Luz y Tinta Nº 147

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Núm. 147 - Octubre 2024

Tiempo y censura

Me ha resultado muy entrañable el artículo de Juan Depunto que se publica en este número y que me da pie para un par de reflexiones personales que me interesa compartir. En él nos recuerda el largo tiempo que lleva colaborando en esta revista, diez años, y da una pincelada del trato recibido por mi parte. Veamos.

Fue en septiembre de 2011 cuando sacamos a la luz el número 0, tímidamente, pero con las bases bien analizadas: desde la primavera de aquel año Guendy y yo habíamos comenzado a perfilar un proyecto que nos ilusionaba y cuyo alcance estábamos muy lejos de avistar. Septiembre de 2011: se han cumplido, pues, trece años desde entonces en los que hemos editado 147 números que, por decirlo de manera castiza, no es moco de pavo y más teniendo en cuenta que solo nos ha guiado el interés artístico. O sea, volvamos al casticismo, que hemos trabajado por amor al arte. Sin ningún tipo de remuneración. Sin ningñun tipo de subvención. Sin ningún tipo de publicidad. A pecho descubierto y consiguiendo a cambio la satisfacción de un producto editorial que a muy pocos de los que lo conocen a dejado indiferente. Luz y Tinta. Ni más ni menos.

Aunque lo que me interesa destacar es el paso del tiempo. Trece años en una vida, dejan su huella y yo espero que a todos los lectores, a todos los seguidores de Luz y Tinta les haya dejado algún tipo de huella. Y no es vanagloria sino análisis de la realidad. Trece años son muchos días y, para nuestra revista, muchas páginas. Muchas fotos, por supuesto.

En cuanto al trato recibido como colaborador de esta revista, Juan Depunto señala la ausencia de censura, mes a mes, respecto de sus textos. Efectivamente. Luz y Tinta se ha editado siempre sin ningún tipo de censura hacia ninguno de los colaboradores. Alguna vez, por esas zarandajas de la prosa, he tenido que corregir a algún colaborador, eso sí, no sin antes advertírselo y darle las pertinentes razones, que siempre fueron bien asumidas por razonables y por adecuadas.

Nunca me ha gustado la censura, así que no me parecía acertado ejercerla. Cuando yo comencé a escribir y publicar, siendo muy joven, en los últimos coletazos del franquismo, en España se ejercía la censura más implacable, que nunca afectó a ningún texto mío directamente, quizás porque me sometí, como todos mis colegas, a la más exigente autocensura. Afortunadamente todo aquello se lo llevó el viento democrático.

Por eso, por aquellos recuerdos y por a justicia que supone, me resulta entrañable el reconocimiento de Juan Depunto, uno de los colaboradores más entregados de esta publicación, cuyo número 147, bordeando su final, aparece en este mes de octubre de 2024, trece años y un mes después de aquel número 0 en el que depositamos tantas esperanzas.

Francisco Trinidad

Un día perfecto Francisco

Trinidad

He agradecido el descanso de la noche, estrellada y sin luna. En noches como estas, al abrigo de rocas y peñascos, confundido con sus formas y sus sombras, el grupo goza de buen camuflaje que los rastreadores no pueden desvelar fácilmente, pese a sus binoculares y miras infrarrojas. Se anuncia en el horizonte una mañana de verano con los tímidos colores —gris, naranja, violeta— que preceden al estallido hiriente del sol y he notado un escalofrío no debido al relente, al helor de la madrugada (a casi dos mil metros de altura también son frías las albas de verano), sino a mi herida. Durante toda la jornada de ayer encabecé el grupo, como siempre desde que asumí su jefatura, eligiendo las trochas más difíciles y las laderas más escarpadas. «¿Por qué, padre?», han preguntado los más jóvenes. Ellos son el futuro. Ellos son un torrente inagotable de preguntas y nosotros un río finito de respuestas. «¿Por qué, padre?». «Padre» es símbolo de respeto, de acatamiento, de veneración. Sólo lo soy de algunos, abuelo o tío de otros, pero con la mayoría no me une consanguinidad. Aún así me llaman padre y en las cortas pausas para tomar aliento y escrutar el horizonte, aguzando vista y oído para huir a la menor señal de alarma, se agrupan en mi torno y me escuchan. «¿Por qué, padre?». Porque hoy he intuido el peligro, les contesto, en el chasquido de una rama seca al quebrarse, en el reflejo metálico de una hebilla, en el destello de una lente, en el susurro de un matorral que no ha movido el viento. Cuando esos signos se detectan los perseguidores andan cerca; el análisis ha de ser preciso e inmediato y para eso hay que disponer de una visión aguda y un fino oído. Entonces hay que alejarse por las sendas más pinas, ponerse fuera de alcance, buscar refugio; todo con serenidad, con orden, sin errores ni precipitaciones. Y sin perder un segundo.

«¿Por qué, padre?». Porque el enemigo anda tras nosotros, codicioso y cobarde; porque mi cabeza tiene un precio y porque toda la familia correrá mi suerte. Mi deber es poneros en seguro.

Gris, naranja, violeta... se van desvaneciendo ante el empuje poderoso de un sol rutilante. De un momento a otro asomará una ceja dorada y besará los árboles, de copa a cepa y extenderá después su caricia desde los más lejanos y altos hasta los valles y llanos. Antes habrá impactado en los peñascos cimeros que nos amparan y en ese momento ya debemos estar al oeste, a cubierto, en marcha.

No sé si podré tomar la vanguardia. Ni siquiera si podré alzarme. Prefiero no probar, reservar mis energías para el mismo instante de la partida.

Mi hermano me mira, recostado en una roca, a respetuosa distancia, me mira.

La familia dormita formando un cerco en cuyo interior se guarecen los más pequeños. Un cerco protector como el seno de la madre para el lactante. La mirada de mi hermano no esconde un tinte de apremio. ¿presiente algo?. Entorno los ojos aparentando indiferencia.

Hace tres años tuvimos él y yo un enfrentamiento. En nuestra tribu no se persigue la muerte del adversario, se busca la derrota y en la lucha ponemos todas nuestras estrategias, todos nuestros recursos, todas nuestras habilidades y toda nuestra potencia. En aquella ocasión vencí yo. La consecuencia era el destierro del vencido y la condena a un errar solitario sin el apoyo ni el calor de la familia. Y el fin próximo es la muerte.

¿Soledad o muerte? ¿Qué es peor?

Él ofreció sumisión y yo quise ser magnánimo. Y práctico. Un individuo experto, avezado, joven, es un valioso elemento en el grupo: tiene pocos privilegios pero también escasas responsabilidades. Además posee la experiencia para ser un buen jefe.

Dos inviernos hace que tropezamos con los restos del extraño. No era propiamente un extraño; lo reconocí. Lo reconocí como el retador que fue aquel día menos hábil que yo. Se me enfrentó sin prolegómenos y yo supe que era más fuerte pero la idea de un extraño dirigiendo a los míos me dio fuerzas para poner en juego mi experiencia. La tribu nos contemplaba a distancia embriagada de curiosidad. Habrían aceptado al vencedor: Es la Ley. Cuando logré despeñarle sentí una quemazón de orgullo en mi pecho

pero no me llegó ninguna muestra de felicitación. El grupo reemprendió sus tareas. Sé que, en todo caso, aquella pelea no cayó en saco roto. El adversario estaba solo. Yo tenía el respaldo y la responsabilidad de la familia: Algo por lo que luchar. El adversario no los tenía. Los buscaba y eso marcó la diferencia. Recuerdo cómo el adversario se alzaba con dificultad y se alejaba renqueando hacia su destino.

Me detuve ante aquellos despojos y me cercioré de que la tribu entera pasara ante ellos. Una enseñanza más. Una respuesta, quizás, a alguno de los «por qué».

«¿Por qué, padre, se nos persigue?». «¿Por qué, padre, nuestro nomadeo permanente?». «¿Por qué nuestra eterna alerta?». No tengo todas las respuestas... ¿A quién pregunto yo?.

