PATRIA
ZAPOTECA SUPLEMENTO CULTURAL
AÑO II
No. 55
11 DE AGOSTO 2013
+ Redes Sociales Pág. 23
Algunas personas de la población de Cachimbo que integrarán el Comité Solar, que dará seguimiento a la implementación de los paneles solares en la población. Fotografía.- Guiee Niza López Castillo.
Inicia la conformación del Comité Solar en Cachimbo El 28 de Julio los habitantes decidieron en Asamblea varios aspectos de la nueva agrupación
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Los duendes del Camino Grande Abel Toledo Gómez Pág. 4
REVISTA GUIDXIZÁ
El Queche: Una aproximación historiográfica y documental Pág. 5
Beatriz Cruz López
REDES SOCIALES +6 = 450
El 13 de agosto de 1521 se rindió la ciudad de México-Tenochtitlan ante los españoles comandados por Hernán Cortés. Aunque el hecho no atañe directamente a nuestra historia como zapotecas, simbolizó el sometimiento ―voluntario o por la fuerza―, de otros Señoríos, como el que tenía cabecera en Tehuantepec.
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+ Gráficos
Sergio Ventura Neri Pág. 8
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Foto: Comisión de Registro Fotográfico
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La compañera Beatriz Morales, Responsable de la Comisión General de Logística, dando los pormenores para la constitución del Comité Solar en Cachimbo, Ixhuatán.
“Adolfo Gurrión Carrasco fue uno de los personajes más importantes de nuestra historia zapoteca, que alcanzó una de los honores más grandes, que es morir por la libertad del pueblo”.
U
n pueblo que olvida a sus hombres ilustres corre el riesgo de cometer viejas equivocaciones. No hay peor ofensa para quien ofrendó la vida por la dignidad colectiva, que mandarlo al olvido. Adolfo Gurrión Carrasco fue uno de los personajes más importantes de nuestra historia zapoteca, que alcanzó una de los honores más grandes, que es morir por la libertad del pueblo. Muchas ciudades a lo largo y ancho del país lo recuerdan denominando calles y plazas con su nombre. El Comité Melendre, por tanto, no puede menos que dedicar algunos actos para recordar la obra de este ilustre zapoteca a cien
años de su cobarde asesinato. En esta ocasión Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos comparte los pormenores de la más reciente visita a Cachimbo, Ixhuatán, como parte del proyecto impulsado por el Barefoot College. Asimismo presenta un pequeño relato acerca de los duendes que antaño se miraban en Juchitán. Igualmente podrá leerse un interesante artículo de Beatriz Cruz, que nos ayudará a entender mejor el queche, unidad política de los zapotecas. Hace cien años asesinaron a un juchiteco íntegro. Pero lo que no lograron las balas fue apagar su espíritu autonomista, ni la congruencia que hace que toda idea perdure y tarde o temprano se haga realidad. Tlalok Guerrero Luis · Guiee Niza López Castillo · Maura Matus Ortega · Andrea Antonio Montaño · Alexis de la Cruz Tónchez · Maritza Elena Enríquez Licón · Helen Toledo Castillejos · Andrés A. Sánchez Cruz · Liliana Fuentes Cervantes · María Martínez Jaimes · Juan Carlos Gómez Rementería · Marco Antonio Guerra López · José Marconi Ruiz Gallegos · Karla Guzmán Martínez · Luis Manuel Amador · Gonzalo Jiménez López · Nadxielii López · Claudia Daowz · Juan Manuel López Alegría · Natalia Cruz · Clemente Vargas Vásquez
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Inicia la conformación del Comité Solar en Cachimbo
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El 28 de julio los habitantes decidieron en Asamblea varios aspectos de la nueva agrupación DE LA REDACCIÓN
El domingo 28 de julio cinco integrantes y voluntarios del Comité Autonomista Zapoteca “Che Gorio Melendre” acudieron a la comunidad de Cachimbo, en San Francisco Ixhuatán, para apoyar a sus habitantes a dar los pasos necesarios para constituir un Comité Solar, a manera de cooperativa. Dicho Comité Solar tendrá como principal propósito administrar los equipos solares que serán donados a la población, como parte del proyecto del Barefoot College (Universidad de los Pies Descalzos). Beatriz Morales Ruiz, Responsable de la Comisión General de Logística, explicó a los habitantes los requisitos para organizarse legalmente como una Asociación Civil. Dicha organización contaría exclusivamente con integrantes de la comunidad beneficiaria, cinco de los cuales se desempeñarían como miembros de su Consejo Directivo (tres mujeres y dos varones), para vigilar y dar seguimiento a la instalación de los paneles solares. Como se recordará, en el mes de junio Bunker Roy,
fundador del Bareffot College, con sede en Tilonia, Rajasthan, India, visitó la comunidad de Cachimbo para seleccionar a cuatro mujeres para viajar becadas durante seis meses para capacitarse como especialistas en energía solar. Esto posibilitará que ellas mismas instalen paneles en cada vivienda que brinde electricidad a esta comunidad de pescadores que no cuenta con conexión a la red eléctrica nacional. En la Asamblea del 28 de julio, los habitantes designaron a quienes se desempeñarán como integrantes del Consejo Directivo del Comité Solar, mismo que llevará por nombre Teet neet pum (“Sol de Cachimbo”) En breve iniciarán los trámites ante la Secretaría de Relaciones Exteriores y otras instancias para que todo quede formalmente constituido. El Comité Melendre dará asesoría legal y logística a las personas de la comunidad, para que sean ellas quienes directamente realicen los trámites con transparencia y apego a la reglamentación vigente.
