¡DIOS Y LAS ALMAS!
PLÁTICAS Y EJERCICIOS DE NUESTRO PADRE
PABLO MA. GUZMÁN, M.SP.S.
DURANTE EL AÑO 1952
MÉXICO, D.F.
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Consigna de Nuestro Padre para sus hijas M.E.SS.T. en el nuevo año. (1) Enero 4 de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Mientras el alma no llegue a aquella región de la eterna luz, del eterno descanso donde siempre se contempla a Dios en el gozo, en el amor y en la paz del Espíritu Santo, quiere el Señor que, peregrinando en este mundo que es lugar de lucha para conquistar aquella morada de eterno descanso, suframos y batallemos y tengamos horas de luz meridiana y horas de profunda oscuridad. Pero la mano que va guiando los acontecimientos de la historia en la humanidad, es la misma que va gobernando la vida de las almas, sobre todo de aquellas almas que por voluntad divina, por elección divina, quisieron corresponder voluntariamente a esa vocación y se consagraron por completo a buscar la gloria de Dios sobre la tierra. Esa Providencia es delicadamente exquisita. A veces parece que Dios nos ha dejado en manos de sus enemigos, parece que ellos son los que han tenido la victoria; pero en la hora de mayor oscuridad, resplandece el auxilio divino. Por eso, amadas hijas, mientras peregrinemos en este mundo, debemos esperar esas horas de luzy esas horas de oscuridad, pero unas y otras deben ser siempre horas de amor. La vida, decía Monseñor Gay, no es ni un día de fiesta, como afirmaba algún poeta: “un día de fiesta, un día de duelo y la vida pasa en un parpadear…” Monseñor Gay responde: la vida no es día de fiesta, ni de duelo; la vida es un día de trabajo y de amor. Trabajamos, sufrimos, pero trabajamos y sufrimos por amor, porque somos obreros para el cielo, para la eternidad. Yo he considerado, amadas hijas, muy unida [1] siempre vuestras almas a la mía y por eso en mis horas de luz, os tengo presentes y quiero bañaros con esa luz y derramar sobre vuestras almas los divinos consuelos; y también en las horas de oscuridad, de lucha, de dolor, os tengo presentes. Y Dios Nuestro Señor, uniendo tan íntimamente nuestras almas, hace que en unas y en otras horas, estemos muy cerca de Él. Es el secreto de la Cruz; nunca estamos tan cerca de Dios, como cuando sufrimos, cuando sufrimos por amor; por eso Dios, que nos quiere unir fuertemente a Él con lazos indisolubles, quiere que esa unión se realice en el sacrificio. No hay que olvidarlo, es la Cruz de Cristo la que unió el cielo con la tierra. Es la Cruz de Cristo donde se dan cita todas las almas que buscan la unión con Dios; es llevando a esa Cruz la contribución de los sacrificios del hombre, como se alcanza la gloria divina, la salvación de las almas. Dios, amadas hijas, nos ha permitido llegar a un nuevo año, año que, así lo presiento, será de gracias inmensas para nuestras almas, de gracias muy grandes para 2
esta Obra de Dios. La siento tan unida a la gloria del Padre Celestial, que siempre que vengo a contemplar esa gloria como una visión de amor, de paz, aparece la Obra en mi mente, en mi corazón. Por eso, cuando al comenzar este año, elevaba al cielo una plegaria que toda ella se resolvió en una invocación, en un acto de amor, en una súplica, (porque todo esto era) a mi Padre Celestial; en esa hora, junto a Jesús Sacramentado, momentos antes de comenzar el Santo Sacrificio de la Misa, encontré abierta la ruta del cielo. ¡Cuántas veces queremos comunicarnos con el cielo y nos parece -porque la realidad es otra- que el cielo está cerrado, nos parece que nuestra voz se pierde y que no somos escuchados! Es algo que así parece, repito, porque la realidad no es ésa. Dios siempre nos escucha, aun [2] cuando le hablemos en esas horas de tanta oscuridad. Pero en esos momentos, amadas hijas, yo sentía como abierta la ruta del cielo y mi espíritu iba con toda libertad hasta allá, hasta el trono de Dios a encontrarse con la mirada amorosísima de un Padre; y le hablé a ese Padre, -yo no sé si me equivoque,- ¡le hablé como nunca le había hablado! ¡Le hablé, y mi oración quería conmoverlo y en esa oración quería abarcar tantas cosas! Pero sobre todo en esa oración, en esa mirada, estábais vosotras, amadas hijas, no sólo las presentes, también las futuras. Estábais especialmente las presentes, porque sois aquéllas que yo he conocido, que Dios Nuestro Señor me ha dado para que juntos vayamos adelante, buscando su gloria. Si recordáis algo de aquella lectura de unas notas de mis últimos ejercicios, cómo escribía que, pensando ya en esa gloria que quiero darle a mi Padre Celestial, me imaginaba salir, comenzar ese camino, pero comenzarlo solo, como salió Jesús de Nazareth el día en que se despidió de Su Madre Santísima, el día que empezó su predicación y buscó al Bautista y buscó sus primeros discípulos. Él iba solo por los caminos y en ellos encontró las almas que el mismo Padre le había dado para que encontrara su gloria a través de ellas. Yo pienso, amadas hijas que Dios no ha querido que yo dé esos pasos solo, porque me ha hecho la gracia inmensa de poner almas que me comprendan, que sientan como yo, en mi vida sacerdotal. Y esas almas las he encontrado en todas partes, pero Dios quiso de manera especialísima agruparlas aquí en el seno de este Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. Por eso para mí son un don del cielo, LAS AMO COMO SE AMAN LOS DONES DE DIOS, como se ama todo aquello que viene en nuestra ayuda en las horas en-que más falta nos hace! Y en esta hora, amadas hijas, que es mi hora del amor a Dios; en esta hora que siento que el fuego del amor divino me abrasa por completo y me im[3]pulsa a levantar 3
el vuelo para buscar por todas partes, de una manera especial la gloria de mi Padre del cielo; en esta hora, he querido ponerme cerca de vuestras almas para que participen de ese mismo apostolado sacerdotal, para que lo sostengan, lo alienten. ¡Vosotras no os imagináis, amadas hijas, lo que Dios hace a través de vuestras almas en mi labor sacerdotal! ¡Es el secreto de lo divino a través de lo humano! ¡Cuántas veces, una palabra vuestra, aquello que yo sé que existe en vosotras, o un sufrimiento o una alegría, me lleva, me une más a Dios, o para darle gracias por aquellos favores, o para implorar el remedio de vuestras necesidades! Me he sentido muy acompañado, vosotras lo sabéis, porque es muy difícil guardar secretos cuando se ama y cuando se vive esa vida de familia. Vosotras sabéis que el día en que resolví darme por completo a Dios, abrazando la vida sacerdotal y ya en mi corazón la vida religiosa al mismo tiempo, porque nunca las separé, siempre que pensé en ser sacerdote pensé en ser religioso, -le dije al Señor: ¡Señor, yo me entrego completamente a Ti, pero te pido que me des muchas almas, porque quiero darte inmensa gloria!... Y esas almas vinieron, primero en mi mente, en mi corazón, como una promesa, como una esperanza. ¡Cuántos años pensé en vosotras, amadas hijas, antes de conoceros! Estaba solo y no me sentía solo; sentía, como dice Sor Isabel de la Trinidad en alguno de sus escritos,- que mi alma estaba habitada. Desde luego sentía que la llenaba la grandeza de Dios y el amor de Dios; pero ante ese Dios que me amaba y al que yo debía amar, no me sentía solo, me sentía acompañado. ¡Entonces no os conocía; pasaron los años, vinieron las pruebas, y cuando parecía que el hombre estaba completamente crucificado, esperando la muer[4]te, encontré la vida y cuando abrí los ojos, os encontré a vosotras! Por eso, amadas hijas, mi gratitud para Dios es muy grande y también mi gratitud para vosotras, por que si de cualquier alma que hace algo por la gloria de Dios yo me siento deudor, si cualquiera que búscala gloria de Dios tiene mi simpatía y mi admiración, ¡cuando ese alguien que busca tal gloria es algo MÍO, porque Dios me lo dio, entonces el gozo de mi alma es incomprensible! Yo quisiera que estas cosas las sintiéseis también vosotras, porque, amadas hijas, todas habéis hecho también sacrificios en vuestra vida; también tuvísteis sufrimientos para realizar vuestra vocación; en una o en otra forma la cruz os vino a visitar, soy confidente y guardo los secretos de vuestras almas y sé cuál es la cruz que Dios Nuestro Señor os ha dado; pero sé que esa cruz se convierte en gloria que ya está recibiendo nuestro Padre Celestial. Y pienso, amadas hijas, pienso en un futuro en que se multiplicarán las almas, se sumarán los corazones para hacer el amor más intenso, para buscar una gloria más grande a la Trinidad Santísima, a nuestro Padre que está en los cielos. ¡Qué dicha sentiros inundadas, bañadas en la mirada del Padre y colocadas en 4
lo más íntimo del Corazón de Cristo, y protegidas y amparadas por el amor del Espíritu Santo y también bañadas por su luz, protegidas en el Corazón Inmaculado de María, formando parte todos nosotros de aquel Corazón que vino a la tierra, -diré para hablar con un término muy usual nuestro,- con la ilusión divina de darle gloria al Padre Celestial! ¡Qué dicha que así como yo desde lo alto de mi cruz os encontré a vosotras, Jesús, al levantar sus ojos al cielo y contemplar la faz del Padre en la hora de su agonía, y al consumar su carrera y sentir su Corazón traspasado por una lanza, abrió sus ojos y allí nos encontró a todos, a todos los que tenemos la dicha de participar de sus mismos sentimientos! ¡Qué felicidad haber sido atraídos por la mirada [5] de Jesús agonizante, para la gloria de nuestro Padre Celestial! Por eso, amadas hijas, vocaciones que se compran así, vocaciones que vienen del cielo, es imposible que los hombres las pierdan, las hagan desistir. Nos harán sufrir y llorar porque somos débiles y no podemos soportar el dolor; pero nunca lograrán cambiar nuestras intenciones que son ¡buscar la gloria de Dios y trabajar por la salvación de las almas! Ahora, amadas hijas, vivid especialmente unidas a Dios. Vamos a implorar la luz del cielo para encauzar en una forma más y más sólida la vida de esta Obra, que por ser tan amada de Dios, tiene que provocar la ira de sus enemigos, pero que también es esperada con ansias por tantas almas que Dios tiene preparadas en tantos lugares, para luchar por la gloria de la Trinidad Santísima y de María, la gran Madre de Dios. Vivid, amadas hijas, como corresponde a las almas predilectas, en sencillez y en humildad, pensando que Dios es bueno, que su misericordia es infinita y se manifiesta lo mismo cuando nos perdona nuestros grandes pecados, que cuando nos concede sus grandes gracias. ¡Qué bueno, amadas hijas, que anticipé mi venida para anticipar también esta hora que yo quería tener cerca de vosotras! Ese día, el último del año, hablaba yo entre almas buenas que buscan la gloria de Dios; pero ¡qué queréis! no erais vosotras... no sentía yo aquellas almas como siento las vuestras. ¡Por eso volvía mis ojos al cielo y allí, entre el Padre Celestial y mi alma, estábais vosotras! Este fue un consuelo del Padre Divino para mi alma, que, como vosotras comprenderéis, por ser sacerdotal, tiene que llevar las penas de otras muchas almas. Así como Cristo sufrió todo lo que sufriremos todos a través de los siglos, así también el [6] sacerdote ha de sufrir lo que sufren las almas ligadas a él; pero también conviene que goce lo que gocen. Cuando vosotras sufrís, amadas hijas, ya ni lo preguntéis, tened la seguridad que ese sufrimiento va directamente a mi alma; y cuando gozáis, también. Lo he comprobado: muchas veces os veo alegres y me siento alegre; os veo 5
tristes y me siento triste. ¿Qué será esto? Dios sabe... son esos vasos comunicantes que existen. Por eso cuando me he sentido muy cerca de Dios, cuando me he sentido bajo la mirada amorosísima del Padre, quiero teneros presentes a vosotras, porque si vuestras tristezas y alegrías afectan mi alma, estoy seguro de que las gracias y alegrías de mi alma serán vuestras propias alegrías. Ya os he visto renacer después de haber recibido esas gracias de Dios. Contemplo vuestras almas y aparentemente las cosas siguen su curso, pero en realidad todo cambia; ese cambio vino del cielo. ¡Cómo debemos estar comunicados con el cielo! Yo quisiera que este año fuera,- y es LA CONSIGNA OUE OS DOY, DE UNA ÍNTIMA UNIÓN CON DIOS. QUE SE LO CONSAGRÉIS POR COMPLETO A NUESTRO PADRE CELESTIAL, Aquél de quien procede todo don perfecto. En vuestras horas de tristeza, levantad los ojos al cielo, contemplad al Padre y sentiréis consuelo. En los viajes, en las ocupaciones, en los trabajos, levantad el corazón y contemplad al Padre. En los últimos años de su vida, nuestro venerado Padre Félix acostumbraba hacer lo que él llamaba "LA HORA DEL PADRE", dedicada a hablar especialmente con el Padre Celestial, y eso en cualquier parte donde estuviera. Era una hora especial, aunque toda su vida estuvo dedicada al Padre Celestial. Pues yo quisiera que este año fuera una cadena de horas de amor a nuestro Padre Celestial y que para ello os situárais junto a la Cruz de Cristo, en el altar, para llevar allí todo el amor y todo el sacrificio. [7] Y quiero, amadas hijas, que esta misma consigna la paséis a todas las casas lo más pronto que sea posible, (que lo oiga la taquígrafa...), para que no falte ni un minuto. Y mientras llega la consigna, con mucho amor, con mucho entusiasmo, con alegría de espíritu que no tiene que ver nada con las miserias de la vida, tengamos nuestros ojos siempre levantados al Padre. Cuando esto hagamos, amadas hijas, ¿qué podemos esperar? Dijo el Señor: "Si un padre no le da piedras a sus hijos cuando le piden pan, ¿qué hará vuestro Padre Celestial cuando le pedís cosas buenas, cuando le pedís su Espíritu?"... Nos lo dará, sí nos lo dará en abundancia, y ese Espíritu nos dará la rectitud y nos conducirá por los caminos más cortos a Dios. ¡En Dios he puesto toda mi confianza, descanso en Él y no seré confundido! ¡Desde el Corazón Inmaculado de María, a través de sus ojos, con la mirada misma de Jesús, comencemos nuestro AÑO DE AMOR AL DIVINO PADRE, nuestra mirada al Padre, nuestro corazón al Padre! ASÍ SEA.
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Plática de Nuestro Padre en la reunión de comunidad.-Puebla.Fundación de la nueva Casa. (8) Febrero 2 de 1952. Muy amadas hijas: Quisimos que no se pasara el día sin esta reunión, para que no se pasara la fecha sin festejar el día de las almas víctimas, el día de los ofrecimientos, y quizá por eso, el día en que el cielo derrama muchas gracias sobre la tierra, sobre todo en esas almas que por vocación divina y por instinto divino, buscan la vida de abnegación y sacrificio como es la vida consagrada a Dios; la vida de apostolado,y todavía más, la vida que quiere realizar el ideal supremo del Corazón de Cristo, el que tuvo presente en cada uno de los pasos que dio [8] cuando estuvo en la tierra, en el silencio de Nazareth, en su vida pública, en la hora llena de emociones de su Eucaristía y Sacerdocio, en la hora de su agonía y en la hora de su muerte, o sea la gloria del Padre Celestial. No hay nada más grande ni puede concebirse ninguna misión más delicada que ésta. Esa tendencia. Dios la deja en quien quiere; por eso para nosotros este día debe ser muy grande; es el día de las inmolaciones voluntarias, el día en que debemos unirnos con Cristo en el altar, para ofrecernos a la gloria del Padre. Eso es lo que, interpretando vuestros propios deseos, hice esta mañana en el Santo Sacrificio de la Misa, sintiéndome una vez más el padre de vuestras almas; os ofrecí y me ofrecí en unión vuestra con Cristo, por manos de la Santísima Virgen, a la gloria del Padre Celestial. Os decía hace poco en México, que este año lo debemos consagrar al Divino Padre. Ha pasado el primer mes lleno de bendiciones; han comenzado a brotar semillas que indican la fecundidad, una gran fecundidad para este año. Hemos entrado al segundo mes, y yo quisiera que nos fijáramos más en el pensamiento de que es el año del Padre; que veamos más al interior y nos ofrezcamos en unión con Cristo a la gloria de ese Divino Padre; que busquemos con nuestra mirada interior a cada momento, la faz del Padre. Nunca, amadas hijas, había sentido tanta seguridad en mi vida como ahora; quizá fueron los sacrificios que Dios pidió durante los años precedentes, para poder llegar a estas alturas en donde, contemplando la faz del Padre, se siente la seguridad máxima. Yo me siento seguro, no con la seguridad del que presume de sus propias fuerzas, sino con la seguridad del pequeño, del niño, que se siente amado y protegido por su padre bueno y poderoso. Me siento seguro de vosotras, me siento seguro de la Obra, porque la he sentido claramente en Dios y sé que vosotras comprendéis algo siquiera de la grandeza de la Obra. Son esas palabras que se expresan en conversacio[9]nes, en cartas, artículos, 7
en alocuciones como la que acabamos de oír, en donde se aprecia el don de Dios. Pero, amadas hijas, la Obra es más grande que todo eso. Es la obra suprema, la más amada de Cristo, la que Él realizó y que nosotros queremos ahora realizar. Y como Dios, al escoger a un alma para su ser vicio, le da las gracias, podemos contar con ellas. Así pues, nunca tengamos en cuenta nuestra insignificancia para las cosas que vamos a hacer. Confiemos en los méritos de Cristo, en su pasión santísima, en su muerte. Tengamos la seguridad de que siendo una obra querida y aceptada por el Divino Padre, Él le pondrá el sello de perfección. Os hago una invitación, amadas hijas, para intensificar vuestra vida interior. Quisiera que os devorara el celo por la gloria de Dios, pero a través de una vida interior muy profunda. Quisiera que vosotras, todas, tuviérais el don de la divina contemplación, la unión más íntima con Dios. Esa es la gracia que debo alcanzaros; ésa es la herencia que quiero dejaros, el secreto de saber conversar con el cielo, el don de oración. A eso tienden mis esfuerzos. Porque las obras exteriores deben brotar de almas enamoradas de Dios que buscan la acción como un medio de difundir lo que han contemplado y el fuego ardiente que las abrasa. Y creo que Dios Nuestro Señor va a conceder en esta Casa, esa gracia especial, porque si cada una de las Casas del Instituto, dentro del mismo espíritu, debe tener un sello especial, creo quela Casa de Nuestra Señora de los Santos Ángeles y Santa Inés dará grandes consuelos al Corazón de Cristo; dará inmensa gloria al Padre Celestial. Yo vine aquí muy sediento de darle gloria a Dios, y encontré almas; y aquí, precisamente, encontré a aquella alma que Dios Nuestro Señor quiso tomar como Madre, como Fundadora, para dejar sobre ella el peso de la Obra. Después vinieron otras; [10] pero aquí fueron los principios. Aquí en la Iglesia de la Santísima, tuve la inspiración del nombre que debíais llevar y del lema que debíais tomar. Aquí sentí el fuego ardiente que me hizo predicar el amor al Divino Padre, para infundir ese espíritu en las almas en quienes Dios veía ya a las futuras Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. Creo que Dios bendecirá de una manera especial aquí la Obra; creo que si aquí fue la cuna, ha de seguirla bendiciendo y regalando con nuevas almas. Entonces demos gracias a Dios por todos los favores que nos hace y procuremos con todo empeño, intensificar la vida de unión con el Señor, la vida de unión con la Santísima Virgen. Os felicito por vuestra vocación y de una manera especial a la Muy Reverenda Madre, porque entiendo que esta fundación es un don de Dios especialmente para ella, para vuestra Madre. Debo terminar porque el tiempo apremia y sería interminable si quisiera deciros todas las cosas que esta fundación me ha hecho pensar. Siento que cada una de vosotras responde a lo que Dios desea. Confiados 8
únicamente en Él, vamos a comenzar nuestros trabajos en esta Ciudad de Puebla, teniendo la seguridad de que Dios estará con nosotros. Contamos con la ayuda de los Santos Protectores del Instituto y de aquellos grandes amigos de la Obra que tenemos en el cielo: nuestro Padre, Monseñor Márquez, etc. Contamos con la protección de los Santos Ángeles y Santa Inés, a quienes consagramos la nueva Casa. Alegrémonos en el Señor y démosle gracias por que una vez más ha demostrado que su misericordia es infinita. AMÉN. [11]
Primera exposición del Santísimo Sacramento en la casa "Nuestra Señora de los Santos Ángeles y Santa Inés". Puebla, Pue. (12) Febrero 3 de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: La palabra que siempre debiera estar en nuestros labios y en nuestro corazón es la palabra del agradecimiento, porque en verdad la misericordia de Dios es infinita y nunca hubiéramos encontrado el modo de poder tributarle a la Divinidad esa acción de gracias, si no la hubiera realizado el mismo Cristo al ofrecerse como una Hostia de acción de gracias el día en que se inmoló en la Cruz, y después cuando ha seguido ofreciéndose por nosotros en los altares. En presencia de Dios, ante las perfecciones infinitas del Señor, lo primero que hacemos es adorar su Divinidad, rendirle ese homenaje supremo de reconocimiento a su grandeza infinita. Nos admiramos de esa grandeza y resolvemos nuestra adoración en un acto de amor, pero de amor intenso, de ese amor que, llegando a sus más altos quilates, se convierte en adoración; de ese amor que, llegando, como alguien ha dicho, al supremo éxtasis, se convierte en adoración perfecta. ¡Qué dicha para nosotros, amadas hijas, haber encontrado en nuestra vida a Dios y haberlo encontrado no como un ser indiferente, desconocido, sino como el objeto supremo de nuestro amor! ¡Qué dicha haber encontrado a nuestro Creador, a nuestro Padre, a nuestro Amigo! ¡Haber encontrado en Dios el objeto supremo de nuestra felicidad! Es para nosotros una dicha inmensa porque nadie se acerca a Dios sin recibir el influjo bienhechor de ese Padre, que se traduce todo en amor, en gracias, en bendiciones para las almas. Hace mucho tiempo, amadas hijas, encontramos a Dios. Nuestras almas se prendaron de El a tal grado, que quisieron dejar todas las otras cosas [12] por su amor, ansiosas, tal vez sin saberlo, de realizar un anhelo divino, el anhelo de rendirle a la Trinidad Santísima la perfecta adoración. Quisimos dejar todas aquellas cosas que fueran un obstáculo a esa entrega, a la consecución de ese ideal, y podemos tener la seguridad de que si nosotros hemos sido 9
fieles al amor de Dios, Dios no nos deja, Dios puede ocultarse; pero entonces no se va, entonces está realizando en nosotros la obra grandiosa de su amor: aumentarnos la fe, acrecentar en nosotros la esperanza, perfeccionar en nosotrosla caridad. Allí está, prendado de nuestras almas, queriendo llevarlas hasta lo último, porque el que ama quiere estar con el Amado, y si la vida eterna ha de ser el coronamiento de la temporal; si la vida eterna ha de ser la continuación de esta vida que ahora vivimos, quiere decir que ya en la tierra estamos obligados a vivir la vida del cielo, es decir la vida de unión con Dios, la vida de amor. Sólo que aquí en la tierra todavía debemos caminar a la luz de la fe, alentados por la divina esperanza, pero encendidos ya en la perfecta caridad. La caridad no debe faltarnos nunca, y esa caridad es la que se va perfeccionando en el trato conDios. DEUS CARITAS EST... Dios es caridad, y cuando nosotros nos unimos a Dios, también nos convertimos, digamos así, en caridad. Esa caridad que es la amistad divina con nuestras almas, debe crecer, debe perfeccionarse, ya que Dios no quiere que salgamos de este mundo sin realizar esa caridad en su mayor perfección. De ahí que todas las cosas que Dios dispone en nuestra vida, están ordenadas a perfeccionar en nosotros la caridad. Con este fin se manifiesta a nuestras almas, las deslumhra con su hermosura. Con este fin se oculta también a veces, para provocar en nosotros el deseo, para acrecentar más y más nuestro amor, para perfeccionar más ese espíritu de fe que debe animarnos a nuestro paso por la vida. "Justus meus ex fide vivit..." “mi justo vive de fe”, dice el Señor. Esa fe, alentada por la caridad, [13] es la que nos ha hecho emprender grandes cosas por la gloria de Dios. Porque ¿no será aquello que se estima en gran manera, lo que provocalos sacrificios más grandes, y digamos de una vez, la inmolación total, la entrega perfecta? ¿Cómo podríamos consagrar nuestra vida a Dios si no creyéramos en El, si no tuviéramos un altísimo ideal?; y ¿cómo puede concebirse que se realicen estas cosas sin llevar ya un gran amor, una gran caridad en el alma? es la que nos ha hecho emprender grandes cosas por la gloria de Dios. Hermosa es esa entrega, hermoso es ese acto de caridad; pero todavía está llamado a perfeccionarse, a crecer. El trato, la intimidad, ciertamente acrecientan el amor, y cuando se sacrifican todas las cosas que pudieran resfriar esa caridad, cuando se tiene siempre el cuidado de dar gusto al Amado del alma, de darle gusto a Dios, entonces ¿cómo podríamos suponer que nuestra vida se fuera a estancar, que no fuéramos siempre adelante en esa feliz entrega, en la consecución de ese soñado ideal de perfección? Que sirva esto, amadas hijas, como un consuelo a nuestras almas, cuando Dios nos retire los consuelos sensibles, cuando no sintamos esos efectos de la gracia en nuestros corazones, cuando Dios se complace en ocultarse a nuestros ojos. Que sirva esto para estimularnos siempre, porque mientras no rompamos esa 10
amistad - y de ninguna manera queremos hacerlo ni suponerlo - debemos permanecer tranquilos si nuestra conciencia no nos dice que hemos faltado voluntariamente a nuestros compromisos. Debemos seguir adelante. Con la ayuda divina, nunca romperemos esa amistad íntima que nos une a Dios. Si precisamente se tienen penas, dolores profundos en el alma, a la sola sospecha de que el Amor infinito pudiera tener algo en contra nuestra; a la sola idea de que pudiéramos haberlo ofendido en algo, de que pudiera haberse resfriado la caridad!... Dios ha querido, amadas hijas, tener un nuevo trono de amor, un nuevo sagrario, una nueva [14] custodia, un nuevo altar en donde ofrecerse a la gloria del Padre, según el espíritu del Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. Debe considerarse como un día de grandes bendiciones para el Instituto y para esta ciudad el día de hoy en que comienza la adoración del Santísimo Sacramento. Ojalá, amadas hijas, que Jesús encuentre siempre al pie de este altar almas verdaderamente eucarísticas, almas verdaderamente sacerdotales, almas verdaderamente víctimas, víctimas de amor, es decir, almas que realicen su vocación por la cual dejaron el mundo para buscar la gloria de Dios y el amor infinito. Ojalá que en cada una de las adoraciones que Jesús reciba en este nuevo trono, reciba grandes consuelos también y contemple la gloria de Su Padre. Que maduren aquí, en Su presencia, esas almas que El quiere ofrecer a la gloria del Padre. Que se transformen en este altar esas hostias que El quiere ofrecer al Padre, y que el fuego que llegue a las almas desde la hostia en este trono de amor, vaya a dífundirse a otras almas a través de las vuestras. Dios, amadas hijas, no quiere únicamente un centro más de educadoras; lo que El quiere es un centro más de apostolado, de vida espiritual, de amor divino, de amor a la Santísima Virgen. Y para eso os acercará a las almas, y para eso vosotras iréis en pos de las almas. Esta ha sido, amadas hijas, la voluntad divina al querer este nuevo oasis de la Santísima Trinidad: la glorificación de esa Trinidad Beatísima, la perfección de innumerables almas. Debe ser esta casa un foco de caridad sacerdotal; aquella caridad que del Corazón sacerdotal de Cristo vaya a vuestros corazones y de los vuestros, a todos los corazones sacerdotales. Es indudable que sólo por ahí viene la salvación, acercarnos al altar, volver nuestros ojos a la Cruz de Cristo, recoger de esa Cruz los grandes tesoros que encierra; recoger de la Sma. Virgen los tesoros preciosísimos de su amor sacrificado, los tesoros de Su Corazón Virginal. [15] Pensaba yo en la mañana, al hacer la Homilía de este domingo, cómo todas las almas que se acercaron a Jesús, que supieron descubrir en El al enviado de Dios, a Dios mismo, recibieron las grandes bendiciones. Los que encontraron a Jesús, siempre encontraron el perdón y el consuelo, y no le importaba que quien se acercara a El fuera un gran pecador; lo que importaba es que 11
se tuviera fe en El, y por eso, ante aquella petición del leproso que pide su curación, ante aquel gran acto de fe del Centurión, ante aquella mirada amorosa que era una súplica de la Magdalena, Jesús derramó gracias; no se aprovecharon de El los que no quisieron seguirlo, los que Lo desconocieron. Vosotras, amadas hijas, encontrasteis a Jesús en el camino de vuestra vida, y bendito sea el Señor que no pasó desapercibido para nuestras almas cuando Lo invocamos, quizá para pedirle como le pidieron los discípulos en el Lago de Tiberíades, que los salvara. Quizá para preguntarle como uno de los discípulos: Maestro, ¿dónde habitas? atraídos ya por aquella fuerza irresistible de su amor, provocando esa pregunta la respuesta del Maestro: “Ven y sígueme...” Quizá para ofrecerle con la generosidad de nuestros corazones la plenitud de nuestro amor, para vivir con El y vivir eternamente. Ojalá que tantos medios que Dios ha puesto en nuestras manos, los sepamos aprovechar. Dios, amadas hijas, nos ha llenado de bendiciones y de gracias; y todas estas cosas son una consecuencia natural del amor que El nos tiene, y ¿por qué no decirlo? son también el resultado de nuestro amor a Dios. Que siempre sigamos así con esa mutua donación, en ese recibir y en ese dar; y puesto que no somos nosotros los que tenemos que marcar a Dios sus cariños, sino sencillamente entrar por los que El nos señale, debemos estar dispuestos a hacer siempre y en todo su divina voluntad. Por eso os decía que si hacemos de nuestra vida un acto contínuo de amor de Dios, si hacéis de [16] vuestra casa un foco de amor divino, tendréis el entusiasmo para llevar a otras almas ese amor y acercarlas al seno amoroso de Dios. Que nuestro Padre Celestial reciba la adoración que deseamos ofrecerle en unión con Cristo, y que la Santísima Virgen María sea compañera inseparable en el Cenáculo de nuestras almas, donde se consagre la Hostia del sacrificio, donde se reciba la plenitud del Espíritu Santo. Sea esta adoración un acto de amor, una acción de gracias por todo lo recibido y por todo lo que esperamos recibir. Sea un acto de reparación por las ofensas al Amor infinito, y sea una humilde petición, una confiada petición para que la Obra pueda cumplir el destino que Dios le ha trazado en esta ciudad y en esta Diócesis; para no defraudar los deseos de la Iglesia, las esperanzas de sus sacerdotes, las esperanzas de las almas. Vivamos tranquilos, amadas hijas, Dios es el Dios de la paz; vivamos tranquilos porque El está con nosotros, porque El lo hará todo. Lo único que nos pide es amor y buena voluntad en su servicio. Tenemos en nuestro auxilio la gracia del Espíritu Santo, la Sabiduría del Verbo, la ternura infinita del Padre, los cuidados de la Santísima Virgen y de los Ángeles del cielo. ¿Por qué inquietarnos entonces? No consintamos esa tentación, rechacémosla inmediatamente; vivamos en la paz de Dios, vivamos en el trabajo, en el sacrificio, pero 12
siempre en paz, porque sabemos que hacemos la voluntad de Dios, porque si sufrimos, sufrimos por El y por su gloria. Con razón dice San Pablo que todo coopera al bien del que ama a Dios. Amémosle con todas las fuerzas de nuestra alma y todo cooperará a la gloria de Dios que es nuestra propia gloria. Así sea. [17]
Fiesta de la Anunciación. (18) Marzo 25 de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: El misterio que hoy celebra la Santa Iglesia es el misterio central del Cristianismo, es el misterio que permitió al mundo ver realizadas las esperanzas del paraíso después de la caída. Es el primer ofrecimiento del Verbo, es el primer acto de adoración de Aquél que había de ser el primero en adorar al Padre en espíritu y en verdad. Es la glorificación plena de la Santísima Trinidad, a través de aquella Alma Inmaculada de María. ¡Quién pudiera penetrar a esa Alma y contemplar allí y sentir lo que Ella contempló, lo que Ella sintió! En un silencio profundo, el silencio del éxtasis supremo de la unión con Dios, la Santísima Virgen fue el teatro de estas operaciones divinas. Ella, en la sencillez de su Corazón, en la pureza de Su alma, contempló en esta hora y en este día la gloria del Padre; contempló aquel cuadro que le había de ser familiar a lo largo de su vida y en el que Ella tomaría una parte principal; aquel anonadamiento del Verbo ante su Padre; aquel amor, amor nuevo, amor purísimo, amor divino que se ofrecería ya en la tierra a través de un corazón humano, de un alma humana. A la mirada de Cristo, mirada de infinita ternura con que contempló a su Padre, se unió desde entonces de una manera especialísima la mirada de la Santísima Virgen. Pero este día es también el día del Sacerdocio de Cristo, porque, como sabemos, la unción sacerdotal de Cristo se realizó en el momento mismo de la Encarnación, al unirse la naturaleza humana y la divina en la Persona del Verbo. Se realizó también ese misterio de amor, del Sacerdocio de Cristo. [18] Por eso este día es el día sacerdotal por excelencia. Habrá otro día, pronto lo vamos a conmemorar, el Jueves Santo, en el que oficialmente Jesús instituyó el Sacerdocio, aquél que quería comunicar a sus ministros; pero al encarnar Jesús, en cierto modo encarnamos en El todos aquéllos que habíamos de compartir su Sacerdocio y tuvimos la dicha de ser mecidos en la misma cuna, de recibir las mismas miradas de amor y también de ofrecer los mismos actos de amor, amor al Padre en el Espíritu Santo, unidos al Verbo.
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Hoy, por tanto, es también el día de las almas sacerdotales, de aquéllas que por un secreto designio de la Providencia, han sido llamadas a cooperar con Cristo en una forma más íntima a la gloria del Padre Celestial. Por eso en este día en que una de vosotras hará su entrega total y perpetua a Dios Nuestro Señor y otras renovarán sus votos, verdaderamente han encontrado un modo perfecto de unirse a la Santísima Virgen en su gloria y en su alegría. Fue el grande ofrecimiento del Verbo, fue el grande ofrecimiento de María: Ecce ancilla Domini... es el grande ofrecimiento de estas almas! ¿Qué más puede darse cuando se da la vida? ¿Qué más puede darse cuando se ponen cadenas, pero cadenas de amor que atarán perpetuamente a las almas con Dios? Cadenas que quieren ser como una garantía de esa pobreza, de esa castidad, de esa obediencia; que no son otra cosa sino modos de manifestar aquella ansia de amor, de unión, que existe en las almas y que quiere hacerse más íntima, quitando todos los obstáculos que impiden esa unión? Desprenderse de todo afecto que no lleve el sello de Dios, y por otra parte divinizar sus afectos, sus amores... ¡Cuánto debe respetarse el amor de estas almas consagradas a Dios, porque es un amor que recibió el sello de lo divino! En ellas puede darse lo que de sí mismo decía San Pablo: ¡VIVO, PERO NO SOY YO QUIEN VIVE, ES CRISTO QUIEN VIVE EN MI!.. En la Comunión sacramental nos unimos todos los días con Cristo; pero no es el único modo de unión; también nos unimos por el amor, por la adora[19]ción, y mientras esa adoración es más íntima, la unión también es más estrecha; todo aquello que sublima el amor, intensifica la unión,y cuando se quitan obstáculos que impiden el triunfo del amor, entonces se ha sellado ese perfecto amor; hay almas que son como sagrarios vivientes en donde nunca se oculta ese sol divino de la Eucaristía en donde Jesús, el Verbo Encarnado, mora siempre como en un trono de amor. Allí está y allí le adoran los Ángeles. Estas almas son como sagrarios ambulantes, de manera que no un Ángel, quizá legiones de Ángeles las acompañan, todos aquéllos que adoran al Verbo viviendo en tales almas. Es aquello que Sor Isabel de la Trinidad quería expresar cuando hablaba al cielo, cuando hablaba al Verbo para que viniera a ella a obrar una especie de encarnación. Es, amadas hijas, lo que el Verbo vino a buscar a este mundo, esa unión con las almas; no vino a buscarlas para estar un momento con ellas y dejarlas, el amor no sufre ausencias, quiere la unión y la unión perfecta. Por eso el que no trabaja por realizar este ideal del amor divino, ha dejado su vida incompleta. Es tan necesaria esta vida de unión con Dios, es tan necesario atender a los reclamos del amor infinito, que hay que sacrificar todas las cosas que a él se opongan. ¡Feliz aquella alma que pueda asegurar que el Verbo de Dios está en ella y con el Verbo el Padre y el Espíritu Santo! Estas almas son cielos en la tierra, son centros de luz, irradiaciones de amor. ¡Felices ellas! Y qué falta hacen en el mundo, son como un consuelo, una alegría para todas 14
las que, llenas de preocupaciones y sumidas en la oscuridad, piden un rayo de luz, piden quien venga a encenderlas en el fuego divino y a descubrirles horizontes insospechados. No es de extrañar esta maravilla en las almas poseídas de Dios, porque precisamente repro[20]ducen en ellas la vida de Jesús, y como de Cristo se dijo que pasó por el mundo haciendo el bien y sanando a todos, así también estas almas privilegiadas pasan por el mundo haciendo el bien,alegrándolo con su presencia que no es otra que la presencia misma del Dios que llevan en su alma. Esta, amadas hijas, es la necesidad más grande de todos los tiempos. Por eso cuando hay almas que se congregan para honrar a Dios en esa forma y se enamoran del misterio de la Encarnación, dan inmensa gloria a la Santísima Trinidad; ¡cuántas esperanzas de redención, de gloria a la Santísima Trinidad! ¡Cuántas esperanzas de santificación en esas almas que se desviven por alcanzar la unión perfecta, estrecha con el Verbo Divino! Es el camino que Dios os ha trazado, amadas hijas, ¡seguidlo! Vosotras, las que vais a hacer votos, dad en la alegría de vuestro corazón todo lo que vuestro amor ha querido ofrecer a la Trinidad Santísima, por medio del Corazón Inmaculado de María. Seguid adelante, amadas hijas, con aquella serenidad de la Santísima Virgen en medio de sus grandes dolores. Ella sufría, Ella contemplaba la pasión íntima de su Hijo; pero por encima de todo, sus ojos estaban levantados al Padre, contemplaba la gloria de su Padre y ésa era la alegría que endulzaba todos sus dolores. Siempre en la serenidad, siempre en la paz. Vosotras podréis tener luchas, tentaciones, sufrimientos, esto es de explicarse porque en el mundo se vive en la lucha; pero eso es secundario, lo principal es conversar con Dios, contemplar a Dios, buscar la gloria de Dios. Allí no entra el dolor, ni las lágrimas, porque nada de eso hay en el cielo; y esas regiones elevadas del espíritu en donde contemplamos a Dios, ya pueden decirse el cielo. Por eso Dios exige a las almas que conserven la paz, Dios quiere la paz, la paz divina, no la paz de los muertos, no la paz de esas almas que creen tenerla, pero que en relidad no la conocen porque están lejos de Dios. [21] En la paz, amadas hijas, en la tranquilidad, en la serenidad y alegría del espíritu, en el gozo del Espíritu Santo, seguid vuestra misión; que sea como hasta el presente, una de las características de vuestra santa vocación. Esa alegría, ese gozo que no necesita de las cosas bajas de la tierra para poder alimentarse, que no busca el estímulo de bajas pasiones, que es puro y viene del cielo y se da y se comunica a las cosas de la tierra. Felicitemos en este día a la Santísima Virgen de la Encarnación; consagrémosle una vez más este pequeño Instituto al que Ella, en sus amorosos designios, ha querido dar un impulso tan grande. Solamente Dios, en su divina voluntad, que reparte los dones como quiere, 15
puede disponer todas las cosas de este modo. Yo, amadas hijas, estoy asombrado y profundamente agradecido de todo lo que Dios ha hecho por nosotros: quizá por eso ha querido que seamos pequeñitos, pobres, humildes, para que sintamos más la protección divina. Por eso, cuando se trata de vocaciones para el Instituto, lo único que me importa es que Dios las mande, porque en esa vocación viene todo, vienen las gracias. No vamos a convertir al mundo, a tocar las almas, con nuestra inteligencia, con nuestras cualidades y dones naturales. No, ya lo sabéis no somos nosotros, es Dios en nosotros quien lo tiene que hacer todo. Así, lo primero es que Dios lo quiera, El mismo lo hará. Pidamos en este día a la Santísima Virgen de la Encarnación, que nos mande más almas porque así como el Verbo al encarnar, vino sediento de almas para gloria de su Padre, esa sed, al comunicarsenos el Verbo, se nos da intensa, abrasadora, verdadera sed de almas. Tenemos almas, pero queremos más. DIOS Y LAS ALMAS. Allí está el camino que deseamos recorrer, el ambiente en donde debemos movernos. Que Dios Nuestro Señor nos bendiga. Que este día sea de grandes gracias para el Instituto y que esta fiesta que con tanto amor celebramos en honor de la Santísima Virgen, sea el homenaje que le [22] ofrezcamos como una acción de gracias anticipada por las que esperamos recibir en el primer Capítulo General que se celebrará el mes próximo. Esta sea nuestra primera acción de gracias que prepare el gran TE DEUM, ese Te Deum que con el favor divino ofreceremos al cielo, porque ya lo sabemos, Dios es infinitamente bueno con nosotros, nos va a abrir grandes horizontes, nos va a conceder gracias que desde ahora queremos agradecerle. Así sea.
En la fiesta de la comunidad. (23) Marzo 25 -1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Vuelvo sobre lo que anoté esta mañana en la plática de la Misa. Las palabras de las almas unidas a Dios, son palabras que participan de lo divino; en cierto modo puede decirse de ellas que son operativas y cuando vemos el desarrollo del Instituto, siempre recordamos algunas palabras de nuestro Padre Fundador, palabras que aseguraban que la Obra era de Dios, palabras que prometían la fecundidad para la Obra; palabras que tienden a darnos una confianza muy grande en el porvenir, para no inquietarnos por los hechos del presente. Ya lo recordáis cuando dijo: “Éstas no tienen qué temer... corren por cuenta de Dios”... Palabras consoladoras que han venido, digamos así, a darle lozanía, entusiasmo al Instituto. Aquellas otras palabras que nos excitaban al entusiasmo: “ADELANTE Y 16
ARRIBA”, han sido confirmadas por los hechos; son palabras que nos aseguran el amor de la Trinidad Santísima, el amor de Dios para esta Obra. Yo, amadas hijas, amo la Obra no como cosa mía, porque si fuera mía, no valdría mucho. Las cosas humanas, por más que se diga, no valen nada, La amo mucho porque ES DE DIOS; la amo como cosa de Dios, como la ama El, porque no la separo de Dios y me gozo en ella, como me gozo en la gloria de Dios, como me gozo en que se cumpla la voluntad de Dios. [23] Nosotros, que somos testigos de muchas infidelidades en el amor divino, de muchas miserias de las almas, comprendemos y gustamos más la dulzura de todo aquello que lleva el sello de FIDELIDAD A DIOS. Todo lo que se ha hecho y se ha dicho en esta fiesta, está indicando claramente el espiritu de la Obra, está indicando que hay caridad, que se esfuerzan por conservar esa caridad; que tienen espíritu de fe en la autoridad y eso aun cuando en lo particular alguien pudiera sufrir luchas, como es muy natural sufrirlas. Pero por encima de todo esto, es consolador ver que se camina en la unión y así nunca fracasaremos si caminamos siempre unidos en ese espíritu de fe. La unión del presente nos asegura el triunfo del porvenir y también el triunfo del presente. Por eso yo no me cansaré de repetirles aquella frase que se ha hecho célebre en labios del Apóstol San Juan: "Hijitos míos, amaos los unos a los otros!"... ¡No podía ser otra mi palabra! Le pido al Espíritu Santo que de tal manera fusione las almas de ustedes, que no sean sino una sola animada por el mismo Espíritu; y que esa alma, como les dije esta mañana, en un gran silencio contemple las cosas de Dios y la gloria de Dios, y que en esa alma se realicen todos los planes del Instituto, esa encarnación de que hablaban por allí, hace un momento, en algún número de la fiesta, esa encarnación de Dios en el Instituto. Las felicito por cada uno de los números: los cantos, las poesías, las composiciones y demás; les doy las gracias en nombre de la Muy Reverenda Madre, ya que ella quiere que mientras yo viva, sea su palabra, sea su voz. Y seré la de ustedes también. Que la Santísima Virgen las bendiga y acaben de pasar muy felices este día y gocen los regalos que la Madre de Dios les dé. Todo se ha hecho en honor de Ella, hasta lo que se hace en honor de [24] vuestra Madre Fundadora. Todo está en torno de María y Ella les dará una respuesta desde el cielo. La nuestra ya se las dimos; del cielo vendrá la respuesta de la Santísima Virgen, ¡ABRAN DE PAR EN PAR SUS ALMAS!...
Carta al Consejo y Madres Delegadas al Primer Capítulo General del Instituto. (25) Abril 11 de 1952 A mi amada hija en Cristo la Muy Reverenda Madre Consuelo del Divino Padre, 17
Fundadora y Superiora General de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, y a mis muy amadas hijas que forman su Consejo, Ecónoma General y Madres Capitulares. Muy amadas hijas en Cristo: Estando ya próximo vuestro primer Capítulo General, quiero manifestaros de una manera solemne mi gratitud por todo lo que habéis hecho desde el principio en favor de esa Obra de Dios, como llamara nuestro Venerado Padre Fundador, Félix de Jesús Rougier, a la Obra de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. Soy testigo de la buena voluntad y del celo conel que habéis servido a la Obra. Por ella dejasteis todo lo que amabais en el mundo; por ella emprendisteis una vida de sacrificio que sólo Dios puede aquilatar debidamente. Sin duda que como en toda obra en la que ínterviene el hombre, habrá muchas imperfecciones; pero a pesar de eso, Dios se ha complacido en mostrar sus complacencias en los esfuerzos que se han hecho y en la buena voluntad con que se le ha servido. La Obra se ha desarrollado bajo la mirada amorosísima del Padre Celestial y desde el Corazón Purísimo de la Gran Madre de Dios. La Iglesia se dignó [25] aprobarla, y para su mejor organización vais a celebrar bajo la mirada de esa misma Iglesia, vuestro primer Capítulo General. Seguramente que la gracia del Espíritu Santo se derramará sin medida para que en ese primer Capítulo se tomen todas aquellas decisiones que convengan al bien de la Obra. Proceded en todo con un espíritu sobrenatural y Dios se encargará de que todo resulte para su mayor gloria. Dad por bien empleados vuestros sacrificios porque ellos lograron que la Obra llegara a estos días que seguramente serán de gracias extraordinarias. Con la sencillez con que habéis servido al Instituto hasta el presente, hacedlo en el futuro en cualquier puesto que os asigne la obediencia y de modo especialísimo en las decisiones del Capítulo General. Tratad durante él con santa libertad de espíritu lo que creáis conveniente al bien de la Obra; pero todo en la más grande caridad y declarando como propio lo que apruebe la mayoría. Contad con mis bendiciones de Padre. Y una vez más, haciendo uso de esos poderes que Dios quiso darme, contad con mis constantes oraciones. Que el Señor os bendiga y os multiplique como las estrellas del cielo y como las arenas del mar, para que en cada una de vosotras encuentre el Divino Padre una adoradora en espíritu y en verdad y la Trinidad Santísima una glorificadora. Afectísimo Padre en el Espíritu Santo y María, [26]
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Fin del Primer Capítulo General (27) Mayo 1º de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Nuevamente nos encontramos al pié del altar y en presencia de Jesús Eucaristía para elevar nuestras acciones de gracias por los favores recibidos. Ante el altar y en el Corazón de Cristo, depositamos nuestros votos, nuestras plegarias, y cuando el cielo se inclina benignamente y nos concede lo que pedimos, experimentamos la necesidad de hacerle presente a Dios, a ese Padre lleno de amor de quien procede todo don perfecto, nuestra gratitud. En la vida del Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad hemos llegado al principio de una nueva etapa. En este tiempo las gracias de Dios Nuestro Señor han estado siempre sobre esta Obra y en cada uno de los momentos de la vida de la Obra hemos sentido también la necesidad de ofrecer nuestras acciones de gracias. Cada uno de los pasos de esta Obra está claramente señalado por grandes bendiciones del cielo y grandes sufrimientos de las almas. Y es que Cristo ha asociado el Instituto a Su obra redentora; ha asociado vuestras almas y las ha hecho recorrer su mismo camino, el camino del Calvario que es el único camino de salvación, el camino de la Cruz que es el único camino de la gloria. Y la Obra viene buscando esa gloria. ¡Ojalá pudiera ser LA MAYOR GLORIA para el Divino Padre y para cada una de las Divinas Personas! En este día, aquéllos que nos sentimos más unidos a la Obra, aquéllos que hemos visto más de cerca las gracias de Dios que sobre ella han venido y que hemos contemplado también más de cerca los sufrimientos de las almas, viendo cómo el Señor en su misericordia infinita no ha querido dejarnos sin Cruz, y tampoco ha querido dejarnos sin sus dones, procedentes de esa misma Cruz, la fortaleza, el amor, tenemos [27] que darle gracias por estos inmensos favores. En mi papel de sacerdote, amadas hijas, tengo una doble representación, la representación de Dios cerca de vosotras y vuestra representación ante Dios. Y si yo vengo en este día a cantar un Te Deum de acción de gracias por los favores recibidos, particularmente por los que se han recibido en la celebración del Primer Capítulo General del Instituto, para esto tomo los corazones de todas las que están vinculadas a la Obra y de una manera especial mi propio corazón en el que Dios quiso que naciera la Obra. Pero también, como representante de Dios, tengo una misión que cumplir, y esa misión, amadas hijas, es muy solemne y muy íntima: es la de daros gracias a vosotras por lo que habéis hecho en favor de la gloria de Dios. Es cierto, amadas hijas, que toda Obra en la que el hombre pone su mano, tiene que llevar las imperfecciones que son propias del hombre; pero como el hombre coopera en gran parte con Dios, entonces El, que cuenta con poderes infinitos, hace 19
que todas aquellas imperfecciones propias de la fragilidad humana, desaparezcan, quedando como un resultado final, único, la perfección y gloria de esa obra y en ella la glorificación de Dios. Cuando nosotros los sacerdotes nos acercamos a lo íntimo de las almas y vemos las grandes necesidades que tienen; cuando contemplamos esos campos de dolor y desolación, cuando vemos tanta miseria moral y material por todas partes, sentimos una alegría inmensa al encontrar almas que quieren ofrecerse a remediar todo esto. Es cierto que esa obra redentora tiene que ser ante todo la obra de Dios; pero también tiene que ser nuestra obra y cuando Dios nos llama a su obra redentora, nos expone el medio como hemos de realizarla y nos habla claramente del sufrimiento: "El que quiera venir en pos de Mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz, y sígame"... Y ésta es, amadas hijas, la gracia insigne [28] para vuestras almas, la de haber respondido a esta vocación divina, la de haberos ofrecido a seguir a Jesús, la de querer seguir este mismo camino hasta llegar a la meta. Ahora, en la nueva etapa del Instituto, Dios Nuestro Señor vuelve a pedir vuestra cooperación y vuestra generosidad; la gloria divina y el bien de las almas están exigiendo esta generosidad, y si nosotros no respondemos al llamado divino, entonces sufrirá su gloria y las almas también sufrirán en gran manera. Yo os hago una exhortación muy especial y personal, como Padre de vuestras almas, para seguir adelante en esa lucha por la gloria de Dios. Los días de la vida son pocos, amadas hijas. Bien pronto tendremos que comparecer en la presencia del Divino Juez y ¡qué consuelo tan grande si enesos momentos podemos asegurar que le consagramos toda nuestra vida a Dios, a ese Dios a quien todo le debemos! ¡Seguid adelante! Dios Nuestro Señor insiste en esta idea, no tiene en cuenta nuestras imperfecciones, tiene en cuenta el amor, la voluntad con que deseamos seguirle. Cuenta con ese grande poder que hace que todas las cosas sean gratas a sus divinos ojos, porque pone en ellas el sello de la perfección. En este nuevo año de vida del Instituto, hemos contemplado inmensas gracias de Dios, y cuando parecía que la cruz no era ya soportable en nuestros hombros, la intervención maravillosa del cielo, una mirada de amor de Cristo, una manifestación interna de la gracia del Espíritu Santo, una mirada de complacencia del Padre Celestial, una palabra interior al alma, venida de la Virgen Santísima, hicieron que nuestras almas se sientan llenas de nueva fuerza, de nueva gracia y entusiasmo para seguir luchando. Ahora, amadas hijas, la consigna es trabajar con nuevo entusiasmo en la Obra que Dios nos ha enecomendado, como si de nosotros dependiera el éxito, con la certidumbre de que el éxito está en manos de Dios; que nuestras acciones de gracias muy profundas, muy sentidas, tengan como una respuesta del cielo el que recibamos nuevas gracias para cumplir en todo la vo[29]luntad de Dios. Yo únicamente os recuerdo, amadas hijas, que estáis y que estamos trabajando en una Obra de Dios, que por lo mismo es grande, es digna de todos los sacrificios; pero también, por ser Obra de Dios, tiene todas las bendiciones, todos los poderes divinos a su disposición.
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¡Qué fuerza tan grande le da a una empresa el saber que es divina! Si aquellos pobres discípulos de Cristo hubieran creído en sus propias fuerzas, cuando recibieron el mandato de Jesús de conquistar el mundo, ni siquiera se hubieran atrevido a pensar en esto; pero sintieron pasar sobre sus almas la fuerza del Espíritu Santo, sintieron ese fuego interior que todo lo consume y entonces comprendieron que la misión que se les daba era divina y ya no pensaron en que eran hombres sin letras, hombres débiles y a veces cobardes. Pensaron únicamente en que era la voluntad de Dios la que los llevaba adelante. ¿Por qué, amadas hijas, por qué nosotros los pequeñitos, los que un día sentimos la voz de Dios que nos pedía esta Obra, y vosotras las primeras, las que escuchasteis mi voz y las que han venido después, por qué ante una vocación semejante seguimos tratando de realizarla? ¿Pensábamos acaso que era nuestra obra? Nó,pensábamos y sabíamos que es la Obra de Dios y por eso cuando aquel varón santo, nuestro Venerado Padre Félix de Jesús, nos aseguró un día memorable, que la Obra era de Dios, que Dios la había inspirado, sentimos inmediatamente la seguridad, el triunfo en nuestras almas; no pensamos que no habíamos de luchar, la lucha estaba a la vista, comenzaba con los primeros pasos que se daban; la lucha se va haciendo más fuerte a medida que se avanza, porque si las fuerzas de combate se multiplican, los enemigos también resisten con más fuerza a ese ataque y en la medida en que más atacamos, seremos más atacados. Sin embargo, en medio de todo, nuestra mirada va siempre firme, confiada, porque sabemos que es [30] la Obra de Dios, que Dios está con nosotros, que Dios hará prodigios, valiéndose de nuestra debilidad, sabemos que Dios hará en nosotros ostentación de su poder. Por eso, amadas hijas, el día en que consumémos la parte que nos toca en la Obra, el día en que se consumen los tiempos y desde el cielo veamos el triunfo de la Obra, no tendremos más que decir sino: "¡SOLÍ DEO HONOR ET GLORIA"! ¡SÓLO A DIOS EL HONOR Y LA GLORIA! Quiero recordaros que la Iglesia está viviendo una hora importantísima, estamos disputándonos el campo entre la verdad y el error, el triunfo de la causa de Cristo, no en una o en otra nación, sino en todo el mundo, porque allá debemos estar, en donde quiera que sea necesario para la gloria de Dios Nuestro Señor. Y si nosotros no acudimos a la lucha, acudirán nuestros enemigos, allí están, ellos no duermen. Si no hacemos un esfuerzo gigantesco para poner, en la medida de nuestras fuerzas lo que se nos pide, a fin de conquistar el mundo infiel y recristianizar el mundo fiel, entonces se adelantarán nuestros enemigos. Y si con grandes esfuerzos, por parte de la Iglesia en sus hijos, podemos darle un Japón, una China, África, India católicas y no lo hacemos, se adelantarán nuestros enemigos y veremos naciones conquistadas por el error o sumergidas en la idolatría para siempre. No hay que descansar, hay que ir siempre adelante, ganando terreno; en donde quiera que se nos presente una puerta, por allí entrar, Dios nos dará gracias especiales; 21
las vocaciones vendrán, amadas hijas, no lo podemos dudar, vendrán porque esto que está íntimamente ligado al Sacrificio de Cristo que quiso darle a su Padre en esa Obra sus grandes adoradores y al mundo apóstoles que verdaderamente se interesen por su salvación. No nos queda otra cosa que decir a Nuestro Señor: ECCE EGO MITTE ME...! ¡Aquí estoy, mándame! Mándame a donde quieras. En una Obra grande, en un gran ejér[31]cito, hay muchos lugares y todos son importantes, porque de todos ellos, si se trabaja como se debe, resulta el triunfo. ¿Quién nos va a mandar? Allá en los cielos Dios Nuestro Señor, aquí en la tierra sus representantes, nuestros superiores, aquéllos que han recibido el poder de Dios Nuestro Señor para gobernarnos. Sólo queda que quien pronuncie estas palabras: Ecce ego mitte me..., las realice y que donde quiera que se nos mande, demos siempre la nota de entusiasmo en el servicio de Dios Nuestro Señor. Fijaos bien que es muy necesario guardar ese entusiasmo en nuestras almas, es decir esa voluntad decidida a seguir adelante, porque viendo nuestra decisión en la lucha, arrastraremos a otras muchas almas a que también vayan al campo de batalla. ¡Felices nosotros... amadas hijas, si logramos sembrar ese entusiasmo y aumentar con nuestro ejemplo ese celo por la gloria de Dios! Guardad en vuestras almas mis palabras, esta acción de gracias que en nombre de Dios y de la Santísima Virgen os hago, aquí en presencia de Jesús a quien represento de una manera muy especial. Os agradezco de veras, amadas hijas, lo que habéis hecho, lo que habéis trabajado, lo que habéis sufrido, no importa que los hombres no se den cuenta, Dios se da y en nombre de Dios y en nombre propio os vengo a dar las gracias. Sigamos adelante en la alegría del corazón, entregándonos por completo al servicio de aquel Señor a quien nos consagramos y siempre mezclemos nuestras oraciones con nuestras acciones de gracias, nuestras adoraciones al mismo tiempo que nuestros actos de reparación. Seguid siendo almas hostias, seguid prestándoos voluntariamente para ser ofrecidas en la patena de mi sacrificio. Que ésa sea vuestra voluntad y que persevere [32] hasta el fin de vuestra vida, para que en el momento supremo, así como el Padre Celestial acepta esa Hostia del Sacrificio que se le ofrece diariamente, os acepte también a vosotras en ese supremo sacrificio que será el que inmole vuestra vida, que os abra las puertas eternas de la gloria. ASÍ SEA.
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Fiesta de la comunidad. (33) Mayo 1o. de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En esta simpática fiesta yo también quiero decir una palabra; una palabra de felicitación a todas las Madres Capitulares que en representación del Instituto vinieron a decir todo aquello que pensaron ser lo mejor para la gloria de Dios. Unas hablaron, otras escucharon, todas votaron; unas impusieron cargas, otras las recibieron y todas hicieron la voluntad de Dios. Quiero decir una palabra a nuestras amadísimas hijas Misioneras que con tanto gusto hemos recibido entre nosotros, las que vinieron de China, así como con grande gusto y emoción las despedimos. Ellas vuelven, pero no derrotadas; vuelven porque así lo ha querido Nuestro Señor para Su mayor gloria. El quiso que el primer paso del Instituto en la vida misional fuera de sacrificio, justamente en los momentos en que se cernía sobre la China el azote del comunismo. Ellas fueron a hacer allá su primer ensayo misionero en días de amargura y sufrimiento. Algunos podrán creer que no se hizo nada en ese campo; pero Dios, cuyos caminos no comprenden los hombres, ha escrito las páginas más hermosas y seguras en la vida misional del Instituto. Un surco que se abre con lágrimas, que se riega con sangre del alma, ya que la del cuerpo todavía no quiso Nuestro Señor que se derramara, tiene promesas de inmortalidad; el Señor lo dijo por medio de esa palabra que encontramos consignada en los Libros Santos: [33] “Los que siembran en las lágrimas, cosecharán en la alegría”. Sembramos en las lágrimas; vamos a cosechar en la alegría y ya comenzamos a recoger esa cosecha por el gozo que experimentamos todos al poder ofrecer esos sacrificios en favor de la causa misional. Fueron sacrificios muy grandes, que el mundo nunca conocerá pero que Dios conoce perfectamente y que, estoy seguro, va a recompensar en gran manera. Los frutos de su labor misional los van a con templar en parte ahora al volver a México; Nuestro Señor les dará una gracia especial para mover los corazones en favor de aquellas almas, a las que queremos llegar con nuestros trabajos. La otra Misión, la de Japón, aun cuando aparentemente no tiene dificultades, ha sido sellada por Dios Nuestro Señor con otro género de cruz y también estos sacrificios están ofreciendo un fruto muy grande. Cuando se siembra así en el dolor, quizá en la incomprensión, es cuando más seguridad hay de un grande fruto. Yo me encuentro muy optimista, tanto como al principio o más todavía, porque sabemos los que profesamos la doctrina de Cristo, que el sacrificio, que la Cruz, es la señal segura de la redención y de la gloria.