La certeza de mi vejez y de mi debilidad ha ido formando ácidas burbujas en mi sangre y resulta descorazonador llegar a esa convicción demasiado tarde, por el efecto detonante de la herida. Me recrimino por haber sido descuidado y por haber puesto en peligro a la familia, omitiendo las normas básicas de la vigilia; ese código genético que llevamos grabado desde generaciones y que no está de más transmitir una y otra vez a los pequeños, a los jóvenes, a los adultos. Y mantenerlo vivo en nosotros mismos. No podré perdonármelo. ¿Cómo pude ser tan descuidado. Repasé lentamente las reglas de oro. Estaba a favor del sol, podía vigilar el valle en un ángulo obtuso, tenía el roquedo a mis espaldas, nada obstaculizaba mi visión del horizonte... Incluso los árboles, que a aquella altura escaseaban, quedaban más abajo... Controlaba cada punto desde el que pudiera venir la amenaza... Algo debió fallar. Acaso las rocas a mi espalda no se mimetizaban lo suficiente con mi camuflaje y mi silueta destacara sobre un fondo de distinta tonalidad... ¿A qué lamentarse ahora? No es excusa que los cazarrecompensas usen miras telescópicas ahumadas para que el sol no destelle en sus lentes; ni los silenciadores para mullir la detonación de sus armas de largo alcance y ocultar así la ubicación de la presa... ¿Tenemos defensa ante tanta tecnología de muerte? Nuestro instinto es de VIDA, estamos en desventaja. Acabarán cazándonos como a ovejas, desde sus helicópteros.

Rememoré el impacto del proyectil. Fue un puñetazo indoloro, un topetazo en el costado que me llegó antes de oír el fragor del arma. El violento golpe me ayudó a dar un salto atrás, hacia el abrigo. De haber caído hacia adelante, hacia el vacío, rebotando en los salientes de piedra hasta el vallecillo habría llegado muerto y el enemigo habría corrido hacia mí, cuchillo en mano, para cercenar mi cabeza y exhibirla en triunfo reclamando el público reconocimiento por su hazaña. Pero caí hacia atrás, desenfilado de un segundo impacto, solapando ante la tribu, con la impostura de un salto, lo que era una caída.

El grupo hizo un ademán de huída. Pero al verme en pie, inmóvil, volvieron a tranquilizarse y a sus movimientos de corto radio. Todo en orden. El jefe estaba allí, con ellos.

Va a salir el sol. La familia empieza a dar muestras de impaciencia. Hay que ponerse en marcha.

Ayer, cuando reemprendimos el camino hacia las cumbres aún no dolía la herida. Tampoco ahora; sólo tengo el costado entumecido. La bala me entró por la axila derecha buscando el corazón pero no llegó a él. Una formidable masa muscular, dura y elástica, hizo de colchón y la bala quedó en el camino pero haciendo daño. Sé que ha atravesado puntos vitales, que ha causado destrozos en mis vísceras, que ha interesado el pulmón, que ha seccionado venas y arterias. Apenas hay hemorragia externa salvo un hilillo de sangre que me baja por el costado y ahora ha dejado de manar gracias a las horas de reposo. Eso favorece el fingimiento.

Anoche, cuando alcanzamos el refugio, hice varios altos innecesarios hurtándome a la vista del grupo para escupir sangre por boca y nariz y limpiarme con hierbas y matorrales antes de regresar a la ruta. Luego volví a ponerme en cabeza seguido de mi tribu.

No sé si esa noche de reposo me valdrá de ayuda. El aire frío de la mañana que se anuncia apenas me llega adentro y el que lo hace provoca agudos pinchazos. Es el momento. Apoyo pies y rodillas reuniendo todas mis fuerzas ante docenas de miradas expectantes. Mis cien kilos parecen cien toneladas. El grupo se ha puesto en pie sacudiéndose polvo y hierbajos. Doy el primer paso... Y me desplomo como un saco dejando a la vista el costado herido. Es una evidencia que no puedo andar ni apenas moverme.

El grupo cierra en mi torno un círculo. Me examina. Contemplan la herida, el reguerillo de sangre seca, el charco de color óxido que se ha formado donde apoyé anoche mi cabeza. Se retiran unos pasos. Deliberan. Vuelven junto a mí, a darme calor, ánimos... Inútil, no puedo moverme y así se lo doy a entender. El plomo blindado ha hecho su efecto lento e irremediable. Las madres envuelven a los pequeños. Está escrito que ellos deben conocer la muerte pero no presenciar la agonía. Ésta se disfruta (o se sufre) sin testigos. En soledad.

Mi hermano toma la vanguardia y se reanuda la marcha. Los veo alejarse sin titubear; es la Ley, así está establecido. Además es un alivio quedarse solo. Quiero dar un suspiro hondo pero se me queda en la garganta. Con la cabeza vuelta al Norte contemplo a la tribu alejarse en perfecto orden, como les he enseñado, como a mí me enseñaron. Y siento un pellizco de orgullo en mi pecho jadeante. Ellos se pondrán a salvo allá arriba; esa es su seguridad y mi consuelo.

La primera oleada de luz solar ensabana mi cuerpo y agradezco su tibieza aunque no alcanza a calentarme la sangre. Y con ella aparecen los primeros buitres. Dos... cinco... volando a gran altura. También es la Ley y no me preocupa. La familia a salvo, el aire limpio y diáfano... ¿qué más puede pedirse? Es un día perfecto para morir.

Aún alcanzo a verlos borrosamente iniciando la escalada, abordando la ladera por la escarpadura más angosta; conozco de memoria la ruta y observo que mi hermano la sigue sin vacilaciones. Hoy toca el camino difícil. Hubo un encuentro. Puede haber más.

Seis... nueve... quince buitres a cien, a cincuenta, a quince metros. No se acercarán mucho más, también es Ley no escrita. También una postrera muestra de respeto. Ellos conocen la virtud de la paciencia que les conduce a su premio.

La mañana ya es decididamente luminosa, una luminosidad ultrajante para una vista que ya apenas la aprecia. El sol se pavonea en la línea del horizonte con toda su ígnea redondez. Zumban los pocos insectos que pueden vivir a esta altura y los buitres se posan en las piedras próximas, me miran de perfil, «tómate tu tiempo, amigo, para nosotros no existen las prisas...» Cierro un momento los ojos y de inmediato siento un hedor acre y próximo. Al separar los párpados el carroñero impaciente emprende una grotesca retirada.— ¡Qué majestuosos en vuelo y qué torpes y desgarbados en tierra! Ya no veo a los míos. En condiciones normales los alcanzaría atacando la ruda ladera, la brava pendiente... pero tengo los ojos entelados y apenas percibo las siluetas de los buitres balanceándose sobre un pie, sobre el otro, sombras bamboleantes. El sol ya ni me deslumbra. Tomo conciencia de mi propio aliento, cada vez más superficial, más convulso. Lanzo un último mensaje a la tribu: «Marchar, marchar... Subir... subir...»·

A iniciativa del jerarca dos docenas de buitres leonados se abalanzan sobre el cuerpo del gran macho muerto.

Y a dos mil metros de distancia, mi grey de muflones vuelve la cabeza para mirar por última vez el punto de despedida. El sol se va levantando, la mañana es clara, el aire es puro y limpio y, allá arriba, hay buen cobijo para retozar, triscar la fina y jugosa hierba aún bañada en rocío, descansar a salvo de acechanzas... Es un día perfecto para vivir.

Trazas de locura

Laudelino Vázquez

Yo ya no sé qué pensar, ni qué decir ¿Saben? Esto es una broma pesada o una locura, ambas cosas a la vez o una pesadilla de la que un día despertaré, sudoroso y asustado pero feliz, al fin, de que haya terminado. No estoy seguro de cómo me vi involucrado en la historia de Alicia Ramírez, aparte de que Paco Trinidad había escrito un par de historias entre nostálgicas y divertidas de dos Alicia Ramírez distintas, que de alguna manera confluían en su imaginación, y de paso nos las trasladaba con ese estilo suyo tan cuidado y sorprendente. Un día, me cuenta que en realidad Alcia Ramírez existe y vive en Madrigal de las Altas Torres: me dejó patidifuso si es que la palabreja aún existe, porque, si la tal señora era real, él podía meterse en un buen lío. «Nadie lee nada hoy en día», me respondió Paco mientras dábamos cuenta de un arroz con leche que quitaba cualquier preocupación.

