Formación de nuestro mundo

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Brisset, Jean- Pierre Formación de nuestro mundo Primera edición Córdoba ↔ Rosario: MC editora, 2020

Foto de tapa: María Nahal para proyecto TRÍADA (SOS)


Jean–Pierre Brisset

Formación de nuestro mundo Fragmentos de La science de dieu ou la création de l'homme (Paris, Chamuel Éditeur, 1900)

Traducción de Hernán Camoletto y Gabriela Milone



"Jules Romains encontró en el muelle dos libros de Brisset y los llevó a la casa de Apollinaire, lugar donde se reunían artistas y escritores de la época. Apollinaire mismo se había ya procurado ejemplares. En ese cenáculo, se leyeron extractos de Brisset y es así como se decidió celebrarlo y burlarse de esa práctica que consiste en otorgar premios literarios, de consagrar. En París, el 13 de abril de 1913, fue elegido "Príncipe de los Pensadores" contra Henri Bergson, Émile Boutroux, Anatole France y algunos otros." Marc Décimo

"Brisset, en su delirio, procede a un análisis fonético de las palabras francesas, y piensa, a través de este análisis, encontrar el verdadero origen de la lengua. Hace jugar fonéticamente la palabra sobre la palabra. Incluso cada sonido aislado vale como una palabra, y cada palabra es la contracción de una frase. Hay por lo tanto toda una escenografía fantasmagórica que surge a partir del simple análisis fonético." Jacques-Allain Miller

“La gran síntesis fónica evolutiva de Jean Pierre Brisset, que acaba el romanticismo.” Gilles Deleuze

"Dentro de la larga dinastía de las sociedades eruditas, un buen día desterradas, Brisset ocupa un sitio señero y actúa como un agitador. Súbito torbellino entre tantos tranquilos delirios." Michel Foucault



La estrella de la mañana El espíritu, del que somos instrumento para hacer conocer a los hombres su origen, nos inspira a mostrar cómo creó nuestro mundo. Los cielos fueron en otro tiempo creados por la palabra de Dios, así como la tierra fue extraída del agua (2 Pedro 3,5). Las cosas que se ven no fueron hechas de cosas que aparecieron (Hebreos 11, 3). Todo el espacio, en el cual el sol ocupa el centro hasta la mitad del camino de las estrellas más próximas, estaba colmado de tinieblas y de átomos invisibles. En el punto central de ese vacío el espíritu se inflamó y un rayo brotó escindiéndose en dos y comenzando a girar sobre su centro. Rápido como el rayo, ese giro se extiende más allá de los más lejanos planetas. La electricidad atrae todas las moléculas bajo la forma de agua y el agua retarda el movimiento rotatorio. Las zonas más alejadas quedan atrás. Globos de fuego se separan de la masa y el agua los rodea completamente, elevándose por los aires y volviendo a caer en torrentes formidables. Así se forman poco a poco las tierras que rodean el sol y cada tierra es, desde su comienzo, un sol que extingue las abundantes aguas. Nuestra tierra adquiere su contorno, su globo sobrepasa por mucho el de la luna; así como la tierra se desprendió del sol, la luna se desprende de la tierra. Las aguas se precipitan sobre ese satélite rozando las nubes y las aguas de la tierra, de manera que las nubes lunares y las nubes terrestres se confunden; pero la tierra se comprime más y más, y las aguas que se evaporan de la luna -atraídas por las de la tierra- no vuelven a ese cuerpo perdido en el que el fuego central brotó por doquier y produjo los cambios que allí descubrimos. Así, todas las aguas golpean nuestra tierra y depositan poco a poco su fundamento. Esto no es exteriormente más que una gota inmensa de agua y de vapores, pero esta gota de agua se comprime y la cima de las más altas montañas emerge bajo la forma de pequeños islotes. Las aguas de la tierra que también son los huesos –porque son las aguas las que la mantienen unida– la penetran más y más. Los islotes, por la bajada de las aguas, se vuelven montañas; alrededor se extienden continentes y la vida comienza a desarrollarse en las aguas y en la superficie terrestre tanto cuanto la temperatura lo permita. Esta es la causa por la que los espíritus de los ancestros impulsaron a ciertos hombres a retornar al polo norte, el primer punto habitado.


¿En qué época la tierra comenzó a producir anfibios, o mejor ranas, todavía ángeles? El libro de la vida que examinamos se nombra en el Apocalipsis (2, 28 – 22, 16): la estrella de la mañana. La palabra es la estrella brillante que aclara la mañana o la fundación del mundo. En el espacio, las estrellas se encuentran alejadas, a distancias incalculables. Sucede lo mismo con la estrella brillante de la mañana en los tiempos desaparecidos, aquellos tiempos donde las estrellas de la mañana (Job 38, 7) lanzaban juntas gritos de júbilo y en los que todos los hijos de Dios cantaban triunfalmente. La creación de los primeros reyes, hombres de recta marcha que fueran los hijos de Dios, es también incalculable. Sin embargo, la Escritura nos dice que ante Dios un día es como mil años y mil años como un día. Ahora bien, se cuenta aproximadamente siete mil años desde la creación bíblica. Si multiplicamos por trescientos sesenta, obtenemos dos millones quinientos mil días o años, contando un día por cada año (Ezequiel 4, 5, 6), conforme a la Escritura. Entonces, haría alrededor de dos millones quinientos mil años que los dioses comenzaron a vestirse y a caminar erguidos. Mas la creación de los ancestros anteriores o los hijos de la tierra es infinitamente más lejana. La tierra actual debe durar por los siglos de los siglos. En la Biblia, no se cuestiona su fin. Si debe retornar en polvo invisible, el tiempo en el cual eso tendrá lugar es absolutamente incalculable. El reino de Dios es un reino eterno. Ante él se rendirán y obedecerán todos los imperios. Los santos del soberano los dominan desde ahora y los dominarán por siempre jamás (Daniel 12, 3).