Habitantes de la población de Cachimbo durante la Asamblea para iniciar la constitución del Comité Solar. 28 de julio de 2013.
El Comité Melendre es un colectivo de personas que busca la transformación positiva de la sociedad binnizá. Se fundó el 8 de mayo de 2004 por jóvenes zapotecas de diferentes comunidades. Realiza proyectos culturales y diversas actividades como recitales de música, torneos deportivos, conferencias, cine comunitario, publicación de libros y revistas. Tiene, además, un programa de radio llamado Nuestros Pueblos, Nuestra Historia y un suplemento cultural que circula cada semana con el nombre de Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos. El Comité Melendre desempeña cada una de sus acciones por medio del trabajo voluntario. Todos sus gastos económicos siempre han corrido a cuenta de sus integrantes, quienes aportan cooperaciones voluntarias.
COLABORACIONES
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Los duendes del Camino Grande
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Abel Toledo Gómez Vivían felices en el hueco del tronco de aquel enorme guanacastle, que creció en el Camino Grande (neza róo), cerca del Río de las Nutrias. De día salían a jugar con los niños del barrio, y de noche entraban en sus sueños y platicaban con ellos hasta el amanecer. Durante los meses de abril y mayo, Las páginas de esta sección están dedicadas al arte y a la cultura de nuestros pueblos. En cada plana compartimos un poco de cada una de las disciplinas que hemos explorado los integrantes y voluntarios del Comité Melendre. Sin embargo, existe mucho más que merece divulgarse. Hay otras perspectivas enriquecedoras que nos pueden permitir contar con más elementos para conocernos y fortalecer la tarea de reivindicar nuestra identidad. Aquí tienen cabida otras voces: la de escritores, investigadores, periodistas y personas con la sensibilidad necesaria para ofrecer algo enriquecedor desde su campo de conocimiento. Con ello, todos ganamos: lectores y editores.
algunos campesinos los vieron en los extensos pitahayales, alimentándose de las dulces y jugosas frutas que ofrecían los miles de cactus, allá por el cerro Igú. La verdad es que nadie supo cuando se marcharon, ni hacía donde se fueron. El aullar de los perros por las tardes, fue señal de sus ausencias.
Todavía en las décadas de los cincuentas y sesentas, lo que actualmente se conoce como la Colonia Ribera del Río, ubicada en la Octava Sección, Cheguigo, en Juchitán, era terreno virgen, donde, desde el puente peatonal, se divisaba la flora con una diversidad de especies, en los que sobresalían enormes y frondosos árboles, cuyas grandes y extensas raíces, se alimentaban de la humedad que ofrecía el afluente. En cuanto a la fauna, era común encontrar una especie de iguana, más pequeña que la normal. Se les conocía como Guiú en zapoteco. También había palomas, tortolitas, pájaros carpinteros, calandrias, armadillos, tlacuaches y muchas otras especies más. Las familias que vivían cerca del río se dedicaban a la siembra y producción de distintas flores, así como a la cosecha de diversas frutas, tales como: mangos, papayas, naranjas, guayabas, ciruelas, etcétera. La naturaleza fue enormemente benévola con aquellas personas. Todo constituía un paisaje muy bonito y el canto de los pájaros los cubría de alegría. A unos cuantos metros del río, entre el Camino Grande (Neza Ro’) y el terreno del señor Lorenzo Sánchez, más conocido como Ta Yenchu Chemadu, creció un enorme y frondoso árbol de guanacastle. A través del tiempo sus ramas se cayeron, debido a los fuertes vientos de otoño, dejando descubierto un tronco como de cuatro metros de altura y seis de diámetro, ahuecado en su centro y hasta dos metros hacia abajo. La tierra en esa zona, hasta nuestros días, es suave y bastante fértil, se le conoce como: yú cuela. En el tiempo que nos ocupa, es decir, el tiempo de los duendes, los habitantes del barrio de Cheguigo utilizaban unas pequeñas veredas o caminos carreteros, para llegar al centro de la población, cruzando, desde luego, el río, que por lo general se mantenía con poca agua, e inclusive, llegaba a secarse. El Camino Grande o Neza Ro’, iniciaba en el río y terminaba en Tehuantepec, toda vez que cuando no existía la carretera Panamericana, este sendero es el que unía Juchitán con Tehuantepec. Algunas de las personas que transitaban por la vereda, sobre todo los niños y uno que otro adulto mayor, mencionaron haber visto a dos niños ―de entre diez y doce años― salirse del tronco, en horario de doce del día. La descripción que dieron acerca de estos infantes es que tenían la mirada penetrante, orejas puntiagudas, cabellos lacios y largos; no usaban camisas y siempre vestían unos calzoncillos incoloros. Era bastante común confundirlos con otros niños en esos años de urbanización incipiente. En los tiempos de juegos de canicas, los duendes se mezclaban con los niños, permanecían un rato jugando y repentinamente desaparecían del lugar, para trasladarse a otra parte distante de una manera fantástica. Muchas veces los vieron en los pitahayales, casi al mismo momento en que los niños jugaban con ellos. Los duendes eran unos seres extraordinarios y mágicos. Varias veces se llevaron a algunos niños de paseo, para compartir con ellos las ricas pitahayas, para más tarde, regresarlos a sus casas. Nunca se supo que ellos llevaran a cabo acciones de maldad. Eran duendes juguetones y, por lo que se observó en el tiempo que se les vio, parecían muy felices conviviendo y departiendo con los niños. Al paso de los años a algunos militantes y dirigentes de cierto partido político se les ocurrió invadir el terreno ribereño para fundar una colonia, a manera de hacer un buen negocio con los lotes, controlar a los colonos y vender caro los votos en todos los procesos electorales. Y tal como ha sucedido en otras colonias, proliferaron los antros de vicio. En un abrir y cerrar de ojos, acabaron con la flora y la fauna de la ribera. De los duendes nadie dio razón. Una madrugada de abril el tronco del guanacastle quedó convertido en cenizas. Los duendecillos del Camino Grande se fueron y, como para que los moradores de la nueva colonia los recordaran, todas las tardes, ya entrada la noche, los perros aullaban sorprendiendo a sus amos, y luego un silencio lúgubre reina en el lugar y sólo se rompe cuando los borrachos y los drogadictos se insultan o se pelean, a veces sin motivo alguno. Lo que los hombres llaman civilización, transforma las cosas, una veces para bien y otras veces para mal. Ahí está el caso de los duendes del Camino Grande. Eran mágicos, pero la urbanización los desapareció para siempre.
