Nº 68 - Abril 2017
Fotógrafo del mes: Mario Eduardo Blanco La minería de Puertollano
El adiós al viejo cazador
Año VII.- Núm. 66 - Febrero 2017
Fotógrafo del mesMario Eduardo Blanco García. Francisco Trinidad
DIRECTOR Francisco Trinidad
Una belleza llamada Claudia…................................. José Luis Cuendia “Guendy”
COLABORADORES Eugenio R. Meco, Pepe Haro Castaño, Ma Bernarda Ballesteros, Carlos Flaqué Monllonch, Glyn Griffits, Ricardo González “Completu”, Salvatore Grillo, Javier Madroñero, Narciso del Río, Juanjo Gallardo, Monchu Calvo, Antonio Ramón Ferrera, Cristina Capracci, Gustavo Velázquez, Cora Coronel, Justín del Barrio, Arturo de las Liras, Juan José Alonso, Ilona Gogh, Jan Puerta, Albino Suárez, Gloria Soriano, Ildefonso Robledo, José Manuel Gonzalo, José Mª Ruilópez, Juan Depunto, Juan José Pascual, Viviana Genta, Nadima, Antonio Martínez, Ángeles Pereira Perera, Claudio Serrano. DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA José Luis Cuendia
La cofia.................................................................... F.T. El adiós al viejo cazador...................................... Monchu Calvo Pueblo o ciudad...................................................... Juanjo Pascual Con toda la fuerza del rock................................. Kezzin Un rostro torturado............................................. Nadima/Claudio Serrano Puertollano y la minería del carbón................. Juan Depunto Luchadoras en Gijón............................................ Ricardo González, “Completu” Studio Parris Wakefield ...................................... Inauguración del canal de Suez.........................
DIRECTORA DE COMUNICACIÓN Lola González DISEÑO y MAQUETACIÓN Francisco Trinidad www.moldeandolaluz.com Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com
Nuestra foto de portada:
Moldeando la Luz es miembro de la Royal Photographic Society
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PROMOTOR José Luis Cuendia, “Guendy”
José Luis Cuendia, “Guendy”
Presentación
Aunque cualquier tiempo es bueno para una buena fotografía, la primavera sin embargo despierta los sentidos y anima a buscar ese momento irrepetible que llamamos foto. La naturaleza se despereza y las flores comienzan a dar color al verde lienzo de los prados. Mientras escribo, por mi ventana puedo ver una amplia pomarada en la que los zorzales saltan de manzano en manzano, sacudiendo sus flores y colaborando en la polinización que da vida. Por eso quizás se despiertan en mí sentimientos poéticos y pienso que si mi buen amigo Claudio Serrano tuviera que comentar esto mismo, recurriría a su formidable bagaje poético y nos traería unos versos ad hoc. A mí, aparte del tópico machadiano —“La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido”—, solo se me ocurren unos versos de José Ángel Buesa que son toda una declaración de amor: “Sólo el amor nos salva del dolor de la vida,/ como una flor que nace de una rama caída;/ pues si la primavera da verdor a la rama,/ el corazón se llena de aroma, cuando ama.” Aunque el tiempo de primavera, esta mañana, cuando acabo de escuchar una serie de noticias que no tranquilizan a nadie, me recuerda algunos momentos históricos que —canas mandan— me ha tocado vivir en primavera. En primer lugar la primavera de Praga, 1968, cuando los checos intentaron sacudirse el yugo comunista y tras muchas idas y venidas, de la utopía a la distopía, acabaron siendo invadidos por los tanques soviéticos. Paralelamente, en París, mayo del 68, los estudiantes buscaban arena de playa bajo los adoquines de su ciudad y, aunque no la encontraron, trazaron senderos de renovación que hoy, cuando se han celebrado en Francia unas elecciones paradójicas que ponen sobre el tapete político muchas contradicciones, parecen sacadas de un manual de buenas prácticas utópicas. Estos recuerdos primaverales me retrotraen también a la Revolución de los Claveles, 25 de abril de 1974, mediante la cual nuestros paisanos de Portugal iniciaron un tiempo nuevo del que todavía disfrutan tras derrocar, vía democrática, la dictadura salazarista. En aquel momento los españoles miramos con ternura y envidia a nuestros vecinos, pero nuestra dictadura, la franquista, no se fue en primavera sino en otoño, cuando los árboles amarillean y pierden sus hojas, ayunas de savia primaveral. Y ya más recientemente, entre 2010 y 2013, las llamadas primaveras árabes fueron un soplo de aire nuevo en tierras tan poco dadas a expansiones democráticas como Túnez, Egipto, Argelia, Jordania, Libia y Yemen. En todos estos paises se combatieron dictaduras y se derrocaron dictadores, aunque los logros populares están hoy muy desdibujados y nos han dejado, como peor secuela, la guerra de Siria, donde no solo no se ha conseguido derrocar ni derrotar a su dirigente, Bashar Háfez al-Ásad, sino que ha derivado en un conflicto de atrición que dura ya cinco años y que no parece que pueda acabar hasta que no quede un solo edificio en pie y un solo sirio vivo. Mientras tanto, aquellos sirios que suspiraron porque las primaveras árabes les llenaran los pulmones de aire nuevo penan en el exilio y, en el peor de los casos, malviven en campos de refugiados donde desconocen el paso de las estaciones. El resto del mundo, por su parte, jamás olvidará esta guerra que, como peor consecuencia, nos ha dejado la constante amenaza del Estado Islámico y su terrosrismo yihadista. Lo que demuestra, quizás, que la primavera no es un tiempo maldito en el que la belleza de la naturaleza se transmuta en conflictos políticos es que a nuestro ínclito Donald Trump nos los trajo el invierno.
Francisco Trinidad
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Fotógraf0 del mes de Marzo
Mario Eduardo Blanco García Debo confesar que Mario Eduardo Blanco García no había llamado mi atención hasta que elegimos una de sus fotos para la portada de Luz y Tinta, número 65. Esto debe entenderse en su verdadera dimensión: por una parte, anda uno limitado en el tiempo que sigue sin estirarse a pesar de que diariamente le ruego al dios de los imposible que me consiga más horas para mis aficiones y obligaciones, pero no hay manera; y por otra, y esencial, son tantos los fotógrafos, son tantas las fotos que se publican en Moldeando la luz que no hay posibilidad de fijarse en todas a la vez y a veces queda algún fotógrafo esquinado, como en el envés de la gran hoja de parra que es nuestra red social. Pero cuando un fotógrafo debe destacar acaba haciéndolo, antes o después. En el caso de Mario Eduardo no demasiado tarde, creo. Aquella foto que fue portada de nuestra revista —y como responsable
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de su elección debo confesar que la competencia es muy alta— me descubrió a un fotógrafo completo. Un fotógrafo completo, sí, si por tal entendemos, como diría un flamenco, alguien que toca todos los palos. En su caso, solo le falta la fotografía de estudio, aunque hay que entender que no todo el mundo tiene un estudio a su disposición ni puede permitirse la inversión necesaria para disponer de uno propio. Quitando esta salvedad, Eduardo Blanco abarca muchos otros registros. En primer lugar, y como suele ser habitual en los fotógrafos aficionados, la foto callejera, esas fotos que recogen las vivencias cotidianas (por ejemplo, el mercado de su pueblo, Grado, que es una institución en Asturias), pero también las esporádicas salidas de su entorno natural, en viajes que le llevan desde Palma de Mallorca a Amsterdam, pasando por Gijón, Praga, Huelva o la Ciudad del Vaticano. De todos estos escenarios y de algunos otros nos da cuenta Mario Eduardo en sus fotos, que destacan por la originalidad de sus encuadres y por la oportuna mirada que a veces muestra de dichos lugares. Es todo un ejemplo, y muy ilustrativa al respecto, esa foto del tren de Sóller, en Mallorca, titulada precisamente “El tren de Sóller”, donde aparece un sombrero solitario en un asiento vacío, con toda la capacidad de sugerencia que desprende. Esa capacidad de sugerencia, esa posibilidad de buscarle el doble fondo a la realidad es la que en esencia ennoblece las fotografías de Eduardo Blanco. Es la misma capacidad de sugerencia que informa sus bodegones, buscando la armonía de formas y colores y creando composiciones en las que la geometría tiene un especial protagonismo y tras las que se adivina un personal cuidado de los elementos que componen el bodegón y de los fondos elegidos para albergarlo. Y así como en estos bodegones todo está dispuesto por la mano del fotógrafo y nada escapa a su concreta búsqueda de la uniformidad compositiva, sin embargo en sus retratos, que prestan una inconfundible atención a la mirada —y en muchos
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casos, a la sonrisa—, el fondo no está elegido, sino que el fotógrafo se adapta a la circunstancia de cada momento pues son retratos callejeros, aunque no robados sino pactados con el o la modelo, como se desprende del gesto, generalmente sonriente, lo que sugiere que ha habido un trabajo previo de complicidad con el fotógrafo. Se echan en falta sin embargo en sus fotografías más fotomontajes, como ese “Quitándose la careta” que colocamos como portada de nuestra revista, como decía al principio. Viendo la calidad e imaginación de sus bodegones, los fotomontajes serían un auténtico regalo. Por último, me gustaría señalar cómo algunas fotografías las ilustra con versos o citas literarias —Hemingway, Zorrilla…— con lo que consigue, al igual que Claudio Serrano cuando comenta las fotos de Nadima, esa inquietante fusión entre imagen y palabra que le da textura y sabor a sus composiciones.