La creación según la geología Se sabe que la edad de la tierra se determina según el estudio de capas terrestres superpuestas cuya creación demandó largos años. En esas capas se encontraron osamentas y restos animales incrustados en las piedras. Se reconoce que la vida comenzó en las aguas y que los peces fueron los primeros en ser creados. Luego vinieron los insectos y diversos géneros de batracios o ranas; siguieron las serpientes y finalmente los pájaros y los mamíferos. En el Diccionario Larousse, en la entrada “Batracios fósiles”, leemos: En los terrenos terciarios, formados por aguas dulces, se encuentran frecuentemente tanto huesos como esqueletos de batracios más o menos completos. Entre estos fósiles, unos pertenecen a las especies aún existentes, mientras otros parecen indicar géneros hoy desaparecidos. Casi todos se distinguen por sus proporciones gigantescas. Jaeger descubrió uno cuya cabeza se presenta como un disco aplastado, semi elíptico, no menor a 0,72 m de largo por 0,57 m de ancho. Otro, que fue encontrado en los comienzos de S. XVIII en las canteras de pizarras terciarias de Œningen, mide 1,50 m de largo.

Esta última petrificación fue inmediatamente considerada por el médico Scheuchzer como el esqueleto de un hombre, a la que le dedicó una obra. Naturalmente tuvo sus opositores, pero la figura que vimos en la Enciclopedia de Vorepierre presenta de manera evidente una espina dorsal humana a la que le faltan los últimos dos huesos o vértebras, coronada por una cabeza aplastada cuyo aspecto se presentaba entre una cabeza humana y la de una enorme rana. Se trataba entonces de los restos del esqueleto de un dios marino. En los fósiles de los grandes batracios se observa que el cráneo está más completo que el actual, muy especialmente en la región temporal que presenta dos huesos que no tienen nuestras ranas. En esos restos se reconoce en general las mismas especies que las actuales. Así, la tierra porta la huella irrecusable de que nuestras ranas tuvieron, en el comienzo del mundo, un extraordinario desarrollo que no se sostuvo. Aparece así el hombre fósil cuyos restos se remontan a doscientos o trescientos mil años o incluso antes. En las cavernas de Bélgica vivía un pueblo de cabeza corta, cráneo pequeño, frente retraída, rostro de mandíbula saliente y de una altura que no sobrepasaba la de los actuales lapones. Esta descripción resulta ideal si queremos vincular al hombre con la rana. El estudio de la formación del niño en el seno de su madre aportaría el mismo testimonio. Hay un tiempo en el que los sexos son semejantes en el interior, que no tienen


aún una apertura inferior como en la rana. Sigue otro período durante el cual los sexos no se diferencian exteriormente. Se sabe que, incluso en el nacimiento, frecuentemente confundimos a la niña con el varón. Para concluir, el hombre que quiera examinarse en su perfecta desnudez y compararse con la rana, imitando sus poses y su andar, reconocerá rápidamente en sí mismo a su ancestro y comprenderá que, como animal, no es más que un advenedizo.


La creación según la fábula Se conoce como Fábula o Mitología la historia fabulosa de las divinidades paganas. Todos los pueblos tuvieron en su origen historias de diversas categorías de Dioses que habrían creado el género humano. Es incomprensible que los sabios no hayan podido ver en esas leyendas universales la historia verídica, aunque figurada, de los tiempos que precedieron la venida del hombre sobre la tierra. Los pueblos del mediodía de Europa comparten una mitología más o menos similar. Los nombres de los dioses difieren según la lengua pero los atributos y el carácter son los mismos. Uranus o el cielo es el más antiguo de los dioses; Vesta, Gea o la tierra, la más antigua de las diosas. La palabra Uranus nos presenta claramente a la primera rana. Es Urano en italiano, considerado un nombre común que se escribe l´urano, o bien, lou rano, que es exactamente el masculino de la rana. En alemán Urahn es el nombre del primer ancestro. Urahn y Uranus son la misma palabra. Ur-ahn = ancestro primordial. En Urahn y Uranus, encontramos asimismo la palabra rana. La palabra Ahn –que se pronuncia ane– nos presenta un tiempo en el que los ancestros de los alemanes convivían con los nuestros. El pueblo alemán es más joven que el nuestro; cuando nosotros ya deshonrábamos a esos ancestros, ellos aún los consideraban. Uranus es el padre de los Titanes que son los demonios y de Saturno que es el demonio consumado, el diablo. Saturno se escribe Salturnus y en salto podemos reconocer al saltador, el saltarín. Las Saturnales designaban los asaltos, las orgías. Saturno y Satán en poco difieren. Saturno, habiendo nacido del desove de Urano y Vesta, es un hijo de la tierra. En su juventud, él mismo creó las ranas; y, luego de su última metamorfosis, engendró con Cibeles –su esposa y su hermana, su madre y su hija– hijos que son los dioses mismos. Saturno se acoplaba con todas las hembras sin preocuparse por el parentesco: su esposa era entonces tanto su madre cuanto su hija, etc., sin que esto lo inquietara en lo más mínimo. Cibeles también se llama Vesta, como su madre, puesto que nació de la misma manera: en el desove. Es la virgen-madre, ya que en su estado de rana procreó también por desove. Pero en estado perfecto ella es la madre de los dioses o de dios, es la primera madre del hombre. También le damos el nombre de Rhéa o Réa, pero ese nombre es el femenino de ré que designa al rey: es la reina o la rana.