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El Queche: Una aproximación historiográfica y documental Beatriz Cruz López El conocimiento sobre la organización interna de los pueblos mesoamericanos y coloniales ha avanzado mucho en las últimas décadas. Autores como James Lockhart, Matthew Restall y Kevin Terraciano han profundizado en el estudio del ‘altepetl’ de los nauas, el ‘cah’ de los mayas yucatecos y el ‘ñuu’ de los ñudzahuimixtecos, respectivamente, a través del análisis de documentos que fueron elaborados por los propios miembros de esas comunidades, principalmente los que fueron escritos en lenguas indígenas.1 Los resultados de estas exhaustivas investigaciones han puesto de relieve que en estas tres regiones culturales existía un modo singular de constituir entidades políticas: a través de la unión de grupos relativamente autónomos. También revelan que esta especie de principio organizativo operó varios siglos antes de la llegada de los españoles y que, en términos generales, se mantuvo vigente a pesar de los cambios que las poblaciones nativas experimentaron a raíz del establecimiento del orden colonial. En el caso del ‘queche’, la unidad sociopolítica fundamental de los benizaa-zapotecas2, todavía no existe un trabajo similar porque el estudio de documentos coloniales escritos en tichazaazapoteco es muy reciente.3 No obstante, la raíz mesoamericana de los pueblos zapotecos hace pensar que en ellos operaba una organización similar. Y de hecho, existen varios indicios en distintas fuentes históricas que confirman esta suposición. Antes de exponer estos testimonios haré un breve repaso de las características más importantes de la organización interna de los pueblos que los autores antes mencionados han señalado en sus investigaciones. LA ORGANIZACIÓN CELULAR Las entidades sociopolíticas de Mesoamérica se formaron siguiendo un patrón que, retomando a Lockhart, se puede llamar “organización celular o modular”, y que él explica de la siguiente forma: La manera [mesoamericana] de crear grandes unidades [políticas] tendió a acercar a una serie de partes relativamente separadas y autónomas, que constituían el todo, cuya unidad consistía en el número y la disposición de esas partes, su relación idéntica con respecto a un punto de referencia común, y su rotación ordenada, cíclica (op. cit.: 29). Los pueblos mesoamericanos fueron resultado de alianzas entre diferentes grupos (ya fueran comunidades vecinas, grupos de migrantes, e incluso grupos resultantes de una previa división interna) que buscaban, mediante esta unión, fortalecer su defensa frente a otras colectividades y fomentar su propio desarrollo. Dentro de los pueblos, estos grupos o parcialidades se congregaban en torno a un liderazgo de tipo dinástico,4 un territorio propio, el culto a una deidad tutelar y una organización que les permitía participar de manera casi equitativa tanto de las obligaciones como de los beneficios que concernían a la unidad. Con ello, la jerarquía existente entre estos grupos, que podía ser motivo de disputas, era “suavizada” en pos de la estabilidad. Los grupos constitutivos del altepetl eran llamados ‘calpolli’, ‘tlaxilacalli’, ‘chinamitl’ o ‘teccalli’5. Los del ñuu se denominaban ‘siña’, ‘siqui’ o ‘dzini’.6 Por su parte, en el cah yucateco un grupo menos similar a las subunidades naua y ñudzahui, el ‘chibal’, cumplía con las mismas funciones “en tanto que for-
maba una base parcial para la identidad, la organización económica y la facción sociopolítica en cada cah” (Restall, op. cit.: 28).7 Los españoles llamaron ‘barrios’, ‘estancias’ o ‘pueblos sujetos’ a estos segmentos de cada unidad política; y a la localidad en la que residía el líder dinástico la llamaron ‘cabecera’.8 Cada parcialidad tenía un nombre propio. Tenochtitlan, por ejemplo, como muchos altepeme (-me, plural) del centro de México, tenía una composición cuatripartita y sus tlaxilacalli se llamaban Moyotlan, Teopan, Atzaqualco y Cuepopan. Además, las parcialidades también poseían una organización, un territorio, un culto y un líder