Francisco Trinidad
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Una belleza llamada Claudia… José Luis Cuendia “Guendy” No es Claude Joséphine Rose Cardinale nacida en La Goleta, en el puerto de Túnez, de la República Tunecina, el 15 de abril de 1938 y más conocida como Claudia Cardinale. No, esta belleza es Claudia Barril, nacida en Oviedo, en el Principado de Asturias. Con solo 17 años Claudia apunta maneras, no solo es muy guapa, es que tiene un dominio de su puesta en escena, con sus expresiones corporales, que parece que nació debajo de las luces del estudio fotográfico entre softboxes y flashes. Claudia es un descubrimiento de mi colega José Luis Maylin, la conoció en el gimnasio al que acude varias mañanas a la semana. Al ser menor se le comentó que era necesario tener el permiso de sus padres o que estuviera algún tutor en la sesión de fotos, son normas que tenemos establecidas en nuestros respectivos estudios. Otra sorpresa fue conocer a su madre, “de tal palo tal astilla”, que la acompañó a las dos sesiones que llevamos realizadas, pero sorpresa también porque resultó ser una esteticista magnifica, una gran profesional; ella fue, pues, la encargada del maquillaje de Claudia. En la primera sesión pudimos enterarnos de que su padre es uno de los mejores peluqueros de la ciudad de Oviedo, toda una familia de artistas del coiffeur, estilismo y esteticismo. Fruto de estas sesiones, los próximos días realizaremos un trabajo fotográfico sobre el peinado que Fermín (padre de Claudia) presentará a un concurso internacional. Las fotos de Claudia corresponden a la primera sesión de fotos. Esta es una pequeña muestra de lo que dio de sí aquel día fotográfico, en el que todos lo pasamos muy bien disfrutando de nuestros respectivos trabajos. Maylín nos ofrecerá la muestra de sus trabajos realizados en la segunda sesión en el próximo número de Luz y Tinta. En cuanto a lo que a mí me atañe, puede parecer que este tipo de retratos rompe con la línea de mis trabajos anteriores. En parte es una ruptura, pero sólo formal. Esto quiere decir que para hacer este tipo de retratos, parto del mismo concepto fotográfico que el de mis fotos experimentales. Lo que pasa es que el retrato, al ser un género clásico, tiene limitaciones propias. Se tiene que reconocer
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a la persona y su carácter o personalidad y cualquier utilización experimental podría desvirtuar la esencia del propio retrato. Pero quiero decir que estoy enseñando estas fotos mediante exposiciones en la red, un tanto para romper esa imagen que yo había promovido y por la cual se me conocía, el retrato social, la fotografía social, a la que no renunciaré nunca, fruto de esa experiencia anterior estoy preparando los trabajos para un libro que se publicará a finales de año: “Miradas sin fronteras”. Del mismo modo, también tengo que confesar que me encuentro muy a gusto con este otro tipo de fotografía, creativa y de estudio, para ello estoy quitando muchas horas al sueño para intentar domesticar y dominar los complejos entramados de la iluminación con la luz continua y flash, así como los secretos de los flash de estudio. Me considero un profesional de la imagen, aunque hasta ahora no haya vivido de ella y la venga practicando desde los 14 años. Por lo tanto, no me crea ningún problema hacer este tipo de trabajo. Por lo que sé de otros amigos y colegas, se venden muy pocas fotos como obras de las llamadas creativas, a excepción de algún americano; algunos de ellos desfilan todos los meses por Luz y Tinta; la mayoría vive de encargos y no de lo que a ellos se le ocurre por las buenas. De todas formas mantengo lo que es una creación personal y lo compagino, dentro de los límites que me permiten las sesiones con modelos como Claudia, bien por encargo, bien por Tfcd, y además tengo la suerte de elegir en una importante proporción los trabajos que me interesan. Con lo que además disfruto con ellos y puedo desarrollar una cierta creatividad.
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Foto: JackF (Adobe Stock)
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La cofia F.T. Adriana Vázquez comenzó a entender que el mundo se dividía en dos al iniciar sus estudios de Bachillerato. Hasta entonces había vivido la inocencia de la infancia en una escuela de barrio en la que todos eran iguales y la única distinción que podía establecerse entre ellos era la ropa que vestían, cada uno a su estilo, o las calificaciones a final de trimestre. Por lo demás, jugaban juntos, se peleaban en los recreos, sobre todo los chicos, en cuanto había algo que dirimir que generalmente quedaba solventado tras dos o tres puñetazos bien asentados o dos o tres tirones de pelo que se olvidaban a los pocos días; y sobre todo, participaban todos en la vida del pueblo que era a su vez una prolongación de la vida del cole: molaba más decir cole que colegio, solía repetir la propia Adriana, aunque sus vecinos solían decir escuela. El Bachillerato sin embargo vendría a traerle una visión del mundo que desconocía hasta entonces. Su padre, que era profesor de Primaria y tenía aspiraciones literarias, solicitó y le fue concedido un traslado con el que soñaba hacía tiempo. Hasta entonces habían vivido plácidamente en un pueblo de Salamanca bañado por el Tormes y el traslado les llevó a uno de los barrios de Madrid donde la vida ya no se desarrollaba en la calle. Buscaron en las cercanías del nuevo colegio de su padre un piso que consumió todos sus ahorros, forzándoles a suscribir una inquietante hipoteca, y para mayor comodidad de Adriana la inscribieron en un colegio privado solo para chicas cercano al domicilio para que, recién llegada, no se viera inmersa en las molestias del traslado en metro hasta el Instituto más cercano o en el desplazamiento a pie a lo largo de varias manzanas que desconocía. Para hacer frente al importante gasto mensual que ello suponía, su madre se vio forzada a aceptar un trabajo de asistenta por horas en dos o tres domicilios de aquel barrio de Salamanca, en el que acabaron integrándose a la fuerza.