Según la Fábula, Saturno devoraba a sus hijos. Los niños que él destrozaba no eran solamente aquellos que nacían del seno de la madre, sino sobre todo aquellos que él creaba en el limo de la tierra; eran las ranas de las cuales era tanto padre como abuelo, porque a su edad perfecta, numerosas generaciones de ranas lo vinculaban a la tierra. Es entonces en esa época cuando comenzó la usanza de comerse. Esto era así porque las moscas y los insectos eran alimento demasiado ligero para un animal ya desarrollado. Los ancestros sexuados habitualmente se respetaban, en tanto los no sexuados quedaban expuestos a su merced. El hombre debe aquietar su espíritu para contemplar esta inmensa creación. Esos primeros seres cubrían toda la tierra habitable e incluso el polo norte que en esa primera época estaba habitado. Todos esos seres tienen padres y madres, hermanos y hermanas; hombres y mujeres están ya formados. Los padres son los antiguos y los hermanos son más o menos contemporáneos. Entre ellos hay una guerra. Cada animal sexuado tiene sus devotos, sus laicos, sus esclavos, simples ranas que él protege contra sus conciudadanos y que devora a su gusto. Es el infierno para los desgraciados; la edad de oro del diablo. He aquí la primera creación consumada: Saturno arrebató el reino a su padre Uranus, la rana primordial. Él es aún el rey de la tierra, pero su reino se acerca a su fin. Sus hijos lo destronarán y se volverán superiores. Sin embargo, deberán pasar largos años antes de que adquieran la fuerza y la destreza de la que siempre gozaron sus padres. Saturno o el diablo está allí como la cima de la creación; ve detrás de sí los escalones que recorrió desde que empezó a moverse en el agua como simple renacuajo. En su juventud, procreó ranas o demonios; después se vio modificado en su forma exterior e interior y, en sus nuevos fulgores, creó verdaderos dioses, niños completamente formados desde el seno materno. Los vio crecer, volverse superiores. Ellos se reprodujeron entre sí, se irguieron sobre sus piernas: he aquí el origen de los reyes y los hombres. Sin embargo, solo él comprende la creación, su obra. ¿Acaso no se hizo a sí mismo? ¿Acaso no es también el padre de los hombres? ¿No son éstos acaso sus pequeños hijos? Sin embargo, él queda ahí, en su abyección rastrera, rechazado por los dioses y los hombres que lo aniquilan. Pero su ciencia le va a servir y en el mundo de los espíritus donde se refugia deviene príncipe de su mundo, se adueña de la tierra, se hace adorar de todas las maneras posibles y grita finalmente a la humanidad embrutecida: soy el primer ser, el padre; el gran


primer ser [premier être], el gran sacerdote [pêtre]. Soy tu padre, tu santo padre, el papa. Ocupo el lugar de Dios en la tierra. Y la tierra entera adora a la bestia (Apocalipsis, XIII). Saturno y Cibeles ceden el día a Júpiter (…). Él es el dios de la tierra y de los cielos, que vive de la caza sobre la tierra y en los aires; luego viene Neptuno, el dios del mar, el ancestro de todos los marinos; y por último Plutón, el padre de aquellos que excavan la tierra buscando provisiones. Esa es la primera creación universal de quienes tuvieron ombligo y tomaron la vida del seno de la madre y del seno del mar o de la mare, que fue el mar o la mare del diablo. En su infancia, las nuevas criaturas fueron objeto de admiración por parte de los ancestros. Cuando no eran devoradas, eran idolatradas. Los buenos demonios enloquecían y la madre de Dios, la reina de los ángeles, era también considerada no sin razón como la más grande maravilla de los cielos. Cibeles es tanto madre de Juno como de Júpiter, su hermano y esposo; ella es asimismo madre de la mayoría de los dioses. De Juno y de numerosas ninfas, diosas o mujeres que seduce, Júpiter engendra a los dioses: Marte, Vulcano, Baco, Apolo, Minos, Hércules, etc., y a las diosas: Hebe, Minerva, Diana, seguida de los hombres: Castor y Pólux, los reyes Dárdano y Tántalo. Es llamado el padre de los dioses y de los hombres. Júpiter entra en guerra con Saturno y lo fuerza a desaparecer. ¿Qué papel jugaba el pobre diablo de Saturno en medio de la asamblea de seres coronados, provistos de ombligo? Pasaba vergüenza, era acosado. Sólo le quedaba exiliarse y morir. Sin embargo, esos dioses eran más ignorantes que su padre Saturno y era su espíritu el que –sin que lo supieran– los dominaba. Observaremos que Saturno no engendra ni rey ni hombre. Es solamente el abuelo de reyes y hombres. Los que nacieron primero de matriz no se transformaron en hombres, debieron marchar sobre sus cuatro miembros o patas durante toda su vida y adquirir la fuerza que transmitieron a sus nietos quienes fueron los reyes y hombres. La Fábula muestra a los dioses sirviendo a los hombres: Apolo se hace pastor, luego albañil con Neptuno; Hércules guarda también los rebaños. La Fábula los representa rengos, ciegos, materiales. Ellos se baten unos contra otros; se dejan herir por los hombres. Aparecen como adúlteros, ladrones, en un estado de debilidad y miseria extremas. Así es como la palabra y el espíritu nos los muestran. La Fábula cita también a los Tritones que tenían la parte superior de sus cuerpos, desde el obligo, semejante a los