Pero Paco olvidó que ya tenemos una edad, y aunque manipulemos por el ordenador y ·él sobre todo· entendamos algún que otro programa, ya no somos de estas generaciones digitales, y nunca llegamos a entender del todo la dimensión que pueden alcanzar las cosas vertidas en ese contenedor llamado internet. Porque la inmensa mayoría, no habrá leído un libro en su vida, pero si hay una oportunidad de hacer sangre, se apañan para enterarse, y en un momento, las historias se hacen virales, y las conoce todo quisque. Y lo de Alicia Ramírez en Madrigal de las Altas Torres, fue un bombazo. Por lo que llegó a mis oídos, no hubo otro tema de conversación desde la pandemia hasta el año pasado, cuando un accidente inesperado, borró a Alicia Ramírez del imaginario popular. Pero entre medias, no se me ocurrió otra cosa que ir a ver a un policía recién jubilado que era primo de la interfecta, y además había descubierto a la asesina de Alicia.

Acompaño estas líneas con una de las fotos que le hice el día de la entrevista en el que había sido sus despacho profesional, y para las que tuvo hasta la deferencia de volver a vestir el uniforme por un rato. Si se fijan, creo que se puede leer con bastante detalle (casualidad, pues yo como fotógrafo soy un absoluto desastre) los detalles del Diploma al Valor y Servicio a la Comunidad, con distintivo de primera clase, que le concedió la Comunidad de Castilla y León, por toda una vida profesional de dedicación, pero casualmente concedido cuando resolvió el asesinato de su prima. Elegí esta foto en la que me mostraba que las «manucas» que le habían acompañado como apodo desde su infancia, ya no eran precisamente tan pequeñas como en aquellos años, y curiosamente, no recuerdo por qué sujetaba el móvil en el que grabé toda nuestra conversación.

Una comida en el restaurante Mónaco, en la Plaza Mayor, dónde el lechazo era de lo mejor de Castilla, según palabras del propio Fulgencio, sirvió de despedida después de una mañana de turismo real por las calles de Medina del Campo, con Fulgencio como guía. Después de publicada la historia que él me contó, había olvidado el tema, porque está el mundo como para andar preocupándose por historias de cuernos y asesinatos de andar por casa, cuando el mes pasado, Paco Trinidad, me llama para contarme que ha llegado una carta de Alicia Ramírez a la redacción, en la que entre otras cosas, me amenaza con llevarme a los tribunales. Una broma más de Paco , pensé, mientras le decía, que bueno, que ya lo afrontaríamos.

Pero una semana después, me llega una citación del Juzgado de Instrucción número tres de Medina del Campo, en la que se me llama a declarar por una demanda de Alicia Ramírez. Sí, Alicia Ramírez, la muerta, mejor dicho, la asesinada.

Llamé a mi abogado, que después de hacer unas cuantas llamadas, me confirmó que la demanda era cierta, que parece ser que hay una Alicia Ramírez en Madrigal de las Altas Torres (¿Otra?) que efectivamente, lleva vida de madre ejemplar, esposa dedicada y vecina sumamente apreciada, a la que la historia de la Alicia Ramírez ficticia le habría masacrado la vida.

—No es posible ·le dije en shock·, si fuera así, alguien nos habría advertido ya desde la primera historia que publicó Paco Trinidad.

—No tengo ni idea de lo que me hablas ·me respondió el abogado·, pero esto tiene muy mala pinta para ti. Mándame todo lo que se haya publicado en esa revista y veremos qué se puede hacer.

¿Qué habrían hecho ustedes además de llamar a Paco Trinidad y recordarle su árbol genealógico hasta la decimoséptima generación? Pues lo que hice yo: Llamar al ex·inspector Fulgencio y preguntarle qué estaba pasando.

Pero al otro lado del teléfono, me respondió una muchacha muy amable, que me informó que ese número se lo habían asignado hacía menos de un mes, y que ya llevaba unas cuantas llamadas confundidas, porque al parecer había pertenecido a un policía de un pueblo de Castilla (la joven vivía en Almuñécar, Granada, y no me podía decir más). Así que un poco desconcertado, llamé a la comisaría de Medina del Campo, dónde amablemente me informaron que el agente Fulgencio Ibáñez, había fallecido hacía seis meses de una larga enfermedad. Y ya de paso que no sabían por qué me refería a él como comisario, porque nunca había pasado de la escala básica de agente uniformado «y la Comunidad de Castilla y León, no concede ese diploma a nadie».

La última frase del policía al otro lado de la línea me golpeó como un puñetazo en el hígado, y más cuando añadió que no existió nunca ningún policía al que le llamaran «Manucas». Y que la investigación de la muerte de Alicia Ramírez, de la mueblería C&E de la Plaza de la Constitución de Medina del Campo, la llevó la Guardia Civil de Arévalo, porque aunque Alicia Ramírez y su familia habían vivido mucho tiempo en Madrigal de las Altas Torres, cuando abrieron la mueblería, se habían trasladado a unos quince quilómetros, a un chalet, en Aldeaseca, que les quedaba a nada por la autopista, y entraba en la jurisdicción de la Guardia Civil de Arévalo.

Balbuceé unas palabras de agradecimiento, colgué el teléfono y llamé a Paco Trinidad.

—Dime que no me he vuelto loco ·le espeté en cuanto le solté la parrafada con la conversación del policía de Medina del Campo·. Que esto está pasando de verdad. Mejor dicho, que no está pasando, porque la nueva Alicia Ramírez, me pide cien mil euros que, por supuesto, ni tengo, ni llegaré a tener en mi puñetera vida.

—Tienes suerte ·me respondió·, a mi me pide ciento cincuenta mil.

—Pero más allá de eso, esto parece un guiso con trazas de locura. Tiene que haber alguna explicación.

—Yo no la encuentro.

—Tengo la sensación de que hasta tú, que empezaste esto como una especie de juego literario, crees que estoy loco o me lo invento directamente. Pero te mando las fotos del comisario Fulgencio Ibáñez el día que estuve con él en su despacho. Mira una en la que está con el móvil en la mano: me estaba mostrando la mano que había dado origen a su apodo, pero si te fijas, el diploma se puede leer claramente.

—Mira, Laude, esto nos va a volver locos a todos ·me respondió Paco·, y encima nos arruinará, porque ya lo veo venir. Y si te digo la verdad no le encuentro explicación lógica alguna. Lo único que te puedo prometer es publicar la foto, para que todo el mundo vea que no te lo inventaste…, pero yo de ti, me iba a Medina del

Campo a buscar a alguien del entorno de Fulgencio Ibáñez, para intentar aclarar este embrollo, pero empieza por aclararte tú, porque cuando hablaste con él a finales del 2021, viniste contando que menuda historia tenías entre manos, y la titulaste «El último caso del Inspector Ibáñez…» ¿Y?

—Que ahora me cuentas que en la foto se lee Comisario Fulgencio Ibáñez, y un inspector no es lo mismo que un comisario, que a ti, fuera quien fuera Fulgencio Ibáñez, te la metió doblada.

No supe que responder. No sé qué hacer. No entiendo nada. Sólo sé que ahora, a los fantasmas de Alicia Ramírez, hay que añadirle el fantasma de un comisario que era inspector o quizás agente de la escala básica, que pudo existir o no. Puedo oír al jinete de la locura galopando hacia mí, riéndose a carcajadas de estos pobres ilusos que creemos poder construir destinos y mundos a nuestro antojo, y que en demasiadas ocasiones acabamos atrapados en nuestro propio juego como una broma macabra. Una broma que a mí no me hace ninguna gracia

Madrigal de las Altas Torres

La Jardinera

Con los pies en alto y una manta por encima, mira con ojos febriles las flores del jarrón. Tienen buen aspecto pero hace días que no les cambia el agua, sospecha que huelen mal, ella ha perdido el olfato. Se suena la nariz y cierra los ojos, dormita mientras su cuerpo lucha con la enfermedad y en el sueño confunde las medicinas recetadas con las cremas de belleza, ambas tan ineficaces. Despierta sudando, el termómetro marca un grado menos. Después de una ducha se siente mejor y se queda junto a la ventana que da a la jardinera. La aucuba japónica le recuerda a sí misma. Llevan juntas muchos años. Al principio la mimó como a un bebé, pero pronto sus cuidados se volvieron más espartanos. Por supuesto que la quería. Le gustaba sentir que estaba viva, admiraba su fortaleza, cómo vencía en las dificultades. Hace tiempo que necesita una poda, pero lo ha ido aplazando, promete hacerlo tan pronto recupere la salud. La planta tiene un aspecto salvaje y cautivador. En su resistencia hay algo de monstruosidad. Al lado de las hojas ennegrecidas crecen otras verdes, como habitantes instalados en un cementerio y que lo adornan con ramilletes de frutos rojos. Del piso de arriba cuelgan ramas con brotes perfilados de bichitos negros que se mezclan con las hojas de la aucuba. Piensa que también tendrá que podar esa invasión de la jardinera del vecino. Agotada por tanta actividad pendiente, vuelve al sofá.