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Un grande Apóstol de la Cruz, San Luis María Grignion de Montfort, decía que cuando en sus misiones no encontraba contradicciones, sacrificios, estimaba aquella misión como perdida. Nosotros al dar un primer paso en el campo misional, lo dimos en el sacrificio. Sacrificio de las que fueron, sacrificio de los que nos quedamos y que estábamos viviendo con nuestras amadasMisioneras en China aquellas horas tan amargas por muchos conceptos; el contemplar la tierra prometida y no poder entrar de hecho en ella, etc. Pero volveremos, volveremos a China si Dios lo quiere. La otra Misión, muy difícil y quizá por eso [34] tan amada, ya que Dios pone en el corazón mucho amor para poder llevar los grandes sacrificios,esa misión del Japón, conseguirá exquisitos frutos para gloria de Dios, Sabíamos ya que era una misión difícil; pero nos daremos por muy satisfechos y muy pagados de cualquier sacrificio, con tal de dar a la Iglesia esta Misión. Recibimos a nuestras hijas Misioneras con mucho gusto. Vienen a respirar estos aires en donde se nutrieron sus primeras ilusiones misioneras. Vienen a enseñarnos sus experiencias, a decirnos lo que encontraron fácil y lo que es difícil; pero de ninguna manera vienen a desalentarnos, al contrario, vienen a sembrar nuevo entusiasmo para esa causa que es la causa de la Iglesia, la causa de Dios. En estos momentos y de una manera especial, oficial, les doy la bienvenida. Que Dios Nuestro Señor bendiga todos aquellos sacrificios con una grande fecundidad en su vida apostólica, en donde la obediencia las quiera tener. Terminemos, amadas hijas, estos festejos que con tan buena voluntad y con tanto éxito se han llevado a cabo, rindiéndoles una vez más nuestra simpatía, nuestra admiración, a todas aquéllas que formaron el Primer Capítulo General que será ciertamente histórico y que vendrá a poner una pauta a otros que más tarde se celebren. Que Dios Nuestro Señor bendiga todos los esfuerzos que se han hecho; ya. Se los decía en la plática a la hora del Te Deum, todo se ha hecho en nombre de Dios, todo se ha preparado con muchas oraciones y sacrificios. No podemos, no debemos dudar que se ha hecho la voluntad de Dios. Por eso, con el mismo derecho con que Cristo Nuestro Señor nos exigía al enseñarnos la más hermosade las oraciones, el Pater Noster, yo les pido a todas mis hijas y quiero ser el primer en cumplirlo, que hoy, mañana y siempre, hagamos y con gusto, con amor, la voluntad de Dios. ASÍ SEA. [35]
Sobre la Santísima Virgen. Humildad (36) Mayo 2 de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En la vida de la Iglesia y en la vida de las almas, Dios ha querido que siempre aparezca la Santísima Virgen como una señal, como un motivo de consuelo. 24
La historia de la redención humana, que es la historia de la Encarnación del Verbo, está íntimamente ligada a la Santísima Virgen. Aun antes del día de la promesa, allá en el paraíso, ya eternamente Dios había resuelto en sus designios altísimos, asociar a esa Virgen Inmaculada en la obra de la redención del hombre, en la obra del consuelo humano, aquel consuelo que debía experimentar la criatura al volverse a encontrar con Dios, como Amigo, como Padre. En nuestra vida también apareció la Santísima Virgen, primero en nuestras cunas, cuidando nuestras vidas, pidiendo ya por nosotros, mandando sus ángeles para que nos cuidaran en todos los caminos y no fuéramos a caer con esas caídas de las que nunca pudiéramos levantarnos. Alegró nuestra vida, porque siempre que acudimos a Ella encontramos el consuelo. Cuando niños, en nuestras pequeñas penas, en el remedio de nuestras dificultades. Más tarde, ya en cosas más serias, pero siempre, indefectiblemente, aparecía Ella en ese papel de Consoladora, de Medianera; lo mismo en la vida de los hombres, en la vida de los pueblos, que en la de las instituciones, la Santísima Virgen tiene ese papel. En el Instituto la Santísima Virgen apareció también desde el principio como un motivo de consuelo y también como un ideal, porque el amor a María en el Instituto forma todo un ideal, ideal de glorificación para esta Celestial Señora, ideal de perfección para las almas que ven en Ella el modelo acabado para realizar la unión con Dios. [36] ¡Cuántas cosas tenemos que aprender de la Santísima Virgen! ¡De cuántas cosas nos habla! Pero en ese momento de la Encarnación quiso el Espíritu Santo que apareciera en todo su esplendor una virtud que es la base de la vida espiritual, la virtud hermosísima y nunca suficientemente alabada de la HUMILDAD. Nos habla de humildad esa actitud sencilla, serena de nuestra Señora, cuando en aquel momento en que se le descubrió el gran misterio de su vida que era el misterio de la Encarnación, sólo tuvo la palabra que conviene a la perfecta humildad: ECCE ANCILLA DOMINI"... ¡He aquí la esclava del Señor! Esa niña, esa jovencita que se manifiesta delante de Dios como una sierva, como una sierva amorosa, sencilla, humilde, que se considera la más pequeña de todos, pero al mismo tiempo abre su alma para que la llene el amor infinito, esa Virgencita nos habla de la perfecta humildad. Toda tristeza que engendra desaliento, toda tristeza que no es motivada por la ofensa a Dios, sino por cualquier otra cosa, es contraria a la humildad, porque entonces aparece el hombre, aparecen los motivos humanos; pero cuando el alma se siente pequeñita olvida los motivos de su pena para pensar en la grandeza del Dios a quien sirve, del Dios que dispone aquellos acontecimientos de su vida, entonces el alma se alegra. La Santísima Virgen en su humildad, en aquel ofrecimiento perfecto y total de su vida, encontró el secreto de la perfecta alegría. Si nosotros, amadas hijas, tuviéramos presente a nuestra Señora, cómo nos gozaríamos también en llamarnos siervos de Dios para hacer su voluntad! ¡Cómo nos gozaríamos en practicar esa virtud por la que nos constituimos en siervos de los siervos 25
de Dios; servirle a Dios y servir a todas las criaturas de Dios por amor de Dios. ¡Qué lejos estaría de nosotros la soberbia! Y si conforme a los planes divinos y a la debilidad humana, tuviéramos que resistir siempre los ataques en ese campo de la soberbia, que lucha siempre contra esta hermosa virtud de la humildad, cómo encon[37]traríamos un estímulo para saber vencer, contemplando a la Santísima Virgen en aquella actitud humilde, actitud tan hermosa, el día de su entrega! ¡Cómo nos acordaríamos de ese FIAT y rechazaríamos todo aquello que pudiera sublevarnos contra Dios Nuestro Señor y cerrar las puertas de nuestra alma a la acción divina! Si queréis conservar en vuestra vida la alegría, amadas hijas, la verdadera alegría del espíritu que no está reñida con el sufrimiento, sino que encuentra en éste la fuente más segura; si queréis para el Instituto esa misma vida, es necesario colocar en el centro de la Congregación, en el centro de su vida EL AMOR A LA SANTÍSIMA VIRGEN. Ella alegrará vuestra vida y la vida del Instituto; Ella dará siempre esa nota alegre, hermosa, consoladora. Las almas que verdaderamente se entregan a la Santísima Virgen, tienen que participar de esa misión dulcísima de nuestra Señora, la Virgen del Consuelo, de la Esperanza, del Amor. Ahora pues, amadas hijas, al comenzar el mes de mayo consagrado universalmente a honrar a la Santísima Virgen, procurad alimentar en vuestra alma ese amor, ingeniaros por servirla durante este mes de una manera muy especial. Y a mí me parece que no hay nada tan efectivo para honrarla como la imitación de sus virtudes Lo demás podrán ser promesas, esto es una hermosa realidad. Buscad entre todas las virtudes que la Virgen María practicó, aquélla que creáis más necesaria, aquélla que os cueste más, y por amor a nuestra Señora, procurad practicarla siempre. Yo quisiera, amadas hijas, para todas vosotras como un don del cielo, esta gran virtud de la humildad que nos hace tan accesibles a todos, que nos da la seguridad de encontrar en quien la tiene comprensión, atención; que nos da la seguridad de encontrar consuelo en quien la practica, porque sabemos que al acercarnos a esas almas humildes, no [38] vamos a encontrarlas a ellas sino a Dios mismo en ellas puesto que Dios habita siempre en el alma humilde. Yo bendigo la humildad en todas vosotras, así como combatiré siempre, porque Dios Nuestro Señor lo quiere, el espíritu contrario, que no es el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios es el espíritu de la humildad. Siempre que vemos en un alma aparecer la humildad sabemos que éste es el sello de Dios en ella. Y si vemos la soberbia en tantos aspectos como tiene ese vicio, podemos asegurar que no está con ella el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios debe estar en todos; la Santísima Virgen lo poseyó con plenitud y hemos de procurar reproducir a María en nuestra vida, en la vida del Instituto. Una manifestación clara de la presencia de ese Espíritu, ya en la práctica, debe ser la 26
virtud de la humildad. Ser humildes por virtud, no por temperamento, porque cada quien tiene el temperamento que Dios le dio, (y a veces muy fuerte), sin embargo por virtud, debemos aparecer siempre como apareció la Santísima Virgen, en aquella sencillez, en aquella humildad y por lo tanto en aquella caridad, puesto que ya lo dije, EL HUMILDE LE DEJA COMPLETAMENTE EL CAMPO A DIOS Y DIOS ES CARIDAD. Entre vosotras, amadas hijas, debe practicarse sobre todo muy fielmente aquella enseñanza del Evangelio: que el sol no caiga sobre vuestra ira, que el día no termine nunca sin que estemos libres de todo rencor, de todas aquellas cosas que hieran la hermosa virtud de la humildad. Que al entregarnos cada noche al sueño, podamos decir con verdad: PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS... PERDÓNAMOS ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS... Me acuesto sin rencores, me acuesto pidiendo con toda humildad el perdón de todos los males que haya ocasionado en este día, para que si acaso Dios dispusiera que en esta misma noche pasáramos a la eternidad, pudiéramos encontrarnos en esa actitud humilde del que confiesa sus faltas y pide perdón de ellas, [39] del que imparte generosa y bondadosamente el perdón a todos aquéllos que le hubieran ofendido. Ahora, amadas hijas, en este nuevo período de vida del Instituto, yo pido y quiero para él esta gracia, la gracia de la HUMILDAD. Que el Instituto, en cada una de sus hijas, practique esta virtud, que perdone, y nunca considere como una afrenta el pedir perdón. ¡Si Cristo nos enseñó a obrar de esta manera, si El nos exigió que viviéramos así siempre, implorando esa gracia del perdón! El que pide perdón demuestra en esto que es humilde; el que no quiere pedir perdón es el soberbio y va acumulando en su alma penas y más penas, penas no queridas por Dios sino buscadas por la misma soberbia del alma. ¡Qué alegría tan grande cuando nos enseñamos a pedir perdón, a impartir perdón! Porque tan soberbio es el que no quiere pedir perdón, como el que no quiere perdonar. ¡Qué hermoso es que todos los hermanos vivan unidos en el mismo espíritu! Que en esta nueva etapa, amadas hijas, viváis con vuestras almas completamente libres, sin rencores, sin odios; solamente debemos odiar el pecado, el mal. Que tengáis un alma grande siempre, para guardar en ella todas las necesidades de los demás. Vuestra misión en el campo de la Iglesia es una misión de misericordia, de caridad, y el que no quiere perdonar a su hermano, a su padre, a su hijo, ¡qué corazón va a tener para perdonar las miserias de otras almas! Y si esas almas perecen porque no se les perdona, entonces se tiene que dar cuenta de esa dureza delante de Dios Nuestro Señor cuando tengamos que ser juzgados por El. 27
Debemos tener un corazón siempre dispuesto a la misericordia; que si las almas se pierden, sea por su dureza, por su empeño en perseverar en el mal, pero nunca porque hayan encontrado cerradas las puertas de nuestra alma para impartirles el [40] perdón, nunca porque puedan asegurar que no encontraron misericordia en nosotros. Jesús se complace en ser el Dios de la misericordia; recordad cómo cuando aquella alma le preguntaba: "¿Cómo quieres que te llame Jesús?", El le contestó: "¡Llámame MISERICORDIA"! Yo quisiera, amadas hijas, que todo el mundo os pudiera llamar a vosotras "Misericordia", como Cristo quiere ser llamado; que toda miseria de la tierra, física o moral, encontrara en cada una de mis hijas la misericordia, el perdón. Esto es lo que el mundo necesita, porque, caído como está, necesita ante todo quien lo levante y lo primero que se necesita para levantar, es la misericordia; compadecerse de las almas no arrojar más lumbre sobre ellas, aumentando pena sobre pena. El hombre, naturalmente, por su miseria y por el pecado de origen, es inclinado a esto, a poner el pié sobre el caído, a humillarlo, a no tener cormpasión del que sufre. ¡Qué distinta es la mirada de la caridad! Esa mirada que no puede contemplar con indiferencia un dolor, porque siempre tiende a consolarlo, aun cuando sea la mano del verdugo, a esa misma mano le imparte misericordia y compasión. Este es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo; lo demás no es Espíritu de Dios. ¡Que no me hablen de amor propio, de derechos, de conveniencias, si no aparece la humildad, si no aparece la misericordia! La humildad se ingenia para curar sin herir; éste es el Espíritu de Cristo, es lo que hace la Santísima Virgen en la inmensa familia del género humano: ingeniarse por dar a cada uno lo que necesita para levantarse, sin causarle nuevas heridas. Vayamos adelante, con la alegría del que siente a Dios en su alma, porque tiene conciencia del amor que Dios le da, y porque por otro lado, no guarda en su corazón rencores. Os repito, como cosa práctica en este mes de la Santísima Virgen, procurad vivir esa vida de imi[41]tación, practicar sus virtudes, teniendo presente de manera muy especial esa virtud de la humildad. Yo os lo suplico amadas hijas y vamos a pedir a la Santísima Virgen que conceda al Instituto la verdadera humildad en cada uno de sus miembros, hoy y mañana y siempre. Vamos a pedirle a Nuestra Señora que, haciendo uso de su inmenso poder, nos alcance esta gracia del cielo, para que siempre podamos decir en realidad de verdad las palabras hermosísimas de María el día de la Encarnación: ¡“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”!.. ASÍ SEA.
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San Pablo Apóstol. (42) Junio 30 de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Dice la Sagrada Escritura que los caminos de Dios no son los caminos de los hombres ni los pensamientes de Dios los de los hombres. Con frecuencia nos sorprende la conducta de Dios para con las almas y vemos cómo entre aquéllos que El escogió para que fueran los predicadores del Evangelio, entre los discípulos de Cristo Nuestro Señor, quiso darle el primado a San Pedro, el Apóstol que en el día de la pasión había de abandonar a Jesucristo; y vemos cómo un perseguidor de la Iglesia, Saulo, fue escogido por Dios para convertirlo en el grande apóstol de las naciónes. Y es, amadas hijas, que el gran Evangelio que es el Evangelio de Cristo, el Evangelio del perdón, de la misericordia, quería mostrar prácticamente a la humanidad de todos los tiempos, cómo Dios tiene armas poderosísimas para hacer que los hombres cumplan, como instrumentos suyos, todo aquello que El les encomienda, a condición únicamente de que estos sujetos pongan en manos de Dios su corazón, su voluntad. [42] A San Pedro le dio el primado de la Iglesia después de que por tres veces le aseguró amar a Cristo más que los otros. A esto se refiere la contestación de San Pedro. Saulo, después Pablo, fue perseguidor de la Iglesia ciertamente, pero más tarde alegaría la ignorancia: no conocía a Jesús, no conocía a la Iglesia de Dios, y por eso la perseguía; pero en el momento en que encontró a Jesús en el camino de Damasco, en ese momento mismo se enamoró de Cristo y la historia de este amor fue la de una fidelísima correspondencia. Aquel corazón del perseguidor que fue en adelante el corazón del Apóstol, llegó de tal manera a identificarse con el Corazón de Cristo, que ya habéis oído muchas veces esa palabra: COR PAULI, COR CHRISTI, y vemos en este apóstol una imagen grande, a la vista de todo el mundo, de lo que pasa muchas veces en pequeña escala, en el silencio, en muchas almas llamadas también por Dios para trabajar en el campo de la Iglesia. No cabe duda que San Pablo es el gran Misionero de todos los tiempos, el gran modelo para todos los misioneros. Desde aquel momento en que la gracia nos sorprende llamándonos, lo mismo en el camino de Damasco si estábamos lejos de Dios, o en cualquier otra circunstancia de la vida, allí está el ejemplo de ese grande apóstol, diciéndonos cómo al encontrar a Cristo Nuestro Señor, debemos ponernos incondicionalmente a sus órdenes: “Señor, ¿qué quieres que haga?" El Señor mandó a Saulo con Ananías; nos manda también a nosotros con alguien que en nombre de Dios nos manifiesta su voluntad. Cuando las almas se agitan tratando de conocer su vocación y no sabiendo 29
cómo decidirse a trazar su camino, le preguntan a Dios: ¿qué debo hacer? Y Dios las envía con aquél que en nombre de Dios mismo, con misión divina, descubre a los demás los secretos de Jesús. La vida de San Pablo fue vida de lucha interior y exterior; quiso el Espíritu Santo colmarlo de gra[43]cias y darle las armas que necesitaba; manifestósele en circunstancias que San Pablo nos refiere, elevandolé hasta el tercer cielo; y después le hizo sentir de nuevo el peso de la miseria humana; pero este hombre de Dios, desafiando las circunstancias, podía decir con grande fe: "Estoy seguro de que Aquél que me libró en el pasado, me librará en el porvenir". Estaba seguro de la gracia de Dios; en esa gracia fundó su confianza. Se ha dicho que nadie que espera en Dios se verá defraudado. Esa fe, esa confianza, llevó a San Pablo a la cumbre de la gloria. Todo aquél que tiene que tratar almas, que tiene una misión divina de apostolado, es preciso que se inicie en la lucha, que sepa descender hasta las profundidades de la humildad y que tenga un corazón misericordioso como el de Cristo, antes que todas las cosas, porque en el campo de las almas nos vamos a encontrar siempre con la miseria y Cristo nos enseña a remediarla con la misericordia. Ante todo debemos ser misericordiosos como Cristo, como nuestro Padre Celestial. Amad pues, amadas hijas, esa vocación tan hermosa que habéis recibido del Señor; lo único que te neis que hacer es ser dóciles a todas las mociones divinas de la gracia; aceptad en todas sus partes la voluntad divina, en la luz, en la oscuridad, en la humillación, en la pena, en la alegría. No olvidéis esas palabras de la Santísima Virgen, que felizmente nos son habituales y han venido a convertirse como en un lema del Instituto: HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR". Esas palabras que decidieron la felicidad, la salvación del género humano, procurad vivirlas y tened la seguridad de que por medio de ellas daréis a Dios toda la gloria que espera del Instituto, de cada una de vuestras almas. [44]
Palabras de Nuestro Padre en la fiesta de comunidad. (45) Junio 30 de 1952 Muy amadas hijas: La palabra que en estos casos se estila y se impone es la palabra del agradecimiento; pero en primer lugar porque en todas las cosas así debe ser, esa acción de gracias la enderezo a Dios, a ese Dios Omnipotente que ha hecho todas las cosas y entre las cosas, las almas y entre las almas, unas más hermosas que otras, porque así plugo a El enriquecerlas con distintos dones. Y yo siento, amadas hijas, que a mí me ha dado las almas más hermosas, con la verdadera hermosura, la hermosura de Dios.
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Cuando un alma habla de Dios, es que tiene a Dios; cuando un alma deja en otra consuelos divinos y luz divina, es que tiene a Dios el Consolador supremo. ¡Y YO HE ENCONTRADO EN VOSOTRAS TODO ÉSTO AMADAS HIJAS! He encontrado esos consuelos, he sentido a Dios en vuestras almas y he sentido que el Señor escuchó mi plegaria, dándome aquellas almas que tanto le he pedido de una manera todavía poco precisa desde niño; con más fuerza, al entrar ya en lo que podía llamar la juventud y todavía más, el día en que recibí la unción sacerdotal. Y después ya siendo sacerdote, en la medida en que iba entrando en los secretos del Corazón Divino, sabiendo lo que El quería y deseando darle eso que el Corazón de Dios ansiaba, entonces mi oración era más apremiante. En los días de consuelo, en los días de pena, todo era una ocasión o para pedir almas o para pedir por las almas. Ya os he dicho cómo Dios Nuestro Señor ha querido concederme esa gracia tan ambicionada, porque, a la verdad, amadas hijas, yo no encuentro consuelo en otra cosa sino en las almas. Las cosas del mundo las vemos siempre a través de las almas y vosotras [45] sois el fruto de esas plegarias; por eso digo que ante todo mi acción de gracias va a Dios Nuestro Señor. Habéis hecho alusión en esta simpática fiestecita a mi próximo viaje a Japón, delicadeza nueva del Corazón de Dios para mi sacerdocio y para vosotras. El perfume de esta fiesta quedará siempre, lo voy a llevar al Japón y allá voy a encontrar la misma esencia, el mismo aroma, porque aquellas Misioneras son Hermanas vuestras, y también son un don de Dios y tengo la seguridad de encontrar ese mismo perfume, perfume que yo llamaba en cierta ocasión "del Tepeyac", en aquellas almas que nosotros llamamos orientales pero que en realidad son de Dios, y por lo mismo susceptibles de recibir todo lo que les hable en el Espíritu de Dios. Por eso tengo la seguridad de encontrar comprensión en ellas y al volver a vosotras, traeros aquellos perfumes de Oriente, que mezclándose con los perfumes del Tepeyac, vendrán a formar ya una sola cosa. Y así seguirán mezclándose esos perfumes a medida que la Obra se extienda por todo el mundo. Cuando queramos hacer una síntesis de todos ellos, diremos, más que perfumes de Oriente y Occidente, perfumes de Dios, perfumes divinos. Os agradezco, amadas hijas, toda vuestra adhesión, todas vuestras delicadezas. Para el corazón del sacerdote, para el corazón del Padre, no hay otra recompensa más grande que ésa, sentir el amor de los hijos; los dones no los medimos por el precio material que tienen, porque si hubieseis depositado en esta cajita todas las reservas de oro que hay en el Banco de México, pero sin amor, nada serían. En cambio lo más pequeño, lo más insignificante materialmente, cuando viene envuelto en el amor, es lo que a nosotros nos satisface. Por eso, repito, estoy muy agradecido, me voy muy contento. Nuestro Señor quería reservarme en este aniversario de mi santo, ese consuelo por [46] que a través de los hechos voy viendo las almas. Que Dios Nuestro Señor os bendiga, amadas hijas, y os conserve siempre en 31
ese espíritu de sencillez, de docilidad, de adhesión; y que esa caridad que tenéis para con vuestros padres en el espíritu, se derrame por todas partes a donde vayáis, en forma de caridad fraterna, de caridad que vaya a socorrer a todas las almas necesitadas. Pongo en el Corazón de la Santísima Virgen todos estos sentimientos del vuestro, para que, formando una sola cosa, vayan unidos a los sentimientos del Corazón de Cristo hasta el seno amorosísimo del Padre Celestial, a llevarle una caricia de la tierra, esa caricia que hace muchos siglos esperaba y que el mundo le había negado porque ignoraba los secretos más íntimos del Corazón de Cristo. ¡Qué importa el sufrimiento, amadas hijas, si va a llevar hasta el cielo ese perfume, ese mensaje de amor delicado que arrancará, estoy seguro, la más dulce, la más tierna y amorosa y fecunda de todas las miradas, la mirada de nuestro Padre Celestial!
Despedida de Nuestro Padre en su viaje a Japón. (47) Julio 27 de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: En la Epístola de la Misa de esta Domínica, encontramos esas palabras tan consoladoras: los que son conducidos por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios... Y luego, ¡todas las consecuencias de esa filiación divina! Si hijos de Dios, hermanos de Cristo, coherederos con Cristo, herederos de la gloria eterna Estos hijos de Dios, conducidos por el Espíritu de Dios, son los que no deben dejarse ganar en prudencia por aquéllos que llamó el mismo Espíritu divino “hijos de las tinieblas”, de los cuales dijo que eran más prudentes que los hijos de la luz. [47] El que es conducido por el Espíritu de Dios, debe sentirse siempre como hijo de Dios, debe revestirse, no de la humana sabiduría, no de la humana prudencia, de esa prudencia que se alaba en el administrador de que nos habla el Evangelio, sino de la prudencia divina, la que nos hace obrar siempre de acuerdo con las normas divinas. Prudencia altísima que desconcierta a la prudencia humana, a los ojos del hombre. Hubiera sido una grande imprudencia querer realizar la conquista de las almas sin el sufrimiento. Cristo exige como una condición indispensable para que las almas se salven, "tomar la cruz y seguirlo"... El mundo hubiera tratado de halagar los sentidos, la vanidad, hubiera ofrecido grandes recompensas como hacían y hacen los que van a emprender las guerras, para atraerse la voluntad de los que han de seguirlos. Cristo llamo a los suyos y les dijo que tomaran su Cruz y Lo siguieran, les dijo que en el mundo serían objeto de persecuciones y contradicciones; pero... "No queráis temer, ¡porque yo he vencido al mundo!" Cristo nos manda sembrar en las lágrimas, pero nos asegura que cosecharemos 32
en la alegría La gracia más grande para un alma, amadas hijas, está en sentirse dirigida, gobernada por el Espíritu de Dios, en sentirse verdaderamente hija de Dios. ¡Qué fuerza tan grande en todas las luchas, saber que no vamos solos, que somos conducidos por el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de nuestro Padre Celestial, el Espíritu de Cristo, Espíritu que comparte con nosotros la grandeza del sacrifició de Cristo, que comunica a nuestra debilidad la fuerza arrolladora de ese sacrificio y le comunica a esa imperiosa necesidad que tenemos todos de sentirnos apoyados por una fuerza superior que nos ame, la fuerza incontenible del amor de nuestro Padre Celestial. El Instituto, amadas hijas, es un sembrador, [48] sembrador de la gloria, de Dios en el campo inmenso de las almas; pero es sembrador como aquél gran Sembrador que ha fundado la Santa Iglesia: Cristo. El Instituto, con Cristo, tiene que sembrar en las lágrimas, en el sacrificio. ¿No habéis visto como desde el primer momento en que comenzamos la obra de Dios, la semilla se arrojó en el surco entre lágrimas? Sólo Dios sabe cuántas se habrán derramado desde el primer momento en que pudo decirse iniciada la Obra de las Misioneras, la Obra de ese Dios infinitamente bueno! Pero tenemos la promesa de cosechar en la alegría y es una promesa no únicamente para la eternidad, es para el tiempo también, porque, cuántas veces se ha regocijado nuestro espíritu, contemplando los frutos que se han recogido de ese surco lleno de lágrimas, de esa semilla que germinó las primeras flores y frutos. Entonces nuestros corazones se regocijaron y así, en medio de lágrimas, seguimos sembrando y seguiremos cosechando en la alegría. Ahora Dios, amadas hijas, ante las gracias tan grandes que nos ha concedido, nos exige nuevos sacrificios y debemos ofrecerlos generosamente, ya que nuestra debilidad, como dije antes, está apoyada por la fuerza divina. El sacrificio mismo de Cristo nos ha comprado todas las gracias necesarias para poder ser generosos y darle a Dios todo lo que nos pida. Quiero encomendar una vez más a vuestras oraciones el viaje que mañana emprenderé, un viaje preparado también en el sacrificio y que seguramente será coronado en las grandes gracias de Dios, las cuales se traducen en gozo del espíritu, en fecundidad divina, en bien para las almas, Es una contribución, es una caridad que hacemos a vuestras Hermanas que trabajan en tierras infieles; es un estímulo para aquéllas que en un grande espíritu de fe, quisieron seguir las mismas pisadas que vosotras habíais dado buscando la gloria de Dios. [49] Es un estímulo para nuestras vocaciones extranjeras y hay que darles en abundancia el alimento que las ha de robustecer para que ellas también sigan sembrando en las lágrimas y cosechando en la alegría. Es sin duda, amadas hijas, una grande bendición de Dios, es un grande consuelo para aquellas almas, y ya sabéis que los consuelos no se pueden dar si no hay en el alma sacrificio. 33
Por eso Dios nos ha pedido sacrificio para poder llevar a otros los consuelos. Por otra parte, el día 31 de este mes vamos a tener una nueva casa, un nuevo sagrario. Será la fundación de Veracruz, gracia también de Dios para el Instituto, ciertamente pequeñito, pero con esa fuerza que le da su origen divino. Vemos cómo se está multiplicando, cómo está haciéndose fecundo en gran manera; esa fecundidad cuesta, aquí se da a luz espiritualmente en el dolor y allí están, amadas hijas, muchas almas crucificadas con una cruz fecunda, no estéril; con la cruz que engendra la fecundidad, con esa cruz que es salvadora, redentora, santificadora. Y ¡cuántas otras cosas, cuántas otras gracias nos vienen del cielo! Si Dios nos pide nuestros sacrificios unidos al gran Sacrificio de Cristo en el altar, es para derramar sobre nosotros sus divinas gracias. Por eso una vez más ofreceré este Sacrificio en el Espíritu en que Cristo lo ofreció en el Calvario y en las mismas intenciones con que se ofrece El en los altares, Espíritu de adoración, de acción de gracias, reparación e imploración. Unidos todos en el Corazón Inmaculado de María, supliquémosle que Ella se digne presentar nuestras adoraciones, nuestros sacrificios y acciones de gracias ante el Padre Celestial. No olvidemos, amadas hijas, que debemos sembrar en las lágrimas para cosechar en la alegría; pero que siempre debemos vivir en el gozo del Espíritu Santo, iba a decir sobre todo en medio de [50] nuestras tribulaciones, como lo hacía el Apóstol San Pablo. Dios quiera que dejemos a nuestra alma llenarse de ese gozo del Espíritu Santo, que fue el gozo que inundó a Cristo en medio de sus grandes dolores; el gozo de sentirnos hijos de Dios, sabiendo que tenemos un Padre en los cielos, que nos ama con amor infinito, sabiendo que nuestros sacrificios no serán perdidos, que estamos comunicando vida divina. Que El reciba este sacrificio que es mío y vuestro, que es ante todo el sacrificio de Cristo; que El alcance esas gracias para que el viaje a Japón sea fecundo, para que todos esos pasos lleven las bendiciones de Dios a las almas; que a todas aprovechen y que en todo se alcance la gloria de Dios. ASÍ SEA.
Palabras de Nuestro Padre en la "chorchita" de comunidad. (51) Julio 27 de 1952. ...El encargo principal que quiero hacerles antes de salir a Japón, es que procuren en este tiempo apretar un poco más en la cuestión de la observancia, que es lo que atrae más bendiciones del cielo. Como saben, tenemos grandes necesidades en distintos órdenes, sea por lo que debemos hacer y no hacemos, o lo que hemos recibido y no agradecemos bastante. 34
Hay muchas cosas en las que debemos procurar portamos lo mejor posible. Tenemos estas necesidades y sobre todo la gracia que estamos tratando de conseguir todos, la salud de la Muy Reverenda Madre Fundadora. Es evidente que la oración llega hasta Dios y Lo desarma y Lo conmueve y acaba por conceder lo que pedimos. Pedimos lo que creemos necesario, no sólo necesario sino muy necesario y encaminado a la gloria de [51] Dios. Entonces, cada quien procure intensificar su oración. Recuerden cómo se nos narra que durante la prisión de San Pedro, la Iglesia hacía oración sin intermisión y Dios Nuestro Señor mandó un Ángel que rompiese las cadenas y libertara a San Pedro, abriendo las puertas de la cárcel. Dios oye la oración, sobre todo la oración colectiva que tiene un poder muy grande. Si todos nos unimos en esa oración, acompañada del sacrificio, de la observancia, de la caridad, Dios seguramente nos escuchará y después tendremos que darle gracias por esos favores recibidos y prepararnos a nuevas luchas, porque mientras vivamos, tenemos que estar luchando. A veces nos hace falta la salud, o la tenemos, pero hay otra clase de sufrimientos y de luchas. Como decía en la Santa Misa, Dios Nuestro Señor ha querido que su obra se vaya desarrollando en el sacrificio, porque aun cuando tengamos caras muy alegres, muy amables y sonrientes, no cabe duda que cada quien tiene sus penas y sacrificios, los cuales, gracias a Dios, se saben ocultar para que su perfume vaya integro hasta Dios Nuestro Señor. Esos sacrificios son queridos por Dios, pero por lo mismo tienen la bendición divina. De una manera especial encomiendo a sus oraciones esta necesidad del Instituto y también mi viaje; un viaje puede ser muy útil o puede ser perdido, inútil, y aquí se trata de sacarle todo el provecho para la gloria de Dios. Hay que tener presentes esas cosas, para que en aquellos lugares pueda obtener lo que yo quisiera en favor de las almas. Creo que ustedes deben sentirse muy contentas de que sus Hermanas reciban lo que Dios quiera darles por mi medio, porque el consuelo viene de Dios, el medio puede ser cualquiera, en este caso ha querido valerse de mí para darles ese consuelo. [52] Que gocen de él y que mi viaje sirva para cimentar la obra en aquella misión en la que la Iglesia ha puesto sus ojos de una manera especial. Esto nos interesa a todos. Entonces, con estas intenciones, procuremos vivir una vida más interior, que sea el estímulo para que cada una sepa luchar, sacrificarse y hacer todo con generosidad. Dicen que las obras se pueden hacer de varios modos, al modo ordinario, al modo mejor que el ordinario y por fin en un grado perfecto. Este es el que corresponde a los actos que se llaman heroicos, hacer las cosas del mejor modo, al modo de los santos; éste es el ideal. 35
No hay que contentarse con hacer las cosas al modo ordinario, sino en la mejor manera; como los santos, amadas hijas, procuren ustedes darse, darse completamente. Yo confío mucho en esas oraciones que tendré cuidado de recoger todos los días en la Santa Misa, para ofrecerlas en unión con la Víctima Divina al Padre Celestial. Quiera Dios que sea una realidad, mi ofrecimiento y que sea cierto respecto a todas ustedes y no le diga yo a Nuestro Señor: “Te ofrezco las oraciones y sacrificios de esas almas”, cuando en realidad nada se haya hecho! En el altar, como todos los días, voy a tener presentes vuestras oraciones y sacrificios para transformarlos; allí recibiré las gracias que Dios quiere concederme; allí recibiré las gracias que Dios quiera también para cada una y al mismo tiempo en ese Sacrificio santísimo, encontraré el medio de darle gracias a Nuestro Señor por todos los favores que nos ha concedido y nos concederá. En estas palabras que os he dicho, está sintetizado todo lo que puedo pedir y desear: una cruzada de observancia, de oración, de sacrificio. No sacrificios extraordinarios, sino ésos que parecen pequeños y que son grandes y que se tienen en el cumplimiento del deber, en la formación, en la educación del corazón, en ese llevar hacia Dios to[53]dos los afectos del alma y que en Dios se derramen en el campo de las almas. Ese es el sacrificio que Dios quiere de manera especial, una gran fidelidad a la vocación. Muchas veces la exponemos con nuestras ligerezas. Ya termino pues tengo muchas deudas con Nuestro Señor... Ya les contaré muchas cosas, si Dios quiere, a mi regreso de Japón...
Plática sobre la Asunción de María. Shimonoseki, Japón. (54) Agosto 15 de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Celebramos hoy el Santo Sacrificio con grande gozo, para dar gracias por la Asunción de la Santísima Virgen. Siempre fue para el corazón de los fieles motivo de gozo el pensamiento de que la Santísima Virgen María, la gran Madre de Dios, fue llevada al cielo en cuerpo y alma. Pero cuando la Iglesia, haciendo uso de su Solemne magisterio, en el Año Santo que acaba de pasar, declaró solemnemente como Dogma de Fe este misterio de la Asunción de la Virgen Santísima, la alegría del mundo se aumenta, puesto que ya será una cosa que no podrá discutirse en el futuro esa perla preciosa que se ha colocado en el Corazón de María. Recuerdo aún ese glorioso día de la declaración del Dogma. Muy temprano nos fuimos a la Plaza de San Pedro de Roma, en donde estaba todo preparado para que el Sumo Pontífice hiciera la declaración. Había allí multitudes inmensas, venidas de todas las partes del globo, hablando 36
distintas lenguas, pero animados todos del mismo espíritu, encendidos todos en el mismo amor, en las ansias de [54] estar cerca de la Madre, a la hora de la proclamación de su triunfo; ansias de poder escuchar con los propios oídos esa palabra solemne del Pontífice que iba a declarar “ex-cátedra;” que la Santísima Virgen fue elevada al cielo en cuerpo y alma. Esa multitud estaba deseosa de ver al Sumo Pontífice en la hora solemne y por eso, aun cuando se me dio la opción para estar en el interior de la Basílica, para asistir más tarde a la Pontifical, o quedarme fuera para escuchar la Declaración, preferí estar fuera, a fin de poder ver al Santo Padre en esa hora. Mi deseo fue cumplido, pues pasó cerca de mí el Santo Padre, proclamado por las multitudes. Después, el momento solemne: el "Vení Creator", entonado por el mismo Sumo Pontífice y repetido por las multitudes. Por fin, la hora suprema en que el Papa Pío XII pronunció estas palabras: "DEFINIMOS Y DECLARAMOS QUE LA SANTÍSIMA VIRGEN FUE LLEVADA EN CUERPO Y ALMA AL CIELO"... Recuerdo que entonces me dije una palabra interiormente: Ya ahora todo está hecho, la gracia está proclamada y allí quedará para siempre ese privilegio insigne de la Madre de Dios. Nos alegramos porque la gloria de la Madre es la gloria de los hijos y también porque aun siendo malos, guardamos en nuestros corazones un amor especial para nuestra Madre Santísima y quisiéramos para Ella toda clase de gracias y de bendiciones. Cuando vemos a la Virgen María apoderarse de la Cruz desde el primer momento de su existencia; cuando vemos que ya en el Corazón de María Niña estaba enclavada la Cruz de Cristo; cuando la vemos crecer, desarrollarse en el dolor; cuando la vemos compartir con Cristo su pasión y sobre todo cuando la vemos sola durante 25 años después de la Ascensión de su Hijo a los cielos, sola, desamparada, desolada,ofreciendo con generosidad inmensa el fruto de su dolor de soledad y de cruel desamparo por la naciente Iglesia, por las almas, por los sacerdotes, entonces contemplamos con inmenso júbilo la hora en que cesa este dolor y comienza para nuestra Señor la gloria eterna, fruto de aquellos sacrificios, premio para [55] su fidelidad a Dios, y la vemos llena de gloria,acompañada de millares de Ángeles, llena de luz, irradiando sobre Ella la divinidad. La vemos sobre los cielos, coronada por las Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Y estamos seguros de que allá no ha de olvidarse de nosotros los que somos sus hijos y los que caminamos por este mundo de dolor, de miseria; estamos seguros de que todavía podemos contar con esta Madre de amor y misericordia. Ella no nos olvida y sigue ofreciendo en el cielo el fruto de su Cruz que es el mismo de su Divino Hijo y sigue intercediendo para que venga el Espíritu Santo a nuestras almas. Por eso nosotros podemos sufrir en este mundo y aun llegamos a encontrar el gozo en el sufrímiento. ¡Bendita sea tan buena Madre que nos ha alcanzado tantas gracias! 37
Vosotras, amadas hijas, a imitación de la Santísima Virgen, habéis consagrado vuestra vida al servicio de la naciente Iglesia en el Japón; esta Iglesia necesita cuidados especiales, como necesitan cuidados especiales todas las cunas donde se mece un niño. Y ésta necesita amor, amor de sacrificio, amor de abnegación. Por eso Dios Nuestro Señor ha querido compartir con vosotras los dolores de la Santísima Virgen, esos dolores de soledad, de desamparo, de desolación; pero llevadlos como los llevó Ella, en la sencillez del alma, en la alegría del corazón, porque si un San Pablo pudo decir que sobreabundaba de gozo en medio de sus tribulaciones, con mayor razón pudo haberlo dicho la Santísima Virgen. Vosotras debéis vivir vuestra vida como la vivió María; las espinas para vosotras, las rosas para las almas, para la Iglesia. Para vosotras el sufrimiento íntimo; para los demás la dulce melodía de vuestros cantos, el estímulo de vuestras palabras y siempre, el amor de vuestros corazones. Pero, amadas hijas, el dolor pasa como pasó [56] en Cristo y como pasó en María. ¿Y después? ¡Ah! Después la gloria eterna También terminará nuestra soledad y terminarán nuestros dolores y después llegará una hora como llegó para María, la hora en que Dios nos llame, en que nos diga como le dijo a Ella: "Veni sponsa Christi, Veni coronáberis"... “¡Ven esposa de Cristo, ven a recibir tu corona”...! Preparad, amadas hijas, esta hora y encomendémos a la Santísima Virgen el cuidado de nuestras almas y el cuidado de esta porción de tierra que Dios nos ha confiado, que ha puesto bajo nuestra vigilancia, y ya vemos cómo en este campo, comienzan a brotar las flores del milagro, del milagro de Cristo, ¡de su Cruz! Del milagro de su muerte gloriosa, del milagro de los dolores de Nuestra Señora la Virgen María. Y ¿por qué no decirlo? También el milagro de nuestro pobre dolor que hemos unido al dolor de Cristo... ¡Y allí están! En este día vamos a revestir con el santo hábito de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad a esas primeras rosas del milagro, a nuestras primeras vocaciones japonesas! Vienen ellas para repetir la misma voz que escucharán desde la cuna en que serán mecidas. Vienen a decir también: ¡DIOS Y LAS ALMAS!... Vienen a cantar nuestros propios cantos, vienen a llevar nuestra propia Cruz bendita; y esta primera manifestación de la fecundidad del sufrimiento, es sólo un presagio de lo que nos prepara el porvenir. Han venido a unir aquí en estas tierras los esfuerzos y sacrificios de muchos misioneros; pero Dios ha querido que nosotros también tengamos parte en esta conquista. ¡Bendito sea el Señor! El reciba a estas primeras Misioneras japonesas y El reciba este primer esfuerzo, este primer fruto de los esfuerzos de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad en Japón, porque si es hermoso encontrar almas que aumenten la Cristiandad en este suelo, es más hermoso todavía encontrar almas 38
que se consagren a Dios, al[57]mas que vengan a engrosar nuestras filas para vivir luchando y combatiendo por la causa de Dios. ¡Seáis bienvenidas y sea para mis hijas japonesas este saludo a nombre mío y de todas sus Hermanas de México! ¡Bienvenidas al Instituto de las Misioneras! Esta tarde no podré dirigir la palabra. Entonces, ¡qué bueno que sea aquí,en el altar, a la hora del Sacrificio, que yo tome estas almas para ponerlas en el altar del Sacrificio, para ponerlas en la patena de mi Misa como hostias pequeñas junto a la Hostia mayor, para ofrecerlas en holocausto, para ofrecerlas como una acción de gracias al Padre Celestial. Que Dios reciba vuestro júbilo, el júbilo de todo el Instituto, que hoy vuelve sus ojos hasta estas tierras. Sabemos que todas las Misioneras nos acompañan ciertamente con sus oraciones y comparten con nosotros la alegría del alma. Existen también penas muy hondas; pero éstas hoy no queremos recordarlas, porque es día de júbilo espiritual y las penas aumentan el gozo del espíritu. Os felicito pues, amadas hijas, a vosotras las que habéis venido de México, porque habéis hecho honor a vuestra santa vocación. Yo estoy contento, iba a decir, me siento santamente orgulloso de vosotras. Sé que habéis luchado y que habéis sufrido; pero ese sufrimiento es el que ha transformado vuestras almas, es el dolor que ha hecho fecundo vuestro apostolado. Y si alguien duda de que Dios esté contento de vosotras, que contemple estas vocaciones que el cielo os ha mandado. Cuando el cielo habla, la tierra tiene que callar y debe confesar que Dios es bueno, que Dios, bondad infinita, ha manifestado una vez más su misericordia para nosotros. ¡Sed bienvenidas, mis amadas hijas del Japón! ¡Os recibo como el Padre de vuestras almas! Os recibo con gratitud porque venís como enviadas del cielo para ayudar a mi Sacerdocio en la obra que Dios [58] le ha encomendado, la más grande, la más hermosa: la glorificación de la Trinidad Santísima y de María, la glorificación de nuestro Padre Celestial y de la gran Madre de Díos, ¡María! No puede existir misión más hermosa y vosotras habéis venido a ayudarme para cumplirla, para realizarla. Por eso este Santo Sacrificio que voy a ofrecer, será mi gratitud y vuestra gratitud, mi amor y vuestro amor, mi expiación y vuestra expiación, mi súplica y vuestra súplica, mi adoración y vuestra adoración; adoración a quien la merece, a la Santísima Trinidad. Acción de gracias a ese Dios a quien todo lo debemos. Reparación por tantas ofensas hechas al Señor y que deseamos hacer nuestras. Petición y súplica para que Dios nos perdone y siga siendo para nosotros como ha querido serlo para los Misioneros del Espíritu Santo: EL DIOS DE LAS MISERICORDIAS. Y si Su Hijo quiere hacer ostentación de Su poder en la pequeñez de los Misioneros, yo le pido como Padre, que pase a vosotras esa gracia y que también hoy, mañana y siempre, haga en vosotras ostentación de su poder, para su mayor gloria. ASÍ SEA.
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Fiesta de Santa Teresita. (Sencillez, Pureza, Confianza... (59) Octubre 3 de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Cristo Nuestro Señor nos dejó en el Evangelio todas las enseñanzas necesarias para que alcanzáramos el alto fin a que fuimos destinados; pero como a veces no ponemos suficiente atención en esas enseñanzas de Jesús, ha querido suscitar almas, ha querido suscitar santos que vengan a encarnar, digamos así, su doctrina, a vivir la vida que corresponde a las enseñanzas de Jesús, para que los hombres recuerden con más facilidad y pongan en práctica esas enseñanzas. [59] La vida de Cristo con su Evangelio, puede decirse que se compendia en aquel anhelo de Su Corazón por mostrarse siempre como Hijo amantísimo del Padre Celestial. En Su Evangelio, en Su vida, nos enseña cómo debemos mantenernos siempre en ese espíritu filial, espíritu de simplicidad, de dependencia; espíritu por lo tanto, de humildad. Y así nos repite: "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos"... "Yo te doy gracias, oh Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños." Así en todas las enseñanzas de Cristo aparece la misma idea; y es, amadas hijas, que Jesús apareció en el mundo como el Unigénito del Padre, apareció como el Hijo amantísimo del Padre y quiere que todos nosotros tengamos ese espíritu, espíritu filial. Si Jesús, como Dios, es igual al Padre, como Hombre se sometía siempre a su Padre, practicaba ese espíritu de dependencia amorosísima; se gozaba, digámoslo así, en sentirse pequeñito para mostrarle a Su Padre la grande confianza de Su Corazón. Los niños son aquéllos que dependen en todo de su padre, y por eso la virtud que corresponde a la infancia espiritual es la del santo abandono, abandono amoroso de aquél que confía en la ternura infinita de su Padre. Un hijo no puede dudar del amor de su padre, sobre todo el pequeñito que se mantiene en esa fe tan grande que Dios le infundió, por la que cree que Dios no lo ha de abandonar nunca. La verdad, amadas hijas, si nosotros no viviéramos en ese espíritu de infancia, de filial abandono, no podríamos pasar felizmente por este mundo, no podríamos vencer las dificultades de la vida, no podríamos luchar contra tantos enemigos que tenemos, lo único que nos sostiene en la vida, es la confianza filial en que somos objeto de la ternura infinita de un Padre ¡QUE ES DIOS! [60] Así es la audacia que han tenido los santos, en esto se funda esa santa audacia en sentirse como hijos de Dios y también el grande Apóstol de las gentes, el que nos dejó instrucciones para todos los estados de la vida, nos dice: "Sed imitadores de Dios, como hijos carísimos..." ¿Cómo hemos de ser imitadores? Como hijos carísimos sentirnos transformados 40
en Cristo, el Hijo por excelencia, el Unigénito que toma la representación de todos los hombres para hablar a Dios como Padre amorosísimo. Así fue la vida de Santa Teresita, así debe ser también nuestra vida; los niños alegran siempre la casa por su sencillez, por su pureza, por su dependencia filial y amorosa de sus padres. El mundo, como tantas veces os lo he dicho, necesita alegría, pero la alegría tiene que ser ésa de los niños, de las almas pequeñitas, sencillas, humildes, de las almas que se gozan en hablar con Dios y en sentirse hijas suyas. Me imagino, amadas hijas, que tenéis presente esto que dice el Apóstol San Juan: "El amor excluye el temor". Ese amor, ese espíritu filial, supone necesariamente la confianza y si examinamos nuestra propia vida, veremos que realmente no tenemos ningún motivo para desconfiar de Dios; la mano amorosísima de Dios va guiando todos los pasos de nuestra vida. A veces nos damos cuenta del por qué de esa providencia que guía nuestros pasos; pero muchas veces no contemplamos estas cosas Sin embargo, si tenemos espíritu de abandono, espíritu de fe, nos sentimos tan felices cuando caminamos por la noche oscura de la vida, como cuando viene a inundarnos la luz radiante de un sol del medio día. El motivo es el mismo: ¿quién puede negar que somos hijos de Dios? Dice el Apóstol: ¡que nos llamemos y seamos en realidad hijos de Dios! ¡Ah! ¿Qué podremos temer en la vida teniendo la firme confianza y la seguridad de que somos hijos de Dios y de que si nosotros voluntariamente no abandonamos esos brazos, Dios nunca los retirará de nosotros? [61] Esa providencia amorosa de nuestro Padre Celestial siempre está sobre nosotros en forma de caridad y no debemos creer nunca que el menor acontecimiento de la vida venga a nosotros sin que esté ordenado a ese beneplácito del Padre Celestial, No es verdad, amadas hijas, que nosotros seamos juguete de nuestros enemigos, ellos se convierten en instrumentos de Dios para nuestra santificación, porque si Dios permite pruebas y luchas, siempre es para sacar bien de ellas y así el enemigo, el demonio, sin que lo quiera, se convierte en instrumento de santificación para las almas. Esta es la verdad evidente, lo han dicho los santos. ¿Cómo iba a permitir el amor infinito de un Dios, que sus criaturas queden a merced del enemigo? Esto no puede ser, y cuando el hombre por su culpa se separa de Dios, todavía El lo llama, le tiende sus brazos hasta el último segundo de vida que le queda al hombre y así basta con elevar los ojos a nuestro Padre Celestial, basta que nuestra mirada le diga amor que implora misericordia, que acepta la invitación de volver a Dios, amor que se arrepiente, para quedar justificado. ¡Qué cosas tan hermosas nos ha enseñado Dios! ¡Qué cosas tan hermosas encontramos en la palabra divina! Con razón en el Evangelio, en las Sagradas Escrituras, han hallado los santos las fuentes que los llevaron a tan alta santidad.
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El espíritu que debe animarnos es el de filial abandono en nuestro Padre Celestial. Gracias a Dios, estas ideas se han arraigado en vosotras; pero es preciso seguirlas arraigando más y más, sentirnos de veras como hijos, hijos muy amados de Dios. ¡Cuánto goza Dios Nuestro Señor en que nosotros creamos en ese amor! Me parece a mí que es como la forma más perfecta del desagravio que podemos darle a Dios, confesar su amor, porque confesamos su bondad, su grandeza, su nú sericordia, todo. Creer en su amor es creer aun cuando nos sintamos los más pecadores de la tierra. [62] Y ¿quién, amadas hijas, en ese espíritu, no podrá llegar felizmente a la meta de sus aspiraciones o por mejor decir a la meta divina que le ha sido trazada en este mundo? “Imitatores Dei estote”...! Seamos imitadores de Dios, vivamos la vida divina; vivámosla como hijos muy amados "ut filii caríssimi..." Y cuando nos sintamos bajo el peso de la tentación, digamos: Dios mío, Padre mío, creo en tu amor! Esas palabras vendrán a provocar nuevas grcias de Dios para nosotros. ¡Bendigamos al Señor, amadas hijas, que nos ha permitido conocer estas cosas! En la sencillez del corazón vayamos adelante, en el camino de la vida, para cumplir en todas sus partes la voluntad de Dios. Si esa voluntad permite que suframos y que el sufrimiento nos haga llorar, lloremos, pero como hijos muy amados, en los brazos de nuestro Padre Celestial, como aquél que tiene la conciencia de que cada una de las gotas de esas lágrimas va a caer en el Corazón mismo de su Padre y que Lo mueve y Lo conmueve y que esas lágrimas han de alcanzarnos gracias de misericordia, de perdón, gracias de fortaleza. Si por el contrario, nos sentimos felices, alegres con esas alegrías puras que Dios quiere conceder en la vida, entonces también sintámonos en los brazos de nuestro Padre Celestial y creamos firmemente que nuestra alegría es la alegría misma de nuestro Padre, que se siente dichoso, feliz, de ver cómo participamos de la alegría y cómo Cristo se regocija de que su sacrificio se traduzca en ese gozo espiritual. Tengamos todo esto presente en este día en que la Iglesia venera a la gran Santa que alegró el mundo entero, por ser pequeña, porque se sintió como niña, Es el secreto de la gloria de Santa Teresita del Niño Jesús. Seamos también así, mantengámonos en ese espíritu filial y alegraremos al mundo, llenaremos de [63] consuelos el Corazón de Cristo y de gloria a nuestro Padre Celestial. ASÍ SEA.
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En la reunión de comunidad. (64) Octubre 3 de 1952 ...Aunque ya en grupitos casi he dicho todo lo del viaje a Japón, quizá hay que repetir algunas cosas o algunas que se me hayan pasado, y para eso comenzaré desde el principio. El viaje tenía dos objetos principales: primero visitar nuestra Casa de Japón, abrir el Noviciado y luego ver si tenía algunas oportunidades para difundir nuestras ideas, especialmente las de carácter sacerdotal, en algunas personas, en algunos centros. Parece que Dios Nuestro Señor comenzó a bendecir ese viaje desde su principio, porque, como ustedes supieron, antes de salir para Mexicali, fui a Morelia, hice una pequeña jira (ya estando propiamente dentro del viaje pues no habría de regresar a Puebla); en Morelia Nuestro Señor me permitió encontrarme con un sacerdote muy celoso, muy digno por todos conceptos, un sacerdote chileno, que fue rector varios años, de la Universidad de Valparaíso. Hablamos largo sobre temas sacerdotales y parece que quedó muy impresionado, naturalmente a base de hacerle conocer las Obras de la Cruz, que ya en algo conocía por la Revista, Ese encuentro lo consideré de mucha importancia para el porvenir. Salí de aquí el 28 de julio para estar unos días en Mexicali; ustedes habrán sabido cómo en aquella ciudad siempre nos reciben con mucho afecto las personas, los amigos; los nuestros ni qué decir, eso donde quiera. Las Legionarias todas dan muestras de simpatía y afecto. El 3 de agosto, domingo, tomamos el avión en [64] Los Ángeles; era de 64 pasajeros. Me toco el # 64, muy cerca de la cola del avión; por allí se siente un poco más el movimiento, pero no tuvimos mucho, gracias a Dios. Todos los tripulantes hablaban Inglés y me di cuenta como es necesario saber este idioma. En Tokio estaba esperando la Madre María del Sagrado Corazón con la Madre María Dolores Chávez y Margarita Kurunomo, así como otras dos aspirantes. Llegamos como a la 1.30 de la tarde; me hospedé con los Padres Franciscanos en la Escuela de Lenguas, donde hay sacerdotes de distintas nacionalidades. Allí pasé solamente una noche, porque al día siguiente salimos para Shimonoseki. Se hacen 24 horas de tren, muy rápido, no hace paradas; le llaman americano porque antes lo ocupaban solamente los americanos, soldados, etc. Caminamos todo el día y toda la noche y llegamos a las 8 de la mañana a Shimonoseki. En el tren uno de los empleados se acercó a la Madre María del Sagrado Corazón para hacerle algunas preguntas de Religión; quería saber diferencias entre protestantismo y catolicismo, así es que hablaron bastante.
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En Shimonoseki nos estaban esperando las Madres María Elena Orozco y Magdalena María Torres Arpi, pero les habían dicho que llegábamos por otra vía, de modo que las tuvimos que llamar; estaban muy quitadas de la pena, Pláticando a alguna distancia de donde estábamos nosotros. Nos fuimos a la casa en un poderoso taxi; algunas se fueron en tren, porque como llevábamos tantas maletas, no querían gente y maletas. Ustedes pueden suponer con qué gusto nos esperaban en la casa. Al entrar yo, las Madres tenían muchas ganas de darme un abrazo, pero se las aguantaron, sobre todo porque adentro estaban las postulantes y algunas personas que viven cerca. Había una cruz grande de flores a la entrada. [65] Desde luego me dispuse para celebrar la Santa Misa La temperatura era muy caliente, un poco húmeda, y había como mil chicharras cantando todas a coro... Después de la Misa comenzamos a Pláticar un poco. Llegué casi con el tiempo limitado para dar principio a los ejercicios, a fin de que pudieran ser antes del 15 de agosto. Muchos creían que no iban a entender nada las postulantes, y para calmar un poco sobre todo a los padres de la Parroquia, pusimos una plática en japonés que daba el Padre Cermeño. Tomamos nuestro tema para irlo desarrollando; supongo que el Padre trataría algo de los ejercicios de San Ignacio; yo les di las pláticas fuera de la capilla para que pudieran preguntar; hablé muy despacio, y parece que entendieron bastante bien pues algunas tomaban notas. Muy atentas, muy dedicadas, como ustedes habrán oído decir, se distinguen por su piedad, sobre todo en la oración; les gusta mucho hacer su adoración postradas. Empecé a hablar con ellas también en particular, a darles una pasadita y luego repasadita... Entonces fue cuando me convencí de que realmente entendían, al cambiar impresiones. Unas hablaban con más facilidad el español, otras un poco menos, llevaban su diccionario como auxiliar, pero en general muy bien. La ceremonia fue muy interesante; se preparó todo con esmero, se tradujo al japonés una especie de compendio de todo lo que significaba. Además un seminarista por micrófono estaba explicando cosa por cosa, de manera que nadie perdía detalle, dándose cuenta de lo que pasaba en el altar. Fueron invitados y asistieron muchos de los cristianos (les llaman así a todos los católicos); asistieron también varios paganos, amigos, parientes, los papás, quienes a pesar de ser paganos, han permitido que sus hijas se hagan religiosas. Yo les hablé durante la Misa y también habló el Padre Nacayama; dicen que estuvo muy bonita su plática. [66] Les dijo que si los padres hacen el sacrificio de dar a sus hijos, tuvieran en cuenta que también las religiosas mexicanas habían hecho el sacrificio de su patria y de sus parientes para llevarles el tesoro de la Fe, el tesoro más precioso que pudieran 44
tener. Parece que impresionaba mucho a los papás esta ceremonia, sobre todo la parte donde se va diciendo el espíritu del Instituto, ya que todo estaba traducido al japonés. El Padre Nacayama se veía muy contento, estima mucho a las Novicias. Después de la Toma de Hábito se obsequió a las personas con un refresco y antojitos que se acostumbra dar en esos casos. Los demás días los dediqué a todas mis hijas, a verlas y hablarles. Dejé otras salidas para el final. Fui a Tokio y regresé como 10 días más a Shimonoseki. El tiempo era muy caliente porque el mes de agosto es de lo peor que hay, además de que había llovido poco. En cuanto a las Postulantes, me parece, como decía nuestro Padre, que han tomado el color y dan muchas esperanzas de ser santas Misioneras, porque observándolas una por una, tienen sus cualidades, como tendrán también sus defectos. Nadie es perfecto en este mundo, sólo a Dios no se le puede poner "pero." En general, dan muchas esperanzas, se ve que Nuestro Señor escogió esas vocaciones como cimiento de las futuras Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad japonesas. Me parece que entienden el espíritu, aman la Congregación y han demostrado mucha adhesión a los Fundadores. También la Reverenda Madre ya lo notó desde que ella fue y todo lo confirmé en este viaje que me ha dejado tan grato recuerdo. En cuanto a mí, la situación era un poquito comprometida, porque los japoneses son muy observadores y no acostumbran creer lo que no ven. Yo llegaba precedido del ambiente que me habían hecho mis hijas ¡qué han de decir los hijos!, ambiente lleno de caridad, muy favorable, como el que yo les hago a ustedes; pues aparte de la realidad, di[67]cen que el padre tiene amor del cuervo, nunca ve feos a sus hijos... Mi situación era comprometida; habían oído mucho que llegaba el Fundador. Los periódicos informaron de mi llegada, todo se sabe allá inmediatamente, primero en el "Noticias Católicas" y después en el periódico católico que hay en Tokio. Humanamente hablando, como digo, mi situación era comprometida; pero iba en la sencillez del que va a su misión, dejando a Nuestro Señor lo demás, según conviene a su gloria. Lo principal es que hubo comprensión de parte de las postulantes y estopor otra parte, no es difícil entre padres e hijos. Quedé muy contento porque se identifican con nosotros. Todo lo que tienen que sacrificar en sus costumbres, en su modo de ser, indica el amor a su vocación. Así como nosotros tenemos que sacrificar algo también para hacernos a ellos, y esto indica la buena voluntad que les tenemos. Respecto a nuestra Comunidad, me encontré con fervor muy grande; es una comunidad observante, son mis hijas sobre todo muy abnegadas. El sacrificio, la abnegación, influyen mucho en la espiritualidad. 45
Tienen que luchar con muchos elementos que no son favorables: casa pequeña sin las comodidades que ustedes tienen acá; pero todo lo llevan por amor de Dios, por las almas. Sorprende especialmente su alegría. Siempre estan contentas, parece que nadie tiene que sufrir nada, ni tienen penas. Todas son muy amables, y yo bien sé que sí tienen algunas penas; por eso me llamaba más la atención ver cómo logran sobreponerse para llevar la vida que debe llevarse en comunidad. Dios Nuestro Señor las ha bendecido en cuanto que les acerca muchas almas, tienen catecúmenos que han llegado a pedir el Catecismo, valiéndose de ellas, de su apostolado. Las vocaciones son también una bendición de Dios; según muchos sacerdotes han afirmado, es el primer caso de una Congregación que en tan poco [68] tiempo tenga las vocaciones que ya tenemos allá, y que vengan precisamente de Tokio, Todo eso indica la bendición de Dios. Pruebas también en otras muchas cosas; los dólares no son muy abundantes allí, pero ésta es la añadidura prometida por Nuestro Señor, lo principal es el espíritu que se ha conservado muy bien, gracias a Dios, Aproveché mi viaje también para ver qué veía y qué oía y darme cuenta del movimiento católico sacerdotal; creo haber conseguido bastante. Visitamos Nagasaki, donde martirizaron a San Felipe, donde cayó la bomba atómica. A este viaje me acompañó un Padre Jesuíta; visité el gran Seminario Interdiocesano ya casi terminado. Todo esto me sirvió mucho. Después, en Tokio, la visita fue de mucho interes; fui a algunas comunidades religiosas; hablé con varios sacerdotes, con el Delegado Apostólico, con un Obispo y también pude darme cuenta un poco de todas las necesidades, de las más apremiantes que hay en Japón. En la parte religiosa sacerdotal, que nos interesa, pude comprobar la grande simpatía con que es recibido el espíritu de la Cruz, que no es, por otra parte, espíritu nuevo, sino el mismo espíritu del Evangelio. Lo noté en las conferencias, en los resultados, por lo menos aparentes, de las predicaciones, y creo que Nuestro Señor reserva a las Obras de la Cruz un lugar muy especial en Japón. Entiendo que en un futuro no lejano, tendrán que desarrollarse bastante allá ustedes y ayudar a resolver muchos problemas. Yo estoy muy contento de haber ido por primera vez. En una carta que me escribió nuestro Padre General, me dice también que se alegra de mi viaje, de haber sido el primer Misionero que fuera a esa Misión, de la cual el Papa desea que todos acudan en ayuda. Muy contento asimismo, me he sentido, de que las primeras Cruces del Apostolado que entraron a Ja[69]pón, hayan entrado en el pecho de las Misioneras 46
Eucarísticas de la Santísima Trinidad. No cabe duda que es una gracia muy grande, una distinción para el Instituto que es obra filial de las Obras de la Cruz. Nuestro Señor las ha mandado como vanguardias para abrir el paso de los demás, porque es evidente que al ver detrás unos, van otros. Detrás de ustedes llegaron las Clarisas. Lo que más nos interesa a nosotros es el desarrollo de las Obras de la Cruz y es una gracia muy grande que Nuestro Señor permita plantemos esas primeras Cruces no sólo en la tierra, sino en las almas. ¡Ya existen almas que aman de veras la Cruz del Apostolado! Y más gusto que ese interés lo demuestren nuestras Misioneras japonesas. Inmediatamente conocieron el tronco que les iba a dar la vida y lo amaron. Hay muchas cosas de observación general, que no es necesario decir aquí; además, afocando uno problemas generales, se expone a faltar a la exactitud, a la justicia, a la caridad, a la verdad, más en un viaje tan rápido. Lo que yo digo no es mi opinión, sino lo que he oído de otras personas que han viajado por allá. Ciertamente en el Japón se desarrolla cada día más esa inquietud por las cosas de Dios y el Catolicismo es lo que más les ha impresionado. Está en la convicción de todos los altos representantes de la Iglesia, hasta los últimos que pudieran llamarse a dar su opinión en ese asunto, que si se logra ganar el Japón a la causa de Dios, de la Iglesia, se dará un paso grande a la conversión de toda Asia. Es algo difícil, delicado, que requiere sujetos bien formados, de buen juicio, muy unidos a Dios, y para decirlo con la palabra exacta, SANTOS. Afortunadamente nosotros no somos los que vamos a juzgar de nuestras virtudes para ir a las Misiones; pero realmente se necesita eso. Los supe[70]riores sabrán a quién escogen. Les he repetido unas palabras que me dijeron, creo son de San Francisco Javier: a las Misiones, los que van santos, se hacen más santos, los que van con simples virtudes, las pierden y se quedan en una verdadera medianía. Por tanto, urge mucho que nuestras Misioneras sean santas; es la obra de la gracia y hay que pedirla mucho. Para la conversión de las almas se necesita íntima unión con Dios. Otra cosa, las Misioneras que intenten ir a Misiones, que tengan ese deseo, deben prepararse como el que va a un lugar de sacrificio, porque, no olviden que las misiones tienen una parte de poesía y otra que es la realidad. No porque esa realidad no tenga poesía, sí la tiene, y la más alta de las poesías, la de lo divino, la de la Cruz, la del sufrimiento; pero no hay que creer que se va a encontrar todo fácil, a veces hay roca dura, La lejanía, la soledad, la falta de auxilios espirituales. Gracias a Dios, entre nosotros no han faltado, pero puede suceder y entonces se 47
necesita mucha virtud, un grande espíritu de sacrificio, mucho amor a Dios, sobre todo, porque es lo único que nos hace pa sar por todas las cosas. Nunca está sólo el que está con Dios, y si se tienen pruebas, el Espíritu Santo da mucha fortaleza para seguir adelante a pesar de tales pruebas y sufrimientos. Esos son los llamados verdaderamente a trabajar por la conversión de los infieles. Quien no vaya en esas condiciones, es una carga, un parásito de la misión, en vez de servir, estorba, y claro, como en esos lugares no es tan fácil mover personal, muchas veces tendrán que quedarse por allá. Dios sabe el bien que se deje de hacer cuando, no lo permita El, se haga positivamente algún mal. La preparación para las misiones y para todo lo que se les encomiende, porque todo requiere virtud y santidad, está aquí especialmente, en los tiempos de formación y probación, en el postulantado, en el [71] Noviciado. Aquí tienen que comenzar a formarse seriamente, varonilmente. Por eso Nuestro Señor permite algunas penas, para que el alma se vaya templando en la lucha. Entre el postulantado y el noviciado viene a formarse el futuro de la religiosa, la modalidad, dentro del mismo espíritu, el matiz, lo que Dios quie re de cada alma. Si son atentas, abnegadas, almas de oración, al salir podrá la Maestra decir a la Superiora: aquí le entrego estas Hermanas, puede mandarlas a donde quiera, ellas le responderán. Para esto se necesita un gran espíritu de sacrificio y hay que formarse desde ahora. En las misiones se tienen muchos problemas muy serios y el superior tiene un grande apoyo con la comprensión, con la colaboración de sus subditos. Todos tratan de aliviarle el peso, por medio de la abnegación y la virtud. Yo descubrí en la Casa de Japón detalles que no se escapan. Como iba yo desde acá, es natural que todas tenían muchos deseos de estar conmigo, de oírme, de hablarme, de no faltar a las chorchitas. Sin embargo era necesario que salieran a atender la puerta, la cocina; y desde luego se notaba esa generosidad con que se sacrificaban, se privaban de lo que tanto hubieran deseado. Esto, hijas, no se improvisa, se necesita ya tener el espíritu y la escuela desde acá. Por eso yo le dije a la Maestra de Novicias que procure atornillar... Aquí vienen con el ideal altísimo de su santificación y de hacer bien a las almas. No se extrañen de que se les trate de formar ya desde postulantes, porque es preciso saber la realidad. El día 25 de septiembre, y el 29, fiestas de mi Ordenación sacerdotal, de mi Bautismo, pedí a Dios Nuestro Señor que como El acostumbra también hacer regalos, me diera de cuelga este año por mis aniversarios, gracias de santidad para el Instituto. Estoy seguro de que me lo va a conceder, porque nunca me pone un pensamiento serio sin dármelo. [72] Estoy seguro que vendrán esas gracias especiales de santidad. ¡Octubre, Noviembre, Diciembre... Barata de santidad! Porque es el año del 48
Divino Padre, año de mucha fecundidad, ¡lo estamos viendo! Claro que esa fecundidad está sazonada en la Cruz porque así lo quiso Nuestro Señor. Yo me he conmovido con los sacrificios que El ha pedido al Instituto. Nos dio una buena exprimida... pero después de eso, los resultadosson la gloria de Dios, almas muy hermosas que han entrado al Instituto. Y esto no tiene precio, una sola alma es inapreciable. ¿Qué importa todo lo demás por una glorificadora eterna de la Santísima Trinidad? Por eso, cuando viene el fruto del sacrificio, se olvida todo y por cobarde que uno sea, dice: ¡"que venga más, que venga más"!.. Todo se da por bien empleado, lo poquito y lo mucho. Ahora, ¡si nosotros pudiéramos penetrar al Corazón de Cristo y ver su satisfacción al encontrar almas que Lo consuelan! Yo quiero decirles ante todo, amadas hijas, que estamos obligados a darle gracias a Dios Nuestro Señor por este viaje a Japón. Puedo calificarlo en cierto modo duro, bajo algunos aspectos, pues me dio la idea, no sé por qué, de uno de esos combates que hacen las avanzadas para tomar alguna posesión. Me pareció como que había entrado a una expedíción en que tenía que cambiar algunos tiros de reconocimiento para el futuro. Y volví preguntándome ¿qué pasará? ¿habré cumplido los designios de Nuestro Señor? Es el secreto de Dios, pero dada la recepción que me hizo la Santísima Virgen al concederme ir a celebrar la Santa Misa en su altar mayor de la Basílica llegando del avión, siento que esta Madre amorosa al recibirme así, me hace entender la satisfacción de Su Hijo y ésta indica que el Padre está contento. ¡Así lo espero! Hay que dar gracias, porque nos acordamos mucho de pedir, pero que no se olvide agradecer. Repito, yo espero que haya sido el viaje para gloria de Dios [73] para bien del Instituto. Dios les pague a todas sus oraciones, y ¡a trabajar seriamente por nuestra santificación ¡A crecer intensamente en el amor de Dios! ¡A preparar ese Congreso Misional de Monterrey!, que espero será también de mucho fruto y en el que vamos a poner un granito de arena. Son ocasiones de dar a conocer el Instituto y de muchas otras gracias divinas. A ver qué otra cosita de sorpresa nos quiere dar el Divino Padre; me parece ver un chubasco de gracias que se vienen en estos tres meses. La cruz trae siempre gracias, no necesito explicarles mucho, ya entienden; ¡ya verán qué sorpresas nos va a dar nuestro Padre Celestial, estén muy atentas! A emprender una cruzada de observancia, de recogimiento interior, porque si andan como maripositas, no se darán cuenta de las gracias de Dios. Aunque tengan muchos trabajos, CUIDEN SU RECOGIMIENTO, INTENSIFIQUEN SU ORACIÓN. Estos tres meses los dedicaremos a dar gracias por el viaje y por todo el año y por las gracias que se nos van a conceder todavía 49
Voy a dar la bendición con el Santísimo y cantaremos el TE DEUM, que quiero que salga del fondo del alma, aquí precisamente en la Casa Madre, que llegue al Corazón de Dios y le diga lo que ya le he mos dicho en el Santo Sacrificio de la Misa. [74]
Santos ejercicios que dio Nuestro Padre Fundador Pablo María Guzmán a las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad (75) Casa de Nuestra Señora de los Santos Ángeles y Santa Inés, Puebla, del 8 al 16 de diciembre de 1952 Tema general: el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo
Plática de entrada. (75) Diciembre 8 de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Una vez más nos ha concedido Dios la gracia de estar en Su divina presencia, de poder tener estos días de recogimiento, de oración; estos días en que no solamente venimos a hacer un balance espiritual del año que termina, sino que venimos con esa esperanza que nunca nos deja, la esperanza de dar un paso más en nuestra unión con el Señor, de acercarnos más a la luz divina para contemplar en ella las hermosuras de ese Dios que tanto nos ama, y de examinar bajo esa luz lo que haya en nuestras almas que no sea del agrado de nuestro Padre Celestial, a fin de quitarlo con toda energía. Como sabéis, los días de ejercicios son siempre días de gracias, gracias que Dios está dispuesto a derramar en abundancia, pero que las almas deben recibir con humildad y pedir ardientemente. De nada serviría que Nuestro Señor tuviera esas gracias en sus manos, si nosotros voluntariamente cerráramos el alma y no quisiéramos recibirlas. Es pues de todo punto necesario, amadas hijas, que en estos días nos enfoquemos completamente a nuestra vida espiritual, que tratemos con toda sinceridad, como deben tratarse siempre las cosas a la [75] luz de Dios, el problema de nuestra alma, los asuntos de nuestra santa vocación; en una palabra todo aquello que nos interesa para la mayor gloria divina y para el bien de nuestras almas. Lo primero que tenemos que hacer es establecer el alma en la paz, en el silencio, en el recogimiento; suplicarle a Dios, como acabamos de hacerlo en esa hermosa invocación al Espíritu Santo, que aleje de nosotros al enemigo, que nos dé pronto su paz: "Hostem repellas longius, pacemque dones prótinus". Que rechace muy lejos todo aquello que quiera venir a turbar la serenidad, la tranquilidad de nuestras almas. Y que ese Espíritu Divino nos establezca en la paz, ya que el mismo Espíritu Santo nos ha dicho que El no se comunica en la turbación, en la conmoción. Esto es evidente y por eso hay que decirlo siempre en los principios de todos los 50
ejercicios. Comenzamos por esa petición humilde y confiada y después, como también hemos acostumbrado hacerlo, anticipamos a Dios nuestro Señor las acciones de gracias por los favores que se va a dignar concedernos. Cada una de esas gracias que vamos a recibir es el precio del Sacrificio de Cristo Nuestro Señor, cada una de ellas quedó pagada con su preciosa muerte. Entonces, si esas gracias se van a derramar en abundancia, quiere decir que vamos a participar en la grandeza del Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo y por lo tanto debemos darle gracias muy cumplidas por ese favor que nos concede. Que el Espíritu de Dios esté con nosotros en estos días para iluminarnos, para dirigirnos; que la Santísima Virgen esté cerca de nosotros para comunicarnos las gracias del Espíritu Santo y al mismo tiempo ser la Medianera entre nuestras almas y Dios. Si por Ella todo lo recibimos, por Ella también vamos a llevar a Dios todos nuestros propósitos. Dichas estas cosas, amadas hijas, es necesa[76]rio comenzar el estudio de los temas que han de ocuparnos en los presentes ejercicios; vamos a internarnos en regiones para el hombre desconocidas, en regiones misteriosas. Pero no vamos a entrar solos, hemos pedido la gracia, la luz del Espíritu Santo, hemos pedido el amparo de la Santísima Virgen para poder entrar en esos campos de la vida espiritual, de la vida interior. ¿Qué sería de nosotros, amadas hijas, si no tuviéramos esa ayuda, si no tuviéramos esa confianza? A Dios nadie le ha visto en este mundo, dice la Escritura. Los caminos de Dios son caminos sobrenaturales, divinos, que solamente pueden recorrerse a la luz del mismo Dios; pero El precisamente quiso comunicarnos su gracia, quiso darnos su Espíritu para que nos condujese por esos caminos. Y, según lo veremos en cada paso de estos ejercicios, el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo se ordenó a darnos esa luz, a darnos esa guía, ese Espíritu de vida que nos enseña la ciencia de los Santos, que nos enseña los caminos de la vida espiritual, la vida de comunicación con Dios, la vida de oración. Como lo veremos más tarde, esa vida de unión con Dios, siendo una, es múltiple en sus aspectos. La unión con Dios nos hace conocerlo más y al mismo tiempo nos abre los ojos, nos permite gustarlo, gozarlo con ese gozo único, sobrenatural, divino, que se llama gozo del espíritu, gozo espiritual. De los muchos aspectos que podemos contemplaren la vida espiritual, quiero que nos fijemos especialmente en aquéllos que conciernen más directamente a vuestra santa vocación de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad. La vocación viene a darnos ya un matiz, un colorido especial; viene a conferirnos derechos y obligaciones especiales. La vocación nos está diciendo lo que debemos dar, lo que debemos buscar. Desde que abrimos el libro de vuestras santas Constituciones, vemos ya el fin 51
del Instituto; allí se nos dice cuál es esa vocación, encontramos algo [77] verdaderamente divino en cuanto al espíritu que os debe animar. Al abrir esa primera página donde se consigna cuál es la voluntad de Dios acerca de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, nos encontramos con que vuestra vocación os lleva a rendir un culto, en cuanto sea posible perfecto, de adoración, acción de gracias, reparación e imploración, a cada una de las Divinas Personas, y para ello uniros a la Víctima del altar. PER ÍPSUM ET CUM IPSO ET IN IPSO... Por El, con El, en El, a Dios Padre Omnipotente todo honor, toda gloria, en unidad del Espíritu Santo. Cuando me preocupaba de preparar mis apuntes acerca de la Santa Misa como el medio de glorificación suprema a la Santísima Trinidad, me encontré con la sorpresa muy agradable, de que todo lo que yo quería explicar, lo que forma un plan vastísimo de predicación, estaba encerrado en este número de vuestras propias Constituciones; es decir que vosotras habéis hecho de vuestra vida el medio para realizar ese ideal de perfección. Y entonces me pareció como nunca hermoso el espíritu de vuestra vocación, porque se sitúa inmediatamente en el altar, junto a la Víctima divina. Toma como suyo el ideal mismo del Corazón de Cristo, de Cristo Redentor, de Cristo Sacerdote que busca la gloria del Padre Celestial y de la Trinidad Santísima. Pero la busca por el medio más precioso, el medio más oportuno, el medio, digamos, que el mismo Cristo Nuestro Señor escogió para realizar esa gloria. Entonces, ya, el primer paso que damos en ese campo de la vocación, nos viene a colocar directamente con Cristo. Se nos habla primero de ese fin más general de buscar la perfección, la santificación del alma en el cumplimiento de las Constituciones; pero en seguida viene ese punto capital. Es imposible que las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad realicen su propia voca[78]ción sin ser contemplativas, sin tratar directamente con Dios. ¿Cómo van a cumplir este punto central si, no esforzándose por darle a Dios esa gloria, por rendiríe ese culto INTERNO Y EXTERNO continuamente? Y al mismo tiempo, ¿cómo realizar estas cosas si no es uniéndose todos los días como lo pide el espíritu propio del Instituto, a la Víctima de nuestros altares? Un alma que está así unida a Cristo, jamás podrá caer en la tibieza. El día en que nos veamos amenazados de esta desgracia, será ciertamente porque comenzamos a olvidar las exigencias de nuestra vocación, porque nos bajamos del plan sobrenatural, divino, a los planos puramente naturales, humanos; será porque menospreciamos esos altísimos fines de nuestra vocación. Y así sucede muchas veces que lo que es parte principal de la vocación, lo espiritual, viene a relegarse a un plano completamente secundario; no se tiene en cuenta, se olvida ordenar según esos fines la vida religiosa. ¡Cómo quisiera yo, amadas hijas, que a través de los siglos se conservara vivo 52
en el Instituto el sentimiento de su unión con Dios! ¡Cómo quisiera que todo absolutamente, girara en torno de esa vida interior! ¡Que las obras todas del Instituto recibieran constantemente esos rayos de luz, de amor, ese fuego que es el resultado de la unión de las almas con Dios! Porque si únicamente se atiende a la parte material, técnica, no se podrá conseguir lo que se desea. Ya vosotras, amadas hijas, tenéis una prueba, ya todas habéis pasado varios años en el Instituto; es con veniente que examinéis a la luz de Dios cómo habéis realizado vuestra vocación. Para las cosas exteriores tenéis siempre la supervisión de vuestros superiores; pero esa región íntima del alma en donde sólo Dios puede entrar, y la que sólo El conoce con perfección, es la que yo quiero que vosotras escudriñéis. Haced comparaciones, recordad algo de vuestra vida pasada, más bien dicho toda vuestra vida, para ver cómo habéis recibido ese espíritu de vuestra santa vo[79]cación y cómo lo habéis explotado. Yo sé, amadas hijas, que como humanos que somos, tenemos altas y bajas; pero ¿ha existido una voluntad firme, constante, de ir siempre al cumplimiento del deber? En otras palabras, yo quisiera que entrarais a vuestro corazón para ver si aquello que os hizo abrazar vuestra vocación ha seguido ocupando el primer lugar en vuestra alma, o si habéis descuidado algo, poco o mucho, de lo que os exige vuestra vocación. Y haced ese examen siempre con fines a alcanzar de Dios Nuestro Señor misericordia, perdón por vuestras faltas, y para provocar en vuestras almas un sentimiento de gratitud a ese Dios bondadoso que os ha concedido perseverar. Y si por ventura habéis hecho grandes progresos, si puede decirse que vuestro corazón, vuestra alma es un altar en donde constantemente se está ofreciendo el Sacrificio de la Víctima Divina por vuestras propias almas; si puede decirse que vuestra alma es un centro de actividad eucarística y sacerdotal; que ha sido fiel en estas exigencias de la vocación, entonces MULTIPLICAD LAS ACCIONES DE GRACIAS, porque de veras, sin una,asistencia especial de Dios, no podríamos nosotros conservarnos y menos todavía perfeccionarnos en el espíritu de nuestra santa vocación. Tengamos en cuenta, amadas hijas, lo que os decía al principio; que si Dios nos da luces de propio conocimiento, de ninguna manera es para desalentarnos. Dios no trata nunca de desalentar a nadie; al contrario, trata siempre de levantarnos con esas luces de propio conocimiento que nos sirven para acercarnos más a El. De antemano procuremos ser absolutamente sinceros con nosotros mismos para que si, a la luz de Dios, encontramos fallas en nuestra vida, tengamos la suficiente humildad para reconocerlas, para confesarlas, y la gracia de Dios para poder enmendarlas. [80] Cuántas veces os he dicho, amadas hijas, a lo largo de mis predicaciones, de mis conversaciones que Dios Nuestro Señor os ha hecho centros de almas; que hay muchas almas que están esperando vuestra santificación. 53
Pero si no existieran ellas. Dios espera esa santificación porque espera y quiere haceros felices eternamente. A Dios le es grato, así lo ha querido, comunicar unas almas con otras, y en una filiación maravillosa que viene de aquélla misma que se encuentra en Dios, las almas se unen, las almas se comunican íntimamente, con Cristo y como Cristo. Así pues, el problema que vais a tratar, no es únicamente el problema de vuestra alma, sino de otras muchas almas; y ojalá, amadas hijas, siempre tuviéramos estas cosas en cuenta. Por desgracia hay almas desesperadas que dicen: ¡Qué me importa perderme!..¡Que me pierda yo!... ¡no me importa!... Pero no se trata sólo de esa pérdida; es que encierra la de otras almas y si podemos evitar una hecatombe espiritual, ¿por qué no hacerlo? Y si en vez de provocar una hecatombe podemos comunicar vida, gracia, santidad, ¿por qué no hacerlo? Así pues, amadas hijas, estos días os interesan a vosotras, a Dios, a otras muchas almas, almas que vosotras mismas no conocéis. Si el radio de vuestra acción se limitara a las personas que conocéis, ¡sería muy reducido! Existen muchísimas almas que Dios ha ligado con la nuestra y que ciertamente nos son desconocidas,pero no por eso debemos olvidarlas, al contrario, siendo la porción que Dios nos ha dado, debemos tenerlas presentes y amarlas. En cada una de vuestras almas, amadas hijas, debe ocultarse la santidad. Potencialmente todo hombre que viene a este mundo guarda al santo. ¡Ojalá que de la potencia pasara al acto y que de veras realizara esa obra de obras que es [81] su santificación! Me parece entonces, amadas hijas, que son todas éstas, razones poderosas que deben moveros a tratar seriamente los asuntos de vuestra alma, de vuestra vocación con Dios Nuestro Señor; El se declara como siempre, en audiencia permanente para escuchar todo lo que vosotras queráis decirle. En estos días particularmente está para todo lo que vosotras le digáis, está para vosotras. Ya el Espíritu Santo tiene dispuestas sus gracias, no desaprovechéis tan preciosa oportunidad. Os aconsejo que a lo largo del día procuréis mantener vuestra unión con Dios en esa forma sencilla, amorosa, que no es forzada y que se logra con una simple mirada interior, mirada amorosa a Dios. amor.