cuerpos humanos y la parte inferior terminaba en una doble cola de pez. Sucedía lo mismo con las Sirenas y los Delfines: es una descripción bastante cercana a la de la rana. Algunos historiadores de la antigüedad cuentan haber visto a esos seres, lo cual prueba que la desaparición completa de los ancestros no es tan lejana. Señalaremos el nombre del dios-mosca o cazador de moscas dado por Fausto a Mefistófeles: Fliegengott. Este nombre remite a Baal-Zeboub o Béelzébub, un dios del Asia. El dios que caza moscas es lou rano, el antiguo Uranus, quien está siempre allí en el seno de nuestros charcos y nuestros pantanos. Tanto es así que la Fábula no habla ni de la muerte ni de la desaparición de Uranus. La Fábula nos dice que Erectea tenía piernas de serpiente y el espíritu ha hecho escribir en cierta parte: su mano era fría como la de una serpiente. Las serpientes han tenido piernas y manos; esa o esas serpientes no son otras que Saturno o el diablo, la rana primordial. El animal que hoy llamamos serpiente no es sino una falsa imagen de la primera serpiente de la que solo mantiene el nombre. La verdadera serpiente es el ancestro del hombre, el primer ser, el sacerdote, aquel cuya prudencia Jesús usa como modelo para sus discípulos diciéndoles: “Sean prudentes como las serpientes”. Estos hechos de la Fábula están referidos en las Mitologías, de las que son el sustrato común; la verdad se encuentra allí entre leyendas imposibles, exageradas o desvirtuadas. Pero todas las mitologías hacen descender al hombre de los dioses y los primeros hijos de los dioses fueron los reyes. Los primeros dioses son hijos de la tierra. Todas las leyendas religiosas de los pueblos paganos afirman que esto es así, y todos los demonios que se dicen sabios y filósofos hacen de esto su charlatanería. El diablo que los posee sabe cegarlos y mostrarles en perspectiva el simio actual, susurrándoles: “he ahí a tu padre, quien se replegaba sobre sí mismo para engullirse y tú haces otro tanto”. Son verdaderos simios descendientes de verdaderos simios hoy desaparecidos. Los actuales no son más que una ridícula imitación de aquellos. Finalmente, remarcaremos que la Mitología Griega es la más conocida de los pueblos cristianos; de alguna manera es la sombra de la Biblia, y Pablo (Hechos, XVII, 28) toma de los poetas griegos eso que han dicho: “nosotros somos también del linaje de Dios”.


La creación según la Biblia La Biblia nos dice que en el comienzo Dios creó los cielos y la tierra y que el espíritu de Dios se movía sobre las aguas. El texto hebreo no habla de Dios sino de los dioses. Ese espíritu de los dioses sobre las aguas era pues el espíritu de los dioses marinos. Dios creó todas las cosas a partir de su palabra en seis días y el hombre coronó la creación. Fue creado a imagen de Dios; en consecuencia, el dios era un ser animal y espiritual, dotado de la palabra como el hombre. Dios toma enseguida los nombres de Dios Eterno y El Eterno. Estos nombres nos presentan un Dios superior al primero, superior a los dioses. El Eterno no es un ser que tenga una vida animal propia, es el espíritu increado y creador de toda cosa. Adán y Eva, o mejor dicho el hombre y la mujer, están ubicados en el Jardín del Edén con la condición de no tocar los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal. He ahí una parábola. La serpiente llega para tentar a Eva y le dice: “Dios sabe que el día que coman del fruto de ese árbol serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. Así, desde el comienzo del libro, vemos la existencia de los dioses conocidos como Adán y Eva y su saber considerado como deseable. ¿Pero qué es esa serpiente que tienta a Eva? Puesto que habla, es un ser parlante. Eso que es la serpiente, lo leemos en el Apocalipsis (cap. XII y XX): es el gran dragón, la antigua serpiente que es el diablo y Satán. Esta antigua serpiente es pues la rana transformada en diablo; porque los sabios, contra toda apariencia animal, incluyen a la rana entre las serpientes. Es el Espíritu quien lo ha querido así. Ahora bien, puesto que una serpiente habló, es necesario buscarla entre las serpientes que hablan y la rana es una serpiente ya dotada de habla. En el capítulo VI del Génesis, vemos a los hijos de Dios –o mejor dicho a los dioses– tomar por mujeres a las hijas de los hombres. Los hijos de Dios no eran hijos del hombre ya que esto no tendría ningún sentido. Eran seres semejantes a sus padres; se trataba de dioses deposando mortales. ¿Y qué son sus hijos? Gigantes hombres poderosos, gente de renombre. Esto recuerda las leyendas de Hércules, de Perseo y de todos los semidioses. Nos encontramos por primera vez con Satán en el libro de Job, según el cual el Eterno le concede autoridad sobre el hombre que, para Job, es la humanidad. Esto es fácil de ver en el capítulo XXXVIII: “¿Dónde estabas cuando fundaba la tierra, cuando las estrellas todas del alba gritaban su alabanza y todos los hijos de Dios o de los dioses


