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INFORME CENTRAL
from lider juvenil 34
by ibis
JUAN JOSÉ BARREDA
NO HAY MENTIRA QUE PREFIERA MAS QUE LA VERDAD Como muchas otras noches, el timbre sonó repetidas veces. En un primer momento quise seguir durmiendo. Sabía de qué se trataba. Seguramente era alguna persona más con urgencias que querría que la ayudara con dinero. Como muchas otras noches, pensé en segunda instancia que esta persona debía de estar muy necesitada para pedir ayuda en plena madrugada. Me vestí rápidamente y mientras bajaba a atender la puerta le dije a Dios: «Yo no puedo salvar a nadie; obra tú, Señor». Muchas veces, por entusiasmo, o por soberbia, esas palabras no estuvieron en mis labios. Otras, quizá por egoísmo, simplemente no hubo que confrontarlas porque rechacé a quienes nos solicitaron ayuda. Escalón a escalón me preparé para escuchar al Señor a través de mi prójimo necesitado. Ya dije que no fue siempre así mi corazón, pero de un tiempo a ese, lo era por la gracia de Dios. Mientras descendía a la puerta poniéndome algo de abrigo para el frío, seguí pidiendo sabiduría Juan José Barreda Toscano divina que me permitiera ver como Dios ve, que viera a mi Doctor en Teología. Director de Bíblica Virtual: Comunidad de Estudios Contextuales. prójimo a través de Sus ojos. Pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Constitución, Buenos Aires - Argentina.
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INFORME CENTRAL
? quienes falsean la realidad?
? El que exagera aspectos de su sufrimiento ante la indiferencia o los que niegan las grandes injusticias sociales de las que formamos parte como sociedad? ? Que mentira hace mas dano? ? cual es mas perversa? ? cual version de la realidad realmente miente?
—Buena noche, ¿es el pastor de acá? —Sí, sí, pase por favor... ¿está usted solo? —Sí, estoy yo solo. Mire, quería... —se interrumpe él sólo— perdón por la hora, lo que pasa es que estoy en la calle desde hace unas horas —sigue. Quería pedirle ayuda para poder ir a un hotel porque recién salí del hospital. Tuve una operación al corazón y no tengo dónde ir y no debo quedarme en la calle porque me voy a volver a enfermar... Mientras me decía esto se iba desabrochando los botones de su camisa. Yo sabía lo que venía ahora: yo le iba a decir que no era necesario que me muestre la herida y él iba a hacerlo de igual manera. Me mostraría alguna herida reciente, luego sacaría algunos papeles con sellos de algún hospital, quizás también alguna carta de una Trabajadora Social que diría: «A quien corresponda, el Sr. x, recientemente fue operado...» Pero para sorpresa mía, al descubrirse el pecho, me mostró una cicatriz que tenía varios meses. Alcé la vista y miré cómo me miraba y advertí que el hombre tendría unos 60 años. En ese entonces, yo apenas 27. El hombre tenía semblante de estar muy cansado y sostenía una mirada de incertidumbre hacia mi persona. Lo miraba y pensaba en lo humillante que sería para un hombre de esa edad rebajarse con un argumento tan malo ante un joven al que doblaba en edad. Me sentí muy triste cuando advertí que su situación de calle seguramente tenía un largo tiempo. En cuestión de segundos se me vino a la mente las grandes injusticias de las que formamos parte, la falta de acceso a beneficios a los que tenemos derecho todos por igual y nos son negados. Pensé en tantos ancianos descartados, en niños abusados, en extranjeros discriminados que pasan por nuestras vidas... Fueron segundos en los que sentí la fe de algunas iglesias que nos enorgullecemos por hacer algo con nuestras riquezas, y sin embargo, luego atribuimos lo que tenemos a «la gracia de Dios». Imágenes de comedores en iglesias y Centros Comunitarios que dan de comer a gente empobrecida, pero lo hacen solo si el dinero proviene de donaciones de otros. Armarios de ropa usada para ser regalada, una ropa que jamás usaríamos nosotros. Sentí vergüenza. Cuándo la miseria no tiene tiempo para esperar lentos cambios sociales, cambios