A la mañana siguiente ve a través de los cristales al hombre que cuida el jardín comunitario y le hace señas para que suba. Confía en él como un enfermo en un cirujano. Ay que ver, señora, como tiene esta planta, dice mirando a la aucuba, y se va. Vuelve con la cizalla, corta por aquí y por allá ramas leñosas por donde corre la savia que ya no llevará alimento a las hojitas verdes recién nacidas. Si para sanear la planta hay que sacrificar vidas, en su curación también habrá algún cadáver. Con lágrimas en los ojos se queda mirando la desnudez borrosa de la aucuba domesticada.

IV. Llegó la hora de partir 1

Juan Depunto

Llegó la hora de partir y de decirnos el adiós…

Tradicional escocesa, Robert Burns, s. XVIII

Escribir sobre alguien conlleva dispensar un cierto tipo de perdón.

Michael Cunningham Entrevista en El País , 19-9-24

EL CESE Y LA JUBILACIÓN

1. Jueves 5 de junio, el cese

A media mañana me llamó el Gerente a su despacho. Era algo periódico, habitual. Si la secretaria no me comentaba el tema, no preparaba documentación alguna y resolvía sobre la marcha la consulta o asumía el encargo sin más. Esa mañana no me comentó el motivo, aunque sin saber por qué sentí un desasosiego poco común, como el presentimiento de algo desagradable.

Me hizo sentar solemnemente, como siempre, en la larga mesa de reuniones, aunque en esta ocasión noté un detalle poco frecuente. Mi interlocutor se sentó enfrente, a contraluz, sin la habitual composición en ángulo de los días de confidencias o comentarios asesores. Su expresión era tensa, como la de un mal jugador de póker que deja traslucir el sentimiento que le embarga cuando en lugar de la esperada escalera

1 Se puede ver en el n.º 75 de Luz y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo. Publicada la 1ª parte, “Cantando bajo la lluvia”, ahora seguimos con capítulos de las otras tres partes, éste pertenece a la 4ª y última.

Enlace: https://issuu com/guendy/docs/luzytinta 75

de color tiene unas simples parejas y sospecha de su contrincante el póker de ases. Y mi desasosiego fue en aumento.

Se elevó por las nubes acerca del nuevo aire que tenía que darle él a mi función, no el que quería, sino el “que debía”. Un cambio de rumbo, me dijo. Pero no me dio opción a que lo hiciera yo, debía ejecutarlo otro timonel, mientras yo pasaría a un segundo término, algo así “como una reina madre que vela por la supervivencia de la Institución a través de su simple presencia y apoyo”, como me dijo literalmente. Insistió en el mucho apoyo que me pedía para ese nuevo e inexperimentado timonel, del que dijo lo conocíamos ambos bien y del que asumió su nula experiencia. Fue como si el verdugo pidiera al condenado que le sujetara el hilo que sostiene la cuchilla de la guillotina…

Y tanto que lo conocía, hasta el año anterior había sido mi discípulo y el instrumento que facilitó la entrada del Gerente en una alcanforada institución. No le faltaron elogios para la labor realizada en esos más de ocho años, en los que coloqué y mantuve a la Institución en el primer puesto del ranking nacional docente, puesto en el que todavía sigue cuando, cuatro años después, el narrador escribe estas líneas. Ninguno está ya en ese puesto, ni el que ocupó el del desplazado, ni los que idearon los desplazamientos, ni quién lo cesó.

Fue el precio que tuve que pagar por mi inflexibilidad ante corruptelas varias... Y hoy, dieciséis años después, yo lo acuso, como pueden testificar profesionales más jóvenes que yo, empezando por la persona que más ferozmente me defendió en público, jugándose su puesto que también era de libre designación, mientras otros callaron.

Venía en mal momento para él, justo cuando con mi actuación había contribuido y mucho a desmontar una huelga que podía haber terminado mal. Mi cese no era idea suya como me confesó y por lo que se disculpó; la orden venía en un doble sentido, de arriba de él y de debajo de él y, según parece, hacía años que la recibió, aunque estuvo dilatando su aplicación por aquello de los buenos resultados obtenidos que no justificaban a todas luces semejante decisión, pero como no empeoraban y urgía el cambio, pues sin más hubo que colocar al nuevo timonel para que, desde esa alta torreta que todo lo divisa, hiciese méritos para su nuevo e inmediato nombramiento, de aún mayor altura, una de las razones del movimiento desplazador, lo que sucedió a los pocos meses sin llegar a cumplir el año.

Hubo oferta compensatoria, la que ha venido a consagrarse con la expresión de “una salida digna”, ya que no era para menos la situación y podían levantarse protestas a nivel nacional, dado que el cesado era a la sazón presidente fundador de Sociedades Científicas, regional y nacional, relativas al cargo desempeñado. Que no produzca ruido es lo que se desea en estas ocasiones. Y yo, el cesado, opté por no hacerlo, porque ni era mi forma profesional de comportarme, ni beneficiabas con ello a la credibilidad de algo en lo que, a pesar del hecho, seguía creyendo.

Pero el hecho no era aislado en mi vida profesional y vino a señalar el cambio que, sin haberlo notado hasta ahora, se estaba produciendo. Estaba entrando en mi solsticio de invierno, ni más ni menos. Y empezaba a percibirlo.

Cuando la estrella que hasta ahora me guiaba declinó en el horizonte, supe que esa era la señal de que el camino estaba terminando, que el destino estaba próximo y convenía tomar medidas. La primera, aceptarlo. La segunda fue tomar otra decisión que hacía tiempo andaba posponiendo: dejar de operar en unos meses, antes de que las circunstancias me cesaran también en ese delicado cometido, y dedicarme solo a la clínica y la docencia.

Estuve ejerciendo de reina madre dos años sin recibir formalmente el papel del cese (incluso pasé una auditoría nacional haciendo el papelón de responsable de la cosa y en el Ministerio no se dieron por enterados); la resolución de cese no la llegué a recibir nunca, fue solo verbal, cuando el nombramiento fue escrito, previo pase por varios “tribunales”: Comisión de Docencia, Comisión de Dirección, Junta Facultativa, Comisión Central de Calidad y Comisión Mixta con la Universidad). Me centré en seguir desempeñando la otra faceta de mi actividad especial, la de la formación continuada de profesionales ya especialistas, además de en la cirugía y en la docencia de estudiantes.

Finalmente, un nuevo gerente me cesó también en esta faceta (verbalmente también, jamás firmé el papel del cese porque no me lo pusieron por delante), agradeciéndome los servicios prestados con amables palabras y asistiendo a mi comida de despedida cuando me prejubilé, en la que también pronunció un emotivo y laudatorio discurso que realmente le agradecí.

Tras esto me presenté a mi nuevo jefe y catedrático (en la vida jerarquizada que llevamos siempre hay un jefe) que amablemente me dio la oportunidad de elegir a qué terreno quería enfocar mi ya nuevamente total dedicación quirúrgica. Le dije que a la que él necesitara, pero ya sin operar por razón de mi quebrada salud. Se quedó de piedra, no lo entendía, pero tras un tira y afloja prevaleció la cordura y decidió sacar el mejor provecho de mi persona: me destinó a mi antiguo equipo, pero

encargándome especial dedicación a la acreditación de calidad de la Unidad General y a la docencia. Y a eso me entregué, más que satisfactoriamente, los últimos tres años de mi vida profesional, lo que supuso para mi un regalo inesperado que llegó a postergar la decisión de prejubilarme como me aconsejaban los inspectores del Servicio Regional de Salud.

Martes 5 de febrero, la jubilación

Cinco años después, estaba este día cinco a cinco grados según Google. Mi padre hubiera cumplido ese 5 de febrero 97 años y comencé precisamente ese día, con 62 años a punto de cumplir uno más, a escribir decididamente en la que ya fue y sigue siendo mi nueva vida, que se la dediqué a él por ser el día que era. En fechas como la de un cinco de febrero siempre me sucedieron cosas importantes que ahora no vienen a cuento.