propios (Lockhart, op. cit.: 31; Terraciano, op. cit.: 106-112). Más aún, en su interior también se dividían en secciones o distritos (que resultaban de la unión de varias familias), cada uno de ellos con una jefatura capaz de organizar el trabajo colectivo, el reparto de tierras y la colecta de tributos. A estas secciones también se les llamó ‘barrios’ durante la época colonial, lo que puede llegar a generar cierta confusión. Sus obras más relevantes, y que se utilizan en este texto son: James Lockhart, Los nahuas después de la Conquista. Historia social y cultural de la población indígena del México central, siglos XVI-XVIII, México, FCE, 1999; Matthew Restall, The maya World. Yucatec culture and society, 1550-1850, Stanford, California, Stanford University Press, 1997; Kevin Terraciano, The Mixtecs of colonial Oaxaca. Ñudzahui history, sixteenth through eighteenth centuries, Stanford, California, Stanford University Press, 2001. Un estudio pionero, aunque centrado en un solo señorío, es el de don Luis Reyes García, Cuauhtinchan del siglo XI al XVI. Formación y desarrollo de un señorío prehispánico, México, CIESAS-FCE, 1988. 2 Los términos Queche, Benizaa y Tichazaa que se refieren a ‘pueblo’, ‘zapoteca’ y ‘lengua zapoteca’, respectivamente, son usados con base en el trabajo de Fray Juan de Córdova de 1578, Vocabvlario en lengva çapoteca, México, Ediciones Toledo, INAH, SEP, 1987 (en adelante VZC). Queche (VZC: 332v) Benizaa (VZC: 290r, 292r), y Tichazaa (VZC: 202r, 236r). 3 Actualmente el Seminario de Zapoteco, dirigido por Thomas Smith-Stark, se dedica al estudio de textos del Valle de Oaxaca, el proyecto Zapotexts de la UCLA hace lo propio con escritos de distintas regiones, y Michel Oudijk (también participante del Seminario) analiza cientos de documentos de la Sierra Norte. 4 Cada altepetl era gobernado por un ‘tlatoani’ (el que habla o el que tiene la voz, plural: tlatoque). Cada ñuu era gobernado por un ‘yya’ (o ‘iya’, señor o gobernante) o una ‘yya dzehe’ (señora), pues entre los mixtecos ambos géneros podían acceder al mismo estatus. 5 La diferencia en el uso de estos términos es algo vaga, por ahora sólo se puede afirmar que ‘calpolli’ (casa grande) aparece más en los relatos sobre la fase migratoria de los mexica; ‘tlaxilacalli’ (etimología incierta) parece referirse a los grupos con un territorio fijo, y por lo tanto es el que más aparece en los documentos coloniales; ‘chinamitl’ (cerca o valla) está más presente en la zona sur del centro de México; y ‘teccalli’ (señor-casa) es un término que sólo aparece en la zona oriente del centro de México, más específicamente en Cuauhtinchan y Tecali, donde “había reemplazado virtualmente al calpolli como la unidad básica de la organización sociopolítica” dentro del altepetl (Lockhart, op. cit.: 31, 157). 6 El término ‘siña’ (perteneciente a la gente) se utilizó en la región cercana a Yanhuitlan; ‘siqui’ (etimología incierta) en la región del Valle de Teposcolula, Tamazulapan y Tlaxiaco; y ‘dzini’ (cabeza o manojo) se usó en los alrededores de Huajuapan, Coculco, Tequistepec y Acaquisapan. Las diferencias entre estos tres tipos de corporaciones, aparte de su uso en distintas regiones, tampoco son claras (Terraciano, op. cit.:105). 7 El ‘chibal’ era más bien un linaje extenso. Se ubicaba entre el nivel de la familia y el del cah, pero a la vez trascendía a este último, pues en distintos cahob (-ob, plural) se podía encontrar gente de un mismo chibal (Restall, op. cit.: 2, 28). 8 A veces esta clasificación cabecera-sujetos se aplicó a ciertas confederaciones de pueblos, lo cual ocasionó problemas entre sus integrantes, pues todos deseaban se les reconociera como cabeceras. 1
PROYECTOS
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DATO Publicación cultural que lleva 17 números de 1,000 ejemplares cada uno; donde se publican artículos, narrativa, poesía, música y gráficos. Se distribuye en las ciudades de México, Oaxaca, y en las poblaciones de la Nación Zapoteca. (Relato publicado en la Revista Guidxizá, Año V, N° 13, Abril - Junio de 2009).
