su mismo Padre y ser corredentoras con Cristo y participar de su gloria. [163] Encontramos a Cristo en nuestra vida, en nuestros deseos de perfección, en nuestros ideales, en el nacimiento y desarrollo de nuestra vocación.

Encontramos a Jesús desde el principio de nuestra vida, cuando fuimos conscientes de nuestros actos, cuando Lo recibimos por primera vez en la Sagrada Comunión y cuando lo seguimos recibiendo y visitando; la intimidad con Jesús se fue haciendo más grande.

El alma que adelanta en su unión con Dios, en su perfección, es el alma que se transforma en Cristo. Esa transformación es la meta soñada, suspirada; ¡ojalá que siempre conseguida!

Transformarse en Cristo es asegurar la posesión de ese amor, tener los sentimientos de Cristo, amar lo que Él ama, odiar lo que Él odia, amar el bien, odiar el mal; tener Su mismo ideal de glorificación al Padre, Su mismo anhelo de salvar almas.

Y es tan necesario ese amor, que sin Él no podríamos vivir. Por eso San Pablo decía: “Si alguien no ama a Cristo, sea anatema”, es decir, sea un alma perdida, ¡condenada! ¡Qué podría llenarnos de satisfacción sino el amor de Cristo!

Pero no solamente hemos de considerar el amor que Él nos tiene sino el que nosotros le debemos tener. Por eso dice San Pablo: “Si alguien no ama a Cristo, sea anatema.”

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Debemos amar a Cristo con amor peculiar, que participe de la cualidad del amor que el Padre le tiene. El Padre es todo para el Hijo, lo ama como Padre. Y nosotros, pobrecitos pecadores, pero incorporados a Dios por la gracia, rescatados por Cristo y hechos sus herederos, debemos amar en la misma forma, sentirnos representantes del Padre para amar a Jesús, así como nos gozamos en sentirnos una extensión del Corazón de Cristo para amar a su Padre. [164] Cristo en todas las cosas buscaba a su Padre, buscaba el amor para su Padre y el amor de su Padre. Y si Jesús ama sobre todas las criaturas a su Madre Santísima, es porque Ella le ofreció aquí en la tierra aquel amor purísimo que tenía el colorido del amor del Padre, que era como una extensión del amor del Padre, ese amor maternal de María.

Para poder nosotros amar a Jesús, como su Padre, necesitamos tener el Espíritu del Padre, del mismo modo que para amar al Padre como Jesús, necesitamos tener el Espíritu del Hijo.

Necesitamos ser poseedores de ese Espíritu Divino; y cuando recordamos que esa gracia también nos la alcanzó Jesús y para alcanzárnosla quiso someterse a los suplicios más crueles que habían de llevarlo hasta morir en la Cruz con dolores inenarrables de su Divino Corazón, entonces se agiganta nuestro amor y confianza en Cristo; confianza de que seremos poseedores de ese Espíritu que nos enseñará los secretos del amor que el Padre le tiene a su Hijo, que es el que ahora estamos considerando.

En el seno de la Trinidad Santísima, el Espíritu Santo procede del amor del Padre y del Hijo, es testigo de ese amor infinito, y así como en el cielo da testimonio de ese amor, se complace en darlo también aquí en la tierra.

Por eso Cristo apeló al testimonio del Espíritu Santo para decirnos la manera de tributarle la perfecta glorificación, “Ille me clarificabit...” El me glorificará... dirá al mundo lo que mi Padre me ama y ese amor de mi Padre es mi gloria y es el testimonio que Yo doy a la humanidad de que verdaderamente lo puedo todo y soy el Enviado del Padre.

Cuando los judíos le argüían que su testimonio no era verdadero, Él decía: “Hay otro que da testimonio de Mí”... Y quiso darlo en [165] especial por el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo hará que comprendamos y busquemos más este amor. Pero, amadas hijas, el amor paternal, que es el amor del Padre para su Divino Hijo, y que debe ser también la característica de nuestro pobre amor, tiene varias cualidades.

Desde luego es puro y desinteresado, como lo vivió la Virgen Santísima, Aquella que ha podido participar como nadie de ese amor paternal. Es amor sincero, generoso, siempre leal.

Jesús tiene sed de ese amor; hay otros amores que no son puros, amores que son como flores de un día, que brillan y se marchitan.

Jesús quiere amor puro y amor que no muera, que no se marchite. Ningún amor tiene esas cualidades y por eso el Divino Padre, para encomendar el cuidado de su Hijo aquí en la tierra, creó ese mundo de perfecciones que es la Santísima Virgen y le comunicó su Espíritu, ese Espíritu paternal, que en Ella, en María llamamos maternal, pero que tiene su origen en el amor del Padre. Amor verdaderamente fiel y generoso.

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Jesús nos ama mucho y con amor muy puro; Jesús quiere correspondencia igual de nuestro amor. Pero como somos tan frágiles, necesitamos apoyarnos en Dios para amarlo. Así podremos decir, parodiando en Dios un poco las palabras de San Pablo: amo, pero no soy yo quien amo, es el Espíritu de Dios el amor de Dios, el que ama en mí... Entonces sí ese amor lleva la garantía de la sinceridad, de la verdad, de la pureza y de la abnegación.

En estos tiempos en que la Iglesia siente desatarse por todas partes las persecuciones de sus enemigos, ¿a quién confiará el Divino Padre ese cuidado, ese amor para Jesús? A las almas maternales, así como lo confió durante su vida, al cuidado de la Santísima Virgen y de San José y después a los Apóstoles y a los que habían de ser sucesores de ellos, los sacerdotes, los que aman con amor [166] puro y sincero. Por eso, amadas hijas, en las circunstancias en que la Iglesia llora la apostasía de muchas almas, se necesita que Jesús reciba una compensación en el amor más intenso de otras almas.

Cuando Jesús se quejaba con Santa Margarita María de Alacoque, por la ingratitud de los hombres, le decía: “Ámame al menos tú...” Es que quiere que tomemos la representación de otras almas para amarlo.

En estos tiempos de tanto pecado y apostasía, necesitamos más amor. Dios nunca nos pide sin darnos; por eso las grandes desgracias del mundo, provocan mayores gracias del cielo. Si ahora debemos amar por los que no aman, reparar las ingratitudes humanas, quiere decir que vamos a recibir grandes gracias de Dios, grande luz del Espíritu Santo. ¡Ojalá que Dios nos confiara el cuidado de su Divino Hijo! Que pudiéramos cuidarlo y amarlo, y hacerlo amar y defenderlo de sus enemigos con nuestro amor y ternura. ¡Ojalá que viviéramos para Él!

Pero, amadas hijas, ese amor debe ser un amor parecido al del Padre, debed copiar, en cuanto sea posible, el amor de la Santísima Virgen, el de San José que tan cerca vivió de Jesús.

La Misionera Eucarística de la Santísima Trinidad debe amar con pasión a las Divinas Personas, debe ser toda para el Padre, toda para el Hijo; estar abrasada en un grande celo por la gloria de ese Hijo, sentir cómo su Padre Lo ama y Lo quiere ver amado, y sentir algo de ese amor y deseo de glorificación que tenía Jesús para su Padre.

Si todos nosotros ardiéramos en deseos de amar a Jesús y verlo amado, seguramente el mundo se reformaría. Se habla de los progresos del mal; pero el amor divino de los que aman a Dios, es más contagioso que el mal. El radio de acción de un alma enamorada de Dios, es más grande [167] lo abarca todo, lleva el sello de garantía de lo divino; por eso los santos dejan huella profunda en la tierra. Su obra no es la obra de un día; trabajan mientras viven, pero también continúan su obra después que dejan este mundo, comienzan en el cielo una nueva obra de glorificación del amor triunfante.

Amadas hijas, pidamos al Padre Celestial que nos dé ese amor para Jesús.

Jesús tiene sed de amor; ¡qué dicha para nosotros que tenga esa sed y qué dicha para nosotros el poderla calmar! ¡Jesús, te amo como Tú me amas, en el Espíritu Santo, en 98

ese Espíritu Divino que Tú me has querido dar! ¡Qué dicha para el Corazón de Cristo y qué dicha para nosotros! Jesús reclama ese amor, siempre que habla a las almas, es para pedirles su corazón. No nos pide cosas materiales, el oro más precioso sería cosa despreciable, porque lo que El quiere es nuestro corazón.

Entonces qué dicha para nosotros poderle dar lo que nos pida: “Hijo, dame tu corazón”, dice Él, y nosotros podemos responderle: “Jesús, mi corazón te pertenece y mi pobre corazón puede ofrecerte el amor de tu Padre, el único que te agrada!

Así como Jesús, amadas hijas, siempre buscaba a su Padre y la gloria de su Padre, el Padre siempre busca al Hijo y la gloria del Hijo; y cuando nosotros buscamos esa gloria, buscamos la gloria del Padre. Entonces participaremos también del gozo inenarrable del Padre y del Hijo.

El amor que deseamos ofrecer a Jesús, es ese amor transformado, divinizado, que entra en la órbita divina del amor a su Padre. ¡Qué felicidad encontrar un alma que ame a Jesús así! Y cuando pensamos que en el Instituto ése es el amor que se cultiva, que debe cultivarse, ¡quién podrá medir nuestra dicha!

Ese es el amor que deben llevar estas almas, [168] ésos son los caminos por donde deben entrar, poco a poco, pues tal vez no serían capaces de abarcarlo todo en el principio, de entrar en toda su grandeza; pero poco a poco, sencillamente, a través de las instrucciones, en la predicación.

Yo bendigo a Dios, amadas hijas, de que podamos tener esas instrucciones en su mayor parte escritas, porque allí está el espíritu que llevará las almas a un grande amor de Cristo, a una perfecta glorificación del Padre; el amor del Espíritu Santo y de la Santísima Virgen, con esa peculiaridad del amor paternal, del amor filial.

Que Dios Nuestro Señor os ilumine, amadas hijas para comprender esto, y si así lo comprendéis, amaréis vuestra vocación y no la expondréis por nada ni la cambiaréis por nada, porque es para vosotras la que Dios ha querido y por tanto la mejor. Es Dios mismo quien la ha hecho grande, muy grande, por todas las cosas que hemos visto.

Seguiremos pidiendo a nuestro Padre Celestial que nos dé su amor para Jesús, que podamos rodearlo de esa ternura inmensa que su Padre le tiene. Jesús tiene derecho a ello, amadas hijas, de Él recibimos todos los consuelos, es justo que también depositemos una gota de consuelo en su Corazón, ahora que el mundo quiere crucificarlo otra vez.

Agradecemos una vez más la vocación, amadas hijas, y procuremos ser fieles a ella; cueste lo que cuete, santificarnos en ella, seguir adelante y hacer en todos los momentos de nuestra vida las cosas que son del agrado del Padre y entre todas ellas, la primera: amar a su Hijo, amarlo con el amor del Padre. Así amaremos al Padre con el amor del Hijo.

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El Verbo Encarnado. (169) Junio 24 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: El Verbo Divino Encarnado por nuestro amor, [169] quiso manifestar ese amor en una forma nueva; aquí en la tierra sería el amor sacrificado. Escogió y aceptó la Cruz que su Padre le ofreciera, para obrar la redención y con ella darle gloria.

Vino a este mundo el Verbo y habitó entre nosotros; debemos estudiarlo así, viviendo entre nosotros, manifestándonos la grandeza de su amor en su Sacrificio.

El misterio de la Encarnación es un misterio de profundísima humildad, de grande humillación por parte del Verbo Encarnado, seguramente para expiar los pecados de soberbia, aquellos que en el cielo habían hecho caer a los ángeles rebeldes que quisieron apartarse de Dios.

Jesús apareció pequeñito entre nosotros, dándonos lecciones desde Belén hasta su último momento; Él nos enseñó la vida que debemos llevar, la vida suya que debemos imitar. ¡Qué hermoso aparece ese Dios hecho Hombre!, cuando se nos muestra pequeñito en Belén, teniendo necesidad de unos brazos para sostenerse, los brazos de María; aceptando aquélla humilde cuna que se le ofreció y después queriendo someterse como todos los hombres, viviendo en su casita de Nazareth con María y San José, obedeciéndolos en todo, haciendo en todo, como Él lo diría más tarde, la voluntad de su Padre Celestial.

Allí creció Jesús, en la más dulce de todas las intimidades de la tierra, manifestando todo el ardor de su Corazón a aquellas almas que el Espíritu Santo le había preparado para estar con Él, el alma inmaculada de María, el alma virginal de San José.

Así quiso vivir, en el cumplimiento de su deber, en el trabajo, sometido en todo a sus padres, pero irradiando en torno suyo un fuego abrasador. ¿Cómo pudieron soportar ese fuego aquellas almas tan santas que rodearon a Jesús, sin que les causara la muerte? [170] Fue un prodigio de la gracia y también ese fuego estaba acompañado de una participación en el dolor, de una participación de la Cruz de Cristo, porque antes de ser crucificado ya Jesús llevaba en su alma y en su Corazón una cruz más dolorosa que la del Calvario, aunque apareciera pequeña, la cruz de sus dolores íntimos; esos dolores que fueron para Él inseparables desde el momento de su Encarnación, hasta su muerte.

Y también podemos preguntarnos ¿cómo pudieron soportar aquellas almas que comprendieron tanto a Jesús la fuerza, el peso del dolor?

Se necesitó otro prodigio de la gracia, un don extraordinario, de fortaleza por parte del Espíritu Santo. Allí vivía Jesús enseñándonos cómo podemos santificar nuestra vida de trabajo por medio del amor.

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Ejemplo especial para los que se forman en la vida religiosa, para los que hacen su Noviciado, para aquellos que están preparándose según el beneplácito divino a fin de dar gloria a Dios.

Debiéramos imitar, amadas hijas, esa vida de Jesús en Nazareth, santificar nuestro trabajo y darle ese grande valor de amor, de adhesión perfecta a la voluntad de Dios en cada uno de los momentos de nuestra vida.

Jesús hubiera podido emplear esos años en predicar, pero quiso emplearlos en obedecer, en orar, en vaciar su alma sobre aquellas almas que lo rodeaban.

Así pasó 30 años hasta que comenzó su vida pública, buscando la gloria de su Padre, con el consentimiento amorosísimo y consciente por parte de Él, como por parte de la Santísima Virgen, de lo que significaban las horas y los días que se aproximaban.

En las páginas del Evangelio tenemos condensadas las enseñanzas de Dios, páginas inmortales que se han conservado a través de los siglos; páginas que [171] han formado almas santas, que han sido un camino, un consuelo para todos los que buscan a Dios. Allí palpita en cada página el Corazón apasionado, agradecido de Cristo, el Corazón que se abría siempre a su Padre.

Cristo comenzada dándole gracias al Padre por todos los beneficios recibidos o gracias anticipadas por los milagros que iba a realizar.

Allí están esas páginas en las que han encontrado todas las almas una orientación definitiva para ir hacia Dios. Por eso se nos recomienda que la meditación habitual sea siempre el Evangelio, o en su fuente, o comentado; y puede decirse que no hay ningún libro que verdaderamente haga bien al alma, que no esté inspirado en el Santo Evangelio, con comentarios de los hechos y palabras de Jesús.

Pero, amadas hijas, quiero sobre todo recordaros, porque es muy propio del espíritu eucarístico del Instituto, esa delicadeza del Corazón de Cristo al no quererse apartar de nosotros.

Como Hombre que era, tenía Jesús las aspiraciones del hombre, las tendencias del hombre; esa tendencia que nos lleva siempre a buscar la compañía de los seres amados, y Él no quiso separarse de nosotros, sabía que lo necesitábamos, sabía sobre todo que Lo amábamos y que amándolo no podíamos prescindir de su presencia, y que amándonos también Él exigía nuestra compañía.

Por eso, anticipando nuestra vida del cielo, nos dio esas horas divinas que son las horas de unión con Él. ¡Si comprendiéramos, amadas hijas, lo que significa para nosotros la Eucaristía, las gracias que hemos recibido a través de la Eucaristía! ¡Sencillamente es la vida del alma!

Jesucristo es vida del alma en muchos modos, pero de manera especial comunicándola a nosotros en su misterio de amor, la divina Eucaristía. [172] Quiso quedarse para que nuestras vidas se fundieran con la Suya, para que nuestras aspiraciones fueran una con la Suya, y pudiera realizarse aquello que Él pidió con tanto anhelo en la noche de su pasión cuando habló a sus discípulos con tanta 101

ternura y a su Padre con tanto amor: “¡Oh Padre que sean uno, que sean una sola cosa por amor como Tú y Yo somos por naturaleza! ¡Que sean uno entre ellos, unidos por la caridad y todos ellos Conmigo!”

Y para que esto pudiera realizarse, quiso quedarse con nosotros, ser nuestro alimento.

Cada comunión nos transforma; la presencia de Jesús nos transforma. Cuando nos acercamos a Él para adorarlo en su divina Eucaristía, recibimos ese fuego abrasador que consume, que transforma, que purifica. El pecado mortal quedaría perdonado por la absolución sacramental, por el acto de perfecta contrición; pero ese cúmulo de miserias humanas, que aun sin quererlas acompañan al hombre y son muestra de su fragilidad, desaparecen bajo el crisol del amor, cuando nos ponemos en frente de ese Sol divino que todo lo calienta y lo transforma. ¡Cuántas veces llegamos a Jesús a adorarlo en su misterio de amor, teniendo mucho polvo en nuestra alma, polvo de miserias e imperfecciones, y al contacto de Jesús, de su presencia, de su amor, de su palabra misteriosa que entra como espada de dos filos en el alma, sentimos que se nos quita un peso, nos sentimos ligeros, porque Jesús borra nuestras imperfecciones y lo hace así porque necesita unirnos más a Él y para unirnos con Él es indispensable la pureza, la perfección, la gracia.

Todos nuestros ideales de perfección se han cristalizado en ese contacto divino con Jesús. Y todavía no contento de quedarse con nosotros, ha querido ofrecerse como Víctima siempre por nosotros en el altar del sacrificio.

El alma eucarística, al comunicarse con otras [173] almas, les lleva a Dios, les comunica su vida divina, les infunde el amor de Dios y las hace apartarse del camino del mal, las hace amar el bien, practicar la virtud.

Allí se manifiesta de una manera extraordinaria la fuerza de esa unión con Dios.

El alma que se transformó en Cristo, el alma que vive siempre bañada con esos rayos eucarísticos, es el alma que difunde el buen olor de Cristo. Y toda alma debe difundirlo, especialmente aquéllas consagradas a Dios, que buscan la gloria de Dios. ¿Qué vamos a dar a las almas si nada tenemos? Pero qué mejor cosa darles que a Cristo, la luz, el amor de Cristo que está en nosotros puesto que estamos con Él y caminamos por sus senderos?

El influjo de un alma poseída por Cristo, llena de su espíritu, es decisivo, no habrá nadie que pueda sustraerse a su calor; su palabra será como espada de dos filos que penetra las profundidades del espíritu.

Ese es el tipo del alma unida a Jesús Eucaristía, del alma eucarística, del alma pura, del alma sacrificada, puesto que aquí en la tierra la pureza siempre se compra con sacrificios, se cuida con sacrificios; sea practicando las virtudes o enfrentándose a los enemigos siempre impone una lucha.

Pero cuando el alma logra felizmente hacer que Cristo permanezca en ella, cuando se ha logrado la fusión de dos almas, la unión de dos hostias, la Hostia divina, Cristo Jesús, la hostia del alma que se transforma en Cristo, entonces hay comunicación de bienes.

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Es una de las cualidades del verdadero amor, la comunicación de bienes, la revelación de secretos, en una palabra, la perfecta unidad, y en virtud de esa unidad, el alma que es poseída por Cristo es un centro de irradiación; a través de ella se irradia la divinidad, aquello que Cristo le comunica poderosamente. ¿No habéis sentido vosotras, amadas hijas, có[174]mo hieren los rayos eucarísticos de Jesús Hostia, de Jesús viviendo en las almas que Lo poseen plenamente? Es un fuego irresistible. ¡Felices aquellas almas que emprenden las obras de apostolado en ese espíritu! ¡Felices las almas que cuando se presentan en medio del mundo, lo hacen para llevar a Cristo; cuando hablan, dicen la palabra de Cristo; cuando enseñan están iluminadas con la luz de Cristo!

Si la misión de vuestro Instituto es formar almas eucarísticas y por ese medio realizar una grande obra de apostolado, serán las Misioneras que vivan plenamente su vida eucarística, las que puedan tener también su vida plenamente apostólica en la forma en que el Instituto la quiere realizar; acción moderada no quiere decir algo mínimo, sino que significa acción ordenada por la caridad, por el amor, por la prudencia.

Habrá horas en que sea necesario callar para la gloria de Dios y horas en que sea necesario hablar; horas en que sea necesario confesar la fe, aun a costa de la propia vida, horas en que sea necesario sacrificar el descanso que normalmente pudiera tenerse, para acudir al llamado de las almas en grave necesidad.

Obrar así es obrar ordenadamente, ordenar las cosas por la caridad y cuando se es movido por el Espíritu de Dios, no hay peligro de que las cosas nos quiten a Dios; sería ese peligro cuando dejemos a Dios por ellas, cuando invirtamos los papeles, dando la primacía a la criatura.

Pero cuando se es guiado por el Espíritu de Dios, cuando se obra como Cristo obró, entonces nunca pensemos que las criaturas nos apartarán de Dios, ni las que nos ayuden, ni las que nos quieran perjudicar, ni las que nos crucifiquen, ni las que nos glorifiquen, porque la verdadera gloria la encontraremos en la Cruz. [175] Nadie nos haría un favor tan grande, si no fuéramos tan indignos de esa gracia, como los que nos arrancaran la vida, los que nos hicieran mártires.

Nunca perderemos nada si vamos guiados por el Espíritu de Dios, por la vida de la gracia, cuya fuente está sin duda en la Sagrada Eucaristía.

Allí recibimos la gracia del Espíritu Santo, allí recibimos y practicamos la intimidad con Dios; por eso las horas que no están consagradas al apostolado, deberíamos repartirlas entre la oración, la capilla y otros trabajos propios de nuestra vocación; pero con el corazón deberíamos estar siempre al pie del altar para llevar el recuerdo amoroso a Jesús Eucaristía, para ofrecerlo desde el altar del sacrificio como víctima y ofrecernos con Él siempre; para llevar las almas al altar.

La obra de una misionera se perfecciona cuando lleva las almas al altar, sea el niño de primera comunión, sea el pecador, sea el pagano que se convierte y entra por esos caminos de la vida eucarística.

Las que están en tierra de misiones pueden comprobar esas cosas, cómo el 103

trabajo, los sudores, los sacrificios de nuestras misioneras se sienten plenamente recompensados cuando ven que un antiguo pagano se acerca al altar de Dios a comulgar como todos los fieles, a recibir esa Hostia santa. ¡Y Cómo va encendiéndose en aquella alma el fuego del amor divino, y cómo se va transformando y llegando a veces hasta alcanzar grande perfección!

Cuando muera el que fue pagano, ¡qué satisfacción para el misionero también ver que puede recibir como Viático la Divina Eucaristía, ese Viático que lo llevará al cielo! Allí está el secreto de nuestro apostolado!

El Instituto debe ser eucarístico; debe darle primacía a todo lo que se relacione con el altar; el Santo Sacrificio, donde se consagra la Eucaristía, el altar don[176]de se guarda; todo lo que se relacione con el culto divino, la limpieza exagerada, si así puede decirse, de todo lo que toca a Jesús Eucaristía, y como lo que más Lo toca son las almas, debiéramos esmerarnos en cuidar la pureza de las almas para agradar a Jesús.

Ya veis, amadas hijas, ¡cuántos motivos para amar a Jesús, al Hijo de Dios, a Jesús Divino Emmanuel, Verbo Encarnado, a Jesús Eucaristía! ¡Ya veis con que delicadeza debemos guardar las enseñanzas que nos dio en el Evangelio! Algunos santos lo llevaron sobre su corazón como una señal del amor que le tenían.

Quizá leyendo alguna página del Evangelio, se encendió en nosotros el deseo de perfección; aquella palabra de Jesús: Ven y sígueme... Quizá la infidelidad de aquel joven rico que no quiso seguir a Jesús.

Allí encontramos cosas antiguas y cosas nuevas. Y se acabarán los tiempos y se habrán hecho las grandes conquistas, se habrá consumado la santidad de numerosas almas, y todas ellas habrán sacado del Evangelio el espíritu que las llevó a tan alta santidad.

Amadas hijas, sed vosotras muy delicadas con la Eucaristía, llenad de atenciones a Jesús, procurad regalarle los pequeños sacrificios.

Cuando estéis en adoración, si es la hora que oficialmente el Instituto os señala para adoración, a menos que estéis enfermas, procurad estar siempre de rodillas delante del Santísimo Sacramento. Podrán algunas estar muy débiles, muy enfermas, pero es necesario procurar esto, aun a veces con algo de sacrificio, como señal de respeto y amor. En horas libres, puede uno estar también sentado con mucho respeto.

En realidad la postura no lo dice todo, pero siempre dice algo.

Hacer siempre bien las genuflexiones delante del Santísimo; que en todo se vea el anhelo del alma [177] de darle gusto a Jesús, de mostrarle respeto, amor. Al mismo tiempo que le debemos amor, por el amor le debemos respeto. Es el Verbo Encarnado, es el Dios Hombre; honrándolo a Él, honramos la Divinidad, honramos al Padre Celestial que nos lo dio, honramos al Espíritu de Dios que realizó el misterio de la Encarnación del Verbo.

Hagamos, amadas hijas, antes de terminar esta meditación, un breve examen, una breve revisión de nuestra vida eucarística.

104

Las que acaban de entrar, las postulantes, acerca de su vida en el mundo; a ver si han procurado manifestar amor y gratitud, si han sabido corresponder en parte a ese amor con que Jesús se quedó por nosotros, por cada uno de nosotros en particular, como se quedó por todos en general. Si hemos correspondido o hemos sido almas tibias, sin ese amor vivo y generoso.

Si así fuera, debemos sacudirnos y despertar el entusiasmo por nuestra vida eucarística; hacer oración, pedir a Dios, pedir oraciones aunque no digamos para qué.

Cuando este fuego se encienda, amadas hijas, entonces el Instituto será un centro de irradiación poderosísima en el mundo, se fundarán bien las almas en la perfecta caridad. Si las almas no se unen entre ellas, es porque la vida del espíritu, ese fuego, ese amor de Dios está faltando.

Unidos y transformados en esos rayos eucarísticos, nos sentiremos una sola hostia con la Hostia, una sola cruz con la Cruz de Cristo, para que tengamos una sola gloria con Cristo, siendo poseídos por su Espíritu, ese Espíritu divino en el que clamemos ABBA PATER, y en el que glorifiquemos eternamente a la Trinidad Santísima.

ASÍ SEA. [178]

Espíritu Sacerdotal (179) Sábado- Junio 24 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Sabemos que uno de los puntos en que especialmente quiere el Instituto participar del espíritu de las Obras de la Cruz, es el espíritu sacerdotal.

Las Obras de la Cruz tratan de honrar muy especialmente el Sacerdocio del cual el Verbo quiso servirse para la glorificación del Padre, para la glorificación de la Trinidad Santísima y para la salvación de las almas.

Honramos el Sacerdocio eterno de Cristo que dará gloria eterna a las Divinas Personas, que cantará la gloria de Dios; ese Sacerdocio en el que tenemos los hombres un abogado poderosísimo al que nada se puede negar.

Por eso el Corazón de Cristo, buscando lo más grande que pudiera dejarnos, quiso permanecer con nosotros en la Eucaristía y en el Sacerdocio.

Sin el Sacerdocio no tendríamos la Eucaristía, sin el Sacerdocio no tendríamos quién ofreciera el gran sacrificio, quién siguiera perpetuando aquí en la tierra aquella oblación divina del Calvario.

Quiso Jesús irse y quedarse, quedarse en la Eucaristía y quedarse en el Sacerdocio para formar las almas, para prepararlas a alimentarse de la Eucaristía, para ayudarles en su transformación en Cristo.

Pero sobre todo para alcanzar por medio de ese Sacerdocio la gloria de su Padre y la salvación del mundo. Quiso participar a todos aquellos escogidos por Él, los cuales recibirán por su divina mediación, esa vocación santa sacerdotal. Y Jesús se quedó con nosotros en el Sacerdocio; ¡cómo debemos agradecerle ese don! [179] 105

¿Quién es, amadas hijas, el que nos ha incorporado a la Iglesia por el Bautismo?

El sacerdote. ¿Quién nos absuelve de nuestros pecados y nos prepara a recibir la Sagrada Eucaristía? ¿Quién nos perdona los pecados todas las veces que necesitamos del perdón aquí en la tierra? El sacerdote, el representante de Cristo. Él intercede por nosotros, él es el mediador entre el cielo y la tierra, él ha recibido todo los poderes del mismo Cristo Nuestro Señor.

Cuando envió a sus discípulos a predicar por todo el mundo, hizo patente ese poder: “Me ha sido dato todo poder, id y enseñad...”! ¡Qué cosa tan seria, amadas hijas, tan grandiosa, esa delegación de poderes extraordinarios! Nunca los reyes de la tierra ni los grandes del mundo han podido hacer cosa semejante.

Los poderes del mundo son limitados al pequeñísimo radio de acción donde ellos dominan. Los poderes que Dios no ha dado son divinos porque vienen de Él; son universales, son eficacísimos a favor de las almas! ¡Cuántas veces las almas desearían escuchar la voz de Jesús para que disipara sus dudas, para saber cómo conversar con Él! Pues todas esas cosas quiso Nuestro Señor que fueran verdades quedándose en aquellos que Lo habían de representar y por eso cuando el sacerdote, en virtud de su ministerio aconseja, proyecta luz sobre las almas, puede decirse que es Cristo el que está hablando.

De allí que en todas nuestras necesidades recurrimos siempre al sacerdote.

Pero, amadas hijas, Dios quiso poner tesoros tan grandes en vasos frágiles. El sacerdote, a pesar de los grandes poderes que tiene, no deja de ser hombre y por lo mismo sujeto a miserias humanas. El está rodeado de gracias a las que debe corresponder, de poderes tremendos que necesita saber aprovechar y ordenar a la gloria de Dios.

De la vida de perfección, de la santidad del sa[180]cerdote, dependen muchísimas cosas, en primer lugar la gloria de Dios, después la santificación y la salvación de innumerables almas.

Es la vida sacerdotal una vida preciosa que hay que cuidar y asegurar en su pleno desarrollo. Y cuando Dios suscita almas sacerdotales, almas que estiman y quieren honrar el Sacerdocio de Cristo, les inspira siempre el deseo de ofrecerse a favor del sacerdote; les inspira el deseo de inmolarse para que su vida sirva de sostén a esas vidas sacerdotales y sus sacrificios alienten esas almas.

Recordáis aquel hermoso ejemplo de alma sacerdotal que fue Teresita del Niño Jesús; cómo gustaba sacrificarse por los sacerdotes, ofrecerse, inmolarse, todo por los sacerdotes, sus cansancios, sus fatigas; por aquellos que más lo necesitan; para que los misioneros no desmayaran y tuvieran fuerzas.

Por eso ella, como dijo uno de sus historiadores, trabajó multiplicando y además logró dar el consuelo más grande al Corazón de Cristo.

Decía Jesús a un alma que lo más dulce y lo más amargo en su Corazón era precisamente el sacerdote. Dulce cuando ese Sacerdocio responde a todo lo que Él quiere, amargo cuando hay desviaciones, cuando se tienen que lamentar faltas de 106

fidelidad a la vocación.

Entonces se comprende por qué Jesús ama tanto al sacerdote, lo considera como la niña de sus ojos y está presto a acudir en su auxilio. Allí está, asegurando su presencia en el mundo. En el sacerdote ha depositado la gloria del Padre y la salvación de las almas y como ama a su Padre con amor infinito y también a las almas, por eso quiere que cumplan su misión estos sacerdotes elegidos suyos.

Para que la cumplan, quiere rodearlos de amor, de ternura, para que encuentren en Él todo lo que les haga falta, para ser dignos de la misión que han recibido. [181] Siendo vasos frágiles, es preciso cuidarlos. Esta es la misión de las almas sacerdotales, sacrificarse por el sacerdote, seguirlo desde su cuna hasta su cruz porque la formación del sacerdote requiere un trabajo enorme; hay que formarlo desde niño, desde aquella temprana edad en que viene preparándose ya la acción futura del sacerdote.

Hay que pedir por todos los niños que tienen esa vocación, para que desde niños la cuiden. Hay que cuidarlos en sus estudios y cuando llega el momento de recibir la unción santa y a lo largo de su apostolado; en sus horas amargas, hasta que mueren y más allá de la muerte, hasta el purgatorio para que salgan pronto de ese lugar de prueba y vayan a ocupar el lugar que Cristo les tiene preparado en la Casa del Padre.

Si sacerdote y víctima se identifican, amadas hijas, también el alma sacerdotal tiene que participar de esa misión.

A mí me parece, y creo que es la realidad, que se necesita una vocación especial para realizar esto. Así como el sacerdote tiene que ser llamado especialmente, así las almas sacerdotales, las que sin ser sacerdotes tienen este atractivo, estos sentimientos y afectos, necesitan también una misión especial.

El Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, al llamar las almas a formar parte de sus miembros, les asegura por el hecho de su vocación, ese espíritu sacerdotal.

Puede decirse que es una de las características, y gracias a Dios, yo he notado en la mayor parte de ustedes, en unas más que en obras, pero en general en todas existe ese estímulo a la generosidad, al sacrificio a favor del sacerdote.

Si participan de la misión, en cierto modo tienen que participar también de su cruz, como han de participar de su gloria. Las almas sacerdotales tienen que ser almas víctimas, almas generosas dispuestas a lo que [182] Dios quiera de ellas. En eso consiste el estado de víctimas; una entrega total a la voluntad de Dios.

Deben ver como natural el que encuentren algunas cosas que sufrir en su vida, porque allí está, digamos, el alimento con que tienen que dar la vida a otras almas, y más bien cuando no tuvieran nada aparentemente que sufrir, deberían preocuparse porque no fuera a faltarles ese alimento espiritual para las almas.

El sacrificio, aun cuando sea pequeño, pero con esas intenciones, produce efectos maravillosos. El día en que vuestros sacrificios y oraciones alcancen la santidad para un solo sacerdote, podréis cantar victoria porque vuestra vida estará muy bien aprovechada.

107

La acción del sacerdote santo es inmensa, no podemos calcular la gloria que le da a Nuestro Señor; el sacerdote santo sabrá apreciar más los dones divinos y aplicar con divina inteligencia los méritos de Cristo Nuestro Señor a favor de las almas; tendrá un celo que lo haga correr en pos de las almas; no será indiferente a que se salven o se pierdan; y sobre todo tendrá grande anhelo de la santificación de las almas, porque un alma que no se santifica, no le da toda la gloria que debe darle a Dios Nuestro Señor.

Dios tiene que sacar su gloria principalmente de esas almas.

El sacerdote santo forma esas almas, su descendencia espiritual es santa. Dice el Señor: “el que es fervoroso, forma almas fervorosas, santas; el que no, únicamente hace ruido sin provecho”...

Si el consuelo para el Corazón de Cristo son sus santos, si el cielo es la morada de los santos, ¡qué dicha será para el sacerdote alcanzar la santidad y dar a la Trinidad Santísima esos consuelos!

Vosotras, como Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, debéis alcanzar la gloria de las Divi[183]nas Personas; pero esa gloria está principalmente en la santificación de vuestras almas y para lograrla necesitáis alcanzar las gracias de la santidad sacerdotal; todas las gracias vienen a la tierra a través del sacerdocio.

Entonces, si la santificación y salvación de las almas depende del sacerdote en gran manera; si la suerte de innumerables almas y pueblos está ligada a la actividad sacerdotal, se comprende la necesidad urgente que hay de alcanzar, cueste lo que cueste, esa santidad sacerdotal.

Decía el Señor a una de sus almas escogidas, que ningún medio humano podrá detener esta ola del mal, solamente una valla, una barrera de sacerdotes santos.

Entre el demonio y las almas una barrera de sacerdotes santos, ése es el remedio; y la santidad de las almas consagradas a Dios depende también de la santidad sacerdotal. ¿Por qué no le damos gusto al Corazón de Cristo, por qué no nos interesamos por eso?

Pero, amadas hijas, no hay que imaginarse que para cumplir esta misión, para ser almas sacerdotales se necesita estar en continuo contacto con el sacerdote, servirle algo así como de director espiritual...

Este es un error. Claro que si ocasionalmente se pudiera hacer algo directamente, está bien; pero no es eso, no consiste en eso. Las almas más sacerdotales serán las más silenciosas. Que ofrezcan sus sacrificios, que estén pidiendo y sacrificándose en el ocultamiento, en el silencio.

No es necesario publicar las cosas, ni que se sepan, ni saber que pido por determinado sacerdote, ni siquiera conocer su nombre, su lugar de nacimiento y todos los detalles.

No sencillamente pedir por aquél que esté más necesitado de mis pobres oraciones, y que sepa Dios [184] únicamente. Quiero hacer esa advertencia, amadas hijas, porque cuando no se entiende así este espíritu sacerdotal, se llegará a cometer verdaderas imprudencias que en lugar de remediar las cosas, las complican, hacen 108

daño a los sacerdotes y no se obtiene ningún provecho, antes al contrario.

El espíritu sacerdotal que existe en las Obras de la Cruz, el que debe existir en esta institución, hija legítima de las Obras de la Cruz, aprobada y bendecida por el Fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, director nato de las Obras de la Cruz, no debe entenderse así. Se necesita gran discreción, tino prudencia; y cuando falta esto, con la mejor intención, amadas hijas, se cometen lamentables errores. ¡No vayan a ser ustedes causa de que se cometan esos errores! ¿Quieren ser almas sacerdotales? Inmólense por los sacerdotes. Sean humildes, silenciosas, que lo que hagan lo sepa Dios y nadie más. ¿Quiénes son los sacerdotes que van a santificar? En el cielo sabrán y los conocerán; aquí no hace falta. Hasta que les alcancéis esa santidad; y en el cielo alabaremos eternamente al Señor por todo lo que ha hecho.

Pero en la tierra hay que proceder en esta forma. Se necesita ser muy equilibradas. Una alma ligera, inquieta, que se anda metiendo en esos asuntos, corre grande peligro; quiere tomar papeles que no le corresponden. Tal parece que quiere ser conejera, directora espiritual del sacerdote, que tiene que decirle lo que debe hacer...

No, quien los mueve directamente es Cristo Nuestro Señor, el Jefe divino.

Ustedes entiéndanse directamente con Cristo; por Él vendrán las gracias!

Precisamente el alma sacerdotal tiene que par[185]ticipar de la cruz del sacerdocio y esa cruz vendrá en la forma que Dios quiera; Él es el único que puede escoger.

Por eso las cruces que Dios Nuestro Señor nos manda, no podemos rechazarlas porque han sido bien escogidas por quien sabe, por quien nos ama, por el único que puede poner remedio a todas las cosas, a todos los males.

El Instituto en su espíritu es sacerdotal; por eso amamos a Jesús de una manera muy especial como a nuestro Sacerdote que siempre pide por nosotros. Fue al cielo a prepararnos un lugar. ¡Qué hermoso es ese papel sacerdotal y cuánta confianza debe darnos saber que en cielo Jesús no nos deja huérfanos, no deja las almas sino que las cuida a través de sus representantes a los que ha escogido para tan grande dignidad sacerdotal!

Hemos visto varios aspectos del amor que le tenemos a Jesús en su Sacerdocio.

Veneros preciosísimos para alimentar la piedad cristiana, para llevar las almas a la perfección; estímulo grande para las que quieren emplear su vida en la mejor manera, sacando grande provecho a sus sacrificios. Estímulo para poder sufrir y para querer sufrir más por la gloria de Dios.

Me decía un alma que era de veras alma sacerdotal, una persona que vivía en el mundo, durante su gravedad, pues murió, que lo único que la sostenía en aquel sufrimiento tan grande, era pensar que todo lo ofrecía a favor de los sacerdotes.

Esto constituía un grande estímulo para su sacrificio. Espero que Dios Nuestro Señor allá en el cielo le habrá dado el premio en una corona de sacerdotes santos ya que tanto padeció por ellos.

109

Es la corona que todos debemos buscar, interesarnos unos por otros, pedir, orar, sacrificarnos. Nosotros, por propia vocación, tenemos el ofrecernos como [186] víctimas a favor de los sacerdotes, trabajar a favor de ellos, ocuparnos de la dirección. A nosotros sí, la Iglesia nos confía esto, tenemos que ser directores; pero ustedes no, ustedes almas víctimas a favor de los sacerdotes.

Terminemos esta meditación pidiéndole al Espíritu Santo que nos ilumine para comprender la naturaleza y esencia de esa vocación sacerdotal, como la debe practicar el Instituto y como debe vivirla cada alma.5 Grande respeto por el sacerdote, precisamente teniendo en cuenta su dignidad.

Y si por un acaso el sacerdote mismo no diera lugar a ese respeto, nosotros siempre respetarlo y tratar de imponer ese profundo respeto. Ver siempre al sacerdote como cosa de Dios, cosa sagrada.

El sacerdote es un alma consagrada a Dios. Cualquier falta que se cometiera hacia un sacerdote es sacrilegio como el de profanar las cosas sagradas.

Al sacerdote debemos respeto y veneración; y proceder siempre con un espíritu completamente sobrenatural. Si no se entienden las cosas así, amadas hijas, vuelvo a insistir, hay grande peligro para las almas. ¡Que Dios Nuestro Señor aleje del Instituto y de sus miembros esos peligros! y lo encarrile definitivamente por aquella espiritualidad que Él quiere, de sacrificio, de inmolación voluntaria para realizar esa vocación santa y dar el consuelo al Corazón de Cristo, de verse coronado por millares de sacerdotes santos y mediante la santificación de estos sacerdotes santos, de ver santificarse otras muchísimas almas y salvarse el mundo entero.

ASÍ SEA. [187]

Espíritu Sacerdotal (188) Domingo 25 de junio 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Insistamos todavía en algunas ideas acerca del Sacerdocio y de la unión que debe existir entre las almas, especialmente las almas sacerdotales.

Al unirse la naturaleza humana con la divina en la Persona del Verbo el día de la Encarnación, comenzó la oblación sublime, el gran sacrificio de Cristo, aquel sufrimiento íntimo, aquella cruz íntima que formaba la esencia de su sacrificio íntimo.

Cristo debía consumar esa vida de sacrificio muriendo en la Cruz y suspiraba por aquel momento. Por eso, al contemplar la Cruz, le abrió los brazos con ardor y con amor infinito, porque iba a consumar la obra que ya había comenzado pero que quería perfeccionar en el sacrificio de su propia vida, en aquel momento solemne en que había de ser inmolado en el Calvario.

5

En el texto original se repite dos veces este párrafo.

110

El sacerdote espera con ansias la hora de su consagración; si lo considerara bien, esa hora marcaría siempre el principio de su sacrificio.

Tenía razón, y una visión muy profunda, la madre de Don Bosco cuando le decía: “sábete hijo, que desde el momento en que seas consagrado sacerdote, comenzarás a sufrir”... ¿No había sufrido antes? ¿No sufrirá el sacerdote antes? Seguramente que sí, pero el sacrificio más grande, más fecundo, más doloroso, tiene que ser aquél que se une al de Cristo, que copia el sacrificio de Cristo Sacerdote Eterno.

No hay sacrificios tan íntimos y dolorosos como los sacrificios sacerdotales, por esa misteriosa unión que existe entre el sacrificio del sacerdote y el sacrificio de Cristo.

[188] Como forman un solo sacerdocio, esa unión también forma un solo sacrificio.

Nadie puede imaginar la grandeza de ese sacrificio que es en el sacerdote la participación al sacrificio de Cristo.

Cuando el sacerdote ofrece el sacrificio en el altar, cuando inmola la divina Víctima, propiamente está ofreciendo el mismo sacrificio de Cristo, sólo que uniendo la contribución de su sacrificio personal. ¿Qué cosa puede glorificar más al Padre y a la Trinidad que ese Sacrificio de Cristo? La misión del sacerdote es grande, amadas hijas, tiene en sus manos esa arma poderosísima para dar gloria a Dios y no conoce límite el poder de esa Víctima divina.

Por eso no debemos extrañarnos de que el sacerdote todo lo pueda principalmente en el altar, al ofrecer el sacrificio de Cristo; y como siempre une su propio sacrificio al de Cristo, todos los sacrificios del sacerdote, siendo eminentemente sacerdotales, van a contribuir en una manera extraordinaria a la gloria de Dios.

Hermosa es, amadas hijas, sobre todas las horas, esa hora en que se une el sacerdote en la tierra a Cristo Sacerdote Eterno, para inmolarse por la gloria de Dios y por la salvación de las almas.

Jesús apareció en este mundo lleno de gracia y de verdad, porque era el Verbo de Dios hecho Hombre. Nosotros, los que recibimos la gracia de la vocación sacerdotal, nacemos en pecado y somos justificados por la gracia con los méritos infinitos de Crist, y para poder acercamos menos indignamente a ese altar del sacrificio que contemplamos a los principios como en lontananza, necesitamos emprender una vida de sacrificio y de renunciamiento, pero sobre todo una vida de amor. El amor tiene que ser la base del sacrificio y darle su fuerza al renunciamiento. [189] Recordáis cómo Jesús cuando iba a confiar a Pedro el primado de la Iglesia, lo examinó sobre el amor: “Simón, me amas más que a éstos”?... Y en el fondo del corazón pregunta siempre al sacerdote: ¿me amas más que estas almas, más que todas las comodidades que vas a perder para tomar el camino de la Cruz?

Si el sacerdote puede, en la sencillez del corazón responder con el Apóstol: ¡Señor, Tú sabes que te amo!, entonces puede seguir adelante. Pero si no tuviera ese amor, si no tuviera celo por la gloria de Dios y salvación de las almas, no sería apto para el sacerdocio.

111

Cuando el candidato a sacerdote se prepara a recibir la unción sacerdotal, tiene que emprender esa serie de purificaciones en su alma y hacerla subir las altas escalas del amor; esa preparación necesita muchos cuidados.

Ayer os decía cómo las almas sacerdotales tienen una parte muy principal en esa preparación, cómo les toca cuidar al sacerdote desde su cuna hasta el altar.

Pero no acaba la misión de esas almas que ayudan al sacerdote, en el momento en que es ungido. Yo diría que entonces comienza el principal cuidado que deben tener de él porque entonces ya tiene el sacerdote los poderes divinos y es preciso que siempre los sepa aprovechar y ejercer dignamente.

No puede existir vida de sacerdote sin santidad, sin vida de sacrificio, pero siempre unido al de Cristo que todo lo pagó y todo lo alcanzó. Se comprende por qué cuando Dios Nuestro Señor quiere conceder las grandes gracias a las almas, comienza por crucificar al sacerdote.

Nada resiste, amadas hijas, la oración del sacerdote sacrificado y crucificado. Si nosotros fuéramos generosos y quisiéramos cumplir siempre generosamente nuestra misión, tendríamos que clamar al cielo y decir a Jesús con la verdad y sinceridad de nuestro cora[190]zón sacerdotal: Señor, ¡crucifícanos porque solamente crucificados con Cristo podemos alcanzar la gloria de Dios y la salvación de las almas!

Es una señal de predilección por parte de Dios, el que pueda sufrir el sacerdote; es garantía para las almas ese sufrimiento. Por eso cuando se quiere alcanzar una gracia y se ve al sacerdote crucificado, entonces no se puede dudar del éxito de la empresa.

Esto, amadas hijas, debemos tenerlo presente los sacerdotes, pero también las almas sacerdotales, porque también ellas tienen que ejercer ese sacerdocio espiritual, celebrar esa misa mística que tiene que convertirlas en salvadoras de almas, y para triunfar necesitan estar crucificadas.

Quitemos ese concepto que tenemos a veces del dolor, concepto erróneo, pues creemos que cuando sufrimos es porque Dios está contra nosotros. Nunca estamos tan cerca de Dios y Él tan cerca de nosotros, como cuando sufrimos, y por tanto, nunca somos tan poderosos como cuando estamos crucificados.

Comienza por pedir víctimas el Señor y los grandes problemas mundiales se han solucionado cuando se han multiplicado las víctimas y más si son puras.

Os he dicho con alguna frecuencia y quisiera que no lo olvidéis, que vuestro ideal debe ser éste: Hacer de la Misa vuestra vida y de vuestra vida una Misa.

De allí debéis sacar la fuerza para poder aprovechar la vida y vivirla dignamente.

De allí sacaréis la gracia del Espíritu Santo, la presencia de ese mismo Espíritu de Dios.

Así como cuidamos la vida natural, debemos cuidar la divina y para esto estar siempre cerca de esa fuente de la vida. No importa que no veamos con los ojos del cuerpo lo que pasa en el altar, la Eucaristía es [191] un misterio de fe y por lo tanto debemos asistir al Santo Sacrificio llenos de fe, con espíritu de fe. No vemos pero creemos, esperamos, amamos y en la medida en que creemos, en esa medida sacaremos provecho y gracias.

112

Debéis dar el primer lugar de vuestra vida a ese Sacrificio, prepararos a él como el sacerdote, haciendo el bien, cumpliendo el deber, esmerándoos por llegar menos indignamente a esa hora sublime, y decir todos los días con el sacerdote: Subiré al altar de Dios que alegra mi juventud; ese Dios que alegra la juventud perenne de las almas precisamente en el altar.

Debéis hacer de vuestra vida una Misa, convirtiéndoos en hostias para ser ofrecidas con la Hostia; hostias de la Hostia, partes de la misma Hostia, como formando el Cuerpo místico de Cristo.

Para eso prepararse con sacrificios como se prepara la Hostia que va a ser consagrada. Se escoge el mejor trigo, la mejor harina para ponerla bajo el fuego, para convertirla en el pan que ha de ser consagrado.

Así el alma, se purifica también, pasa por el crisol del sufrimiento. Este fuego podrá purificarla más para convertirse en hostia.

Ofrecimiento sincero, humilde, del alma, para asociarse en el sacrificio de Cristo. ¿Cómo podría ser rechazada un alma que se ofrece así para la gloria del Padre?

El acercamiento de un alma al altar es el triunfo de Cristo: “Yo cuando sea elevado en alto, todo lo atraeré hacia Mí”... Esa atracción nunca es tan efectiva como cuando nos acercamos al altar. Señor, aquí estoy, purifícame, ofréceme, quiero ser hostia, quiero ser víctima contigo, quiero ser glorificadora de la Trinidad Santísima en este gran Sacrificio!

Jesús no rechazará a esas almas, sobre todo si se acercan con sinceridad, aun cuando lleven algún [192] temor, ese temor que llevaba San Pedro y que le hizo conmoverse y llorar lágrimas ardientes, al ser tres veces interrogado por Cristo a Quien había negado. También nosotros podemos ser infieles a nuestra vocación, traicionar a Cristo, también puede flaquear nuestra vocación, nuestro amor; pero no es ése nuestro deseo, sino el de ser fieles.

Cuando queremos asegurar nuestra fidelidad en la unión con Dios, abracémonos a la Cruz de Cristo, ofrezcamos Su Sacrificio y ofrezcámonos con Él, celebrando esa misa mística, uniéndonos al sacerdote en su misa real, y haciendo de todos los momentos de nuestra vida una Misa. Así debemos ofrecernos, en esa sencillez.

Pero ¡cuánta generosidad se necesita para no detenerse en el camino del amor!

Dios cuando da, vuelve a dar más y más sin cansarse. Y nunca somos tan de Dios como cuando hemos recibido el sufrimiento.

Me conmovió profundamente un sacerdote santo que antes de morir se me quedó viendo fijamente y me dijo: “Padre, usted está muy comprometido con Dios porque le ha dado mucho....” “Sí, le contesté, por eso busco amigos que me ayuden...”

Pero en el fondo yo pensaba en las gracias que he recibido. Bastaría la gracia de la unción sacerdotal para tener con el cielo un compromiso que nunca pagaremos.

Por eso yo pedí a Nuestro Señor que me diera almas para que me ayudaran a agradecer mi sacerdocio; de allí nació el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

113

Es un origen lleno de caridad por parte de Aquel que quiso que existiera; una obra de caridad sacerdotal por parte de quienes forman el Instituto, y es el medio de que yo puedo valerme para aumentar y ha[193]cer más perfecto ese himno de acción de gracias por mi Sacerdocio.

Pero no quiero pensar sólo en mí; yo quise pensar en mis hermanos del Sacerdocio; ése es el regalo que les he querido hacer, que deseo darles a partir del mundo y desde ahora; ayudarles a dar gracias por su vocación. Para esto es el Instituto hasta el fin del mundo.

Así como el Salmista decía: “Misericordias Domini in aeternum cantabo...” así las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad dirán en el cielo: eternamente daremos gracias a nuestro Señor por el Sacerdocio, el de Cristo y su participación a todos los sacerdotes de la tierra. ¡Qué hermosa misión! La Virgen Santísima pidió que diéramos gracias por su Maternidad Divina; a través del P. Ollier, hizo esta petición. Pues yo pido a esa Madre, que dé gracias por mi sacerdocio y que me dé almas para ese mismo fin.

El sacerdote es en orden a los demás, las gracias que recibe son para los demás; no sería sacerdote si no se interesara por la salvación de las almas, por la gloria de Dios. Si yo recibo es para dar. Si me ayudan a dar gracias, esto es para beneficio de todos y es por algo que le da mucha gloria a María. ¿En qué hora podemos hacer más efectiva nuestra acción de gracias, sino en la hora sublime del sacrificio? De allí que yo insista en que concentren sus ojos, su vida entera en el altar todas las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, no como algo pasivo, sino participando también en ese sacrificio.

Cuando tengan algo que sufrir durante el día guárdenlo y en la hora del Santo Sacrificio de la Misa, ¡llévenlo!

Así como se acostumbra en el Ofertorio pedir [194] la limosna a los fieles, que era antiguamente la participación de la ofrenda, así también los ángeles del Sacrificio pasan recogiendo de las almas su contribución al gran Sacrificio de Cristo. Van con su charola dorada, pidiendo esa contribución para ofrecerla en el altar en que se está inmolando la divina Víctima.

Sería muy triste que cuando pasaran los ángeles, nada tuviéramos, ni siquiera algo pequeñito que ofrecer.

Gracias a Dios nunca nos falta, pues por lo menos tenemos el cumplimiento del deber, la fidelidad de nuestras obligaciones, ser exactos y observantes en todo, el cuidado de la perfección en detalles, el modo de rezar, etc., siempre hay algo.

Y si por un imposible no hubiera nada, debemos buscarlos; cuando veamos que va a llegar el ángel y nos va a encontrar con las manos vacías, sería el caso de darnos aunque sea un pellizco... para tener una cosita que obsequiar a Nuestro Señor.

Esta es una contribución al Sacrificio de Cristo el único que vale y dará la seguridad de convertirse en algo grande, a ese pellizco.

Cuando vivamos esa vida, entonces podemos echarnos compromisos, no 114

seremos deudores insolventes, tenderemos con qué pagar. Que nos piden oraciones, está bien, todo lo podemos, no por presunción, sino por la fe que tenemos en la grandeza y eficacia del sacrificio de Cristo Nuestro Señor. Allí en la Misa estaremos pagando todo y todavía quedando ricos.

Amadas hijas, esto hay que creerlo, vivirlo, hacer de ello el centro de la vida. El avaro no vive sino para acumular riquezas, toda su preocupación consiste en ver la manera de aumentar su caudal, su vida es el dinero.

El alma consagrada a Dios, el alma sacerdotal, [195] tiene que poner todo su afán, empeño y cuidado, en cómo participar del Sacrificio de la Misa, cómo vivir ese sacrificio de Cristo, cómo aumentar su contribución. ¡Qué hermoso, amadas hijas! Allí tenemos una base sólida en esos grandes fines del Sacrificio Eucarístico. Por ahora sólo he querido mencionar el de acción de gracias. En él se encuentra envuelto el espíritu de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad; por eso es muy sólido, muy profundo, muy teológico.