A los dos días del cumpleaños paterno, con la compañía de un albariño, más tabernario de lo que se pudiera sospechar por la pretenciosa botella que lo albergaba, decidí ya sin dudas la dedicación para mi futuro, hoy presente, con independencia de que durase más o menos. Y programé los próximos pasos: Mientras siguiera de baja

por enfermedad iría cerrando mis antiguos frentes laborales (docentes, sobre todo, los otros los cerraría despidiéndome sin más).

El siguiente día 13 (fue capicúa la fecha) me citó la Inspección y allí planificaron mi pase a la incapacidad laboral permanente, probablemente absoluta. Me lo habían recomendado ya varias veces, sobre todo desde la baja de dos años previos; coincidieron desde mi médica de familia a mi neumólogo de cabecera y mi inspector. Y cuando se resolvió oficialmente unos meses después, esa fue ya sin duda mi nueva vida, una vida dedicada hasta su final a aquellas primeras aficiones mías que florecieron a mis catorce años, la fotografía y la literatura, o al revés, que tanto monta. En el tiempo intermedio, de transición, en el que estuve de baja, fui adoptando mis nuevos horarios que ya tenía previstos en mi mente y además los practiqué con gusto, sin ningún esfuerzo, como se hace en los viajes de vacaciones que, aunque cansen son de lo más delicioso para mi persona.

Soy un hombre pegado a mi tiempo, me refiero al de mi reloj. Ambos somos como una misma cosa y ello no me angustia lo más mínimo, al revés. Me despertaba el jazz a las siete de la mañana y hacía un primer café, como antes lo hacía a las seis. Luego, hasta las nueve o las diez, leía en la cama, donde me había vuelto a meter con gran placer y alegría. Era una tarea encomendada por mi tutor literario, el escritor Compán, severo gobernante de mi nueva ruta a las Indias de mis deseos literarios. Cumplida este importante deber, me aseaba y desayunaba según los cánones más actuales que, mira por dónde, eran los que yo recomendaba en otro tiempo: zumo y croissant o tostada. A continuación, leía el correo y lo contestaba, terminando por tomarme un segundo café, ya sin leche ni azúcar, negro y sólo como la vida misma, que decía mi viejo amigo Puértolas cuando se separó de su novia de entonces, mi hermana, abatido por la tristeza y la desolación, y al que ahora he recuperado recientemente, encontrándole sereno y realizado, disfrutando de su jubilación.

A la una, como antes sólo hacía los sábados, domingos y días de vacaciones, tomaba mi aperitivo, mientras trabajaba en mi nueva ocupación o lo compartía con algún amigo, también ahora en estado de vida jubilosa. Luego iba dándome un paseo hasta la hora de preparar la comida. Tras comer y un ligero reposo, siesta de sofá, mientras tenía la tele puesta con algún programa relajante de pececitos o pajarillos, reanudaba mi tarea escritora o fotográfica para concluir la tarde con alguna amena charla o la tertulia con amigos, lo que tocara. Después de la cena veía las noticias del telediario y a continuación me tocaba formarme en cine, para acabar el día, con alguna película del menú del día o a la carta, que para eso contraté un nuevo canal por cable.

Y en ese año trece también concluí el diseño, corrección y envío para fotocopias del último examen de mi vida, sobre el que ni mi catedrático ni mi compañero profesor de mayor experiencia me hicieron un solo cambio. Fue un examen especial, como los que hice siendo delegado ministerial, pues fue el primer examen simultáneo en la Facultad de Medicina entre dos centros diferentes, el mío y el de V. El examen salió bien y su corrección-valoración fue el último acto laboral importante de mi vida, aunque he seguido colaborando con una de las asociaciones docentes que fundé, pero ya sin vinculación laboral.

Mi jubilación ocurrió de manera natural, entendiendo por ello que era lo más natural el que me retirase ya, dada la mala salud de bronce oxidado de la que disponía. Dos años antes, como dije antes, me habían dado su opinión, favorable a prejubilarme, los tres médicos que me llevaban: la de cabecera, el especialista y el inspector. Pero atravesaba un momento agradable en mi trabajo y aunque las alternativas eran también deseables (literatura, fotografía, cultivo de amistades, paseos, viajes, etc.), uno tiende a posponer aquello tras lo que no hay vuelta atrás, lo irreversible. Por eso es tan rechazada la muerte.

A principios del año, un resfriado mal curado me condujo a una neumonía, con complicaciones, tras la que me convencí que era mejor no tentar más la suerte estando

en un medio peligroso para los contagios como era el mío. Pacientes, compañeros y alumnos son una fuente inagotable de contagios respiratorios y lo que para cualquier persona sana supone un simple resfriado, cuatro días algo fastidiado, en mí derivaba en complicaciones que me hacían entrar en insuficiencia respiratoria.

Tras unos meses de consultas, valoraciones y papeleo, a finales de la primavera estrené mi nueva situación. Una situación para mi agradable, a pesar de que la anterior me gustaba, aunque últimamente ya me daba cierto vértigo.

Me había convertido en un pensionista y esto significaba mucho más que verme reducido el sueldo a la pensión.

Nuevas oportunidades

La jubilación me permitió recuperar las aficiones de mi adolescencia, cuando tenía 14 años, intentando compaginar la literatura con la fotografía a partes iguales. Y a su vez cada una de ellas en parte a formación en estas disciplinas y en otra parte a su práctica, bien escribiendo o bien comentando en tertulias. Muy cartesiano, pero poco real. En la realidad vengo observando que cuando me pongo a leer todo aquello que me falta para una cultura media con la que poder escribir, no tengo ni tiempo ni ganas de hacer otra cosa. Cuando me pongo a escribir me ocurre lo mismo. Y cuando hago fotos no estoy por editarlas ni colgarlas de mi página web y tampoco hago por ponerme a estudiar revistas de fotografía. Las cosas van saliendo conforme me las pide el cuerpo, un cuerpo que lo he tenido demasiado machacado por esa férrea disciplina laboral que ha sido mi trabajo durante 40 años y antes por los 23 años de “mili obligatoria previa” de soldado raso en mi disciplinada casa familiar como el hijo de un coronel cualquiera…

El director y promotor de esta revista Luz y Tinta, Güendy, conociéndome solo por los comentarios expresados en su web “Moldeando la luz”, me propuso que le enviara un artículo sin pedirme tema ni extensión. Se lo mandé, sobre Lorca, y desde entonces llevo publicando un artículo a mi criterio todos los meses sin excepción y sin censura, ni suya ni de la del director-editor Paco Trinidad. Y así se han pasado estos más de diez años sin apenas darme cuenta de ese paso del tiempo que llevo también publicando en la revista por capítulos sueltos como éste… Incluso me honraron con el nombramiento de “Fotógrafo del mes de noviembre de 2016”.

En este nuevo oficio al que me dedico he tenido que viajar a sitios insospechados antes para mí, como interiores de minas, y necesito muchos tiempos de reflexión, unas veces en soledad, las más, y otras en compañía, contrastando experiencias. Porque andar escarbando en las interioridades de uno, muchas veces voluntariamente olvidadas, es algo que levanta picores y escalofríos, lo que da ganas de cubrirlas de nuevo con una manta aún más espesa. Uno no termina de saber del todo quien es uno.

Recordando estas interioridades, en la distancia que solo proporciona el tiempo que ha pasado, se entienden mejor con esta perspectiva, se reconocen culpas allá donde había dudas y se relativiza su peso teniendo en cuenta los antecedentes personales, las escasas posibilidades de elección (la libertad para mí no existe) y las circunstancias. Los afectos también se cambian o se solidifican, incluso los sentidos hacia quienes nos hicieron daño en un momento dado, como también lo hice yo.

Me pregunto el porqué de este deseo mío de coincidir con estas dos aficiones y me respondo que en el fondo son la misma: diferentes instrumentos de comunicar algo con distintas técnicas de expresión. Es mi obsesión por la comunicación plasmada a través de estos dos medios de hacerla. Tanto es así que hace poco leía en las declaraciones que hacía Juan Mayorga, con motivo del Premio Nacional de Literatura Dramática que acababa de recibir, la siguiente afirmación:

“La dirección teatral es otra forma de escritura”

Entiendo que quiso decir otra forma de comunicarse literariamente, artísticamente. Porque casi todo es comunicación, entre los seres humanos, sobre todo, pero no solo en ellos, podríamos extenderlo a buena parte de los seres vivos: cada vez leo más informes acerca del lenguaje de los animales, si es que a su forma de comunicación se le puede llamar así, como al menos yo lo creo, aunque no sea un lenguaje articulado y estructurado con reglas gramaticales.

