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Pillerías
Forajidos
HISTORIAS DE TABACO EN EL VIEJO OESTE
Capítulo 3: La Guardia del Sur
PARTE I
Raúl Melo
El viaje a Callahan Ridge fue tranquilo y mucho mejor que otros, pues al menos recorría el camino en compañía. Hubo plática, canciones, bromas y risas al por mayor. ¡Vaya que podría acostumbrarme a esta convivencia!, pensaba. Tras tantos años de soledad, ¿a quién no le caería bien algo así?
Llegamos al lugar, entregamos los paquetes y recogimos las anillas del pedido siguiente; todo sencillo, como en cada ocasión. Y aunque pareciera costumbre, el tiempo fue suficiente para hacer una parada a comer. Esta vez no iría al Saloon, pero tendría oportunidad de conocer algún buen mesón y probar algo de comida local, si es que hubiera tal.
El estofado que nos ofrecieron en el lugar que encontramos fue espectacular, con un aroma que llenaba cada esquina del establecimiento, servido en platos humeantes que invitaban a probarlo.
No es que añorara algo que hubiese tenido en la vida, pero creo que la sazón hogareña de un establecimiento tiene un sabor distinto al que se obtiene en una fogata. Ninguno es mejor que el otro, pero luego de tantos años de cocinar y comer al aire libre eso fue un respiro al paladar, por decirlo de alguna manera.
Terminada la comida y la bebida, que por cierto venía acompañada de pequeños cubos de hielo –un lujo que no todas las personas pueden darse–, nos montamos de nuevo a la carreta y emprendimos el viaje de regreso a casa… a la casa del señor Rubens, mejor dicho.
Llegamos hasta la cabaña sin contratiempos, entregamos el dinero y las anillas a nuestro socio mayoritario y nos dispusimos a cenar. En ningún otro trabajo había comido como en éste, o lo menos no tan seguido. La vida del forajido común es distinta a la de una persona normal, pero ahora entiendo que la de un forajido peculiar –como empiezo a ser–, puede tener sus varios momentos de placer.
La ubicación revelada por los hombres de Carrigan aquella noche daba sus primeros frutos. JC y yo llevamos la carreta cerca del lugar señalado por los cocheros, era de noche y la vigilancia, escasa. Un par de hombres rondaban las bodegas con un ritmo muy marcado, casi militar.
Caminaban de un lado a otro, rodeando la construcción cada cierto tiempo y cruzando caminos dos veces durante el recorrido. En su cruce, por la parte posterior de la bodega, la entrada principal quedaba descubierta durante unos segundos. Lo mismo sucedía con cada lado del edificio.
Parecía obvio y sencillo ingresar por la puerta principal; demasiado tentador. Pero si algo había aprendido de Rubens y hasta del pequeño bandido JC, era que siempre se requiere de una estrategia definida para asegurar el éxito.
Con aquella idea en mente, pregunté al chico su opinión.
–¿Cómo ves?, ¿alguna idea?
–Creo que sí, he estado aquí antes. Por la parte trasera la galera tiene ventanas y algunas cajas por las que puedo trepar. Pero no puede ser hoy, necesitamos algunas cosas extra para lo que estoy pensando, –me dijo, con esa chispa característica en sus ojos.
–Me parece bien, volvamos mañana, –le respondí con mucha confianza.
Durante la mañana siguiente preparamos todo lo necesario. JC me pidió conseguirle varios metros de cuerda, una navaja, una lona grande y gruesa, y llegar al lugar sin la carreta. Yo no sabía qué planeaba; se lo pregunté, pero nada me confió. Únicamente mencionó que si me decía, el plan podría arruinarse, ya que todo dependía del factor sorpresa, incluso mi propia sorpresa.
Para la noche ya estábamos de vuelta merodeando la propiedad de Carrigan. JC me solicitó dejarlo sólo con Lucky Bastard.
–Tú puedes esconderte en aquellos campos de tabaco y esperar la señal, –instruyó.
–¿Cuál señal?, –pregunté.
–Lo sabrás cuando la veas...El momento había llegado. Sólo pude ver cómo aquel niño se alejaba de mi vista, cubierto por la oscuridad y la corpulencia del caballo. A pesar de lo que pudiera parecer, la noche en este lugar tropical no es silenciosa; el sonido de las chicharras, de las alas de los mosquitos y luciérnagas, y el rugir de los cocodrilos a la distancia obstaculizan escuchar el proceder de un maleante hábil.
Dejó al animal a varios metros del edificio principal. JC se distrajo unos minutos en la cerca que divide la propiedad del camino, pero luego siguió con su plan y desapareció.
