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SALUD PARA TODOS

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TIEMPO LIBRE

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# 24 • OCTUBRE 2020 • Pág 10

Estrés digital: ¿es tiempo de un detox?

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Hoy en día con la mejora de los smartphones nos encontramos constantemente expuestos a correos electrónicos, mensajes de texto, tuits y redes sociales al punto de no poder pasar más de tres minutos sin consultar el celular para descubrir si hay alguna notificación. Esa “vida virtual” se ha instalado definitivamente en el quehacer cotidiano, y con el tiempo pude terminar configurando lo que llamamos estrés digital o tecnoestrés.

Por Lic. Yannina Otero - lic.yanninaotero@gmail.com

El advenimiento de las tecnologías de información y comunicación (TIC), la sociedad moderna en la que vivimos, la búsqueda de la inmediatez, la necesidad de estar conectados todo el tiempo y el cambio que hemos adoptado en nuestros estilos de vida con la desaparición de la distancia y el tiempo, han reportado múltiples beneficios y perjuicios. Entre ellos, el famoso estrés digital que tanto escuchamos nombrar en medios de comunicación y publicaciones académicas. Pero, ¿que entendemos por estrés? El estrés es una respuesta natural del cuerpo humano a distintos estímulos o desafíos. Este no implica algo negativo per sé,

de hecho es necesario en muchos aspectos de la vida ya que nos permite responder a situaciones amenazantes. Lo patológico es cuando las cargas superan a las resistencias, es decir cuando estos estímulos se conifican en el tiempo, dejando en evidencia el distres, resultado de un proceso perceptivo de desajuste entre demandas y recursos disponibles, que conlleva el desarrollo de actitudes negativas o perjudiciales. Para comprender por qué una conducta genera estrés es necesario analizar las diferentes fases del mismo. La primera se presenta ante una situación nueva que inmediatamente es constituida como una amenaza, dado que el cerebro no discrimina entre lo real y lo imaginario: no importa lo que sucede sino lo que creemos que sucede. Así, nuestro cuerpo se prepara para afrontar la “amenaza” con energía, poniendo en marcha el sistema endocrino para que se incremente la producción de diferentes hormonas como la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol. Esta es la llamada fase de alerta y sus efectos suponen una reacción fisiológica que se caracteriza por el incremento de la frecuencia cardiaca, la tensión arterial, el ritmo de respiración y la tensión generalizada en músculos. Si el estado de alarma se mantiene en el tiempo o reiteradamente, se produce entonces la denominada fase de resistencia. Inicialmente, el cuerpo se adapta a esta situación, pero luego acaba por llegar el cansancio que predispone ciertos síntomas como consecuencia del esfuerzo realizado (estados de ansiedad, dolores de cabeza, sensación de fatiga, contracturas musculares, problemas de memoria, alteraciones del sueño, irritabilidad y cambios de humor, sensación de fracaso, actitud pesimista, tendencia a comer, entre otros). La tercera fase es de agotamiento: si las resistencias del individuo se agotan, una nueva situación de alarma se suma a la anterior y se conjugan en un encadenamiento que prolonga la situación de estrés más de lo deseable. Esto acaba por debilitar el organismo pudiendo afectar el sistema inmune y también el sistema circulatorio, a través de un aumento de la tensión arterial, la posibilidad de sufrir alteraciones cardiacas y cerebrovasculares, e incluso inducir a crisis de pánico o ansiedad. A lo largo de la vida, las personas sufren cambios de todo tipo que demandan adaptaciones a las circunstancias, por lo que hasta cierto punto el estrés es necesario como una suerte de catalizador que desencadene las respuestas requeridas. Cuando hablamos de estrés digital, nos referimos al incremento de los niveles de estrés a causa de distintos factores relacionados con los medios de comunicación, el desarrollo de multitareas y sobretodo el uso de las redes sociales. Este proceso tiene consecuencias perjudiciales en la salud, principalmente en el cerebro que ante episodios de multitarea provoca el aumento de la producción de hormonas de estrés, las cuales a su vez conducen a una sobreestimulación que desemboca en pensamientos más confusos. La multitarea crea un ciclo de retroalimentación de adicción a la dopamina, recompensando efectivamente al cerebro por perder el enfoque y buscar constantemente estimulación externa. Por otra parte, la corteza prefrontal tiene un sesgo pronovedad, lo que significa que nuestra atención se desvía con cada tarea que aparece ante nosotros, como revisar emails, chequear whatsapp, perderse en redes sociales, etc. Antiguamente, se creía que poder realizar más de una tarea de forma simultánea era un aspecto destacable de los seres humanos, pero hoy en día se ha descubierto que el cerebro solo puede prestar atención a dos cosas a la vez sin perder funcionalidad. Al estar atento a más de una tarea distinta, el cerebro debe adaptarse frecuentemente y eso genera una mayor desatención, un menor aprendizaje y una sensación de displacer. Las personas contamos con la capacidad de que nuestro cerebro se acomode a nuevas situaciones y sensaciones; esto es lo que llamamos neuroplasticidad y a través de ella podemos aprender nuevas experiencias y hacer frente a circunstancias adversas. Cuando el estrés se cronifica afecta la neuroplasticidad cerebral, y por lo tanto, la manera en que nos enfrentamos a nuevos aprendizajes o problemas. En el momento en que nuestro cerebro se encuentra con varias tareas a las que tiene que dar una solución, tanto el rendimiento como la concentración disminuyen debido a que no cuenta con la capacidad para dar una respuesta completa y analizar los detalles de cada una de las fuentes de información. La sobrecarga producida por el ejercicio de la multitarea hace que nuestro organismo reaccione como si existiera una amenaza, activando regiones cerebrales para enfrentar la situación.