A veces algunas personas tienen desconfianza cuando se va a fundar una Congregación y la Santa Sede pide informes acerca de ellas, que se averigüe si no hay cosas raras, si hay fundamento sólido. Pero gracias a Dios, ¿qué más sólido puede ser el fundamento de un institución que quiere glorificar el Santo Sacrificio de Cristo, agradecerlo, unirse a los fines propios de él y cantar con la Divina Víctima la gloria del Padre, la gloria de la Santísima Trinidad en una alabanza perfecta, en acción de gracias, reparación, imploración también perfecta?

Preparad vuestra alma, amadas hijas, para ese Sacrificio diario, para esa misa mística diaria, y preparaos con ansias, con amor, como Cristo se preparó por su ardiente deseo, a aquella hora en que había de ser inmolado en la Cruz.

La misa más hermosa de nuestra vida va a ser la hora de nuestra muerte, cuando los ángeles digan: “Ite Missa est...” ¡se acabó la vida, se acabó la Misa...! Los frutos serán inmensamente grandes.

El día que muramos será la hora más feliz; pero debemos prepararnos a esa hora, ofreciendo muchas veces el sacrificio, purificándonos muchas veces en la Sangre de Cristo.

Ojalá que cuando nos llegue la muerte, nos encuentre unidos a Cristo, llenos de amor llenos del Espíritu Santo. Entonces podremos contemplar la gloria inmensa [196] que corresponde al sacrificio; la gloria de la Cruz es precisamente introducir en ese reino del amor del Espíritu Santo que es el cielo, a las almas fieles que han muerto por la gloria de Dios.

Si nuestra purificación es grande, y grande nuestra fe en el Sacrificio de Cristo, podemos tener una seguridad bien fundada, fundada precisamente en la grandeza de ese sacrificio que nos purificó, de que se abrirán las puertas del cielo para recibirnos.

No esperemos nuestro purgatorio en la otra vida, hagámoslo en ésta sufriendo por amor lo que Dios nos mande y sobre todo amando mucho.

El grande amor es el que purifica y el purgatorio no tiene que ver nada con las almas purificadas por el amor. El amor da vida al sufrimiento.

115

Un alma enamorada de Dios no tendrá purgatorio, pasará de esta vida a la otra triunfalmente, y si acaso, por la fragilidad humana, pudiera tener algo que pagar en el purgatorio, será cosa de pocos minutos, porque llevará caminada la mayor parte.

Amad vuestra vocación, amadas hijas, hacedla efectiva, aprovechad todo lo que tengáis que sufrir en vuestra vida para que contribuya a vuestra santificación; alegrías, penas tristezas; todo llevadlo al altar, asegurándolo en esa alcancía donde se conservará y aumentará.

Terminemos dándole gracias a Dios Nuestro Señor por haberos llamado a esta santa vocación que cada día se perfilará más hermosa, a medida que la viváis también más y que el Espíritu Santo quiera daros su luz para conocerla.

Es el caso de decir con San Pablo: no vale la pena lo que sufrimos en este mundo, cuando nos espera el inmenso peso de gloria en el cielo si somos fieles a nuestra santa vocación. ASÍ SEA [197]

La Devoción al Espíritu Santo. (198) Junio 25 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hemos meditado cómo debemos amar la Trinidad y la Unidad de Dios, es decir honrar a cada una de las Divinas Personas, deteniéndonos a considerar lo que en la Teología se atribuye en especial cada una de ellas. Hemos hablado del amor al Padre y al Hijo y nos resta hablar del amor, de la devoción que debemos tener al Espíritu Santo, a la Tercera Divina Persona de la Santísima Trinidad.

Si el Espíritu Santo quisiera darnos una definición de Él mismo, nos diría: YO SOY AMOR, procedo del Padre y del Hijo en un éxtasis de amor eterno.

Es pues el Espíritu Santo, Amor infinito, es aquel amor con que el Padre ama a su Hijo y con el que el Hijo ama a su Padre. Procede de Uno y de Otro. Dios es amor, pero este atributo se aplica especialmente al Espíritu Santo, precisamente por proceder el amor del Padre para su Hijo.

En las obras que se atribuyen a las Divinas Personas, al Espíritu Santo le corresponde la obra de la santificación de las almas, por ser la obra del amor; y así se llama: Espíritu Santificador.

La caridad, nos dice el Apóstol San Pablo, ha sido infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Entonces debemos mantener relaciones muy especiales de amor con el Espíritu Santo. Dijo Jesús: “Sed perfectos como mi Padre Celestial es perfecto...”

Esto se explica de la siguiente manera: la perfección del Padre consiste en el amor con que se ama a Sí mismo. Ese amor es el Espíritu Santo; luego si nos[198]otros amamos con el Espíritu Santo, amamos como el Padre Celestial se ama y entonces es cuando podremos realizar esa perfección.

Es importantísimo conocer más la Teología de esta Divina Persona, el Espíritu Santo, a Quien muchos llamaron el Dios desconocido y del que los Efesios contestaron 116

a San Pablo cuando les preguntaba si Lo habían recibido: “Ni siquiera sabíamos que existe el Espíritu Santo”...

Ese olvido es en extremo perjudicial para las almas, sobre todo cuando se busca la vida de unión con Dios, cuando se tiene altísimos ideales.

Dice también el Apóstol que sin el Espíritu Santo no podemos ni siquiera pronunciar el Nombre de nuestro Padre Celestial, menos con ese amor, con esa ternura con que lo pronunciaba su Verbo, su Hijo Divino.

Necesitamos gran fidelidad a las mociones del Espíritu Santo. Sabemos que en el Bautismo, al mismo tiempo que se nos infunden las virtudes teologales y otras muchas, se nos infunden también los dones del Espíritu Santo y Dios mismo, la Trinidad Santísima, habita en el alma poseída por la gracia, regenerada por los méritos de Cristo en esas aguas bautismales.

Desde ese momento deberíamos mantener una intimidad muy grande, una fidelidad constante a la acción del Espíritu Santo. Para esto Él nos ayuda con sus dones que son esos hábitos sobrenaturales, esas gracias que nos hacen ser dóciles a sus divinas mociones y que nos van encaminando paso a paso a nuestra transformación en Cristo, modelo supremo de toda perfección.

Debemos amar al Espíritu Santo como se ama lo divino, amarlo como Lo aman allá en el seno de la Trinidad, el Padre y el Hijo. ¿Cómo Lo aman? Como a su propio amor. Así debemos nosotros amarlo.

Pero ¿Cómo hacer, amadas hijas, para poseer [199] este espíritu que nos es tan necesario, sin el cual no podemos siquiera concebir un buen pensamiento?

Hemos hablado de la necesidad de amar apasionadamente, hasta lo último; de sufrir heroicamente, ser hostias, ser víctimas. Y ¿cómo realizar esto en vista de la fragilidad de nuestra alma abandonada a sus propias fuerzas?

Para ello nos es indispensable el Espíritu Santo; no podemos prescindir de Él.

No podemos prescindir del amor de Dios, de nuestros deseos de santificación, de nuestra vocación con todos los sacrificios que ella nos pida. No podemos prescindir de nada de esto que es nuestra felicidad. ¿Qué hacer entonces?

Seguramente, amadas hijas, los Apóstoles, antes de recibir al Espíritu Santo habían escuchado muchas veces la palabra de Cristo que les hablaba de esa perfección. Quizá también al meditar en los sacrificios que imponía, cuando Jesús les hablaba de su Pasión y sabían que tenían que acompañarlo en ella, habrán sentido algo de desaliento, porque eran frágiles, en realidad muy frágiles antes de Pentecostés.

Pero sabemos el cambio tan grande que se obró en ellos cuando recibieron al Espíritu Santo. ¡Con qué generosidad y amor se dedicaron a su obra apostólica! ¡Cómo todos ellos ocuparon el sitial de honor que Dios les reservaba en esa obra! ¡Cómo todos dieron su vida por Cristo! Y ¡con qué cariño, con qué gratitud recordarían los Apóstoles el día de Pentecostés, qué intimidad tendrían con el Espíritu Santo!

Cuando nosotros nos desanimamos y queremos dejar el camino empezado, temiendo el sacrificio, estamos pensando y obrando como almas que no tienen fe, y que no saben la obra que puede realizar en ellas el Espíritu Santo.

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Pero si creemos en la fuerza transformadora y arrolladora de ese Espíritu, de ese Amor infinito, con[200]vendremos en que lo mismo que obró en los Apóstoles, puede obrar en nuestra alma, mandando sus gracias según los planes que Dios tiene en nuestras almas.

Así, iluminada el alma con esa mirada de la Fe, se lanza a cualquier empresa.

Es por eso que necesitamos amar al Espíritu Santo con amor muy profundo, muy hondo, ardiente. No con un amor vulgar. El amor exige correspondencia y debemos corresponder con el mismo amor con que somos amados. La única manera de hacerlo es llenarnos del Espíritu Santo, amar con Él. ¿Cómo haremos para conquistar a este Amigo divino de las almas? Nosotros no merecemos recibir al Espíritu Santo. Donde quiera que Él se manifiesta, ha sido un don gratuito, comunicado por los méritos infinitos de Nuestro Señor.

Cristo, al entrar en el cielo, nos dio su Espíritu, pero en realidad ya nos lo había dado el día de su sacrificio, cuando pronunció sus últimas palabras: “Consummatum est”... En ese momento se reconciliaron el cielo y la tierra y el hombre comenzó a amar con un amor nuevo, profundo, el amor mismo del Espíritu Santo.

Entonces este Divino amor fue un fruto de la Pasión de Cristo y lo sigue siendo siempre. La Cruz comunica la gracia del Espíritu Santo; las almas más crucificadas son las más luminosas, porque son las más poseídas y poseedoras del Espíritu Santo.

El secreto para poseer al Espíritu Santo, amadas hijas, es pedirlo al Padre Celestial por medio de su Divino Hijo, por medio de la Santísima Virgen. Esto es lo que debemos hacer todos los días en la hora del Santo Sacrificio. Allí se llenan las almas de una luz divina que no perciben los sentidos pero que mueve los corazones. [201] El Espíritu Santo exige siempre fidelidad a la gracia, fidelidad al amor, fidelidad a sus divinas inspiraciones. Los soplos del Espíritu Santo son muy delicados; pero nosotros debemos tener siempre el oído atento para percibirlos. ¡Qué dicha tan grande si nuestra vida se mantuviera constantemente bajo la dirección del Espíritu Santo, si nos moviéramos al menor soplo de la gracia!

Un alma sí poseída por ese Divino Espíritu, adivina los pensamientos de Dios, penetra en esas relaciones íntimas de la Santísima Trinidad, tiene grande facilidad para conocer y transmitir las gracias de Dios. Y no se dejará sorprender por los ataque del enemigo que pretende falsificarlo todo, hasta las cosas más santas.

Vosotras, amadas hijas, tendréis que estar en medios paganos, malos; tendréis que ser consultadas alguna vez sobre cosas necesarias para el bien de las almas.

Es preciso que os llenéis del Espíritu de Dios para poder cumplir vuestra misión, para poder defenderos del mal y haceros como impermeables a los ataques del mal, difundiendo en cambio el bien por todas partes.

Un alma llena del Espíritu Santo es un tesoro porque siempre tendrá esos dones de consejo y de sabiduría para el bien de todos los que la rodean. El mundo busca con ansia quién le enseñe a Dios; si no damos a Dios, estamos traicionando nuestra vocación. Por eso, después de poseer a Dios, tenemos necesidad de darlo, dar Dios a las almas y dar almas a Dios.

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Entonces cuando las almas se acerquen a pedirnos un consejo para sentir el estímulo en su vida de amor y sacrificio, es indispensable, amadas hijas, que estemos poseídos por el Espíritu Santo porque entonces Lo comunicaremos. Es el mismo espíritu Divino quien obra a través del alma. ¡Qué facilidad se encuentra entonces [202] para abrir caminos de luz, para realizar las obras de Dios! Tenemos un ejemplo reciente en la vida de nuestro Padre Fundador.

Con mirada llena de Dios, llena de luz del Espíritu Santo, animó muchas almas para que trabajaran por la gloria divina.

Nosotros le debemos la existencia como institución, a esa mirada que supo conocer el espíritu que guiaba la Obra, cuando dijo: “la obra es de Dios”.

Para pronunciar estas palabras con claridad, con verdad, se necesita ser poseídos por el Espíritu de Dios. Si las almas se nos acercan y no las impulsamos, somos responsables del bien que dejen de hacer.

Si están engañadas y no las sacamos de su error, participamos del mal que hagan en su vida.

Por eso necesitamos poseer el Espíritu de verdad, alentar las almas, no ser egoístas, sino proteger toda obra que glorifique a Dios, invocar la ayuda del cielo y los auxilios divinos para todos aquellos que quieren trabajar por Dios.

El corazón poseído por el Espíritu Santo, es un corazón libre, sincero, puro. Este es el tipo de santidad que atraerá las almas y que debe producirse en el seno de esta familia religiosa, en vuestro Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. ¡Cuántas veces hemos hablado de estas cosas, amadas hijas! ¡Cuántas veces hemos consagrado de manera especial vuestro Instituto al Espíritu Santo, al Padre, a Jesús! ¡Ojalá que sepa cumplir su misión y no se detenga ante los ataques de los enemigos, sino que guiado por el Espíritu de Dios, siempre vaya adelante sin cansarse, por un camino de luz y de verdad. Ese camino es el que marca la presencia del Espíritu Santo en la Obra.

Yo anhelo, amadas hijas, dejar en vuestras al[203]mas la convicción profunda de que sin el Espíritu Santo no podréis realizar vuestra vocación, y que debiendo ser amorosísimas, delicadísimas con cada una de las Divinas Personas, necesitáis serlo en el Espíritu Santo, amar al Padre como Jesús, con su Espíritu y que ese Espíritu sea el amor de nuestros amores, la fortaleza, la guía, la luz de nuestras almas.

Se queja el Espíritu Santo de no ser amado, de no poderse comunicar a las almas porque no encuentra recipientes vacíos.

Abramos ese recipiente de nuestra alma; vaciémoslo del mundo para que lo llene Dios, para que lo llene el Espíritu Santo. Consagrémonos a Él en una forma definitiva. “¡Dichoso el espíritu que se me consagra!...” Nadie se me entrega en vano y Yo me esmero en santificar lo que me pertenece”... Son palabras que podemos atribuir con certidumbre al Espíritu Santo, ¿Por qué no consagrarnos y entregarnos plenamente a 119

Él? ¡Ah, amadas hijas! Pero el alma que se le consagra contrae obligaciones especiales. No podemos servir a dos señores; si nos consagramos al Espíritu Santo, tenemos que romper con el otro espíritu; caminar por el amor, por la verdad, por la justicia, y romper con todo lo que significa mentira, rencor, odio, romper con el pecado; asegurar esa fidelidad a la gracia, en la presencia misma del Espíritu Santo.

No seremos fácilmente derrotados, porque el Espíritu de Dios nos da la fortaleza para resistir cualquier ataque del espíritu del mal, del enemigo de Dios.

Yo imploro con todas mis fuerzas, una vez más, la protección del Espíritu Santo sobre esta familia religiosa que busca la gloria de Dios, la gloria de [204] María, la salvación de las almas. ¡El Espíritu Santo estará presente, amadas hijas, siempre! Él hará que el Instituto cumpla su destino. El Espíritu Santo es la garantía más grande que tenemos para poder cumplir nuestra santa vocación.

Pero vuelvo a decirlo, está íntimamente ligado ese Espíritu al Sacrificio de Cristo.

Por eso os repito una y mil veces: haced de la Misa vuestra vida; de allí sacaréis toda la gracia que necesitáis.

ABRAZADOS a la Cruz de Cristo, no dejemos de llamar al Espíritu Santo. El Espíritu de Dios es Espíritu de paz, no se comunica en la intranquilidad, en la turbación.

Su señal es la paz. Si la tenemos, no la perdamos. Si tenemos la certidumbre de que el Espíritu de Dios está entre nosotros, conservémonos en la paz; paz interior y exterior.

Seamos mensajeros de paz, llevemos a todas partes esa paz divina del Espíritu Santo, y seremos siempre bien recibidos, porque el mundo tiene sed de paz.

Pidámosle que nos conceda la unidad entre nosotros mismos. Que permanezcáis unidas vosotras por esos lazos indestructibles de la caridad cristiana. Es la verdadera unidad la que pido para vosotras, la que pidió Cristo en la noche de la última Cena. Es la unidad que pido para mis hijas Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad: PADRE, que sean una sola cosa, que estén unidas por estos vínculos de la caridad, que se amen en el Espíritu Santo, y siendo tan felices en su santa vocación, eviten todo aquello que pueda romper esos lazos benditos que las atan a Cristo y entre ellas mismas.

Allí está el remedio, pidámosle a nuestro Padre Celestial, pidámosle que mande su Espíritu y encienda el fuego del divino amor en cada una de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, las de hoy, las de mañana y las de todos los siglos. ASÍ SEA. [205]

Transformación en Cristo. (206) Día 26 de junio 1961.

Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: Jesús.

Decía Monseñor Gay que para hacer la obra de Jesús se necesita ser otro

Esa obra de Jesús es ante todo la obra de la glorificación al Padre, la gloria de la Trinidad Santísima, la salvación de las almas.

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Para hacer la obra de Jesús, obra que se caracterizó ante todo en cumplir la voluntad del Padre, glorificándolo en la forma más perfecta y que culminó en su sacrificio, necesitamos nosotros ser otro Jesús, otro Cristo; hablando en el término usual de las escuelas teológicas, necesitamos transformarnos en Cristo.

Decíamos que el Padre todo lo hizo para su Verbo, en todo busca a su Hijo; y si lo encuentra en el destello de lo divino que quiso dejar en la creación puramente natural, material, si según nos dice la Escritura, los cielos narran la gloria de Dios y el firmamento anuncia el poder de sus manos, ante todo debe encontrar esa gloria en las almas.

Almas creadas a imagen y semejanza de Dios, almas dotadas de ese destello divino, esa participación divina de la gracia que las transforma.

En las almas ante todo, el Padre quiere encontrar la imagen de su Hijo; quiere encontrarlo a Él, que todo le hable de Él. ¡Ay de nosotros, amadas hijas, si no pudiéramos darle esa satisfacción a nuestro Padre Celestial, si al contemplarnos no contemplara en nosotros a su Divino Hijo, si no reprodujéramos en alguna forma la fisonomía divina de Jesús! ¿Cómo es posible, cómo se realizará esto? Nosotros estamos luchando a veces a brazo partido para no perdernos, para no perder la gracia santificante, para conservarnos en ella. Nos sentimos a veces impotentes contra nuestros enemigos y tenemos que acudir siempre al auxilio de la gracia. Para que realicemos ese ideal de perfección, [206] Dios no nos niega los medios. Por eso el Espíritu Santo toma posesión del alma; esa es la obra del Espíritu Santo, la transformación de las almas en Cristo.

Cuando el día del Bautismo el Espíritu Santo se apodera del alma y arroja al espíritu del mal, según las palabras que dice el sacerdote que bautiza: “Exhi ab eo...¡sal de él espíritu maligno y da lugar al Espíritu Santo...” desde ese momento hasta el momento en que se consuma la vida del alma, la misión del Espíritu Santo es transformarla en Cristo.

Decía San Pablo: “Hijitos míos a quienes de nuevo doy a luz hasta que se forme Cristo en vosotros”,.. Transformarse el alma en Cristo es ofrecerle al Padre Celestial ese gusto de contemplar la imagen de su Hijo en todas partes; esas almas están destinadas a reproducir la fisonomía divina de Cristo y el Padre que quiere encontrar esa imagen divina en todas partes.

Y es precisamente el Espíritu Santo, amadas hijas, el que nos ayudará en esa obra de nuestra transformación en Cristo, primero infundiéndonos el temor del pecado, el santo respeto a la presencia de Dios, la estimación de las cosas divinas y poco a poco encendiendo más y más el amor a Cristo, a ese Cristo a quien tenemos la obligación santa y feliz de reproducir.

El amor acelera la transformación en el Amado; los que verdaderamente se aman tienen igualdad de sentimientos, si no eran iguales, el amor los hace y así puede decirse que hay una especie de transformación.

Pues lo que hace el amor humano tiene que realizarlo en las almas el amor divino. El fuego arrollador, penetrante, sutil, del Espíritu Santo, hará que nuestras almas 121

se transformen en Cristo.

El Espíritu Santo será encargado de realizar esa [207] imagen, esa fotografía de Cristo en el alma; pero ya no es una simple fotografía, sino verdadera transformación en Cristo. Habrá un momento en que pueda decirse que aquel Verbo Encarnado en alguna manera, espiritualmente, se entiende, habita en las almas, y esa permanencia definitiva del Verbo en el alma, acelera su transformación en Cristo.

El Espíritu Santo comienza por dar la estimación de la gracia, haciendo que el alma se conserve en ella, atizando el fuego del amor, llevándola a más altos grados de perfección. Hace que se celebren esos esponsales divinos entre el alma y el Verbo, para sellar un compromiso que por analogía a aquellos que se celebran en el matrimonio, se le compara y se le conoce con esos términos; se habla de esponsales místicos, como de matrimonio espiritual, encarnación mística.

Son términos analógicos, hay que entenderlo, están en el polo opuesto de lo material. Esa unión, esa fusión de almas, ese desposorio con el Verbo, es como una promesa de estabilidad en el alma, que se sellará más tarde con una gracia en la que aparece el Espíritu Santo y que se llama matrimonio espiritual.

Recibe tal nombre para indicar la permanencia de la gracia recibida; así como el matrimonio es indisoluble. Cuando las almas llegan a ese grado de transformación en Cristo, el Espíritu Santo sella esas almas con una fidelidad muy grande como la indisolubilidad del matrimonio.

No porque absolutamente el alma no pueda volver atrás mientras viva, sino porque son de tal manera las gracias recibidas, de tal manera el alma es poseída por el amor divino, que viene a asegurarse su perseverancia y fidelidad en el amor.

Y sigue el Espíritu Santo activando esa trans[208]formación del alma en Cristo para llegar a la perfecta unidad. Entonces quiere que el Verbo Encarnado, que va a reproducirse en el alma, permanezca ya para siempre en ella; a esa última etapa de la vida espiritual, en la que se asegura la presencia del Verbo en el alma, se le llama con el nombre de encarnación mística.

Allí tenemos graduadamente, en una escala de amor y de asistencia divina del Espíritu Santo, todo lo que hace la gracia para realizar esa soñada transformación en Cristo; la cual se realiza cuando el Espíritu Santo derrama sus dones divinos, entre ellos el don magnífico de la sabiduría.

Este don es para preparar el alma a poseer a la misma Sabiduría Increada, para que se convierta en templo, en cuna amorosísima de ese Verbo Encarnado.

Estamos tocando, amadas hijas, las cumbres de la perfección de la vida espiritual, porque en realidad la vida se consumará espiritualmente, cuando el alma se transforme en Cristo. El alma se santificará cuando se transforme en Cristo.

El modelo de toda santidad es Cristo, la imitación de Cristo es siempre la meta de la perfección. Cuando comenzamos a dar los primeros pasos, decimos que vamos por el camino de Cristo, buscando a Cristo; y cuando se ha realizado la plena fusión, puede afirmarse sin exagerar aquello que decía San Juan Crisóstomo del gran San Pablo: “Cor Pauli, Cor Christi”, el corazón de Pablo, el Corazón de Cristo.

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Así puede decirse también en cuando es posible, de todas las almas transformadas: el corazón de esta alma es el Corazón de Cristo, el amor de esta alma es el amor de Cristo; esta alma habla de Cristo.

De San Francisco de Sales alguien decía que su apariencia exterior era de Francisco, pero en realidad en su interior se manifestaba Jesús, aparecía la figura de Jesús. [209] ¡Qué elogio puede haber más grande para un alma, que asegurar de ella que reproduce a Cristo, habla de Cristo! Esta sola alma puede realizar la glorificación plena del Padre Celestial en cierta manera. El Padre la contemplará con infinita ternura; no verá sus miserias, ve la preciosa joya que está engastada en ella, su amadísimo Hijo.

Esta etapa de la vida espiritual en que el alma se transforma en Cristo, se caracteriza por una fecundidad extraordinaria espiritualmente hablando.

Si los corazones se unieron en verdadera fusión, se realiza también en comunicación de bienes, señal del amor, y una revelación de secretos. El alma es dueña de todos los bienes, dispone de los tesoros riquísimos del cielo; por eso se dice que Dios hace siempre la voluntad de los que ama, pero en realidad los santos son los que hacen la voluntad de Dios porque Dios siempre los mueve según su beneplácito; piden lo que Dios quiere que pidan y su oración en cierto modo puede decirse infalible, se realiza siempre.

Es entonces cuando el alma lleva a cabo la obra de Cristo, la gloria del Padre, la salvación de las almas; una palabra de un alma transformada abre el cielo a otras muchísimas almas que estaban en peligro de perderse. La oración del alma transformada, conmueve el Corazón de Dios y hace que el Espíritu Santo descienda a las almas.

Hay muchas de esas almas regadas por el mundo, que vinieron al mundo con designios especiales de amor y glorificación para Dios; almas expuestas a todos los peligros, que nacen en medios adversos a veces y sin embargo no dejan de tener vocación a una vida de perfección, no dejan de estar llamadas a reproducir a Cristo, a amar con aquel tinte del amor que, viniendo [210] del Padre Celestial para su Hijo, se cristalizó aquí en la tierra a través de la Virgen Santísima.

Son almas que tenemos que cuidar, que buscar. Por eso yo os he dicho, amadas hijas, que cuando en vuestras misiones, en el trato con las almas, descubráis alguna que lleva señales de predilección divina, indicios de esa vocación divina, no escatiméis medios para llevarla a Dios, para ayudarla, sostenerla, porque quien forma y sostiene un alma de éstas, le da muy grande gloria a Dios Nuestro Señor.

Esa misión es muy especial dentro de los fines del Instituto, buscar almas escogidas y formarlas para que sean el consuelo de Jesús, para que reproduzcan a Cristo y den gloria al Padre, a la Trinidad Santísima.

La gloria, insisto, tiene que darse a través de la santidad, de la unión con Dios y más exactamente a través de la transformación en Cristo. Es lo que nos quiere decir Monseñor Gay cuando dice que hay que ser otro Cristo para realizar la obra de Cristo.

Algunas de ustedes recordarán que cuando llegó la aprobación del Instituto, en la bendición de la Capilla, hablando Monseñor Martínez, decía estas mismas palabras de 123

Monseñor Gay: para hacer la obra de Jesús hay que ser otros Jesús.

Para que el Instituto haga la obra que se le ha encomendado, necesita transformarse en Cristo, transformarse cada miembro y entonces se realizará plenamente esa misión. Quien se transforme a medias, la realizará a medias, quien se transforme plenamente, la realizará plenamente; quien no se transforme, hará otras cosas, pero no lo que se le pide.

Amadas hijas, la grande ilusión que debe animaros es vuestra transformación en Cristo; y no debéis desearla solamente para vosotras, con deseo egoísta, sino desearla para muchas almas, sobre todo aquellas que por vocación, por obligación, tienen que ser otro Cristo, es decir los sacerdotes.

Cuando pedimos por los sacerdotes, no queremos [211] decir que porque tengan defectos; este error escandaliza a algunas personas. Se trata de pedir para alcanzarles gracias de perfección, de más y más santidad; se trata de alcanzar para el sacerdote transformación en Cristo.

Que Cristo baje de nuevo en sus sacerdotes, que nos hable por ellos, nos enseñe por ellos, que el Padre Celestial encuentre sus complacencias en ellos.

Esa es la obra que tenéis que realizar, es lo que debéis pedir, es la herencia feliz y la misión que ha recibido el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Esa misión exige nobleza de alma en quien la va a realizar; por eso yo me he atrevido a decir que las almas que no tengan sentimientos elevados, no son aptas para esto, podrán realizar otras obras pero no ésta.

El alma que tenga estos deseos, no digo que los realice todos desde el principio, pero que tienda a ellos, que sea alma de grandes deseos, que vibre de entusiasmo en su corazón con estos ideales; esa es la que estará en su verdadera vocación.

Vamos a trabajar más seriamente, amadas hijas, en esa obra de transformación; vamos a pedir al Espíritu Santo que no nos deje; es el gran transformador de las almas, y María la gran intercesora para alcanzar esta gracia. ¡Si pudiéramos escuchar su oración más íntima, más eficaz¡ Es precisamente la oración que pide esa transformación de las almas en Cristo, sobre todo de las almas sacerdotales, del sacerdote que tiene la misión de ser otro Jesús aquí en la tierra.

Ya véis, amadas hijas, todo lo que está ligado a la presencia del Espíritu Santo, y qué desgracia tan grande sería que Él nos deje, que nosotros lo dejemos porque Él no nos deja. Cuando se expulsa al Espíritu Santo del alma por el pecado, allí está en una muerte, en una desolación.

Es mentira aquello que dice el pecador: “Pequé [212] y ¿qué me ha pasado?

“Aparentemente todo sigue igual y hasta mejor, se tiene prosperidad, salud, bienes; pero ¡qué error tan grande! Está hablando un sepulcro blanqueado, una fruta hermosa por fuera y podrida por dentro; un alma muerta, a la que se cortaron completamente las alas para volar. ¡Qué desgracia tan grande es el pecado, amadas hijas! Con el pecado sale el Espíritu Santo del alma y ¿habrá mayor desgracia que alejarse de ese Espíritu?

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En cambio, ¡qué alegría saber que el Espíritu Santo está con nosotros! ¡Qué alegría sufrir, estar crucificado! Porque el sufrimiento afecta a la parte sensible, pero el alma en lo más íntimo goza porque se une más íntimamente al Espíritu Santo que busca siempre almas crucificadas o las crucifica puesto que quiere permanecer en ellas, no se quiere ir.

Amadas hijas, no nos cansemos de cultivar la amistad del Espíritu Santo, no nos cansemos de llamarlo, consagrarnos a Él, suplicarle con gemidos inenarrables como Él mismo dice a la oración que ofrece por las almas.

No dejemos de llamarlo para que esté con nosotros. Consagrémosle nuestra alma y otras almas, todas las que queremos asegurar para Dios, para que sea el gran guía, director, amigo, que las conserve, que las ayude, hasta llevarlas a su santificación.

Esta gracia pido, amadas hijas, de una manera especialísima para todas vosotras, para todas las que forman y formarán el Instituto hasta el fin de los siglos; gracias de delicadeza en el amor, de amistad amorosísima con el Espíritu Santo; estimación de la gracia divina para realizar la misión de glorificadoras de la Trinidad Santísima y salvación de las almas.

Si estamos unidos al Espíritu de Dios y Dios está con nosotros, nuestros pasos será siempre llenos de la bendición de Dios. [213] ¡Hay tantas necesidades en el mundo! Se llora la pobreza material, pero hay otra peor, la desolación del espíritu y la desolación de las almas a las que se arrancó la fe.

Todas esperan un alma caritativa, llena de Dios, un alma poseída por el Espíritu Santo que las consuele; la esperan con más ansias que un náufrago en medio del océano espera una lancha salvadora que lo libre de la muerte.

Con más ansias, porque puede perderse el cuerpo a veces y no perderse el alma; pero aquellos a quienes se ha privado de Dios están en peligro de perderse eternamente.

Hay que salvar esas almas, ayudar en esa obra a todos los que trabajen en la Iglesia de Dios y ya veis, por eso en vuestro Instituto se escribió como una portada ese hermoso lema: DIOS Y LAS ALMAS, dar Dios a las almas, dar almas a Dios. ¡Qué misión tan hermosa! No la vayáis a despreciar; nunca creáis que es demasiado lo que Dios os pide para realizar esa vocación.

Como recompensa de vuestros trabajos, tendréis la que Cristo tuvo cuando murió Crucificado: contemplar la Faz del Padre llena de divina satisfacción al ver realizada su voluntad, consumada la redención humana.

Que sobre vuestras almas aparezca, como sobre la Cruz, la mirada del Padre contemplándoos con infinita ternura y abriéndoos su seno para sepultaros eternamente en Él, en los esplendores de la gloria. Así sea.

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Transformación en Cristo. (214) Lunes 26-junio de 1961 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: Indudablemente que el verdadero estado de las almas sólo Dios lo conoce; podemos presumir algo de ese estado, pero solamente Dios guarda el secreto de los corazones, de las almas. [214] En cosa tan importante como es nuestra transformación en Cristo, convendría que tuviéramos algunas ideas, algunas señales por las que conociéramos que nuestra alma se ha transformado. Esa transformación se realizará por el amor y por las virtudes, por esa unidad que pide Cristo a su Divino Padre; “Pater, ut sint unum! “Unidad en el amor del Espíritu Santo.

Ser una cosa con Cristo es amar lo que Él ama, odiar lo que Él odia. El amor que abrasaba a Cristo era el amor a su Divino Padre y a las almas.

Así pues, si nosotros, llenos del Espíritu Santo, buscamos la gloria del Padre y la salvación de las almas, podemos creer que Cristo está en nosotros, y en la medida en que ese movimiento, ese deseo vaya siendo más grande, podemos asegurar que Cristo está con nosotros.

Si por amor al Divino Padre abrazamos con generosidad la cruz de nuestra vida, Cristo está en nosotros. Si al recibir esa mirada del Padre sentimos que el alma se derrite bajo el fuego de una ternura infinita, Cristo está en nosotros. El alma poseída por Cristo, transformada en Cristo, teniendo los sentimientos de Cristo, tiene también un conocimiento experimental, en cuanto puede participarse, de ese amor que el Padre tiene a su Hijo. El alma, al sentirse mirada por el Padre, se derrite de amor, se consuma en el fuego de esa ternura.

Si cuando contemplamos a María, la envolvemos en un mundo de respeto, de ternura y amor agradecido, Cristo está en nosotros. No cabe duda que uno de los aspectos hermosísimos también de esta transformación de ese amor, es el experimentar por la Santísima Virgen grande respeto, ternura, amor agradecido. Son los sentimientos propios del Corazón de Cristo, deben ser los sentimientos del alma transformada en Cristo.

Si cuando contemplamos las almas, ardemos en deseos de llevarlas al seno del Divino Padre para que le den gloria, Cristo está en nosotros. Ese movimiento de [215] celo abrasador por las almas para llevarlas al Padre, procede de la transformación en Cristo.

Si a la vista del mal sentimos una pena profunda porque aleja las almas de Dios, Cristo está en nosotros. Si al contemplar un sacerdote ardemos en deseos de su santificación y para ello nos sacrificamos en algo, Cristo está en nosotros.

Si, en una palabra, buscamos a cada paso la gloria del Padre y para esa gloria la santificación de las almas, Cristo está en nosotros y nosotros en Cristo.

Son algunas de las señales que pueden indicar que el alma se ha transformado en Cristo; si encontramos en nuestra vida esas señales más o menos grandes, 126

intensas, marcadas, encontraremos también la indicación de la mayor o menor transformación del alma en Cristo.

Como modelo de esas almas transformadas, podemos contemplar el alma purísima de María. Así vivió Ella, la llenaba siempre el Espíritu de Dios. Vivió envuelta en la mirada amorosísima del Padre, porque en Ella moraba Jesús; la Santísima Virgen fue la morada predilecta de Cristo nuestro Señor.

Sabemos también que antes de la Encarnación real, poseyó la Santísima Virgen la encarnación mística, de tal manera que el día de la encarnación real, había realizado ya una grande e íntima unión con el Verbo Divino.

Su alma gustó como ninguna de las puras criaturas, la ternura infinita con que el Padre contemplaba a su Hijo; esa ternura le fue comunicada en la misión divina, única, que le fue dada, ser la Madre de Dios. El Corazón de María amaba lo que Él amaba, movido por el mismo Espíritu Santo.

Cuando miraba al Hijo, lo hacía con la mirada del Padre. A la mirada de ternura, amor agradecido y respeto con que Cristo la miraba, correspondía Ella con su mirada de candor, de adoración, de gratitud, mezclada con ese matiz de la humildad. [216] Pero si su humildad la hacía perderse en Cristo, la sabiduría divina que el Espíritu Santo le comunicó, le hizo descubrir la grandeza del sacrificio de la Cruz de su Divino Hijo y tener una fe y confianza que nadie igualaría.

María recibió el amor de Cristo Sacerdote y por eso recibe también al sacerdote como hijo, ya que participa de aquel Sacerdocio único. María ofreció los dolores más grandes de su Corazón junto con el sacrificio de Cristo y su anhelo más ardiente es darle al Padre sacerdotes santos. ¡Quién podrá dudar del poder de María! Con razón se le llama “Omnipotencia suplicante”; su celo es arrollador y busca donde quiera la gloria de Dios. En la Santísima Virgen tenemos el modelo de almas transformadas, de almas sacerdotales y poseedoras del Espíritu de Dios.

Al ir enunciando brevemente estas condiciones, estos requisitos de la transformación en Cristo, seguramente que cada uno de nosotros va observando lo que pasa en la propia alma. Podrá ser que no tengamos la perfección en todas estas cosas, pero sí el anhelo de poseerlas, sí una simpatía grande por esto.

Es lo que hace falta, amadas hijas; para cultivar el espíritu tenemos toda la vida, la vida temporal que Dios nos quiere conceder, la vida especialmente en el seno de nuestra Institución. La Congregación a la que pertenecemos tiene el cuidado de velar por nuestra formación de darnos el espíritu.

Por eso he querido en estos ejercicios recalcar los puntos principales del espíritu; sería conveniente, útil, que os hablara de otras cosas, extenderme más en algunas virtudes, en la materia de los votos. Pero todo eso, siendo tan necesario, no se descuida.

Por eso más bien he querido penetrar en la espiritualidad, en eso que va a dar su colorido a todas las cosas, porque según el amor que tengamos a nuestro espíritu, procuraremos vivir verdaderamente como religiosos; todas las virtudes tendrán ese 127

color. [217] Por otra parte, siempre es un consuelo pensar que tenemos abierta la ruta hacia la perfección, que las gracias alcanzadas por los santos, según la misericordia de Dios y su propia correspondencia, pueden ser una realidad para nosotros; que todos los sufrimientos de nuestra vida, todo lo que podamos padecer por amor de Dios, tendrá siempre su fruto en la adquisición que hagamos de este espíritu, y puede crecer nuestro amor de Dios en cada uno de los actos de la vida si todos los hacemos por amor.

Como cosa especial he querido hablar de esto, al tratar de la devoción que según el espíritu Trinitario del Instituto, se debe tener a cada una de las Divinas Personas; del amor al Espíritu Santo, muy particularmente, pues en la medida en que Lo amemos y tengamos el deseo de su posesión, en esa medida se nos comunicará.

Siempre sacaremos de los tesoros divinos lo que queramos sacar, porque quien se le entrega enteramente, sin límites, correrá por su cuenta para siempre. ¡Qué hermosa palabra! Un día salió de los labios de nuestro Padre Fundador y nos refería que al estar en la meditación vinieron a su pensamiento las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad como una distracción, pero la dejó venir, y se decía: “Estas no tienen nada qué temer, porque corren por cuenta de Dios”... ¡Correr por cuenta de Dios, ser guiados por Jesús! ¡Qué consuelo, amadas hijas, qué consuelo tan grande! ¡Ojalá que el Instituto nunca se haga indigno de esa gracia, la gracia de correr por cuenta de Jesús, estar en las manos de Dios!. Y lo estará porque Dios lo quiere, porque nosotros humildemente se lo pedimos.

Y yo, como encargado de vuestras almas, como representante de Dios ante vosotras, quiero renovar esa consagración al Espíritu Santo, esa entrega a Jesús, para que nos sintamos siempre en sus brazos, para que sintamos que corremos por su cuenta. [218] Amadas hijas, indudablemente que todo esto supone una gracia de predilección por parte de Dios y exige amor de predilección por parte nuestra. Amor con amor se paga. El amor exige correspondencia. Dios mismo no ha dado las armas para combatir y triunfar, al entregarnos su propio Espíritu; con ese Espíritu podemos amarlo, ¡qué ricos somos, amadas hijas!

Que ese Divino Espíritu esté siempre en el corazón del Instituto, en cada una de vuestras almas. Así crecerá el fervor, crecerá la vida espiritual, florecerá la santidad cada vez mayor, colectivamente e individualmente, y habrá una profunda vida espiritual.

De lo contrario, si no estimamos este don, si no lo agradecemos, se va muriendo el ideal, se va llevando una vida raquítica hasta morir y solamente la misericordia de Dios podrá hacer que descendiera de nuevo ese Espíritu suyo para resucitar aquel cadáver.

Espero que esto no sucederá, que la presencia del Espíritu Santo estará siempre con nosotros, lo mismo en días de paz que de guerra, lo mismo en las horas apacibles en que nuestro Señor impida a nuestros enemigos llegar a nosotros, que en las horas de la lucha en las cuales tengamos que sacar todo el acopio de fuerza y valor para vencerlos.

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El Espíritu de Dios estará siempre con nosotros. El Señor estará con nosotros y esa palabra será un consuelo muy grande para nuestras almas; siempre la he dicho porque me hace impresión profunda. La Sagrada Escritura lo repite, para dar señales de la predilección de Dios a los suyos: “EGOERO TECUM” Yo estaré contigo... y el Ángel a nuestra Señora: “Dominus tecum...” el Señor está contigo...

Esa dicha de que Dios esté con nosotros, nos da fortaleza y es la prenda más segura del triunfo sobre todos nuestros enemigos. En un perenne Pentecostés recibiremos esa gracia del Espíritu Santo, sobre todo en el altar cuando el sacerdote ofrece la Divina Víctima. [219] El corazón sacerdotal debe vencer por el amor y por el amor conquistar plenamente el Corazón de Dios. Así quiero yo, amadas hijas, estar en el altar, recibiendo todos los días ese don del Espíritu Santo. Que venga a proyectarse sobre mi alma para que mi Padre Celestial ya no contemple la miseria de su siervo, sino la imagen divina de su Hijo en mi pobre alma.

Con ese poder sacerdotal arrancaré todas las gracias que quiero; la gracia de las gracias para vosotras, la gracia de que el Espíritu de Dios se conserve en el Instituto; que no defraudemos los planes de Dios sobre esa Obra.

Que Dios me conceda esa alegría de poderle ofrecer una pléyade de almas puras, de almas santas, de almas llenas del Espíritu Divino. El os dé fortaleza para enfrentaros a todos los problemas de la vida, para que sean siempre resueltos según el beneplácito divino. ¡Cuánta gratitud, amadas hijas, por esa gracia de tener, entre todos los sacerdotes del mundo, uno que especialmente, por voluntad divina, se ha consagrado a pedir por vosotras, a hacer uso de sus grandes poderes sacerdotales para vosotras!

No digo que el único, serán todos o serán muchos; pero con delegación especial del cielo, por voluntad de Dios, me ha cabido a mi esa suerte, ya que así la considero también, una gracia, la de poder pedir por almas de una Obra tan amada de Dios Nuestro Señor, de una Obra que es de Dios.

La tengo que cuidar; la tengo que cuidar desde mi altar. Mi pobre mirada humana no alcanzaría a proyectarse muy lejos; pero esa mirada en Dios, lo abarca todo. En Dios contemplo todas las necesidades de las almas y en Dios trato de remediarlas; ciertamente en su Nombre, por su gracia, se remediarán.

Una vez más, amadas hijas, terminemos invocando la gracia del Espíritu de Dios, pidiéndole perdón [220] por nuestras infidelidades a la gracia, por nuestra resistencia, nuestra falta de generosidad. Y para pagarlo todo y alcanzarlo todo, ofrezcamos con toda el alma a Jesús como Víctima, por medio del Corazón Inmaculado de María, diciéndole esa invocación que nos es familiar: “Oh Padre, por tu Verbo y por María, dame tu Espíritu Santo”...

Y que ese Espíritu, amadas hijas, permanezca en nosotros para hacer su obra, esa obra de obras que hemos explicado y que ha de ser nuestra transformación en Cristo para la gloria del Padre, para la gloria de la Santísima Trinidad y para la salvación de las almas. ASÍ SEA

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La Sma. Virgen. (221) Martes 27 de junio – 1961 Muy amadas hijas en Cristo nuestro Señor: El Espíritu Santo, Glorificador del Verbo Encarnado, Glorificador de Cristo, es también Glorificador de la Madre de Cristo, la Santísima Virgen, esa alma inmaculada que es la obra maestra de Dios, a la que comunicó una perfección que ninguna de las criaturas habría de igualar.

Y guarda el Espíritu Santo, como un secreto muy suyo, un secreto muy amado, el de la grandeza de María; lo guarda con celo, como se guarda lo divino. Y no quiere revelarlo a las almas que no lo deseen, que no lo contemplen con respeto, que no lo reciban con gratitud.

“Nolite sanctum dare cánibus...” no hay que dar lo santo a los perros, no hay que echar las margaritas a los cerdos...” según la palabra de la Escritura.

Pero cuando Dios quiere, lo manifiesta a quien se lo pide con ardor, y se lo concede misericordiosamente. También a veces quiere revelarlo oficialmente a la Iglesia, cuando se van declarando los dogmas que muestran la grandeza de María.

[221] San Luis María Grignion de Montfort ha hecho popular esta doctrina. El secreto de María está en manos del Espíritu Santo y solamente a quien Él quiere lo revela. Pero ya podemos presumir que si nosotros amamos al Espíritu Santo, que si somos sus íntimos, entonces, según aquella ley de la revelación de secretos en los que verdaderamente se aman, no podrá dejar de revelárnoslo, de darnos a conocer ese secreto divino.

Yo quisiera, amadas hijas, que lo revelara al mundo de una manera muy especial a las almas que forman el Instituto; y si todavía quiere Él darlo en forma extraordinaria a quien más lo desee y más quiera superar en el amor a la Virgen Santísima, yo lo vería lleno de complacencia y gratitud.

Es que en realidad, amadas hijas, el Corazón de María, por ser trasunto del Corazón de Cristo, es un mundo de belleza inapreciable e ignorada. Para entrar en ese santuario, en ese mundo de belleza, se necesita ser conducido por el Espíritu Santo, se necesita la gracia, una gracia que nos haga sentir, apreciar y en alguna manera compartir aquellas bellezas divinas que Dios puso en el alma de María.

Decíamos en otra ocasión, que Dios ha querido confiar el amor y la gloria de la Santísima Virgen al Instituto, y la hemos recibido honrado particularmente dos etapas de su vida, una que pudiera decirse la primavera, otra el invierno de esa vida; el principio y el fin; ese hermoso florecer de todo lo que empieza.

María comenzó llena de gracia, llena de bendiciones de Dios; nació con aquella misión divina de ser la Madre del Verbo hecho carne; por eso nació inmaculada, por eso nació unida como nadie a Dios. ¡Qué secretos de glorificación para Dios guardaría la Santísima Virgen desde Niña! [222] 130

¡Qué afectos tan grandes se despertarían en su Corazón! ¡Cómo soñaría en la gloria de Dios, cómo estaría abrasada ya por la salvación del mundo! Ella participaba de los mismos sentimientos del Corazón de Cristo. Y como participaba de esos sentimientos, de ese amor, participaba también de la Cruz de Cristo.

María desde su Concepción hasta su muerte, participó en forma única de la Cruz de Cristo, de la Cruz íntima, de la Cruz que produjo los dolores misteriosos de que tanto nos hemos ocupado, esos dolores profundos del Corazón de Jesús.

Estuvo presente la Santísima Virgen, como también lo hemos meditado, al momento glorioso, solemne, divino, en que Jesús recibiera en este mundo la unción sacerdotal, el día venturoso de la Encarnación del Verbo.

Comenzó entonces en una forma extraordinaria a vivir esa identidad de sentimientos, a participar más íntimamente todavía de aquel fuego ardiente del Corazón de Cristo, ese Corazón que era alimentado con la propia sangre de la Virgen Santísima, Sangre divina más tarde derramada por las almas; sangre que iba a reconciliar la tierra con el cielo ¡Cuánto celo, cuánto amor, qué fuego en aquellas conversaciones íntimas de la Madre y del Hijo! Ya os decía que según los Santos Padres, tuvo primero la encarnación mística que la real. Entonces aquellas conversaciones eran ya íntimas desde antes; pero podemos decir que se aumentó más aún esa intimidad, después del día venturoso de la Encarnación.

Jesús encuentra un gozo especial de conversar con aquellos que Lo aman, que tienen sus mismos ideales. Jesús nos habla sin ruido de palabras, Él lo dice todo en una sola palabra porque Él es el Verbo de Dios, la palabra divina. Pero esa palabra encierra tesoros de gracias y de amor; esa palabra es dicha y escuchada con gran veneración, con gran cariño por la Virgen María, la que Cristo llama su Madre. [223] Podemos imaginar la conversación de esas dos almas sacerdotales, la del Sacerdote Eterno, Cristo Jesús, Verbo Encarnado, la de María Inmaculada, Madre de ese Verbo hecho Hombre. Allí estaba la glorificación perfecta al Padre Celestial, la oblación de dos víctimas, Jesús, Víctima suprema, y su Madre amorosísima, víctima la más grata a los ojos del Padre, después de Cristo.

Estas cosas las decimos, amadas hijas, como pudiera decirlas una máquina en que se graba. ¡Es tan pobre la apreciación y conocimiento que podemos tener de las cosas divinas! Pero podemos darles también vida, amor, comprensión a estas palabras y es lo que deseamos y pedimos al Espíritu Santo que nos conceda, entrar un poco en la realidad de ese mundo de gracias que es el alma inmaculada de María.

Y si la vamos a contemplar, la contemplaremos en primer lugar en sus relaciones para Jesús, puesto que Ella fue creada para Jesús, nació para Jesús, vivió para Jesús, murió para Él y se identificó en ese ideal divino de Jesús.

Si se le preguntara a la Santísima Virgen por qué vivía o para qué vivía, podría limitarse a decir: Yo vivo para Cristo; amo lo que ama Cristo, y busco la gloria que Él busca, no quiero otra cosa sino lo que Él quiere. ¡Qué hermoso ejemplo para los que deseamos seguir las huellas de la Santísima 131

Virgen!, querer lo que quiere Cristo, como lo quiere Cristo, cuando lo quiere Cristo; recurrir a Él para sacar de su Corazón todo lo que nos haga falta, sobre todo para alcanzar de su gracia, el don de transformarnos en Él, ya que el Divino Padre busca en todas las cosas la presencia de su Verbo, la presencia de su Hijo.

Y sentir nosotros en el alma algo de la alegría que experimentaba la Santísima Virgen en aquellas conversaciones íntimas con su Hijo Divino; participar, en la forma en que nos sea posible, de aquella Cruz que [224] fue su compañera desde el principio hasta el fin. ¡Cuánto gozamos nosotros cuando escuchamos la palabra de Dios! Pero si pudiéramos escuchar esa palabra de los labios mismos de Cristo o de los labios del Corazón de María, qué felices seríamos.

Podemos tener algo de eso, amadas hijas, Dios es muy bueno, es infinitamente bueno y no se desdeña de conversar con sus criaturas; si nosotros nos acercamos a Él con la sencillez del niño, conversará con nosotros, porque Él busca conversar con los sencillos. Si con esa sencillez nos acercamos a Él, nunca nos negará su palabra, esa palabra que ilustra, conforta, consuela.

De los labios de la Santísima Virgen escuchamos también muchas enseñanzas para amar a Jesús, para conocerlo, tratarlo. Se habla mucho del amor con cierto colorido, del amor que debemos tener a Cristo, amor cuya fuente es el Corazón del Padre; amor que se manifestó aquí en la tierra a través del Corazón Inmaculado de María... ¿Y quién mejor que la Santísima Virgen, que poseyó ese Espíritu, ese amor, podría enseñarnos a amarlo, a ser generosos, a no negar nada a Aquel a quien deseamos amar con el amor que ella le tuvo?

No nos negará esto la Santísima Virgen aun cuando seamos pequeñitos, y yo diría que por serlo, nos lo concederá la Virgen María, si nos gozamos en nuestra pequeñez apoyándonos en Dios.

Entonces seremos poderosos en esa pequeñez, en esa debilidad, como dijo la Santísima Virgen en su cántico del Magnificat; entonces cantaremos con Ella la gloria de Dios, y esa gratitud inmensa que sintió en el momento de la Encarnación del Verbo.

Por eso en las Casas de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad se repetirá millares de veces el Magnificat, se cantará, se vivirá, se reza[225]rá; y será siempre animado ese cántico, hermoso con el recuerdo, con la contemplación de la Virgencita, que lo dejó escapar de su alma inmaculada, en las montañas de Judea. ¡Qué hermoso si pudiéramos entrar más en la vida de intimidad de la Santísima Virgen! Pero ya veis, la intimidad con Dios, con la Virgen Santísima, pide quien la quiere, verdaderos deseos y verdaderos esfuerzos.

Hay que luchar contra todos los enemigos que se oponen a que se realice esta intimidad. Son muchos los enemigos, pero tenemos un Amigo Divino, poderoso, el Espíritu de Dios, que se goza en manifestar los secretos de Dios a quien lo desea. Y si el Espíritu Santo es Glorificador de Cristo, se gozará en dejarnos ver esos secretos; en el fondo está el secreto de la gloria misma de Dios, la gloria que Jesús vino a buscar a la tierra.

132

Aquí veis, amadas hijas, esa unidad maravillosa en la espiritualidad del Instituto, la unidad que es signo de la presencia de Dios, unidad en el Espíritu Santo, que indica procedencia divina de las cosas. ¿Cómo podremos dudar que eso viene de Dios? ¿Quién puede humanamente hablando, inventar estas cosas? Son secretos de Dios, secretos de los planes de Dios para glorificación del mismo.

Allí está la Santísima Virgen ocupando su lugar en nuestras Casa, en nuestros corazones; allí está en esa primavera de su vida y en esa otra etapa solemne, grandiosa, la última de su vida. Aquella Virgencita que sintió en su alma el fuego del Corazón Sacerdotal de Cristo, sintió también aquel fuego extraordinario, aquel fuego de amor sacerdotal cuando consumó su sacrificio la Víctima divina, y cuando María, después de la muerte de su Hijo, tuvo que quedar sola, en una soledad desamparada, porque debía copiar al Hijo también en ese aspecto, el desamparo, la desolación. [226] Conociendo esto el Corazón sacerdotal de Cristo, le encomendó el cuidado de esos corazones sacerdotales que comenzaban a latir, que acababan de ser ungidos sacerdotes con la elección de Cristo en la noche suprema del Jueves Santo, la víspera de la Pasión de Cristo.

Allí estaban esos corazones nuevos que necesitaban ser robustecidos por el cuidado de la Santísima Virgen; por eso Ella se quedó para ellos, para Cristo en ellos, porque el Sacerdocio de Jesús era el mismo que habían participado todos.

Allí estaba la Santísima Virgen para cuidarlos, para alentarlos, para conversar con ellos, como con Cristo, sobre la gloria del Padre, sobre la salvación de las almas. Y quién duda, amadas hijas, que lo mismo en las conversaciones que tenía con Cristo, que en las que tenía con los sucesores y representantes de Cristo, el ocuparse de las almas haya pensado en las nuestras. ¿Por qué no, si somos sus hijos, por qué no si hemos recibido como un don del cielo el deseo de glorificar a Dios? Y hemos recibido en herencia el Corazón de Cristo, el Corazón de su Madre!

Y si nuestro amor no había de ser un amor vulgar, sino ardiente, cómo consolaría ya desde entonces el Corazón de la Santísima Virgen, ¡cómo pensaría en nosotros como almas protegidas por Ella, que formarían la corona de Jesús en el cielo!

María compró con dolores inmensos las gracias para todos los sacerdotes de todos los tiempos, y para todos sus hijos. No hay una sola gracia que no haya sido comprada por la Santísima Virgen en su amarga soledad de 25 años sobre la tierra. ¡Qué dolores tan intensos! Pero, ¡qué luces tan poderosas brotaban de aquel Corazón desolado, para regar la tierra y todo el campo de las almas! [227] Eso es lo que hemos costado, amadas hijas, ése es el precio de nuestra vocación. Por eso amarla y cuidarla tanto.