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Entre los funcionarios que operaban al interior del tlaxilacalli todavía en la primera mitad del siglo XVI se hallaba el ‘macuiltecpanpixqui’, el que cuida a cien (Lockhart, op. cit.: 69). Por su parte, en la región ñudzahui, los ‘saquiñehe’ eran los encargados de recaudar el tributo al interior del siña (Terraciano, op. cit.: 110). Si bien la organización al interior de las parcialidades no era tan estable como la de los pueblos, con el tiempo se iba fortaleciendo cada vez más, al grado de que cada parcialidad podía considerarse como un pueblo en formación. Otro nivel de organización sociopolítica que seguía el mismo principio de asociación de distintos grupos, en este caso, la asociación entre pueblos, eran las confederaciones. En la región naua a la unión de dos o más altepeme también se le llamaba ‘altepetl’. Entre los ñudzahui a la unión de varios ñuu se le denominaba ‘yuhuitayu’.9 La organización de los pueblos al interior de las confederaciones era similar a la que tenían las parcialidades dentro de los pueblos, excepto por el hecho de que en las confederaciones no había un centro político definido, de modo que cada pueblo reconocía y tributaba a su propio líder dinástico. La cohesión entre los pueblos confederados se reforzaba a través de alianzas matrimoniales entre los gobernantes y sus familias, aunque a veces esto no era suficiente (Terraciano, op. cit.: 103-104). Aunque en las confederaciones los sentimientos de independencia y rivalidad entre las partes constitutivas eran más fuertes, varias lograron estrechar sus lazos y permanecer juntas durante siglos, como la confederación de Amaquemecan, a la que fue imposible separar en sus altepeme constitutivos en el siglo XVI (Lockhart, op. cit.: 36). Otras llegaron a ser sumamente complejas, como la Triple Alianza, que era una confederación entre las también confederaciones de Tenochtitlan, Tlacopan y Tetzcoco, y que llegó a ser muy poderosa pero colapsó tan pronto como fue vencida por los españoles y sus aliados. Mientras tanto, en la región mixteca Yodzocahi (Yanhuitlan) también llegó a ser un señorío sumamente complejo. Este yuhuitayu era tan grande que, según se reportó en el siglo XVI, se conformaba por alrededor de cuarenta siña, varios ñuu y alguno que otro yuhuitayu (Terraciano, op. cit.: 131). Lo más sobresaliente del proceso de conformación de las unidades políticas mesoamericanas era que se basaba en su asociación y no en su fusión. Las parcialidades, los pueblos, las confederaciones, y todo tipo de formaciones políticas complejas eran posibles gracias a la vinculación de grupos que permanecían diferenciados en su interior. Cuando las alianzas se rompían, el hecho de que existiera esta segmentación facilitaba la supervivencia de los grupos constitutivos, que más adelante podían intentar nuevas asociaciones. Así, la unión y la segmentación se constituyeron como procesos complementarios y cruciales para el origen y desarrollo de los pueblos mesoamericanos. Las poblaciones nativas que los españoles conocieron en el siglo XVI eran resultado de procesos históricos que implicaban tanto la asociación de grupos vecinos y la aceptación de grupos de inmigrantes, como la división interna y la desintegración de antiguas alianzas. Como puede apreciarse, la organización celular implicaba que “las partes constitutivas de cada nivel fueran entidades relativamente completas, bien desarrolladas, capaces de mantener una existencia independiente” (Lockhart, op. cit.: 46). Pero, también, que éstas reprimían su comprensible tendencia a la autonomía mientras hallaran más benéfico mantenerse asociadas. Como afirmó Lockhart para la región naua, en un enunciado que puede aplicarse a las distintas regiones de Mesoamérica: no existía nada que impidiera que el altépetl de forma más sencilla creciera mediante un incremento natural o la absorción de inmigrantes y se hiciera complejo, con uno o más de los antiguos jefes de calpolli transformados en tlatoque. A la inversa, no existía nada que impidiera que una forma compuesta se derrumbara y se convirtiera en una forma más sencilla y más unificada, lo que podría pasar bien porque todo el grupo sufriera reveses como la pérdida de población y la derrota militar, o porque una parte constitutiva creciera más que las otras (op. cit.: 45). Coincidentemente, Terraciano está convencido de que entre los ñudzahui “cada siqui [siña o dzini] era un ñuu en potencia, y cada ñuu un yuhuitayu”. La aparición de términos como ‘ñuu siqui’ y ‘ñuu siña’ parecen indicar la existencia de grupos que se hallaban en transición entre ambos niveles (op. cit.: 116). Aún con las modificaciones que derivaron de la administración colonial y que limitaron la creación de alianzas por encima del nivel de los pueblos, las unidades políticas indígenas mantuvieron su organización modular-celular y su desarrollo interno no se interrumpió. Desde el siglo XVI es posible observar que algunos barrios o pueblos sujetos se empeñaron en obtener el reconocimiento como cabeceras independientes. A la par, es común encontrar que los ‘barrios’ dentro de las cabeceras o sus pueblos sujetos adquirieron mayor protagonismo y no pocas veces también buscaron su propia independencia.
