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COLUMNISTA INVITADO

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METROPLEX

METROPLEX

Tal parece que si no existe «tiempo de alabanza» en un encuentro, evento, iglesia, congreso o reunión, no es tal. Da igual si son conservadores, ultra, postmodernos o del montón; hay «alabanza» siempre, entendido básicamente como música dirigida, por lo general, por un grupo más o menos excelente. O a veces, en un ataque minimalista por volver al «corazón de la adoración» aparece una guitarra acústica con un director de alabanza melancólico, a ser posible, rubio. Aunque hay para todos los gustos. Música electrónica, pop, rock, pop-rock, rock-pop, latina, electrolatino, poprock electrolatino, y así. Lejos ha quedado la «lectura bíblica» como disciplina o el tiempo de oración, que se reduce a veces a formalismos de menos de un minuto en nuestros congresos, simplemente como herramientas de transición. De hecho, la oración ha quedado tan relegada de la vida de la iglesia que debemos hacer entre semana cultos de oración. Pero la alabanza (la música) es la omnipresente. A veces absorbiendo incluso el tiempo de exposición de la palabra. Terrible.

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INFORME CENTRAL

Alex Sampedro

@AlexSampedro

CARA A

¡Qué gran herramienta es la música! La Biblia está llena de ella, muchas canciones, profecías cantadas como la de Habacuc, las canciones que cantó Jesús en la última cena, los versos que Pablo insertaba de manera espontánea en sus cartas a las iglesias. Hay música y alabanza en nuestro Libro, también en nuestras comunidades, y en los cielos. He tenido momentos geniales con canciones, y con grupos de personas que juntos, a una voz, le hemos cantado con el corazón a nuestro Señor, porque se lo merece. Y la alabanza es justamente eso, fruto de labios que confiesan su nombre. No es, como algunos piensan, una herramienta para que Dios haga cosas, como si dándole cumplidos a Dios le pudiésemos manipular. Simplemente es la respuesta a lo que Dios es y hace. La alabanza es la reacción natural ante la belleza. Siendo excelentes con lo que hacemos nos ganamos el derecho a ser escuchados. Nuestra música nos ha abierto puertas al mundo, para comunicar el evangelio, y eso es fantástico. Como creyentes, sobretodo en occidente, hemos fomentado una cultura musical que hoy está dando sus frutos más allá de las paredes de nuestras iglesias. Hay mucho por hacer, pero estamos avanzando a pasos agigantados. Además, una buena producción es una carta de presentación excelente para causar una buena «primera impresión» (aunque debemos recordar que la gente no se convierte por la impresión que le causamos, o porque las cosas se hagan bien, sino porque el Espíritu Santo convence de pecado, justicia y juicio). De todos modos, gracias a Dios por la alabanza, los movimientos de alabanza que se generaron en distintos lugares de Latinoamérica, Norteamérica, Inglaterra y también, gracias a los australianos.

CARA B

Me pregunto si hemos cruzado a veces la línea del uso al abuso o, como hacemos los cristianos demasiadas veces, confundimos los medios con los fines. La alabanza, que es una herramienta y gracia para disfrutar, ha sido, quizá, transformada en un fin en sí misma. Las emociones que sentimos con las canciones son nuestro termómetro para medir nuestra espiritualidad, o cuán lejos o cerca estamos de Dios. Y siguiendo la corriente de este mundo, convertimos lo que sentimos en ley, en la verdad. Bienvenidos a la filosofía postmoderna: la gente que llora, (que se «quebranta», decimos) es más adoradora, y la envidiamos por ello. Soy músico, y me encanta alabar a Dios con la música y con mis hermanos, pero no amo la música, amo a las personas, y a Dios. Eso intento. Pero tengo la sospecha de que nuestra cultura evangélica depende demasiado de la alabanza y la música para ser lo que es. Tanto es así, que en nuestro imaginario cristiano, la adoración (que repetimos cientos de veces que no es música pero en la praxis son sinónimos) es una portada de disco con algún cantante famoso con las manos levantadas. O peor, hay iglesias que giran en torno a grupos de alabanza y sensibilidades muy concretas, donde sería imposible ser pastor si no te gustase ese grupo y lo promovieses. Nuestra identidad como creyentes, y nuestra espiritualidad hoy en día dependen en gran manera de estos factores, a pesar de que existen otros igualmente importantes o más. Para hablar de adoración se invita a músicos a los congresos (normalmente llamados «En el espíritu» o algo parecido) como si ellos (nosotros) supiésemos más de adoración por saber de música. ¡Qué tontería! Claro que debemos saber de adoración y vivir vidas entregadas, pero no por ser músicos, sino por ser hijos de Dios. La mujer samaritana de Juan 4, que poco sabía de música, pero si sabía mucho acerca de cómo conquistar a los hombres, podría hablarnos de lo que significa ser la primera adoradora en Espíritu y en verdad, pero eso es otra historia.