Vosotras, amadas hijas, las que os presentáis con todo el entusiasmo de vuestra alma, buscando la gloria de Dios, no temáis seguir adelante, el Corazón de Cristo os espera, el Corazón de la Madre de Jesús que es nuestra Madre; os espera en primer lugar para vaciar en vuestro propio corazón toda la grandeza de su amor y también para regalaros, como distinción especial, una astillita de su cruz. ¡Felices vosotras! Ojalá que lo mismo ahora, en la primavera de vuestra 133

vocación, que en el ocaso de ella, cuando se consume vuestra misión sobre la tierra, podáis decir que habéis vivido sumergidas, compenetradas con esos Corazones sacerdotales por excelencia, el Corazón de Cristo y el Corazón Inmaculado de María. ¡Felices vosotras todas, amadas hijas, por esa vocación que el cielo os ha dado! ¡Sed siempre dignas de ella!

Yo pido nuevamente al Espíritu Santo, que esté siempre en actividad de amor con vuestras almas, con las Misioneras de todos los tiempos; y que todas esas Misioneras, al leer las páginas que en estos momentos se escriben, palabras que se transmitirán a través de todos los siglos, sientan el deseo ardiente de mi corazón de sacerdote y Padre, QUE LES PIDE AMOR EXTRAORDINARIO PARA LA VIRGEN INMACULADA, que les pide transformarse en Cristo para la gloria del Padre, para la gloria de la Trinidad Santísima.

Contemplemos esos Corazones, amadas hijas, contemplemos a la Santísima Virgen en sus últimos años, en su ocaso. Podemos decir que Ella nació madura para el cielo porque nació llena de gracia. Pero ¡cuántas otras gracias recibió y cómo fue madurando más y más, [228] aumentando su perfección en la vida! Una gracia trae otra gracia y Ella correspondía a todas.

Allí está con el fin de su vida, sintiendo ese peso amoroso de la Cruz de su divino Hijo, consumando la obra de amor, ya cuando, terminada su misión, no podía amar, lo más que puede amar una criatura. ¿Quién nos diera decir esto? ¡Qué felices si pudiéramos asegurar, guardadas todas las proporciones, una cosa semejante! He amado lo más que podía sobre la tierra, no solamente con mi propio amor, sino reforzado con aquel fuego abrasador, ardiente, lleno del Espíritu Santo, Espíritu de Cristo!

De nosotros depende en gran parte el que esto pueda realizarse, porque Dios no niega sus gracias; el Espíritu Santo quiere poseer los corazones; y un corazón poseído por el Espíritu Santo, es un corazón que está amando lo más que puede. En aquel momento aumentará la capacidad, la potencia obediencial para recibir nuevas gracias y rendir nuevos frutos.

Para eso es la vida, amadas hijas; ¡no la gastemos en pequeñeces que no valen la pena! Procuremos llevarlo todo a la posesión del Espíritu de Dios; démosle nuestras almas para que las consume y las consuma en el amor.

Con sentimientos de gratitud terminemos nuestra meditación, pero también con nuevos y grandes deseos de conocer más el Corazón de María y el Corazón de Cristo.

El secreto ya lo sabéis, Grignion de Montfort nos lo dijo: arrancar esta gracia al Espíritu Santo, es amarlo mucho. El amor no tiene secretos, vuelvo a decirlo; para el amado, cuando existe un verdadero amor, hay confianza ilimitada.

Si amamos al Espíritu Santo con amor ardiente, [229] generoso, puro, Él nos revelará esos secretos de la gloria de Dios, con la limitación que puede tener una criatura como nosotros, pero siempre en toda la grandeza de que seamos capaces.

Llamemos nuevamente, por los méritos de Cristo, por su preciosísima Sangre, por los méritos de María, por su amor ardiente, por sus dolores íntimos, llamemos al Corazón del Padre que tenemos en los cielos, fuente de toda ternura que no puede 134

negarnos nada: ¡Padre, en nombre de tu Hijo, en nombre de María, tu Hija predilecta, danos tu Espíritu! Nos entregamos a la dirección de tu Espíritu, que nos llene, que nos revele los secretos de tu gloria y seremos felices y te ganaremos innumerables almas para que canten eternamente tus misericordias.

ASÍ SEA

Obediencia y Pureza. (230) Martes 27 de junio de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En la realización de tan hermoso espíritu que a grandes rasgos hemos contemplado, tienen que intervenir muchas virtudes, pero resumiendo, y para que atenernos a aquellas que mencionamos también muy especialmente en el himno del Instituto, hablaremos de la obediencia y de la pureza. ¿Por qué la obediencia? Porque el alma que ama a Dios y que quiere amarlo más y más, suspira por darle gusto a Dios, por complacerlo, por hacer su voluntad. Y esa virtud que nos proporciona el gozo de hacer lo que quiere Dios, es la que llamamos obediencia.

Recordando también que fue la virtud que especialmente alabó el Espíritu Santo en Cristo, “factus est obediens”... nosotros debemos vivirla, caminar por ese camino real de la obediencia, de cualquier obedien[230]cia, o mejor dicho, de cualquier cosa que pida la obediencia.

Hay obediencia sacrificada; en general todo acto de obediencia que nos lleva a hacer la voluntad de otro, es un renunciamiento de nuestra propia voluntad, pero a veces lo que se nos pide exige sacrificio.

A Jesús, su Padre le pidió que muriera Crucificado; entre otros medios escogió el de la Cruz y por eso Jesús la aceptó gozoso, era la voluntad de su Padre; su obediencia tendría ese sello, obediencia sacrificada, crucificada, porque había de llevarlo a la Cruz.

A lo largo de la vida religiosa tenemos que vivir siempre bajo ese yugo suave, porque lo hace suave el amor, pero que puede alguna vez hacerse doloroso. Sin embargo, aunque sea doloroso, tendrá suavidad, por el pensamiento de que lo que hacemos agrada al Amado.

Cuando nos presentamos en la vida religiosa, podemos repetir las palabras de Jesús: “Ecce venio...” He aquí, oh Padre, que vengo para hacer tu voluntad!... Pero ¡qué difícil es darse y no volverse a tomar! Exige constante renunciamiento.

Por eso hay que pensar en aquellas palabras del Eclesiástico que nuestro Padre citaba con tanta frecuencia: “Aquella nación estaba formada por la obediencia y el amor”... Junto a la obediencia, el amor; es siempre el amor el que la hace suave.

La Misionera que desee realizar bien su vocación, necesita estar amasada en esa obediencia, hacer como una segunda naturaleza la obediencia, sentirse feliz de tener ese voto, de poder inmolarse constantemente, de ponerle el sello de Dios a todos sus actos.

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¡Qué hermoso llevar el sello de Dios en todo lo que hacemos!, sea que trabajemos, que descansemos, que suframos o que gocemos, todo hacerlo por obediencia.

Muchas veces, amadas hijas, se os ha hablado de la obediencia, casi siempre se toca ese punto en las [231] instrucciones del Noviciado y después en pláticas de retiro; pero nunca debemos cansarnos ni de escuchar lo relativo a esa hermosa virtud, ni de practicarla. ¡Qué difícil es encontrar la perfecta obediencia, esa mirada de fe que debe acompañarla! Son palabras que también repetía con frecuencia nuestro Venerado Padre cuando nos explicaba este voto de obediencia.

La obediencia, decía, siempre supone el espíritu de fe. Cuando se pasa por encima de la obediencia es cuando se pierde la fe. Tener fe, saber que Dios quiere una cosa, que quien representa a Dios nos demanda una cosa, y no hacerla, debiera causarnos grande pena.

El espíritu de fe que debe llevarnos a practicar la perfecta obediencia es aquel espíritu por el que debemos complacernos en realizar los mínimos deseos del Amado.

Para que el Instituto pueda realizar su misión, necesita subordinar siempre todas las cosas según lo vaya disponiendo la voluntad de Dios n aquellos que nos mandan.

Esa obediencia es la que tiene que santificarnos e inmolarnos. Obedientes hasta la muerte hasta morir en la Cruz, como Jesús; la cruz del cumplimiento del deber, una cruz quizá ignorada, despreciada por los demás que ni se darán cuenta de lo que pasa en el interior, pero una cruz luminosa gloriosa por donde se entra al cielo.

Por otra parte, amadas hijas, Dios bendice siempre al obediente. “Vir obediens loquetur victorias”… El obediente cantará sus victorias… Dios hace victoriosa la obediencia, aún cuando aparentemente se vea lo contrario.

Cuando estamos ansiosos de realizar tales o cuales cosas en la vida religiosa cuando concebimos planes y ponemos en ellos todo el corazón y al tratar de llevarlos a cabo, los soleemos a la obediencia, [232] puede ser que se vengan por tierra esos planes porque se nos hace esperar o no se nos aprueban; entonces, amadas hijas, se necesita tener esa formación, recordar que Dios se complace en la voluntad del alma que lo quiere glorificar y que esa obediencia, porque nos hace sacrificar por lo menos temporalmente, a veces para siempre, lo que más amamos, le es más grata a nuestro Señor.

Aun en el mundo, las almas que quieren perfección, buscan someterse a la obediencia, buscan alguien que en Dios las encamine, bendiga sus acciones y las lleve por camino seguro. ¿Qué importa no darnos gusto a nosotros mismos en la realización de nuestros deseos, si damos gusto a Dios Nuestro? Y si queremos marchar siempre por esos caminos y creemos que lo que se nos manda viene de Dios, iremos llenos de confianza, sabiendo que tenemos una oportunidad para demostrarle a Dios el amor que le tenemos.

Es preciso obedecer siempre con alegría, esa alegría que radica en la voluntad.

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En este sentido se entienden aquellas palabras del Espíritu Santo: Dios ama al que le da con alegría. Por eso cuando hacemos nuestras entregas, debemos hacerla con alegría.

Procurad vosotras, amadas hijas, hacer o renovar vuestros votos con alegría del corazón; no demostrar al exterior tristeza, porque el mundo pudiera pensar que os habéis comprometido a algo muy penoso, muy doloroso, que os hace sufrir mucho. Y la verdad es que no nos hace sufrir lo que le damos a Dios, sino gozar.

Debemos estar atentos para darle todo al Señor, y para decirle: Señor, pídeme aquello que quieres, todo lo recibo de Ti, ¡eres tan bueno, estás velando siempre mi pensamiento! El todo nos da con amor, ¿por qué no íbamos a darle nosotros también con amor y alegría? [233] ¿Por qué darle con tristeza lo poquito que podemos darle?

Es entonces cuando se hace la mayor inmolación, porque no vamos a dar cosas, por preciosas que sean, sino que vamos a darnos a nosotros mismos.

Esa donación plena, total, debemos hacerla en la alegría del corazón. Debemos manifestarnos contentos, como se sienten felices en el mundo aquellos que se aman y se entregan, en uniones que Dios bendice. Si humanamente hay tanto gozo cuando hay amor, ¿qué podrá decirse cuando es el mismo Dios el que se nos entrega, el Amor infinito que se nos da y a quien nos damos? ¿Qué será cuando nuestra donación irrevocable es para Aquél a quien todo le debemos?

Que no sorprendan al mundo esas actitudes, a veces desconcertantes, en que parece que no nos damos con voluntad sino que sufrimos demasiado al entregarnos a Dios, que somos víctimas.

Sí, somos víctimas voluntarias, víctimas del amor de Dios, que nos consideramos felices de serlo. Nuestro Señor es muy delicado, a nadie obliga; Él dice: “Si vis... si quieres....” Si quieres seguirme, toma tu Cruz, no te engaño, vas a encontrar muchas espinas en el camino de tu vida...

Entonces tenemos que responderle: Señor, yo te quiero a Ti, no me importan las espinas, cuantas más encuentre en mi camino, más feliz seré porque entonces te probaré mi amor en cada espina.

Así debe ser la entrega, Jesús se ofreció con tanto amor! Se entregó a su Padre y se sentía como oprimido cuando no llegaba aún la hora de su inmolación. El expresaba inmensos deseos de abrazarse a su Cruz, no por lo material del sacrificio, sino porque ésa era la voluntad de su Padre, le iba a dar gusto. [234] Amadas hijas, una Misionera, un alma consagrada a Dios, debe estar siempre con los ojos pendientes, para saber qué es lo le pide el Padre Celestial.

Y cuando Él manifiesta su voluntad, cumplirla, ¡Qué fácil sería la vida si se viviera así, todos nos moviéramos alegremente, al menor soplo del Espíritu Santo que nos transmite la voluntad del Padre que tenemos en los cielos. ¡Cuánto descansarían los superiores al mandar a apostolado esas almas, sabiendo que se mueven al impulso de la voz divina! porque su obediencia, es 137

sobrenatural y parece que no tienen otra cosa en qué pensar sino en el amor eterno de Dios.

Nunca me cansaré, amadas hijas, de insistir en la práctica de esa virtud tan hermosa, no sólo el voto, sino la virtud. Así como mereció la alabanza del Espíritu Santo a Cristo, del que se dice que todo lo hizo bien, que también pudiera decirse de nosotros: fue muy obediente, hizo siempre la voluntad de Dios, “factus est obediens.”

Esa es la razón por la que hemos insistido tanto en la obediencia y el recomendarla siempre; seguramente es también debido a aquella insistencia de nuestro Santo Fundador cuando nos hablaba de la obediencia, cuando insistía en la necesidad de esa virtud, al grado de que nos llamaba la atención ver esa insistencia con que siempre hablaba de esto.

Parece algo muy debido que si alguien se consagra a Dios en la vida religiosa, uno de los requisitos principales sea el que obedezca; bien lo sabemos, pero no siempre hacemos lo que sabemos que tenemos que hacer o como sabemos que se tiene que hacer.

Guardemos las enseñanzas preciosas de aquellos hombres que han practicado en un altísimo grado, en grado heroico la virtud, puesto que merecieron el honor de los altares. [235] Es una de las virtudes más recomendada, la obediencia, aún cuando no se puede clasificar, bajo otro punto de vista, como la principal, sin embargo en el orden de la práctica, es sumamente necesaria para nosotros y muy apreciada.

A las que van a profesar, a las que renuevan sus votos, a las que entran al Noviciado, a todas les hago la misma recomendación; pónganle a su vida el sello divino de la obediencia; acostúmbrense a hacer todas las cosas en nombre de Dios y por a amor de Dios, sean víctimas voluntarias, y se es víctima voluntaria cuando se inmola la propia voluntad para hacer la de Dios a través de lo que dispongan los superiores.

Tendríamos que hablar de otras muchas cosas, pero ya no hay tiempo suficiente; en una ocasión o en otra, se hará o ya se ha hecho. Conviene repasar aquellas instrucciones que, gracias a Dios se conservan escritas; allí está palpitante el espíritu que debe animar al Instituto y santificar a cada una de nuestras Misioneras.

El propósito que saquemos de todas estas cosas, sea el apasionarnos por darle gusto a Dios; que hagamos una realidad esa súplica de la hermosa oración del Padre nuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”... Que hagamos la voluntad de Dios con esa perfección.

El cielo es el reino de Dios en donde absolutamente todo se mueve bajo su divina voluntad, que así nosotros la hagamos también.

Entonces, amadas hijas, yo reconoceré como una perfecta Misionera a aquella que se distinga por su obediencia y por obediencia la veo subir al Calvario donde ha de ser inmolada y la veo morir, bendeciré al Señor, con la seguri[236]dad de que tendría una santa más en el cielo y en el seno de la Congregación.

Los otros caminos, amadas hijas, aun cuando parezcan seguros, son equivocados. Lo digo claramente, hay que entrar por el camino de la obediencia, 138

aunque nos mortifique; nada sernos tan querido como hacer la voluntad de Dios, y esto nos dará la paz y la alegría.

Pidamos a nuestro Padre Celestial, que por la obediencia de su divino Hijo, que hizo con tanto amor esa voluntad santísima, nos alcance la gracia para todas la Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad en todo el mundo, ese grande espíritu de obediencia.

Que todas cumplan esa obligación que tienen y que voluntariamente contrajeron, de ser pobres, de ser castas, de ser obedientes, muy obedientes, perfectas obedientes.

ASÍ SEA

La pureza. (237) Miércoles 28 de junio – 1961.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Estábamos hablando de aquellas virtudes que especialmente se recomiendan en el Instituto y a las que hacen mención el himno cuando dice: “nuestro ideal, OBEDIENCIA Y PUREZA...

La pureza viene a ser la resultando de todas las virtudes, porque en su sentido más perfecto es la ausencia de toda falta deliberada.

No es únicamente, como algunos suponen, la castidad; la castidad es parte de la pureza del alma, contribuye a esa pureza. Un alma pura, es un alma que no tiene mancha, por eso en la bendición de la pureza, que llamamos bendición del Espíritu Santo, decimos: que el Espíritu Santo, fuente de toda pureza, te la comunique por medio de la Cruz y guarde tu cuerpo y alma puros y sin mancha. [237] Pureza, blancura, eso es lo que comunica la gracia del Espíritu Santo.

Voy a tratar de explicar, amadas hijas, el sentido de esa bendición, y cómo aquí se encuentra el secreto de la pureza, porque se atribuye especialmente al Espíritu Santo la comunicación de la pureza, siendo como es, Dios con el Padre y con el Hijo, precisamente las relaciones tan íntimas del Espíritu Santo con la Cruz, con el Sacrificio de Cristo que vino a purificar al mundo, a renovarlo, que vino a aplicar los méritos infinitos del sacrificio de Cristo, de la Cruz de Cristo, están expresadas en las palabras de esta hermosa bendición.

A veces no se comprende lo que significa la Cruz, hasta se tiene miedo a esa palabra, se teme oír esto: “que el Espíritu Santo te la comunique por medio de la Cruz”... suponiendo quizá que la cruz, y exclusivamente la cruz de quien sufre, es la que lo va a purificar, cuando más bien es la aplicación de los méritos infinitos de Cristo.

Volvemos a tocar, amadas hijas, esa cima preciosísima donde se contempla la gloria de la Cruz. No lo olvidéis, la gloria de la Cruz, el triunfo de la Cruz de Cristo, consistió en dar el Espíritu Santo al mundo y darlo como renovador, como Santificador.

Por lo mismo el Espíritu Santo es el que tiene esa misión especialísima de santificar las almas, aplicando los méritos de Cristo.

Vamos a ver cómo trabaja esa gracia, esa acción del Espíritu Santo en las 139

almas, particularmente por medio de los dones del Espíritu Santo. Estos dones, al mismo tiempo que purifican, unen el alma a Dios, la establecen en esa íntima relación con el Espíritu de Dios y la hacen llevar en sí misma al que es la fuente de pureza. ¿Cómo nos purifica el don de Temor? ¿Cómo influye en esa purificación del alma y en ese acercamien[238]to a Dios? En primer lugar apartándonos de las ocasiones de pecado, apartándonos de la posibilidad de ofender a Dios; de disgustar a Dios, y por lo tanto de romper nuestra amistad con Dios.

Pero ese temor que infunde el Espíritu Santo y que es el que más positivamente obra en el alma para acercarla a Dios, no es el temor servil, es el temor reverencial; es el temor que estima en alto grado la gracia y la posesión del Amado y que por lo tanto está dispuesto a todo con tal de no ofenderlo. No digo perderlo, pero ni siquiera disgustarlo.

Las relaciones del alma limpia y pura con el Espíritu Santo y en general sus relaciones con Dios, tienen que caracterizarse por ese tinte de la delicadeza.

Después el Don de Piedad, une a Dios con especial ternura, porque descubre la grandeza de la paternidad divina y la esencia, digamos, la hermosura, del amor filial.

Estiman las almas la gracia de adopción y ya estas relaciones aseguran más la posesión de Dios parte de las almas.

Precisamente la idea de la piedad en quien la tiene, es la idea de un alma que está muy cerca de Dios, que gusta conversar con Dios, gusta de las cosas de Dios; tiene una grande confianza en Dios porque lo siente como Padre y el alma se siente como hija.

Profundizando esta ideas, amadas hijas, encontramos el por qué este Don de Piedad nos acerca tanto a Dios. Resplandeció en Jesús de una manera extraordinaria, en aquellas relaciones de amor tan íntimas que nos enseño a guardar con su Padre Celestial; en aquella ternura con que lo invocaba, en aquella adhesión plena a la voluntad de ese Padre en todos los momentos de su vida.

“Quae plácita sunt Ei facio semper”... Hago [239] siempre lo que es del agrado de mi Padre...!

El Don de Piedad nos acerca a Dios y todo acercamiento a Dios purifica, transforma, diviniza a las almas; las transforma llevándolas más y más a Dios.

Todavía el Espíritu Santo multiplica sus dones, sus gracias, las ocasiones y los medios para que nosotros nos afiancemos en esa unión indisoluble con Dios y por tanto, estemos asegurados en la comunicación de gracias a nuestra propia alma.

Por el Don de Ciencia vamos al Creador a través de las criaturas; contemplamos a Dios en las obras de sus manos; vemos lo que hay de bueno en las criaturas y lo aprovechamos para alabar a Dios. Vemos lo que puede haber de malo en esas criaturas si intentan apartarnos de Dios.

Por otra parte, este Don tiene una gracia, una misión especial: descubrir a las almas los secretos de la Cruz, dar a las almas el amor a la Cruz. El alma que posee este Don de Ciencia, estima en alto grado que es la Cruz, la Cruz de Cristo, y luego la 140

cruz propia que es una participación de la Cruz de Cristo.

Ese Don de Ciencia hace que los santos se desprendan de todo, lo sacrifiquen todo, lo inmolen todo en alas del amor divino. Viene a ser como el combustible que atice el amor, sacrificando todo lo que pueda ser un estorbo para la unión con Dios.

Aman estas almas la Cruz en todas sus formas; pero también Dios nuestro Señor las hace contemplar lo que hay de bueno y santo en las cosas, los verdaderos fines que Él tuvo al crearlas y como todas las cosas les hablan de Dios, nunca pierden su presencia, lo alaban en todas las cosas que contemplan; así San Francisco de Asís, tenía grandes elevaciones al contemplar aun los seres inanimados. San Juan de la Cruz decía que las vo[240]ces de todos esos seres inanimados herían fuertemente su corazón y no podía soportar el amor divino.

El Don de Ciencia nos hace utilizar a las criaturas como medios para ir a Dios y para dejar a Dios en ellas. Cuando el alma se ha dominado perfectamente y el amor ha cantado el cántico triunfal, recobra la verdadera libertad de espíritu, libertad de los hijos de Dios, para moverse en todas partes sin temor de ser arrancada al Amor divino; libertad que constituye las almas en hijas de Dios.

Nosotros deseamos esa libertad de los hijos de Dios, esa libertad del Espíritu Santo, de la que se dice: “Ubi Spíritus, ibi libertas”... donde está el Espíritu Santo, allí está la libertad; pero no hemos dado los pasos necesarios en el desprendimiento; a veces se nos figura que se nos sujeta demasiado, que se nos martiriza, que se nos exige mucho.

Pensamos que se nos piden renunciamientos de cosas que no son malas; sin embargo puede ser que esas cosas nos estorben a la unión con Dios, hay que sacrificarlas, hay que ser piadosamente crueles cuando el amor divino lo exige.

No es perjuicio nuestro, es un grande favor que Dios nos hace porque entonces se tiene la libertad verdadera de los hijos de Dios; no hay lastres que aten a la tierra, se siente el alma completamente libre, dispuesta a darle a Dios siempre y en todas las cosas, el primer lugar.

Os citaba unas palabras del Espíritu Santo que dice no poder comunicarse a las almas a pesar de quererlo Él, por no encontrar recipientes vacíos. Debemos vaciar el alma y cuando esté llena del Espíritu Santo, iremos a las criaturas no para perjudicarnos, sino para darles a Dios.

Porque de no ser así, corremos el peligro de que las criaturas nos aparte de Dios y no habría desgracia mayor en el mundo que ésta.

El gran beneficio que recibimos es la gracia que [241] nos une a Dios.

Hermosísimo Don, el Don de Ciencia!

Y después, como el desprendimiento supone lucha, supone esfuerzos, el Espíritu de Dios nos da su Don de Fortaleza para luchar denodadamente, lo mismo en las cosas arduas, difíciles, que en otras que nos parecen menos arduas, pero que siendo pequeñas, exigen también fortaleza grande para poderlas llevar toda la vida.

Hacer siempre bien una genuflexión, indica verdadero esfuerzo y exige gracia mayor que hacerla bien sólo de vez en cuando. Por eso se dice que la fidelidad en las 141

cosas pequeñas es una cosa grande y el Espíritu Santo nos da sus dones para que aun las cosas pequeñas las hagamos movidos por Él. Precisamente es lo propio de estos dones, que sea la moción de la gracia del Espíritu Santo la que nos lleve a cumplir siempre bien las cosas pequeñas.

En esa ascensión a las cosas de Dios, a los misterios de Dios, el Don de Entendimiento nos hace penetrar siempre en ellos. Abundan las luces, el alma está más segura cuando contempla las cosas de Dios, a la luz de ese Don. Por fin el Don de Sabiduría que nos hace gustar todo lo de Dios y contemplar esas cosas en Dios mismo. El Don de Ciencia nos hizo contemplar a Dios en las cosas, el Don de Sabiduría nos hace contemplar las cosas en Dios.

Por eso el alma que posee ese Don, es el alma más unida a Dios, por la Divina Sabiduría y contempla en Dios todas las cosas, busca en Dios la solución de los problemas, no se detiene en los medios humanos. Mira en Dios todas las cosas que ahora no comprendemos y que las criaturas no nos saben explicar.

Allí tenéis, amadas hijas, por qué atribuimos al Espíritu Santo la pureza, por qué decimos: ESPÍRITU SANTO fuente de toda pureza... Allí veréis cómo esa pureza que el Espíritu Santo nos comunica, es el fruto del Sacrificio de Cristo. Veis por qué el Espíritu Santo es [242] el grande glorificador de ese sacrificio, haciéndolo fecundo en las almas.

Por eso atribuimos especialmente al Espíritu Santo la pureza. ¡Qué hermoso sería, amadas hijas, que siempre pudiéramos vivir en Dios, dar gusto a Dios! ¡Que nuestra alma fuera purificándose más y más todos los días de la vida! Un alma sometida a la acción de Dios, un alma que aprovecha esos medios de purificación y unión que el Espíritu Santo le comunica, hará en la tierra prodigios; llegará a la cima del amor y a la práctica perfecta de la caridad. Las miserias, las pasiones, desaparecerán en ese fuego ardiente.

Por eso dice San Juan de la Cruz que el fuego del purgatorio ya no tiene materia qué afectar cuando un alma ha sido purificada en este mundo. No olvidemos que las purificaciones más grandes son las del amor; el amor y el dolor traban una lucha pero el amor vence al dolor, triunfa y convierte el dolor también en amor.

Estamos terminando nuestros ejercicios, amadas hijas. Estas breves explicaciones, ciertamente muy imperfectas, de aquellas cosas tan interesantes en si mismas, van tocando a su fin. Yo he tratado de explicaros, pero en el fondo de todas las cosas hemos dicho, se perfila el amor infinito de Dios para nuestras almas, el amor que debemos tenerle nosotros.

El Sacrificio de Cristo es lo que trajo la reconciliación de Dios con las almas.

Jesús Crucificado, con sus brazos abiertos nos atrajo el perdón y el don magnífico del Espíritu Santo.

Será siempre la Cruz la que siga uniendo a Dios con las almas, la que venga purificando y uniendo, porque será la Cruz la que nos comunique el don de ese Divino Espíritu y el Espíritu Santo será quien nos haga comprender siempre más los grandes y profundos secretos de la Cruz.

En el fondo de todas las cosas, hemos contem[243]plado la necesidad que 142

tenemos de amar para salvarnos y santificarnos. Amar a Dios para asegurar nuestra unión, amar la vocación que Él nos ha dado, para asegurar nuestro Instituto, nuestra permanencia en él. Si muere el amor a Dios en el alma, se pierde a Dios; si muere el amor a la vocación, muere la vocación. Si se pierde el amor al Instituto, muere el Instituto.

Es muy triste contemplar el espectáculo de la muerte, cuando no es el principio de la vida eterna, sino la separación del alma y de Dios. ¡Qué desolación profunda, qué desamparo! Ese desamparo que no tendrá fin y que constituye las penas del infierno!

Dolor semejante es el que aquí en la tierra nos hace perder a Dios; sólo que mientras tengamos vida, tenemos oportunidades para arrepentirnos, para renovarnos, para reconstruir el amor, la vocación perdida si se ha tenido tal desgracia.

Yo quisiera para todas vosotras, amadas hijas, las de hoy, las de mañana, las de siempre, una grande fidelidad, un gran amor a su vocación. Si la aman, se santificarán en ella, amarán a todas sus Hermanas; pedirán una por otras para hacer aquella cuerda triple que nunca se rompe. Pedirán por todos aquellos que fueron escogidos por Dios para dirigir el movimiento de la Obra.

Si se santifican harán mucho bien; de otro modo no lo harán ni podrán recibir el que se les haga porque se habrán cerrado voluntariamente a la acción divina de la gracia.

Que estas consideraciones, amadas hijas, nos lleven a desear más nuestra santificación, amar nuestra unión con Dios. Que siempre tengamos en nuestro corazón y en nuestros labios aquellas palabras que repetía nuestro venerado y santo Fundador tan lleno de Dios, el Padre Félix, que pudo ser llamado un hombre de Dios, que vivía para Dios y hacía amar a Dios. [244] Mi grande ilusión, amadas hijas, es que cada una de las Misioneras deje a Dios en donde quiera que se presente; que infunda algo divino con su presencia, porque se manifieste Dios a través de sus actos. Si están llenas de Dios, en esa plenitud divina encontrarán el arma más poderosa para defenderse.

A veces decimos: tengo voluntad enérgica, me defenderé... y caemos en la primera tentación. Fallan los medios humanos, se necesita la gracia divina que llena de temor a nuestros enemigos; porque así obra la gracia, suavemente, atrayendo o repeliendo.

Que llevéis Dios a las almas; que en todas partes vuestra presencia sea benéfica porque siempre llevéis a Dios. Si así se vive, amadas hijas, enamorado, endiosado, por decirlo así, entonces la muerte tendrá que ser de amor, tendrá que ser el principio de la verdadera vida, de la vida eterna que consumará los dones de Dios y será el premio a la correspondencia por parte de la criatura, a esos dones divinos.

La muerte de una Misionera Eucarística de la Santísima Trinidad debe ser siempre una muerte de amor. Aparentemente será víctima de alguna enfermedad, pero en el fondo lo que verdaderamente nos arranque la vida debe ser la intensidad del amor de Dios. ¿Será posible esto? Sí amadas hijas, sí es posible, y el secreto de la posibilidad 143

está en que nosotros hagamos de veras de Dios el alma de nuestra alma; que nos entreguemos al Espíritu Santo para que Él nos haga penetrar en esos arcanos de la Trinidad Santísima, que nos haga amar esta Trinidad, glorificarla.

No tengo pues, amadas hijas, otra palabra, otro augurio, al terminar los ejercicios, que es anhelo de que el Espíritu Santo esté siempre con vosotros.

Lo pido una vez más, como Misionero, como Sacerdote, como Padre de vuestras almas, que no nos deje. Que si alguna vez lo cansamos, por decirlo así, con nues[245]tras infidelidades, nos tenga esa paciencia infinita que es propia del amor también infinito, y que multiplique de tal manera sus gracias, que no seamos rebeldes a su amor, sino que nos rindamos incondicionalmente a ese amor para decirle con la Virgen Santísima: Ecce ancilla Domini! ¡Qué hermoso será el cielo de una Misionera, la muerte de una Misionera, si vive realmente este espíritu, si vive en Dios, sintiéndose hija de Dios! A la hora de su muerte podrá entrar en la Casa del Padre y allí encontrar a sus amigos, a sus seres queridos, aquellos que le estuvieron unidos con los lazos de la carne y la sangre y con los más fuertes todavía del espíritu.

Esa muerte será dichosa porque va a encontrar todo esto en la Casa del Padre y va a encontrar a ese Padre amorosísimo que todo lo previno; va a encontrar al Redentor Divino, al Sacerdote Eterno que nos prometió ir a separarnos un lugar.

El está esperando lleno de amor y de ansias esa hora de nuestra muerte para que entremos al cielo, para decirnos: Mira lo que te tengo preparado...! Te hice sufrir, por Mí sufriste en la tierra, pero ahora me toca glorificar tus sufrimientos, entra en el gozo de tu Señor, contempla todo lo que te preparó mi amor, lo que preparó mi Padre y el Espíritu de amor, lo que te preparó María, tu Madre Inmaculada…!

A ti... Misionera Eucarística de la Santísima Trinidad que empleaste tu vida en glorificar a Dios, en cantar las alabanzas de las Divinas Personas... ¡que fuiste sembrando por el mundo el amor a las Tres Divinas Personas...! ¡Ven a contemplar la grandeza y la gloria de esa Trinidad que hiciste amar en la tierra! ¡Ven a contemplar la hermosura de la Virgencita que vio la alborada de tu vida espiritual! ¡Ven a contemplar los méritos de esa Virgen Dolorosa y sola en los últimos años de su vida!

Allí estará Dios, allí la Virgen Santísima y [246] San José y todos los Santos y Ángeles; todos los seres amados, los que nos ha precedido en la muerte; vuestras Hermanas! ¡Qué hermosa será la muerte así! Por eso nosotros cantamos el Te Deum cuando muere uno de nuestros Hermanos, porque se consuma una vida de amor a Dios, entra un nuevo habitante a la Jerusalén Celestial.

Amadas hijas, mientras llega esa hora feliz, vamos a luchar con denuedo. Que Dios Nuestro Señor nos conceda este don de la perseverancia final, que siempre esté en nosotros el Espíritu de Dios y así tendremos la seguridad de cantar eternamente en el cielo las misericordias divinas Ahora les daré la Bendición Papal, amadas hijas, como un sello a todas estas gracias espirituales que han recibido durante sus ejercicios.

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- F I N - [247]

Toma de Hábito (248) 28 de junio de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Habéis pasado la primera prueba en vuestra aspiración a alcanzar la vida religiosa, a abrazar este estado de perfección que tanta gloria le da a Dios Nuestro Señor y tan apto es para santificar a las almas.

Habéis salido triunfantes en las primeras luchas con aquél que no quiere la gloria de Dios ni la santificación de las almas, luchas que él desata siempre contra las almas.

Pero el Espíritu de Dios que os llamó, fue en este tiempo vuestra fortaleza y lejos de querer volver atrás, venís ahora a dar un paso adelante que os acercará al día en que definitivamente hagáis vuestros votos al Señor.

Vais a recibir el santo hábito de vuestro Instituto, ese hábito que no debe cubrir defectos sino ocultar virtudes; ese hábito que os distinguirá como almas consagradas a Dios Nuestro Señor; pero sobre todo vais a comenzar el tiempo precioso de vuestra formación religiosa. Vais a recibir en la intimidad de la oración, aquellas orientaciones divinas para vuestra alma.

Ya sabéis que dentro del mismo espíritu hay muchos matices en las vocaciones; como se ha dicho, hay vocaciones dentro de la vocación. Y esas vocaciones, ese colorido especial para las almas, lo marca Dios Nuestro Señor principalmente en este tiempo precioso del Noviciado.

Os váis a instruir directamente acerca de vuestras obligaciones en la vida religiosa, vais a cultivar la vida interior de unión con Dios, y en este tiempo resolveréis si habréis de seguir adelante.

El Instituto tratará de formaros; vosotras, dóciles, trataréis de obtener esa formación, pero al mismo tiempo estudiando el espíritu, pensaréis todavía. [248] La Iglesia es muy prudente en estas cosas y quiere que todo se haga con pausa, con estudio, a fin de que el paso que se da sea voluntario, definitivo.

Yo conozco en parte vuestras almas, amada hijas, y sé que son almas llenas del amor de Dios. He hablado con cada una de vosotras, antes de entrar casi con todas y después también. Sé que estáis dispuestas a santificaros cueste lo que cueste.

Venís a abrazar la vida religiosa llenas de ese entusiasmo que anima al Instituto y que se indica en el lema: DIOS Y LAS ALMAS. Queréis llenar vuestras almas de Dios y después lanzaros al apostolado. Ese es el ideal hermosísimo que persigue el Instituto; lanzar almas contemplativas al apostolado, no guardarlas ni encerrarlas, sino darlas al mundo para su bien, ahora que tiene tanta necesidad de acercarse a Dios. Esto lo conseguirá por medio de las almas consagradas a Dios.

Váis a llenaros de Dios, vais a dar un paso más en vuestra transformación en 145

Cristo, porque dice Monseñor Gay que para hacer la obra de Cristo necesitamos ser otros Jesús y para ser otros Jesús necesitamos ese trabajo paciente, en el que el Espíritu Santo nos da su gracia y el alma corresponde.

Hoy es un día feliz para vosotras, para todos los que os amamos. Bendecimos al Señor por vuestra decisión de seguir adelante y le pedimos que os dé la gracia necesaria para llegar hasta el fin.

En una ocasión decía nuestro Venerado Padre Fundador a las Misioneras: “Os esperan la Trinidad y las almas” Os esperan pues, amadas hijas, Dios, la Santísima Trinidad que quiere ser más venerada y conocida en particular cada [249] Divina Persona. Llenaréis vuestro corazón del amor a cada una de estas Divinas Persona; viviréis en intimidad con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.

Procurad ser dóciles a todas las enseñanzas que recibáis y en las horas difíciles refugiaos en el Corazón de la Santísima Virgen para que Ella os defienda de los ataques de los enemigos. Ellos quieren haceros volver atrás en vuestra decisión; pero la única razón de salir del Noviciado sería que vuestros superiores os dijesen que no tenéis vocación para la vida religiosa. Por ningún otro motivo debéis dudar. Las cosas buenas cuestan mucho.

Sed constantes, tened mucha confianza en Dios, Él está siempre con vosotros, el Espíritu Santo será vuestra luz, vuestra guía, vuestra fortaleza.

Estáis rodeadas de amor y de oraciones, todos los vuestros, los que están unidos a vosotras por los lazos de la sangre y comprenden la gracia tan grande que significa el llamar Dios a uno de sus hijos para abrazar la vida religiosa, la vida de perfección, hoy piden por vosotras, piden fortaleza, piden fidelidad, porque aprecian vuestra dicha, aunque por otra parte tengan que sufrir.

La vocación es algo muy grande, exige muchos sacrificios. Llegar a la consumación, al fin de la vida en el estado religioso o sacerdotal, es fruto no de un solo esfuerzo, sino de muchos. Dios nuestro Señor así lo pide; pero también la gloria tiene que repartirse y aquellos que más pidieron y se sacrificaron por nosotros, yo diría que en primer lugar nuestros padres, deben ocupar un lugar especial en el cielo y recibir la participación mayor de esa gloria que nosotros recibamos por haber seguido a Nuestro Señor.

Os felicito, amadas hijas, felicito a vuestras familias y a todos los que se interesaron por vuestra vocación; y lo único que deseo y pediré, es que perseveréis [250] hasta el fin. Dios Nuestro Señor ha querido darme esa misión dulcísima: pedir por vuestras almas, y ha querido darme un arma poderosísima para conseguir lo que quiero: es la Víctima Santa que todos los días ofrezco al Padre Celestial en mi altar.

Seguiré cuidando vuestra vocación, seguiré cuidando vuestras almas desde el altar; no estáis solas, estáis rodeadas del amor de nuestros padres y parientes; estáis rodeadas de las oraciones de vuestras Hermanas, de vuestros superiores, y contáis con toda la fuerza de mi oración sacerdotal.

Lo repito una vez más, Dios Nuestro Señor ha querido darnos ese poder de ntercesión para implorar a favor de las almas. Y ¿por quién hemos de pedir sino por estas almas que lo dejan todo para buscar la gloria de Dios?

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Es consolador ver que en estos tiempos de tanto odio, de tanto sensualismo, vengan las almas a consagrarse a Dios, a ofrecerle la pureza y a seguirlo en el camino de la Cruz.

Sed constantes, sed fieles hasta el fin, y que después de vuestro Noviciado, Dios Nuestro Señor nos conceda la alegría de asistir a otra ceremonia en que hagáis vuestros votos religiosos, dando un paso ya definitivo en vuestro camino hacia la perfección del estado que Dios Nuestro Señor os quiso dar. ASÍ SEA.

Primera Profesión. (251) Junio 29 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hace dos años se os recibía a vestir el santo hábito de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima [251] Trinidad, para comenzar llenas de entusiasmo ese período de formación a la vida religiosa, período de formación en el espíritu propio del Instituto, período de elaboración espiritual, en el que se reciben gracias especiales para las almas, dándoles su propio colorido y su colorido especial dentro de la misma vocación.

Habéis pasado esos años de intimidad con Jesús; habéis aprendido muchas cosas al pié del Sagrario, en la adoración diaria del Santísimo Sacramento, en las instrucciones diarias que se os han impartido.

Habéis estudiado más a fondo el espíritu del Instituto; y después de ese tiempo de probación, vosotras os enamorasteis de vuestra vocación y el Instituto os aceptó para recibiros en el seno ya propiamente de esta familia religiosa.

Ha sido un acto de confianza el que se ha hecho con vosotras al admitiros a la profesión. Habéis dado un paso más en la intimidad con Dios. Vuestras almas se han preparado más. No son ya aquéllas que hace dos años entraron al Noviciado. Si entonces eran puras y hermosas, ahora se han hermoseado más, a través de este tiempo de prueba y van a dar un paso más en la unión con Dios.

La formación no termina en el Noviciado; la formación es el trabajo de toda la vida. Ahora vuestro amor a Dios va a ser probado en los campos hermosísimos del apostolado. Recordad aquellas palabras de nuestro Venerado Padre Fundador que decía: “Os esperan la Trinidad y las almas... Os esperan las almas...” Dar Dios a las almas impone sacrificio.

Váis a empezar otra vida; en el Noviciado todo lo habéis tenido fácilmente. Ahora las exigencias mismas del apostolado vendrán a imponeros alguna privación que os haga sufrir; pero estáis dispuestas a seguir adelante, a [252] sufrir. Váis a ser más probadas porque Dios nuestro Señor os ama más, os ha dado esa prueba de confianza llamándoos definitivamente a la vida religiosa.

Váis a purificar más vuestra alma porque os vais a ligar con esos votos que os unirán íntimamente a Dios. Daréis un paso más en esa unión, al practicar estos votos, siendo pobres, castas, obedientes, desprendiéndoos de todo para encontrarlo todo en 147

Dios.

Respecto a la pobreza material, no podréis disponer de nada sin permiso de vuestros superiores, pero la Providencia divina hará que nada o falte. La pobreza espiritual os exige desprendimiento de todo para estrechar la unión con Dios.

Debéis además ser puras, ser un trasunto de los ángeles del cielo aquí en la tierra, en el amor de Dios y en el servicio de las almas. Y después sellar todos los actos de vuestra vida por la obediencia. ¡Qué hermoso es el voto de obediencia! ¡Cuánto descanso da al alma! ¡Cuánta seguridad de que está haciendo la voluntad de Dios! Hay Órdenes antiguas en que no hacen más que el sólo voto de obediencia, porque en él consideran incluidos los otros.

Me tocó asistir a una ceremonia en una de esas Órdenes y así fue.

Es que en realidad este voto supone los demás; es el voto por el cual nos abnegamos voluntariamente, completamente, y dejamos todas las cosas por Dios. ¡Feliz obediencia que si se practica con perfección, merece aquella alabanza que el Espíritu Santo hizo de Cristo: “Fue obediente hasta la muerte y muerte de Cruz!

Si vosotras llegáis al fin de vuestra vida y se puede decir que fuisteis obedientes hasta la muerte de Cruz en el cumplimiento del deber, en el celo [253] por la gloria de Dios y la salvación de las almas, ¡qué felices seréis!

Váis a dar el primer paso al emitir vuestros votos temporales; pero sentiréis el contento, la dulzura de la entrega total porque en vuestro corazón hacéis votos perpetuos, hacéis definitiva esa entrega.

Yo os felicito, amadas hijas, porque habéis perseverado en vuestra santa vocación. En nombre del Instituto, en nombre de la Iglesia voy a recibiros esos votos.

Que Dios Nuestro Señor os conceda una grande fidelidad para cumplirlos. Que la Santísima Virgen, a la que tanto amáis, vuestra compañera inseparable en el Noviciado donde continuamente la invocabais, esté presente a vuestra entrega y después os acompañe toda vuestra vida, alcanzándoos la fidelidad; seguramente que Ella os ayudará si la invocáis de manera especial.

Dios Nuestro Señor os conceda una santa vida religiosa. Os esperan la Trinidad y las almas, almas sedientas de Dios. Nunca había habido tanta sed de Dios como en estos tiempos en que se le excluye por completo del mundo. Y las encargadas de darlo son aquéllas que se entregan precisamente al Señor.

Ahora se apartan de Dios las almas, se predica el odio, la venganza, se persigue a la Iglesia. Y es necesario que existan almas llenas de Dios, que Lo amen con todas las fuerzas que estén dispuestas a dar su vida en el momento que Él la pida, para ofrecerle un testimonio de ese amor. ¡Cuántos han perdido la fe y deben recuperarla! ¡Cuántos no tienen fe, más de mil millones de paganos! El esfuerzo de los misioneros es grande, pero se pierde ante ese número inmenso de almas, faltan operarios.

Este Instituto ha dado ya un paso en las misiones y esperamos que Dios nos conceda poder trabajar más. [254] 148

He visitado dos veces nuestras Misiones en Japón y Bolivia y me he sentido inmensamente satisfecho por el trabajo que han desarrollado nuestras Misioneras, con grandes sacrificios y generosidad, que es motivo de edificación.

El cielo, como recompensa a sus trabajos, ha comenzado a darles almas, almas que hacen tanta falta, para atraer otras a la fe. Y ¡qué felicitad ver aquellos pobrecitos que no conocían a Dios, llamándolo ahora con el nombre dulcísimo de Padre! ¡Sentí profunda emoción cuando, durante la Misa Parroquia en Fukuoka, vi que todos los nuevos cristianos se acercaban a recibir la Sagrada Comunión y cantaban, todos cantaban, hasta los niños, en su libro de cantos!

Se palpa el fruto del esfuerzo de nuestras Misioneras, y lejos de perder el entusiasmo, lejos de perder el ánimo ante las dificultades, éste se acrecienta en ellas, porque la Cruz aumenta el amor de Dios en el alma y con amor todo se hace fácil.

Vosotras, amadas hijas, no sabéis dónde os mandará la obediencia; recibiréis sin duda cartas de obediencia, os cambiarán quizá de México unas sí, otras nó... Lo que importa para vosotras no es el lugar ni el oficio que os den, sino cumplir vuestro voto, ser perfectas obedientes.

Algunas desearán ir a Misiones extranjeras. El Instituto por prudencia, no manda sino a aquéllas que lo piden y todavía así, se necesita hacer una selección para ver si reúnen las cualidades indispensables. Porque para ir a ciertas misiones, no basta el deseo, hay que tener disposiciones. Si Dios las da, es prueba de que quiere que vayan.

Por ejemplo, para ir a Japón, a China, sería imposible, sería señal de que Dios no lo quiere, [255] si tenemos absoluta dificultad para aprender idiomas. Y aún teniendo facilidad, queda todavía el que nos acepten para tal o cual Misión.

En todas partes se hace sentir la necesidad de almas completamente consagradas a Dios, al servicio de los demás; pero para que puedan verdaderamente trabajar, necesitan estar llenas de Dios.

Por eso los fines del Instituto se refieren especialmente a cultivar la vida contemplativa como base del apostolado. La actividad no excluye la contemplación y propiamente no debe decirse: vida activa, vida contemplativa, marcando esa división. Ni la contemplación deja de ser activa, ni la actividad excluye la contemplación.

Se trata de llevar vida mixta como la de Nuestro Señor Jesucristo. Hay que reunir las dos cosas. Por eso es nuestro deseo realizar el pensamiento del Santo Padre Pío X que dijo a uno de sus colaboradores más cercanos, después de cambiar muchas impresiones acerca de lo que ahora se necesita especialmente en la Iglesia: “Me parece que la necesidad más grande de los tiempos modernos es que los sacerdotes se preocupen de formar almas en las que no existan medianías, y las lancen al apostolado”. Esto significa almas muy unidas a Dios, muy generosas. Esas son las encargadas de salvar al mundo y participar más que otras en esta obra redentora de Cristo.

Recibí hace poco carta de Lima, de una Hermanita de la Asunción en la que me platicaba que hizo ejercitaciones por el Mundo Mejor. Y decía que yo les había tratado de imprimir un fuerte movimiento vertical, pero que ahora les explicaba la necesidad del movimiento horizontal.

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A mí me parece que uno supone el otro. Un alma llena de amor de Dios, tiene que lanzarse al apostolado, si no en los campos misionales, desde su casa, en la [256] práctica de su vida diaria, siempre tendrá necesidad de hacer el bien y lo hará.

Lo que urge es estar LLENOS DE DIOS; las almas que estén así llenas, son las que salvarán al mundo, porque sólo Dios puede salvarlo. Los medios humanos van a fracasar. Leí también hace poco que el remedio más eficaz a los males de este tiempo, está en poner una valla de sacerdotes santos a la invasión del enemigo.

Pero el sacerdote santo tampoco va a hacer todo; se va a preocupar de utilizar los elementos necesarios para lograr el triunfo.

Entonces estamos viviendo un momento interesantísimo en la vida de la Iglesia.

Los tibios, los que no sientan amor de Dios, no sé qué pasará con ellos, no tendrán ni la aprobación de Dios ni la de los hombres. Ante tales necesidades de la Iglesia es preciso llenarnos del amor divino y estar dispuestos a obedecer siempre la voz de nuestros superiores, las directivas de la misma Iglesia.

Termino, porque la ceremonia se alarga; no me queda sino pedir las bendiciones de Dios para este grupito de Misioneras que hoy ofrece sus votos al Señor, para estas almas que entrarán casi automáticamente en los campos del apostolado.

Fiesta de Comunidad. (257) Junio 29-1961 9 p. m.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Una vez más me veo en la dulce obligación de darles las gracias por este homenaje que su espíritu de fe ha querido realizar en honor de mi Sacerdocio, porque en realidad, todo lo que vemos y oímos, toda la trama de esos números, no es otra co[257]sa sino una alabanza al Sacerdocio de Cristo que indignamente participo.

Sólo Dios puede hacer las cosas, sólo Dios puede dar fecundidad a las vidas, sólo Dios puede hacernos realizar cosas que humanamente hablando, parecerían sueños de niños. Hemos visto pasar por la pantalla algunas escenas que nos recuerdan la vida de Obra, y esto es solamente el principio, ¿qué será el fin? ¿Qué será contemplar allá a la luz de Dios y ante la Faz del Padre lo que el Instituto puede realizar en todos los siglos que Dios mismo quiera darle de vida para su gloria y para el bien de las almas? ¿Cuántas serán aquellas felices Misioneras que tengan que ser expuestas en la pantalla del cielo, donde Dios glorificará a sus escogidos? ¡Qué preciosa es la vida, qué hermosa, amadas hijas, cuando se la sabe aprovechar como Dios quiere! Que todo esto nos sirva de estímulo para ser mejores.

Es natural que cuando se trata de festejar a alguien, no se le vayan a decir sus defectos; aunque no tenga virtudes, hay que adornar un poco la cosa... Otras veces nos dicen, no lo que somos, sino lo que debemos ser, lo que quieren que seamos.

Y yo estoy muy contento con todo lo que desean que yo sea. Desean para mí la 150

santidad, yo también la deseo. Desean que mi Sacerdocio sea santo, yo también lo deseo.

Lo único que les pido es que no cesen de rogar, de pedir para que alcance esas gracias, que al fin y al cabo todo es para ustedes. Todo lo que estoy ahorrando, digamos así, trabajando y guardando de bienes espirituales, es en primer lugar para la gloria de Dios, pero también, de una manera muy especial y subordinada a lo primero, es para ustedes mismas.

Es la herencia que les quiero dejar, y por eso quisiera ser dueño de grandes tesoros espirituales, pa[258]ra poder dejarles a ustedes esa herencia. Quisiera que vibrara de veras mi alma en el amor divino; quisiera encender en el mortecino cirio de mi vida, esos cirios nuevos, llenos de juventud y entusiasmo que son sus almas misioneras, amadas hijas.

Que Dios Nuestro Señor nos conceda el don de la fecundidad divina, porque es muy hermoso darle almas a Dios, es muy hermoso conquistar para Dios el mundo que no le ama; es muy hermoso darle almas que Lo amen con aquel amor que Él tanto anhela, el amor del que hablaba Jesús a la Samaritana, en espíritu y en verdad, la perfecta adoración.

Que así sea el amor de nuestras vidas, que amemos como Cristo, como la Santísima Virgen, como los Santos, como ese gran sacerdote según el Corazón de Dios, que fue nuestro Venerado Padre y del que tenemos tan hermosos ejemplos que imitar; nuestro Padre que tuvo tanto que ver espiritualmente con la existencia de esta Obra y que esperamos la siga bendiciendo desde el cielo.

Les doy gracias; todo ha estado muy bonito, muy bien preparado, muy bien realizado. Para terminar, solamente les suplico que vuelvan a cantar lo que cantaron al principio.... “Misionero del Padre....”!

Carta a las MM. de Puebla. (259) Octubre 10 de 1961 Muy amadas hijas en Cristo N. Señor: Quiero por medio de las presentes letras, darles las gracias y felicitarlas por la Jornada y Semana Sacerdotal que han realizado hace pocos días.

La idea de dar a conocer más y más el Sa[259]cerdocio Católico, es muy digna de alabanza, ya que entre las gracias concedidas a la humanidad, es básica la del Sacerdocio de Cristo y su participación a los elegidos por el mismo Cristo.

Los temas han sido muy interesantes y han logrado, por lo que he sabido, interesar más a las almas a favor del Sacerdocio y experimentar la necesidad de agradecerlo y pedir para todos los elegidos al Sacerdocio la gracia de su santificación.

Quiero darles en especial las gracias por haber ofrecido tantos actos y oraciones para ayudarme a dar gracias por mi Sacerdocio. En realidad es para ustedes una obligación si tenemos en cuenta que el poder y fuerza de mi Sacerdocio se aplica en 151

modo especial para ustedes, como almas confiadas a ese Sacerdocio.

Si para ustedes es grato cumplir esa obligación, no lo es menos para mí el cuidar de sus almas y regalarles los frutos de mi Sacerdocio.

Pidamos todos, unidos a Jesús Víctima y a nuestra Madre Dolorosa, que regalen en estos tiempos tan difíciles y peligrosos para las almas, numerosos y santos sacerdotes para que defiendan la causa de Dios y establezcan en el mundo el pleno reinado del Espíritu Santo.

Será la obra más provechosa para nuestra Madre la Iglesia, que podamos realizar.

Para todo esto les mando una gran bendición sacerdotal y de Padre, que traiga a sus almas las gracias del cielo que las santifiquen más y más.

Que la Santísima Virgen María las guarde en su Corazón Inmaculado.

Afectísimo Padre en Cristo. [260]

Misa del Colegio. Iglesia del Corazón de María. (261) Noviembre 16 1961 Muy amados hijos en Cristo Nuestro Señor: El Apóstol San Pablo que tanto penetró en el misterio de Cristo, nos advierte que debemos dar siempre gracias a Dios por todos los beneficios. Y cuando el Corazón de Cristo quiso hablar a la confidente de Paray le Monial, Santa Margarita María, se quejó de la ingratitud humana.

Es que todo lo recibimos de Dios, amados hermanos, amados niños; todo lo que Dios nos da es amor, porque Dios es amor.

Generalmente nos conmueven y los agrademos, los dones materiales de salud, de bienestar; pero debemos recordar que somos deudores sobre todo de los bienes espirituales.

Vosotros venís en este día, amados niños, a uniros a las acciones de gracias que el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad está ofreciendo a Dios por los 25 años de vida en la Iglesia.

Entre otros fines, este Instituto tiene el de formar juventudes y dejar en los niños algo de Dios, o mejor mucho de Dios, si se pudiera TODO de Dios. No solamente quiere formar en la ciencia, sino en el amor, y santificar las almas a lo largo de la vida.

Vosotras, amadas niñas, iréis viendo los frutos de este trabajo; sensiblemente vais recibiendo ese riego divino a través de vuestras educadoras.