De vez en cuando alguna palabra interior, alguna invocación, algún acto de
Llenad de Dios vuestras almas, dadle todo vuestro tiempo a Dios y entonces, amadas hijas, encontraréis grandes sorpresas porque ese tiempo será el más precioso de vuestra vida, lo habréis aprovechado de la mejor manera. Ahora, en un rato de conversación con Jesús, con la Trinidad Santísima y con la Virgen María, decidles cuáles son vuestras disposiciones y cómenzad, amadas hijas, con un grande acto de amor, amor agradecido a cada una de las Divinas Personas y a 54
la Santísima Virgen. Gratitud como os dije al principio, por lo que habéis recibido y también por lo que vais a recibir. En aquella actitud humilde que tanto nos gusta, actitud en la que encontramos a la Santísima Virgen, en esa actitud debéis estar: Ecce ancilla Domini,... para recibir todas las manifestaciones de la voluntad de Dios. Actitud del FIAT para aceptar esa voluntad y poneros a trabajar inmediatamente cumpliendo de la mejor manera posible todo lo que Dios quiere de vosotras. ¡ECCE ANCILLA DOMINI! Decidlo con toda humildad y verdad, en unión de la Santísima Virgen, pa[82]ra que el Espíritu Santo no encuentre ningún obstáculo y pueda comunicarse a vuestras almas. ASÍ SEA.
El sacrificio de Cristo glorifica perfectamente a la Santísima Trinidad. (83) Diciembre 9 de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Vamos a ver con la gracia de Dios, como uniéndonos al Sacrificio de Cristo en la Santa Misa, damos perfecta glorificación a la Trinidad Santísima, como lo exige vuestro espíritu, como lo pide la perfección cristiana. Os decía que vuestra vocación os pone inmediatamente frente a frente de Dios; Dios, el Ser perfectísimo, Creador de todo cuanto existe; Dios a quien por la revelación conocemos en Su Unidad y en Su Trinidad. Dios, Amor infinito, Supremo Señor de todas las cosas, nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro bienhechor, nuestro Amigo. A ese Dios le demos amor por ser infinitamente amable; pero también le debemos respeto, veneración como criaturas suyas; y la primera obligación, dulcísima por cierto, que se impone al cristiano, a todo hombre, ante su Dios, es la de adorarlo. La adoración es un reconocimiento de la majestad divina y de nuestra dependencia de esa majestad de Dios, pero un reconocimiento amoroso que llamamos precisamente "adoración". Y esta palabra expresa, como alguien la definió, el éxtasis del amor, el amor que se desborda, que sale y que va como un torrente impetuoso hasta Dios para reconocer su grandeza en un amor que quiere ser infinito, que busca la manera de serlo y que para esto va a refugiarse en el Amor que apareció en la tierra, Amor que era humano y divino porque residía en el Corazón del Verbo Encarnado, el Hombre Dios. Esta es la grande alegría de la humanidad redimida, [83] el haber encontrado alguien que hiciera cabeza, que pudiera orientar a esa pobre humanidad caída y llevarla hasta Dios; alguien que pudiera presentarle un corazón santo, puro, alguien que pudiera darle el amor, la adoración exigida por la grandeza y majestad de un Dios. Cuando apareció sobre la tierra el Hombre Dios, el Verbo Encarnado, como Hombre tenía las obligaciones del hombre para con Dios; por eso debía también adorarlo. Esa fue la única, la perfecta adoración, la que juntaba la fuerza incontrastable del 55
amor divino a través de la humanidad santísima de Cristo. Cuando apareció en la tierra ese Verbo Encarnado, entonces encontramos nuestro Jefe, nuestro Guía; entonces encontramos nuestro apoyo, Aquél que había de repetir a todas las generaciones: "Venite ad me omnes"... Venid a Mí todos... no solamente los que sufrís para consolaros; ¡venid a Mí todos los que lleváis en el alma sed de amor, los que tenéis obligaciones para con mi Padre Celestial, para con la Trinidad Santísima! Venid a Mí todos, que en Mí encontraréis un refugio, encontraréis el medio de perfeccionar vuestros actos de amor, ¡el medio de transformar vuestra adoración!... Apareció Cristo en la tierra, en primer lugar como el grande Adorador del Padre; en un simple acto de adoración Jesús dio a su Padre la satisfacción debida por todo aquello que el hombre le había quitado y por lo que no había sabido darle. Pero Cristo Nuestro Señor apareció como la cabeza de un cuerpo místico, al que quiso llamar Iglesia: la reunión de todos los fieles. Quiso aparecer como el primero entre muchos hermanos, quiso hacerse como uno de nosotros para poderle dar al Padre amadísimo la gloria, el honor que le había quitado el pecado, y más todavía, porque nadie hubiera podido rendirle a la sobera[84]na majestad de Dios, al Padre Divino, esa adoración que El merecía. Aun cuando el hombre no hubiera pecado, era imposible que diera al Señor una adoración como la que le ofreció el Verbo al aparecer en la tierra, al hacerse Hombre y habitar entre nosotros. Como esa adoración tenía que llevar envuelta la idea de subordinación ante la grandeza de Dios; como tenía que ser un desagravio el amor infinito del Padre que tenemos en los cielos, Jesús quiso dárselo en su grande humillación, quiso dárselo en su pasión santísima, en su Cruz. Por eso el día en que Jesús murió Crucificado y pudo exclamar: “Consummatum est", ese día quedaba para siempre sellada no solamente la obra redentora, sino también la obra suprema de glorificación al Padre Celestial. Decimos que queremos ser glorificadores de la Trinidad Santísima, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, y en esa glorificación al Padre, no estamos solos. ¡Qué consuelo tan grande para nuestras almas saber que encontramos un horno encendido de adoración, que constantemente se ofrece en un lugar o en otro de la tierra; un sacrificio, el mismo del Calvario, ahora en forma incruenta, que constantemente le está rindiendo al Padre Celestial y a la Trinidad Santísima todo honor y toda gloria; y que en ese Corazón ardiente de Cristo Nuestro Señor, encontramos cabida todos los hombres, todos aquéllos que solicitamos la gracia de ser admitidos en ese acto supremo de adoración que El mismo tributó a Su Padre desde el primer momento en que apareció en este mundo, adoración perpetuada eternamente! En el Sacrificio de Cristo encontramos la perfecta adoración al Padre. Ese Sacrificio se reproduce muchas veces en todos los altares. Entonces, si llevamos al altar de nuestro sacrificio el homenaje de nuestro amor y 56
adoración y lo unimos al sacrificio de Cristo, éste viene a transformarse y a darle la perfecta adoración a nuestro [85] Padre Celestial. ¿Por qué dijo Jesús a la samaritana que había llegado el tiempo en que los adoradores adorarían a su Padre en espíritu y en verdad? ¿Por qué Dios nos había de exigir perfecta adoración si no pudiéramos dársela? Y ¿cómo iba a poder atreverse el hombre a una adoración perfecta, encontrándose en el estado tan lamentable de ruina espiritual, primero por la caída de origen y por tantas otras debilidades que Dios quiso dejar en el nombre? Sin embargo, Cristo dice que el Padre busca esos adoradores. Entonces hay que dárselos, debe encontrarlos. ¿Podré yo ser uno de ellos? ¿Podré realizar ese deseo del Corazón del Padre, adorarlo en espíritu y en verdad, ser su glorificador, su adorador perfecto? Felizmente, amadas hijas, podemos responder afirmativamente, podemos hallar una solución satisfactoria. Sí que podemos, pero a condición indispensable de estar unidos constantemente a Jesús, a Jesús Crucificado, porque Crucificado fue como El le rindió a su Padre la suprema adoración. La Cruz no solamente de tres horas, ya lo sabemos, sino la Cruz de toda su vida. De un sí, de un no, depende la realización de esta obra y todo un porvenir feliz o desgraciado. No se trata únicamente de fórmulas, de palabras; se trata de ofrecer la vida; si expresamos la voluntad de unirnos a Cristo, entonces unirnos de veras a Cristo Crucificado y realizar con El nuestro fin. Se trata de unirnos a Jesús en unión amorosa, pero también dolorosa; se trata de decir con San Pablo: "Christo confixus sum cruci"... ¡estoy atado a Cristo en la Cruz! Aquí ya no es tan fácil, ya no es tan sencillo; sin embargo, como débiles y pequeñitos, debemos acercarnos a recibir fortaleza de la misma Cruz, para seguir adelante, para sufrir hasta que [86] logremos nuestra dichosa transformación en Cristo Crucificado. Esto, amadas hijas, no es la obra de un día, es la obra de toda la vida. Aun suponiendo que fueramos perfectos en la imitación de Jesús; aun suponiendo que cumpliéramos perfectamente, en todas sus partes la voluntad divina, cumpliríamos un deber; pero ese deber se prolongaría tanto como la vida en este mundo y siempre podemos crecer en el amor, crecer en el sufrimiento, en el dolor, adquirir nuevos grados de perfección, hacer que aparezca más clara, más nítida, la imagen de Jesús en nuestras almas. Imita a Jesús Crucificado el que da los primeros pasos en la vida espiritual, cuando lo hace con toda verdad y sencillez, asistido por la gracia, como imita a Jesús Crucificado también el que va creciendo, perfeccionándose cada día, y así también el que está en la meta y puede decir: todo está consumado... Y ¡qué diferencia tan grande entre el primero y el último! Pero nunca, amadas 57
hijas, debemos cansarnos de trabajar en esta obra grandiosa, en esta vida espiritual. Dios nos va proporcionando su ayuda divina y ya es una grande ventaja el que tengamos conocimiento de dónde encontraremos el medio para poder perfeccionarnos. ¿Quién, teniendo conciencia de estas cosas, no se enamoraría de Jesús Crucificado? ¿Quién no correrá hacia El para llevar al Padre de los cielos el amor, la adoración perfecta que nos pide? Guardemos estas ideas centrales y vayamos a Cristo para transformarnos en El y así poder decir que somos perfectos adoradores del Padre en la verdad que es el Verbo, en el Amor que es el Espíritu Santo. ASÍ SEA. [87]
Obediencia. (88) Martes 9de diciembre 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Jesús se gozaba en hacer la voluntad de su Padre; forma amorosísima de sumisión, de reconocimiento del alma, de la humanidad sacrosanta de nuestro Salvador, ante la voluntad y ante la majestad divina de Su Padre. No podemos imaginar, amadas hijas, hasta qué punto le dio gloria al Padre Celestial, esa aceptación amorosa de su divina voluntad por parte de Jesús. En esto estaba la obra principal de Cristo, puesto que El al presentarse en este mundo, dijo: "He aquí, oh Padre, que vengo para hacer tu voluntad! Y después se gozaba en repetir que hacía lo que era del agrado de su Padre. Estas palabras estuvieron en sus labios hasta su última hora; El no veía en la Cruz ni la humillación, ni el dolor, ni la angustia, veía ante todo la voluntad del Padre que le había preparado ese medio para salvar a la humanidad, para glorificar al mismo Padre, y lleno de amor, aceptó el beneplácito divino. Allí tenemos, amadas hijas, una norma segura y preciosa que Cristo nos dejó para saber si glorificamos a nuestro Padre Celestial, si le ofrecemos aquella adoración verdadera que consiste en la sumisión amorosa, en el reconocimiento del supremo poder de nuestro Padre. A lo largo de la vida encontramos acontecimientos variados, unos alegres, otros tristes, pero generalmente encontramos la prueba, el sacrificio a cada paso. Si en esos acontecimientos contemplamos la voluntad del Padre que así lo quiere o lo permite; si nos adherimos firmemente a esa voluntad, la veneramos, la adoramos, entonces somos imitadores de Cristo. [88] Pero nuestra unión con el Señor no es únicamente de palabra, tiene que ser en hechos, y ¡qué campo tan vasto se presenta a nuestro amor en ese aceptar como venidas de Dios Nuestro Señor todas las cruces y acontecimientos de la vida, lo mismo los prósperos que los adversos, para decir con Cristo: yo me gozo en hacer tu voluntad... ¡Qué distinto sería el mundo si se sometiera a los divinos designios! Pero es 58
difícil, necesitamos meditar, reflexionar; necesitamos que se nos hable, que se nos estimule, que se nos expliquen las razones, para entrar en esa aceptación de algo que debía ser natural. Es necesario, amadas hijas, examinar un poco nuestra vida y ver cuál es nuestra conducta en la actualidad. ¿Estamos conformes con la voluntad de Dios que se nos ha manifestado en los acontecimientos, en las cosas exteriores, en todos los sucesos de la vida? La resistencia que hallemos en nosotros indicará lo cerca o lejos que estemos en esa adhesión a Jesús, en esa imitación del perfecto Adorador del Padre. No olvidemos que estamos viendo las notas características de un perfecto adorador. Tiene que ser en nosotros una PASIÓN ese amor a la divina voluntad. Voluntad de mi Dios, ¿en dónde estás?... Hemos de repetir esto siempre, sin ilusiones propias, sin más deseos que ése: PADRE ¡HÁGASE TU VOLUNTAD! ¡Quiero darte gusto, quiero hacer lo que Tú quieras! Y no solamente por esa necesidad que existe en todos los seres, de someterse al beneplácito divino, pero aun teniendo libertad de hacerlo o no, yo quisiera inclinarme siempre del lado de la voluntad de Dios, tenerla presente en toda solución. Sólo entonces aparecería en nosotros el verdadero glorificador del Padre Celestial. En la vida religiosa la voluntad de Dios se nos manifiesta constantemente en la obediencia; los que más han amado la voluntad de Dios han sido aquéllos que se distinguen por su perfecta obediencia, ya sea a los superiores, tratándose de religiosos, o a los que [89] tienen autoridad sobre ellos, de todas maneras una de las notas características del verdadero glorificador del Padre, tiene que ser la perfecta obediencia. Y en cuanto al religioso, éste debe ser el perfecto obediente. Quizá vosotras mismas hayáis tenido triste experiencia de estas cosas; pero por desgracia no son muy numerosos, como sería de desearse, aquellos religiosos a los que pueda llamárseles perfectos obedientes; casi casi ni obedientes, porque ponen muchas dificultades para obedecer, porque procuran inclinar las cosas a su modo de pensar, porque, como dicen vulgarmente, se "salen con la suya", dizque obedeciendo, pero en realidad haciendo su propia voluntad y no la de aquél que representa a Dios. Vosotras, amadas hijas, todas las que estáis aquí, ya con cierta experiencia en la vida religiosa, decidme ¿qué otra cosa suaviza la obediencia si no es el pensamiento de que se hace la voluntad de Dios? Quiten ustedes ese grande estímulo de la obediencia y cae por el suelo la fuerza que pudiera sostenernos al obedecer. Porque si lo hacemos por complacer a quien nos manda, naturalmente no siempre se encuentra esa complacencia; tendríamos gusto en complacer a las personas que nos son simpáticas. Pero sabemos que providencialmente Dios ha permitido que no siempre exista esa simpatía y tenga que recurrirse al espíritu de fe. Vosotras sois testigos de que no es cosa fácil la obediencia y por lo mismo no es 59
cosa muy fácil decir que siempre hacemos la voluntad de Dios en todo y decir que nos unimos a Jesús en esa adhesión a su Padre y que somos sus perfectos glorificadores. No se trata de decir una fórmula preciosa, los hechos son los que valen. Yo quisiera, amadas hijas, ya que no voy a descender a detalles de la vida religiosa porque he de seguir el plan que tengo trazado, llamaros fuertemente la atención acerca de este punto que es un me[90]dio práctico de santificarnos, de unirnos a Dios, de convertirnos en contemplativos. No olvidéis que estamos hablando de la adoración perfecta, de la glorificación del Padre en el sacrificio de Cristo; no olvidéis que deseamos nosotros ser glorificadores perfectos de nuestro Padre Celestial. Pues allí tenemos el medio precioso, el medio de la obediencia. Y digo que os llamo la atención, porque yo no quisiera que fueseis a caer, amadas hijas, en ese defecto, en ese vicio, puesto que es contrario a una virtud, que se llama falta de espíritu de obediencia. ¡Cuántas dificultades, cuántas amarguras para aquéllos que Dios Nuestro Señor puso en su lugar, cuando encuentran súbditos que no quieren obedecer o no obedecen como deben hacerlo! Y si ya el corazón del que manda, del superior, se siente afligido cuando encuentra estos subditos rebeldes, ¿qué sentirá el Corazón de Jesús con esa clase de almas que expresamente le habían prometido obedecer y que para más comprometerse y ligar su voluntad, emitieron un voto, el voto de obediencia? ¿Qué sentirá cuando no se salva ni siquiera la materia del voto y más aún, se está bien lejos de practicar la virtud? Amadas hijas, ¡no os resignéis a no ser perfectas obedientes! Cueste lo que cueste, debéis entrar en esa resolución. A un religioso nunca se le deben decir dos veces las cosas, a menos que no oiga bien. Un religioso jamás tiene que manifestar disgusto en las cosas que se le mandan; porque bien pudiera darse, si Dios lo quisiera, el caso de que en aquel momento en que tan mala cara hacemos y tan mala entraña tenemos, el que Cristo Nuestro Señor dijera: "Hija mía, ¿para qué me prometiste obediencia? ¿Quieres hacer tu voluntad, quieres quitarte un peso, una responsabilidad? ¿Quieres quitarte ese voto que hiciste?, ¡retíralo entonces, no lo hagas...!" Y ¿qué haríamos, qué harían ustedes, amadas hijas? ¿Se quedarían muy tranquilas de oír esa observación? Seguramente que no. ¡Seguramente sentiríamos que se nos abría el piso y nos comía! [91] Entonces ¿por qué no sentimos esto cuando les faltamos a nuestros superiores? Porque NOS FALTA ESPÍRITU DE FE. Cualquiera dirá: no es igual ver a Nuestro Señor y oírlo que nos diga eso, que ver al superior... Y yo les digo que SI ES IGUAL, yo les digo que el superior está hablando en nombre de Dios. Otras veces se discuten mucho las cosas de obediencia y yo francamente no me 60
atrevería a calificar ni siquiera de buen religioso al que discute tanto las órdenes que se le dan. No le están preguntando, no le están pidiendo opinión o discusión. Sencillamente se le dice que obedezca y tiene que obedecer. Ya sabemos que podemos hacer observaciones con respeto y humildad cuando sea necesario, pero sometiéndonos a la decisión y quedando tranquilos. Son cosas elementales de la vida religiosa, ustedes lo saben desde el Noviciado; si el que manda se equivoca, el que obedece no se equivoca, llevamos la parte más segura los que obedecemos que los que mandan. No hay nada que justifique nuestra actitud. Yo consideraré siempre como una piedra de toque para las vocaciones, para la vida interior de las almas, ese espíritu de obediencia, esa docilidad. Claro que las cosas en que no queremos obedecer, es porque no nos gustan, sentimos repugnancia, quisiéramos que fueran de otro modo; ya teníamos nuestros planes muy bien hechos y la obediencia nos echa abajo todos nuestros castillos... Claro que esto nos duele y nos ponemos con cara triste, atufada. Mal hecho, no hay que estar así, porque si tenemos verdadero espíritu de fe, si tenemos espíri[92]tu religioso, si tenemos amor de Dios, hemos de reaccionar y decir: pues muy bien, lo siento porque yo había puesto mi corazón en otras cosas, pero por encima de mi sentimiento, pongo el gusto de hacer tu voluntad. Dios no pide que no sintamos, no somos de palo, tenemos que sentir y generalmente cuando Dios quiere recompensarnos más, nos hace sentir más, porque entonces hay más mérito. No hay que preocuparse porque se sienta, sino por no saber controlar ese sentimiento; dejarlo en su lugar y decir: encima de esto tengo otra cosa que me agrada más, es la voluntad de mi Padre... Me había hecho las ilusiones, porque no sabía la voluntad de Dios, pero cuando se me ha dado orden contraria, estoy contenta, quiero cumplirlo todo con alegría. Un primer movimiento de tristeza, quizá no pueda siempre reprimirse, pero hay que reaccionar inmediatamente y de corazón aceptar lo que Dios Nuestro Señor ha dispuesto. Que yo tengo grandes cualidades para una cosa y me mandan otra para la que no tengo ningunas; pues muy bien, ¿quién me dio las cualidades? Dios; y El me pide que se las sacrifique y que ahora comience a aprender lo que no sé. ¡Ah! qué piedra de toque tan hermosa! Fíjense hijas, ustedes que son tan observadoras... fíjense bien en lo que hacen los religiosos más fervorosos: OBEDECEN, son los más obedientes. Y es que el Espíritu Santo se encanta con la obediencia y manda inmediatamente la recompensa, el premio al sacrificio, primero dando la paz al alma, bendiciendo aquel sacrificio en grandes frutos de fecundidad espiritual. Y luego haciendo avanzar aquella alma; ¡claro que tienen que avanzar! Esos son 61
los verdaderos discípulos de Cristo, los verdaderos hijos, adoradores del Padre Celestial. Hijo quiere decir SUMISO, amorosamente sumiso a aquél de quien procede. [93] Yo me imagino siempre que la gran familia que ha de dar gloria al Padre de los cielos, al que contanto gozo llamamos NUESTRO PADRE CELESTIAL, ha de estar formada por almas pequeñitas en el sentido de docilidad, almas de niños, aunque tengan 70 años. Lo mismo decía Santa Teresita: que si ella hubiera vivido hasta los 80, se encontraría en el mismo espíritu de infancia en que se encontraba a los 8. Sumisión amorosa a la voluntad del Padre Celestial. Eso hace la nación de la que habla el Eclesiástico: "Y esa nación estaba gobernada por la obediencia y el amor". Amadas hijas, debemos gozarnos en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Claro que si esa voluntad nos manda hacer algo que nos guste, debemos hacerlo con muchísimo gusto. Pero más que por nuestro propio gozo, por SER la voluntad del Padre. Si El me da dulce, bendito sea, si me da amargo, ¡bendito sea! Ya vemos, amadas hijas, que no es cosa muy sencilla decir simplemente: ¡nos adherimos a la voluntad de Jesús para glorificar al Padre! Bien podría El contestarnos: está muy bien, voy a ver si lo cumples, si de hecho realizas esa adhesión. Bendito sea Dios, amadas hijas, que nos dio la vocación religiosa, porque realmente tenemos la seguridad de hacer en cada momento la voluntad de Dios. El que de veras entiende lo que es la voluntad de Dios, debe apasionarse por la vida religiosa, y en la vida religiosa, por la obediencia. Al que quiera hacer su voluntad, no le hablen de vida religiosa, que sequede mejor en el mundo, porque allí faltará a la virtud pero no al voto. Examínense de veras, y si encuentran que andan un poco mal en este punto, procuren remediarlo; de lo contrario estaríamos en un grande peligro a medida que fuéramos desarrollándonos más. Si con cinco hermanas desobedientes es imposible la vida religiosa, ¿qué será con diez, con veinte, con cien o con mil? ¿Qué será de nosotros? Hay que fijarse en estos puntos que son muy [94] prácticos y no lo son únicamente porque los encontramos al alcance de nuestra mano, sino porque nos ponen inmediatamente en la posibilidad de darle gloria a Dios. No hay que andarse quebrando la cabeza para ver cómo le damos gloria a Dios. Si en su examen de cada noche pueden decir: hoy no tuve una sola falta en la obediencia, pueden decir también: ¡hoy he dado gloria a Dios cien por ciento! No es ilusión, ¡es realidad, amadas hijas! No esperen obras portentosas para saber que dieron gloria a Dios; no las hallarán fácilmente. Todo se hace de igual modo más o menos y sin embargo Nuestro Señor se vale de la rutina de la vida para llevarnos a las alturas, porque todo encierra la voluntad de Dios. 62
¡Ojalá que en la hora del Santo Sacrificio de la Misa, cuando vamos a hacer nuestro ofrecimiento, cuando en nuestra sencillez vamos a unirnos a la Hostia del Sacrificio, pudiéramos presentarle estos obsequios a Nuestro Padre Celestial, el obsequio de nuestra adhesión a su voluntad santísima, y en particular como religiosos, el obsequio de nuestra obediencia! ¡Ojalá que fuera perfecta!, porque hay muchos grados en la obediencia; si ella determina la voluntad de Dios, hay que hacer con perfección esa voluntad. Examinad vuestra conciencia, no dejéis pasar estas cosas. Si existe algún mal, hay que extirparlo, si existe algún defecto, hay que remediarlo. Y entonces pidámosle humildemente a Jesús que nos alcance la gracia de saberlo imitar en esa adhesión perfecta, pronta, a la voluntad de su Padre Celestial, para poder decir con El que siempre hacemos las cosas que son del agrado del Padre. Si nos pide actos heroicos, si nos pide actos pequeños, lo que sea, dárselo siempre con mucho amor y buena voluntad. Entonces tendremos la seguridad de ir por un ca[95]mino recto, hacia la imitación de Cristo Nuestro Señor, Adorador y Glorificador del Padre. Entonces seremos como El, adoradores en espíritu y en verdad, como lo quiere el Padre. ASÍ SEA.
Abnegación. (96) Diciembre 10 – 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Jesús quiso ligar, al venir a este mundo, la gloria de su Padre y las almas. En ese escenario en el que había de moverse durante su vida mortal, contando con esos elementos: una humanidad caída, después una humanidad rescatada; en ese campo inmenso de almas que contemplaba y que iba a tomar como instrumentos para la glorificación de su Padre Celestial, nos encontrábamos todos nosotros los que por gracia de Dios hemos venido a la existencia. Jesús contempló todas las almas, pero en unas veía sujetos que necesitaban redención y cuidados especiales para poder salvarse; en otras contemplaba el fruto de esa redención y de la gracia; veía en ellas almas privilegiadas que habían de convertirse ellas mismas en medios de salvación, que habían de cooperar a la glorificación de la Trinidad Santísima. A esas almas Jesús se entregó sin reservas, a ellas entregó su amor. En realidad, Jesús ama a todos los hombres, a todas las almas que su Padre le dio; pero es muy natural suponer que ese amor apareciese más delicado con aquellas almas que iban a asociarse en una forma directa a su obra de redención y glorificación. Entre estas almas habían de ocupar el primer puesto las almas sacerdotales; el sacerdote, continuador oficial de la obra de Cristo, el sacerdo[96]te, encargado oficial de renovar el sacrificio de la Cruz. Y luego aquellas otras almas, las que ardiendo en celo por la gloria divina y por la salvación de las almas, habían de consagrarse por 63
completo al servicio de Dios, habían de seguir a Jesús en la parte más escogida de su Iglesia que es la parte sacerdotal. Cuando Cristo Nuestro Señor pronunciaba en la Cruz aquellas palabras: “Consummatum est”, cuando pudo contemplar realizada plenamente la obra que su Padre le había encomendado, estaba ya ofreciendo y contemplando en aquellos momentos, la obra de toda su vida, aquella obra que comenzó el día venturoso de la Encarnación, cuando empezó también la Crucifixión que había de consumarse oficialmente en el Calvario. Entonces contempló aquella vida, consagrada desde el primer momento al amor, a la adoración de su Padre Celestial; aquellos trabajos, aquellos sufrimientos íntimos de su infancia y después su obra apostólica, sus enseñanzas, sus milagros, todo lo que El hizo y padeció para dar a conocer a su Padre Celestial y dejar en los suyos, sus mismos sentimientos para que continuaran después, a través de los siglos, la misma obra que El estaba realizando. Amadas hijas, debiéramos sentirnos profundamente emocionados y comprometidos con un feliz compromiso, al saber que nuestras almas fueron escogidas por Jesús para estar cerca de El en su obra redentora, salvadora, glorificadora; porque eso es lo único que cuenta. ¿Qué cosa nos va a hacer eternamente felices? Nuestra unión con Dios, la posesión eterna de Dios. Pero ese amor divino que nos va a hacer felices en la eternidad, como ya nos hace felices en el tiempo, exige correspondencia y en la medida en que nosotros amamos, en esa medida seremos glorificados, en esa medida salvaremos almas. ¡Qué cosa tan grande es el amor! Y ¡qué lástima que vaya profanándose muchas veces! ¡Qué lástima que vaya despedazándose, que se vaya por veredas, por caminos torcidos y no se enfoque todo a lo único necesario! [97] Debemos reputar como una felicidad completa, la de un alma que ha decidido darse al amor de Dios sin reserva, como se dio Jesús. En muchas ocasiones hemos meditado estas cosas, pero es necesario repetirlas. No basta dar, hay que DARNOS. Dios nos quiere a nosotros en primer lugar, y está resuelto a NO ACEPTAR NUESTROS DONES SI NO VA EN ELLOS EL DON DE NOSOTROS MISMOS; porque en primer lugar nos pide el corazón. ¡Cómo no ha de ser feliz el alma que resuelve y cumple el darse exclusivamente al amor de Dios! Cuando estos sentimientos existen en el alma, es cuando Jesús se mueve a hacer derroches de su amor y de sus dones. Por eso al que tiene se le da más, y al que no tiene, hasta lo poco que tiene le será quitado. Al que de veras se resuelve a entregarse al amor divino, Dios lo recompensa con los dones suyos, los dones celestiales y viene a concederle realizar sus deseos, esos deseos de amar "ex toto corde"... 64
¡Qué cierto es, amadas hijas, que lo único que vale delante de Dios es el amor, y que el gran precepto es el de la caridad, el del amor! De tal manera debiéramos nosotros purificar nuestra alma, que nada encontrara en ella el Amor divino que le impidiera explayarse completamente. Debiéramos convertirnos en amor, no solamente amar. Dios es amor, el cielo es amor y nosotros tenemos que compartir ese cielo y hablamos de la transformación en Dios. Esa transformación supone la divinización del alma, la pureza del alma, la participación del amor infinito. Ante esa gracia de convertirse el alma en amor, no hay sacrificios que le puedan parecer grandes. Teresita del Niño Jesús animaba a su hermana Celina en su niñez a los grandes sacrificios, haciéndole ver cómo éstos no tienen comparación ante la gracia insigne de poder inflamarse en el amor divino. Evidentemente Dios lo único que quiere de [98] nosotros es el amor, porque Dios es amor y nos pide un amor que tenga todas las características del amor con que Su Hijo lo ama. El Padre busca el amor del Hijo y ese amor es el Espíritu Santo. Por eso Dios, que exigió el amor del hombre, difundió su Espíritu en todas las almas, para que Lo amáramos como El mismo se ama, para que pudiéramos ofrecerle ese amor con que el Padre ama a su Hijo, ese amor con que el Hijo ama al Padre, ese amor que es el Amor divino. Pero por otra parte, supuesta la voluntad de Dios de efectuar la redención en el sacrificio, Dios también estableció que fuera el sufrimiento el medio más precioso en este mundo, para conseguir esa transformación, esa purificación, ese ennoblecimiento del amor. Allí está, amadas hijas, allí está clara la voluntad de Dios: "Qui vult post me venire, ábneget semetipsum, tollat crucera suam et sequatur Me"... ¡El que quiera venir en pos de Mí, que se niegue, que tome su Cruz y que me siga! Los enemigos del alma ofrecen otros caminos al parecer conductores, pero que aparte de engendrar tarde o temprano el hastío, matan en el alma lo más gran de y noble, el amor. Perjudican el alma con el mayor de los perjuicios que se pueden hacer a una persona, o sea separarla de su Dios. En cambio, el que sigue las máximas de Cristo,el que va por esos caminos del amor crucificado, doloroso, encuentra en primer lugar la paz del alma, encuen tra el fuego misterioso que es continuamente atizado, que crece en el dolor, en ese dolor amoroso como fue el que Jesús padeció. Por eso un requisito indispensable para que el alma pueda ser víctima, es que lo acepte voluntariamente, que acepte el dolor; Dios no lo impone, lo insinúa "Si alguien quiere venir en pos de Mí..." Dios pone la condición y cuando realmente el alma se ha abrazado con el sacrificio voluntariamente, en ese mismo momento comienza su transformación.
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Amadas hijas, no debemos hacernos vanas ilusiones acerca de lo que debe ser nuestra vida. La rea[99]lidad de la vida es ésta: seguir a Jesús por los caminos de su apostolado, seguirlo a todas partes, pero seguirlo como El vivió, CRUCIFICADO. No hay que imaginarse una vida sin sacrificio; si se quita el sacrificio, se quita la única oportunidad de mostrar a Dios nuestro amor, ese medio con el cual Jesús mismo quiso demostrar su amor al Padre Celestial. Jesús al contemplar nuestras almas contempló en ellas su Cruz, su amor, su amor de inmolación, su amor al Padre, y esto llenaba de regocijo,amadas hijas, el alma santísima de Cristo, Sabemos que no existió gozo más grande en el alma de Jesús, que aceptar la Cruz que su Divino Padre le dio, en la cual quería que fuera crucificado. Y El quiso compartir su inmolación con las almas que habían de seguirlo. Cuando ve que las almas aceptan esa Cruz, la piden humildemente, y al recibirla se llenan de entusiasmoy entonces Jesús se goza en la presencia del Padre Celestial, porque puede ofrecerle almas que ciertamente participan de sus mismos sentimientos. Y Jesús les da su Espíritu a estas almas que tienen sed incontenible de la Cruz; les da su Espíritu de fortaleza, de piedad, de entendimiento, de sabiduría; ese Divino Espíritu que es Maestro y guía y Director de las almas interiores, de las almas que siguen los pasos de Jesús hasta el Calvario. Espíritu que al mismo tiempo que inspira el sacrificio, llena las almas de gozo. Se ha dicho que podemos prescindir de los consuelos humanos, pero no de los divinos, de ese gozo del Espíritu Santo que lleva las almas hacia adelante, haciéndolas ver sobre todo la gloria de Dios en su sacrificio. Amadas hijas, ¿cómo hemos ido nosotros por ese camino que nos lleva hasta el Calvario? ¿Hemos dejado la cruz que Dios nos dio? ¿Hemos despreciado ese amor de Cristo? ¿Hemos descuidado ese entusiasmo que debe haber en nuestras almas para seguir [100] con Jesús hasta lo alto del Calvario? ¿Nos dejamos alucinar por las sugestiones del demonio que nos ofrecen una vida fácil? ¿Nos hemos engolosinado con la estimación de los hombres? Si es así, debemos volver sobre nuestros pasos para enderezar el camino. En cualquier momento, mientras Dios nos da vida, podemos resucitar todo aquello que había muerto. Allí está el Espíritu Santo que sólo espera la humildad en las almas para animarlas con su soplo divino. Porque el orgullo es la ruina completa de un alma; pero cuando de sus labios se escapa esta palabra: "Pequé, Señor, ten misericordia de mí..." cuando Jesús la ve llorar aquellos días pasados en que el alma se comunicaba libremente con El, con toda sencillez como Cristo con su Padre, y ahora por culpa propia todo lo ha perdido; cuando Dios ve esas lágrimas que envuelven una súplica, envía su Espíritu, su soplo divino, creador, que encienda de nuevo el fuego y allí está el principio de una ascensión más llena de entusiasmo todavía, que lleva al alma por los caminos verdaderos por donde 66
Cristo caminó hacia la Cruz. Amadas hijas, si acaso en vuestras almas ha muerto, al menos en parte, aquel entusiasmo primitivo que por serlo, no gozaba de los privilegios de lo perfecto pero que sin embargo era algo requerido para poder introduciros en los caminos de la perfección; si os encontráis heridas porque en el tiempo de la prueba no siempre pudisteis resistir la tentación y sucumbísteis, por lo menos en parte; si, en una palabra al volver vuestros ojos sobre vuestra alma, no la encontráis tan hermosa,tan pura como en alguna ocasión la contemplasteis; si sentís que vuestro amor para Dios no está en aquella forma en que llegó a estar, ¡ah!, amadas hijas, ¡primero llorad ésa desgracia y luego confesadla!.... Pedidle humildemente a vuestro Jesús Redentor que os haga el don de su Espíritu para que os renueve; que os envíe ese Espíritu Renovador, transformador, sobre todo Creador! COR MUNDUM CREA IN ME DOMINE!... [101] Cor mundum... sí, ¡un corazón nuevo, puro! Oh Espíritu Santo, ¡dámelo, crea en mí ese nuevo corazón! Y ojalá, amadas hijas, que en estos ejercicios pasara sobre vuestras almas aquel soplo divino de Pentecostés y ¡que quedarais transformadas! Porque Cristo no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Nosotros los humanos, cuando nos cansamos de luchar con un alma y no la amamos verdaderamente, decimos: ¡pues que se pierda, muy su gusto!... Pero no es éste el lenguaje del Amor divino, del Corazón de Cristo; por eso, amadas hijas, Aquél que os escogió, os quiere en la perseverancia y el único remedio a vuestra situación es resolveros una vez más a daros a Nuestro Señor, a amarlo con todo el corazón, a tomar sobre vuestra espalda la cruz que El os regala y cuyo peso es siempre ligero para las almas de buena voluntad. Así pues, amadas hijas, yo no espero de vosotras ninguna otra decisión sino ésta. Sobre todo comenzar con un acto de humildad. Yo he sentido muchas veces al demonio rondar cerca de vosotras sugiriéndoos sentimientos de soberbia que son los que pierden a las almas. Y muchas incautas,¡pobrecitas! se han dejado sugestionar en parte por ese enemigo, le han dado oídos. ¡Y ellas, las que debían ser niñas sencillas como un lirio candido que se abre siempre al soplo del Espíritu Santo, que se abre a la mirada del Padre Celestial, comenzaron a cerrarse, a esconderse! Ya no tenían aquella sencillez primaveral, aquella pureza diáfana de sus primeros días, porque dieron oídos al tentador y se fueron caminando por un camino oscuro, el camino de la doblez, del ocultamiento, del fingimiento. Si no existiera, amadas hijas, un Jesús que nos ama, que nos ama sin medida y que nunca se cansa de ofrecerse como Víctima por nosotros, ¡cuántas veces hubiéramos perecido engañados por la serpiente infernal! ¡Si vosotras no tuvieseis siempre un altar en [102] donde se ofreciera una 67
Víctima por vosotras! ¡Si Dios Nuestro Señor no os hubiera dado un Padre que participa de los poderes de Cristo porque es sacerdote y se empeña verderamente por el bien de vuestras almas, estoy casi seguro de que varias de vosotros no estaríais aquí! Pero amadas hijas, no estar aquí todavía tiene remedio, porque más tarde o temprano podemos reflexionar y por lo menos abrirnos las puertas en donde se encuentra para siempre a Dios. Lo malo, la verdadera desgracia es que se ciérren también aquellas puertas y que perdamos nuestras almas eternamente. Y claro que una cosa se relaciona con otra; las infidelidades a la gracia, en cualquier orden que sean, van previniendo aquellas otras caídas y van exponiendo el alma a su perdición. ¡Que pase sobre vuestras almas, amadas hijas mías así lo pido como Padre vuestro, que pase el Espíritu Santo y les inspire sentimientos de humildad, de contrición, de verdadero arrepentimiento de sus faltas ! Si yo, amadas hijas, no hubiera cometido más que un pecado venial, el que pudieran decir los hombres más pequeño, no encontraría lágrimas suficientes para llorar ese pecado; pero desgraciadamente no son esas faltas insignificantes. ¡Qué sabemos nosotros cuál sea la magnitud de nuestros pecados! Quizá los mayores ni siquiera los sospechemos y entre ésos tiene que contarse seguramente la infidelidad a la gracia, a la vocación, porque no se viva como se debe vivir, porque no se corresponde a Dios. Amadas hijas, apremiad al Espíritu de Dios para que venga a renovar vuestra alma, para que recobréis toda la libertad del espíritu, la libertad de loshijos de Dios. Debemos tener nuestra mirada limpia para poder levantarla siempre a contemplar la faz del Padre. No debemos llevar rencores para con nadie. De manera que en cualquier momento en que nos encontremos con las almas, aun las que creen ser enemigas, [103] podamos ofrecerles siempre esa mirada de comprensión que es la mirada de la caridad. Aprovechad, amadas hijas, esta hermosa oportunidad que Dios Nuestro Señor os pone para que se obre una verdadera renovación. Que la que sea santa, se santifique más; la que sea pura, se purifique más; la que tenga algo que remediar, lo remedie, para que Dios Nuestro Señor en estos mismos momentos, recibiendo ese acto de vuestras almas, llenas de buena voluntad,se dé por satisfecho y abra las compuertas de sus gracias. ¡Cuántas gracias delicadas están allí en el Corazón de Dios, porque las almas se cerraron y no quisieron recibirlas! Que esa compuerta se rompa hoy para vuestras almas, que venga el Espíritu Santo, que nos llene, que nos encuentre dispuestos a recibir sus gracias, humildes, agradecidos a la bondad de Dios que quiso perdonarnos y devolvernos su amor, su 68
gracia. Pidámoslo así por intercesión de la Santísima Virgen para que Ella, que es nuestra Madre y se goza con nuestra felicidad, tenga mucho de qué regocijarse en estos días, al ver tantas almas tan bien dispuestas a recibir los dones de Dios, tan humildes para confesar sus culpas, y tan dispuestas a seguir en adelante con toda fidelidad los caminos que Dios Nuestro Señor les trace, los caminos del amor sacrificado. ASÍ SEA.
Celo por la gloria del Divino Padre. (104) Miercoles 10 de diciembre de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Decíamos que Jesús contempla en cada alma un posible adorador de su Padre y siempre un miembro al que El puede comunicarle su gracia y sus cuidados, con ese fin de preparar hijos adoptivos que [104] han de ofrecerle a su Divino Padre, en unión con el mismo Cristo, todo honor y toda gloria. Así contempló Jesús nuestras almas, y yo quisiera amadas hijas, que contempláramos también nosotros un poco esa alma santísima de Cristo a través de nuestras propias almas. ¿Cómo contemplamos a Jesús en nuestra alma? La respuesta a esa pregunta tiene que variar forzosamente, según el estado de cada una de las almas, según la luz que haya recibido del cielo, según el amor que arda en ella. Pero podemos contemplarlo a través de las luces que hayamos recibido de otras almas más iluminadas que las nuestras y sentirnos poseedores por un momento, de aquel santo amor con que esas almas contemplaron a Cristo Jesús. En nuestras almas aparece Jesús ante todo como el gran adorador del Padre. Ya hemos visto cómo desde el principio hasta el fin de su vida, no hizo otra cosa sino ofrecer esa adoración, ese amor infinito que lo llevó a buscar todos los medios para darle las satisfacciones, la gloria que merecía el Divino Padre. En orden a esa glorificación podemos contemplar toda la vida de Cristo, aquellos años venturosos para Nuestra Señora la Virgen María, para San José, los años de la infancia de Jesús, en los que aparentemente la misión que había traído al mundo no se contemplaba al exterior, pero que estaba en toda su hermosa realidad. Y como para indicarnos que realmente ya en aquellos días de Nazareth ardía en el Corazón de Cristo el amor para su Padre y el deseo de su gloria, contemplamos aquel misterio en que quiso Jesús quedar tres días lejos del hogar paterno, perdido a sus padres a fin de permanecer, en el templo, como nos dice el Santo Evangelio, discutiendo, hablando de las cosas de Dios. Y cuando sus Padres le preguntan: "Hijo, ¿por qué lo has hecho así?"... El dice: "¿No sabíais que debía ocuparme de las cosas de mi Padre? ¿Por qué me buscábais? La primera palabra que nosotros leemos en el Evangelio, la palabra de Jesús Niño, es ésta. [105] 69
Claro que otras muchas diría en la intimidad del hogar, tanto a la Santísima Virgen como a San José; pero estas palabras Jesús quería que quedaran consignadas en el Evangelio para que todos supiéramos que su Corazón estaba impaciente por comenzar al exterior aquella obra de evangelizar, aquella obra por la que iba a dar a conocer el nombre de su Padre. Sin embargo, aceptando el plan divino, volvió a encerrarse en su casa de Nazareth, a vivir la vida oculta sí, pero de amor intensísimo, de glorificación de su Padre, de adoración a su Padre. Jesús sabía que ésa iba a ser la vida de muchas almas, aun las más grandes y escogidas, que no tendrían oportunidades de salir a evangelizar, que no podrían sostener las disputas como El las había sostenido con los doctores de la Ley; las almas ardientes como la de su Madre Santísima,como la de San José, como tantas otras, que habían de existir a lo largo de los siglos, sedientas de la gloria de Dios, y sin embargo, debiendo realizar su apostolado en el ocultamiento, en la vida de hogar, de familia, en el cumplimiento de las obligaciones del propio estado,y aun para muchas de las almas sujetas a la vida religiosa, en una vida de aparente inacción, de silencio, de falta de actividad, que es por la que casi siempre nosotros medimos el celo de las personas. ¡Qué hermosa lección de Jesús Niño! ¡Qué hermosa lección de esos 30 años de la vida de Cristo en Nazareth! Allí Lo contemplamos, como más tarde, buscando siempre la gloria de su Padre, y luego, amadas hijas, en su vida pública, apareció siempre como el Buen Pastor, corriendo en pos de las ovejas, siempre manifestándoles su amor misericordioso, siempre compadeciéndolas, y si alguna vez usó de cierta severidad para reprenderlas, fue únicamente con el fin de demostrar el celo que tenía por la gloria de su Padre y el anhelo ardiente de la salvación de las almas. Nunca Jesús procedió en otra forma. [106] Así Lo contemplamos, buscando a los discípulos, aquéllos que El mismo había escogido y prevenido con su gracia, aquéllos que habían de ser depositarios de los secretos todos de su Corazón, ¡Con cuánta paciencia y caridad se dedicó Jesús a enseñarlos! Veía en ellos a los continuadores de su obra, sobre todo a los que habían de prolongar su sacrificio aquí en la tierra; y detrás de ellos, a todos los llamados por El para el sacerdocio. Junto a esas almas de elección, otras también escogidas, que habían de comprender esos movimientos del Corazón de Cristo; almas que quiso sintetizar en aquella familia de Betania, a donde Jesús acudía para encontrar descanso, pero más que todo para vaciar su Corazón, para hablar de su Padre. Ese Jesús tan sencillo, tan accesible, siempre que Lo llamaba el amor y las necesidades de las almas, Lo contemplamos después, al acercarse la hora suprema de su vida, llevando en su Corazón aquel anhelo ardiente de ser crucificado por la gloria de su Padre; y el anhelo de quedarse con nosotros en la Eucaristía por el mismo motivo, así como en el Sacerdoció. ¡Lo contemplamos en esa pasión divina por la Cruz, en ese amor por los hombres, en ese anhelo por la gloria de su Padre! Consumando su obra, ¡teniendonos 70
presentes a cada uno de nosotros en la hora de su agonía! ¡Qué grandes son las almas, amadas hijas! ¡Qué alma podría decirse pequeña cuando ha sido el objeto de las predilecciones de un Dios, cuando costó nada menos que el Sacrificio de Cristo, cuando fue acariciada por el Corazón más grande que ha existido en el mundo, el Corazón de un Dios! Y si esas almas son como las vuestras, escogidas para la vida de perfección que es la vida religiosa, la vida misionera, con cuánta mayor razón deben alejar todo sentimiento de desconfianza. Jesús pensaba en cada una de vosotras, amadas hijas, y pensaba como pensamos nosotros en aquéllos que aquí en la tierra participan de nuestros ideales; sentía la dulce emoción de verse reproducido [107] en otras almas, de modo que cuando faltamos, o sin faltar, vengan a unirse a nosotros para alternar en ese salterio de las divinas alabanzas! Así nos contemplaba Jesús, así nos tuvo presentes en aquella hora suprema de su muerte, en aquella larga agonía; y pensó también en nosotros en la hora de su glorificación que comenzó con la hora de su muerte y que consistió en dar su Espirítu a la humanidad regenerada para que hiciera en ella toda clase de favores, para que se gozaraen difundirse, en poseer las almas, realizando en ellas la gloria de Dios, la gloria de la Trinidad Santísima. Contemplamos a Jesús sediento de la gloria de su Padre, cuando resolvió darnos su Espíritu y darnos su Madre Santísima para que cuidara nuestras almas. ¡Qué grandes son las almas, amadas hijas! ¿Por qué habíamos de verlas con indiferencia y quedar insensibles ante sus miserias? Muy corto, muy estrecho debe parecemos el mundo para correr en pos de esas almas; cueste lo que cueste, no puede costar más que la vida; y la vida se la dimos a Dios y por amor de Dios a las almas. Así está escrito en vuestro lema, amadas hijas: "DIOS Y LAS ALMAS". Se comprende ese celo ardiente de los Apóstoles, esas fatigas sin fin de aquéllos que viendo el precio de un alma, lo dejaron todo para correr a salvarla. ¡Qué hermosa aparece la figura de Jesús ante nosotros cuando la contemplamos en ese celo ardiente por la gloria de su Padre y por el bien de las almas! Así debería aparecer siempre a los ojos de Dios y de los hombres, sediento de la gloria divina y de la salvación de las almas. El mundo que no ama, no comprende estas cosas y las llama locuras. Ya vemos cómo llama locura al hecho de dejarlo todo para consagrarse a Dios los que son llamados por el Señor. [108] Sólo podemos rogar: "Padre, perdona a los que quieren apartarnos del camino de Dios... no saben lo que hacen... están haciéndose ellos mismos un mal"... Lo único que nos queda es despreciar esa voz y oír solamente la voz interior, la voz dulcísima de Cristo que nos dice: "VENI SEQUERE ME!" Ven, ¡sigúeme! Lo que debemos hacer sobre todo, lo que vosotras habéis hecho en parte, (porque rompisteis 71
los lazos que os ataban al mundo), es levantar el vuelo, hinchar las velas, desprendernos de las plantas y volar hacia aquellos lugares en donde nos espera la gloria de Dios, las almas. Yo he pensado en las amarguras del apóstol, del misionero; también he pensado en sus alegrías; ¡qué nos importa que la obediencia, indicio seguro de la voluntad divina, nos lleve a lejanas tierras, donde nos veamos privados de muchas cosas que ahora nos alegran! Encontraremos muchas almas y también encontraremos las más puras alegrías. Si no hay un Sagrario, lo llevaremos nosotros y allí estará siempre Jesús, allí contemplaremos a Jesús Santificador de las almas, Glorificador del Padre; ¡con El todo lo podremos, con El venceremos todas las tentaciones de nuestros enemigos! Y escucharemos su voz: VEN, SIGUEME... Sí, amadas hijas, oigámoslo, El nos llama, respondamos con el Ecce, fíat...! Vendrá un día, el día de Jesús, en que se realicen aquellas palabras que tanto impresionaron a Santa Teresita, desde su juventud: "Al fin de la vida, Jesús nos dirá: ¡Ahora Yo, ahora me toca mi vez!..." ¡Y eso significará para nosotros la vida eterna, el cielo en la tierra, el cielo en la eternidad, aquí y allá! ASÍ SEA. [109]
Sobre el sacrificio amoroso. (110) Miércoles 10 de diciembre de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Les dijo Jesús a sus discípulos: "Os he dado ejemplo, para que así como Yo hago, vosotros también lo hagáis". Necesitamos tener, amadas hijas, delante de los ojos siempre y todavía más, dentro del corazón, a Cristo. Cristo debe ser para nosotros el grande ejemplo; ya sabemos que la perfección y la santidad de las almas se mide por su unión, por su transformación en Cristo; El es el Santo de los santos, El es el divino modelo, el ejemplar según el cual tienen que modelarse todas las almas. Por eso cuando insistimos en esa glorificación al Divino Padre, no es únicamente por defender una idea preconcebida, o una bandera que se trata de hacer triunfar, un partido; no, se trata de algo muy grande, se trata de darle a Dios todo honor y toda gloria; se trata de adquirir la santidad auténtica y por lo tanto hay que ir a los caminos más duros. Es la enseñanza divina de Jesús. ¡Qué consuelo para nosotros que Jesús haya dicho expresamente que quería obraramos como El obró! Esa petición encierra una promesa, una grande promesa de darnos las gracias y todo lo necesario para poder cumplir sus deseos. Allí tenéis a la pobre humanidad ahora rescata, con una misión sublime, con una posibilidad hermosísima de imitar a Jesús. Si en muchas cosas quiere que le imitemos, sobre todo quiere esa imitación en lo que se refiere a glorificar a su Padre. 72
Para eso en primer lugar nos da una palabra, la palabra que es una promesa, pero también la palabra que es un don. Y como Cristo es la Palabra eterna [110] del Padre, al entregársenos, somos nosotros sus dueños, podemos repetir esa Palabra que es la que dice la perfecta alabanza; la Palabra divina siempre obra, la Palabra divina es eminentemente fecunda; ella es la única que puede penetrar el fondo de las almas, es la única que las puede cambiar y hacer mejores. Si nosotros vamos a buscar la gloria del Padre, necesitamos, amadas hijas, de una palabra que sea operativa, una palabra que sea eficaz, porque precisamente vamos a tratar cosas muy serias, muy importantes; es el caso en que no debemos desperdiciar ni una palabra, todas deben estar inspiradas en la más alta sabiduría. Esa palabra es la que el Verbo mismo nos ha de proporcionar; El mismo en nosotros dirá esa palabra. ¡Qué hermoso aspecto en la vida apostólica, poder ser la palabra del Verbo, llevar esa palabra que es el Verbo en nuestras almas para irla diciendo por todas partes! Quedamos sorprendidos al ver el éxito maravilloso de la predicación apostólica; nos sorprendemos a veces de lo que han podido realizar en el campo de las almas algunos apóstoles que han conmovido al mundo entero y su palabra fue eficacísima. Pues, amadas hijas, el secreto de esa fecundidad y eficacia, estuvo en que la palabra que se pronunció es la palabra del Verbo; esos apóstoles, esas almas que buscaban la gloria de Dios, estaban haciendo lo que Jesús hizo. Ya lo hemos visto y lo seguiremos viendo, cómo Jesús toda su vida, desde sus anuncios en los largos siglos que precedieron a su venida, hasta la Encarnación y Redención, en todas esas cosas tuvo una sola mira: la gloria de su Padre. Esto es evidente. Así pues, cuando nosotros hemos sido llamados a buscar también esa gloria, tenemos que vivir la vida de Jesús, tenemos que hablar, pero no nuestra palabra sino esa otra palabra, la que dijeron los apóstoles; y la palabra de la Santísima Virgen, a la que se ha llamado "omnipotencia suplicante"'. Ella, como nadie, porque fue la Madre del Verbo Encarnado, porque Lo llevaba siempre en su alma, en [111] su Corazón, conmovía con sus palabras al cielo. Vamos a imitar a Jesús en la vida apostólica; una vida que será apostólica no solamente porque vayamos en medio del mundo para predicarle, sino que será una acción fecundísima que tenga sus felices resultados en ganar la batalla del cielo. Nosotros hablamos aquí de batallas de la tierra, hablamos de enemigos, de obstáculos, de muchas cosas que vienen a interponerse en el camino de nuestro apostolado; y decimos que queremos tener fuerzas para vencer. Esa batalla no la podremos ganar si antes no ganamos la batalla del cielo, si antes no ganamos el Corazón de Dios, si no llevamos en nuestras almas la palabra del Verbo; si antes no ganamos para nosotros la gracia divina del Espíritu Santo, en una palabra, si antes no somos hombres de Dios, almas de Dios.