La adicción al celular Otra conocida expresión del estrés digital es la nomofobia o miedo irracional a no tener el celular, consecuencia de un uso excesivo de este dispositivo que se identifica con el chequeo constante de la llegada de alguna notificación o si se dejan de lado otras actividades importantes como el sueño o la socialización. El problema principal ocurre cuando dejamos de estar presentes aquí y ahora, y nuestra vida pasa a estar mediatizada por las redes sociales; en otras palabras, cuando el contacto se establece sin contacto. Ahora bien, ¿qué ocurre en estos tiempos de pandemia y confinamiento social, cuando la tecnología pasó a ser el único medio para

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estar conectados y el home office adquirió una importancia trascendental en la vida de las personas? El horario laboral antes se circunscribía a la empresa, pero en tiempos de pandemia nos vimos obligados a estar todo el día pendientes de emails y notificaciones vinculadas al trabajo. Lo ideal para quienes trabajan desde el hogar es establecer rutinas, y luego de terminar con las actividades laborales, poner un alto al chequeo de notificaciones. Pero así como este contexto global nos llevó a combatir la hiperconexión tan característica del home office, también dejó en evidencia el gran poder de la informatización ya sea para conectarnos con familiares, estudiar o acceder a servicios que antes creíamos imposibles de realizar. La pandemia nos mostró lo importante que es el uso adecuado de la tecnología. Esto se traduce en el aprovechamiento de todos sus beneficios, sin llegar al punto de que ocasione efectos negativos en nuestra salud. Es fundamental dejar el contacto virtual cuando estamos reunidos con familiares o amigos, limitar las horas de exposición a pantallas, y cada tanto hacer una “desintoxicación” para que la hiperconexión no se convierta en un patrón de comportamiento adictivo. Asimismo, es conveniente poder reflexionar acerca del uso que hacemos de las nuevas tecnologías: ¿es excesivo?, ¿dejamos de lado otras actividades por estar mucho tiempo en redes sociales?, ¿qué se está dejando de hacer por pasar horas y horas conectados? Plantearnos estas interrogantes no permite reaprender las formas que llevan a optimizar las ventajas de contar con estas herramientas digitales, sin afectar la salud, la productividad y los vínculos. Empecemos a vivir la vida más conectados con el adentro y menos hiperconectados con el afuera.

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