Entonces debéis darle gracias a Dios porque ellas se preocupan de vuestro bien espiritual en pri[261]mer lugar, y piden a Dios que os haga felices amándolo a Él y cumpliendo su ley divina. ¡Qué contentas se sentirán de vosotras, sobre todo un día que esperamos, os verán allá en la gloria!

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Recuerdo que cuando canté mi primera Misa, entre las personas que se acercaron a felicitarme, estaba una que fue mi maestra; estaba profundamente conmovida y le daba gracias a Dios, porque sentía que en aquel sacerdote había algo suyo. Me enseñó a leer, me enseñó las primeras letras, pero seguramente también se preocupó por mi alma. Son los misterios de la gracia.

Vosotras, amadas niñas, debéis ser agradecidas con vuestras maestras y corresponder a los trabajos que ellas tienen por vuestro bien.

Por eso vamos a ofrecer la Divina Víctima que todo lo paga; y ofreceremos vuestras oraciones para que Dios bendiga este Colegio y lleve adelante su obra no solamente aquí sino allá en los pueblos lejanos que no han recibido el don de la fe.

Como sabéis, las Misioneras trabajan también en los países de misiones.

En lo personal yo quiero hacer una súplica muy grande en el altar; por vuestras familias, por vuestros amigos, para que se santifiquen, para que sean llenos de las bendiciones de Dios y que a todos se nos conceda la gracia de ir al cielo, porque es tanto lo que tenemos que agradecer, que solamente en la eternidad estaremos satisfechos, valiéndonos de estos medios poderosísimos que Dios nos ha dado, principalmente del mismo agradecimiento de Cristo Nuestro Señor.

Uníos a mis intenciones en el Santo Sacrificio de la Misa, y vamos a abrir nuestras almas para recibir los dones de Dios. Pidámosle nos conceda la perseverancia para salvar nuestras almas, santificarlas y darle mucha gloria en el tiempo y en la eternidad. Así sea. [262]

Hora Santa que dio N. Padre. Casa de Tecoyotitla. (263) 17 de Nov. de 1961.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: El aniversario que estamos próximos a celebrar, o sea los 25 años del nacimiento de la fundación del Instituto, nos invita a hacer un estudio algo más profundo de lo que es esa Obra; y como lo hemos repetido muchas veces, esta Obra nació inspirada en otras Obras, Obras que llamamos de la Cruz.

Conviene por lo mismo examinar un poco el marco histórico, digamos así, en el que aparecieron esas Obras en el mundo, Obras que Dios Nuestro Señor quiso que nacieran en nuestra Patria para difundirse desde aquí por todo el mundo. Obras que, en pocas palabras, tienen como fin establecer en el mundo el reinado del Espíritu Santo por medio de la Cruz de Cristo; el reinado del Espíritu Santo que es el reinado de Dios en las almas.

Se trata de despertar en el mundo, en quienes han olvidado estas cosas, un sentido de profunda espiritualidad que le haga volver sus ojos a Dios, que lo haga amar a Dios con un amor extraordinario por su grandeza, por su pureza; y mediante este amor, lograr la santificación de las almas, por lo tanto, una gloria muy grande para Dios Nuestro Señor.

En las diversas épocas de la humanidad, cuando el mundo se ha resfriado, 153

cuando se aleja de Dios, Él viene a su socorro. La providencia divina nunca ha faltado a la Iglesia en sus necesidades, y siempre le ha proporcionado los medios, la manera de que se restablezca el orden en el mundo, ese orden [263] que el pecado y la malicia de los hombres y la perfidia de Satanás, vienen muchas veces a destruir.

En una época especialmente difícil para la Iglesia, en la que reinaba en gran manera el sensualismo porque el mundo buscaba en todos los órdenes bienestar, comodidad, placer, dando origen a un sensualismo refinado, olvidándose de los medios que lo rescataron, el cielo vino en ayuda de los hombres y en auxilio de su Iglesia, haciendo uso, entre otros, de este medio de que hablamos: las Obras de la Cruz, para recordar al mundo que no hay redención sino en la Cruz, que si queremos abrazar la verdadera vida espiritual, necesitamos entrar por el camino de la Cruz y que cualquier otro camino nunca nos ha de conducir a ese fin: nuestra salvación y santificación.

Las Obras de la Cruz nos recuerdan el hecho más precioso en la vida de la Iglesia, o sea la muerte de Cristo en la Cruz para salvar a la humanidad, para alcanzarle la gracia de recibir al Espíritu Santo y con el Espíritu Santo la luz, la verdad, el amor, la inteligencia para comprender las cosas de Dios.

Recordamos con grande complacencia lo que en la historia de la Iglesia sabemos que ocurrió aquel gran día de Pentecostés en que el Espíritu Santo fue dado oficialmente al mundo.

Ese día feliz en que el Espíritu de Dios vino a iluminar las inteligencias de aquellos que formaban la Iglesia primitiva y que habían de ser sus grandes columnas: los Apóstoles, los primeros discípulos de Cristo.

Día maravilloso que transformó a esos hombres, los llenó de luz, los hizo arder en amor y dar su vida por la gloria de Dios y el bien de las almas, estableciendo el reinado de la pureza y del verdadero amor, [264] levantando sobre los templos paganos los templos del verdadero Dios; arrancando al sensualismo almas que se transformaron y se convirtieron en algo verdaderamente hermoso, digno de ofrecerse en holocausto al Señor, almas preciosas que comenzaron a perfumar la tierra con un perfume nuevo, desconocido hasta entonces y que se comenzó a difundir como un don de Dios en virtud de los méritos de Cristo y de la Virgen Santísima, la gran Madre de Dios.

Verdaderamente comenzó una historia nueva para la humanidad.

Pero amadas hijas, el hombre se olvida muchas veces de las cosas de Dios, se deja dominar por los sentidos, deja enseñorearse de él a las pasiones y vuelve a resfriarse. De nuevo también el cielo acude a salvar a esa humanidad.

Por eso llegó otra época especialmente difícil para la Iglesia, aquélla en que nacieron las grandes herejías, las cuales trataban de envolver al corazón del hombre y apartarlo del Corazón de Dios. Vemos cómo el Jansenismo intentó retirar las almas de la Eucaristía, único Pan de vida, y llevarlas por lo mismo a su ruina.

Fue entonces cuando el Corazón de Cristo quiso manifestarse en Paray le Monial a una religiosa de la Visitación, Santa Margarita María, y abrirle su Corazón y hacerle aquellas confidencias de amor que lo eran también de dolor, porque manifestaban la grande amargura de ese Corazón divino por la ingratitud del mundo.

Jesús pedía a aquella santa religiosa que al menos ella correspondiera al amor de Dios 154

y ofreciera actos de reparación.

La palabra de Dios, amadas hijas, es operativa, se impone, y todos hemos visto los asombrosos efectos de esas confidencias del Corazón de Jesús; un [265] mundo que comenzó desde entonces a renovarse; las almas que comenzaron a acercarse más y más a la Sagrada Eucaristía, con esa hermosa práctica de los viernes primeros en que millones de almas se purifican en el Sacramento de la Penitencia para comulgar y lograr así las promesas del Corazón de Cristo.

Se fundaron grandes instituciones religiosas y sociales que trataban de difundir ese espíritu de reparación que el Señor pidió en Paray le Monial.

Pero vuelve a suceder que el mundo se conmueve por un tiempo y después se entrega nuevamente en manos de sus enemigos. Así reinó una vez más la comodidad, el sensualismo, la doctrina de odio, a través de ese error de errores que es como un cúmulo de herejías, el comunismo ateo.

Entonces el Corazón de Cristo no nos deja, vuelve a manifestarse al mundo, ahora enclavado en una Cruz, para recordarnos en dónde estuvo nuestra salvación y cuál es el lugar que la Cruz tiene en nuestra vida; para recordarnos cuál es el carácter del verdadero amor: DAR LA VIDA por el Amado.

Cristo nos demostró su amor muriendo por nosotros en la Cruz. Y para que pudiéramos corresponder a sus voces de amor y realizar lo que Él quiere, la gloria plena de su Padre y la salvación de las almas, quiso difundir de nuevo sobre la tierra su Espíritu Divino, hablarnos de Él como hablaba antes de subir a los cielos, con aquel fuego y entusiasmo; tratar de conmover a los hombres acercándonos al Espíritu del Padre y del Hijo para que realice el prodigio que realizó en el primer Pentecostés.

Este es, amadas hijas, el momento histórico que estamos viviendo ahora.

Las Obras de la Cruz han nacido en forma senci[266]lla, humilde, como todas las cosas que Dios hace y que tienen su sello divino.

Escogió almas que Él mismo preparó con sus dones para que pudieran comprender la misión encomendada.

Ahora podemos hablar de algunas de ellas que han muerto; podemos hablar de esas piedras angulares, fundadores escogidos; podemos decir “la sierva de Dios Concepción Cabrera”, “el siervo de Dios Félix de Jesús Rougier”, y ojalá que pronto podamos dar ese nombre a otras grandes almas que Dios escogió para que trabajaran en las Obras de la Cruz, como el veneradísimo Arzobispo de Puebla Don Ramón Ibarra y González, a quien tanto deben las Obras de la Cruz.

Así también, inflamadas en el amor a la Cruz y poseídas del Espíritu Divino, otras muchas almas que pasan desconocidas a los ojos del mundo, pero que existen y ejercen una poderosa influencia en él y responden a los deseos del Corazón de Cristo como en Paray le Monial. ¡Cuántas otras almas se santificaron precisamente cumpliendo la voluntad del Corazón de Cristo! Él mismo se lo manifestó a Santa Margarita María, refiriéndose al Beato Padre de la Colombiere, colaborador de la Santa en el desarrollo de esa devoción, que fueron más las gracias que recibió por haber trabajado en esa devoción, 155

que por todas las obras buenas y grandes que había hecho en su vida.

Entonces fueron los albores de la devoción al Corazón de Jesús; ahora es el mediodía, el desarrollo de esa devoción.

Para que reinara plenamente el Corazón de Cristo, se necesitaba que apareciera en la tierra el Espíritu Santo, único que da a conocer a Cristo.

“Muchas otras cosas tengo que deciros, pero [267] no lo hago porque no lo comprendéis ahora, hasta que venga el Espíritu Santo” decía Jesús.

Con una vitalidad asombrosa, amadas hijas, comienzan a desarrollarse esas Obras de la Cruz, y así como en Paray le Monial, al calor del Corazón de Cristo nacieron muchísimas obras, se cuentan por centenares los institutos y demás obras, que se inspiran en el amor al Corazón de Cristo según el espíritu de Paray le Monial.

Así ahora, para difundir este espíritu nuevo, nuevo por su intensidad, por la pureza del amor con que se realiza, espíritu de las Obras de la Cruz, comenzaron a nacer en torno de esas Obras centrales otras más que llevarían a todas partes el espíritu propio.

Esto, amadas hijas, quizá no lo podemos aquilatar en los momentos históricos en que vivimos. Tendrán que verlo y aquilatarlo las generaciones futuras; pero ciertamente es una gracia inmensa el que Dios Nuestro Señor nos haya permitido contribuir en la forma en que Él quiere que lo hagamos, siempre modesta, humilde, a la realización del pensamiento divino en ese nuevo impulso del Corazón de Cristo por salvar a la humanidad.

Os he citado algunas palabras del Corazón de Cristo en presencia del mar de sensualismo de nuestros días: “En esta época ya no mandaré un diluvio como en los primeros tiempos de la humanidad, ni fuego para abrasar al mundo como a las ciudades malditas de Sodoma y Gomorra...” Ahora el Señor quiere triunfar por su Corazón, “más rico en gracias que en aguas el diluvio” y con un fuego más ardiente que el que consumió a las ciudades malditas.

Triunfará el amor de Cristo y para corresponder a ese amor, necesitamos tener el Espíritu de Cristo, Espíritu del Padre. ¡Qué hermosa será, amadas hijas, esa humanidad renovada en el Espíritu Santo! ¡Qué hermosas esas almas que correspondan plenamente a los designios del [268] Corazón de Dios!

El Instituto ha puesto como un lema: “Dios y las almas”. Dios porque es el último fin, es la meta a la cual tendemos. Dios, hermosura infinita, amor infinito, bondad infinita. Dios que quiere reinar en el mundo. Y las almas, las criaturas predilectas de Dios, por las que Cristo vino a dar su vida; las almas que nosotros queremos salvar con Cristo, unidos a Él.

En esas dos palabras se encierra un ideal, un programa hermosísimo de perfección, capaz de seducir a las almas más exigentes.

Este es, amadas hijas, el origen remoto de esta institución que se llama las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Por mi vocación de Misionero del Espíritu Santo, porque Dios así lo ha querido; 156

por los puestos que he ocupado, siempre por la bondad y misericordia de Dios, he podido penetrar un poco en ese espíritu hermosísimo de las Obras de la Cruz; he podido penetrar un poco en el pensamiento divino que las inspiró, y fue ese ardiente deseo de secundar los planes de Dios, de darle gloria y de salvar almas; fue ese ardiente deseo de darle a Jesús lo que Él quiere, el que me hizo anhelar también ardientemente la existencia de una Obra que secundara aquellos trabajos de las Obras centrales de la Cruz, abarcando medios específicamente distintos pero tendiendo al mismo fin, a la gloria de Dios y salvación de las almas.

Vosotras comprenderéis que se trataba de algo muy difícil; por eso, yo no me canso de repetirlo, quiero que quede bien consignado en la historia: NO ME ATREVÍ A DAR UN PASO sin consultar al hombre de Dios, que fue escogido por el mismo Dios para ser el Director, digamos así, de las Obras de la Cruz, el Fundador de la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo. [269] Si alguien sabía lo que son estas Obras, tenía que ser él. Y por otra parte, director espiritual y confidente de aquella otra grande alma a la que con tanto amor llamamos Nuestra Madre, la Sra. Concepción Cabrera de Armida.

Yo no podía poner las manos en una Obra que trataba de secundar las de la Cruz, sin saber si era voluntad de Dios y si realmente era necesario ese trabajo.

Por eso quise consultar a nuestro venerado Padre Fundador, y Dios sabe que yo estaba absolutamente resuelto a prescindir de todo si él, nuestro Padre, me decía que la Obra no era necesaria o que Dios no la quería.

Pero sabéis cuál fue su opinión y con qué entusiasmo recibió el nacimiento de la Obra. Para mí esto vino a confirmarme en que realmente la Obra era de Dios, y me hizo profunda impresión aquel entusiasmo, aquella alegría con que recibió las noticias de los planes de esta Obra.

Los santos no se dejan influenciar fácilmente por las por las cosas que pasan, por las cosas humanas; los santos, como yo creo que era nuestro Padre y espero que la Iglesia lo declare un día, se mueven por las cosas de Dios, los atraen esas cosas y no les mueve lo que no tiene este sello divino.

Ya sabéis cómo la Iglesia nos aprobó y nos aceptó para trabajar en el campo suyo por la gloria de Dios.

Ojalá que este aniversario nos renueve en el entusiasmo para trabajar por estas Obras. Que cada una de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad se sienta atraída más fuertemente al amor de su vocación, a realizar los grandes ideales que encierra; porque, amadas hijas, no soy el único que lo digo, hay muchas personas que lo dicen, es un espíritu hermosísimo, no es el caso de hablar extensamente, pero quiero tocar estos puntos básicos para renovarnos en el entu[270]siasmo y sobre todo darle gracias a Dios.

Vamos a darle gracias por ese beneficio tan grande de que naciera esta Obra de las Misioneras. Otras cosas las arreglaremos con Dios Nuestro Señor, cosas privadas de nuestra vida espiritual; pero ahora se trata de dar gracias porque la Obra nació y hay que pedir que se desarrolle, que aumenten las almas llamadas a formarla y que sean verdaderamente un consuelo para el Corazón de Cristo, instrumentos de los que Él se 157

valga para llevar la salvación, el amor a otras muchas almas.

Hora Santa 8 p. m. Tecoyotitla (271) Noviembre 19 – 1961 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor.

La fuerza para realizar la Obra de Dios, la encontramos en aquella elección libre, voluntaria y amorosa que Él ha querido hacer de nosotros.

Sería imposible a las fuerzas del hombre, realizar una obra que trascendiera; y cuando queremos alcanzar la gloria de Dios, cuando queremos alcanzar la santificación de las almas y nuestra propia santificación, nos encontramos que una meta del orden sobrenatural tiene que ser la obra de la gracia.

Por eso, para que alguien pueda tener acceso a aquella misión divina que Jesús confirió al sacerdote, el continuador de su obra, se necesita formalmente la vocación divina.

Nadie puede atreverse a semejante honor, sino aquél que es llamado por Dios.

Pero supuesta la voluntad de Dios, la vocación divina, encontramos, amadas hijas, toda clase de medios que nos ayudan a realizar esa obra.

Desde luego, somos elevados por la gracia al [271] orden sobrenatural, contamos con auxilios divinos que tal vez no sospechamos, ni su magnitud ni el número de ellos, pero que ciertamente están a nuestra disposición. Por eso también, cuando queremos nosotros realizar una obra, primeramente inquirimos a la luz de Dios y por los medios de la prudencia humana, si realmente somos llamados a trabajar. Y cuando la obra no es del hombre, sino de Dios, tenemos la seguridad absoluta de que los medios no nos van a faltar. ¿Qué es lo que hace falta entonces, si Dios es pródigo en sus dones y la vocación tiene todas las gracias de estado? ¿Por qué de hecho no todos llegamos a la perfección, no realizamos nuestra vocación? ¿Por qué no todas las almas llegan a la santidad a que son llamadas por Dios?

La respuesta es: porque no todas las almas corresponden a la gracia, les falta la generosidad en el dar.

La generosidad hace a los santos y cuando Dios nos llama a una empresa divina, no debemos detenernos, sino entregarnos por completo.

Por eso la Iglesia, a aquellas almas que especialmente llama a la perfección, como es el caso del religioso, lo liga voluntariamente, amorosamente, a tres votos: pobreza, castidad y obediencia, para que en la práctica de ellos realice su entrega total y perfecta, sin la cual no podría realizar su vocación.

El Espíritu Santo detesta la tibieza, y cuando se abraza un estado y se entrega el alma a medias, entonces puede decirse que el alma es tibia, es de aquéllas de quienes dijo el Espíritu Santo: “porque no eres frío ni caliente, sino tibio, te he desechado.

Por eso, amadas hijas, cuando el alma es llamada, su primer movimiento debe 158

ser de generosidad para corresponder a ese don de Dios, teniendo en cuenta [272] que es una gracia inmensa el que Dios se haya fijado en ella para asociarla a la obra de su glorificación y a la salvación de las almas.

Es hermoso ver, amadas hijas, el despertar de las Obras de Dios, porque generalmente a ese primer momento corresponde una abundancia de los dones divinos, de las gracias del Espíritu Santo.

Y cuando los que son llamados corresponden, cuando se junta la riqueza en el dar con la generosidad humana, entonces es cuando se ven los prodigios de la gracia.

La Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad no podría sustraerse a esa regla general. ¡Si alguien pudiera leer en el libro de su vida cada una de las páginas que ha escrito Dios! ¡Las invitaciones, los prodigios de la gracia!

Si pudiéramos penetrar en los arcanos divinos, para leer lo que las almas han hecho por Dios, encontraríamos, amadas hijas, grandes sorpresas del amor, del amor divino y del amor humano.

En este caso, al recordar la fundación de la Obra, los 25 años que tiene de vida, vemos que las gracias han abundado.

Hay unas gracias que palpamos, que podemos ver, como son muchas de la Providencia divina en el orden material, hechos tan sencillos como elocuentes; cosas pequeñas y cosas ya muy grandes, la manera cómo Dios bendice cada obra de apostolado de las Misioneras. Hechos también ocultos, todo aquello que se escapa a la consideración humana.

Cada alma es un mundo desconocido para los demás, en el que solamente penetra Dios Nuestro Señor con su Sabiduría y ciencia divinas.

Pero amadas hijas, ciertamente que para ha[273]cer lo que se ha hecho, para corresponder a la gracia de Dios, hay que suponer que las almas han dado mucho a Dios, digo mucho en cuanto que no puede compararse el don de la criatura con el don de Dios. Decimos mucho cuando se da todo lo que se tiene aunque sea poco, porque no hay más que dar, ni por los méritos ni por la voluntad.

Dios Nuestro Señor, amadas hijas, en los albores de la Obra pidió algo que acostumbra pedir Él siempre cuando quiere conceder gracias; pidió víctimas y escogió a una de nuestras primeras Misioneras como primicia de esa pléyade de almas que a través de los tiempos realizarían este anhelo de Cristo: verse rodeado de almas víctimas.

Escogió un alma sencilla, pura, humilde, que realizaba, en cuanto uno puede percibirlo, el anhelo de Dios, la voluntad de Dios.

Las que fueron compañeras de esa alma, saben que en realidad era un alma ansiosa de la gloria de Dios. Yo fui confidente de sus sentimientos íntimos y puedo asegurar que fue un alma obediente hasta para hacer la entrega total, aquello que ella sabía ser voluntad de Dios, porque sin duda Él se lo había inspirado; pero no quiso hacerlo sin que llevara el sello de la obediencia.

Por eso me pidió permiso, como padre espiritual de su alma, para ofrecerse a 159

Dios como víctima por la Obra naciente, por la Acción Católica, por los sacerdotes.

Y el Señor aceptó esa alma y puso en sus labios palabras de amor que deben haber conmovido el Corazón de Dios; puso en su alma una grande generosidad que la colocó en poco tiempo, en el plano de las grandes almas, de aquéllas que se dan completamente a Dios, de las que no miden el don.

Y nosotros todos, sentimos los efectos de ese sacrificio. [274] Del confesionario me fueron a levantar para darme la noticia, en San Luis Potosí, del sacrificio de Lupita, de su muerte, muerte gloriosa porque así es la que se sufre por amor y se consuma en amor.

Yo sentí, amadas hijas, la alegría del padre que tiene algo que ofrecerle a Dios y que es algo suyo. Era la primera flor que el Señor quiso cortar del jardín de la Trinidad.

Teníamos una abogada poderosa en el cielo.

Un hecho, al parecer insignificante, dio a conocer el poder de esa alma. Vosotras las primeras recordáis que ella tenía casi una obsesión, santa obsesión de que yo viniera a México. Insinuaba los medios para conseguirlo, pero siempre se encontraba con la misma respuesta: “Nuestro Padre no quiere que se toque ese punto”...

Yo quise que la voluntad de Dios fuera moviéndome, manifestando los pasos que debía dar y el modo como debía auxiliar a las Misioneras.

Me parece que fue el día siguiente de la muerte de esta Hermana vuestra, si no me equivoco, cuando en el Capítulo General de la Congregación me eligieron Ecónomo General y me llamaron inmediatamente para que me presentara en la Sala del Capítulo.

Se presentó en la Casa de la Misioneras el R. P. Iturbide para darles el pésame y les dijo: “Ya Lupita les hizo una gracia, ya les trae al Padre Pablo”....

Lo que nadie en la tierra le dio, Nuestro Señor se lo dio en el cielo. Yo ni siquiera salí como delegado, estaba muy tranquilo en la Casa de San Luis Potosí, cuando me dieron la orden de venirme; y venía resuelto a renunciar. Pero recuerdo que estando en la Sacristía de San Felipe (el Capítulo fue en la Capilla de la Inmaculada), me dijo uno de los RR. Padres: “¡No sea bárbaro... es el candidato de nuestro Padre!”.[275] ¡Entonces, si así es, no renuncio...! Si he puesto mi renuncia, hubiera seguido en San Luis, y Lupita quería que yo estuviera aquí.

Son cosas sencillas, pero que en realidad están diciendo el poder de las almas delante de Dios.

Ese hecho nos recuerda el de San Benito y Santa Escolástica, cuando la santa le suplicaba que no se fuera, que pasara la noche en su convento para platicar con él de las cosas de Dios para bien de su alma.

San Benito no quiso, tenía que volver a su convento. Ella se pone en oración y comienza una tempestad, rayos y truenos, lluvia: “Vete si puedes”… le dice a Benito.

“Pero ¡qué has hecho, Hermana!” “Le pedí a Dios lo que tú no me querías conceder...

Y pasaron la noche hablando del cielo, de las cosas divinas. Fue la última vez porque Santa Escolástica murió pocos días más tarde y la vio San Benito subir al cielo.

Son pequeños detalles que nos indican el poder de los santos. Entre nosotros 160

tenemos almas así, yo sé que muchas.

Una sola alma santa es capaz de salvar una nación entera. Y una institución que ha adquirido esa santidad para sus miembros, puede decirse que es Obra de Dios y que tiene asegurado su porvenir.

Dicen que no hay que canonizar a nadie en vida. No las canonizamos oficialmente, pero sí podemos creer razonablemente, con fundamento, que algunas almas han llegado a grado muy altos de perfección; Dios me ha hecho la gracia de conocerlo; sin decir nombres, ciertamente hay muchas almas que, con la ayuda de Dios, van caminando a grandes pasos en esa vida.

Es la gracia de la vocación, de la correspondencia, de la generosidad en el alma que se da.

Yo me he imaginado, amadas hijas, al Instituto [276] de Misioneras Eucarística de la Santísima Trinidad como un grupo de almas generosas, entusiastas, que irán a donde quiera que hagan falta para gloria de Dios, que no medirán los peligros. Gracias al Señor, no hemos tenido dificultad en encontrar esas almas. Tenemos misiones difíciles, pero tenemos misioneras que han respondido a la gracia.

Es necesario recordar un poco estas cosas, amadas hijas, para agradecerle a Dios Nuestro Señor. Yo quisiera suponer que no tuviéramos más que un alma santa en el Instituto; ya es motivo poderosísimo de dar gracias a Dios; un alma santa que ha realizado los planes de Dios; pero creo y lo espero que hay más de una.

Que nuestros sentimientos en estos días, amadas hijas, sean de profunda gratitud. El corazón de Cristo se conmueve cuando siente la gratitud en el corazón del hombre.

Si no podemos hacer otra cosa, seamos al menos almas agradecidas y si la sustancia de nuestro ser, toda entera, se convirtiera en acción de gracias, ¡qué felices seríamos! ¡Qué felices de contarnos en el número de esas almas que se llaman “almas acción de gracias”, las más parecidas a Cristo.

En esta fecha tan grande para nosotros porque nos recuerda los dones de Dios – no siendo el menor de todos el sufrimiento, gracia enorme que no ha faltado ni en el cuerpo ni en el ama- ¿cómo darle gracias al Señor sino a través del Sacrificio de Cristo que todo lo puede?

Por eso esperamos con ansias ese momento de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, de ofrecer esa Víctima divina, de dar gracias, de pedir perdón por nuestras faltas de correspondencia, de ofrecer actos de reparación, para glorificar al Señor, para alabarlo y pedirle nuevos dones.

Que este sentimiento sea el que nos sorprenda [277] cuando despunte el nuevo día, mañana 20 de noviembre de 1961 que nos trae el 25 aniversario de la fundación. Y ese hecho que más tarde se aquilatará mejor, de haber contado con la presencia en el santo Sacrificio del altar, de aquel grande hombre de Dios, siervo de Dios, (ojalá pronto digamos, ese gran Santo, ya canonizado por la Iglesia), que fue nuestro venerado Padre Félix de Jesús, Fundador de nuestra Congregación, y quien fundó también la vuestra por encargo especial que yo le hice y que él aceptó con bondad paternal.

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¡Qué recuerdo más hermoso! Quedaréis ligadas para siempre a la historia de ese Santo. Fue la última fundación que él hizo, a la que estuvo presente. ¡Ojalá, así lo espero porque la bondad de los santos no se acaba en la tierra, ojalá que él vuelva a acompañarnos mañana para ofrecer la Víctima divina al Padre de los cielos, de quien ya goza eternamente!

Y que por medio del Corazón Inmaculado de María por quien siempre le gustaba ofrecer todas sus obras, ofrezca también este Sacrificio nuestro, esta renovación de nuestra entrega.

Pidámosle nos conceda la gracia inmensa de corresponder a los designios divinos y que este día marque un momento en que el Instituto se renueve en su fervor, en su celo y entusiasmo. Que se multipliquen aquellas almas víctimas, almas sencillas, puras, humildes, que realicen los planes de Dios.

Hagámoslo así amadas hijas, y quedaremos tranquilos, esperando nuevamente las bendiciones de Dios para seguir el camino, para ir dando todas lo que Dios les pida y desapareciendo de este mundo en el momento en que Dios lo quiera, para presentarse en el cielo a recibir la corona de gloria que nos espera. ¡ASÍ SEA! [278]

Palabras de Nuestro Padre grabadas en disco para el 20 de Noviembre 1961. (279) Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Quisiera que el amor agradecido de nuestra alma correspondiera a lo que merece el hecho que conmemoramos, o sea la fundación de la Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Una Obra grande por sus fines y por ser Obra de Dios. Busca la gloria de Dios y la salvación de las almas, rindiendo un culto de adoración, acción de gracias, reparación e imploración a cada una de las divinas Personas.

Una Obra que honra a la Santísima Virgen en dos misterios de su vida: el gran misterio de gozo de su Maternidad divina en la Encarnación del Verbo, y el misterio de sus dolores íntimos en los últimos años de su vida, en su soledad de 25 años después de la Ascensión de Cristo a los cielos.

Obra que honra el Sacerdocio de Cristo y su participación a los sacerdotes de la tierra. Y que quiere formar almas acción de gracias para agradecer ese don inenarrable del Sacerdocio de Cristo. ¿Habremos conseguido siquiera en parte la realización de nuestros fines? Creo que el sólo intento ya es un gran consuelo para quien lo quiere, y el deseo ardiente de hacer la voluntad de Dios, ya Lo glorifica.

Queremos en esta fecha, muy unidos al Sacrificio de Cristo, ofrecer un grande acto de adoración a la Trinidad Santísima. Adoración llena de respeto y amor, en la que reconocemos el supremo dominio de Dios sobre todas las cosas y nos sentimos felices 162

de [279] ser hijos suyos y de someternos amorosamente a su divina voluntad.

Queremos rendir el acto de suprema adoración en espíritu y en verdad; esa adoración en que nos inició Jesucristo mismo, el Hombre Dios, el supremo Adorador de Dios, y que consiste en adorar a los Tres, en unión con el Verbo Encarnado, en la Verdad, bajo la moción del Espíritu Santo. ¿Le habremos dado al Divino Padre los adoradores que Él busca?

Y con la adoración la acción de gracias. ¡Qué hermosa es la gratitud! Es la nota característica en el Corazón Divino de Jesús, como podemos verlo fácilmente en el Evangelio; amor agradecido a su Divino Padre, que se gozaba en manifestar en las ocasiones solemnes de su vida.

Queremos hacer nuestros los sentimientos del Corazón agradecido de Jesús y pedirle que Él pague la deuda tan grande que tenemos con el cielo, por el don que hizo al mundo, de mandar la Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Y un grande acto de reparación por todas las deficiencias que hayamos tenido en el amor y servicio de la Obra. Una súplica humilde y confiada para que nos llene de su Espíritu y con nueva vida divina, conducidos por Él, llevemos adelante la Obra de Dios.

Quiero personalmente, como Padre espiritual de vuestras almas, interpretar vuestros sentimientos y ofrecer en el Santo Sacrificio de la Misa, los anhelos de vuestro corazón.

Que Él escuche esta oración sacerdotal que se ha ofrecido tantas veces a favor de la Obra y de vuestras almas.

Allí en mi altar quiero pagar mi deuda de gratitud a Dios y a la Santísima Virgen por sus bendiciones [280] al Instituto y quiero pagar a cada una de las Misioneras lo que por la Obra ha hecho.

Una vez más quiero recordar que uno de los motivos que me impulsaron fuertemente al hacer la fundación de la Obra fue el tener almas que me ayudaran a dar gracias por mi Sacerdocio y el de todos los sacerdotes de la tierra.

Amadas hijas, que el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad cumpla hasta el fin del mundo su hermosa vocación Trinitaria, Eucarística, Sacerdotal y Mariana.

Que alcance para todos los sacerdotes gracias de santidad y se una a ellos en su himno de acción de gracias por esa divina vocación.

Así glorificará a la Trinidad Santísima y alcanzará para todos sus miembros un lugar de preferencia en los Corazones de Jesús y de María.

Desde esos Corazones, en ocasión tan solemne, mando mi bendición a cada uno de los miembros del Instituto y muy especialmente a la Muy Reverenda Madre Fundadora; a sus colaboradoras e hijas desde el principio de la fundación; a sus sucesoras y en general a nuestros amados y generosos bienhechores.

Llenos pues de confianza y de un santo entusiasmo, celebremos estas fiestas jubilares y recibamos el rocío del cielo que será de gracias para nuestras almas y de gloria para Dios.

163

Hora Santa. (281) 8 p. m Nov. 20 de 1961 Tecoyotitla, D. F. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hoy hemos sentido el paso del Espíritu de Dios sobre nuestras almas. Hoy nos ha hecho sentir el amor [281] de Dios para una Obra que es suya. Pero como esa Obra la formamos nosotros los instrumentos que Él quiso escoger, sentimos que el amor a la Obra se confunde con el amor a nuestras almas.

Ese Espíritu Divino ha querido hacernos sentir el gozo de su presencia inconfundible; esta presencia que sin quitar muchas veces las causas de sufrimiento, hace que no se tenga en cuenta, lo transforma en alegría y se convierte en un medio poderosísimo para intensificar más la unión con Dios.

Yo no sé, amadas hijas, cómo agradecerle a Dios Nuestro Señor sus favores, o más bien dicho, sí lo sé; hay un medio, el que he usado siempre, el que Cristo nos proporcionó por su gran Sacrificio.

Cuando elevaba esta mañana la Hostia y el Cáliz en el Santo Sacrificio de la Misa, tenía la seguridad de que había dejado saldadas mis cuentas con el cielo, porque en nombre de Cristo, por Cristo y en Cristo, estábamos ofreciendo al Divino Padre, por medio de María, todo honor y toda gloria.

Dios quiso, por lo que a mí se refiere, darme grandes motivos de gozo en este día, gozo profundo en el espíritu, al celebrar el aniversario de la fundación muy cerca de aquél que para mí fue un Padre amado; el que veneramos como hombre de Dios, nuestro amadísimo Padre fundador; y precisamente hoy día de su santo. ¡Me sentía tan seguro cerca de él! Y tenía la impresión de que, con la caridad que le era peculiar, volvía a estar con nosotros, para ayudarnos a seguir adelante; porque nosotros con frecuencia nos desalentamos, queremos volver atrás en los primeros obstáculos. Pero el hombre de Dios, el que goza ya de la visión beatífica, como esperamos que goza nuestro Padre, no cesa de repetirnos: ADELANTE Y ARRIBA, buscando la gloria de Dios, santificándose, cueste lo que cueste. [282] Y tuvimos en este mismo día la Bendición del Santo Padre para todo el Instituto; tuvimos esas cartas tan consoladoras del representante del Papa en México, el Delegado Apostólico y del Superior General de la Congregación, quien para mí es el representante de aquel otro Padre que tengo en el cielo.

Vosotras lo sabéis, amadas hijas, yo he vivido el espíritu de fe en la obediencia, de acuerdo con mis superiores. “Señor, si tu quieres que haga algo, ponme de acuerdo con mis superiores...”

Y cuando veo que mis superiores, en primer lugar nuestro venerado Padre Félix nos ha bendecido en la tierra y ahora mi superior general bendice esta Obra de Dios, no puedo dejar de sentirme feliz.

Y siendo miembro de una familia religiosa en la que todos nos vemos como 164

Hermanos, en la que los triunfos deben ser comunes y las penas también, podréis suponer el gozo que sería para mí, ver que mis Hermanos ocuparon una parte principal en la celebración de esta fiesta, o asistiendo al altar, o cantando, o cualquier otras cosa.

Me sentía verdaderamente cerca de ellos, sentía que hacían suya una cosa que es mía, una cosa en la que un Hermano suyo está interesado.

Esto es motivo especial de gratitud a Dios y a mi Congregación. En el corazón de las Obras de la Cruz ocupan un lugar muy grande las Hermanas de la Cruz; ellas también tuvieron la delicadeza de hacernos patente su adhesión y felicitación, en el telegrama de la M. R. Madre Superiora General, a nombre de toda las Congregación.

Esto me llena de alegría.

Después de todo, no es extraño que las Hermanas de la Cruz se interesen por esta Obra; tienen la obligación, porque Dios así lo quiere, de asistir[283]nos a nosotros en nuestros trabajos, de ayudarnos, de interesarse en nuestras obras de apostolado. Y han dado muestras de que cumplen esa misión divina que Dios les confió, de colaborar con sus Hermanos los Misioneros del Espíritu Santo.

Y así tantas otras cosas en este día, amadas hijas, que no es posible decir, pero que nos dan la seguridad de que Dios Nuestro Señor está con nosotros y de que sus bendiciones seguirán adelante.

Entonces no sabemos qué hacer sino volvernos al altar de Jesús Crucificado.

Quisiera uno tener una perfecta correspondencia a la gracia; tener el amor de los serafines en el cielo y aun más estar llenos del Espíritu Santo, poseer su divina plenitud, amar en Él, amar como somos amados de Dios.

Eso no es un sueño irrealizable sino una hermosa realidad que tenemos siempre que ofrecemos el Sacrificio de Cristo, siempre que ofrecemos al Padre esa Víctima y viene el don de su Espíritu. Entonces amamos no como un serafín ni como un santo, sino con el Espíritu de Dios, con su plenitud divina.

Si para expiar nuestras faltas queremos ser mártires por el sufrimiento, por el sacrificio y darle una satisfacción adecuada al Padre, todo eso lo tenemos en el altar de Cristo. Él es nuestra Víctima, es nuestro Hermano; Él quiso compartir con nosotros el reino de su Padre; darnos sus reino, darnos su Espíritu, y participarnos su filiación divina, sus méritos infinitos, todo.

Entonces no es mentira, no es ilusión, asegurar que ofrecemos al Señor una reparación adecuada a lo que debamos, porque la ofrecemos en Cristo que es nuestro, en su Sacrificio que es nuestro.

Recordad cómo el sacerdote, al celebrar la [284] Misa, se vuelve a los fieles y les dice: “Orad, hermanos para que mi sacrificio que es también vuestro sea aceptable…”

Podemos tener la seguridad de que avivando nuestra fe y confianza en los méritos de Jesús Crucificado, ofreciéndolo y ofreciéndonos con Él, dejamos saldadas nuestras cuentas con el cielo; y abrimos otras cuentas más, porque nunca se acaban.

Cuando Dios concede una gracia, no se queda allí, quiere conceder otra mayor.

Y toda gracia a la que se corresponde, trae otra mayor a la que también debemos corresponder.

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En vista de estas bondades divinas, surge el anhelo de darle siempre gusto a Dios. ¡Quién pudiera escuchar algún día aquella palabra del Divino Padre que se escuchó en el Tabor y en el Jordán: “Ese es mi Hijo muy amado en quien me he complacido!”... ¡Que pudiéramos oír esa palabra, asegurando que somos sus hijos muy amados, que lo llenamos de complacencia! ¿Qué hacer para complacer a Dios, para complacer a ese Padre tan bueno que tenemos en los cielos? Imitar a Cristo, transformarnos en Cristo. Y Cristo no encontró otro medio para darle la plena satisfacción a su Divino Padre, sino haciendo en todo su voluntad: “Quae plácita sunt Ei, facio semper”...

La felicidad está en nuestras manos: hacer la voluntad de Dios. Y cuando recemos el Padre nuestro, esa oración hermosísima, decir de veras de corazón, queriendo cumplir: PATER FIAT VOLUNTAS TUA! Y cuando nos encontremos en presencia de esta voluntad, decir siempre: ITA PATER... Que así sea, Padre, porque Tú lo has querido. Dolor o gozo, lo que Él nos dé; cuando nos da gozo, es porque [285] nos hace falta.

Decir siempre; Hágase tu voluntad... Y llegar hasta el último momento en esa disposición, porque en cada paso encontraremos la Cruz para morir crucificados con Cristo.

Esa Cruz, amadas hijas, Dios la quiere dar en cualquier circunstancia de la vida; siempre para bien, siempre para gloria suya. Vuelvo a decirlo, la Cruz no es un castigo, ES AMOR, es predilección de Dios Nuestro Señor para nosotros, porque la Cruz nos asemeja a Cristo. ¡Atados a la Cruz de Cristo, crucificados con Cristo y por Cristo como el Apóstol!

Es preciso llenarnos de gozo, porque siquiera en parte podemos asegurar que estamos crucificados con Cristo. ¡Qué rara sería la vida, amadas hijas, si al amor no se uniera el dolor!

El amor sin dolor es propio del cielo; pero dicen que los Ángeles envidian al hombre que puede sufrir por Dios... El sufrimiento purifica nuestro amor, lo hace siempre más grande y nos da parecido con Cristo. ¡Cómo vamos a presentarnos al cielo sin llevar ninguna de las señales de Cristo! ¡Qué tristeza!

En cambio ¡qué alegría llevar esta señal, aún en aquellas cosas de orden exterior o físico, que son trasunto de las cosas del alma!

San Pablo se gloriaba de llevar los estigmas de Cristo; pero esas llagas las pueden llevar las almas interiormente, porque copian de veras, en cuanto es posible, aquella pasión íntima de Cristo.

El día de nuestra muerte no nos gloriaremos, ni nos gozaremos de las satisfacciones humanas que nos proporciona la vida. Si supimos llevarlas, nos harán gozar en cuanto que eran la voluntad de Dios. Pero más satisfacción, en igual circunstancia, nos dará el [286] pensar en lo que tuvimos que sufrir por Dios.

Ordinariamente huimos de la Cruz. ”Yo le mostraré todo lo que tiene que sufrir por Mí...” ¡Qué honra, amadas hijas, el que Cristo pudiera decir de alguno de nosotros: yo le mostraré todo lo que tiene que sufrir por Mí!... ¡Si es por tu amor, oh Cristo, yo 166

quiero sufrirlo todo!

Pero viene el pensamiento de nuestra fragilidad; ¡Señor, acuérdate, a pesar de mis grandes deseos de sufrir mucho por Ti, soy frágil, soy débil y tal vez me vuelva atrás en el primer momento de la lucha. Pero Tú sostén mi debilidad, ayúdame!

Cristo no siempre quiere para nosotros el sufrimiento exterior, que por otra parte, también lo glorifica, unido a la Pasión de Cristo. Pero quiere que compartamos con Él las penas de su Corazón, el sufrimiento por las ofensas a su divino Padre, el desprecio de las gracias; quiere que tengamos sus mismos ideales, que anhelemos la perfección de las almas escogidas, particularmente las de los sacerdotes.

Si llevamos esta clase de sufrimientos, tendremos la Cruz más amada de Cristo, la que más gloria da. Necesitamos la fortaleza divina; pero sabemos que con el sufrimiento viene la gracia, viene el Espíritu Santo al alma.

Nada atrae tanto hacia las almas al Espíritu Santo como el sacrificio, la cruz el dolor. A un alma crucificada, la invade inmediatamente el Espíritu Divino. Por eso se dice de Él que busca almas crucificadas o las crucifica por amor.

Dios quiere que le demos el sufrimiento con gozo, por lo menos con un gozo que radique en la voluntad; de otro modo no lo acepta, y muchas veces podrá suspender los sufrimientos en las almas por la poca disposición de éstas para llevarlos. [287] Pero eso será suspender una gracia inmensa en el alma, una gracia que le haría parecerse más y más a Jesús.

Amadas hijas, estemos dispuestos a aceptar lo que Dios nos mande. ¡PATER, FIAT!... Si tu voluntad es que pase por mí el gozo de tu Espíritu, yo lo acepto... Si quieres crucificarme en el crisol de las grandes tribulaciones, lo acepto. ¡TODO LO PUEDO EN AQUÉL QUE me conforta, en el Espíritu de Dios!

Yo no podía dejar que terminara este día, amadas hijas, sin decirles públicamente mi palabra de amor y agradecimiento a Jesús, sin dar gracias a la Trinidad Santísima, como dijimos esta mañana en Santa Misa: “Benedicta sit Sancta Trinitas”!... ¡Bendita sea la Santísima Trinidad, la Indivisa Unidad, porque ha obrado su misericordia con nosotros! ¡Bendita sea porque os ha escogido a vosotras para ser apóstoles de su gloria!

Lleváis su nombre, amadas hijas, y tenéis la obligación de propagar el honor y la gloria de la Trinidad Santísima en todo el mundo; dar gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo.

Y con Cristo gozaros en la gloria del Padre; y con el Padre y el Hijo comunicar su Espíritu y llenar las almas de los consuelos de ese Divino Espíritu.

Es una misión celestial, divina, más que angélica, porque los Ángeles no tienen esa misión.

Vuestra vocación exige perfección, amadas hijas, grande perfección en el alma.

Si no la tenemos, debemos tender a ella que es lo que Dios nos está pidiendo; y lo debemos hacer.

Aprovechar cada día las ocasiones que Dios nos presente para practicar una virtud, un acto de caridad, un acto de humildad, de vencimiento, ¡tantas cosas que hay que ofrecerle al Señor!

167

Terminemos este día, memorable entre los memorables, para este pequeño Instituto que cuenta 25 años [288] de su fundación. Veinticinco años, como nos han dicho (y debemos repetir las palabras del que habla en nombre de Dios) que han sido de misericordia de Dios para nosotros.

Si en lo personal nos sentimos indignos, dudemos de lo nuestro, pero no dudemos de los demás. ¡Qué sé yo de lo que sufre mi hermano! ¡Qué sé yo de los tesoros de amor de aquellos que conviven conmigo...! ¡Qué sé yo de aquella alma insignificante entre mis Hermanas, gratísima, a los ojos de Dios! ¡Qué sé yo de aquélla que parece no tener nada que sufrir y está clavada en una cruz!

Si una sola alma puede salvar un pueblo entero, una Comunidad donde hay muchas almas gratas al Corazón de Dios, ¿qué no podrá hacer por la gloria de Dios? ¿Cómo consolará al Corazón de Cristo y al Corazón de María, que sufre cuando sufre Jesús y que se consuela cuando su Hijo es consolado?

Yo las felicito, amadas hijas, por todo lo que han hecho, por todo lo que van a hacer. Para Dios todo es presente. Él no ve nada más nuestras debilidades, nuestra miseria espiritual. Él ya está viendo la generosidad de vuestras almas, la sangre de nuestras futuras mártires, la pureza de nuestras vírgenes y la gloria que le darán todas las almas santas que se acerquen a este Instituto, que se santifiquen en él.

Si hoy ve mis faltas, tiene presente mi dolor de mañana, mi penitencia, mi arrepentimiento. Y ve la gloria que le voy a dar. Por eso me ama siempre y me invita a que Lo ame yo también siempre.

En estos sentimientos terminemos nuestro [289] día; y como una feliz conclusión de él, quiero dar la Bendición con el Santísimo Sacramento, que es otra nueva bendición del Padre Celestial.

Que Él acepte todo lo que le queremos ofrecer. Ya nos da prueba de que lo acepta. Y entonces, con más generosidad, con más confianza, estemos dispuestos a hacer la voluntad divina, cueste lo que cueste. ¡Vamos adelante, confiados en los méritos de Cristo y en el amor inmenso que Dios nuestro Señor nos tiene! ASÍ SEA

Santa Misa en el Noviciado. (290) Nov. 21 de 1961.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Estamos celebrando esta fiesta de la SANTÍSIMA VIRGEN, que fue presentada al Templo desde sus primeros años y allí permaneció preparándose para su futura misión, unida íntimamente con el Espíritu que llenó su alma.

En esa unión con el Espíritu de Dios practicó María una virtud que iba a ser característica en Cristo, en las relaciones que Él sostenía con su Divino Padre; la virtud de la obediencia, esa sed de hacer en todo la voluntad del Padre, de darle gusto al 168

Padre, de complacerlo.

Esa misma ansia estuvo en el Corazón de la Santísima Virgen porque Jesús quiso anticipadamente depositar todos sus sentimientos en el Corazón de la que había de ser su Madre Inmaculada.

La Liturgia de este día pide que podamos ser presentados en el cielo; para ello debemos formarnos en la obediencia, vivir esa vida de obediencia, vivir ese hermoso lema del Instituto, OBEDIENCIA Y PUREZA. [290] Obediencia a la voluntad, al beneplácito divino en todas las circunstancias de la vida, obediencia siguiendo las mociones del Espíritu Santo, esas mociones y esas gracias que formaron en la Santísima Virgen un trono hermosísimo, un tabernáculo donde residió con toda complacencia el Verbo de Dios hecho Hombre.

Nuestra perfección estará principalmente en nuestra adhesión a Dios en el cumplimiento fiel de su querer, en el cumplimiento exacto de su voluntad divina. En el Noviciado, amadas hijas, deben prepararse las almas para su futura vida de apostolado, deben prepararse para vivir intensamente la vida de unión con Dios y como la Santísima Virgen, deben llevar la virtud característica que las distinga, la OBEDIENCIA; someterse a los hombres por Dios, someterse en todo a esos pequeños detalles de la vida diaria en los que se va haciendo, con cosas pequeñas, una cosa grande, porque se va cumpliendo en cada momento la voluntad de Dios.

Pero esa obediencia debe estar normada por la divina caridad. Debe hacerse todo por amor, desde lo más pequeño, como lo hizo la Santísima Virgen, desde aquellas cosas que pudieran pasar desapercibidas en los niños, y que en María fueron llenas de méritos por el amor con que las hacía.

Así también en vosotras, esa obediencia a las cosas pequeñas, os ha de preparar a la obediencia en cosas grandes, desde lo más insignificante hasta la entrega misma de la vida, todo estará encerrado en ese acto de amor intenso por el que deseamos hacer siempre la voluntad de Dios.

Yo quisiera, amadas hijas, que en el Noviciado, se estudiara más a fondo la vida de la Santísima Virgen, que se procurara imitarla, practicar aquellas virtudes que caracterizaron la vida de nuestra Señora [291] para que salieran de aquí las Novicias llenas de un inmenso amor a la Santísima Virgen.

Siempre será cierto que el camino para ir a Jesús es María, que el camino para ir al Espíritu Santo, es María; en una palabra, el camino para ir a Dios, es María, es la Santísima Virgen. Ella atrae sobre nuestras almas las gracias del Espíritu Santo para que nos transforme en Cristo y podamos así ser glorificadores del Padre, glorificadores de la misma Virgen Santísima.

Allí está esa hermosa unidad de la vida interior que hace el Espíritu Santo, unidad que realizó plenamente la Santísima Virgen.

Vamos a pedir a Dios Nuestro Señor en esta Misa, no solamente para las Novicias, sino para todos los miembros del Instituto, los presentes y los futuros, un grande amor a la Santísima Virgen.

Es indudable, amadas hijas, como lo han dicho algunos santos, que el reinado de 169

la Santísima Virgen será grande en estos últimos tiempos; el Espíritu Santo se encargará de glorificarla y la gloria de la Santísima Virgen tiene que ser la gloria de Dios, porque Ella mostrará, al ser conocida por los hombres, todo lo que Dios hizo en Ella. Viendo nosotros todo esto, prorrumpiremos en acciones de gracias.

Es muy significativo que la primera Misa después del 20 de noviembre, sea una Misa consagrada a la Santísima Virgen y que nos recuerde precisamente ese grande espíritu de amor, de obediencia que la caracterizan en la Presentación al Templo y su permanencia en él.

Que así también, amadas hijas, se practiquen estas virtudes por todas las Misioneras a través de todos los siglos y que el Espíritu Santo, que glorificó tanto a Nuestra Señora, nos alcance un gran[292]de amor a Ella. San Luis María Grignion de Montfort, anunciaba para los últimos tiempos los grandes devotos, esclavos y apóstoles de la Santísima Virgen. Últimos tiempos pueden decirse los actuales, los que se viven y que siempre son los últimos en relación con otros anteriores. No que ya sea el fin del mundo o estemos cerca del fin del mundo, eso es un secreto de Dios.

Lo cierto es que se anuncia un grande amor a nuestra Señora y precisamente coincidiendo con el reinado del Espíritu Santo.

Vosotras sabéis que las Obras de la Cruz guardan en sus tesoros preciosos esa promesa de formar los apóstoles de la Santísima Virgen.

Yo quisiera para mí mismo, poder realizar esos planes de Dios en mi alma, amadas hijas, ser de veras amantísimo hijo y apóstol de la Santísima Virgen. Pero también lo quiero para las almas que Dios me hadado y entre las cuales estáis vosotras en primer lugar. Vosotras sabéis que ocupáis un lugar de preferencia y quiero trasmitiros ese amor a nuestra Señora, y anhelo que el Espíritu Santo lo haga cada vez más grande en mi alma.

Seguramente lo hemos de conseguir porque Dios, nunca deja de oírnos en lo que se refiere a la Santísima Virgen. ¡Qué felicidad, qué consuelo en la hora de la muerte, haber amado a la Santísima Virgen, haber imitado a Jesús en este rasgo hermosísimo de su vida; el amor a su Padre, el amor a la Santísima Virgen!

Jesús desde el cielo sigue mostrando cuánto ama a su Madre, haciendo grandes prodigios a través de Ella y pidiendo el amor de Ella a las almas. Esa gracia es del Espíritu Santo; Grignion de Montfort [293] así lo dice. ¡Qué dicha saber que María está siempre intercediendo para que el Espíritu Santo venga a nosotros!

Es la fórmula feliz de la perfección de las almas, de su transformación en Cristo que obra el Espíritu Santo. Y así el alma transformada se consume en el amor del Padre.

Allí tenéis el gran programa de perfección donde debe girar todo lo que se haga para la vida espiritual. Todas las gracias que Dios nos concede están ordenadas a eso.

Ponernos en manos de María para ser transformados en Cristo, imagen del Padre, Palabra del Padre, en ese Cristo en quien el Padre ve todas las cosas y por quien hizo todas las cosas.

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¡Qué hermosa es la vida espiritual, amadas hijas! ¡Ojalá que la supiéramos vivir y no perdiéramos el tiempo en cosas que no nos lleven a esto! ¡Ojalá que encamináramos todas las cosas a conseguir esta gracia!

María.

El Sacrificio de Cristo nos la traiga y nos alcance ese amor a la Santísima Virgen

Esa va a ser mi intención en esta Misa, para que os unáis a ella. Que el Instituto se distinga por ese gran amor a la Santísima Virgen. Que sobre todo las primeras os distingáis más aun. Yo os lo pido, amadas hijas, yo no quiero que ninguna de las futuras Misioneras os pase en amor a la Santísima Virgen.

Deseando un grande amor para todas, LO QUIERO MUY ESPECIAL EN VOSOTRAS LAS FUNDADORAS, ¡OS DOY ESA MISIÓN, OS IMPONGO ESE COMPROMISO DE AMOR! Pero os doy el secreto para conseguirlo; llamad al Espíritu Santo, llamadlo desde el altar, [294] desde la Cruz de Cristo. Yo le pido con toda mi alma que venga a vuestras almas, que las transforme, pero que en el grado de perfección que Dios quiera para cada una de vosotras, tengáis esa sed de amor a Nuestra Señora. Que irradiéis a través de los siglos, con una luz refulgente, esta gracia extraordinaria.

Vosotras las Fundadoras de la Obra, ese grupo, el primero que Dios Nuestro Señor eternamente escogió para ser fundamento de este Instituto, quiero que, comenzando por la FUNDADORA y todas las otras que la sigue, os distingáis por el amor a la Santísima Virgen.

Si así lo hacéis, seréis humildes, pequeñitas, obedientes, puras, y cumpliréis en todo momento la voluntad de Dios, la buscaréis siempre, porque así fue la Santísima Virgen. Seréis como Ella, nuestra dulce Madre, nuestra Señora del Perpetuo Fiat, almas sedientas de hacer la voluntad de Dios, de pronunciar ECCE ANCILLA… FIAT! Allí está la verdadera santidad, la que deseo, la que pido para vosotras, amadas hijas, para las Fundadoras y no sólo para ellas, sino para todas, todas las primeras. En una Obra que ha de durar siglos, veinticinco años son como un momento imperceptible. ¡Uníos a mi oración, hagamos descender nuevamente al Espíritu Santo! ¡Él tiene deseos de venir a nuestras almas! ¡Es el momento de ganar gracias y favores!