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Es el Verbo quien tiene que poner en nuestros labios su propia palabra, es el Espíritu Santo quien tiene que inspirarnos la palabra que lleva unción divina. Por eso, amadas hijas, tenedlo presente vosotras que comenzáis vuestra vida de apostolado, unos pocos años no cuentan para todo lo que os espera aún. Tened presentes esas cosas; siempre en los grandes problemas de vuestra vida y de la vida de los demás, de los que queréis conquistar para Dios, tened presente que habréis de resolverlos del lado del cielo, recurriendo siempre al Padre Celestial de quien procede todo don perfecto, aquel Padre Divino de las luces, Padre de misericordia y Dios de toda consolación. Tenemos que presentarnos allí; pero ya sabemos que el Padre todas las cosas las contempla en su Hijo, en su Verbo y nunca se moverá por una palabra ajena a su propia palabra. En cambio, no podrá resistir nunca a su propio Verbo. Por eso cuando hemos recibido la grande prome[112]sa de Cristo Nuestro Señor, de estar El con nosotros hasta la consumación de los siglos, y cuando en sus peticiones encierra sus promesas, nos dice que demos ejemplo, que hagamos como El lo hizo, y todavía más, cuando sentimos que El nos ha escogido con una vocación singular para que demos gloria a su Divino Padre y con El a toda la Santísima Trinidad, y tenemos aseguradas sus promesas; entonces, amadas hijas, no podemos menos de sentirnos inmensamente felices. Claro está, ya lo hemos dicho, y lo seguiremos diciendo y meditando, en el fondo de todo apostolado, de todas las conquistas, las de la tierra y las del cielo, debe estar nuestra vida de AMOR SACRIFICADO, DE AMOR CRUCIFICADO. Esa es la grande prueba del amor de Jesús, del amor de Dios para sus hijos, el participarles de la Cruz de Cristo. ¡Cuántas veces lo hemos meditado! Pero ¡cuántas veces también lo olvidamos! Porque parece que cada vez que encontramos un sacrificio, cada vez que encontramos la Cruz en nuestra vida, nos sorprendemos. Ya necesitamos reflexionar seriamente para no caer en el error de aquéllos que han creído que la Cruz es como una maldición para las almas. Por eso conviene estar recordando siempre estas cosas; la trama de nuestra vida tiene que ser siempre el sacrificio amoroso; pero lo que esa trama va a permitir contemplar, la figura que allí se va a dibujar, es preciosísima; vamos a reproducir a Cristo Crucificado, a Cristo glorificador de su Padre y de la Trinidad Santísima; a Cristo Salvador de las almas, a Jesús misericordioso, Salvador. ¿Cómo intentaríamos invadir el campo de las almas para salvarlas, si no llevamos con nosotros a Jesús Crucificado, no solamente en las imágenes, en el Crucifijo material, sino en el espíritu, en el alma? ¡Ojalá, amadas hijas, si esto no fuera una presunción, que pudiéramos aun físicamente mostrar, como decía San Pablo, aquellos estigmas benditos de Cristo Crucificado. 74
Cuando vemos la vida de sacrificio de nuestros [113] misioneros, cuando en el fondo de esas almas que aparecen siempre alegres con la alegría sobrenatural, descubrimos el dolor profundo, la prueba intensísima del cielo, comprendemos que fue la auténtica bendición para su apostolado, porque en realidad esas almas están viviendo crucificadas con Cristo y es esa crucifixión lo que les permite hacer un apostolado fecundo, es esto lo que pesa en sus almas, lo que las transforma. Por primera vez en misiones extranjeras, he podido, amadas hijas, contemplar algo de ese cuadro; pude acercarme a muchas de esas almas que trabajan por los infieles y os aseguro que a muchas de ellas las contemplé verdaderamente atadas, adheridas fuertemente a la Cruz de Cristo. Y eso que pudiera causar la derrota del sujeto, según el criterio del mundo, ha sido la fuente más segura del gozo del espíritu, de la fecundidad. Claro que muchas veces el cuerpo sucumbe, el alma pasa por el crisol de las grandes tribulaciones; pero en medio de todo esto, se tiene la legítima, la auténtica gloria de Dios. Cristo Nuestro Señor quiere que seamos su palabra en el Santo Sacrificio de la Cruz, es decir, el que contemplamos todos los días en los altares. Cristo glorificando a su Padre, invitándonos a nosotros a glorificarlo, nos ha dado la gracia de ser poseedores de su Espíritu, y en el Espíritu Santo, llenos del Espíritu Santo, clamamos siempre ABBA PATER. ¡Qué santo debe ser el sacerdote para celebrar, amadas hijas, esos misterios sublimes de nuestra redención, el misterio de la Cruz! ¡Qué santas deben ser esas almas que tocan todos los días el Cuerpo de Cristo y que toman en sus manos el Cáliz en que se ofrece la Sangre divina! Pero ¡qué santas deben ser también las almas que han buscado en el altar el secreto de su perfección, el secreto de alcanzar la gloria divina, el secreto de salvar a los demás! Vosotras mismas lo habéis dicho muchas veces, que deseáis ser como la gota de agua que se mezcla [114] en el cáliz para convertirse en la Sangre de Cristo; que quisierais ser hostias. El agua que se mezcla al vino debe ser pura, y más pura que el agua material debe ser el alma que quiere crucificarse para la gloria del Padre. Cuando se tiene el verdadero deseo de transformación, se aceptan todos los medios. Que yo me purifique... dice el alma, y que vengan todas las cosas que Dios quiera sobre mí. Que me dé su gracia, su fortaleza, pero que no deje de adquirir la hermosura de mi alma. Los hombres se preocupan por parecer bien ante los demás y a cuántas cosas recurren para conseguir una hermosura que no se tiene, esa hermosura vana de la tierra. Cuando se trata de lo espiritual, deberíamos desear siempre que nuestra alma sea hermosa, pura, santa, pero santa para ofrecérsela a Dios. 75
Cuando estas cosas se aprecian debidamente, amadas hijas, es cuando se ponen, como decía, todos los medios para llegar a la consecución del fin. Sí, las almas sacerdotales, las que han recibido un amor muy grande para el sacerdocio de Cristo y aman como El la gloria de su Padre y la salvación del mundo, tienen que ser muy puras, tienen que vivir del altar y para el altar, tienen que ser muy santas. ¡Esa es vuestra vocación, amadas hijas! Entonces, no os extrañéis de que Dios os quiera someter a la prueba y que os dé las oportunidades. Es tan delicado Nuestro Señor, que no impone sacrificios, nos da la oportunidad, nos los presenta, y ¡cuántas veces, es la triste experiencia, sabiendo y sintiendo que Dios quiere un sacrificio y que se ha de convertir en bien para nosotros y para otras almas, deliberadamente no lo hacemos! Dios vuelve a esperar, vuelve a ofrecer, y las almas vuelven a rechazar. ¡Qué raras son las que tienen siempre en sus labios aquella palabra: "SI", que Guy de Fontgalland dijo ser la más hermosa para Dios: ITA PATER... SI, PADRE, porque ésa es tu voluntad! Ojalá que nunca anduviéramos regateando a Nuestro Señor, sino siempre dispuestos a hacer en todo su [115] divina voluntad. Dios sabe, amadas hijas, el barro de que estamos hechos, conoce nuestras miserias; por eso nunca se cansa de ayudarnos y llamarnos, por eso Jesús todos los días, en todos los altares de la tierra, se está ofreciendo en favor de los pobres pecadores; pero sobre todo en favor de esas almas que tienen tan grande misión que cumplir. Amadas hijas, existe en el fondo del alma la sed de Dios. Al ir por el mundo, encontraréis esto que aparentemente es una cosa rara en medio de un mundo que se divierte, que canta, que baila, que parece no hacer caso de las cosas espirituales. En el fondo está el grito de estas almas buscando lo divino, buscando a Dios. En aquéllas que Lo han conocido más, se despierta más esa sed y suspiran por quién les dé ese amor de Dios, quién les enseñe a Dios, quién les dé a Dios. Si vosotras Lo lleváis en vuestra alma, tendréis asegurado el éxito de vuestra misión. Es Dios en vosotras el que tiene que hablar, el que tiene que obrar. ¡No dejéis, amadas hijas, de dar a las almas esa agua que están pidiendo! ¡No dejéis de calmar esa sed inmensa que tienen de Dios! A medida que avanza la iniquidad en el mundo, se va acentuando más en ellas la sed de Dios. Yo tengo la ilusión, amadas hijas, de que vosotras calmaréis esa sed de las almas y por lo mismo la sed de amor del Corazón Divino de Jesús que quiere darse a todos los hombres. Pero hay que comprar esas gracias EN EL SACRIFICIO. Así pues, si en estos momentos, recorriendo con vuestra consideración, con vuestra vista, el pasado de vuestra vida y el presente, encontráis que Dios os ha socorrido con la limosna de la 76
Cruz en muchas formas, alegraos, porque" quiere decir que vuestras almas se han unido a Dios; y si hubiera negligencias culpables o has[116]ta cierto punto involuntarias, abrid vuestros brazos amorosamente para recibir todas las disposiciones de Dios. Que el Verbo Divino Encarnado por amor, habite en vuestros corazones; que el Espíritu de Dios llene vuestras almas, ilumine vuestras inteligencias, y así, id a donde quiera que os mande la obediencia, tranquilas, seguras, porque Dios lo hará todo. Seguid purificándoos más cada día, para que esa gotita de agua que se mezcla en el cáliz de la Misa, sea más pura, más transparente, y esa hostia pequeña también más hermosa. Así podréis cooperar verdaderamente en una forma más eficaz a la obra de Cristo, la gloria del Padre y la salvación de las almas. ASÍ SEA.
Reproducir la faz de Cristo. (117) Jueves 11 de diciembre- 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Verdaderamente que el Sacrificio de Cristo es un misterio en el que han entrado más o menos los hombres, pero que seguramente nunca han llegado a agotarlo y comprenderlo; misterio de gloria para el Padre Celestial, misterio de gracias y salvación para las almas; pero también misterio de incomprensión, porque nunca, si no es con luces extraordinarias de lo alto, podremos comprender todo lo que ocultaba la Faz divina de Cristo el día de su grande humillación, el día en que, desfigurada, llena de sangre, de sudor, en que casi no tenía ni la figura humana, el día en que velada su hermosura por aquellas heridas, atrajo como nunca la mirada amorosísima de otra Faz, la Faz del Padre, ¡Ojalá, amadas hijas, que con esta luz divina del Espíritu Santo pudiéramos entrar un poco en el conocimiento de ese misterio y llenarnos de amor y de entusiasmo al contemplar esa Faz divina de Cristo Crucificado y descubrir en ella la Faz del Padre! [117] Dijo Jesús: "El que me ve a Mí, ve a mi Padre", Pero la Faz del Padre encierra toda hermosura y aquí vemos la Faz de Cristo desfigurada. Todo esto era necesario para que pudiéramos abrir los ojos, para que se abrieran los ojos de la humanidad, a fin de que contemplara a través de la Faz dolorosa de Cristo aquella otra Faz gloriosa, la del Padre. ¿Quién ha comprendido las intenciones, quién ha comprendido la grandeza del amor que se oculta en el sufrimiento, en la Pasión de Cristo? ¡Con razón, amadas hijas, un San Francisco de Asís meditaba continuamente en esa Pasión, en ese sufrimiento indecible del Hijo de Dios! ¡Con razón sus ojos llegaron a cegar por tantas lágrimas que habían vertido llorando la Pasión! Y esas lágrimas, amadas hijas, no eran únicamente de dolor por los sufrimientos de Cristo, por las humillaciones, los desprecios, y aquel modo tan cruel como fue tratado el Señor, sino también y sobre todo, al contemplar el infinito amor con 77
que fue padecida esa Pasión, el infinito amor con que Jesús llevó esos dolores esas humillaciones: amor a su Padre, amor a las almas. Mientras más grande se hacía el dolor en Cristo, se agigantaba también el amor, iban creciendo en igual forma su dolor y su amor. Nosotros queremos unirnos a Cristo, Lo estamos meditando; queremos con El, darle gloria a nuestro Padre Celestial. Pero Jesús nos está indicando el modo como debemos darla. Amadas hijas, nunca llegaremos a darle gloria al Padre si no es siguiendo el camino de la Cruz; en el camino de los triunfos humanos, de la estimación de los hombres, no se encuentra esa gloria, es preciso buscar el ser desconocidos y reputados en nada. Si los hombres nos estiman, nosotros no debemos buscar esa estimación, debemos escondernos en el Corazón de Cristo y buscar en su unión, en el desprendimiento de las criaturas, la gloria del Padre Celestial. [118] Ese es el grande secreto de la Cruz que engendra en las almas la perfecta alegría, porque en Jesús Crucificado se realizó eso que parece tan extraño: su humillación, su dolor supremo y al mismo tiempo su más grande alegría, el gozo más grande de su Espíritu. Así pues, también nuestra vida comenzará a ser alegre en el Señor, alegre en el Espíritu Santo, cuando nos resolvamos de manera seria, definitiva, a abrazarnos de la Cruz de Cristo, de la humillación de todas las penas de que Dios quiera matizar nuestra vida, No hay que pensar, amadas hijas, que la Cruz de Cristo venga a extinguir en nuestros corazones el entusiasmo ni el amor; al contrario, es la fuente más grande de entusiasmo y de amor. Y también nuestra faz, la faz de nuestra vida, de nuestra alma, reproducirá mejor la del Padre, imitará mejor la de Jesús, en la medida en que aceptemos y llevemos la Cruz de Cristo, la cruz que Dios quiera darnos en nuestro camino; en la medida en que aparezca un velo ocultando nuestro rostro a las miradas de los hombres y guardándolo únicamente para Dios. Debiera darnos una santa envidia, amadas hijas, la actitud de los Santos, de aquéllos que de veras, comprendiendo el misterio de la Cruz de Cristo, el misterio de su Pasión, quisieron seguirlo por esos mismos caminos. Y si nos resolvemos a sufrir, a llevar como un tesoro precioso todo lo que sea para nosotros sufrimiento; si sufrimos por Dios, entonces ¿qué cosa podrá robarnos ese gozo de nuestro espíritu? Ojala que nosotros también, como el Apóstol San Pablo, no pudiéramos gloriarnos en otra cosa sino en la Cruz de Jesucristo y pudiéramos juzgarnos felices en reproducir más que la Faz gloriosa (porque ése será el premio de la eternidad), la Faz dolorosa, la Faz ensangrentada, aquélla en la que se cebaron todas las humillaciones, la Faz de Cristo.
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Esa Faz, amadas hijas, para nosotros es nuestra vida; pero también debemos pensar que en una vida de amor, de abnegación, de sacrificio, en la medida en que vayamos participando de la Cruz de Cristo, iremos enjugando esa Faz bendita, iremos haciéndola re[119]cobrar su primitiva hermosura, Y es requisito indispensable para poder descubrir en Cristo la Faz del Padre, el que nosotros participemos de sus penas, enjuguemos su Sangre, su sudor, sus lágrimas,compartiéndolas. Generalmente, amadas hijas, nos causa pavor el sufrimiento, generalmente se considera dichosos a los que no sufren; pero las cosas son exactamente al contrario, los felices son aquéllos que supieron sufrir por Cristo, compartir su Cruz; felices son los que pudieron descubrir a través de la Faz de Cristo, las hermosuras de la Faz del Padre. No esperemos nosotros, amadas hijas, cosas grandes para poder ejercitarnos en las virtudes. Aprovechemos todas las ocasiones, maticemos nuestra vida con los pequeños sacrificios que son los que Dios nos pone. Cristo.
Que sea grande nuestro amor y nuestra voluntad de participar de la Cruz de
Las cosas pequeñas hechas con mucho amor, se transforman, los pequeños sacrificios padecidos con grande amor, se transforman también. Sobre todo apasionarnos de la mortificación interior. El sufrimiento exterior no es posible aumentarlo indefinidamente, no podría ser; pero la mortificación interior, la práctica de las virtudes, la humildad, la caridad, la generosidad, la servicialidad, eso sí podemos practicarlo sin límites. Podemos sentirnos con obligación de ser los servidores de todos y no tener derecho a que nos sirva nadie. Extrañarnos de que nos presten servícios, atenciones. Agradecerlos siempre, pero no considerarnos con derechos, sino con obligaciones solamente. Esto en realidad es verdad, y ¿por qué? Porque todos nuestros derechos se los cedimos a Cristo Jesús; por amor suyo nos resolvimos a ser los servidores de todos, a ser la abyección de la plebe. ¿Qué puede haber que ponga límite al deseo de llevar esa vida? Nunca se habrá de ser suficientemente humilde, caritativo; no habrá nunca exceso en [120] la práctica de esas virtudes. Y justamente el demonio que quiere nuestra ruina, nos inspira lo contrario: amor a todo lo que sea fácil, a todo lo que proporcione placer, amor a todo lo que nos engrandezca a los ojos de los hombres; nos inspira siempre la soberbia, eso que quiere hacer al hombre sobresalir sobre todos los demás y sobre todas las cosas. Es la voz del Espíritu Santo la única que nos dice la verdad, inclinándonos siempre al lado de la Cruz: es una señal muy clara de que una inspiración viene del Espíritu Santo, cuando nos lleva a la humildad, al sacrificio. Los santos nos dicen, amadas hijas, que llegaron a encontrar el gozo en el sufrimiento, ¿cómo podrá entenderse esto? ¿Será que hay un momento en que el sufrimiento deja de serlo?
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No, amadas hijas, eso quiere decir que se llegó a comprender cómo el sufrimiento es una prueba de amor de Dios para nosotros y de nosotros para Dios, y creciendo el amor, se gozó en encontrar las oportunidades de manifestarse al Amado. Por eso los santos no atienden a las exigencias de la naturaleza; buscan únicamente las exigencias de la gracia, del amor divino. Y esta escuela, amadas hijas, es una escuela de perfección en la que podremos pasar toda la vida sin agotar sus conocimientos; conviene empezar cuanto antes. Por eso cuando Dios tiene grandes designios en las almas, comienza a darles esas luces desde los primeros años de su vida. Si acaso nosotros no hemos entrado todavía en un gran conocimiento de esos misterios, del misterio dé la Cruz, debemos tratar de ganar todo lo perdido y de intensificar nuestro estudio, nuestra meditación. ¡Qué estímulo tan grande para las almas, cuando tienen que luchar y sufrir en muchos modos, el contemplar el rostro ensangrentado de Jesús! Por eso ante las almas a quienes se exige amor, puede presentarse como el mayor de los estímulos la divina figura de Jesús Crucificado, sangriento, herido, diciéndoles: ¡Así se ama, así se ama a Dios y a las almas! [121] No lo olvidéis nunca, amadas hijas, y cuando en algunas ocasiones sintáis la fragilidad, el temor, que os hacen buscar otros caminos, no olvidéis que el único camino que lleva al cielo, a la santidad, es precisamente el camino del sufrimiento. No olvidéis tampoco, porque es el fondo del tema de nuestros ejercicios, que ese Jesús que se ofrece a su Padre con el rostro ensangrentado, que ese Jesús desfigurado, aparece todos los días en nuestros altares, aparece llamando a las almas no sólo para comunicarles sus méritos, no sólo para manifestarles su amor, sino también para pedirles amor, para llevar todo esto a su Corazón santísimo, para unir los sacrificios de las almas a su propio sacrificio y convertirlo todo en gloria para el Padre y también, amadas hijas, en santidad para las almas, en santidad particularmente para las almas que ofrecen estos preciosos dones. Por eso también hemos meditado en otras ocaciones, cómo deberíamos hacer de nuestra vida una Misa y de nuestra Misa una vida, todo lo que es necesario para ese grande sacrificio, purificando nuestra alma, perfeccionando nuestra vida, preparando la hostia de nuestro sacrificio, para que pueda ofrecerse a la gloria del Padre. Aquellas de vosotras que más sufran por amor de Dios, serán las que alcancen los más altos grados de la perfección, serán las más grandes conquistadoras de almas, consoladoras del Corazón Sacratísimo; las grandes auxiliadoras del sacerdocio de Cristo en esa obra grandiosa de la redención, de la salvación de las almas; en la obra de las obras, la glorificación del Padre Celestial Por eso, amadas hijas, antes de estudiar otras cosas, hay que aprender la ciencia de la Cruz. ¿Qué sabe el que no sabe sufrir? ¿Qué sabe dice la Imitación de Cristo el que nunca ha sido tentado? Por eso Dios, aparentando un cierto abandono de estas almas escogidas, deja cebarse sobre ellas la cruz en todas sus formas, la cruz de la tentación,la cruz de la 80
desolación, del desamparo, de la humilla[122]ción, de la incomprensión, qué sé yo cuántas clases de cruces! Y cuando veamos a esa alma como derrotada, entonces ha aprendido la grande lección de la vida, ha llegado a aquel feliz momento en que el Espíritu Santole descubre los secretos de la vida interior, le concede la perfecta unión con Dios. La vida espiritual se consuma en la cruz, amadas hijas, y hasta materialmente, Dios hace que al terminarse la vida, siempre sea en el dolor. Es cierto que el amor tiene la última palabra; pero ese amor que es capaz de arrancar mil vidas, es el que se contempla siempre en lo alto de la cruz. Ya veis, amadas hijas, ¡qué necesario es que nosotros reproduzcamos a Cristo Crucificado y para eso unirnos a El! Con Cristo rendiremos a nuestro Padre Celestial la perfecta adoración, perfecta en Cristo al que nos unimos y perfecta en nosotros porque no podríamos encontrar otro medio de hacer más grande nuestra adoración, de perfeccionarla, más que llevarla a Cristo, unirla a la adoración de Cristo. Es la más grande sabiduría de la vida. ¡Ojala que sepamos realizarla! Entonces, amadas hijas, gozaos santamente en el Señor y si tenéis muchos sacrificios en vuestro haber, dádselos, unidlos a la pasión de Cristo, a la Cruz de Cristo y sentiréis en vuestras almas el gozo inmenso del Espíritu Santo. Los únicos dolores que no proporcionan alegría, son aquéllos que no se padecen por amor, que son el fruto del pecado, lo cual Dios no quiere. Pero aun ese dolor que Dios no quiere, excluyendo el amor al pecado, considerándolo como una expiación, uniéndolo a Cristo, queda transformado. Unid al gran sacrificio de Cristo vuestro propio sacrificio; unid a la Cruz de Cristo vuestra cruz. Acercaos hasta ese divino rostro de Jesús Crucificado, imprimidlo en vuestro propio rostro. Los resultados serán, amadas hijas, los más consoladores. Con razón aquella alma tan luminosa, tan bien dotada por el cielo, el alma de Teresita del Niño Jesús que tan bien comprendió los secretos del sufri[123]miento, prorrumpió en una exclamación de gozo el día en que descubrió la hermosura inenarrable de la Faz de Cristo! Y quiso añadir a su nombre de Teresa del Niño Jesús el de la Santa Faz. ¡Qué hermoso, qué consolador que existan esas almas tan puras, tan amantes de Dios, tan grandes como Teresita, para poder acercarse hasta la Faz de Cristo desfigurada por el pecado, por la incomprensión de los hombres, a depositar un ósculo de amor, que va dejando un rostro nuevo, radiante, de Cristo, una imagen de la Faz del Divino Padre! ¡Qué hermoso, amadas hijas, que existan esas almas consoladoras que quieren voluntariamente compartir la Cruz de Cristo! Yo dejaría de ser sacerdote, amadas hijas, si no llevara en mi alma la grande ilusión, el gran deseo de darle muchas de esas almas a Jesús! Puedo aseguraros hasta con juramento, si fuera necesario, que es la grande 81
ilusión de mi vida sacerdotal. Y si voy a emprender mi vida de peregrino a través del mundo, es precisamente para buscar esas almas. Es con la dulce ilusión y grande esperanza de que mi sacrificio y el vuestro y el de todos aquéllos que tengan que llorar mi ausencia, le alcance a Cristo esos consoladores. ¡Qué dicha tan grande para todos aquéllos que compramos con nuestros sacrificios, la gracia de darle a Jesús esas almas puras, sobre todo si son almas sacerdotales! Amadas hijas, sabed aquilatar el valor de las cosas, pensad en lo grande que puede ser vuestra vida. ¿Por qué perderla, por qué hacerla vulgar, por qué detenerse en las miserias de la tierra? ¿Por qué querer marchitarse cuando está luciendo el sol divino del amor sobre las almas? Yo no quiero, amadas hijas, de ninguna de vosotras, deserciones. ¡Quiero entusiasmo, no quiero que den un paso atrás, ninguna de vosotras! ¡Siempre adelante! ¡Quiero que todas realicen esa santa vocación! Y creedme, amadas hijas, cuando Dios os llamó a esta vocación, cuando os admi[124]timos, fue porque creímos encontrar en vosotras almas deseosas de glorificar a Dios, bastante generosas para dejarse crucificar con Cristo y por Cristo. ¿Nos habremos equivocado? Espero en Dios que no, amadas hijas. Si alguna de mis palabras os pudiera haber parecido un tanto severa, no la toméis bajo ese aspecto. Tomadla como una prueba del amor que os tengo, del deseo inmenso de que se realice en cada una de vosotras el ideal divino, altísimo, que tiene la Trinidad Augusta sobre su pequeñito Instituto de Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, por esas ansias sacerdotales de contemplar en vosotras la faz de Cristo y a través de esa Faz, la Faz del Padre. Ese anhelo es el que me hace gritar, advertir los peligros, dar voces para que ninguna de mis almas se pierda y para que todas ellas realicen su santa vocación. ¡Qué bueno!, amadas hijas, que sea en el silencio de unos ejercicios espirituales, cuando yo tenga que recordaros estas cosas, porque sé que estos días de silencio son los más propios para la meditación, para las reflexiones serias; son los días que traen mayores gracias del Espíritu Santo. Amadas hijas, yo quisiera que de estos ejercicios saliéramos todos formando un solo corazón, una sola alma, sin rencores con nadie, con el amor en nuestros corazones, estrechados todos por esos lazos de la más ardiente caridad y llenos de entusiasmo, para que por todas partes, buscando la gloria de Dios y la salvación de las almas, vayamos unidos en esa divina caridad. Que cada una, al irse quedando donde la obediencia la lleve, deje un lazo fuertemente atado a cada una de las almas, a cada una de sus Hermanas. Esto debe ser así. Acercaos a Jesús, amadas hijas, acercaos hasta Jesús Crucificado y con mucho 82
amor, sintiéndoos poseedoras del Espíritu Santo, del Espíritu del Padre, imprimid en su rostro un ósculo de amor que os comunique el fuego ardiente del Corazón divino de Jesús, que lo hizo sufrir tanto para poder alcanzar la gloria de [125] Su Padre y la salvación de las almas. ASÍ SEA.
La cruz. (126) Jueves 11 de diciembre de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: El misterio de la Cruz es el misterio de la glorificación divina y ha venido a convertirse para el hombre, la participación en esa Cruz, en ese Sacrificio de Cristo, en un privilegio, en un honor, en una gloria, en un gozo. ¿Quién duda que sea grande, sublime, el sacrificio de Cristo, si ese sacrificio, como nos lo enseña nuestra fe, alcanzó la mayor gloria para Dios, la mayor felicidad para el hombre? La mayor gloria para Dios devolviéndole con creces todo lo que el hombre le había restado a esa gloria divina; para el hombre la mayor de sus dichas: la participación de la naturaleza divina por la gracia, el derecho al cielo y aun durante la vida mortal, una felicidad inmensa al encontrar en el sufrimiento el medio de glorificar a Dios y salvar a las almas. Digo que la cruz para quien la recibe es un privilegio. Y ¿cómo no ha de ser privilegio el que Cristo nos admita a sufrir como El, por El, con sus mismos fines? Esto, amadas hijas, no lo puede hacer ninguno de los ángeles del cielo; es privilegio exclusivo del hombre que vive en este mundo. Los ángeles gozan de una bienaventuranza eterna, están exentos del dolor y por lo tanto ellosno pueden sufrir como Jesús. Solamente nosotros los hombres podemos sufrir en su unión, sufrir por sus mismos fines y sufrir con los mismos resultados del sufrimiento de Cristo. ¿No es ésta una gracia inmensa? ¿Tendremos entonces derecho a quejarnos cuando Dios permite en [126] nuestra vida la prueba, en cualquier forma que sea? ¿Será prudente rechazar el don que Cristo nos hace de su Cruz? También es para nosotros un motivo de gozo, porque nos hace entrar en el plano de la sabiduría divina del Padre Celestial, que quiso realizar por el sacrificio de su Hijo, su mayor gloria y el bien de las almas. Cuando aceptamos la Cruz, cuando la recibimos, entramos en esa altísima sabiduría, la sabiduría del Padre. Y por eso uno de los santos que tal vez más han comprendido el secreto de la Cruz, como es San Luis María Grignion de Montfort, no ha vacilado en asegurar que la sabiduría más grande está en la cruz. Equipara la sabiduría a la Cruz. Por eso con tanto fuego invitaba a las almas para que se adhirieran a la Cruz de Cristo, para que participaran de su sacrificio.
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Es un motivo de gozo porque cuando el alma ha pasado por todas las purificaciones, hay un momento en que solamente experimenta el gozo, el gozo que le proporciona el amor del Padre Celestial, el gozo de sentirse, por medio del sacrificio, como un glorificador de Dios, como un salvador de los hombres. Si tuviéramos la conciencia de estas cosas, amadas hijas, ¡con cuánto empeño procuraríamos llevar al altar de nuestro sacrificio el mayor número de sacrificios para unirlos al de Jesús! No os olvidéis de que podemos convertir en sacrificio todo absolutamente, "sacrum faceré", podemos transformar en algo sagrado todo lo que tengamos, si todo lo hacemos por amor, si todo lo practicamos por amor. Desde luego sabemos que ninguna de las virtudes morales pueden practicarse sin sacrificio, y si constantemente estamos practicando las virtudes para mantenernos en la caridad, en la humildad, en ese espíritu de abnegación, constantemente encontraremos oportunidades de sacrificio y tenemos por lo mismo, constantemente, la ocasión de atesorar para el cielo. Si un día lo pasamos en perfecta caridad, no solamente por nuestro amor a Dios, sino por el amor a [127] nuestros prójimos, teniéndoles paciencia, sirviéndoles; si procuramos no ofenderlos, no lastimarlos en nada, en una palabra, si todos nuestros actos están informados por la caridad de Cristo, ¡ah! ¡qué tesoro tan grande, qué preciada contribución para llevar al Sacrificio de nuestro altar, para que por manos de nuestro Sacerdote sea ofrecido con el Sacrifício de Cristo a la gloria de Dios! Y si aparte de estas cosas que nosotros procuramos, Dios Nuestro Señor se digna permitir o mandar algo especial para nosotros y lo recibimos con rostro risueño, en ese grande espíritu sobrenatural en que debemos recibirlo, como Cristo abrazó su Cruz porque venía de su Padre, entonces aumentará todavía ese caudal de méritos que tenemos para llevar al altar del sacrificio. El último acto que nos hará merecer y lo último que podemos darle a Dios antes de salir de este mundo, será el sacrificio mismo de la vida. Cuando unimos ese sacrificio al de Cristo, queda consumada para siempre la unión de esas dos vidas, la unión de esos amores, de esos sacrificios. En este sentido, amadas hijas, debe entenderse aquello de que para el amor no hay cosas pequeñas, para el amor que Dios nos tiene no puede haber cosas pequeñas porque todo lo que por amor ofrecemos y por amor se recibe, el amor lo transforma. Tratándose del amor divino, esa transformación equivale a divinización y encontramos nuestro pobre amor humano revestido con ese ropaje de lo divino, lo encontramos cautivando a nuestro Padre Celestial. ¡Ojalá que fuéramos inteligentes con inteligencia divina, para comprender estas cosas y para no hacer motivo de pérdidas, aquello que puede ser ocasión de méritos. ¡Cuántas veces una prueba que Dios permite en nuestra vida, nos desconcierta, nos descontrola y nos hace faltar no solamente por no aprovechar la gracia, sino por convertir aquello en ocasión de ofender a Dios y otras muchas cosas que se siguen a esa falta de comprensión. [128] 84
Hay personas que se retiraron de Dios cuando tuvieron alguna pena, algún contratiempo; no supieron aprovechar el don de Dios. ¡Qué grande caridad será, amadas hijas, la que hagamos con las almas, si les enseñamos estas cosas, si nos acercamos a todos los que sufren!. ¿Y quién no sufre? Sobre todo en el mundo, en ese mundo que no tiene consuelos divinos porque no sabe acercarse a Dios; en ese mundo en que todo parece desesperación. Si les enseñamos la ciencia divina de la Cruz, si los convencemos de que tienen en sus manos tesoros inapreciables y el principio de su salvación está en la aceptación de aquel don de Dios; si les damos el amor al sacrificio supremo de Cristo, el sacrificio del altar y les enseñamos a asistir respetuosamente a ese Santo Sacrificio, ¡qué horizontes tan grandes hemos mostrado a las almas y qué secretos de felicidad para ellas! Desde luego el primer fruto será la resignación cristiana en el sufrimiento, después será el gozo de poder contribuir con ese sufrimiento a la gloria de Dios y como el Espíritu Santo no quiere esperarse a la eternidad para premiar el sacrificio, hará sentir inmediatamente a las almas el fruto de la Cruz en el gozo espiritual que proporciona, así como en los frutos que se cosechan en el campo de las almas. Las grandes conversiones se tienen siempre en la Cruz; ése es el tema del último folleto escrito por el Padre Mateo Crawley; hablando de la Santa Misa, dice que todo absolutamente se consigue en ese sacrificio de los altares; las conversiones, las necesidades más desesperadas, allí encuentran su verdadera solución. Si nos unimos a ese divino Sacrificio, hemos encontrado la solución a todos los problemas de la vida. No es, amadas hijas, una exageración, es una realidad, hemos encontrado la más hermosa, la única de las soluciones, la solución divina que desconcierta a los hombres. [129] Nada importa, basta que sea la única, la verdadera solución al problema. Cuando los santos se ven en grandes aflicciones, se acercan a Jesús, unen su sacrificio y dejan en sus manos la respuesta que no se hace esperar. Soluciones divinas de casos que parecían insolubles; brilló el sol que ilumina las almas y las calienta cuando todo eran tinieblas, frío. ¿Quién realizó ese milagro, ese prodigio? El Sacrificio de Cristo, de él se han alimentado todas las generaciones y se alimentarán hasta el fin de los tiempos. Si nosotros hemos recibido esa fibra de la fecundidad divina, es por nuestra unión con Cristo, por nuestra unión a su Sacrificio. Por eso en el Sacrificio de Cristo en el altar, encontramos la solución de todos los problemas de la vida. La gran sabiduría está para nosotros en acercarnos a esa Cruz, al altar, implorando lo que sea necesario, pero también, porque esto es necesario, llevando la contribución de nuestros pequeños o grandes sacrificios 85
Y si la medida de la Cruz es la gracia y la medida de la gracia es la gloria, quiere decir que las almas que más sufran por amor, son las que más recibirán, las que gozarán de más gloria en el cielo Entonces, amadas hijas, ¿es grande o no la Cruz de Cristo? ¿Vale o no la pena acercarse a ella y crucificarse con Cristo? Es evidente, sólo para aquéllos que han recibído luz de lo alto, sólo ellos pueden comprenderlo. Hemos visto, hemos repetido con San Pablo, que en el mundo abundan los enemigos de la cruz de Cristo, no solamente en las filas de sus abiertos enemigos, de los que Lo niegan y no Lo aman; pero aun entre aquéllos que se dicen sus amigos y que lo son, con una amistad relativa; en aquéllos que le dicen que Lo aman aun cuando ese amor no sea el más puro. Allí están los enemigos también de la Cruz de Cristo. Que una de las primeras cosas que nosotros pi[130]damos al acercarnos al altar en nuestra participación con el Sacrificio de Cristo, sea precisamente la comprensión de estas cosas: ¡Señor, yo no he alcanzado todavía a comprender ni la grandeza de este Sacrificio ni la necesidad que tengo de sacrificarme; yo todavía no he podido descubrir la grandeza de la Cruz, no he comprendido cómo yo debo sufrir, y si teóricamente entiendo estas cosas, prácticamente no me conformo cuan do recibo la cruz, cuando sufro! Que el primer prodigio sea el de alcanzar luz, conocimiento, amor, porque entonces las cosas serán más fáciles, amadas hijas, y no podremos alegar ya nada que venga a excusarnos si no entramos de lleno en esas miras de Jesús Crucificado. Debemos transformarnos en Jesús Crucificado para poder atraer las miradas del Padre, las miradas de las almas, de esas almas de que os hablaba en otra meditación, sedientas de Dios, que buscan un consuelo, que quieren su salvación, y de aquéllas otras que anhelan con ardor su santificación. Solamente transformándonos en Cristo Crucificado, se cumplirá en nosotros lo que se cumplió en Cristo: "Cuando sea exaltado en la Cruz, atraeré todas las cosas hacia Mí"... También nosotros atraeremos todo, el día en que seamos exaltados en la Cruz de Cristo. Por eso el triunfo se tiene en la derrota aparente. ¡Qué grande secreto!... ¡Qué hermoso secreto de la Cruz! Pidamos, amadas hijas, con toda humildad a Jesús, que se digne aceptarnos, para que unidos con El, alcancemos la gracia de participar en algo siquiera, de aquella luz divina que Lo hizo abrazarse con tanto amor a la Cruz que el Padre le dio, porque veía en ella el don más precioso de ese Padre Celestial. Esta es, amadas hijas, la más sana teología, éstas son las enseñanzas más profundas, más prácticas, porque son las que nos abrirán los caminos de la gloria de Dios, nos llevarán a nuestra santificación, y como eso deseamos, no hay que dejar escapar ninguna ocasión que se presente para entrar en los caminos de Jesús. El Santo Sacrificio de Cristo nos proporciona la [131] oportunidad de ofrecer a nuestro Padre Celestial el homenaje de nuestra adoración perfecta, adoración que, como hemos visto, es amor, el más puro amor; adoración que es sumisión, respeto, pero sobre todo adoración que es el amor que se goza en las grandezas divinas, el amor que glorifica a Dios, el amor que salvará a las almas. ASÍ SEA. 86
La humildad. (132) Jueves 11 de diciembre Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hemos visto cómo el Sacrificio de Jesús, el Sacrificio eucarístico, glorifica al Padre con la mayor gloria, esa gloria que llamamos en espíritu y en verdad. Rinde la adoración perfecta. Pero es preciso seguir adelante y ver ahora cómo ese Sacrificio glorifica también al Hijo, al Verbo. GLORIA PATRI ET FILIO... Precisa recordar, amadas hijas, que en el misterio augusto de la Trinidad, encontramos a la primera Divina Persona engendrando eternamente a su Verbo, gozándose en El, encontrando en El todas sus complacencias. Y cuando resolvió darlo al mundo, cuando resolvio que se realizara el misterio de la Encarnación tenía decretada también para su Hijo toda aquella gloria que El le daba en el seno de la Trinidad. Al unirse hipostáticamente la naturaleza divina a la humana en la Persona del Verbo, comenzó este Verbo a recibir un honor, una gloria muy especial, comenzó a recibir también El la adoración perfecta por parte de la Humanidad Santísima del mismo Cristo. ¡Ojalá pudiéramos amadas hijas, entrar en esos secretos de amor! Ojalá pudiéramos penetrar un poquito siquiera en esa Alma santísima de Cristo, esa [132] Alma que se extasiaba en la contemplación del Verbo, esa Alma que se sentía como anonadada ante la divinidad; esa Alma que hemos visto tan amante, tan exquisitamente delicada para honrar a su Padre y honraba igualmente al Verbo. En el Sacrificio en que Cristo había de dar gloria a su Padre y a la Trinidad Santísima, ese Sacrificio de que tanto nos hemos ocupado, encontró la forma también perfecta de dar la gloria que le correspondía a su propia divinidad. Por eso decimos en la Liturgia de la Misa: "PER IPSUM ET CUM IPSO ET IN IPSO"... Por El, con El, en El... ¡Feliz, santísima el alma de Cristo, llamada a rendir esos homenajes! Cristo solamente como Hombre podría sufrir; como Dios era impasible; pero la divinidad desarrolló el poder del sufrimiento, del dolor, en una manera para nosotros incomprensible. Estuvo llenando, fortaleciendo la naturaleza humana de Cristo para desarrollar en todo su poder el sacrificio. Esa alma dichosísima que comunicaba al mismo tiempo y recibía gloria, sintió toda la ternura del amor infinito y se gozó en ese amor. Sabemos por otra parte, amadas hijas, que nosotros estamos obligados a rendir esa adoración perfecta a cada una de las Divinas Personas; queremos glorificar a cada una de Ellas y para esto, tratándose de la glorificación al Verbo, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, tenemos que adherirnos a Jesús, a Jesús Crucificado y vivir en ese como éxtasis de amor y de humildad que caracterizó la vida de Cristo. De veras que la raíz de todas las virtudes la encontramos en la humildad, esa 87
humildad del Verbo hecho carne; esa humildad que había de heredar como una joya preciosa a su Madre Santísima, la criatura que recibió la dignidad más alta que puede concebirse, la dignidad de Madre de Dios. Humildad que había de distribuir entre las almas que más se acercarían al misterio sublime de la Encarnación. [133] Ni siquiera puede imaginarse unión tan grande, tan hermosa con el Verbo, sin tener en cuenta esa virtud fundamental de la humildad por quienes la poseen. Y la han poseído las almas privilegiadas como la de San José, que entró en ese ambiente de la unión hipostática, como dicen los teólogos, porque se acercó al misterio de la Encarnación. Esas almas se distinguieron por la humildad. Sabemos que la Santísima Virgen vivía como anonadada ante la divinidad, considerándose esclava del Señor. La figura de San José se hizo especialmente notable por esa atmósfera de silencio, de humildad, de modestia en que se envolvió. Y así San Juan Bautista había de exclamar en su humildad, que no era digno ni de desatar la correa del zapato del Salvador. Esas almas que Lo comprendieron, trataban de borrarse para que solamente apareciera la figura divina de Jesús. Nosotros, amadas hijas, queremos dar gloria al Verbo y llevarlo en nuestras almas, si no en aquella unión en que Lo llevó la humanidad santísima de Cristo, que fue única, sí queremos llevarlo siquiera sea en una imitación lejana de aquella forma en que Lo llevó la Santísima Virgen; no precisamente la Encarnación real, pero esa encarnación misteriosa de la que nos hablan también los Padres de la Iglesia, que se realiza en el amor. Es preciso revestirnos de una grande humildad, es preciso desaparecer para que aparezca completamente en nosotros el Verbo y que aparezca allí como apareció en el alma santísima de María; que aparezca allí amado con un reflejo de aquel amor de Nuestra Señora, que a su vez reflejaba el amor infinito del Padre Celestial para su Hijo. El Verbo, amadas hijas, está sediento de ese amor que en el cielo se llama amor paternal y en la tierra se le ha dado el nombre de amor maternal, porque encontró el exponente más grande en la Santísima Virgen, en el amor que tuvo al Verbo la Virgen María. [134] Ese amor es el que Jesús busca entre las almas que se ha dignado escoger para su servicio y para su gloria y si nosotros queremos glorificar al Verbo y esa gloria es conocimiento, es amor, tenemos forzosamente que internarnos en los secretos de amor de la Trinidad Santísima; tenemos que ver cómo allá en el cielo, el Padre al engendrar eternamente a su Hijo, Lo ama con amor infinito y cómo a toda clase de amor que se rinda a su Hijo en el tiempo, ha de ponerle ese sello. El Padre hizo todas las cosas por su Hijo, en todo puso la imagen de su Verbo. El Verbo en todas las cosas busca el amor, la imagen, la gloria de su Padre. Cuando se trasladó a la tierra, el amor del Padre fue depositado en el alma santísima de María.
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Y ¿cómo pudo la Santísima Virgen resistir el peso de tantas gracias? Solamente el poder divino que la eligió y que la llenó de la divina fortaleza, pudo hacer que Ella llevara aquel cúmulo de gracias. Pero al mismo tiempo, ¡qué bien supo Ella cumplir su misión! Si queremos glorificar al Verbo, si queremos conocerlo y amarlo y darlo a conocer y hacerlo amar, es preciso que impregnemos nuestra alma de ese amor que es el amor del Padre y que tomemos nosotros la representación de ese Padre que no puede sufrir, pero que puede amar y que en ese amor se pone por encima de todo porque su amor lo domina todo y merece más que los mayores dolores. Sin embargo ese amor del Divino Padre quiso buscar entre los hombres quienes amaran como El, aunque con el color, con el matiz doloroso que debe tener el amor aquí en la tierra. Por lo mismo quiso que nosotros mostráramos al Verbo nuestro amor en el sacrificio generoso, puro, desinteresado; ese sacrificio de Cristo que se ofreció como Víctima para glorificar a la Trinidad Santísima. Ya veis, amadas hijas, cuántos motivos vamos encontrando para purificar nuestras almas, cuántos motivos para ser generosos en nuestra donación. [135] Esa generosidad debemos ejercitarla en el amor de Dios, en el amor a cada una de las Divinas Personas; pero cuando se trata de manifestar el amor a Jesús, el amor a nuestro Verbo Encarnado, debemos revestirlo de especial ternura porque, si para amar al Padre tomamos la representación, la personalidad de Cristo, queremos representar al Padre para amar a Cristo. Y si vamos a hacer algo efectivo, si no vamos a decir únicamente palabras, sino a realizar obras, necesitamos revestirnos de ese amor, amor altísimo, amor sobrenatural, amor divino. ¡Ojalá, amadas hijas, que así como el Verbo vive eternamente en el seno amorosísimo del Padre, pudiéramos ofrecerle también en nuestras almas ese mismo seno lleno de amor en el cual El habitara, porque estuviéramos llenos de la caridad ardiente del Espíritu Santo, de la ternura de María! ¡Que Lo lleváramos engastado en nuestras almas como en las conchas la perla! ¡Que El fuera esa Perla preciosa en la concha de nuestras almas y que encontrara en cada uno de nosotros ese destello, ese reflejo purísimo del amor de su Padre! Jesús tiene sed de ese amor. Se le puede amar de muchos modos; pero el amor que El quiere es ése, el que le recuerda el amor de su Padre. Por eso entre las criaturas, nadie le hizo gozar tanto, ni le honró tanto como su Madre Santísima. Ella como nadie, le ofreció ese amor y ésta fue la gloria de Nuestra Señora; pero Ella quiere compartirla con otras almas. Y Jesús pide a otras almas, las que han de ser poseídas por el amor del Padre, esos matices divinos. Esto es algo difícil para entenderse, para practicarse, y delicado en todos los modos que lo podamos concebir. Casi casi ni se les debe predicar a todos, por lo menos en ciertas etapas de su vida. 89
Pero el alma consagrada a Dios, que ha hecho profesión de seguir en todo la vida perfecta, que se ha consagrado como glorificadora del Padre Celes[136]tial, el alma que se goza en unirse al Sacrificio de Cristo, tiene que conocer estos secretos de amor, tiene que realizar esta unión con Cristo. amor!
¡Ojalá, amadas hijas, que en cada una de vuestras almas encontrara Jesús ese
También en esto me he preocupado mucho desde el principio; yo tenía la seguridad de que por lo menos en los principios, tal vez no sería comprendido. Pero sabía que estando las almas especialmente preparadas por Dios, por esa misión sublime de su santa vocación; sabiendo que era la voluntad y el deseo de Dios que se le amara con ese amor, esperaba el momento en que las almas se abrieran al conocimiento de estas cosas y a la práctica de ese amor. Si fue aventurarme mucho, esas aventuras nunca me han dado miedo correrlas, cuando sé que estoy apoyado por un querer divino y que estoy defendiendo una causa que es la causa divina. Comencé a hablar de este amor a las primeras Misioneras y poco a poco la luz se fue haciendo en ellas, se fue encendiendo ese amor y a mí me parece, amadas hijas, ojalá que no me equivoque en mi apreciación, que actualmente el alma del Instituto, si así puedo decir, el alma que lo informa todo y que viene a ser la resultante del amor de todas las almas, tiene ahora esa característica, ese colorido especial en su amor. Por eso siempre que se ha tratado de la gloria divina, de defender los derechos de Cristo, las almas han respondido generosamente. Además hay labor oculta, hay esa vida interior de cada una de las almas, que es el secreto de Dios, el secreto de las almas y de quien Dios quiere que sea conocido. Me gozo mucho en pensar que hay muchas almas, quiero decir el alma del Instituto, que está dándole a Jesús ese amor que El quiere y que tiene que perfeccionarse con la santidad de cada uno de los miembros; que tiene que hacerse más grande en el número de personas con que Dios Nuestro Señor venga a enriquecer el mismo Instituto. [137] Pero este amor exige, no hay que olvidarlo nunca, amadas hijas, exige sacrificios especiales, un desinterés completo, un olvido total que nos haga ocuparnos únicamente de la gloria de ese Divino Verbo Encarnado; que ocupándonos de su gloria, como ya lo hemos visto, nos ocupamos de la gloria de su Padre y del Espíritu Santo. El primer contacto indispensable para que podamos entrar en los secretos de la Trinidad Santísima, está allí en nuestra unión, en nuestro amor al Divino Verbo. Fue El quien quiso revestirse de nuestra humanidad, fue El quien nos alcanzó en la Cruz la gracia del Espíritu Santo para poder escrutar las profundidades de Dios; fue el Verbo Encarnado quien vino a revelarnos el gran secreto de la Paternidad divina. De manera que para que nosotros podamos vivir en todo su esplendor esa vida trinitaria, es preciso no perder nunca ese contacto con el Verbo y llevarlo en nuestro 90
corazón, en nuestra alma, y hacer de la presencia del Verbo en nosotros, la sabiduría y la prudencia que nos guíe en todos nuestros actos; y hacer de la presencia del Verbo en nuestras almas, el medio fácil, seguro, de entrar en los secretos de la paternidad divina y también en los secretos del amor al Espíritu Santo. En el Santo Sacrificio de la Misa, amadas hijas, que es el Sacrificio de la Cruz, encontramos el medio precioso de transformación, de unión. Si la Cruz purifica y une, esa pureza y esa unión, digamos, como que se ofrece de una manera especialísima a estas almas que quieren ser glorificadoras de la Trinidad Santísima. ¡Qué dicha pensar, amadas hijas, que unidos todos en la Cruz de Cristo, en su Sacrificio, unidos al alma santísima de Cristo, vivimos en una adoración constante, en una contemplación perenne de las grandezas de nuestro Dios, de las Tres Divinas Personas! Seguramente, amadas hijas, que en esa distribución maravillosa de las gracias, unas almas reci[138]birán más que otras, y seguramente también, que por ese secreto de la debilidad humana, unas almas corresponderan mejor que otras; pero ojalá que todas en su medida, supieran ser fieles a los designios de Dios. Para asegurarnos esta fidelidad también debemos acercarnos a la Cruz de Cristo, amadas hijas. ¿Quién nos ataca? Los enemigos de Dios, los enemigos de Cristo. ¿Quién venció a esos enemigos? Cristo en su Sacrificio; entonces si permanecemos unidos a la Cruz de Cristo, encontraremos el amparo, la fortaleza inexpugnable. ¡Ojalá también, amadas hijas, que lucháramos contra eso que llaman la rutina de la vida, ese quererhacer las cosas porque hay que hacerlas, pero sin espíritu, sin alma! ¡Ojalá que a cada una de las cosas que hacemos, le pusiéramos la nota del fervor, el fervor efectivo, aunque no lo tuviéramos siempre en el afecto, en lo sensible! ¿Cómo os imagináis vosotras, amadas hijas, el alma santísima de Cristo, en medio de sus trabajos, teniendo que luchar con tantas cosas, con la dureza del corazón humano, aun con aquéllos que estaban cerca de El? ¿Cómo os imagináis esa alma? ¡Vivía contemplando la Faz del Padre, siempre encendida en el amor divino! Claro que nosotros como criaturas miserables, nos vemos expuestos a mil peligros que nos apartan de ese amor; pero encontramos la protección en Cristo mismo, en su Sacrificio. Por eso un alma que viva adherida a la Cruz del Señor, que le dé vida a esas relaciones con Jesús Crucificado concretamente, un alma que viva su Misa, no puede caer en la tibieza, porque sobre ella se proyecta directamente la luz, la gracia del Espíritu Santo; y no puede existir tibieza en donde está presente el Espíritu de Dios. Esa alma será siempre fervorosa, probará ese fervor en la conducta de su vida. Dios, amadas hijas, nos pide mucho, porque nos ha dado mucho y debemos sentirnos honrados con esas exigencias. Preparemos para nuestro Verbo un alma comprensi[139]va, amorosa, delicada, 91
un alma fiel. Preparemos esa alma para que encuentre en ella siempre Jesús un descanso, algo que le hable de lo que más gusta que le hablemos: de su Padre. Que le diga el amor infinito de su Padre, que se lo recuerde; que le hable del amor, de la generosidad con que su Madre Santísima le amó y le sirvió. Pidamos con toda humildad esta gracia y supliquemos a Jesús que, derramando sobre nosotros su preciosísima Sangre, nos purifique completamente para ser gratos a sus divinos ojos y que deje también en nuestras almas el fruto de su pasión santísima en la posesión plena, perenne, del Espíritu Santo, a fin de cumplir nuestra misión, nuestra vocación, como glorificadores del Padre y glorificadores del Hijo, como queremos ser también glorificadores del Espíritu Santo. ASÍ SEA.
La gloria del Verbo en su sacrificio. (140) Viernes12 de diciembre de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor. Estamos contemplando la gloria del Hijo a través de su propio Sacrificio, de su inmolación en la Cruz, compendio de todas sus inmolaciones; gloria que nos permite conocerlo aquí en la tierra un poco más, gloria que nos permite amarlo con un amor proporcionado a ese conocimiento y todavía más, con un amor que quiere ser perfecto. De ese conocimiento, en primer lugar, gustar el amor que el Padre tuvo al Hijo, al Verbo de sus complacencias. Es el gran secreto que el Padre nos quiso revelar en aquellas palabras: "Este es mi Hijo muy amado en el que me complazco, ¡oídlo!"... Y cuando nosotros estamos unidos al Verbo, cuando Lo acompañamos en aquel momento de su Sacrificio que es al mismo tiempo el momento de su glorificación, tenemos que sentir amadas hijas, en alguna forma, ese gozo en el conocimiento quasi experi[140]mental del que hablan los teólogos; tenemos que sentir ese amor del Padre para su Verbo. Y si nos regocijamos al unirnos a Jesús para glorificar a su Padre, para amar a su Padre, ese regocijo no es menos grande al unirnos al Verbo para recibir, para gozar el amor de su Padre. Una cosa es simplemente saber que el Padre ama a Su Hijo, y otra cosa es gozar con ese amor, ser envuelto en ese amor. Este es el privilegio del alma que se une al Verbo, del alma que, purificada en la Sangre de Cristo, ha logrado esa íntima unión con el Verbo. El gozo del Verbo es infinito, y si nosotros pudiéramos realizar en nuestras almas lo infinito, captaríamos también ese amor al sentirnos unidos, envueltos, formando una sola cosa con el Verbo; nuestra transformación nos lleva allá. Pero sin poder agotar el conocimiento ni el amor, el alma que vive unida al Verbo goza siempre de ese divino amor, amadas hijas, es propio de las almas más limpias, más puras, de las almas más unidas al Verbo, el vivir el espíritu de infancia, el espíritu filial; gozan del privilegio de captar como nadie las dulzuras de la filiación, las dulzuras de la paternidad de Dios.
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Yo comprendo así, amadas hijas, aquella emoción que invadía a los santos cuando contemplaban las obras de la creación y en ellas veían el dedo de Dios, el amor de Dios; comprendo aquellos éxtasis de un Pablo de la Cruz, de un Francisco de Asís y tantos otros, en la contemplación de las obras de la naturaleza, descubriendo a través de ella la mano amorosamente invisible de la paternidad divina y sabiendo como el Verbo lo sabía, que todas las cosas habían sido hechas para El, ver en cada una de esas cosas un pregonero del amor del Padre. Amadas hijas, quien ha sentido esa unión íntima con el Verbo, experimenta en cada una de las obras de la creación como una caricia del Divino Padre; se siente envuelto literalmente en ese amor. Por eso tales almas no conocen el temor servil. A esto se refería el Apóstol San Juan cuando dijo que el amor excluye el temor. [141] ¿Cómo podría el alma santísima de Cristo soportar el gozo de este conocimiento? Solamente la divinidad le prestaba esa fuerza y también para poder sufrir. Sabemos que por un milagro, se suspendían los efectos de la visión beatífica para poder sufrir la cruel amargura de su pasión. Y estas almas, las que sienten en ellas el amor del Padre como lo sentía Jesús, como lo sentía el Verbo, estas almas que saben por otra parte que no es este mundo el lugar de la dicha, sino del sufrimiento, y recordando la pasión de Cristo, Verbo Encarnado por amor, suspiran también por la Cruz que viene a ser para ellas como un refrigerio, que viene a calmar aquel fuego, al mismo tiempo que lo atiza en una forma nueva. En estas alternativas de amor y sufrimiento van pasando la vida hasta que llega la hora definitiva en que triunfe en ellas el amor infinito arrancándoles a este mundo. En el Tabor de su gloria escuchó Jesús la voz del Padre; en el Calvario, nuevo Tabor de su gloria, lugar definitivo de su gloria donde consumó su sacrificio, la voz del Padre volvería a resonar en lo íntimo del Corazón de Cristo; ése es el Hijo muy amado, ésa es la Palabra del Padre a la que nosotros debemos escuchar. ¿Es conocido así Jesús? ¿Es conocido así el Verbo? ¿Habrá muchas almas que gusten esas delicias que gustó Jesús? ¡El no puede quedar contento si no comparte su felicidad, si no comparte ese conocimiento, esa gloria con las almas! Para estas cosas, amadas hijas, se necesita recogimiento, meditación, vida interior, unión con Dios, acercamiento a la Cruz. Y de todo esto huye el mundo; le parece fastidioso ese tiempo que se consagra a la comunicación con Dios, le parece pesada la hora en que tiene que escuchar la palabra de Dios. Por eso el Corazón de Cristo guarda esas gracias y con ellas el sentimiento, la pena de ver [142] que se desprecian sus dones, de ver que El, que goza con un gozo infinito en el conocimiento de su Padre y de Si mismo como Verbo, en el conocimiento de la divinidad, no encuentra quien quiera escucharlo. ¡Qué hermosa es la palabra de Jesús! Suena en el fondo de las almas con más suavidad que las melodías delicadas. 93
Muchas almas creen que Dios no les habla o que para escucharlo se necesita la palabra material con la que nosotros, imperfectos, nos comunicamos. Dios tiene su palabra más eficaz, pero muchas veces no sabemos escucharla en el fondo del alma. Esa divina palabra que comunica la paz. En el frontispicio de la gran casa que los Padres del Verbo tienen en Roma, se leen estas palabras: "VERBO DIVINO AMORE SPIRANTE" "Al Verbo Divino que espira el Amor." Han querido unir un gran amor al Espíritu Santo por el Verbo. La palabra de Dios nunca cansa; es una de las miserias del hombre el que su palabra produce cansancio, fastidio, si no se mantiene unido al Verbo, porque en ella se mezcla lo humano. ¡Qué tristeza que el mundo no quiera escuchar a Dios! Cierra sus oídos y así muchas almas no quieren saber, no quieren oír; pero las almas que desean conocer el amor del Padre, viven unidas al Verbo, a la Palabra divina. Cuando queramos penetrar en los secretos del Padre, necesitamos escuchar la palabra suya, el Verbo. Es la única que puede revelarnos ese secreto, porque nadie conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo quiera revelarlo. El día en que nosotros sepamos por esa ciencia que nos comunica la unión con el Verbo, lo que es el amor del Hijo, cómo ama el Hijo a su Padre; el día en que podamos decir: ahora no solamente sé que el Hijo ama al Padre, no solamente sé esto con ciencia teórica, sino que lo sé con una ciencia experimental, ese día tendremos el verdadero concepto de la filiación. Amor.
El Verbo espira al Amor y entonces su gloria tendrá que ser también espirar al
Cuando en su sacrificio de la Cruz alcanzó la re[143]dención universal, cuando logró la purificación del mundo, pudo darnos su Espíritu. Esta es la gloria de Jesús, dar su Espíritu; ésta es la gloria de su Cruz. ¡Qué hermoso amadas hijas, que si volvemos nuestros ojos al Padre, Lo contemplamos a través de la mirada, a través del Corazón de Cristo, Lo contemplamos en su propio Verbo! Y si volvemos nuestros ojos al inmenso campo de las almas, podemos también con el Verbo espirar al amor, ser sembradores de amor y no de amor humano, muchas veces tornadizo, flor de un día, sino de amor divino. Entonces podemos ser verdaderamente consoladores de las almas, darles aquel consuelo que esperan para calmar su inmensa sed de Dios, de amor divino. ¿Cómo no había de pasar Jesús por todas partes haciendo el bien si era Dios, si iba espirando por todas partes al Espíritu de Dios? Cuando estudiemos un poco más a fondo la naturaleza de ese Espíritu de Dios, comprenderemos la dicha tan grande que significa para nosotros el poder darlo. Nos dice Jesús en los tiempos actuales, que urge que el mundo conozca y ame al Espíritu Santo; que languidece la vida espiritual porque le falta Espíritu Santo; que el fervor viene a decaer aun en las comunidades religiosas por ese motivo; urge darle su 94
lugar al Espíritu Santo y para ello necesitamos darlo como Jesús lo dio, darlo transformados en Cristo, en Cristo Crucificado. Necesitamos, en una unión íntima con el Verbo, como con el Divino Padre, espirar el Amor, dar ese Amor. Sólo así se remediarán las grandes necesidades de la humanidad. ¡Qué cosas tan profundas, amadas hijas, y por lo mismo, qué cosas tan bellas! Y pensar: yo, pobre, miserable pecador como he sido, puedo transformarme, puedo poner un punto final a mi vida pasada y comenzar una nueva vida... Yo, aun cuando me vie[144]ra despreciado de todos los hombres, olvidado de todos ellos, puedo realizar ese grande ideal, el ideal divino de Cristo, la gloria de la Santísima Trinidad! Vuestra vocación, amadas hijas, os pide ser glorificadoras de esa Trinidad Beatísima, y por lo mismo os pide una vida intensamente contemplativa. Pero el gozo mismo de vuestra contemplación os lanzará con una velocidad incontenible, hacia el campo inmenso de las almas, porque cada una de ellas puede ser una glorificadora de Dios; porque cada una de ellas puede recibirlo y puede comunicar lo divino. Entonces, bañadas de luz divina, abrasadas en el fuego del amor divino, sentiréis la necesidad de lanzaros al campo de las almas. ¡Qué felices sois, amadas hijas, por haber recibido esa doble vocación! Es una exigencia, Dios lo quiere, Dios que mandó a sus Apóstoles: ¡Id y enseñad! Y si algunos, por voluntad divina, permanecen en el ocultamierito, en el silencio, es para reforzar con su sacrificio, con su amor, las voces de aquéllos que claman predicando el amor de Dios. Pero entonces también esas almas serán predicadoras, sienten la necesidad de predicar, si no personalmente, porque Dios no se los pide, sí a través de otros. Por eso las grandes almas contemplativas llevan invariablemente el sello del amor sacerdotal, del celo, son almas que quieren prolongarse a través del sacerdote, que acuden a la voz del sacerdote; ésas son vuestras almas, acudieron a la voz del Sacerdote Eterno, Cristo Jesús, y a la voz del que en su nombre os llamara. Alguna podría decir: “Pero Padre, usted no me llamó, no lo conocía...” Y sin embargo, amadas hijas, ¡sí las llamé cuando se las pedí al que es su Dueño, al que posee sus corazones, sus voluntades, sus destinos! ¡Señor, dame almas! ¡las quiero para Ti!... Y esas almas vinieron, Dios las mandó; ¡pero las mandó al que se las pedía...! ¡Es propiedad legítima, amadas hijas! ¡Nadie la puede discutir! [145] Mis conclusiones me parece que son legítimas, luego vuestras almas son almas sacerdotales, encierran gérmenes de una grande vitalidad, encierran posibilidades, si no todavía realidades, de una grande perfección. Debe caracterizarlas aquello que caracteriza al alma sacerdotal: el celo por la gloria de Dios y por la salvación de las almas. Por eso se afiliaron en una Obra que tiene escrito en el grande frontispicio: "DIOS Y LAS ALMAS"! 95
Pedidle a Jesús, amadas hijas, a Jesús Crucificado, que os ate definitivamente a El, que vivaen vuestras almas, para que con El y como El, le deis gloria al Padre y al Verbo y al Espíritu Santo. ASÍ SEA!
La gloria del Verbo que se da a las almas. (146) Viernes 12 de diciembre 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hemos contemplado la gloria del Verbo en el gran sacrificio de la Cruz; ese Verbo que es amado por el Padre; ese Verbo que dice, que predica al Padre, ese Verbo que espira al Amor. Y veremos la gloria de ese Verbo que se da a las almas. Nunca hubiera podido sospechar el hombre, amadas hijas, que Dios, que el Verbo de Dios, quisiera llenar nuestra existencia con su gloria, con su infinita bondad, con su gran caridad; que quisiera hacernos participantes de la divina naturaleza. Pero así es, y cuando en el escenario del mundo el Verbo se desposó místicamente con la humanidad, desposorio que se realizó en el seno virginal de nuestra Señora la Virgen María, entonces quedó sellada para siempre aquélla que yo llamaría una divina necesidad, por la que el Verbo había de buscar a la criatura y la había de buscar única y exclusivamente para que compartiera su gloria. [146] Ya vimos, aunque de una manera muy imperfecta, amadas hijas, lo que esa gloria trae de felicidad para el hombre, cuando se trata de participar del amor del Padre, del conocimiento del Padre y del amor del Espíritu Santo. El Verbo se desposó con la naturaleza humana para participarle todos los secretos de su Corazón; quiso unirse a la humanidad para impregnarla con su gloria; pero al mismo tiempo para que ella cooperara a su gloria. Por eso también decíamos que es imposible recibir y no querer dar. Cuando las almas reciben ese don del Verbo, experimentan la misma necesidad divina de ese Verbo, la necesidad de darse, y buscan otras almas a las que hacer confidentes de ese deseo de glorificación divina, en las que encender o atizar más el fuego del amor divino; a las que enseñar todo aquello que se aprendió en la unión divina con el Verbo. Es una fuerza irresistible que lleva a estas almas a buscar otras, pero que al mismo tiempo las lleva nuevamente hacia Dios, hacia el Verbo. Su residencia, digamos así, su morada habitual, la tienen en Dios; de allí salen al campo inmenso de las almas, dejando todo lo que llevan de divino en ellas, y volviendo de nuevo al seno del Verbo, para recibir y más dar. Al darse el Verbo a la humanidad, al darse a las almas, las enriqueció con su luz, las enriqueció con su sabiduría, las enriqueció en una palabra, con su divinidad. Por eso estas almas señalarán siempre su presencia por una manifestación de lo divino, por una irradiación, como decía Jesús a una de sus almas escogidas, "irradiarán la divinidad"... Dios se manifestará a través de ellas; y aquí, amadas hijas, hay que hacer alto 96
una vez más, para aquilatar la dicha del hombre que puede realizar tales cosas, que puede participar en esa forma la divinidad, que puede irradiarla; y que su palabra no se pierde en las inmensidades de un desierto porque es eficaz, es divina. ¡Qué dicha del hombre que puede gustar al mismo [147] tiempo lo que ese conocimiento divino proporciona a las almas! ¡Asombrosa fecundidad la de las almas donde reside el Verbo! Todo fue hecho por ese Verbo, y el Padre y el Espíritu Santo no quieren manifestar su asombrosa fecundidad si no es a través del Verbo; ese Padre de quien todo don perfecto procede, ese Espíritu que es fuente de todas las gracias. Si alguna vez, amadas hijas, sentimos que las almas nos siguen, nos buscan, acuden a nuestra voz y al acudir las sentimos más llenas de Dios, no podemos dudar de que han sufrido ellas esa atracción divina del Verbo que llevamos en el alma. Esa es la palabra que congregará millares y millares de almas en torno nuestro; ése es el fuego que ha de encenderlas en el amor divino. El sacerdote, que recibió misión especial cerca de la Cruz de Cristo, en los altares; que recibió esa intimidad tan grande con el Verbo para darlo, para ofrecerlo, para comunicarlo a las almas; el sacerdote, amadas hijas, que puede decirse dueño absoluto, por voluntad divina, del Verbo, tiene que caracterizar su acción sacerdotal por una grande fecundidad. Por eso nadie debe extrañarse de que Dios haya querido obrar la redención a través del sacerdocio y la comunicación de gracias a través del sacerdocio, cuando quiso unirlo tan íntimamente al Verbo. El alma deseosa de la gloria divina, el alma que, unida al Verbo busca por todos los modos la gloria de Dios, la gloria del Padre, la del mismo Verbo y la del Espíritu Santo, esta alma llena de Dios, poseída por el Verbo, tendráuna fuerza poderosa, irreductible, de atracción. Ese es el secreto de la fecundidad de tantas almas; pero ése será también el secreto, amadas hijas, de la fecundidad de todas aquellas almas que se acercaron al altar de Cristo para unirse a El, para participar en su sacrificio. Yo, que deseo para vosotras la más grande de las bendiciones en la fecundidad, os indico cuál es el lugar y cuál es el modo de poder lograrlo: vues[148]tra incorporación con Cristo, el amor, el ofrecímiento del Divino Verbo, ese Verbo adorable, que por amor a Su Padre y a las almas, quiso encarnar. Y si el sacerdote tiene la dicha inmensa de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, es decir, de ofrecer diariamente el sacrificio de Jesús, vosotras, como almas sacerdotales, también tenéis un privilegio muy grande, el de poder ofrecer desde el altar de vuestras almas, a ese Verbo que habita en ellas, ofrecerlo al Divino Padre. Unos en la Misa real, otros en la Misa mística, seguir comunicando al Verbo, ser poseedores de ese Verbo. ¡Imposible, amadas hijas, imposible poseer a Dios, llevar al Verbo en nuestros corazones, sin experimentar la necesidad de darlo y de darnos en primer lugar a El y 97
con El a quien El quiera y como El quiera! Porque cuando en un alma ha triunfado el Verbo, triunfó en ella plenamente el querer divino; de dos voluntades se hizo una sola, la voluntad divina, la voluntad de Dios. Entonces a esta alma en realidad ya no le importa andar indagando muchas cosas; le basta volver sus ojos para contemplar a su Verbo y hacer lo que El diga; y como ese Verbo se goza en hacer la voluntad del Padre, dichas almas felices también serán las primeras en cumplir ese divino beneplácito. Habrá épocas en que tengan miedo al sufrimiento, habrá otras en que amen el sufrimiento, en que suspiren por ser crucificadas; pero ¿sabéis, amadas hijas, cuál será la edad perfecta de esas almas? El día en que sin dejar de amar el sufrimiento, no lo pidan, anteponiendo a todo deseo el cumplimiento de la voluntad divina. Entonces sencillamente se entregan al amor para que El haga de ellas lo que quiera. divino.