cantaban triunfalmente? Tú lo sabes, sin dudas, porque ya habías nacido y porque era grande el número de tus días.” Job es, pues, el hombre eterno. La vida del hombre instruido en la ciencia de Dios se extiende por toda la eternidad. Pero Job era ignorante. Los profetas, sobre todo Ezequiel y Jeremías, están llenos de cólera del Eterno contra los judíos que ofrecen sacrificios a los falsos dioses, a los dioses infames; que ofrecen pasteles y sahúman incienso a la Reina de los cielos (Jeremías, VII y XLIV). Los judíos la conocían también como la madre rana, la antigua reina-madre. Así encontramos toda la creación real en la Biblia, porque los dioses infames son tanto los demonios y el diablo cuanto sus hijos, los dioses marinos; y también los hombres que han sido deificados y a quienes hemos ofrecido o aún ofrecemos imágenes. Toda idolatría es un culto rendido a Satán. El verdadero Dios es adorado en espíritu, su culto no es del orden de lo visible. En el Evangelio de Juan (cap. VIII), Jesús dice: “Yo provengo de Dios; el padre del que ustedes descienden es el diablo”. El diablo es un martirizador desde el comienzo, no puede persistir en la verdad. Toda vez que miente, habla de su propio fundamento porque es mentiroso y padre de la mentira. Así el diablo existe desde el comienzo y es un martirizador, fue pues un animal. Un espíritu no puede ser martirizador, no puede incitar al mal. No es sino en el Evangelio que los dioses infames toman el nombre de demonios y Satán el de diablo. Estos son nombres populares que los sacerdotes hebreos encontraban demasiado vulgares para su argot, porque el hebreo escrito era entonces y es aún un argot. Jesús hablaba el dialecto hebreo (te Ébraidi dialecto) y es en ese dialecto que se dirige a Pablo en el camino de Damasco (ver el texto griego Hechos, XXXI, 14). En el Evangelio no se refiere a los dioses infames, queda así claro que el diablo y los demonios los reemplazan y comparten su creación con ellos. Los ángeles y los demonios son seres de la misma naturaleza, tal como se dice de Satán y de sus ángeles en el Apocalipsis. Es bien conocido que los demonios son ángeles caídos y rebeldes. La Biblia no dice en ningún lugar que Dios haya creado a los ángeles, a los demonios o al diablo. Tampoco habla del origen de los dioses. La creación permanece como un misterio. Es el misterio de Dios y de los dioses. En efecto, decir que los dioses han creado al hombre está bien: ¿pero qué eran los dioses o Dios? Jesús era hijo de Dios y del hombre y puesto que era un hombre, todos los hombres se le parecen y por eso son


hijos de Dios (...) El Dios es entonces forzosamente hijo del diablo y los dioses animales, nuestros padres carnales, eran también diablos; porque cada uno es eso que era su padre al menos en lo que concierne al nombre. El hombre es también un diablo ¿y qué más natural que dar su nombre al hombre miserable y desnudo, así como el nombre de rana a la pobre diablesa? El espíritu de la palabra ve en los hombres los primeros ancestros que persisten en vivir. Los judíos acusan a Jesús de cazar a los demonios por Béelzébub, su príncipe. ¿Pero qué son los demonios? Son espíritus, cuerpos que no tienen ni carne ni huesos (Lucas XXIV, 39). Pero el espíritu es eso que sobrevive a la destrucción de los cuerpos. Así sabemos que los demonios han tenido cuerpo en otra época ¿La Biblia no nos dirá qué eran esos cuerpos? Sí, ella nos los dice clara y textualmente. Cuando Jesús caza a los demonios llamados Legión, estos van a refugiarse en una manada de cerdos los cuales, bajo el influjo de esos demonios, huyen por agua y así perecen. Esto demuestra la ignorancia de esos espíritus de anfibios, espíritus de ranas, que deberían haber sabido que el cerdo no tiene los pulmones hechos para vivir bajo al agua. Pero podemos contestar ahora de qué se trataba los espíritus de las ranas; asimismo tenemos un texto más preciso en el Apocalipsis (XVI, 13 y 14): “yo vi –dice el Apóstol– tres espíritus inmundos semejantes a ranas, porque son espíritus de demonios”. Esta vez, se da de manera clara y formal. Los espíritus de los demonios son semejantes a las ranas. Fueron ranas en su vida animal. El diablo es el príncipe de los demonios o de los ángeles rebeldes; en consecuencia, el mismo diablo es un espíritu de rana. Este ancestro, martirizador desde el comienzo, no puede ser sino Saturno devorando a sus hijos. Para atraerlos, inventaba mil ardides y mentiras piadosas que, sobre la tierra, perpetúan aquellos que lo sirven (…) Es el primer padre, el abuelo, el padre del dios animal, como lo hemos leído en su nombre italiano: el di-avolo, el dios-abuelo; diavolo, diablo. La historia sagrada, así como la historia profana, nos hace tanto conocer el libro de la vida cuanto el espíritu de la palabra que estaba en el comienzo. Con evidencia absoluta la creación es su obra y delante de sí ella está permanente e incesantemente viva. Todos viven con él, El Espíritu, el único y verdadero padre: Pi.