Hagámoslo así, y nuestras almas, amparadas por la Santísima Virgen, en su Inmaculado Corazón, realizarán su destino, ¡serán invulnerables a los ataques de cualquier enemigo por poderoso que sea! [295]

Despedida de Nuestro Padre. (296) Diciembre 15 de 1961.

(Desayuno en Tecoyotitla) Muy amadas hijas: Les iba a decir esa expresión tan grata a la Madre María Estela: “Interpreten mi silencio...” porque en verdad creo que a nadie se le puede ocurrir, ni siquiera por mal 171

pensamiento, que deje yo de estar profundamente impresionado por todas las cosas que han sucedido en estos días, en que hemos celebrado las Bodas de Plata del Instituto.

La impresión que he tenido ha sido ésta: la apunté en las fiestas del 20 de noviembre: me parece que ha pasado por nosotros el Espíritu de Dios, diciéndonos lo que se ha hecho y lo que podemos hacer.

Porque si en 25 años de vida del Instituto se han podido conseguir tantas cosas, ¿qué será a lo largo de los siglos, que, esperamos en Dios Nuestro Señor, le serán concedidos a esta Obra?

Y como en todo esto aparece el dedo de Dios, la mano de Dios, la necesidad más apremiante que sentimos, así es para mí,- es darle gracias a Nuestro Señor porque, a pesar de cualquier imperfección, que es tan humano existan en las empresas puestas en manos del hombre, el Señor no ha dejado de darnos sus bendiciones.

El triunfo de estos días que Dios Nuestro Señor nos ha querido hacer vivir, no se ha improvisado; este triunfo lo vinieron preparando desde el principio, aquellas almas, aquel grupito predilecto que Dios escogió como Fundadoras del Instituto; aquel grupito que apareció últimamente en la Revista de Redención.

Lo vinieron preparando también las súplicas, el dolor y sacrificio de aquellas almas que se fueron [296] al cielo y que ahora son tan poderosas; pequeñitas pero poderosas, porque son dueñas allí del Corazón de Dios.

Es el triunfo de todas, de las primeras, de las Fundadoras; de la Madre que Dios les dió. Y si me quieren conceder a mí alguna parte también, se lo agradeceré a Dios Nuestro Señor y a todas ustedes, porque, es la verdad, no quisiera quedarme sin parte. ¡Es tan hermosa la Obra! ¡Se perfilan tan grandes bendiciones de Dios, tanta gloria para Dios a través de los siglos, ¡que yo no quisiera falte a mi Sacerdocio esa gloria!.

Ayer, después de que celebramos (y digo celebramos porque nosotros servimos al que celebraba la Santa Misa), en aquel lugar donde yo mismo también celebré mi primera Misa, a los pies de nuestra Madre Santísima de Guadalupe, sentí un descanso en mi alma; sentí que había pagado una cuenta muy grande que tenía con Dios y que me decía Nuestro Señor: “Ahora puedes pedir de nuevo, porque ya todo está pagado...”

Lo demás, le dije a Nuestro Señor, ¡ya es cosa tuya...!

Y lo que quiso hacer fue que remataran todas estas cosas en esa conmovedora fiesta de anoche, principalmente en aquello que, hablando al corazón, nos lleva a Dios. ¡Y todo habló al corazón y llevó a Dios!

El concierto tan bien ejecutado, (yo no soy muy perito en la música pero me gustó y el público quedó muy contento). ¡Después la escenificación de la Misa! Me acaba de hablar una religiosa del Verbo Encarnado conocida desde hace muchos años: ¡”Padre, no lo pude saludar anoche por la emoción que tenía... fue algo tan hermoso, tan original, tan distinto de todo, tan religioso!... ¡Cómo no me había de gustar!...

Es que así, poco a poco, se va demostrando [297] lo que es el espíritu de la Obra; a través del arte, de la ciencia, en todo lo que están haciendo, en los Catecismos, en los Colegios, se va extendiendo el espíritu.

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Y luego, ¡cuánta razón tiene la Madre fotógrafa con su cámara por todos lados, sacando fotos para Redención! ¡Si es un vehículo preciosísimo que Dios Nuestro Señor nos ha dado para difundir el espíritu!

Todo se traduce en estas palabras: ¡BENDICIONES DE DIOS! Porque todo nos viene de Él.

Si no estuviera de por medio el amor de Dios, de nada nos serviría todo eso, por muy entusiastas que fuéramos, todo sería armazón sin alma. Si nos conmueve es porque hay espíritu, habla de nuestras ilusiones, de nuestros deseos para el porvenir.

Ahora, amadas hijas, el único anhelo mío es que, a partir de este día realicemos el pensamiento y deseo de Cristo: PATER UT SINT UNUM! Una sola cosa, una cuerda triple que difícilmente se rompa. Y si nos unimos todos en torno de la autoridad y de aquéllos que representan a Dios para nosotros en el Instituto, en la Iglesia, entonces seremos poderosísimos, porque tendremos el poder de Dios.

En lo personal quiero agradecerles todo lo que han hecho por nosotros los que somos llamados Fundadores, porque en realidad el Fundador de toda Obra es Dios y nosotros instrumentos que Él escoge para realizar esas obras.

Por todas esas atenciones, por el espíritu de fe que suponen, quiero darles gracias y antes que a ustedes se las he dado a Dios. Solamente le pido que conserven los buenos sentimientos que Él les inspira y que, formando un solo corazón, una sola alma, realicemos los grandes planes que el Señor tenga en el Instituto, pequeño y grande de Misioneras Eucarísticas de la Sma. Trinidad.

Dentro de unos momentos salgo para León; así es que voy a darles la bendición aquí mismo. [298]

AÑO DE 1962 Toma de Hábito. (299) Junio 28 – 1962 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: La primera página de amor en el libro de nuestra vida, la escribe Dios, ese Dios que, como dice el Apóstol, nos amó Él primero.

En esa página se consigna un llamado, lo que decimos “vocación”, lo que Dios quiere de cada una de las almas en particular.

Vemos que multitud de esas almas pasan delante de Dios y postradas humildemente ante Él, escuchan su voz, aquella voz con la que Cristo nuestro Señor llamó a sus discípulos, cuando les dijo en frase muy sencilla: “Veni, séquere me”... Ven y sígueme...

El alma escucha atenta para saber qué es lo que Dios quiere de ella, y en el momento en que se manifiesta esa voluntad divina, brotan de sus labios aquellas palabras de la Virgen Santísima, pronunciadas el día que le fue anunciado el misterio 173

de la Encarnación: “Ecce ancilla Dómini!” ¡Qué hermoso es, amadas hijas y amados hermanos en Cristo Nuestro Señor, que Dios se incline hacia un alma para llamarla y que ésta responda inmediatamente!

Por desgracia no siempre las almas responden !inmediatamente a ese llamado.

Muchas veces resisten porque están muy apegadas a las cosas de la tierra; son semejantes a aquel joven de que nos habla el Evangelio, que habiendo sido llamado por Jesús, no quiso seguirlo. El amor divino quiere una entrega incondicional, es estricto en ese punto, porque así es la entrega que debe hacerse al amor infinito. [299] Si Dios nos creó y nos ha concedido toda su gracia y lo ha hecho para que seamos felices, tiene derecho a que pongamos toda nuestra fe y confianza en Él.

Que nos cuesta mucho, tanto mejor; ese sacrificio es el primer don que nosotros le ofrecemos a Dios con el amor de nuestras almas, con nuestra correspondencia.

Indudablemente Dios exige siempre esa renuncia, pero no la exige por hacernos sufrir, sino por hacernos gozar, para que encontremos en la entrega total, el medio de realizar bien nuestra vocación.

Es por otra parte, una dicha muy grande y una distinción la de aquellas almas que fueron llamadas por Dios a una vida de perfección como es la vida religiosa; llamadas con todo el amor de un Dios, reservadas para Él, por eso mismo. Escogidas para entregarse exclusivamente a su servicio y a su amor, pero sin secar las fuentes del amor al prójimo, sino más bien aumentando y haciendo crecer ese amor. Porque a medida que un alma se acerca a Dios y se transforma en Dios, tiene el mismo Espíritu de Dios y llena de ese Espíritu, tendrá también más amor para las almas, para todos aquellos a quienes tiene obligación de amar.

Algunos creen que cuando nos consagramos al servicio de Dios en la vida religiosa, nos vamos a olvidar de todas aquellas almas que Dios nos ha dado y ha acercado a la nuestra, almas buenas a quienes debemos tanto.

Esto no es cierto, no es verdad que por consagrarnos a Dios dejemos de amar a los demás. Al contrario, el amor se purifica, se multiplica, es más fiel.

Estamos asistiendo en este momento a la consagración de estas almas que fueron llamadas por Dios y que respondieron a esa vocación, presentándose ante aquellos representantes del Señor que tienen la misión de transformarlas para Él.

Cada una de las vocaciones tiene historia de [300] amor que es también una historia de sacrificio, ya que como se ha dicho, nada grande se hace que no cueste lágrimas. Esa entrega tiene que exigir sacrificios porque Dios así lo quiere. Pero todo se vence y al vencerse comunica más gracia al alma.

Aquí están estas jóvenes que vienen a recibir el Hábito de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, ese hábito que más que para cubrir defectos, servirá para practicar virtudes y para ocultar virtudes.

Es el hábito que las distinguirá como almas consagradas a Dios, el distintivo con el que tendrán que presentarse delante de Dios Nuestro Señor en el último día.

Si pudiéramos entrar en cada una de estas almas, veríamos el amor, la 174

predilección de Dios para ellas. ¿Quién dudará que es predilección de Dios ser llamado a su servicio? Cuando alguien que aquí en la tierra goza de justa reputación y virtudes, nos hace una distinción, nos sentimos honrados. Así cuando Dios nuestro Señor se acerca a un alma, a un hogar para pedirle uno de sus miembros, la honra, la distingue, le hace un grande favor a esa alma.

Pero no basta ser llamado, acabo de decirlo; se necesita corresponder a la vocación. Los que no quieren nuestra felicidad sino nuestra ruina, los enemigos de Dios, nos pondrán ocasiones de ser infieles, de dejar nuestra vocación o por lo menos de no darnos a ella, de no responder plenamente, y Dios Nuestro Señor quiere la entrega total, no quiere parte, sino todo el amor del alma, quiere correspondencia plena.

Es así como las almas realizan su santificación.

Yo os digo, amadas hijas, que ahora que comenzáis vuestra vida religiosa, seáis generosas, que [301] os entreguéis completamente, que no améis a Dios con una parte de vosotras, con reservas. ¡Amadlo con todo vuestro ser, entregaos completamente!

Y todos los sacrificios que para esto realicéis, tened la seguridad de que aumentarán vuestra dicha. Si Dios no quiere que esa dicha sea sensible, eso no significa que no sean ciertas las predilecciones divinas y las gracias especiales de Dios.

Como fruto de vuestra correspondencia a la vocación, encontraréis la gloria de Dios, encontraréis vuestra santificación personal y el bien de vuestra alma.

Hay muchas almas cuya santificación y salvación depende de vuestra correspondencia. Las gracias están encadenadas, Dios ha querido ligar unas almas con otras, hacer que por los méritos y sacrificios de unas, se salven otras.

Seguramente vuestros Ángeles custodios estarán pidiendo muy especialmente por vosotras. Había un sacerdote muy piadoso que se excitaba a la perfección imaginándose una multitud de almas que le gritaban: ¡Hazte santo porque si no, nos condenamos!...

Vosotras podéis contemplar esa multitud también en vuestro corazón; almas que claman: “¡Haceos santas...! porque tenéis amor a las almas y ese amor tiene como fuente el amor de Dios.

El Señor os ha querido llamar a esta vocación que es misionera, que tiene hambre y sed de conquistar almas para el cielo, que repite una y mil veces aquellas palabras: ¡yo no quiero salvarme solo, sino salvar al mundo si fuera posible, y por esto me consagro plenamente a Dios!

Motivo de gozo es para nosotros esta ceremonia al contemplar la entrega de estas almas, al ver que dan un paso más después de su postulantado, recibiendo el [302] santo hábito; más tarde harán sus votos y se lanzarán por los campos del apostolado.

Dios ha querido, amadas hijas, que yo pueda visitar todas las casas de la Congregación en tierra de misiones y he visto la respuesta del cielo dándoles almas, almas que con tanto amor fueron rescatadas por Cristo y que con tanta furia ataca el enemigo.

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El sacrificio de nuestras misioneras queda bien compensado con esas almas y bastaría una sola a la que abrieran eternamente las puertas del cielo, para considerarse felices.

Así pues, amadas hijas, vuestro sacrificio y el de aquellos que os aman, no será estéril. Dios lo bendecirá.

Algunas veces he oído decir que alguien ha recibido gracias por medio de mi Sacerdocio y entonces pienso más que en mí mismo, en todos aquellos seres que por mi vocación se santificarán, pienso en las lágrimas de mis padres al salir yo de mi casa para estudiar en el Seminario. ¿Cómo iban a ser inútiles esos sufrimientos de nuestros padres y de los seres amados a quienes hacemos participar de nuestro mismo sacrificio?

Tienen que traducirse en gracias para las almas. Por eso no me cuesta trabajo creer que Dios Nuestro Señor quiera valerse de mi Sacerdocio para hacer bien a algunas almas. ¡Entregaos completamente, sin reserva! Así lo vamos a pedir; que estéis prontas a la menor señal de la obediencia, aun cuando en el cumplimiento de ese deber tuvieses que sacrificar vuestra vida; sería una vida gloriosísima aquélla que se inmolara en el cumplimiento de la voluntad divina. [303] No tengáis preferencias, sed dóciles a todo lo que vuestros superiores digan.

Vais a comenzar vuestra vida religiosa, acerca del espíritu propio. Dios va a hablar a vuestras almas. Aprovechad todo, templad vuestras almas para que podáis ser, como todos lo que deseamos, unas santas Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Profesión. (304) Junio 29-1962 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hoy es un día de grande gozo en que vemos que, almas escogidas por Dios eternamente, respondieron con generosidad a su llamado. Se trata de almas que sentimos cerca de nosotros no sólo con la simpatía y con el amor con que contemplamos todo aquello que es para la gloria de Dios y bien de las almas, sino porque nos sentimos ligados a ellas con lo lazos especiales, su padres según la carne y la sangre, sus padres en el espíritu, todos aquellos que estamos unidos por fuertes vínculos espirituales, en cierto modo más fuertes que los de la carne y de la sangre, porque radican en Dios.

Tendríamos muchas cosas que decir, pero no debemos abusar del tiempo ni de la paciencia.

No os voy a hablar de los votos que vais a hacer, porque los habéis estudiado y meditado durante dos años de novicias; pero si me preguntáis: “Padre, usted que hizo sus votos desde hace 30 años, ¿qué cosa ha sentido con esos votos? ¿Qué nos espera a nosotros en la práctica de esos votos?...

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Ordinariamente se habla de los votos como de un gran sacrificio que le hacemos a Dios, y yo os aseguro, amadas hijas, que más que sacrificio, es una grande ale[304]gría que Dios nuestro Señor nos proporciona.

No digo que no implique sacrificio; si la práctica de cualquier virtud moral no puede realizarse sin algún vencimiento y sacrificio, tampoco la práctica de los votos; pero quiero decir que en el fondo encierra una alegría inmensa que el mundo no comprende y sólo aquellos que hacen votos podrán darse cuenta. El religioso y los que en instituciones seculares buscan la perfección a través de la observancia de los votos y todos aquellos en el mundo han querido hacer alguno de estos votos, pueden decirlo.

Yo brevemente os diré que el voto de pobreza me ha hecho contemplar la providencia de Dios en el que lo hace. Por amor de Dios nos desprendemos de todo; conservamos, porque la Santa Iglesia así lo permite, el dominio de nuestros bienes, pero no podemos disponer de ellos sin autorización, y vemos en mil detalles de la vida, esta providencia de Dios.

Por lo poco que dejamos, Él nos da todo lo que necesitamos. A veces nos hace sentir un poquito las necesidades, pero es para tener el gusto de remediarlas y luego nos da satisfacciones que nadie en la tierra nos puede dar; solamente Dios, porque Él es quien tiene en su mano todas las cosas.

Santa Teresita deseaba que el día de su profesión hubiera nieve y vino la nieve; Aquél que dispone los elementos quiso concederle ese gusto.

Algunas personas nos critican y dicen: ustedes hacen los votos y nosotros los cumplimos... Es que los religiosos hacemos voto de pobreza, no de miseria, la Iglesia no lo admitiría. Y como el voto lo hacemos a Dios, Él como Padre, no nos desampara.

Jamás un padre abandona al hijo que se le confía enteramente. Así Dios no nos va a dejar morir de hambre.

Aquí lo principal es el desprendimiento que [305] debemos practicar de todas las cosas, desprendimiento del corazón; tenemos que usarlas pero nuestro afecto no está puesto en ellas; y Dios se complace en darnos satisfacciones.

Recuerdo que cuando yo era niño, todas mis ilusiones giraban en torno del pueblo donde vivía, nunca me imaginada que iban a salir de allí y tenía mis planes de pasar en el pueblo toda mi vida.

Sin embargo Dios Nuestro Señor me concedió muchas satisfacciones en la vida religiosa, que jamás hubiera podido tener fuera de ella. Sería largo enumerar lo que la providencia de Dios hace por nosotros, desde los deseos más sencillos hasta otros que ya son de difícil realización, como por ejemplo ir a Tierra Santa, ir a Roma, ir a Japón.

Todo esto me concedió Nuestro Señor y hasta con condiciones, pues cuando se trataba de mi viaje a Tierra Santa y a Roma, le dije a Nuestro Señor: “Si quieres que vaya, ha de ser con dos condiciones: que yo no pida ni permiso ni dinero, no por un capricho, sino porque el permiso hay otros que lo merecen más y el dinero no lo tenemos...”

Así me lo concedió Nuestro Señor, porque no pedí ni el permiso ni el dinero; tuve lo suficiente para ir y todavía me sobró algo...

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¿En qué está pues, el mérito del voto de pobreza? En estar dispuestos a que nos digan; deja todo lo que tienes;... y además en no poder hacer uso de nada sin permiso.

Es el afecto que podemos poner en las cosas lo que nos estorbaría; pero sintiéndonos desprendidos de todo, Dios nuestro Señor nos lo proporciona.

Es verdaderamente hermoso este voto, esta pobreza espiritual. Dios quiere unirnos a Él completamente, quiere que nada nos estorbe esa unión.

El voto de castidad nos une íntimamente a Dios y si lo practicamos como debemos, nos hace vivir en la [306] tierra la vida de los ángeles en el cielo; da satisfacciones muy profundas ya que si renunciamos a formar un hogar en la tierra, Dios Nuestro Señor nos abre las puertas del cielo para poblarlo de bienaventurados y hacernos una familia espiritual.

Recuerdo que el primer día en que me senté al confesionario y alguien me dijo: “Padre”, sentí una profunda emoción, un gozo espiritual, una satisfacción que no podría explicar; renuncié a tener una familia y ahora veo que mis hijas las Misioneras son como 300, aparte de muchas otras almas que el Señor me ha dado.

Así pues tenemos que ver este lado positivo de los votos; no nada más el lado negativo, verlo todo negro negro. Dios Nuestro Señor no nos creó para hacernos sufrir, su deseo es hacernos gozar más, apreciar más la dulzura de la vida espiritual. Y si andamos un poco desviados, tiene que enderezarnos, darnos algunos golpecitos, ¡benditos golpes!

La fecundidad de la virginidad en el alma que se consagra a Dios es indecible, sólo Dios sabe el número de almas que puede salvar.

Después viene el hermosísimo voto de obediencia que es la cruz más grande de la vida religiosa, la muerte a la propia voluntad; pero muerte que da la vida.

Yo fui formado por un religioso según el Corazón de Dios, nuestro venerado Padre Félix de Jesús Rougier, cuya causa de canonización ha sido introducida en Roma. Recuerdo con cuánto interés y entusiasmo nos hablaba de la obediencia!

Es hermosa la pobreza, la pureza, la castidad, pero el voto de obediencia es básico en la vida religiosa. Por él nos entregamos enteramente, íntegramente. ¡Señor, qué quieres que haga!... Pasa a nosotros aquel deseo del Corazón de Cristo cuando dijo: He [307] aquí oh Padre, que vengo para hacer tu voluntad! No hay alegría tan grande en la vida, cómo saber que hacemos la voluntad de Dios, saber que lo que hacemos es querido por Dios.

Si nos tienen bien clavados en la cruz y sufriendo al máximo, eso nos proporcionará espiritualmente la alegría más grande; Dios así lo quiere, es su voluntad, Dios nos ama y nos pide ese sufrimiento para unirnos a su obra redentora, para darnos el gozo inmenso de hacer su voluntad; nuestra cruz se convertirá en gloria, en bien para las almas.

El voto de obediencia es el que más hace sufrir y el que más hace gozar, lo repito, porque nos asegura que estamos haciendo la voluntad de Dios.

Cuando ustedes se mueran y vayan a ser juzgadas por Dios, no les va a preguntar Él: “Cuántos paganos salvaste, cuantas congregaciones religiosas fundaste, 178

cuántas cosas grandes y notables hiciste”... sino únicamente: ¿Has cumplido mi voluntad, has hecho lo que yo quería de ti?” Es lo que vale, hacer la divina voluntad sencillamente, en todo aquello que pueda ser quizás oculto, escondido, sin estimación del mundo, pero que Dios quiere de nosotros. Esto es lo que glorifica a Dios.

Por eso para poder salir bien de ese examen final necesitamos practicar con perfección este voto de obediencia. Sólo así nos parecemos a Jesús, a la Santísima Virgen que quiso llamarse la Esclavita del Señor.

Busquen ustedes en lo que van a hacer, el lado positivo, no el negativo. Si sufren mucho, piensen que esto le da gloria a Dios y que además serán recompensadas por Él mismo.

Procuren vivir con la mayor perfección su vida religiosa; sean obedientes; hay Órdenes Religiosas que sólo hacen voto de obediencia porque consideran incluidos en la obediencia los otros votos. Allí está todo.

Que al menor soplo del viento de la obediencia, va[308]yan a donde quiera que Dios Nuestro Señor las lleve. Sean perfectas obedientes para que tengan la seguridad de que hacen siempre la voluntad de Dios.

Las felicito por este paso que van a dar. Me felicito porque sé que en su corazón hacen votos perpetuos, vienen ya con la intención de entregarse para siempre. La Iglesia dispone que se hagan primero por un año y así lo cumplimos, pero el deseo de ustedes es darse a Dios definitivamente. Yo lo sentí cuando hice mis primeros votos, pensé que eran para siempre.

Entréguense pues sin reserva y que Dios Nuestro Señor las bendiga para que sean unas santas Misioneras, perfectas obedientes y para que puedan como dice el Espíritu Santo, cantar la victoria en la vida espiritual. “El obediente cantará victoria”. ASÍ SEA.

Palabras de N. P. en su fiesta. (309) Junio 29 de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Siempre en estas fiestas a mí me toca el número más hermoso que es el del agradecimiento.

Les quiero dar las gracias por todo lo que han hecho y felicitarlas por lo bien que lo han hecho. Todo esto deja impresiones y es formativo. Los discursos, las poesías, el profundo y hermoso número de fondo, en una palabra, todo. Y me complace ver que le dan siempre un sentido sacerdotal a las fiestas como ésta.

Es para mí un consuelo ver realizados aquellos anhelos de mi alma que nos recordaba alguna de las oradoras, en la Oración de Fuego. Y creo que de mis sentimientos participarían, si lo supieran, todos los sacerdotes: participarían de ese agradecimiento al sentir que hay almas que se ofrecen por nosotros para [309] dar gracias por nuestro Sacerdocio.

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El Sacerdocio es algo tan grande, que en la medida en que uno lo vive, más lo estima y seguramente no vamos a comprenderlo plenamente en esta vida. Nuestra admiración, nuestro agradecimiento subsistirá felizmente para siempre en el cielo.

Es grande el Sacerdote porque es el encargado oficial de hablar con Dios, de canalizar los sentimientos de las almas, de transmitir sus mensajes al cielo y de traerles como una lluvia bienhechora y abundante, las gracias también del cielo. ¡Qué hermosa es la misión del sacerdote! Es grande y hermosa porque es una misión de amor, una misión de caridad. No nos debemos a nosotros mismos, el sacerdote se debe a las almas, fue creado para las almas; no puede negarse a hacer nada, no puede negarse a sufrir nada cuando lo exigen las almas; debe sacrificar su misma vida. Y si hubiera un momento en que nos negáramos a servir, a sacrificarnos por las almas, dejaríamos de cumplir nuestra misión sacerdotal.

Nacimos para ser víctimas, para inmolarnos, y esto exige voluntad muy firme.

Somos humanos y aun cuando hayamos recibido gracias muy grandes, necesitamos que nos sostengan a fin de mantenernos en las alturas y poder transmitir lo que viene del cielo y lo que se manda al cielo.

Necesitamos esos grandes cables para que no caigamos por tierra, pues se interrumpiría la corriente de las gracias y lo lamentaríamos hondamente, como se lamenta una descompostura de televisión en el momento de estar viendo algo muy importante.

Para el sacerdote siempre son importantes los momentos todos, ya que trabaja por darle gloria a Dios, cerrar las puertas del infierno a muchas almas y abrirles las del cielo. Entonces, si un sacerdote cae por tierra, las almas dejan de salvarse, dejan de santificarse. [310] Es hermosa la misión sacerdotal considerándola como medio de santificación para las almas. En pos del sacerdote correrán las almas sedientas de virtud.

Lo más hermoso es que precisamente el sacerdote ha recibido gracias especiales de Dios para santificar a las almas; no es una ficción, no es pedir algo que no se le pueda conceder; es pedir algo que Dios inspira y permite que se convierta en hermosa realidad.

Nuestra misión es y será siempre santificar a las almas.

Vosotras conocéis los secretos de mi alma, porque, como decía nuestra Madre graciosamente una vez, mi conciencia es de periódico; vosotras, aun cuando no hayáis leído, habéis oído muchas cosas por la indiscreción de vuestro Padre y sabéis ese grande deseo que anida en mi alma, de darle santos a la Iglesia de Dios, ese anhelo de santidad para las almas.

Soy feliz porque el Señor nos asegura que Él nos ha creado para eso y que nos da las gracias necesarias para que las transmitamos a las almas.

Por eso, amadas hijas, cuando vemos que se aumenta esta familia espiritual que Dios nos ha dado, no tememos que nos falte el alimento para darle porque nos viene del cielo. Cristo nos da abundantemente esas gracias en el altar.

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Me complace también el que hayáis penetrado con más profundidad en los secretos del altar. En realidad no es una cosa que pueda decir que solamente yo conozco, es la realidad que perciben, que contemplan diariamente todos los sacerdotes que quieren contemplarla, es la herencia común para todos nosotros.

El Señor nos ha dado en el altar su Cuerpo Santísimo y su Preciosa Sangre; nos ha dado el valor inmenso de su Sacrificio y nos ha comunicado como un fruto [311] de ese Sacrificio la plenitud de su Espíritu. ¿Qué puede faltarnos para santificar a las almas cuando tenemos los méritos de Cristo y la plenitud del Espíritu Santo, no precisamente para nosotros sino para darlo a las almas? No, no es un modo de decir, que en el altar conseguimos todo, es la realidad, la hermosa realidad, allí es donde se consigue el fruto divino. En otras partes se hará la siembra, la cosecha, pero el agua que fecunda, la gracia que transforma, el fuego que consume, viene del altar, allí se saca en la medida en que se necesite; nunca se acaba porque es divino. Lo nuestro, lo humano, mientras más lo repartimos, toca menos. No sucede así con lo divino, se multiplica sin agotarse jamás; damos y nos quedamos ricos.

Por eso podemos decir que en el altar disponemos de un medio para llegar a todo el mundo, para llegar al inmenso campo de las almas.

Es hermosa la misión sacerdotal cuando hay que luchar con esas luchas tremendas que se sostienen contra el infierno; somos los soldados de Cristo, los defensores de la causa de Cristo, de la obra de Cristo, pero tenemos en contra la acción de aquellos que se llaman por antonomasia los enemigos de Cristo, que fueron los ángeles caídos, y aunque caídos, muy poderosos con un poder que limita la voluntad divina. Hemos de luchar con ellos y es hermosa la acción del sacerdote enfrentándose a esos enemigos de Dios. Si cae herido, si sufre, si muere, es algo glorioso también.

Por eso os decía al principio, que cada día me siento más enamorado de mi Sacerdocio y con más necesidad de implorar vuestra caridad, vuestras oraciones, vuestros sacrificios para agradecer ese don, no solamente en nombre propio; esto lo he repetido desde el principio porque es el don que yo quiero para todos mis hermanos en el Sacerdocio. [312] Vosotras no estáis solamente para mi sacerdocio, sino para todos los sacerdotes, para todos aquellos que han recibido esa gracia. Por eso en la gloria tendréis que participar, por una parte; de la gratitud del Corazón Sacerdotal de Cristo; por otra parte, de todas las gracias que por vuestros medios hayamos recibido los sacerdotes de la tierra.

Al sacerdote le obliga la perfección y la santidad y asimismo a las almas sacerdotales.

En vuestra vocación se exige gran santidad, gran perfección; un espíritu vulgar no puede comprender estas cosas, el alma sacerdotal las penetra. Por eso todo lo que se ha hecho y se ha dicho en esta noche, lleva ese sello, ese espíritu sacerdotal. Hablar de Dios, de las cosas de Dios, del Sacerdocio, de la Trinidad, de la Virgen Santísima, son temas hermosísimos.

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Les doy las gracias y las felicito por su vocación; pido a Dios Nuestro Señor nos hagamos dignos de esa vocación y no omitamos nada para poderla realizar como Él quiere.

Los años vuelan, pronto estaremos delante de nuestro Señor para dar cuenta de nuestros actos. Seremos felices si logramos ganar la última batalla que nos abrirá para siempre las puertas del cielo.

Gracias una vez más; les ofrezco, y tengo conciencia de que así es, tenerlas presentes siempre en el altar, en la patena, cuando el Espíritu Santo desciende sobre mí como instrumento de la misericordia de Dios, canalizando esas gracias de manera especial para vosotras. Así quedarán pagadas todas mis deudas, todas mis obligaciones como sacerdote, como Padre de almas.

Que Dios nos conceda a nosotros ser sacerdo[313]tes santos, según el Corazón de Dios, y a vosotras también, Misioneras santas según ese Corazón divino.

Despedida de las Madres que parten a Santa Cruz Bolivia. (314) Junio 30 de 1962.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: ¡Qué día tan hermoso para dar una despedida, para entregar un Crucifijo a religiosas misioneras!

La Liturgia de este día nos presenta la figura grandiosa de San Pablo, aquél que por excelencia es llamado el Apóstol, a tal punto que cuando decimos únicamente “el apóstol”, ya sabemos que se trata de San Pablo. Ese hombre que había perseguido a la Iglesia de Dios, pero que encontró en el camino de Damasco a Cristo, y conquistado por Cristo con vocación divina, se convirtió en el Apóstol de las gentes.

Si quisiéramos observar o indagar en dónde residía aquella fuerza tan grande que llevó a San Pablo a recorrer gran parte del mundo, dejando por donde quiera cristiandades, haciendo amar inmensamente a Cristo, tendríamos que llegar al propio corazón del apóstol.

Es indescriptible lo que San Pablo experimentó al contemplar a Cristo. Podía decirnos ahora lo que más tarde diría cuando fue arrebatado al tercer cielo: “Ni el ojo vio ni el oído oyó...” Pero antes se había enamorado de Cristo. ¿Y quién no se enamora de Cristo cuando Lo contempla con la mirada pura de la fe, cuando está impulsado por el Espíritu de Cristo? Porque no fue otro espíritu el que animó a San Pablo a recorrer aquel camino.

Y se enamoró en tal forma y se identificó a tal [314] grado, con el pensamiento y sentimiento de Cristo, que más tarde un gran santo, un gran predicador, un gran devoto de San Pablo, había de decir aquella frase tan hermosa: “Cor Pauli, Cor Chisti”.

San Pablo alimentaba su apostolado con un amor inmenso para Cristo, y cuando se sintió poseído por ese amor y cuando se sintió apoyado por el Espíritu de Dios, fue cuando lanzó aquel reto famoso: “Quién podrá separarme de la caridad de Cristo!”

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Nada lo separó, iba a convertirse en peregrino que llevaría a todas partes el amor a Cristo; mas era cierto también lo que decía: “Se ha abierto una puerta muy grande para nosotros, pero hay muchos adversarios”. Es que iba a luchar mucho y se le había anunciado todo lo que tenía que padecer por Cristo.

Sin embargo aquel grande amor que le tenía a Cristo, aquel Espíritu que lo animaba, hizo que llevara adelante su predicación y que nada en realidad lo apartara del amor de Cristo.

Nada lo apartó porque consumó su carrera. ¡Qué feliz el que puede decir como San Pablo aquellas palabras tan consoladoras y tan hermosas: “Bonum certamen certavi, fidem servavi, cursum consumavi...” He peleado el buen combate, he recorrido mi camino, he conservado la fe... Ahora sólo me resta esperar la corona de gloria que el Señor me da...”

Vosotras, amadas hijas, vais ahora llenas de entusiasmo a trabajar en una nueva parcela que la Iglesia os encomienda; una misión que nos es muy querida porque es una misión que escogió para nosotros aquel gran Pontífice Su Santidad Pio XII. Recuerdo aquella entrevista que tuve con él en el Vaticano, cuando prometiéndole que, como un obsequio de gratitud por haber declarado el dogma de la Asunción, el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad por mi medio le quería ofre[315]cer una fundación en cualquier parte del mundo que él escogiera, dedicada a él precisamente; lo primero que me dijo fue: ¡Bolivia! Después no recuerdo qué otros lugares mencionó, pero volvió a decir: ¡Bolivia!

Ustedes saben cómo el Señor fue preparando el camino para que se cumpliera aquel deseo del Santo Padre. Y estamos en Bolivia, y vosotras vais allá. El Papa, con corazón de Padre y Pastor, sabía cuáles eran las necesidades de sus hijos y entre todos se fijó en ese lugar. Por algo lo diría.

Respondimos al deseo, a la elección del representante de Cristo en la tierra y esa misión de Bolivia está consagrada especialmente a Pío XII y al misterio de la Asunción de María.

Ahora el Señor os llama a trabajar en otro lugar de Bolivia. Vais llenas de entusiasmo y espero que podréis realizar la obra de Dios, pero teniendo como base un grande amor a Dios.

Si no amamos a Dios, no amaremos a las almas y si no amamos a las almas no nos sacrificaremos por ellas. Es preciso enamorarnos de la Cruz de Cristo, en donde Él selló de una manera definitiva su amor para nosotros, en donde nos manifestó la grandeza inmensa de ese amor. Él había dicho: “Ninguno tiene más caridad que aquél que da la vida por el amado”... Nunca demostraremos más el amor a Dios que cuando nos crucifiquemos con Cristo, nunca demostraremos más el amor a las almas que cuando suframos por ellas.

Que no os detengan las dificultades amadas hijas; ésas no faltarán. “Adversarii multi...” Habrá muchos adversarios, sobre todo en esos lugares en que reina la ignorancia y por lo mismo el demonio ha sentado sus reales. El misionero tendrá que 183

combatirlo en mil maneras, puede ser que no siempre ataques directos, pero sí puede ser ataque de desaliento, de sufrimiento [316] por la separación, por la lejanía de los seres amados, etc.

Entonces hay que sobreponerse a todo eso e ir con mucho amor y entusiasmo a realizar la obra que Dios os encomienda. Voy a ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa para pedir a Dios Nuestro Señor que bendiga vuestros trabajos, que sean muy fructuosos; que seáis muy generosas en cumplir lo que la obediencia os encomiende, y que aquella misión, especialmente querida y pedida por S. Pío XII reciba un nuevo esfuerzo en este grupo de misioneras.

Que Nuestro Señor y la Santísima Virgen las bendiga y pronto vean coronados sus esfuerzos en la vuelta a Dios de muchas almas que se hayan alejado de Él.

Lleváis las bendiciones de vuestros superiores, de todos los que gobiernan el Instituto; os seguirán nuestras oraciones y nuestro recuerdo.

Id en paz porque vais en la obediencia a servir a Dios.

Tened la seguridad de que debéis luchar con denuedo y realizar vuestra misión para recibir después la recompensa que esperaba San Pablo, habiendo peleado el buen combate por la causa de Cristo. ASÍ SEA.

Plática en la Casa de Morelia con motivo del aniversario de la Fundación. (317) Nov. de 1962 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Después de darle gracias a Dios Nuestro Señor por todos los favores concedidos en estos días de luz, quiero darles también a ustedes las gracias por ese espíritu de caridad, por ese espíritu filial para con aquél que Dios eternamente escogió como Padre en el espíritu y que debe enseñarles el camino que [317] tienen que recorrer, descubrirles el secreto de una vocación sublime como es la de las almas llamadas por Dios a la perfección; almas que puedan escuchar como la mayor de las alabanzas éstas son almas de la Trinidad.

En estas circunstancias y a través de estas dramatizaciones o escenificaciones de algo muy grande que es el espíritu, vemos cómo realmente la obra va adelante, es una barquilla que atraviesa los mares asediada por los vientos, por las tempestades pero que va con rumbo fijo, firme, cierto, porque esa barca va conducida por el Espíritu de Dios, va guiada por la Estrella del mar que es María, va segura porque como decía nuestro venerado Padre Fundador Félix de Jesús Rougier: “corre por cuenta de Jesús”.

Debemos sentirnos felices porque cuando en la conquista de las almas somos azotados por esas tempestades y nos sentimos crucificados con Cristo, entonces nos sentimos más discípulos de Cristo y sabemos que a sus almas predilectas Él las transforma en Sí mismo Crucificado.

Cuando se tiene el espíritu, como veis, es muy fácil adaptarlo en cualquier 184

circunstancia de la vida, lo mismo en una escenificación como la presente, que en la vida de cada una de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Para mí es un motivo de gozo muy íntimo, porque veo que la semilla no ha caído en tierra estéril, ha germinado y se ha sabido interpretar. Esto es como un tesoro precioso que cada una tiene que estar transmitiendo a las futuras generaciones.

Es pues, casi inútil el manifestar mi agradecimiento, el manifestarle las gracias tan grandes que Dios me ha concedido en estos días. Y si en la hora suprema me ha hecho sentir físicamente mi debilidad, es para tener presente siempre que debemos apoyarnos en la Cruz y que allí es donde hemos de encontrar la gloria, porque allí encontraremos al Espíritu Santo que tiene la [318] misión divina de santificar a las almas. ¡Bendito sea el Señor por todo! Alegrémonos porque esa Obra que es la Obra de Dios, va adelante, sufriendo lo que Dios quiera que sufra para realizar la misión que le ha sido encomendada.

Unamos nuestra oración para que Dios nos conceda la gracia de que el Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad cumpla su misión en la tierra, en cada uno de sus miembros.

Que cada una al presentarse delante de Dios nuestro Señor, al pasar de este mundo al otro, pudiera escuchar con la satisfacción con que vemos que escuchan aquellos que asisten a una distribución de premios, que cada una pudiera escuchar: “Madre fulana... mención honorífica...” Y esto sin presunción ninguna, porque al coronarnos así en el cielo, como dijo San Agustín, se coronarán los méritos divinos, los méritos preciosísimos de Cristo, las lágrimas y los dolores de la Santísima Virgen.

Esta vocación, como veis, no es una vocación vulgar, requiere almas preparadas por el Espíritu Santo.

Pidamos a Dios que nos mande vocaciones, porque una obra que no tiene vocaciones muere y una obra de Dios no debe morir. Cristo resucitó a los muertos, llevaba la vida divina a las almas. Cristo nos protegerá también, hará el milagro de conservarnos en esa vida divina que Él quiere que sea la vida del Instituto.

Y no olvidemos, amadas hijas, debemos convertir nuestra vida en una misa y hacer de nuestra misa una vida, vivir para el altar, cuidarnos con esmero, vigilar la pureza de nuestra alma, como cuidamos con esmero todo lo que toca el Cuerpo de Cristo nuestro Señor; pero sobre todo lo que debe transformarse en el Cuerpo de Cristo.

Si sufrimos, sabemos que estamos dentro de [319] nuestra misión sacerdotal, que tenemos un granito de arena que llevar a la Misa, para ofrecerlo junto con la Hostia divina, y allí unidos a Ella, nuestros pequeños o nuestros grandes sacrificios, si así Dios lo pide.

Tengamos la certidumbre de que el sacrificio no es estéril sino que comunica vida divina, vida de amor, vida de las almas y hace que las posea el Espíritu Santo.

Seremos misioneros de ese Espíritu, de ese Amor divino y con Él, del Padre y de su propio Hijo. Seremos misioneros de la Trinidad Santísima, misioneros de María.

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¡Qué hermoso!

No os extrañéis, amadas hijas, de tener pruebas porque son necesarias para probar el temple de las almas. Decía el final de una poesía que aprendí cuando era niño: “es el Señor que pasa probando a martillazos el temple de las almas”... Ese temple lo da el Espíritu Santo, y hay que pedirlo. ¡Felices las almas que perseveran hasta el fin, que no dejan su cruz! y para no dejarla hay que vivir cerca del altar, amorosamente, a través del Sacrificio de Cristo en el altar.

Que ése sea el lugar precioso en donde se santifiquen las misioneras, el lugar donde realicen sus grandes conquistas. Y así como gozo viendo a un sacerdote celebrar la Misa, gozo viendo a una misionera en el altar, en su adoración, en la asistencia a ese Sacrificio, tomando parte muy activa.

Vayamos adelante y vayamos alegres hasta la cima. “Gaudete in Domino”...decía San Pablo, porque compartimos con Cristo su Cruz, como hemos de compartir su gloria, porque somos hijos pequeñitos, pero muy amantes y muy amados del Verbo Encarnado, del Padre que está en los cielos.

Os dejo como expresión de mi gratitud, la súplica que elevo al cielo, mi oración sacerdotal en el gran sacrificio del altar, en la que todos los días ofrezco vuestras almas a la gloria de la Trinidad Santísima. En ese [320] Sacrificio lo pago todo; estoy seguro de que no os quedaré a deber nada, porque el Sacrificio de Cristo pagará todas mis deudas, la deuda inmensa que tengo con Él por haberme dado la felicidad inmensa de ser fundador del Instituto, de sentir vuestras almas muy cerca de Dios, ocupando en el cielo un lugar; un lugar preferente en el Corazón de Cristo, en el Corazón de la Virgen Santísima, siendo objeto de las miradas amorosas del Padre y convertidas en ascuas de amor, por obra y gracia del Espíritu Santo. ASÍ SEA.

Profesión Perpetua. (321) Diciembre 3 de 1962.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: El día de la Profesión Perpetua de una religiosa tiene algo de consumación y algo de principio, algo de cuna y de nacimiento.

De consumación porque se han recorrido ya todos los grados que en la vida religiosa se piden; pero también de nacimiento porque en realidad cuando el alma se desprende de todo, cuando se purifica, cuando ha llegado a esa unión con Dios que supone la entrega perpetua, comienza a vivir la vida transformada en Cristo.

Esa es la profesión a la que se asimila el Bautismo, pues dicen que produce los efectos del Bautismo en el sentido de que se purifica el alma completamente.

Es un nacimiento en realidad; un nacimiento que ha preparado con mucho amor, con mucho sacrificio. Si recorremos el camino de las almas que buscan esta unión, encontraremos, en medio de grandes ilusiones, trabajos, luchas, luchas muy fuertes 186

que tenemos que sostener no solamente con nuestra propia fragilidad humana (porque como hombres estamos sujetos a las miserias humanas, al desaliento a la incons[321]tancia y tantas cosas), sino también a lo que viene de fuera, ataques del enemigo de las almas que no quiere alcancen la cima de la perfección, quiere apartarlas del camino.

Pero de cualquier manera, amadas hijas, hoy conmemoramos los grandes triunfos del amor de Dios para vuestras almas y de vuestras almas para Dios.

Podéis recordar ahora desde el nacimiento de esta vocación, cómo fue en el fondo del alma un don de Dios, cómo la entrevimos aquellos que fuimos llamados, como algo que era para nuestra felicidad, algo que se imponía; podéis recordar los sacrificios que tuvisteis que llevar a cabo para realizar vuestra vocación.

“El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame...” Y tomamos la cruz que iba a inmolar nuestra alma en muchas cosas, pero que le iba a dar mayores gracias porque Dios nunca deja los sacrificios sin recompensa.

Si vemos que un alma sufre mucho, podemos decir que va a recibir mucho. Así comenzasteis a trabajar por vuestra santificación.

Cada vocación es una historia de amor, historia de sacrificio. Yo recuerdo en estas circunstancias aquellas palabras de un alma muy grande que Dios Nuestro Señor escogió como piedra fundamental de las Obras de la Cruz, la sierva de Dios, Concepción Cabrera de Armida, a la que en intimidad, llamamos “nuestra Madre”.

Ella dejó escrito: “Nada grande se hace que no cueste lágrimas, nada grande sin sacrificio...”

Y cuando queremos cooperar con Cristo en la salvación de las almas, como anhela el misionero, necesitamos seguir los pasos de Cristo, tomar la Cruz de Cristo.

Pero así como Cristo tomó su Cruz con amor y alegría para gloria de su Padre, así también nosotros, [322] y yo diría, todavía más, porque cuando se ama y se entreven sacrificios, se buscan esos sacrificios para alimentar más el amor. Se vencieron las primeras dificultades hasta llegar a la Casa de Dios.

Vosotras primero habéis venido como postulantes, después como novicias; es en el Noviciado donde se elaboró aquel amor purísimo destinado a producir frutos preciosos en el futuro; es en el Noviciado en donde se tienen tantos proyectos, donde las almas se preparan para el futuro, donde se va tomando más y más el espíritu, el color.

Se sale del Noviciado con deseos de dar gloria a Dios, repartiendo a las almas lo que atesoramos allí, amor, pureza sencillez, ingenuidad.

Pero comienzan luego las luchas más fuertes en el campo del apostolado. Y vosotras habéis recorrido ya todos esos caminos. Por eso ahora venís a hacerle a Dios Nuestro Señor una entrega total que os consagra como almas completamente de Dios y del Instituto para que disponga de vosotras como quiera. ¡Qué dicha tan grande! Yo os acompaño, amadas hijas, comparto vuestra dicha, porque Dios quiso hacerme, sin merecerlo, el Padre Espiritual de vuestras almas.

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Quisiera deciros muchas cosas, pero como sabéis, las fuerzas me van faltando, porque todo se acaba y hay un momento en que tenemos que contentarnos de hablar mucho con Dios, cuando ya no podemos hablar mucho con las criaturas.

Yo le doy gracias al Señor por vuestra vocación, por vuestra felicidad, y os pido que sigáis adelante, realizando lo que llamamos el espíritu propio del Instituto.

Que esa pureza que hoy tenéis, obsequio de Dios para vuestras almas, la conservéis siempre. [323] Yo creo que una de las cosas que hace gozar a aquellos que se bautizan grandes, es poder apreciar ese tesoro. Si la profesión equivale a un Bautismo, ¡cuidad de ese tesoro! ¡Haced las delicias del Corazón de Dios!; sed un consuelo para Jesús, para la Trinidad Santísima, para la Virgen María, como verdaderas Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Hoy como nunca, el mundo sufre. Llevad esa felicidad al mundo que sufre.

Necesita recibir a Dios y para que lo reciba, tenemos que dárselo quienes lo poseemos.

Sed glorificadoras de la Trinidad Santísima; grandes amantes de la Santísima Virgen. ¡Os esperan la Trinidad y las almas! Esperan vuestra santificación para que les deis a Dios y para que podáis celebrar allá en el cielo, la dicha inmensa de haberos consagrado a Nuestro Señor Jesucristo, a su amor, a su servicio. ¡ASÍ SEA!

XXV6 Aniversario – Fundación de las Misioneras Auxiliares H. de la S. de María. (324) Diciembre 25 de 1962 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Dios nuestro Señor quiso confiar a las Obras de la Cruz el dar a conocer los Dolores de María, y como sabéis, las Obras de la Cruz son dirigidas especialmente por los Misioneros del Espíritu Santo.

Aunque indignamente, yo fui llamado a esa vocación y he podido meditar y saborear lo que es esa etapa de la vida de María, la necesidad de conocerla, de amarla y en alguna manera, de compartirla para darle consuelo.

Por eso pensé en infundir su amor y su conoci[324]miento al Instituto de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad y de una manera especial consagrar esta rama tan querida de la Obra, esta rama de tantas esperanzas para la gloria de Dios y el bien del Instituto, como es la de las Misioneras Auxiliares, a honrar a la Santísima Virgen de los Dolores, sobre todo los Dolores de su Soledad; porque se habla mucho de los dolores de la Santísima Virgen, pero poco de esos dolores

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El texto original dice XV aniversario, pero en realidad en el XXV aniversario, pues fueron Fundadas en 1937.

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profundos que Ella experimentó después de la Ascensión de Nuestro Señor al cielo.

Este aspecto de la devoción a la Santísima Virgen va a hacer una impresión muy honda en el mundo de las almas que aman a María.

Nosotros hemos fundado una asociación que se llama de los Dolores de María, tratando de profundizar esos dolores; pero una institución dedicada a la Santísima Virgen bajo este aspecto, dudo mucho que haya, puesto que esos dolores en general hasta hace poco no eran conocidos, no se explicaban mucho.

Quizá me ha tocado esta gran satisfacción, esta fortuna, de que sea la obra vuestra la primera que lleva ese nombre y que quiere honrar los dolores de manera tan especial.

Para vosotras es una gracia muy grande el estar consagradas a la Santísima Virgen, llamaros Hijas de la Soledad de María; pero para comprender el por qué del nombre ya aplicado a la Obra de las Misioneras, conviene que recordéis que la Santísima Virgen durante esos años de soledad que pasó en la tierra, sufrió teniendo en cuenta especialmente las necesidades de la naciente Iglesia, para alimentar con su sacrificio esa Iglesia, para alentar con su palabra, con su amor, a los primeros discípulos de Jesús; para alimentar a la primitiva Iglesia, a los hi[325]jos que Dios le había de dar en todo el mundo. Todos nos hemos alimentado de esos dolores de soledad que sufrió la Santísima Virgen.

Vosotras, como Misioneras Auxiliares, tenéis la obligación de ayudar material, moral y espiritualmente a un naciente Instituto como es el de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.

Necesitáis hacer lo que hizo la Santísima Virgen por la naciente Iglesia: orar, sacrificaros, pedir mucho por esa Obra de Dios que está destinada a darle mucha gloria y a salvar muchas almas. La salvación de ellas depende en gran parte de la santidad de los miembros.

Así como la Iglesia naciente contó con una pléyade de santos, comenzando por los primeros discípulos de Cristo, así para que esta Obra cumpla su misión, necesita contar con miembros santos en su seno, y a vosotras os toca pedir que realicen esta santidad las almas; pero al pedir la santidad de otros, al ayudar a esa Obra, estáis labrando vuestra propia santificación.

La Santísima Virgen os concederá a vosotras mismas ser verdaderamente santas realizando vuestro hermoso nombre y siendo verdaderas Hijas de la Soledad de María.

Debemos darle gracias a Dios Nuestro Señor por lo que se ha hecho hasta el presente.

Me diréis: “¿Qué he ofrecido yo al Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad como Misionera Auxiliar?...”Quizá lo más precioso es aquello que la Santísima Virgen ofreció por la Iglesia: el sacrificio.

Así vosotras, con sacrificios muchas veces ocultos, ignorados como los de la Santísima Virgen pero que Dios ha querido recibir y tener en cuenta, ofre[326]céis vuestra ayuda y auxilio continuo a las Misioneras Eucarísticas.

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Tenemos en el cielo varias Misioneras Auxiliares. Todas las que se mencionaron esta mañana y otras que se pasó anotar en la lista y que yo reclamo porque una de ellas es mi madre. Es muy explicable este olvido porque en Morelia no existe el grupo formado de Misioneras Auxiliares; pero desde hace años, con motivo de las bodas de oro de mis padres, quise asociar algunas personas, entre ellas mi madre y mi hermana, como Misioneras Auxiliares.

Mi madre ya murió, por eso la cuento en el cielo, así lo espero. Era un alma sencilla, oculta, que cumplía sencillamente su deber y que nunca se le ocurriría poder hacer alguna cosa grande. Sin embargo, precisamente por ser alma sencilla, comprendía mucho las cosas de Dios y aunque no lo dijera mucho, quería mucho al Instituto, si no fuera más que porque yo andaba de por medio, pues las mamás consideran suyo lo de sus hijos; pero además ella lo quería por sí mismo.

Tenemos en el cielo ese grupo de Misioneras Auxiliares y seguramente que allá piden mucho por la Obra de las Misioneras Eucarísticas que está llamada a dar inmensa gloria a Dios y necesita mucho auxilio, ya que todo lo grande, todo lo bueno, es perseguido por los enemigos de Dios.

Lo principal es esa parte espiritual, eso es lo que el Instituto les da; es todo aquello que Dios quiere dar al Instituto y que el Instituto también os ofrece a vosotras; no solamente os pide, también os da sus oraciones, sus gracias, aun la gracia de vestir el hábito.

Es que en realidad una Misionera Auxiliar, si pudiera, si tuviera la vocación a la vida religiosa, se[327]ría Misionera Eucarística de la Santísima Trinidad precisamente.

Vosotras debéis tener el mismo espíritu y participar de todas las gracias de la Obra, considerarlas como cosa vuestra.

Como dije antes en la plática de profesión, no puedo hablar mucho porque estoy algo delicado de salud y cuando me emociono me pongo peor, hasta siento la impresión de que se me va el piso...

Pero no porque sea poco lo que tengo que decirles; y quiero insistir en que el Instituto tiene para vosotras la participación de gracias, de oraciones, de sacrificios.

No hay que olvidar que casi siempre en los principios de las Obras de Dios, hay gracias especiales, hay almas santas, así como hay trabajos especiales también, porque el que siembra y abre surco, tiene una cruz muy pesada. También la tiene el que cosecha pero el que más sufrió es el que abrió el surco...

Esas almas santas, espero en Dios que serán la herencia del Instituto para la Iglesia; serán vuestras Hermanas, y como ésta es una Obra filial de las Obras de la Cruz, automáticamente quedaréis enriquecidas también vosotras; es una gracia muy grande, os lo digo para que cuando Dios nuestro Señor os pida algún sacrificio, lo ofrezcáis gustosamente.

Vamos a ofrecer a la Santísima Virgen de la Soledad que honraremos especialmente sus dolores. Procúrenlo así todas y luego no tienen sino abrir el alma para que la llene el Espíritu Santo con todas las gracias.

Por mi parte quiero agradecerles el que hayan aceptado la invitación que se les 190

hizo, la que Dios les hizo en primer lugar. Nosotros somos instrumentos, Dios fue quien las llamó, las llamó la Santísima Virgen, [328] pero de todos modos, nosotros fuimos instrumentos y como a mí me están haciendo favor de ayudarme porque “dizque” soy Fundador del Instituto, entonces, en la parte que me toca, les quiero dar las gracias en mi nombre y en nombre de la Madre Fundadora.

A uno lo ponen porque tienen que poner a alguien…

En nombre de Dios Nuestro Señor y de la Santísima Virgen y nuestro, quiero pues, darles las gracias porque han aceptado tomar parte en esta institución y sentir con nosotros y amar esta Obra.

Así nosotros, sentimos con ustedes, tenemos interés por todas sus cosas, por todos sus problemas, por sus familias, sus amigos. Saben que no están solas, el Instituto está con ustedes y todo lo comparte con ustedes.

Demos gracias a Dios Nuestro Señor y después vamos a escuchar las palabras que la M. R. Madre General les va a decir con ocasión de este 25 aniversario de la fundación de Misioneras Auxiliares.

Palabras de nuestro Padre en la fiesta que hicieron las Misioneras Auxiliares. (329) Diciembre 25 de 1962.

En el mundo es muy común decir cuando se reciben gracias especiales, favores especiales: “No sé cómo agradecer, no hallo cómo dar las gracias...”