No debemos tener ningún deseo particular, sino todos subordinarlos al querer
El abanderado de ese querer divino en el mundo, en el cielo y en la tierra, es el Verbo, ese Verbo que apareció aquí para decirnos que venía a hacer [149] la voluntad del Padre, y que murió en la Cruz porque era la voluntad del Padre, y que más que en todo lo que pudo sufrir por su Padre, se gozó en sufrirlo PORQUE ERA LA VOLUNTAD DEL PADRE. Así pues, amadas hijas, grande perfección será para nosotros no inquietarnos por el porvenir, arrojarnos completamente en los brazos de Dios y estar siempre como peregrinos en este mundo, listos para ir a donde Dios quiera, a donde nos mande su divina voluntad; listos para sufrir en cualquier momento lo que nos pida la voluntad de Dios. Y así, si nos preguntan: ¿tú qué quieres? Yo podría desear y he deseado a veces muchas cosas; pero mi voluntad profunda, la que está como reina y preside todos los actos de mi vida, es hacer la voluntad de Dios. Cuando a un alma se le dicen estas palabras: ES LA VOLUNTAD DE DIOS, no puede resistir ni debe resistir ni de ninguna manera discutir. ¡Qué hermoso! Con razón Cristo Jesús nos enseñó a orar así: PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS... ¡HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO!.. Allá se hace en forma muy perfecta; ¡pues que se haga también en la tierra con perfección! Y si hay muchos rebeldes a esa voluntad, existen muchas almas, encabezadas por el Alma santísima del Verbo, por el Alma purísima de María y de tantos santos, que se han gozado en hacer con la mayor perfección la voluntad de Dios. ECCE, FIAT! Cuando contempléis la Santísima Virgen de la Encarnación, amadas hijas, lo que será siempre porque siempre estará con vosotras, imitad esa 98
actitud, esa disposición interior: ECCE ANCILLA DOMINI... que se haga en mí según tu palabra, que se haga en mí la voluntad de Dios. ASÍ SEA. [150]
El Espíritu Santo glorifica al Verbo en el sacrificio de la cruz. (151) Viernes 12 de diciembre 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hemos dicho que por el sacrificio de Cristo pudo el mundo recibir la gracia del Espíritu Santo y ese Espíritu apareció entre nosotros como un supremo glorificador de ese sacrificio, es decir, glorificador del Verbo Encarnado. Entonces vamos a ver cómo el Espíritu Santo contribuye a la gloria del Verbo a través del Sacrificio de la Cruz. Recordáis que en alguna ocasión, hablando Jesús con sus discípulos, les decía: "Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis comprender... vendrá el Espíritu Santo y El dará testimonio de Mí"... Si el conocimiento y el amor, es GLORIA, ¿cómo podíamos conocer al Verbo, amarlo, sin estar prevenidos por la gracia del Espíritu Santo? Altísima sabiduría encierra la palabra del Verbo; pero esa palabra dulcísima necesita un ambiente propicio para poder ser escuchada. Y al Espíritu Santo le toca hacer esa admirable adaptación para que las almas puedan percibir, entender lo que esa palabra les quiere decir. La glorificación del Verbo comienza cuando el Espíritu Santo le prepara almas que han de recibirlo, que han de hacer suya su doctrina, almas que han de repetir su misma palabra. Y esas almas, amadas hijas, en manos del Espíritu Santo, sufren una transformación maravillosa, transformación que nosotros decimosEN CRISTO. ¡Ved aquí el prodigio! Primero: la ignorancia, la falta de comprensión; después el amor, la comprensión, y a tal grado, que llega a convertirse en una verdadera transformación bajo el fuego ardiente del Espíritu Santo, bajo su luz vivísima. El alma se transforma, se diviniza y va repitien[151]do entonces aquella palabra que es el Verbo. Desde el principio el Espíritu Santo comenzó a repartir entre los hombres las gracias que correspondían al Sacrificio de Cristo; en primer lugar, teniendo presente ese sacrificio, el Espíritu Santo se derramó sin medida en el alma inmaculada de la Santísima Virgen; fue Ella la grande obra maestra del Espíritu Santo; en Ella hizo derroches de poder, Y ¡cuántos prodigios, en todos los tiempos, a favor de las almas! Pensemos solamente en aquellos días que siguieron a la venida del Espíritu Santo, el grande hecho de Pentecostés y sus consecuencias! ¡Qué actividad de amor! ¡Qué inteligencia divina! ¡Qué contrastes tan 99
asombrosos entre lo que eran primero los Apóstoles, débiles, tímidos, cobardes en seguir a Cristo hasta la muerte, y lo que fueron después de Pentecostés! ¡Son quizá páginas de las más bellas del Nuevo Testamento! No habían comprendido las palabras de Cristo; pero vino la luz que incendió sus almas y las inflamó en el amor y comenzó la suprema glorificación, porque hubo comprensión, porque hubo amor, porque se realizó una verdadera transformación. Así pues, amadas hijas, hay una relación muy hermosa entre el Espíritu Santo y las almas, sobretodo las almas sacerdotales; parece que quiso ese Divino Espíritu formar con ellas una alianza de amor que las comprometiera a ser dóciles a sus divinas mociones, con el fin de glorificarlo, con el fin de establecer plenamente aquel reinado que Cristo vino a establecer aquí en la tierra. Todos los días somos testigos de la fidelidad del Espíritu Santo a sus promesas; todos los días contemplamos la fuerza divina, el amor que obra en los altares el gran misterio. ¡Allí está la gloria del Verbo, la gloria del Espíritu Santo a través del augusto sacrificio! Y el Espíritu Santo, amadas hijas, sigue entusiasmando las almas, sobre todo las almas sacerdotales que necesitan ese estímulo, esa fuerza divina al sentir sobre si mismas el peso de la Cruz de [152] Cristo, el golpe del martillo y de los clavos que traspasan sus manos y pies... Lejos de volver atrás, en cada sacrificio se sienten llenas de entusiasmo para seguir adelante; sienten el gozo indescriptible de contemplar a través de su sacrificio la gloria de Dios, y de encontrarse más cerca del Verbo; sienten el gozo de ver que se realizan las palabras de Jesús: "Cuando venga el Espíritu Santo, dará testimonio de Mí"... sienten en fin, la alegría de pregonar la gloria del Verbo en el camino de la Cruz. Y cuando estas almas llegan al fin de su carrera y tienen que consumar su sacrificio, entonces todavía las sigue transformando el Espíritu Santo, las sigue iluminando, porque no solamente contemplan la gloria de Dios aquí en la tierra, sino la gloria de Dios que será el patrimonio eterno allá en el cielo. Esa es la obra del Espíritu Santo; pero, amadas hijas, no siempre el alma se dispone para ser movida, para dejarse llevar con docilidad por el Espíritu de Dios. Y cuando decimos que queremos el reinado de ese Divino Espíritu, es tanto como decir: queremos que las almas se sometan a sus mociones; queremos docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Y cuando decimos esto para todas las almas, lo decimos y lo pedimos de manera especial para el sacerdote. La fuerza inmensa que hemos contemplado en el sacerdote, esa fuerza arrolladura, dirigida, encauzada por el Espíritu Santo, esa vida controlada por El, realizará la gloria de Dios, la obra de Dios De ahí, amadas hijas, que sea tan necesario, si queremos la gloria del Verbo, la gloria del Padre, la gloria del mismo Espíritu Santo, que las almas sacerdotales se unan íntimamente en alianza que nunca rompan, en fidelidad siempre actual, con el Espíritu Santo. 100
Es necesario, de toda necesidad, amadas hijas, que tengáis presentes estas cosas para que cuando habléis con Dios en vuestra oración, cuando le habléis en ese lenguaje elocuente del sacrificio, de vuestra inmolación voluntaria, y le habléis de esas almas [153] que tanto amáis, las almas sacerdotales por las que deseáis dar vuestra vida para que realicen su fin, le digáis estas cosas, le pidáis al Espíritu Santo que se apodere definitivamente de las almas sacerdotales, que no las deje, que las persiga con su amor, que multiplique sus divinas inspiraciones, que les proporcione siempre una nueva oportunidad para poder rehacer su vida si hay algo que rehacer, o bien seguir adelante, si ha existido la fidelidad. El Espíritu Santo, amadas hijas, completa esa inmensa obra sacerdotal escogiendo las almas de que os estoy hablando, las almas que han de cooperar con el sacerdocio; pero antes con Cristo y con el mismo Espíritu Santo para poder atraer gracias de santificación. ¡Cuántas almas víctimas, sacerdotales, existen, ungidas con una unción íntima, por el Espíritu Santo, selladas con esa vocación sublime! Porque yo conceptúo, amadas hijas, como una verdadera vocación la de estas almas. Así como nadie puede acercarse al altar sin ser llamado, así también nadie puede entender esa misión cerca del sacerdocio si no es llamado. Es una vocación al sacrificio, vocación que requiere mucho amor, grande generosidad, porque es poner en manos de esas almas los intereses más sagrados de la Iglesia. Y ¿cómo los íbamos a poner en manos que no se preocuparan, que no pudieran sostener ese peso o lo dejaran caer? La vocación trae las gracias. La vocación nos asegura la asistencia divina del Espíritu Santo. Pero ya es una señal de vocación el sentirnos movidos, el sentir deseos de la gloria de Dios; un alma sacerdotal, así llena de entusiasmo, es capaz de dar su vida en el momento en que se la pidan, por el bien de un sacerdote. Y hay muchas almas que han recibido esa vocación; almas crucificadas con la cruz sacerdotal, almas que van a tener en el cielo una corona de sa[154]cerdotes, porque todos sus sacrificios los encaminan hacia allá. Pero a través del sacerdote van a ser también salvadoras de otras muchas almas, van a ser conquistadoras de la gloria divina. vida.
Esto es, como decía Santa Teresita, trabajar multiplicando, saber emplear la
Pero, amadas hijas, los dolores que caracterizan a estas víctimas, son muy especiales y precisa tener alguna idea de ellos para ver si su contemplación nos hace volver atrás, o por el contrario, nos estimula, a seguir adelante con la grande fe que nos da el Espírtu Santo. Dadle gracias a Dios, amadas hijas, por vuestra vocación para almas sacerdotales, puesto que Dios os ha llamado a un Instituto sacerdotal, que tiene sentimientos sacerdotales; porque os ha llamado a obras que son sacerdotales. Esta Obra de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad nació de las 101
Obras de la Cruz, que son eminentemente sacerdotales. Por eso lleváis ya en la sangre, digamos así, esa vocación.¡Ojalá que la sepáis apreciar; os aseguro que será un estímulo en vuestra vida, en los grandes sacrificios! Dad gracias y renovad en estos momentos vuestra alianza de amor, vuestro pacto de amor con el Espíritu Santo, para que como fruto de esa alianza, podáis en vuestra vida darle gloria al Verbo, al Padre y al mismo Espíritu Santo. ASÍ SEA.
La gloria del Verbo en el sacrificio de la cruz. (155) Sábado 13 de diciembre Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Vamos todavía a detenernos un poco más en la con templación de la gloria del Verbo a través del Sacrificio de la Cruz. Me parece muy justo que cuando Jesús se olvidaba de todo para buscar únicamente la gloria de su Padre, [155] para convertirse en un Apóstol del Espíritu Santo, hablemos nosotros de lo que consideramos como la gloria propia del mismo Verbo y para esto recordemos una escena evangélica, aquélla en que Jesús les preguntaba a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?..." Quiso Jesús averiguar, oír de los labios de sus discípulos aquello que El ya sabía, pero que deseaba escuchar como una confesión de sus mismos discípulos. Para muchos Jesús era un desconocido, otros Lo seguían quizá por curiosidad; otros, seducidos por su doctrina, otros por lo que recibían de El. Recordáis la respuesta de los discípulos: "Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elias... y hay quien te toma por Jeremías"... "Y vosotros, ¿quién decis que soy"...? Ya enfocó más directamente la pregunta a sus discípulos; eso que vosotros decís, es lo que habéis oído, pero vosotros ¿quién decis que soy?... Y entonces Pedro, con luz divina, ofreció una contestación llena de la sabiduría de Dios: "¡TÚ ERES CRISTO, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS VIVO!" Y podemos leer a través del Evangelio el gozo indecible que se apoderó de Jesús en esos momentos, como compensación de la grande amargura que sentía en la ignorancia de muchos, en los errores de otros, en los desprecios de otros muchos. Jesús le dice a Pedro: "Bienaventurado eres, Simón, porque no ha sido la carne ni la sangre la que te ha revelado estas cosas, sino mi Padre que está en los cielos"... Esto equivalía, amadas hijas, a decir que aquella confesión de Pedro era otra confesión del Padre Celestial para glorificar a Su Hijo. Y lleno Jesús de gozo en su Espíritu, al sentirse confesado de nuevo por su Padre, le confiere a Pedro una misión:Tú me has dicho estas cosas inspirado por mi Padre, y Yo te digo a tí que TÚ ERES PEDRO, TÚ ERES PIEDRA, Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA Y TODO LO QUE ATARES EN LA TIERRA SERÁ ATADO EN EL CIELO Y TODO LO QUE DESATARES EN LA [156] TIERRA SERÁ 102
DESATADO EN EL CIELO"... Nosotros, amadas hijas, debemos acompañar a Jesús en su júbilo al sentirse confesado por su Padre; pero no quiso ser menos en esa glorificación el Espíritu Santo, porque cuando los hombres siguieron ignorando a Aquél que había sido confesado por el Padre y por Pedro en nombre del Padre Celestial; cuando Jesús pudiera decir nuevamente, no sólo en aquel momento de su paso por la tierra, sino a través de los siglos, aun después de 20 siglos de predicación evangelica: ¿qué se dice de Mí, quién dicen los hombres que soy YO?, ¡el Espíritu Santo vino con su luz a llenar las almas para poder confesar a Cristo! Muchos hay, amadas hijas, hoy como entonces, que no confiesan a Cristo, que Lo niegan o Lo niegan parcialmente. Unos han negado Su divinidad, otros Su humanidad; no faltan errores que desfiguran esa Persona santísima. Y pudiera decirnos Jesús: "Tú, hijo mío, dime, ¿sabes quién soy?... Para saber quién soy, no basta en general que sepas que soy el Hijo de Dios vivo, que soy el Verbo Encarnado... para que sepas quién soy, es necesario que entres a mi Corazón, que comprendas todo lo que llevo en Mí... ¿Me conoces?... Para cuántos seguiría siendo Jesús ese gran desconocido si el Espíritu Santo no hubiera arrojado sobre las almas la luz, aquella luz que abrió los ojos de los Apóstoles, aquella luz que les dio el entendimiento acerca de las Sagradas Escrituras; aquella luz que se convirtió al mismo tiempo en fuego que les hizo comprender y confesar a su Divino Maestro. Convendría que nosotros le dijéramos: “Jesús... el Padre confesó tu filiación, confesó que Tú eres el Hijo de Dios vivo... pero el Espíritu Santo nos ha dado luces para comprender cómo verdaderamente Tú has sido el Hijo de Dios y cómo Tú has sabido honrar a ese Divino Padre... ...Porque el Espíritu Santo nos ha descubierto, nos ha revelado los secretos de tu Corazón, y en tu Corazón hemos encontrado el amor apasionado por tu Padre y en tu Cruz y en tu Pasión nos ha descubierto las [157] grandezas de tu amor!...” ...Para nosotros no es ignominia tu Cruz, ¡es gloria! ¡Tu pasión no es otra cosa que el exponente grandioso del amor que le tienes a tu Padre y el medio supremo en este mundo, de glorificación para El y glorificándolo a El, recibes tu propia gloria...! Estoy seguro, amadas hijas, que la misma emoción que invadió el Corazón de Jesús el día que oyó la confesión de Pedro, Lo invade ahora, Lo invade siempre que se siente entendido por un alma. Y así como en aquel momento le confió a Pedro una misión suprema en el campo de la Iglesia, también ahora, me parece que a cada alma que hace esa confesión, le dice: “VE, ve también por el mundo a enseñar esas cosas que ha sido del agrado de mi Padre revelarte por su Espíritu”... “Ve a mostrar a las almas quién soy, para que no me sigan considerando parcialmente, para que entren en un conocimiento pleno de mi Corazón, de mi vida, para que sepan verdaderamente quién soy”... ¡Qué justo el gozo de nuestro corazón! Gozo que participa del de Cristo mismo, 103
de su alma santísima, cuando nos damos cuenta que tocamos una fibra muy delicada del Corazón de Cristo; cuando sabiendo que por naturaleza somos ciegos, ignorantes, cuando teniendo conciencia de nuestra debilidad, nos encontramos con un cielo abierto, con una luz divina, cuando nos encontramos que nos ha sido manifestado el secreto de la gloria de Cristo... cuando nos encontramos glorificadores de ese Verbo. Esta es, amadas hijas, una de las alegrías más puras y va a ser también una de las cosas que más nos emocionen en la hora de la muerte, en la hora de aquel juicio que todos tenemos que pasar. Decía Fray Luis de León en uno de sus escritos: "En Él espero; por su fe luchando, nunca la vil vergüenza conocí; ante su Padre en el postrero día, ni Él la tendrá de verme junto a Sí"... ¡Qué cuadro aquél, amadas hijas, en que al presentarnos a juicio, tengamos a nuestra derecha al gran defensor nuestro, Cristo Jesús, y que Lo oiga[158]mos hablarle emocionadísimo a Su Padre! Y ¿por qué? Porque nosotros confesamos el amor que Su Padre le tiene y el amor que El tiene a Su Padre. Y porque hicimos de esto el fondo sustancial de nuestra vida, para alimentarnos con Cristo, del amor de Su Divino Padre y para gozarnos con el Padre, del amor de Su Verbo! Y sentir nuestra alma en medio de esos dos amores, acariciada por uno y por otro, lo mismo por las ternuras infinitas del amor del Padre, que por las ternuras y delicadezas exquisitas del amor del Hijo. Y como un testigo de nuestra dicha, testigo de ese amor, el que es Testigo en el seno de la Trinidad Santísima, de ese amor infinito del Padre para el Verbo y del Verbo para el Padre, ¡el Espíritu Santo! ¡El Amor personal! Después, llenos de ese Espíritu, como lo desea Cristo y como lo desea el Padre, ¡difundir el Amor en el campo de las almas! "Yo he venido a traer fuego a la tierra y ¡qué quiero sino que arda!.." Ese fuego era su Espíritu, era su Amor, eran sus ideales divinos que quiere que ardan, que sean comprendidos por las almas. Me atrevería a decir, amadas hijas, ¡que es muy pobre la espiritualidad que no entre en estos arcanos en estos secretos del amor divino! ¡Qué pobre es en su espíritu el que no puede confesar a Cristo, el que no ha entrado en Su Corazón, el que no puede darle el gozo más grande que es posible esperar de una criatura! ¡Ojalá pudiéramos confesarlo también con el martirio, rubricar con nuestra sangre ese testimonio del amor de Cristo para su Padre y del Padre para Cristo! Y cuando no se tiene una ciencia únicamente teórica, cuando se es poseedor del mismo Espíritu de Cristo, porque fue del agrado del Padre comunicarnos ese Espíritu; cuando podemos decirle: Jesús mío, no solamente sé que tu Padre te ama, pero llevo en mi corazón, en mi alma, su mismo Espíritu y siento que me ha comunicado su amor, de tal manera que yo te amo ¡co[159]mo Tu Padre te ama...! Ah, ¡qué felicidad, qué 104
dicha poder decir eso! Sería una aseveración muy atrevida, audaz, imposible, si no la respaldara la enseñanza misma de la Iglesia y si no fuera respaldada por el Sacrificio mismo de Cristo que nos alcanzó la gracia de ser poseedores del Espíritu Santo. Eso que sería imposible, se ha convertido en una hermosa realidad a partir del momento en que Cristo dijo en la Cruz: "CONSUMMATUM EST"... Y habiendo inclinado su cabeza, entregó su Espíritu; entregó Su alma al seno del Padre; entregó Su Espíritu a todos, a todo el mundo, pero especialmente a aquellas almas escogidas. No porque Dios quiera altas y bajas en la espiritualidad, sino porque, siendo muchos los llamados, son pocos los escogidos, porque no todos reciben la gracia de Dios; pero se las quiso dar sobre todo a aquéllos que tendrían que confesarlo, a aquéllos de quienes esperaba el amor con que Su Padre Lo ama Así el Padre se complace en Su Verbo y Lo busca en todas partes; el Verbo busca siempre a Su Padre. Si nosotros sentimos como el Padre de ese Verbo Divino, entonces, amadas hijas, la conclusión es clara, entonces nos tiene que buscar a nosotros, tiene que consagrarnos sus confidencias; todo lo que posee de más querido y más grande, tiene que guardarlo para nosotros los que deseamos sentirnos unidos a Dios, los que queremos llevar el Espíritu del Padre para decir a Jesús: ¡HIJO MÍO MUY AMADO en el que he encontrado todas mis complacencias!., los que deseamos tener el Espíritu del Hijo que nos permite decir: PADRE MÍO, PADRE AMADÍSIMO... y sentirnos envueltos en el amor de Cristo a su Padre! Para tales almas es sobre todo esa preciosa herencia. ¿Quién debe tenerla por vocación, sino el sacerdote y junto a él las almas sacerdotales? Pero amadas hijas, hay una herida profundísima en el Corazón de Cristo, hay unos dolores que El llama inenarrables y son los que le producen las al[160]mas escogidas que desprecian su vocación. Para ellas Jesús sigue siendo el gran desconocido; viven con El, Lo toman en sus manos, Lo distribuyen, pero no Lo conocen, no Lo aman como debieran. ¡Cuánto hay que orar, cuánto hay que sacrificarse por esas almas! Que venga una gracia especial de Dios, que acuda la Santísima Virgen a suplir todo lo que falta en esos altares; que consuele a Jesús y que haya muchas almas imitadoras suyas, imitadoras de María en consolar al Divino Corazón! ¿Es hermosa vuestra vocación, amadas hijas, es digna de que os sacrifiquéis por ella, de que sufráis humillación, desprecio, olvido, incomprensión, enfermedad, muerte? Si es digna, dadle todo eso que os pide, y si no la consideráis digna, entonces haced lo que gustéis. ¡Quiera Dios mandarnos siempre en abundancia su gracia, porque somos miserables, estamos rodeados demuchos enemigos; somos débiles, por eso nos perdona setenta veces siete! Pero no es imposible, amadas hijas; el Espíritu Santo lo hace posible, El hace que seamos fieles y que si llegamos a faltar, sea por debilidad, quizá sin darnos cuenta. 105
Un alma conducida por el Espíritu Santo, puede llegar a un grado de perfección que no podemos ni siquiera imaginar. Es la que hace efectivos los méritos de Jesús, que vive en el altar, que ofrece la Víctima divina todos los días y que se ofrece en unión con Ella, Son secretos muy grandes; en el cielo vamos a conocerlos y nos gozaremos en contemplar la santidad de las almas. Yo he pedido a Dios una gracia, amadas hijas, que parecería imposible, dada la fragilidad de la vida humana y también por desgracia, la experiencia de muchos otros casos en los que no ha sido así: le he pedido que no se acabe el fervor en el Instituto; que no sea únicamente un fervor de los primeros tiempos, sino que al contrario, se vaya aumentando como un río [161] caudaloso, a medida que aumenten los afluentes. Que todo lo que las primeras alcancen con su fidelidad y sus méritos, se vaya aumentando con lo que dejen todas las que vengan después, y que cuando terminen los tiempos, sea cuando podamos contemplar el mayor auge, el mayor fervor, sellado con los méritos de las últimas Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, porque ya se hayan consumado los tiempos. Y le he dado completa libertad a Nuestro Señor... El ya la tiene, pero aparte yo se la doy, para que me alcance esta gracia usando todos los medios que quiera; si es necesario hacerlas sufrir, que las haga sufrir. Ya les he dicho que siempre que se inclinen del lado de la tierra, yo le pido a Nuestro Señor que encuentren espinas para que no se queden allí, sino que se levanten y vuelvan a El. Únanse a mis oraciones, a mi deseo, a mi súplica, para pedir a Dios la gracia del fervor, de la caridad, de la unidad, todas esas cosas que muchas veces se ven amenazadas por los ataques del demonio y por la fragilidad. Si de nosotros depende la unidad, que se haga, porque estemos dispuestos a que no se nos tenga en cuenta, pase lo que pase; y no por querer alegar derechos y quejarnos de desprecios, vayamos a romper esa unidad, porque en la unidad está la fuerza, en la unidad radicará el fervor; la unidad en la caridad. Os hago responsables, amadas hijas, a cada una de vosotras; y como estos ejercicios se están escribiendo, seguramente los van a leer todas. Cuando les hablo, me imagino que están todas aquí presentes y también las que vengan en el futuro. Entonces las hago responsables, A CADA UNA EN PARTICULAR, de que esto se cumpla. Si rompen la unidad, es culpable la que la rompe. ¡Si se deja llevar por la tibieza, es responsable de la falta de fervor en el Instituto, de que queden contrariados los deseos de Dios y los míos! Claro que le voy a pedir a Dios que las perdo[162]ne, pero no dejo de hacerlas responsables. Y si ustedes no responden, pues entonces el Instituto tendrá que pagar lo que ustedes no han querido pagar; a ver qué almas se crucifican para que hagan lo que ustedes no quisieron hacer... Sigan ustedes muy contentas en su mediocridad, en su tibieza... y ¡las otras que remachen bien los clavos, que se inmolen por ustedes! Claro que en su generosidad, se gloriarán por esto; pero si nos queda una poca 106
de vergüenza, creo que nos ha de salir a la cara cuando veamos que no queremos hacer nada voluntariamente y clavamos a otras en la cruz. Para ellas es gloria, pero para nosotros ¿qué será?¡Ustedes respondan! Sin ninguna presunción, amadas hijas, con humildad, reconozcamos que somos frágiles, débiles, miserables; confesemos que Dios lo puede todo y ahora que Jesús está muy emocionado porque hemos hablado de estas cosas, hemos confesado su amor al Padre y el amor del Padre hacia Jesús, podemos sacarle todo lo que de seamos; está dispuesto a oírnos, podemos pedirle la gracia de no decaer en el fervor. Hay almas muy fervorosas que se sienten las últimas del mundo. ¡Que se sientan como quieran, pero que sean fervorosas! Pidamos esa gracia como un regalo de ejercicios para ustedes y para el Instituto en general. Y así, amadas hijas, cada día iremos conociendo más el Corazón de Cristo y cada día seremos más como El nos quiere: GLORIFICADORES DEL PADRE Y DE LA TRINIDAD SANTÍSIMA. ASÍ SEA.
El sacrificio de Cristo glorifica al Espíritu Santo. (163) Sabado 13 de diciembre de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Vamos a ver ahora cómo el Sacrificio de Cristo, ese Sacrificio que se ofrece en el altar, glorificó y glorifica perfectamente al Espíritu Santo. [163] Mientras en el mundo no existió el pecado, el Espíritu de Dios reinaba en los corazones; pero al introducirse el pecado en el mundo, aquel gran pecado capital que había de afectar a la humanidad entera, el Espíritu Santo se encontró como alejado, expulsado de las almas. Es cierto que la bondad de Dios había de conceder algunas gracias en virtud del futuro Redentor y había de suscitar el Espíritu de Dios a hombres según su Corazón, que prepararan los caminos del Enviado. Pero fue el día en que Jesús consumó su sacrificio, cuando el Espíritu Santo pudo derramarse libremente sobre la humanidad redimida. El sacrificio de Cristo fue como la purificación para la humanidad entera, comenzando en esa nueva ley que se llama del amor, el reinado, el triunfo del Espíritu de amor. La gloria del Espíritu Santo está en el conocimiento y en el amor que de El tengamos, conocimiento que ha de introducirnos en el seno amoroso de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es el amor infinito, procede del Padre y del Hijo en ese éxtasis eterno de amor que los une. El Espíritu Santo consuma la vida íntima de la Santísima Trinidad y ese Divino 107
Espíritu recibió la misión de santificar las almas, llevarlas todas hacia Dios, divinizarlas, transformarlas. Por eso se le llama el Santificador de las almas; su gloria, que corresponde al amor infinito, está en dar a conocer, en hacer amar, en glorificar al Padre y al Hijo, de quienes procede. Dios es amor y el Espíritu Santo quiere que el mundo conozca y participe de ese amor, y cuando da a las almas la gracia, en ella las hace participantes de la naturaleza divina y con la gracia se infunden en el alma las virtudes teologales, la fe, la esperanza, la caridad; virtudes todas que nos unen a Dios. Por eso todo lo que es caridad, amor, se relaciona con el Espíritu Santo; todo lo que sea contra [164] la caridad, contra el amor, como dice San Pablo, contrista al Espíritu de Dios. Jesús, que como Verbo eterno, en su divinidad poseía todos los secretos del amor divino, ese Verbo que eternamente espiraba con el Padre al Espíritu Santo, contemplaba en El su propio amor, el amor de su Padre, y quería que el mundo conociera ese amor Veíamos esta mañana el gozo indescriptible del Corazón de Cristo al sentir que su Padre descorría los velos del misterio a sus discípulos, les revelaba su verdadera naturaleza. Pues la misión del Espíritu Santo, misión recibida de su Padre y del Verbo, fue precisamente la de hacer conocer, la de hacer participar a los hombres de ese amor, de esa santidad infinita, santidad y amor que es Dios, que reside en Dios. Y ese Verbo Encarnado se gozó en ofrendar su sacrificio, más aún, quiso que constituyera lo que alguien ha llamado la gloria de la Cruz; El dió su Espíritu Santo a la humanidad, ese Espíritu que habría de poner en labios de la humanidad la palabra dulcísima que Jesús tantas veces pronunció, la palabra "PADRE". Ese Espíritu que daría a conocer al mundo los grandes secretos del amor de Dios. Todas las almas que han sido ilustradas en el amor divino, en los misterios divinos, han sido discípulas del Espíritu de Dios. Desde el primer momento en que aparece el alma, al tomar contacto con ella el Espíritu Santo en el día del Bautismo, comienza su grande obra, se apodera de ella, y ojalá, amadas hijas, que esa amistad, esa unión, nunca llegara a romperse¡ ¡Cuántos prodigios obraría el Espíritu Santo en el alma siempre fiel! Allí está como Amigo divino, como grande Artista que va a modelar aquella alma. Y El, que es el fruto, digamos así, de aquel amor infinito que el Padre tiene a su Verbo, El que es el Amor, desea pregonarlo, comunicarlo, verlo reproducido en muchos modos. La invasión del Espíritu Santo en el mundo fue la invasión del amor infinito, de la caridad perfecta y ésta es, amadas hijas, la grande ilusión que el Es[165]píritu Santo pudo desarrollar ya libremente en el mundo después de que fue rescatado por el gran Sacrificio de Cristo.
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Pero todavía cuando las almas se cierran al Espíritu Santo, cuando Lo expulsan, cuando son ingratas, allí está Jesús Crucificado, Jesús Víctima, ofreciéndose en los altares para que las almas se conviertan. Ese apostolado de cruz, de sacrificio, nunca ha faltado; aun después de que quedó saldada la deuda del pecado de origen, Jesús quiso seguirse inmolando en favor de los hombres; para pagar todas las deudas Jesús quiso seguir intercediendo por su sacrificio en favor de la humanidad. Y cuando la sangre divina de Jesús viene a caer sobre un alma y ésta se conmueve, se convierte, entonces Jesús se goza con gozo infinito, porque le devuelve al Espíritu Santo aquella alma para que siga trabajando. Pasa en esto lo que allá en el seno íntimo de la Trinidad, que hay como una lucha de amor entre las Divinas Personas; el Padre se da todo al Hijo, el Hijo al Padre, los dos al Espíritu Santo y el Espíritu Santo al uno y al otro. Cristo derrama con infinito amor su Sangre divina sobre las almas para que se conviertan; el Espíritu Santo hace que el alma levantada, comprenda la grandeza del Sacrificio que la ha salvado. Por eso el Espíritu Santo lleva siempre las almas a la Cruz, para que comprendan la grandeza del Sacrificio de Cristo, para que se enamoren de Cristo, para que Lo reproduzcan. ¡Qué grande es la gloria que los santos dan al Espíritu de Dios! Ellos se han transformado en Cristo Crucificado, en sus trabajos, en su acción apostólica, y ellos en la conversión de los infieles, dan nuevos templos al Espíritu Santo, nuevas almas en las que El se goce, en las que reproduzca a Jesús y forme los verdaderos adoradores del Padre, glorificadores de la Trinidad Santísima. Por eso, amadas hijas, el sacrificio de Cristo [166] es el medio para poder recibir al Espíritu Santo. Ya os decía que si el Pentecostés oficial se realizó el día asignado por la Iglesia, el Pentecostés primero, digamos así, tuvo lugar el día en que Cristo consumó su sacrificio. Podríamos con toda verdad contemplar sobre la Cruz de Cristo el fuego ardiente del Espíritu Santo. Ha sido una idea divina la de hacer que aparezca con su luz el Espíritu Santo no sólo derramándose sobre la Cruz, sino difundiendo desde allí esa luz divina sobre el campo inmenso de las almas. ¡Ese fue el primer Pentecostés! Luego vino el Pentecostés oficial a glorificar plenamente el Sacrificio de Cristo y sigue el Pentecostés íntimo en las almas, el día en que el Espíritu Santo se comunica al alma y ella, por una fiel correspondencia, mantiene en si misma al Espíritu de Dios. Pero hay otro Pentecostés, el que podemos llamar perenne. Así como tenemos Eucaristía perenne, podemos hablar de otro Pentecostés que corresponde a la celebración de cada uno de los sacrificios que se ofrecen en la tierra. Todos los días, amadas hijas, cuando se realiza la transubstanciación de las especies, en esos momentos en que el sacerdote eleva la Hostia santa para ofrecerla a 109
las almas, se derrama el Espíritu de amor, y si El quisiera que contempláramos las cosas espirituales, nos arrobaríamos en cada una de las Misas, al ver la gracia del Espíritu Santo, la gloria de la Cruz, la gloria del Sacrificio de Cristo, difundiendo la luz sobre la tierra. El sacerdote se contemplaría envuelto en una luz que no es de este mundo; no hay palabras para describir lo que sería contemplar esa luz vivísima, clarísima, mucho más que la luz del sol; una luz divina, luz de Dios. Y esa luz divina la contemplaríamos todos los días al celebrar el Santo Sacrificio, y veríamos la donación plena, perfecta, del Espíritu Santo para todos aquéllos que Lo quieren recibir, en primer lugar para los que participan más directamente del Sacrificio de Cristo. [167] ¡Oh! ¡Si el sacerdote realizara estas cosas! ¡Si fuéramos al altar en ese grande espíritu de fe! ¡Si las almas sacerdotales que asisten al sacrificio, tuvieran ese espíritu y sobre todo esas disposiciones debidas! Si el Espíritu Santo encontrara en torno del altar siempre almas puras, ¡qué prodigios obraría en ellas! Pues los obra sobre ellas; y sobre las que no lo son va a llamar con gemidos inenarrables para moverlas y conmoverlas a fin de que se vuelvan a Dios. Y llega el Espíritu Santo al mundo de las almas cumpliendo su gran misión santificadora, glorificadora y transforma las almas en Cristo; así TRANSFORMADAS, LAS CONVIERTE EN ADORADORAS DEL PADRE, porque ése es el primer efecto de la transformación en Cristo: amar, glorificar al Padre Celestial. Cada sacrificio de la Misa es por lo tanto, el acto y el momento en que se glorifica plenamente a la Trinidad Santísima; no existe otro momento, amadas hijas, como este momento supremo que es el de la Cruz, el de la redención humana y el medio por el que el Espíritu Santo se dará al mundo. Esa voz que ha de llamar Padre, al Padre de los cielos, no se puede tener en otro lugar; se puede decir en muchas partes, pero solamente se recibe el poder de pronunciar la palabra a través del Sacrificio de Cristo. Con razón se ha dicho y ojalá lo comprendiéramos todos, especialmente los sacerdotes, que en el Santo Sacrificio de la Misa se realiza la perfecta glorificación de la Santísima Trinidad. Ya veis cómo el Espíritu Santo cumple su misión de glorificar siempre a la Trinidad Santísima, puesto que hablando de El, hablamos necesariamente del Padre y del Hijo, de los adoradores del Padre, del Hijo y de uno y otro. Por eso muchas veces no se comprende esta naturaleza del Espíritu Santo, no se comprende cómo recibe el mismo Espíritu Santo gloria en el Sacrificio de Cristo. Se dice que debemos amar al Padre con el amor [168] del Hijo, al Hijo con el amor del Padre; y cuando yo preparaba mis esquemas de pláticas sobre la Misa, siguiendo ese sistema, me preguntaba: y ¿cómo vamos a amar al Espíritu Santo? Pues sencillamente como Lo aman el Padre y el Hijo. Pero ¿cómo Lo aman el 110
Padre y el Hijo? Y me preguntaba y meditaba y quería encontrar en algún libro algo que me diera luces, pero no hallaba nada. Cuando Nuestro Señor se compadeció de mí, al ver mis quebraderos de cabeza, en una de esas formas muy sencillas, pero divinas por sencillas, apareció la solución: el Padre y el Hijo aman al Espíritu Santo ¡como lo que es! Y ¿qué es? Su propio Amor; Lo aman como su propio Amor. Así debemos amarlo nosotros. Ojalá pudiéramos decir que Lo amamos como nuestro propio amor también. ¡Ah! amadas hijas, ésas son las hermosuras de la vida espiritual, las realidades divinas; gracias al Sacrificio de Cristo, podemos decir: ¡EL ESPÍRITU SANTO ES MI AMOR! es el amor con que yo amo al Padre, al Verbo y al mismo Espíritu Santo, y aún más, a la Santísima Virgen, a los Santos, a las almas. Por eso mi amor es puro, es santo; ése es el amor con que han amado los santos, el amor que no perjudica a nadie, que une, que santifica, porque fue ése el amor mismo de Dios, amor purísimo, casto, que lleva todo el sello de la pureza y de lo divino; el amor de candor, el amor de delicadeza. Ese es el amor con que aman las almas transformadas, las almas puras, el amor con que aman las almas en las que habita el Espíritu Santo. ¡Inmensa deuda de gratitud para con Jesús Crucificado que nos permitió ser poseedores de ese Espíritu! ¡Gracias para el Padre y el Verbo que nos quisieron dar su Espíritu! Jesús decía: Os conviene que me vaya porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá... ¡Y vino ese Espíritu Consolador, como un don del Padre y del Hijo! Realmente, amadas hijas, no hay felicidad que pueda compararse a ésta. Por eso los Apóstoles, el [169] día de Pentecostés, salieron completamente transformados y parecía que estaban ebrios; así los juzgaban, dado aquel gozo, aquella alegría que se notaba en ellos. Era embriaguez de amor divino, transformación, verdadero gozo del alma. Ellos, llamados a una vocación sublime, llamados a ser las columnas de la Iglesia, tenían que participar primero de ese Espíritu. Si nosotros, amadas hijas, en la pequeñez de nuestros dones, de nuestra cruz, de nuestro amor, cuando nos damos, cuando por amor sufrimos y por lo tanto sentimos que está en nosotros el Espíritu Santo, nos gozamos tanto, se nos pagan con usura los sacrificios de la vida en el gozo del alma; si en lo poco que hacemos somos tan felices, ¿qué sentirían y sentirán aquéllos que supieron de la generosidad en el dar, en el sufrir? Verdaderamente, amadas hijas, no debemos compadecer a esas almas que tanto sufrieron, cuando recibieron esa recompensa tan grande. Ellos son los que deben compadecernos a nosotros los débiles y cobardes; ellos que sobreabundan en gozo, deben compadecernos a nosotros que tenemos un gozo muy pequeño, que corresponde a nuestra poca generosidad, a nuestro poco amor. 111
¡Ojalá, amadas hijas, que todos pudiéramos dar de veras, dar y darnos como Cristo se dio, como se han dado los santos, como se dio nuestra Madre Santísima, Nuestra Señora del Perpetuo Fiat! Después de meditar estas cosas, creo que será fácil, amadas hijas, que comprendáis cómo para cumplir vuestra misión oficial en la Iglesia, de glorificadoras de la Santísima Trinidad, necesitáis vivir íntimamente unidas al altar, al Sacrificio de Cristo; pero no solamente para recibir, también para dar, y por eso es admirable y bendigo a Dios, ese primer punto de vuestras Constituciones, esa glorificación A CADA UNA DE LAS DIVINAS PERSONAS, "UNIÉNDOSE A LA VÍCTIMA DE NUESTROS ALTARES", en ese sublime acto de adoración, acción de gracias, reparación, imploración. ¡Allí está el centro de vuestra vocación! Pero también en el altar está el centro de esa vocación, [170] está el lugar, está el medio como podréis desarrollar vuestra santa vocación. Sed apasionadas del altar, amadas hijas; como el sacerdote debe soñar en su altar y desde el altar en las almas y desprenderse del altar para ir a buscar a las almas y repartir las gracias que allí consiguió, así también vosotras, pensad en el altar a donde llevaréis la ofrenda de vuestra donación, donde alcanzaréis gracias para las almas. Después id a donde el deber os llame, con las manos llenas de gracias y bendiciones, llevando en vuestros labios la espada de dos filos, la palabra del alma poseída por el Espíritu Santo, llevando el poder de un alma gobernada por Dios, llevando a Dios en vuestros corazones y en vuestras almas. Es el verdadero apostolado, el apostolado fecundo. ¡Si así se hiciera el apostolado! Pero ¡cómo se han falseado los principios! Se quiere dar a Dios y alejar a Dios, enseñar los principios del amor y no amar. Son contrasentidos, que por desgracia suceden en la vida. Haced todo lo que la obediencia os mande, pero id a todas partes ricas con esos tesoros divinos. Con Jesús y en vuestra Cruz, también vosotras sed glorificadoras del Espíritu Santo y como una recompensa, el Espíritu Santo os participará de su misma gloria y en El y con El llevaréis a todas partes el conocimiento y el amor del Padre, del Hijo y del mismo Espíritu Santo. ASÍ SEA. [171]
Gratitud a cada una de las Divinas Personas de la Santísima Trinidad. (172) Domingo 14 de diciembre 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: La contemplación de la gloria divina, de las grandezas de Dios, la contemplación de la bondad infinita, de la misericordia infinita, del amor infinito, exige naturalmente el homenaje de la gratitud. Cristo en su gran sacrificio quería saldar todas las deudas con Dios y 112
proporcionar a las almas el medio de pagar la parte que a ellas les toca; quiso ofrecerse y seguirse ofreciendo en los altares, como una víctima de acción de gracias. Yo no sé, amadas hijas, qué dulzura, qué satisfacción tan honda se experimenta en el alma cuando se cumple con ese deber sagrado, el deber de la gratitud. Cristo quedó satisfecho cuando sacrificó toda su vida para glorificar en esa forma a la Trinidad Santísima; pero el sacrificio de Cristo es la acción de gracias perfecta al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y podemos considerar algunas líneas generales o motivos que más deben movernos a la acción de gracias; podemos decir que debemos la gratitud al Divino Padre por la obra creadora y gratitud al Hijo por su obra redentora y por sus dones, por la revelación del amor a Su Padre, por el don de Su Espíritu, por aquellos dones que podemos considerar como muy personales de Jesús: su Eucaristía, su Sacerdocio y su Madre Santísima. Gratitud al Espíritu Santo de una manera especial por la obra saritificadora que es la que se le atribuye. Por el don de su gracia, por la revelación del secreto de María. Esas son, amadas hijas, las grandes líneas que podemos considerar en la gratitud. En primer lugar el mismo Jesucristo Nuestro Señor, como Hombre, se gozaba en darle gracias a su Padre. Es fácil confirmar esto leyendo el Evangelio [172] en el que aparece con frecuencia aquella actitud de Jesús, dándole gracias a su Padre, gracias anticipadas aun por los favores que solicitaba, por los prodigios que iba a realizar, sanando las almas, curando los cuerpos. Y dejó como una obligación para los sacerdotes, prolongar esa acción de gracias sobre todo en la celebración del Santo Sacrificio. Cuando Jesús instituyó la Eucaristía, levantó sus ojos al Padre dando gracias; esto mismo ha querido que haga el sacerdote, que repita diariamente en el altar esta actitud levantando sus ojos para dar gracias El Corazón de Cristo se sentía profundamente conmovido por todo lo que debía a su Padre: en el seno de la Santísima Trinidad procedía del Padre, fue engendrado por el Padre; como Hombre lo recibió todo de su Padre amorosísimo. La creación, debiendo ser el escenario en que se moviera la criatura, era ante todo el don del Padre para su Hijo, así como todas las almas creadas. Cuando amamos a Jesús; cuando le recordamos que somos el don de su Padre, que formamos parte de esa creación que fue toda para El, para Cristo; cuando Jesús siente su alma a través de las almas, de esas almas que se le han dado por completo, su Corazón Santísimo se llena de emoción y esa emoción se traduce en acción de gracias al Padre, por este don. Allí está su sacrificio para pagar esa deuda. Y nosotros, amadas hijas, que fuimos creados por misericordia divina, que fuimos llamados a formar parte del cuerpo místico de Jesús, cuántas veces nos sen timos impotentes para agradecer semejante beneficio. Aun la Santísima Virgen María, colmada de gracias, que recibió el privilegio único de ser Madre de Dios, experimenta la necesidad de una gratitud por decirlo así, infinita. 113
Por eso Ella desea que celebremos el Santo Sacrificio del altar con fines de agradecimiento, para hacer más grande la gratitud de su Corazón Purísimo al Padre Celestial que quiso escogerla a fin de compartir con Ella su divina paternidad. [173] Pero también los que celebramos el augusto Sacrificio, sentimos la necesidad de una acción de gracias infinita; estamos en el altar representando a Cristo, allí sentimos que el cielo se abre ante nuestros ojos y se mueve ante nuestra plegaria; nos sentimos verdaderamente dueños de ese sacrificio que arroba la mirada del Padre Celestial y que atrae el torrente de gracias del Espíritu Santo sobre todo el mundo. En el altar nos sentimos como acariciados por Cristo y no sabiendo qué hacer, nos preguntamos cómo podremos dar gracias por todos esos privilegios, por todo lo que Dios ha hecho en nosotros. Entonces la voz de Cristo Crucificado se insinúa en nuestro corazón y parece decirnos: por eso me inmolé, por eso me sigo inmolando en los altares, para calmar todas estas ansias de gratitud al Divino Padre. Nos parece que vivimos como deudores, que no tenemos absolutamente nada con qué pagar; pero desde que Cristo nos redimió, Lo tenemos a El, contamos con su Sacrificio. Allí está Jesús con los brazos abiertos: "Venid a Mí todos los que trabajáis y estáis cansados, que yo os aliviaré... todos los que estáis necesitados, todos los que sentís esa necesidad imperiosa de agradecer los beneficios divinos... ¡Venid a Mí, tomad mi Cuerpo, mi Sangre, mi gratitud, ofrecedla a mi Padre y habréis saldado toda la deuda para con Dios! ¡Cuándo hubiéramos podido soñar semejante dicha, amadas hijas! Pero así es; por eso os he dicho tantas veces que el sacerdote en el altar puede quedar tranquilo todos los días al ofrecer ese sacrificio porque sabe que ha pagado todas sus deudas de gratitud; y así también quien se une al sacerdote en sus intenciones. Y aun podemos decir que pagamos más de lo que debemos, porque los méritos de Cristo están por encima de nuestras miserias, de nuestras debilidades. [174] Allí está en el altar ese horno de transformación, para que nuestro amor se convierta en la misma adoración y amor de Cristo, y nuestra gratitud en la gratitud de Cristo. ¡Qué alegría saber que esta acción de gracias verdaderamente satisface a nuestro Padre Celestial de una manera plena y perfecta! Pero el motivo principal de nuestra gratitud, lo que más nos debe mover a gratitud, es la gloria divina, las perfecciones divinas; antes que gozarnos por el remedio de nuestras necesidades, debemos gozarnos de que Dios sea feliz, santo, grande, omnipotente, eterno. Esto es lo que debe regocijar nuestra vida: Te damos gracias, Señor, por tu grande gloria... Y como esa gloria la contemplamos y la consideramos no solamente en el mundo, antes bien vamos a contemplarla con mayor perfección en los esplendores de la eternidad, por eso eternamente se exige la gratitud y eternamente podremos 114
cumplir con esa exigencia de darle gracias a Dios. Gratias ágimus Tibi, propter magnam gloriam tuam! De los cuatro fines del Sacrificio Eucarístico, sólo dos quedarán cuando terminen los tiempos: la adoración y la acción de gracias; ésa será nuestra ocupación en la eternidad. Y ¡qué dicha que al contemplar en el cielo, así lo esperamos, la gloria, las perfecciones, la felicidad de Dios, podamos al mismo tiempo que decir: te adoro, te amo, TE DOY GRACIAS! ¡Qué dicha pensar que el sello de nuestro amor en el cielo será el mismo sello que llevaba el amor de Cristo en la tierra, el sello del agradecimiento! Así como decimos Santo, Santo, Santo, tendremos que decir: ¡Gracias, Gracias, Gracias a Ti, oh Señor por tu grande gloria! Después de considerar las perfecciones divinas y lo que por ellas debemos a Dios, también debemos volver los ojos a nuestra alma, a nuestra vida, porque la sentimos llena de la misericordia divina. ¿Por qué existimos nosotros? ¡Bien pudiéramos haber sido uno de tantos seres posibles que nunca llegan a existir!.. [175] Estamos en este mundo por la misericordia de Dios, y El nos ha concedido la gracia de recibir el Bautismo, de entrar en el gremio de la Iglesia, por pura misericordia. Si nos pusiéramos a examinar, amadas hijas, todas las cosas por las que estamos comprometidos con Dios y obligados a una inmensa gratitud, no terminariamos jamás. Sencillamente le debemos todo, absolutamente todo lo que suponga en nosotros una gracia. Y podéis advertir, amadas hijas, que hay gracias de una magnitud insospechable para nosotros, gracias que ni siquiera conocemos, que ni siquieraconoceremos en el tiempo, ¡porque serán la revelación de la eternidad! Así pues, no sería posible dar gracias en forma cumplida, si no tuviéramos el gran Sacrificio de Cristo. Por eso ¡qué alegría poder ofrecer en todas las Misas y desde el altar de nuestras almas, en esa Misa mística, al Verbo como Víctima por la gloria de su Padre y como Víctima de acción de gracias! ¡Y ofrecernos en unión con Cristo! Esa es la víctima perfecta, la que se une a Cristo en los cuatro fines de su Sacrificio Eucarístico. Algunas almas se han ofrecido como víctimas de adoración, otras de imploración, otras de reparación, otras de acción de gracias. Y lo mejor será decir y hacer lo que Santa Teresita: ¡yo lo escojo todo! Tomar los cuatro fines del Sacrificio de Cristo y decirle: yo me uno a tu Hostia, a tu sacrificio, por todo lo que Tú lo ofrezcas. La gran sabiduría de las almas es unirse a Jesús en los fines que El tuvo al morir en la Cruz y al ofrecerse todos los días en los altares por la gloria de su Padre Celestial. 115
Hay que estudiar todas las cosas porque todas son hermosas y algunos dicen que no saben qué escoger, todo les gusta mucho; les gusta adorar, les gusta dar gracias, reparar las ofensas al amor infinito y quisieran dar su vida por cada una de esas cosas, implorando la misericordia de Dios para tantas nece[176]sidades. Sencillamente, repito, lo mejor de todo es unirnos a la Víctima divina por los fines que tuvo y esos fines son cuatro: adoración, acción de gracias, reparación, imploración. Puede suceder que las almas se sientan movidas en especial a alguno de esos fines, como un colorido particular, sin dejar de tener los otros, sin perder la unidad. Muy bien, entonces nos podríamos poner a pensar, ¿cuál será ese matiz? Pues amadas hijas, tiene que ser el que el Espíritu Santo le quiera dar a nuestras almas; pero si estudiamos la vida de Jesús, encontramos que en El existía en una forma muy especial ese matiz de la gratitud para su Padre. Fue Jesús el más agradecido de los hombres, y todavía, amadas hijas, con ese Corazón tan delicado, tan sensible que tiene, se mueve a la menor atención que nosotros tenemos para El. Si pudiéramos escucharlo, cuántas veces oiríamos en el fondo de nuestros corazones esa palabra suya ante la menor prueba de amor, de atención y delicadeza que le damos: Hijo mío, ¡muchas gracias! Eso que hacía con su Padre, lo hace con nosotros pobres, miserables pecadores. Y se mueve Jesús, en virtud de esa gratitud que Lo domina, a conceder las grandes gracias; por eso un alma agradecida le cautiva a El porque es un alma que Lo imita en lo que quiere tanto, en esa gratitud dirigida en primer lugar a su Padre Celestial. Gran deuda de gratitud tenemos hacia el Padre por el don de la creación y por el don de su Divino Hijo. "Sic Deus dilexit mundum ut Filium suum Unigénitum daret... ¡De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Unigénito Hijo! El Espíritu Santo nos recuerda por medio de San Juan, que esa grande prueba del amor del Padre para nosotros, fue darnos a su Hijo, para que pudiéramos participar de la herencia del Hijo en la paternidad divina. ¿Cómo agradecer esa prueba máxima que el Padre nos dio? [177] Únicamente haciendo nuestra la misma gratitud del Hijo. Y así agradecer el don del Espíritu Santo que nos purifica, que nos diviniza, que, transformándonos en Cristo, nos permite decirle a nuestro Padre ese nombre dulcísimo: PADRE, ¡Padre nuestro que estás en los cielos! Mucho habría qué decir de estas cosas, amadas hijas; pero solamente quiero hacer estas insinuaciones generales, para que más tarde vayan desarrollándose en vuestro espíritu, en vuestra alma, en el espíritu propio de vuestra vocación; para que comprendáis mejor lo que quiere decir vuestra vocación, rindiendo culto especial de adoración, acción de gracias, reparación, imploración, a CADA UNA DE LAS DIVINAS PERSONAS, en unión de la Víctima de nuestros altares.
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Asimismo para que sea ilustrado vuestro criterio acerca de esas cosas y encontréis en ese punto básico de vuestra vocación el secreto para santificaros; y encontréis allí el gran motivo, el gran estímulo en vuestros sacrificios; para vivir de fe, de abnegación, de amor, como tiene que ser la vida cristiana y sobre todo la vida religiosa. Examinad un poco vuestra vida. ¿Habéis tenido la preocupación de darle gracias a Dios por todos sus beneficios? Y si esos beneficios vienen envueltos en el sacrificio, en la cruz, siendo ésta la grande prueba de amor del Padre para su Divino Hijo y para nosotros, ¿nos hemos acordado de darle gracias en esas circunstancias? Jesús le abrió los brazos a la Cruz porque era el don de su Padre; imposible que rechazara ese don. ¿Podríamos decir que hemos hecho lo mismo? ¡Cuántas veces nos hemos dejado dominar por la tristeza, por el desaliento, cuando Dios nos ha visitado con la prueba, olvidando que en la prueba y en la tribulación se encierran gracias exquisitas! Por eso yo os insinúo lo que han practicado [178] las almas santas: que en los grandes sufrimientos, lo primero que hagáis sea darle gracias a Dios por ellos. En nuestras Constituciones está mandado que inmediatamente que muera un religioso, lo primero que se haga sea rezar el Magníficat, es decir, entonar el himno de la acción de gracias al beneplácito divino por aquella gracia inmensa de que la voluntad de Dios se haya realizado en uno de sus hijos. Pero ¡qué cuadros tan distintos en el mundo! Muere un ser querido en el hogar y hay muestras de histerismo, palabras que suenan a blasfemia. Gracias a Dios existen también hogares en que se bendice a Dios en todas las circunstancias, y cuando el corazón sangra y el dolor es intensísimo en la pérdida de seres amados o cualquier otra tribulación, antes que nada se acuerdan de darle gracias a Dios, se reza el Te Deum, el Magníficat. Esto indica espíritu de fe. La voluntad de Dios siempre trae gracias a los hombres; pero hay ciertos hechos en la vida, que desconciertan, en los cuales parece que no puede mediar la voluntad de Dios, y sin embargo, amadas hijas, sabemos que no cae la hoja del árbol ni el cabello de nuestra cabeza sin que Dios lo quiera o permita. Siempre debemos bendecirlo en todos los acontecimientos. ¿Lo hemos hecho así? ¿Le hemos dado gracias a Dios cuando nos han contrariado un deseo muy grande, cuando tenemos una pena muy grande? Porque no es raro, aunque tampoco muy común, que cuando se reciben beneficios, se acuerden las personas de dar gracias; pero si las cosas no salieron como pensábamos, entonces no queremos dar gracias, entonces nos quejamos. Ese no es, amadas hijas, el espíritu que nos debe guiar; el espíritu que nos debe animar es el de Jesús que en lo más grande de sus dolores, en su agonía, al consumar su sacrificio, le dio gracias y las más cumplidas, a su Padre Celestial. A donde quiera que vayamos, cumplamos con el deseo del Espíritu Santo 117
manifestado por medio de San Pablo: "In ómnibus gratias agite..." En todas las cosas [179] dadle gracias a Dios, porque ésta es la voluntad de Cristo Nuestro Señor: "Haec est enim voluntas Dei" Si nos pegan: ¡muchas gracias!.. Si nos acarician: ¡muchas gracias!.. Si nos dan de comer: ¡muchas gracias!.. Si se les olvida y nos quedamos sin comer: ¡muchas gracias!.. ¡Lástima que no podamos entrar al mundo dando gracias a Dios! Pero siquiera hagámoslo ahora, teniendo conciencia de lo que somos y de lo que le debemos a Dios. En el último momento de nuestra vida, después de un grande acto de amor de Dios, le diremos también gracias, gracias infinitas por los beneficios recibidos, por la creación, por la redención, por la santificación. Y aun después, si al presentarnos ante Dios oímos que nos dice: "Te vas al purgatorio... "¡MUCHAS GRACIAS SEÑOR!"... "Te vas al cielo directamente..." ¡MUCHAS GRACIAS SEÑOR!.. In ómnibus gratias agite! Y era tan profunda esta idea en el Apóstol San Pablo, que la repite en distintos modos: "Semper Deo gratias agentes"... Y la Santa Iglesia, en el Sacrificio del altar, obliga al sacerdote a levantar la voz en el Prefacio para darle gracias a Dios: Gratias agamus Domino Deo nostro... dignum et justum est! Nos recuerda el deber, la obligación que tenemos de dar gracias; y anticipa las gracias al grande prodigio, al Sacrificio de Cristo, nos hace dar gracias antes de la Consagración del Cuerpo y Sangre de Jesús. Y nos obliga a levantar los ojos al cielo para rendir esa acción de gracias. ¡Qué bien se ve que Cristo quiere recordarnos que somos otros Jesús en el altar!No somos nosotros, es El, y por lo mismo debemos tomar toda su actitud hasta en el exterior; ¡qué hermoso, levantar los ojos al cielo como El mismo los levantó, por aquellos prodigios que se van a realizar! ¡Sed almas muy agradecidas, amadas hijas, agradecidas con Dios y con los hombres! Que nadie os tache de ingratas; que muchos defectos tengáis, pero éste ¡no! Que seáis muy sensi[180]bles a todos los beneficios de Dios y de los hombres. Acordaos en vuestra oración, de dar gracias a Dios y de dar gracias e implorar bendiciones para todos los que os han hecho algún bien, los conozcáis o no. Durante mi viaje a Japón, Nuestro Señor me infundió ese deseo: te pido por todos los que directa o indirectamente hayan contribuido a este viaje: el cargador, el conductor, el piloto... los que me pagaron el pasaje, los que me recibieron y me atendieron, bien o mal, todos, todos, todo el mundo. A mí me parece esto como una necesidad, una obligación. Si se hace, puede ser que no llame la atención; si no se hace, seguramente que llama la atención. Cuando ustedes creen tener derecho a que se les muestre gratitud en ciertas cosas, si se les muestra, bien, si no, piensan que debería haber sido. 118
Pues no caigamos en lo que censuramos. Pido a Dios Nuestro Señor con todo mi corazón, que el espíritu de las Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad sea el de Jesús, el de la Santísima Virgen. Ella, tan calladita, el día que se trató de reconocer los beneficios de Dios, se puso a cantar, y nos puso a cantar a todos, porque siempre que recibimos los grandes beneficios de Nuestro Señor, LA COMUNIÓN SOBRE TODO, allí estamos: MAGNÍFICAT ANIMA MEA DOMINUM! No estará siempre muy bien cantado, no serán siempre muy buenas las voces... pero allí va nuestro canto a glorificar al Corazón de Dios, a conmoverlo, porque le toca una fibra muy delicada de ese Divino Corazón. Que así sea vuestro corazón, amadas hijas, siempre agradecido con Dios y con los hombres, para imitar a Cristo Nuestro Señor. ASÍ SEA [181]
Gratitud a las Divinas Personas. (182) Domingo 14 de diciembre de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Si estamos obligados con el Divino Padre para darle gracias por todo lo que hemos meditado anteriormente, igual obligación tenemos con Cristo Nuestro Señor, con el Unigénito del Padre. A Cristo le debemos la redención, y en esa palabra, amadas hijas, se encierra la inmensa tragedia del pecado del hombre y toda la obra grandiosa de la Encarnación del Verbo. Junto al pecado, el Redentor. Entre los pecadores, Aquél que siendo un Dios, quiso hacerse como uno de nosotros para llevar sobre Sí el peso de todas nuestras miserias. En esa palabra: REDENCIÓN, se encierra el modo, la delicadeza infinita del Corazón de Cristo para realizar esa obra que le encomendó su Padre y para demostrarnos a nosotros el amor que nos tenía Cristo nos redimió porque fue la voluntad de su Padre; pero también porque fue su propia voluntad, una con la de su Padre. Se dice que entre las penas más grandes que atormentarán a los condenados eternamente, está la de recordar la caridad infinita del Corazón de Cristo, las insinuaciones tan amorosas, tan sencillas, tan puras, con que fueron llamados; la convicción de haber sido ingratos ante el amor infinito. Ese Hijo amorosísimo que vino a salvarnos y a compartir con nosotros su dicha, la dicha inmensa de su filiación divina, vino para hacer de cada uno de nosotros un hijo adoptivo del Padre Celestial; vino a darnos con la gracia, el poder ser hijos de Dios: "ut filii Dei nominemur et simus... que seamos llamados hijos de Dios y que lo seamos en realidad. 119
Vino a descubrirnos los secretos amorosos de la paternidad divina; vino a compartir con nosotros aquel beso eterno que su Padre le imprime al engen[182]drarlo; vino a hacernos gozar de aquella ternura infinita del amor de su Padre. ¡Qué mundo tan distinto, amadas hijas, el mundo de Cristo y el mundo que precedió a Cristo! ¡Aquel mundo que no supo lo que sabemos nosotros, que no llamó con tanta confianza, con tanto amor al Padre que tenemos en los cielos! Aquellos hombres se sentían con la impresión de su falta en el paraíso, con aquel temor, aquella vergüenza que hizo a nuestros primeros padres esconderse a los ojos de Dios el día de la caída. Por todas partes parecía seguir inexorablemente al hombre el peso de ese temor y por eso el mismo pueblo escogido, mandaba a sus profetas a que hablaran con Dios; ellos trataban de esconderse de la divina Faz porque temían morir, veían en Dios al Dios de la venganza, al Dios justiciero que había de pedirles cuenta hasta de lo último. Así caminaron los hombres muchos siglos hasta que un día venturoso el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Sonaron las campanas de alegría en Nazareth; el Corazón purísimo de una Virgencita se sintió invadido por el Espíritu de ese Verbo que había encarnado en sus purísimas entrañas, y sintió en su alma, entonces grande con la grandeza divina, toda la ternura, la ternura infinita del amor del Padre para Ella; de Ella para el Padre y de su Inmaculado Corazón, corazón maternal, para el Verbo Encarnado. ¡Y comenzó la nueva era, la era del amor! Algunos, seducidos por el espíritu del mal que nunca deja de atacar la causa de Dios, quisieron apartar al hombre de Dios, infundiéndole un temor servil. Con falsos respetos y con falsas humildades, alejaron del altar, de la mesa eucarística, innumerables almas y llegaron a existir comunidades religiosas que en muchos meses no comulgaban porque habían sido invadidas por el espíritu jansenista. Pero, amadas hijas, el Espíritu de Jesús, el espíritu nuevo que vino sobre la tierra, ha triunfado de todas esas miserias y ha suscitado las almas que restablezcan el equilibrio espiritual en el mundo. Se impone el amor, la gratitud, amadas hijas, [183] a quien nos enseñó a vivir así, para quien nos libró de esas cadenas tremendas que encierra el temor servil; ese peso insoportable que es sentirse lejos de Dios, no por prueba a la que Dios quiere someter al alma, cuando tiene ésta la conciencia de que Dios está en el fondo de su corazón, aun cuando no se deje ver, sino aquella separación que es querida voluntariamente por el hombre, porque no es Dios que deja al hombre, sino el hombre que deja a Dios. Y ¿quién nos libró de esas cadenas? ¿Quién vino a darnos ese espíritu de libertad de los hijos de Dios? El Verbo Encarnado, el que nos ha permitido sentirnos dueños de todas las cosas, porque Dios las hizo todas para nosotros; el que vino a enseñarnos a usar santamente de ellas, a amar la hermosura, a gustar lo bello, a ver en todas las cosas la mano amorosísima del Padre que lo hizo todo para nosotros. 120
El que así rompió esas cadenas y nos dio esa libertad de hijos de Dios y lo hizo a costa de su propia vida, inmolándose hasta la muerte, ¡qué esperara de nosotros y qué compromisos tendremos para El! Y ¡cómo deberá ser nuestra gratitud, sin medida, perenne, para ese Verbo que nos alcanzó la libertad! Recuerdo que en una de las etapas de mi vida espiritual, en la que más luces recibí sobre estas cosas, en relación con el Verbo, soñaba con darle muchas almas, ofrecidas especialmente con fines de gratitud para El y levantarle una estatua inmensa que dijera la gratitud de todos los redimidos, para su Salvador. Y ese sentimiento me hace vibrar de entusiasmo. Y cuando he comenzado, amadas hijas, a levantar un monumento más precioso que el que puede construirse con los mejores mármoles del mundo, cuando comencé a darle almas a Cristo, almas que Lo amaran, entonces experimenté el gozo más cumplido. Y siguiendo en la misma idea de ese gran monu[184]mento a Cristo Redentor, me imagino que dicho monumento debe ser un templo inmenso, coronado por la Cruz, en donde constantemente se ofrezca el Sacrificio Eucarístico y en torno de ese templo muchas almas consagradas a Jesús, ofreciéndose en el mismo sacrificio para pagar esa deuda inmensa de gratitud. No podemos hacerlo de otro modo, no podemos pagar de otro modo lo mucho que debemos a Cristo, lo mucho que debemos a su Padre y a su Espíritu Divino. Pero amadas hijas, realmente por poco que pensemos, se ve clara la obligación de ser muy agradecidos con Cristo; y sin embargo todas las veces que El se ha quejado de los hombres en sus grandes comunicaciones con sus santos, se ha quejado de la ingratitud humana. Esa fue la palabra para Margarita María de Alacoque."¡He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no recibe de ellos sino ingratitudes y desprecios"!.. Es la palabra de nuestros días, que vuelve a repetir; fue la palabra que dijo a su paso por la tierra, cuando habiendo curado a 10 leprosos, solamente uno volvió para darle gracias, y era samaritano. En el panorama del mundo de la gracia, cuántos de los que más han recibido, no vuelven su rostro, su corazón, para darle gracias a quien les conquistó esos beneficios. Quizás alguno que otro vuelva y sea el samaritano, aquél que menos recibió. Jesús se queja y no se queja de los que poco recibieron, si es que un alma rescatada puede decir que recibió poco; se queja de sus almas escogidas, de aquéllos a los que más ha dado, a los que ha distinguido con su amor. Cuando decimos almas escogidas, entendemos religiosas, personas del mundo que más han recibido.
sacerdotes,
religiosos,
La cruz más profunda no es la exterior, no es la cruz en que muriera; la cruz que va traspasando cruelmente su Corazón de parte a parte, pero por dentro, sin que se note, esa cruz íntima que se ha llamado la de sus dolores internos, es la cruz que [185] han puesto allí las almas ingratas, las almas escogidas; más ingratas precisamente 121
porque han sido más escogidas, más privilegiadas, porque más han recibido de Dios, las que costaron a Cristo más. Y si el Corazón de Cristo quiere recibir la gratitud de todas las almas, reclama especialmente la de sus íntimos; pide amor agradecido. Por eso las almas escogidas que se ofrezcan para darle a Jesús lo que otros le quitan, le habrán calmado el más grande de sus dolores, le habrán dado el más grande de todos los consuelos. Por eso, amadas hijas, yo quisiera que en el Instituto estuviera siempre ardiendo ese deseo de complacer a Cristo, de agradecerle sus beneficios. Hablé del amor al Padre, del don divino que nos hizo en el Espíritu Santo, del don de la Eucaristía y del Sacerdocio y de la Santísima Virgen; pero imposible abarcar en unos cuantos minutos lo que tiene que ser la predicación de mucho tiempo. Sin embargo, como os dije antes, deseo que al menos queden estas ideas, ideas centrales que, con el favor de Dios y con la gracia divina, han de irse desarrollando en vuestras almas y en el alma, en el corazón del Instituto, para gloria de Dios. Agradeced especialmente a Cristo el don que nos hizo al revelarnos el amor de su Padre, al compartir con nosotros su filiación, al permitirnos decir en realidad de verdad: ¡Padre nuestro que estas en los cielos!.. Agradecedle el don de su Espíritu, ese Espirítu Consolador que ha quitado vendas de nuestros ojos, que ha quitado aquellas lozas del alma y nos ha permitido volar hacia Dios con libertad de espíritu; que nos ha dado conciencia de la filiación adoptiva y de la paternidad divina. Ese Espíritu de amor que nos ha unido con Dios y que siendo el Santificador, ha tomado por su cuenta esa obra grandiosa de la santificación de nuestras almas. Por todo esto debemos gratitud al Verbo Encarnado y sólo podremos hacerla efectiva si nos unimos a El en el Santo Sacrificio del altar que se [186] ofrece todos los días al Padre Celestial; allí hacemos nuestra su adoración, nuestra su acción de gracias, y llevando los propios sentimientos de gratitud, allí se transformarán para dejar plenamente satisfecho al Corazón Divino. Entonces sentirá que le hemos arrancado esas espinas que le hacen sufrir. Por nuestra gratitud, por nuestros sacrificios unidos al de Cristo, le llevaremos también la gratitud inmensa de todas las almas escogidas. ASÍ SEA.
