El esfuerzo del amor (v. 3b) Este amor es “esforzado”: la palabra “esfuerzo” pone de relieve una de las características del ágape, no sólo en las cartas de Pablo, sino en todo el Nuevo Testamento. “No se trata nunca de un amor que pueda ser vivido solamente como un deseo o un sentimiento, se trata siempre de un amor manifestado en actos concretos, que llegan incluso hasta la muerte. El amor es una manifestación, una marca, una prueba de amor”.60 Pues bien, la palabra griega “esfuerzo” (kópou) ilustra muy bien esta característica concreta del ágape: es el aspecto penoso de la acción humana, el costo de los esfuerzos. Pablo la utiliza a menudo para designar a la tarea apostólica (cf. 2.9, 3.5). El tesón de la esperanza (v. 3c) Como en el caso de la fe y del amor, no encontramos ninguna definición, pero según el contexto de los diversos usos en san Pablo, puede decirse que para él la esperanza cristiana es una espera paciente y confiada en el porvenir, basada en el misterio de Cristo. Este porvenir estará conformado por realidades nunca experimentadas, aunque entregadas ya bajo la forma de “prenda” (cf. I Co 2. 9; 15.19, Ro 5.4-5; 8.24-25). Así, pues, “la esperanza añade a la espera la certeza de recibir lo esperado y da un colorido muy fuerte a la oración de los cristianos, en efecto, pone continuamente ante sus ojos unas perspectivas no realizadas todavía y cuya realización sólo puede ser insistentemente pedida al Dios de la promesa”.61 En esta carta, se dirige especialmente hacia la segunda venida del Señor Jesús, con todo lo que se espera de ella: “Estar con el Señor”, “gloria y reino de Dios”, alegría”. Tal esperanza está aquí calificada por el “tesón” (perseverancia), que con frecuencia es sinónimo de esperanza. Estas dos palabras son tan cercanas una de otra que, más tarde, en las cartas a Timoteo y a Tito, la tríada se convertirá en “fe, amor y perseverancia (tesón)”. A todo ese reconocimiento de la fe y acción de los/as creyentes tesalonicenses se agrega el hecho de que fueron elegidos por Dios para ser parte de su pueblo (4) y que, al recibir las buenas noticias, los apóstoles no las anunciaron solamente con palabras (5a), sino con el genuino poder de Dios que el Espíritu otorgó a los apóstoles (5b). Lo que ellos/as hicieron fue seguir el ejemplo de los enviados y, aun cuando habían sufrido mucho, el mensaje les proporcionó una enorme alegría (6). De ahí que se convirtieron en un auténtico ejemplo “para todos los seguidores de Jesucristo de las regiones de Macedonia y Acaya” (7). A su vez, anunciaron el mensaje de Jesucristo en esas regiones y fuera de ellas (8a), cuya población se enteró de la confianza que tenían en Dios (8b). Su testimonio fue óptimo, pues dieron fe de que habían abandonado a los otros dioses y se consagraron a “adorar y servir al Dios vivo y verdadero” (9b). El final de esta sección recuerda que esas mismas personas se enteraron de que los cristianos/as de la ciudad esperaban el retorno de Jesucristo del cielo (10a). El Señor Dios había hecho que él resucitara para salvarlos del castigo reservado a pecadores en el día del juicio (10b). La esperanza que sostiene a la iglesia, hoy y siempre, es la certeza de que el Señor y Salvador vendrá a su encuentro en el futuro. Ella deberá servir siempre a los creyentes como yelmo o casco, junto con la armadura de la fe y el amor (I Tes 5.8, basado en Is 59.17, versión griega), ante los embates de las tentaciones y las pruebas.
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Ibid., pp. 15-16. Ibid., p. 16. 32