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EL CASO BENIZAA: EL QUECHE Entre los zapotecas al pueblo, cualquiera que fuese su tamaño, se le denominaba ‘queche’.12 Al parecer este término podía referirse también a una confederación de pueblos, como en el caso naua. Es probable que la categoría de cada queche se reflejara con mayor claridad en la jerarquía de su gobernante, quien podía ser un ‘coqui’ (rey), un ‘xoana’ (señor) o un ‘pichana’ (señor de linaje). Mientras que los españoles tradujeron estos términos como ‘cacique’, entre los benizaa la diferencia era importante. Zaachila, como antiguo centro político, era gobernado por un coqui, mientras que Macuilxochitl, señorío del Valle cuyo rango era menor al de Zaachila, era gobernado por un pichana; Guevea, en el Istmo, era gobernado por un xoana. Un documento colonial de San Lucas Quiaviní, pueblo benizaa del Valle de Oaxaca, muestra cierto cuidado para definir la jerarquía de los gobernantes a la vez que ilustra la forma en que estas distinciones podían manipularse en un contexto de desavenencias políticas (Oudijk, 2000: 141-142). El queche también estaba conformado por parcialidades, y sus parcialidades por secciones. Los pocos documentos que conozco, que están escritos en tichazaa y datan del siglo XVI, utilizan el término español ‘barrio’ para referirse a estos segmentos constitutivos de cada pueblo. Las parcialidades tenían un nombre propio,16 y es casi seguro que compartían otras características con sus similares nauas, mayas y mixtecas. Varias de las entradas del Vocabvlario… que designan a las secciones dentro del queche parecen aludir a algunos de estos rasgos: ‘A cada barrio. Chagachaga. l. tobitobi quiña. l. colaba. l. loo. l. q[ue]che’. ‘Barrio de villa o lugar. Tobi laoqueche, tobi quiña queche, chacue queche’. ‘Collacion. Vide barrio. Chacuee, cha late queche, tobi quiña queche’. ‘Estancia o barrio de pueblo. ñaaq[ue]che, quijñaqueche, collaba’. ‘Parcialidad de gente en vn pueblo para los trabajos del pueblo, o como esquadra. Tobicollaba, tobiquiña, tobicozaana. l. Tobilao, tobicue, xiquiñaya mi parcialidad’. ‘Pueblo estancia de otro o tequitlato. Tobilaoqueche, tobicuee, vide estancia’. (VZC: 5, 52, 79v, 188v, 300v, 332v) En algunos casos las acepciones que entran en juego son muy simples, cual si se tratara de redundancias lo que significan literalmente es: una parte del pueblo. Otros términos, sin embargo, parecen referirse a algunas características de estas colectividades. Las acepciones ‘late’ (lugar, asiento), ‘quiña’ (sembradío) y ‘ñaa’ (¿sembradío?), sugieren que los grupos dentro del queche se identificaban con un determinado territorio. No es difícil hallar expedientes en los cuales se reseña cómo los barrios coloniales (y en los siglos XVII y XVIII las secciones, convertidas en barrios, dentro de los antiguos barrios, convertidos en pueblos) defienden sus posesiones territoriales, o arriendan sus tierras por iniciativa propia. Para el caso maya existe una polémica. Tsubasa Okoshi y Sergio Quezada (1990 y 1998) consideraron la existencia, en el Postclásico tardío, de ‘cuchcabalob’, esto es conjuntos de líderes de pueblos subordinados y enlazados por un poder residente en un pueblo cabecera, y de ‘tzucubob’, provincias definidas con base en un linaje al que pertenecían los dirigentes de varios ‘cuchcabalob’ constitutivos. Restall, por otro lado, afirma que no existieron unidades sociopolíticas por encima del cah ni antes ni después del contacto con los españoles más allá de ciertas alianzas estratégicas, y aunque ha reconocido la existencia de cahob “gemelos”, similares a la confederación de Tenochtitlan y Tlatelolco, los ha asociado a la política española de congregaciones (op. cit.: 29). Tsubasa Okoshi Harada y Sergio Quezada, “Tzucub y Cuchcabal dos términos para entender la organización territorial de los mayas yucatecos del tiempo de la invasión española (El caso de la llamada provincia de los Cupul)”, en Yoko Sugiura Y. y Mari Carmen Serra P. (eds.), Etnoarqueología. Primer Coloquio Bosch-Gimpera, México, UNAM, IIA, 1990, pp. 363-369. Tsubasa Okoshi Harada, “Revisión crítica de la geografía política de los mayas yucatecos del Postclásico: la jurisdicción de Tases”, en Memorias del Tercer Congreso Internacional de Mayistas, México, UNAM, IIFil, 1998, pp. 65-76. 10 En las zonas conquistadas por los nauas, donde los altepeme se componían de población mixta, “incluso cuando los grupos locales conquistados y los inmigrantes intrusos no podían ya distinguirse por diferencias en su lengua y cultura, retenían una tradición de su origen separado” (Lockhart, op. cit.: 46). 11 En este sentido, como observó Lockhart, las fuerzas que apuntaban a la dispersión de los grupos constitutivos se hicieron más fuertes debido a la falta de incentivos para mantener y fomentar la creación de unidades políticas más complejas y a la falta de vías para canalizar sus aspiraciones (op. cit.: 46). 12 En el VZC se encuentran las siguientes referencias: ‘Pueblo gra[n]de o pequeño o ciudad. Queche’ (VZC: 332v). ‘Reyno de los cielos. Quechequiepaa [pueblo/reino-cielo], quelacoqui quiepaa’ (VZC 349). La búsqueda la realicé gracias a la versión electrónica del VZC realizada por Thomas Smith, Áurea López y Sergio Bogard. En el Archivo General de la Nación, ramo Tierras (en adelante AGNT), Vol. 256, exp. 2, fojas 82-115 formado durante los años 1709-1711, hay 21 documentos coloniales de los siglos XVI al XVIII escritos en tichazaa. De acuerdo con mis notas del Seminario de Zapoteco, en los cerca de diez documentos analizados queche se utiliza para referirse tanto a San Juan Teitipac, pueblo cabecera, como a San Sebastián Teitipac, pueblo sujeto del primero pero que mostraba mucha más independencia que otros pueblos sujetos. 9