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El colegio privado en cambio les quedaba en la misma calle. Lo primero que llamó la atención de Adriana fue el tener que ir de uniforme: una falda tableada, a la altura de la rodilla, de cuadros verdes, azules y amarillos y un polo blanco con el escudo del Colegio, que en las solemnidades se cambiaba por una camisa blanca con una corbata de cuadros escoceses rojos y negros; además de zapatos, calcetines, chaquetón y anorak, todo idéntico a sus compañeras. Estaba reglado hasta el color blanco para la ropa interior y, por supuesto, prohibida a todos los efectos la ropa vaquera, lo que, para Adriana, que siempre había vestido informalmente, resultó un auténtico contraste. Su madre la consoló diciéndole que el uniforme tenía la ventaja de que no había que pensar en qué ropa ponerse cada día. El primer día de colegio notó que todas las miradas se posaban en ella, analizando todos los detalles de su presencia en un aula que no supo muy bien por qué razón encontraba hostil. Alguna se acercó a preguntarle su nombre y poco más. Todas las demás se conocían de cursos anteriores, se besuqueaban, cuchicheaban, se enseñaban la pantalla de su móvil. Adriana en cambio permaneció en una esquina, sintiendo sin embargo cómo todas la observaban por el rabillo del ojo, hasta que llegó la profesora de la primera clase y la presentó como nueva alumna del curso. A continuación pasó lista, por orden alfabético, y ella, que era la última, Adriana Vázquez Pérez, asistió, primero con asombro y luego con incomodidad, a un desfile de apellidos rimbombantes —Espinosa de los Monteros, Álvarez de Toledo, Fernández de Córdoba, Pérez de Húescar…— meclados con extrañas composiciones —Melgarejo y Tordesillas, Aguirre y San Cristóbal, Ortíz de Santa Cruz, por ejemplo— y algunos otros apellidos que, aunque más conocidos, entendió de cierto fuste comparados con los suyos, tan breves, tan vulgares, pensó, que parecían salidos de un hospicio o, como comprendió más tarde, de las entrañas de un pueblo castellano sin destino en la grandeza de España; porque aunque había algunos García, algunos Pérez o más de un González, todos ellos venían refrendados por antigua prosapia: García-Comas, Pérez de Tudela, González-Ledesma… frente a sus Vázquez Pérez, sin ninguna preposición entre medias, como perdidos en aquel florilegio de títulos de nobleza al que parecían remitir, No supo en aquel momento si era en realidad que la miraban con sorpresa y cierta dosis de ironía o si lo comprendió días más tarde, pero aquella lista se le clavó en el alma como un estigma y como una suerte de linde entre el pueblo que acababa de abandonar y la ciudad a la que llegaba desprevenida. Y en especial a aquel colegio en el que, desde el primer día, se sintió desplazada. Su padre, por la noche, cuando le contó todos los detalles del día, le explicó que la diferencia de sangre y de clase era en realidad una ficción creada por quienes podían alimentarla, pero que no debía afectarle más allá de conocerla y dominarla y que lo que debía hacer era superarla a base de estudio y de tesón. “Si tus notas son mejores que las de tus compañeras, acabarán respetándote. Y eso es lo que importa”. Su madre, que en aquel momento terminaba la cena, suspiró con pesadumbre y cerró los ojos con firmeza para ahuyentar las lágrimas que hubiera dejado fluir de buen grado si no estuviera su hija presente. En los días sucesivos fue ahondándose el abismo entre Adriana y sus compañeras. Enseguida le preguntaron qué iPhone tenía y, cuando les dijo que no tenía ninguno, y siguió contestando a sus preguntas que no usaba el Whatsapp ni falta que le hacía —en el pueblo de donde venía se conocían todos y se veían a diario, aunque esto no lo dijo—, y que no tenía iPad ni iPod, y que no…, y que no…, comprendió definitivamente que ella venía de otro mundo y que no sabía muy bien si aspiraba a aquel otro que representaban sus compañeras. Ni siquiera los buenos consejos de su padre aquella noche —“No te preocupes por esas menudencias, lo tuyo es estudiar, sacar buenas notas y dejarte admirar por ellas…”— consiguieron que, justo antes de dormirse, las lágrimas le humedecieran las mejillas.
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Los meses de aquel curso pasaban muy lentamente, muy ásperamente y Adriana sentía cada día que vivía en un mundo que no le pertenecía y que no la aceptaba entre sus miembros. Ni siquiera cuando al final del primer trimestre sus notas fueron con mucho las mejores de la clase consiguió la benevolencia de sus compañeras, que le habían declarado la guerra fría con todas sus consecuencias. A lo largo del segundo trimestre hubo dos momentos en que comprendió de frente y a las claras que no encajaría jamás en aquel ambiente que la marginaba. Pero, en lugar de arrinconarla, le sirvieron de acicate y de estímulo. El primero de ellos ocurrió terciado el mes de febrero. Su padre había ganado un concurso de novela no muy conocido, pero en su casa se celebró como si hubiera ganado el Nadal o cualquiera otro de prestigio, porque aquel galardón venía a justificar la pasión por los libros que se vivía en su casa y las largas tardes de su padre encerrado en un cuarto donde escribía casi diariamente en un ordenador portátil que a veces se llevaba al salón mientras de fondo sonaba algún disco de música clásica. Por eso, cuando se anunció la edición de la novela premiada y su presentación en una conocida librería, Adriana repartió invitaciones para el acto entre sus compañeras, que la recibieron con indiferencia y en algunos casos con marcado desdén. Aquella noche lloró en la soledad de su cama, más que nada de rabia por haber caído en la imprudencia de pasarles una invitación que ni merecían ni comprendían su alcance. A la semana siguiente hubo de enfrentarse a una humillación más evidente que, sin embargo, le inoculó la suficiente dosis de orgullo como para alzarse por encima de lo que sus compañeras querían significar y mirarlas desde una altura que ni le forzaba a bajar la vista ni a hincar la rodilla. Al contrario. Y eso que aquella mañana, cuando entró en el aula, se hizo un silencio espeso, sintió que todas las miradas la taladraban y notó en algunas de las sonrisas burlonas que iba descubriendo a su paso que una vez más era protagonista sin quererlo. Efectivamente, sobre su pupitre se encontró una cofia blanca y negra. Una cofia de chacha, pensó al momento, lo que era su madre y que sus compañeras habían descubierto no sabía cómo. Pero no le importaba. Colgó su mochila del respaldo de su silla, como todas las mañanas, y dudó solo un par de segundos sobre qué hacer con la cofia. Primero pensó en ponérsela, pero inmediatamente cambió de idea: la cogió, la besó mientras miraba desafiante a sus compañeras y la guardó en su mochila. Se hizo un silencio denso que se rompió unos segundos más tarde, en el momento en que entró la profesora y todas ellas se dirigieron a sus asientos respectivos. Desde aquella mañana y hasta el fin de curso, solo le llamaron “chacha” y la sometieron a un aislamiento aún más profundo, a pesar de sus notas y a pesar de que nunca bajó la cabeza y de que, sin enfrentarse a ellas de palabra, su mirada y su gesto altivo les hizo llegar un desprecio más profundo aún que el simplemente caprichoso que aquellas señoritas de rancio abolengo le profesaban por el simple hecho de no ser de su propia estofa. Nunca les comentó a sus padres el asunto de la cofia, ni el menosprecio permanente a que la sometían, ni el hecho de que, en lugar de apocarse, todo aquello servía para acrecentar su ego e insuflarle un aumento de orgullo, pero, eso sí, se mostró firme en su resolución de que al curso siguiente quería trasladarse al Instituto más cercano, aunque tuviera que desplazarse en metro o autobús, a los que ya se había acostumbrado. El día que le entregaron el boletín de notas y, después de aguantar durante más de media hora los argumentos de la directora del colegio, que se resistía a perder una alumna tan brillante, salió con la cabeza bien alta, sin mirar atrás, sin saludar a ninguna de las que se iba encontrando y con la firme resolución de olvidar —“por siempre jamás”, se dijo— aquel curso que le había enseñado que
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hay más mundos que el que una adolescente pueda imaginar y que hay personas que se instalan en el suyo sin permitir que el resto de la humanidad se acerque. Al salir por la cancela de entrada, respiró hondo, levantó la cabeza que nunca había agachado y sonrió, feliz, sí, aunque extrañada, porque no sentía rencor sino un sentimiento muy cercano a la liberación. Como si tuviera la certeza de que nunca más volvería a tener nada que ver con aquel colegio donde, más que infeliz, había sido una alumna desconcertada. A partir de entonces, apuró sus ambiciones. Sabía lo que quería y cómo lo quería; y cuando le flaqueaba la decisión, su padre le recordaba el camino: “estudia como tú sabes hacerlo y todo te será fácil…”; y si aquello no era suficiente estímulo, pensaba en la cofia que conservaba en un cajón de su mesa de estudio y miraba de vez en cuando para que le resultara más fácil. Y fácil le resultó, si por fácil entendemos no permitirse nunca un descuido, estudiar con ahínco las horas que hiciera falta, renunciando a los sábados y domingos cuando era necesario, y hacer entrar por el aro de la disciplina todas sus veleidades. Primero en el Instituto, luego en la Universidad, donde cursó simultáneamente Derecho y Administración de Empresas, con sendos sobresalientes como nota final, y posteriormente en el Doctorado, al que dedicó dos años intensos que compaginó con su primer trabajo como responsable de Recursos Humanos de una pequeña empresa, hasta que obtuvo el grado y se dedicó a presentar su curriculum en diversas empresas. No le faltó trabajo nunca, siempre en funciones de responsabilidad, hasta que entró por la puerta grande en una multinacional en la que ocupó primero el cargo de Directora de Estudios y Control, un puesto con dedicación todoterreno desde el que controlaba todos los sistemas de producción y valoración de puestos de trabajo, y que le sirvió para ir ganándose a pulso la confianza del Presidente que acabó llamándola a Boston, donde la presentó a todos los miembros de la dirección y del Consejo de Administración que, para su sorpresa, pues había pensado que su llamada a Boston sería para una reprimenda por algo que se le hubiera escapado o como mucho una toma de contacto con una nueva línea de producción, la nombró Vicepresidenta Ejecutiva para la zona del Mediterráneo, con sede en Madrid y todo lo que había soñado a su disposición: coche de la empresa, Visa Oro, objetivos anuales y cinco cifras que mareaban en su nómina mensual. En el vuelo de regreso a Madrid, por primera vez en clase Business, saboreando el placer del objetivo alcanzado, pensó de nuevo en la cofia y se le ocurrió algo que haría nada más llegar a Madrid: cogió la cofia, se la llevó a un cristalero que estaba en la misma calle en que vivía y le pidió una reproducción en cristal de Murano sobre una peana de madera noble. Al artesano que la atendió le hizo gracia el encargo y a los pocos días le había hecho una reproducción magnífica, abriendo la cofia en sus extremos para que semejase quizás una paloma iniciando el vuelo y colocándola sobre una base de alabastro rosáceo. Tan bonita la encontró Adriana que pagó sin rechistar la exagerada cantidad que le pidió por ella. Al día siguiente de recibir la reproducción de su cofia en cristal de Murano debía incorporarse a su nuevo destino, pero le pudo la ansiedad y esa misma tar-
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Finalmente, se levantó y miró por la ventana, un séptimo piso con vistas a la Castellana, como poniendo el mundo a sus pies.