Felizmente los que tenemos fe y creemos en la grandeza del Sacrificio de Cristo, sacrificio que se repite diariamente en los altares, encontramos el secreto de dar gracias.

Ese sacrificio ha sido el medio divino, por[329]que se ofrece una Víctima Divina, para agradecer todos los favores del cielo. Y yo quiero dar gracias como le he hecho ya en la Santa Misa, por este aniversario.

Mi corazón a cada paso se encuentra en estos días con la Santísima Virgen, esa Madre que nos fue dada en el Calvario, no solamente para que Ella nos protegiera, sino para que nosotros la amáramos y le diéramos gloria.

Me gozo porque estamos honrando en el Instituto la Soledad de María y porque hemos consagrado esta rama de la Obra, las Misioneras Auxiliares, a la Soledad de María.

Es un don que el cielo ha querido hacer, particularmente a las Obras de la Cruz y a nuestra Congregación, no como misión exclusiva, pero sí como vanguardistas de ese movimiento universal que recordará al mundo lo que le debe a los Dolores de la Santísima Virgen, particularmente en su soledad de 25 años.

De mi Congregación recibí el encargo de propagar estos Dolores. Nuestro actual superior general, que hace poco tomó posesión de su cargo, nos urge a que hagamos amar a la Santísima Virgen en sus dolores de Soledad y él mismo quiso consagrarle su 191

gobierno a nuestra Señora de la Soledad.

Es para mí una obligación, dulce por cierto, buscar la gloria de nuestra Madre en su soledad, y así como pedí almas que me ayudaran a dar gracias por el Sacerdocio de Cristo y por nuestra participación, envolví en esa plegaria el deseo de encontrar almas que amaran a la Santísima Virgen, especialmente en su soledad y en los albores de su vida en el gran misterio de la Encarnación del Verbo.

Doy gracias a Dios por esta vocación y os felicito a vosotras, amadas hijas, las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad y las Misioneras Auxiliares [330] Hijas de la Soledad de María. Os suplico que sigáis adelante, amando y haciendo amar a nuestra Señora y haciendo lo que Ella hizo de su dolor, regalando a la Iglesia vuestros trabajos y sacrificio, esos dolores íntimos.

Casi niño aprendí una poesía de la que ahora solamente recuerdo dos líneas: “Si no hay dolor, la lira no resuena...” La inspiración no sale de las almas que no saben sufrir...

Me la hizo recordar la poesía de nuestra Misionera Auxiliar que ha recitado. Esa lira resuena porque ella ha sido visitada por el dolor en forma de enfermedad, cruz de tantos frutos. Nos ha hecho sentir en este día lo que es la palabra de las almas que saben sufrir. Si eso alcanza un alma pequeñita como la de ella, ¿qué será el dolor de María? ¿Qué será la Pasión de Cristo?

Por eso nos regocijamos en medio del dolor. La Iglesia para todo canta, siempre canta, lo mismo cuando triunfa que cuando lucha. Es que Dios ha querido dejarnos la herencia del gozo en el espíritu. ¡Id adelante, amadas hijas, os esperan la Trinidad y las almas! Así dijo nuestro santo Fundador.

Tengo que terminar, estoy un poco delicado de salud y los pies ya no me sostienen.

Que Dios Nuestro Señor reciba este homenaje, ustedes mi gratitud y vamos adelante y arriba buscando la gloria de Dios y valiéndonos de los dolores de nuestra Madre Sola, la Virgen Santísima de los Dolores. [331]

AÑO DE 1963 Plática de N. Padre en la primera Comunión de varios niños.

Familia Torres A. (332) Enero 12 Muy amados hermanos en Cristo Nuestro Señor: He venido con un gusto especial a esta ceremonia que puede decirse la fiesta de la inocencia, o también, la fiesta del amor.

He venido con gusto, además del hecho mismo de dar una primera Comunión, por esos lazos espirituales de amistad, lazos muy íntimos que me han ligado con 192

vuestra familia.

Están aquí todos los que han podido venir materialmente, pero también espiritualmente sentimos la presencia de los que se encuentran en lejanas tierras, como vuestra tía Misionera en el Japón, que tanto se ha interesado por vosotros, que ha estado pendiente de esta hora.

Yo he venido, os lo confieso, haciendo un grande esfuerzo, porque como sabéis, estoy fatigado, estoy cansado. Hago esta aclaración para que se me perdonen las faltas a la Liturgia en el altar.

Hay una bienaventuranza que dice: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Y siempre han sido los niños, los limpios de corazón. Por lo mismo son los que mejor han comprendido a Dios.

“Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”, dijo Jesús.

Jesús habla con frecuencia de los niños. Algunos creen que los niños no en[332]tienden, no comprenden las cosas que se les dicen, y sin embargo Jesús nos dice no solamente que lo comprenden, sino que son “bienaventurados por ello”.

Jesús, que tenía tanta sed del amor del hombre, vino al mundo por eso y cuando quería encontrar consuelos, se dirigía a los niños: “Dejad que los niños se acerquen a Mí”.

Hay una palabra muy triste en el Evangelio del Apóstol San Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo comprendieron”... Pero a los que lo recibieron, les fue dado el gozar como nadie de la dicha inmensa de ser hijos de Dios.

Vosotros, amados niños, no habéis desconocido a Jesús; al contrario, lo habéis llamado, lo habéis deseado. Vuestros corazones infantiles, a su modo, que es un modo precioso porque es el que Dios les dio, han deseado a Jesús, le han dicho muchas veces: “¡Ven Jesús mío”! Y ahora vemos cómo el Verbo Encarnado, el Dios hecho Hombre, viene a vosotros.

Su majestad infinita nos deslumbraría si la contempláramos, pero por eso quiso esconderla bajo los accidentes de pan, para que pudiéramos recibirlo sin experimentar aquella sensación tremenda que se siente cuando el hombre se pone en presencia de Dios.

Jesús quiso hablar a los niños porque la sencillez del niño recibe los grandes dones de Dios. Lo vais a recibir con mucho amor; posiblemente no lo sintáis, ni le digáis muchas palabras; no es necesario.

Si nosotros sabemos leer en el corazón del niño lo que quiere decir, Dios con mayor razón, Él sabe lo que necesitáis, tiene presente el panorama de vuestra vida, los años que os quiere dar, y lo tie[333]ne presente en un plan de amor, en el plan del que ama y puede y porque puede, concede y porque ama, da.

Aquí están, amados niños, vuestros padres, vuestra abuelita; ellos piensan en vosotros, en vuestro porvenir. Están dispuestos a sacrificarse por vosotros para que seáis felices en la vida. Habrá cosas que ellos no pueden daros, no están en su mano, pero Dios sí puede y nos ama infinitamente.

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Por eso este día es de gracias inmensas. Debemos alegrarnos por el don de recibir a Jesús en el alma y por lo que esta venida significa.

Aquí en la tierra, cuando visitamos una persona querida, le llevamos un regalito.

En esta visita de Jesús por primera vez, el regalo precioso es Él mismo.

La Santísima Virgen, vuestra Madre, está presente aquí junto a vuestra mamá.

Ella está aquí y le pide a Jesús por vosotros. Sois los niños mimados de la Santísima Virgen, los dueños de todas las gracias.

Por eso nos alegramos con vosotros y os felicitamos y nos da hasta una poquita de envidia blanca, de ésa que no hace daño... porque es el deseo de hacer una cosa para gloria de Dios.

Nosotros también pasamos por este momento precioso que vosotros pasáis ahora. Si nos sostenemos en la vida, en medio de todas las dificultades y penas, es por aquellas gracias que recibimos en la primera Comunión. Sólo Dios sabe lo que significa ese primer encuentro de Jesús con un alma, esa presencia sacramental de Jesús en Cuerpo y Alma.

Me alegro amados niños, y os su0plico que esa amistad que Jesús os brinda en este día como Amigo divino, procuréis conservarla. Si tuvierais mil amigos más, pero que se opusieran a la amistad de Jesús, de[334]jadlos...! Decidle a Jesús: “¡Tú eres el Único que merece nuestra amistad...! Los demás solamente en cuanto que no se opongan a la amistad de Jesús. Queremos dar nuestra propia vida antes de ofenderlo. ¡Ojalá, amados niños! Esa es mi ilusión, que vayáis con el alma limpia, blanca, pura, a través de los años de la vida. Nuestro Padre Félix decía: “Yo quisiera dar con gusto mi vida por prolongar una más de la inocencia de un niño...”

Aunque seáis hombres y vayáis por el camino que Dios quiera para vosotros, que vuestra alma sea siempre sencilla, limpia como de niños.

Hoy comenzamos a festejar el centenario de la que llamamos nuestra Madre, la Sra. Armida, a quien Dios Nuestro Señor le pidió las Obras de la Cruz.

Se trasladó del 8 de Diciembre, porque estaban ausentes los Obispos de México y queríamos estar acompañados de ellos.

Nuestra Madre decía, y lo escribió de su puño y letra, que el haber sido casada y tener muchos hijos, no le estorbó para nada el amor de Dios, al contrario, en ese estado fue donde Dios la llamó a la más alta perfección.

Así ustedes, si son ingenieros, aviadores, abogados, generales o misioneros, que su alma sea siempre blanca, llena de amor a Dios.

Ya sabemos que la fragilidad humana es grande; pero cuando caemos, Dios nos ayuda a levantarnos.

Recibid con mucho cariño a Jesús; no le digáis muchas palabras ni hagáis muchas peticiones; Él lo sabe todo. Sólo decidle: “Mira Señor, ¡te amo, te amo y te doy gracias.”! Y a la Sma. Virgen, ofrecedle el corazón en estas disposiciones. [335]

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Plática de Nuestro Padre en la Cruz del Apostolado.

Peregrinación de las MESST (336) Enero 22 de 1963.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Después de haber escuchado en México tantas cosas importantes que se han dicho acerca de las Obras de la Cruz, con ocasión del centenario del nacimiento de nuestra Madre, la Sra. Armida, no puede uno menos de bendecir a Dios que es el Autor de todas esas Obras tan grandes, y no puede uno menos de sentir alegría por aquellos que fueron llamados tan directamente, como nuestra Madre, a realizarlas.

Y se siente un inmenso deseo de acercarse a esas Obras para recibir siquiera las migajas de semejante festín que Dios ha querido servir a la humanidad, para recibir las migajas de ese banquete.

Siendo como sois vosotras, obra filial, obra hija de las Obras de la Cruz, tenéis derecho de sentaros en la mesa del Padre y participar aunque sin merecerlo, de ese gran festín, porque hay que suponer que estos dones de Dios son gratuitos; hemos sido admitidos a la mesa misma de familia a tomar un lugar en ella.

Con motivo de las fiestas, nos hemos reunido los representantes de las 5 Obras de la Cruz, así como representantes de las Obras filiales fundadas para impulsar esas Obras de la Cruz.

Vimos en la Basílica a las Hijas del Espíritu Santo, a las Catequistas Guadalupanas, a las Oblatas de Jesús Sacerdote, a las Misioneras de Jesús Sacerdote, a las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, a las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada.

Todas estas Obras estaban ocupando un lugar [336] al lado de las Religiosas de la Cruz y de los Misioneros del Espíritu Santo, de la Alianza de Amor, etc. ya que se consideran de la misma familia espiritual.

Me hizo impresión oír en una junta en que se preguntaba si las Religiosas pertenecen al Apostolado de la Cruz, cómo un Padre de Mexicali contestó: “Las Trinitarias son de Casa”... como diciendo, son de familia.

Esto me llena de alegría; han recibido una comunicación de las gracias de Dios para las Obras de la Cruz y es justo que también estén unidas en la acción de gracias por todo lo que Dios ha concedido y seguirá concediendo.

Ya simplemente el hecho de que hayan podido realizar esta peregrinación, es una gracia espacial de Dios.

Yo siempre he venido con especial gusto a este lugar; desde la primera vez, en tiempos aciagos de persecución, recibí impresiones muy gratas y profundas.

Recuerdo que vine con Don Antonio Ruiz y en un altar portátil celebré la Santa Misa a las 2 de la mañana aquí al pie de la Cruz.

He predicado también aquí muchas veces y entre las personas que me escuchaban, tuve un día el gusto de contar a nuestra Madre, la Sra. Armida, a algunas 195

Superioras de la Cruz, así como a nuestros queridos vecinos de Jesús María, que siempre están como custodios de esta Cruz.

Para mí es una gracia muy grande que Dios Nuestro Señor nos quiere conceder.

La Cruz trae las gracias, el sufrimiento trae siempre gracias especiales. La Cruz de Cristo alcanzó de Dios la gracia insigne de dar al mundo al Divino Consolador, al Consolador supremo, el Espíritu Santo. [337] De la gloria de la Cruz de Cristo participó la Santísima Virgen, como participó también en grado único de su dolor.

No saldremos de aquí sin llevar esas bendiciones divinas, las veamos o no las veamos, no es preciso que aparezcan. Serán quizá gracias ocultas para cada alma en particular para nuestra familia espiritual, para todo el Instituto. ¡Cómo quisieran estar aquí las Madres de Japón, de Perú, de Bolivia! No vienen porque están cumpliendo su deber, ese deber que santifica, pero las gracias van a ellas, van para todas y cada una.

Que el Señor nos bendiga en este nuevo esfuerzo que queremos hacer en orden a la santificación del Instituto, para el bien de nuestras almas.

Sigamos adelante, sabiendo que “sin Cruz no hay gloria ninguna” y por lo mismo, si queremos darle gloria a Dios, tendremos que crucificarnos... “¡Ni con Cruz eterno llanto; santidad y cruz es una, no hay cruz que no tenga santo, ni santo sin cruz alguna!...”

Si nos contamos entre todos los que buscan la gloria de Dios, unidos a la Cruz de Cristo, debemos estar tranquilos, porque es la manera más eficaz de cooperar a la gloria divina.

[338]

¡Quiero dar una bendición especial a todo el Instituto representado en ustedes!

Entrada de Postulantes. (339) Dic. 12 de 1963.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Siempre es solemne la hora en que Dios se comunica con sus criaturas; solemne porque se trata de la palabra del Amor infinito que se dirige a su criatura; solemne porque esa palabra decide el destino de los hombres en la vida.

Es palabra de amor: “In caritate perpetua dilexi te”, decía el Señor por su Profeta: “Te he amado con un amor eterno y por eso, compadeciéndome de ti, te traje hacia Mí...”

Es palabra que en aquél que escucha, engendra el gozo indeleble del espíritu, gozo que llamamos en el Espíritu Santo.

Estamos asistiendo en estos momentos a una ceremonia en la que somos testigos de esa palabra que ha sido dirigida a estas almas que vienen hoy a comenzar 196

su vida religiosa, una vida verdaderamente nueva, nueva por su fervor, por su amor, por su generosidad.

Han escuchado una voz que las invitaba a entregarse a Dios de manera definitiva, para siempre.

Dios tiene derecho al amor de las almas y sin embargo, con delicadeza exquisita, las llama, no quiere forzarlas; pero se insinúa amorosamente y el alma, que después de todo, fue creada por Él, a su imagen y semejanza, dejándose llevar por ese movimiento que la empuja hacia Dios, responde con la Santísima Virgen: Ecce ancilla Dómini”!!.

La vida que comenzáis ahora, amadas hijas, es una vida de perfección, tiende siempre a la [339] perfección, y como tal, encontrará dificultades para desarrollarse; esas dificultades que ponen sombras en el camino de las almas deseosas de ser buenas; esas dificultades que pone el enemigo de la gloria de Dios.

Pero con la gracia del Espíritu Santo, tendréis la fuerza irresistible del amor divino y la fuerza del amor humano que nosotros sentimos hacía Él. Porque si verdaderamente le amamos, seremos irresistibles. ¡Qué hermosa es la vocación a esa vida religiosa en la que el alma renuncia a todo por amor a Dios! Renuncia a su propia comodidad para estar atenta a la gloria de Dios. Se pone en manos de Dios a través de sus superiores y no vacilará en aceptar misiones, por difíciles que sean.

La base de todo esto es el amor de Dios, el que no ama a Dios, no puede tener cuidado con de otras almas, las perdería. Todo el que recibe almas a su cuidado, tiene un grande compromiso, debe amarlas y cuidarlas con el amor de Dios.

Todos aquéllos que somos llamados por Dios, tenemos una misión que nos exige el desprendimiento. Más tarde, si perseveráis en vuestra vocación, haréis los votos de pobreza, castidad y obediencia, para más ligaros al Señor, rompiendo todos los lazos que a veces atan fuertemente. Así estaréis a la disposición de las almas y cumpliréis la voluntad de Dios nuestro Señor.

El religioso no debe vivir para sí mismo, sino para sus hermanos. Hay muchas gracias que Dios Nuestro Señor nos concede y que haciéndonos bien a nosotros, sin embargo están ordenadas al bien de otras almas, se dan en atención a otras.

Nosotros vamos a almacenar esas gracias y después las iremos comunicando a medida que sea necesario. Esa es la vocación a la que hemos sido llama[340]dos, una vocación en la que tenemos que darnos, olvidarnos de nosotros mismos para buscar la gloria de Dios y hacer felices a los demás. ¡Qué lejos está el egoísmo, de las almas consagradas a Dios! “Si mi vida, decía un santo, es necesaria para el bien de los demás, no rehuso vivir, como no rehuso dar mi vida si esto es necesario”...

Contraste notable de esta vida de generosidad con la vida de egoísmo que muchas veces se vive en el mundo, donde no se piensa más que en aquellas cosas que vienen a constituir una satisfacción para ellas.

El alma consagrada a Dios participa de una manera especial del amor de Dios.

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Es un amor más fuerte que aquel otro amor que comunica la sangre y la carne a través de los padres, porque muchas veces los padres pueden olvidarse o no corresponder a su vocación de padres para cuidar a sus hijos, y el alma consagrada a Dios, no dejará de hacer ningún sacrificio para dar felicidad a los demás.

Debe ser un acto conmovedor aquel que se ofrece en el seno de una vida consagrada a Dios; aun en aquellos momentos tan solemnes de la muerte, se olvidan las almas de ellas mismas para pensar en otros, renuevan sus ofrecimiento y vuelve a ofrecerse como hostias con Cristo por medio de la Santísima Virgen, para alcanzar el bien de los demás.

Si no hay amor, no puede haber generosidad. “Dime cuánto amas y te diré cuánto puedes sacrificarte...” No debemos olvidar que nuestra vida es un sacrificio; el Señor no quiere sorprender a nadie, habla claro y dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga...”

Por eso cuando recibimos la Cruz de Cristo, debemos llenarnos de gozo porque es la respuesta a [341] nuestra entrega. Nadie puede abrazar la vida religiosa si no es por su propia voluntad; la Iglesia tiene cuidado de averiguar si hay libertad para abrazar este estado.

Ahora vosotras no tenéis compromisos con la Congregación, es una preparación en que el alma comienza a examinar más seriamente lo que es la vocación religiosa.

Si se persevera los seis meses de Postulante, viene después la segunda etapa en la que se afoca el alma a la propia formación espiritual y al conocimiento de la institución, del propio espíritu. Entonces se instruye a la novicia en sus obligaciones como alma consagrada, y la Iglesia vuelve a dejar en libertad.

Examina los candidatos uno por uno y el tema principal de ese examen, es averiguar si no han sido forzados, si no han entrado por miedo o por amenazas; de esa manera la Iglesia no las aceptaría, no les permitiría la profesión. Sólo acepta cuando las almas están enteramente libres y se entregan voluntariamente.

Una entrega sin voluntad, no sería grata a Dios nuestro Señor. Y así en los días de prueba existen en todos los estados de la vida, decimos: sufro mucho, pero yo ya lo había previsto, lo acepto y generosamente, voluntariamente, lo ofrezco a Nuestro Señor; si pudiera sufrir más, con la gracia de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, ofrecería a Dios este sacrificio.

Yo quiero hablaros de estas cosas desde ahora, amadas hijas, para que no os extrañéis si sale a vuestro paso del sufrimiento. No os digo que vais a ingresar en un mar de delicias. Puede ser que tengáis pruebas; pero todo hay que combatirlo y vencerlo cuando tenemos un ideal.

Vosotras tenéis un ideal, os distinguís de aquellos que no tienen ideal y en la vida no quieren otra cosa sino el mayor número de comodidades, sin que les preo[342]cupe ni la gloria de Dios ni el bien de las almas. Tendréis que sufrir lo que Dios quiera, pero tendréis su gracia para resistir y ¡qué hermoso cuando al fin de la vida podamos decirle a Nuestro Señor: Te doy gracias porque me has concedido el don de la fidelidad, porque a pesar de mis luchas, he perseverado, aquí estoy, dando hasta estos últimos momentos y empleando lo que me resta de fuerzas para decirte que te 198

amo.

Vuestra vida puede ser llena de buenas obras, de amor de Dios.

Que así lo sea, amadas hijas, que seáis religiosas perfectas, generosas, que no os deis a medias, sino completamente.

Os recibimos en nombre de Dios Nuestro Señor. La M. R. Madre Superiora General del Instituto, yo como representante de la Iglesia y también, aunque indigno, como Padre espiritual de vuestras almas; os recibimos y nos alegramos de este acto en que venís a dar testimonio de vuestro amor a Dios, de vuestra correspondencia a su amor divino.

Hay tantas cosas tristes en la vida, tantas decepciones, que cuando vemos que las almas responden y lo dejan todo por seguir a Dios, y que ofrecen con generosidad su sacrificio, no sólo ellas, sino las que están ligadas a ellas como sus padres, sus parientes, sus amigos y todos los que las aman, esto nos llena de consuelo.

A pesar de sentir el dolor de la separación, lo ofrecen generosamente, porque saben que ese sacrificio es querido por Dios y le va a dar mucha gloria. Todos los que sufren por vuestra vocación y cooperan a ella, serán partícipes de las gracias que vosotras recibáis.

Nuestro Señor premiará en vosotras a todos aquellos que, para que fuese realidad vuestra vocación, [343] no se negaron a desprenderse de vosotras.

Recibid pues, amadas hijas, una bendición muy especial para que comencéis esa primera prueba de vuestra vida religiosa. Sed bienvenidas y procurad, como almas llenas de Dios, llevar la alegría del Espíritu Santo, la paz de Dios a todas partes donde vayáis.

A Dios debemos servirle con alegría, darle con alegría. Por eso en este momento en que venís a ofreceros como pequeñas hostias con la Hostia del altar, hacedlo con gozo indecible del que da; siempre es mejor dar que recibir y vosotras os venís a dar, todo cuanto sois, todo cuanto tenéis, todo vuestro ser.

Que el Señor os bendiga y la Santísima Virgen guarde en su Corazón Inmaculado vuestra vocación para que seáis santas como nuestro Señor os quiere. ASÍ SEA.

Carta para Navidad y Año Nuevo. (344) Guadalajara, Dic. 25 –1963 Muy amadas hijas en Cristo: Las fiestas de Navidad y Año Nuevo me dan la oportunidad de dirigirles esta carta que les lleva mis felicitaciones.

También quiero llevar una palabra de aliento que las estimule a perfeccionar su vocación de MESST. La vocación que Dios les ha dado exige de ustedes tender siempre a la 199

perfección. Y si esa perfección radica en el amor a Dios y las almas, conviene preguntarse en qué grado se encuentran en su unión con Dios y en su celo por la salvación de las almas.

Siendo todo esto el secreto de Dios, podemos, sin embargo, confesar la sinceridad de su entrega y el deseo de amar más y más a Dios y a las almas.

Pero ante todo, debemos confesar el amor de [344] Dios para la Obra, pues no obstante las deficiencias humanas, sus bendiciones se han manifestado claramente.

Entre esas bendiciones debemos contar de modo especial, el cuidado de la Iglesia para proteger la Obra, indicando los caminos que debe seguir para corregir defectos y alcanzar más fácilmente su perfección.

Seamos pues, muy agradecidos con nuestra Madre la Iglesia y obedezcamos con esmero las indicaciones más pequeñas de sus representantes y de los superiores del Instituto, puestos por la misma Iglesia.

No olviden nunca mis recomendaciones de llegar, si es necesario, al heroísmo de la obediencia amorosa, según el lema “Obedientia et dilectio”.

Aprovechen estos dones del cielo y esta solicitud de la Iglesia para hacer más cierta su vocación y servir mejor a los intereses de Dios y de las almas.

Recuerden las palabras de Jesús: “La mies es mucha y los operarios pocos” y esfuércense por rendir el cinto por uno para suplir la falta de los operarios.

Por las Crónicas de las Casas podemos asegurar que se trabaja intensamente y que las bendiciones del cielo han coronado esta labor intensa en el campo de las almas. Pero es necesario dar más y mejor, intensificando la vida de oración, indispensable para conseguir el ciento por uno.

Que las devore el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, siendo ello el estímulo para los sacrificios que sean necesarios en la lucha.

Dios ha llamado al cielo a otras Misioneras, que, así lo esperamos, serán intercesoras para alcanzar el ideal de perfección de la Obra de las M. E. SS. T. Precisa dar un paso más en el gran anhelo de llegar a la unidad por la obediencia y la caridad.

Que el Espíritu Santo, a quien se ha consa[344 a]grado varias veces y de modo solemne el Instituto, nos conceda realizar esa unidad en el amor a Dios y a nuestros hermanos.

Y si para realizar ese ideal fuera preciso inmolarse más y más en el silencio y en la humillación, no duden en hacerlo, ya que ha sido una santa ambición el deseo de “ser hostias con la Hostia” para gloria del Padre y de la Trinidad Santísima.

Renueven en su alma el amor a María en el misterio de la Encarnación y en el de su Soledad dolorosa. Como Ella digan: “Ecce... Fiat”... al beneplácito divino; lleven en silencio la Cruz íntima de su Corazón desolado, en aquellos 25 años de soledad después de la Ascensión de Jesús al cielo, y alcancen así gracias para las almas, especialmente las sacerdotales.

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Lleven sus pequeños o grandes sacrificios a la Cruz de Cristo para unirlos a ese gran Sacrificio, y recibir en cambio lo que el mundo recibió al consumarse el Sacrificio de la Cruz: “el don sublime del Espíritu Santo”. Y guiadas por ese Espíritu de amor, seguir adelante con más entusiasmo por el desarrollo de la Obra.

Que el Espíritu Divino les conceda el Don de fortaleza para no desmayar en el camino de la Cruz que es el único que conduce al cielo y el único que puede salvar al mundo. ¡Que el nuevo año sea lleno de bendiciones del cielo para todos y cada uno de los miembros de la Obra!

Reciban todas, mis bendiciones de Sacerdote y de Padre que las ofrece diariamente en su altar para que sean hostias con la Hostia.

Afectísimo Padre en el Espíritu Santo y María. [344 b]

AÑO DE 1964.

Plática en la Casa de Puebla. Fiesta de la Encarnación. (trasladada) (345) Abril 6 de 1964 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Aunque ésta no sea una plática en forma, de cualquier manera os dirijo unas palabras inspiradas en el amor a la Santísima Virgen de la Encarnación, cuya fiesta ha sido trasladada para hoy.

El misterio de la Encarnación es de vital importancia en la Iglesia, es, digamos así, la razón de ser de esa Iglesia, animada por el Espíritu de Cristo para realizar el ideal de Jesús, glorificar al Padre Celestial, redimir al mundo.

Este misterio divino, tiene íntima relación con la salvación y santificación de las almas.

Es cierto que el hecho de salvarse asegura en general lo que se llama la santidad del alma, su unión definitiva con Dios; pero también es cierto que esa santidad tiene muchos grados.

En el desarrollo de nuestra vida de perfección, hay una gama preciosísima de valores espirituales para cada alma en particular.

El encuentro con Dios y las relaciones con la Madre del Verbo Encarnado se realizan por el Espíritu Santo y con el Espíritu Santo que es camino ha[345]cia el Padre.

Y todo esto tiene gran relación con el misterio augusto que hoy celebramos.

Hay muchas almas que no gozan de los beneficios del misterio de la Encarnación, por no pensar en él. Pero hay otras que sí viven íntimamente unidas al recuerdo y agradecimiento de este gran misterio.

La primera de todas fue sin duda la Virgen María. Después, las almas que a 201

semejanza de Ella y queriendo imitarla, desean vivir más cerca de este misterio, partiendo de este hecho: el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros.

En el Instituto se honra de una manera especialísima el misterio de la Encarnación. Lo recordamos de mil maneras: en las oraciones, en el Trisagio y siempre que dirigimos nuestra vista a la imagen de la Virgen de la Encarnación.

Cuando el Espíritu Santo deja en nosotros ese amor tan grande por Jesús, esos deseos de vivir íntimamente en Él; cuando hemos aceptado que podemos vivir en alguna forma, aunque sea muy de lejos, la unión íntima con el Verbo en ese colorido que tuvo la unión de la Virgen Santísima, entonces suspiramos más y deseamos más aprovechar la gracia de la Encarnación que para muchos viene a ser el centro de su vida.

Ojalá que a través de los siglos se multipliquen las almas que vivan este misterio.

La Encarnación del Verbo todo lo ilumina, todo lo vivifica, da la explicación a todo lo que existe. [345 bis] Es la generosidad infinita de Dios, que nos pide corresponder también nosotros con generosidad, con inmolaciones llenas de amor y de alegría.

Siempre que suframos, pensemos en Jesús Crucificado, en ese Verbo que se encarnó para morir; y unidos a Él ofrezcamos nuestros sufrimientos.

La misión de la Santísima Virgen es glorificar con el Espíritu Santo al Verbo Encarnado.

Consagrados completamente a Ella, cumpliremos nosotros también esa misión.

Esta mañana, cuando escuchemos las palabras de la fórmula de consagración por la Esclavitud Mariana, palabras realmente inspiradas, pensaba yo qué feliz realidad sería que todas esas cosas que se están diciendo, se cumplieran exactamente. [346] ¡Que de veras pusiéramos en manos de la Santísima Virgen nuestra vida, todo el valor de nuestras buenas obras, todo lo que nos pertenece, nuestras empresas, los seres que amamos, todo lo que en una palabra, nos interesa para la gloria de Dios!

Cuando un alma se entrega así, cuando vive totalmente esa entrega, queda asegurada su felicidad, su santificación y el fruto de esa santificación para gloria de Dios y bien de la humanidad.

En este día en que San Luis María Grignion de Montfort quiere que todos los esclavos de María renueven su consagración, procuremos, con la gracia de Dios, renovar y cumplir esa promesa y dar un paso más en el amor al Verbo Encarnado, o como se llama el Santo, la Sabiduría Eterna y Encarnada.

Procuren de veras, amadas hijas, ser apóstoles [346 bis] del amor de María; es una de las grandes promesas que guardan, como un tesoro, las Obras de la Cruz, especialmente nuestra Congregación, destinada a dirigir las Obras y a dar a la Iglesia los grandes amantes de María, glorificadores del Verbo.

Para cumplir esta misión, debemos llenarnos del Espíritu Santo; esto es lo que nos debe interesar, lo demás corre por cuenta de Dios.

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Él sabe mejor que nadie lo que nos hace falta y cuáles son las necesidades de nuestra alma; Él es dueño de nuestros corazones.

En México, en el Templo del Espíritu Santo, hay una imagen que se llama “Señor mueve corazones”. Los mueve cuando se le contempla Niño, los mueve cuando se le contempla grande; cuando se le contempla Crucificado.

Así nosotros como Él, moveremos los corazones si vivimos con la inocencia de los niños, con almas puras o purificadas; y si hablamos desde la cruz, desde lo alto de la cruz en el amor que sufre. Ya dijo el Señor: “Yo cuando fuere levantado, todo lo atraeré hacia Mí...”

La oración, el amor de un alma crucificada por Cristo, es siempre agradable a Dios. Por eso no olvidemos que las enfermedades y cualquier otro sufrimiento, nos alcanza grandes gracias.

Decimos que compadecemos al que sufre; pero en realidad no alcanzamos a comprender la gracia inmensa del sufrimiento. Es un torrente de bendiciones, es repetir esas palabras de Jesús: “desde lo alto de la cruz todo lo atraeré hacia mí...”

Las almas que sufren están moviendo el Corazón de Dios.

Pensemos cuánto nos ama el Señor al rega[347]larnos tanto sacrificio. Por los méritos de Cristo, las almas que sufren y aceptan la cruz, tienen un parentesco espiritual muy íntimo, porque además de ser hermanas en el dolor, poseen el mismo Espíritu de Cristo. ¡Qué responsabilidad tendremos delante de Dios y de nuestra propia alma si no aprovechamos esta gracia infinita, esas llamadas del cielo, esos sacrificios!

Desperdiciarlos es como dejar perder en el lodo las perlas preciosas.

Que Dios reciba el sacrificio de nuestras almas y que cada uno de nosotros, cuando vayamos llegando al término de nuestra vida, logremos consumarla en el amor, llenar la capacidad de nuestra perfección; realizar el ideal de Cristo, la gloria de su Padre y la santificación de las almas todas.

Llevemos al altar en el sacrificio de Cristo, cuanto hagamos y suframos, desde lo más insignificante hasta lo más grande, porque todo será transformado. Pongamos en el Corazón Inmaculado de María toda nuestra vida.

Que sea hoy un día de renovación espiritual, de donación a la Santísima Virgen.

Las Obras de la Cruz la glorifican y la recuerdan precisamente hoy de manera especial; la sustancia de esas Obras, por decirlo así, está ligada a una gracia singular que el Señor concedió a nuestra Madre.

Un alma íntimamente unida con el Verbo, tiene poder de redención; cerrará las puertas del infierno a muchos pecadores; conducirá muchos corazones a este amor divino y hará de ellos relicarios que guarden como en una concha, la Perla preciosa, Jesús Verbo Encarnado.

Alegrémonos y tengamos por bien empleados todos los sacrificios de la vida. ¡Qué importa sufrir si vamos a ser poseedores de Cristo! ¡Qué importa si nuestra alma va a ser como una imitación, una semblanza del alma purísima de María!

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Sigamos nuestro camino aprovechando todo, rec[348]tificando lo que hay que rectificar, pero dando un paso adelante, más unidos a la Cruz de Cristo.

Amemos a María, ese tesoro que el cielo nos ha confiado. ¡Qué vamos a hacer con él!

Ella nos alcance la gracia de vivir íntimamente unidos a Cristo, uniendo nuestros sacrificios, nuestro dolor, preparando cada día la cuna que ha de mecer la presencia del Verbo en nuestra alma y en todas las almas. ¡Son cosas muy grandes amadas hijas! ¡Quién pueda comprender, que comprenda!

Profesión Perpetua. (349) Junio 29 de 1964 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: ¡Dios es Amor! El amor siempre viene de arriba. Ama naturalmente más el Padre, ama primero el Padre.

Esto se confirma en las palabras divinas, cuando el Espíritu Santo dice que toda paternidad viene del cielo, del Padre de las luces, del que se deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra.

Propio del amor es gozarse en la felicidad, en el bien del amado; por eso Dios que nos ama con amor infinito, se goza viendo nuestra dicha, una dicha que Él quiso compartir cuando nos dio su amor infinito.

Mi corazón de padre espiritual de vuestras almas, se goza cuando vosotras recibís las gracias de Dios; se goza en las circunstancias en que contempla esa entrega de las almas a Dios, porque además, como sacerdote, también busco la gloria de Dios, tam[349]bién busco almas que lo amen. Y cuando las encuentro, no puedo menos de alegrarme. Y si esas almas, en cierto modo, Dios me las ha querido dar, mi gozo es mayor.

Gozamos cuando llega una postulante para pedir su admisión en el Instituto, para comenzar a cumplir una entrega que Dios recibe, para comenzar a corresponder a lo que llamamos vocación y que no es otra cosa que la voluntad expresa del Señor sobre cada una de las almas.

Nos alegramos con una postulante, y luego también cuando, cumplido el término que la Iglesia exige, la postulante toma el hábito, da un paso más en su entrega.

El gozo va creciendo todavía, cuando después de dos años de noviciado, tiempo de prueba en el que se estudia más fondo lo que es la vocación y el espíritu del Instituto, el alma vuelve a dar un paso adelante y se entrega al Señor haciendo sus primeros votos que irán renovando en los tiempos marcados por la Iglesia.

El gozo más completo se tiene cuando presenciamos una ceremonia como ésta, en que vosotras, amadas hijas, después de haber pasado por todas esas pruebas que la Iglesia en nombre de Dios pide a los que quieren profesar la vida religiosa, se 204

entregan por fin enteramente al Señor.

Vosotras habéis venido para decirle a Nuestro Señor la última palabra esa resolución de daros a Él por entero en los votos perpetuos. No podría ser de otra manera, cuando se ha recibido tanto.

Dios, para expresarnos su amor, nos dice por medio del Profeta: “Te amé con amor eterno y por eso, compadeciendo de ti, te atraje hacia Mí”...

Dios nos amó con amor eterno y para probarnos su amor, quiso darnos a su propio Hijo. La palabra de Dios en la Sagrada Escritura también nos dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su propio Hi[350]jo...” se lo dio para ser crucificado. Y el Hijo no dudó en abrazar esa Cruz para atraer las almas y llevarlas al Padre, porque Él quería dar gloria a su Padre. ¡Cuánto hemos costado, amadas hijas! ¡Cuántos sacrificios se han necesitado para llegar a esa hora en que, con la sencillez del corazón podemos asegurar que hemos correspondido al amor divino, con muchas imperfecciones, porque son propias de la criatura; pero Dios acepta esa entrega, ya que ve la buena voluntad de las almas.

Todo lo tenemos porque fuimos atraídos como Cristo lo prometió, por su Sacrificio: “Yo, cuando fuere alzado en la Cruz, lo atraeré todo hacia a Mí...” Y lo atrajo comunicando a las almas su Espíritu Santo, ese lazo que une al Padre y al Hijo en el seno de la Trinidad y que une también a las almas.

No podemos corresponder al Amor divino, no podemos hacer el más pequeño sacrificio sin la gracia del Espíritu Santo. En cambio con Él decía San Pablo “¡todo lo puedo!“ Sí, ¡todo lo podemos en Aquél que nos conforta!

El mundo contempla diariamente, aun cuando muchas cosas se realicen en el secreto, actos verdaderamente heroicos en el amor, en el sacrificio; almas víctimas que en el silencio y cumplimiento del deber oscuro, siguen la moción del Espíritu Santo que nos dio Jesús en el momento de ser crucificado. El Espíritu Santo nos da la perseverancia, nos lleva a la Cruz.

Vosotras, para llegar a esta hora, habéis pasado por muchas pruebas. Si no tuviera otro medio de saberlo, que ser confidente de los secretos de vuestras almas, porque me habéis hecho el honor de confiar, de manifestar eso que lleváis en vuestros corazones, me bastaría saber el camino ordinario por donde Dios lleva a las almas, para estar segu[351]ro de que esta hora habéis llegado, pasando por muchos sacrificios y pruebas.

Aun cuando un ideal se ame mucho, se hacen muchos sacrificios para alcanzarlo. Dios podía haber llevado a cabo la redención de otro modo y la quiso hacer por el dolor.

Cuando Él quiere que le ayudemos a redimir, es también por medio del sacrificio.

Desde los primeros sacrificios que hacemos al separarnos de los seres amados. Los dejamos no porque no les amemos, sino porque los amamos mucho y queremos darles la satisfacción, de que vean nuestra correspondencia al amor divino. Sabemos que si correspondemos al amor de Dios, los hacemos felices. ¿Y quién puede dudar que cuando Dios exige ese sacrificio no va a corresponder 205

a lo divino? Es una bendición para los nuestros. Cristo en la Cruz ganó todo, redimió al hombre, salvó las almas.

Vosotras con vuestras cruces, desde las más pequeñas hasta las más grandes, alcanzaréis también la gloria de Dios, la salvación para las almas y vuestra propia santificación.

Habéis llegado aquí y no os digo, amadas hijas, que ya llegasteis a la meta. Es una de tantas etapas por las que tenéis que pasar. Vuestra entrega es total, pero por ser una entrega total, Dios Nuestro Señor os va a seguir pidiendo.

No temáis, si os pide mucho, os va a dar mucho, os va a llenar de su Espíritu, os va a llenar de esa divina fortaleza que supera todas las dificultades. Vuestros enemigos son los mismos de Dios, que quieren perder a las almas.

Vosotras venís como corredentoras con Cristo, a salvar las almas, a dar gloria al Padre Celestial. Tendréis que luchar de muchas maneras; por eso vuestros sufrimientos irán siempre adelante, pero cada vez amaréis más y mientras más se ama, más se sufre. [352] Hay martirios de amor que no tienen ninguna comparación con los otros martirios y cuando Dios ha prendido el amor divino en nuestra alma, se apodera de ella un celo inmenso por la gloria de Dios; queremos conquistárselo todo, entonces no se mide la altura de los Calvarios: ¡Aquí estoy Señor, que se haga en mí según la divina voluntad!

Esa fue la palabra de María, la criatura que más ha amado en la tierra, la que dijo: “Fiat mihi secundum verbum tuum...” y no volvió a hablar porque esta palabra fue la definitiva, fue de entrega total.

Vosotras también decís: “He aquí la esclava del Señor...” Por los votos religiosos tenéis el compromiso de amar, de ser pobres, de ser castas y obedientes.

Pero el voto que os va a santificar más en la práctica, es el de la obediencia porque en él haréis siempre la voluntad de Dios, en las alegrías, en las penas, en todo, la voluntad de Dios.

Es muy hermoso tener esa preocupación. Recuerdo que una de mis hijas Misioneras (no está presente aquí, por eso puedo hablar), en una de sus misiones tenía que montar a caballo. Nunca lo había hecho y con cara afligida preguntaba: “Madre, ¿es para mayor gloria de Dios que yo me suba al caballo?... No sé cuántas veces iría al suelo, pero subió al caballo porque era la voluntad de Dios.

Tendréis que viajar mucho, por tierra, por el aire; los aviones a unos les encantan, a otros no nos encantan y tenemos que usarlos porque Dios lo quiere. El superior no nos pregunta si deseamos avión, caballo o barco...

Yo no soy amigo del avión y he pasado largas horas en él, 12 y 13 horas, atravesando los mares. [353] ¿Por qué si no me gusta? Porque Dios lo quiere. A través de los mares contemplo a mis hijas, que me esperan, que esperan la visita del Padre para consolarse; contemplo aquellos nuevos hijos que Dios nos da y que las Misioneras están preparando con su instrucción, “Padre, lo quieren conocer sus hijos de Japón...”

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¡Y yo me muero de ganas de conocerlos!

Y el Señor me llevó al avión sin remedio, así lo quería Él. Nos llevaba el amor. Si yo no hubiera tenido misioneras allá, no hubiera ido quizá nada más por turismo. Es el amor el que nos impulsa.

Cuando nos sentimos clavados en la cruz del deber, del sufrimiento, de las tragedias íntimas que las almas pasan, pensemos que nuestro dolor servirá para las almas; el apostolado que nunca falla es el de la cruz. Cuando un alma sufre mucho, va a triunfar; es el modo en que Cristo nos redimió, no hay otro.

Así pues, no crean amadas hijas, que es el último sacrificio ni la última entrega.

Canónicamente es la última, porque ya no van a renovar los votos, son perpetuos. Pero en lo particular Dios les va a pedir siempre. El escoge víctimas cuando quiere salvar al mundo. El no se cansa de pedir y de dar. ¡Cómo no llenarnos hoy de alegría, si es una gran bendición de Dios el que hayáis perseverado, es el gran don de Dios!

No basta comenzar, hay muchos que comienzan y no acaban; hay que perseverar hasta el fin. La gracia de la perseverancia es un don de Dios, hay que pedirlo.

Después de mucho tiempo se puede fallar. En una ocasión una religiosa, casi anciana, que había ocupado puestos principales de su Comunidad, vino a decirme: “Padre, me voy a salir porque he descubierto que no ten[354]go vocación...” No basta pasar muchos años, necesitamos la gracia de Dios.

Yo no juzgo a esa religiosa, Dios la quiso guardar muchos años allí; pero al fin supe que se salió y creo que no le fue muy bien. Nuestro Señor sabrá cómo la juzga.

Lo cierto es que un minuto antes de morir, todavía podemos ser infieles a nuestra vocación. Por eso cuando muere entre nosotros un religioso, en vez de llorar, nos mandan ir a la Iglesia a rezar el Te Deum, porque ha muerto en el campo de batalla un Hermano nuestro. Hay que alcanzar esta gracia.

Me da mucho gusto con las postulantes y voy a visitar esas hijas nuevas cuando he viajado; más gusto me da con el hábito, verlas vestidas ya de rojo. Pero el gusto más grande será verlas en el cielo, seguro de que ya sus enemigos no pudieron nada contra ellas.

Sin embargo, antes de ir al cielo, es necesario pasar muchos peligros aquí en la tierra. Dios no nos faltará, el Espíritu de Dios asiste a los que luchan por la gloria divina.

Dios me ha concedido la gracia de visitar todas las Misiones que tenemos: Japón, Bolivia, Perú. Hay unas Casas que se han fundado después pero en la misma región. Y he visto siempre la Providencia de Dios que vela por todas y cada una de las Misioneras.

Dios Nuestro Señor se ha manifestado espléndido, tratándose de vuestra pequeña Congregación; no le ha negado sus bendiciones. Yo guardo casi como reliquia una carta que recibí de un religioso de la América del Sur donde me habla del Instituto y me felicita porque, dicen que nosotros somos los Fundadores... y yo digo que el 207

Fundador de todas las Obras es Dios, que se vale de algunos medios; pero en fin, so[355]mos los que aparecemos...

Estaba tan contento ese Padre del trabajo de las Misioneras, que yo me sentí lleno de alegría y más gozo sentiré cuando Dios mismo me lo diga. Acá podrá ser un cumplimiento, una señal de simpatía; pero Dios no puede engañar ni engañarnos. Yo quisiera que Dios estuviera siempre muy contento.

Voy a terminar para no alargar la ceremonia. Primero pensé que no iba a tener qué decirles, luego ya no puedo terminar... Es que en realidad no es difícil hablar del corazón. Sus padres, sus hermanos, están muy unidos a ustedes por los lazos de la carne y de la sangre; pero yo también les digo hijas, porque soy padre en el espíritu.

No quiero abusar de su atención, hay que ser prudentes; vamos a seguir la ceremonia. No ando muy sobrado de fuerzas, y esto lo digo para que no se desedifiquen si ven que no hago alguna genuflexión bien hecha. Es que a veces las fuerzas faltan; la juventud ya está lejos, entonces todo se puede, pero yo ando ya en la vejez.

Vamos a continuar la ceremonia. Os felicito y me felicito porque el Instituto ya puede contar definitivamente con vosotras. Le habéis prometido obediencia y Dios Nuestro Señor contará también con vosotras.

Tengo la satisfacción de decirle: te entrego estas hijas para que hagas de ellas lo que quieras; “¡Señor, he cumplido tu palabra, te he dado tolo lo que me pediste, he guardado mis santos votos!” ¡Que vosotras podáis decir esto al morir, amadas hijas! ASÍ SEA. [356]

AÑO DE 1965 Carta Circular. Para la fiesta de Pascua. (356 a) Irapuato, Gto. Abril 21.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Una vez más la Iglesia, nuestra Madre, nos comunica los abundantes tesoros que posee y que le fueron dados por Cristo, al nacer de su Corazón cuando murió Crucificado.

Comparte con sus hijos la gloria de la Cruz de Cristo, comunicando a todos al Espíritu Santo, gloria inmensa de esa Cruz.

Con mis felicitaciones por la Pascua, quiero, en esta ocasión añadir las especiales a todo el Instituto por el nuevo Consejo General que ha de colaborar con la M. R. M. Superiora General.

Es una ocasión para dar un paso más en esa unidad tan deseada por Jesús, de la que habla a su Divino Padre poco antes de su Pasión: “Pater, ut sint [356 a] unum!... ¡Padre, que sean una sola cosa! Esa unidad en el amor del Espíritu Santo, esa unidad en la Trinidad, será el vínculo más fuerte para llevar la Obra con paso firme a la 208

realización de sus fines.

Vayan adelante, unidas en el dolor y en el gozo, sabiendo que todo viene de Dios y va a Dios, felices de poder sufrir algo por la gloria divina y de amar con el Espíritu Santo en Dios y las almas.

Para eso seguiré ofreciendo el Santo Sacrificio de la Misa.

Que la fuerza del Espíritu Santo transforme los corazones y lleve las almas de las Misioneras a la unidad de la Trinidad, unidad de amor.

Que la Santísima Virgen guarde en su corazón a cada una de las Misioneras de todos los tiempos para que con Ella canten el Magnificat de su gratitud por la Maternidad Divina y por la Maternidad espiritual de las almas.

Que el Espíritu Santo, fuente de toda pureza, se las comunique por medio de la Cruz, guardando sus cuerpos y sus almas puras y sin mancha.

Afectísimo Padre en Cristo. [356 b]

Ejercicios que dió Nuestro Padre a los novicios M.Sp.S. (357) Noviciado de Guadalajara, 28 de Nov. a 6 de Dic. de 1965.

Fragmentos

Domingo 28 de Noviembre. (357) Meditación: Los días de ejercicios son de Dios porque el Espíritu Santo los desea para manifestársenos.

Los medios que tenemos para vencer los grandes enemigos de nuestros días son llenarnos de Dios, amarlo y hacerlo amar.

Hay que pedir las cosas no tanto por intercesión de algún santo, sino por el gran amor que Dios nos tiene.

“Si no amamos al Espíritu Santo no seremos Misioneros del Espíritu Santo” Si no lo hacemos amar, tampoco lo seremos”. ¡Todo lo puedo en aquél que me conforta!

Dios no nos va a preguntar qué hicimos, sino cómo cumplimos su divina voluntad.

Lunes 29 de Noviembre. (357) Meditación: En estos ejercicios vamos a hablar muy especialmente de nuestra vocación.

La vocación es en cierto modo, un ministerio de amor y predilección. “No me habéis elegido vosotros, sino que Yo os he elegido”. En nuestro caso, es un llamado para realizar un ideal de perfección, lo que Cristo llama “las Obras de la Cruz”, un llamado a establecer en el mundo el reinado del Espíritu Santo.

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La Iglesia vive del Espíritu Santo, pero en [357] los corazones de los fieles casi se ha extinguido. El fin principal de las Obras de la Cruz es dar al Espíritu Santo al mundo. Esa fue la grande obra de Cristo crucificado; la gloria de la Cruz de Cristo.

“La Cruz da al Espíritu Santo y el Espíritu Santo lleva a la Cruz”.

Nuestra vocación no es a la vida religiosa únicamente, sino a una nueva obra, creada por Cristo para glorificar la Cruz.

Dios toca lo íntimo de nuestros corazones; si Él no hubiera hablado, no nos hubiéramos detenido a pensar en nuestra vocación; yo no fabriqué esas ideas, alguien me ha hablado. Tanto es así, que yo ni discutí.... ‘dejaron las redes y lo siguieron’... otros se retiraron como el joven rico. ... Recuerdo que cuando rezaba el Padre Nuestro, alguna vez pensé: “hágase tu voluntad...” (pero que no sea ésa... la vocación)..

La Congregación nos da vida, pero también nosotros le damos vida a la Congregación. Dar la sangre es dar la vida; pero no siempre se da exteriormente, hay sangre del alma. Debemos dar nuestras energías, entusiasmo, amor, celo, ardor.

Cristo habla con emoción de sus obras, en los manuscritos.

Es preciso renovar nuestra decisión de darnos a Dios. Lo más perfecto es hacer la voluntad de Dios en donde Él nos quiera tener.

Debemos distinguirnos por el amor a nuestra Congregación. Hay una gloria especial para las almas que aman su vocación.

Debemos ser amigos de todas las Obras de Dios (otras Congregaciones y Órdenes), a ejemplo de nuestro Padre.

A Cristo le gusta que recordemos las gracias que nos ha dado. Recordemos la gracia de nuestra vocación, cómo empezó y cómo persevera, etc. [358] Conferencia.

(Recuerdos de nuestro Padre Félix). ..”Ponga a Dios en lugar de la novia y ésa es la presencia amorosa de Dios”... ..“Usted será apóstol del Espíritu Santo, como el P. Mateo lo es del Sagrado Corazón” (lo dijo N. P. al Padre Pablito).

En el noviciado hay que buscar nuestra vocación dentro de la vocación.

(Nos platicó de la fundación de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad.)

Meditación.

A veces nos podrá parecer que es demasiado lo que Dios nos pide. Pero siempre nos pide lo que nos da; nos da la gracia y el gozo que Él sintió al ofrecerse como víctima al Padre. Ese es el mensaje de la Cruz que conmoverá al mundo. ..Sufrir 210

sin amor es el infierno; sufrir con amor es el cielo..

Vamos a renovar la faz de la tierra; es la misión de la Congregación. Los primeros obstáculos están en nuestra alma; primero la poca fe, incapaz de hacer milagros. “Mi justo vive de la fe”. Nosotros no vemos lo que podemos hacer en nombre de Dios.

Si queremos ver un retrato de lo que queremos y debemos ser los Misioneros del Espíritu Santo, debemos leer la “Oración de fuego” de San Luis María Grignion de Montfort, donde pinta los apóstoles de los últimos tiempos. Parece que estamos viendo a los Misioneros del Espíritu Santo. Esto se confirma con nuestros manuscritos, que casi repiten las palabras de San Luis. En ellos lo dice Nuestro Señor.

Pero también nos parece que pide demasiado. Jesús nos ha dado, para realizarlo, el don de su pro[359]pia vida, de su propio sacrificio, todos sus méritos y nos ha aconsejado lo que debemos hacer: ofrecerlo a su Padre; a nosotros no nos tiene miedo el diablo pero a lo que llevamos con nosotros sí; el Verbo Encarnado. “Para que en su nombre se doble toda rodilla”...

Jesús dice: “Ofréceme, no seas tonto... pero ¡ofréceme con un corazón limpio!...

Así, no nos deben extrañar los prodigios que hacemos. El Espíritu de Dios será el que hable por nosotros. Hará con nosotros como con David, aunque parecía una locura humanamente... pero la fortaleza viene de Dios.

Nuestra desgracia es apartarnos de Dios. Por eso insistían tanto nuestro Padre y nuestra Madre, que tuviéramos un gran espíritu de oración.

Oración de oraciones: la Santa Misa.. Ni mirarnos ni admirarnos de nuestras miserias, ni de obras prodigiosas nuestras. ¡Cómo despreciamos la Pasión de Cristo! El poder del sacerdote sobre el cuerpo místico, está en relación con el que tiene con el Cuerpo real de nuestro Señor (la Eucaristía). Si Dios permite al sacerdote convertir el pan en Cristo, milagro de amor, ¿por qué no ha de permitir que se hagan otros más pequeños? (resucitar, curar,...)

Las almas buscan a Dios, no al hombre; al Dios que el hombre representa o del que creen que es amigo. Cristo nos dio su filiación divina y nos dio su Espíritu. ¿Para qué sufren los niños, los pequeños, los inocentes? ¡Para que usted que es pecador, se convierta!...

Martes 30 de Noviembre. (360) Meditación.

En el don de la cruz quiso ofrecernos de un modo especial su Corazón. El corazón es símbolo del amor. Nos dio su corazón para amarnos [360] y para que con él lo amemos. Recibe sólo ingratitudes de los hombres; seamos sus oasis para que descanse Él en nosotros!

A nuestra Madre le habló desde el principio, de amor y de dolor; quiso desahogarse en el corazón de nuestra Madre. Le pedía su amor pero también el de sus hijos. (Las Obras de la Cruz).

211

“Serán un consuelo para mi Corazón... repararán los pecados e ingratitudes de los hombres”... Pero veía sobre todo la obra sacerdotal de la Congregación, por lo que se renovará la faz de la tierra.

Para entrar en su Corazón nos dio su Espíritu y por eso debemos caminar a la luz de ese Espíritu.

En las Obras de la Cruz nuestro Señor nos pide consuelo y para consolar hay que comprender y compartir la pena.

El secreto del Corazón de Cristo es la gloria del Padre; se encarnó, murió, quiso la salvación de las almas, por la gloria de su Padre.