HD: a doración, salmistas, levitas y unicornios

La adoración según la Biblia es entrega total, dependencia total, obediencia basada en un conocimiento de aquel en quien confías. Abraham, el padre de la fe, fue el primero que dijo: subiremos, adoraremos, y volveremos. Poca música hubo en ese momento, solo un padre que iba a entregar lo que amaba en obediencia a Dios porque confiaba en Él. Un momento desgarrador donde solo vemos la confianza total de un hombre hacia su Dios, y la intención de un Dios que moriría por nosotros para que pudiésemos conocerle y adorarle. No porque lo necesite, sino porque nosotros lo necesitamos. La sobrevaloración de la música ha creado una nueva «santoral». Hemos llegado a llamarnos levitas, como si los músicos fueran una raza especial. El Nuevo Testamento dice que todos somos reyes y sacerdotes, y si los músicos somos levitas, quizá lo seamos porque del orgullo que tenemos: levitamos. O a lo mejor solo hablo por mí y estoy proyectando mis defectos. O nos llaman salmistas, como si ser artista fuera algo malo, o menos espiritual, y nos sacamos términos de la manga, por innovar y seguir teniendo intercesores entre Dios y los hombres. Los que estamos usando la música como herramienta debemos tener clara nuestra función facilitadora, de expresión del pueblo de Dios hacia su Dios. Y poco más. Claro, la música abarca mucho más que la alabanza, o la doctrina, y no por ello es menos sacra, pero ahora me centraré en aquella que usamos «para nosotros». Ya me entiendes.

Explicit Lyrics

La música, sin duda, potencia el mensaje, le añade un factor emocional determinante, y la gente aprende mucho más lo que siente que lo que piensa. Y eso hace que nosotros, los músicos, tengamos una gran responsabilidad. Probablemente la mayoría de las personas olvide el mensaje del domingo pasado en breve. Pero las canciones de alabanza se repiten una y otra vez en nuestras mentes, las tarareamos, las ponemos en nuestro vehículo y disfrutamos de sus verdades. Nos afectan más allá de lo que pensamos, nos discipulan y moldean. Queridos compositores, ¿qué clase de contenidos estamos poniendo a nuestras canciones? Debemos ser conscientes de que en nuestro servicio a la iglesia estamos, queriendo o sin querer, comunicando teología, aunque no hayas estudiado teología. La pregunta no es si estás o no haciendo teología, la pregunta es si estás haciendo buena o mala teología. Profunda o superficial. Basada en el único Dios verdadero que conocemos a través de Jesús, o basada en frases hechas de segunda mano que te suenan que están en la Biblia. He visto iglesias, comunidades, movimientos enteros siendo afectados y cambiando su rumbo por canciones inspiradas, llenas de Dios y de talento humano, sí, porque trabajamos en equipo, Dios nunca nos anula. Pero también veo alabanza ahora que ya no está a la altura del Dios que adoramos, debemos reconocerlo. Y cada uno debemos examinarnos. La música forma a la gente, pero puede deformarla. Y puede llenarnos de clichés que pueden hacernos perder la capacidad de pensar por nosotros mismos, y conocer a Dios. Siempre me gusta jugar a «cambia la palabra Jesús por baby» con canciones que no dicen nada. Cuidémonos de vivir un cristianismo sin contenido, una fe basada en las emociones. Compongamos y cantemos canciones con contenido que nos inspiren a conocer a ese Dios increíble que tenemos, pero que nos permitan creer. Y formemos a la Iglesia a través de lo que cantamos. Muchos lo hicieron, como Lutero o Wesley que entendían el poder de la música para transportar el mensaje hasta el corazón. ¡Qué gran responsabilidad! Por eso te aconsejo, que no se note que pasas más tiempo en el estudio de grabación, que en el estudio de la Palabra.

Y puedes ser sencillo, la sencillez no está reñida con la creatividad, al contrario, hay que ser muy creativo para ser sencillo y profundo a la vez.