La creación según la ciencia actual En nuestro siglo los naturalistas apenas investigaron el origen del hombre en su proveniencia de ancestros diferentes de lo que él es actualmente. En otro tiempo, el misterio de la creación había quedado más o menos inabordado. Darwin y Haeckel ensayaron hacerlo y he aquí un resumen de su trabajo: “El hombre desciende de un mamífero peludo, provisto de una cola y de orejas puntiagudas, que vivía probablemente en los árboles. Era un cuadrúmano derivado de un marsupial proveniente de algún ser semejante a un pez. Ni bien buscamos remontar la genealogía de los mamíferos y consecuentemente la del hombre, nos zambullimos en una oscuridad cada vez mayor. Los primeros ancestros del hombre estaban sin dudas cubiertos de pelos … tenían una cola que eran capaces de erguir con sus propios músculos … remontándonos aún más, los ancestros humanos tenían una vida acuática” (Darwin, La descendencia del hombre). Y aún más: “En el embrión humano, el coxis sobresalía como una verdadera cola, extendiéndose bastante más allá de las piernas aún rudimentarias”. (Nuestros lectores deben saber que ahí se manifiesta exactamente la forma del renacuajo en el momento en el que se metamorfosea en rana. De esto Darwin infiere como ancestro del hombre un simio provisto de cola). En el mismo sentido: “el dedo gordo del pie constituye la particularidad más característica de la estructura humana; pero en un embrión encontramos un dedo del pie más corto que los otros dedos, formando un ángulo con el costado del pie.” (Reconocemos aquí el dedo de la pata de la rana que tomó su forma actual humana, al mismo tiempo que se desarrolló el pulgar de la mano). He aquí lo que dice Haeckel: “Indudablemente el hombre desciende de un mamífero extinguido que ubicaríamos en el orden de los simios si hubiéramos podido conocerlo. Estamos en condiciones de seguir la genealogía del hombre hasta los primitivos tiburones. Es evidente que no fue el desarrollo progresivo del simio el que permitió la aparición del hombre. El género humano surgió de uno o de varios tipos de simios extintos desde hace mucho tiempo.” Lo que sigue nos podría hacer creer que Haeckel jamás vio una rana: “Los anfibios actuales no lograrían representar la forma exterior de los antiguos ancestros. No es necesario pensar encontrar entre las especies animales contemporáneas los ancestros directos del género humano con la forma específica que los caracterizaba”. (Esta última aserción es justa: los dioses han desaparecido pero los primeros ancestros, los ancestros indirectos –renacuajo y rana– están allí).


Leemos en la Anatomía comparada de Cuvier: “En todos los animales perfectos que no tienen cola, el embrión usualmente tiene una muy desarrollada. Las ranas en su estado de renacuajo tienen una cola importante que se va retrayendo a medida que las patas se desarrollan. Lo mismo ocurre con el embrión del hombre.” Así Cuvier concluye que el ancestro del hombre estaba provisto de una cola, sin ver que ese ancestro es justamnete el renacuajo mismo. Los naturalistas buscan el ancestro del hombre entre los mamíferos, entre los animales sexuados extinguidos. Esta búsqueda es justa, esos mamíferos eran los dioses marinos; pero el ancestro con cola es previo y posterior puesto que no desapareció y pulula sobre la tierra en primavera: es el renacuajo de la rana, que el Eterno ha dejado vivir hasta hoy para nuestra instrucción. Respecto de los puntos principales, estamos de acuerdo con los naturalistas más audaces. El hombre fue creado por una serie de transformaciones. Primero pez; luego renacuajo que se tranforma en rana y la cola se retrae. Es el anfibio del que hablan los sabios y en el que errónamente buscan la cola que ya había desaparecido. En cuanto al simio peludo, trepado a los árboles, no nos contradecimos puesto que somos aún peludos y nos subimos a los árboles así como nadamos en las aguas. A pesar de esto, los trabajos de los sabios sobre este tema son tan ilógicos que el espíritu puramente humano es definitivamente deshonrado. Los naturalistas siempre han trabajado para el reino de Dios investigando la verdad y destruyendo parcialmente la fe opresora. Prepararon a los espíritus para acoger con alegría la verdad. Por lo demás, no se ocuparon del hombre espiritual y, en el origen del lenguaje, la formación de la palabra y del espíritu humano son cuestiones en las que reconocieron con razón su absoluta incompetencia. Fueron demasiado lejos al acusar de locos a aquéllos que investigaban el origen del lenguaje; incurrieron en un error al negarse a examinar ese tema. De este modo están tontamente condenados a la ignorancia eterna. Haeckel escribe que las diversas especies y razas humanas estaban ya separadas cuando el hombre habló. Sin embargo es más fácil crear una bestia de carne y hueso que hacer comprender a ese animal las ideas de justicia, de derecho, de bien y de mal, así como la existencia del espíritu invisible creador de toda cosa. Efectivamente, parece que a los naturalistas nunca les impactó la forma casi humana que ya posee la rana, su canto tan similar a la palabra humana. Apenas si hablan


de esto en sus largas disertaciones. Ante la rana, están como el lingüista ante el calambur: petrificados y ciegos. Hacia la edad de once años, sorprendimos a una rana y con la maldad de un diablillo, la aplastamos con un palo apoyado sobre el vientre; cuando la pobre bestia extendió totalmente sus patas y brazos quedamos estupefactos. Nos agachamos para ver mejor: el espíritu nos sugirió que estaríamos frente a una persona y nos fuimos sorprendidos, pensativos y arrepintiéndonos de nuestra barbarie. Porque no hay nada que decir: la rana presenta todas las características corporales de un pequeño ser humano encantador. El anatomista que la compare en su estructura: hueso, nervios, arterias y venas, músculos y piel, etc., con la forma y la composición del cuerpo humano, evidenciará fácilmente las similitudes, las analogías y las diferencias. Así establecerá la verdadera serie de transformaciones por las cuales nuestro animal, en el detalle de sus partes, alcanzó su perfección actual. Su trabajo corroborará completamente aquel que el Eterno hizo por nuestra mano.


