INFORME CENTRAL
Tal parece que si no existe «tiempo de alabanza» en un encuentro, evento, iglesia, congreso o reunión, no es tal. Da igual si son conservadores, ultra, postmodernos o del montón; hay «alabanza» siempre, entendido básicamente como música dirigida, por lo general, por un grupo más o menos excelente. O a veces, en un ataque minimalista por volver al «corazón de la adoración» aparece una guitarra acústica con un director de alabanza melancólico, a ser posible, rubio. Aunque hay para todos los gustos. Música electrónica, pop, rock, pop-rock, rock-pop, latina, electrolatino, poprock electrolatino, y así. Lejos ha quedado la «lectura bíblica» como disciplina o el tiempo de oración, que se reduce a veces a formalismos de menos de un minuto en nuestros congresos, simplemente como herramientas de transición. De hecho, la oración ha quedado tan relegada de la vida de la iglesia que debemos hacer entre semana cultos de oración. Pero la alabanza (la música) es la omnipresente. A veces absorbiendo incluso el tiempo de exposición de la palabra. Terrible.
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