Gratitud a las Divinas Personas. (187) Domingo 14 de diciembre de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Imposible seguir adelante sin detenernos aunque sea un poco más en considerar estos grandes motivos de gratitud para Cristo, que os apuntaba en la meditación anterior. Les llamo los dones personales de Jesús, como relacionados especialmente con 122
El, por tratarse de El mismo, o sea la Eucaristía y el Sacerdocio. La Eucaristía exige una gratitud extraordinaria. Es mucho lo que le debemos a Jesús Eucaristía, porque allí se quedó para seguirse dando y darse hasta el fin del mundo, mientras haya un alma que pueda recibirlo, un alma a quien darse, un alma por quien ofrecerse. Esta deuda jamás podrá pagarse; mientras haya un alma que viva de la Eucaristía, podemos y debemos pagar esa deuda. Dios Nuestro Señor ha suscitado instituciones que tengan entre sus fines ése especialísimo de agradecer el don de la Divina Eucaristía. La Iglesia ha instituido una fiesta que se llama del Corazón Eucarístico, para agradecer especialmente al Corazón de Cristo, a su Corazón Eucarístico, [187] esa delicadeza de haberse quedado con nosotros. Por poco que consideremos las cosas y por poco que se haya participado de ese banquete sagrado de la Eucaristía, ya nos podemos dar cuenta de que es algo de lo que no podemos prescindir. La Eucaristía es el refugio para todas las almas que sufren; es el refugio para todas las almas que aman, porque nadie se siente defraudado cerca de Jesús Eucaristía; tratándose de los hombres, por bien intencionados que se les suponga, no siempre comprenden lo que pasa por el alma, ni siempre lo pueden remediar; pero el Amigo íntimo, el que sabe escucharnos, siempre tiene una palabra de aliento y nunca deja sin consuelo a nadie que recurra a El; por lo menos le da la resignación, ya que el sufrimiento es necesario Ese Divino Amigo es Jesús Eucaristía. Comenzamos desde niños a recibir las gracias de Jesús, desde el día de nuestra primera Comunión, y aun antes, si ya tuvimos la dicha de adorarlo Sacramentado. Y más tenemos que agradecerle a Jesús su dignación de haberse quedado con nosotros, cuando El sabía que su presencia iba a ser objeto de muchas profanaciones, de muchos desprecios, cuando sabía que se multiplicarían los sacrilegios en el mundo. Esas cosas no quiso tenerlas presentes cuando se trataba de quedarse con nosotros, porque su amor Lo impulsaba a darse sin reserva. Es por esto, amadas hijas, que debemos extremar nuestras manifestaciones de agradecimiento para con Jesús, no solamente cuando lo recibimos en la Sagrada Comunión, pero en los actos principales de nuestro día, sobre todo en el Santo Sacrificio; debemos dar graciasen esa forma perfecta que hemos venido meditando, uniéndonos al propio sacrificio de Jesús; darle gracias por haberse quedado con nosotros. Pensando un poco, amadas hijas, en lo que sería para nosotros la vida sin la Eucaristía, podremos apreciar más lo que tenemos, sobre todo cuando se ha vivido de la Eucaristía. [188] ¡Qué falta nos hace un sagrario! ¡Qué falta nos hace la custodia de nuestra adoración! ¡Qué falta les hace a todos aquéllos que sufren, recibir la visita de Jesús, el 123
santo Viático! Y al mismo tiempo, ¡qué consuelo tan grande proporciona esa Divina Eucaristía! Ojalá que este sentimiento de gratitud volviera las almas hacia Dios; hay muchas almas que son en el fondo nobles y delicadas y que puede ser que no reaccionen visiblemente ante el temor, pero que ciertamente reaccionarán ante el amor, serán movidas fuertemente por la gratitud. Que nuestras almas sean de ese número, que, movidas verdaderamente por la gratitud la cual encierra tantas otras virtudesse acerquen más y más a los altares y que Jesús encuentre en cada uno de nosotros un ser agradecido no solamente por los beneficios personales, sino por lo que todo el mundo ha recibido, los beneficios que ha recibido por medio de la Sagrada Eucaristía. Os decía, amadas hijas, que a este don Jesús quiso ligar otro muy íntimamente, o sea el don del Sacerdocio, prolongando la presencia de Cristo entre los hombres por ese medio. Los sacerdotes consagran la Divina Eucaristía, la reparten y dan a las almas ese alimento sagrado. Ellos han recibido poder extraordinario, divino. Dice el Santo Evangelio que al perdonar un día Jesús los pecados, uno de los judíos exclamó: "¿Cómo puede perdonar los pecados? ...Nadie puede perdonarlos sino Dios!" En realidad estaba confesando que es un poder de Dios; pero en nombre de Dios y con el poder divino, el sacerdote como Cristo, puede decir: yo te absuelvo, te perdono tus pecados, y devolverle al alma la gracia y devolverle la amistad divina. Todo esto y mucho más es para nosotros la presencia de Jesús en el mundo; me estoy refiriendo a esos grandes rasgos sacerdotales, todo lo que se relaciona con la distribución de los Sacramentos. Pero viene después un trabajo personal, el que corresponde a cada una de las almas y que tiene que [189] realizar también Cristo Nuestro Señor a través del sacerdote. No dejó nada por hacer Jesús, amadas hijas; y viendo si le quedaba algo más qué hacer, cuando El mismo se daba, cuando dejaba el Sacerdocio para que perpetuara su presencia entre los hombres, para que impulsara las almas a la virtud, al sacrificio, para que fuera el instrumento del Espíritu Santo en la obra de su santificación, encontró aún algo muy precioso en su Corazón, algo que El amaba sobre todas las cosas fuera de Dios mismo: esa Alma a quien tanto amaba Jesús, a quien distinguía con el amor de predilección, era Su Madre. También quiso dárnosla, hacernos ese don para que cuidara Su Iglesia, sus sacerdotes, sus almas escogidas, para que estuviera siempre intercediendo a favor de los pecadores; para que todos se salvaran, para que las almas se perfeccionaran. Este don, amadas hijas, el don de la Virgen Santísima, vino a comprometernos en gran manera con el Corazón Divino de Cristo, porque El quiso manifestar la delicadeza de su amor para su Madre Santísima cuando dijo a un alma que agradecía lo que se hiciera por su Madre más que lo que se haga por El mismo. 124
Es un modo de expresar cuánto estima lo que se hace por la Virgen Santísima, pues lo que por Ella se hace, también se hace por Nuestro Señor. Con eso quiso decirnos que el amor a la Santísima Virgen está fundado en el amor mismo de Cristo; y al manifestarnos cuánto estima lo que hacemos por María, nos da a entender indirectamente lo mucho que se ofende cuando no apreciamos ese don de su Madre Inmaculada. Hemos hablado, aunque imperfectamente, de esa característica peculiar del Corazón de Cristo, la gratitud; El ha ofrecido recompensa a la menor muestra de atención, al menor sacrificio que por su amor hacemos y se conmueve en lo íntimo de su Corazón; ¿qué pasará cuando se trata de agradecer lo que su Madre Santísima ha hecho por El? Necesitaríamos entrar al Corazón de Cristo pa[190]ra comprender esto. ¡Qué sentirá, cuál será su gratitud para aquella Madre Inmaculada que Lo cuidó des de Belén hasta el Calvario; que Lo recibió en toda la pureza de su alma, en todo el candor virginal de su amor; que nunca le negó nada, no solamente cuando vivió, sino después a través de los siglos, intercediendo para que los hombres Lo amen! Jesús con su ciencia divina vio todas estas cosas, las sintió en su Corazón y ya podéis, amadas hijas, imaginaros la gratitud de su Corazón. El quiso compartir la dicha que tuvo en poseer aquella Madre y no dudó en dárnosla, para completar su obra; quiso revelarnos esa divina Maternidad de María y llevar a nuestras almas algo de lo que pasaba en el Corazón deMaría. Quiso revelarnos los secretos de esa ternura, de ese amor generoso, de ese espíritu de sacrificio que tuvo la Santísima Virgen en favor de su Divino Hijo, y quiso que participáramos también de esa Madre Divina, a la que nada puede El negarle, porque es la Omnipotencia suplicante. Jesús quiso darnos a su Madre Santísima como prueba de amor; quiso darnos ese tesoro para verse obligado a concedernos el perdón y las gracias. Estos rasgos del Corazón de Cristo, amadas hijas, son verdaderamente sublimes; pero se necesitan almas muy delicadas, almas nobles, almas especialmente preparadas por el Espíritu Santo, para comprender estas cosas. Todos los dones de Jesús han sido despreciados por muchas almas; contamos por millones aquéllos que se separaron de la Iglesia y desconocieron las grandezas de María, aquéllos que le niegan las mayores gracias, como la de su Maternidad divina. La malicia de esas almas su ingratitud y la de tantas otras que sin negarle sus privilegios a la Santísima Virgen, no los estiman y sobre todo no se acuerdan nunca de agradecerle a Cristo Nuestro Señor ese don que nos hizo de su Madre Santísima, hiere profundamente el Corazón agradecido de Cristo Jesús. Será para El muy satisfactorio el que tengamos esto en cuenta, en esa hora de tantas gracias como es [191] la del Santo Sacrificio de la Misa; esa hora que todo lo tiene presente, todo lo paga, todo lo transforma y diviniza; esa hora, la más feliz, la más fecunda de nuestro día.
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Y no es preciso, amadas hijas, no sería posible, que estuviéramos enumerando cosa por cosa en estos momentos; pero ya podemos ponernos de acuerdo con Dios Nuestro Señor y decirle que queremos en estos-momentos agradecer todo lo que debemos agradecer. Después, según se presente la ocasión, ir pormenorizando, por ejemplo en las fiestas de la Santísima Virgen, agradecer especialmente las gracias que Ella recibió, el don que de Ella se nos hizo. Así estaremos siempre al corriente en el pago de nuestras deudas. Amadas hijas, quiero insistir en un punto que solo de paso he mencionado: ¡Cuánta pureza de alma, (y cuando digo de alma lo digo todo,) se necesita para poder comprender estas cosas! ¡Cuánta pureza de alma se necesita para poder sacar del altar de nuestro sacrificio todos los tesoros que encierra: "Beati mundo corde"... ¡bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios! Las almas puras penetran como nadie en estas cosas. Se ha dicho también que la Eucaristía tiene rayos especialísimos que sólo penetran a las almas puras y sacrificadas. Y ¿sabéis por qué? Precisamente porque la pureza tiene simpatía con la pureza y la pureza divina busca esa misma pureza de las almas, esa pureza que quiere aumentar por medio de los Sacramentos, por la misma Eucaristía. Seríamos muy sensibles para percibir estos rayos eucarísticos, si nuestras almas fueran muy puras; puras porque se hubieran conservado así, o puras porque se hubieran purificado; pero siempre puras. El altar del sacrificio está siempre rodeado de ángeles. Dicen algunos santos que han tenido la dicha de contemplar lo que pasa en el altar durante el Santo Sacrificio, que son millares de ángeles los que asisten a ese tremendo sacrificio. [192] Ángeles de pureza, ángeles que admiran la infinita bondad de aquella Víctima que se ofrece constantemente por nosotros; y ángeles que se pasman, digamos así, al contemplar la indiferencia, la ingratitud de aquéllos por quienes directamente se está ofreciendo la Víctima Divina: personas que llegan al altar con un mínimo de devoción y disposiciones; otras que positivamente se acercan en pecado y otras muchas que desde lejos quieren participar de ese Sacrificio, pero que no son almas limpias. Y los ángeles, hablando en nuestro lenguaje, se duelen de estas cosas y quisieran comunicarnos sus gracias, su naturaleza angélica, para que pudiéramos recibir dignamente a Jesús; pero también los ángeles, como Cristo, se gozan en las almas puras que llegan hasta el altar del sacrificio y que se han purificado en el amor, en el sufrimiento. A estas almas las admiran los ángeles y si pudieran las envidiarían, porque ganaron la corona de su pureza con la cruz del sacrificio, con la fidelidad al deber; las admiran y ya no creen que sea necesario comunicarles su naturaleza angélica porque están llenas del Espíritu Santo; un alma llena del Espíritu Santo es divinizada, es transformada. 126
Saben los ángeles que el sacrificio de Cristo alcanzó para los hombres la gracia de transformar su amor y de poder decir a Cristo: ¡te amo, como tu Padre te ama...! Y quisieran los ángeles que se multiplicaran esas almas eucarísticas. Vuestra vocación, amadas hijas, es eucarística; sois Misioneras Eucarísticas, Misioneras agradecidas, eso quiere decir ¡Eucarísticas! Pero también Eucarísticas porque debéis vivir en el altar, para el altar, en la Eucaristía y para la Eucaristía. Y esa vocación Eucarística está exigiendo en vosotras una grande pureza de alma. Por eso no os extrañéis si el Espíritu Santo os, prueba, os purifica; no os extrañéis si multiplica los medios de que se acreciente esa pureza en vuestras almas. Al contrario, tratad de agradecerlo y ojalá, amadas hijas, que lográramos nosotros que en cada una [193] de las casas de las Misioneras, se encontrara un centro de verdadera actividad eucarística, de vida eucarística y de vida sacerdotal, ya que no queremos separar la Eucaristía y el Sacerdocio; y que allí se encontraran esas almas que cautivan a Jesús, esas almas que Lo consuelan, que Lo desagravian, en las que El se vea reproducido; esas almas muy agradecidas. Este es el ideal del Instituto; es lo que vamos buscando en el mundo; vosotras ya estáis aquí, ¿por qué no realizar vuestra vocación? Yo os aseguro, amadas hijas, que no hay una vocación más hermosa, objetivamente hablando. Subjetivamente, dependerá de cómo cada alma viva esa vocación, esa vida; pero quien la viva como debe, yo os aseguro que realizará la santidad que yo me atrevería a llamar perfecta, no solamente porque cumplieran los requisitos para que la santidad exista, sino por ese colorido, ese matiz. Encontraréis el mismo espíritu probablemente en otras muchas almas, porque Dios reparte sus dones como quiere, y yo no digo que vosotras hayáis acaparado toda la perfección en el espíritu de la Obra. Dios tendrá otros muchos medios y los tiene ciertamente; pero me refiero a que no hay nada superior. Si en otra parte está el mismo espíritu, ya son dos o tres o cuatro lugares donde hay espíritu superior. Si aquí está, nos obliga vivirlo, ya que Dios Nuestro Señor nos puso en este lugar. Si por culpa nuestra no se realiza, entonces no tenemos que quejarnos más que de nosotros y siendo la culpa nuestra, en ninguna parte vamos a realizar nuestra perfección. Al cielo que fuéramos, nos echarían fuera, pues por culpa nuestra no aprovecharíamos las gracias y mientras no haya la voluntad de perfeccionarse, nada se hace. Claro que al cielo no entra nada manchado; al altar no debiera tampoco acercarse nada manchado. Lo sufre la caridad infinita de Cristo pero [194] nosotros no deberíamos venir a probarle la paciencia a Nuestro Señor, sino a darle satisfacciones, a ofrecerle el fruto de nuestra paciencia en sufrir por su amor. Luego hay almas que dicen: ¡...si a mí Nuestro Señor ni me quiere tanto...! Nos 127
quiere mucho; somos nosotros los desabridos, y una gente desabrida no es grata a nadie, Se le soporta, aun los mismos padres se quejarán de un hijo desabrido, quisieran verlo un poco más cariñoso, más amable, más servicial. ¡Pobrecito...! Así disculpa el amor de los padres, pero en el fondo no están satisfechos, y menos ellos, porque son los que más derecho tienen a que sus hijos sean lo que deben ser con ellos. Pídanle a Dios, amadas hijas, que les conceda la gracia del fervor y que no deje a nadie caer en la tibieza; que les quite lo desabrido, que siempre ponga la sal del fervor que es el condimento en la vida espiritual. Pero ya saben cómo llega esa sal. Supone siempre sacrificio. Por eso cuando Dios nos quiere fervorosos, procura ponernos la sal, - digamos así -, para todo lo que hagamos. Pasamos un día feliz, sin nubes; y de repente, una nubecilla, un pinchazo... para que nos acordemos que éste es el condimento del día... ¡Qué importa, amadas hijas, qué importa, si al fin y al cabo logramos lo que queremos: enamorarnos de Dios y hacernos dignos del amor infinito que El nos tiene! Guardemos estas cosas en el alma y guardémoslas no solamente para nuestra propia formación, sino también para trasmitirlas a otras muchas almas. Hacedlo así, amadas hijas, y llenaréis de consuelos al Corazón de Cristo. Terminemos nuestra plática dándole gracias rendidas a Jesús por el don de su Padre, por la revelación que nos hizo del amor de su Padre, por el don de su Espíritu, por su Eucaristía, por su Sacerdocio y por el don inapreciable de su Madre Santísima. ASÍ SEA. [195]
Gratitud a las divinas personas. (196) Lunes 15 de diciembre de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Al Espíritu Santo le debemos la acción de gracias por esa obra tan necesaria de nuestra santificación. Y es también en el sacrificio de Cristo en el que podemos ofrecer a este Espíritu Divino la acción de gracias perfecta. He dicho la santificación de las almas, amadas hijas, y ésta es la obra de la vida, es la voluntad de Dios que seamos santos. Dios es la santidad esencial, nosotros queremos acercarnos, debemos acercarnos por voluntad divina a esa santidad, participarla, heredarla. Y esa obra de participación, la llamamos la obra de nuestra transformación, porque el amor divino es transformante y por eso a la unión que resulta de ese amor, se le llama unión transformante. Esa transformación divina es la obra del Espíritu Santo. Desde el primer paso de la vida espiritual hasta consumar la carrera en este 128
mundo, es siempre el Espíritu Santo el que tiene la dirección de las almas; pero ya os decía antes, que el Espíritu Santo tiene un modelo según el cual forja todas las almas santas. Ese modelo único es Cristo y por eso hablamos ya en particular de nuestra transformación en Cristo que es el Verbo Encarnado, Dios y Hombre verdadero. Esa santidad que tenía que realizarse en este mundo por voluntad divina, por medio del Sacrificio de Cristo, del sacrificio del hombre unido al de Cristo, esa santidad no puede concebirse en este mundo de otro modo que como fruto del sacrificio amoroso, del sacrificio que se ofrece por Dios, que se une al de Cristo. [196] Nos interesa mucho, por lo tanto, entrar en los secretos del sacrificio de Cristo, de su Cruz; estudiarlo Crucificado. Pero ya decíamos que es muy difícil para el hombre entrar en estos caminos de la Cruz, porque existe una repulsión natural a todo aquello que le causa pena, sufrimiento, que contraría su naturaleza. Y el Espíritu Santo, sabiendo que nos es necesario entrar en ese camino, porque no hay otro (ya que si alguien quiere encontrar a Jesús por un camino distinto del camino de la Cruz nunca Lo hallará y si cree que Lo halla se engaña), el Espíritu Santo, digo, nos ayuda a vencer esas repugnancias, porque El nos gobierna, y su gobierno, su dirección, es llevarnos siempre a Jesús Crucificado. Entonces con su ayuda podemos vencer las repugnancias de la naturaleza; y esto lo consigue enteramente infundiéndonos el amor, la divina caridad, porque siempre será cierto que la medida del amor es la medida del sacrificio que santifica, que transforma. Creciendo, el amor en nuestras almas aumentan las disposiciones para abrazar el sacrificio. Cosa muy grande es, amadas hijas, lo que pudiera llamarse revelación, conocimiento de ese misterio de la Cruz de Cristo. Sabemos que Jesús amaba la Cruz, considerándola como un don de su Padre, como la expresión de la voluntad de su Padre. Y la amaba en tal manera, que ese amor lo hacía realizar escenas como ésta: hemos meditado aquella emoción del Corazón de Cristo cuando San Pedro le aseguró, le confesó que El era el Hijo de Dios vivo, el Salvador del mundo; hemos visto cómo el Corazón emocionado de Cristo llamó feliz a Pedro; pero amadas hijas, en la página siguiente leemos otro pasaje del Evangelio que aparentemente es contrario. Pedro, que había recibido aquella luz para conocer la divinidad de Cristo, no había comprendido el secreto de la Cruz. Por eso cuando Jesús, conversando con sus discípulos les dice que irá a Jerusalem donde será entregado, juzgado, donde sufrirá y morirá y resucitará, [197] Pedro inmediatamente trata de disuadirlo y le ruega que no vaya para que no sufra. Entonces escucha esta palabra de Cristo: "Vade retro, Sátana!"... ¡Retírate Satanás!... ¿por qué quieres disuadirme de estas cosas?... ¿por qué quieres que yo no 129
cumpla la voluntad de mi Padre?... ¿por qué quieres apartarme de ese cumplimiento? San Pedro seguramente comprendió entonces su error y guardó silencio. Fue una reprensión amorosa de Cristo para hacer resaltar la grande pasión que El tenía por la voluntad del Padre, su grande amor a la Cruz; y fue una lección para todos nosotros los que queremos disuadir a las almas de que sufran. ¡Cuántas veces hacemos el papel de Pedro cerca de muchas almas!... Pobrecita... que no sufra, que no la cambien... que no se enferme... que no la manden... Y esa pobrecita según nosotros, podría decirnos: vade retro!... Retírate, ¿por qué quieres quitarme la corona de cumplir la voluntad del Padre, la gracia de parecerme a Cristo Crucificado?... El Espíritu Santo que sabe esta necesidad que tenemos del sacrificio, es piadosamente cruel con nosotros; de manera que no nos dispensa nada. El nos lleva a la cruz para ensenarnos a ser cada día más generosos, para darnos sin medida, para gozarnos en el sacrificio amoroso por Cristo. Por eso en el himno del Espíritu Santo se dice "¡Ven a enseñar al mundo el precio del dolor!"… Es de veras un precio altísimo, y ya es altísima sabiduría poder descubrir el secreto de la Cruz, del sufrimiento en Cristo y en las almas. Y cuando el Espíritu Santo revela ese secreto a las almas, éstas han encontrado el secreto de la perfecta alegría. sufrir.
No precisamente porque no sufran; sino porque han encontrado su alegría en el
Estas cosas suceden cuando el Espíritu Santo ha infundido un grande amor en los corazones. ¿Qué no haríamos por Dios, amadas hijas, si estuviéramos de veras divinamente, santamente apasio[198]nados de El? ¿Qué no haríamos si fuera el objeto de todas nuestras complacencias, lo único necesario en nuestra vida? ¡Lo daríamos todo por El, lo sacrificaríamos todo! Nada menos que eso nos pide Dios, sacrificarlo TODO POR EL, darlo todo a medida que se nos pide. Generalmente Dios nos va pidiendo cosas pequeñas que forman parte de ese todo. El sabrá cuándo pide el resto y cuándo pide lo último que nos queda en este mundo, la vida, que sellará la perfección de nuestro compromiso con Dios, al decirle que le damos todo y que El es todo en nuestra vida. A las almas que comprenden estas cosas, Dios les da todo y no solamente en la eternidad, sino desde aquí. Algunos nos critican a los predicadores del Evangelio, porque dicen que todo lo bueno lo dejamos para la otra vida. Y ya Cristo contestó a esa objeción: "Daré el ciento por uno aun en esta vida, y después la vida eterna".
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Es mentira que no se tenga compensación en esta vida. Se tiene y grande. Se tiene en la alegría inmensa que experimenta el que se sacrifica por el amor. En medio de su dolor, ciertamente la madre se goza cuando está sacrificándose por la felicidad de sus hijos Pues para nosotros, cuando nos damos a Dios, El es nuestro todo, El es para nosotros Padre, Madre, Hijo, Hermano, Amigo, todo lo que puede imaginarse. Por eso cuando hacemos algo con sacrificio por El, sabiendo que le vamos a dar gloria, sabiendo que vamos a llenarlo de divina satisfacción, encontramos ya en esta vida el premio de nuestro sacrificio. Claro que la gloria Dios la reservó para la eternidad. Llegará un momento en que, satisfecho de nosotros, de nuestra vida, de nuestros sacrificios, dirá Jesús aquellas palabras que tanto impresionaron a Santa Teresita del Niño Jesús y que escribía en las páginas de su vida: "¡Ahora Yo, ahora me toca a Mí... vas a ver cómo sé dar Yo...! ¡Entra, entra en el gozo de tu Señor!.." Pero, amadas hijas, nosotros sabemos teóricamente las cosas y en la práctica no las realizamos; quizá después de una de estas meditaciones claras, precisas, acerca de la necesidad del sacrificio amoroso y de imitar a [199] Jesús, Crucificado en su silencio, en su abnegación, etc., nos hagan algo, nos hagan cualquier cosilla, y saltamos inmediatamente, reclamamos, nos quejamos como niños de tres años o más chicos... Son sorpresas que tenemos y que encontramos a cada paso. En los ejercicios estamos como en el cielo y salimos a encontrar las ocasiones: que me dijeron, que no me dijeron... que se olvidaron, sería o no sería... por qué lo harían... no me hacen caso., me siento humillada... y ¡empieza a hervir la olla! ¡Mucho cuidado, amadas hijas!, no vayamos a perder los estribos, porque a veces se sale uno y muy fácilmente. Pero si en realidad hay la convicción en el alma, puede ser que tengamos un movimiento primero, de ésos que no pueden reprimirse y sin embargo inmediatamente volvemos a meternos en carril, porque el Espíritu Santo nos reprende amorosamente, nos da remordimientos y ésa es la voz del Espíritu Divino; entonces volvemos a tomar nuestro lugar, con mucha pena, humillados, le confesamos a Nuestro Señor nuestra falta, El nos perdona y seguimos adelante. Así debe ser, amadas hijas, es la ocupación de toda nuestra vida. No cabe duda que hay almas más ilustradas en estas cosas, y es don insigne del Espíritu Santo; pero no puede haber amor a la Cruz sin un don sobre natural. Claro que nunca tendremos amor a la Cruz de una manera natural, y sin esto, es imposible reproducir a Jesús Crucificado. Si no podemos reproducirlo Crucificado, tampoco reproduciremos a Jesús glorioso, porque la gloria de Jesús la obtuvo por la Cruz. Nos quedaremos hombres y nada más, pero no parecidos a Cristo, quizá algo, un poco, un parecido tan insignificante, que no se alcanza a conocer. ¿A quién se parece esta alma? ¡Quien sabe! Puede ser que ni a sus padres... 131
porque ellos fue[200]ron santos, abnegados, generosos... En cambio, amadas hijas, cuando el Espíritu Santo logra triunfar en las almas e imprime ese amor a la Cruz de Cristo, el alma, aunque no quiera descubrirse, se entrega sola porque Cristo, a través de ella, se manifiesta en toda su grandeza. Lo encontramos en esas almas olvidadas, humilladas, enfermas, abandonadas del mundo; allí encontramos una imagen preciosa de Cristo Crucificado. Sería imposible, amadas hijas, que recorriéramos todo el camino que sigue el Espíritu Santo en esta obra de transformación. Interviene la gracia habitual, las gracias actúales, los dones y mil circunstancias, acontecimientos que el Espíritu Santo va acomodando, para que vengan a conspirar a lo mismo; a nuestra santificación. La santificación de las almas es el triunfo en ellas, del Espíritu Santo y del sacrificio de Cristo. Decíamos que la misión del Espíritu Santo es la santificación de las almas en este mundo; es una obra de amor, porque lleva a las almas al amor y las transforma en amor."¡Mírame!... decía Jesús a un alma, ¿ves en Mí algo que no sea amor?" Y el alma necesita llegar a esa imitación y a poder decir, en la medida proporcionada esas mismas palabras: "Mírame Jesús, ¿ves en mí algo que no sea amor?" Pero ¡no cualquier amor! Se necesita amor divino, ¡el amor del Espíritu Santo! ¡Qué necesaria es, amadas hijas, esa entrega total en manos del Espíritu Santo! Debemos estar completamente bajo su dependencia, sabiendo que Jesús así lo hizo también; fue en todo conducido por el Espíritu de amor que Lo llevó a la Cruz. Es preciso ser almas de oración, amadas hijas. Almas poseídas del Espíritu Santo que en cualquier momento entran en comunicación con El, entran en oración, donde quiera que se encuentren, en todo lugar y ocupación. Pueden pasar fácilmente a la oración después de un recreo alegre, gracioso, animado. Es que el alma de oración no se disipa en ninguna de las cosas, nada le impide entrar en conversación [201] con Dios, porque habitualmente vive unida a El; en medio de sus alegrías y de todos sus trabajos, tiene ya ese fondo de amor. Es algo así como esos fondos musicales que les ponen a las poesías. Se oye la declamación, el canto, y en el fondo una música muy suave que hace más agradable aquello. Así las almas de oración, se divierten, están alegres y alegran a otros, pero ellas traen su música en el alma. Ser almas de oración no significa que continuamente se esté pensando sólo en aquello; se puede estar cumpliendo con un deber, distrayéndose sanamente, trabajando, y sin embargo Dios está sosteniendo el alma y hablándole interiormente, manteniendo aquel fuego sagrado del amor que reside en el fondo. Y no cesa la intervención del Espíritu Santo, dando prudencia en las palabras, 132
inspirando palabras que alienten, de manera que todo lo que se hace y se dice, directa o indirectamente, lleva a Dios. Esa es la acción del Espíritu Santo. El cumplimiento del deber nunca hace mal; si alguien cree que por estudiar o trabajar no puede hablar con Dios, no se apure, El sí le está hablando, le está diciendo: mira, ten paciencia, sé caritativa, sé humilde, presta toda tu atención a lo que estás haciendo, no pienses en otras cosas ajenas a tu estudio... Esa voz interior puede ser ciertamente la voz de la gracia, la voz del Espíritu Santo que nos lleva a hacer aquello porque es necesario para la gloria de Dios. Y así, amadas hijas, constantemente está interviniendo en nuestra vida ese Espíritu de amor. Si nosotros tenemos una santa familiaridad, una intimidad con El, nos entenderemos muy bien; no habrá dificultades, lograremos hacer que nuestra vida sea siempre grata a Dios y todo lo que hagamos nos llevará a nuestra santificación. Todo coopera en bien de los que aman a Dios. [202] "Omnia cooperantur in bonum iis qui vocati sunt sancti" Los santos más sencillos son los más santos. Los complicados todavía no son muy santos. La unión con Dios lleva a la simplicidad, a la sencillez. Allí tienen a Santa Teresita del Niño Jesús, haciendo que hasta se equivoquen en juzgarla: "¡qué vida tan sencilla... no ha hecho nada que valga la pena...!" Y la sencillez estuvo en la heroicidad de sus virtudes, en llevarlo todo con amor a Dios, con alegría, con suavidad; no porque no sintiera; Santa Teresita puede conceptuarse como una mártir del corazón, del alma; tuvo muchas clases de martirios, ella que los deseaba todos. Pero era un alma sencilla y veía en todo la voluntad de Dios. Por eso vivía alegre, haciendo esa voluntad. Hay personas que tienen dolores físicos bastante fuertes y se manifiestan siempre muy alegres, muy sonrientes, ni parece que estén enfermas, porque su virtud las hace manifestarse así. ¡Cuánto nos ayuda el Espíritu Santo en estas cosas, amadas hijas! Por eso yo quisiera que en el Instituto se conservara ardiente ese amor al Espíritu de Dios, ese recurso habitual, en las cosas alegres, en las tristes, en todo, recurrir a El y siempre confiar en El para ser fieles a la gracia, para poder sacrificarnos, para poder cumplir el deber; que nos confían una obediencia muy difícil, pues inmediatamente decir: ¡Espíritu de amor, en Ti confío! ¡Ayúdame! Y El encuentra la fórmula feliz, divina, para solucionar todas las dificultades, todos los problemas. ¡Qué poco se acuerda el mundo de esta Divina Persona! ¡Qué poco se acuerda del Espíritu Santo! Para muchos, sigue siendo el Dios desconocido. Seamos apóstoles de ese Espíritu Santo. A donde quiera que vayamos, hagámoslo amar, ahora que está comenzando su glorioso reinado. Démosle gracias por todo lo que ha hecho y por lo que ha de hacer hasta el último momento, hasta que nos entregue en brazos del Padre Celestial. 133
Como Cristo que por el Espíritu Santo se ofreció purísimo, inmaculado, a su Padre cuando consumó su sa[203]crificio, así también que nos entregue a nosotros con toda la pureza que El quiera para nuestras almas. Es muy consoladora, amadas hijas, esta devoción, no en vano se llama Espíritu Consolador; es la devoción de las grandes esperanzas. ¡Cuánto consuela saber que el Espíritu Santo esta con nosotros y hará lo que nosotros no podemos y nos ayudará en lo que podemos pero con mucho trabajo!. Renueven su consagración particular al Espíritu Santo, con mucho amor, por medio del Corazón Inmaculado de María, para que ese Espíritu Divino establezca en sus almas su morada permanente y pueda ser siempre el guía que las lleve por todas partes, su gran director que nunca les falte, para que puedan ser como El quiere, verdaderas almas transformadas en Cristo para la gloria del Padre Celestial. ASÍ SEA.
El secreto de María. (204) Lunes 15 de diciembre de 1952. Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: El Espíritu Santo guarda entre sus secretos de amor para las almas, uno que nos es especialmente querido y que a toda costa deberíamos arrancarle a ese amor; éste es el secreto del amor a la Santísima Virgen, de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, como la llama San Luis María Grignion de Montfort. Es la Santísima Virgen la obra maestra del Espíritu Santo entre las puras criaturas; todo lo que podía desearse para un alma, toda la perfección toda la santidad, la encontramos en esa Celestial Señora. Ella reprodujo como nadie aquel modelo divino, según el que todos debemos ser modelados, para rea[204]lizar la perfección, el modelo Cristo Jesús. La Santísima Virgen recibió del Espíritu Santo gracias únicas. El la hizo Inmaculada, la llenó de su gracia y de su amor, introduciéndola en las intimidades de Dios, en el seno amorosísimo de la Trinidad, preparándola como un vaso de elección para que recibiera al Verbo Divino Encarnado en sus purísimas entrañas. El derramó sobre el alma de María esos tesoros de pureza, de inocencia, de candor, de inteligencia divina, de altísima sabiduría; tesoros de dolor incomprensible para el hombre; luz que le mostró plenamente el misterio del sacrificio de Cristo, el misterio de la Cruz; luz para conocer la voluntad de Dios, para abrazarla. El le dio un Corazón todo inflamado en amor, un Corazón como el de Cristo, todo lleno de misericordia, paciente y de mucha misericordia; celo devorador por la salvación de las almas y por la gloria de Dios. Todo eso y mucho más, amadas hijas, depositó el Espíritu Santo en el alma inmaculada de María y la poseyó tan plenamente desde el primer momento de su ser, que desde entonces pudo decirse que era santísima, que realizaba la perfección. Y la llenó de encantos divinos, de manera que formaba el atractivo más poderoso para el cielo y para la tierra. 134
Hermosa en su niñez, hermosa en su adolescencia, hermosa en la madurez de su vida y con una hermosura y con una bondad que estaba relacionada directamente a nosotros, porque Dios la había enriquecido con tantas gracias para que fuera con Cristo Corredentora del género humano y con el Espíritu Santo Cosantificadora de las almas; y porque a través de Ella habíamos de recibir todos los dones. Esos dones iban a traernos el propio amor de la Virgen Santísima. ¡Grande en su amor y grande en su dolor! Si los santos pudieron vivir una vida de tanto sacrificio en una sencillez encantadora, todo eso palidece ante aquello que pudo realizar la Santísima Virgen, porque Ella llevaba los dolores de todas las almas y todavía [205] más; y los llevaba en una grande conformidad, en una grande paz, en una grande alegría de su Corazón, alegría y paz que no quitaban en nada lo cruel, lo acerbo de sus dolores. Perfecciones y gracias que nosotros debíamos admirar y de las que debíamos participar, porque esa Celestial Señora estaba destinada para ser nuestra Madre, al mismo tiempo que la Madre de Cristo. La Santísima Virgen no tiene para nosotros el simple atractivo de la santidad en las almas; tiene un atractivo más especial, el de algo nuestro, el de algo según lo cual nosotros debemos también modelarnos. Pero, amadas hijas, la Santísima Virgen, por confesión de aquellos devotos suyos que fueron iluminados por el Espíritu Santo, es desconocida para la mayor parte de sus hijos. Ya es una gracia especial el conocerla en su verdadera grandeza, con un conocimiento que solamente Dios puede proporcionar a las almas. Ya le llama San Luis María, un secreto a su amor, y un secreto muy grande que solamente está en manos del Espíritu Santo y que solamente El lo puede revelar a quien le place. ¡Qué necesario es, amadas hijas, el que nosotros tratemos de agradecer anticipadamente aquello que debemos pedir, y pedir con todo empeño: el conocimiento, el amor, el verdadero conocimiento y el verdadero amor a nuestra Madre Santísima! Amor que nos llevará a una estimación más grande de Ella; conocimiento que nos llevará a honrarla y amarla, a hacerla amar; amor que nos llevará a una gratitud constante hacia Dios por todos los beneficios que le hizo a nuestra Madre. Ya hemos tomado sobre nosotros como una obligación dulcísima el agradecer a Dios el don de la Maternidad Divina de María; pero queremos agradecer todas las gracias que Ella recibió, todos sus privilegios. Para esto, mientras más la conozcamos, míentras más gustemos lo que es nuestra Madre Santísi[206]ma, en esa medida nos sentiremos más obligados a darle gracias a Dios por Ella. ¿Para qué son los hijos sino para eso? La Santísima Virgen es dueña de todos los tesoros del cielo; no necesitaría nada de nosotros; pero precisamente porque es dueña de todos los tesoros del cielo y esos tesoros Dios los puso en sus manos por su bondad infinita que la eligió, siente Ella esa 135
obligación dulcísima, apremiante, de darle gracias por tanto como recibió. Para esto nos necesita la Santísima Virgen, para que le ayudemos a dar gracias por todos sus privilegios, para que si nos sentimos felices de que sea nuestra Madre y de lo que consiguió para la gloria de Dios, le ayudemos a dar gracias porque todo en Ella, como en los santos, es la obra del amor, el triunfo del amor divino, el resultado de las predilecciones divinas. Nos necesita la Santísima Virgen para que demos gracias con Ella. Quiere que nuestra gratitud tenga todas las características de la suya; y si la gratitud es amor, quiere que nuestro amor sea un amor como el suyo, amor puro, sencillo, humilde, cándido y al mismo tiempo amor valiente, generoso, maternal. ¿Quién, amadas hijas, quién podrá darnos todas esas cosas? ¿Quién podrá transformar nuestro amor, darle esas cualidades? Sólo el Espíritu Santo, solamente El, tomando los méritos infinitos de Cristo. Y con qué gusto, con qué satisfacción tan profunda, Cristo da su vida, su sacrificio en favor de los pecadores. Se da con todos los tesoros de ese sacrificio, con infinita ternura, a todas las almas, al último de los pecadores; pero cuando se trata de su Madre, lo hace con especial gusto y amor. Por eso no puede negarnos riada que le pidamos para honrar a su Madre Santísima. Y el sacrificio de Cristo es nuestro, podemos disponer de El con el grande beneplácito de Jesús, para darle gracias al Espíritu Divino que llenó de tantos favores a la Virgen María, a la gran Madre de Dios. El Espíritu Santo hizo a María tan parecida con [207] el Padre que tiene Jesús en los cielos, que en Ella se encontraba el amor infinito, el amor del Padre. Ella, sólo Ella, podía repetir aquella palabra: HIJO MIO, con todo el amor, con toda la ternura del Padre Celestial; esa palabra estaba puesta en los labios de María por el Espíritu Santo, el mismo Espíritu en que podemos decir ABBA PATER, y en el cual podremos decir también MADRE, Madre purísima, Madre divina, Madre de Dios! ¡Cuántas veces decimos esa palabra, pero qué pocas veces realizamos su significado! Así como al repetir la fórmula del Padre nuestro, ¡qué pocas veces entramos en su verdadero sentido! Y es necesario, amadas hijas, que nosotros acudamos a las voces de la Santísima Virgen para ayudarle a dar gracias. Pero al mismo tiempo que damos gracias, tenemos que suplicarle al Espíritu Santo que nos conceda el verdadero amor a la Santísima Virgen. Ya nuestra gratitud es una súplica, tenemos que adelantar esa gratitud, pero es una súplica irresistible que el Espíritu Santo no puede dejar de escuchar. Yo me imagino que el fervor en el Instituto, amadas hijas, lo va a conservar siempre el amor a la Santísima Virgen; no un amor vulgar, rutinario, sino un amor entusiasta, inteligente, instruido, que ha sondeado, a la luz divina del Espíritu Santo, las grandezas de María; ese amor ilustrado que se difundirá en las almas para que 136
conozcan a María; para que comprendan el amor de Ella en todos sus aspectos, especialmente el amor crucificado. Esto se conseguirá, amadas hijas, si en el Instituto se conserva también ardiente el amor al Espíritu Santo, el recurso a ese Espíritu Divino, porque El fijará a las almas en la Cruz y les descubrirá la grandeza del Sacrificio de Cristo. Y si todavía nos sentimos muy lejos de realizar tal amor a la Santísima Virgen, entonces con mayor razón debemos acudir al Espíritu de Dios. No po demos resignarnos a no llevar ese amor ardiente, apa[208]sionado a María, o por mejor decir, amor divino, el amor que el Espíritu Santo nos infunda. Y si nos parece que ya hemos conseguido todo lo que deseamos, sigamos pidiendo, ofrezcamos siempre el sacrificio de Cristo en acción de gracias por todo lo que ese sacrificio alcanzó a María: todos sus privilegios, todas sus gracias. Allí tenemos la llave que nos va a abrir los secretos del Espíritu Santo. ¡Ojalá, amadas hijas, que el Instituto se distinga por su verdadera devoción a la Santísima Virgen, y que cada una de las almas se distinga en particular! ¡Felices, felices y dignas de envidia aquéllas que más descubran el secreto de María y más lo difundan! Que el Espíritu Santo nos alcance ese amor, esa devoción, y así habremos comprendido mejor el Corazón de Cristo y habremos llenado de satisfacción a la Trínidad Santísima, al Padre que en María vio a su Hija predilecta; al Hijo que la llama su Madre amantísima; al Espíritu Santo de quien es la Esposa Inmaculada; al Espíritu Santo que la ama con un amor único! Allí tenéis, amadas hijas, en términos muy generales, el grande espíritu de vuestra santa vocación. Pidamos al Espíritu Santo el amor a María y démosle gracias por todo lo que le concedió a nuestra Madre Santísima. ASÍ SEA!
Reparación - Petición. (209) Lunes 15 de diciembre de 1952 Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Hemos considerado, aun cuando imperfectamente, algo de las grandezas divinas, de aquellas perfecciones que debieran arrobarnos y mantener a la tierra en contacto continuo con el cielo; que debieran hacer de la tierra como un inmenso templo en donde se cantaran siempre las alabanzas de la divinidad, rivalizando en esto con las que se cantan en el cielo a la suprema majestad de Dios. [209] Y en vista de las perfecciones divinas y de la misericordia de Dios para nosotros, debiéramos permanecer en una continua acción de gracias. ¿Sucede esto así? ¿Se cumple con esta obligación? Amadas hijas, el panorama que nos presenta el mundo, puede decirse desolador a este respecto. Tenemos más de 1000 millones de infieles, tenemos muchos millones 137
de herejes, separados de la verdadera Iglesia; tenemos todavía entre los que permanecen adictos a la Iglesia Católica, un inmenso porcentaje que únicamente recibe el Bautismo y que no se vuelve a ocupar nunca de las cosas del alma. Y desgraciadamente, aun en naciones que como la nuestra, se precian de católicas, hemos contemplado esas inmensas llagas sociales. Todavía más, estrechando nuestra observación a los lugares donde se cultiva la virtud, entre las almas elegidas, entre las almas consagradas a Dios por vocación, cuánta superficialidad en muchos casos! Recordáis, amadas hijas, cómo en alguna ocasión os refería aquellas palabras del Padre Mateo Crawley, cuando dice que el Papa le pidió su opinión acerca de lo que había visto en sus grandes peregrinaciones apostólica, especialmente en el campo de las almas escogidas; el P. Crawley contesta que sólo porque el Papa desea saberlo, le comunica sus impresiones, ¡pero que la triste realidad es que ha encontrado muchas señoritas con hábito y muchos burgueses con sotana!... Esta opinión, amadas hijas, es de peso, no puede considerarse denigrante intencionalmente. El Padre trasmitía su propia experiencia; claro que no solamente encontró eso, él mismo dice que ha encontrado ejemplos hermosísimos en todos los lugares, aun en aquéllos que se creían muy corrompidos. Gracias a Dios nunca falta un alma santa, fervorosa, aun en las comunidades en que hay poco fervor. Pero estamos hablando de lo que debiera ser el mundo; de esa alabanza perenne, de esa acción de gracias. En vez de la alabanza, se extiende [210] por todas partes la miseria espiritual, el pecado, la ofensa a Dios. Hemos hablado, amadas hijas, de los deberes especiales que tenemos con cada una de las Divinas Personas y cuando no se cumplen como deben cumplirse, cuando el pecado hiere profundamente la justicia, se exige una reparación. Jesús fue el primero en ver estas cosas y El se ofreció en sacrificio, en un acto supremo de reparación que la Trinidad Santísima aceptó, pero que quiere que compartan también las almas que han recibido la gracia insigne de conocer, de amar a Dios. También aquí, amadas hijas, no han faltado nunca almas generosas que se han ofrecido como víctimas para reparar esos males; las vemos clavadas muchas veces en el lecho del dolor, crucificadas en la cruz interior, en esos martirios internos; pero ¡felices ellas! felices si logran en esa manera reparar las ofensas que se han hecho a la divinidad. Y así como tenemos motivos especiales de gratitud para cada una de las Divinas Personas, motivos especiales de admiración, de adoración, tenemos los correlativos de reparación cuando estas cosas no se hacen. Debemos una reparación especial al Divino Padre por el pecado que es el alejamiento de Dios, el pecado que es la pérdida de la gracia; el pecado que viene a borrar esa fisonomía de Cristo que debía brillar siempre en las almas, transformándolas como Cristo, en glorificadoras del Padre Celestial. 138
Debemos reparación al Padre por el pecado personal, por el pecado universal y por el desprecio que se ha hecho de sus dones, el don de su Hijo y el don del Espíritu Santo. Cuando despreciamos un don, despreciamos implícitamente a la persona que nos lo hace; por eso el Divino Padre considera como una grande ofensa al amor, el que nosotros no estimemos sus dones. La Escritura Santa nos dice que El nos amó a tal grado, que nos dio a su propio Hijo, y si despreciamos ese don, despreciamos el amor que nos lo dio. Y como el Divino Padre ama con amor infinito a su Hijo, esa ofensa va al Padre como al Hijo. ¡Y el don de su Espíritu! ¡Ese desprecio de la di[211]vina gracia, medio preciosísimo de que hemos hablado, para poder realizar las obras más grandes y portentosas de la vida espiritual! Claro está, para reparar un mal, hay que dar el equivalente a aquel daño que se causa. Si el pecado es privación de amor, si hubo desprecio al don del Verbo y del Espíritu Santo, entonces necesitamos en primer lugar distinguirnos por el amor a esas Divinas Personas. Para redondear un poco más mis ideas, porque ya no es posible seguir adelante con detenimiento todo el plan, al mismo tiempo debemos PEDIR. Este es el cuarto de los fines del Sacrificio Eucarístico, la IMPLORACIÓN, pedir a cada una de las Divinas Personas. Así como ofrecemos nuestros actos de reparación, pedirles el amor a aquello que habíamos despreciado. Así, amadas hijas, nuestra reparación será perfecta. Sobre todo si, como lo estamos considerando, en todos estos puntos nos unimos a la Víctima Divina, la única que pudo reparar convenientemente los pecados de los hombres; porque nuestras reparaciones en tanto valen, en cuanto que están unidas y forman una sola cosa con la grande reparación de Cristo. Debemos reparaciones especiales al Hijo, y los motivos son también el desprecio que hemos hecho de sus dones, las grandes ofensas a su Padre, el desconocimiento de su Padre; la ingratitud humana ante la revelación del amor, de las grandezas de su Divino Padre; por el desprecio a ese otro don suyo, el del Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo. Cuando Cristo derramó toda su sangre con tanta bondad, con tanta generosidad para que nosotros recibiéramos su Espíritu y cuando despreciamos ese don, despreciando el grande sacrificio con que nos lo da, ¡qué ofensa a su Divino Corazón! ¡Hay tantos y tantos temas para meditar seriamente, amadas hijas! ¡Reparaciones a Cristo Nuestro Señor por todos los pecados, por todas las ingratitudes, por el desprecio a sus dones personales, la Eucaristía, el Sacerdocio! Hemos visto ¡cuántas ofensas a la Eucaristía, [212] cuántas faltas de respeto, de amor, de delicadeza! Se olvidan las almas de que en la Eucaristía está Jesús adorado por los ángeles, amándonos y atento a nuestras necesidades. 139
Pero no se le tiene en cuenta, se le desconoce y no se le da muestra alguna de respeto ni de amor absolutamente. ¡Cuántas iglesias, cuántas capillas abandonadas en las que todo está descuidado, sucio, indigno de una persona cualquiera, más, mucho más indigno de aquél que es nuestro Dios y Señor! Y ese descuido muchas veces viene de los que tienen más obligación de vigilar para que todo esté bien. Ahora que estuve en Japón, un obispo japonés, según supe, tuvo que presentar acusaciones formales por algún descuido bastante grave en los sagrarios, en donde encontró deshechas por completo las hostias. Es explicable por el clima, pero también quiere decir que no había cuidado. Y tantas otras cosas, ¡tantas profanaciones por los buenos y por los malos! Sabemos los horrendos sacrilegios de los masones y de otros enemigos de Cristo: aquel judío que tenía odio infernal por todas las cosas de Dios y del Cristianismo, según se refiere en la vida de la Madre Sacramento, habiendo conseguido una hostia consagrada para cebarse en ella, profanándola de mil modos, empezó a destruirla con un puñal, pero Dios hizo un prodigio, de pronto brotó la sangre en abundancia, al ser atravesada la hostia con el puñal. Aún se conservan actualmente los lienzos que tuvieron que empaparse en sangre y que Dios permitió pudieran llevarse a un lugar donde se les diera culto; también se hizo una iglesia, no recuerdo el nombre de la población. Fue una profanación terrible y al mismo tiempo un milagro; pero sólo uno de tantos. Esto mismo lo han hecho en las logias, esa ceremonia que llaman la misa negra, para parodiar y burlarse de nuestra Santa Misa, para inferir gravísimas ofensas a Nuestro Señor. Es algo diabólico, porque no había para qué hacer [213] tanta cosa, tratándose de algo en lo cual no creen, según dicen ellos. Sin embargo, dice el Señor: "¡Si fuera mi enemigo el que me maldice, lo soportaría; pero tú que vives conmigo, que comes conmigo.... tú que hagas estas cosas, no puedo tolerarlo"...! Por eso en alguna meditación os hablaba de los dolores íntimos del Corazón de Cristo, por los pecados de las almas escogidas para una gran misión; ellas no saben corresponder a esa elección. Se han acercado mucho a Cristo, pero no para adorarlo, no para darle gracias, sino para imprimir en su frente el ósculo traidor de Judas. Estas cosas, amadas hijas, por desgracia se multiplican y es preciso reparar. Quien ama mucho a Dios, quien ama verdaderamente a Cristo, no se detiene en ofrecer su misma vida para que El quede satisfecho, consolado. Y ¿qué decir, amadas hijas, del desprecio a ese otro don de Cristo, el Sacerdocio? Siempre que se quiere herir a Cristo, o herir a la Iglesia Católica, lo primero que se hace es herir al Sacerdocio levantarse contra él, calumniarlo. 140
En ese ataque sistemático por odio directamente a Cristo, se comprueba que el sacerdote es otro Cristo, por eso lo odian, porque representa a Cristo, así como los buenos aman al sacerdote por eso mismo. No pudiendo ya hacer nada contra Cristo, los que Lo aborrecen, toman a sus miembros para matarlos, para crucificarlos, para flagelarlos, para atormentarlos, como se hace en China; se les tiene sin dormir, sin comer y tantas otras cosas, tantos otros tormentos. Todo se hace por odio a Cristo, por eso se desprecia su sacerdocio y Cristo se siente profundamente herido cuando le tocan a sus sacerdotes, así como se conmueve y derrama gracias extraordinarias sobre quienes los aman y se sacrifican y tienen caridad con ellos. Una ofensa al sacerdote hiere profundamente a Cristo y podemos decir que casi nunca queda sin cas[214]tigo; es más celoso El de defendernos a nosotros que nosotros de defenderlo a El. Las palabras de Jesús son verdad y vida en todos los tiempos, y cuando El dice que el sacerdote es la niña de sus ojos, así es, así lo cuida, como cuidamos los ojos. Yo les suplico, amadas hijas, a las Misioneras de ahora y a las futuras, a las de todos los tiempos, que de acuerdo con ese grande espíritu sacerdotal que debe existir en el Instituto, sean respetuosísimas del sacerdocio, que den la vida por él si es necesario, pero nunca se atrevan a faltarle en nada a ningún sacerdote, aun cuando éste diera motivo. Extremar la caridad para perdonar, para ofrecer sacrificios a Dios, para que aquello que les parece no estar bien, se remedie; pero nunca jamás, aunque sea público y evidente, ponerse a hablar de cosas que pudieran ser falta contra la caridad que debe practicarse con los sacerdotes. Tener compasión, tener cuidado con lo más querido del Corazón de Jesús. ¿Acaso cuando algún miembro de nuestra familia comete un error lo vamos pregonando por las calles? ¿Nos gusta que sea platillo de conversación en todas partes? No, al contrario, queremos echar un velo sobre aquello y no hablamos sino para tratar de remediar, y sólo con aquéllos que pueden hacerlo. Así también tratándose del sacerdote; que nunca se diga nada, que nunca se hable mal, silencio en todas partes, respeto, como lo pide vuestro Costumbrero; que se sienta que vemos en él una persona sagrada porque representa a Cristo, porque está consagrada a Dios. El pecado contra el sacerdote es un verdadero sacrilegio, una profanación de aquello que está consagrado al Señor. Es preciso, amadas hijas, ofrecer a Jesús actos de reparación por esas ofensas, por esa ingratitud, por ese desprecio a sus dones, a su Eucaristía, a su Sacerdocio; por el desprecio a ese otro don preciosísimo, el DON DE SU MADRE. [215] Así como Jesús no deja sin castigo lo que se hace contra el sacerdote, tampoco 141
deja sin castigar lo que se hace contra su Madre Santísima. Es sumamente celoso de su honor, de la misma manera que agradece lo que se haga por Ella. Las ofensas contra la Santísima Virgen, que van directamente contra Jesús, exigen una reparación muy grande. Y la primera reparación tiene que ser la del amor, la del aprecio. Debemos pedir una grande estimación, un grande amor a estos dones, un amor inmenso al Padre Celestial, a su Espíritu; un grande amor al sacerdocio, a la Eucaristía, a la Santísima Virgen. Y todo esto lo podemos conseguir si nos acercamos al Sacrificio de Cristo, si ofrecemos ese Sacrificio precisamente en espíritu de reparación. ¡Ya veis, amadas hijas, qué mina tan preciosa es el Sacrificio de Cristo! ¡Y estamos tocando la superficie!.. Al Espíritu Santo le debemos también reparaciones especiales por el desprecio a la divina gracia que es el medio como El se da y se comunica a las almas y las une con el cielo. Las profanaciones al amor infinito que es el Espíritu Santo, los pecados contra la Trinidad Santísima, todo lo que se hace contra la obra creadora, redentora, santificadora, todo esto envuelve ingratitud y falta de correspondencia a la gracia y lo toma como ofensa suya, Aquél que todos estos dones inspiró, el mismo Espíritu Santo. Debemos pedirle al Espíritu de Dios, al mismo tiempo que le ofrecemos los actos de reparación, un grande amor a la divina gracia, un grande amor a todo lo que inspiró su infinita caridad, como es también el secreto de María, la verdadera devoción a esta Madre Santísima. Y si todos los días, amadas hijas, con entusiasmo creciente vivimos este espíritu, vivimos de la Misa, obteniendo de ella todas estas cosas ¿no es verdad que ponemos al corriente todas nuestras cuentas con Dios y resolvemos todos los problemas de la vida? [216] Algunos han querido menospreciar el poder de la oración. Si fuera mi oración sola, separada, independiente de Cristo, está bien, no vale nada, no puede nada. Pero si es mi oración, mi amor, unidos al de Cristo, si es mi adhesión plena al Sacrificio de Cristo, esto cambia por completo el panorama de mi vida de oración, de reparación; de mi vida que debe emplearse toda para gloria de Dios y salvación de las almas. Ahora decidme, amadas hijas, ¿tengo razón o no para entusiasmarme, para llevar a los altares de la tierra corazones sacerdotales bien penetrados de estas ideas? Si un solo sacerdote bastaría para resolver todos los problemas del mundo en los altares, ¿qué decir cuando todos los sacerdotes tuvieran esa fe en su sacerdocio, esa fe en la grandeza del Sacrificio que celebran; esa fe en el poder de su oración, y se unieran a la Divina Víctima en esa misma fe y sobretodo en inmensa caridad? ¡Qué decir cuando no solamente por necesidad, sino por amor, se fusionaran esas dos almas, el alma sacerdotal que ofrece el sacrificio y el alma santísima de Cristo 142
que se ofrece a la gloria del Padre! Esto, amadas hijas, resuelve de una manera radical todos los problemas de la vida, y a los que tenemos el cuidado de las almas, nos da una seguridad absoluta de que si vivimos realmente nuestro sacerdocio, esas almas no tienen nada qué temer. Por eso pídanle mucho a Dios, amadas hijas, por mi sacerdocio; pídanle que santifique mi alma, porque si así lo hago, si soy un sacerdote según el Corazón de Dios, el Instituto puede estar tranquilo, nada le faltará. Le faltarán las casas, le faltarán algunas otras satisfacciones de ésas muy justas, pero no indispensables; en cambio no faltará el auxilio sobrenatural, esa gracia que desde el altar va a remediar las necesidades de las almas. Sobre todo, amadas hijas, si en esa labor sacerdotal os tengo muy cerca, si no solamente por una ficción, sino por una realidad, al ofrecer en la patena mi Hostia están ustedes presentes todas en espíritu; [217] si al pronunciar las palabras de la Consagración sobre mi Hostia, están todas presentes y en alguna manera se unen a esa consagración, ¿qué les puede faltar? ¡No, mis amadas hijas, no teman ni cuando me vaya, ni cuando me muera, ni cuando me cambien! ¡Deberían temer si yo fuera infiel a mi sacerdocio, a mi vocación; si profanara mi altar! Y es lo que les suplico con toda mi alma que le pidan a Dios nunca suceda, porque todo puede ser en la miseria humana y no hay pecado que haya hecho un hombre, que no lo pueda hacer otro, aun cuando estuviera dotado de muchas gracias. Por eso debemos ser humildes y pedirle a Dios que nos libre de caer, que nos libre de las tentaciones, ¡que nos libre del pecado! ¡DIOS PARA ESO ME DIO A LAS MISIONERAS, PARA QUE ME CUIDEN, PARA QUE CUIDEN MI ALTAR, MI SACERDOCIO, MI ALMA! Me las dio para que pidan mucho por mi alma y la santifiquen con sus oraciones y pueda esta alma sacerdotal realizar su misión. Claro que no es una vocación exclusiva. Yo mismo he brindado ese don de las Misioneras al Sacerdocio universal. Quiero que den gracias por la vocación de todos los sacerdotes del mundo. Bien saben ustedes que es uno de los fines íntimos del Instituto, agradecer el sacerdocio en todos los que lo han recibido; es una forma exquisita de la caridad sacerdotal en el Instituto. Son para todos, se deben a todos los sacerdotes de la tierra; pero por razón natural, en primer lugar, ESE DON TIENE QUE SER PARA SU PADRE, porque ésa es la voluntad divina, porque las gracias capitales vienen por la cabeza y Dios Nuestro Señor, amadas hijas, para todas ustedes tiene reservadas las gracias por mi medio, por mi sacerdocio. Por eso les he dicho que las que estén más cerca de mi sacerdocio, recibirán más gracias; las que con espíritu sobrenatural se acerquen más a mi sacerdocio, a mi altar, recibirán más gracias. 143
Esta es la voluntad de Dios, amadas hijas. [218] Entonces reconozcamos cada uno nuestros deberes y nuestras obligaciones, lo que debemos recibir y lo que debemos dar. Yo me debo a ustedes, tengo obligación, como Padre, de cuidarlas, de ver por ustedes. Esa es mi obligación, pero hay otra correlativa en ustedes también: la de ver por mí, la de pedir por mí, la de ayudarme en mi acción sacerdotal. No, amadas hijas, no las pedí únicamente para que estuvieran conmigo digamos así, como damas de compañía, ¡para pasar el rato! No las pedí para eso, LAS PEDÍ PARA QUE COOPEREN CON MI SACERDOCIO! Por eso les he trasmitido todos los ideales de mi Sacerdocio; no he sido parco en esto, al contrario. Posiblemente más tarde la crítica sea severa conmigo en ese sentido: ..."Este Padre fue muy imprudente, muy descosido..." Pues hijas, de antemano acepto la crítica; pero no les prometo corregirme, porque quiero que sepan todos los anhelos de mi corazón sacerdotal, todo lo que yo siento que Dios quiere de mi Sacerdocio, precisamente para que me ayuden, para que entren en ese espíritu. Y ésta debe ser también una de las señales de las verdaderas vocaciones para el Instituto. Si a alguna no le entusiasma nada de esto, si quiere únicamente trabajar, pues... que vaya a buscar otro lado; aquí se trata de trabajar en otra forma. Además, amadas hijas, si he dicho tantas cosas y con tanta claridad, no es únicamente guiándome por mis propias luces. Ustedes saben que soy miembro de una Institución muy bendecida por Dios. Gracias a El que están leyendo ahora la vida de un apóstol de la Cruz. Por allí saben de dónde vengo, cuáles son mis ascendientes y cómo Dios Nuestro Señor ha sido tan amplio, tan generoso en dar sus gracias a las Obras de la Cruz. Yo no soy más que uno de tantos miembros de las Obras de la Cruz, pero que cuenta con las grandes bendiciones de Dios. Decía nuestro Venerado Padre Fundador a uno de mis actuales Hermanos, antes de entrar a la Congrega[219]ción, tratando en el fondo de entusiasmarlo para que se viniera: "Nuestra Congregación no tiene pasado, (porque hay muchas que se glorían de su pasado y con razón, pueden contar muchos siglos de vida, muchos santos,etc.) casi ni presente, porque comenzamos a vivir; pero tenemos una confianza muy grande en las promesas de Jesús para el porvenir". Eso les digo a ustedes, amadas hijas; no tenemos pasado, casi ni presente, pero el porvenir es nuestro, porque tenemos una fe inmensa en las promesas de Jesús, que ya no son simples promesas, ¡ya son realidades preciosas! Y ustedes amadas hijas, han nacido como un fruto de las Obras de la Cruz, han venido como una exigencia de un Misionero del Espíritu Santo, exigencia ante las necesidades de la gloria de Dios y del bien de las almas. Su vocación es legítima, y, así lo espero, nunca les faltará nada para poder 144
mantener el fervor de su vida espiritual. Con esto, amadas hijas, quiero cerrar el ciclo de nuestras meditaciones. Como fácilmente podréis suponer, falta muchísimo qué decir; pero no es la única ocasión para decirlo, ni es la única vez que he hablado. Estas ideas se encuentran ya expresadas en muchas otras ocasiones. Será fácil poder comprenderlas, unirlas a esto que ahora os he dicho. Terminemos, amadas hijas, dándole desde hoy gracias a Dios - la acción oficial de gracias será mañana en el Santo Sacrificio de la Misa -, por todo lo que nos ha concedido. ¿No han sentido a Dios Padre, a Jesús, muy cerca de nosotros? ¿No han sentido la gracia del Espíritu Santo palpable? ¿No se han movido vuestros corazones, no se han transformado vuestras almas? Aunque no lo digan públicamente, está en la conciencia de cada una; y si todavía quedara alguna que dijera: Padre, a mí nada de esto me ha afectado en lo más mínimo..., yo le pediría mucho al Espíritu Santo que no terminen los ejercicios sin que le hiciera sentir esas gracias. [220] Pero evidentemente, lo sientan o no, lo vean o no, las gracias han venido. Gracias para ustedes y gracias para mi alma, a fin de poder hablar de estas cosas, y aunque sea en forma imperfecta, explicárselas. Aunque el instrumento sea imperfecto, Dios se encarga, en su infinita sabiduría, de hacer que lleguen a las almas todas esas insinuaciones de la gracia, todo lo que Dios quiere de cada alma. Terminemos muy agradecidos, amadas hijas, y procuremos guardar y cultivar estos talentos que nos han sido dados. No vayamos a disiparlos. Procuremos un recurso más constante a la oración, a la unión con Dios, en cualquier rato del día, no es preciso que estemos en la capilla, para que en esa unión con Dios conservemos las gracias que nos ha querido dar y las aumentemos, porque para eso nos las da; es un capital que debemos aumentar cada día. Gracias a nuestro amadísimo Jesús, a nuestro Padre Celestial; gracias al Espíritu Santo y a la Santísima Virgen que ha estado con nosotros trasmitiéndonos estas grandes bendicionesde Dios. Que todo lo que hemos recibido y toda la gloria que de esto resulte, sea de veras el homenaje con que agradezcamos a Dios lo que ha hecho por nosotros. ¡GRACIAS Y GLORIA A LA TRINIDAD SANTÍSIMA, A LA AZUCENA PURÍSIMA DE LA TRINIDAD, LA VIRGEN MARÍA! ASÍ SEA.