Tecno-bachata

Por otro lado creo que es un grave error, que la alabanza se haya convertido en un «estilo musical» estandarizado. Muchas veces pongo la radio y escucho una canción y por los primeros tres compases deduzco que es de un grupo cristiano, y no es por la unción de ellos o mi discernimiento sino porque es un estilo marcado, que nuestras propias «leyes del mercado cristiano» nos han impuesto. La alabanza a nuestro Dios debería abarcar todos los estilos y ninguno es más espiritual que otro. Cada región tiene sus idiosincrasias y maneras, y a Dios le encanta que sea así, «de todo pueblo, lengua, tribu y nación». Importar sensibilidades de otros sitios puede servirnos para enriquecernos, pero cuando se convierte en un monopolio tenemos un problema grave. Todos tenemos algo que aportar y nuestras canciones de alabanza deberían reflejarlo. No nos dediquemos a imitar, a ser personajes, como si para ser líder de alabanza (otro concepto peliagudo) lo mejor fuera tener melenita, barba de tres días, mirada triste pero a la vez interesante y parecer surfista. O si no, siempre podemos ponernos esas gafas negras que nos convierten automáticamente en hipsters. ¡No! A Dios le encanta que seamos auténticos, luchemos por ello también en la alabanza. Seamos íntegros porque en los íntegros es hermosa la alabanza. Lo que hacen los canguros no tienen porque hacerlo los caballos. No sé si me explico.

Él

Jesús, el centro de todo lo que somos y hacemos, debería ser el gran protagonista en nuestra alabanza, no hay otro que merezca más nuestra atención y admiración. Pero en demasiadas ocasiones el gran protagonista de las canciones de alabanza soy Yo, y todo lo que soy capaz de hacer por Él. Algo que refleja más la cosmovisión de la cultura que nos rodea que de la Biblia y sus principios eternos. «¡Mi vida daré por ti!» dijo el apóstol Pedro en un impulso eufórico. No quería mentir a Jesús, estaba siendo sincero pero estaba equivocado. Jesús le corrigió, no se trataba de lo que Pedro creía que podía hacer por Jesús, sino de lo que Jesús iba a hacer por Pedro a pesar de su traición. La sensación es el ídolo postmoderno y nos dejamos llevar. Soy el primero al que le encanta disfrutar y sentir a mi Dios, alabarle y experimentar su amor, su profundidad, altura, anchura, y descubrir en Jesús un Salvador al que merece la pena servir. Pero no me gusta cuando es algo ficticio, manufacturado, que no parte de quién es Dios, sino de nuestras técnicas humanas; como algunos mantras evangélicos, loops interminables (donde repetimos hasta el infinito frases que psicológicamente enturbian nuestro criterio) y a fuerza de volver a empezar y subir los decibelios queremos que la gente ¡adore! Señor ten misericordia de nosotros. No creo que haya que recordarle a Dios tantas veces dónde está sentado. Puede que excepcionalmente ocurran esos momentos, y son tiempos extraordinarios pero cuando simplemente los fabricamos y nuestro éxito como grupo de alabanza se mide en si hemos conseguido ese éxtasis, creo que estamos buscando objetivos equivocados. La presencia de Dios no es algo, es alguien, no es una fuerza que sentimos, o que podemos mover a nuestro antojo. Es el Espíritu de Jesús, que está en nosotros, que nos ha salvado, nos limpia, nos guía, nos enseña, nos corrige, nos consuela y alienta, nos abraza y nos impulsa a cumplir con la misión porque Él está en misión todavía. No nos es permitido mirar hacia arriba solamente, debemos mirar a los lados.

Coda

Adorémosle a Él, porque se lo merece, porque siendo Dios se hizo hombre y murió por nosotros, lo sintamos o no, Él es digno de nuestra alabanza. Cantémosle y sirvámosle. No vivamos una doble vida de romanticismo con el Señor cuando está la música mientras nuestro corazón está lejos de Él. Nuestro corazón, que es nuestra voluntad, es lo que debe adorar, y la voluntad solo puede adorar obedeciendo, entregándose, rindiéndose. Pongámosle música a eso. «Dame, hijo mío, tu corazón.»

Cuidémonos de vivir un cristianismo sin contenido, una fe basada en las emociones.

Alex es director de Especialidades Juveniles España/Europa. Es licenciado en psicología, se perfeccionó en piano y canto moderno. Músico, conferencista y autor, viaja por Europa y América. Es un conciliador de fuerzas, contando con el respeto de los diferentes sectores de la iglesia.

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