La escritura es la forma más habitual de comunicar la literatura, aunque también se haga declamando en teatro, cine o vídeo. La fotografía es también una forma de

comunicar sensaciones, estados de ánimo, arte y, de alguna manera, también literatura, aunque utilice un soporte diferente a las letras y signos de la escritura, aunque utilice las imágenes en su lugar y como utensilio la cámara en vez de la pluma. Es lo que viene a sintetizar en su nombre nuestra revista: La luz y la tinta. Y en los idiomas asiáticos tenemos esa simbiosis de imagen y signo que les da a estos pueblos su peculiar forma de comunicarse.

Prefiero utilizar las palabras “instrumentos” o “utensilios” al horrible anglicismo de “herramientas”, herencia directa y reciente del “tols” de la era informática. Sólo que mientras que para los informáticos anglosajones con esa palabreja designan de herramientas a instrumentos, pasando por todos los grados intermedios de los utensilios, en castellano e inglés cultos hay matices y cuando se habla de herramientas (que viene de hierro) inmediatamente nos imaginamos utensilios generalmente fuertes, de hierro, como aperos de labranza, material de trabajo en talleres industriales, etc. Siempre se me ha hecho difícil llamar herramientas a los sutiles materiales con los

que trabaja el cirujano (instrumental quirúrgico se llama) o a aquellos otros, mucho más sutiles, que manejan los docentes en su labor.

Volviendo a la letra y la imagen, ambas son la expresión de una idea, de un pensamiento, de la reflexión, la experiencia, la sensación, la emoción, la pasión… He comprobado que muchos literatos (Goethe, Lorca, entre los consagrados y otros en nuestro entorno inmediato y contemporáneo) han escrito y dibujado a la par, cuando no han compuesto música simultáneamente (Lorca lo que quiso ser realmente era músico); hace poco vi el, todavía inédito, “Cuaderno de viaje por la Toscana”, de Salvador Compán, con preciosos dibujos hechos por el literato a bolígrafo que ilustran al lector y facilitan su tránsito por las maravillas descritas, lo que me hizo recordar el viaje a Italia de Goethe que él tenía pendiente de leer. O las pinturas actuales del cronista de Doñana, a la que ha dedicado sus siete novelas previas, Juan Villa.

A veces me parece que ando jugando a ser escritor. Y me da cierto corte, espero que no lo noten los que me rodean. Pero no hay nada malo en ello. Al fin y al cabo, empezamos la vida sin controlar esfínteres, creciendo y jugando hasta que nos hacemos adultos. Terminarla jugando, menguando y dejando de controlar esfínteres no es sino la otra cara de la misma moneda.

Ya nada se me exige. Si mi escritura interesara a los otros y tuviera éxito, mejor. Si no, no importa, me he divertido sin fastidiar a nadie y voy envejeciendo reflexivamente, noblemente. Y esa actividad intelectual de introspección probablemente me mantenga más distanciado de la demencia propia de la edad o la retrase. Todo son ventajas.

Me pregunto hasta qué punto el éxito literario es un montaje comercial de las grandes editoriales, partiendo, por supuesto, de nobles materiales. Y también me pregunto acerca de la propiedad en la literatura. Coetzee dijo que “Un gran escritor es propiedad de todo el mundo”. Y “el cartero de Neruda” le dijo a Don Pablo, en el film de M. Radford, basado en A. Skármeta: “La poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita”.

Anka Zhuravleva

Anka (nacida Anna Belova) nació el 4 de diciembre de 1980. Pasó su infancia entre libros de arte y las herramientas de dibujo de su madre, cubriendo hectáreas de papel con sus dibujos. En 1997 ingresó en el Instituto de Arquitectura de Moscú con la decisión de seguir los pasos de su madre. Pero a finales de 1997 a su madre le diagnosticaron cáncer y murió en menos de un año. Luego murió su padre en 1999. Después de eso, la vida de Anka cambió drásticamente. En un intento por mantener la cordura, se sumergió en un estilo de vida alternativo: trabajó como tatuadora, cantó en una banda de rock y, a veces, buscó una vía de escape en el alcohol. Para ganarse la vida mientras estudiaba, Anka trabajó en varias agencias de modelos. Gracias a las lecciones de dibujo, no tenía miedo de posar desnuda y sus fotos aparecieron en las revistas Playboy y XXL y en la exposición fotográfica Playboy 1999. Pero ella no estaba buscando una carrera como modelo, era solo una forma de ganar algo de dinero. En 2001, Anka trabajaba en el departamento de posproducción de los estudios Mosfilm. Ese mismo invierno, uno de sus colegas la invitó a pasar un fin de semana en San Petersburgo con su amigo, el compositor y músico Alexander Zhuravlev. En menos de un mes, Anka se despidió de Moscú, de sus amigos, de su carrera en Mosfilm y se mudó con Alexander a San Petersburgo. Vivir con su amado sanó su alma y recuperó el deseo de pintar. Realizó varias obras gráficas y se aventuró en otras áreas de las artes visuales. En 2002, Gavriil Lubnin , el famoso pintor y amigo de su esposo, le mostró la técnica de la pintura al óleo, con la que experimentó durante los siguientes años. Durante ese período, hizo solo unas pocas obras porque cada una requería desencadenar una gran carga emocional. Todas esas pinturas son diferentes, como si hubieran sido creadas por personas diferentes. La primera exposición de Anka tuvo lugar en un canal de televisión local en vivo: el estudio estaba decorado con sus obras. Siguieron varias exposiciones. Sus pinturas y bocetos se exhiben en colecciones privadas en Rusia y en el extranjero. En 2006, Anka se dio cuenta de que su inspiración provenía a menudo de fotografías y decidió dedicarse a la fotografía. Desde entonces, Anka ha participado en numerosos proyectos: publicaciones y portadas de revistas, portadas de libros y CD, exposiciones. También se dedica al arte fotográfico digital y a la fotografía con película analógica. En 2013, Anka y su marido se mudan a vivir a Oporto, Portugal.

anka zhuravleva

Alexander Polyakov

El arte de la fotografía de retrato realista implica capturar la esencia y la personalidad de un sujeto de manera auténtica. Establecer una buena relación con el sujeto es fundamental. Conversar antes de la sesión puede ayudar a que se sienta más cómodo.

Buscar momentos espontáneos que reflejen la verdadera personalidad del sujeto.

Utilizar luz natural puede crear un ambiente más suave y favorecedor. La hora dorada (al amanecer o al atardecer) es ideal. Utilizar la regla de tercios para crear una composición equilibrada e interesante.

Elegir un fondo que complemente al sujeto, evitando distracciones. Asegúrate de que los ojos del sujeto estén bien enfocados, ya que son el punto focal de la mayoría de los retratos. Usar una apertura amplia (número f bajo) puede ayudar a desenfocar el fondo y centrar la atención en el sujeto. La edición debe ser sutil; busca realzar colores y texturas sin perder la naturalidad.

Experimenta con diferentes estilos y técnicas hasta encontrar lo que más te represente. Observa el trabajo de otros fotógrafos, pero busca siempre añadir tu propio toque.

Hay que asegurarse siempre de tener el consentimiento del sujeto para capturar y compartir su imagen; así como ser respetuoso con las emociones y la historia de las personas que se retratan.

El retrato realista no solo se trata de tomar una foto; es una forma de arte que busca contar historias y mostrar la humanidad de cada individuo. Practicar y perfeccionar estas habilidades te ayudará a crear retratos impactantes y memorables.

Los viejos moldeadores nunca

Los viejos moldeadores nunca

Los

Daniel Kordan Islas Azores

Las Islas Azores son un archipiélago portugués situado en el océano Atlántico, a aproximadamente 1,500 kilómetros de la costa de Portugal. Compuesto por nueve islas principales, son conocidas por su impresionante belleza natural, paisajes volcánicos, y rica biodiversidad.

Las Islas Azores son un destino ideal para los amantes de la naturaleza, los aventureros y aquellos que buscan una experiencia cultural única. Su belleza natural y diversidad hacen de este archipiélago un lugar fascinante para explorar.

Daniel Kordan.

Daniel participó de forma muy activa en la red social Moldeando la luz desde sus comienzos hasta su cierre a penas hace un año. También ha sido un colaborador especial em Luz y Tinta.