Decía nuestro Padre Félix que si la devoción al Espíritu Santo era olvidada, también lo era y más, la devoción al Padre; esto para el Corazón de Cristo es un sufrimiento, real cuando pudo vivir, y místico en la realidad.

La mayor confianza de Cristo es comunicar su amor al Padre. La mayor gracia que Jesucristo dio a Nuestro Padre fue revelarle los secretos de su Padre Celestial; ahí estuvo el secreto de su fecundidad espiritual. Nuestro Padre le dedicaba especialmente una hora al Padre Celestial, estuviera donde estuviera.

Nos dio también su Espíritu Santo; Jesús se quejaba de que prácticamente el mundo había expulsado al Espíritu Santo.

Las Obras de la Cruz, son tal vez el último esfuerzo en orden a la salvación del mundo. ¿Por qué se han olvidado las almas? Porque [361] para creer hay que oír y para oír hay que predicar y los operarios son pocos y también porque se olvidan de lo esencial. Cuando el corazón del pastor de las almas está frío, ¿qué se puede esperar?

Jesús se quejaba de esa frialdad por falta del Espíritu Santo. Además la malicia satánica de los enemigos de Dios; éstos trabajan constantemente y utilizan todos los medios, se desvelan... y los encargados de velar el santuario, bien dormidos.

En Getsemaní los enemigos de Cristo no dormían y los seguidores de Cristo no aguantaban el sueño; no se reprocha el sueño material, sino el descuido de la gloria de Dios.

Una característica de la Congregación es el fuego constante; cuando se acercaba nuestra fundación, el demonio estaba muy inquieto pues veía que se acercaba la hora de la gloria de Dios.

En el Noviciado debemos impregnarnos del espíritu de la Congregación; haciendo remotamente planes para el futuro. Recibiendo el rocío del cielo (o sea el torrente de gracias que Dios da al que se le entrega sin ningún trabuco, totalmente).

Dios tiene para nosotros un cuidado especial, como si estuviéramos solos. Él sabe lo que quiere de cada uno y nos prepara para ello. Nos enseña a llevar la Cruz. Se nos esconde y cuando hacemos pucheros, nos consuela, nos envía su Espíritu y nos da una cruz más pesadita; mucho de lo que vamos a cosechar, lo estamos sembrando ahora, ya estamos trabajando por los pecadores que vamos a convertir (vencimientos, disciplina, oración...)

212

La oración es un descanso para Cristo y para nosotros. Todo esto debe entusiasmarnos porque es la esencia de nuestra vocación, pero dicen que el fuego que nos quema no es el de la llama sino el de la brasa. El entusiasmo no siempre es ruidoso. [362] Coloquio con Nuestro Señor: Agradecerle que se haya fijado en nosotros para manifestarnos los secretos de su Corazón. Cosas que el mundo aún no sabe. Pidamos al Espíritu Santo y a la Santísima Virgen que nos enseñen a consolar el Corazón de Cristo y a buscar la gloria del Padre Celestial.

Meditación.- 4 p. m.

Vamos a seguir contemplando y agradeciendo los dones de Dios: dones guardados en el Corazón de Cristo y confiados a la Congregación aunque seamos indignos.

De su Corazón salió para las Obras de la Cruz el don de su Madre Santísima en el misterio de sus dolores.

El amor del Padre a Cristo encuentra la más perfecta expresión en María, es un amor maternal derivado del amor del Padre.

Los dolores de María los había guardado Dios por muchos siglos para encomendárselos a las Obras de la Cruz y ellas los dieron a conocer al mundo.

Quiso también sacar de su Corazón y confiárnoslo, su amor sacerdotal.

Debe el sacerdote infundir el espíritu sacerdotal, llevando a las almas a ofrecerse a Dios. Así lo ha hecho la Congregación.

De las Hermanas de la Cruz, cree el P. Pablito que no ha habido una sola de las que han muerto, que no se haya ofrecido por los sacerdotes y en especial por sus hermanos los Misioneros del Espíritu Santo.

El Sacerdocio es lo más dulce y lo más amargo para el Corazón de Cristo. Si mantenemos siempre vivo el deseo de dar sacerdotes santos, habremos hecho la obra más grande.

Estamos destinados a darle un consuelo al Corazón de Cristo y eso debe venir a través del Sa[363]cerdocio. En todas las grandes obras encontramos siempre la oración sacerdotal, y la acción sacerdotal.

Nuestro Padre fue inspirador de muchas obras aparte de la específica suya que fue la Congregación.

Siempre será el sacerdote el encargado de llevar los anhelos de las almas al altar, para convertirlos en la oración de Cristo.

La Santa Misa es la expresión de la palabra que dice toda la gloria del Padre. Si a los poderes de consagrar añade el sacerdote su amor y su unión ofreciéndose, ¡Cuánto cambian las cosas! Dice Nuestro Señor que es tanto el poder del sacerdote, que se ve Él obligado a hacer milagros para apoyar a sus sacerdotes.

Hay un momento solemnísimo durante el Sacrificio, en el que todo debiera callar 213

en el cielo y en la tierra: y es cuando el sacerdote dice: “Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso...” En este momento se da gloria a Dios como en ninguna otra forma.

Si el sacerdote tiene amor, fe y entusiasmo por estos tesoros, ¡cuánto bien puede hacer! La Misa es aquello que no puede fallar. Dice Nuestro Señor en las confidencias, que cuando todos los otros apostolados fallan, el de la Cruz no falla.

Nuestro Señor permite al sacerdote el privilegio de ser víctima con la Víctima. Debemos sentir la necesidad de poner algo en ese Sacrificio.

“Si hubiera tenido más confianza en Dios, hubiera salvado más millones de almas” (Sto. Domingo Savio a Don Bosco en un sueño). ¿En quién se confía? En Dios.

Cuando hay confianza en la Pasión de Cristo, y nuestros sacrificios unidos a ella, éstos tienen un mérito infinito.

Cuando un sacerdote tenga confianza en su sacerdocio, veremos aquello convertido en un oasis. Se convertirán grandes pecadores. ¡Qué feliz el pueblo que reciba un sacerdote así! [364] Darle gloria a Dios y consolar al Corazón de Cristo debe ser lo que más importe al sacerdote.

Cuando hagan oración o den gracias después de la Santa Misa, háganlo donde el pueblo los vea. (N. P.) Los que no son sacerdotes le dan gloria a Dios pero dándole sacerdotes santos. ¡Qué bonito es el espíritu de nuestra Congregación! Pero no basta ser llamados, sino que hay que corresponder plenamente.

Coloquio: Dar las gracias a nuestro Señor, por habernos llamado; y pedir que todos los sacerdotes del mundo sean según su Corazón y nosotros también, y que los que no son sacerdotes, ganen muchos sacerdotes para Dios.

Miércoles 1°de Diciembre. (365) Meditación.

Las cosas que estamos meditando son en sí mismas muy altas y muy profundas porque nos llevan a ver a Dios: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”.

Las almas puras penetran el pensamiento de Dios, lo adivinan. Hay una cierta connaturalidad del hombre con Dios.

Sólo podemos hablar con Dios con su gracia y con su luz.

Queremos entrar en los secretos del Corazón de Cristo; que Él diga de sus Misioneros del Espíritu Santo que hemos sido dóciles.

Dijo Cristo que la Congregación sería como un ejército de niños en torno a la cuna de Belén; sencillos, humildes, puros.

El Señor se complace en conversar con los sencillos.

La transformación en Cristo tiene muchos grados; si al morir logramos la 214

transformación total, hemos ganado la batalla.

Jesús tenía visto que iba a revelar misterios a [365] una pecadora – la samaritana -: “Vendrá el tiempo y estamos en él, en que los verdaderos adoradores, adorarán al Padre en espíritu y en verdad”.

La adoración encierra el secreto de la prefecta oración de Cristo.

Adoración es el homenaje primordial, absoluto, rendido por la criatura a la majestad, confesando el todo de Dios y la nada de las creaturas.

Adoración en espíritu: es una adoración más íntima.

Adorar en espíritu y en verdad es adorad a los Tres, en unión con el Verbo Encarnado, la “Verdad”, bajo la moción del Espíritu Santo.

Adoración: éxtasis del amor. Transformarnos en su imagen. Revestirnos de Él.

Cristo es el supremo Adorador de Dios, como hombre.

El Espíritu Santo quiere todo esto, y lo inspira en varias partes.

Lo que Cristo quiere principalmente son adoradores del Padre, y si no los encuentra en su consagración, ¿dónde los encontrará?

Una página de un libro que hable de Dios, es mucho mejor que muchos libros de otro tema.

La obra maestra de Dios son los verdaderos adoradores; esas almas privilegiadas en que se realizará todo su pensamiento.

Dios se desinteresa de todo para ocuparse de sus verdaderos; adoradores. Es su obra maestra y lo demás no tiene importancia.

Cristo logra la adoración en su sacrificio y la renueva en la Misa. El sacerdote por tanto, puede unirse a Él en esta adoración.

“Que se purifique, porque va a tocar las Obras de la Cruz” (lo dijo Cristo de un sacerdote), ¿qué nos pedirá a nosotros?

Coloquio: Pedir a nuestro Señor que nos ilumine para ser verdaderos adoradores del Padre. Pidamos a Dios la gracia de que nos conceda ser nosotros y [366] nos ayude a buscar verdaderos adoradores del Padre.

Meditación: En los últimos tiempos Dios está suscitando escritores y teólogos que hablen de la doctrina que estamos tratando. Cuando se habla de nuestro espíritu, es conveniente basarse en una autoridad.

Movimientos del alma sacerdotal de Cristo: a) La gloria del Padre. b) La redención del mundo.

El pensamiento dominante es su afán primordial por la gloria del Padre; quien no ha penetrado hasta allá, no ha entrado en el misterio del Hijo de Dios hecho hombre. ¿No sabían que debe ocuparme de las cosas de mi Padre? Todo lo anterior son los 215

sentimientos que Cristo tiene durante la Misa. El que celebra y los que asisten a Misa, no deben pasar por alto los sentimientos del Corazón de Cristo en esos momentos.

El P. Philipon O. P., dice que no conoció realmente la Cruz hasta que vino a México y conoció las “Obras de la Cruz”.

Almas sacerdotales: participan de los sentimientos sacerdotales de Cristo, se inmolan por los sacerdotes, se interesan por los sacerdotes. La Santísima Virgen tenía un alma sacerdotal y las almas sacerdotales la imitan a ella.

Dijo nuestro Señor en los manuscritos, que la doctrina de la cruz tendrá que ser discutida y que de ahí vendrá la luz.

Necesidad de que el sacerdote sea santo para saber cumplir esta misión.

URGE que el sacerdote sea santo; para que ame su vocación. No hay cosa más triste que un sacerdote que pierde su amor a la vocación; es un desastre espiritual.

Para Cristo es una gran pena que esto suceda.

Si amamos nuestra vocación la defenderemos. [367] Para esto se necesita la santidad para que el sacerdote sienta con Cristo y le dé el consuelo de su comprensión.

Hay almas que prescinden de sus consuelos para consolar a Cristo. Él quiere que lo consuelen y quiere dar adoradores al Padre.

El sacerdote debe participar del celo del Padre. Esto es cierto teológicamente.

Teniendo N. Madre el Espíritu Santo, Cristo le pedía que lo tratara a Él con el nombre de Hijo, para que le diera un reflejo del amor del Padre.

El Espíritu Santo como Amor del Padre, nos permite llamar al Hijo con el nombre de Hijo y como Espíritu del Hijo, llamar Padre al Padre. El Sacerdote necesita ser santo para que no sepulte el tesoro que le ha sido confiado. Que al morir no nos digan que no hemos repartido el talento, o pan (alimento espiritual), que nos dieron para los pobres, y no hay que esperar a que seamos sacerdotes, hay que empezar desde ahora.

Confidencia de nuestro Señor: “El comunismo, el ateísmo o cualquier otro mal de nuestro tiempo, se puede derrotar únicamente con sacerdotes santos”.

Solución práctica: ofrecer la Misa por las intenciones que Cristo tiene en la cruz y tiene en el momento de la Misa.

Confidencia de nuestro Señor: Cuando dijo “tengo sed”, se refería Cristo al deseo de tener sacerdotes crucificados, sacerdotes santos. También para la gloria de su Padre!

Cristo nos eligió para ayudarle a llevar su Cruz, para consolarlo en su Corazón y compartir su gloria también.

Coloquio: Pidamos a Cristo que nos comunique su Espíritu, sus propios sentimientos, para poder consolarlo. Que al morir podamos decirle: Señor, hice la lucha por consolarte.

Somos predilectos de Cristo, Él lo dijo; portémonos como predilectos. [368] Jesús quiere que podamos decirle: “Como tu Padre te ha amado, así te amo yo también”... Estos son los anhelos más grandes del Corazón de Cristo.

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Sentirnos amados por Él como lo ama su Padre y como nos ama su Padre.

Para esto es necesaria la transformación en Cristo, tener su mismo espíritu. Esta obra es la obra del desarrollo de la caridad en las almas, y es personificada por el Espíritu Santo.

La barrera puesta por el pecado al Espíritu Santo, cayó por tierra cuando Cristo dijo: “Consummatum est”... El Espíritu Santo venía a realizar la unidad tan deseada por Cristo. Trajo una caridad que se había enfriado, que no se conocía.

Para que en el mundo reine la unidad, la caridad y la paz, se necesita que reine el Espíritu Santo.

“Mirad cómo se aman”... Dios nos exige amor. “La plenitud de la Ley es el amor” Cristo nos exige amor; las almas nos exigen amor, y ese amor es el que tienen las almas que poseen al Espíritu Santo.

Para cada uno de nosotros se realiza el Pentecostés. ¿Quién, leyendo alguna vez las vidas de los santos, y sin buscar fuera, las de N.P. y N.M., no se ha sentido con ánimo de poder imitarlos? ¡Quién pudiera ser como ellos! decimos con cierta tristeza. Y ellos nos dicen: ¿Quieres amar como yo? ¿Quieres sufrir como yo? Pues llénate del Espíritu del que yo me llené.

Cuando la luz del Espíritu Santo se proyecta sobre las almas, no sólo las traspasa, sino que las hace luminosas; y entonces aquel ignorante según el mundo, está realizando la voluntad de Dios y amando como no se puede amar sin el Espíritu Santo. Se tendrá una sabiduría superior a todas las ciencias humanas. Todos esos deseos los podemos realizar si nos unimos con Dios.

La atención amorosa a Dios supone la unión con [369] Dios, pero también viceversa. La primera gracia para la unión con Dios es la posesión del Espíritu Santo y empieza en el cielo. A nadie se le niega esta gracia cuando la pide humildemente.

“Pedid y recibiréis... llamad y se os abrirá”... sobre todo cuando se pide lo debido: el Espíritu Santo.

Nosotros debemos pedir ese Espíritu Santo y nos lo da, y teniéndolo somos dueños de todo.

Cuando nuestra alma recibe el beso del Espíritu Santo, aunque sea pasajeramente, su perfume se conserva por mucho tiempo.

No solamente podemos amar, sino amar como somos amados. Amando con el Espíritu Santo, llenaremos los deseos de Cristo. Dan ganas de tener muy sujeta el alma al Amigo Divino, a ese Espíritu de Amor. ¿Qué cosa desea más Cristo sino que las almas tengan al Espíritu Santo?

“Me da miedo que no seamos suficientemente devotos del Espíritu Santo.” (N. P.) Ojalá nuestro Padre Félix nos vea desde el cielo luchando por ser devotos del Espíritu Santo.

Hay almas sedientas del amor de Dios; nosotros somos sus misioneros y debemos dárselo.

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Escribió un autor contemporáneo, que en la actualidad los hombres ya no irían a las grandes bibliotecas, sino dirían: ¿En dónde están esos hombres llenos del Espíritu Santo para que me iluminen?... ¡Ahí están los Misioneros del Espíritu Santo! Y ¡qué tristeza si no encuentran lo que buscan! ¡Y que nos diéramos cuenta de que no tenemos al Espíritu Santo!

Tenemos toda la vida para crecer en el amor al Espíritu Santo, ahí está la llave que lo abre todo, ahí está el secreto. ¿Cuál es el secreto para posesionarse del Espíritu Santo? ¿Cómo tendremos al Espíritu Santo?

Debemos volvernos al altar y decirle a Nuestro Padre Celestial: ¡Oh Padre! Por tu Hijo, por su pasión, [370] por María, por sus dolores, dame a tu Espíritu Santo, a tu Espíritu Bueno!... Y más nos tardamos en decir las palabras que en recibirlo.

En la Congregación no va a ser privilegio de uno o dos ser devotos del Espíritu Santo; somos oficialmente todos devotos de ese Espíritu, pero ésta debe ser una devoción universal, nos da más de nosotros.

Urge mucho predicar esta doctrina y sobre todo vivirla.

Meditación: ¿Por qué predicar? Únicamente por la gloria del Padre. Para eso diste voces a las criaturas; pero no era suficiente, quisiste hablar tú mismo y después por medio de tus sacerdotes. Cristo oye a cualquiera que pide la gloria del Padre. ¡Feliz el alma a quien Cristo descubre su amor al Padre! ¡Feliz el sacerdote que explota la fibra de amor paternal que recibió! El secreto del amor al Padre es el secreto de los santos más audaces.

Esto no puede ser falsa mística; es el dogma católico, la esencia del Evangelio.

La lucha en el campo de las almas es muy dura, el demonio tiene mucho poder.

Por eso debemos meditar estas cosas, ir confiados únicamente en Dios. Sentirnos instrumentos de Dios. El secreto para no desmoralizarse es volver a los principios: los sacerdotes somos ministros de Dios y vamos en nombre de Dios.

Palabras de nuestro Señor: “Vamos a conmover con mi crucifixión a esos centros de almas (los sacerdotes)”.

Nunca como en tu Cruz descubrí el secreto de secretos que es tu amor al Padre.

(P. Pablito). Le pide a nuestro Señor la gracia de que le descubra todos sus secretos, no quiere morir sin conocer esos secretos y difundirlos por el mundo. (No seamos desa[371]bridos)...

Meditación: Jesús nos pide más y más ser almas de la Trinidad. Quiere que su Congregación se distinga por su devoción a cada una de las Divinas Personas; en general, y a cada una en particular; Él nos puso el ejemplo en la Cruz.

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Cristo se gozaba en glorificar al Verbo; gustaba el amor que el Padre tenía a su Verbo. Jesús en su santísima Humanidad, se sentía emocionado ante la presencia del Verbo.

Nosotros debemos vivir esa vida Trinitaria; nuestra misión especial es establecer el reinado del Espíritu Santo en el mundo, pero ese reinado llevará a las almas a la Trinidad.

El Sacrificio de Cristo nos concede imitarlo en su amor a la Trinidad, Cristo se goza en dar adoradores al Padre; el Padre se goza en dar glorificadores al Hijo.

Cuando Cristo veía al Padre lo encontraba amándolo.

En el Sacrificio Eucarístico encontramos esa adoración perfecta de Cristo a las Tres Personas divinas; pero ese sacrificio en vez de ser sólo adoración, es también acción de gracias.

“Te damos gracias por tu inmensa gloria”. Misión divina que no sólo alcanzaremos aquí en la tierra, sino también en el cielo. Adoración a cada una de las Personas divinas, y de ahí la acción de gracias por la felicidad que esa adoración nos proporciona. Es una dicha que nadie nos puede quitar.

Debemos estar atentos ante las tentaciones del demonio, sobre todo la tentación de la desesperación a la hora de la muerte, que nos mostrará nuestra vida digna de condenación. Nuestro Padre en la hora de la muerte decía: ¡“Hermano, téngame lástima”!... A su agonía tan dolorosa siguió una muerte tranquila, murió con una sonrisa en los labios.

A estas tentaciones debemos responder con lo que Dios es: infinitamente bueno, sabio, misericordioso... [372] Si yo soy tonto, Él es sabio; si yo soy pecador, Él es misericordioso; yo no hice nada, Él hizo todo; yo no tengo méritos, Él los tiene infinitos...

Santa Teresita decía que había que pedir mucho por los agonizantes. Que nos gocemos de la grandeza de Dios como arma contra la tentación de la desesperación.

Si entráramos en nuestra alma y no nos detuviéramos tanto en nuestros pecados, y viéramos lo bueno que Dios nos ha dado; la obra de la gracia, la hermosura del alma, la gracia tan grande de la amistad con Dios!

Todas las almas consagradas a Dios tienen un distintivo especial en la tierra y en el cielo.

Si supiéramos la grandeza de la Cruz, haríamos novenas para pedir la Cruz (San L. M. Grignion de Montfort).

Cristo en la Eucaristía ofrece su gratitud al Padre por sí mismo y por nosotros.

Cristo pidió que la Congregación dedique un día a la semana a dar gracias a Dios por los beneficios que ésta ha recibido.

Nos urge ser almas agradecidas. ¡Cuál será la exigencia de Dios a que le demos gracias! En la Misa también se ofrece para dar gracias.

Coloquio: Agradezcamos las gracias que conocemos y las que no conocemos, y adelantémosle las gracias por lo que vamos a recibir, principalmente por la gracia de 219

nuestra salvación.

Cuando se acabe el mundo sólo va a quedar la adoración y la acción de gracias, ya no habrá petición ni reparación.

Meditación.

Vamos a ver cómo la Cruz de Cristo también glorifica al Verbo. Es que la gloria es común; el Verbo la recibió al ser crucificado.

“No hay cruz que no tenga santo, ni santo sin [373] cruz alguna...” “Quienes quieran venir a Mí, que tome su cruz y me siga”...”Que no me sea lícito gloriarme sino en la Cruz de Cristo.”...

La Cruz ha herido de amor a los santos. San Pablo lloraba porque hubiera tantos enemigos de la Cruz de Cristo.

No nos referimos a la cruz material, sino a lo que hizo grande a la Cruz, a lo que le dio vida a la Cruz: el Sacrificio de Cristo.

El Sacrificio lo besa el que sufre, lo besa el que goza; el que quiere fortaleza, el que quiere ser más para su alegría.

Cruz de la humanidad del Verbo que hizo a los santos abrazar la humillación y amar la cruz dejándolo todo.

Cruz en dos sentidos; la penitencia corporal y la que es fruto de la humillación.

La fuente de todas las virtudes es el Verbo y su cimiento la humillación. La humildad hay que pedirla, es un don de Dios; y cuando se recibe hay que cuidarla y si nosotros no pedimos, nuestro Señor nos la da, y aún más, la humillación. La humillación duele, la disciplina nos la damos nosotros mismos, y la humillación nos la hace otro...

El santo es pues, el que se desprende de todo para abrazar la humillación: “Cristo fue humillado por mí, ¿por qué no voy a ser yo humillado por Cristo?”

Aceptamos la humillación cuando amamos. Cuando quiera hacer explosión la soberbia en nuestra vida, debemos decir: Jesús, manso y humilde de Corazón, haz mi corazón semejante al tuyo.

Hay que hacer de la Misa nuestra vida y de nuestra vida una Misa, con su Introito, Ofertorio, Consagración, Comunión....

Como existe una repugnancia al sacrificio, quiso nuestro Señor el aliciente del Amor, quiso comunicarnos su Espíritu que nos da amor y una satisfacción por hacer algo para la gloria de Dios. [374] Los Apóstoles, después de Pentecostés se reputaban dichosos de poder sufrir por Cristo. Como es deseo del Espíritu Santo, la carne no lo entiende; así que para que reine la Cruz de Cristo, se necesita que reine el Espíritu Santo.

Glorificación del sacrificio de Cristo al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el lazo de la Trinidad, el don que se hacen eternamente el Padre y el Hijo. Vino a realizar algún bosquejo en el que Él es el agente en la Trinidad. Vino a traernos su vida y a ejercerla 220

en nuestra alma. Es la atracción profunda que impulsa hacia el infinito.

Pero antes lo realizó en Cristo. En cuanto Dios era igual al Espíritu Santo, en cuanto hombre, fue poseído por el Espíritu Santo. El fue su obra y le sirvió de modelo para lo que realizaría en nosotros. Pero decir modelo es poco, Jesús fue la razón de ser de su amor. Como Dios, mandó al Espíritu Santo, como Hombre, lo llamó con su oración. Lo estableció dueño de sus méritos.

Pertenece al Verbo la facultad de expresar en lo interior, aquello de lo que es perfecta expresión en lo interior de la Trinidad.

El Espíritu Santo une a las almas entre sí, y las almas con Dios. Y hace toda la unidad que es fruto del amor. “Él os enseñará todo”... “Él dará testimonio de mí”.

Misión de la Congregación; ser instrumentos del Espíritu Santo en su Obra.

Reconciliar las almas con Dios, infundir en las almas al Espíritu Santo, poblar el cielo de bienaventurados, y cerrar las puertas del infierno a innumerables almas.

El temor a la Cruz debe desaparecer en nosotros si confiamos en la acción vivificante del Espíritu Santo.

Si no fuera por el Espíritu Santo, no estaríamos aquí ninguno de nosotros; y así nos seguirá ayu[375]dando en el futuro, hasta que nos lleve a hacer el holocausto de nuestra vida. Sin el Espíritu Santo no hay heroísmo ni generosidad, ni desprendimiento.

Como instrumentos del Espíritu Santo procuremos poseerlo y comunicarlo a las almas y lograr así la salvación del mundo.

Meditación: Dedicatoria de un libro “Ante el altar”, que regaló nuestra Madre al Padre Pablito: “Subir por el amor a grande altura, bajar por la humildad hasta el abismo, y con el alma transparente y pura, buscar del sacrificio el heroísmo”...

Subir por el amor hasta la Cruz donde triunfó el Espíritu Santo. Tenemos que ocuparnos de muchas cosas, pero por encima de todo, debemos poner nuestro corazón en Dios. “Nuestra conversación está en los cielos”...

Las Carmelitas Descalzas: “Hablar de Dios o con Dios, o si no, irse con Dios; en la Casa de Teresa esta ciencia se profesa”.

Debemos conversar con Dios; no necesitamos el ruido de palabras. Atentos amorosamente a Dios. En lo que hacemos, hacerlo todo por Dios; es un consuelo que todo nos puede llevar a Dios, y saber también que en todo podemos dar gloria a Dios.

Debemos pues mantenernos en las alturas donde todo es Dios.

El alma pura vive en una unión íntima con Dios; y desde esa alma Dios irradia la divinidad. ¡Ese es el apostolado que siempre realizan las almas unidas a Dios! ¡Nuestra Madre percibía la presencia de Dios!, (nos contó el P. Pablito que una vez N. M. sintió que nuestro Señor estaba en un Sagrario, pero le dijeron que ahí no había ninguna Hostia consagrada; después encontraron que sí se había quedado ahí una.)

Así como el hombre carnal no percibe las cosas de Dios, el hombre espiritual sí 221

percibe estas cosas. [376] Es una gracia grande poder percibir las cosas de Dios. Jesús también se manifiesta en las almas, entonces también se puede percibir la presencia de Dios en las almas.

Hay almas tan llenas de Dios, que lo comunican como un fogonazo, con un flash... Nadie da lo que no tiene, entonces si un alma da a Dios, es que lo posee.

El sacerdote debe tener la gracia de percibir la presencia de Dios en las almas muy marcada.

Esta gracia es diferente del don carismático de poder distinguir si un espíritu es de Dios o del demonio. El que está poseído del mal espíritu, también tiene una característica especial.

Es muy hermoso guardar la pureza del alma para ver a Dios donde quiera que esté: en las almas, en los acontecimientos, etc.

Si nosotros nos perdemos en Dios, hacemos que aparezca únicamente Dios.

“Dar almas a Dios y dar Dios a las almas”. Hacer que Dios aparezca en la mirada del Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿Por qué no hablas? ¿Estás en muda?... Le decía N. M. a Cristo Nuestro Señor cuando Él no le hablaba. (Los pajaritos cuando cambian de plumaje no cantan).

Bajar por la humildad hasta el abismo de nuestra nada para dejarlo todo y darlo todo, Sacrificarlo todo para hallarlo todo; al encontrar al Cristo crucificado y ser ofrendas de Él, y como Él al Padre por el Espíritu Santo.

El mayor premio para nosotros es encontrar a Cristo, allí encontramos al Padre, al Espíritu Santo y a su Madre.

Si nos hemos dado a Dios, darnos completamente. Si venimos a santificarnos, hay que santificarnos.

Meditación.

La Virgen Santísima tiene relaciones especiales [377] con el sacerdote. Por eso las Obras de la Cruz deben ser las que más honren y amen a María.

Nacimos en el tiempo del seno de María, con la Encarnación. La consagración de Cristo se realizó en la Encarnación; en ese momento tuvo Cristo presentes a todos los sacerdotes. Si compartimos las ternuras y cuidados de María, la Madre, debemos corresponder con las ternuras y cuidados del Hijo hacia la Madre. Si el sacerdote es hijo de María porque nació con Cristo en la Encarnación y si el sacerdote participa de la fecundidad del Padre...

Suponer esterilidad en el sacerdote es un absurdo, sería como un fenómeno.

Renuncia a la fecundidad humana para poblar el cielo de bienaventurados. El desastre más grande sería que el pastor se convirtiera en lobo. El sacerdote debe ser defensor de las almas, pero para esto se necesita amor: “Me amas más que éstos?...” Es una de las características de la vocación sacerdotal, el amor por las almas. Si son buenos, para 222

conservarlos, si son malos, para convertirlos.

Esto requiere sacrificio; el sacerdote no se pertenece. Se ve claramente en el ministerio. Se necesita ser víctima de la caridad sacerdotal; se va consumiendo en el servicio de Dios y de las almas.

Nuestro Señor lo dice claramente en las confidencias: “Yo no engaño a nadie; el que quiera venir en pos de Mí, que se niegue,” La alegría del sacrificio no tiene igual cuando se ve el resultado en las almas y en la gloria de Dios.

Muchas veces el sacrificio de un sacerdote pasa desapercibido para las almas, como el de nuestros padres humanos.

Por eso Jesús nos dio a su Madre, para que nos formara en su Corazón sacerdotal.

Es un flujo y reflujo de gracias entre el cielo y la tierra, y esto en cada día y cada hora, y sobre todo [378] en la gran hora del sacrificio de la Eucaristía.

Cristo no quiso que el sacerdote dejara que sus hijos espirituales se murieran de hambre, y les dio todos sus tesoros y méritos.

Es preciso que las almas se den cuenta de que el sacerdote pide un milagro para el bien de las almas, el milagro viene, no hay que dudarlo. ”Me consumo pero doy luz”... Esto debemos meditarlo; no basta que seamos sacerdotes, sino desde ahora, desde los noviciados y seminarios, lo dijo Nuestro Señor... Que sepan que van a sufrir mucho, pero que también van a gozar mucho espiritualmente. ¿Cuántos hijos vamos a tener? ¡Sabrá Dios!

La bendición del pobre, Dios la toma por su cuenta. “Que Dios lo bendiga”, dicen los pobres, y Dios se encarga de pagar.

Coloquio: Damos gracias en nombre de todos aquellos que Dios llame y ha llamado; pidamos que nos haga dignos, en cuanto sea posible, de la gracia de ser sacerdotes.

Meditación: El espíritu de sacrificio.

Son notas de unos ejercicios del P. Pablito, y están aprobadas por el Padre General.

Como un niño que comienza, ante el sacrificio tiene la tentación de dejarlo todo. ¡Qué bueno que no tengo grandes sacrificios para que sólo aparezca Cristo! Tal vez el sacrificio más grande haya sido dejarlo todo, pero también es mi mayor felicidad.

Lo único que quiero grande es mi confianza en Dios, mi amor a Dios.

Ver en cada alma un posible santo y una obra de Dios. No escandalizarse de nada; Cristo, haciéndose niño, atrajo para sí todas las almas.

Sólo Dios puede saber qué almas han sufrido [379] con más perfección. Los más pequeños serán éstos, Ser pequeños, a medida que pasa el tiempo, se afirman más 223

estas cosas en el P. Pablito.

El secreto de la perfección está en hallar la voluntad de Dios, es lo más perfecto; esto respecto al espíritu de sacrificio.

En la voluntad de Dios entran los caminos ordinarios y extraordinarios. ¿Qué hacer cuando ya no aguanto el cilicio en la oración? “Quitármelo”... dice nuestra Madre.

Teniendo en mucha estima la penitencia, debemos darle en la práctica la preferencia a la mortificación interior en la práctica de las virtudes.

Pero no hay que irse a los extremos, hay que hacer algo, aunque sea hay que darse un pellizco antes de acostarse...

Simplificarse en la unidad, simplificarse en Cristo; nada hay tan fecundo en Dios como la unidad. (Cristo a NM) En la unidad del Espíritu Santo deben unificarse todas las cosas.

Para conocer a San Ignacio nos recomienda su autobiografía y diario espiritual.

Dice el P. Pablito que S. Ignacio es un modelo de infancia espiritual: amor, energía, dulzura, conversación interna con Dios Trino y Uno y con la Gran Madre de Dios, y a la vez apasionado por la salvación de las almas. San Ignacio no fue asceta sino un gran místico. Apasionado de su Misa; N. P. tenía centuplicado ese espíritu.

Meditación: Necesidad que el sacerdote tiene de una Madre como María. La misión que Dios confió a Nuestra Señora, la cumplió perfectamente y pudo decir en su último momento: “consummatum est”...

La Trinidad Santísima quiere en el tiempo glorificar a María como agradecimiento por su fidelidad. Quiere sobre todo que en estos últimos tiempos María sea honrada en sus dolores de soledad. Fueron más o menos 25 [380] años que llevó en su pecho aquellos dolores amargos, mismos que llevó el Corazón desde la Encarnación hasta la Cruz.

María los compartió, y compartiéndolos los consoló. Este comportamiento la convirtió en víctima y Dios quiere que conozcamos esos dolores de María, quiere que se conozca cómo se comparte el dolor de Cristo.

Quiso después de 19 siglos descubrir ese secreto y quiso que fuera la pequeña y naciente Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, la encargada de honrarlos, de darle a la Madre un consuelo, de dar a conocer esos dolores.

En los primeros años de soledad le confió esa misión delicadísima al Apóstol San Juan la tomó por su cuenta y fue un hijo especial de María. Un hijo que podía llamarse el hijo del consuelo.

Dios ha querido que la Congregación desempeñe el oficio de San Juan.

Nosotros debemos darle a Nuestra Señora los consuelos que Dios quiere que le 224

demos. Para esto vivir una vida de intimidad con María y compartir sus dolores. No habrá consuelo más grande para Ella que vernos trabajar para glorificar a su Hijo.

Quiso el Espíritu Santo tomar por su cuenta esta Congregación.

La vocación de esta Congregación es muy especial. Cosas que en otros casos pudieran tolerarse, el amor de Cristo para su Madre no toleraría aquí. Pero sabiendo Cristo que no podemos con la misión, quiso dar a la Congregación y por lo tanto a cada uno de nosotros el don de su Espíritu.

Serán siempre penas internas las que nos hagan sufrir en nuestra vida y no las penas físicas. Será una pena muy honda ante el pecado, una sensibilidad muy grande ante la gloria de Dios, un celo muy grande por las almas; y le hará sentir al alma su impotencia y queriendo llegar a la perfección, se dará [381] cuenta de que se arrastra, y será perseguido grandemente por los enemigos de la Santísima Virgen.

Las almas escogidas son las más necesitadas, porque son las más perseguidas.

(N. P.) Una de las cosas que más hace sufrir a las comunidades religiosas es la falta de confesores.

Una sola alma escogida da más gloria a Dios que miles de almas vulgares, dice Nuestro Señor.

Otro error es creer que un alma escogida ya no necesita atención. El Señor se queja de esto; dice que hay muchas almas detenidas en la perfección por falta de directores espirituales.

Decía nuestro Padre fundador que todas las almas, por poca importancia que les diéramos, siempre son susceptibles y capaces de reaccionar ante una dirección espiritual.

Si logramos que los sacerdotes amen a la Santísima Virgen, habremos logrado nuestra misión.

Los detalles particulares se quedan para cada uno; no vamos a estar formados en serie, cada quien va a recibir y va a dar, lo que Dios le permita que dé y como Él quiera que lo dé.

Le entrego a mi Madre para que la consuele. La responsabilidad como el honor, a todos nos pertenece, y mientras el mundo conoce estas cosas, a medida que crezca la Congregación. Nosotros debemos honrar a la Santísima Virgen en su soledad, habituarnos a hacer las cosas cerca de Ella y a decirle, a hablarle lo que el Espíritu Santo nos inspire.

Y si sentimos la desolación en nuestra vida espiritual, dejemos de murmurar, pensemos que estamos compartiendo la Cruz de Cristo y el dolor de María, y así como esos dolores ganaron las gracias para el mundo, también los de nosotros serán fecundos.

El Espíritu Santo en su época va a glorificar esos dolores como el grande triunfo de la gracia.

Si nos dijeran que la Congregación se dedica únicamente a honrar los dolores de 225

María, -yo diría: “¡aquí me quedo”! [382] Hay dos cosas que nunca cambian, aunque haya otras mejores: la vocación y la madre. La mejor para cada quien es la que Dios le quiere dar.

Lo que sostiene en las grandes pruebas, es el amor a la vocación, a la Congregación.

Antes llamaba a María para que me amara, para que me diera, y hoy siento la necesidad de llamarla para amarla, con un corazón sacerdotal que la comprenda.

Cristo da para su Madre todos sus méritos con mucho gusto; (lo que pidamos para su Madre).

Cristo dice que si uno le expresa este deseo: “Señor, quiero conquistar para Ti todo el mundo” y lo dice de corazón y no puede hacerlo, recibe tanta gloria y premio como si lo hubiera hecho.

Domingo 5 de Diciembre 1965. (383) Meditación.

La meta para un alma cristiana, sobre todo para las llamadas a la perfección, es su transformación en Cristo.

No se contentan con un deseo ordinario de poseer a Cristo, sino que lo quieren en su plenitud; quieren amarlo con un amor ordinario: “Mi vivir es Cristo, y mi morir por Él una ganancia”. Para amar lo que Él ama, odiar lo que Él odia, tener sus sentimientos.

El supremo transformador es el Espíritu Santo, que va depositando un germen en forma de gracia; que enciende un fuego llamado a convertirse en un volcán, a consumir el alma.

Se asegura que María murió de amor. Cuando contempló el bien y las gracias que sus dolores hicieron y dieron a las almas, no pudo resistir el gozo y murió de amor.

El Espíritu Santo tiene como una acción previa que le hace conocer y amar a Cristo. ¿Hemos captado esa presencia del Espíritu Santo en nuestra alma? ¿Hemos tratado de conocer a Cristo? ¿Hemos deseado su posesión?

Sí, lo hemos deseado y por eso lo buscamos, y [383] por eso rechaza otras muchas cosas. Quizás nuestro deseo no sea aún muy perfecto, como el de María y como el de los profetas.

Ofrezcamos los deseos de la Santísima Virgen y de los grandes santos como si fueran nuestros.

Si alguno me ama, mi Padre lo amará y vendremos a él....

Por más grande que sea el amor, debe crecer en intensidad y en pureza. La pureza se aumenta por el sufrimiento, por las penas íntimas, en general crece con la práctica de las virtudes. Pero los dolores de Cristo y María participados en las almas, las hacen aumentar en pureza. Así que mientras tengamos vida y podamos sufrir un poquito más, aumentará nuestra pureza y nuestra intensidad.

Cuando nos va a dar grandes gracias, Dios nos purifica con el sufrimiento.

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Porque el Espíritu Santo no se une con lo que no está limpio.

Nuestro Señor dice que las pruebas de México, en los inicios de la revolución fueron una purificación de la Patria para que pudiera nacer la Congregación de Misioneros del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo purifica con aquellas pruebas que nadie resiste; la prueba del amor. “Mucho se te ha perdonado porque mucho has amado”.

La transformación exige el amor de Dios y la práctica de las virtudes, y esto sólo puede hacerlo el Espíritu Santo.

La obra del sacerdote es hermosa porque es la obra del Espíritu Santo.

N.S.: “Te quiero limpia”. N.M.: “Sí ya me bañé” N.S.: “Quiero la pureza de alma”...

Si le da un lugar principal al Espíritu Santo, el alma no debe dudar en llegar a la perfección. Nuestra dicha es poseer el mismo Espíritu que el Padre y el Hijo.

La práctica de las virtudes heroicas que tanto nos asusta, la hará posible el Espíritu Santo. Los Apóstoles antes de Pentecostés, no dieron muestra de [384] mucho valor, pero después ¡qué valeroso se presentó San Pedro! Y ¡cuánto lloró su traición!

Esto nos enseña lo que el amor puede realizar. El demonio tiende siempre a desalentarnos.

Cristo quiso manifestar su dolor en Getsemaní para animar a aquellos que sufrirían en la vida.

Carlos de Foucauld; en su alma el Espíritu Santo hizo ostentación de su poder y le dio una gran fecundidad.

Es algo felicísimo caer en manos del Espíritu Santo y dejarse gobernar por Él.

El martirio no se merece, pero si se pide por los méritos infinitos de Cristo, es seguro.

En manos del Espíritu Santo no hay instrumentos viles. La Iglesia no mide sus triunfos por el número de hombres que mata, sino por el número de almas que convierte.

“Por la gracia de Dios soy lo que soy”... Él glorificaba a Dios en su poder.

El más grande pecador puede transformarse en Cristo; tenemos grandes ejemplos: San Pablo, San Pedro, etc.

Hagamos ese examen para ver si somos hombres de deseos. El deseo es el principio de la posesión. ¡Oh Espíritu Santo, poséeme y que yo te posea!; y que viva siempre bajo tus alas y al calor de tu santísimo cariño. (N. P. F.) Conferencia.

La pureza también consiste en la delicadeza de conciencia, no sólo en la modestia. Todo aquél que se enamora de la pureza y que la posee, será transformado 227

en Cristo.

La pureza hará a los sacerdotes santos; es lo primero que debe tener un sacerdote para santificarse. No puede ni ver, ni sentir, ni comunicar a Dios el que no esté puro.

Hay muchos grados de pureza, como hay muchos grados de luz. Virtudes, vida interior, oración [385] encienden el amor y el amor es la medida de la pureza. Así se alcanza la pureza.

Pureza: delicadeza de conciencia, no escrúpulos; no tener limpia el alma de imperfecciones voluntarias.

Cuando las miradas son puras, adivinan el pensamiento de Dios y reflejan en mayor o menor grado la divinidad.

Nuestro Señor recomienda la consagración a Él, para adelantar en las virtudes.

La entrega al Espíritu Santo empieza en la profesión.

Efectos de la consagración: 1° Verlo todo en Dios. Hablar a Dios de las almas, ver en Él sus necesidades y remediarlas. Don de Sabiduría; en Dios se ven las cosas. Verlo todo en el Espíritu Santo. Verlo todo como Cristo. Se aleja el peligro de humanizarlo todo por falta del Espíritu sobre natural. María está viendo siempre el Espíritu Santo, y ahí ve a los hombres y los ama.

2° Amarlo todo en Dios. Por la unidad, al amar a Dios, amamos todo en Dios.

3° Darlo todo a lo divino. Con desinterés, con generosidad, con gusto; sin arrepentimientos; sin acepción de personas, todo como lo da Dios. “Mi conciencia es de periódico, todo el mundo la lee”. (N. M.) 4° Recibirlo todo en Dios y para Dios. Si Él es nuestra vida, ¿cómo recibir algo no en Él y para Él? La exclamación del alma transformada debe ser Dios, Dios, Dios... como decía nuestro Padre.

Actividad del alma transformada: amar, cuidar y ofrecer a Cristo. Todo debe ir encaminado a nuestra transformación en Cristo. Primero la caricatura, después se van dando los retoques.

Meditación.

Siendo la transformación en Cristo la meta a que debemos tender, un ideal “acariciado, soñado” como lo llama Cristo, debemos caminar con generosidad en ese trabajo.

El transformador de las almas es el Espíritu Santo. [386] La unidad de Cristo con Dios era por la gracia y la unidad con el Espíritu Santo es también con la gracia.

Uno de los secretos del Espíritu Santo para activar la vida divina en nuestras almas y por lo tanto la unión, es simplificarlas en la unidad, endiosarlas por el amor que 228

es la escala de la unidad en el cielo y en la tierra, (dice N. S.) El matrimonio espiritual tiende a esta unión. Existe una unión tan grande entre Dios y el alma, que moralmente ya no se romperá. La Encarnación Mística también tiende a esa unión; es una forma más perfecta de unión; antes se creía que el Matrimonio espiritual era lo más alto. El Padre es la fuerza motriz de todo esto.

El 25 de marzo se celebra en la Congregación, pues N. M. en esta fecha recibió la gracia de la Encarnación Mística.

Toda la economía y el plan redentor del mundo, tiende a esa unidad por el Amor.

Toda la vida cristiana y mística tiende a llegar al fin decretado para toda alma, que quiere salvarse y santificarse: la unidad. ¿Y cuál es el camino más corto para llegar a esa unidad? El Espíritu Santo, que une con el Verbo, que da testimonio de Él, y que lleva hacia el Padre. Él, como santificador, santifica a las almas y las lleva al Padre enamorándolas de la Trinidad, (manuscritos).

Nuestro Señor: Las almas que están más cerca de Dios en el cielo, son las que se simplifican aquí en la tierra, uniéndose a mi voluntad sin condiciones.

N. M. ¿Cómo me simplifico? – N. S.: Muriendo a ti misma....

Se equivocan los que pretenden que la solución de los males del mundo se hará por otros medios; el único que puede transformar al mundo es el Espíritu Santo y Éste a través del sacerdote. (manuscritos) Si hay una legión de sacerdotes llenos del Espíritu Santo, ¡cuánto bien habrá en el mundo!!! ¡Cuán[387]tos santos!

Nuestro Señor quiere que nuestra entrega sea libre. No obliga a que le demos, sino recibe lo que le queremos dar.

Por eso se dice que la generosidad hace a los santos.

Dios no avasalla, pero impulsa por amor. N. M.: ¿Por qué las almas y las gracias son mías...? N.S.: Porque las almas y las gracias son mías… ¿En qué conocemos que nuestra alma se ha transformado en Cristo? En que buscamos la gloria de Dios y la redención del mundo.

Hacer un sacrificio cuesta, pero después queda un gozo espiritual. Que se nos haga agua la boca por darle santos a Nuestro Señor.

“Se nos ha abierto una gran puerta para muchos adversarios” (San Pablo). Estas palabras se aplican a nosotros. Cuando veamos algún mal, hagamos un acto de amor, un acto de reparación, una oración.

Lunes 6 de Diciembre 1965. (388) Meditación: La oración perfecta que Cristo ofrece desde lo alto de la Cruz, es el Sacrificio Eucarístico; esa oración que debe ser nuestro espíritu, que es la glorificación perfecta del Padre.

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Nosotros debemos orar así, imitándolo; y para esto llevar siempre nuestra oración al sacrificio de Cristo. A su altar donde se ofrece la Víctima Divina. Y no contentarnos con el Sacrificio de la Misa, sino seguir ofreciendo en el altar de nuestra alma al Verbo Encarnado en una Misa mística.

Estar ofreciendo siempre al Padre a su Divino Hijo. Y tener el cuidado de purificar el alma, para ofrecer dignamente en cuanto sea posible, una víctima en el altar del alma. Y ofrecérselo con los mismos fines de Cristo en la Cruz. Estos fines son: I ACCIÓN DE GRACIAS: Al Padre. a) Agradecerle los dones de la Santísima Virgen; por eso Ella goza en asistir a ese Sacrificio. La Santísima Virgen desea que [388] nosotros le ayudemos a dar gracias por ese don de su maternidad divina. Le pidió al P. Ollier que celebrara todos los sábados la Misa en acción de gracias por la inmensa dicha que se le dio de ser la Madre de Dios. Al P. Pablito le conmovió que la Virgen pidiera ese favor a los sacerdotes. b) Agradecerle las maravillas obradas en los ángeles y en los santos, por lo mismo agradecer todas las gracias que hemos recibido. c) Tuvo presente toda la creación. d) Nuestra filiación adoptiva. e) La unión Hipostática f) Su Sacerdocio g) La Encarnación h) La Redención i) La revelación del amor al Padre.

AL HIJO: a) Porque nos dio al Espíritu Santo; b) La Eucaristía; c) María; d) La Redención; e) La revelación del amor al Padre.

AL ESPÍRITU SANTO: a) La Encarnación; b) La obra santificadora en general; c) La transformación de las almas en Cristo; d) María.

II. REPARACIÓN: AL PADRE: El alma que ama a Dios y ve las ingratitudes y los pecados, arde en deseos de reparación, de ofrecerse como víctima para reparar las ofensas a Dios. La reparación va sobre todo: a) por el pecado: b) por el desprecio de sus dones.

AL HIJO: a) Por la ingratitud humana; b) por el desprecio de sus dones; c) Por el desprecio al Espíritu Santo; d) Por la ofensas a su Padre; e) Por la ofensas a la Eucaristía; f) Por la ofensas al Sacerdocio; g) Por las ofensas a María. Estas ofensas exigen una reparación adecuada a través únicamente del mismo Sacrificio de Cristo.

AL ESPÍRITU SANTO: a) por el desprecio a la gracia); b) por las ingratitudes a la obra creadora; c) por las [389] ingratitudes a la obra redentora; d) por las ingratitudes a la obra santificadora.

Cualquier obra buena unida al Sacrificio de Cristo, se transforma y da a la Santísima Trinidad “todo honor y toda gloria”.

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En el Concilio se han tenido más en cuenta la Cruz de Cristo, el Sacrificio de Cristo, el Sacerdocio. Falta algo pero ya está en mente de los que pueden lograrlo: el ESPÍRITU SANTO. Nuestro Señor dice que será feliz el Papa que consagre el mundo al Espíritu Santo.

Esa consagración pondrá a las almas en manos del Espíritu Santo y hará descender la gracia. Sólo Dios sabe lo que el mundo recibirá con esa Consagración; un triunfo para la Iglesia, muchas sectas volverán a la Iglesia, dará mucha gloria a Dios.

La Congregación inició el movimiento mundial para la consagración del mundo al Espíritu Santo. Pío XI quería, pero tenía que prepararse antes el mundo. El día que se haga será un día para nosotros de inmensa gloria. El arma para triunfar será el Sacrificio de Cristo.

Coloquio: Pedir que mueva los corazones, sobre todo del Santo Padre, para que el mundo entero sea consagrado cuanto antes al Espíritu Santo.

Conferencia.

N. P. realizó en su vida el ideal de perfección que Nuestro Señor pide a los Misioneros.

Apreciaciones de N. M. acerca de N. P.: respeto profundo; docilidad admirable, pronta y constante; tierno para con los pobres y para cualquiera aflicción; desprendido de los bienes terrenos; prudente y suave para con los suyos; dominio propio a toda prueba; fuego constante del Amor divino en su corazón; don de lágrimas; virilidad para los sacrificios; inteligente; humildad profunda; sin pecado venial; buscaba siempre hacer lo más perfecto; la actividad era su centro; besaba los pies de los reos en la Penitenciaría. [390] Nuestro Señor le dio a N. Madre como ángel de la Guarda, el Ángel de la Pureza y N. Madre se lo prestó a N. Padre. El Ángel de la Pureza es el Ángel de los Oasis.

(N.S.). Tu Ángel es de la cohorte que tenía María a su paso por la tierra (N.S. a N.M.).

La sencillez es producida por la pureza, van siempre juntas. Como María realizó el ideal de las almas de la Trinidad, vive sólo para el Padre; contempla todo en el Verbo, y ama todo con el Espíritu Santo. (Definición de un alma de la Trinidad).

María vivió sólo para el Padre, compartiendo con Él su divina Paternidad, vivió para amarlo y ser amada por Él. Nadie como María ha amado al Padre. María lo contempló todo en el Verbo; glorificando al Hijo daría gloria al Padre.

En su Hijo vería a su Divino Padre y vería a las criaturas. ¡Cuánto gozaba cuando veía en Ella la mirada del Padre para con el Hijo, y la mirada del Hijo para con el Padre! - Amó todo con el Espíritu Santo; estaba llena de gracia y del Espíritu Santo, para ser amada y para amar. Amó al Padre, al Hijo y al mismo Espíritu Santo; también amó a las criaturas.

El amor al Padre es el efecto natural y la medida de la transformación en Cristo.

María, la primera adoradora en espíritu y en verdad que Cristo ofreció al Padre.

Los tres adoradores más grandes del Padre: María, Cristo y San José.

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En la Misa el sacerdote encarna al Verbo y el Verbo se transforma; se obra en cierto grado la Encarnación Mística.

Meditación: Petición Cristo en la Cruz como ahora en los altares, pidió a su Padre perdón por todos los que lo ofendían. Nosotros al sentir esa miseria y contemplarla en otras almas, debemos pedir perdón al Padre en unión con Cristo. Cuando contemplemos más a Dios, sentiremos [391] una pena hondísima de haberlo ofendido. Nosotros fuimos creados para amar, para ser santos; es la voluntad de Dios para cada alma que salió de sus manos. Pero seguimos caminos muy distintos en la vida; para el caído, Cristo alcanzó el privilegio de poder pedir perdón a Dios.

Cuando pedimos el perdón, sentimos los efectos de la paz del alma en la tranquilidad de la conciencia. ¡Perdóname, dame una nueva oportunidad! Fue la oportunidad que encontraron los apóstoles el día que recibieron al Espíritu Santo. Con la luz del Espíritu Santo vieron la hermosura de Cristo y el mal de sus pecados, y sintieron la pena. ¡Qué eficaz es la petición de Cristo! El Padre no le niega nada.

Es muy fácil llenarse con el polvo del camino, es muy fácil volver a la miseria del pecado. Hay que estar siempre pidiendo.

La palabra más hermosa de un alma para con Dios es decirle, sí, aquí estoy Señor, ¿qué quieres de mí?

En la Congregación debemos estar todos unidos: unidos en la oración, en la Cruz, en la gloria.

Pedir que el Verbo abrace la humanidad con la unión que tenía la Humanidad y la Divinidad en Cristo. No es imposible la transformación del mundo.

1°.Al Padre: Pide Cristo que nos comunique su amor al Padre, al Espíritu Santo y a María.

2°.Al Hijo: Implorar amor especial a sus dones: la Eucaristía y María. La Misa es la oración siempre escuchada porque es la oración de Dios.

3° Al Espíritu Santo: Pedirle que nos posea y lo poseamos.

Entre las formas que el Espíritu Santo tiene para manifestarse a las almas, hay: toque, descanso y posesión. [392] El toque y el descanso son pasajeros; la posesión no.

Que nos transforme en adoradores del Padre, que nos una para siempre al Verbo; que en su luz conozcamos los grandes deseos de María, y en su Amor la amemos.

La Santísima Virgen es un mundo desconocido, el Espíritu Santo da su conocimiento.

Pedirle el aprecio de la Divina gracia; la revelación del amor entre el Padre y el 232

Hijo que es personificado por el Espíritu Santo.

Hay muchas almas que no conocen a Dios, que se han retirado de Él, y hay que salvarlas; es la caridad más grande que podemos hacer a un alma. ¡Jesús, Salvador de los hombres, sálvalos!!

Pidamos que los altares sean escalados siempre por sacerdotes santos llenos del Espíritu de Cristo.

“No habrá nadie que pueda sustraerse de su fuego”... (San Luis María Grignion de Montfort), hablando de los apóstoles de los últimos tiempos. *** Vocación del Misionero del Espíritu Santo, según el Padre Pablito: 1°

Darle al Divino Padre adoradores en espíritu y en verdad. [393]

2°

Darle al Divino Padre hijos adoptivos.

3°

Darle al Hijo almas que lo amen con el amor del Padre.

4°

Darle al Espíritu Santo almas que sean templos vivos de Él.

5° Darle a María almas que la amen con el amor del Padre, que la obedezcan como el Hijo y la glorifiquen como el Espíritu Santo.

Coloquio: Pedir a Dios nos conceda realizar el ideal de la Congregación, cada uno en el lugar y tiempo que Él quiera.