de se acercó hasta la sede de la compañía y se presentó ante el presidente, que la acompañó hasta su despacho, donde les atendió una secretaria. —Como nadie la esperaba hasta mañana, su secretaria se ha tomado la tarde libre. Pero si quiere la llamo. —No importa, solo he venido a conocer el sitio. Me iré enseguida. Entró en aquel despacho, que en un primer vistazo le pareció enorme, suspiró y se sentó ante su mesa; abrió el bolso y sacó la cofia de cristal que colocó en un lateral y se dedicó durante unos minutos a observarlo todo. Finalmente, se levantó y miró por la ventana, un séptimo piso con vistas a la Castellana, como poniendo el mundo a sus pies. Al salir la abordó la secretaria que la había recibido: —He hablado con su secretaria, Laura Quiñones, y me pide que le presente sus disculpas y le asegure que mañana estará a su disposición a primera hora. —No hacía falta, la verdad… Pero ¿has dicho Laura Quiñones… y Gómez de la Riva? —Sí, ¿la conoce? —Creo que sí —y en ese momento dio media vuelta, decidida—. ¿Puedes conseguirme su expediente? A los pocos minutos tenía sobre su mesa el expediente de Laura Quiñones. El tiempo no había pasado en balde, según delataba la foto. Estaba divorciada, tras un matrimonio temprano que supuso breve por la fecha del módulo de Secretariado que había finalizado poco antes de incorporarse a la compañía y por la edad de la única hija que tenía. La altiva Laura Quiñones y Gómez de la Riva llevaba trece años de secretaria, con muy buenos informes de todos los jefes que había tenido, y ahora, por una vuelta más de la rueda de la fortuna, le tocaba a ella. Cuando se convenció de que era ella, la misma que había colocado aquella cofia en su pupitre veinte años atrás, pensó en llamar a Personal y pedir que le asignaran otra secretaria, pero reprimió su primer impulso, se levantó, se asomó de nuevo a la Castellana, miró la cofia y volvió a suspirar. Para qué, se dijo. Al día siguiente a primera hora entró radiante en la compañía, saludó a jefes y compañeros, se dejó halagar por quien quiso hacerlo y envidiar por la mayoría y a las 9 y media entraba en su despacho como una reina. No se había quitado siquiera la chaqueta cuando oyó unos nudillos en la puerta y entró Laura Quiñones. —Buenos días… Lamento mucho no haber estado ayer, pero… —No lamentes nada, por favor, es normal —y ambas se quedaron mirándose, descorriendo la cortina del tiempo—. ¿Sabes quién soy? Laura bajó la cabeza y pronunció un “sí” tímido y borroso, pero inmediatamente levantó la cabeza, altiva, con una lágrima pugnando por perderse mejilla abajo: —Si no quiere que esté con usted, yo misma solicitaré el cambio de destino en Personal. —No me trates de usted y dame un beso, que hace mucho que no nos vemos. Espero que trabajemos muy a gusto juntas. Y ahora, busca un par de cafés, que tenemos muchas cosas que contarnos. Yo es que no sé ni dónde está la cafetera. Cuando Laura salió del despacho, Adriana Vázquez volvió a mirar la cofia de cristal que tenía sobre su mesa y, en un impulso, la metió en un cajón y, entonces sí, lamentó lo que había pagado por ella.
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El adiós al viejo cazador Monchu Calvo Corría un frío viento, acompañado de una lluvia que dibujaba esos días invernales donde el cielo encapotado teñía de gris las solitarias figuras que ascendían bajo los paraguas, en dirección a la vieja iglesia a la que amparaban los tejos centenarios, y en cuya sombra se celebraban concejos vecinales, y se subastaba el pan durante la fiesta del patrono. El coche fúnebre avanzó lento, dejando la marca de las ruedas en el verde del prado, hasta detenerse justo delante de la puerta. Los murmullos y las conversaciones cesaron, y el silencio se mezcló con las gotas de agua que el viento se empeñaba en dispersar. Era el último viaje de Fernandón, el viejo cazador. No le disgustarían, seguro, las condiciones, si le dieran a elegir. Días como este, grises y lluviosos, eran buenos para acercarse a las piezas con sigilo, escondido tras los árboles del bosque en el despertar del amanecer. Los ojos, taladrando la oscuridad, que se despedía para dejar paso a la claridad del sol, que anunciaba su llegada tiñendo de amarillo las cumbres de las montañas por donde aparecería. El silencio era profundo. Solo de vez en cuando llegaba hasta él el tintineo de la esquila de algún ganado errante. La incipiente luz que pugnaba por desterrar las tinieblas nocturnas lo hacía aún mas fascinante, aunque el frío de la madrugada le obligaba a abrochar el capote y restregar las manos que sujetaban la escopeta. Nuestro amigo, al que hoy decíamos adiós después de una larga vida, repitió muchas veces esta rutina. Salir a despedir la noche y encontrarse con el amanecer en las montañas de Caso. No le gustaba que nadie le acompañase. Conocía como nadie los pasos de jabalíes y rebecos, y esquivaba la presencia de guardas con múltiples tretas que solo su dilatada experiencia ponía en práctica. Escondido tras una corpulenta haya, dejó los bártulos sobre un asiento rocoso cubierto de musgo, y para explorar el terreno avanzó sigiloso unos metros,
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Durante el entierro de Fernando
asomándose con cuidado sobre el cortado de la peña. Muy profundo se oían las aguas del arroyo despeñándose sobre las pozas. Y en una vallina entre las rocas descubrió la pieza que estaba buscando. Era un buen ejemplar de rebeco que pastaba tranquilo, ajeno al peligro que le acechaba. Templó los nervios y sus manos apretaron el arma. Lentamente, como acariciándola, la fue ascendiendo hasta el mentón. El pulso firme envolvió el gatillo y después de unos instantes asegurando, resonó entre las montañas el trueno de un disparo que impactó en el animal, que todavía se mantuvo erguido unos segundos, para finalmente doblar sus piernas y quedar entregado en el mullido de la yerba. Lio un cigarro de la vieja petaca de cuero. Tardó en encender aquel mechero de yesca. Finalmente aspiro con agrado, y el humo se elevó pintando espirales hacia el cielo. Tiró el cigarro después de unas cuantas chupadas, aplastándolo con sus botas. De manera segura fue descendiendo hasta encontrarse con el animal abatido. Era un buen ejemplar, quizás merecedor de una medalla. Lo echó a la espalda, cambiando de hombro la escopeta, y poco a poco fue desandando el camino hasta la cabaña de la majada, donde quedaría escondido un día ó dos, por si los guardas habían escuchado el disparo. Estos lances me los contó muchas veces, como relatan los viejos, lances de juventud. Si encontraba oídos que escucharan era capaz de enlazar hazañas de caza durante horas. Al cabo de muchos años, visto que no podían con él, lo metieron como guarda de caza en el Principado. Ahora era el vigilante de lo que muchos años ejerció de manera furtiva. Muy difícil engañarlo, porque lo que bien se aprende, mal se olvida, y él aprendió en la mejor escuela posible, la que enseña el hambre y la necesidad. Un buen numero de cazadores, acabaron ejerciendo como guardas. Sonreía de manera burlona cuando le mencionamos los jóvenes que salen graduados de flamantes escuelas con el titulo de guardas de caza. Son listos, dice, pero donde de verdad se aprende es en el monte, y eso no lo enseñan en ninguna escuela. Hoy estoy aquí diciéndote adiós. Tuve el gusto durante los últimos años de salir contigo a que me enseñaras tus “esperas” favoritas. Ahora íbamos cómodamente en el todoterreno, lo que tú caminabas a pie amparándote en las tinieblas. Pero me enseñaste mucho, a mí que nunca cazaré, pero la caza y la naturaleza forman un mismo paquete, por lo menos como los cazadores de la forma en que tú la entendías. Y con esa enseñanza me quedo, mientras un día de lluvia muchos amigos y vecinos te damos el último adiós. Disfruta de las eternas praderas llenas de venados, jabalíes y rebecos, y aquí dejas un amigo que admiró tu vida.