Daniel Kordan es un fotógrafo ruso conocido por su impresionante trabajo en fotografía de paisajes. A continuación se presentan algunos aspectos destacados sobre su carrera y estilo: Paisajes Naturales: Kordan se especializa en capturar la belleza de la naturaleza, especialmente en lugares remotos y espectaculares.

Uso de Luz: Su trabajo destaca por el uso magistral de la luz, capturando momentos mágicos durante el amanecer y el atardecer.

Kordan ha fotografiado diversos e infinidad de paisajes alrededor del mundo, incluyendo:

Rusia: Su país natal, donde ha explorado lugares como el lago Baikal y las montañas del Cáucaso. Islandia: Conocido por sus paisajes dramáticos y sus fenómenos naturales.

Antártida y otros destinos: También ha viajado a lugares remotos como la Antártida y las islas del Pacífico.

Utiliza una variedad de técnicas fotográficas, incluyendo exposiciones largas y panorámicas. A menudo emplea cámaras de formato medio y lentes de alta calidad para lograr un nivel de detalle excepcional.

Kordan también es conocido por compartir su conocimiento a través de talleres y cursos de fotografía, donde enseña técnicas y conceptos de fotografía de paisajes. Su enfoque se basa en la conexión con la naturaleza y la búsqueda de momentos únicos que revelen la belleza del mundo natural.

Daniel Kordan es un referente en el ámbito de la fotografía de paisajes, y su obra inspira a muchos a explorar y apreciar la belleza de nuestro planeta.

Los viejos moldeadores nunca

Los viejos moldeadores nunca

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Los viejos moldeadores nunca

Los viejos moldeadores nunca

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y ahora viven en

Los viejos moldeadores nunca

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Michèle Zousmer

Michele Zousmer es una fotógrafa humanitaria y de bellas artes. La cámara es su herramienta para dar voz a las comunidades marginadas y ser testigo de la experiencia humana. El trabajo de Michele celebra la fuerza y la belleza de cada individuo, así como su vulnerabilidad y espíritu, yendo más allá de cómo uno se presenta al mundo. Están imbuidos de su empatía casi abrumadora.

Michele cree que una fotografía puede crear una impresión duradera de emoción, curiosidad, amor y, en última instancia, esperanza de humanidad. Puede ayudar a las personas a sanar, darles dignidad y sentirse empoderadas. Sus fotografías revelan conocimientos sobre las vidas de personas que de otra manera no conoceríamos. A través de sus viajes por el mundo, Michele conoce a personas de diferentes ámbitos de la vida, escucha sus historias y comparte momentos íntimos con ellas. El permiso que otorgan y la apertura que ofrecen al invitarlos a su mundo nunca dejan de conmover a Michele. La emotividad de sus imágenes proviene del desarrollo de relaciones con las personas con las que se relaciona. Michele realmente cree que, aunque podamos tener diferencias en el exterior, en el interior todos somos iguales. Las imágenes están imbuidas de su empatía casi abrumadora.

Declaración de la artista

«Mis experiencias han abierto mi mente, mis ojos y mi corazón. Mi vida ha cambiado para siempre. Espero que mi trabajo inspire a otros a sentir que todos somos importantes y a preocuparse más profundamente. Involucrarse en el mundo y abrirse a diferentes culturas y tradiciones permite una mayor conversación sobre la diversidad y la igualdad. Las fotografías tienen el poder de conectar a las personas y crear comprensión. Por eso hago lo que hago».

Michele Zousmer

Pedro Luis Saiz Ajuriaguerra

Pedro Luis Saiz Ajuriaguerra (Bilbao, Bizkaia, España, 1974). Fotógrafo autodidacta, comienza su carrera allá por el año 2011 descubriendo una pasión que le era desconocida, al principio no hace más que animarse y sus inquietudes van en aumento haciéndole probar casi todas las disciplinas de la fotografía, destacando principalmente en la fotografía deportiva, y la fotografía de arquitectura.

Cuenta con las distinciones MCEF/o (Master de Oro de la Confederación Española de Fotografía) y EFIAP/g (Excelencia de Oro de la Federación Internacional del Arte Fotográfico).

Actualmente colabora con revistas como BAO Bilbao Magazine, Bilbao Turismo, Bilbao Bizkaia Tour Magazine y para diferentes promotoras deportivas como MGZ Promotions, Euskobox etc.

Juez en más de 20 concursos internacionales.

Ha participado en numerosos concursos Internacionales y ha conseguido numerosas medallas de la FIAP, PSA, GPU, IUP, DPA, UPI, CVB, ISF, PCA (50 Medallas de Oro de la FIAP y alrededor de 70 Medallas de Oro de la PSA), algo más de 400 premios y más de 5000 aceptaciones por varios salones fotográficos internacionales en los últimos años.

El depredador de instantes

Es tímido, delgado, de piel blanca y ojos muy grandes, verdes, expresivos. Son ojos que captan todo; de repente, enfocan una hoja de tiempo y comienzan a crear un cuadro.

La cámara es solo el arpón que atrapa ese momento. Antes, Pedro Luís ha estudiado la zona de caza. Y luego atrapará el momento antes de mostrar el trofeo. Es un depredador. «No me obsesiona la luz, ni el color, ni el movimiento. Me atraen mucho diversas disciplinas como el deporte, la arquitectura y el macro extremo. Busco un lugar, un acontecimiento o un objeto y empiezo mi investigación sobre lo que se puede fotografiar, que puede durar semanas. Después me dejo llevar», explica. «Es fundamental contar historias con fotos. Una buena fotografía debe contar algo. Una foto es una historia, un relato breve. Por supuesto, no siempre es posible. Pero las fotos más impactantes siempre tienen una historia dentro».

Insiste en que la pasión es el elemento descriptivo de su estilo fotográfico. «Es mi punto fuerte, me obliga a ir más allá». Esa pasión la transmite a la foto «con mucho contraste, nitidez y negros llevados al límite; con sombras marcadas, la luz está ahí. Es un estilo cercano al cómic».

La foto no existe aunque en el momento ya sienta que lleva el arpón a cuestas. «Hay que complementar dos procesos: una buena fotografía y una buena edición. Hizo mucho trabajo de edición», «Una foto, una vez que la has hecho, la has trabajado, la tienes terminada, pierde parte de su valor para mí. Es tremenda. Puede ser algo subconsciente, pero una vez que el proceso está completo, pierde su encanto. Y no dejo de encontrar defectos. También me pasa que cuanto más veo una foto, se devalúa, se desprende de la capacidad de sorprenderme. Es la esencia del depredador. Necesita sangre nueva. Un rastro reciente. El estímulo para capturar presas que aún no ha visto.

Serguéi Zubov

Fotógrafo ruso, nacido en Velizh, región de Smolensk, el 9 de marzo de 1983.

«Terminé la escuela de arte, la universidad y estudié en la universidad. Actualmente soy fotógrafo. También participo en exposiciones en la ciudad y he organizado 3 exposiciones fotográficas personales. Participo en varios concursos de fotografía rusos e internacionales. Soy miembro de la Unión de Fotógrafos de Rusia».

Laura Jean Zito

País: Irlanda

«Comencé a fotografiar para entender qué elementos de una escena harían que valiera la pena pintarla, dado el tiempo y el compromiso de materiales que exige la pintura. El viaje me llevó a desear documentar lo que ya no será, como tratar de recordar un sueño. Quería documentar el mundo como realmente lo veía, con toda su ironía, y maravillarme con su actualidad en lugar de distorsionar esa realidad. La veracidad de la película en sí misma fue una herramienta para mí para revelar con integridad el alcance de lo que es posible en el universo. Con la manipulación digital, ¿quién sabe qué es real hoy en día?

Con la película, estaba orgulloso de perfeccionar las habilidades de reconocer un evento antes de que sucediera, ser rápido y estar listo para capturarlo, y ser lo suficientemente astuto para componerlo de una manera que contara toda la historia en una sola imagen. Había practicado estas habilidades como fotógrafo de imágenes fijas en largometrajes, incluida la clásica película de hip hop de mi hermano, «Breakin’», donde el fotógrafo es el único en el set que no está trabajando en la película, pero tiene que abrirse camino junto al director en los momentos culminantes sin molestar a nadie del equipo, para Transmitir la trama en una sola imagen.