Propósitos: a) Devoción y consagración a los Corazones de Jesús y María. b) Buscar en el texto de San Pablo sobre la Caridad, mi defecto dominante y luchar contra él. [394]

AÑO DE 1966 Despedida de la M. García Belina, destinada a Japón. (395) Junio 27 de 1966 Muy amados hermanos en Cristo nuestro Señor; Muy amadas hijas: Acabamos de leer en el Santo Evangelio una frase hermosa de gran trascendencia en la vida de la Iglesia, cuando Jesús eligió a aquél que iba a ser la piedra angular de la Iglesia, porque el mismo Jesús quería constituirlo en primado, en jefe de esa Iglesia.

San Pedro recibió su misión del mismo Cristo, que le dijo, después de aquella pesca milagrosa: “Desde ahora serás pescador de hombres”...

233

Pescar almas es conquistarlas para Dios. Pescar almas es tener una familia espiritual que, con toda verdad, pueda llamarnos padres porque le hemos dado vida, hemos engendrado esas almas por el Espíritu Santo, en Cristo, a la vida espiritual. amor.

San Pablo defendía con gran celo ese nombre que indica generosidad, ternura,

Dice el Espíritu Santo que toda paternidad viene de Dios, de aquel Padre de las luces que tenemos en el cielo. San Pablo se sentía Padre de las almas, poseído de esa gran ternura, y gustaba repetirles: “Muchos otros podrán enseñaros, podréis tener muchos pedagogos, pero padre no tenéis más que uno porque yo os he engendrado en Cristo...”

Es hermosísima la paternidad; nos habla de Dios, nos habla de ese gozo inmenso del Padre Eterno que se regocija en el Verbo, su Unigénito Hijo y que se [395] complace en participar su amor, su ternura, a todos los corazones paternales aquí en la tierra.

La Santísima Virgen recibió como nadie ese corazón, ese amor paternal de Dios, por eso es puesta como modelo de todo aquello que significa amor de Dios.

Si nosotros renunciamos a formar un hogar según la carne, no renunciamos a formarlo en el espíritu, a dar a las almas un lugar de descanso y de felicidad en el cielo.

Recuerdo que la primera vez que me senté a confesar y oí que me llamaban “Padre”, una emoción profundísima llenó mi espíritu; me parecía escuchar a Dios hablarme al fondo del alma y decirme: “Renunciaste a formar un hogar... mira ahora, cuántas almas te llaman Padre...”

Y sentí tan fuertemente las alegrías de la paternidad, quizá como no las sientan quienes participan de ella por la carne y la sangre. Es esa paternidad la que hace ir en pos de las almas.

Hay muchísimas almas que no conocen a Dios y sin embargo son hijas de Dios, criaturas de Dios; llevan una tendencia secreta que las hace buscar a Dios aun sin conocerlo.

Y aquéllos que hemos sido llamados por Dios para trabajasen el campo de las almas, sentimos algo de lo que sentía el Apóstol San Pablo, cuando en una visión maravillosa, se le mostró un macedonio diciéndole: ¡”Ven, ven a nosotros”!...

En estos momentos, amados hermanos, estamos asistiendo a una ceremonia muy significativa, muy sencilla, pero muy grande; una de las almas llamadas por Dios a la vida de perfección, a la vida religiosa misionera, sintió la voz que la llamaba en auxilio de muchas almas necesitadas: ¡“Ven, ven, ven a nosotros, ven a salvarnos... que si no, nos perdemos...”!

Ella ha oído esa voz y estamos despidiéndola por[396]que en breve partirá a una gran misión, de inmenso porvenir para la Iglesia, como afirmaba nuestro Santo Padre Fundador, el Padre Félix de Jesús Rougier: “La misión del porvenir, la gran misión...” (también por sus adelantos materiales).

El Japón es un país que todavía no conoce a Dios; de cerca de 100 millones de 234

habitantes; sólo tiene unos cuantos millones de católicos.

Es ésta la Misión que atrajo el corazón y las miradas de nuestra Misionera que va a partir. Soñó en esa Misión, y yo, como Padre de su alma, como Padre espiritual, y aunque indigno, ministro de Dios Nuestro Señor, soñaba también en la hora en que ella pudiera realizar su ideal.

La obediencia bendita, que nos transmite la voluntad de Dios en cada caso, ha hablado ahora nuevamente y le ha dicho: “Puedes ir”. La obediencia ha sancionado estos deseos; su Superiora General es quien la envía, manifestándole así lo que es la voluntad de Dios.

Seguramente que esto será un grande sacrificio para aquellos que la aman y la verán partir; pero, dijo un alma escogida que va camino a los altares, un alma mexicana: “Nada grande se hace que no cueste lágrimas.... el cielo pide sangre para redimir las almas...”

Nosotros vamos a la conquista de las almas, y no podremos trabajar con eficacia, sino siguiendo las huellas de Cristo, los caminos de sangre del Señor.

A veces nos dicen a los sacerdotes y los religiosos: “Usted me ha hecho mucho bien”, refiriéndose sobre todo al bien espiritual.

Yo pienso entonces, amados hermanos, en todos los sacrificios que cuesta esta vocación; los sacrificios remotos, desde que nace, los cuidados de sus padres, sobre todo de la madre, la educación y formación; [397] luego las separaciones, los momentos como éste, de despedirnos... Todo es causa de pena, de dolor; pero no es un dolor estéril, Dios Nuestro Señor lo bendice siempre y hace que el dolor sea causa de alegría para muchas almas; ¡Dios sabe cuántas almas se alegrarán considerando a esta misionera como su madre espiritual, sintiéndose por ella comprendidas y ayudadas! ¡Felices, dichosos, los pies de los que evangelizan la paz y el bien!

Amada hija, me regocijo contigo porque vas a tierra de misiones; tú sabes cuánto amo aquel país y cómo deseo para la gloria de Dios un Japón católico, pues esto será un avance poderosísimo en el Catolicismo para todo el mundo.

Te felicito y felicito a tus padres, porque llevas en tu corazón su sangre, porque llevas en tu alma la fe que ellos te dieron. Ellos serán tan misioneros como tú, porque no han sido egoístas, han sabido desprenderse de lo más querido que pueden tener un padre y una madre. ¡Que tu paso por aquellas tierras, amada hija, deje una estela de luz, de amor, de fuego, de pureza; que todos vean en ti un alma consagrada al amor divino!

La única manera que tenemos de vencer el mal, es por el bien. La única manera de vencer el odio es por el amor.

Tú vas como Misionera, Misionera de la Santísima Trinidad, Misionera del amor divino. La Santísima Virgen te proteja siempre, nuestras oraciones te acompañan. Yo personalmente, todos los días al celebrar la Santa Misa y levantar la patena donde pongo la Hostia de mi Sacrificio, hago intención de ofrecer a las almas que Dios me ha 235

dado para realizar una obra que eran tan amada de nuestro Padre Fundador, la conquista del Japón. ¡Qué dicha encontrar almas que quieran cooperar [398] a la gloria de Dios en esta Obra! Me siento feliz. He visitado dos veces las Misiones de Japón y he visto con qué generosidad trabajan nuestras hijas; me he sentido santamente orgulloso de ser su Padre espiritual, de ver cómo hay almas que desagravian a Nuestro Señor por tantos pecados del mundo.

No te arrepientas nunca, ve a donde Dios te envía y está allí el tiempo que Dios quiera; quizá después te lleve el Señor a otras tierras a darle gloria a la Trinidad, a darle nuevos adoradores al Padre, aquellos de los que habló Jesús a la Samaritana, adoradores que el Padre quiere y Jesús quiere y nosotros queremos darle. Tú estas consagrada especialmente al Divino Padre; que Él bendiga tu trabajo.

Te contemplamos con una santa envidia y seríamos felices si pudiéramos no sólo despedirte, sino acompañarte y quedarnos allá a trabajar por la gloria de Dios.

Mi edad no me permite intentar estas cosas; pero me siento feliz de que Dios me haya dado almas para ocupar esos lugares, para trabajar por su gloria. ¡Qué felices somos! ¡Gocemos de este momento y ofrezcamos el Santo Sacrificio de la Misa para que haga mucho bien esta alma en el campo misionero, para que dé mucha gloria a Dios y salve muchas almas! Así sea.

Toma de Hábito. (399) Junio 28 de 1966 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Vais a dar un nuevo paso en el camino de vuestra perfección, en este camino no habéis escogido. Vais a dar un nuevo paso en el conocimiento de [399] Dios, en el conocimiento de lo que esta vida consagrada y también, y de una manera muy especial, lo que es la esencia, el espíritu de vuestra santa vocación.

El Noviciado es una época importantísima en la vida de los religiosos.

Recuerdo que hace poco tiempo estando en el Noviciado de Guadalajara, me preguntaba un novicio: “Padre, a usted ¿qué es lo que más le ha impresionado en los diversos tiempos de la vida religiosa?”

No tardé mucho en contestarle: “A mí la época que me pareció más importante es la del Noviciado”.

A pesar de ser un principio, es, en efecto, muy importante, porque allí se fragua la espiritualidad de cada alma, lo que de ser su futuro. Es tiempo de aprender, pero sobre todo es tiempo de amar.

Sabemos que el Noviciado no se compara con el tiempo que precede al matrimonio, el noviazgo, en que las personas se tratan, se conocen, se acoplan para poder después comprometerse.

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Pues también acá en este tiempo de formación. Dios Nuestro Señor habla al alma, le va marcando sus caminos. Y precisamente uno de los motivos que daba yo a los novicios sobre la importancia de este período, es que en él se forjan planes para el futuro.

Así fue mi Noviciado. Gracias a Dios, todo el desarrollo de mi vida religiosa, que ya no es corta, pues voy llegando a los 50 años en la Congregación, no ha sido más que el desarrollo de todo lo que estudié, recibí y soñé desde el Noviciado.

Podría pensarse que son entusiasmos y sueños pasajeros. Sin embargo no es así, el Noviciado es cosa muy seria; está plasmado el Espíritu de Dios a cada alma y Él no pierde tiempo; pone por delante grandes [400] metas que nos estimulan a la perfección. Un novicio sueña quizá en conquistar el mundo entero, después se convence de que no se puede componerlo todo en ocho días, pero al fin es algo que se está deseando, que se está pidiendo y en lo que se está empezando a perfilar la vocación.

Cuando entré al Noviciado, me llamaba la atención oír decir que había vocaciones dentro de la propia vocación. Santa Teresita hablaba de su “pequeño camino”.

Entonces yo pensé cuál sería mi vocación dentro de la vocación, y me puse, en unos ejercicios, a indagar a la luz del Espíritu Santo qué quería Dios Nuestro Señor de mí.

Les digo estas cosas porque son las realidades hermosísimas de la vida espiritual, para que no se piense que no hay nada qué hacer en ese tiempo de prueba.

Si yo me pongo sinceramente, humildemente delante de Nuestro Señor, a buscar ese camino especial, Él no tardará en manifestarme su voluntad.

Lo importante es hacer esa divina voluntad. Bien podrá Él contestarnos: “Te quiero vaso de elección....” o: “te quiero tapón de caño”..., entonces a servir bien como tapón, a tapar bien porque es la voluntad de Dios.

En la oración me pareció entender que Dios quería que amara yo mucho, muy especialmente al Espíritu Santo, y lo hiciera amar.

Desde luego esto es algo muy conforme a nuestra vocación, porque somos Misioneros del Espíritu Santo; pero yo deseaba algo especial, y con simplicidad expuse mi secreto a nuestro Maestro de Novicios que era nuestro venerado Padre Fundador: “Nuestro Padre, yo quisiera ser el “judío errante” del Espíritu Santo... quisiera hacerlo amar...” [401] Nuestro Padre, grande formador de almas, que no desalentaba a nadie, me alentó me aprobó mis deseos e hizo todo lo posible por entusiasmarme a lo largo de mi vida religiosa. Conservo cartas de él, tarjetas postales, y siempre se acordaba de lo que yo quería.

El Espíritu Santo no se ha hecho sordo; me concedió por lo menos la dicha de tener el campo abierto para poder trabajar.

Me dirán: “Padre, usted nos habla de su vida y nosotros venimos a la Toma de Hábito”...

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Es que estas almas son mías, son mis hijas espirituales y “lo que se hereda no se roba”... Si yo quiero que reine el Espíritu Santo en el mundo, de manera especial deseo y pido que reine en ellas, en mis hijas, que les abra las puertas como a mí me las abrió.

Me ha llevado al extranjero, puesto que he recorrido si no todo el mundo, poco me falta; en todas partes el Espíritu Santo me puso almas sedientas del amor de Dios, sedientas de perfección en los diferentes estados de la vida, y tuve la dicha de dejarles un camino de luz, poniéndolas bajo la dirección suave y segura del Espíritu Santo.

Esa fue mi vocación dentro de la vocación. Así vosotras, podéis tener un matiz especial; unas por el amor al Padre, otras por el amor al Hijo, otras por el amor al Espíritu Santo.

Somos ambiciosos, como dice Santa Teresita, lo hemos escogido todo, somos de la Santísima Trinidad. ¡Es hermosa la devoción al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

Este tiempo es importantísimo, no lo vayáis a perder, se pasa pronto. Mañana vamos a dar la profesión a Hermanas que no hace mucho estaban aquí como ustedes, tomando el Hábito.

Habéis tenido el primer triunfo, un verdadero triunfo. Las postulantes llegan como apenas dándose [402] cuenta de las cosas y comienzan sus pequeñas luchas, porque el demonio no descansa. Sucede como con las plantitas, cuando se trasplantan, aunque se ponen en buenas macetas y con buena tierra, se nota que empiezan a estar medio tristes; entonces hay que regarlas, cultivarlas.

Así a las postulantes y a las novicias y a las profesas, a pesar de que son más fuertes; pero como en la lucha se sufre y se recibe la herida, hay que curar, hay que animar a seguir adelante.

Os felicito, amadas hijas, y os animo a seguir vuestra santa vocación. Estoy seguro que el Corazón Santísimo de Cristo recibe un consuelo muy grande al contemplar una ceremonia como ésta: personas que podrían vivir cómodamente en el mundo, lo dejan todo por seguirlo, esto es hermoso. Es un acto de amor y de reparación por tantos pecados que se cometen en el mundo.

Que la Santísima Virgen os cuide. Una vez más o felicito y me felicito porque vuestras almas son como lamparillas de luz que se va encendiendo mientras yo voy declinando.

San Pablo dice: “He peleado el buen combate”..., yo no sé si lo he peleado ese buen combate, pero sí sé que al comparecer ante Dios tendré el consuelo de sentir que dejo vuestras almas en la vida para hacer el bien.

Es la satisfacción de los padres, sentirse reproducidos en sus hijos; también en la paternidad espiritual es un consuelo saber que nuestros sacrificios, nuestra vida, no fueron estériles. No nos pierde el mundo cuando nos consagramos a Dios, nos gana porque Dios da una fecundidad extraordinaria a la pureza, a la virginidad, al amor consagrado a Él.

Vamos a continuar nuestra ceremonia; que [403] Dios os conceda fidelidad, que ninguna de vosotras falte el día de la profesión, a menos que en el Noviciado os dijeran 238

que no es la voluntad de Dios continuar aquí; en ese caso diríais: “bueno, muchas gracias porque me iluminaron...”

La Iglesia quiere que todo se haga con libertad, a nadie se tiene aquí por la fuerza, estamos porque queremos.

Por eso cuando vienen grandes tempestades de la vida, grandes ataques del demonio, podemos repetir muy fuerte: ¡“Estoy aquí porque quiero, porque quise venir y quiero seguir, lo dije y lo vuelvo a decir!...

Y por eso poco que dejamos, Dios Nuestro Señor nos abre su Corazón y nos abre también el campo de las almas; por eso hemos escogido estas palabras: DIOS Y LAS ALMAS. Todo para Dios, todo para las almas. ASÍ SEA

Primera Profesión. (404) Junio 29 de 1966.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Cuando el sembrador arroja al surco la semilla, contempla ya a lo lejos el fruto que esa semilla ha de producir; tiene primero la ilusión de que nazca, después que vaya creciendo sana para que al fin y al cabo produzca el fruto apetecido.

Nosotros, amadas hijas, los que con Cristo sembramos la semilla en el campo de las almas, en la Iglesia de Dios, los que, como en este caso, esperamos aumentar nuestra familia religiosa con nuevos miembros que vienen a robustecerla y santificarla y perfeccionarla, recibimos con gusto todo lo que Dios Nuestro Señor nos va mandando.

[404] Con gusto recibimos, como lo hemos hecho, a las postulantes que se presentan por primera vez, llenas de ilusiones para emprender un camino que lleva, ocultos para ellas, más sacrificios y también más alegrías de las que se imaginan.

Pero, lo hemos dicho muchas veces y es doctrina común bien sabida de vosotras, vamos a sembrar en las lágrimas para poder cosechar un día en el gozo.

Sembramos en las lágrimas. Lágrimas supone toda vocación en esa serie de desprendimientos que el Señor exige a aquellos que han de seguirle; más todavía al que tiene que ligarse con votos especiales al Señor, que tiene que prometer ser pobre, ser casto y ser obediente.

Pobreza en el afecto, y en el efecto, según vaya siendo necesario y Dios lo vaya permitiendo. Pureza porque son almas consagradas a Dios y no quieren que haya nada que impida reflejar en ellas la divinidad. A través de sus almas esa divinidad es la única que conmueve, que convierte, que puede atraer a otras almas. ¡Pobres de nosotros si saliéramos al campo del apostolado confiados en nuestras propias fuerzas! Veríamos cómo fallaba la elocuencia humana, cómo fallaban todos los medios humanos. El único que puede entrar en las almas, el dueño absoluto de ellas es Dios y solamente poseedores del Espíritu de Dios, podemos tocar las almas.

Pero para que exista esa alianza íntima del Espíritu Santo y el alma, se necesita 239

en ella una grande pureza, si fuera posible sacudir de ella aun el polvo de fragilidades, de imperfecciones voluntarias.

El alma pura, el alma que por vocación tie[405]ne que ser fecunda espiritualmente, necesita ser pura, recibir de Dios ese don inapreciable de la fecundidad divina que no niega a ninguna de las almas que se acercan a Él.

Vosotras os habéis preparado en el Noviciado para una vocación religiosa pero también misionera. Vuestro lema es “Dios y las almas”. Os vais a exponer a muchos peligros, pero cuando esos peligros no se buscan sino que se encuentran por el bien de las almas, entonces Dios Nuestro Señor da una gracia especial, una fuerza extraordinaria.

En la obediencia tendréis una salvaguarda hermosísima y segura para vuestra vida espiritual y apostólica.

Dios.

¡Qué hermosa virtud! Ciertamente la que más sacrifica, pero la que más une a

Por la pobreza renunciamos a las cosas materiales, dejando a la Providencia y al cuidado de nuestros superiores que nos den lo que necesitamos. Gracias a Dios, a la Providencia divina nunca falta en lo necesario; muchas veces nos da hasta un poquito más de lo que necesitamos.

Cuando yo era niño, todos mis ideales se concentraban en torno al pueblo donde yo vivía y no pensaba que Dios Nuestro Señor iba a abrir caminos muy anchos que yo humanamente no hubiera podido recorrer, si Él no me hubiera llamado, si no me hubiera dado la vocación religiosa por la que mis superiores tuvieron cuidado de darme lo que me hacía falta, a fin de recorrer esos caminos donde se encuentran las almas; pero vuelvo a decir, caminos peligrosos, de los que salimos con bien porque vamos haciendo la voluntad de Dios.

Vosotras tendréis que hacer largos viajes; en estos momentos están despidiendo en el Aeropuerto a una de nuestras Misioneras que se va a Japón. Ayer la [406] despedimos aquí. Como ella, todas han ido felices, sin miedo, porque saben que van conducidas por la mano de Dios, por la santa obediencia.

Entre más perfecta sea vuestra obediencia, más eficaz, más cierta, con más espíritu sobrenatural, tendréis la dicha inmensa de encontrar en vuestras almas la paz.

En el Noviciado habéis estudiado todas estas cosas, habéis oído mucho, pero lo que me alegra el corazón, es que después de haber considerado atentamente estas cosas, no dudáis en seguir adelante. Habéis hecho vuestra solicitud a vuestros superiores, los cuales han creído que pueden aceptarla y aquí estáis.

Otro motivo de gozo en este día, gozo inmenso para mí y gozo para ustedes también, porque soy su Padre espiritual (siempre el padre es el padre, ya lo dice San Pablo: podéis tener mil pedagogos pero Padre uno solo); otro motivo de gozo, repito, es que supe el gran empeño que habéis puesto para que yo viniera. Lo habéis alcanzado; enfermo y como puedo, pero aquí estoy. Hay que dar gracias a Nuestro Señor por ese beneficio.

Es un día de alegría para todo el Instituto que hoy cuenta con nuevas Misioneras 240

de las que puede disponer. Más tarde, hoy mismo, celebraremos los votos perpetuos de las que ya recorrieron bastante camino y vienen a ligarse para siempre al Señor.

Que la Santísima Virgen María guarde vuestras promesas, que podáis ser fieles a vuestros votos, porque no basta hacer votos, hay que cumplirlos y si no se cumplen, es mejor no hacerlos.

Ojalá tengáis la dicha de decir: “Con la gra[407]cia de Dios luché por guardar mis votos todos los días de mi vida...” Pobre hasta el fin.

Pobres con pobreza de espíritu, pues tenemos lo necesario y no deben escandalizarse las personas de que tengamos lo necesario. Decía nuestro santo Fundador, el Padre Félix de Jesús Rougier, que Dios había alabado la pobreza pero no la miseria; Dios no quiere que vivamos como miserables; nos da lo necesario, según las obras y las necesidades de cada Congregación.

Pero en el afecto renunciamos a todo, nos es igual tener un millón de pesos que no tener nada. Hace poco me visitó un amigo, me dejó mil pesos en la mano; de mi mano pasaron a los superiores, de ellos no sé a dónde pasaron... ¿Qué cosa puede ser causa de avaricia por ejemplo, cuando no se puede disponer de nada? Tenemos lo necesario para hacer bien a las almas.

A veces nos critican a los religiosos, dicen que nosotros hacemos los votos y otros los cumplen. Por eso hago esta aclaración. ¡Ojalá los cumplieran! Hay pobrecitos que lo poco que tienen, lo tienen para algo; mientras que nosotros no podemos disponer de nada.

Dios Nuestro Señor nos conceda decir: “Fui pobre hasta la muerte, no tuve apego a nada, tuve lo necesario”... Si el superior me dice: “Quítese su hábito y delo a tal Hermano....” me lo quito, no hay afecto, no hay apego.

Ser puras hasta la muerte, y ser obedientes hasta la muerte.

No olvidéis que el Espíritu Santo hizo esta alabanza de Cristo: “fue obediente hasta la muerte y muerte de Cruz...” Yo les exijo obediencia.

Recuerden, amadas hijas, lo que tanto les he dicho: la garantía más grande para encontrar la paz del [408] alma, es la obediencia. Es virtud hermosísima, pero ella da muerte a la propia voluntad; nada hay más costoso, pero nada también más grande y que más alegría espiritual dé al alma. sea.

El Espíritu Santo os conceda amadas hijas, este don sobre todos los dones. Así

Votos Perpetuos. (409) Junio 29 de 1966.

Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Si nos alegramos cuando alguien viene por primera vez a llamar a las puertas del Instituto para seguir a Dios en la vida religiosa; si vemos en esa semillita una esperanza 241

de gloria para Dios, de bien para las almas, es natural que el gozo sea muy grande; pero queda todavía una interrogación: “Germinará esta semillita? Y si germina ¿crecerá? Y si crece, ¿podrá dar el fruto apetecido, podrá este arbolito resistir el vendaval que venga a azotarlo en ciertas horas?

Hemos recibido con gusto a las postulantes, hemos recibido con gusto, ayer, al imponer el hábito, a las nuevas novicias; hemos gozado al recibir sus primeros votos, porque cada uno de esos pasos marca una seguridad a la contestación afirmativa: ¡Cosecharemos frutos!

Cada año se renuevan los votos; la Iglesia, con gran prudencia, quiere dejar en libertad a los religiosos para que, si creen que no pueden seguir en esta vida, si no tienen fuerzas o salud o lo que sea, vuelvan sobre sus pasos.

Vosotras, amadas hijas, venís a hacer vuestra entrega perpetua; habéis meditado lo que son los votos; sobre todo los habéis practicado a lo largo de vuestra vida religiosa.

Muchos sufrimientos habéis tenido para ser fie[409]les; las tempestades han sido fuertes; pero a estos grandes vendavales se oponen las raíces profundas que os han concedido la perseverancia en vuestra vocación.

Esas raíces están alimentadas sobre todo por el amor. Si no hubiera amor, no estaríais aquí; si no hubieseis amado vuestra vocación, la hubieseis dejado; si no hubiese existido un amor personal purísimo para Dios y las almas, hubieseis desistido de vuestra santa vocación.

Pero, bendito Dios, podemos creer en la verdad de vuestro amor, porque a pesar de todo, aquí estáis. “Haec omnia venerunt super nos, esti tui non sumus obliti”.... ¡Han venido todas estas cosas sobre nosotros y no te hemos olvidado, te hemos sido fieles!

Habéis practicado vuestros votos, la pobreza, sobre todo la pobreza espiritual, el desprendimiento que os ha acercado a Dios; se ha encendido el fuego del amor en vuestras almas y ahora estáis definitivamente en el Instituto, puede el Instituto tener confianza en vosotras, daros cualquier misión, porque sabe que seréis fieles, con la gracia de Dios Nuestro Señor.

Os felicito y me felicito, amadas hijas; me felicito por tener vuestras almas tan cerca de Dios, por darle a Jesús esas esposas que Él quiere para santificarlas y convertirlas en glorificadoras del Padre, en glorificadoras de la Trinidad Santísima.

Pero, amadas hijas, no ha terminado aquí vuestra misión; ahora empieza en una forma definitiva, como a las almas más fuertes, más probadas, el Corazón de Cristo os hará sentir los secretos íntimos de su Corazón, compartirá con vosotras su Cruz, sus dolores íntimos, todo lo que las almas le hacen sufrir; y también gozar, y esto será motivo de sufrimiento para vosotras.

Vuestro celo por las almas se aumentará y, comprendiendo aquellas palabras: “No hay amor más grande que dar la vida por quien amamos,” estaréis dispuestas [410] a dar la vida por las almas. ¡Id adelante, con grande fe, con grande fervor! Recordad aquellas palabras de nuestro Padre: ¡ADELANTE Y ARRIBA! Siempre arriba, con la vista en el cielo, con los 242

pies en la tierra.

Vuestra vocación es hermosísima, participa, porque Dios así lo ha querido, de aquella savia fecundísima que dio vida y alimenta a las Obras de la Cruz. Sois una institución filial, humildemente, piadosamente filial, de esas Obras que tanto amamos.

Lleváis la savia que os hará conquistadoras de almas, pero al modo que Cristo las conquistó: por el sufrimiento, por la Cruz. No un sufrimiento triste, no una cruz que se lleva a fuerza, sino una cruz que se lleva con gozo, con aceptación amorosa de la voluntad de Dios, porque sabéis que le da gloria a Dios y porque Lo amáis.

Decía Nuestra Madre que nada grande se hace sin que cueste lágrimas, y el cielo pide sangre para salvar almas. La conquista de las almas es algo grande, tiene que costar; pero más todavía costará esa gran conquista del Corazón de Dios, del Corazón de Cristo, del Espíritu de Dios, que es llamado también el Corazón de Dios porque es el AMOR. Esta Divina conquista será mucho más costosa; pero ¡qué felices, amadas hijas, si en la hora de la muerte, en medio de los mayores dolores que pudieran imaginarse, sois capaces de asegurar: he sido fiel al Amor infinito, sólo me queda –como decía San Pablo– recibir la recompensa eterna!

Hoy es un día muy grande para el Instituto; día de grande gozo para todos. Doy gracias nuevamente al Señor por haberme permitido venir a recibir vuestros votos. No depende de mí el hacerlo siempre, [411] soy religioso como vosotras, soy hijo de obediencia. No hay que quejarse porque no vine a la profesión pasada, entonces no pude hacerlo, fue la voluntad de Dios y no perdimos nada por cumplir su voluntad. Este es el lado hermosísimo de vivir la vida de obediencia, saber que hacemos en todo la voluntad de Dios.

Los superiores, amadas hijas, teniendo más confianza en vosotras, quizá os darán más libertad de acción, pero esa libertad debe estar controlada por vuestra buena disposición y espíritu de obediencia.

Pensarán ustedes: “¿Por qué nuestro Padre nos habla tanto de la obediencia?... ¡Hacemos el voto y ya!”

Es que en la práctica esta hermosísima virtud no es fácil, porque viene a dar muerte a nuestra propia voluntad para hacer en todo la voluntad de Dios. Y hacer la voluntad de Dios cuando todo es favorable, no cuesta, pero cuando es adverso a lo que pensábamos y deseábamos... Sin embargo, debemos obedecer con el mismo gusto.

Decía nuestro Santo Fundador: “El que sale de la Congregación, generalmente no se volverá a recibir, aunque habrá excepciones que hagamos; pero si el motivo de salir fue la falta de obediencia, de ninguna manera se le volverá a recibir nunca.” Era un hombre que conocía bien la vida religiosa, maestro de la vida espiritual.

Si no obedecemos a nuestros superiores y en ellos a Dios, ¿qué hacemos entonces? “Vir obediens loquetur victorias”... “El varón obediente cantará sus victorias”... ¡Sed siempre obedientes, amadas hijas, y encontraréis la paz de vuestras almas!

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¡Os felicito una vez más! Vamos a pedir en la Santa Misa, que tengáis la grande satisfacción de decir: “Señor, te doy todo lo que tengo, todo sin reservas”.... [412] Los autores asemejan la profesión perpetua a un segundo Bautismo en que el alma queda completamente limpia. Por si acaso hubiera un polvito que impidiera reflejarse las gracias de Dios, un acto de contrición interior lo borrará todo y después vuestras palabras de sincera entrega.

El Señor os bendiga y os conceda a través del Corazón Inmaculado de María, ser fieles hasta la muerte y ser santas Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. ¡así sea!

Palabras de Nuestro Padre en la reunión después de cenar. (413) Junio 29 de 1966. …Lo que la M. R. M. Luz María me pide no es nada difícil de conceder, porque sencillamente es la expresión de mi alma, Dios lo sabe.

Somos los más pequeños hijos de Dios que trabajamos en el campo de la Iglesia. Somos pequeños, pero tal vez por eso, nos sentimos consentidos; yo siempre he tenido la impresión de que Dios nos ama con un amor de predilección. Le hemos hablado con sinceridad, con sencillez, en ese diálogo íntimo de las almas y Dios, del Instituto con Dios. Cada uno le decimos lo que sentimos, lo que tememos, lo que esperamos; pero en ese espíritu filial de confianza y abandono.

Les decía ayer en la chorchita, que sentí cómo entraba a mi cuerpo la salud y a mi alma el gozo espiritual, y esto no puede sentirse sino cuando pasa Dios por las almas. Y más me alegraba el que no sentía solamente en mí ese espíritu, sino que lo sentía en cada una de mis hijas. ¡Qué gozo más grande para un padre! ¡Sentir [413] que los corazones de los hijos laten al unísono del suyo, que buscan la misma gloria y quieren emplear los mismos medios para conseguirla!

Todos estamos dispuestos a servir a la Iglesia, a obedecer a la Iglesia, como lo pide y desea la M. R. Madre. Y si alguien no lo quisiera hacer, demostraría no tener el espíritu del Instituto.

Puede haber discusiones acerca de algunos puntos, discutibles mientras no venga la voz autorizada de la Iglesia a disponer o la voz de los superiores.

En uno de los Capítulos Generales que siguió a la muerte de nuestro Venerado Padre Félix, me parece que el primero después de su muerte, en el sencillo banquete que celebramos, presidido por el Excmo. Sr. Martínez, en la casa de nuestras Hermanas de la Cruz que tenían entonces en La Cima, dijo él que tenía la grata impresión de ver cómo nosotros, después de haber discutido y cambiado impresiones y haber opinado libremente, cada quien lo que le parecía, una vez que las cosas se fallaron, todos estábamos contentos, resueltos a caminar unidos.

Ese es el Espíritu de Dios, y estoy seguro de que el Espíritu Santo nos lo va a 244

conceder. A la Iglesia siempre la obedeceremos, a sus representantes siempre los respetaremos y amaremos, y a todos los que la representan en la tierra.

Así pues, muy Reverenda Madre, ¡está concedido todo lo que pide!

Y yo quiero darles las gracias a todas, porque me han hecho pasar días muy contento, sintiendo el calor de la familia, el calor de los hijos.

A veces, sin estarlo, nos sentimos solos porque no estamos cerca de aquellos que amamos, de aquellos que sienten con nosotros. A veces nos movemos en medios en que necesitamos encontrar quién nos comprenda, [414] quién acepte nuestros ideales y piense como nosotros, y tenemos la desilusión de sentir que ni siquiera somos comprendidos en lo que deseamos decir.

Pero cuando vemos almas que sienten con nosotros y sobre todo cuando están ligadas a nosotros por los lazos más hermosos, que son los espirituales, aquellos lazos de padres e hijos, que reflejan en la tierra el amor íntimo de la Trinidad Santísima, aquel Espíritu Santo de amor en que el Padre y el Hijo se dan un beso y un abrazo de amor eterno personificado en el Espíritu Santo, experimentamos un gozo más íntimo.

No me pasan inadvertidas sus atenciones, su caridad, lo que me dicen, lo que no me dicen; el rostro tranquilo de unas, el gesto especial de otras que no pudieron hablar conmigo... Todo lo advierto, Dios Nuestro Señor me formó de la familia de los pequeñitos también; pero me dio ojos de lince para ver muy adentro de las almas.

Todo lo veo y lo que a ustedes no les puedo decir, se lo digo a Nuestro Señor.

No se preocupen, paso largas horas de oración con Nuestro Señor y en lo que le platico, allí están ustedes.

Alguien pe preguntaba una vez: “Oiga, Padre, ¿por qué no habla más de sus Misioneras?” “Porque de ellas le hablo más íntimamente a Dios y eso no lo escribo”...

He venido como mensajero de paz y de amor. Nuestro Señor me ha urgido mucho en los últimos tiempos, y he procurado complacerlo, a sentirme como perdido en Él, a no aparecer yo nunca, sino que APAREZCA JESÚS; perdido en Él para no desilusionar a nadie.

Dice la Escritura: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre…! Yo quiero que al verme a mí, [415] vean a Jesús! Quisiera ser, aunque muy de lejos, un bosquejo de la bondad del Padre Celestial, de la caridad de Cristo, del fuego ardiente del Espíritu Santo! ¡Esa es mi misión; ése es mi deseo! Si lo consigo, bendito sea el Señor; si no, no por eso dejo de quererlo.

Pero, amadas hijas, soy uno de tantos humanos que hay en el mundo, que como hombre, puede hacer los mayores desaciertos, pero que unido al Espíritu Santo, como instrumento suyo, puede hacer cosas muy buenas y para la gloria de Dios.

Lo quisiera hacer y no estoy solo. Yo las llamé a ustedes para que me ayuden en mi Sacerdocio y a todas para trabajar por la gloria de Dios, para sufrir con la Cruz tras del Señor, todos los días de nuestra vida.

No las engaño, Jesús tampoco nos engaña: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, 245

niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame...”

Quiere que las almas escogidas, predilectas, se den bien cuenta de que esa vocación exige mucho sacrificio, porque no ha de ser el discípulo de mejor condición que el maestro, y si al Maestro lo crucificaron, el lugar mejor para el discípulo es la misma Cruz de Cristo; si alguno se escandalizara, si no quisiera entrar por esa puerta, se equivoca, no piense que lo gobierna el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo.

Somos de Dios, vamos a Dios por las huellas que Cristo nos dejó. Pero no se trata de sacrificio triste, sino alegre, Dios no nos quiere tristes; una de las señales de vocación es la alegría espiritual; recibir los sufrimientos con la sonrisa, aunque salga un poco amarilla... Ser como los gallos finos, cuanto más los pican, mas bravos se ponen y más fuerte cantan... [416] Queremos dar a Cristo con alegría lo que nos pida. Es muy triste, muy penoso recibir algo que se nos da a fuerza, porque se nos tiene que dar, pero no se quiere.

No le demos esa desilusión a Cristo. Él nos pide el corazón, démoselo con alegría, démosle los sacrificios que nos pida, con alegría, y el día de nuestra muerte, salgamos de este mundo alegremente también.

Un sacerdote que tenía obras sociales en Francia, dijo que no quería que al morir él se hiciera ninguna señal de duelo, que se siguiera una vida ordinaria, recreos, diversiones, etc. Es que él sabía dar con alegría.

Así quiere Jesús que demos; si damos poquito, démoslo de buen modo, si no, poco y a regañadientes...!

Yo os digo, amadas hijas, ya que tengo esta oportunidad de estar entre un público tan selecto que en el Corazón de Cristo os llevo y os amo mucho. Y si alguna cree que no la amo en Cristo, le suplico que se lo quite como un mal pensamiento, como una tentación, porque está completamente equivocada. Hablo delante de Dios, Él sabe que no miento. Si todas mis hijas, por un imposible, me dijeran un día que no me quieren, yo les diría más recio: ¡PERO YO SÍ LAS QUIERO MUCHO! Muchas gracias por su caridad y atenciones. Y gracias a Dios porque me permitió venir; muchas veces hay una serie de dificultades de orden práctico, que impiden hacerlo. Se podría absolutamente, pero saliéndose con la suya, forzando un poco las cosas. En cambio así, vine con permiso de mi superior inmediato, con permiso del Padre Provincial, con permiso del Padre General, con bendición de todos, tutti contenti...! [417] Estamos en el campo de la lucha; cada quien tiene que luchar. Allá en Irapuato tengo siempre bastante que hacer, mis horas de confesionario, mis horas de oración, de Oficio Divino, de adoración... leer muchas cartas que no contesto... por no poder.

Pero vuelo a decirles lo mismo, me hace mucho bien que escriban, tengo presentes siempre sus intenciones, sus necesidades; inmediatamente las encomiendo a Dios.

Si alguna no me escribe, si tiene problemas, pues,... los resolverá sola.

Nunca me olvido de pedir por ustedes y esto aunque no me escriban. Siempre, 246

siempre estoy pidiendo!

Última plática de nuestro Padre. 25 aniversario de profesión de la M. Ma. del Sagrado Corazón Narro. (418) Octubre 3 de 1966 Muy amados hermanos en Cristo Nuestro Señor: Muy amadas hijas: Un día que llegaba nuestro venerado Padre Fundador a visitar al primer grupo de Misioneras, en una de esas grandes festividades que recordamos en familia, las saludó con estas palabras: “Recordar es vivir”.

Recordamos viviendo o reviviendo acontecimientos que pasaron, gratos para nosotros y de mucha gloria para Dios.

Hoy, al celebrar las bodas de plata de vida religiosa de la R. M. María del Sagrado Corazón, fundadora de nuestras Misiones en Japón, se agolpan los recuerdos, [418] y más aún, porque antes que ella fuera Misionera, fue mi hija espiritual.

Eran los tiempos, si no exactamente de una persecución religiosa declarada, sí de cierto peligro, y debían tomarse precauciones en el ejercicio del ministerio sacerdotal.

Iba yo cada ocho días a San Felipe para confesar algunas personas en la Capilla de la Inmaculada, y había dado orden de que no dejaran pasar a nadie que no fuera precisamente a buscarme; no había tiempo sino de atender a las personas que realmente me necesitaban.

Un día de tantos, llegó la R. M. del S. Corazón, entonces “Monis”; quería entrar a la capilla y el Hermano le preguntó: ¿”Se viene a confesar con el Padre Pablo? Ha dado orden de que sólo pasen las personas que vengan a buscarlo”. –“Vengo a visitar a la Santísima Virgen”...

Pasó entonces, y cuando terminé de confesar, noté que había una persona que no era de mi clientela... Pensó confesarse, según me contó después, al ver que ya no había más gente, y así lo hizo, siendo éste el principio de una vocación a nuestra Obra, por la que hoy precisamente estamos dando gracias a Dios Nuestro Señor.

No voy a hacer la historia de su vida; pero hubo muchas dificultades que vencer y que, como Dios lo quería, se vencieron.

Hace poco celebrábamos aquí la toma de hábito y las profesiones. En cada ceremonia encontramos motivos de júbilo; pero más aún, cuando recordamos los trabajos de una religiosa que ha llegado a los 25 años y a la que ha tocado por voluntad de nuestro Señor ejercitar un apostolado muy fecundo, muy activo, ya que Dios le puso el terreno en que [419] pudiera ejercitar esa actividad. Es motivo de júbilo, sobre todo cuando vemos que se han pasado 25 años de trabajo, de sufrimientos, porque Dios ha querido que no se haga nada que sea para su gloria, sin que cueste sacrificio.

La Madre tuvo que salir en el primer grupo misionero que fue a Japón, llegar a un 247

país extraño, encontrarse con una lengua de la que apenas había recibido pocas lecciones y que casi de nada le sirvieron; pero el Espíritu Santo hizo gala de su poder y sin que ella hubiera podido ir a Tokio para estudiar, logró aprender todo lo necesario, de modo que me sirvió de guía cuando yo fui a Japón. Decía que no dominaba la lengua, pero el caso es que hablaba de un hilo, no le paraba la boca...

De todos modos fue un sacrificio tener que hablar esa lengua japonesa que según dicen, es una de las más difíciles del mundo; tener que establecer un contacto de dos modos de pensar y de sentir bastante distintos, como son los del mundo oriental y occidental; tener que usar de toda la prudencia para no herir, y luego todo lo inherente a las obras del apostolado.

Dios Nuestro Señor ha bendecido esos trabajos. Podemos decir que tenemos floreciente la Misión del Japón. Tenemos Noviciado, profesas de votos perpetuos, ya dos de ellas vinieron a México para hacer sus votos perpetuos y formarse en contacto con una nación donde domina la fe católica.

Allá en cambio no hay sino unos cuantos católicos. Templos budistas y pagodas por donde quiera, pero rarísimas iglesias católicas.

Estas Hermanas deseaban ponerse en contacto con una Nación donde se practicara la Religión Católica y gracias a Dios regresaron a Japón después de haber hecho sus votos perpetuos.

Todo esto tiene su historia, y en esa historia [420] habrá páginas que forzosamente tienen que consagrarse a la M. María del Sagrado Corazón.

Sólo quiero ahora recordar las gracias de Dios, porque estamos ofreciendo el Sacrificio del altar para agradecer sus beneficios a esta alma que supo luchar.

Después la visitó la cruz de las enfermedades y ella tan activa, tenía que imponerse una inacción que hace sufrir mucho al que trabaja por la gloria de Dios.

Nuestro Señor ha querido que todo lo que le dé gloria se acerque a la Cruz redentora, por la que nos viene la gracia insigne del Espíritu Santo. Él quiere que todos los que hagan algún apostolado, lo unan a su sacrificio para que contemplen la gracia de la fecundidad. Ha bendecido nuestros trabajos y espero que lo seguirá haciendo sobre esa base de sacrificio y amor.

Por eso nos alegramos con la M. María del Sagrado Corazón; Dios ha guardado en su Corazón divino los sacrificios que ella tuvo que realizar; los ha consignado en ese libro que será abierto seguramente el último día; y en el cielo, así lo esperamos, va a encontrar a su papacito, que al principio se le puso un poco difícil, pero que fue generoso y al fin cedió. Dios nuestro Señor lo llenó de sus gracias, de modo que la apoyó enteramente y ella tuvo esa grande satisfacción.

Muchas veces los padres de familia se oponen porque creen que no es la vocación de sus hijos, creen que van a sufrir, y los padres se resisten a eso.

Hace poco un papá decía: “¿Qué va a hacer mi hija allí encerrada... a sufrir y nada más...”! Pues que se venga, ya veremos lo que hace... Y así fue, la hija se encontraba tan feliz, que los padres acabaron por decir: “Con razón querías venirte... si 248

pudiéramos, también nosotros nos vendríamos...” [421] Es que nuestro Señor premia los sacrificios de los hijos en la gloria de los padres. Estoy seguro de que la M. María del Sagrado Corazón encontrará en el cielo a su papá muy contento de haberle dado su hija a Nuestro Señor.

Hay que pedir la perseverancia, porque hasta el último momento podemos ser infieles a Dios. En la Habana conocí una anciana religiosa que fue Priora mucho tiempo y después de no sé cuántos años, descubrió que no tenía vocación... al fin salió.

Nadie puede sentirse seguro, hay que pedir siempre a Dios Nuestro Señor el don de la perseverancia, pedir unos por otros, porque si no, a última hora se nos ocurrirá cualquier cosa, comenzamos a pensar que somos indispensables en nuestra casa, que no pueden vivir sin nosotros y quién sabe qué más. Hay que pedir el don de la perseverancia y que todos los sacrificios se vean coronados con una gloria muy grande para nuestro Señor.

Deberíamos inclinarnos con respeto ante aquellos que han gastado su vida en la gloria de Dios; si ya no pueden hacer lo que nosotros, pensemos que lo hicieron cuando pudieron hacerlo, y no creamos que ya no sirven para nada, que ya son cartuchos quemados; es que ya consumieron su vida por Dios.

Demos gracias a la Santísima Virgen porque oyó la súplica que yo le hice aquella vez, pidiéndole una vocación que fuera muy devota de María; en esas circunstancias fue cuando entró la M. Ma. del S. Corazón, entonces la Srita. Narro, buscando visitar a la Inmaculada. La encontró a Ella y me encontró a mí y Dios Nuestro Señor hizo todo lo demás.

Que aumente su amor a María y que siga siendo en el Instituto ejemplo para sus amadísimas Hermanas, de un amor apasionado a Aquélla por la que hemos recibido al Redentor del mundo, La Virgencita de la Encarnación. [422] Voy a seguir el Santo Sacrificio de la Misa con ese colorido de acción de gracias, por las que ha recibido la M. María del Sagrado Corazón y el Instituto por su medio, y todas las personas de su familia, para quienes el sufrimiento de la separación se ha convertido en alegría, en gracias muy especiales aquí en la tierra, y en una gloria muy grande en el cielo, como lo esperamos. ¡ASÍ SEA!

Versitos que repitió nuestro Padre muchas veces el 3 de octubre de 1966, durante la reunión de la Comunidad. (423) A Santa Teresita: (423) Tere.... eres mi madre, ¿cómo no te amaré? hijo de tus dolores ignorados siempre me llamaré!

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Tere... si soy tu padre, ¿cómo no te amaré? hijita de mi cruz sacerdotal ¡siempre te llamaré!

Al Espíritu Santo: (423) ¡Quiero, dulce Huésped ser ascua de tu llama viva! ¡Ven y haz mi alma cautiva de tu estar y de tu hacer! ¡Aspira, hinche a placer mis velas locas por verte, y engólfame de tal suerte, que resulte en la partida un Pentecostés mi muerte, un Pentecostés mi vida! [423]

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ÍNDICE NOTA: el número dentro del paréntesis, corresponde a la página del libro original impreso; el número en el extremo derecho, corresponde a la página del libro capturado en la computadora.

AÑO DE 1960 ............................................................................................................................ 2 RETIRO DE PREPARACIÓN AL PRIMER CAPÍTULO GENERAL EXTRAORDINARIO – MESST (1) .............................................................................................................................. 2 UNIÓN CON DIOS.- AMOR. (1) ........................................................................................ 2 LA HUMILDAD. (8) .......................................................................................................... 6 ESPÍRITU DE AMOR QUE DEBE ANIMARNOS. (14) ............................................................. 9 EL ESPÍRITU SANTO NOS PURIFICA POR LA CRUZ. (25) .................................................. 15 LA CRUZ. (29) ............................................................................................................ 18 LA SANTÍSIMA VIRGEN. (38)......................................................................................... 23 PALABRAS DE NUESTRO PADRE EN LA FIESTA ORGANIZADA POR NUESTRA MADRE LA VÍSPERA DEL CAPÍTULO GENERAL EXTRAORDINARIO. (45) ....................... 27 PROFESIÓN PERPETUA. (46) ................................................................................................ 28 MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS Y PARA PEDIR POR EL NUEVO GOBIERNO DEL INSTITUTO. (51) ...................................................................................................................... 31 DESPEDIDA DE 2 MISIONERAS A JAPÓN: R.M. MA. JOSEFA FOX GARZA Y GLORIA VILLALBA. (54) ........................................................................................................ 32 NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ.- FIESTA DE LA M. R. M. SUP. GRAL. (56) ...................... 34 FIESTA DE LA COMUNIDAD. SANTO DE LA M. R. MADRE. (59) ........................................ 36 CEREMONIA DE VOTOS PERPETUOS. (61) ......................................................................... 37 PROFESIÓN TEMPORAL. (63) ............................................................................................... 38 TOMA DE HÁBITO. (65) .......................................................................................................... 39 CARTA DE NUESTRO PADRE CON MOTIVO DE LAS BODAS DE PLATA DE LA FUNDACIÓN.- LA LABOR SLP. (68) ...................................................................................... 41 AÑO DE 1961 – JUBILAR BODAS DE PLATA MESST .......................................................... 45 FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ PREPARACIÓN A PENTECOSTÉS. (75)........................................................................................................................................... 45 PALABRAS DE NUESTRO PADRE EN LA FIESTA DE COMUNIDAD. (80) .......................... 48 PLÁTICA DE NUESTRO PADRE EN LA MISA DE LOS NIÑOS. (83) .................................... 50 PLÁTICA DEN LA MISA DE LAS MISIONERAS AUXILIARES Y LAS LEGIONARIAS. (86)........................................................................................................................................... 51 PALABRAS DE N. PADRE EN LA FIESTA DE LA COMUNIDAD. (89) .................................. 53 PLÁTICA DE N. PADRE EN LA FIESTA DE LAS MM. AUXILIARES Y LEGIONARIAS. (93) ................................................................................................................ 55 FIESTAS DEL AÑO JUBILAR MESST PLÁTICA DE N. P. STA. MISA. MORELIA, MICH. (97)................................................................................................................................ 58 MISA SOLEMNE (102) ............................................................................................................ 61 FIESTAS DEL AÑO JUBILAR EN PUEBLA, PUE. (109) ........................................................ 65 SANTUARIO DE SAN MIGUEL DEL MILAGRO. (113) ........................................................... 67

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SANTOS EJERCICIOS EN EL NOVICIADO. JUNIO 20 – 28 (117) ......................................... 69 ENTRADA (117) .......................................................................................................... 69 FIN DEL INSTITUTO. LEMA. (120) .................................................................................. 70 FE Y CONFIANZA EN DIOS.- NUESTRO NOMBRE: MISIONERAS. (130) .............................. 76 NUESTRO NOMBRE: EUCARÍSTICAS (138)..................................................................... 81 SOBRE EL DIVINO PADRE (148) ................................................................................... 86 SOBRE EL DIVINO PADRE (155) ................................................................................... 90 EL AMOR A JESÚS. (162) ............................................................................................. 95 EL VERBO ENCARNADO. (169) ................................................................................... 100 ESPÍRITU SACERDOTAL (179) .................................................................................... 105 ESPÍRITU SACERDOTAL (188) .................................................................................... 110 LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO. (198) ................................................................... 116 TRANSFORMACIÓN EN CRISTO. (206) ......................................................................... 120 TRANSFORMACIÓN EN CRISTO. (214) ......................................................................... 126 LA SMA. VIRGEN. (221) ............................................................................................. 130 OBEDIENCIA Y PUREZA. (230) .................................................................................... 135 LA PUREZA. (237) ..................................................................................................... 139 TOMA DE HÁBITO (248) ....................................................................................................... 145 PRIMERA PROFESIÓN. (251)............................................................................................... 147 FIESTA DE COMUNIDAD. (257) ........................................................................................... 150 CARTA A LAS MM. DE PUEBLA. (259)................................................................................ 151 MISA DEL COLEGIO. IGLESIA DEL CORAZÓN DE MARÍA. (261) ..................................... 152 HORA SANTA QUE DIO N. PADRE. CASA DE TECOYOTITLA. (263) ................................ 153 HORA SANTA 8 P. M. TECOYOTITLA (271) ........................................................................ 158 PALABRAS DE NUESTRO PADRE GRABADAS EN DISCO PARA EL 20 DE NOVIEMBRE 1961. (279) ...................................................................................................... 162 HORA SANTA. (281) ............................................................................................................. 164 SANTA MISA EN EL NOVICIADO. (290) .............................................................................. 168 DESPEDIDA DE NUESTRO PADRE. (296)........................................................................... 171 AÑO DE 1962 ........................................................................................................................ 173 TOMA DE HÁBITO. (299) ...................................................................................................... 173 PROFESIÓN. (304) ................................................................................................................ 176 PALABRAS DE N. P. EN SU FIESTA. (309) ......................................................................... 179 DESPEDIDA DE LAS MADRES QUE PARTEN A SANTA CRUZ BOLIVIA. (314) ............... 182 PLÁTICA EN LA CASA DE MORELIA CON MOTIVO DEL ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN. (317) ............................................................................................................... 184 PROFESIÓN PERPETUA. (321) ............................................................................................ 186 XXV ANIVERSARIO – FUNDACIÓN DE LAS MISIONERAS AUXILIARES H. DE LA S. DE MARÍA. (324) ................................................................................................................... 188 PALABRAS DE NUESTRO PADRE EN LA FIESTA QUE HICIERON LAS MISIONERAS AUXILIARES. (329) ........................................................................................ 191 AÑO DE 1963 ........................................................................................................................ 192 PLÁTICA DE N. PADRE EN LA PRIMERA COMUNIÓN DE VARIOS NIÑOS. FAMILIA TORRES A. (332) .................................................................................................................. 192

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PLÁTICA DE NUESTRO PADRE EN LA CRUZ DEL APOSTOLADO. PEREGRINACIÓN DE LAS MESST (336) ............................................................................. 195 ENTRADA DE POSTULANTES. (339) .................................................................................. 196 CARTA PARA NAVIDAD Y AÑO NUEVO. (344)................................................................... 199 AÑO DE 1964. ....................................................................................................................... 201 PLÁTICA EN LA CASA DE PUEBLA. FIESTA DE LA ENCARNACIÓN. (TRASLADADA) (345) ........................................................................................................... 201 PROFESIÓN PERPETUA. (349) ............................................................................................ 204 AÑO DE 1965 ........................................................................................................................ 208 CARTA CIRCULAR. PARA LA FIESTA DE PASCUA. (356 A) ............................................ 208 EJERCICIOS QUE DIÓ NUESTRO PADRE A LOS NOVICIOS M.SP.S. (357) ..................... 209 DOMINGO 28 DE NOVIEMBRE. (357) ........................................................................... 209 LUNES 29 DE NOVIEMBRE. (357) ............................................................................... 209 MARTES 30 DE NOVIEMBRE. (360) ............................................................................. 211 MIÉRCOLES 1°DE DICIEMBRE. (365)........................................................................... 214 DOMINGO 5 DE DICIEMBRE 1965. (383)...................................................................... 226 LUNES 6 DE DICIEMBRE 1965. (388) .......................................................................... 229 AÑO DE 1966 ........................................................................................................................ 233 DESPEDIDA DE LA M. GARCÍA BELINA, DESTINADA A JAPÓN. (395) ........................... 233 TOMA DE HÁBITO. (399) ...................................................................................................... 236 PRIMERA PROFESIÓN. (404)............................................................................................... 239 VOTOS PERPETUOS. (409).................................................................................................. 241 PALABRAS DE NUESTRO PADRE EN LA REUNIÓN DESPUÉS DE CENAR. (413).......... 244 ÚLTIMA PLÁTICA DE NUESTRO PADRE. 25 ANIVERSARIO DE PROFESIÓN DE LA M. MA. DEL SAGRADO CORAZÓN NARRO. (418).............................................................. 247 VERSITOS QUE REPITIÓ NUESTRO PADRE MUCHAS VECES EL 3 DE OCTUBRE DE 1966, DURANTE LA REUNIÓN DE LA COMUNIDAD. (423) .......................................... 249 A SANTA TERESITA: (423) ......................................................................................... 249 AL ESPÍRITU SANTO: (423) ........................................................................................ 250 ÍNDICE ................................................................................................................................... 251

NOTA: El índice del libro original está incompleto, le faltan las pláticas: Transformación en Cristo, p. 214 y Obediencia y Pureza, p. 230.

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