Pasaron algunos minutos y me comencé a sentir nervioso. Me tranquilizaba no escuchar alboroto alguno, lo que significaría que, al menos, el niño no había sido descubierto.
En algún momento, cuando los guardias no estaban a la vista, distinguí su silueta escurridiza corriendo entre la hierba, lo vi montar al caballo y salir a todo galope con dirección a los pantanos.
Detrás de Lucky Bastard se levantó una cuerda que sacó de balance la cerca, y tras esa cuerda una hilera de pacas salió de la galera. Con apenas espacio suficiente para sortear ese hueco que evita que la humedad llegue al suelo de las casas, los paquetes se deslizaron por el campo. Con apenas un toque, la cerca cedió por completo y permitió el paso de los bultos hacia el camino principal, desapareciendo con JC y el caballo entre el terreno selvático, más allá de la civilización.
Imaginé que ese caos sería la señal esperada, pero decidí no moverme, pues los guardias de la zona de pronto eran más dedos. De igual forma, ninguno pudo reaccionar a tiempo para detener aquella jugada.
Así que, para pasar desapercibido, me deslicé entre los campos hasta un camino que lleva al centro de la ciudad.
La voz y figura de esa mujer, Lady Giselle, daba vueltas en mi cabeza. Aunque la había visto sólo una sola vez y no sé si volverá a suceder, cada vez que regreso a Lafayette es seguro que volveré a intentarlo. Aunque aquella noche no me animé, pues la travesía por el sembradío me dejó un tanto asqueroso como para tomar valor y dejarme ver por sus ojos luminosos.
A la mañana siguiente regresé al camino hacia la plantación de Carrigan. Las huellas de lo sucedido aún eran visibles; tanto, que los hombres del viejo, algunos agentes privados y oficiales de la ley local las seguían.
También lo hice, hasta el punto donde las cambiantes tierras pantanosas borraron cualquier rastro de la dirección tomada por el ladrón. Entonces decidí esperar cerca, hasta que todo ese ejército de búsqueda se desistiera de su misión.
Tenía una ligera idea de dónde encontrar a JC. En nuestra primera plática compartiendo mesa el chico me contó sobre su padre, preso por el robo de algunos animales. Dijo que aquellas mañas y habilidades tenían origen familiar y que cuando su padre no se encontraba trabajando gustaba de hurtar cosas pequeñas, más por placer que por necesidad. Y habló sobre un tronco hueco en el pantano, donde solía esconder lo que obtenía.
Caminé por un rato a una distancia prudente del agua, los cocodrilos no son un chiste ni mascotas para jugar. Detrás de un gran tronco encontré al niño jugando con palos y piedras. Me acerqué, saludé y reconocí su trabajo.
–Oye, ¡magnífico escape!
El chico sonrió y levantó lo que parecía ser el tronco que noté a la distancia, y que resultó ser una gran corteza que ocultaba las pacas de tabaco robadas a Carrigan.
–¡JC, eres un pequeño bastardo!, –dije.
–¡Gracias!, –respondió entre risas.
–¿Pero cómo lo hiciste?
–Ahora te explico, –sonrió. Como te dije antes, ya había estado por ahí. Sabía de las ventanas y de algunas tablas flojas en el suelo. En algún momento mi padre trabajó en el mantenimiento del lugar. Entonces, decidí meterme por la ventana y preparar cada paquete allá adentro. Luego, desprendí algunos tablones flojos y los bajé. Había dejado la cuerda perdida entre el pasto, así que sólo tuve que deslizarme por debajo, tomarla, atar los paquetes y esperar el momento para salir y buscar a Lucky Bastard. Hice algunas muescas en la base de la cerca y otras sobre los tablones centrales, para debilitarla y pasar encima durante nuestra carrera. No sabía si funcionaría, pero tenía que intentarlo.
No supe qué decir, estaba impresionado. Y como éste, hubo muchos otros planes durante los meses siguientes. A veces iniciábamos un incendio como distractor; en un par de ocasiones golpeamos a los guardias para tratar de ser mas sigilosos, y en otras, ejecutamos algunas ideas tan extrañas que son difíciles de explicar.
Gracias a JC el negocio iba como nunca. La covacha de Rubens nunca había estado tan llena y aquel camino a Callahan Ridge tan recorrido. El señor Lucius Bleach estaba más que contento con la dinámica, pues los Black Bear gozaban de alta demanda entre los bandidos que frecuentaban su establecimiento.
Parecía que al fin las cosas estaban por cambiar, que era mi momento para dejar atrás al infame Jacky Yikes y darme una vida decente y tranquila, dentro de lo que cabe, para descansar.
CONTINUARÁ...