El reino de Dios Donde esté el rey hombre de Dios estará el reino de Dios. Es así como el hombre de Dios es rey en ese reino. Ese hombre de Dios es también el hijo único de Dios: la Palabra de Dios. Pero la palabra y la voz de Dios son una. ¿Qué es la voz de Dios? Es la voz del pueblo. Donde el pueblo puede libremente hacer escuchar su voz, nombrar a sus magistrados y no someterse a ninguna otra ley que aquellas aprobadas por él mismo o por sus gobernantes, allí se encuentra la voz de Dios que domina por intermedio del hombre, hijo único de Dios. Los elegidos por el pueblo son al mismo tiempo los elegidos por Dios. Son en nuestra Francia, por el momento, los consejeros de las comunas y otras juridicciones: los alcaldes, los diputados, los senadores y el jefe de Estado. Esas magistraturas les son dadas a los hombre de Dios, porque ninguna ley exluye a ningún hombre honesto, e incluso el hijo de una madre soltera puede sentarse en el más alto trono del Estado sin que tenga que mostrar ningún título universitario o cualquier otro expedido por Satán. De este modo Satán persigue con su odio a todos los elegidos de Dios y no los encuentra sufucientemente hombres del mundo, así como Jesús y sus discípulos generalmente no son del mundo (Juan, XVII, 16). Dios entonces hace escuchar su voz y gobierna por medio de ejércitos celestiales; ejércitos temibles que inquietan a los reyes en sus tronos y hace palidecer a Satán y los suyos. Son los escritores libres, periodistas y pensadores de todas las categorías. Allí Satán no puede acallar la potencia de Dios, y cada uno gracias a Dios puede hablar y escribir sin permiso del diablo. La prensa es la virgen de hierro con la cual gobierna el hijo de Dios. En tanto esas dos potencias, el voto y la voz de la prensa, rijan no hay que temer catástrofe alguna. Las grandes maravillas que Dios ha creado por la mano de sus hijos le son tan preciosas que impide su completa destrucción. Pero desgraciados los pueblos en los que la libertad de expresión está restringida, donde es un crimen decir al hombre que su patria es la tierra entera y no una determinada extensión territorial medida con precisión por Satán. Sin embargo, es un fuerte deber reprimir severamente a aquellos que se sirven de la palabra para incitar a la violencia, a la guerra civil o a la guerra entre naciones. Quien llama a la fuerza debe tener la boca cerrada por la fuerza, esto vale tanto para las naciones cuanto para los individuos.


Los hombres de Dios no tienen necesariamente la misma opinión, están en permanente contradicción consigo mismos; pero en ellos es el espíritu el que combate y cada combatiente respeta, en su oponente, a un dios, a un hijo de Dios, a un miembro de la humanidad, a un hermano. En una palabra, se puede amar al enemigo tan tiernamente como al amigo. Es haciendo eso, amándose y protegiéndose los unos a los otros, que nuestros hombres consolidan el reino de Dios; porque si ellos se abandonan al odio, si la locura del patriotismo los anima a tomar la espada, necesariamente perecerán por la espada. De este modo, todo escritor que arengue la guerra empuja a su pueblo y a su nación a una perdición segura. Quien llama a las armas, por fuera de la legítima defensa, comete un crimen de lesa patria y de lesa humanidad. Estamos apenas en la aurora del reino de Dios porque Satán es aún poderoso. Lo vemos aún sobre la tierra bendiciendo las malditas armas de destrucción y estimulando las naciones a exterminarse las unas a las otras porque ese horrible espíritu se alimenta de hecatombes humanas. No es un hombre sin ningún poder quien traerá la justicia de los siglos; porque si el Eterno no hubiera enviado los ejércitos celestiales, nuestra obra –que es la suya– podría pasar desapercibida y perderse en el polvo de las bibliotecas. Pero el Eterno enviará a sus espíritus. Dichosos aquellos que los acogerán y dirán con ellos: la salvación, la gloria, el honor y el poder pertenecen al Señor Nuestro Dios. Desgracia a aquellos que estén contra nosotros porque somos la potencia invencible, porque somos el hombre.