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En cuanto a la organización interna para cumplir con las obligaciones y el tributo se encuentra ‘collaba’ o ‘colaba’, término que está relacionado con el verbo ‘tillaba’, solicitar que se haga algo (VZC: 384) y que se define en otro lugar como escuadrón de gente junta o como para guerra (VZC: 182v). Por su parte, ‘cozaana’ es una palabra relacionada con el verbo ‘tizaana’ (parir), y se encuentra en la raíz de términos que indican linaje, parto, naturaleza, matriz, creador, entre otras, lo que sugiere cierta dosis de parentesco entre los miembros de cada segmento poblacional, ya fuera real o simbólico, pues para decir barrio, se estaría diciendo: un linaje o un fundador. Otra interpretación de ‘quiña’, basada en su acepción caja (caxa, VZC: 76v) o petaca (VZC: 313v), remite a los bultos sagrados, objetos de culto que contenían una reliquia relacionada con el ancestro deificado o la deidad protectora de un linaje, y que eran particularmente importantes para la legitimación de las dinastías gobernantes (Oudijk, 2000: 164). ‘Tobiquiñaqueche’, el término en cuestión, podría ser leído como “un bulto del pueblo”. Dentro de un queche coexistían varios barrios y en consecuencia varios bultos sagrados que eran reverenciados y recibían ofrendas, justo como se ha documentado en los casos de San Juan Teitipac, en el Valle, y Lachirioag, en la Sierra (Ibid.: 163-166). Puede pensarse, por lo tanto, que dentro de un pueblo coexistían grupos que reclamaban descender cada uno de un antepasado propio. Quizá, como en el caso naua, al asociarse para conformar un queche, el más prominente de los grupos constitutivos (en antigüedad o liderazgo) colocaría a sus emblemas como los representativos de esa unidad (Lockhart, op. cit.:33-34). Otra fuente contemporánea al Vocabvlario…, la Relación Geográfica de Nexapa (1580), también describe la existencia de grupos al interior del queche: En el t[iem]po de su gentilidad, fundaban sus pu[ebl]os por parentelas, y [a] aquel [que era cabeza de la parentela] obedecían todos. Y, conforme a como iban prevaleciendo, ansí iban defendiendo y acometiendo en guerras a sus vec[in]os. A este cabeza de parentela, q[ue] nosotros llamamos “cabeza de bando”, todos los otros trabajaban para sustentarlo, ansí de ornato como de mantenimi[ent] o. Las parentelas q[ue] deste de[s]cendian, hasta el cuarto grado de cada una, era la cabeza el pariente mayor de su primero grado: a éstos llamaban [en] la lengua mexican[a] TEQUIT[L]ATOS y, en la lengua zapoteca GOLABA y, en la lengua mixe, NIMUCHOO, y, en la lengua chontal, LAPUCNA, q[ue] quiere[n] decir en n[uest]ra lengua todos estos nombres “los q[ue] hablan en razón” o “a favor de la repú[bli]ca o de los consejos”, y más propiamente, quiere decir “solicitadores del señor mayor q[ue] ellos tenía[n]”, y esto no era por vía de sujeción forzos[a], sino obligatoria, y, así, le tenían grande amor. Aquí el término ‘golaba’ (indudablemente el mismo collaba que aparece en el VZC) no designa al grupo dentro del queche, que aquí se llama parentela, sino que se aplica a su líder, y se equipara a la palabra naua que designa el cargo de ‘tequitlato’, el repartidor del tributo o del tequio. Además, en el texto también se vincula al detentador de este título con otras atribuciones: conducir la guerra y trabajar a favor de la república o de los consejos, es decir, del grupo encargado del gobierno del queche. Se trata, según parece, de un líder local, ubicado en un nivel bajo dentro de la jerarquía sociopolítica benizaa, pero indispensable para el buen funcionamiento de la unidad política completa. Es difícil dejar de vincular esta cita tomada de la Relación Geográfica de Nexapa con la organización del queche en la Sierra Norte y el papel destacado que jugaron ahí las “parentelas”. Sucede que el establecimiento de los zapotecas en la Sierra Norte había ocurrido apenas algunas décadas antes de la conquista española, probablemente como resultado del mismo conflicto político de mediados del siglo XV que hizo que parte de la realeza zapoteca trasladara definitivamente su residencia de Zaachila a Tehuantepec (Oudijk, 2000: 207, 224-225, 229-230). Estos grupos de migrantes, llamados parentelas, y sus sucesivas divisiones, fueron los fundadores de los queches serranos. Durante la época colonial, e incluso en la actualidad, muchos pueblos serranos conservaron la memoria no sólo de los líderes de las parentelas que les dieron origen sino también de los fundadores de algunas comunidades vecinas. Es interesante que varios pueblos trazaran relaciones en grupos de siete. Así lo han observado distintos investigadores en Choapan, en Talea y en Tabaa. En este último caso, por ejemplo, el líder fundador de Tabaa estaba relacionado con los fundadores de Yojovi, Solaga, Zoogocho, Tavehua, Yatzachi y Lachirioag al haber compartido ciertos lugares en su migración, incluido, probablemente, su lugar de origen (Oudijk, 2000: 204). A la llegada de los españoles, cada parentela se había convertido en un queche. Desafortunadamente, muy pocos habían podido establecer fuertes alianzas políticas que les permitieran consolidar confederaciones. De modo que, cuando se estableció el sistema colonial cabecera-sujeto, resultó que “la