Otras habilidades sociales surgieron de años de fotografía para NBC News Graphics, donde tenía que acercarme a extraños en la calle a diario para tomar fotos de archivo para sus archivos. Compongo con un sentido de acción y emoción de Caravaggio en mente, y busco esquemas de color o contrastes en blanco y negro que representen simbólicamente las emociones manifestadas. La fotografía callejera ha cambiado mucho con la era digital y una cámara en el teléfono de todos. Si bien la documentación de los hechos puede perderse, los campos de la imaginación pueden encontrarse, abriendo nuevos terrenos para el descubrimiento «.

Acerca de Moment

«Moment es un proyecto de fotografías tomadas durante los últimos 40 años, en pueblos que rodean el lugar de nacimiento de mis abuelos, Ballintober y Strokestown, en el condado de Roscommon, Irlanda, así como en ciudades y campos. Los momentos representados son tan casuales y habituales, que si bien pueden parecer poco destacables en su propio marco temporal, cuando se ven a través de la lente de otra era, su misma cotidianidad muestra cómo los tiempos se han transformado en una forma más genérica de hacer las cosas.

Las fotografías transmiten un ambiente que probablemente no se echaría de menos hasta que ya no estuviera disponible: pubs y lugares públicos llenos de carácter y personajes, desde granjeros en las lejanas colinas de Connemara hasta ministros de Asuntos Exteriores en el Castillo de Dublín, cuyo lenguaje corporal y sus gestos hacen que el pasado cobre protagonismo en el presente. Estos, y los paisajes tomados antes de que los desarrollos desplazaran los pajares, combinan un atractivo estético con uno histórico para destacar cómo, aunque las imágenes pueden haber cambiado, los problemas nunca han cambiado y es posible que nunca lo hagan. Las fotografías tratan de un momento en el tiempo, un pensamiento que viene a la mente, que sopla a través de la conciencia como una brisa de verano con un diente de león. Y en esa sencillez y delicadeza efímera reside la potencia, la profundidad y la atemporalidad.

El marco y el filtro a través de los cuales vemos aportan una nueva perspectiva y reflexión, aportando matices a lo que vemos como verdad y realidad».

laura jean zito

País: Italia

Nacimiento: 1986

Erika Zolli

Erika Zolli es fotógrafa especializada en Bellas Artes. Actualmente vive y trabaja en Milán. Realiza talleres de fotografía creativa en Italia y España. En sus fotografías se crean nuevos mundos y nuevas realidades, con el fin de mostrar y explorar la dimensión onírica invisible que se encuentra en la mente humana.

Sus obras han sido mencionadas en varias revistas y periódicos, entre ellos: Fotografia Reflex, Il Fotografo, L’Espresso, L’OEil de la photographie, La Repubblica, ANSA.it, Creathead (VICE), Art Parasites, Click Blog, Bored Panda, Fubiz, Creative Boom, etc.

Ganó el primer premio del concurso ‘My City’ organizado por la Agencia Europea de Medio Ambiente y el premio de la Conferencia T2gE durante la conferencia Transition to the Green Economy (T2gE) celebrada en Bratislava.

Metamorfosis del yo: el arte del autorretrato de Erika Zolli

Tomas fotográficas surrealistas, geométricas y figurativas componen la última serie de la artista italiana Erika Zolli.

En este nuevo proyecto, Metamorfosis del yo, la fotógrafa muestra una representación de sí misma hecha de simbolismo que actúa como puente hacia una observación profunda de los sentimientos conscientes e inconscientes.

En estas imágenes, la creatividad se entrelaza con un mundo onírico y surrealista: origamis que envuelven al sujeto, engranajes que mueven la cabeza y el corazón, copas de cristal que reflejan un rostro, una metamorfosis plateada en curso y cielos que se conectan con formas geométricas de manera armoniosa.

“En este proyecto, quise crear trece representaciones de mí mismo. Cada imagen expresa un concepto que para mí es fundamental: fortalezas y debilidades que, a través del arte fotográfico, quedan al descubierto para ser observadas por un ojo que se retrae. El autorretrato nos invita a salir de nosotros mismos. Durante este proceso, nos volvemos extranjeros y, a través de este movimiento, queremos identificarnos creando una especie de zona de ceguera. Aquí, la oposición entre lo sensible y lo inteligible se supera y actúa como un puente entre los dos lados, permitiendo un mejor conocimiento del propio inconsciente. Estas trece imágenes se caracterizan por colores vivos y fuertes para realzar aún más al sujeto que, a pesar de estar inmóvil y posar, mantiene una estabilidad imbuida de fuerza dinámica”.

Antonio Bueno

Madrid 1956

Doctor en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. Becas y residencias en New York, París y Roma.

En su trabajo con la imagen fotográfica, existe un eje fundamental en la obra en la que se vertebran, por una parte los relatos sobre las relaciones del individuo con su espacio, entendiendo este como el territorio que se ha configurado para su existencia tanto en el plano físico como del pensamiento, y de otra los still life de las cosas de la vida cotidiana. Todos sus proyectos los realiza como metáforas y poéticas visuales, para hablar de lo humano con respecto a su mundo.

1986 recibió el Premio Universidad Complutense, y a lo largo de esa década, La Luna de Madrid y otras revistas de vanguardia comenzaron a publicar su obra. Gracias a dos becas de la Universidad Complutense, en1989 viajó a Nueva York para completar estudios en la School of Visual Arts y el International Center of Photography al año siguiente. Desde 1991 es miembro de la Junta Directiva del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ha gozado de dos estancias investigadoras recientes. Una en el Colegio de España en París, Cite International Universitaire(2009-10) y otra en la Academia de España en Roma (2010).

En su obra, narrativa y poética, el autor muestra sus preocupaciones en forma de reflexiones metafóricas. Sus trabajos son relatos ficticios de lo cotidiano y, a menudo, escenas simplificadas y próximas. Bajo este planteamiento se inscriben sus obras.

Numerosas exposiciones individuales en España y otros países europeos, así como exposiciones colectivas en centros de arte y galerías de Europa, EEUU, Argentina y Australia. Tiene obra en importantes museos y colecciones como el Centro de Arte Reina Sofía, Madrid. Fundación Arte y Tecnología, Telefónica, Madrid. Artium, Vitoria-Gasteiz. Colección Polaroid (actualmente repartida por diversos museos) Cambridge, Massachussett U.S.A. Colección de Fotografía Centro de Arte de Alcobendas, Madrid. Musee de la Photographie, Charleroi, Bélgica, etc.

En la actualidad comparte su actividad artística con la cátedra de Proyectos del Dto. De Diseño e Imagen de la Universidad Complutense de Madrid. Profesor invitado en máster, imparte seminarios sobre el mundo de la fotografía y el pensamiento y publica artículos de investigación sobre las artes visuales. Dentro del mundo editorial ha realizado numerosas portadas discográficas y de magazines, así como la publicación de diversos libros de autor.

Las fotos que hoy publicamos corresponden a los diferentes proyectos de Antonio Bueno: Mare Nostrim, Paisajes ignotod, Playtime: Paisajes de ocio, Piezas de madera, Paisajes vigilados, El Jardín, Naturaleza del día, Grafis, El bosque de sombras y Environment en negro.

Publicaciones seleccionadas

El Jardín, Madrid, Galer.a Jorge Kreisler y Antonio Bueno, 1990; vv.aa., On the Shadow Line, Ten Spanish Photographers, C.rculo de Bellas Artes y University of New South Wales, Australia, 1991; El Prado vivo, Madrid, ope y Museo del Prado, 1992. Islas del aire, Alava, Diputación Foral, 2002.

Repertorio de fotógrafos españoles

la escalera
rio tíber roma
las cacerolas
lunck en central park ny
rio tíber roma
rio tíber roma
los jardines perdidos xcm
rio tíber roma
campos de marte paris
el volcan teide xcm
puente de iene paris
dibujo de luz x

piramides.jpeg

bushehr reactor iran

banda ache diciembre paisajes vigilados

bodegon español
buenas noches mi tv
cuchillo cayendo

cuerpografia

el bosque de las sombras
el bosque de las sombras
el bosque de las sombras
environment en negro espacio
fueron de caza
fueron de caza y trajeron pollo n. del dia

hundimiento del costa concordia en la isla de giglio italia enero e

la maleta e
la pelicula de la tv
llaman a la puerta
maniqui pareja y manifestante
mare nostrum
mare nostrum
mare nostrum
paisaje
paisaje
piscina metro
recordando a cezanne

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