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Pueblo o ciudad Juanjo Pascual Suena el despertador, son las cinco de la mañana. Sebastián, medio adormilado, lo apaga tras dejarlo sonar veinte segundos. Se levanta cansado, tras una semana de intenso trabajo en la redacción, el viernes es un día agotador. Comienza a ducharse, el agua caliente le adormece más todavía; solo queda una solución que le hará ver las estrellas: de un golpe pasa a agua a fría, la adrenalina recorre sus venas tras ese brusco cambio de temperatura y termina de despertar. Se afeita, realizando un repaso mental de todo lo acaecido durante la semana, revisa su trabajos y tareas pendientes recordando que ese fin de semana tiene trabajo extra. El redactor jefe le ha citado para reunirse con él a primera hora, será el momento en que le revelará los detalles del trabajo que tiene que realizar. Tras esas reflexiones se prepara un buen tazón de café con leche acompañándolo con unas pastas que su madre le hizo el fin de semana anterior al ir a visitarla. Siempre se alegra cuando su “rapazín” le va a ver. Sebastián está a punto de cumplir cuarenta y nueve años, pero para su madre nunca dejará de ser ese “rapazín”, el niño que amamantó en su regazo y no pocas travesuras hizo en cuanto empezó a andar, sacándola de quicio en muchas ocasiones. Esas pastas siempre le traían recuerdos de su niñez, ese olor particular, el cariño con el que su madre las hacía para él y sus hermanos y las perrerías que entre los tres hacían de pequeños. Terminado su desayuno y cargadas las pilas para empezar la jornada, se dirigió a su coche y puso camino a la redacción. Despuntando el alba, José se pone en pie antes de que cante el gallo, desperezándose ligeramente otea el horizonte, mira a las nubes; cual experto meteorólogo llega a la conclusión de que no lloverá y tendrá un día soleado. El trabajo apremia, toca reponer una buena cantidad del alambre que rodea una de sus fincas y algún que otro poste. Ese año, para no variar, los jabalíes han estado muy activos y han causado bastantes destrozos en los cierres. Se da una ducha, se afeita y cuando baja a la cocina, ya tiene puesto sobre la mesa un plato con un par de huevos, seis lonchas de beicon y un chorizo de los “de casa”, esos que vienen a buscar los de
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la cuidad pero solo unos cuantos privilegiados consiguen (debido a que son gente del pueblo, conocidos de toda la vida e hijos, sobrinos o nietos de alguno del lugar). Su madre le dice “rapazín, comételo todo que tienes mucho trabajo hoy y estás creciendo”, José suelta una carcajada y su madre a continuación. Es la frase típica de su madre desde que era pequeño para darle los buenos días y apurarle a que empiece a hacer sus tareas. Tras desayunar y no dejar ni una miga en el plato, preparó las herramientas y materiales que necesitaba para arreglar el cierre, los cargó en su cuatro por cuatro y se dirigió a la finca, el trabajo sería agotador, pero tenía que terminar antes del mediodía, pues el sol era mal amigo para los trabajos que requerían gran esfuerzo. Antes de salir ya tenía a su madre dándole una fiambrera con un tentempié, queso, jamón, pan de escanda (que le encantaba) y algo para beber. De la que iba de camino algo le empezó a dar vueltas por la cabeza, no sabía qué era, pero el sábado tenía un presentimiento de que algo iba a suceder y eso le inquietaba. Sebastián llegó puntualmente a la reunión con su jefe, estaba algo intranquilo, pues eran muchos años trabajando juntos, siempre le había dado libertad para hacer sus artículos y esta forma repentina de citarle para hablar sobre su próximo trabajo le tenía intrigado. En cuanto atravesó la puerta Frank le miró seriamente, esto le perturbó más todavía, eran amigos y nunca le había visto esa mirada, así que le dijo: “Frank, ¿qué sucede?”. A lo cual Frank comenzó a explicarle la situación: —Verás, Sebastián, la dirección de la revista ha tenido una idea; dado lo vertiginosa que es la vida urbana y la deshumanización que se vive en las ciudades, ha tenido una idea muy arriesgada o quizás brillante. Ha propuesto que nuestros redactores hagan un artículo en el que vuelvan a sus orígenes, me han pedido que elija un redactor que tenga sus raíces en un pueblo y vaya allí y cuente sus recuerdos y de paso haga alguna fotografía del mismo que contraste con la ciudad. He pensado en ti, pero mi seriedad es por tener que darte una pauta de trabajo ya que nos conocemos desde hace muchos años, eres un espíritu libre y nunca he tenido que hacer nada así. —Vaya, creí que pasaba algo malo —replicó Sebastián con un suspiro—. Precisamente esta mañana, desayunando, me vinieron a la mente recuerdos de mi infancia, ya sabes cómo son las pastas que hace mi madre. Es una idea que me gusta, así que cuenta conmigo sin problema. Se dieron un fuerte apretón de manos y cada uno continuó con su jornada. Sebastián seguía inquieto, pero esta vez era por las ganas que tenía de que llegase el día siguiente, las ideas empezaron a surgir cual torrente de aguas cristalinas, a la vera del rio donde pasó su niñez.
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Tras la dura jornada de trabajo del viernes, José dejó terminada toda la tarea que se había propuesto. El sábado volvía a madrugar, pues lo tenía como rutina, pero este sábado se lo tomaría con tranquilidad, se le había dado bien la tarea durante la semana y podía descansar un poquito. Tras levantarse habló con su madre y le dijo que no le preparase café para el desayuno, que lo iba tomar en el bar del pueblo. Ella le dedicó una sonrisa de complicidad, sabía lo mucho que había trabajado su hijo por semana y tenía merecido ese descanso. Se duchó, afeitó y comenzó a desayunar, pero esta vez con tranquilidad, paladeando y disfrutando cada bocado. Sebastián madrugó como si fuese día laborable, tenía por delante hora y media de viaje y la subida al pueblo, aunque la carretera había sido arreglada recientemente; era un serpentear de curvas que se recorría con sumo cuidado sobre todo si había helado la noche anterior. José se dirigió al bar absorto en sus pensamientos sobre las tareas de la próxima semana. Sebastián llegó al pueblo y empezó a caminar hacia el bar, ordenando las ideas que tenía para el artículo, recorriendo mentalmente las ubicaciones que recordaba de su niñez para llevar una buena cantidad de fotos (a Frank le encantaba ver su trabajo y seleccionar las que bajo su criterio encajaban mejor en el artículo, los fotógrafos tienen mucha picaresca para esto y saben cómo hacer una foto para que sea la “elegida”). Al entrar en el bar, distraído, tropezó con otra persona, tan distraída como él, ambos se disculparon; se miraron mutuamente y tras la sorpresa inicial se fundieron en un gran abrazo. José y Sebastián habían pasado su infancia juntos en el pueblo, después Sebastián se fue a estudiar Periodismo y sus vidas se separaron. Mientras tomaban el café Sebastián le contó a José el motivo de su regreso y juntos pasaron el día rememorando aquellos días y visitando sus zonas de juego y diversión. Sebastián hizo un artículo a la altura de las circunstancias y pasaron un día inolvidable tras el reencuentro. Sebastián regresó a la cuidad con unas cuantas ristras de chorizos cortesía de la madre de José.
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Fotos: Kezzin
Con toda la fuerza del rock Kezzin no es un fotógrafo desconocido de Moldeando la luz ni de estas páginas. Fue en su día Fotógrafo del Mes y algunas de sus fotos han sido seleccionadas como porsibles portadas de esta revista. Sus fotos tienen mucha fuerza y sobre todo una creatividad fuera de dudas; creatividad que a veces es transgresión, de modo que muchas veces sus propuestas fotográficas ponen al espectador entre la espada y la pared y le invitan a reflexiones fuera de los tópicos habituales. Pues bien, Kezzin se incorpora a nuestra revista y, a partir de este mes, iremos publicando series de sus fotografías —quizás acompañadas del comentario de alguno de nuestros colaboradores—, como ésta presente, en la que recoge toda la fuerza del rock, esa música que hace vibrar a quien la interpreta y a quien la escucha y que en estas fotos muestran todo su vigor, toda la fortaleza de momentos irrepetibles que sin embargo, y esa es su magia, la fotografía es capaz de captar para el recuerdo.