que quizá nunca lleguen, lograr que el prójimo nos ame puede implicar caminos pocos santos a los ojos del dogmático. Pero si la necesidad nos fuera presentada de otras maneras, ¿nos abriríamos a dar ayuda igualmente? Porque muchos de quienes sufren grandes necesidades creen por experiencia que si no radicalizan su relato no recibirán ayuda ni serán oídos. Vuelvo, entonces, a la pregunta anterior, ¿quién miente? La mentira y la verdad no son meras argumentaciones consecuentes con ciertas racionalidades con las que explicamos el mundo. Se trata de condiciones de vida, de realidades de carne y hueso que niegan el amor de Dios o lo encarnan. La verdad no puede estar disociada del amor y la justicia. Cuando estas sus dos hermanas la abandonan, la «verdad» vuelve a nosotros en forma de degradación y de explotación humana. Se hace perversa y legitima las miserias más grandes. La verdad es distorsionada al punto que para ser cristianos no nos queda mejor opción que la «mentira». La tergiversación de la realidad hace «mentirosos» a quienes apelan a un derecho del que todos necesitamos: la ayuda, la solidaridad, el trabajo por la justicia. A Jesús constantemente lo calumniaron porque sus acciones rompían con el status quo de su época. Ciertamente, Jesús no quería romper con ciertas estructuras sociales por el solo hecho de romper con ellas. Su accionar estuvo motivado por la percepción de gran sufrimiento de la gente, una mirada que
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estuvo alimentada por las enseñanzas de su Padre. Estas practicas de amor trajeron consigo grandes resistencias de quienes legitimaban el desamor como prácticas sociales y políticas de su fe. Tal es así que usaron una vida humana y la expusieron a gran humillación pública con el deseo de desacreditar a Jesús. —Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres, ¿tú qué dices? (Jn 8.4-5). Cuando la «verdad» deshumaniza, la propuesta de Jesús es la misericordia que en su ejercicio no alienta el pecado, pero llama al cambio de vida posible en un contexto de justicia: —Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena? —Nadie, Señor. —Tampoco yo te condeno. Ahora ve, y no vuelvas a pecar (Jn 8.10b-11). Pero más adelante, conversando aún con aquellos que creen en él, Jesús mismo advierte que asumir la verdad es una cuestión de amor y justicia, y que no se trata de un hecho puntual que se asume una vez para siempre. No es una confesión en un día determinado, no es un paso del infierno al cielo logrado por la decisión en un culto. Se trata de una vida entregada a bendecir al otro, una condición de ser desde donde podremos discernir quién es Jesús, y con ello también, seguirle. —¿Dónde está tu padre? —Si supieran quién soy yo, sabrían también quién es mi Padre (Jn 8.19). —Son muchas las cosas que tengo que decir y juzgar de ustedes. Pero el que me envió es verdadero, y lo que le he oído decir es lo mismo que le repito al mundo (Jn 8.26). Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: —Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres (Jn 8.31-32). La secuencia de los hechos y del planteamiento de Jesús requiere ser recalcado. Su planteo supera lo cognitivo, señala la fe en él como seguimiento, como condición de vida a su imagen. En 8.31 el condicional «si» nos advierte que no se trata de algo puntual, sino de algo en lo que se debe trabajar toda la vida. Por ello también nos convoca a la paciencia hacia nosotros mismos y pastorearnos unos a otros. Que se trate de la vida misma significa que cometeremos errores en el amar al otro, que requeriremos salir de los fríos programas que deshumanizan a unos y otros. Pero hay un dato valiosísimo en la secuencia. Jesús nos dice que si nos mantenemos fieles, si lo seguimos en sus enseñanzas y opciones de vida, estaremos en condiciones de conocer la verdad, y con esa verdad —y no con otra— seremos verdaderamente libres. Dicho de manera más ampliamente: coparticiparemos de una vida más plena bajo la guía de Dios.