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mayoría de los pueblos eran sus propias cabeceras” (Chance, op. cit.: 121). Cuando las ‘parentelas’ conquistaron la Sierra, sus jefes guerreros dividieron las tierras y cada uno fundó su cacicazgo, creando pequeñas entidades políticas que estaban interrelacionadas pero que a su vez tenían claras posiciones independientes unas de otras. Debido a que la conquista bènizàa de la Sierra tuvo lugar 75 años, o quizás menos, antes de 1521, no hubo tiempo suficiente para desarrollar cacicazgos más grandes a través del sistema de matrimonios u otros mecanismos (Oudijk, 2000: 224-225). Al parecer, al interior del queche serrano colonial los lazos de parentesco siguieron siendo el eje de la organización sociopolítica. Los pueblos reconocían en su interior varios linajes, y la vida se estructuraba en torno a ellos: El corazón de la organización social zapoteca era el pueblo y en zapoteco de la sierra se nombraba yetze. A juzgar por los documentos escritos en este idioma un pueblo era tan sólo un asentamiento humano, pero lo importante de ese conjunto eran las relaciones que se tejían entre las personas, relaciones de parentesco reales y simbólicas y relaciones de prestigio y poder. Un yetze o pueblo era la unión de varios linajes, por lo común de cuatro o tres, con una fortísima identidad que los unía. […] La posición de un individuo en su linaje determinaba el prestigio del que gozaba en su pueblo. Su cercanía a los fundadores sagrados del linaje, el poder trazar su descendencia en línea recta, el conocer su genealogía, lo hacía pertenecer a lo que los españoles llamaron nobleza o principales y los zapotecos nombraron xohuanas. Los macehuales eran aquellos que no podían trazar una línea clara entre ellos y A diferencia de lo que ocurría en otras zonas, en la Sierra Norte los pueblos solían reconocer a varios caciques (Chance, op. cit.: 200). Los líderes de los linajes participaban del gobierno del queche aunque en diferentes niveles. Así se aprecia en documentos como la Memoria de Juquila y la Memoria de Totolinga. Es el orden de aparición, son sus acciones, sus relaciones y los símbolos que los rodean quienes van determinando la importancia de cada uno de los antiguos líderes de los linajes. En la ceremonia del bautizo que convirtió a los antiguos líderes de Juquila y Totolinga al cristianismo, se pueden observar las diferencias entre todos ellos. De los cuatro antepasados de Juquila, Biguinixila tuvo como padrino a un español, don Francisco Saavedra, identificado en el mismo texto como “el antepasado de los españoles”, Beehoxila Bilazeehe tuvo como madrina a una española, doña Catalina de Medina, de la que no se sabe más, y de Riihinela y Nalaoo no se mencionan los nombres de sus padrinos. Por su parte, los tres antepasados de Totolinga recibieron el bautizo de la siguiente forma: Laa tuvo como padrino a don Francisco de Linar (a su vez antepasado del pueblo de Yojovi), Bilachinaa tuvo como padrino a don Pedro Sanchez Yalaa (quizá otro antepasado de Yojovi) y Pinopaa tuvo como padrino a don Juan Nalaoo, uno de los antepasados de Juquila (Romero, 2005: 27-30). Las diferencias pueden ser muy sutiles, pero están ahí. La imagen de los pueblos serranos es, así, una de las más claras en cuanto a la diferenciación interna del queche. Y promete más. Son muchos los documentos zapotecos de la sierra que faltan por analizar. Y siempre está la esperanza de encontrar otros documentos para el Valle y en el Istmo. CONSIDERACIONES FINALES He presentado apenas una muy breve exploración del material que se puede utilizar en el estudio de la unidad sociopolítica más importante para los zapotecos: el queche. Creo, sin embargo, que es suficiente para darse cuenta de que el queche era una entidad sumamente compleja y con una organización similar a la del altepetl, el ñuu y el cah, aunque también con sus particularidades, especialmente en el caso del queche serrano. Falta mucho por hacer pero afortunadamente cada vez es mayor el interés que los investigadores muestran por este grupo cultural. Quienes tenemos nuestras raíces y formamos parte de las comunidades zapotecas también podemos contribuir. Muchos relatos que los abuelos suelen contar son verdaderas “selvas de símbolos” que caen en el olvido por falta de receptores atentos y cuidadosos que los atesoren y difundan echando mano de la tecnología a su alcance. Por otra parte, son muchos los documentos que aguardan en los archivos locales para ser restaurados, leídos e interpretados y poder mostrar así toda su riqueza. Y no estoy pensando en hermosos códices o lienzos. Algo tan aparentemente trivial como un testamento o un expediente de tierras pueden ser sumamente útiles si se les mira con atención y se les analiza en conjunto con otros documentos de otras localidades.
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Sergio Ventura Neri Nació el 3 de abril de 1986 en San Andrés Zautla, una comunidad zapoteca del Valle de Etla, donde cursó su educación elemental. La secundaria y el bachillerato los estudió en la Villa de Etla. Años más tarde culminó la Licenciatura en Ingeniería Civil en el Instituto Tecnológico de Oaxaca. La vida de este joven ha estado ligada íntimamente al arte, gracias al pintor zauteco Ciro Neri, por quien se animó a estudiar la licenciatura en Artes Plásticas y Visuales en la Escuela de Bellas Artes de la UABJO. Su interés por la fotografía surgió precisamente como escaparate a las nuevas actividades en el área ingenieril. Como una manera de no alejarse totalmente de las actividades artísticas. Ha tomado cursos en el Centro Fotográfico “Manuel Álvarez Bravo”. Actualmente, y de manera permanente, documenta la vida de su comunidad. Pretende encontrar la belleza en la cotidianidad del pueblo, en el andar de la gente, en los silencios de las calles, en la magia del campo, en el color de las fiestas; retratando lo que foto a foto representa la identidad de su pueblo.
SUPLEMENTO CULTURAL
11 DE AGOSTO 2013