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Fotos: Nadima
Un rostro torturado Claudio Serrano No sé en realidad si el de esta modelo es un rostro torturado, aunque todo apunta en este sentido, o simplemente airado, si bien en el fondo puede aparecer un gesto de preocupación. Uno sospecha que una grave contrariedad aflige a la modelo y que su hermano, que ha venido quizás a consolarla, o únicamente a acompañarla mientras pasan en vano las horas de inquietud, se suma a su desvelo. Por eso estas fotos me han hecho recordar aquellos versos de Carolina Coronado: ¿Qué me importan los jazmines, ni las rosas, ni las aves, cuando, hermano, muy más graves pesadumbres tengo yo? Cuando en horas tan ruines doliente paso la vida, ¿qué me importa la caída de la flor que se agostó? Efectivamente, qué importa el lujo de sus propios vestidos y del entorno palaciego que los acoge cuando la preocupación hace virar el rostro, contraer la sonrisa y mostrar fiereza y ansiedad por igual, pues la vida sigue a pesar del peso de su corona y las soluciones que se esperan de ella van más allá de los compromisos de la raza, el medio y el momento. Fuera de la estancia se oyen pasos apresurados de lacayos, relinchos mañaneros de caballos y el grito insomne de un general disponiendo quizás la partida hacia lejanos campos de batalla. Vae victis!
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Fuente agria
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Puertollano y la minería del carbón Juan Depunto
Uno escribe a base de ser un minero de sí mismo. José Luis Sampedro A veces creemos haber planificado cuidadosamente algo y no nos sale como pensábamos. Esa fue la sensación que tuvo el paseante al llegar a Puertollano y no encontrar el céntrico hotel reservado con antelación y luego ser informado de que estaba cerrado el museo minero y su mina visitable. Nuestros modernos sistemas de navegación pecan por exceso y así, nos seleccionan el prefijo del lugar al que deseamos ir (calle, etc.) con lo que solo tenemos que ponerle el nombre propiamente dicho. Eso hizo el paseante en su GPS y en donde le preguntaba “calle” contestó “San Gregorio, 2” y allí que le llevó. Solo que en ese lugar no se encontraba ningún hotel. Como no lo vio, tuvo la precaución de no bajar el equipaje y hacerlo él solo para buscar su hotel “Santa Eulalia”. Afortunadamente estaba cerca y el detalle estuvo en que el “San Gregorio” del hotel no era “calle”, si no “paseo”. Deberían tomar nota los responsables de turismo de los ayuntamientos en que no es conveniente bautizar con nombres iguales de santos a calles, paseos, plazas, avenidas y similares, con lo amplio y variado que es el santoral, porque por milagroso que sea el susodicho se puede tener la casi completa seguridad de que otros lo igualaran si no lo mejoran aún más. Una vez instalado en ese magnífico y céntrico hotel, el Santa Eulalia, totalmente recomendable por la atención de su personal y la calidad de sus vinos y viandas, preguntó por el Museo minero y su mina, a lo que se le dijo que en estos días entre Navidad y Reyes estaba cerrado por tener problemas de escasez de recursos humanos. Su gozo en un pozo y la planificación hecha astillas, de andamiaje minero por supuesto. Pero como cuando hay buenos profesionales de por medio las cosas se solucionan por difíciles que parezcan, la recepcionista del hotel, Belén,
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Museo de la Minería de Puertollano
empezó a hacer fructíferas gestiones telefónicas que, pasaron a la dueña del hotel, la Sra. Vicens, la cual telefoneó directamente a la alcaldesa, Dª. Maite Fernández, que, estando a punto de parir (y seguía trabajando en esas circunstancias y fiestas), se puso al habla con el teniente de alcalde, D. Miguel Peña, y éste con el director del museo, el arqueólogo D. Raúl Menasalves, el cual se prestó en persona a abrirle el museo al paseante al día siguiente y servirle personalmente de guía individual. A todas estas personas les quiere agradecer desde estas líneas que su expreso viaje no hubiera sido baldío. El hotel se encuentra frente por frente a uno de los monumentos emblemáticos de Puertollano: la Fuente Agria. Como es de suponer, se trata de una fuente termal de aguas ferruginosas cuyas propiedades medicinales hacen que haya una cola casi permanente de personas recogiéndola en botellas y damajuanas, lo que obliga a ejercer la paciencia para poderle hacer fotos sin que la tapen los aguadores. Quien suscribe estas líneas se abstuvo de probarla por tener ya amplia experiencia en pruebas de aguas ferruginosas, sufurosas y de múltiples osas. La fuente se encuentra en medio de un parque en el que también están la Fuente de los Leones y la Casa de Baños, antiguo balneario, todas ellas situadas sobre una zona hídrica de manantiales. Este parque, llamado hoy Paseo de S. Gregorio, fue en el siglo XIX un Jardín Botánico y más antiguamente el Prado de S. Gregorio, que disponía de ermita para agradecer al santo sus favores en pro de acabar con las plagas de langosta que asolaban estas tierras. El paseante ejerció su vocación de ejercitar pies y vista y, cámara en mano, dedicó el resto de la tarde a esta cuidada ciudad, de más de 50.000 habitantes, acercándose a su museo, con algunas piezas interesantes como el gran reloj del s. XIX, de la iglesia de Sta. Bárbara, restaurado tras 5 años de trabajo y ahora alojado en el hueco de la escalera del museo a la que muestra todas sus ruedas y engranajes sin pudor alguno, sin duda porque los relojes, especialmente los más grandes, carecen de esos sentimientos eminentemente humanos. El museo está situado en la plaza
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La cuenca hullera de Puertollano se formó hace casi 300 millones de años, en el periodo carbonífero, a partir de los sedimentos vegetales depositados en un gigantesco lago que había en la zona de más de 12 kilómetros de largo.
Monumento al minero, escultura de 4 metros de alto, de José Noja del Ayuntamiento, de moderno trazo, ocupando uno de sus lados junto a una centenaria farmacia. En otro de sus lados se ubica en esquina una antigua pastelería con agradable decoración y apetitoso contenido. Un poco más arriba, se encuentra la iglesia principal, la de la Asunción, del siglo XVI, edificada sobre la que fue iglesia de Sta. María, monumento declarado Bien de Interés Cultural. Cerca, en otra de las calles céntricas, aparece el que pasa por ser el edificio más antiguo de la población, del siglo XIV, la iglesia de la Soledad, antiguamente dedicado a S. Mateo. Puertollano fue fundado bajo los auspicios de la Orden de Calatrava (está en su franja territorial1) por combatientes de los sarracenos en la batalla de las Navas de Tolosa de 1212, lugar que se encuentra relativamente próximo, en la zona de Despeñaperros, aunque el territorio estuvo habitado desde la prehistoria. Se encuentra a una altitud media de 700 metros, encontrándose situado entre dos montes, el de Sta. Ana al noreste, de 900 m, con la impresionante estatua del minero de 9 metros de altura, obra del escultor José Noja, y el de S. Sebastián, al suroeste. Como seguramente sabe el lector, las distintas órdenes militares (OM) tenían distribuido su territorio peninsular de influencia y reconquista en franjas verticales que avanzaban de norte a sur y se iban alternando entre ellas de oeste a este: Santiago, Alcántara, Calatrava, Santiago de nuevo (estas tres de los Reinos de León y Castilla), Montesa (del Reino de Aragón), etc. Las OM fueron disueltas por el gobierno de la Segunda República, nada más comenzar ésta, aunque subsistieron un tanto clan10
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Castillete del pozo Santa María
La cuenca hullera de Puertollano se formó hace casi 300 millones de años, en el periodo carbonífero, a partir de los sedimentos vegetales depositados en un gigantesco lago que había en la zona de más de 12 kilómetros de largo. Esta capa de carbón tiene unos 500 metros de espesor, distribuidos en 15 estratos. La minería del carbón comenzó en el siglo XIX y la de las pizarras bituminosas (situadas en los últimos estratos) se explotó en el siglo XX. Esto generó un enorme desarrollo de la población, con una importante corriente de inmigración hacia la misma, consiguiendo en 1925 el título de ciudad. Hasta entonces se había dedicado a la agricultura, ganadería y, con motivo de la apertura del balneario, a la alfarería para acarrear sus aguas. En 1912 se instaló en su municipio la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya (SMMP), que fue la creadora de dos ferrocarriles de vía estrecha: el que iba a Almodóvar del Campo (pueblo vecino del que emigraron una gran parte de sus habitantes hacia Puertollano) y el ferrocarril que iba a Peñarroya (otra población minera de la que ya nos ocuparemos). En 1942 se creó la Empresa nacional Calvo Sotelo, dependiente del Instituto Nacional de Industria, que terminó derivando en el actual complejo petroquímico de Repsol-YPF, que es la industria que en la actualidad mantiene la mayor parte de empleo de la zona, aunque no la única. Esta cuenca minera generó, como buena parte de las demás (ver las de Asturias) un importante desarrollo del sindicalismo obrero desde el principio del siglo destinamente y en 1980 fueron legalizadas como Asociaciones federadas. En 1981 el Rey Juan Carlos constituyó el Real Consejo de las OM, nombrando presidente del mismo a su padre.