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Salida de ejercicios. Plática en la Santa Misa. (221) Martes 16 de diciembre Muy amadas hijas en Cristo Nuestro Señor: Parece que la Liturgia de la Misa de este día viene a interpretar los sentimientos de nuestro corazón al terminar los santos ejercicios: "Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas las tribulaciones"... Y después añade el Apóstol: "para que nosotros [221] podamos llevar a otros esa consolación"... ¿Quién no puede asegurar, amadas hijas, que en estos días de los ejercicios hemos recibido las con solaciones divinas; que ese Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo se ha dignado manifestarse a nuestras almas? Pero al mismo tiempo la Liturgia nos sigue orientando a abrazar la Cruz de Jesucristo y nos recuerda que si somos socios, compañeros de Cristo en el sufrimiento, lo seremos también en el consuelo. Y ¡qué consuelo tan puro el de contemplar a través de nuestros sacrificios la gloria del Padre Celestial! ¡Contemplar la salvación de las almas; contemplar los consuelos del Corazón de Cristo nuestro Divino Salvador! Esto como un pago de amor, adelantado en este mundo, porque, ya sabéis que Dios tiene reservado para la eternidad el gozo, la alegría eterna, el gozo inefable del Espíritu Santo. Nos hemos consolado en estos días porque hemos sentido en nuestras almas el amor divino, hemos contemplado con más calma, con más serenidad, como en un cielo despejado, la hermosura del Divino Padre; la hemos contemplado a través de la Faz de Cristo que reprodujo aquí en la tierra aquella Faz amorosísima del Padre. La Faz divina del Padre no puede ser velada; en la eternidad, en los esplendores de la gloria no puede tener ni la más ligera sombra; pero la Faz de Cristo, la que vino a reproducir en el mundo la Faz del Padre, sí fue velada por el dolor, por las lágrimas, por la sangre, por toda clase de humillaciones. Y en ese dolor y bajo esos velos nos dice la Faz de Cristo el amor infinito de nuestro Padre Celestial y nos conmovemos al contemplar una caridad tan grande a través de ese inmenso sacrificio, al contemplar el Espíritu de Dios que impulsó a Cristo hacia la Cruz. Ese Espíritu Divino ha venido a visitarnos y a dejar en nuestra alma el entusiasmo por el sacrificio, el amor a la Cruz de Cristo, para poder decir, [222] como un día los apóstoles: ¡Vamos también nosotros a morir con Cristo! Así es, amadas hijas, allí está nuestra misión, y esa misión que envuelve el sacrificio, es para nosotros, desde estos momentos, el motivo de divina consolación, porque ya el Espíritu Santo quiere dejar en nuestras almas el premio que da siempre al sacrificio y a quienes lo llevan por amor; deja ese gozo íntimo del espíritu sin quitar nada a lo que vayamos a sufrir; nos deja la certidumbre de que va a ser para la gloria 146
de Dios, e inunda nuestras almas de los divinos consuelos. ¡Qué distinto es ese sufrimiento al que llevan las almas que no aman, que no sufren por amor! ¡Vamos, amadas hijas, a morir con Cristo en el cumplimiento del deber, luchando por la gloria del Padre en el inmenso campo de las almas, siguiendo esas pobrecitas almas que se encaminan hacia el infierno, para cerrarles aquellas puertas y abrirles las del cielo! ¡Vamos a morir con Cristo en el cumplimiento del deber! Quizá sin brillo a los ojos de los hombres, pero lleno de luz a los ojos de Dios, porque es la traducción exacta de su divina voluntad; porque, como dijo alguien, mientras más cerca estamos de Dios, más realizaremos la obra de Dios, en todas las persecuciones de los hombres, las de buenos y malos. De los buenos, porque Dios permite que no comprendan las aspiraciones de nuestro corazón, la locura de la Cruz. De los malos, porque ellos han perseguido siempre a Cristo y tienen que seguirlo persiguiendo en nosotros. Queréis seguir la misma suerte de Cristo. Queréis tener abiertas las puertas del cielo y sobre vosotras la mirada amorosísima del Padre, diciendo una y mil veces aquella palabra que arrebató de gozo el Corazón de Jesús, cuando la escuchó en el Tabor, en el Jordán y en el secreto de su alma, siempre que se comunicaba con su Padre: "ESTE ES MI HIJO MUY AMADO, EN EL QUE ENCUENTRO MIS COMPLACENCIAS; ESCUCHADLO!" Nosotros encontraremos siempre amable, risueña, cariñosa, esa Faz del Padre; más cariñosa y amable en cuanto que nos vea reproducir mejor la Faz divina de su Hijo, la que en la tierra fue velada y llena de humilla[223]ción, llena de sangre y salivas; la que fue desfigurada. El día en que Nuestro Padre Celestial nos contemple así humillados, soportando persecuciones de toda clase, llevando las señales del martirio en nuestro cuerpo, entonces como nunca, la Faz del Divino Padre descorrerá ante nosotros todos los velos para mostrarse en la grandeza de su infinito amor, en la fuerza de su infinita ternura, para decirnos: "Tú eres mi hijo muy amado, en ti encuentro mis complacencias, porque tú estás reproduciendo la Faz de mi Hijo y mi Hijo representa ante los hombres mi propia Faz..." ¡Ese es, amadas hijas, nuestro glorioso destino! Pero no lo olvidemos, porque si se habla de consuelos, se olvida el sufrimiento y si se habla de sufrimiento, se olvidan los consuelos. No hay que olvidar que las dos cosas deben ir unidas. Vamos a recibir consolaciones pero en el sufrimiento; vamos a sufrir pero en el consuelo, no en los consuelos humanos, de ésos podemos prescindir libremente, sino en los consuelos divinos del Espíritu Santo. Recordemos la palabra del Espíritu de Dios, que nos ha trasmitido el Apóstol San Pablo: "Si somos socios en la pasión de Cristo, seremos socios también en las consolaciones de Cristo". En este Espíritu, amadas hijas, el mundo se abre ante vuestros ojos, podéis 147
libremente recorrerlo por todas partes. Vosotras con gloria, nosotros sin temor al veros partir donde quiera que os lleve la obediencia, porque sabremos que vais resueltas a morir con Cristo en la forma, en la hora que El quiera. Cuando se da la vida, ya os he dicho, poco importa el modo y la hora de perderla, de darla. Estamos a discreción de Aquél a quien dimos la vida; se la dimos a Dios, se la consagramos a Cristo para realizar su obra. Entonces El puede tomarla cuando quiera y como quiera. [224] Así debieran ser todas las almas consagradas a Dios; pero a veces hay incomprensión, negación de estas cosas. No se entiende lo que es la vida de perfección y se quiere ser perfecto haciendo la propia voluntad. Se quiere dejar en el mundo huellas de luz sin haberse abrazado con la Cruz de Cristo, por donde nos vino toda luz. Eso es equivocar los caminos y no comprender los caminos del Señor. Vosotras, amadas hijas, y en vosotras pretendo hablar a TODAS LAS MISIONERAS, las pasadas, las presentes, las futuras, todas absolutamente, GUARDAD EN VUESTRO CORAZÓN ESTAS PALABRAS. Las que viven, para que sigan viviendo ese espíritu si ya lo practican. Las que murieron, para que gocen en el cielo la verdad de estas palabras que predico. Ellas pueden decirlo con toda certeza, porque en el cielo son participantes de los consuelos infinitos de la unión con Dios, por aquel dolor, aquella pasión que con Cristo sufrieron en la tierra. Aquellas hijas mías y hermanas vuestras que entregaron su espíritu al Creador después de haber sufrido mucho, ¡podrán ya gozar la verdad de todo esto! No sabemos nosotros el misterio que haya encerrado cada alma, los secretos de su vida íntima, a través de los años que Dios quiso que vivieran; pero pudimos ver lo que sufrieron, aun físicamente, en los últimos momentos de su vida. Vimos sus rostros desencajados por el dolor; vimos el dolor pintado en todo su ser. Vimos su mirada que parecía expresar una súplica y al mismo tiempo manifestar una fuerza inmensa, arrolladora de amor, amor que suplicaba, que pedía y al mismo tiempo amor que se ofrecía. Después de esas agonías, la muerte. Después de la muerte la gloria.¡Ellas cumplieron su misión! Pero nosotros, amadas hijas, vamos todavía en el camino y necesitamos asegurar la victoria. Para esto, ya os lo dije, fue el tema de mis ejercicios, ADHERIRNOS A CRISTO, no apartarnos de Cristo, de su altar, de su Cruz; no alejar de nosotros al Espíritu Santo, llevarlo a todas partes. No dejar de contemplar nunca la Faz del Padre. [225] Vivir en el Corazón purísimo de María, poniéndola a Ella corno el cristal transparente a través del cual contemplaremos todas las cosas, las de abajo y las de arriba. Realizar nuestra misión, seguir nuestro camino, el camino que nos conduce al Calvario, en donde tendremos que exhalar el último suspiro, atados fuertemente a la 148
Cruz de Cristo. Y sea nuestra última palabra, una palabra de gratitud a Dios por tantos beneficios que nos ha hecho. Os decía ayer en la tarde, que la hora solemne, oficial, de acción de gracias, la reservabamos para el Santo Sacrificio, a fin de que Jesús hable por nosotros. Somos suyos. Para que expíe nuestras faltas, para que las repare en su gran Sacrificio, para que pida por nosotros, para que nos dé, en una palabra, porque así lo quiere, toda la grandeza de su Sacrificio, a fin de que llenemos de complacencias a nuestro Padre Celestial. Id pues, amadas hijas, volved a vuestras casas, a donde la obediencia os ha destinado, a todas partes, siempre como mensajeras de la caridad de Cristo. ¡Id para dar la vida por Cristo en el cumplimiento del deber, en el renunciamiento, en el silencio! ¡Mensajeras de la divina caridad que todo lo suaviza! ¡Mensajeras de la caridad que hace al hombre más fácil su paso por la tierra! ¡Caridad que tanta falta hace en el mundo, para que pueda sentirse cerca de Dios! ¡Mensajeras de esa caridad, hijas amadas! NO ME CANSO DE REPETIRLO: ¡CARIDAD, MUCHA CARIDAD PARA LAS ALMAS, MUCHO AMOR PARA DIOS! Y así, entre Dios y las almas, vivid vuestra vida, amando a Dios, amando a las almas, sirviendo a Dios, sirviendo a las almas! Que en la hora suprema podáis decirle a ese Padre Celestial que tanto os ama: "CONSUMMATUM EST"! ¡Consumé la obra que me encomendaste! Ahora, oh Padre amado, sólo me resta que me recibas [226] amorosamente en tu Seno para gozar eternamente las delicias de haber sido tu hija, de haberte tenido como Padre, de haber sido Misionera Eucarística de la Santísima Trinidad! ASÍ SEA. FINDEL AÑO 1952. [227]
Pláticas de los retiros predicados por Nuestro Padre a las Religiosas de la Cruz, (228) En la casa de Orizaba, Ver., durante el año de1952. (Aspectos relativos a la espiritualidad de las messt)
María. (228) Martes 11 de Marzo. Muy amadas Hermanas en Cristo Nuestro Señor: Hemos visto en algunos de los retiros anteriores, cómo en el Santo Sacrificio de la Misa, Sacrificio de la Cruz prolongado en los altares, se encuentra la forma perfecta de la Adoración, de la Acción de Gracias, de la Reparación y de la Imploración. 149
Y hemos visto ya todo lo relativo a la Adoración y a la Acción de Gracias. Tocándonos ahora considerar cómo en la Santa Misa encontramos la manera de agradecer a Cristo Nuestro Señor el don de la Santísima Virgen, hablaremos sobre este precioso don: MARÍA. El Sacrificio de Cristo era necesario para que nosotros pudiéramos agradecer debidamente el don de su Madre; como seguramente en ese Sacrificio quiso también el mismo Cristo agradecerle a su Padre el don que le hiciera de la criatura privilegiada sobre todas que es María. El Sacrificio de Cristo pagaba la Maternidad Diivina y también la Maternidad espiritual, o sea la Maternidad humana, la Maternidad de la Santísima Virgen compartida a los hombres. El amor infinito de Jesús para su Padre le obligó a darnos el don insigne de su Madre Inmaculada: porque, no hay que negarlo, Jesús en todas las cosas veía a su Padre, todo lo veía a través del amor a su Padre. Todo su anhelo era la gloria del Padre. Y porque nadie habla en la tierra, después de Cristo, como María acerca del Padre, y porque el mismo Cristo no quiere hablar al mundo de su Padre si no es por medio de María, por eso quiso también darnos a compartir su dicha de ser el Unigénito del Padre [228] Quiso que nos sintiéramos hijos adoptivos del Padre y para ello que recibiéramos el don de María. Todo en María habla del Padre: su Maternidad Divina, su Maternidad Espiritual le habla a Jesús del Padre como nadie le ha hablado ni puede hablarle. Y si el Verbo era la Voz, la Palabra que dice siempre el Padre, la Santísima Virgen era también como la palabra del Verbo, palabra que dice siempre amor, amor del Padre, ternura del Padre, delicadeza del Padre. Si la santidad eximia de la Santísima Virgen no cautivara el Corazón de Cristo, lo cautivaría ciertamente por ese papel, por esa misión que recibió de decirle siempre el amor de su Padre. Cuando nosotros amamos y somos amados, en la medida en que ese amor es grande y puro, deseamos siempre que se nos repita, que se nos manifieste, que se nos den las seguridades del amor; deseamos algo que es muy debido en esa vida de amor. Pues Jesús quería recibir siempre esa manifestación de amor de su Padre porque en ella se gozaba. Y esta misión se le encomendó de una manera extraordinaria acá en la tierra, a la Santísima Virgen. Es su misión, es su secreto y es su grandeza, que si Ella no quiere compartirla, nadie podrá tenerla. Por eso, amadas Hermanas, esto que más tarde meditaremos y que Grignion de Montfort llama EL SECRETO DE MARÍA, encierra también el secreto de la glorificación de Cristo, el secreto de la suprema glorificación a la Trinidad Santísima. Por eso nadie puede llegar a las cumbres de la vida espiritual sin haber entrado 150
de lleno en el amor de la Santísima Virgen, sin haber recibido ese don de María, sin haberlo comprendido, sin haberlo profundizado. Muchos, puede decirse que todos, recibimos a María cuando Cristo en la Cruz resolvió dárnosla por Madre, pues El no hizo distinción de personas, nos la dio a todos. Esa es una gracia inmensa. Pero cada uno de esos seres que recibieron el don de María, tendría una medida distinta de comprensión y de amor para Ella. [229] Esa es, amadas Hermanas, la carrera en que estamos empeñados, una carrera vertiginosa, ¡ojalá que así lo fuera!, en esos caminos que nos conducen al verdadero conocimiento y al verdadero amor de la Santísima Virgen. Se ha dicho siempre, lo han repetido los santos, los que mejor comprendieron a esa Madre, que María es un mundo desconocido. Vivimos en él y sin embargo no lo conocemos. Participamos de sus gracias y de sus favores, y sin embargo no conocemos a nuestra Madre Inmaculada. Es necesario que al manifestarse la gloria de Dios sobre la tierra, se manifieste, como El lo quiere, a través y por medio de la Santísima Virgen. Es necesario que tomemos del Sacrificio de Cristo, un amor inmenso, una gratitud inmensa para la Virgen Santísima. Gratitud a quien nos dio esa Madre; gratitud en nombre de Ella, para el que la hizo tan grande, tan pura, tan hermosa. Este es el punto que estamos desarrollando en nuestro retiro de hoy: después del amor, después del don de la revelación que nos hizo Jesús, del amor a suPadre, no hay nada que nos obligue tanto como el don de la Santísima Virgen. Tanto más que en ese don está encerrada la comprensión, en cuanto es posible, del amor divino, del amor a cada una de las Personas de la Santísima Trinidad. Es el gran secreto del amor de María: comprender el amor y la intimidad con las Divinas Personas y por lo tanto el secreto de la vida interior que es la verdadera y debe ocuparnos siempre. "EL SECRETO DEL REY ESTÁ EN EL INTERIOR"... Esa vida interior, espiritual, a la que estamos llamados a cada paso, tiene que desarrollarse en un silencio profundo. Esa es la vida que la Santísima Virgen nos enseña; ése va a ser el resultado de nuestra incorporación definitiva, de nuestra mejor comprensión hacia la Santísima Virgen. Pero esa comprensión está ligada a la inmolación de Cristo, ya que todas las gracias nos vinie[230]ron de la Cruz, ya que todo lo hemos recibido, como lo estamos demostrando, de ese Sacrificio de Cristo. ¡Con razón repetimos tantas veces con la Iglesia: "O CRUX, AVE, SPES UNICA"! Con razón, amadas Hermanas, las almas que descubren la grandeza del Sacrificio de Jesús, no sueñan más que en él y toda su ambición es participar, en cuanto les sea posible, en ese Sacrificio. 151
Son esas almas las que exclaman con San Pablo: "¡Que no me sea lícito gloriarme sino en la Cruz de Jesucristo!" Son esas almas las que tienen una pasión de la cruz y aprecian el padecer y encuentran en ello su mayor gloria, porque saben que fue la gloria de Cristo, la gloria de su Cruz. Con razón también, amadas Hermanas, los grandes devotos de María nos han dicho que cierta clase de cruces son el privilegio de algunos, ni siquiera de todos los grandes devotos de la Santísima Virgen. Es una gracia que Ella, con todo su poder de intercesión, alcanza para sus fieles servidores. ¿Qué será esto tan precioso que sólo la Virgen Santísima lo alcanza para sus más fieles devotos? "Cierta clase de cruces..." Me imagino que son las cruces que más se acercan a la Cruz de Cristo. Las almas que reciben gracia tan singular, pueden usar precisamente esas cruces para agradecer el mismo don que han recibido. En realidad el secreto de la Cruz es el secreto de la gloria divina, es el secreto de la salvación de las almas, es el secreto de todo amor. No hay amor sin Cruz, ni hay Cruz sin amor, como no hay gloria sin Cruz ni Cruz sin gloria. Por eso quienes recibieron el don de la Santísima Virgen y que supieron explotarlo, han sido almas que viven más cerca de la Cruz. Si como lo deseamos, amadas Hermanas, llegamos a enamorarnos del Sacrificio de Cristo y vivimos unidos íntimamente a la Cruz, entonces comprenderemos allí el don de María y Ella misma nos hará comprender el don de la Cruz. Las grandes cruces son las grandes pruebas del amor de Dios para las almas. Este lenguaje no lo com[231]prende el mundo, por eso el mundo está lejos de Dios, por eso huye de la Cruz y camina hacia su ruina, precisamente al huir de lo que significa su salvación. Pero también por eso, quienes comprenden la Cruz, van hacia ella con los brazos abiertos y la abrazan, no queriendo apartarse jamás de ella. ¡Qué consuelo, amadas Hermanas, saber que en el Sacrificio de Cristo encontramos el medio de agradecer al mismo Cristo, a nuestro Padre Celestial, al Espíritu Santo, todo lo que le debemos a la Santísima Virgen y todo lo que les debemos por la Santísima Virgen! Ya veis, el Sacrificio de Nuestro Señor es una mina riquísima que nunca acabamos de explotar. ¡Ojalá que al consumarse los tiempos, los hombres la hubieran explotado, ojalá que nadie hiciera inútiles los méritos de ese grande Sacrificio! Cuando la inmolación de Cristo haya realizado todo en el tiempo, entonces seguirá triunfalmente sus manifestaciones de gloria en el seno de la Santísima Trinidad. Allí estará en toda su plenitud la Cruz de Cristo, será el pleno reinado de esa 152
Cruz y de ese Sacrificio, porque allí todos lo amarán, todos proclamarán que a él deben su gloria y su felicidad. Allí todos serán amigos, todas las almas estarán bañadas por la luz del Espíritu Santo, luz que se desprendió de la Cruz de Cristo. Esa Cruz envolverá a todos los bienaventurados; allí será el triunfo pleno, absoluto, eterno, del Sacrificio de Cristo y de las almas sacrificadas. Allí brillarán como cristales con la luz misma de Jesús. Y aquellas otras almas, las más amadas de Dios, las que mejor correspondieron al amor divino, las almas de la Cruz, que tienen como misión eternamente coronar el Corazón de Cristo, deberán brillar más que los diamantes más puros de la tierra, para poder ser engastados en el Corazón Sacratísimo de Jesús. [232] Ellas adornarán la corona que luce en la frente de Cristo glorificado en el seno amoroso del Padre. Pero la pureza de esas piedras, los quilates de ese oro, tienen que conseguirse muy cerca de la Cruz de Cristo; tienen que compartirse en la Cruz misma del Señor. Por eso os decía que es una gracia muy grande para las almas, el que Jesús las admita cerca de su Cruz. ¿Por qué almas tan enteradas de estas cosas, como el alma de nuestra Madre, le repetían con tanta frecuencia a Cristo: "Crucifícame... crucifícame..."? Allí no hablaba la naturaleza corrompida, allí no hablaba la miseria humana. Allí hablaba la fe, el amor divino, el Espíritu de Dios que había llevado a Cristo a la Cruz y quiere llevar a las almas también a la misma Cruz para salvarlas. Sí, ese grito de amor era inspirado por el Espíritu Santo: ¡Crucifícame... crucifícame! El otro espíritu, el que no es de Dios, repite al oído de las almas palabras contrarias: "Aléjate de la Cruz, huye de la Cruz, no te mortifiques, no te venzas..." ¡Qué lenguaje tan distinto, y qué efectos tan distintos en las almas que escuchan una u otra voz! Todas estas cosas son como una exclamación de admiración y de gratitud, al pensar que del Sacrificio de Cristo sacamos todo lo que es necesario para nuestra felicidad. Porque no seríamos felices si supiéramos que llevando deudas en el alma, no las podemos pagar. El único descanso lo encontramos en saber que pagaremos, y que lo que no tenemos se nos dará. Cuando queremos pagar, Jesús Crucificado se nos presenta y abre su Pecho y rasga su Corazón para darnos hasta la última gota de su Sangre. ¿Cómo no ser felices, cómo no ser agradecidos a Aquél a quien todo le debemos? Pero ¿cómo agradecerle también, si no es en su mismo Sacrificio? ¡Feliz impotencia, amadas Hermanas, que nos hace recurrir a la fuente de toda gracia y de todo mérito, a Jesús Crucificado! ¡Dichosa la humanidad [233] que recibe todos los días y a todas horas el influjo benéfico de ese Sacrificio! 153
Ese es el secreto de la paciencia divina para tantas miserias humanas. Ese es el secreto de la fecundidad asombrosa de unas cuantas almas que sostienen, ellas solas, el peso del mundo y mantienen las relaciones con el cielo. Y ese secreto, amadas Hermanas, fue ante todo el secreto de la grandeza de María. Al Sacrificio de Jesús debe Ella su pureza inmaculada y todas las gracias que la prepararon para ser la Madre de Dios. De ese Sacrificio recibió la fortaleza tan grande por la que fue constituida Reina de los Mártires. A ese Sacrificio le debe la fuerza de su Mediación universal. ¿No será una desgracia muy grande para el mundo, el desconocer a veces estas cosas? ¿No merecerá nuestra atención y amor este grande misterio de la Cruz, si sabemos que por él vamos a alcanzar una comprensión más grande del mismo, a todos los hombres, pero especialmente a las almas escogidas, destinadas por Dios para ser pregonerasde esas grandezas divinas? ¡Qué lástima, amadas Hermanas, que a veces la actitud del celebrante puede ser que desvíe un tanto la atención de las almas y sea motivo de que disminuya la fe que debieran tener en la grandeza del Sacrificio del altar! ¿Por qué no pondría el Señor ángeles, no sólo para estar presentes en el altar, sino para ofrecer ellos mismos, en lugar de los hombres, el Sacrificio augusto de Jesús? Este es un secreto del amor divino, un secreto que Dios no quiso revelar al ángel rebelde, celoso, que se enfrentó con el Señor no pudiendo sufrir que la Encarnación del Verbo se realizara en una criatura, a través de la Santísima Virgen, y no en un espíritu angélico. Es el misterio que encierra también el sacerdocio, nada más que con una diferencia enorme: al asumir el Verbo la naturaleza humana, ésta quedó trans[234]formada y plenamente divinizada; Jesucristo era Hombre y Dios al mismo tiempo. Al tomar carne de la Santísima Virgen, encontró en Ella una criatura inmaculada, llena de gracia por los méritos previstos del Redentor. En cambio al sacerdote se le dejan todas sus debilidades, está sujeto a todas las miserias. Pues así quiso Jesús valerse de él para ofrecer su Sacrificio, para hablar al mundo de la grandeza de ese Sacrificio. Quizá con esto, amadas Hermanas, Nuestro Señor quiso completar la humillación, pero también la fuerza grandiosa de intercesión de ese Sacrificio, haciendo que a pesar de todo, sin tener en cuenta la miseria humana, realizara el sacerdote esos prodigios, esos misterios divinos. En la intercesión de Jesús que se inmola, está la grande esperanza de renovación y santificación para el sacerdote; porque si alguien ha de recibir los frutos de la Cruz, creo que en primer lugar se moverá el Señor a concederlos a aquél que está ofreciendo el Sacrificio, a aquél que ha recibido el poder de mediador y que debe ser santo porque trata las cosas santas, debe ser puro porque está tocando delicadamente al que es la fuente de toda pureza. 154
Ciertamente esto es un misterio de amor. Decíamos que la Santísima Virgen habla siempre de la Paternidad divina. Por eso Jesús quiso mostrarla, darla a los hombres para que les siguiera diciendo lo que es el amor infinito del Padre para Jesús; para decirle a Jesús el amor de su Padre; para hacer que las almas se transformen en pregoneras de la grandeza del amor del Padre para el Hijo y del amor del Hijo para el Padre. Cuando estas cosas se comprenden, se entiende también la grandeza de aquellas palabras: “Jesús buscó y busca en todo, la gloria de su Padre”. La Redención, la Encarnación, todo absolutamente, está encamínado a la gloria del Padre. La existencia misma del infierno tiene el mismo fin: la gloria inmensa, grandiosa, sublime, del Padre Celestial. Por eso, amadas Hermanas, en nuestra pequeñez, [235] debemos tender siempre hacia las cosas altas, y por eso también, lo poco y lo mucho, lo tenemos que ofrecer a la gloria del Padre Celestial. ¡Qué felices las almas que al despertar a la vida espiritual se encuentran ya con el conocimiento de estas cosas! ¡Cuántas otras, pobrecitas, ignoran todo esto y por ignorarlo no lo explotan y viven una vida lánguida! ¡Ojalá que las nuevas generaciones, todos los que están recibiendo instrucciones o iniciación al Cristianismo, comprendan desde el principio todas estas cosas y desde su primer paso vayan buscando, como Cristo, como María, la gloria del Padre Celestial! Pero, amadas Hermanas, aquéllos que llegamos tarde, no debemos desalentarnos, porque fiados en la grandeza de Cristo, podemos reparar lo perdido, con una intensidad más fuerte en el amor, con raudales de luz y abundancia de gracias. Pedimos todo esto por intercesión de la Santísima Virgen. Ella es feliz en la misión que recibió; Ella no desperdició ningún instante porque todos los consagró a la gloria del Padre. Que por ese gozo nos alcance a nosotros la gracia de aprovechar el presente y asegurar el futuro. ASÍ SEA.
Cruz íntima de la Santísima Virgen. (236) Segunda meditación.- 11 de marzo 1952. Muy amadas Hermanas en Cristo Nuestro Señor: Hablamos en la Meditación anterior de ciertas cruces que sólo la intercesión de la Santísima Virgen alcanza para algunos de sus fieles devotos. Si quisiéramos estudiar la naturaleza de esas cruces, regalo especialísimo del cielo, tal vez no nos fuera muy difícil averiguar esa naturaleza, sabiendo lo que ya sabemos acerca de la Cruz de Cristo [236] y por lo mismo de la Cruz de la Santísima Virgen. La cruz de las almas no debe ser de distinta naturaleza, así es que tenemos que 155
llegar a la misma conclusión, o sea que se trata de una cruz que llamamos ÍNTIMA, y que por lo menos en sus nociones generales, nos es bastante conocida directamente, dado que las Obras de la Cruz la honran de una manera especial, tanto en el Corazón de Cristo como en el de la Santísima Virgen. Esa cruz se caracteriza por la ausencia de lo sensible, tiene como base la desolación, el desamparo; es la cruz que con empeño busca la Santísima Virgen para sus devotos, porque Cristo anhela que sus almas escogidas se transformen en El mismo, se transformen en María, sintiendo como Ella, amando como Ella. Entonces se comprende que las haga pasar por esas pruebas, por esos estados en que el alma se siente sola, con una soledad que no es propiamente la ausencia de Jesús, sino algo que impide la contemplación, el sentimiento de las cosas de Dios. Es muy difícil hablar de esta cruz; pero más difícil para quien no la haya sufrido siquiera en parte, a fin de poder comprender su grandeza. Ordinariamente creemos, amadas Hermanas, que las grandes cruces de la vida son aquéllas que afectan directamente a nuestra persona; más que en sus relaciones con Dios, en su propio bienestar, en su propia comodidad, en su propia reputación, etc., siempre lo propio. Quizá también relacionemos esta cruz con las criaturas, con lo que podamos sufrir de parte de ellas. Y aunque dichas cruces purifican, unen a Dios si el alma las aprovecha, están muy lejos todavía de ser la verdadera cruz. La cruz de que tratamos, la verdadera, es aquélla que se tiene entre el alma y Dios, en la que no interviene el hombre, sino como instrumento secundario; así como tienen que aparecer figuras secundarias en un cuadro en que se exhibe una obra maestra. La parte principal de esta cruz es aquélla en que el alma se encuentra cara a cara con Dios; son aquellos dolores y ausencias que provoca Dios en el alma. [237] Como es fácil comprender, amadas Hermanas, esta clase de cruces no existe donde no hay grande amor. Dios no la da a todas las almas, sino solamente a las que aman mucho. Aun cuando parezca un círculo vicioso, quien no tiene amor, no recibe estas cruces, y al mismo tiempo, quien no tiene estas cruces, parece que no tiene amor. Sabemos que la Santísima Virgen compró la gracia de su Maternidad espiritual con esa clase de sufrimientos. Son los que llamamos dolores de soledad de María. Y sabemos que Dios quiso dar a esos dolores gracias extraordinarias en orden al Sacerdocio, gracias que compran vocaciones, es decir, que las cuidan, las cultivan, las defienden; gracias que impiden la caída de esas almas; gracias de asombrosa fecundidad, porque son precisamente gracias sacerdotales y todo lo sacerdotal se caracteriza por la fecundidad divina; pero al mismo tiempo por aquellos dolores que causan en el alma penas indecibles. Vosotras sabéis, amadas Hermanas, que nuestra Madre fue un alma enamorada 156
de la Cruz, enamorada del dolor en todas sus formas. Respecto a penitencias, difícilmente encontraremos santos que hayan podido superarla. Sabemos la sed y la generosidad de esa alma en el sacrificio. Esa clase de penitencias eran para ella cosas necesarias; decía que se sentía como el pez fuera del agua cuandono tenía algo (y ese algo aun refiriéndose al dolor físico) para ofrecerle a Dios. En las penitencias aparecía ella esforzada, como si tuviera una satisfacción en aquella clase de sufrimientos; pero cuando era presa de la cruz íntima, de los dolores íntimos, entonces aparecía la queja en sus labios, pidiendo consejo y luces a los que gobernaban su conciencia, para poder tranquilizarse, pues se sentía completamente derrotada. Leer de sus penitencias nos causa admiración; pero leer esas páginas donde se consignan sus dolores íntimos, sus pruebas, sus desolaciones y desampa[238]ros, nos causa verdaderamente lástima. Así pasaba en Cristo. Para El los azotes y la corona de espinas, la misma crucifixión, era algo muy doloroso, quién lo niega; pero no fue eso lo que le hizo sudar sangre. Los azotes, las espinas, la lanza, arrancaron la sangre de sus venas; pero allá en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos, sangraba su alma con dolores íntimos, con una pasión interna, indecible, de su Corazón, ¿Qué cosa provocó esa pasión? Sabemos que en general, la causa de la pasión de Cristo, de la pasión íntegra, fue el pecado. Pero la causa principal de sus dolores fue aquellia amarga desolación y desamparo a que Dios quiso someter el alma santísima de Cristo. Dios. gusto.
Nosotros podemos luchar contra los hombres, pero no podemos nada contra A veces, si un hombre nos insulta o nos hiere, podremos quizá encontrar hasta
Acabo de leer una narración del Padre Pardinas en donde refiere que cuando lo estaban juzgando aquellos hombres enfurecidos y traidores, calumniadores, tenía siempre delante de sus ojos la figura de Jesús al ser condenado. Y afirma que nunca había sentido tanta alegría en su alma, tanto gozo en el espíritu. Podemos hasta gozar en el sufrimiento que nos viene de los hombres, pero cuando el que hiere es el mismo Dios, cuando Aquél a quien se quiere complacer parece que se ha olvidado del alma, ese sufrimiento no tiene igual, no tiene consuelo. Tal parece que no encontramos quién nos pueda defender; sabemos teóricamente, porque así se nos ha dicho, que en esos casos Dios está más cerca que nunca de las almas; que si se oculta y si se esconde, es en el corazón del que sufre. Pero entonces solamente tiene que funcionar la fe, hay que creerlo, pero el sufrirlo, ¿a qué cosas puede compararse? Pues bien, amadas Hermanas, Jesús quiso darnos por Madre a su propia Madre 157
para que supiéramos el precio de nuestra redención y de nuestra vocación. Para que compadeciéramos a su Madre y en Ella al propio [239] Cristo y para que compartiéramos su Cruz y sus dolores; a fin de que nos enamoráramos de nuestra vocación y siguiéramos adelante con entereza en las ocasiones en que Dios quiera probarnos con esa clase de cruces. Entonces es preciso vivir de fe; pero sucede que en el desamparo también sufre ataque violento la fe. Entonces yo diría que lo único que podemos hacer, ya sin pensar, si queréis como maquinalmente, en virtud de un acto bueno, es arrojarnos en los brazos de la Santísima Virgen, en su Corazón, como el que siente que va a caer a un abismo y se arroja a los brazos del que sabe que puede salvarlo. ¡Oh! y qué cierto es que nunca perece el que se arroja en los brazos de María. Se cae en un abismo, pero abismo de amor que nos lleva a otro más profundo: el Corazón de Cristo, el Corazón del Padre, abismo infinito del amor. ¡Allí tenemos que llegar y ser sepultados por una abnegación completa! Estas cruces son gracias muy especiales del cielo porque suponen un amor a Dios que nos hace sufrir cuando sentimos que se ha ausentado, que no nos oye en lo más mínimo. Claro que son gracias muy grandes. Desde luego, no en un día aprenden las almas a sufrir de este modo, porque no es tan común el amor de Dios en esta forma, y si el Señor nos ha ofrecido como una gracia de nuestra vocación el participar de la Cruz del Corazón de María, ¿no será ya ésta una señal evidente de que quiere encender en nosotros un amor inmenso? ¿No será una señal de que quiere atizar en nuestras almas en forma extraordinaria el amor divino? Y por lo mismo ¿no será motivo de gozo pensar que nuestra vocación nos pide mucho amor, aunque por la misma razón nos exige grandes sacrificios? ¿No será un consuelo pensar que para sostener nuestra debilidad quiso Jesús sufrir esa Pasión y darnos una Madre que también la sufriera para que nos llevara como pequeñitos y delicados, midiendo [240] los sufrimientos según las gracias y las fuerzas,pero siempre llevándonos adelante para coronar la obra grandiosa de nuestra vocación? Gracia muy señalada, amadas Hermanas, es este don del cielo, y por eso deberíamos tenerlo presente en el Santo Sacrificio de la Misa para agradecer a Jesús el don insigne de su Madre Santísima, el don de su Cruz, el don de sus dolores. ¡Qué importa que como pequeños e ignorantes no podamos aquilatar en su grandeza todas estas cosas! Basta que vayamos adelante con buena voluntad. Desde el momento en que Dios nos quiere llevar, El nos dará su gracia. ¿Cuándo llegaremos? El lo sabe. Hemos explicado en alguna ocasión, cómo hay cierta clase de cruces que maduran a las almas en un día y que lo que no hicieron en años, lo obtienen quizá en un instante por medio de tales cruces. Si todavía no llega a nosotros ese rayo de la muerte, que en realidad es el rayo que da vida porque nos hace morir a nuestra propia voluntad para que vivamos en 158
Cristo,para que hagamos siempre la voluntad de su Padre Celestial y seamos poseídos por Dios, esperemos con confianza, pues estamos en los brazos de María. Ella nos protege, Ella nos alienta, Ella sufrió ya para que nosotros llevemos con generosidad esa Cruz, que si ha de ser un gran dolor para nuestras almas, será también una grande gloria para Dios y ha de contribuir al servicio de otras muchas almas, llamadas por el Señor para continuar en este mundo el papel de Cristo Redentor. [241]
¡CRUZ DE JESÚS, CRUZ DE MARÍA, CRUZ DE LAS ALMAS, BENDITA SEAS!
El sacrificio de la cruz es acción de gracias perfecta al Espíritu Santo. (242) Plática de Nuestro Padre en la casa de la Cruz, Orizaba, Ver., el 21 de abril de 1952. Muy amadas Hermanas en Nuestro Señor Jesucristo: El Santo Sacrificio de la Misa o sea el Sacrificio de la Cruz, es la acción de gracias perfecta al Espíritu Santo, por la obra suprema que a este Espíritu Divino se atribuye, o sea la santificación de las almas. Para realizar la santidad, para cumplir esa voluntad divina de la que nos habla el mismo Espíritu Santo por medio de San Pablo, se verificó ese consorcio entre la Cruz y el Espíritu de Dios, entre Jesús Crucificado y el mismo Santificador de las almas que quiso que el Verbo Encarnado muriera en la Cruz. La alianza que se había perdido, la reconciliación que se imponía, estaba ligada y pendiente de un Sacrificio, el del Hombre Dios. Y cuando ese Sacrificio se realizó fue tan poderoso en sus efectos, que reconcilió de nuevo lo humano con lo divino y dejó el campo abierto, las rutas libres completamente al Espíritu Santo, a fin de que realizara en las almas la más alta perfección. Pero como ese Sacrificio no solamente nos abrió las puertas del cielo, sino que vino también a pagar las deudas de los hombres, entre esas deudas tenemos una muy sagrada con el mismo Espíritu de Dios, a quien la Iglesia llama Santificador. Este Divino Santificador es el que da testimonio de Cristo y nos infunde aquellas disposiciones por las que nos sentimos y somos en realidad hijos de Dios; aquel espíritu de adopción en el que clamamos ABBA PATER. ¡Qué consolador, amadas Hermanas, pensar que fue Cristo quien pagó las grandes deudas que la hu[242]manidad tiene con Dios, particularmente esa deuda enorme que tenemos con el Santificador de las almas! Y Cristo la sigue pagando, porque las gracias se renuevan en el Santo Sacrificio del Altar.
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Conviene ver, aunque sea en rasgos generales, como el Espíritu Santo realiza su obra de santificación. Hemos visto ya cómo el Sacrificio de Jesús rompió las barreras que impedían las gracias y dejó el campo abierto al Espíritu Divino. Pero lo que dicho Espíritu produce en el alma al infundirse en ella, es algo admirable. En primer lugar, tomando en cuenta que la humanidad, aun después de regenerada, no deja de manifestarse con mil imperfecciones, el Espíritu Santo realiza una obra constante de purificación, y al mismo tiempo que purifica a las almas, las llena de sus luces. La purificación exige la contemplación de esas luces y el Espíritu Santo se complace en darlas. Y la contemplación que se tiene a la luz del Espíritu de Dios, es siempre de cosas altísimas, nada menos que del mismo Dios, en cuanto la criatura puede captarlo. La contemplación de la divinidad tiene algo especial; es de tal manera hermosa, tiene tanta fuerza, tanto atractivo, que el alma busca necesariamente la unión, una unión íntima por la cual se contemplan aquellas maravillas y hermosuras que encierra la misma divinidad. Por eso a tales almas se les llama "contemplativas"; no en atención a los trabajos que desempeñen o dejen de desempeñar en el mundo, sino en atención a esta unión íntima con Dios, que les hace descubrir las hermosuras divinas. Por eso también, como han asegurado algunos santos, quienes poseen la gracia de la contemplación puede decirse que viven ya un cielo anticipado. La unión que el Espíritu Santo concede a esas almas las introduce de lleno en la contemplación de las cosas divinas, y contemplando, gozan el más puro de los goces que es el espiritual. Claro que el alma, en vista de esas cosas tan grandes y sublimes que contempla, no puede menos que [243] prorrumpir en una ardiente alabanza. Es ella quien repite sin cesar:"TIBI LAUS, TIBÍ GLORIA, TIBÍ GRATIARUM ACTIO..." Para Ti la alabanza, para Ti la gloria, para Ti la acción de gracias!.. Es esa alma la que sabe pronunciar como ninguna el Trisagio en que se alaba la grandeza, la Majestad, la bondad de Dios. ¿Acaso no es el cielo el lugar de la perfecta alabanza? Entonces se tiene un eco del cielo, un remedo del cielo en la tierra, cuando el alma es poseída por el Espíritu de Dios y contemplando las cosas celestiales, vive siempre alabando a Dios Nuestro Señor. He aquí por qué la alabanza nunca cesa en labios de los santos; es una cosa natural, es una exigencia natural para quien contempla tales maravillas. Esta es la misión constante del Espíritu de Dios en el campo de las almas: purificar, iluminar, unir, para que el alma contemple, alabe y también comunique todo aquello que ha recibido. 160
Quienes contemplan estas cosas y alaban en esa forma, son almas fecundísimas, participan de la fecundidad divina en la que se han sumergido; y entonces comienzan a dar sin que disminuya lo que han recibido, antes aumentando el caudal de sus propias gracias, en la medida en que se dan, y llegan a ser mediadores eficaces ante Dios Nuestro Señor. ¿Quién podrá medir la deuda que tenemos con el Espíritu Santo? Desde que nacimos, al ser regenerados en el Bautismo, ese Divino Espíritu se comunicó a nuestras almas, imprimió el primer ósculo de amor en ellas, y a partir de ese momento no deja de trabajar con divina actividad, de tal manera que si el alma corresponde, si es fiel, el Espíritu Santo la lleva de claridad en claridad, de gracia en gracia, hasta la suprema transformación, que es la transformación en Cristo. Gracias que purifican, son las primeras; luego gracias que iluminan; hasta que al fin inunda a las almas la gracia suprema del amor. Cuando llegan a sentirse como en un festín de [244] bodas, es decir cuando el alma se siente llamada "esposa", cuando contempla sin rubor la faz divina, y en una sencillez encantadora no solamente acepta, sino pide como la esposa del Cantar: “Béseme con el beso de su boca..." verdaderamente en esas alturas sublimes se realiza plenamente la obra del Espíritu Santo. El preside todos esos actos no como un simple testigo, sino como un agente principal. En el alma que adora, que complace a Dios y que se goza en la gracia de Dios, está la obra maestra del Espíritu Santo, queda realizada la transformación en Cristo y el testimonio de Cristo en dichas almas, es obra del Espíritu Santo. Quien ha llegado a esto, se convence plenamente de la bondad de Cristo, de la grandeza del Sacrificio de Cristo, da testimonio por su propia vida, de lo que ha merecido el gran Sacrificio, y se convierte en glorificador de Cristo ante el Padre, ante el mismo Espíritu Santo, ante todas las criaturas, aun ante los enemigos de Dios, Dice San Pablo: "En Dios vivimos, nos movemos y existimos"... Pues las almas transformadas respiran a Dios, vivenla vida de Dios, vida que alienta el Espíritu Santo. En El se mueven y existen; puede decirse que Dios las endiosa, por la obra suprema de la gracia y del amor. Aquello por lo que Cristo vino al mundo, por lo que quiso ser crucificado; aquello que anhela Su Corazón; esa sed de amor, de comprensión, de unión, queda realizado por el Espíritu Santo. Si nosotros no sabemos realizar esas cosas ni sentirlas, el Corazón de Cristo sí las supo sentir y las comprendió. Por eso, en la hora suprema de su inmolación, al contemplar como Dios el plan universal de su redención, al contemplar la santidad en las almas, el Corazón agradecido de Cristo se vuelve hacia el Santificador y le da gracias porque en esas almas santas Jesús realizará la gloria de su Padre, porque ellas repetirán su Palabra, Palabra que ilumi[245]nará, que enseñará, que alabará y glorificará para siempre al Divino Padre. Y así como ha querido que el Sacrificio de la Cruz se perpetúe en los altares, se 161
sigue perpetuando también esa alabanza. ¡Qué grande, qué hermoso, pensar que nosotros, en nuestra pequeñez, podemos sacar también de ese Augusto Sacrificio de Acción de Gracias, lo que necesitamos para responder y corresponder debidamente a los dones que hemos recibido del cielo, a los dones que nos ha hecho el Santificador de las almas! ¡Ojalá, amadas Hermanas, que comprendiéramos estas cosas y las viviéramos! ¡Ojalá que hiciéramos uso de esos tesoros que Cristo puso en nuestras manos! Cuando nos sintamos impotentes para agradecer lo que Dios nos ha dado, cuando no sepamos qué decir al Espíritu Santo en presencia de sus dones inmensos, recurramos al Sacrificio de Cristo, ofrezcámoslo al Espíritu, como acto supremo de amor y gratitud. El estado de cada una de las almas es conocido solamente por Dios; pero ciertamente las gracias que cada una recibe son muy grandes, y mayores aún las que le falta recibir. ¿No es acaso la gracia de las gracias la perseverancia final, la transformación en Cristo, el consumar una carrera felizmente? Es mucho lo que hemos recibido y recibiremos más todavía. Todo es don del Espíritu Santificador, gracias merecidas por Cristo, pero aplicadas por el Espíritu Divino al alma. Ahora sabemos que hemos recibido tesoros de gracia, pero lo que ignoramos es la magnitud de los que tenemos que recibir. Y ¿quién, amadas Hermanas, no tiene una ilusión muy grande, una santa ilusión de recibir cada día más y más para poder llegar a Dios y darle más gloria? ¿Quién no sueña con un amor que iguale a los ángeles del cielo, con un amor que supere si fuera posible al amor de los serafines? Pues no son sueños irrealizables; el Espíritu [246] Santo puede hacerlos una hermosa realidad; El guarda para nosotras gracias insospechadas, ¡El quiere dárnoslas! Debemos adelantarle nuestra gratitud inmensa. ¡Bendito sea el Señor que nos ha concedido disponer del Sacrificio de Cristo! Podemos decir que a cada instante podemos pagar nuestra deuda. ¡Bendito sea el Señor porque también en la eternidad tendremos el poder de dar gracias a Dios por todos esos beneficios con alabanzas eternas, y nuestra adoración se alternará con nuestra acción de gracias! Explotemos, amadas Hermanas, estos tesoros riquísimos que poseemos en nosotros mismos. Hagamos que el Espíritu de Dios sienta en nosotros aquella gratitud inmensa del Corazón de Cristo, aquella gratitud que manifestó sobre todo al inmolarse en la Cruz. ¡Qué hermoso que los hijos de la Cruz, sintiendo con Cristo y como Cristo, ofrecen esta alabanza perenne a la Trinidad Santísima! ¡Qué hermoso que los hijos de la Cruz encuentren allí el secreto del amor infinito, la perfecta acción de gracias, manifestación suprema de amor! La gratitud encierra 162
muchas virtudes, pero es sobre todo amor. ¿Qué cosa falta pues, para complacer a Dios? Tenemos derecho al Sacrificio de Cristo y con él somos herederos del cielo; ante ese Sacrificio la mirada del Padre se dirige complacida, porque la inmolación de Cristo atrae al Espíritu Santo y glorifica a la Trinidad Santísima. Es nuestro el Sacrificio de Cristo, y por la gracia de Dios, tenemos una grande voluntad, una firme decisión de llevar al altar nuestra contribución, nuestro amor, nuestro propio sufrimiento para que allí se divinice. Allí radica el secreto de la fecundidad; secreto por el que cualquier alma de la Cruz puede alcanzar gracias del cielo para toda la humanidad; secreto que, sobre todo, permitirá a las almas santas conmover el Corazón de Dios. Almas sacerdotales como sois vosotras, debéis [247] hacer objeto de vuestras meditaciones estas cosas. Debéis vivir vuestra vida en el altar, sabiendo que poseéis el sacerdocio espiritual que os permitirá ofreceros a la Víctima divina; y al ofreceros recibiréis las gracias del Espíritu Santo y realizaréis la gloria del Padre Celestial. Así lo hizo la Santísima Virgen desde el primer momento de su ser. ¡Unios a la Víctima santa para agradecer, para adorar, y sentiréis por propia experiencia cómo el Espíritu Santo purifica, ilumina, une, y al unir nos hace contemplar, alabar y cumplir el gran deber que el hombre tiene para con su Dios: el reconocer la Majestad Infinita del Sacrificio de Cristo. Vivamos muy unidos al Espíritu Santo para rendirle nuestras acciones de gracias, para alabarlo, para bendecirlo por esa obra que esperamos consumar en nosotros: la obra suprema de nuestra transformación en Cristo, es decir la obra suprema de nuestra santificación. ASÍ SEA.
Retiro predicado por Nuestro Padre a las Religiosas de la Cruz, Orizaba, Ver., el 20 de mayo. (248) Sobre la reparación. (248) Muy amadas Hermanas en Cristo Nuestro Señor: Hemos considerado el Sacrificio de la Cruz, o sea el Sacrificio del altar como la Adoración suprema y la Acción de gracias perfecta para cada una de las Personas de la Trinidad Santísima. Nuestras almas han gozado inmensamente al considerar lo que es la Adoración, esa unión de amor qué nos ata indisolublemente a nuestro Dios, contemplando la grandeza divina y anonadándose ante ella. Gozamos considerando la felicidad de quien sabe adorar, de quien hace de su vida una continua adoración, viviendo aun en la tierra la vida de los bienaventurados del cielo, donde eternamente se alaba al Señor en un Trisagio que nunca habrá de terminar. 163
Y vimos cómo la Adoración, la contemplación divina, nos lleva como de la mano a la Acción de Gra[248]cias. Gracias ante todo por la gloria de Dios, por la grandeza de Dios, por todo lo que ese Ser Omnipotente que es Dios, quiso comunicar a sus creaturas. Y al encontrar en el Santo Sacrificio de la Misa la fórmula perfecta de la Acción de gracias, sentimos en nuestras almas un grande consuelo, una grande seguridad de que nunca llegará a faltarnos esa acción de gracias que el cielo reclama. Ahora tenemos que considerar otro aspecto del Santo Sacrificio, uno de sus fines, y es el de la REPARACIÓN. Si todas las almas dieran gracias, si todas mantuvieran esa filiación dulcísima que deben tener con Dios, ¡qué hermoso sería! Pero el hombre con frecuencia se aleja de Dios, no le rinde al Padre Celestial el honor que se le debe, no agradece, no tiene en cuenta el Sacrificio del Hijo y desprecia las gracias del Espíritu Santo. Lejos de tener esa unión íntima que debe, se rebela contra el Ser perfectísimo al que sólo se debe amor. No se necesita mucho para que nos demos cuenta de los estragos que en el mundo hace el pecado. ¡Cómo se violan todas las leyes divinas y humanas! Parece haberse enseñoreado el hombre contra Dios, encendiendo en todas partes la tea de la discordia, haciendo que los hombres riñan unos contra otros, haciendo que la injusticia se establezca como un código; penetrando hasta el santuario. Toda la tierra se encuentra desolada porque se ha levantado contra su Dios. Los santuarios profanados, los ministros de Dios perseguidos; en una palabra, el pecado enseñoreándose del mundo. Y esto, amadas Hermanas, por ser una ofensa al Amor infinito, a Aquél que contemplamos como digno, infinitamente digno de ser amado y que exige del hombre una constante acción de gracias. Puede decirse que en cada instante, en cada momento es despreciado el Amor Infinito. Entonces la Justicia divina que es tan sabia y tan grande como la Misericordia, como la Bondad; la Justicia divina que es un atributo amadísimo de Dios, está exigiendo una REPARACIÓN. [249] Ya sabemos cuál fue el precio de la Reparación al primer pecado, al pecado original. La gloria divina exigió una reparación que diera el mismo Dios hecho Hombre. Quedó satisfecha esa deuda y puesta ya la humanidad en actitud de entrar al cielo si permanecía fiel a la gracia. Pero la humanidad se ha vuelto contra su Dios, contra su propio Redentor. No solamente los judíos, los que pusieron a Cristo en la Cruz; hoy vuelven los hombres, los que ya saben lo que es el Misterio de la Redención, a levantarse contra su Cristo, contra el Unigénito del Padre. Y ofenden al Padre y ofenden al Hijo y ofenden al Espíritu Santo. Entonces la 164
Justicia divina está exigiendo una reparación; y hoy como ayer, el Único digno de ofrecer las reparaciones convenientes a la Justicia divina es Cristo. Por eso quiso quedarse e inmolarse, ofreciéndose todos los días en los altares. Y a la multitud de pecados presenta El la fuerza arrolladora de su Sacrificio. Pero busca también almas que completen con El esa misión de reparar y se dirige a ese grupo de almas fieles que nunca han faltado en la Iglesia desde que Cristo vivía, grupo encabezado por la Santísima Virgen, por los Apóstoles, por aquellos primeros discípulos de Jesús, que han venido aumentando cada vez con nuevas almas fieles al Amor de Dios en medio de la defección universal. El mismo Señor las suscitó como un consuelo a la Iglesia de Dios. El Espíritu Santo las escoge y las sella con el sello de los escogidos y el Padre Celestial las manda a este mundo para que le ofrezcan las reparaciones convenientes por el desprecio que se hace de sus dones, por las ofensas que se le han hecho al mismo Padre. Esas almas tienen como misión la misma de Cristo, la de inmolarse, la de ser víctimas estrechamente unidas a Cristo. Y estas almas en esa misión han recibido gracias insignes del cielo, porque si el origen del pecado es [250] la falta de amor, la soberbia, la ingratitud, estas almas han de llevar un amor inmenso, deben darle a Dios todo el amor inmenso, debe darle a Dios todo el amor que le niegan las criaturas; estas almas han de ser muy agradecidas. ¡Qué comprometedor es su papel! Pero al mismo tiempo ¡qué consolador! Porque, según estamos meditando, en la gran misión que han recibido, éstas almas no están solas; vienen precisamente a este mundo para acompañar a Cristo. Entonces van a encontrar en el mismo sacrificio de Cristo la fuente inagotable del amor, de la generosidad, que las tiene que inmolar constantemente a la gloria del Padre y de la Trinidad Santísima. otras?
¿No habéis oído decir que las gracias despreciadas por unas almas Dios las da a
Todo ese amor despreciado, quiere Dios comunicarlo, pasarlo a otras almas fieles y desde luego a las almas reparadoras, a las almas víctimas. Por eso ellas viven entregadas constantemente al amor de Dios pues vienen a compensar al Señor todos los honores que se le niegan. Pero el mismo amor que le tienen a Dios y el celo que experimentan por la gloria divina, las impulsa al sacrificio. Es así como aman por todos los que no aman, sufren por todos los que no sufren. Son, en una palabra, verdaderas imágenes de Jesús. El mundo, que no comprende estas cosas, compadece a quienes descubre llevando sobre los hombros la Cruz de Cristo; pero eso que forma el escándalo del mundo, constituye la admiración de los ángeles. ¡Cómo suspiran ellos por poder sufrir al igual que nosotros, para descargar la pesada Cruz que Cristo lleva sobre sus hombros! Si el papel del Oasis es el del conuselo, supone al mismo tiempo el de la reparación, porque antes de consolar, hay que reparar la ofensa y después llevar la 165
obra hasta su fin, perfeccionarla proporcionando no sólo la reparación, sino también el consuelo. Pues bien, amadas Hermanas, quien ha sentido en su cuerpo o en su alma el estímulo al pecado, quien ha sentido su fragilidad, la constancia y tenacidad de la lucha; quien ha tenido que medir sus fuerzas con sus [251] enemigos poderosos que son los enemigos de Dios; quien ha visto caer en torno suyo almas que estaban tan bien dotadas; quien ha visto caer a los cedros del Líbano, almas que parecían gigantes; quien ha visto continuamente en torno suyo la miseria del pecado, es natural que se llene de temores y se pregunte: ¿Seré yo acaso un renegado, uno de éstos que recibieron dones de Dios y los despreciaron...? ¿Seré también uno de esos cedros que habiendo crecido mucho, favorecidos por la gracia, acaban por venirse a tierra? Y aun no siendo así, en vista de tanta miseria, en vista de tanta debilidad, ¿podré yo cumplir esta misión reparadora?... La verdad, amadas hijas, es que sí, contando con la gracia de Dios; si el hombre no tuviera más que sus propias fuerzas y contara con sus propios méritos, sería muy probable que acabara por desalentarse. Pero de nuevo aparece ante nosotros el Gran Suficiente, Aquél Jesús, burlado, despreciado; Jesús que abrió sus brazos para ser crucificado, aparece de nuevo y vuelve a ofrecerse y nos pide que vayamos a El y que unamos a El nuestra vida, nuestro sacrificio y que establezcamos con El una alianza perfecta que nos unamos a El con unión indisoluble. Si el mundo es ingrato, el Sacrificio no cesa, y allí está Jesús, el mismo Jesús, para complacer a las almas, invitándolas a esa adoración, a ese amor, adoración en espíritu y en verdad. Lo mismo está allí para ser la acción de gracias que para ser la Víctima de reparación, y entonces no nosotros, sino Cristo en nosotros, la Víctima Divina, nos dará el poder de convertir nuestro amor y nuestros dolores en algo que llena de complacencias al Padre Celestial y que suple la ingratitud que supone el pecado. ¿Qué sería de nosotros sin el Sacrificio de Cristo? Y ¿qué sería del mundo sin las almas que quisieron hacer suyo ese sacrificio? Claro que por parte de Jesús todo estaba consumado, pero por parte de las almas, nada podrían ellas [252] si no se uniera a la Voz divina del Verbo Encarnado que ofrece alabanzas a su Padre y a la Trinidad-Santísima, aquella otra alabanza y reparación que corresponde al hombre. Gracias a Dios no ha habido un siglo que no vea levantarse esas almas enamoradas de la Cruz, que se acercan a la Cruz de Cristo para sacar de allí pureza y generosidad. Y en los tiempos en que nosotros vivimos, contemplamos ese nuevo triunfo de la misericordia de Dios. En medio del mundo del pecado, Dios quiso formarse un Oasis de paz y de amor, de reparación y de consuelo y nosotros nos hemos acercado a ese Oasis como el siervo sediento a la fuente, no tanto para encontrar un descanso, no tanto por saciar nuestra propia sed, sino por darle un consuelo al Divino Salvador de las 166
almas, para apagar con nuestros sacrificios la sed de amor de Aquél que siendo poseedor del amor infinito, quiso buscar el amor de sus creaturas. Tenemos escrito que hemos de llegar al Oasis, no para buscar descanso, sino para consolar, y entonces viene a trabarse una lucha en el alma: por una parte quisiera llegar al Oasis, por otra quisiera prolongar su desierto porque sabe que así aumentará el caudal de los consuelos para el Amado. En alguna parte de nuestros manuscritos se dice que al claustro hay que ir a sufrir para proporcionar consuelos, no a buscar consuelos. No debemos extrañarnos de sufrir, sobre todo esa clase de sufrimientos que son peculiares del Oasis, son naturales, deben existir. Y ¿cuál es mi Oasis? ¿Será el cielo? Mi Oasis es el Corazón Divino de Cristo, pero aquí todavía debo consolar, para recibir consuelos en el cielo. Según la multitud de mis dolores, regocijaron mi alma tus consuelos. En la medida de los dolores del Oasis en este mundo, serán los consuelos inmensos que tenga en la eternidad. Y cuántas almas, Dios lo sabe, vendrán de todas las partes del mundo a ese Oasis con el fin bien marcado de consolar el Corazón de Cristo, para reparar las ofensas al Amor infinito, para darle satisfaccio[253]nes a aquel Dios a quien se ha tratado como al peor de los criminales; a ese Amor infinito a quien se ha humillado, posponiendo siempre el Creador a la creatura, dándole preferencia a la creatura. Esto que para otras almas causa una verdadera indignación, una santa indignación y que lo van sintiendo a medida que van teniendo conciencia de ello, es causa de mucho sufrimiento. Se va desarrollando en ellas la inteligencia, quizá desde el momento en que despuntó el uso de la razón. Tal vez sin dificultad se va sintiendo una necesidad de amar con amor especial, y también la necesidad de unirse en una unión especial. Es así como va siendo hostia. Siempre que os sorprendáis amadas Hermanas, pensando en vosotras mismas; siempre que por motivo de esa contemplación quiera invadiros el desaliento, pensad que os debéis todas a Dios; que aquí no debéis pensar en vosotras sino en El, estar con los ojos pendientes para satisfacer la voluntad divina. Para el Oasis sobre todo es el Sacrificio de la Cruz; para el Oasis es el fruto de ese Sacrificio: EL ESPÍRITU SANTO. Por eso El es el Director del Oasis. Renovémonos amadas Hermanas, en nuestra santa vocación; estimulémonos más en la oración, y que todo se haga en la paz del Espíritu Santo. El Oasis es lugar de paz porque es la morada de Dios, porque el Espíritu Santo lo anima. En esa paz, con toda la serenidad del cielo, con toda la paz divina de la eternidad, debemos ir pasando las gracias, los sufrimientos, todo lo que nos presenta el tiempo. Esto es lo que admira tanto a los mundanos, contemplar la majestuosa serenidad 167
de las almas, poseídas del Espíritu Santo, ver cómo reciben las grandes pruebas en la másprofunda serenidad del alma. Ese es el cielo anticipado. Renovemos nuestros propósitos, y que todo esto nos sirva para estimar más la grandeza del Sacrificio de Cristo. Si El quiso dejar para el Oasis todo lo grande y el mérito del Sacrificio, que nosotros sepamos [254] también disponernos a aprovechar ese don y esas gracias, de manera que si el Sacrificio de Cristo es para el Oasis, el Oasis sea para el Sacrificio de Cristo. ASÍ SEA.
