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EDITORIAL
from lider juvenil 34
by ibis
PUEBLO MÍO, DICE EL SEÑOR…
En nuestro contexto latinoamericano sigo notando la fuerte dependencia de las palabras proféticas. En muchas congregaciones es el tema central. «LAS HERIDAS QUE AQUEJAN A NUESTRA SOCIEDAD SON SIN LUGAR A DUDAS CAUSA DEL PECADO, Y FALTA DE INVOLUCRAMIENTO DE LA IGLESIA TAMBIÉN. ES UN PROBLEMA DEL CORAZÓN»
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Howard Andruejol -editor ejecutivo @hac4j
Es ingeniero, pastor de Iglesia El Mensaje De Vida en ciudad de Guatemala y director del Instituto Especialidades Juveniles. Autor de «Estratégicos y Audaces», y editor general de la Biblia para el Líder de Jóvenes. Ser profeta es ministerio de alto prestigio y todos los mensajes que se dan son autoridad inquebrantable. Para tantos creyentes, las profecías recibidas son alimento vital, luz indispensable para cualquier decisión en su vida. Curiosamente, éstas siempre son positivas, de bendición y prosperidad. Sin embargo, una lectura bíblica somera nos deja ver otro tipo de ministerio profético; uno muy distinto al que tanto se venera hoy. Por ejemplo, sobresalen las llamadas de atención divina a un pueblo que se ha olvidado de hacer el bien y practicar la misericordia. Se señala la corrupción tanto religiosa como política. Se condena el menosprecio al pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero. Estos son los mismos síntomas que el pueblo de Dios experimenta hoy, pero las palabras proféticas no apuntan a ello. De hecho, son temas que no se abordan. No se habla de la injusticia en el púlpito, menos en las células o eventos juveniles. Es verdad, es un tema incómodo. Siendo un mal tan grande, tan cercano, tan cotidiano, tan enraizado, ¿qué hacer al respecto? Parece que poco o nada. Tan solo intentarlo implicaría involucrarse de una u otra forma, y eso es aún más perturbador. Tal vez sea mejor dejar todo como está, o sencillamente dejar la responsabilidad a alguien más -y lamentarnos al respecto. Sin embargo, conozco a otros que Dios está usando como una voz para quienes no la tienen. Un amigo muy querido, respetado erudito en Antiguo Testamento, el Dr. Daniel Carroll es uno de ellos. Respeto como Dany no solamente conoce y enseña los temas bíblicos, sino realiza algo al respecto. Desde hace unos años se ha involucrado de lleno en temas de reformas migratorias. Su participación activa despierta consciencia tanto en la iglesia como en la sociedad, mientras defiende los derechos de los inmigrantes. No es sencillo, pero es ejemplar. ¿Qué razón tendríamos para salir de nuestra zona de comodidad y ensuciarnos las manos con temas tan complejos? Puedo pensar en muchas para evitarlo, y solo en una superior para afirmar que debemos hacer una reflexión profunda y práctica. Se trata del carácter de Dios. Dios es perfectamente justo. Él está sentado en su trono juzgando con justicia (Salmos 9:4) y no puede tener por inocente al culpable (Nahúm 1:3). La expectativa que tiene de su pueblo es que sea un reflejo de su carácter. Es tanto nuestra identidad como nuestra adoración. De hecho, es pertinente en este punto recordar las palabras del profeta Amós, Yo aborrezco sus fiestas religiosas; no me agradan sus cultos solemnes.
Aunque me traigan holocaustos y ofrendas de cereal, no los aceptaré, ni prestaré atención a los sacrificios de comunión de novillos cebados. Aleja de mí el bullicio de tus canciones; no quiero oír la música de tus cítaras. ¡Pero que fluya el derecho como las aguas, y la justicia como arroyo inagotable! (Amós 5:21-24) Esta es la llamada de atención a un pueblo religioso que se olvidó de ser la expresión del carácter divino en medio de una sociedad corrupta. Bien dijo también el profeta Miqueas,
Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6:8) Las heridas que aquejan a nuestra sociedad son sin lugar a dudas causa del pecado, y falta de involucramiento de la iglesia también. Es un problema del corazón. Es una falta de amor al prójimo, de amor al mundo. Ojalá recordemos que por gracia hemos sido benefactores de la misericordia de Dios. Siendo aún pecadores, Cristo Jesús murió por nosotros. Como seguidores de la Verdad, que podamos expresar el amor y la justicia de Dios a un mundo quebrantado. Que las nuevas generaciones vivan en misión como una ciudad en un monte alto, que brilla no por su propia luz, sino porque refleja a la luz del mundo, la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Deseamos que esta edición sea una palabra profética para tu ministerio juvenil.