El hombre eterno Se ha demostrado ampliamente la creación del hombre animal. Pero cuando se lo haya hecho con mayor evidencia, lo que sucederá es que no se tendrá más que una ciencia inútil, ya que se ignorará la existencia y la potencia del Espíritu si eso no se condice con las Escrituras; si no hubiera sido un misterio oculto al que se accede por una revelación repentina e irresistible, antes de ser convencidos por los numerosos documentos que solamente se citan. Si este conocimiento no se da por una revelación divina, siguiendo los libros santos, los doctores un día admirarán neciamente en nosotros la potencia del espíritu humano y buscarán aún en vano el alma en el cuerpo, como el niño busca al enanito en la máquina y nunca se le ocurre decir: me busco y no me puedo encontrar. Que se haya demostrado con ineluctable evidencia la creación del hombre, que la historia de esta creación haya sido escrita y sellada en la boca del hombre sin que lo hubiera sospechado; que éste haya olvidado su origen aun teniendo registro histórico en las fábulas mitológicas de todas las regiones, en la Biblia y en el lenguaje cotidiano; que el hombre tan orgulloso de su sabiduría y de su razón haya sido cegado de tal modo, es la prueba innegable y contundente de un Espíritu presente en cada hombre que tiene un poder absoluto sobre las naciones y las familias. Los sabios y los filósofos se han creído poderosos espíritus, negando a los dioses y no reconociendo más que a uno, y en eso incluso erraron. Los dioses fueron y son. Dios es el conjunto de los dioses, el espíritu de todos los dioses –incluidos los dioses de la primera formación– de Urano a Saturno. Ese espíritu, el espíritu del Eterno, no ha creado sino dos hijos perfectos: el diablo y el hombre. El diablo es un animal puro dotado de palabra, pero solamente movido por apetitos carnales. Es inconsciente del bien y del mal. El diablo es la imagen santa, el buen monseñor, el salvador de la patria, el genio audaz que pudimos señalar con el dedo y reconocer entre miles, porque ese monstruo porta sobre sí insignias pretendidamente honorables. El hombre, el segundo hijo, es un dios animal perfecto, completo en su especie, tal como el diablo lo era en la suya. El hombre se guía por sentimientos de justicia, de bondad. Es un espíritu consciente del bien y del mal que sabe que debe hacer consigo mismo lo que hace con los demás y que no puede esperar otra justicia que aquella que haya ejercido consigo mismo. Este hombre es invisible porque no se distingue a simple vista de los demás, sus hermanos. Ahora bien, del mismo modo que el espíritu humano llegó a comprender que no hay sino un Dios todopoderoso es necesario comprender hoy que no hay sino un hombre sobre la tierra y los cielos. Este hombre es el Hombre-Dios. Cada hombre no es sino una parte de ese Hombre-Dios, una parte del todo, una hoja del árbol de la vida. La vida de la hoja que sigue su desarrollo natural transcurre enteramente en el árbol, como la vida del


hombre individual transcurre completamente en la del Hombre-Dios, en la del hombre eterno. Así, transcurre en estado de espíritu animado por su propia vida; porque si es cierto por lo que hemos demostrado que los espíritus de los primeros seres vivientes viven entre nosotros, cuánto más evidente y cierto es que serán nuestros espíritus encarnados los que animarán a nuestros sucesores hasta el fin de los siglos y ¡por los siglos de los siglos! El hombre-Dios no puede morir porque es el espíritu del Eterno cuyo nuevo nombre es Pi. El hombre-Dios estaba antes que los ángeles y los demonios, es más antiguo que Saturno y que Satán, es anterior a los dioses y a los hombres. Él es el comienzo de la criatura de Dios (Apocalipsis III, 14). Es el comienzo y el fin. Si comprendes estas cosas y las amas, lector, tú eres este Hombre-Dios.


Apoteosis ¡Oh, sublimes magnificencias! ¡Bellezas de la creación! ¡Espléndida potencia creadora de los hombres! Espíritu de luz eterna, veo a través de Ti las profundidades del pasado. Recuerdo los días de mi animalidad primordial. He aquí las aguas en las que chapoteaba bajo tu mirada; escucho los retumbantes rumores y los ruidos de los ángeles y los demonios. Entre ellos me debato entre la astucia y la inocencia. Pero lleno de pavor y de horror de mí mismo, me encuentro ahora vil y terrible. No distingo ya la verdad de la mentira; mis apetitos carnívoros me dominan. Soy una bestia aterradora y huyo de mi propia imagen. A todos lados llevo el espanto y yo mismo vivo en extraños terrores. Oh, colmo del horror, devoro el cuerpo de mis hijos, me alimento de la sangre de los míos con delicia y compunción. ¡Soy el diablo! Soy el rey de la tierra y la lleno de sangre de mis inocentes criaturas. Perdona, oh gran creador, perdona a tu primerísimo ser. Encadéname, yo te lo pido, encadéname en el fondo del abismo porque hoy los hombres me conocen y tiemblo ante su mirada execrada. Encadéname pero permíteme, a pesar de mi vergonzosa abyección, elevar hacia ti una mirada de adoración y de humilde sumisión. Estoy vencido, porque soy conocido. ¡Aleluya! ¡Henos aquí, a nosotros, los dioses! Nos escapamos del furor animal de la bestia devoradora. La madre que nos sacrificaba y el padre que nos comía no nos han podido destruir completamente. Los mejores nos salvaron y ahora nosotros, los dioses, queremos exterminar a la canalla despreciable que nos dio la vida. Cuando la obra es perfecta, el boceto debe desaparecer. Pero nosotros, los dioses, no somos llamados a reptar sin esperanza sobre la tierra; nuestra frente se eleva hacia lo alto, caminamos erguidos a partir de ahora como reyes, como padres de los reyes y como padres del hombre. ¡Oh, hombre! Hijo de Dios ¿reconoces a tus ancestros, desde el limo de la tierra a Jehová, desde la rana al Dios del trueno? ¿Conoces al viviente que estaba al comienzo y que vivió por los siglos de los siglos? ¿Lo conoces? ¡Soy yo! Yo, quien te habla, mientras lees estas líneas que dicté a mi servidor. ¡Sí, Padre; sí, Maestro; sí, Señor! Sólo tú eres el soberano, Rey de reyes y el Señor de los Señores. ¡Tú eres el espíritu! ¡A ti la adoración, la gloria y el poder! Es un gozo sin fin conocerte, amarte y adorarte, hasta anonadarnos en ti.



Córdoba ↔ Rosario (Argentina) Junio de 2020.



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