Espíritu de Reparación. (255) Segunda meditación - mayo 20 - 1952. Muy amadas Hermanas en Cristo Nuestro Señor: Estamos viendo la necesidad de la reparación, y cómo ésta podemos ofrecerla a través del Sacrificio de Cristo en el altar. Reparación al Padre en primer lugar, por el pecado en general y especialmente por el desprecio de sus dones, el don de su Hijo, el don de su Espíritu Santo. Para comprender la miseria del hombre cuando desprecia a Cristo y lo que puede sentir digamos, el Padre Celestial que nos lo dio, habrá que recordar las palabras del Apóstol San Juan: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su propio Hijo"... No encontró otra manera de manifestar el amor infinito ese Padre Celestial, el amor que tenía a los hombres, sino dándoles a su propio Hijo divino; ese Hijo en el que encuentra sus complacencias, que es su imagen perfecta, por quien ha hecho todas las cosas. Celosísimo de la gloria de su propio Hijo, el Divino Padre puso en sus manos todas las cosas. Y el Misterio de la Encarnación, misterio de amor, de misericordia, fue ocasión de descubrir a los hombres el amor del Verbo que encarnara y el amor de aquel Padre que nos diera a su propio Hijo. Y cuando el mundo responde con desprecios, cuando el mundo lleno de malicia crucifica a Cristo y le sigue crucificando por el pecado, es muy explicable que el Padre Celestial se sienta profundamente airado, con todos aquéllos que han despreciado sus dones. La manera de reparar esta ofensa, es amar al Verbo, darle aquel aprecio que el mundo pecador le niega. [255] La manera de reparar es hacerle sentir al Verbo todas las delicadezas del amor paternal. Es, en una palabra, corresponder a los designios del Padre Celestial. ¡Ojalá que todos los hombres pudieran, imitando en cuanto es posible a la Santísima Virgen, recibir como en un cielo de amor a ese Verbo y ofrecerle una morada purísima y siempre un corazón que latiera para El. Que ese amor, como el de la Santísima Virgen, tuviera marcado el amor paternal 168
y tuviera para Jesús todas las delicadezas, toda la ternura que de hecho tuvo el Corazón de María, trasunto del amor del Divino Padre para su Hijo. Esta es, amadas Hermanas, la única reparación que puede pagar satisfaciendo la justicia divina y el amor despreciado de nuestro Padre Celestial. Pero también para esto tenemos que recurrir a Cristo Crucificado; también para esto tenemos que recurrir al altar de nuestro Sacrificio y ofrecer esa Víctima. ¿Quién sino El, Verbo Encarnado, Víctima santa, podrá aplacar la Justicia divina? ¿Quién podrá revestirnos de sus méritos y hablar por nosotros a su Padre Celestial? ¡Ojalá que hablara para decirle al Padre nuestra buena voluntad, el deseo de complacerlo, el deseo de darle cada día más y más la pureza del amor y entregarle por completo el celo por su gloria, fruto del amor sacrificado, reparación de amor! Todo esto lo tenemos en la mano cuando nos acercamos al altar del Sacrificio. Os hablaba de reparación y os explicaba cómo además de esa reparación, el Corazón de Cristo espera los consuelos de los hombres; éste fue el plan que tuvo para el Oasis, poder encontrar almas consoladoras. Jesús, en el afán de salvarnos y hacernos aparecer hermosos delante de su Padre Celestial, quiere El mismo revestirnos de sus méritos. Nos aconseja lo que tenemos que hacer y por eso se dignó revelarnos el secreto de su amor para con su Padre a [256] fin de que comprendiéramos más la grandeza de ese amor y el gozo indecible de amarlo también con ese amor. Por eso, ¿qué podríamos hacer sin El? El nos acerca a su Cruz, nos reviste de su propia hermosura y deja en nuestros corazones aquel Espíritu del Padre, por el cual podemos clamar: "HIJO MIO"... Para esto es necesario obtener también el Don de ese Espíritu, que si fue el Don de Cristo, fue también el Don del Padre y por lo mismo, si se desprecia, se desprecia el amor del Divino Padre. Tanto Cristo Nuestro Señor, como su Padre, están empeñados en que nosotros estimemos ese Don, el que nos ha de dar plenos poderes para reparar las ofensas al amor. Y ¿cómo? ejercitándonos en amar, ya que el amor repara. Así pues, revestidos de la hermosura de Cristo, revestidos de sus propios méritos, podemos acercarnos a nuestro Padre Celestial y decirle cómo amamos a su Hijo, cómo le agradecemos ese Don, cómo queremos vivir para El!.. Reparación, pero reparación de amor y de sacrificio porque esto implica la idea de la reparación; supone siempre alguna víctima. Ahora bien, la víctima tiene que ser de amor y por eso la preparación para el ofrecimiento de víctima tiene que ser preparación de amor. La víctima perfecta es la víctima de amor, y cuando se ha purificado es cuando está preparada para ser víctima. En la antigua Ley, la víctima se escogía entre los animales más perfectos. Así las 169
almas víctimas tienen que ser escogidas entre las más perfectas con esa perfección de amor. No se comienza siendo víctima y pecador al mismo tiempo; primero tenemos que perfeccionarnos, tenemos que ir sufriendo esa transformación lenta a veces. Sólo Cristo fue Víctima perfectísima desde el primer instante y lo mismo la Santísima Virgen. Necesitamos ir paso a paso, hasta que llegue el momento en que estando el alma llena de amor, pueda ofrecerse en holocausto. Hostia pura, Hostia santa, Hostia inmaculada; esa [257] Hostia es Jesús, es el modelo de todas las víctimas. Para que pueda decirse sobre nosotros Hostia Pura, Hostia Santa, Hostia Inmaculada, necesitamos purificarnos y para ello ¡cuántos sacrificios!.. La víctima no se inmolará sino en el último momentó, cuando llegue a alcanzar toda su blancura; antes de esto es aprendiz. Cuando apenas se ofrece como víctima, es un principio. Como el que está estudiando una carrera, va poco a poco hasta recibirse. Quizá toda nuestra vida tenemos que ser aprendices de víctimas y solamente cuando se haya recurrído a la transformación, solamente cuando el alma se haya purificado, podrá ser de veras víctima a los ojos de Dios. Dios recibe primero la buena voluntad, pero despues recibe ya la víctima. Y ¿saben por qué tanta exigencia? Porque la única Víctima que cuenta ante el Divino Padre es su Hijo y todos aquéllos a quienes El contempla en su Hijo. De manera que si nosotros no estamos unidos a la Cruz de Cristo; si no somos otro Jesús, Jesús Crucificado, el Padre no contemplará esa Víctima, contemplará al pecador que necesita perdón, al objeto de la misericordia divina, pero no contemplará propiamente la víctima. Se requiere forzosamente esa unión con Jesús Crucificado, pero la unión con Jesús supone una grande pureza de alma; digo cuando se llega a Jesús Crucificado para adherirse a El, para transformarse en El, para ser lo que El fue, para ofrecerse como El se ofreció. Pero también esto puede acelerarse si nosotros sabemos aprovecharnos de ese ofrecimiento que Jesús nos hace en el Santo Sacrificio, cuando pone a nuestra disposición toda la grandeza de su Sacrificio. He hablado especialmente del desprecio de las almas hacia Cristo; pero también debemos reparar por el desprecio de la gracia; despreciamos el amor, despreciamos lo que se llama el don de dones y esa repa[258]ración exige necesariamente el amor; y aquí, tanto por complacer al Divino Padre, como por complacencia propia. Cristo Nuestro Señor vuelve a ofrecernos su propio Sacrificio, vuelve a incorporarnos a su Sacrificio. ¿No es verdad que tenemos todas las cosas en nuestras manos y que lo único que se nos pide es buena voluntad y generosidad? 170
Hermosa es la reparación que borra todo pecado porque hace olvidar ofensas. Hermosa porque restituye amor; hermosa porque da satisfacciones a la Justicia divina. Hermosa porque a los abismos de iniquidad viene a sustituir abismos de gracia y de amor. Hermosa en fin, porque viene a hacer de todos los miembros de Cristo una sola cosa con El, un mismo cuerpo, un mismo espíritu y todos amparados por un mismo Padre. Esta doctrina es la doctrina básica de la Cruz. Siempre que queramos pensar en un modo de perfección propio, peculiar del Oasis, ciertamente encontraremos que éste es el espíritu propio de las Obras de la Cruz, particularmente de los Oasis. Y ¡qué consolador pensar que a realizarlo nos ayuda la misericordia divina!, que el Padre Celestial no le niega a nadie nada, ni al más miserable de sus hijos. Siempre tendremos el recurso al Sacrificio de Cristo; es un medio de salvación universal. Allí están las almas que solamente por intercesión de otras reciben los beneficios de ese Sacrificio y ¿qué no conseguirán las almas que se enamoraron de ese Sacrificio, que lo ofrecen, que lo aman, que constantemente lo están explotando? ¡Cuánto debemos amar nuestro Sacrificio Eucarístico! ¡Cuánto debemos amar la Cruz de Cristo! ¡De veras, amadas Hermanas, debemos vivir en el altar con la presencia corporal siempre que sea posible! Allí es donde El quiere que nos encontremos. Y que procuremos estar presentes siempre en nuestro altar, con el afecto, con el corazón. Y después en la persona de los ministros que ofrecen el Sacrificio, unidos a sus intenciones, pi[259]diendo por ellos, sosteniéndolos para que realicen la más alta perfección, como conviene al estado sacerdotal. Que estas pláticas enciendan en nosotrosuna vez más el deseo de la Reparación. Y sabiendo el modo más perfecto para conseguirla, que enciendan también y con más intensidad en nuestras almas el amor al Sacrificio de Cristo, el amor a nuestro altar, el amor a nuestra Misa. ASÍ SEA [260]
Retiro predicado por Nuestro Padre en la casa de la Cruz, de Orizaba, Ver., el 17 de junio de 1952. (261) Sobre el espíritu de reparación. (261) Muy amadas Hermanas en Cristo Nuestro Señor: Estamos meditando en la necesidad de la Reparación y vimos esa necesidad respecto al Padre y el medio de tributarle dicha reparación. Ahora veremos la misma necesidad para con el Hijo. Es preciso ofrecerle a Jesús reparación por la ingratitud humana; por el 171
desprecio de sus dones; por el desprecio de la gran revelación de su amor; desprecio por la gran revelación de Su Padre Celestial, del amor al Padre, y por el Don de su Espíritu. Se necesita toda la humildad de un Verbo hecho Carne, todo el amor de un Dios, para poder pasar en silencio los grandes pecados del mundo, la enorme falta de la humanidad hacia ese Divino Redentor, la enorme ingratitud humana. Jesús, que lleva en su alma, en su corazón, los sentimientos más puros de gratitud; El, que se exhibe como modelo para ese amor agradecido a su Padre Celestial; El, que no deja sin recompensa ni el vaso de agua dado en su nombre; El, que está pendiente de premiar la menor de las obras que hacemos; El, que responde conmovido a los menores movimientos de bondad, de ternura, de delicadeza de nuestro corazón, se siente profundamente herido al contemplar la ingratitud humana. Así como la gratitud encierra muchas virtudes y es siempre un índice de nobleza en quien la tiene, así como la gratitud es la flor más delicada del corazón, el defecto contrario podemos decir que es como la negación del amor, es el desconocimiento de los derechos divinos y de los derechos humanos. Quizá por esto, amadas Hermanas, cuando el Corazón de Cristo quiso manifestar sus sentimientos a Santa Margarita María, le hizo mención especial de [261] la ingratitud humana, y es necesario que el mundo se dé cuenta de estas cosas; es necesario que sobre todo las almas escogidas se den cuenta de que por el hecho de serlo, han recibido gracias extraordinarías de Dios y a ellas, por habérseles dado mucho y perdonado mucho, les obliga de una manera especial el agradecimiento con Dios Nuestro Señor, la gratitud al Divino Salvador que con su Sacrificio y su amor expió los pecados de los hombres y que todos los días sigue ofreciéndose como Víctima en reparación de tantos pecados de la humanidad. El papel reparador de Cristo nunca cesa; mientras haya un pecado que expiar sobre la tierra, allí estará la Víctima divina ofreciéndose en los altares. Y esa Víctima quiere que sintamos como Ella, que nos unamos en ese papel reparador; quiere pasar a nuestros corazones sus propios sentimientos; quiere que muchas almas se ofrezcan a reparar todas las ofensas que se hacen a Dios. Y se queja el Corazón de Cristo y exige la reparación, porque olvidándose de Si mismo, tiene presente aquello que con tanto amor nos dejó, a lo que El deseaba darle un valimiento especial: las grandes lecciones de Su Corazón. He querido mencionaros en primer lugar la gran de revelación de su amor al mundo, que es la revelación del Padre Celestial. Ya sabemos que en este mundo quiso ante todo Cristo darle gloria a su Padre; por darle gloria encarnó y murió, y quería especialmente para su Divino Padre la gloria del amor, esto es lo que sintetiza todo. Cuando la humanidad desconoció ese amor y no quiso escuchar la Palabra Eterna del Padre; cuando cometió ese error de errores de negarse a escuchar la Palabra de verdad, entonces se infirió la ofensa más grave a Cristo; se desconoció su misión, se despreciaron sus secretos de amor, los que con infinita bondad quiso revelar 172
al mundo. Y esto, amadas Hermanas, es el pecado de todos los tiempos, porque hay muchos que ignoran los secre[262]tos de amor de ese Corazón Sagrado. Es cierto que no han faltado almas que comprendan a Cristo. Encabeza ese grupo la Santísima Virgen. Y están también los discípulos de Jesús, las almas escogidas que no han faltado en todos los tiempos; pero no basta eso a los designios divinos, porque si Cristo quería que todas las criaturas glorificaran a su Padre, especialmente quería esa gloria de parte de las almas capaces de amar. La naturaleza glorifica a su Creador; todos los días se hace una realidad hermosa la aclamación de la Escritura Santa: "Los cielos cantan la gloria de Dios y el firmamento publica las obras de sus manos"... pero los hombres que tanto recibieron, las almas que se llaman escogidas, aquéllas para quienes Jesús no tuvo secretos porque les reveló todo lo que llevaba en su Corazón, cuántas veces no corresponden, se niegan a secundar los planes divinos. Por lo tanto han inferido también una grave ofensa al Salvador, han despreciado su ideal de glorificar al Padre y a cada una de las Divinas Personas. Y nosotros que hablamos de estas cosas ¡cuánto tendremos también de deudas con la justicia divina! ¿Podríamos sinceramente asegurar que ha sido verdaderamente la preocupación de nuestra vida secundar los ideales de Jesús? ¿Podríamos asegurar que la revelación que El nos ha hecho del amor a su Padre ha venido a formar el ideal de nuestra vida y que nuestros corazones vibran de amor por ese Padre, y que en todas nuestras acciones buscamos su gloria, esa gloria especial que Cristo vino a enseñarnos? Si no es así, amadas Hermanas, ¡estamos en gran deuda con Nuestro Señor¡ Jesús habló claramente para todos, no podemos sentirnos excluidos de esa revelación; no podemos pensar que haya querido ocultarnos ese secreto de su Corazón. Allí está el Evangelio que se predica en todo el mundo. No ve el que no quiere ver; no escucha el que no quiere escuchar, y para suplir nuestra miseria humana, Jesús, con Su Sacrificio nos dio también su Espíritu para que podamos comprender sus palabras. [263] Si no hemos llamado al Espíritu Santo para que nos ilumine, la culpa es nuestra; y no debemos sentirnos tranquilos porque no haya pecados graves en nuestra conciencia, pues también se peca contra el amor cuando no se corresponde a El. También se causa una ofensa, una herida muy delicada al Corazón de Cristo cuando no se entra en su modo de sentir, en su modo de pensar, especialmente respecto a su Padre Celestial. Por eso amadas Hermanas, todos los días, cuando ofrecemos la Hostia de adoración, de acción de gracias, de reparación e imploración, no debemos olvidar que nosotros los escogidos, los predilectos, los que recibimos la revelación del Padre y el Don del Espíritu Santo; nosotros los llamados al Oasis, tenemos mucho, muchísimo que reparar. 173
¡Ojalá no fuera así! Ojalá que sólo tuvieramos que llevar al altar nuestras reparaciones por la ingratitud de los demás, pero no por la propia ingratitud de nuestras almas. Sólo Dios sabe hasta qué punto llega esa ofensa, pero lo cierto es que todos debemos ofrecer actos de reparación. ¡Qué bondad de Cristo que se ofrece El mismo a reparar por nosotros! Es una realidad lo que digo, El únicamente nos pide la voluntad para ofrecer estas cosas, para reparar, pero en verdad es Cristo mismo quien repara por nosotros. Nuestro venerado Padre Fundador, que tanto se distinguió en el amor al Divino Padre, nos dice que fue después de muchos años cuando descubrió este secreto de amor. Claro que siempre vivió unido a Dios, pero él nos hablaba así seguramente para explicarnos que hasta después de muchos años logró descubrir aquel grande fuego que ardía en el Corazón de Cristo y que lo llevaba a buscar la gloria de su Padre Celestial. Si esto dice tan grande santo, tan grande apóstol como fue nuestro Padre, ¿qué diremos nosotros? Yo diría que un solo segundo de vida no consagrado a la gloria del Padre, ya nos hace responsables y nos exige una reparación. ¿Que no nos habíamos dado cuenta? Bueno, está [264] bien; pero como allí está el hecho, debemos pedir perdón y decir: ¡Señor, por mis olvidos, por mis negligencias, por mi ignorancia, por el tiempo en que desconocí tus dones, perdóname! Nuestro Señor estará dispuesto a perdonarnos. El se goza todos los días al ofrecerse en los altares, al ofrecer por nosotros mismos con el sacerdote celebrante y con las almas que a él se unen, todo lo que les falta para reparar debidamente tanta negligencia. El Padre de la Colombiere, según nos dice Santa Margarita María, estuvo en el purgatorio desde que murió hasta que lo enterraron, por algunas negligencias que había tenido en el amor divino. Así lo reveló Nuestro Señor a la santa. ¡Cuántas negligencias en el amor divino! ¡en el amor al Padre! ¡Cuántas tenemos cada día! Y Jesús no las quiere, no las acepta, porque El no las tuvo. No las tolera después de que se dignó hablarnos tan claro acerca de estas cosas. Si en algún tiempo no glorificamos al Padre porque no hubo quién nos explicara el Evangelio para decirnos lo que Jesús sintió respecto a su Padre, ahora que por la misericordia de Dios ha habido quién nos hable de esto, ya no tenemos ninguna excusa. Así pues, no se admiten negligencias; si se tienen, son culpables, exigen castigo y piden reparación Pero bien lo sabemos, nuestro gran Suficiente es Jesús; El es quien, conociendo nuestras grandes deudas, se ofrece todos los días en los altares. ¡Cómo debemos ser agradecidos con Jesús, alabarle constantemente por su inmensa caridad! ¡Cómo debemos tener presente siempre ante nuestros ojos la imagen 174
de Jesús Crucificado, la Hostia de nuestro sacrificio, la Cruz de nuestros altares! El mundo responde a todo esto con ingratitud. Ya lo decía Jesús en una de sus quejas a nuestra Madre: "La ingratitud ha sido como el pecado capital de los hombres; está como enraizada en ellos. ¡Qué poco se acuerdan de dar gracias a Dios!.." Entonces la conclusión es clara, debemos vivir, como decía San Pablo, dando gracias a Dios, gracias a Jesús porque nos ha permitido reparar nuestras faltas [265] con su grande Sacrificio. Por eso el Sacrificio de los altares es llamado EUCARÍSTICO, ACCIÓN DE GRACIAS. Gracias por nosotros, por todos los que debemos agradecer y no podemos. ¡Qué pobre sería nuestra gratitud si se quedara en los límites de nuestras fuerzas! Pero ¡cómo se transforma cuando se convierte en la gratitud misma de Cristo! Allí tenemos una de las grandes ventajas de unirnos al Sacrificio de Cristo todos los días en la Santa Misa. Hagamos uso de esta bondad exquisita de Jesús y procuremos hacer de nuestra vida al mismo tiempo que un himno de acción de gracias, un himno de glorificación al Padre Celestial. ¡Oídlo, amadas Hermanas, GLORIFICACIÓN AL PADRE CELESTIAL! ¿Por qué al Padre? Porque al Padre le ofreció Jesús su Sacrificio; porque al Padre le ofreció sus alabanzas; porque al Padre se ofreció Jesús como Víctima... PARA GLORIA DEL PADRE Y DE LA TRINIDAD SANTÍSIMA! ¡Que nadie en adelante olvide esta grande obligación que tenemos de glorificar al Padre Celestial y que nadie olvide que la omisión de ese deber es una deuda que exige reparación! Pero aquí la única reparación que Jesús acepta es la del amor. Si nos mortificáramos toda la vida, si nos debilitáramos con ayunos y maceraciones pero no tuviéramos el amor, de nada nos serviría. Millares de hombres fueron castigados por el Ángel exterminador, a una orden divina, por desconocer los favores divinos y volverse contra Dios; pero todas esas vidas segadas no alcanzaban ninguna gracia. En cambio una sola vida que se ofrece con amor y con amor se une a Cristo y por amor se inmola en la Cruz de Cristo, alcanza reparación universal también con Cristo. La reparación suprema es la del amor. Así es que no va a quedar satisfecho Jesús con que le digamos: Mira Jesús, en reparación por las ofensas a tu Divino Padre, hice un año de ayunos, [266] hice tales y tales penitencias... No, Hermanas, más bien debemos decirle: Mira Jesús, para expiar mis pecados, las ofensas que te hice olvidándome de tu Padre, ¡te ofrezco el grande amor que le tengo!.. Sólo esto puede dejar satisfecho el Corazón de Cristo. Las otras cosas también, pero nada más en cuanto suponen amor. Si no amamos, todo es inútil. Urge amar a nuestro Padre del cielo y amarlo siempre. Nunca acabaríamos de reparar la más pequeña negligencia en eso. Entonces mientras tengamos un instante 175
de vida, debemos aprovecharlo en amar. Es preciso vivir en el altar, unidos al Santo Sacrificio que todo lo repara. El acto supremo de reparación de nuestra vida, tiene que ser el acto de amor, el mayor amor que manifestemos a Dios al salir de este mundo, nuestro último acto de adoración, de acción de gracias... Nuestra última plegaria tiene que ser la del último ofrecimiento del Verbo, Víctima ofrecida en la Misa de los altares y en la Misa de nuestra propia vida. Pero también debernos inmolarnos en acción de gracias, porque el inmenso Sacrificio de Cristo está ordenado a entregarnos el amor infinito del Padre. ¡Qué grande es la bondad de Jesús! Hagamos de nuestra vida una acción de gracias, una adoración continua, una reparación constante, una súplica ininterrumpida. Y resumiendo las cosas en una sola palabra, hagamos de nuestra vida una Misa y de nuestra Misa una vida. De nuestra vida una Misa; de la Misa de nuestros altares y de nuestras almas, toda una vida. ¡Qué hermosa vocación, qué hermosa misión! ¡Vivir para el altar! Esas son las almas víctimas. La consumación del estado de víctima será cuando se haya consumado el sacrificio de la vida, injertado en el Sacrificio de Cristo. Quien deja este mundo en esas circunstancias, en el supremo acto de adoración, agradecimiento, reparación y petición, ¿qué otra cosa puede esperar sino gloria eterna, misericordia eterna? [267] Quien ha vivido verdaderamente su vida eucarística, su Misa, no tiene que temer el purgatorio. Las grandes purificaciones se realizaron allí en el altar; la gran misericordia, la de borrar todas las culpas, se realizo también allí en el altar del Sacrificio; después solamente tendremos que ofrecernos con el Espíritu Santo a la gloria del Padre Celestial. ASÍ SEA
Reparación por el desprecio al Don divino del Espíritu Santo. (268) Segunda meditación. Muy amadas Hermanas en Cristo Nuestro Señor: Debemos reparaciones al Hijo, como ya meditamos esta mañana, por la ingratitud, por el desprecio a sus dones, particularmente por la negligencia en cultivar el honor y el amor a su Divino Padre. Pero también se las debemos por el desprecio que se hace del Espíritu Santo, que es el Don del Padre y del Hijo. Decía Jesús a la Samaritana: ¡Si conocieras el Don de Dios!... ¡si conocieras el Espíritu de Dios! Y bien pudiera haber dicho: ¡Si supieras lo que va a costar ese Don...!
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Hubiera presentado ante los ojos atónitos de la Samaritana todo el cuadro doloroso de su Pasión; la hubiera hecho contemplar su muerte, su pasión exterior y su pasión interior. Sabía Jesús que el Espíritu Santo iba a formar todos los santos, todos los hijos adoptivos del Padre, todas las almas transformadas en Cristo; y que este divino Espíritu iba a derramarse en la tierra, en el campo inmenso de las almas, para llevarlas al seno de Dios transformadas y hermosas con la hermosura divina. Y el Verbo Encarnado quiso pagar con su Sacrificio el alto precio de ese Don, de esas gracias. ¡Cómo no hemos de ser culpables delante de Dios, por desconocer, por despreciar tal Don del Espíri[268]tu Santo y el precio que Jesús pagó por dárnoslo! Y si consideramos la perfección del Don, tan infinitamente amable, tan digno de nuestro amor, ¿cómo podremos pagar nuestra deuda y reparar nuestras ofensas? Jesús ansiaba la hora en que el mundo recibiría su Espíritu, ese Espíritu nuevo en que habían de clamar las generaciones futuras "abba pater"... Y vió llegar su hora y al sentir que se aproximaba, sus insinuaciones para con los discípulos eran cada vez mayores, tratando de formarlos, tratando de hacerlos comprender ese don inmenso: "Os conviene que Yo me vaya porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá y conviene que me vaya para que El dé testimonio de Mí..." El desconocimiento de este Don, todo lo que sea una ofensa al Espíritu Santo, repercute profundamente en el Corazón de Cristo. Es tan grande la delicadeza de este Sagrado Corazón; es tan grande la delicadeza entre las Divinas Personas, tan clara y profunda en el Corazón del Verbo hecho carne, cuando se refiere a su Padre o a su Espíritu, que por eso Jesús quiso morir, para indicarnos lo que es el Amor infinito, lo que es el Don del amor, y para que pudiéramos pagar la deuda, reparar las ofensas, agradecer la sangre preciosa que se derramó! El dolor de Cristo habla por nosotros al Amor Infinito y parece decirle: "Perdónalos porque no te conocen, perdónalos porque no saben lo que hacen cuando te desprecian, perdónalos porque son pequeños y miserables, perdónalos por el amor que te tengo, por mi Sacrificio; porque este amor y este sacrificio los pongo a disposición de la humanidad culpable, caída y ahora redimida... Y es la voz de Cristo la que aplaca la justa ira del Padre y la que clama también al Amor Eterno, Infinito ¿Cómo serán, amadas Hermanas, esos gemidos del Amor Increado? Sabemos, porque nos dice esto la Escritura Santa, que el Espíritu de Dios bajó por nosotros y clamó con gemidos inenarrables. Son los clamores del Amor para alcanzarnos gracias, para pedir en nombre nuestro lo que nosotros no sabemos pedir. Como Dios que es, El no tiene que pedir sino dar, pero se entrega a nosotros como un Don, precisamente pa[269]ra clamar desde nuestra alma, para pedir y reparar y adorar y dar todo lo que nosotros no podemos. ¡Oh, si pudiéramos percibir esos gemidos que la Escritura llama inenarrables, al 177
referirse al Espíritu Santo! ¿Cómo serán, cuando trata de quejarse, digamos así, de nuestra ingratitud, de nuestros olvidos, de nuestro desprecio? Solamente el Corazón Divino de Cristo puede captar esos gemidos en toda su grandeza; nosotros ni siquiera podemos sospecharlos. Pero para Jesús no hay secretos, El lo descubre todo, y en nombre de la pobre humanidad Cristo responde, Cristo habla; habla su Sacrificio, habla su Sangre. Todos los días y a todas horas contemplamos ese prodigio del amor desarmando por completo la Justicia divina, atrayendo el Amor infinito, haciendo que nos perdone y atrayéndolo de nuevo sobre nosotros, para que con gracias renovadas acabe de derretir el hielo de nuestros corazones. ¡Cómo no amar nuestro altar, nuestro Sacrificio! ¡Cómo no amar nuestra Misa, nuestra vocación sacerdotal si ahí encontramos todos los dones y el remedio de todas nuestras necesidades! Pero también aquí, amadas Hermanas, haciéndolo todo y alcanzándolo todo el Sacrificio de Cristo, exige, ¡feliz exigencia! que nosotros pongamos una pequeña gota de nuestra sangre, una pequeña contribución de nuestros propios sacrificios, para unirlos a la Sangre divina y al Sacrificio su premo. Todo esto en la plenitud de nuestro amor, ya que el Corazón de Jesús no acepta divisiones: "amarás con todo el corazón"... Por eso, amadas Hermanas, el dolor que existe en la tierra y que se une al Sacrificio de Cristo, va a conseguir muchas cosas, se va a convertir en adoración, en acción de gracias, en reparación, en una súplica infinitamente eficaz. ¿Tendrán derecho de quejarse los que sufren por Dios en esta vida? ¿No serán, por el contrario, [270] dignos de envidia todos los que fueron marcados con el sello de la Cruz? ¿No será acaso una vocación altísima la vocación de víctima? El cuerpo y el espíritu se estremecen cuando se piensa en estas cosas, cuando se ven las grandes exigencias del Amor divino, exigencias que a veces arrasan con todo para impresionar nuestras almas y hacerlas que se vuelvan a Dios. Sí, las almas se estremecen, pero al mismo tiempo, al profundizar el misterio de la Cruz, se llenan de divinos consuelos. Sufrir solos, no podemos, no podríamos ni lo más insignificante; pero sufrir en unión con Cristo, sufrir amparados por el Espíritu Santo y llenos de su divina fortaleza, esto sí se puede. Tan se puede, que la Iglesia cuenta por millares el número de sus santos, el número de sus mártires. En todos los tiempos se han visto; y aquí cabe decir lo que decía San Agustín: "¿Por qué no he de poder yo lo que han podido éstos y éstas?"... refiriéndose a los santos. Las almas unidas al Redentor han de tener la señal inconfundible del dolor; pero el dolor es algo pasajero, está circunscrito al tiempo, y muchas veces con grandes variaciones, y siempre con la divina fortaleza, con la gracia del Espíritu Santo que hace amar las cruces más grandes de la vida. 178
¡Qué grande, qué hermoso aparece el Sacrificio de Cristo! ¡Ojalá que así como el mundo está sembrado de Crucifijos, estuviera también sembrado de almas que comprendieran ese Crucifijo!; porque todavía sigue siendo para muchos motivo de escándalo la pasión de Cristo. Se hacen como reclamos al Padre por haber permitido esa Pasión; no se ha comprendido el por qué de tanto sufrimiento. Pero nosotros, los hijos de la Cruz, tendremos siempre el Crucifijo como un libro en el que aprendamos la ciencia del amor. El Crucifijo debe ser la grande ciencia de la vida. Cuando nos sintamos muy cerca de Jesús Crucificado, cuando podamos decir: es[271]toy atado a la Cruz de Cristo... entonces gustaremos más y más las delicias del padecer por amor. ¡Qué lástima que el mundo ignore estas cosas! ¡Que lástima que aun muchos de los que escalamos el altar, no nos demos cuenta de la grandeza de ese Sacrificio! ¡Qué lástima que los que debíamos darnos más cuenta, a veces despreciamos más la gracia del Esplritu Santo! Como almas sacerdotales que sois, amadas Hermanas, yo estoy seguro de que vuestro corazón se llenará de emoción al considerar estas cosas, al ver la grandeza, la hermosura de la reparación y por lo tanto de vuestra vocación consoladora. Hay que lograr, cueste lo que cueste, la santidad de todos aquéllos que ofrecen la Hostia santa. Hay que darle a Jesús esos grandes amigos, los sacerdotes, a quienes El reveló todos los secretos de su Corazón. Hay que darle los grandes defensores de su causa, amigos de la Cruz, ¡grandes adoradores del Padre! Y ya sabemos, amadas Hermanas, que esto, por deber, le corresponde en primer lugar al sacerdote porque el sacerdote es otro Cristo. Con el mismo amor con que realizáis todo lo que ve a la gloria de Cristo, debéis también realizar esa parte tan hermosa de vuestra vocación, la que os pide consumiros plenamente en favor del sacerdote de Cristo. Habéis visto, amadas Hermanas, cuántas cosas podemos considerar en este Sacrificio; pero eso no es todo, apenas si vamos descorriendo un poco el velo que oculta la grandeza del altar. Para redondear un poco mis ideas en esta parte de lo que es la reparación, quiero deciros también, a grandes líneas, cómo debemos reparaciones especialísimas al Amor Infinito. La creación fue obra del Amor; la redención fue obra del Amor; la santificación es obra del Amor. La Eucaristía, el Sacerdocio, todo absolutamente todo fue inspirado por el Amor Infinito. El Espíritu Santo, poseedor del secreto del Amor del Padre para su Verbo, Amor que El mismo per[272]sonifica, quiso traerese conocimiento y ese amor al mundo. Él Espíritu de Dios puso el sello de su amor en todas las cosas. Si en el primer día de los tiempos el Espíritu del Señor se cernía sobre las aguas, era para darles a todas esas cosas el vestigio del amor, para que todos los que 179
contemplaran el universo, comprendieran que en esas obras se ocultaba la grandeza del Amor divino. Pero donde el Espíritu Santo usó de todas las fuerzas para mostrar al hombre la grandeza del amor divino, fue en el Misterio de la Encarnación, en el Misterio de la Redención por la Cruz, cuando presentó en este mundo al Verbo Encarnado que llevaba en sus hombros el peso de todas nuestras ingratitudes y se había sometido a toda clase de humillaciones. Allí el Espíritu Santo está pregonando la fuerza inmensa del Amor infinito, como lo había de hacer también en la obra de la santificación de almas, suprimiendo barreras, suprimiendo secretos, abriendo plenamente el seno de Dios a los pobres mortales; hablando por la boca de Cristo cuando decía: “Ya no os llamaré siervos sino amigos, porque os he revelado los secretos de Mi Corazón”. Y si el Padre Celestial se queja del desprecio a su Don y si el Verbo se queja del desprecio a su Don, es decir el Espíritu Santo, los gemidos del mismo Espíritu son inenarrables cuando quiere lamentarse del desprecio de nosotros al Amor infinito que trata de santificarnos. Por eso os decía yo que solamente la oración de Cristo, Hombre Dios, solamente su Sacrificio como Verbo Encarnado, solamente su Voz, puede calmar aquellos gemidos del Amor infinito. Y todo lo hizo en su Cruz y todo lo sigue realizando en sus altares. Pero Jesús no consigue únicamente darle una satisfacción personal al Espíritu Santo; su gloria consiste en darle también al Divino Espíritu lo que El quiere: almas que Lo amen, que se dejen poseer por El; almas que gocen en meditar, en contemplar la obra del Amor infinito. Hemos visto cómo el Espíritu de Dios, a través de [273] esas almas santas regadas con la sangre de Cristo alcanzó la perfecta alabanza y el amor encendido y la gloria a cada una de las Divinas Personas, al mismo Espíritu de Amor. Es El quien ha aprisionado las almas en la Cruz de Cristo y las ha hecho anhelar con ardor su transformación, su santificación. Es El quien ha formado esos templos del Espíritu y por lo mismo templos de la Santísima Trinidad. ¿De qué podremos quejarnos, amadas Hermanas, después de considerar estas cosas, sino de nuestra enorme ceguera, de nuestra enorme ingratitud? Ceguera por no descubrir los grandes secretos del Amor divino en el Don del Verbo Encarnado, en el Don insigne del Espíritu Santo. Gracias a Dios, y como una justificación para la pobre humanidad, la Santísima Virgen puede, Ella sola, darle a Dios toda la satisfacción, toda la reparación, todo el amor. ¡María fue un mundo de dolor, un mundo de constancia, de fidelidad, de gratitud! Somos todavía caminantes en la vida, amadas Hermanas, y no sabemos hasta dónde vamos a llegar. Si sentimos que amamos a Dios, no sabemos hasta dónde llegará nuestro amor. Si sentimos que sufrimos por Dios, no sabemos hasta dónde podrá llegar ese sufrimiento. 180
Lo único que os digo es que no debemos salir de este camino; debemos perseverar en él, clamando a Dios día y noche para que no nos salgamos de tal sen da, para que no se aparte de nosotros su Espíritu; para que nos mantenga siempre muy unidos a la Cruz de nuestro Señor Jesucristo. Renovémonos en nuestra decisión de ser almas eucarísticas y sacerdotales, de vivir para el Sacrificio de Cristo. Aunque sea de una manera muy imperfecta, creo haber demostrado hasta el presente, la grandeza, la hermosura y la necesidad de vivir muy unidos a este Sacrificio. Ojalá que pudiéramos realizar el ideal de Cristo: convertirnos en cruces vivas, amorosas, desde [274] donde El se ofrezca constantemente, para derramar sobre el mundo la gracia del Espíritu Santo. Terminemos nuestra meditación dándole gracias a Jesús porque su generosidad, su voluntaria inmolación nos permite saldar todas nuestras deudas con la justicia divina. Que siempre saldemos la que tenemos con El mismo, la deuda de nuestra gratitud. Siempre que contemplemos nuestro Crucifijo, siempre que contemplemos la Hostia, al mismo tiempo que alabemos, que reparemos las ofensas, que imploremos,no nos olvidemos de dar gracias. ¡Gracias Jesús mío, por tu Sacrificio, por tu inmolación! Ese Sacrificio salvará mi alma, ese Sacrificio me alcanzará la gracia de ser templo del Espíritu Santo para poder convertirme como Tú lo quieres, oh Jesús, en perfecto adorador del Padre Celestial ASÍ SEA. [275]
Retiro predicado por Nuestro Padre en la casa de la cruz de Orizaba, Ver., el 14 de octubre de 1952. (276) Imploración (276) Muy amadas Hermanas en Cristo Nuestro Señor: Hemos meditado en la necesidad tan grande que tenemos de ADORAR al Único que merece adoración, adoración perfecta. Hemos visto la necesidad que tenemos de DAR GRACIAS porque todo ha sido para nosotros la obra de la misericordia. Hemos palpado también la necesidad de REPARAR por todas las ofensas que se hacen al Amor Infinito y hemos reflexionado cómo todas estas cosas solamente las podremos realizar en unión con Jesús Víctima, con Jesús Crucificado, con Jesús Hostia. Pero al sentir la grandeza divina y la pequeñez humana, al darnos cuenta de ese papel que nosotros desempeñamos en la vida, papel que corresponde a la criatura, al ser limitado, al ser contingente, nos viene al mismo tiempo el pensamiento, la certeza de que, como seres limitados, tenemos que volvernos hacia Aquél que no tiene límites; 181
como seres contingentes, al Ser necesario. Y es entonces cuando resuena en nuestra alma una voz que nos llena de esperanza y de consuelo: "PEDID Y RECIBIRÉIS... LLAMAD Y SE OS ABRIRÁ"... Entonces comprendemos la hermosura de la Oración en ese aspecto propio del que implora, del que pide lo mismo cuando tenemos presentes las grandes exigencias divinas, esas exigencias que nos piden santidad, perfección, amor, inmolación, sacrificios constantes, que cuando volvemos nuestros ojos al inmenso campo de las almas y contemplamos la miseria humana en todas sus formas; esos pobres seres destinados a fines muy altos y que se revuelven en lodazales; almas llamadas a las regiones altísimas de la luz y que están envueltas en las más densas tinieblas. [276] Por ellas y por nosotros imploramos a Dios. Porque sentimos ansias de perfección y palpamos al mismo tiempo nuestra debilidad; sentimos, como decía el Apóstol, que no hacemos el bien que deseamos y que somos arrastrados a lo que no queremos. Nos vemos formular propósitos y cambiarlos luego... Queremos remediar una necesidad y nos sentimos impotentes para hacerlo... Queremos como Cristo en la Eucaristía, quedarnos en todas partes para remediar las necesidades de las almas, y vemos cómo de veras nuestra acción es limitada, no podemos resolver nosotros mismos las grandes necesidades y problemas de nuestras almas. ¡Qué grande, amadas Hermanas, qué hermoso, qué necesario aparece entonces ante los ojos del que cree, del que tiene fe inmensa, ese divino Sacrificio de Cristo, esa divina inmolación, esa Cruz en la que está toda nuestra esperanza! El Sacrificio del altar, como lo sabemos, es también sacrificio de IMPLORACIÓN. Jesús sabía que ni podríamos pedir ni dar gracias ni reparar sin El; y también supo que no sabríamos pedir sin que mediara su augusto Sacrificio de redención, de justificación. Por eso El mismo comenzó a pedir por nosotros. En alguna parte de nuestros manuscritos habla Jesús de la oración sacrificada, crucificada, que es la que se le ofrece desde lo alto de la Cruz, o sea en medio de los sufrimientos que crucifican a las almas, especialmente al sacerdote. El no puede resistir a esa oración, siempre se inclina benignamente a escucharla, porque la enorme fuerza, la enorme virtud de esa oración, viene precisamente del Sacrificio de Cristo. El Padre Celestial comprendió la inmolación de Su Hijo, oyó su voz y su palabra como la propia voz y palabra del Padre hablando desde lo alto de la Cruz: ¡PADRE!.. ¡Cuántas veces el Divino Padre escuchó esa voz! La inmolación de Cristo no se realizó únicamente en el momento en que fue crucificado, sino [277] que empezó desde el momento mismo de la Encarnación. En su agonía, Jesús clamó: "¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!..." Y después de haber obtenido el perdón, el Divino Crucificado seguiría implorando: "¡Padre, dales nuestro Espíritu...! ¡Padre, sálvalos!, ¡Padre, santifícalos, santifícalos en la verdad!.." Esa es la única voz que el Padre Celestial escucha, la única que le conmueve. Por eso, para que nuestra voz pueda ser escuchada, necesita unirse a Cristo 182
Crucificado que se ofrece en todos los altares de la tierra para ayudarnos, para remediar nuestra necesidad. Es claro que el Sacrificio de la Cruz fue suficiente para alcanzar todo; sin embargo Jesús quiere recordarnos constantemente lo grande de su inmolación, la necesidad que tenemos de acercarnos a la Cruz, y nos llama y nos tiende su mano, y nos invita para unirnos a El y en su unión invocar a nuestro Padre Celestial. Pero ¿qué es lo primero que debemos pedir en unión con Cristo, en el momento sublime del Sacrificio cada día en el altar? Lo primero que debemos pedir es perdón. Jesús clamó: "Padre perdónalos..." Nosotros debemos repetir: ¡Padre, perdónanos...! Debemos decir aquellas palabras del hijo pródigo: ¡Padre mío, he pecado, no soy digno de llamarme hijo tuyo, pero vengo a pedirte humildemente perdón, porque solamente el perdón me puede abrir los brazos de tu misericordia, me puede dar acceso al Corazón Divino...! ¡Si el mundo supiera pedir! ¡Si siempre pidiera perdón! ¡Cuántas gracias alcanzaría de ese Dios Misericordia que perdona todas las veces que se le pide! Es el Padre amorosísimo que está posando la vista en sus hijos y que está como sediento de otorgar el perdón, anhelando que se le pida. ¡Perdón por todas las ofensas hechas a Ti, Dios Padre infinitamente bueno y misericordioso!.. Pero todavía debemos especificar más ese perdón que imploramos de nuestro Padre. Pecamos sí, pero nuestro pecado consistió de una [278] manera muy especial en despreciar los dones del Padre, aquello que vemos que salió como lo más delicado de su Corazón para nosotros, cuando recordamos las palabras del Apóstol San Juan: "De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo"…; cuando recordamos la promesa de Jesús de enviar al Espíritu Santo, Don del Padre, Don del mismo Hijo. Entonces, al pedir perdón a nuestro Padre, debemos recordar estas cosas; y segurosde que nos ha perdonado, suplicarle nuevamente el Don de su Divino Hijo, que nos Lo vuelva a dar ahora para no ofenderlo más sino para amarlo, amarlo intensamente; para obedecerlo. Y debemos rogar al Padre que nos dé nuevamente el Don de su Espíritu para corresponder a sus divinas inspiraciones y a sus gracias; para trabar con El una alianza de amor indestructible, a fin de glorificar al mismo Padre amoroso y al Hijo que nos diera su Espíritu desde lo alto de la Cruz. Si estas cosas hiciéramos, amadas Hermanas, continuamente nos estaríamos renovando espiritualmente. ¡Ojalá que nunca volviéramos a pecar después de haber alcanzado el perdón! Pero desgraciadamente nuestra naturaleza humana nos hace recaer y entonces recordemos que la caridad de Dios es muy grande. Allí está Jesús ofreciéndose continuamente en los altares de la tierra. Allí está ofreciéndose a través de las almas víctimas, de las almas transformadas, para alcanzarnos el perdón y la misericordia.
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La IMPLORACIÓN debe ir también al mismo Hijo, al mismo Verbo. Aparece muy clara la necesidad de pedirle perdón a Aquél que vino a redimirnos muriendo por nosotros. Pedirle perdón por nuestras ingratitudes y por las del mundo entero; perdón por el desprecio que hacemos de lo más caro que llevaba El en su Corazón y que se dignó ofrendarlo a nuestras almas: la revelación del amor de su Padre, el Don de su Espíritu, el Don de María, el Sacerdocio, la Eucaristía, tantos, tantos dones de Cristo! Ya en las meditaciones anteriores hemos visto algo de lo que fueron para nosotros esos Dones; ya [279] contemplamos la hermosura del Padre que tenemos en los cielos; la ternura infinita de que somos objeto, la providencia tan grande de ese Padre que va vigilando todos los pasos de nuestra vida y que manda a sus Ángeles para que nos cuiden en el camino y no caigamos. ¡Nos sentimos bañados en la mirada del Padre, mirada divina, de ternura infinita! Nos sentimos envueltos en esa ternura cuando fuimos fieles a su amor y también cuando nos perdonó. Hemos comprendido muchas cosas del Verbo de Dios hecho Hombre que nos reveló el amor del Padre y nos alcanzó la gracia de participar con El mismo, de esa filiación, haciéndonos coherederos con Cristo, hijos llenos de amor al Padre. Cuando se estima la grandeza del Don, aparece más grande la culpabilidad de aquéllos que desprecian ese Don. Cristo, amadas Hermanas, vino precisamente a buscar, a dar gloria al Padre; vino a buscarle adoradores. Cristo quería en cada una de las almas una extensión de la suya para rendirle a su Padre todo honor y toda gloria. Entonces le hiere profundamente, le afecta en lo más hondo de su Divino Corazón, el desprecio que hacemos de sus dones, de su Don exquisito, es decir el amor del Padre, ¡el amor del Espíritu Santo!... Es por eso que a Cristo también le debemos de una manera especial suplicar perdón y suplicárselo por el amor que tiene a su Padre; implorarle que nos alcance la gracia de ser más fieles para corresponder mejor a los divinos ideales que El trajo a esta tierra, para comprender la necesidad que tenemos de ser glorificadores del Padre Celestial. Quizá muchos hombres, amadas Hermanas, nunca pedirán estas cosas y pasarán generaciones, millones y millones de almas que nunca lleguen a implorar ese perdón, y que quizá ni se den cuenta del bien que tuvieron. Entonces nuestra voz debe ser más apremiante; debemos hacernos solidarios de esas almas suplicar en nombre de ellas un perdón que si ya no puede alcan[280]zarles porque han sido juzgadas, sí suple lo que en justicia se debe al Verbo Divino; o sea que, al pedirle ese perdón, se implora la gracia de conocer al Padre y de amarlo con una intensidad tan grande, que en cierto modo venga a suplir todas las deficiencias de aquéllos que no Lo amaron. ¡Infinitas lagunas en el amor divino! ¡Inmensos vacíos que hay que llenar! ¡Grandes ingratitudes que hay que expiar!
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¡Qué campo tan vasto, tan hermoso, se presenta a nuestros ojos y a todas las almas que tengan sentimientos nobles y elevados, para inmolar una vida y mil vidas si se pudiera! Muchos no oyen la Palabra de Dios. Quizá la escucharán en la última hora y se convertirán y se salvarán; pero la obligación de amar, siempre está latente. Y ésa es, amadas Hermanas, la que nosotros tenemos. Nosotros no podemos alegar ignorancia porque Jesús puede repetirnos aquella divina palabra: "Ya no os llamaré siervos sino amigos porque os he revelado los secretos de mi Corazón"... Yo no creo que exista un secreto más hondo, más profundo, que aquél que encierra el Corazón de Cristo y que nos ha hecho conocer a través de su Evangelio, a través de sus divinas enseñanzas, a través de sus sacerdotes. Entre los discípulos a quienes fueron dirigidas las palabras que acabo de citar, hubo un traidor, un ingrato, un infiel. Y detrás de este personaje han venido ocupando puesto tan triste, multitudes de almas también llamadas, también escogidas. Almas que escucharon la dulce voz del Divino Maestro: "Ya no te llamaré siervo sino amigo..." ¡Almas que oyeron divinos secretos, no para corresponder al amor, sino para burlarse de Quien se los confiaba, y para escupirle en el rostro, y para inferirle la más honda de las heridas! Esto que fue una realidad en Judas, sigue siendo realidad de muchos Judas en todos los tiempos. Por eso se impone la obligación de derramar en el [281] Corazón de Cristo los divinos consuelos. Jesús dijo un día: "No quieras dar las perlas a los perros, ni eches las margaritas a los puercos". Como diciendo: tened mucho cuidado para que no se vayan a profanar estas palabras. Nosotros, los que predicamos la Palabra de Dios, tenemos miedo de que así suceda, de que se desprecien con sonrisa burlona estas cosas tan altas, estos misterios del amor infinito. Sin embargo, amadas Hermanas, hay que hablar, porque Jesús así lo quiere. Sobre todo hay que hablar a las almas consagradas, únicas que pueden restañar las heridas de Cristo. Al alma sacerdotal de Cristo, sólo pueden dar consuelo las almas sacerdotales. Jesús espera de sus sacerdotes esos grandes consuelos. Vosotras sois almas sacerdotales, llamadas a una vocación sacerdotal. Pertenecéis a un Instituto eminentemente sacerdotal y conocéis los secretos de ese Corazón divino. Pues de vosotras espera Jesús el consuelo. El se nos muestra en la grandeza, en la fuerza arrolladora de su Sacrificio del altar. Si somos muy pequeños, al lado de Jesús Crucificado nos sentiremos grandes. Unidos a El tendremos toda su grandeza, toda su generosidad, toda la fuerza de su inmolación. Por eso se nos llama a ser como hiedra, siempre adheridos a la Cruz y siempre 185
creciendo cerca de Jesús Crucificado. Dice Jesús: "Pídeme, pídeme, que quiero concederte lo que quieras"... ¿Qué deseamos sino la gloria del Padre, la salvación de las almas? ¡Con qué gusto escuchará Jesús nuestra plegaria, cuando pidamos lo que anhela Su Corazón y depositemos a los pies del Crucifijo esos deseos, cuando imploremos: PADRE, QUE REINE TU VOLUNTAD, que se haga tu divina voluntad! ¡Esa voluntad que nos quiere salvar, esa voluntad que es toda amor, que no tiene otros fines sino la gloria divina y nuestra salvación! [282] ¿Veis, amadas Hermanas, cómo también para pedir debemos estar muy cerca de Dios y hacer nuestro el Sacrificio de Cristo? Si tenemos muy poco que ofrecer al Padre, si nuestra cruz es muy pequeña, unámonos a la Cruz de Cristo y hagamos de ella nuestra propia oración. Así quedaremos completamente tranquilos y llenos de confianza. ¿Qué puede turbar a un alma que se acerca al altar y se une al Sacrificio de Cristo y hace suya la oración de Cristo? La paz inalterable, absoluta, perfecta, siempre se encuentra en la unión con Cristo Crucificado. Por eso a nosotros se nos pide inmolación constante, pero también se nos exige vivir en la paz de Cristo. No olvidemos estas cosas. Dios ama al que da con alegría. Entonces procuremos no desalentarnos, porque si un día no somos fieles, al instante siguiente se nos presentará la ocasión de mostrar al Señor nuestra fidelidad, nuestro amor. Esperemos en esa plegaria de Cristo que dijo: ... ¡PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN! ¡PADRE, SÁLVALOS...! Que nos alcance también a nosotros el perdón y que también en virtud de esa oración de Cristo que hacemos nuestra, un día se nos abran para siempre las puertas del cielo, en donde no existirán ya los peligros de la separación, en donde todo será gozo en unión del Espíritu Santo. ASÍ SEA.
Segunda plática. -sobre el fin de imploración. (283) Muy amadas Hermanas en Jesucristo: El Sacrificio de Jesús, su preciosa Sangre, debe ser nuestra propia petición, debe envolver esa súplica que le hacemos al Verbo, para alcanzar la gloria del Padre, para complacerlo a El; para alcanzar el reinado del Espíritu Santo. [283] Entonces parece como que la petición misma de Cristo viene a confundirse con nuestra petición; nuestros deseos con los suyos. Imposible que Jesús desoiga nuestras súplicas, ¡si es lo que El quiere! Cuando le pedimos su amor al Padre, ¿qué otra cosa quiere El sino darnos, infundirnos ese amor? Cuando le pedimos el amor al Espíritu Santo, ¿qué ha de hacer sino 186
complacernos, puesto que todo su sacrificio estuvo orientado a hacernos ese don? Y después, si tenemos en cuenta los otros dones preciosos como fueron la Divina Eucaristía, el Sacerdocio, el amor de María, cuando pedimos estas cosas, el amor a estos dones, ¿no estamos acaso cumpliendo la voluntad de Jesús? ¡Cuánto se goza Cristo en que le pidamos y en que, por decirlo así, Lo obliguemos a darnos lo que le pedimos, alegando el precio, el mérito, el valor infinito de su propio Sacrificio! Ya hemos visto todo lo que es para nosotros Jesús en la Eucaristía. Ha sido el objeto de meditaciones constantes a lo largo de nuestra vida religiosa; sobre todo en nuestra vida eucarística, esa vida que por dicha inmensa, es la que nos obliga a vivir según nuestra propia vocación. Pero la vida eucarística puede vivirse en mayor o menor intensidad. Podemos ser simples devotos, fervientes devotos, ardientes devotos; y podemos llegar a transformarnos en hostias, a ser Eucaristías vivientes. Así como se habla también de ser cruces vivas, que en realidad viene a ser una misma cosa, hostia y cruz; la idea es la misma. Vivir santamente apasionados de esa vida eucarística; pensar en nuestra Hostia, pensar en el altar de nuestro sacrificio; vivir del altar y para el altar; vivir de la Hostia y para la Hostia; y, lo repito, vivir santamente apasionados de esta vocación, ¡esto es lo que se nos pide! Me preguntaréis: ¿Cómo hacer para alcanzar la perfección de esa vida eucarística? En primer lugar, pedirlo. ¿Qué otra cosa puede hacer el que no tiene nada, sino pedir al que le puede dar? [284] Si humildemente nos acercamos al altar para pedir en nombre del mismo Cristo, por su Sacrificio, por su Cruz, ¿cómo podrá dejar de escucharnos Aquél que con tanto amor quiso quedarse con nosotros y que si se quedó como alimento fue precisamente para lograr nuestra transformación en El mismo, para hacernos hostias, para convertirnos también en víctimas? Siendo esto necesario, como lo es, URGE QUE SE LO PIDAMOS. Entre tantas cosas que debemos pedir, debemos dar la preferencia a estas cosas esenciales. Transformarnos, identificarnos, configurarnos con Cristo, PERO CON CRISTO CRUCIFICADO, con Jesús Hostia, con Jesús Víctima. Como todo esto supone un gran sacrificio, sacrificio que realiza en primer lugar Cristo Nuestro Señor, sacrificio que en alguna forma debemos reproducir nosotros y compartirlo, comenzamos ya a ver ahí la necesidad de pedirle a Jesús también que confirme en nosotros el DON que nos hizo de su Espíritu, ese don precioso, fruto de su sacrificio. El alma hostia necesita ser transformada por el Espíritu Santo; necesita ser alimentada por ese amor, por esa caridad, por ese fuego infinito. De ahí la unión íntima entre la Eucaristía y el Espíritu Santo. 187
El alma eucarística nunca lo será verdaderamente si no es a través de esos rayos ardientes del Espíritu de Dios, de ese fuego que transforma, que diviniza. Y si Cristo nos compró semejante gracia, ¿no es lógico que para adquirirla nos volvamos a El? Y si fue su Sacrificio el que nos alcanzó esta gracia, ¿cómo no volvernos al altar para obtener ese don preciosísimo, el don de su Espíritu? Cuántas veces os he dicho que el Cenáculo no fue únicamente el lugar donde se instituyó la Eucaristía, sino también el lugar donde se difundió el Espíritu Santo, donde se instituyó el Sacerdocio. En ese altar Cenáculo es donde debemos vivir, de la Eucaristía, para la Eucaristía, en la Euca[285]ristía. La Divina Eucaristía es como un rayo de amor en el que bajó ese doble fuego, el fuego del Corazón Eucarístico de Jesús y el fuego del Espíritu Santo. Allí el alma tiene que acabar por transformarse en una misma Hostia, un mismo fuego. Pero Jesús, también inspirado por el Espíritu Santo, quiso quedarse con nosotros en el Sacerdocio. El Sacerdocio, lo mismo que la Eucaristía, fue un obsequio para la humanidad, encaminado ciertamente a la gloria del Padre. Si con frecuencia las almas tienen en cuenta y agradecen la Divina Eucaristía, no siempre lo hacen así cuando se trata del Sacerdocio; olvidan que uno y otra prolongan en el mundo la presencia de Cristo. El sacerdote es el que prepara la Hostia, el que transforma la Hostia, el que trasmite el Espíritu Santo cuando perdona los pecados, cuando trae las almas a Dios, cuando las va perfeccionando con sus consejos, con sus palabras, su dirección. Es el sacerdote quien nos comunica con palabras que oímos, la voluntad de Dios; es en una palabra, el artífice de nuestra santificación, ya que representa a Cristo y es instrumento del Espíritu Santo. ¡Cuánto deberíamos pedir a Cristo un grande amor por el Sacerdocio! Leí en alguna parte de nuestros manuscritos que lo que más conmueve al Padre Celestial cuando Jesús le habla, es que le mencione su Sacerdocio Eterno. Si vosotras os habéis fijado en Jesús a través del Evangelio, os daréis cuenta inmediatamente de que el gran motivo que lo hace conmoverse, emocionarse, es siempre su Sacerdocio. Se conmovió y dejó salir de su Corazón aquella Oración tan sentida como es la Oración Sacerdotal; aquella oración profunda que lo hizo sudar sangre en Gethsemaní; aquella emoción era para El dolor y gozo, dulzura y amargura, como alguien ha dicho: lo más dulce y lo más amargo que El llevaba en su Corazón. Debiera pasar a nuestras almas esa emoción divina de Jesús por sus sacerdotes, ese interés, ese amor [286] intenso que nos llevara a todos los sacrificios y nos hiciera poder asegurar que somos almas sacerdotales, que respondemos a los deseos del Corazón de Cristo. 188
Esa emoción de Jesús debe comunicarse a cada sacerdote, de modo que lo haga amar más y más su vocación; a cada alma sacerdotal, para alcanzar nuevas gracias y dar al Señor esa satisfacción de ver se reproducido en sus sacerdotes. Debemos orar por el sacerdote; claro que a los sacerdotes Dios no les niega nada; pero como seres sujetos a todas las miserias de la vida, pueden ser tentados por los enemigos de Cristo. Entonces necesitan de nuestras oraciones, para que cumplan su misión de medianeros entre el cielo y la tierra; para que todos los días consagren la Hostia santa del altar y consagren también, pacientemente, otras hostias, las almas eucarísticas, las almas sacerdotales que deben reproducir la vida de Jesús Hostia. Pero, amadas Hermanas, sin un amor profundo al Sacerdocio, ¿podremos agradecerlo e imponernos la pesada cruz del sacrificio que exige el ser almas víctimas, almas sacerdotales? Debemos comenzar por suplicar a Jesús: ¡Dame, oh Jesús tu amor por el Sacerdocio! ¡Dame a conocer lo que es el Sacerdocio! Es preciso decir esas palabras con los propios labios de Jesús, en la hora del sacrificio que es la hora por excelencia para el sacerdote. Todo esto estaría comprendido en la petición que hacemos, para cumplir nuestra vocación, nosotros como Misioneros, vosotras como Religiosas de la Cruz. Sin embargo hay que pedir más en particular estas cosas tan necesarias. Sacerdocio indica sacrificio; alma sacerdotal indica alma crucificada. Allí está encerrada la gloria de Dios. Cuando decimos PER IPSUM... nos sentimos realmente identificados con esa Hostia que el sacerdote [287] sostiene en sus manos. Y cuando estamos en íntima comunión con la Hostia, podemos tener la seguridad de que en nuestra pequeñez, damos a la Trinidad Santísima todo honor y toda gloria. Esa es la gran compensación, la compensación divina a todo sacrificio que hacemos y llevamos al altar donde se ofrece la Víctima divina. ¡Qué hermoso, amadas Hermanas, si en el último día de nuestra vida pudiéramos repetir estas palabras: PER IPSUM, CUM IPSO ET IN IPSO, y sentirnos allí, consumando una carrera CON EL, POR EL, EN EL, para darle al Padre Celestial, en unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, ¡Seamos muy entusiastas de nuestra vocación! A veces parece como que dormimos, no precisamente el sueño natural, sino como que dormimos en el ideal de nuestra vida y de nuestra vocación. Parece como que no tenemos qué hacer, como que los ideales que en otro tiempo nos conmovieron, van desapareciendo. Esto no debe ser; el ideal no debe morir nunca. Los medios para realizarlo no faltan porque Jesús nunca falta en lo necesario. Entonces hay que poner todo el entusiasmo para realizar nuestra vida eucarística y sacerdotal, lo mismo cuando gozamos de las claridades divinas, que cuando nos encontramos bajo el peso de la desolación, o bajo el peso de nuestras miserias. 189
Cantar, cantar siempre ese himno de gloria a nuestro Padre Celestial. ¿Que no sentimos ese gozo sensible? No importa, estamos unidos con Cristo y Su Cruz es nuestra cruz. ¿Que no podemos hablar? No importa, Cristo es nuestra palabra y El lo dice todo ¡con qué elocuencia! ¿Que tenemos desolaciones, que somos víctimas del desamor? No importa, nos unimos a Cristo y El será el consuelo más grande que nuestras almas pueden encontrar. En realidad no hay ningún motivo para que decaigamos del fervor y del entusiasmo de nuestra vocación. Si no tenemos ninguna acción portentosa que cumplir, está la grande misión de unirnos al Sacrificio de Cris[288]to; ésa es nuestra misión verdaderamente portentosa, y ese Sacrificio será nuestra gloria. Pidamos, amadas Hermanas, pidamos fervientemente. Conviene siempre orar y nunca desfallecer. Oremos, seguros de que no estamos solos. Pidamos, que hay alguien que pide por nosotros, Cristo Jesús en el altar de su Sacrificio y el Espíritu de Dios que se cierne siempre sobre ese altar. El Espíritu Divino pide siempre con gemidos inenarrables por nosotros; nuestras pobres oraciones se hacen grandes en el Corazón de Cristo y se hacen fuertes con la fuerza y omnipotencia del Espíritu Santo, y así llegan al Corazón del Padre. Con toda humildad pidamos a Jesús como El quiere; pidamos desde el altar de su Sacrificio, para que sea una realidad que nuestra vida llegue a incorporarse con la de Cristo y nuestro sacrificio con el de Cristo, a fin de alcanzar con El todo honor y toda gloria para el Divino Padre de los cielos. ASÍ SEA. [289] FIN
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ÍNDICE NOTA: el número dentro del paréntesis, corresponde a la página del libro original impreso; el número en el extremo derecho, corresponde a la página del libro capturado en la computadora. CONSIGNA DE NUESTRO PADRE PARA SUS HIJAS M.E.SS.T. EN EL NUEVO AÑO. (1) ..................................................................................................................................... 2 PLÁTICA DE NUESTRO PADRE EN LA REUNIÓN DE COMUNIDAD.-PUEBLA.FUNDACIÓN DE LA NUEVA CASA. (8).................................................................................... 7 PRIMERA EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN LA CASA "NUESTRA SEÑORA DE LOS SANTOS ÁNGELES Y SANTA INÉS". PUEBLA, PUE. (12) ....................... 9 FIESTA DE LA ANUNCIACIÓN. (18) ...................................................................................... 13 EN LA FIESTA DE LA COMUNIDAD. (23) .............................................................................. 16 CARTA AL CONSEJO Y MADRES DELEGADAS AL PRIMER CAPÍTULO GENERAL DEL INSTITUTO. (25) .............................................................................................................. 17 FIN DEL PRIMER CAPÍTULO GENERAL (27) ........................................................................ 19 FIESTA DE LA COMUNIDAD. (33).......................................................................................... 23 SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN. HUMILDAD (36) ................................................................ 24 SAN PABLO APÓSTOL. (42) .................................................................................................. 29 PALABRAS DE NUESTRO PADRE EN LA FIESTA DE COMUNIDAD. (45) .......................... 30 DESPEDIDA DE NUESTRO PADRE EN SU VIAJE A JAPÓN. (47) ....................................... 32 PALABRAS DE NUESTRO PADRE EN LA "CHORCHITA" DE COMUNIDAD. (51) .............. 34 PLÁTICA SOBRE LA ASUNCIÓN DE MARÍA. SHIMONOSEKI, JAPÓN. (54) ....................... 36 FIESTA DE SANTA TERESITA. (SENCILLEZ, PUREZA, CONFIANZA... (59) ....................... 40 EN LA REUNIÓN DE COMUNIDAD. (64) ................................................................................ 43 SANTOS EJERCICIOS QUE DIO NUESTRO PADRE FUNDADOR PABLO MARÍA GUZMÁN A LAS MISIONERAS EUCARÍSTICAS DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (75) .......... 50 PLÁTICA DE ENTRADA. (75) .......................................................................................... 50 EL SACRIFICIO DE CRISTO GLORIFICA PERFECTAMENTE A LA SANTÍSIMA TRINIDAD. (83)............................................................................................................ 55 OBEDIENCIA. (88) ....................................................................................................... 58 ABNEGACIÓN. (96) ...................................................................................................... 63 CELO POR LA GLORIA DEL DIVINO PADRE. (104) ........................................................... 69 SOBRE EL SACRIFICIO AMOROSO. (110)........................................................................ 72 REPRODUCIR LA FAZ DE CRISTO. (117) ........................................................................ 77 LA CRUZ. (126) ........................................................................................................... 83 LA HUMILDAD. (132) .................................................................................................... 87 LA GLORIA DEL VERBO EN SU SACRIFICIO. (140) ........................................................... 92 LA GLORIA DEL VERBO QUE SE DA A LAS ALMAS. (146) .................................................. 96 EL ESPÍRITU SANTO GLORIFICA AL VERBO EN EL SACRIFICIO DE LA CRUZ. (151) ............. 99 LA GLORIA DEL VERBO EN EL SACRIFICIO DE LA CRUZ. (155) ........................................ 102 EL SACRIFICIO DE CRISTO GLORIFICA AL ESPÍRITU SANTO. (163) ................................ 107 GRATITUD A CADA UNA DE LAS DIVINAS PERSONAS DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. (172) ....................................................................................................................... 112 GRATITUD A LAS DIVINAS PERSONAS. (182) ............................................................... 119
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GRATITUD A LAS DIVINAS PERSONAS. (187) ............................................................... 122 GRATITUD A LAS DIVINAS PERSONAS. (196) ................................................................ 128 EL SECRETO DE MARÍA. (204).................................................................................... 134 REPARACIÓN - PETICIÓN. (209) ................................................................................. 137 SALIDA DE EJERCICIOS. PLÁTICA EN LA SANTA MISA. (221) ......................................... 146 PLÁTICAS DE LOS RETIROS PREDICADOS POR NUESTRO PADRE A LAS RELIGIOSAS DE LA CRUZ, (228)......................................................................................... 149 MARÍA. (228) ............................................................................................................ 149 CRUZ ÍNTIMA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN. (236) ............................................................ 155 EL SACRIFICIO DE LA CRUZ ES ACCIÓN DE GRACIAS PERFECTA AL ESPÍRITU SANTO. (242) ........................................................................................................................ 159 RETIRO PREDICADO POR NUESTRO PADRE A LAS RELIGIOSAS DE LA CRUZ, ORIZABA, VER., EL 20 DE MAYO. (248).............................................................................. 163 SOBRE LA REPARACIÓN. (248) ................................................................................... 163 ESPÍRITU DE REPARACIÓN. (255) ............................................................................... 168 RETIRO PREDICADO POR NUESTRO PADRE EN LA CASA DE LA CRUZ, DE ORIZABA, VER., EL 17 DE JUNIO DE 1952. (261) ............................................................... 171 SOBRE EL ESPÍRITU DE REPARACIÓN. (261) ................................................................ 171 REPARACIÓN POR EL DESPRECIO AL DON DIVINO DEL ESPÍRITU SANTO. (268) ............. 176 RETIRO PREDICADO POR NUESTRO PADRE EN LA CASA DE LA CRUZ DE ORIZABA, VER., EL 14 DE OCTUBRE DE 1952. (276) ........................................................ 181 IMPLORACIÓN (276) .................................................................................................. 181 SEGUNDA PLÁTICA. -SOBRE EL FIN DE IMPLORACIÓN. (283) ......................................... 186 ÍNDICE ................................................................................................................................... 191
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