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XX, fundamentalmente a expensas de la CNT y UGT. Desde el comienzo de la democracia, su municipio ha sido gobernado repetidamente por el PSOE. En la década de 1960 se inició el cierre de la cuenca minera y sus ferrocarriles mineros (que ya eran deficitarios y por eso pasaron a ser gestionados por los Ferrocarriles de vía estrecha del Estado, FEVE) terminaron cerrando cuando las minas se clausuraron definitivamente en 1975. Hubo otro ferrocarril, de Valdepeñas a Puertollano, que acabó en 1963. Desde el siglo XIX existe la línea de vía ancha que une Puertollano con Ciudad Real y Badajoz, cuya estación fue sustituida en 1992 por la moderna del AVE que pasa por la ciudad, con parada incluida, lo que ha servido para revitalizar la economía de esta comarca. Pero la contaminante industria petroquímica y la central termoeléctrica (es perceptible en la ciudad el olor a “química” cuando el viento procede del sureste, donde está instalada la refinería) no es la única que sostiene la economía y el empleo: hay dos grandes empresas que construyen y montan placas solares (“Solaria” y “Silicio solar”), así como el importantísimo proyecto termosolar de Iberdrola, el de energía fotovoltaica de “Renovalia”, el “Instituto de Sistemas Fotovoltaicos de Concentración” y el “Instituto Nacional del Hidrógeno”, que suponen un esperanzador futuro más ecológico. En 2008, el Ayuntamiento planificó la transformación de una de las más grandes escombreras, elevada a principios del siglo pasado en las afueras de la ciudad, en una zona verde para uso de la población: el llamado parque del Terri. El museo minero y algunas otras instalaciones industriales relativas a esta actividad son lo único de la minería que hoy queda activo en Puertollano. El museo minero se organizó en el convertido hoy en Parque del Pozo Norte (ojo a futuros visitantes, este “Norte” está al sur de la población, al principio de la carretera que va a El Villar), conservando del mismo su imponente castillete, más impresionante aún en días de niebla cerrada, como lo vio y fotografió el paseante que suscribe. Era en esta zona donde se encontraban las principales instalaciones de esta cuenca minera. Se creó con la cooperación del Ayuntamiento, Diputación y fondos FEDER, inaugurándose en 2006. El museo está compuesto por un edificio principal, al que se aneja el Castillete y los jardines con elementos mineros en exposición al aire libre, incluida la gran
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Monumento a la MinerĂa
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locomotora a vapor de cinco ejes tractores llamada “La gorda”. En la primera planta se expone didácticamente todo lo relativo al nacimiento del carbón, fósiles (incluido un árbol de 3 metros) y minerales. En la segunda planta se desarrolla la historia de la minería en España, desde la prerromana a la actual, incluyendo la aportación a la misma de las culturas mediterráneas. Muestra también el impacto socioeconómico del carbón, sus utilidades y aplicaciones, así como los ferrocarriles relacionados con el mismo, incluyendo una detallada maqueta a escala de la zona. En el sótano se ha recreado una mina simulada que reproduce a escala natural los diferentes sistemas de entibación, perforado, extracción, con maquinas y vagonetas reales, etc.; da la sensación de estar en una autentica mina. En la moderna avenida sin nombre, que es el comienzo de la carretera a Ciudad Real, paralela a las vías del AVE, se colocó el castillete del pozo Santa María, que bajaba a los mineros a 200 metros de profundidad y que se clausuró en 1973. Y nada más pasar las vías del ferrocarril, en dirección al barrio minero situado al suroeste de la ciudad, en la ladera del monte de San Sebastián, se encuentra el monumento a la minería. Terminada la visita al museo, cerca ya de la hora de comer, el paseante salió con la esperanza de que hubiera remontado el día y cuál fue su sorpresa al encontrárselo aún más cerrado por la niebla y con un frío intenso, propio del clima continental de estos parajes. Se fue, pues, a almorzar a su hotel y tras ello, cumplido su objetivo en esta ciudad y habiendo salido por fin el sol, se dirigió al oeste, encontrándose en la salida de la ciudad con más restos de la actividad minera que tuvo la ciudad y su comarca, algunos reconstruidos y otros tal cual. Tras realizar las últimas fotos, enfiló hacia el cercano y precioso valle de Alcudia (que por sí mismo merece un desplazamiento expreso) para ir a su nuevo destino y preparar en el mismo su próximo reportaje: Almadén del azogue. Referencias documentales: 1. Folletos ilustrativos del Ayuntamiento sobre la ciudad. 2. https://es.wikipedia.org/wiki/Puertollano 3. http://www.heraldaria.com/ 4. www.ordenesmilitares.es 5. https://es.wikipedia.org/wiki/Museo_de_la_Miner%C3%ADa_
de_Puertollano
6. Folleto Museo de la Minería. Ed. Ayunt. Puertollano, 2016 7. Guia Didáctica Museo de la Minería. Ed. Ayunt. Puertollano, 2016. 8. Eduardo Martínez. http://www.lacomarcadepuertollano.com/dia-
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Luchadoras en Gijón Ricardo González, “Completu” Mañana, reportaje fotográfico y no pensamos en la mayor parte de los casos en el tiempo que va a hacer mañana, simplemente colgamos la mochila y tiramos allá los cuatro objetivos, el flash, pilas, reflectores, trípode y alguno hasta el libro de mandos de la máquina y ya está, a ver que pillamos. No pensamos y el mismo día de la función llueve. ¡Que putada!, pues nada, chicas, que no hay trabajo, que llueve. Hoy en día las predicciones del tiempo, ya se pueden saber con casi toda probabilidad quince días antes, pero a la semana con un casi total acierto, aunque, por si acaso tres días antes, fijo que sabemos el tiempo que tendremos. Así que el martes, tres días antes, consulto el pronóstico del día siguiente, que en mi caso ha sido real: Miércoles: Habrá nubes, 22º, viento de 10 kms., la salida del sol será ocasional, a las 19,45 h, empieza la hora azul, la protección solar será sin protección, bajamar a las 12,51 y pleamar a las 19´05 y el tránsito solar será a las 14,27 h. El pronóstico del tiempo para el jueves, cuando habrá que realizar el reportaje fotográfico en una playa, es idéntico, salvo las mareas. Bien, ya tengo mi pronostico y sé que las mejores horas de trabajo son de 15 a 16 horas, porque quiero algo de sombra corta. Para este trabajo, voy a contar con la colaboración imprescindible de Julián Castarrollo, que es entrenador de bases de varios tipos de deportes de contacto y muy querido por sus alumnos. Modelos a fotografiar: Vicky. sin comentarios (Es su elección de nombre profesional). Y Nerea Sánchez Prieto. Son dos deportistas que tienen su trabajo remunerado en hostelería la primera y como auxiliar de enfermería la segunda. Practican deporte por simple afición sin sacar dinero a cambio y conservan título y medallas de alto nivel. Mientras estoy redactando este artículo, Vicky estará en el avión con destino a Roma para el campeonato de Europa en la especialidad de MMA (Artes Marcia-
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les Mixtas). Espero que cuando me llame, sea para comentar que tiene el título y medallas en su portaequipajes. Yo creo que el cien por cien de los que hacemos trabajos con modelos, nos encontramos con personas que nunca han hecho un posado en público y que por consiguiente tienen miedo escénico. Y ya no digo nada si, en el momento de las fotos, es el primer día que conoce al tío de la Cámara. Para quitar ese hielo que existe entre unos y otros, yo al menos quedo unos días antes con las protagonistas y se habla, se tutea y se hacen bromas, para ya más tarde quedar a una hora y lugar. El día de marras, comunico cómo tengo pensado hacer el escenario y cómo tienen ellas que adaptarse a la historia. (Que nunca sale como tiene que ser y se opta por la segunda alternativa) Estamos en medio de un entorno de público y nos tenemos que acomodar a los paseantes, que son quienes tienen el pleno derecho. Si no consigo quitar esa tensión que hay en el ambiente, que las hace reír, no puedo conseguir las escenas serias. Así que a las bromas, que miren, que salten, elijan escenario, marque poses, etc. Las modelos miran cada vez menos a su alrededor y ya puestas en el mundo de las poses y de la preocupación de que todo salga bien, se meten en el papel y solo están a lo que están. Si pretendo que ellas salten encima del agua, yo tengo también que adentrarme y mojarme el calzado. —A ver Nerea, ¿cómo hacéis los estiramientos y los poses de defensas? — Vicky, ¿como es eso del brazo…?
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Y risas van y vienen. Se hacen llaves y poses pero, claro, esto es tan retorcido, que cuando me doy cuenta, solo saco coletas. Hay que volver a empezar y adoptar nueva pose desde la cámara. —Vicky, ¿como son esas formas de pelea desde el suelo? —¿Nos tiramos en la arena? Le contesto: ¡No, no,… esas las hacemos en mitad del paseo de la playa! Se aprecia una sensación de ¡Uffff, en mitad del paseo ! Las hago correr por la arena, una hacia un lado y después la otra hacia el otro. La verdad, que esto último, no tiene ningún sentido pero, parece que están ellas como acoplándose. Tenemos mucha gente observándonos alrededor y haciéndonos fotos, pero ellas están metidas en el papel y además cuento con la colaboración de mi amigo Julián, que las tranquiliza. —Chicas, chicas, ¿veis esos reflejos en el agua?, pues hay que meterse un poco, para sacar vuestros reflejos, con los del puente y las personas que lo cruzan. Ja,ja,ja… entran en escena suaves pero, llega una ola que les cubre hasta las rodillas. Bien, a partir de aquí, ya está roto el hielo escénico, y todo lo que haya alrededor, y son ellas quienes dan el paso de ¿saltamos aquí? ¿Y si nos colocamos aquí? Vale, ya se consiguió, que las escenas fuera no solo de carcajadas, ya posan con caras serias, si se requiere. Llegan unos/as italianos con tablas de surf y les pido que posen a modo de fondo con ellas. Ellas ya son las divas del paseo de Gijón, así que no dije nada, ellas solas ponían las poses. —¿Cambiamos de escenario? ¡Podemos ir al monumento de las chapas, que hay colocadas en medio del paseo marítimo!. ¡Os puedo acercar con el coche! —No, nos vamos andando. Y más risas. Habría que verlas por medio del paseo, vestidas con el kimono y ocupando todo el espacio y con las bolsas colgadas. ¡De película de acción a tope! Y de cuando en cuando les decía: —¡Vamos a posar así de esta manera y tenéis que estar serias!. Como verdaderas actrices; y además los paseantes por los lados y algunos de ellos conocidos y se paraban a saludarlas. La verdad que daba la sensación de que la ciudad era de ellas. Volteretas, saltos, saludos marciales y sacando el encanto de las damas. Mojados, con frío y riéndonos. ¿Que mas se puede pedir a un reportaje fotográfico de exterior? Llevo muchos reportajes como éste y, siempre son diferentes, quizá sea lo agradable de este trabajo.
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Studio Parris Wakefield La famosas siluetas borrosas de la serie de fotografías Cityscape (Paisaje urbano) de Studio Parris Wakefield resbalan por la pared. Las formas de los edificios se reconocen instantáneamente, pero están presentadas de una forma que nunca se había visto antes. No hay punto de vista singular y único y, a pesar de lo familiares que resultan, son difíciles de entender. La agencia de Howard Wakefield y Sarah Parris tiene una reputación envidiable en el mundo del diseño, ya que han trabajado con grupos de rock cono Suede y en campañas de moda como la de Dior. En la serie de imágenes “cityscape”, esperan poder representar las grandes escenas urbanas de la era moderna como ambientes agitados y en continuo cambio, en los que el punto de vista es distinto con cada par de ojos, ya seamos residentes o visitantes. “Estos paisajes urbanos tan enigmáticos representan la profusión de percepciones desde una ciudad en constante evolución”, dice. “Siempre hay algo nuevo que descubrir, de lo perceptible a lo oculto,, estas escenas demuestran que son únicas e infinitas”. Las ciudades, de Copenhague hasta Toronto, Milán, Perth, Chicago o Londres, son todas extremadamente conocidas y, aun así, sus imágenes parecen irreales, la fuerza de la escena es difícil de determinar. Al presentar las ciudades de esta forma Howard y Sarah nos muestran la forma tan distinta que tiene cada uno de ver un paisaje urbano. Su estudio de diseño gráfico produce una comunicación eficaz cuando se estime y razonada cada detalle. Tanto a Howard como a Sarah les encanta lo que hacen y sobre todo que sus trabajos puedan servir de estilo en cualquier hogar. Especializados en los patrones de colores, painterly gráfico, la colección Parris Wakefield Adiciones es una explosión de colores vibrantes. Fabricado por capas de forma digital, la mezcla y la fusión de los colores de la muestra a partir de una variedad de fuentes de inspiración, la naturaleza, el arte y la moda. Parris Wakefield están muy orgullosos de que todos sus productos han sido fabricados en Gran Bretaña.
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FotografĂas que desp
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pertaron conciencias
Inauguración del canal de Suez 17 de noviembre 1869-Egipto. Año 1869. Tras la inauguración de la mayor obra de ingeniería hidráulica acometida hasta la fecha, un canal artificial comunicaba dos océanos. El Canal de Suez, construido entre el Mar Rojo y el Mediterráneo, conectaba, en realidad, el océano Índico y el Atlántico. Ahora, Europa y Asia estaban más cerca, al menos por las rutas marítimas. Ya no había necesidad de circunnavegar África, lo que ahorraba días y días de viaje. Desde tiempos antiguos su construcción había sido una quimera, que incluso Napoleón había optado por abandonar. La tecnología fotográfica de la época era bastante rudimentaria: la película, tal como la conocemos hoy, todavía no se había inventado. Los fotógrafos utilizaban negativos de vidrio con una emulsión de albumen (derivada de la clara de huevo) y haluros de plata. Para inmortalizar el acontecimiento, el fotógrafo anónimo de esta imagen utilizó un pesado trípode que situó en una posición elevada, como un balcón o andamio. De esta forma pudo fotografiar la procesión de barcos engalanados con banderas entrando en el canal el 17 de Noviembre, en presencia de la emperatriz Eugenia, la última mujer soberana de Francia, y del jedive de Egipto, Ismail Pachá. Una orquesta interpretó La marcha Egipcia, compuesta por Johannes Strauss para la ocasión. La imagen muestra con precisión los complejos mástiles de los barcos, los reflejos en el agua y a los trabajadores en los muelles; tiene el poder de transportarnos al corazón del evento con una inmediatez que ninguna ilustración puede conseguir.
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Manda tus preguntas a: moldeandolaluz@gmail.com
P R .
¿Cuál es su opinión sobre los equipos de iluminación baratos que se pueden encontrar en eBay? Puedo encontrar un equipo completo de tres luces con: Luces, pies, y modificadores por más o menos el mismo precio que con una sola luz de una buena marca.
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La mayor parte de ese material barato de eBay es basura. En fotografía obtienes según pagas. He encontrado cosas que son baratas y otras que no son tan caras. Puedes acabar gastando miles de euros en un equipo barato antes de encontrar esas cosas que no son tan caras. ¿Cuál es la diferencia? Lo “barato” termina no costando el dinero gastado. Lo “no caro” es realmente encontrar una buena oferta. Las cosas baratas se caen a pedazos, se rompen y son tan raras que no puedes hacer tratos con ellas. Baratas, son las cosas que no cuestan mucho dinero, pero que funcionan bien. Los Alien Bees no son caros. ¿Esos equipos que encuentras en eBay por el precio de un Alien Bees son baratos?
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Además, no necesitas toda esa basura que viene con el equipo. Tres luces de mierda no son mejores que una buena luz. Dos Softboxes de mierda no son mejores que un buen paraguas. Sí, todo el equipo parece barato, pero hay que saber que todo en ello es barato. Las luces serán una mierda. Los pies serán una mierda. Los softboxes serán una mierda. Gastarás un poco más por tener una buena lámpara, un buen pie, un buen modificador y un buen disparador. Te costarán más pero te llevarán mucho más allá que un kit de mierda de eBay. En serio. Te doy mi palabra. No solo me he sentido atraído porque el material barato me ahorraría dinero; también he visto a muchos dejarse llevar por ese material y después lamentarlo. Verdaderamente te puedes creer que algo que tiene un precio y garantías contrastadas por la experiencia de los profesionales que lo utilizan, se puede conseguir a precio de ganga, es decir que los profesionales son tontos, les sobra el dinero. En esta vida nadie regala nada, y nada ha cambiado de aquella frase que escuchamos a nuestros padres y abuelos, nadie regala los duros a cuatro pesetas. Hoy diríamos que nadie regala los euros por 80 céntimos.
El equipo de Broncolor cuesta en B&H 4.699 dólares. El Kit de estudio que incluye fondos, trípodes etc, cuesta en eBay 97.99 euros
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FOTO: Salvador Roig i Serรณ
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